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A assombrosa aceitação de Marx

Alberto Benegas Lynch (h) em artigo publicado pelo Instituto Independiente

Jean-Paul Sartre ha escrito que el marxismo todo lo impregna. A pesar de los estrepitosos
fracasos, de la pobreza y miseria que generó y genera y de las horrendas matanzas y
espeluznantes hambrunas que ha causado, a pesar de todo esto sus preceptos medulares
siguen en pie y con variadas etiquetas se lo sigue aceptando.

Un buen número de intelectuales se dejaron seducir por el marxismo que recién


abandonaron una vez que comprobaron de primera mano los desastres irreversibles que
produce. Hoy se suele renegar de la etiqueta marxista pero se adoptan y suscriben buena
parte de sus recetas, lo cual está presente en aulas universitarias, en círculos sindicales,
en medios periodísticos, en ámbitos empresarios, en iglesias, en organismos
internacionales financiados por gobiernos, en un número nada despreciable de los libros
publicados. Incluso los hay quienes se proclaman abiertamente anti-marxistas pero
incorporan sus principios.

Ha habido y hay fervientes revisionistas que objetan distintos aspectos del marxismo pero
vuelven una y otra vez a sus ejes centrales. Aparecen marxistas edulcorados que rechazan
enfáticamente la violencia sin percatarse que está en la naturaleza de todo régimen
totalitario el uso sistemático de la fuerza al efecto de torcer voluntades que pretenden
operar en direcciones distintas a las impuestas por los mandones de turno.
También ha habido casos de extraordinarios escritores que han demostrado gran disgusto
por todo tipo de abusos de poder pero muy paradójicamente se han declarado comunistas,
como es el caso de Tolstoi, especialmente en sus trabajos menos conocidos pero muy
sustanciosos, a diferencia de Dostoievsky quien recibió influencias bienhechoras de los
dos profesionales rusos becados en la cátedra de Adam Smith. Debido al sistema de
privilegios que lo rodeaba, Tolstoi consideraba que la institución de la propiedad privada
provenía del otorgamiento de prebendas. Tolstoi, a diferencia de Dostoievsky, no se
interiorizó del rol de la propiedad privada como esenciadísimo al efecto de asignarla en
las manos más eficientes para atender las demandas de la gente a través del sistema de
ganancias y pérdidas.

En el tercer capítulo del Manifiesto Comunista escrito en 1848 por Marx y Engels se
consigna el aspecto central de su tesis “pueden sin duda los comunistas resumir toda su
teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada”. Si no hay propiedad
privada, no hay precios, ergo, no hay posibilidad de contabilidad, evaluación de proyectos
o cálculo económico. Por tanto, no existen guías para asignar eficientemente los siempre
escasos recursos y, consecuentemente, no es posible conocer en que grado se consume
capital. Y conviene enfatizar que los daños se producen en la medida en que se afecte la
propiedad sin necesidad de abolirla.

A este enjambre crucial imposible de resolver dentro del sistema, se agrega el


historicismo inherente al marxismo, contradictorio por cierto puesto que si las cosas son
inexorables no habría necesidad de ayudarlas con revoluciones de ninguna especie.
También es contradictorio su materialismo dialéctico que sostiene que todas las ideas
derivan de las estructuras puramente materiales en procesos hegelianos de tesis, antítesis
y síntesis ya que, entonces, en rigor, no tiene sentido elaborar las ideas sustentadas por el
marxismo.

Esta dialéctica hegeliana aplicada a las relaciones de producción pretende dar sustento al
proceso de lucha de clases. En este contexto Marx fundó su teoría del polilogismo, es
decir, que la clase burguesa tiene una estructura lógica diferente de la de la clase
proletaria, aunque nunca explicó en que consistían las ilaciones lógicas distintas ni como
se modificaban cuando un proletario se ganaba la lotería ni cuando un burgués es
arruinado y en que consiste la estructura lógica de un hijo de un proletario y una burguesa.

Las contradicciones son aún mayores si se toman los tres pronósticos más sonados de
Marx. En primer lugar que la revolución comunista se originaría en el núcleo de los países
con mayor desarrollo capitalista y, en cambio, tuvo lugar en la Rusia zarista. En segundo
término, que las revoluciones comunistas aparecerían en las familias obreras cuando todas
surgieron en el seno de intelectuales-burgueses. Por último, pronosticó que la propiedad
estaría cada vez más concentrada en pocas manos y solamente las sociedades por acciones
produjeron una dispersión colosal de la propiedad tal como en un contexto más amplio
hoy explican autores como Anthony de Jasay cuando critican a Thomas Piketty.

En este muy apretado resumen periodístico, cabe mencionar que la visión errada de Marx
respecto a la teoría del valor-trabajo dio lugar a la noción de la plusvalía. Aquella
concepción sostenía que el trabajo genera valor sin percatarse que las cosas se las produce
(se las trabaja) porque se les asigna valor y no tienen valor por el mero hecho de acumular
esfuerzos (por más que se haya querido disimular el fiasco con aquella expresión hueca
del “trabajo socialmente necesario”).

En el primer libro que Marx y Engels escribieron juntos publicado en 1845, La sagrada
familia. Crítica de la crítica crítica aluden a estudios realizados por Bruno Bauer y sus
hermanos Edgar y Egbert. La obra contiene muchas aristas pero la que ahora subrayo es
el materialismo de Marx (determinismo físico según la terminología popperiana) ya
puesto en evidencia en su tesis doctoral sobre Demócrito.

Lenin era más sagaz que sus maestros ya que nunca creyó que el llamado proletariado
podía dirigir y mucho menos gobernar una revolución (ni en ninguna circunstancia). Por
eso escribió lo que aparece en el quinto tomo de sus obras completas en el sentido que
“no es el proletariado sino la intelligentsia burguesa: el socialismo contemporáneo ha
nacido en las cabezas de miembros individuales de esta clase”. Por esto también es que
Paul Johnson en su Historia del mundo moderno destaca que “Lenin nunca visitó una
fábrica ni pisó una granja”.

Curiosa es en verdad la noción de los marxistas sobre la división del trabajo: Marx y
Engels consignan en La ideología alemana que “en una sociedad comunista, en la que
nadie tenga una esfera exclusiva de actividad sino que cada uno pueda formarse en
cualquier sector que desee, la sociedad regula la producción general y por tanto me hace
posible hacer hoy una cosa y mañana otra, cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar
ganado al atardecer, criticar después de cenar, como me apetezca, sin convertirme nunca
en cazador, pescador, pastor o crítico”.

A pesar de esta visión idílica, la violencia está indisolublemente atada al marxismo. Por
esto es que en el antedicho Manifiesto comunista declara que “no pueden alcanzar los
objetivos más que destruyendo por la violencia el antiguo orden social”. Por esto es que
Marx en Las luchas de clases en Francia en 1850 y al año siguiente en 18 de Brumario
condena enfáticamente las propuestas de establecer socialismos voluntarios como islotes
en el contexto de una sociedad abierta. Por eso es que Engles también condena a los que
consideran a la violencia sistemática como algo inconveniente, tal como ocurrió, por
ejemplo, en el caso de Eugen Dühring por lo que Engels escribió El Antidühring en donde
subraya el “alto vuelo moral y espiritual” de la violencia.

Lo dicho no va en desmedro de la conjetura respecto a la honestidad intelectual de Marx


en cuanto a que su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación no la reivindicó una
vez aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por Carl Menger en 1870 que echaba
por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el
primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía
redactados los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción
al segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la
aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el
primer tomo y a pesar de ser un escritor muy prolífico se abstuvo de publicar sobre el
tema central de su tesis de la explotación y solo publicó dos trabajos adicionales: sobre el
programa Gotha y el folleto sobre la comuna de Paris.

Parte de la tesis de esta nota estriba en que, mal que les pese a "los progres" y a los
"fachos", la manía de identificar una postura intelectual por la localización geográfica de
derecha e izquierda presenta una falsa disyuntiva.
La representación más fuerte de las derechas está constituida por el nazi-fascismo. En los
hechos, Hitler tomó cuatro pilares del marxismo: la teoría de la explotación, el ataque a
la propiedad, el antiindividualismo y la teoría del polilogismo. Por su parte, Mussolini
fue secretario del Círculo Socialista y colaboró asiduamente en el periódico Avenire del
Lavoratore, órgano del movimiento socialista, época en que sus lecturas favoritas incluían
a George Sorel, Kropotkin y la dupla Marx-Engels. Luego fue colaborador del diario Il
Populo y director de Avanti. Tal como consigna Gregorio De Yurre en Totalitarismo y
egolatría , "era la figura más destacada y representativa del ala izquierdista del marxismo
italiano".

En realidad, tanto los nazis como los fascistas, al permitir el registro de la propiedad de
jure pero manejada de facto por el gobierno, lanzan un poderoso anzuelo para penetrar de
contrabando y más profundamente con el colectivismo respecto del marxismo que,
abiertamente, no permite la propiedad, ni siquiera nominalmente.

Entre los autores que han enfatizado las similitudes y parentescos de la izquierda y la
derecha se destaca nítidamente Jean-François Revel, quien en La gran mascarada apunta:
"No se puede entender la discusión sobre el parentesco entre el nazismo y el comunismo
si se pierde de vista que no sólo se parecen por sus consecuencias criminales sino también
por sus orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales".

Tengamos muy presente lo que señala el ex marxista Bernard-Henri Lévy en su Barbarism


with a Human Face : "Aplíquese marxismo a cualquier país que se quiera y siempre se
encontrará un Gulag al final". Respecto de la social democracia de Eduard Bernstein
conviene subrayar que a pesar de su revisionismo respecto de Marx, insiste en el
redistribucionismo que significa reasignar factores productivos desde las áreas preferidas
por los consumidores hacia las deseadas por los aparatos estatales, con lo que el
consiguiente derroche de capital reduce salarios e ingresos en términos reales. La actual
quiebra de los llamados "sistemas de seguridad social" coactivos en distintas partes del
mundo, los desplantes del sindicalismo compulsivo, la maraña y caos fiscal son el
resultado de la antedicha visión, que termina empobreciendo a quienes se dice se desea
proteger y la destrucción del derecho a manos del pseudoderecho, son algunos de los
resabios marxistas.

Es de interés remontarse a Marx y tomar su noción de ideología como algo enmascarado,


un engaño que oculta otros intereses, por ende, en este contexto, se trata de algo falso que
encubre intenciones espurias. En esta línea argumental, toda cultura sería ideológica
excepto la marxista que sería transideológica. En un sentido más amplio y de acepción
más generalizada, un ideólogo es aquel que profesa un sistema cerrado, terminado e
inexpugnable. En otros términos, lo contrario al liberalismo que, por definición, está
abierto a un proceso de constante evolución.

Es así que, en definitiva, la tesis marxista, crítica de la ideología y de la religión (“el opio
de los pueblos”) se convierte en una ideología y en una caricatura de religión con dogmas,
creencias y ortodoxias no susceptibles de revisarse y los que han pretendido alguna
oposición han sido condenados severamente como herejes. Una propuesta cerrada y
terminada que debe tomarse en bloque.
En todo caso, es pertinente detectar la conexión entre ideología y violencia, puesto que el
peligro es enorme de cazas de brujas cuando se considera que se posee la verdad absoluta
y se busca el poder. El adagio latino lo explica: ubi dubium ibi libertas (donde no hay
dudas, no hay libertad puesto que se sabe a ciencia cierta donde dirigirse sin necesidad de
sopesar alternativas ni decisiones).

Es muy fácil para el ideólogo deslizarse hacia el uso de la fuerza “para bien de la
humanidad” aun destrozando las libertades del hombre concreto. Si está todo dicho y es
la verdad absoluta hay una tentación para imponerla y excomulgar a los no creyentes. Son
seres apocalípticos que pretenden rehacer la naturaleza humana y a su paso dejan un
tendal de cadáveres. Son “redentores” que aniquilan todo lo que tenga visos de humano.
Son militantes (esa palabreja espantosa que usan algunos desprevenidos) que obedecen
ciegamente los dictados de sus dogmas y consignas tenebrosas.

Fonte:

https://ataqueaberto.blogspot.com/2020/05/a-assombrosa-aceitacao-de-marx.html

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