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una corona de oro en la cabeza y una rosa y un banderín en la mano derecha. El banderín tiene escrita
su misión como diosa: Protectora de las aguas, Diosa de las cosechas.
En 1939, Gilberto Antolínez registró el mito de María Lionza, cuando se encontraba haciendo una
recopilación etnográfica de los aborígenes. Esta fue la primera investigación que se hizo y que se siguen
haciendo en torno al símbolo de la mujer, lo femenino, la madre y la naturaleza, elementos
fundamentales de este mito y de la cultura venezolana.
En general, en los ambientes académicos venezolanos se considera que este culto rural de principios de
siglo era una síntesis de algún tipo de prácticas y creencias de origen indígena que soportaron el empuje
de la evangelización católica y se mezclaron posteriormente con elementos africanos traídos por los
esclavos que fueron llegando a las haciendas de la región. En cualquier caso, los detalles específicos de
estas mediaciones permanecen en la oscuridad y son todavía objeto de especulación.[4]
El culto a María Lionza se extiende por buena parte de Venezuela, principalmente en la zona central del
país. Pero es en la montaña del Sorte, en Yaracuy, donde tiene su máxima expresión. Los creyentes de
este culto van a la montaña, y llenan todos los lugares disponibles para armar sus portales y realizar sus
ritos. Subiendo a un lado del río que baja de la montaña, se puede ver a los feligreses que se sumergen
en los pozos y se bañan bajo las caídas de agua, para hacer purificaciones y despojos.