Sei sulla pagina 1di 31

MARTIN RIVAS- BLEST GANA

Texto de 1862 considerado la primera novela escrita en chile

Resumen: En Santiago del siglo XIX (Chile), en 1850, proveniente de una buena familia del
norte de Chile (Copiapó), un joven muy talentoso de buena apariencia, cuya familia ha caído
en desgracia económicamente, llamado Martín Rivas, es hospedado por los Encina, una
familia principal de la creme de la clase alta capitalina radicada en un barrio aristocrático
cercano a Campo de Marte (actual Barrio Dieciocho colindante con el Parque Cousiño). Don
Dámaso -padre y cabeza de la familia- acoge a Martín por tener deudas de gratitud con el
fallecido padre de éste, José Rivas, debido a que la simiente de su fortuna personal se debe
a la venta de una mina de propiedad del difunto. A cambio del hospedaje, el joven Rivas se
encarga de las contabilidades de Don Dámaso, quien es además un encumbrado y
respetado personaje social y político (partido conservador) de la sociedad chilena, muy
convulsionada en aquella época marcada por corrientes políticas importadas (liberalismo
radical) y además por convencionalismos y prejuicios discriminativos vigentes (véase
Sociedad de la Igualdad). Pronto Martín se gana la estima y confianza de Don Dámaso y le
confía mayores responsabilidades rechazando recibir pecunio por sus servicios.
Martín ingresa a estudiar Leyes al Instituto Nacional, donde conoce a un enigmático amigo:
Rafael San Luis, muy respetado en su entorno, quien lo ayuda a adaptarse más fácilmente
a ese ambiente desconocido y hostil. El carácter pueblerino de Martín le hará pasar más de
una mala jugada en Santiago y contrastará fuertemente frente al ambiente discriminativo en
que se desenvuelve, pero su amigo, Rafael, le ayuda a salvar esas situaciones. Martín
pronto destaca en las aulas por su expresividad oral y claridad de pensamientos. Esta
amistad con San Luis gravitará fuertemente en el destino de Rivas.
Don Dámaso, es un hombre entrado en años, apasionado ( y voluble) por la política, su
mayor sueño es senador de la República, tiene una pintoresca y a la vez rígida familia, muy
propia de la época, conformada por Doña Engracia y sus dos hijos mayores (aunque el
autor dice al menos haber tres hijos menores más pero los omite): Leonor y Agustín, este
último, un esnob, dandi, siútico, pintoresco, sofisticado, alegre y a la vez voluble e ingenuo
varón educado en Francia y que usa y abusa de los muchos modismos franceses para
expresarse.
Leonor por su parte, es una sorprendente beldad, inteligente y atractiva joven de 19 años,
de hermosa cabellera negra y ojos verdes, muy consciente de su elevada posición social y
de su incuestionable belleza física, por lo que goza desdeñosamente de los favores de los
más preciados y encumbrados pretendientes de la sociedad santiaguina, como si fuere la
cosa más natural de la vida. Dos de ellos, el buen mozo empleado público Emilio Mendoza
y el muy adinerado, pero feo y tímido Clemente Valencia, compiten por los favores de una
aparentemente indiferente Leonor. Muy cercana a la familia está la familia Elías, compuesta
por el severo, interesado y calculador Don Fidel, la romántica doña Francisca (hermana de
Don Dámaso) y la dulce prima Matilde, quienes los visitan regularmente.
Martín, de carácter provinciano, sufre con dignidad y firmeza los sutiles desaires que su
condición social ostenta ante el encumbrado ambiente plagado de siutiquerías en que se
mueve; pero, no puede evitar sentir admiración desde el primer momento y enamorarse por
primera vez en su vida de la agraciada hija de Don Dámaso, Leonor Encina. La
extraordinaria hermosura, posición social e inteligente personalidad de la agraciada
muchacha y por sobre todo, su pobreza, le hace medir la inconmensurable distancia entre
ambos. Acongojado, Rivas decide mantener a toda trance oculto sus sentimientos ya que
no posee ninguna esperanza de ser correspondido debido a su condición socio económica,
aunque se las arregla para mantenerse siempre cerca de ella.
Orgullosa, altanera y soberbia, Leonor intenta humillar sutilmente al protegido de su padre,
por considerarlo; provinciano, de orgullosa dignidad y osado para la condición social que
ostenta; pero en realidad la razón que la lleva a comportarse de esta singular manera es
que no cree producir en Martín el mismo efecto de sumisión y admiración que produce en el
resto de los jóvenes que la rodean, que caen rendidos a sus pies, y siendo estos de mucho
mejor condición social. La aparente firmeza con que Martín se resiste a caer en sus redes
es un desafío para su vanidad de mujer. Martín percibe las manipulaciones y el rechazo sutil
de Leonor, pero mantiene a todo trance su dignidad, con humildad ocultando celosamente
sus intensos y secretos sentimientos.
Matilde Elías, la hija de Don Fidel y prima de Leonor, está enamorada de Rafael San Luis;
pero un prometedor romance mantenido en el pasado con el enigmático joven había sido
truncado al empobrecer súbitamente la familia de Rafael San Luis, por lo que Don Fidel
había optado por alejar a San Luis de Matilde usando los oficios de Don Dámaso, quien
terminó por romper en definitiva el enlace. Tanto Rafael como Matilde no se habían olvidado
el uno el otro; pero no habían hallado la forma de poder reconciliarse y reencontrarse, hasta
que gracias a la intervención de Leonor con Martín oficiando este de intermediario ante San
Luis y Leonor con Matilde, logran finalmente reencontrarse y reanudar sus proyectos
matrimoniales. Ayudaba a la reconciliación el hecho de que Rafael San Luis había heredado
un fundo llamado "El Roble", que despertaba el vivo interés y codicia de don Fidel. Es
precisamente en estas conversaciones celestinas que Martín mantiene con Leonor, con el
objeto de reencontrar a esta pareja, en que se entabla en las entrelíneas, una enconada
batalla entre la dignidad de Martín ejercida con firme humildad; y el orgullo y la soberbia de
la hermosa muchacha.
Mientras tanto, Martín hace amistades en la clase media, especialmente ayudado por
Rafael San Luis (fiel enamorado de la prima de Leonor -Matilde-, pareja que constituye un
segundo núcleo en la historia). Rafael San Luis frecuenta además una familia de "medio
pelo" (clase media) bastante especial, los Molina, compuesta por su madre, la pícara y
ambiciosa Doña Bernarda; la desdeñosa, dura de corazón y hermosa Adelaida; el intrigante
y flojo, pero ambicioso Amador; y la dulce, tímida y buenamoza Edelmira. Rafael San Luis y
Martín son invitados frecuentes de las tertulias que se organizan en la casa de los Molina, a
los que se suma el afrancesado Agustín, quien intenta seducir a Adelaida. Los Molina
interpretan en estas visitas como una señal de aceptación de su grupo en los más altos
círculos de la clase alta criolla. Juntamente con esta situación de tertulias, la buenamoza y
romántica, pero tímida Edelmira se enamora abnegadamente de Martín a quien él, sin
embargo, considera solo una fiel e íntima amiga, pero que cobrará un significativo papel en
el desenlace de la historia, además Edelmira descubre muy a su pesar que el corazón de
Martín pertenece a Leonor.
Esta amistad le traerá a Martín desencuentros con el brusco y destemplado capitán de
policía, Ricardo Castaños, quien está loco de amor por Edelmira. Así mismo, el siútico
Agustín se meterá en más de un problema por conquistar a la hermana de Edelmira, la
astuta y bella Adelaida, quien junto a su hermano Amador lo manipula y solo lo considera un
franchute encumbrado y además un bobo de marca mayor, pero gradualmente lo enreda en
un escabroso y falso compromiso matrimonial con Adelaida con tal de escalar en estatus
social. Agustín, entonces, tendrá que recurrir a Martín para poder zafarse de los enredos en
que se mete. Adicionalmente, la impredecible Adelaida mantiene un secreto cuya revelación
desatará consecuencias insospechadas. Los oficios de Martín en el reencuentro entre
Matilde y San Luis, la absoluta confianza de Don Dámaso en la delegación e inteligente
conducción como encargado de sus negocios, la intervención exitosa en el lío de faldas de
Agustín y por sobre todo la dignidad del provinciano, hacen que Leonor se fije, sin querer
reconocerlo, en Martín.
Leonor, al ver que no puede vencer la dignidad ni puede ejercer su control sobre Martín,
empieza a fijarse sin querer en su escurridizo enamorado, descubriendo que por sobre su
relativa pobreza, Martín cobija en su ser las bondades de un verdadero hombre, de alma
noble y generosa, lo que la lleva -casi por descuido- a abrir una nueva puerta en su corazón
a un poderoso mundo de sentimientos y sensaciones nunca antes sentido por ella, después
de muchas peripecias y luchas con su orgullo propio. Será su prima Matilde quien la hará
revelar así misma sus incipientes sentimientos respecto de Martín y de la delicadeza de su
comportamiento esquivo. Leonor inteligentemente busca ayuda e información sobre las
actividades de Martín, pues cree que el corazón de Martín está depositado en alguna
persona de sus frecuentes visitas, averigua y cree erróneamente que Martín está
enamorado de Edelmira, cuando en realidad el amor de la muchacha esa ni siquiera es
conocido por él. Esta situación le provoca un desconocido y gélido sentimiento de despecho
y la coloca como una rival a quien ella considera como mujer de medio pelo o inferior rango
social, lo que la mortifica y la hace armarse de mayor soberbia; pero también provoca que
aumente su interés en Martín.
Gracias a Martín y Leonor, Rafael San Luis y Matilde están a punto de materializar su
compromiso y Don Fidel saca alegres cuentas por la prórroga del arriendo de un fundo
llamado "El Roble", de propiedad de Rafael San Luis; pero una escabrosa situación
presentada en forma vengativa por Doña Bernarda en defensa de su mancillada hija
Adelaida se pone al descubierto; Adelaida ha quedado embarazada de San Luis en uno de
sus ocultos amoríos y esto ha sido mantenido en secreto por ambos, hasta que lo confiesa
bajo presión a su furibunda madre al momento de dar a luz. La inesperada revelación rompe
el compromiso con Matilde, sumiendo en la desgracia a ambos jóvenes. Nada puede hacer
Martín al respecto y Matilde, aconsejada por Leonor, desprecia para siempre a San Luis.
Rafael decide pasar un tiempo como anacoreta y opta por refugiarse en La Recoleta
Franciscana.
Otra situación se desarrolla casi a la par con los acontecimientos anteriores. Edelmira es
conminada por su ambiciosa madre, en connivencia con Amador, a contraer matrimonio con
el recientemente ascendido capitán de policía, Ricardo Castaños, a lo que la joven se opone
tenazmente por no amarle y decide escapar a Renca, hacia una casa de una tía y pide a
Martín que la acompañe. Esta situación es descubierta y usada por el celoso capitán
Castaños y Amador para hacer aparecer a Martín ante los ojos de la familia Encina y en
especial a los ojos de la esposa de don Dámaso, la señora Engracia como un tunante
secuestrador de mujeres. Al ser encarado, Martín confirma en cierto modo su participación
en el hecho sin dejarle opción a mayores aclaraciones y no solo recibe el profundo
desprecio de Leonor cuando intenta justificarse ante ella quien se comporta con altanería y
sarcasmo ya que ella cree que esta acción confirma que Martín está enamorado de
Edelmira; si no que se le obliga tácitamente a abandonar el seno de la familia que lo acogió
muy a pesar de Don Dámaso quien ve perder a su brazo derecho.
La creencia de que Martín tiene amores con Edelmira la despecha profundamente ya que
no soporta ser la rival de una mujer de medio pelo y Leonor vuelve a armarse de la aparente
coraza de la indiferencia, arrogancia y soberbia; cuando en realidad esto solo aviva su
interés por Martín. Martín viaja a Copiapó aquel verano de 1851 a visitar a su madre y
hermana, después de rendir exitosamente sus exámenes para abogado para ver a su
familia. Al hacer un análisis sincero de sus sentimientos, Leonor tiene que reconocer casi
con enfado que ha estado enamorada de Martín desde hace tiempo al sentir hondamente
su ausencia y que le ha tratado con severidad cuando el joven se intentó disculpar y
justificar su actuación en cumplimiento del favor que le había solicitado Edelmira y empieza
a dudar de sus propias convicciones y ha reafirmar el nacimiento en su ser de un poderoso
sentimiento.
En marzo, Martín vuelve a la capital en 1851 conminado por Rafael san Luis para unirse a la
causa del Partido Liberal. Martín es invitado a alojarse en casa de San Martín y allí abraza
la causa liberal a la que su amigo le ha invitado como una forma de que olvide a Leonor.
Rafael san Martin interpela a Rivas Será por medio de Matilde que Leonor se entere de que
Martín ha vuelto a la capital, lo que la llena de encontrados sentimientos nostálgicos y
alegría. Leonor intenta por medio de la amistad entre Agustín y Martín que este regrese a la
mansión de los Encina, pero los hechos políticos contingentes impiden este paso.
Edelmira, en el intertanto al saber que Martín ha debido abandonar la casa de los Encina
por su causa, se apersona ante Leonor para excusar a Martin y aclarar situaciones, Leonor
al principio la recibe con soberbia; pero al aclarar ante la bella aristócrata de las rectas
intenciones de Rivas y que nunca hubo amoríos entre ellos, ni mucho menos secuestro,
cambia totalmente de actitud alegrándose de la aclaración, confirmando definitivamente a
Edelmira para desdicha de ella que Leonor como mujer corresponde a Martín.
Sintiéndose Martín aún despechado y despreciado por la anterior actitud de Leonor y
convenciéndose cada vez más de las ideas liberales de su amigo San Luis, como una forma
de olvidar a la bella muchacha y en un acto que considera de patriotismo absoluto, Martín
se ha incorporado a las ingentes luchas políticas de la época y su vida corre peligro, pues
se planea un importante levantamiento armado revolucionario. A sugerencia de Rafael San
Luis, Martín escribe una expresiva carta póstuma a Leonor donde le declara abiertamente
sus sentimientos y la envía con un criado de Don Dámaso.
El golpe armado la noche del 19 de abril de 1851 fracasa. Rafael San Luis es herido de
muerte en una balacera con el regimiento Chacabuco. El regimiento pro-liberal e insurgente,
El Valdivia, se pasa para el lado del gobierno y el levantamiento fracasa. San Luis muere en
pos de sus ideales en brazos de Martín, lo cual lo afecta de corazón.
Leonor, esa lúgubre madrugada, recibe la carta póstuma de Martín por parte del criado y al
leerla la inunda por un lado de felicidad al saber que Martín corresponde a su amor
incipiente; pero se llena de tribulaciones al escuchar los balazos del enfrentamiento
revolucionario y de la suerte que corre Martín. Martín, herido, es perseguido por las calles
por ser opositor y activista y se refugia en casa de los Encina como su última opción. Es
recibido personalmente por Leonor quien lo lleva a una de las habitaciones, mientras en las
calles, Amador y Castaños le buscan por todos lados.
Leonor al ver a Martín en peligro de muerte le asiste y derriba definitivamente el poco
orgullo que otrora la caracterizaba al enfrentar la intensa mirada de Martín. Al verse
enfrentados, Martín y Leonor se confiesan definitivamente el mutuo amor que desde hace
tiempo guardaban. Martín ve realizarse en esos momentos difíciles su sueño: el corazón de
Leonor -aquella otrora mujer orgullosa y soberbia, cuya belleza y riqueza era la deseada por
los más encumbrados de la sociedad- le pertenece solo a él. Martín es detenido como
opositor al gobierno y llevado a una cárcel donde espera condena.
Leonor intenta hacer que su padre, Don Dámaso, interceda por Rivas y al ver que su padre
es débil ante las circunstancias, revela sus sentimientos a su familia, lo que causa una
profunda impresión en el ánimo de su familia. Don Dámaso no se atreve a oponerse a la
voluntad de su hija e intenta mover influencias en el Ministerio del Interior, pero fracasa.
Finalmente Martín es rematado, puesto en capilla y condenado a muerte por fusilamiento.
Leonor cree morir al saber la noticia y que ni sus influencias ni su riqueza y belleza pueden
hacer nada por cambiar la suerte de Martín; pero aún hay una tenue esperanza, Edelmira,
quien es pretendida por el capitán de policía de Santiago, Ricardo Castaños. Leonor suplica
a la muchacha que sacrifique su felicidad por la vida de Martín ofreciéndose en matrimonio
a Castaños si salva a Martín. La muchacha promete al capitán Castaños que, si ayuda a
Martín a fugarse al Perú, ella se casará con él si lo desea. Se hacen los arreglos y Martín
escapa a Valparaíso. Martín viaja por vapor a Perú, donde tramitan su indulto. Edelmira se
casa con el capitán Castaños bajo la complacencia de su madre y Agustín se enlaza con su
prima Matilde. Mientras tanto, Don Dámaso le comunica a todos su matrimonio de Martín
con Leonor. Don Dámaso Encina le encomienda a Martín todos sus negocios para poder
continuar en una carrera ascendente y él poder dedicarse de lleno a la política, que era su
pasión.
LOS PASOS PERDIDOS- ALEJO CARPENTIER
LA VORÁGINE- JOSÉ EUSTASIO RIVERA
Arturo Cova nos cuenta su historia y la de Alicia. Alicia estaba condenada a casarse con un
terrateniente viejo pero rico. Ella decide tener un amorío con Arturo Cova, un poeta culto,
mujeriego y pobre, esperando que esto logre salvarla del matrimonio. Pero el prometido de
Alicia condena a la cárcel a Arturo, y la pareja de amantes decide huir al Casanare. Allí
encuentran a los amigos que los acogen y ayudan: don Rafo, y la pareja de Griselda y Fidel
Franco.

Franco, quien tiene una fundación, la empeña con la promesa de que Zubieta, el dueño de
un gran hato con mucho ganado, le venda 1000 reses en rebaja, pero a cambio debe
cogerlas. Esto resulta ser una mentira de Zubieta con el objeto de quitarse de encima a
Barrera, un cauchero que prometía oro y riquezas buscando convencer a todos de que lo
siguieran en la explotación del caucho. Entre estas personas se encuentra Griselda, a quien
Barrera buscaba convencer con dulces promesas y regalos. Griselda y Alicia, quienes
solían salir solas, muchas veces encontraban a Barrera. Arturo explota en celos ante la
posibilidad de que Alicia le sea infiel con Barrera, se emborracha y decide huir al hato de
Zubieta. Allí se enfrenta con Barrera, quien le pega un tiro en el hombro.

Arturo sale junto con el mulato Correa tras de Franco a coger los toros, pero a su regreso
descubre que Barrera ha mandado asesinar a Zubieta. Barrera trae a un juez corrupto, y
obliga a los demás obreros a ser testigos de que el crimen fue cometido por Arturo y
Franco. Ambos descubren que Griselda y Alicia los han abandonado. Estallan en cólera,
locura y euforia, incendian los llanos y huyen: La devoradora falange iba dejando fogatas en
los llanos ennegrecidos, sobre cuerpos de animales achicharrados, y en toda la curva del
horizonte los troncos de las palmeras ardían como cirios enormes.

El traquido de los arbustos, el ululante coro de las sierpes y de las fieras, el tropel de los
ganados pavóricos, el amargo olor a carnes quemadas, agasajáronme la soberbia; y sentí
deleite por todo lo que moría a la zaga de mi ilusión (...).

Segunda parte: Arturo Cova, Franco, Correa y el Pipa huyen al Vichada. Allí encuentran
diferentes tribus indígenas. Están los aborígenes del bohío, descritos como dóciles, astutos
y desconfiados, quienes los aprovisionan para el viaje. Luego encuentran a la tribu nómada
de los guahibos. Son descritos como una tribu ingenua, supersticiosa y rudimentaria. Arturo
y sus camaradas son bienvenidos por la tribu, la cual los despide con una gran fiesta al
ritmo de tambores, bailes y chicha fermentada. Al reanudar el viaje, casualmente
encuentran a Helí Mesa, quien había estado bajo el mando de Fidel Franco cuando todavía
era parte del ejército.

Helí contó cómo fue engañado por Barrera y cómo este había traicionado a todos los
hombres y mujeres que lo seguían. Les había hecho entregar todas sus posesiones y los
dejó como esclavos bajo el dominio de dos de sus camaradas. Los encadenaron y lanzaron
un bebé a los caimanes. En medio de estos abusos, Helí aprovecha para escaparse junto
con dos indios maipireños. Los fugitivos deciden continuar hacia el Vaupés, buscando
vengarse de Barrera. Los maipireños perecen en una de las fuertes cascadas del río. El
Pipa se fuga con los indios guahibos.

En el Guaviare encuentran al anciano cauchero Clemente Silva. El anciano, que se


encuentra muy enfermo, tiene sus piernas llenas de llagas, y, entre las llagas, gusanos. Ha
sufrido todo tipo de maltratos durante 16 años. Su espalda está cubierta de las cicatrices de
los latigazos. El anciano cuenta que es originario de Pasto, y salió en búsqueda de su hijo
de 12 años, quien había huido con los caucheros. Luego de haberlo estado buscando por
ocho años, durante los cuales él mismo fue cauchero y esclavo, lo encuentra ya enterrado.

Tercera parte: Cova y sus compañeros continúan su camino junto con Clemente Silva. Se
proponen recoger los huesos del hijo de Silva, los cuales fueron decomisados por el
Cayeno, para luego continuar con su venganza. Clemente Silva continúa narrando cómo
cambió de dueño de cauchero en cauchero. Silva buscó quedarse cerca a la tumba de su
hijo, en las selvas brasileras, hasta que pudiera exhumar sus huesos. En este tiempo duró
perdido dos meses en la selva, durante los cuales perdió la razón y sus compañeros
perecieron. Cova y sus compañeros llegan a ver a la madona, Zoraida Ayram, la cual pide
que "traicionen" a Cayeno en nombre de una deuda que este tiene con ella. Allí encuentran
a Ramiro Estévanez, un antiguo amigo de Cova, y al Váquiro, quienes presenciaron la
masacre de San Fernando del Atabapo, bajo el dominio del coronel Funes. Cova, para
ganar el favor y la confianza de la madona, se hace su amante.

Cova y sus compañeros encuentran a Griselda, quien fue adquirida por la madona, y trae
noticias de Alicia. Asegura que Alicia siempre fue fiel a Arturo, y aún sigue como esclava de
Barrera. Arturo finalmente logra reencontrarse con Alicia, y luchando vence a Barrera. Alicia
da a luz a un sietemesino, hijo de Arturo, y temiendo que el recién nacido se contagie de
alguna peste, todos huyen a la selva.

Epílogo: Es el fragmento de una carta que el cónsul de Manaos dirige al ministro de


Colombia y que da cuenta de la suerte de Cova y sus compañeros con esta frase: Ni rastro
de ellos. ¡Los devoró la selva!

Arturo Cova: Protagonista principal de la historia. Es un personaje tan atractivo por su vitalidad y
realismo, que la mayoría de los críticos caen en la tentación de acabarlo en unas cuantas líneas,
subrayando sus contradicciones e inestabilidad. Sin ser inexactos, juicios abundan como el de
María Teresa Cristina que transcribimos a continuación: [cita requerida] Personaje de gran complejidad
psicológica, contradictorio como pocos, poeta de algún renombre pero fracasado, movido por un
ideal abstracto que no logra conciliar en la realidad a la vez sentimental y violenta de lo teatral y
lo melodramático. Oscila entre una visión ideal de sí mismo, que lo lleva a atribuirse el papel de
redentor de los caucheros o de héroe demoníaco, y una añoranza de la dorada mediocridad
ciudadana, que él ha abandonado en busca de sus aspiraciones, de la libertad, la aventura y la
riqueza.
Alicia: Pareciera obvio suponer que el personaje que sigue en protagonismo a Arturo Cova es
Alicia. En un principio se podría señalar efectivamente como la co-protagonista, pero desde la
estancia de la pareja en La Maporita otros personajes empiezan a adquirir relieve. Cuando Cova
abandona a Alicia en la fundación de Franco, la muchacha prácticamente desaparece de
escena hasta que su amante da nuevamente con ella. Y cuando ocurre el reencuentro Alicia
apenas vuelve a intervenir. En ese momento incluso adquiere mayor importancia Griselda, con
quien se da el primer contacto.
Griselda. Aunque es la mujer de Fidel Franco, decimos que es una de "las mujeres de Cova"
porque de alguna manera se siente el nefasto influjo del desamor en este y porque en buena
parte los desaires de Cova acaban promoviendo su huida con Barrera.
"Fidel Franco" Es el amigo antioqueño de Arturo Cova, marido de la niña Griselda. Se conoce
con Arturo Cova en la Maporita cuando Don Rafo los lleva a él y a Alicia allí. Es el amigo que se
va con él y con el mulato Correa hacia las caucheras.
Clarita. Prostituta venezolana algo pasada en años que presta sus servicios particulares a
Zubieta, quien la retiene con la eterna promesa de desposarla para llevarla luego a su tierra, con
sus padres.
Zoraida Ayram. Es una negociante cuarentona que funda en las dificultades de comercio que
ofrece el medio selvático, la clave de su oficio.
Zubieta. Es el dueño del hato donde Fidel Franco, quien le dirige la vaquería, ha construido su
fundación La Maporita.
Narciso Barrera. Hombre sumamente hábil que consigue lo que desea mediante halagos y
seducción.
Helí Mesa. En el ejército (Antes del tiempo en que se circunscribe la acción de la novela) fue
subalterno de Franco quien entonces era teniente.
Antonio Correa. "El negro" Correa era hijo de Sebastiana, mujer que sirve en casa de Fidel
Franco.
Pajarito de Monte y Cerrito de la Sabana. Son dos indios Guahibos que ayudan a los del grupo
de Cova en su huida, una vez han ingresado en la selva.
Petardo Lesmes. Capataz del Cayeno al que todos conocen con el sobrenombre del Argentino.
Se convierte en explotador de sus otros amigos a quienes con engaños de su evasión conduce
y luego vende al ex-presidiario.
El Pipa. Es una especie de Narciso Barrera condenado al fracaso y constantemente reducido a
la miseria. De alguna manera puede juzgarlo como una víctima de la violencia, si bien ha
aprendido desde bien temprano que para sobrevivir en el medio no hay más alternativa que
obrar como victimario.
El Escritor y el Cónsul. Son personajes que intercambian notas al principio y al final de la novela
– envío el prólogo y el epílogo – y cuyas funciones son enteramente ajenas a la trama de la
obra.
Fonti Lopez:Es el mejor amigo de Clarita la venezolana y juntos comparten historias míticas
sobre la selva y sus alrededores, además comparten gustos similares por el ganado.

CIEN AÑOS DE SOLEDAD


Gabriel García Marquez
I etapa: fundación y primeros años de Macondo Desde que Úrsula Iguarán se casó con
su primo José Arcadio Buendía, teme engendrar un niño con cola de cerdo como
consecuencia del parentesco. Por ello, se niega temporalmente a consumar el matrimonio.
Esto es causa de que Prudencio Aguilar se burle de José Arcadio Buendía quien, ofendido,
lo mata en duelo para salvar su honor. Desde entonces, el fantasma de Aguilar lo persigue y
José Arcadio decide irse del pueblo. Inspirado por un sueño durante su travesía en la selva,
José Arcadio Buendía decide quedarse en ese punto del camino y fundar Macondo, pueblo
que crece poco a poco.

El pueblo recibe con frecuencia las visitas de los gitanos. Su líder, Melquíades, trae siempre
artefactos y objetos que obsesionan a José Arcadio Buendía. Para entonces, el joven
matrimonio ya ha concebido a tres hijos: José Arcadio, Aureliano y Amaranta. Además,
adoptan a Rebeca, la hija de unos parientes. El incesto es una preocupación constante en
Úrsula, quien con los años observa cómo Receba y su hijo José Arcadio se enamoran y se
casan. A Macondo llega la peste del insomnio, la cual trae consigo la del olvido. Un brebaje
de Melquíades pone fin a la peste. El éxito es tal que el gitano se queda a vivir en Macondo,
tiempo en el cual escribe unos pergaminos que solo serán descifrados muchos años
depués. El patriarca, José Arcadio Buendía, vuelve a encontrarse con el fantasma de
Aguilar y enloquece. La familia, entonces, lo amarra a un árbol del patio trasero, donde
morirá de un infarto.

II etapa: la guerra civil y el coronel Aureliano Buendía Al estallar la guerra civil,


Aureliano Buendía lucha contra los conservadores, comandando un grupo de soldados de
Macondo. Nombra a su sobrino Arcadio como jefe civil y militar del pueblo. Arcadio había
sido el fruto de una relación de amantes entre José Arcado hijo y Pilar Ternera, regente de
un prostíbulo. Fue criado en casa de sus abuelos a condición de que se le ocultara su
origen. Creció pensando ser hijo del gran patriarca. Cuando es nombrado jefe de Macondo,
Arcadio se vuelve un dictador y tiraniza el pueblo. Muere fusilado por los conservadores.
Durante su actividad como líder de los liberales, el coronel Aureliano Buendía enfrenta un
total de 32 batallas, de las cuales sale siempre perdedor. Cansado, pronto el coronel
comprende que la lucha armada no tiene sentido. Con el tiempo, Aureliano firma un tratado
de paz, tras el cual intenta suicidarse. Regresa a Macondo, donde pasará el resto de su
vida haciendo y rehaciendo pescaditos de oro.

III etapa: la fiebre bananera Aureliano concibe 17 hijos de madres diferentes. Uno de ellos,
llamado Aureliano Triste, promueve el tren a Macondo, lo que activa el comercio y permite
la llegada de inventos como el telégrafo y el cine. Esto atrae la inversión de un grupo
extranjero en una plantación de bananos. La plantación genera la ilusión de prosperidad del
pueblo, pero una huelga de trabajadores hará que todo esto acabe en una auténtica
masacre. Los inversionistas, luego de haber explotado el pueblo, se retiran con su dinero y
Macondo vuelve a la pobreza. A partir de ese momento, el pueblo sufre lluvias constantes
por casi cinco años. Úrsula, la matriarca centenaria que ha cuidado de toda la familia,
espera el fin de las lluvias para morir y descansar el paz.

Durante los últimos tiempos de Úrsula, nace Aureliano (Babilonia), el último descendiente
de los Buendía. Aureliano es hijo natural de Meme y Mauricio Babilonia, un aprendiz de
mecánico que siempre es perseguido por un enjambre de mariposas amarillas. La religiosa
y tiránica madre de Meme, Fernanda del Carpio, se opone a la relación, saca a Mauricio del
camino, manda a Meme a un convento, le quita al niño y lo cría haciéndole creer que ha
sido encontrado en una canastilla.

IV etapa: el fin de Macondo Pasan los años y poco a poco el pueblo se va vaciando.
Aureliano Babilonia, que se caracterizaba por ser sabio, pasa la vida descifrando los
pergaminos que había escrito Melquíades. Entre tanto, regresa de Europa su tía Amaranta
Úrsula, casada con Gastón. Sin saber de su parentesco, ambos se enamoran, Gastón se va
pero ella queda embarazada. Durante el parto, en el que ella muere, da a luz a un niño con
cola de cerdo. Aureliano intenta buscar ayuda, pero al no encontrar más que a un cantinero,
se emborracha y se queda dormido. Cuando despierta y regresa, el niño ha sido devorado
por las hormigas. Finalmente, Aureliano logrará descifrar los pergaminos de Melquíades:
«porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda
oportunidad sobre la tierra». Entonces, todo Macondo será arrasado y sepultado por un
huracán.

EL TRISTE FIN DE POLICARPO CUARESMA


LIMA BARRETO

Part One The whole first part takes place in Rio de Janeiro. Quaresma is shown as a wise,
but naïve nationalist who spent years of his life in private studies on Brazil. After 30 years,
he finally found the right time to put in action his plan for improvement of Brazilian
government and society. Quaresma is fluent in German, French and English; however, he
only reads works of Brazilian authors or foreign authors whose works were about Brazil. His
favorite authors were those who were considered the most patriotic: José de Alencar and
Gonçalves Dias.
He is seen as eccentric by his neighbors. Lima Barreto shows Quaresma's neighbors as
pedant and mediocre people, a criticism of the urban society of late 19th century. For
example, the shallow relationships between the daughter of General Albernaz, Ismênia, and
her fiancé. She appears to be a disinterested girl who thinks that the only purpose in life for a
woman is to find a husband; her fiancé is a man who is lauded just because he finished
college. General Albernaz, who is a neighbor of Quaresma, is a miserable man: in spite of
his high title, he never fought a single battle. He lies about military deeds, and in fact, he only
achieved generalship because of his many years in service. Other characters are seen as
purely mediocre: none of them has real value and are bureaucrats.
Quaresma's plan is soon put in action: he sends a requirement to the Brazilian Chamber of
Deputies requesting a change in the official language of Brazil. He wanted the Tupi
language, which is indigenous and pure Brazilian, in the place of Portuguese, since
Portuguese was "imported" from the European settlers. Quaresma was seen as crazy by the
press and was harshly satirized. To worsen the situation, Quaresma accidentally sent a
document in Tupi to the Ministry, and was fired. The story continues in an asylum, where
Quaresma was sent after these events. However, his friend Coleoni and his goddaughter
Olga still believed in him and his plan.

Part Two The second part of the book illustrates the struggles of the rural properties in
Brazil. Healthy and retired, Quaresma is convinced by Olga to sell his house and buy a
countryside estate. He tries to prove the fertility and richness of Brazilian soil, which was so
praised by the Portuguese in the letter of discovery sent to the Portuguese king in the 1500s.
Quaresma's plan was to promote the agricultural development of Brazil, in hopes of bringing
economical growth to the country. However, his property is infested by sauva ants, invasive
plants and succumbs to weather. In spite of his efforts, the property fails. In addition, he sees
himself dealing with the small mentality and defamation by the town's politicians and people,
who cannot understand his political neutrality. In the end, Quaresma abandons his property
to go support the President in Rio against the Navy.
Part Three The last part is the climax of the book. During the Second Naval Revolt
(Segunda Revolta da Armada), Quaresma is finally disappointed by the crude reality of the
Brazilian government. When the revolt erupts, Quaresma takes President Floriano Peixoto's
side and quickly comes back to Rio, to help the President in the confrontation.
Upon his arrival in the capital, Quaresma is received by Floriano Peixoto, and brings him a
document on difficulties of the national agriculture. However, Peixoto pays no attention to the
document. As a supporter of the regime, Quaresma is put in charge of a squad, albeit his
lack of military experience. In his squad, many of the soldiers had been forced to enlist,
including his friend and guitar teacher, Ricardo Coração-dos-Outros (this character's last
name is actually a pun, meaning "Heart-of-others"). Quaresma becomes deeply
disappointed when he sees the violence of the regime and its arbitrary acts. He soon
realizes Peixoto's contempt about him and becomes even more disappointed when he kills
one of the rebels.
When the revolt is subdued, Quaresma is put in charge of prisoners. At that point, all his
illusions about Brazil had vanished. After seeing the unfair executions and cruelties
committed against the prisoners, he sends a letter exposing the situation to the President.
The President, who actually had ordered those crimes, accuses Quaresma of treason and
arrests him. Quaresma's goddaughter and Ricardo try to save him, but are not successful. In
the end, all his projects failed: his attempt to make Tupi language official, the agricultural
enterprise and his trust on the Brazilian government. Quaresma is finally executed by the
President he admired, and for the sake of the country he loved.

PEDRO PÁRAMO- JUAN RULFO

En la primera parte del libro, predomina la historia del encuentro de Juan Preciado con los
muertos al llegar a Comala que le ayudan a reconstruir la historia de su madre y del pueblo
y en la segunda parte, predomina la historia de Pedro Páramo con Susana San Juan y el
derrumbe del cacique tras la muerte de su amada. Juan Preciado llega a Comala a buscar a
Pedro Páramo, su padre, para cumplir la última voluntad de Dolores Preciado, primera
esposa de Pedro con quien éste se casó por conveniencia, para cubrir las deudas que Don
Lucas Páramo su padre tenía hacia la familia Preciado.

Juan Preciado encuentra en Comala sólo los murmullos de los muertos que le sirven de
guía para descubrir y conocer la historia de su padre. Pedro Páramo hereda la Media Luna:
«Toda la tierra que se puede abarcar con la mirada». Abundio Martínez es otro hijo de
Pedro Páramo que indica a Juan el camino para llegar a casa de Eduviges, al llegar, ésta le
dice que lo estaba esperando porque Dolores le avisó que iría a verla; al tiempo reconoce
Juan que Eduviges también está muerta como lo estaba Abundio, y escucha las voces de
los que se han ido. Juan recuerda lo dicho por su madre: «Allá me oirás mejor. Estaré más
cerca de ti. Encontrarás más cerca la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que
alguna vez la muerte ha tenido alguna voz».

Eduviges cuenta a Juan la vida de su madre con Pedro Páramo, la noche en que murió
Miguel Páramo y su entierro. Miguel Páramo era odiado por el padre Rentería por haber
matado a su hermano y violado a su sobrina Ana. Por la noche interrumpe el sueño de Juan
una mujer llamada Damiana Cisneros con quien continua charlando y recorriendo el pueblo
hasta que ella desaparece como un murmullo más. Juan llega al espacio que habita
Dorotea la Curraca y es aquí donde se da a entender que Juan Preciado narra la historia a
ésta mujer ya desde la tumba: Sí, Dorotea. Me mataron los murmullos. Aunque ya traía
retrasado el miedo. Se me había venido juntando, hasta que ya no pude soportarlo. Y
cuando me encontré con los murmullos se me reventaron las cuerdas.

La historia de Pedro páramo continúa, Susana San Juan regresa a Comala con su padre
después de treinta años de ausencia y haber quedado viuda de su primer matrimonio, para
acercarse a ella, Pedro manda matar a Bartolomé San Juan padre de Susana. Comienza la
revolución y al pasar por Comala los villistas llegan a la Media Luna a pedir dinero a Pedro
Páramo para el movimiento, Pedro pide a Fulgor Sedano quien trabaja para él desde
tiempos de Don Lucas, que se una a ellos. Surge también la guerra cristera de la que el
padre Rentería forma parte, matan a Fulgor y en su lugar Pedro Páramo envía a Tilcuate
ofreciéndole tierra y ganado para su familia. La enfermedad física y mental de Susana San
Juan se viene a menos desde la muerte de su esposo y finalmente muere. Nadie en el
pueblo asiste al entierro de Susana, por el contrario Comala se llenó de fiesta por los
peregrinos que llegaban de otros lados tras escuchar el prolongado repique de las
campanas. La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se
hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá
había feria. Se jugaba a los gallos, se oía la música; los gritos de los borrachos y de las
loterías. Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el cielo gris.
Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don Pedro no hablaba. No salía de su
cuarto. Juró vengarse de Comala: -Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre. Y
así lo hizo. Pedro Páramo es apuñalado por Abundio Martínez, también su hijo, al pedirle a
Pedro una limosna para el entierro de Refugio su mujer. Dio un golpe seco contra la tierra y
se desmoronó como si fuera un montón de piedras.

Personajes principales

Pedro Páramo: Eje de la novela. Cacique del pueblo. Temido por todos, está acostumbrado
a obtener lo que quiere violentamente: mujeres, tierras y poder. Dueño del rancho «La
Media Luna» que heredara de su padre Lucas Páramo. Representa la autoridad y el poder
en Comala. Su personaje se endurece tras la muerte de su hijo Miguel, característica que se
prolonga y acentúa hasta la muerte de Susana San Juan, único personaje que roba el
sueño de Pedro Páramo.

Juan Preciado: Llega a Comala en cumplimiento de la última voluntad de su madre Dolores


Preciado, primera mujer de Pedro Páramo que le pide regresar a su pueblo natal a buscar a
su padre y exigirle lo suyo, misión que no cumple porque su padre hace tiempo que ha
muerto. Juan Preciado es el puente entre un mundo y otro, el de los muertos y los vivos.

Susana San Juan: Compañera de la infancia de Pedro Páramo, es tal vez esa nostalgia lo
que lo mantiene enamorado de ella hasta su muerte. Se va de Comala con su padre y
regresa treinta años después con un desequilibrio mental ocasionado por la muerte de su
primer esposo Florencio. Representa el ideal de belleza para Pedro Páramo y es
presentada por el autor con un extraordinario lirismo poético.

Miguel Páramo: Único hijo que Pedro acepta y recibe en su casa al morir su madre.
Personaje autoritario, muere violentamente dejando una gran pena en su padre.

Padre Rentería: Sacerdote del pueblo, representa la corrupción de la iglesia al absolver a


Pedro Páramo incluso en sus crímenes. Termina uniéndose a los cristeros en la revolución.
Dolores Preciado: Esposa de Pedro Páramo y madre de Juan. Deja Comala y se va con su
hermana. En su lecho de muerte pide a Juan regresar a Comala a buscar a su padre y
cobrarle el olvido en que los tuvo.

Abundio Martínez: Hijo de Pedro Páramo, primer persona que conoce Juan Preciado en su
viaje a Comala, le informa que Pedro Páramo ha muerto y lo manda a la casa de Eduviges
Dyada. Borracho por la muerte de su compañera Refugio, se dirige a la Media Luna a
pedirle dinero a Pedro Páramo para el entierro de su mujer y encontrarse allí lo apuñala por
la espalda.

Comala: Voz colectiva expresada en murmullos de sus fallecidos habitantes que narran la
historia de su pueblo y del cacique Pedro Páramo que murió como fueron muriendo todos.

LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ


CARLOS FUENTES

La muerte de Artemio Cruz (1962) reconstruye la vida de un hombre poderoso que está
agonizando, a través de saltos en el tiempo y de enfoques narrativos y técnicas cambiantes.

Comienza la novela con el retrato introspectivo en primera persona de Artemio Cruz. Un


autorretrato en el que podemos entender que se encuentra enfermo o malherido postrado
en su lecho. Desde este punto de vista de un hombre en su lecho de muerte va a ser
narrado todo el relato. La novela intercala las impresiones de Cruz moribundo en la cama
con sus sueños, sus reflexiones y sus recuerdos, todo un recuento de su vida, sus amores,
sus momentos heroicos y mezquinos, su valor y su cobardía, en definitiva toda la
retrospectiva de una vida agitada desde sus últimos estertores.

La novela no está estructurada en capítulos, sino en pequeños fragmentos que entrelazan


las sensaciones de Artemio Cruz en su lecho de muerte con el recuerdo de los momentos
más importantes de su vida, de forma que la novela es un continuo flash-back y recuento de
esas memorias. Este resumen intenta seguir y ser fiel a esa misma estructura.

Desde ese lecho recuerda el día anterior. Un viaje en avión desde Hermosillo, Sonora,
hasta la Ciudad de México. Por su relato nos vamos enterando de que Artemio Cruz es un
hombre de negocios y esos negocios no siempre son precisamente legales. Los va
enumerando: Transportadores de pescado entre Sonora, Sinaloa y el D.F., un periódico,
inversiones en bienes raíces (México, Puebla, Guadalajara, Monterrey, Culiacán,
Hermosillo, Guaymas, Acapulco), domos de azufre en Jáltipan, las minas de Hidalgo,
concesiones madereras en la Tarahumara, la participación en la cadena de hoteles, la
fábrica de tubos, el comercio de pescado, las financieras de financieras, la red de
operaciones bursátiles, las representaciones legales de compañías norteamericanas, la
administración del empréstito ferrocarrilero, los puestos de consejero en instituciones
fiduciarias, las acciones en empresas extranjeras -colorantes, acero, detergentes- y quince
millones de dólares depositados en bancos de Zurich, Londres y Nueva York.

Luego enumera los pasos que integraron esa riqueza: Préstamos a corto plazo y alto interés
a los campesinos del estado de Puebla, adquisición de terrenos cerca de Puebla
previniendo su crecimiento gracias a la intervención del presidente en turno, adquisición de
terrenos para fraccionamientos en la Ciudad de México, adquisición del diario metropolitano,
compra de acciones mineras y creación de empresas mixtas mexicano-norteamericanas
donde fungirá como hombre de paja para hacer cumplir la ley, hombre de confianza de
inversionistas norteamericanos, intermediario entre Chicago, Nueva York y el gobierno de
México. Manejo en la bolsa de valores para inflarlos, deprimirlos, comprar o vender a su
antojo y utilidad, jauja y consolidación definitiva con el presidente Alemán, adquisición de
terrenos ejidales arrebatados a los campesinos en las provincias del interior, nuevos
fraccionamientos y concesiones en la explotación maderera. Junto a Artemio Cruz en su
lecho de muerte se encuentran Catalina y Teresa, su esposa y su hija.

1941: julio 6

Artemio Cruz va a la oficina en su limusina y al pasar por Bellas Artes ve a su mujer y su


hija entrando a una tienda de vestidos de novia. Él se reúne con los gringos, hablan de la
explotación de azufre y él negocia sus ganancias ya que va a ser el front-man, el hombre de
paja. Dice que pueden explotar la mina hasta bien entrado el próximo siglo, pero que a él no
lo van a explotar ni un minuto más. Luego va a comer con Padilla, su secretario para
celebrar el éxito del trato con los gringos mientras su hija y su esposa van a desayunar a un
Sanborns. En la calle una pelea de perros asusta a su mujer Catalina y ellas deciden
regresar a su casa de las Lomas.

Las reflexiones y los recuerdos se mezclan en la cabeza de Artemio Cruz tendido en la


cama. Por una parte empezamos a intuir que su relación con su mujer y su familia no es
precisamente buena y por otra nos narra sus pensamientos, sus convicciones, sus
deseos… Por ejemplo admite que siempre envidió y quiso ser como los del norte, como los
gringos y que por eso hizo negocios con ellos, para de alguna forma sentirse aceptado por
ellos, sentirse su igual. Desprecia a los de aquí, a los mexicanos y admira a los gringos pero
se da cuenta de que no es igual que ellos que ven todo en blanco y negro, bueno y malo. Él
sabe que todo extremo contiene su propia oposición.

1919: mayo 20

Narra la visita de Artemio Cruz al Sr. Gamaliel Bernal, diciéndole que fue el último hombre
que vio a su hijo con vida, compartió celda con él. Ahí ve por primera vez a Catalina, la hija
de Bernal. Cenan juntos y hace piecitos con la hija por debajo de la mesa. Gonzalo Bernal,
el hijo de Gamaliel, fue fusilado en Perales, pero antes Cruz tuvo una conversación con él.
Cuando la tropa fue dispersada por el presidente Carranza Artemio decidió ir a Puebla,
consciente de que después de la revolución saber un apellido, una dirección, una ciudad es
saber mucho. Pretende aprovechar esta situación y se ríe al pensar que es él el que regresa
en vez del hijo fusilado.

Antes de ir a casa de Bernal Artemio hace averiguaciones en el pueblo. El confidente de


Bernal es el padre Páez, todo el mundo le debe dinero en el pueblo, aunque este año tiene
deudas pues los campesinos se rebelaron y se negaron a utilizar sus tierras. Los deudores
también se rebelaron y ya no le quieren pagar más. Artemio urde algo para quitarle las
tierras a don Gamaliel. Promete dar préstamos a todos los campesinos a un interés más
bajo que Gamaliel y propone que los derechos del viejo hacendado pasen gratuitamente a
sus manos. Eso le cuenta al cura y éste se lo cuenta a don Gamaliel. La hija y el padre
hablan de esto y la muchacha se queja de cómo la miraba Cruz. El padre piensa que Cruz
es el nuevo mundo surgido tras la guerra civil, la generación nueva que viene a destituir a la
vieja destruyéndola. Don Gamaliel le dice a su hija que ese hombre puede salvarlos, que él
se merece vivir los últimos años de su vida en paz. Artemio convence a Gamaliel de que
entregue las tierras que le piden los campesinos que son malas, gane así su confianza y
ellos pronto irán a trabajar las tierras fértiles de ellos. Hasta puede pasar por un héroe de la
reforma agraria.

Artemio Cruz piensa casarse con Catalina y para ello espanta a un tal Ramón que la
pretendía. En la cama Padilla, su secretario, le trae a Artemio las grabaciones de sus
conversaciones del día anterior, donde discute con los que dirigen su periódico y unos
gringos sobre unos asuntos sindicales de los ferrocarrileros y como esto los puede
perjudicar. Luego le ponen una inyección y se duerme. Empieza de nuevo a recordar.

1913: diciembre 4

Recuerda algunos días de la revolución, cuando Cruz se encontraba con los alzados en un
pueblo, al lado de una mujer que conoció, Regina. Pasan días felices en el pueblo que está
sirviendo de cuartel a los rebeldes. Sin embargo los federales mandan una contraofensiva y
Cruz debe salir de nuevo al campo a combatirlos. Va a caballo con los suyos pero sus
pensamientos están en el pueblo con Regina. De pronto los atacan. Su caballo cae abatido
por las balas y él huye pensando de nuevo en Regina. Encuentra a un soldado herido, pero
lo abandona para ver qué ha sucedido. Al rato aparece otro de los suyos con el herido en
brazos ya muerto. Cruz hace ademán de huir pero el soldado lo detiene diciéndole que los
federales ya huyeron, que llegó la caballería y los vencieron, que no se ve bien, que
regresen al cuartel. Artemio asiente pensando en Regina y en que ahora todos sabrán de su
deserción en la batalla. Sin embargo el soldado le dice que le recibirán como a un héroe
pues él y sus hombres detuvieron sin querer el avance de los federales y así consiguieron
que la caballería pudiera reaccionar a tiempo.

Llegan al pueblo y allí descubren que los federales entraron por sorpresa al pueblo y
aunque no pudieron llegar al cuartel se vengaron en los barrios aledaños. Artemio en unos
árboles donde han ahorcado a algunos del pueblo encuentra a Regina. Lo llevan a acostar
para que descanse y él recuerda sus momentos felices con Regina. Entonces entra en la
fantasía de que ella no está muerta, sino que se fue hacia el sur, atravesó las líneas
enemigas y se fue al siguiente pueblo donde le estaría esperando en otra habitación. Con
estas ensoñaciones monta su caballo y atravesando las líneas de los federales siembra la
muerte y la destrucción y se dirige hacia el sur. Desde su lecho de muerte Artemio Cruz de
nuevo maldice a su hija y su esposa que se han quedado a su lado por el interés, por el
dinero, pero que en el fondo odian todo lo que tienen pues todo se lo ha dado él.

Vuelve a oírse una grabación donde hablan de los beneficios de Cruz administrando los
empréstitos norteamericanos en los ferrocarriles y como esos líderes comunistas le quieren
estropear el negocio. En la represión policial parece que hay un muerto y Cruz ordena a su
periódico que tape la noticia y que la policía cierre la imprenta donde los trabajadores
piensan publicar la noticia. También hablan de los negocios de la construcción de una
carretera que Cruz quiere que pase por unas tierras que él compró, pero otro, Juan Felipe
Couto, que también tiene tierras por allí quiere lo mismo y como planea difamarlo desde su
periódico con noticias sobre sus líos de faldas. Artemio piensa como su mujer, su hija y su
yerno Gerardo quieren apresurar su muerte para quedarse con sus riquezas. Hacen que
venga un cura. Llega el yerno y Artemio se ríe de él. Las mujeres dicen que está fingiendo,
que no se va a morir y que solo se está riendo de ellas una vez más. Discuten y luego
callan, mientras el cura le unta un aceite en el cuerpo a Artemio y pronuncia su «Ego te
absolvo».

De nuevo entre sueños Cruz piensa que vivió setenta y un años sin darse cuenta de cómo
funcionaba su cuerpo, pero hoy enfermo empieza a ser consciente de él. Pues la sangre
que recorrió durante años una arteria con dificultad hoy ya no lo hará más, se parará y así
se quedará estancada, pudriéndose. Entonces Catalina, su mujer, se acercará a él para
preguntarle si necesita algo. Acariciará su frente y vendrá a recordarle, aunque sea al final,
que la soberbia es superflua y la humildad necesaria. Sus dedos querrán calmar su dolor y
decirle tal vez lo que no le dijeron hace cuarenta y tres años.

1924: junio 3

Recuerda aquí Cruz como su mujer Catalina vive a su lado después de la muerte de su
padre. Como ella se pregunta a sí misma por qué no puede ser con su marido igual de
noche que de día, se pregunta si él siente realmente amor por ella. Mientras Cruz hace sus
negocios con los campesinos y los convence para que le favorezcan a él y no a un tal
Pizarro que también tiene tierras y un molino. Les dice que ya no lleven sus cosechas al
molino de Pizarro. Catalina sigue recordando a su padre y meditando sobre su situación
actual al lado de Artemio. Catalina recuerda los últimos días de vida del padre, como él
mismo organizó todo y le heredó a su hija y designó al yerno usufructuario y administrador.
Los recuerdos de Catalina se entrelazan con la historia de la enemistad de Cruz y Pizarro.
Ella se pregunta si no tiene derecho también a ser feliz, él quiere ganarse su amor, ser un
hombre nuevo para ella, darle a entender que el tiempo duro ya ha pasado. Él desea borrar
el origen de su alianza y hacerle entender que la había amado desde la primera vez que la
vio en el pueblo, antes de saber quién era. Pero ella no puede olvidar como él llegó para
quitarles todo. Lo ama pero al mismo tiempo no puede perdonar. Se debate entre olvidar y
aceptar la posibilidad de una vida feliz o mantener hasta el fin el rencor que siente. Tienen
un hijo y otro en camino.

En la presidencia municipal postulan a Cruz para diputado federal, postulación arreglada


meses antes en Puebla y México a través de un gobierno que reconocía sus méritos
revolucionarios, el haber abandonado el ejército para cumplir los postulados de la reforma
agraria y el haber instaurado el orden en la comarca ante la ausencia de autoridad. Los
matones de Pizarro le apuntan cuando sube al templete pero antes de que puedan disparar
los partidarios de Cruz los matan. Finalmente discutan Cruz y su mujer y aunque Artemio le
pide que olvide, que perdone, que sabe que lo quiere; ella se niega, le dice que no, que
nunca podrá hacerlo. Así quedan los dos sin ofrecer o aceptar disculpas, separados
definitivamente, fracasado el amor.

Cruz va entonces a ver a una muchacha india que lo había recibido en su casa durante el
primer embarazo de su mujer y la lleva a la casa grande, diciéndole que a partir de ahora
ella vivirá allí. Catalina lo espera arriba en la recámara arrullando al hijo. En el lecho oye las
grabaciones de Padilla. Teresa y Catalina están preocupadas porque no saben si Artemio
ha dejado o no testamento y dónde se encuentra. Esto les puede acarrear muchos
problemas y tratan de sacarle esta información. Pero él en sus pensamientos las maldice,
por haberles dado todo y no habérselo agradecido. Porque, ¿qué hubieran sido sin él?,
unas pobres clasemedieras, porque él les dio todo sin pedirles nada. Hubieran preferido que
él fuera un empleaducho, pero él fue por todas, hay que ser de arriba o de abajo, no de en
medio, sin embargo ellas siguen teniendo la cabeza de la mediocridad. Él recuerda a
Regina que dio su vida por él y que se amaron. Desde el lecho con el olor del incienso del
cura recuerda otros tiempos. Recordará a sus hijos, al padre Páez, a esa mujer que amó
con cuatro nombres, Regina, Laura, Catalina, Lilia. Recordará una conversación con el
mayor Gavilán en un burdel después de la revolución, donde los hombres hablarán con la
lengua del poder, de su futuro, de sus planes de servir a la patria siempre que eso ayude a
sus intereses personales, que les ayude a enriquecerse y los que vengan después de ellos
que se apañen. Rechazará la culpa de una moral que no escogió, que se encontró ya
hecha. Artemio Cruz querrá ser inocente.

1927: noviembre 23

Donde se narra el encuentro de Cruz con un comandante de la policía que mientras juegan
a la ruleta rusa lo intenta convencer para que se ponga de su lado, es decir, del lado del
presidente entrante, que piensa fusilar a los curas, y en contra del anterior. Una visita a la
casa de citas de la Saturno con el general Jiménez y los suyos mientras su mujer Catalina
esconde al padre Páez en el sótano de su casa. A la mañana siguiente después de recibir
una llamada, el diputado Cruz se dirige a ofrecerle su lealtad al nuevo presidente y allí
encuentra al general Jiménez y a otros que han ido a hacer lo mismo que él. Sigue desde la
cama disimulando, fingiendo que intenta recordar donde guardó el testamento. De pronto
dice que en el doble fondo de un estuche de caoba. Ellas lo buscan en una mesa y lo
encuentran, pero al abrirlo allí no hay nada. Sigue oyendo las cintas de Padilla donde se
oyen las conversaciones en que Cruz habla con el subsecretario y lo insta a reprimir a los
huelguistas o él y sus asociados retirarán su capital del país, más de cien millones de
dólares. Artemio delira. Piensa en cosas de comer. Piensa en su familia. Piensa que
chinguen a su madre. Reflexiones de Artemio Cruz sobre la chingada. Su masonería: la
orden de la chingada. Su ley: chinga o te chingarán.

1947: septiembre 11

Donde se narra unas vacaciones de Cruz con Lilia, una amante para las vacaciones. Van a
ir del hotel a un yate. Suben en una lancha que los llevará allí con un tal Xavier Adame.
Cruz observa a su amante comer durazno y coquetear con Adame. Sabe que van a quedar
en verse más tarde. Regresan al hotel y Lilia dice que va a acostarse a hacer la siesta. Él
espera un rato y cuando sube a la recámara Lilia ya no está allí. De nuevo en su cama
siguen los problemas con los ferrocarrileros y sus mujeres siguen buscando el testamento.

Un recuerdo que Catalina querrá compartir con Artemio. ¿Lorenzo sin tí en aquella
montaña? ¿Gonzalo contigo en este calabozo? Catalina querrá hacerle recordar esto para
hacerlo sentir culpable. Pero Artemio intentará recordar los días pasados con su hijo en su
hacienda de Veracruz antes de que el partiera para España, intentará recordar aquellos
días felices que su madre no conoció, tal vez para borrar el recuerdo culpable que Catalina
quiere imponerle.

1915: octubre 22

El capitán Cruz va con un destacamento a interceptar alguna columna jironeada y en fuga


de Francisco Villa. Con sus fuerzas leales a Carranza se interna en un cañón y los caballos
villistas les tienden una emboscada. El yaqui Tobías cae con su caballo y éste le aplasta las
piernas. Caen en poder del coronel villista Zagal que los quiere llevar a la prisión de
Perales. Lo montan a él en un caballo junto con el yaqui herido y se internan por los
vericuetos de la sierra que solo son conocidos por los villistas para llevarlos al poblado
chihuahuense y de allí a la prisión. Entran en una mina abandonada y el yaqui le dice que
en la entrada está lleno de chiflones, que ruede del caballo y que allí no lo han de encontrar,
que se olvide de él pues tiene las piernas rotas. Así lo hace. Desde su escondite oye los
rumores de su persecución y espera. Intenta salir, pero los villistas han clausurado la
entrada por donde él escapó con piedras. Busca el aire que sale por otras aberturas para
buscar otra salida. Por fin sale por una abertura con la mala fortuna de que allí le esperan
los villistas comiendo una cabra que han cazado.

Llegan al pueblo de Perales. Meten al yaqui en el calabozo y el coronel llama a Cruz para
que platique con él. Éste le propone que le informe de los planes de su ejército, pues sabe
que ellos no eran más que una columna de expedición, y que él lo dejará libre. Cruz se
niega y lo llevan al calabozo donde se encuentra el yaqui y el licenciado Bernal, un enviado
de Carranza, a que espere la hora del fusilamiento. Conversa Cruz con Gonzalo Bernal que
fue enviado allí por Carranza para intentar convencer a los villistas de que se rindan y
también le cuenta de Puebla y de los suyos. A Cruz no le gusta Bernal y sus modales de
intelectual en medio de una guerra y entonces decide contarle un plan falso al coronel, pedir
la vida del yaqui y dejar morir a Bernal.

Así lo hace y el coronel le dice que si los está engañando lo sabrán y lo fusilarán. No puede
hacer nada por el yaqui y los otros dos prisioneros son fusilados, pero en ese momento se
oye llegar a los de Carranza. En la confusión del ataque Cruz consigue desarmar al coronel
Zagal. Quedan solos pues todos los soldados villistas salen al encuentro de sus enemigos.
Se baten en duelo y Cruz mata al coronel. En su lecho de muerte lo visita Gloria, su nieta.
Siguen las rencillas familiares mientras parece que ya se han puesto bajo control los
problemas con los ferrocarrileros. Cruz vuelve a despreciar a su familia. No los odia,
simplemente no le interesan, los recuerda con la indiferencia de un trámite molesto y piensa
que por supuesto que por ahí hay un testamento donde se acuerda de todos. Para que se
sientan tranquilos. También se sentirá un sobreviviente, pues tuve que elegir, que tomar
decisiones y otros murieron a su paso. Decidir, escoger uno de los caminos, abandonar
todos los demás. Muchos morirán en el camino, pero él no, él sobrevivirá.

1934: agosto 12

Recuerda Artemio Cruz una temporada que pasó en París con una de sus amantes, Laura.
Platican en el departamento que ella acaba de arreglar, que por lo que entendemos le ha
puesto él para que puedan verse cuando quieran y recuerdan juntos aquella temporada en
París, los conciertos, las visitas a los museos. Recibe Laura de pronto la llamada de una
amiga, es Catalina, la mujer de Artemio y hablan sobre su departamento y un sofá que
Catalina le quiere comprar para su casa. Beben whisky y platican sobre su mujer, sobre
ellos, sobre París. Laura le insinúa que debe elegir, pero Cruz le dice que prefiere que todo
siga como hasta ahora, que esas cosas hacen daño, que deben guardar las apariencias.

Despierta Cruz con un terrible dolor en el estómago, como si le clavasen un puñal en el


ombligo. Sus mujeres se acercan asustadas y llaman al doctor. Éste lo observa pero es
incapaz de decir en qué consiste la enfermedad, una hernia estrangulada, una peritonitis, un
cólico nefrítico… Artemio recuerda de nuevo a su hijo. Como al principio lo dejó habitar el
mundo de su madre tan alejado del trabajo paterno, pero a los doce años lo llevó a Cocuya,
a la hacienda que había comprado solo para él, para que se criara en el campo, con la
caza, los caballos , el nado , la pesca. Recordará un día cabalgando con su hijo y
caminando por la playa escuchando los cantos jarochos y recordará cuando su hijo le habló
del mar y le dijo que ya había comprado un pasaje para un barco que partía dentro de diez
días. El hijo le dirá que al traerlo allí a Veracruz es como si hubiera vuelto a vivir la vida de
Artemio y le comunicará su intención de unirse al frente en la guerra civil española.

1939: febrero 3

Donde se narra como Lorenzo, el hijo de Artemio Cruz, se encuentra en una azotea con un
español, Miguel, en los últimos momentos de la guerra civil. Los dos cubren la retirada de
algunos soldados republicanos ametrallados por los fascistas. De pronto llegan los aviones
enemigos y empiezan a bombardear. Ellos deciden dejar su escondite y salen a la calle. Allí
se encuentran con unas mujeres que al verlos algo desorientados les dicen que vayan con
ellas. Salen todos de la ciudad y se encuentran frente a un puente. La decisión es clara: o
cruzarlo o esperar a que los fusilen. Miguel dice que la guerra ya está pérdida, que no les
queda nada más que huir, cruzar la frontera, llegar a Francia. Siguen caminando y Lorenzo
va escribiendo a su padre, sus impresiones de la guerra, de España, de las ilusiones
republicanas, de sus compañeros de armas… Siguen caminando y les llama la ilusión de
llegar a la frontera, mientras Lorenzo se va enamorando de Dolores, una de las milicianas
que los acompañan. Sin embargo ya en la fila de refugiadas que van a Francia con todas
sus pertenencias, de pronto oyen el ruido del motor de un avión. Todos se esconden menos
Lorenzo que es el único que trae un fusil con dos balas y entonces la ráfaga de metralla lo
alcanza y muere. Entre delirios Artemio Cruz oye los reproches de Catalina por la muerte de
su hijo, de la cual lo cree culpable. El por su lado piensa en la muerte de su hijo y en la carta
que recibió y en todas esas preguntas, ¿dónde, cuándo murió, quiénes lo acompañaban,
cuáles eran sus nombres, qué dijo, cómo iba vestido?

Mientras los médicos siguen discutiendo cual será la causa de la enfermedad de Cruz y él
de pronto vomita sus propios excrementos para horror de todos los presentes. Piensa
Artemio Cruz ahora desde la cama en la lectura de la carta de su hijo muerto y fantasea
sobre la posibilidad de haber escogido otra vida, piensa en qué hubiera sucedido si hubiera
hecho otras cosas, si hubiera tomado otras decisiones, qué hubiera sido de él, en qué se
habría convertido. Piensa en el recuerdo mismo y también en la muerte.

1955: diciembre 31

Donde se narra la fiesta de San Silvestre en la enorme residencia de Coyoacán de Artemio


Cruz. Allí está su amante Lilia, con la que parece vivir, ya que Catalina vive en su casa de
las Lomas. Cruz oficia toda la ceremonia desde su sillón, como el anfitrión-rey al que todos
rinden pleitesía y nadie se atreve a molestar. Manjares de todo tipo, champán y otras
bebidas, más de cien invitados y bailarinas exóticas. El poder festejándose a sí mismo.
Retrato de la hipocresía. Cruz de nuevo delira sobre su lecho, ahora parece que una
ambulancia lo lleva al hospital. Sus pensamientos vagan de nuevo por su pasado, sus
mujeres, las que lo amaron y él amó, por su hijo, sus muertos, su propia lucha contra la
muerte aquí y ahora. Lo bajan de la ambulancia y es mandado a la mesa de operaciones.
Recuento, recapitulación al borde de la muerte. Parece que Artemio Cruz ya se prepara a
morir y piensa en desprenderse de todo, deja todo y aún así hace recuento de los amores a
su tierra, de todas sus cosas, grandes y pequeñas, buenas y mezquinas, para tal vez
alcanzar la paz, ahora que el fin se junta con el principio y el origen con el destino.
1903: enero 18

Donde se narra un importante suceso en la infancia de Artemio Cruz, de la que hasta ahora
solo sabíamos que había pasado en Veracruz. El niño Cruz vive en una choza al lado del río
con el mulato Lunero haciendo velas y pescando. Por la narración de Lunero nos enteramos
de que Cruz lleva con él trece años y que es hijo de un terrateniente de aquellas tierras
venido a menos, un tal Atanasio Menchaca que robó las tierras a los anteriores propietarios
y luego se las robaron a él y lo mataron. Atanasio gustaba de ir por sus tierras violando a
cuanta india o mulata se pusiera a su paso y una de éstas fue la hermana de Lucero, madre
de Artemio. Al lado del lugar donde viven Lunero y Cruz vive también la anciana madre de
Atanasio, Ludivinia; que lleva treinta años encerrada en su casa, desde que su hijo murió y
les robaron las tierras, enloquecida; junto con su otro hijo borracho, Pedro.

Hace treinta años murió Atanasio y eso le permitió a Lunero quedarse con el niño, ya que
Atanasio lo hubiera mandado matar. Cuando las tierras pasaron al otro cacique llegaron
muchos hombres a trabajar sus tierras y Lunero tuvo que inventar el trabajo de las velas y
otros para poder seguir quedandose con Artemio y seguir viviendo allí, cerca de la casa de
los Menchaca. Pero ahora Lunero está preocupado pues ayer llegó a visitarlo el
enganchador del cacique y le dijo que se necesitaban hombres, que vendrían por él al día
siguiente. Sabe que hoy tendrá que abandonar al niño y se quiere asegurar que sabe hacer
bien su trabajo y que podrá apañárselas por él mismo. Artemio sospecha algo y cree que
los responsables de la marcha de Lunero son los de la casa de al lado, los Menchaca. Sin
hacer caso a las recomendaciones de Lunero se acerca a la casa, agarra una escopeta que
encuentra en la puerta y cuando ve a Pedro Menchaca le dispara en la cara asesinándolo.
La anciana Ludivinia sale al rato de oír el disparo y encuentra al enganchador que le
pregunta por el negro y el niño, pero ella no sabe responder y los dos parecen haber
escapado del lugar. Artemio Cruz sigue delirando y entre estos delirios aparecen nuevas
reflexiones sobre el tiempo pasado y recuerda el sonido de herraduras y el disparo que oyó
a sus espaldas y que mató a Lunero.

1889: abril 9

Donde se narra brevemente el nacimiento de Artemio Cruz, el parto de Isabel Cruz en


aquella choza asistida por su hermano Lunero. Finalmente Artemio Cruz muere en la mesa
de operaciones.

Personajes

Artemio Cruz: Es el total protagonista de la novela, que está narrada desde su lecho de
muerte y desde su punto de vista. Cruz es niño, soldado, terrateniente, empresario, un
hombre hecho a sí mismo, que no dudó en matar, robar o engañar para lograr su objetivo.

Catalina y Teresa: Son la esposa y la hija de Artemio, que lo odian por la forma en la que le
quitaron todo a su padre Gamaliel Bernal y que en el fondo ansían su muerte para heredar
su fortuna.

Padilla: Es el secretario de confianza de Cruz, que le trae todos los días las grabaciones
realizadas en su despacho.
Regina: Primer y posiblemente único amor verdadero de Artemio. Muchacha que conoció
en la revolución y que murió por él. Siempre la recordará.

Lilia y Laura: Otras dos amantes de Cruz. Lilia vive con él en su casa de Coyoacán y
Laura, amiga de Catalina, en un departamento pagado por Cruz.

EL SEÑOR PRESIDENTE
MIGUEL ANGEL ASTURIAS

Primera parte

La novela comienza en «El portal del señor», donde los mendigos pasan la noche. Uno de
los mendigos, el Pelele, está agotado después de haber sido continuamente acosado sobre
su madre fallecida. Cuando el coronel José Parrales Sonriente, uno de los militares leales al
presidente, se burla de él con la palabra «madre», el Pelele reacciona por instinto y asesina
al coronel. Los mendigos son interrogados y torturados para obligarles a implicar al general
retirado Eusebio Canales, anterior miembro del ejército del Presidente, y al abogado
independiente Abel Carvajal, en el asesinato del coronel, ya que, según los hombres del
presidente, no hay manera de que «un idiota sea responsable». Mosco, un vagabundo,
muere por decir que Pelele era el responsable.14Mientras tanto, un delirante Pelele «escapó
por las calles en tinieblas enloquecido bajo la acción de espantoso paroxismo».15
Una rara visión del presidente lo muestra dándole órdenes a Miguel Cara de Ángel, a veces
referido como el «favorito» del presidente, para que ayude al General Canales a huir antes
de que sea arrestado en la mañana por el asesinato del coronel José Parrales Sonriente. El
presidente, que supuestamente orquestó las acusaciones para fines propios, quiere que
Canales trate de escapar porque huir sería una confesión de culpabilidad.16
En el Tus-Tep, una taberna local, Miguel Cara de Ángel tiene un encuentro con el policía
Lucio Vásquez y se anima a contarle que quiere secuestrar a Camila, la hija del General
Canales. En realidad, el rapto de Camila es un artificio para encubrir la fuga de Canales.
Más tarde, Vázquez se reúne con su amigo Genaro Rodas y al salir de un bar ven a Pelele.
Al horror de Genaro Rodas, Vásquez le dispara al Pelele. La conclusión de esta escena es
presenciada por Don Benjamín, un titiritero, cuyos «muñecos se aventuraron por los
terrenos de la tragedia».17 Genaro Rodas regresa a su casa y discute el asesinato de Pelele
con su esposa, Fedina de Rodas, y le cuenta que la policía se prepara a detener a Canales
por la mañana. Mientras tanto, Canales sale de la casa de Miguel Cara de Ángel, agotado y
preocupado por tener que huir del país. Más tarde esa noche, Canales logra escapar
mientras que la policía saquea su casa y Miguel Cara de Ángel entra sigilosamente para
llevar a Camila a la taberna El Tus-tep.
Segunda parte[editar]

En la madrugada, Fedina de Rodas se apresura a la casa de Canales, para avisarle que


será arrestado por el asesinato del coronel Sonriente. Ella no llega a tiempo y se encuentra
con el Auditor, un asesor del Presidente, quien la detiene como presunta cómplice en la
fuga de Canales y la tortura con el fin de descubrir el paradero del General. Los soldados
colocan cal en sus pechos antes de devolverle a su bebé, lo que provoca la muerte del niño,
ya que se niega a alimentarse al «sentir el sabor acre de la cal».18
Regresando al Tus-Tep, Miguel Cara de Ángel visita a Camila. Trata de encontrar un hogar
para Camila con sus tías y tíos, pero todos se niegan a alojarla por miedo de
comprometerse por estar asociados con «la hija de un enemigo del Señor Presidente».19 Se
pone de manifiesto el carácter complejo de Miguel Cara de Ángel y su lucha entre sus
deseos físicos para con Camila y su anhelo de convertirse en una persona mejor en un
mundo dominado por el terror. Camila cae enferma y un niño es enviado para informar a
Miguel Cara de Ángel que su condición está empeorando. Se viste rápidamente y corre al
Tus-Tep para verla. Mientras tanto, Fedina de Rodas es finalmente liberada de cargos
criminales por el Presidente, y el Auditor la vende a un prostíbulo. Cuando se descubre que
sostiene a su bebé muerto en sus brazos, es colocada en un hospital. Miguel Cara de Ángel
informa al Mayor Farfán, quien está al servicio del Presidente, que su vida está en peligro.
Con el acto de salvar la vida de un hombre en peligro, Cara de Ángel espera que «Dios, en
cambio, tal vez le daba la vida de Camila».20 El General Canales escapa a un pueblo y, con
la asistencia de tres hermanas y un contrabandista, cruza la frontera del país, después de
salvar a las hermanas matando a un médico que les agobiaba con el pago de una deuda
absurda.
Tercera parte

Juntos en una celda de la prisión, un estudiante, un sacristán y Abel Carvajal hablan porque
«el silencio da miedo» y por «miedo de la oscuridad».21 La esposa de Carvajal corre por
toda la ciudad, visitando el Presidente y figuras influyentes como el Auditor, pidiendo la
libertad de su marido porque queda a oscuras sobre lo que le sucedió. A Carvajal se le da la
oportunidad de leer su inculpación, pero siendo incapaz de defenderse contra las pruebas
falsificadas, es condenado a muerte. Miguel Cara de Ángel recibe el consejo de que si
realmente ama a Camila, puede salvarla «si comete el sacramento del matrimonio»,22 y los
dos no tardan en casarse. Lentamente Camila se recupera mientras lucha con las
complejidades de su nuevo matrimonio. El General Canales muere repentinamente en
medio de sus planes para dirigir una revolución, cuando recibe un informe falso de que el
Presidente hubiera sido el principal padrino de la boda de su hija.
El Presidente participa en una reelección, aclamado en un bar por sus partidarios serviles,
mientras que Cara de Ángel es encargado de una misión diplomática internacional. Cara de
Ángel y Camila comparten una despedida emocional. Al llegar al puerto, Cara de Ángel es
interceptado por el Mayor Farfán y detenido por orden del Presidente. Cara de Ángel es
violentamente golpeado y encarcelado, y un impostor toma su lugar en la nave que sale del
puerto. Camila, ahora embarazada, espera ansiosamente las cartas de su marido. Cuando
pierde toda esperanza, Camila se traslada al campo junto con su hijo joven a quien llama
Miguel. Cara de Ángel se convierte en un preso anónimo en la celda 17. Piensa
constantemente en Camila, ya que la esperanza de volver a verla era «lo único y lo último
que alentaba en él».23 Finalmente, muere con el corazón quebrado cuando se le engaña en
creer que su esposa se convirtió en la amante del presidente.
Epílogo El Portal del Cielo se encuentra en ruinas y los presos que fueron liberados son
rápidamente sustituidos por otras almas desafortunadas. El titiritero, Don Benjamín, se ha
reducido a la locura por el ambiente de terror al que fue sometido. Los lectores reciben otro
vistazo más de la situación desesperante de la vida bajo una dictadura. El epílogo concluye
con un tono quizá más optimista, que vislumbra a través de la «voz de su madre diciendo el
rosario»24 y termina con la Kyrie eleison, la convocatoria para que el «Señor tenga piedad».

LOS RIOS PROFUNDOS- ARGUEDAS


I.- EL VIEJO

El relato empieza cuando el narrador (Ernesto) cuenta su llegada al Cuzco, acompañando a su


padre Gabriel, quien era abogado y viajaba continuamente buscando dónde ejercer su
profesión. En la antigua capital de los incas visitan a un pariente rico al que conocen como El
Viejo, para solicitarle alojamiento y trabajo, pero este resulta ser un tipo avaro, tosco y con fama
de explotador, por lo que deciden abandonar la ciudad y buscar otros rumbos. Pero antes
pasean por la ciudad. Ernesto se deslumbra ante los majestuosos muros de los palacios de los
incas, cuyas piedras finamente talladas y perfectamente encajadas le parecen que se mueven y
hablan. Luego pasan frente a la Iglesia de la Compañía y visitan la Catedral, donde oran frente a
la imagen del Señor de los Temblores. Allí se encuentran nuevamente con el Viejo, quien estaba
acompañado de su sirviente indio o pongo, símbolo de la raza explotada. Ernesto no puede
contener el desagrado que le produce el Viejo y lo saluda secamente.
II.- LOS VIAJES

En este capítulo el narrador relata los viajes de su padre como abogado itinerante por diversos
pueblos y ciudades de la sierra y de la costa, viajes en los que le acompaña desde muy niño.
Cuenta anécdotas curiosas que les toca vivir a ambos en algunos pueblos. Llegan por ejemplo a
un pueblo cuyos niños salían al campo a cazar aves para que no causaran estragos en los
trigales. En ese mismo pueblo, había una cruz grande en la cima de un cerro, que durante una
festividad religiosa era bajada por los indios en hombros. En otra ocasión llegan a Huancayo,
donde casi se mueren de hambre pues sus habitantes, que odiaban a los forasteros, impidieron
que los litigantes (clientes) fueran a verles. En otro pueblo las personas les miran con rabia, a
excepción de una joven alta y de ojos azules, que parecía más amigable. Ernesto se venga en
esa ocasión cantando huaynos a todo pulmón en las esquinas. En Huancapi, cerca de Yauyos,
contempla cómo unos loros que posaban en los árboles son muertos a balazos por unos
tiradores, siendo lo extraño que dichas aves no se animaran a alzar vuelo y cayeran así
mansamente, una tras otra. De allí pasan a Cangallo y siguen hacia Huamanga, por la pampa
de los morochucos, célebres jinetes de quienes se decía que eran descendientes de los
almagristas.
III.- LA DESPEDIDA

Cuenta el narrador cómo su padre le promete que sus continuos viajes acabarían en Abancay,
pues allí vivía un notario, viejo amigo suyo, quien sin duda le recomendaría muchos clientes.
También le promete que le matricularía en un colegio. Llegan pues a Abancay y se dirigen a la
casa del notario, pero este resultó ser hombre enfermo y ya inútil para el trabajo, y para colmo,
con una mujer e hijos pequeños. Descorazonado, el padre prefiere alojarse en una posada,
donde coloca su placa de abogado. Pero los clientes no llegan y entonces decide reemprender
sus viajes. Pero esta vez ya no le podrá acompañar Ernesto, pues ya estaba matriculado de
interno en un colegio de religiosos de la ciudad, cuyo director era el Padre Linares. Su decisión
se apresura cuando un tal Joaquín, un hacendado de Chalhuanca, llega a Abancay a solicitarle
sus servicios profesionales. Ernesto se despide entonces de su padre y se queda en el
internado.
IV.- LA HACIENDA

En este capítulo el narrador cuenta la vida de los indios en la hacienda colindante a Abancay,
Patibamba, a donde solía ir los domingos tras salir del internado, pero a diferencia de los indios
con quienes había pasado su niñez, estos parecían muy huraños y vivían encerrados. Relata
también las misas oficiadas por el Padre, y cómo este predicaba el odio hacia los chilenos y el
desquite de los peruanos por la guerra de 1879 (recordemos que eran los años de 1920, en
plena tensión peruano-chilena por motivo del litigio por Tacna y Arica) y elogiaba a la vez a los
hacendados, a quienes calificaba como el fundamento de la patria, pues eran, según su juicio,
los pilares que sostenían la riqueza nacional y los que mantenían el orden.
V.- PUENTE SOBRE EL MUNDO

El título de este capítulo alude al significado del nombre quechua de Pachachaca, el río cercano
a Abancay, sobre el cual los conquistadores españoles construyeron un puente de piedra y cal
que hasta hoy sobrevive. Con la esperanza de poder encontrar a algún indio colono de la
hacienda, Ernesto aprovecha los domingos para visitar Huanupata, el barrio alegre de Abancay,
poblado de chicherías, arrabal pestilente donde también se podían encontrar mujeres fáciles.
Para su sorpresa no encuentra a ninguno de los colonos, y solo ve a muchos forasteros y
parroquianos. De todos modos continua frecuentando dicho barrio, pues los fines de semana
iban allí músicos y cantantes a tocar arpa y violín y cantar huaynos, lo que le recordaba mucho a
su tierra. Luego pasa a describir la vida en el internado; en primer lugar cuenta como el Padre
organizaba a los alumnos en dos bandos, uno de «peruanos» y otro de «chilenos» y lo hacía
enfrentar en el campo, a golpes de puño y empellones, como una manera de «incentivar» el
espíritu patriótico. Luego menciona a los alumnos, refiriendo sobre sus orígenes y
características: el Lleras y el Añuco, que eran los más abusivos y rebeldes de los alumnos; el
Palacitos, el de menor edad, y a la vez el más tímido y débil de todos; el Romero, el Peluca y
otros más. También se menciona a una joven demente, la opa Marcelina, que era ayudante en
la cocina y que solía ser desnudada y abusada sexualmente por los alumnos mayores, sobre
todo por el Lleras y el Peluca. El Lleras incluso trata de forzar al Palacitos para que tenga
relaciones sexuales con la opa, mientras ésta era sujetada en el suelo con el vestido levantado
hasta el cuello. El Palacitos se resiste, llorando y gritando. El Romero, hastiado de los abusos
del Lleras, le reta a pelear, pero el encuentro no se produce.
VI.- ZUMBAYLLU

Esta vez Ernesto relata como uno de los alumnos, el Ántero o Markask’a, rompe la monotonía
de la escuela al traer un trompo muy peculiar al cual llaman zumbayllu, lo que se convierte en la
sensación de la clase. Para los mayores solo se trata de un juguete infantil pero los más chicos
ven en ello un objeto mágico, que hace posible que todas las discusiones queden de lado y
surja la unión. Ántero le regala su zumbayllu a Ernesto y se vuelven desde entonces muy
amigos. Ya con la confianza ganada, Ántero le pide a Ernesto que le escriba una carta de amor
para Salvinia, una chica de su edad a quien describe como la niña más linda de Abancay.
Luego, ya en el comedor, Ernesto discute con Rondinel, un alumno flaco y desgarbado, quien le
reta a una pelea para el fin de semana. Lleras se ofrece para entrenar a Rondinel mientras que
Valle alienta a Ernesto. En la noche, los alumnos mayores van al patio interior; allí el Peluca
tumba a la opa Marcelina y yace con ella. De lejos, Ernesto ve que el Lleras y el Añuco amarran
sigilosamente algo en la espalda del Peluca. Cuando este vuelve al dormitorio, Ernesto y el
pampachirino se espantan al ver unas tarántulas o apasankas atadas en su saco, pero los otros
internos se ríen; el mismo Peluca arroja y aplasta sin temor a los bichos.
VII.- EL MOTIN

A la mañana siguiente, Ernesto le entrega a Ántero la carta que escribió para Salvinia; Ántero la
guarda sin leerla. Luego le cuenta a su amigo su desafío con Rondinel. Ántero se ofrece para
amistarlos y lo logra, haciendo que los dos rivales se den la mano. Luego todos se van a jugar
con los zumbayllus. Al mediodía escuchan una gritería en las calles y divisan a un tumulto
conformado por las chicheras del pueblo. Algunos internos salen por curiosidad, entre ellos
Ántero y Ernesto, que llegan hasta a la plaza, la que estaba copada por mujeres indígenas que
exigían que se repartiera la sal, pues a pesar de que se había informado que dicho producto
estaba escaso, se enteraron que los ricos de las haciendas las adquirían para sus vacas.
Encabezaba el grupo de protesta una mujer robusta llamada doña Felipa, quien conduce a la
turba hacia el almacén, donde encuentran 40 sacos de sal cargados en mulas. Se apoderan de
la mercancía y lo reparten entre la gente. Felipa ordena separar tres costales para los indios de
la hacienda de Patibamba. Ernesto la acompaña durante todo el camino hacia dicha hacienda,
coreando los huaynos que cantaban las mujeres. Reparten la sal a los indios, y agotado por el
viaje Ernesto se queda dormido. Despierta en el regazo de una señora blanca y de ojos azules,
quien le pregunta extrañada quién era y qué hacía allí. Ernesto le responde que había llegado
junto con las chicheras a repartir la sal. Ella por su parte le dice que es cusqueña y que se
hallaba de visita en la hacienda de su patrona; le cuenta además cómo los soldados habían
irrumpido y a zurriagazos arrebataron la sal a los indios. Ernesto se despide cariñosamente de la
señora y luego se dirige hacia el barrio de Huanupata, donde se mete en una chichería para
escuchar a los músicos. Al anochecer le encuentra allí Ántero, quien le cuenta que el Padre
Linares estaba furioso por su ausencia. Ambos van a la alameda a visitar a Salvinia y a su
amiga Alcira; esta última estaba interesada en conocer a Ernesto, según Ántero. Pero al llegar
solo encuentran a Salvinia, quien se despide al poco rato pues ya era tarde. Ántero y Ernesto
vuelven al colegio.
VIII.- QUEBRADA HONDA.[editar]
Ya en el colegio Ernesto es llevado por el Padre a la capilla. Luego de azotarlo el Padre le
interroga severamente. Ernesto se atreve a responderle que solo había acompañado a las
mujeres para repartir la sal a los pobres. El Padre le replica diciéndole que aunque fuese por los
pobres se trataba de un robo. Finalmente castiga a Ernesto prohibiéndole sus salidas del
domingo. Al día siguiente Ernesto acompaña al Padre al pueblo de los indios de la hacienda. El
Padre se sube a un estrado y empieza a sermonear a los indios en quechua. Les dice que todo
el mundo padece, unos más que otros, pero que nada justifica el robo, que el que roba o recibe
lo robado es igual condenado. Pero se alegraba que ellos hubieran devuelto la mercancía y que
ahora la recibirían en mayor cantidad. Ante esta prédica ardiente las mujeres rompen en llanto y
todos se arrodillan. Terminada su prédica, el Padre ordena a Ernesto volver al colegio, mientras
que él se quedaría a dar la misa. Ernesto aprovecha para averiguar sobre la señora de ojos
azules. El mayordomo de la hacienda le responde que conocía a la tal señora pero que ella se
iría con su patrona al día siguiente, por temor al arribo del ejército, que venía a imponer el orden.
Ernesto regresa al colegio y le recibe el hermano Miguel, quien le da el desayuno y le cuenta
que esa mañana dedicaría a los alumnos a jugar vóley en el patio. Luego irrumpe Ántero
trayendo un Winku, un trompo o Zumbayllu especial, al cual calificaba de layka o «brujo» por
tener, según su creencia, propiedades mágicas, como enviar mensajes a personas lejanas.
Convencido, Ernesto hace bailar el winku mandándole un mensaje a su padre, diciéndole que
estaba soportando bien la vida en el internado. Entretenidos estaban así cuando de pronto oyen
gritos en el patio. Se acercan y ven al hermano Miguel ordenando caminar de rodillas al Lleras,
de quien manaba sangre por la nariz. Se enteran que el Lleras había primero empujado al
hermano insultándole soezmente, solo porque le había marcado un foul en el juego; en
respuesta el hermano le dio un puñetazo tumbándolo al suelo. En medio del tumulto arriba el
Padre director, quien pregunta qué ocurría. El hermano Miguel, luego de contar el incidente,
explica que reaccionó así al ver mancillado en su persona el hábito de Dios. El Padre ordena al
Lleras a ir a la capilla; los demás internos se quedan en el patio y discuten entre ellos; el
Palacitos teme que ocurra una desgracia en el pueblo por la ofensa hecha a un religioso; el
Valle y el Chipro se pelean, quedando muy malparado el primero. Al día siguiente se esparce la
noticia de que el ejército entraría en Abancay para imponer orden. El Padre ordena que todos
los alumnos se reconcilien con el hermano Miguel, quien les pide perdón y abraza a cada uno
de ellos, pero cuando se acerca al Lleras, este le hace un gesto de repulsión y se corre a
esconderse. No lo vuelven a ver más; después supieron que aquella misma noche huyó del
colegio. El Añuco también se alista para irse del colegio, aunque reconciliado con todos. El
Palacitos se alegra pues cree que con la reconciliación ya no ocurrirán más desgracias en el
pueblo.

IX.- CAL Y CANTO[editar]

A la ciudad llega un regimiento de soldados para reprimir a las indias revoltosas. Los soldados
ocupan las calles y plazas. Instalan el cuartel en un edificio abandonado. Ernesto pide al Padre
que lo dejara regresar donde su papá, pero el Padre se niega, dándole permiso en cambio para
salir el sábado a la ciudad, con el Ántero. Ernesto le pide al Romerito que por medio del canto
de su rondín envíe un mensaje a su padre. Los alumnos comentan los chismes de la ciudad: las
chicheras capturadas son azotadas en el trasero desnudo, y al responder a los militares con su
lenguaje soez, les meten excremento en la boca. Cuentan también que doña Felipa y otras
chicheras habían huido cruzando el puente del Pachachaca, donde dejaron a una mula
degollada, con cuyas tripas cerraron el paso atándola a los postes. La cabecilla dejó su rebozo
en lo alto de una cruz de piedra, a manera de provocación. Al acercarse los soldados, estos
reciben disparos de lejos y no se atreven por lo pronto a perseguirlas, pues las chicheras ya iban
con ventaja. Llegado el sábado, Ernesto y Ántero conversan en el patio del colegio. Ántero
cuenta que el Lleras había huido del pueblo, junto con una mestiza; el Ernesto señala que no
podría seguir más allá del Apurímac pues el sol lo derretiría. En cuanto al Añuco, comentan que
los Padres planeaban hacerle fraile. También mencionan el temor de la gente de que doña
Felipa retornase con los chunchos (selváticos) a atacar las haciendas y revolver a los colonos;
ante esa situación, el Ántero dice que estaría de parte de los hacendados. Ambos van a la
alameda, a visitar a Salvinia y a su amiga Alcira. Al ver a esta última, Ernesto nota que se
parecía mucho a Clorinda, una jovencita del pueblo de Saisa, de quien en su niñez se había
enamorado y de la que jamás volvió a saber. Pero nota que Alcira tiene las pantorrillas muy
anchas y eso le desagrada. Al poco rato Ernesto se despide, y corriendo llega al barrio de
Huanupata, metiéndose en una chichería, que estaba llena de soldados. Uno de estos afirma
que Felipa estaba muerta. Cuando Ernesto pregunta a una de las mozas si era cierto eso, ésta
se ríe y lo empuja, botándole de la chichería. Ernesto se va corriendo hacía el puente del
Pachachaca, para ver los restos de la mula muerta y el rebozo de doña Felipa que flameaba en
la cruz. Al llegar, divisa al padre Augusto que bajaba cuesta abajo, seguido sigilosamente por la
opa Marcelina. Ésta, al ver el rebozo, se detiene frente la cruz. Se sube en ella y ya con la
prenda en su poder se deja caer, resbalando hasta el suelo. Se coloca el rebozo con alegría y
continúa siguiendo al padre Augusto, quien iba a dar misa a Ninabamba, una hacienda aledaña.
Ernesto retorna a la ciudad y ya al atardecer regresa al colegio donde se entera que al día
siguiente partiría Añuco hacia el Cuzco.
X.- YAWAR MAYU

Los alumnos se enteran que la banda del regimiento dará retreta en la plaza de la ciudad
después de la misa del día siguiente, domingo. El Chipro reta al Valle a pelear ese día. Ya muy
de noche vienen a recoger al Añuco, y todos lo despiden; el Añuco regala suoks «daños» o
canicas rojas al Palacitos. Todos se sienten conmovidos. Al día siguiente se levantan muy
temprano y deciden que no haya ya pelea entre el Chipro y Valle. Van todos a ver la retreta en la
plaza. La banda militar la conforman reclutados que tocan instrumentos musicales de metal; el
Palacitos estalla de alegría al reconocer en el grupo al joven Prudencio, de su pueblo natal.
Ernesto se retira para buscar a Ántero y a Salvinia y Alcira. Encuentra a las dos chicas pero ve
que un joven, que se identifica como hijo del comandante de la Guardia, invita a Salvinia a
caminar, tomándola del brazo. Tras ellos va otro muchacho. De pronto aparece Ántero furioso,
quien increpa a los dos jóvenes. Les dice que la chica es su enamorada. Se produce una
gresca. Ernesto deja a Ántero con su lío y se dirige al barrio de Huanupata. Entra a una
chichería donde se estaba un arpista, a quien todos admiran y llaman el papacha Oblitas. Al
local ingresa luego un cantor, que había llegado a la ciudad acompañando a un kimichu (indio
recaudador de limosnas para la Virgen); Ernesto recuerda haberlo visto, años atrás, en el pueblo
de Aucará, durante una fiesta religiosa. Conversan ambos. El cantor dice llamarse Jesús
Waranka Gabriel y relata su vida errante. Ernesto le invita un picante. Una moza empieza a
cantar una canción en la que ridiculiza a los guardias, apodados «guayruros» (frijoles) por el
color de su uniforme (rojo y negro). El arpista le sigue el ritmo. Un guardia civil que pasaba cerca
escucha e ingresa al local, haciendo callar a todos. Se produce un tumulto y los guardias se
llevan preso al arpista. Los demás se retiran. Ernesto se despide del cantor Jesús y regresa a la
plaza. Ve al Palacitos, alegre y orgulloso, que no dejaba al Prudencio. También encuentra a
Ántero, quien se había amistado con el joven con quien peleara poco antes. Se lo presenta: se
llamaba Gerardo y era natural de Piura. El otro joven que le acompañaba era su hermano Pablo.
Ernesto les estrecha las manos. Luego se despide y se encuentra con el Valle, paseando
orondo con su ridículo k’ompo o corbata y escoltado por señoritas. Decide volver al colegio pero
antes quiere visitar al papacha Oblitas, que estaba en la cárcel. El guardia de la entrada no lo
deja ingresar; solo le informa que el arpista sería liberado pronto. Ernesto retorna entonces al
colegio y se topa con Peluca, a quien encuentra muy angustiado pues ya no encontraba a la
opa. La cocinera le cuenta a Ernesto que la opa se había subido a la torre que dominaba la
plaza. Ernesto va a buscarla, y efectivamente, encuentra a la opa echada en lo alto de la torre,
mirando sonriente y feliz a la gente de abajo. Llevaba aún el rebozo de doña Felipa. No
queriendo turbar su breve rato de alegría, Ernesto la deja y sigilosamente baja de la torre y
retorna al colegio.
XI.- LOS COLONOS

Los guardias que fueron en persecución de doña Felipa no logran capturarla. Poco después los
militares se retiran de la ciudad y la Guardia Civil ocupa el cuartel. Ernesto no entiende a
muchas señoritas de la ciudad, quienes se habían deslumbrado con los oficiales y lloraban su
partida. Se decía que algunas habían sido deshonradas «voluntariamente» por algunos
oficiales. En el colegio, Gerardo, el hijo del comandante se convierte en una especie de héroe.
Supera a todos en diversas disciplinas deportivas. Solo al Romero no logra ganarle en salto. El
Ántero se convierte en su amigo inseparable. Ernesto se enoja cuando ambos, Gerardo y
Ántero, empiezan a hablar de las chicas como si fueran trofeos de conquista, jactándose que
cada uno tenía ya dos enamoradas al mismo tiempo. En cuanto a Salvinia, Ántero ya la había
dejado, por coquetear, según él, con Pablo, pero junto con Gerardo la tenían «cercada» y no
dejaban que ningún chico se le acercara. Mientras que ambos tenían a su disposición todas las
mujeres que quisieran, pues ellas se les entregaban. Ernesto se molesta y les dice que ambos
son unos perros iguales al Lleras y al Peluca. Se alteran y en el calor de la discusión Ernesto
insulta y patea a Gerardo; Ántero los contiene. Aparece el Padre Augusto y ante él Ernesto trata
de devolver a Ántero su zumbayllu, pero Ántero no lo acepta pues se trataba de un regalo. El
Padre les pide que resuelvan entre ellos su problema. Desde entonces Ántero y Gerardo no
volvieron a hablar con Ernesto. Este entierra el zumbayllu en el patio interior del colegio,
sintiendo profundamente el cambio de Ántero, a quien compara con una bestia repugnante. Por
su parte Pablo, el hermano de Gerardo, se amista con el Valle, y junto con otros jóvenes forman
el grupo de los más elegantes y cultos del colegio. Otro día Ernesto se encuentra con el Peluca,
quien estaba preocupado porque la opa ya no aparecía. Decían que estaba enferma, con fiebre
alta. Los alumnos comentan el rumor de que la peste de tifo causaba estragos en Ninabamba, la
hacienda más pobre cercana a Abancay, y que podía llegar a la ciudad. A la mañana siguiente
Ernesto se levanta con un presentimiento y va corriendo a la habitación de la opa: la encuentra
ya agonizante y llena de piojos. Muy cerca la cocinera lloraba. El Padre Augusto ingresa de
pronto y ordena severamente a Ernesto que se retire. El cuerpo de la opa es cubierto con una
manta y sacado del colegio. A Ernesto lo encierran en una habitación, temiendo que se hubiera
contaminado con los piojos, transmisores del tifo. Le lavan la cabeza con creso pero luego le
revisan el cabello y no le encuentran ningún piojo. El Padre le comunica que suspendería las
clases por un mes y que le dejaría volver donde su papá. Pero debía permanecer todavía un día
encerrado. Todos los alumnos se retiran, sin poder despedirse de Ernesto, a excepción del
Palacitos, quien se acerca a su habitación y por debajo de la puerta le deja una nota de
despedida y dos monedas de oro «para su viaje o para su entierro». El portero Abraham y la
cocinera también presentan síntomas de la enfermedad. Abraham regresa para morir a su
pueblo, y la cocinera fallece en el hospital. El Padre al fin decide soltar a Ernesto, al tener ya el
permiso de su papá de enviarlo donde su tío Manuel Jesús, «el Viejo». Ernesto le desagrada al
principio la idea pero al saber que en las haciendas del Viejo, situadas en la parte alta del
Apurímac, laboraban cientos de colonos indios, decide partir cuanto antes. Libre al fin y ya en la
calle, Ernesto decide ir primero a la hacienda Patibamba, la más cercana a Abancay, para ver a
los colonos. Al cruzar la ciudad, la encuentra solitaria y con todos los negocios cerrados. Entra
en una casa y encuentra a una anciana enferma echada en el suelo, abandonada por su familia
y esperando la muerte. Ya en la salida de la ciudad se topa con una familia que huía con todos
sus enseres. Se entera que pronto la ciudad sería invadida por miles de colonos (peones indios
de las haciendas) contagiados de la peste, los cuales venían a exigir que el Padre les oficiara
una misa grande para que las almas de los muertos no penaran. Ernesto llega al puente sobre
el Pachachaca y lo encuentra cerrado y vigilado por los guardias. Pero él sale de la ciudad por
los cañaverales y llega hasta las chozas de los colonos de Patibamba. Pero ninguno de ellos lo
quiere recibir. A escondidas observa a una chica de doce años extrayendo nidos de piques o
pulgas de las partes íntimas de otra niña más pequeña, sin duda su hermanita. Conmovido por
tal escena, Ernesto se retira corriendo, y termina tropezándose con una tropa de guardias
encabezada por un sargento. Tras identificarse ante estos, el Sargento le dice que Gerardo, el
hijo del comandante, le había encargado protegerlo mientras se hallara en la ciudad. Ernesto
responde que Gerardo no era igual que él, pero el Sargento no le entiende. Aprovecha la
ocasión ofreciéndose para llevar un mensaje del Sargento para el Padre, por el cual el oficial
avisaba que tenía la orden de sus superiores de dejar pasar a los colonos; que los guardias se
retirarían a medida que avanzaran estos y que a medianoche estarían llegando los indios a la
ciudad. Ernesto vuelve entonces al colegio, dando el mensaje al Padre. Este le dice estar ya
dispuesto a dar la misa y que ordenaría dar tres campanadas a medianoche, para reunir a los
indios. Solo en caso de que no llegara el sacristán solicita a Ernesto que le ayude en la misa.
Pero aquel llega y Ernesto se queda entonces a dormir en el colegio; escucha las campanadas y
se da cuenta que la misa es corta. Al día siguiente se levanta temprano y parte, esta vez ya
definitivamente, de la ciudad. Se da tiempo de dejar una nota de despedida en la puerta de la
casa de Salvinia, junto con un lirio. Cruza el puente del Pachachaca y contempla las aguas que
purifican al llevarse los cadáveres a la selva, el país de los muertos, tal como debieron arrastrar
el cuerpo del Lleras. Así concluye el relato.

NOTAS SOBRE LA SEGUNDA CARTA DE CORTÉS

La Segunda Carta de Hernán Cortés, enviada a Carlos V, nos presenta un retrato del Nuevo
mundo, con una imagen de los indígenas y sus costumbres antes de la colonización, que
ocurrió durante los primeros encuentros en México. La carta cubre un año, desde 1519
hasta 1520, antes de la caída de la gran ciudad de Tenochtitlán, que Cortés describe en la
carta siguiente. Esta “Segunda relación” narra el viaje de Cortés y los exploradores a la
capital mexica para conocer al poderoso Montezuma, y describe los pueblos que encuentra
en el periplo. La carta llega a un clímax dramático cuando a través de unos eventos
lamentables, los españoles salen huyendo en plena guerra contra los indígenas. Aunque se
nota la maravilla de las ciudades, Cortés no enfoca su carta en la hermosura de la tierra y la
vegetación ni en la inocente disposición de la gente para convertirse al evangelio como hizo
Colón, sino se concentra en informar al rey de España de la presencia del oro, su derecho
sobre la tierra que encontró y justifica la gran batalla que resultó con los indígenas. Al
momento de escribirla, Cortés está sumido en una guerra de armas contra los indígenas y
también una batalla de palabras contra los europeos.

Es genial como Cortés maneja la carta para defenderse ante sus lectores y los acusadores
potenciales. Con la rebelión contra Velázquez, Cortés tendría que explicar sus acciones. Sin
embargo, uno de los temas principales que destaca aun más es su defensa ante el rey en
como trató a los indígenas. Como para este tiempo Bartolomé de las Casas ya está
actuando como defensor de los indios, es posible que Cortés pudiera estar acusado de trato
injusto. Cortés, en su astucia establece la necesidad de conquistar y matar a los idólatras
como una manera de justificación ante su audiencia europea cristiana.

La apertura de esta carta ya señala el conflicto de las religiones: de “Mutezuma, y de sus


ritos y ceremonias” y el “muy alto y poderoso y muy católico principe (sic)” (37). En
solamente una línea Cortés establece un poder contra el otro y una religión contra la otra.
Por ello, explica que está “ocupado en la conquista y pacificación de esta tierra” (37). No
señala de inmediato qué es la religión contra la cual pelea, pero implica que no es una
religión ordenada. Sin él y la influencia española, no habría paz, la cual es un concepto
interesante según Cortés. Para los españoles la paz significa una batalla en que ellos
ganan.

Para que los lectores puedan tener algún entendimiento de esta tierra extraña, Cortés utiliza
conceptos occidentales para describir las ciudades y la gente. Las imágenes que escoge
dirigirían a su audiencia. La primera comparación que hace es con la ciudad de Granada
(49), la cual fue la última fortaleza de los moros. De inmediato hay una conexión de los
indígenas del Nuevo Mundo y los herejes contra los que España luchó por 700 años para
retomar el país. Mientras que Cortés está asombrado de la calidad del mercado que
encuentra en el Nuevo Mundo, desprecia otros elementos. Dice que el mercado es “como la
mejor de España” y que hay “buena orden y policía y es gente de toda razón y concierto, tal
que lo mejor de Africa (sic) se iguala” (49). Mientras que no equivale lo de España, es mejor
que lo de África. Parece cosa insignificante, pero puede servir en llamar a la atención del
origen de los moros. Continua con esta correlación con la ropa indígena: “traen albornoces
encima de la otra ropa, aunque son diferenciados de los de Africa porque tienen maneras:
pero en la hechura, tela y los rapacejos son muy semejantes” (54). No solamente implanta
una imagen de las ciudades como los moros, sino una de la gente, que también
representaría enemistad y guerra.
Como he dicho anteriormente, el centro del choque cultural es, por supuesto, lo de la
religión. Cortés hace su comparación y argumento final y más fuerte contra los indígenas en
su descripción de sus templos. Llama a todos los santuarios aztecas “mezquitas,” que son
los centros de alabanza para los moros. Además, en estos templos hacen sacrificios
humanos. Esto traería una imagen de idólatras, y, también justifica la apropiación de la
tierra de los bárbaros, como una continuación de la reconquista. Cortés declara al rey que
“estábamos en disposición de ganar para vuestra majestad los mayores reinos y señoríos
que había en el mundo y que demás de hacer lo que como cristianos éramos obligados, en
pugnar contra los enemigos de nuestra fe” (48). Como buen soldado sirviente del rey,
continuara en el mismo estilo de los Reyes Católicos.

Sin embargo, si Cortés estaba tan dispuesto a ganar las almas para la fe, ¿por qué se
deleita tanto en la matanza? Dice que “Dios nos dio tanta victoria que les matamos mucha
gente” (46). Es curioso su uso de la “victoria.” Si su misión era hacer conversos, su
definición de victoria sería eso, y lamentaría la pérdida de la oportunidad.

En fin, la carta de Cortés demuestra un deseo de justificarse ante un lector occidental y


exponer la necesidad de matarles. En su intento hablar con Montezuma, pretende disipar su
miedo, y, como un hombre queriendo seducir a una doncella, le promete que solamente
quiere “tener mucha conversación” (55). Cortés no solo seduce a los “herejes”, sino les
viola, apropiándose de su tierra y su oro.

Potrebbero piacerti anche