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El terror y la piedad
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El terror y la piedad
Ebook79 pages1 hour

El terror y la piedad

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About this ebook

"La risa está, probablemente, destinada a desaparecer. No se comprende bien por qué, entre tantas especies animales desaparecidas, persistiría el gesto de una de ellas. Esta grosera prueba física del sentido que se tiene de una cierta inarmonía en el mundo deberá borrarse frente al escepticismo completo, la ciencia absoluta, la piedad general y el respeto de todas la cosas. Reír es dejarse sorprender por una negligencia de las leyes: ¿se creía pues en el orden universal y en una magnífica jerarquía de causas finales? Cuando se hayan enlazado todas las anomalías a un mecanismo cósmico, los hombres no reirán más."
LanguageEspañol
Release dateSep 29, 2021
ISBN9789875992832
El terror y la piedad

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    El terror y la piedad - Marcel Schwob

    Marcel Schwob

    El terror y la piedad

    Traducción: Iair Kon

    Ilustración De Tapa: Nicolás Arispe

    Ilustración De Contratap: María Rabinovich

    Diseño: Verónica Feinmann

    © Libros del Zorzal, 2006

    Buenos Aires, Argentina

    Este libro se realizó con el apoyo de la Dirección General de Industria, Comercio y Servicios de la Subsecretaría de Producción, G.C.B.A.

    Libros del Zorzal

    Printed in Argentina

    Hecho el depósito que previene la ley 11.723

    Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de El terror y la piedad, escríbanos a:

    info@delzorzal.com.ar

    www.delzorzal.com.ar

    Índice

    El arte de la biografía | 5

    El terror y la piedad | 14

    La diferencia y la semejanza | 28

    La perversidad | 34

    El verbo | 41

    El realismo | 47

    La risa | 51

    Il libro della mia memoria | 58

    Vida y obra de Marcel Schwob | 65

    El arte de la biografía

    ¹

    La ciencia histórica nos deja en la incertidumbre acerca de los individuos. No nos revela más que los puntos por los cuales fueron vinculados a las acciones generales. Nos dice que Napoleón estaba enfermo el día de Waterloo, que hay que atribuir la excesiva actividad intelectual de Newton a la absoluta continencia de su temperamento, que Alejandro estaba ebrio cuando mató a Klitos y que la fístula de Luis XIV pudo haber sido la causa de algunas de sus resoluciones. Pascal especula sobre la nariz de Cleopatra –si hubiese sido más corta– o sobre una arenilla en la uretra de Cromwell. Todos esos hechos individuales sólo tienen valor porque modificaron los acontecimientos o porque hubieran podido desviar su desarrollo. Son causas reales o posibles. Hay que dejarlas a los especialistas.

    El arte está en las antípodas de las ideas generales, sólo describe lo individual, sólo desea lo único. No clasifica; desclasifica. En lo que a nosotros atañe, nuestras ideas generales pueden ser similares a aquellas que tienen lugar en el planeta Marte y tres líneas que se cortan forman un triángulo en todos los puntos del universo. Pero observen una hoja de árbol, con sus nervaduras caprichosas, sus tonalidades que varían por la sombra y el sol, la hinchazón que ha producido en ella la caída de una gota de lluvia, la picadura que ha dejado allí un insecto, el rastro plateado del pequeño caracol, el primer dorado mortal que le imprimió el otoño; busquen una hoja exactamente igual en todos los grandes bosques de la tierra: los desafío. No hay ciencia del tegumento de un folíolo, de los filamentos de una célula, de la curvatura de una vena, de la manía de un hábito, de los arrebatos de un carácter. Que tal hombre haya tenido la nariz torcida, un ojo más arriba que el otro, la articulación del brazo nudosa; que haya tenido costumbre de comer a tal hora una pechuga de pollo, que haya preferido el Malvoisie al Château-Margaux, he allí lo que no tiene paralelo en el mundo. Al igual que Sócrates, Tales hubiera podido decir GNWJI SEAUTON, pero no se hubiera refregado la pierna en la prisión de la misma forma antes de beber la cicuta. Las ideas de los grandes hombres son el patrimonio común de la humanidad: cada uno de ellos sólo poseía realmente sus rarezas. El libro que describa a un hombre en todas sus anomalías será una obra de arte, como una estampa japonesa en la que se observa eternamente la imagen de una pequeña oruga vista una vez a una hora determinada del día.

    Las historias permanecen silenciosas sobre esas cosas. En la vasta colección de materiales que proveen los testimonios no hay muchos quiebres singulares e inimitables. Los antiguos biógrafos son ante todo avaros. Al considerar tan sólo la vida pública o la gramática, nos transmitieron sobre los grandes hombres sus discursos y los títulos de sus libros. Fue el mismo Aristófanes quien nos dio la dicha de saber que era calvo, y si la nariz chata de Sócrates no hubiera servido para comparaciones literarias, si su costumbre de caminar con los pies descalzos no hubiera sido parte de su sistema filosófico de desprecio por el cuerpo, no habríamos conservado de él más que sus interrogatorios de moral. Los cotilleos de Suetonio son sólo odiosas polémicas. El buen genio de Plutarco hizo a veces de él un artista; pero no supo comprender la esencia de su arte, puesto que sólo imaginó paralelos –¡como si dos hombres claramente descritos en todos sus detalles pudieran parecerse!–. Estamos limitados a consultar a Atenea, Aulo Gelio, los escolásticos, Diógenes Laercio, que creyó haber creado una especie de historia de la filosofía.

    El sentimiento de lo individual se ha desarrollado más en los tiempos modernos. La obra de Boswell sería perfecta si no hubiera considerado necesario citar en ella la correspondencia de Johnson y hacer digresiones sobre sus libros.

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