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La lucha por la propiedad y control del petróleo u “oro negro”, como es comúnmente
denominado, ha sido un tema constante y sucesivo desde su descubrimiento a mediados
del siglo XIX. Desde entonces, cuando el “coronel” Drake, perfora por primera vez un pozo
en Titusville, Pensilvania, no solo marca el inicio de una nueva era en el transporte y la
energía, sino que además se da paso a una incansable disputa que aún se mantiene y que
se extiende por todo el globo.
Esta realidad se debe a que el petróleo comenzó a ser visto como una fuente de riqueza
“inagotable”, generadora de progreso y prosperidad, la cual debía poseerse y controlarse
a toda costa, sin importar que medidas demandara. Una ideología que fue rápidamente
entendida y aplicada por magnates como Rockefeller, quien escaló rápidamente en la
reciente industria petrolera y que no desestimaba opción alguna para acabar con su
competencia, tal es el caso de los propietarios de oleoductos nacionales.
Los gobiernos de estos países comenzaron a ver la necesidad de expandirse hacia otros
territorios con el fin de asegurar un constante suministro de hidrocarburos. Ya no bastaba
con lo que se poseía, sino que se debía asegurar una estabilidad de este preciado recurso
para la tan creciente demanda de petróleo y derivados, como la gasolina. Norte América
buscó imponer su dominio en países como México. Este país, de la América del sur, vio en
Estados Unidos una oportunidad para entrar en el gran negocio. Sin embargo, más que un
apoyo, fue una sobreexplotación de sus recursos. Ante tal realidad, el gobierno mexicano
tomó decisiones radicales y desterró completamente a las compañías estadounidenses de
su territorio, apropiándose de toda su maquinaria. Más adelante, Estados Unidos lo
intentaría de nuevo con un país un poco más al sur del continente, Venezuela, con quien
correría la misma suerte que en México.
Europa, por su parte, inició su exploración en el medio oriente, permitiéndole descubrir
petróleo en la zona fronteriza de Irak. Esto último, reafirmó la teoría sobre la existencia de
una gran reserva petrolífera en oriente medio, un paso grande en la industria, pero lo cual
también fue el comienzo de numerosas guerras por su control.
Esta estrategia y las ayudas que durante la postguerra EE.UU., brindó a Europa y Japón, le
permitieron ampliarse e imponerse de una manera sorprendente y única en su momento.
La industria petrolera norteamericana gozaba de una era de gloria y abundancia. Sin
embargo, su ambición no se detuvo. Su siguiente objetivo fue Arabia Saudí, quien contaba
con innumerables reservas de petróleo. Fue así, como casi a mediados del siglo XX,
Estados Unidos firma el acuerdo “Petróleo por seguridad”, mediante el cual le brindaba
protección a Arabia de sus crecientes enemigos, mientras que esta le garantizaba un
suministro constante de hidrocarburo. De esta manera nace la multinacional Aranco.
Más adelante, ante una creciente disputa entre Irán, apoyado por Rusia, y Gran Bretaña,
Norte América vuelve a jugar por sus intereses nacionales, cuando, bajo la excusa de
contener el socialismo creciente en Irán, decide apoyar el golpe de estado que destronaría
a Mosaddeq y pondría en su lugar al Sah, anteriormente exiliado. Esto le garantizaría una
participación activa antes las decisiones que en dicho país se tomarían. Punto a favor de
Estados Unidos.
Pero era de considerar que, ante un mercado globalizado y dominado por Rusia y Estados
Unidos, muchos países decidieran tomar sus propias riendas y decir “No Más”. Es así
como empieza la independización petrolífera de Francia e Italia. Mientras que, al mismo
tiempo, países como Venezuela e Irán se dieran paso al famoso nacionalismo del petróleo
que acabaría con la participación de las grandes potencias en dichos países. Esto fue el
comienzo de una gran revolución y confrontación de diferentes países, cuya política
petrolera era recientemente nacionalizada, contra magnates como los, ya mencionados,
Rusia y Estados Unidos.
La, ya conocida, “Nacionalización del petróleo”, se hace aún más evidente con el destierro
total de la industria francesa, estadounidense y británica, de las naciones de Argelia, Livia
e Iraq, ya participes de la OPEP.
Sin embargo, estas no son las únicas consecuencias de la creación de la OPEP. Los años
setenta serán testigos de las primeras grandes crisis del petróleo. Esta organización de
países productores toma la decisión, en 1974, de aumentar el precio del barril cuatro
veces más lo establecido hasta entonces, generando un desequilibrio económico y social
que afectaría en gran manera a los países no productores, pero que a su vez generaría una
lucrativa ganancia para ellos. La OPEP dio un golpe fuerte y demostró su soberanía e
importancia en el mercado global.
Por un lado, los países de la OPEP llenan sus bolsillos de “petrodólares”. Su economía
desborda. Aunque son solo unos pocos dirigentes, y no el país, quienes disfrutan de esta
prosperidad. Y por otro lado están los países que son afectados negativamente por la
crisis. No solo los no productores, sino también aquellas potencias, como Estados Unidos.
Pero es gracias a esta crisis y la necesidad de adquirir una nueva fuente de hidrocarburos
menos costosa, lo que lleva a las compañías petroleras a apostarle a la investigación y
exploración en sitios considerados poco rentables. Las tecnologías mejoraron y fueron
más asequibles. La prosperidad fue encontrada en lo, hasta entonces, considerado
imposible.
Pero, a pesar de la imponencia de Norte América, este aun debe enfrentarse a un mayor
enemigo, el agotamiento. Desde finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI comenzó a
hablarse de este término. La demanda mundial va en aumento con el sobre abuso y
consumo masivo de los productos petroleros. Otro país donde se hace evidente esta
enfermedad es China. Juntos compiten por alianzas con países con productos petrolíferos,
buscando obtener la mayor ventaja sobre el contrincante.
Conocer la historia nos hace entender la importancia y trascendencia del petróleo para el
avance de las naciones, sean productoras o no. Sin embargo, también nos muestra como
la avaricia y el ansia de poder de un país y sus dirigentes puede llevar a catástrofes y
sucesos inimaginables. Las grandes potencias, hoy conocidas, se han construido sobre un
mar de guerras, sangre y dolor. El poder político y militar de estas naciones, sobre pasan
los límites fronterizos, religiosos y hasta morales, para imponer sus intereses locales,
mientras seduce con la utopía de un “futuro mejor” para los habitantes de un
determinado país con recursos naturales.
Estamos en un momento donde cada país, cada gobierno, quiere conquistar el mundo,
controlar a los demás, sin ser controlado; influir, sin ser influenciado. Busca las armas
necesarias, las alianzas correctas. Quieren estar encima de los demás. Y no estaría mal
progresar, crecer, si tan solo eso no significase la destrucción de los demás.