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y diagnósticos.
Bruno Ruiz
Fatalismo aparte, la desacralizació n del arte dio frutos que nutrieron reformas
en materia artı́stica que hoy luchan en contra de la asimilació n salvaje por parte
del capitalismo. Sin embargo, al no existir movimientos sociales claros qué
legitimar, es decir, al pervivir en una é poca en la cual la tolerancia es la bandera
que el sistema despliega para cobijar las estructuras de normalizació n traducidas
en apatı́a, estas formas de arte son como cubetadas de agua ante un incendio
forestal. Los creadores de arte sı́ piensan –claro que lo hacen- en có mo destruir
las amarras, sin embargo no pueden dejar de existir inmersos en un sistema
burocrá tico que superpone la rentabilidad a la osadı́a, y la estimulació n
econó mica a la utopı́a.
El sistema de becas, por ejemplo, que sostiene una gran parte de la creació n
artı́stica en Mé xico se rige a partir de reglas que devienen de un modo de
producció n que prioriza el impacto en medios dentro de la é lite del arte
institucionalizado. El objeto artı́stico es contemplado desde su viabilidad
econó mica, viabilidad que pretende la legitimació n de un sistema que deja fuera
todo aquello que no es estandarizable, encasillable o etiquetable segú n el
ré gimen esté tico vigente. Al mismo tiempo, este modo de producció n desplaza el
cará cter procesual de algunas formas de hacer hacia un ejercicio de compra-
venta con el Min de concluir en un producto de “calidad efectiva” que pueda
generar capital. Resulta obvio, pues, que en un sistema de producció n como é ste
cualquier intento por insertar temá ticas que tiendan a la movilizació n y
generació n de conocimiento esté tico, polı́tico y social no dejan de jugar en el
á mbito de lo naive y se quedan en el sentimentalismo unilateral de alguien que
pretende salvar al mundo desde una trinchera situada en el vacı́o.
Las preguntas saltan y se revuelcan: ¿qué hacer ante un panorama ası́?, ¿có mo
romper con estas inercias?, ¿có mo hacer para que el arte permeé o acompañ e los
Mlujos sociales y deje a un lado los soliloquios de revolució n? Las discusiones son
muchas y las teorı́as má s, pero algo es cierto: la respuesta no está en la esté tica.
Hay que dejar esa á rea a los publicistas, a los arquitectos, a los urbanistas y a los
polı́ticos. Habrı́a que repensar el arte como á reas de conocimiento e
investigació n que inventen nuevas subjetividades: el arte y el teatro como matraz
de imaginarios, como lugar de alquimia para nuevas subjetividades que
expandan sus raı́ces hasta todos los rincones de la sociedad. Habrá que
reinventar al artista como sujeto actante que detone su propio crá neo con tal que
los sueñ os sirvan de alimento para la historia; un artista revolucionario desde la
propia vulnerabilidad -porque carece de un aparato legitimador-, un individuo
social que se ratiMique a sı́ mismo desde el arte, participante, activo, un activista
del espı́ritu humano. El arte, el artista y el mundo como rizomas polı́ticos,
sociales y humanos indestructibles por tanto, y sobrevivientes del Apocalipsis
solipsista.