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Propedéutica de textos
Sebastiá n Muñ oz Ló pez
Diario de campo
Si la rapidez, el afán y el movimiento son la herencia que nos ha dejado este mundo
tecnificado, ¿qué significan la lentitud y la quietud en nuestros días? ¿Acaso hay
espacio para detenernos un segundo y observar a nuestro alrededor?
El primer semestre se me pasó volando, para ser sincero. La agitada rutina de Bogotá
hace que el tiempo corra de una manera alterna al resto de las ciudades. Hace mucho
no visitaba un espacio natural (la última vez que fui al Jardín Botánico llovió
torrencialmente, y no pude disfrutar nada del camino). El primer paso que di en el
interior del sendero hizo que me sintiera extraño. El aire se sentía diferente, casi
como si fuera de otro lugar. Nunca en mi vida he fumado, pero pasando todos los días
por La Estrella creo que mis pulmones ya están negros. El olor a cigarrillo era la
rutina de todos los días. Sin embargo, este lugar parecía ajeno a lo que pasaba afuera.
Casi como un lugar lejos de Bogotá, estando adentro del mismo.
Ese día se perdió mi mejor amigo. No, no me refiero a una persona. El reloj que
siempre me había acompañado en mi travesía en Bogotá se perdió. Quizás por eso
este fue el día más largo que he experimentado en la ciudad. Y el más bonito.
He vivido toda mi vida a máxima velocidad; pendiente de las notas, las clases, leer la
mayor cantidad de libros en un corto lapso de tiempo, la Prueba Saber, intentar ganar
una beca, entrar a la universidad con la beca, y ahora que estoy aquí me doy cuenta
que quiero que las cosas se ralenticen. Que se detengan por un segundo.
La “limpieza” de los sectores también fue una problemática que el guía, Pablo
Balbuena, nos comentó durante todo el recorrido. Los habitantes en zonas populares
cercanos a la quebrada habían sido avisados de que si se quedaban allí, había un alto
riesgo de que las montañas se les cayeran encima. Sin embargo, se construyó un
edificio que es habitado por individuos con mayor capacidad adquisitiva, a los cuales
no se les informó, puesto que el interés era desplazar las clases populares para volver
el sector en uno mucho más desarrollado y rodeado de estratos más altos.
Por otro lado, en su artículo Del tejido urbano al tejido social: análisis de las
propiedades morfológicas y funcionales, Mariano Ferretti Ramos y Mariano Arreóla
Calleros, analizan cómo el tejido urbano influye de forma directa en el tejido social
de la comunidad. El tejido social se define como todos los aspectos que se tienen en
común en una sociedad; los factores que hacen sentir a las personas parte de un
mismo grupo y una misma identidad. Así, un tejido social pleno es fundamental para
el desarrollo colectivo de una población. Sin embargo, el individualismo excesivo que
se experimenta en las urbes de hoy en día ha logrado un rompimiento en el tejido
social de las ciudades, puesto que la colaboración colectiva y la identidad de
comunidad son exclusivamente posibles en la medida en que las zonas comunes sean
prósperas y permitan el acercamiento y la colaboración del grupo.
Gracias a que el tejido urbano se vuelve en un espacio cada vez más excluyente y
estigmatizante, las sociedades suelen separarse según sus estratos, siendo los estratos
altos los que están consumidos la mayoría del tiempo por el mundo capitalista e
individualista. Lo que trae como consecuencia teniendo como consecuencia que sean
incapaces de desarrollar un tejido social óptimo. Por el otro lado, con hazañas como
la recuperación de la Quebrada las Delicias, la cual fue una iniciativa tomada por las
clases bajas, se evidencia un tejido social y una ayuda comprensiva entre grupos, que
desean hacer uso libre de su derecho a la ciudad, transformándola según su beneficio
y necesidades.
He vivido a toda velocidad gracias a que desde pequeño me he rodeado por la parte
del mundo que está en una constante carrera competitiva capitalista. La lentitud sigue
existiendo en el mundo actual, solo que está invisibilizada para las clases altas y
medias. La Quebrada las Delicias no fue una iniciativa por parte de los ricos de la
zona, fueron las clases bajas los que no comprendían la carrera capitalista y por ende
querían devolver un poco de lentitud al lugar en el cual habitaban. Si queremos
avanzar como sociedad también necesitamos una parte de Bogotá que sea limpia y
segura, un lugar en donde el tiempo transcurra de manera alterna al resto de la ciudad.
Si la urbanización sigue consumiendo todo a su paso, del mismo modo lo harán la
individualización y la velocidad, destruyendo al tejido social y las zonas verdes, y
quizás la identidad de una sociedad cada vez más polarizada.
Bibliografía:
Ferretti Ramos, M. and Arreola Calleros, M. (2014). Del tejido urbano al tejido social: análisis
de las propiedades morfológicas y funcionales. Nova Scientia, 5(9), p.98.