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Colombia
Laura Catalina Mora Baquero
Sociología- Pontificia Universidad Javeriana
catalinamorab31@gmail.com
Resumen
El presente artículo tiene como fin aproximarse a los años 60 como periodo de cambio en la
forma de hacer y ver cine en Colombia que descansó en la renovación del documental
como método para construir un relato acerca de la realidad inmediata. Para esto se
retomaran las obras La huerta casera (1945) de Marco Tulio Lizarazo, Esta fue mi vereda
(1959) de Gonzalo Canal Ramírez, Rapsodia en Bogotá (1965), Raíces de Piedra (1961) de
José María Arzuaga y Chichigua (1962) de Pepe Sánchez como representaciones que
hablan de las transformaciones en los modos de concebir la realidad particularmente en la
diferenciación entre el campo y la ciudad en un proceso de transición entre estos dos
entornos y del cual la región latinoamericana fue participe durante este siglo. De esta
forma, se evidenciará como el cine se convierte en una mirada y una voz de aquello
imperceptible de la historia y sus personajes.
Introducción
De esta manera, el desarrollo de cine documental habla de una forma de acercarse a lo que
nos es desconocido o imperceptible al ojo, esos hilos de la realidad que se pierden en la
cotidianidad y, que de acuerdo a unas condiciones sociales, se empieza hacer necesario
representar para convertirlo en una experiencia colectiva. Así, vemos que las
transformaciones del documental implican un proceso de aprehensión de lo tangible e
intangible del mundo constituyendo modos de interpretación cinematográfica que hablan de
la realidad de cada lugar.
Los años sesenta, fueron una década de agitación política, intelectual, social y cultural que
en América Latina se vivió con un panorama que atravesaba dictaduras, revoluciones y
diferentes conflictos internos que se enmarcaron dentro de la fragmentación del mundo en
dos bloques políticos: capitalismo y comunismo. El cine, dentro de este ambiente, se
convirtió en una herramienta masiva y eficaz para movilizar ideas alrededor de los
fenómenos sociales, constituyendo precisamente al género documental, como un lenguaje
que evidencia, testimonia, visibiliza e incluso denuncia, modificándose así su papel dentro
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El caso de Bogotá es muy explícito. Para 1951, tenía 715.250 habitantes y 13 años después en 1964
contaba con 1’697.311 habitantes, los cuales pertenecían en gran medida a migrantes que venían del campo
a la ciudad. (DANE ,1951- 1964)
de la sociedad. Estos cambios se vieron revelados con el Nuevo Cine Latinoamericano 2 que
configuró los esquemas narrativos y estéticos de abordar la realidad vinculados a unos
propósitos políticos de cambio social. Estas corrientes en América Latina tuvieron fuerte
influencia del cine europeo, especialmente del neorrealismo italiano, del cine de autor
francés que había replanteado la discusión acerca de la pretensión del realismo en una
intención de renovar las representaciones de la realidad, que se convierte también en una
lógica de llegar a ella, a través de la verosimilitud de la imagen y del proceso de recepción
por parte del público.
De esta forma, el cine documental de esta época se contrapone al modelo distribuido por
industrias como la de Hollywood que se había convertido en sello del cine ‘comercial’,
basado en una movilización de productores y realizadores con un gran equipo técnico en
donde la labor de cineasta, comenzaba a perder esa aura de creación que quiso revindicar el
cine de autor y todos estos grupos cinematográficos. El Nuevo Cine Latinoamericano,
emerge de esta forma como una corriente cinematográfica con un claro enfoque político y
estético que se promueve a través de publicaciones y festivales propiciando una movilidad
de ideas y expresiones. En Colombia, aunque no se constituyó un movimiento como en
otros países de la región, fueron mencionadas y reconocidas las participaciones en
festivales de cine latinoamericano obras como Chircales (1966-1971) de Marta Rodríguez
y Jorge Silva y Asalto (1968) de Carlos Álvarez (Valverde, 1978)
De esta manera, Colombia durante este periodo estaba marcado por un periodo de auge de
políticas de desarrollo económico enmarcadas en la industrialización de distintos sectores y
la urbanización, que modificaron geográfica y socialmente a la población en distintas
regiones del país (Palacios, 2002). Paralelo a ello, desde finales de los años 40 y los 50 se
vivió un fuerte periodo de violencia entre el partido liberal y conservador sucedido por el
gobierno militarista de Rojas Pinilla que desencadenó en un pacto político de alternancia
presidencial llamado Frente Nacional. Este último rasgo de pacificación por parte de las
elites políticas en los años 60 modificó la participación social y política de la población que
se manifestó de distintas formas y de las cuales el cine da cuenta. Durante este periodo de
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El Nuevo Cine Latinoamericano se le denominó a todas las iniciativas que tuvieron propósitos
cinematográficos y políticos durante esta época. Así, cada país tomó diversas vertientes dada la apropiación
de ciertos elementos tanto estéticos como narrativos que se configuraron de acuerdo a las particularidades
de cada nación pero que se identificaron dentro de esta tendencia. Identificamos, entonces al Cinema Novo
en Brasil, Tercer Cine en Argentina, Cine imperfecto en Cuba, entre otros.
los 40 hasta los 60, el cine se vio atravesado por una serie de transformaciones en donde
predominaban los noticieros como plataforma de reportaje, publicidad y propaganda cuyas
obras marcaron por varios años el panorama cinematográfico hasta los años 60 cuando
empieza a diversificarse.
De esta forma, entre 1920 y 1950, treinta años en donde estas realizaciones ocuparon un
espacio importante, se presenta un proceso de cambio en la forma de representar el mundo
que pasó de ser un registro lineal de escenarios y acontecimientos históricos para construir
una mirada cinematográfica en términos de complejidad simbólica y discursiva. Esta
tradición se ve reflejada en las realizaciones de los hermanos Acevedo en los años 30 y 40
y posteriormente Marco Tulio Lizarazo en los 50 en donde predominaron las imágenes de
un país que se mueve entre fiestas y ferias, desfiles militares, eventos presidenciales y
deportivos como el boxeo y las corridas de toros, vistas panorámicas de las principales
ciudades con algunos recorridos por los sitios de interés, inauguraciones de acueductos,
avenidas, puentes y edificaciones de valor arquitectónico entre otros actos de corte
histórico-descriptivo (Anexos bibliográficos de Bogotá Fílmica , 2012; Martínez, 1978)
Por la forma en que son descritas las imágenes de estos cortometrajes, para el análisis es
valioso su aporte como documento histórico al ser una exhibición de elementos que nos
hablan de ciertos aspectos en un momento del tiempo, pero que dentro del interés de
encontrar un relato a partir del lenguaje cinematográfico notamos una visión estática de la
realidad, es decir, como hechos anunciados fuera de un tiempo histórico, en donde las
actividades y prácticas de los habitantes parecen actos aislados de la complejidad social en
que están insertos.
Esta imagen bucólica del campo sirve de referente para el análisis de Esta fue mi vereda
(1959) de Gonzalo Canal Ramírez. Esta obra inicia con un recorrido por el paisaje
exuberante de montañas y animales en donde ‘el gallo es anuncio para el campesino’ de un
nuevo día en el que los hombres comienzan a trabajar la tierra, las mujeres ‘diligentes y
laboriosas’ alimentan a sus esposos e hijos y los viejos cuentan historias a sus nietos en una
atmosfera de redención y armonía. Las fiestas religiosas y juegos de gallos transcurren con
tranquilidad pues las mujeres guardan las armas para evitar posible riñas convirtiéndose en
momentos de esparcimiento y alegría. La tranquilidad era tal que ‘las puertas se cerraban
sin trancas, las noches solo se exaltaban por los malos sueños’. Hasta que un día ‘cargadas
nubes se abatieron sobre la vereda’ (…) ‘vereda de limpio cielo y limpias almas’,
anunciando la llegada de la tragedia; ‘Las cruces de fiesta fueron cambiadas por cruces de
muerte’ y ‘las armas que lucían los hombres como símbolo de adorno y deporte en las
fiestas’ rápidamente se convirtieran en armas de fuego. (Canal, 1959)
Con estas palabras se hace referencia a la guerra entre liberales y conservadores que
destrozó al campo durante los años 40 y 50 y que consolidó a Esta fue mi vereda como el
primer filme en hablar de esta violencia. No obstante, la representación de esa violencia no
resulta definida ya que el ambiente de paz ‘de repente’ se ve interrumpido por la malicia,
una malicia que no tiene forma ni nombre. Este desconocimiento frente a las causas y
pormenores de la violencia es mencionado por la crítica de cine en relación con Esta fue mi
vereda:
“…la furia de los violentos, sin mayores explicaciones de los fundamentos de ira.
Tampoco Gonzalo Canal trata de explicarlo en su película. Ni el país ha encontrado
aún la explicación satisfactoria (…) es simplemente aproximarse a una pintura fiel
de la más tenaz y caracterizada “afirmación nacional” de Colombia, que hoy es su
oscura violencia política, como ayer lo fueron la las guerras civiles, al fin y al cabo
también por violencia política, pero menos oscuras. (El Espectador, 07 de Febrero
de 1960, pp. 7 Magazine Dominical)
De acuerdo a estos dos films se expresa una intención de representar el entorno rural en una
idea de preservación de sus valores tradicionales en conjugación al discurso dominado por
los intereses del Frente Nacional que por lo demás, promocionaba sus reformas agrarias a
través del cine. Así, esta imagen del campo se contrapone a las obras audiovisuales
centralizadas en su narración y escenario en el que se indaga de manera más profunda las
relaciones sociales y distintos factores del espacio y la historia visibilizando “actores y
problemáticas poco estudiadas anteriormente como las diferencias de género, los
movimientos sociales y los grupos indígenas” (Vélez, 2010)
Sin embargo, en este periodo se empieza a hacer visible un tipo de cine que centra su
argumento ya no solo en lo tangible de los lugares, sino que empieza a dotar de historia a
los individuos que transitan y significan los territorios. Chichigua (1962) de Pepe Sánchez,
una obra de veintiún minutos, cuenta la historia de un niño habitante de la calle
deambulando por la ciudad en medio de personajes indiferentes y hostiles ante su presencia,
determinando de esta manera la marginalidad de su condición. Es una muestra de la forma
en que el niño percibe ese mundo externo, en donde sus acciones dan cuenta de una manera
de interactuar con el espacio y con el otro. Se encuentra con un librero que no le deja
recoger su avión de papel que ha caído dentro de la librería, con una pareja de enamorados,
un cura y un vigilante que lo persigue por haber entrado a un carrusel. Su pequeño tamaño
está absorbido por los altos edificios, las grandes avenidas y las vitrinas colmadas de
publicidad que lo deslumbran.
El deambular del niño y sus acciones ‘desorientadas’ en el que se exalta su fascinación por
la multiplicidad de escenarios que se le presentan, es la sensación que Simmel (1986)
describe como parte del cotidiano de la ‘gran ciudad’ en el que el individuo está expuesto a
“una sucesión rápida e ininterrumpida de impresiones tanto internas como externas” (pp. 2)
de acuerdo a la rapidez y la fluidez con que el medio actúa. Situación que refleja el proceso
de tensión al interiorizar el esperado comportamiento citadino en el que el individuo ya se
encuentra adaptado a la constante exposición de un ambiente agitado, generando poca
oposición y actitudes consideradas de protección como la antipatía y la indiferencia que
serán forma de sobrevivir en un mundo heterogéneo y de anonimato (Simmel, 1986).
Indiferencia expresada en los transeúntes con los que se choca el protagonista, en donde el
único que rompe esta disposición es el cura que se acerca con compasión a él de la mano de
una biblia.
Filmografía
Ramírez, G.C. (Director y productor) (1959). Esta fue mi vereda. (Película) Colombia:
Cinematográfica Colombiana
Bibliografía
Martínez Pardo, H. (1978). Historia del cine colombiano. América Latina. Bogotá,
Colombia.
Romero, J.L (2008). Latinoamérica: Las ciudades y las ideas. Editorial Siglo XXI.
Argentina.
Simmel, G. (1986). Las grandes ciudades y la vida del espíritu. En Cuadernos Políticos.
Nº45. Pp. 5-10