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Luciano Fabbri.

Licenciado en Ciencia Política (UNR) y Doctorando en Ciencias


Sociales (UBA). Docente Universitario (UNR-UNER) e integrante del Centro de In-
vestigaciones Feministas y Estudios de Género (CIFEG-UNR). Miembro de la coor-
dinación del Instituto Masculinidades y Cambio Social (MasCS).
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MASCULINIDAD
DISPOSITIVO DE PODER
por Luciano Fabbri

Escribir una “entrada” sobre un campo problemático relativamente incipiente en


su desarrollo académico y político-organizativo, y bastante difuso y ambiguo en las
fronteras que delimitan sus sujetos, objetos y conceptualizaciones, no es tarea sencilla.
Para empezar, y en función de asumir responsabilidades sobre el carácter
parcial, situado y limitado desde donde pienso, y sobre lo que escribo, me pro-
pongo presentarme dentro del cuadro que pretendo pintar.
En principio, y conflictivamente, me asumo como varón cis-género. El prefijo cis
proviene del latín y significa “del mismo lado de”, siendo “cis género” las personas
que nos identificamos con el “mismo” género que nos asignaron al nacer. Al mismo
tiempo, esta auto-percepción se encuentra en tensión con la vivencia y politización
de una sexualidad por fuera de la norma heterosexual, lo que ha llevado a identifi-
carme puto, y como tal, parte del colectivo de diversidades y disidencias sexuales.
Esta doble identificación, como varón cisgénero y como puto, bajo la invi-
tación a politizar lo personal que nos hacen los feminismos, implica pensarme
compartiendo rasgos de la socialización en la masculinidad como posición de
género privilegiada, a la vez que me reconozco en las fronteras de esa categoría
y esa vivencia producto de las identificaciones –de género, sexuales, políticas–
que devalúan mi masculinidad.
Desde estas localizaciones, mis aproximación a los debates en torno a
la(s) masculinidad(es), se nutren de los aportes éticos, políticos, ontológicos y
epistemológicos de los estudios y activismos feministas. Esto no supone sim-
plemente una declaración de principios, sino el intento de situar una mirada,
desde la cual se construyen los problemas, preguntas y conceptualizaciones.
En parte, la configuración de una mirada sobre la masculinidad tendrá es-
trecha relación con las epistemologías del género. Siguiendo a Elsa Dorlin, la
distinción clásica entre sexo y género, que ha nutrido las primeras décadas de los
estudios y políticas públicas de género, ha encontrado su límite en el hecho de
que la desnaturalización de los atributos de lo femenino y lo masculino, al mismo
tiempo, volvió a delimitar y de tal modo reafirmó las fronteras de la naturaleza.
Al desnaturalizar el género también se cosificó la naturalidad del sexo (2009:36).
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La analogía entre sexo y naturaleza - género y cultura, atraviesa buena


parte de los debates y polémicas en torno a las epistemologías de género, femi-
nistas, trans y queer contemporáneas.
En esta clave, podemos afirmar que la naturalización del sexo tiene su correlato
teórico en el campo de los estudios sobre masculinidades en la despolitización del
concepto “varón”, que no sería comprendido como una construcción socio-históri-
ca sino como el “sexo biológico macho” (en tanto dato de la naturaleza) al cual se le
atribuirá la masculinidad como constructo socio-cultural. En ese sentido, se traza
una continuidad entre sexo y género, entre varón y masculinidad, donde ésta última
sólo aparece en tanto propiedad o atributos de los varones. Pero, ¿de qué varones?
Retomando las críticas antes citadas para la comprensión del género, es po-
sible plantear que en la bicategorización del sexo (macho, hembra) opera un su-
puesto de cis-heterosexualidad. Cisexualidad (Cabral, 2009), porque la genitali-
dad devendría en sexo, y para cada sexo habría un género. Aquí también opera el
supuesto de que sólo hay dos genitalidades posibles, patologizando la diversidad
genital y corporal, lo cual vulnera especialmente a las personas intersexuales.
Al mismo tiempo, el binomio macho-hembra se sustenta en el supuesto
de complementariedad heterosexual y reproductiva. Por todo esto, el sujeto
hegemónico –y por tanto tácito– de los discursos sobre la masculinidad, será
el varón cisgénero y heterosexual.
Las críticas a este uso homogeneizante de la noción de masculinidad, ha dado
lugar a la reivindicación de su uso plural. Además de las interpelaciones emergen-
tes desde vivencias no normativas de la masculinidad (varones trans y lesbianas
masculinas principalmente), la voluntad de desmarcarse de los modelos de mascu-
linidad tradicional emerge también (aunque en una dirección política antagónica a
las críticas anteriormente mencionadas) desde los mismos varones cis hetero (y no
heteros también). La fórmula del éxito para realizar dicha operación de distancia-
miento ha sido la adopción abusiva del concepto de “masculinidad hegemónica”, y
en oposición al mismo, las masculinidades plurales o nuevas masculinidades.
En principio, la idea de masculinidad hegemónica hace referencia a la que se im-
pone de manera invisible como medida de lo normal, como modelo a seguir, posicio-
nando a quienes logran encajar en ese modelo en un contexto dado, “en la jerarquía de
la red de vectores de poder que constituyen al género como sistema”. (Connell, 2005)
Sin embargo, generalmente en los estudios y activismos sobre masculinida-
des, su uso va perdiendo el sentido original, fundamentalmente en relación con
el sentido gramsciano del concepto de hegemonía. El carácter hegemónico no
es situado en un análisis concreto del contexto de relaciones de poder en el que
se erige como tal, sino en un sentido descriptivo, listando una serie de caracte-
rísticas y atributos que darían cuenta de esa masculinidad hegemónica. Gene-
ralmente, se la describe como la masculinidad de varones cis, heterosexuales,
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occidentales, blancos, adultos, proveedores, procreadores, protectores, propie-


tarios, consumidores, y reproductores de algún tipo de violencia machista.
Esa tergiversación del concepto de masculinidad hegemónica, termina por
construir más bien un arquetipo de masculinidad tradicional (Azpiazu Carballo,
2017), de la que resulta más fácil distanciarse para la mayoría de los varones de
carne y hueso que no cumplen con la totalidad de sus atributos. Al mismo tiempo,
dificulta o imposibilita la caracterización de las masculinidades que legitiman sus
posiciones jerárquicas y ejercicio de privilegios de género (es decir, que devienen
en masculinidades hegemónicas) en el marco de relaciones de poder complejas y
en intersección con otros vectores de poder, vinculados a la clase, etnia, orienta-
ción sexual, (dis)capacidad y generación. Más aún, en un contexto en que los cam-
bios culturales operados en la trama intersubjetiva y social más amplia, han dejado
indicado el estatuto innegablemente político de las diferencias sexo-genéricas y su
impacto en los procesos de reconfiguración de un orden social de género.
A su vez, la mencionada operación de distanciamiento de esa masculini-
dad arquetípica, nombrada como hegemónica, es lo que habilita a la inflación
discursiva de la noción de “nuevas masculinidades”. Con ello podemos asumir
que, de la frecuente imposibilidad de “dar la talla” con esa descripción, resulta
más sencillo identificarse como parte de “lo nuevo”, y al mismo tiempo des-
responsabilizarse de la reproducción de asimetrías de poder.
La progresiva autonomización de este campo problemático respecto a los
enfoques feministas (aunque no sea explícita en general) tiene como efecto un
progresivo auto-centramiento, mirando la masculinidad desde la masculini-
dad, y ubicando el foco en los cambios y continuidades respecto a la identidad
de los varones, y no a los cambios y continuidades en la configuración de las
relaciones generizadas de poder en las que los varones estamos involucrados.
Por mi parte, elijo distanciarme de dos tendencias mayoritarias en el campo
de los estudios sobre la masculinidad; la primera, anteriormente descripta, es la
que define a la misma en función de un conjunto de atributos y características,
asociadas generalmente al denominado modelo hegemónico de masculinidad.
La segunda tendencia, es la que denomino “política de las adjetivaciones”.
Aún con diversos matices, tanto entre los discursos teóricos como activistas, nos
vamos a encontrar con una hegemonía discursiva que tiende a adjetivar la masculini-
dad que pretende cuestionar como hegemónica o tradicional, principalmente. De igual
manera, tiene a hacer lo propio con el modelo o sentido de las masculinidades (des-
táquese el uso del plural) que pretende promover –nuevas, alternativas, igualitarias-.
La política de adjetivación de las masculinidades, bien a cuestionar, bien a promover,
lo que deja casi siempre sin interrogar, y por tanto sin politizar, es la masculinidad.
Es en este sentido que afirmo que los discursos que se limitan a adjetivar
la masculinidad acaban por contribuir a su despolitización, ya que centran su
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foco en las formas de actuar la masculinidad de los varones, sin preguntarse


por el carácter histórico y político de la categoría sexual a la que la masculini-
dad da origen y sentido (la de hombre o varón), contribuyendo de esta manera
a su naturalización en tanto sexo biológico.
Recuperando los aportes teóricos de las feministas materialistas (Curiel y
Falquet, 2005) que denuncian el carácter político e histórico de la bicategoriza-
ción sexual, así como los aportes feministas post-estructuralistas (de Lauretis,
1989, Butler, 1990, Sabsay, 2011), que explican cómo el sexo ya está inscripto en
una matriz cultural de género que lo antecede y constituye, podemos aproxi-
marnos a afirmar que la masculinidad en tanto discurso de género es la que
posibilita la construcción de un sector de la población en hombres o varones.
Sin vocación de universalizar ni homogeneizar una noción de masculini-
dad, suspendo su uso plural para poner el foco, no en los sujetos y subjeti-
vidades masculinas, sino en la masculinidad como dispositivo de poder. Por
la misma, me refiero a un conjunto de discursos y prácticas a través de las
cuales los sujetos asignados varones al nacer serán socialmente producidos
en tanto tales.
Esta producción se afirmaría en la socialización de los mismos bajo la idea,
la creencia o la convicción, de que los tiempos, cuerpos, energías y capacidades
de las mujeres y feminidades deberían estar a su (nuestra) disposición. En este
sentido es que afirmo que la masculinidad es un proyecto político extractivista,
puesto que busca apropiarse de la capacidad de producción y reproducción de
las sujetas a las que subordina. Para que dicho proyecto político sea posible, la
masculinidad se establece como dispositivo de producción de varones deseosos
de jerarquía y pone a su disposición las violencias como medios legítimos para
garantizar el acceso (y permanencia) a la misma (Falquet, 2017).
Vale aclarar que, no todos los varones somos los productos deseados por
dicho dispositivo de poder, y existen otros vectores como la orientación e iden-
tidad sexual y de (cis/trans) género, la pertenencia de clase y étnica-racial, la
(dis)capacidad y diversidad funcional-intelectual, la generación y nacionali-
dad, entre otras, constituyen (im)posibilidades concretas para desplegar ese
proyecto en carne propia. Pero, en cualquier caso, ese dispositivo de masculini-
dad sigue estableciendo (y pretendiendo estabilizar) normas de referencia que
afectan los procesos de producción de subjetividades generizadas.
En relación con las masculinidades, en plural, en tanto múltiples usos y
apropiaciones subjetivas de la masculinidad, es que cobra sentido la articula-
ción entre una noción materialista del sexo, y una concepción performativa del
género. Puesto que no somos la mera repetición de la norma –ni el producto
esperado por el dispositivo– sino que, es en la repetición e interpelación de la
norma que se encuentra su desplazamiento (Butler, 2002).
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Las masculinidades que no se auto-perciben varones, varones que se sus-


traen a la obligatoriedad de la heterosexualidad, masculinidades y varones
trans, masculinidades lésbicas, no binarias, e incluso los varones cis hetero
que disienten y toman distancia de los mandatos del dispositivo, encarnan ac-
tuaciones del género que permiten sostener que, así como la biología no es
destino, la producción social del sexo tampoco lo es.
La apuesta por articular ambos enfoques epistemológicos (post-estructuralista
y materialista), radica en la necesidad de reconocer las multiplicidades y singulari-
dades de las masculinidades en tanto performances de género, sin que el reconoci-
miento de esa diversidad derive en la subestimación de la persistencia de disposi-
tivos de producción de diferencias, jerarquías y desigualdades en función del sexo.
A partir de esta comprensión, entendemos a la masculinidad –en singular–
como el dispositivo a cargo de la producción de los sujetos varones (señalando
que el “producto” buscado son varones cis-heteros), de los que se espera ocupen
las posiciones dominantes en el marco de las relaciones generizadas de poder.
Esta masculinidad, en tanto proyecto político extractivista, es la que se encuen-
tra interpelada por una ola feminista que cuestiona los pactos sexuales y órdenes
de género en que se producen y reproducen las relaciones opresión, explotación y
violencias machistas. Las reflexiones en torno a los cambios y continuidades en las
identidades “masculinas”, las relaciones entre costos y privilegios derivados de los
mandatos de masculinidad, incluso la pregunta en torno a la posibilidad del deve-
nir feminista de los varones, cuando se focalizan en la propia vivencia masculina,
en la auto-definición, de manera auto-centrada, se distancian de la perspectiva
relacional del poder como dimensión articuladora de la mirada feminista.
Siendo respetuoso de las singulares construcciones y enunciaciones po-
líticas e identitarias, mi interés radica en preguntar en qué medida somos o
estamos siendo “desertores” de los privilegios y complicidades en que pretende
socializarnos, estabilizarnos y disciplinarnos el dispositivo de masculinidad.

Leer más:

• Azpiazu Carballo, J. (2017) Masculinidades y Feminismo. Barcelona: Virus.


• Connell, R./R. (1997). “La organización social de la masculinidad”. En Valdés, T. y Fab-
bri, L. (2015). ¿Qué (no) hacer con la masculinidad? Reflexiones activistas sobre los límites
de los “colectivos de varones/grupos de hombres”. Ponencia presentada en el V Coloquio
de Estudios de Varones y Masculinidades. 14-16 enero 2015, Santiago de Chile.
• Fabbri, L. (2018) “La ola feminista cuestiona la masculinidad”, en La Cuarta Ola Femi-
nista, Freire, V. [et al.].
• Falquet, J. (2017). Pax Neoliberalia. Perspectivas feministas sobre (la reorganización de) la
violencia contra las mujeres. Buenos Aires: Madreselva.

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