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Dr.

Kléver Silva Zaldumbide


MEDICO ACUPUNTURISTA
Doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad Central del Ecuador
Especialización de dos años de postgrado en la República de China en
ACUPUNTURA Y MOXIBUSTIÓN

¿Cuál será el mensaje?


¿Cuá l será el mensaje de esta pandemia? ¿Será que es una señ al para que
todo sea un “borra y va de nuevo”? Hace algunas décadas atrá s, cuando
saludá bamos a nuestros padres cada mañ ana, eran frases como: “Buenos
días papacito o mamacita, deme la bendició n”. Luego fue: “Buenos días
Papito”, posteriormente, “Hola papi”, le siguió un “Que hubo pa” y si esto
seguía, probablemente hubiese sido solo una “hey p”.
No había tanto discrimen al vecino o a la vecina, nos saludá bamos con voz
alta y afectiva, estrechá ndonos fuerte las manos y a veces con un fuerte
abrazo, luego fue cambiando a un estrechamiento débil de manos y ahora a
solo un burdo choque de puñ os. El lenguaje afectivo físico se estaba
extinguiendo, el lenguaje afectivo verbal iba amputá ndose. Los niñ os del
barrio nos “llevá bamos” muy bien sin tantos complejos ni prejuicios,
jugá bamos inocentes y descuidados. Luego fue cambiando hacia un
discrimen manipulado por los padres sembradores de envidias, sectarismos,
grupitos que fueron destruyendo el sentido de amor al pró jimo,
inyectá ndoles a sus hijos selectividad de amistad entre compañ eros y
generando heridas por el “descole” en los “bandos” cada uno con sus
complejos y taras sociales actuales. Finalmente debió ser un virus invisible
el que dé la estocada final para así generar el ú ltimo empujó n hacia un
aislamiento social temporal pero contundente, para mantenernos alejados.
¿Quizá s se frenó el amor o será que el amor necesitaba una transformació n,
una “pulida” y que vamos a ser respetuosos y solidarios?
En la atropellada cotidianidad, con falta de tiempo para todo, ahora nos
damos cuenta lo que verdaderamente ha sido importante, el tiempo para
nuestro nú cleo familiar que estaba apocado y en vía de extinció n.
El ruido ha disminuido, con el silencio de las calles y el “frenazo” de la
frenética y estrepitosa vida que llevá bamos, hemos regresado a escuchar a
los demá s, pero, sobre todo, ha sido la oportunidad para escucharnos a
nosotros mismos y así, reflexivos, escuchar también la voz de Dios. Basta, en
la mañ ana, abrir nuestras ventanas para escuchar las aves y hasta la lluvia
clara en vez de los gritos de las personas, las ofensas y los insultos soeces
entre los conductores de los autos en la calle. El cielo azul en vez del humo
negro de la contaminació n y hasta la mú sica con tono de celebració n del
vecino que está con su familia reunida. Con miedo sí, pero no tenemos la má s
mínima idea cuan felices está n nuestros pequeñ os hijos con todo este
tiempo juntos para saber que sí tenían padres, que, aunque transitoria y
accidentalmente, tienen ahora la imagen paterna y materna que tanta falta
les hacía para no estar ná ufragos u huérfanos de afecto, de tiempo y de
ejemplo.
Está bamos má s ciegos que el que no puede ver, disfrutamos ahora hasta el
suave olor a limpio de la toalla, lo reparador de una ducha sin prisa,
desayunar despacio, sentir al fin la convivencia familiar que tanto nos hacía
falta y si estamos solos, podemos cadenciosamente hablar con nosotros
mismos. Nos hemos dado cuenta que podemos vivir con poco y no con todo
eso que tanto nos angustiaba no tener. La pandemia ha limpiado hasta la
basura que había dentro de nosotros, esa enfermedad que era nuestra
actitud de vacío, enseñ á ndonos los simples placeres de la vida pero que
llenan tanto, y que han estado en nuestra misma casa. Con esta Covid19 nos
dimos cuenta que nos necesitamos los unos a los otros.

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