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Universidad del Rosario

Propedéutica de textos
Sebastiá n Muñ oz Ló pez
Diario de campo

Cómo detener el tiempo


Ahí estaba yo. Corriendo, afanado, con el
reloj pegado a la mano porque me recordaba
que ya era la 1:20 p.m. e iba tarde para la
cita que habíamos acordado con el grupo de
primer semestre en la Quebrada Las
Delicias. Debo admitirlo, aquí en Bogotá el
tiempo y el espacio transcurren de manera
distinta. Cuatro meses de mi vida nunca se
habían pasado tan rápido. Y ahí me veo;
corriendo, como siempre, con el reloj como
mejor amigo, porque me daba cierto sentido de control sobre mí mismo. Casi como
una falsa ilusión de que podía manejar todo a mi alrededor. Si pudiera escoger un
símbolo que represente a Bogotá escogería al reloj, porque más que dar cierta
sensación de control éste es el que nos controla a nosotros. Yo estaba en una
constante carrera hacia ningún lugar. Bueno, en ese momento se suponía que me
dirigía al grupo que caminaba lentamente hacia la quebrada. No los entendía, ¿cómo
podían ir tan despacio?, ¿cómo se atrevían a desobedecer al reloj?

Si la rapidez, el afán y el movimiento son la herencia que nos ha dejado este mundo
tecnificado, ¿qué significan la lentitud y la quietud en nuestros días? ¿Acaso hay
espacio para detenernos un segundo y observar a nuestro alrededor?

El primer semestre se me pasó volando, para ser sincero. La agitada rutina de Bogotá
hace que el tiempo corra de una manera alterna al resto de las ciudades. Hace mucho
no visitaba un espacio natural (la última vez que fui al Jardín Botánico llovió
torrencialmente, y no pude disfrutar nada del camino). El primer paso que di en el
interior del sendero hizo que me sintiera extraño. El aire se sentía diferente, casi
como si fuera de otro lugar. Nunca en mi vida he fumado, pero pasando todos los días
por La Estrella creo que mis pulmones ya están negros. El olor a cigarrillo era la
rutina de todos los días. Sin embargo, este lugar parecía ajeno a lo que pasaba afuera.
Casi como un lugar lejos de Bogotá, estando adentro del mismo.

Comenzamos caminando rápido. Yo cargaba mi cuaderno y le tomaba notas a todo lo


que me parecía interesante. A diferencia de los demás estudiantes, creo que era el
único que prefería tomar fotos mentales. A veces las cosas se ven mejor en mi cabeza,
y prefiero realizar pequeñas descripciones en mi cuaderno que crean una imagen.
Nunca me ha gustado guardar las fotos de algo que me impresiona, porque tengo el
mal hábito de mirarlas hasta que ya el efecto se me pasa. Es mejor guardarlas en la
cabeza, en donde puedo mantener vivo lo que la imagen me causó.
Cuando pasamos el puente perdimos de vista todo rastro de carreteras y edificios, y
entonces sentí una total quietud interna. En ese momento comencé a relacionar a la
civilización con la velocidad, y a la lentitud con la belleza. Constantemente se veían
pequeños matices de civilización en la cascada (botellas, basura). Comencé a sentir
que era un hijo del capitalismo, determinado a actuar de cierta forma gracias al
contexto en el que he crecido. Llegamos a la cascada, y el agua imperante caía sin
ningún rastro de contacto con la civilización. Esta corriente simbolizaba mucho más
que simple agua. La cascada significaba la imponencia de la naturaleza ante la
civilización, de la lentitud ante la velocidad, de lo
duradero ante lo efímero. De repente, tomé la
apresurada decisión de bañarme debajo de la
cascada. Cuando tuve la oportunidad de bañarme
debajo de la cascada no lo dudé un segundo. La
ropa se mojó completamente, pero ya no importaba,
porque la ropa era sinónimo de civilización, y yo
estaba dispuesto a ser una persona diferente ese día.
Salí mojado, y quizás rejuvenecido. Quizás encontré
la fuente de la juventud.

Ese día se perdió mi mejor amigo. No, no me refiero a una persona. El reloj que
siempre me había acompañado en mi travesía en Bogotá se perdió. Quizás por eso
este fue el día más largo que he experimentado en la ciudad. Y el más bonito.

He vivido toda mi vida a máxima velocidad; pendiente de las notas, las clases, leer la
mayor cantidad de libros en un corto lapso de tiempo, la Prueba Saber, intentar ganar
una beca, entrar a la universidad con la beca, y ahora que estoy aquí me doy cuenta
que quiero que las cosas se ralenticen. Que se detengan por un segundo.

Los pasos mojados no me llevaban a ninguna parte. Quizás el agua de panela y el


queso pudieron calentarme un poco, porque el frío me estaba matando. Mi chaqueta
mojada, que había decidido prestar a una amiga como toalla, no ayudaba a que el frío
cesara. Estaba totalmente empapado. Solía ponerme debajo del rayo de sol, casi como
si yo fuera una camisa que se había acabado de lavar y que necesitaba secarse. Nunca
fui amante del calor; es más, una de las razones por las que adoro Bogotá es por el
frío que predomina en el ambiente. Sin embargo, en esta ocasión el sol se convirtió en
mi mejor amigo.

La gentrificación y la destrucción del tejido social


Si los estímulos externos han tenido una influencia tan
profunda en mi visión del mundo y mis factores internos, es
posible realizar un análisis sobre cómo el entorno en el cual
vivimos nos moldea como sociedad y nos brinda una
identidad como seres humanos. A lo largo del trayecto era
normal encontrar un contraste evidente entre ciudadanía y
zonas verdes. A veces parecía que la urbanización lo
consumiera todo a su paso.

Lo anterior puede relacionarse con la lectura de David


Harvey, El derecho a la ciudad, en donde aborda
importantes tópicos sobre cómo al construir la ciudad al
mismo tiempo nos construimos a nosotros mismos, por lo
cual se apoya la idea de que la identidad del hombre va de
la mano a la identidad de la ciudad. La urbanización es la
insignia, la marca que ha dejado el capitalismo en el mundo moderno, en un proceso
de constante “autodestrucción creativa” (término acogido por Werner Sombart). A lo
largo de la lectura se muestra cómo en el mundo actual los principios y derechos de la
propiedad privada aplastan todos los demás derechos, incluyendo el derecho a la
ciudad, el cual se define como el derecho que tenemos como individuos de
modificarnos a nosotros mismos cambiando nuestro entorno. ¿Qué se puede decir de
una ciudad como Bogotá, en donde la polarización y el contraste entre estratos es
evidente en la gran mayoría de sectores?

Frecuentemente se escuchan, entre ciudadanos o visitantes de la ciudad, términos


como “la parte linda de Bogotá” o “la parte peligrosa de Bogotá”. El norte y el sur de
Bogotá son radicalmente distintos, casi como si hubiese dos ciudades diferentes
atrapadas en un mismo lugar. Este fenómeno también es explicado en la lectura de
David Harvey, puesto que se brindan ejemplos de procesos de gentrificación que
ocurrieron en lugares como París y Nueva York, ciudades visitadas frecuentemente
por extranjeros y emblemas nacionales de la rica cultura de su respectivo país.
Gracias al proceso de “autodestrucción creativa”, los centros de dichas ciudades
fueron modificados y renovados aumentando el coste de alquileres y habitaciones en
dichos sectores. Esto tuvo como consecuencia que las clases populares de dichos
territorios no tuvieran los recursos para costear sus viviendas allí, y fueran
desplazadas por clases con mayor capacidad adquisitiva.

La “limpieza” de los sectores también fue una problemática que el guía, Pablo
Balbuena, nos comentó durante todo el recorrido. Los habitantes en zonas populares
cercanos a la quebrada habían sido avisados de que si se quedaban allí, había un alto
riesgo de que las montañas se les cayeran encima. Sin embargo, se construyó un
edificio que es habitado por individuos con mayor capacidad adquisitiva, a los cuales
no se les informó, puesto que el interés era desplazar las clases populares para volver
el sector en uno mucho más desarrollado y rodeado de estratos más altos.

Por otro lado, en su artículo Del tejido urbano al tejido social: análisis de las
propiedades morfológicas y funcionales, Mariano Ferretti Ramos y Mariano Arreóla
Calleros, analizan cómo el tejido urbano influye de forma directa en el tejido social
de la comunidad. El tejido social se define como todos los aspectos que se tienen en
común en una sociedad; los factores que hacen sentir a las personas parte de un
mismo grupo y una misma identidad. Así, un tejido social pleno es fundamental para
el desarrollo colectivo de una población. Sin embargo, el individualismo excesivo que
se experimenta en las urbes de hoy en día ha logrado un rompimiento en el tejido
social de las ciudades, puesto que la colaboración colectiva y la identidad de
comunidad son exclusivamente posibles en la medida en que las zonas comunes sean
prósperas y permitan el acercamiento y la colaboración del grupo.

Gracias a que el tejido urbano se vuelve en un espacio cada vez más excluyente y
estigmatizante, las sociedades suelen separarse según sus estratos, siendo los estratos
altos los que están consumidos la mayoría del tiempo por el mundo capitalista e
individualista. Lo que trae como consecuencia teniendo como consecuencia que sean
incapaces de desarrollar un tejido social óptimo. Por el otro lado, con hazañas como
la recuperación de la Quebrada las Delicias, la cual fue una iniciativa tomada por las
clases bajas, se evidencia un tejido social y una ayuda comprensiva entre grupos, que
desean hacer uso libre de su derecho a la ciudad, transformándola según su beneficio
y necesidades.

He vivido a toda velocidad gracias a que desde pequeño me he rodeado por la parte
del mundo que está en una constante carrera competitiva capitalista. La lentitud sigue
existiendo en el mundo actual, solo que está invisibilizada para las clases altas y
medias. La Quebrada las Delicias no fue una iniciativa por parte de los ricos de la
zona, fueron las clases bajas los que no comprendían la carrera capitalista y por ende
querían devolver un poco de lentitud al lugar en el cual habitaban. Si queremos
avanzar como sociedad también necesitamos una parte de Bogotá que sea limpia y
segura, un lugar en donde el tiempo transcurra de manera alterna al resto de la ciudad.
Si la urbanización sigue consumiendo todo a su paso, del mismo modo lo harán la
individualización y la velocidad, destruyendo al tejido social y las zonas verdes, y
quizás la identidad de una sociedad cada vez más polarizada.
Bibliografía:

 Harvey, D. (2008). El derecho a la ciudad. 1st ed. España: Akal.

Ferretti Ramos, M. and Arreola Calleros, M. (2014). Del tejido urbano al tejido social: análisis
de las propiedades morfológicas y funcionales. Nova Scientia, 5(9), p.98.

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