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“NOSOTROS, EL PUEBLO…”

Dr. Hermuy Calle Verzozi.


Comisionado CCCC

Revista Rescate No. 26, Marzo 2007 Año 7

Con esta majestuosa frase, atribuida a Madison, comienza la Constitución


federalista de los Estados Unidos de 1787, la primera Constitución republicana
de la Edad Contemporánea que se registra; consecuencia directa de la
Declaración de Independencia de las trece colonias norteamericanas de la
Corona Británica; este hecho y el de la Revolución Francesa de 1789, que
originaría la proclamación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y la
consecuente abolición del régimen de monarquía absolutista, son de tal
importancia en el desarrollo de las sociedades humanas, que marcan en la
historia universal, el tránsito de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea.

El análisis de estos dos hechos, más allá de los textos normativos que
produjeron, implica fundamentalmente, el estudio y la comprensión de las
circunstancias económicas, sociales y culturales que los generaron en la
esperanza de lograr una interpretación orientadora para el Ecuador del
presente, mismo que se debate en la crisis política más profunda de las últimas
tres décadas y que aspira resolverla mediante un nuevo proceso constituyente.

Pero, partamos de los textos para llegar a los contextos; lo esencial en la frase
ya citada, es la primacía que se otorga al pueblo soberano, quien “…ordena
y establece” una Constitución para su Estado, afirmando así, que es el pueblo
quien delega la autoridad para constituirse y organizarse como Estado, en
perfecta consonancia con lo expuesto en el famoso segundo párrafo de la
Declaración de Independencia, elaborada principalmente por Jefferson:
“Sostenemos como evidentes en sí mismas, estas verdades: que todos los
hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos
derechos inalienables; que entre estos están la vida , la libertad y la búsqueda
de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los
hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del
consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de
gobierno se haga destructora de éstos principios, el pueblo tiene derecho
a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en
dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio
ofrecerá la mayores probabilidades de alcanzar sus seguridad y felicidad…”.

También la Declaración de los Derechos del Hombre, luego de establecer


como principales los valores de la libertad y la igualdad en su primer
artículo:”Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las
diferencias sociales no pueden tener otro fundamento que la utilidad común.”,
establece en su tercer artículo: “El principio de toda soberanía reside
esencialmente en la Nación. Ninguna corporación ni ningún individuo
pueden ejercer autoridad que no emane expresamente de ella.”.

Estos textos, formulados con una electrizante retórica grandilocuente,


correspondían sin lugar a dudas a la efervescencia revolucionaria de la época
y a sus ideas dominantes: el Liberalismo económico Inglés y la Ilustración
Francesa. Ya para entonces: Locke, Montesquieu, Voltaire y Rousseau, entre
otros, habían recogido en sus obras el ideal que desde el Renacimiento había
pugnado por hacer al hombre dueño de su propio destino. Estas ideas
estuvieron vinculadas al ascenso de las clases medias burguesas en Inglaterra
y Francia, las que rechazaban todo lo que se percibiese como medieval. Sus
elementos centrales eran las libertades democráticas, la tolerancia religiosa, los
derechos de propiedad y la importancia adjudicada al comercio y la industria,
así como la creencia en la igualdad de los hombres y en el valor de la
educación.

Jefferson, tomó muchas ideas del Segundo Tratado acerca del Gobierno de
John Locke en el que expuso su interpretación liberal:”El hombre es libre, y en
esta condición todos los hombres son iguales”. Por supuesto, tanto los siervos
pobres, como las mujeres no participaban de los derechos democráticos de
Locke como tampoco participaron los aborígenes, los negros esclavos y las
mujeres de los derechos consagrados en la Constitución Estadounidense. -Los
negros no obtuvieron el derecho de ciudadanía sino hasta 1868 y los indios
hasta 1924, las mujeres blancas eran consideradas ciudadanas pero no podían
votar sino hasta 1920-.

El aporte más interesante de la teoría política de Locke, fue su idea de los


controles y equilibrios – pesos y contrapesos- dentro del Estado, dijo que en
vez de una monarquía absoluta, tenía que haber una separación de poderes,
entre el ejecutivo (reyes, presidentes) y el legislativo (parlamento), y que ambos
podían ser destituidos por la fuerza en el caso de abuso de sus facultades,
afirmaba que: “la fuerza no debe usarse contra otra cosa que la fuerza injusta e
ilegítima”. Por supuesto, es difícil decidir cuando una fuerza es “injusta e
ilegítima”, y por lo general esto se decide también por la fuerza.

Fue la fuerza, justamente la que decidió la Independencia en la Revolución


Norteamericana, sobre cuyos “padres fundadores” Locke ejerció notoria
influencia. La Declaración de la Independencia (1776) y la Constitución
norteamericanas incorporaron tanto la idea de los derechos del hombre como
la de la separación de los poderes. Fue un teórico político francés, el barón de
Montesquieu, quien, en su Espíritu de las Leyes, agregando la separación del
poder judicial, transmitió estas ideas a los revolucionarios norteamericanos.

Fue también la fuerza la que decidió la suerte de Luís XVI, decapitado por la
Revolución Francesa, y terminó implantando las ideas del Iluminismo,
promovidas por Voltaire, quien estuvo en Inglaterra y se convirtió en un
exponente de la filosofía política de Locke. Sus Cartas sobre la Nación Inglesa
expresaban sus acerbas críticas contra el Antiguo Régimen.
También la teoría política del ginebrino Rousseau tuvo enorme gravitación en la
Revolución Francesa. En su obra El Contrato Social abogaba por la extensión
de la democracia a todos, a través de un concepto que sería básico en la
democracia, según el cual los miembros de una sociedad debían celebrar un
acuerdo para organizarse y decidir el régimen de gobierno a partir de la
“voluntad general” mayoritaria, donde cada individuo se somete
voluntariamente a la voluntad colectiva que es la única fuente de la soberanía.

Siempre fue un dilema encontrar el justo equilibrio entre la social y lo


individual, más aún siendo los mismos seres humanos quienes participan
contemporáneamente de un doble rol: como seres sociales (colectivos) y como
seres individuales (personas), en las constituciones Norteamérica y Francesa
este equilibrio se lograba con la inclusión tanto de los derechos humanos que
garantizaban las libertades individuales cuanto de los preceptos de la
soberanía popular que radicaba en el pueblo la fuente primigenia de todo poder
y de toda autoridad legítima, que se ejercía y materializaba por el voto y la
elección de representantes a los poderes constituidos.

Otra circunstancia relevante de la aprobación de dichas constituciones, incluso


en muchos aspectos más importante aún que su redacción, fue la inmensa
participación popular que se desató entorno a estos hechos, en Norteamérica
por ejemplo, se estableció un largo proceso de ratificación por parte de los
trece noveles Estados cuyos pobladores, tuvieron incluso que elegir
representantes con el exclusivo fin de analizar el documento y en sendas
Convenciones, ratificarlo. Por su parte en Francia, la presencia en las calles y
plazas de las masas, en los “clubs”, concebidos como foros de debate
extraparlamentarios y de opinión, llevaron mas allá de los salones de la
Asamblea Constituyente las discusiones entre las tendencias políticas de la
época.

En uno y otro caso, se trató del ejercicio más grande de educación política que
jamás se haya llevado a cabo, La sensación era que estaba en juego un asunto
tan importante que excedía el marco de la Constitución en sí misma.

¿Acaso en el Ecuador de hoy, no existe este mismo hálito?, más allá de las
necesarias innovaciones que la nueva carta política, como texto podrá requerir,
en el contexto existe un vehemente deseo y demanda de participación del
pueblo, que tiene ante sí, como tarea fundamental, el de rescatar de las manos
de los “dueños del país”, la esencia de la democracia representativa, convertida
hoy en los hechos e incluso en las formas en una suerte de “democracia
sustitutiva”.

En efecto, en la práctica política de nuestro país, la relación de representación


se ha convertido en sustitución: Los partidos han terminado sustituyendo al
pueblo que dicen representar. Una autentica democracia representativa deberá
fomentar los mandatos vinculantes y proyectarse ineluctablemente hacia un
estadio de superior desarrollo social en la forma de un democracia participativa.
¿Comprenderán a tiempo los sectores políticos que miopemente se oponen
aún a la demanda popular de participación libre y soberana para decidir sobre
su propio destino, que la actual crisis de legitimidad, solamente podrá ser
superada transformando la actual democracia de papel en verdadera, haciendo
honor al sentido original de la palabra de ser: el gobierno del pueblo?.

Bien cabe en estos momentos lo escrito por Hamilton durante el período de


ratificación de la Constitución de los Estados Unidos, el proceso determinará “si
las sociedades humanas son o no son capaces de establecer por medio de la
reflexión y la elección un buen sistema de gobierno, o si están destinadas para
siempre a depender, para constituirse políticamente, del azar y el uso de la
fuerza”.

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