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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

Instituto Superior
de Pastoral

Vivir en Dios.
Hablar de Dios, hoy
XIV Semana de Estudios
de Teología Pastoral

EDITORIAL VERBO DIVINO


Avda. de Pamplona, 41
31200 ESTELLA (Navarra) España
2004
lias del paso de Dios y del vacío de Dios en todo lo que
él no es. Por esto, la más profunda verdad de la filoso­
fía, enunciada ya por Platón, es que no conocemos con
la carne nada de carne (o de piedra o cielo) que sea
perfecto; pero sabemos a ciencia cierta esto mismo: que
nada es perfecto; lo cual es imposible a menos que el Dios, Misterio santo,
ojo superior o íntimo de nuestra vitalidad o alma no en la historia de las religiones
esté vislumbrando, aunque sea a distancia grandísima,
la perfección. El idólatra, el supersticioso, cree en per­ Juan Martín Velasco
fecciones de carne (o de piedra o cielo); el hombre que
sabe hablar sobre Dios ha aprendido de veras este len­
guaje cuando se ha cerciorado de que Dios existe preci­
samente porque todo otro sentido y toda otra consis­
tencia son precarios. Introducción: sentido de
Aunque todo se hunda, como realmente puede hun­ la pregunta por Dios en
dirse y de hecho se hunde en no pocas oportunidades, la la historia de las religiones
infinita protesta del que sufre por este espectáculo es el
testimonio secreto y primero de la presencia inobjetiva
del Misterio como experiencia original en los fundamen­ La pregunta por Dios, por lo que significa esa pa­
tos de nuestra vida. labra en la historia de las religiones, no es una pre­
gunta más; la misma, por ejemplo, que se hace el es­
Las palabras sobre Dios deben ante todo utilizarse tudioso que indaga cómo aparece Dios en otro lugar
para dirigirse a Dios mismo pidiéndole que su divino cualquiera de la historia humana, la del pensamiento
silencio no sea nunca confundido con nosotros, en su o la del arte.
maravillosa expresividad, en su Logos, con la muerte de
la esperanza absoluta y el ficticio abrazo a la caducidad La pregunta por Dios en la historia de las reli­
de la vida. No hay que llamar vida plenamente sino a la giones tampoco se reduce a recorrer la historia de las
comunicación, en lo más defendido del castillo interior, religiones y ver cómo se representa cada tradición re­
con el Misterio por el que todas las cosas pueden ser ligiosa lo que nuestras tradiciones teístas y monoteís­
tas llaman Dios, qué idea se hacen de él, con qué imá­
creadas y pueden ser rotas.
genes y símbolos se refieren a él, como cuando en un
diccionario de teología cristiana, al estudiar la palabra
“Dios”, se ofrece un primer apartado en el que se
expone el significado de la palabra religionsgeschitlich
desde el punto de vista de la historia de las religiones,
antes de estudiarlo en el Antiguo Testamento, en el
Nuevo Testamento o en la teología dogmática.

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La pregunta por Dios en la historia de las religio­ ruptura de nivel existencial que caracteriza toda exis­
nes, tal como la entiendo, supone desarrollar una for­ tencia religiosa; impregna su forma de pensar, convir­
ma original de preguntarse por Dios. Porque la reli­ tiéndola en pensamiento simbólico; impregna su vi­
gión, las religiones, son el suelo en el que ha nacido la vencia del tiempo, anclando su devenir en un punto
palabra “Dios”, en el que la palabra “Dios” tiene su fijo estable que lo orienta y le da sentido; impregna
patria, preguntarse por Dios en ellas es preguntarse su condición espacial, estableciendo puntos cardina­
por ese surgir mismo y por el significado que adquie­ les que la enmarcan a partir del centro de un “aquí”
re a partir de él; por el significado en el que cristaliza en el que ha irrumpido ese “más allá” del hombre. La
la toma de conciencia por el hombre de su preceden­ oscura percepción por el hombre de ese más allá de sí
cia absoluta. Es, como si dijéramos, inaugurar un pre­ mismo le hace descubrir su vida como un drama en
guntarse por Dios desde él mismo, no desde la idea de el que el ser o no ser se torna posibilidad de salvación
Dios que el hombre posee, como ha hecho siempre la o perdición; Heil: vida plena y feliz, dicha, gracia, o
filosofía, para de ella deducir su existencia y el con­ Unheil: desgracia, fracaso radical, perdición o desdi­
junto de sus propiedades. Es iniciar un pensar en Dios cha completa1.
desde la toma de conciencia de esa peculiarísima
presencia suya que origina lo que llamamos las reli­ De esta experiencia radical que origina el mundo
giones. Es, si queremos, hacer realidad, a la hora de religioso surge la necesidad para el hombre que vive en
plantear el conocimiento de Dios, la expresión llena su interior de decírsela a sí mismo y formularla, y esa
de verdad de san Buenaventura: Deus praessentissimus necesidad es la que cristaliza en las palabras de todas
animae et eo ipso cognoscibilis, Dios está presente de las tradiciones>eligiosas para Dios.
forma eminente en el hombre y por eso puede ser Hablar de Dios desde las religiones supone, por
conocido por él. eso, descubrir una forma original de ejercicio del pen­
samiento, tomar conciencia de su novedad y sacar to­
Esta forma de preguntar por Dios supone descu­ das las consecuencias que esa originalidad implica. Lo
brir una peculiar forma de ejercicio del pensamiento esencial de la originalidad del pensamiento sobre Dios
que surge de la peculiar forma de existencia que cons­ ejercido en el interior de las religiones está en que ese
tituye el ser religioso, condensado en el universo reli­ pensamiento no es el acto de un sujeto humano que le
gioso tal como lo describe la categoría interpretativa ponga en contacto con un objeto más, una realidad
de “lo sagrado”, propia de la moderna fenomenología junto a las otras y frente al sujeto que éste capte en un
de la religión. Una categoría que significa fundamen­
talmente esto: la presencia en el hombre y su mundo
de un “más allá” de realidad y de significado que los 1 Para el contenido de la categoría de lo sagrado, remito a mis traba­
precede y que hace que el hombre se vea, y vea su jos de fenomenología de la religión: Introducción a la fenomenología de la
mundo, originado, envuelto y atraído por él. La religión, Cristiandad, Madrid, 61997, 85-103, así como “Fenomenología
de la religión”, en M. Freijó, Filosofía de la religión, Estudios y textos,
oscura percepción por el hombre de la presencia de Trotta, Madrid 1994, 67-87; Dios en la historia de las religiones, SM,
ese más allá impregna su forma de ser, provocando la Madrid 1985.

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concepto que se la represente y que cristalice en un Grandes fases de la
nombre común, expresión de un género realizable en representación de lo divino
una variedad de especies, aplicable a todos los seres en la historia de las religiones
que reúnan sus propiedades. Lo original del pensa­
miento religioso sobre Dios, de lo que tiene que dar Las religiones de las culturas arcaicas tradicionales
cuenta y a lo que tiene que hacer justicia la pregunta ni siquiera hablan de Dios. Descubren el mundo hu­
sobre Dios desde la historia de las religiones, es que se mano envuelto, habitado, por un poder sobrehumano,
trata de un pensamiento establecido en la relación con sin rostro ni figura precisa, que se localiza en espacios,
ese plus de realidad que origina el mundo religioso, actúa en fenómenos naturales, se visibiliza en persona­
por el que el hombre religioso se experimenta pre­ jes especiales y transforma el mundo del hombre, de
cedido, que surge de él y que por eso sirve de apoyo mundo de objetos, en un sistema de símbolos, en una
para que el hombre la viva y la piense. sucesión ininterrumpida de hierofanías. Desde la origi­
nal experiencia del mundo que suponen esas culturas,
Esta forma original de pensamiento se encarna, Dios es vivido más que pensado como el plus de poder,
cristaliza, en una peculiar forma de lenguaje en el que de eficacia y de valor que se manifiesta en el mundo y
intervienen todas las palabras del habla humana, pero la vida del hombre. Un plus que suscita sobrecogimien­
siempre al servicio de esa relación, como otras tantas to y admiración, que se convierte en palabras y accio­
formas de expresarla. Tales formas de lenguaje son nes con las que pretende ponerse en contacto favorable
sumamente variadas: la confesión, la alabanza, la in­ con él.
vocación, la pregunta, la queja, la adoración y, en otro Las religiones politeístas, propias de culturas desa­
nivel, el discurso racional que llamamos teología. Los rrolladas, en las que los humanos han aprendido a com­
dos rasgos característicos de todas ellas son el ser prenderse como sujetos frente a la naturaleza y como
expresiones de una relación y, más propiamente, de la sujetos capaces de relaciones personales frente a los
relación con una realidad que origina, precede, en­ otros miembros de la comunidad, en las que los sujetos
vuelve y atrae al sujeto. viven en sociedades ya notablemente diferenciadas,
A partir de esta reflexión inicial, la intención de la organizadas y desarrolladas, ese más allá del mundo
exposición que propongo será llegar, por debajo de las comenzará a ser comprendido en términos vagamente
personales, con rasgos definidos y nombres propios, co­
muchas ideas, imágenes, configuraciones, representa­
ciones y palabras para Dios en la historia de las reli­ mo un grupo de figuras singulares dotadas como los
giones, a la experiencia humana a la que remiten y de hombres de un nombre, relacionadas entre sí como los
miembros de las familias humanas o como los grupos
la que surgen.
que componen la ciudad, capaces de ejercer su acción
Pero, para realizar esta tarea, puede ser útil resumir benéfica sobre los humanos y a los que éstos han de res­
en un primer momento la evolución de esas represen­ ponder con oraciones, actos de culto y sacrificios. Lo di­
taciones a lo largo de la historia. Lo que ésta nos ofre­ vino es representado en los politeísmos de esas culturas
ce es una incontable variedad de formas. antiguas con diferentes figuras, sobre todo pero no ex-

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/
/'

elusivamente antropomórficas; designado con los más ¿Qué nos dicen sobre ese fondo último de la reali­
variados nombres propios; pensado en concepciones dad las incontables representaciones, figuras, palabras,
que se los representan superiores a los humanos en fuer­ vacíos, silencios, de la historia religiosa de la humani­
za y poder, no sujetos a sus limitaciones: el sufrimiento dad que hemos resumido en estas etapas principales?
y la muerte; seres dichosos e inmortales, aunque con ¿Tienen algo en común?
frecuencia originados como ellos y como ellos supedi­
tados a un poder superior que rige su propia actuación
como una norma o un destino al que se verían también De las muchas representaciones
sometidos. de lo divino a la idea de “Misterio”
Las religiones postaxiales constituyen un paso deci­
que resume las notas comunes a todas ellas
sivo en la evolución religiosa de la humanidad, que se La comparación sistemática de los datos de la histo­
traduce en un cambio radical en la forma de figurarse, ria de las religiones permite a la fenomenología de la re­
nombrar y concebir la realidad sobrehumana que desde ligión descubrir en las incontables representaciones del
el comienzo acompaña a los hombres como su sombra más allá del hombre por las diversas religiones unos ele­
o, mejor, como la luz a la que viven. Tales religiones, mentos comunes con los que es posible construir una
surgidas en torno al tiempo eje, desarrollan tendencias categoría que las interprete, y cuyo contenido significa­
ya presentes en los diferentes politeísmos, hacia la orga­ tivo permite reunir lo que las generaciones de los hom­
nización y la unificación de esos seres superiores, y se los bres han ido acumulando a lo largo de su historia para
representan bien como trasfondo divino de la realidad, vivir, pensar, expresar y comunicarse la realidad que se
su fuerza, su raíz y su fundamento, como en las formas les hacía presente y con la que entraban en contacto en
no dualistas del brahmanismo; bien como la norma y el esa original experiencia humana que resume la categoría
camino que rige y sustenta la totalidad de lo existente, de “lo sagrado”. Para esa categoría interpretativa venimos
como sucede en el taoísmo; bien como el más allá sin utilizando en fenomenología de la religión la palabra
nombre ni figura al que aspira el hombre necesitado de “Misterio”2. Con ella me refiero a esos elementos co­
salvación, del que sólo puede hablar con el silencio y al munes a las diferentes palabras, figuras, concepciones,
que sólo puede representarse con el vacío de toda repre­ representaciones para la realidad con que las experien­
sentación, como sucede en el budismo primitivo. Los cias religiosas ponen en contacto a los sujetos religiosos,
monoteísmos religiosos, surgidos tardíamente en la his­ y con las que las diferentes religiones se refieren a la
toria religiosa de la humanidad en el doble hogar de Irán realidad nombrada en nuestra propia tradición con la
e Israel, concentran la representación del más allá del palabra “Dios”.
hombre en la figura de un Dios único, irrepresentable en
imágenes, origen absoluto de todo por un acto creador
que lo ha puesto en la existencia, y meta final de la his­ 2 Sobre el significado de “Misterio”, además de los estudios citados
en la nota anterior, cf. mi contribución a J. M artín Velasco, Fernando
toria que su acto creador ha desencadenado y que su pro­ Savater, J. Gómez Caffarena, Interrogante: Dios, Fe y Secularidad/Sal
videncia amorosa acompaña en cada uno de sus pasos. Terrae, 1996; Dios en el universo religioso, 5-49.

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Antes de entrar en la enumeración de los rasgos que lio, referidas a Dios para su justificación o perpetradas
contiene la categoría de “Misterio”, me parece in­ en su nombre.
dispensable, para evitar malentendidos peligrosos, una
reflexión sobre la condición misma de las palabras con Precisamente estos hechos llevan a muchos a acon­
las que los sujetos religiosos se refieren a esa realidad. sejar una moratoria sobre su uso. Pero de la impor­
Propongo, pues, una meditación sobre la palabra tancia de esta palabra para el hombre da idea el que
“Dios”, palabra de las religiones teístas para la realidad incluso las personas más conscientes del desgaste que
a la que remite el término “Misterio”, presente en la palabra “Dios” ha sufrido, las más conscientes de
términos homólogos en otras religiones. que es una palabra lastrada con todo el mal cometido
en su nombre, se rebelan contra esa llamada a silenciar­
la: “¿Dónde podría encontrar una palabra como ésta
para describir lo más elevado?”, se pregunta M. Buber.
Breve meditación sobre “No podemos renunciar a ella —añade—; profanada y
la palabra “Dios” mutilada como está, podemos levantarla del polvo y
erigirla sobre esta hora de gran zozobra”3. “Tan sólo
La palabra para referirse al Misterio y, en concreto, con que aprendiéramos a decir de qué hablamos cuan­
la palabra “Dios”, con la que nosotros nos referimos a do hablamos de Dios, experimentaríamos realmente
él, es una palabra enteramente peculiar. Es, ciertamen­ lo que se pierde cuando se deja de hablar de él”, ha es­
te, una palabra de nuestro lenguaje, utilizada en los más crito con toda razón E. Jüngel. Por su parte, K. Rah-
variados contextos y con los más variados significados y ner, tras haber hecho un esfuerzo por llenarla de con­
que puede llegar a convertirse en interjección, en lugar tenido, escribe que si el hombre olvidase del todo lo
común, en frase hecha, en recurso estereotipado. Pero que esa palabra significa, “dejaría de ser un hombre;
para que esta palabra recobre el brillo que le correspon­ realizaría una evolución regresiva para volver a ser un
de, basta que paremos mientes en su extraordinaria im­ animal hábil”4.
portancia en la vida humana y en la historia. Incon­
tables hombres y mujeres han muerto con ella en los Por eso, la importancia de la palabra “Dios”, que la
labios, y otros tantos han muerto por ella. También, expone a tan graves peligros, nos urge a realizar un es­
hay que reconocerlo, se ha matado por Dios y en su fuerzo por cargarla de todo su contenido, devolverle el
nombre. Se ha puesto debajo de las obras culturales hu­ brillo y la vida que nunca debería haber perdido.
manas más excelsas, hasta el punto de que “divino” es La primera muestra de la originalidad de la palabra
sinónimo de “sublime” aplicado a las grandes obras y a “Dios” aparece en las dificultades para encontrarle un
sus autores. Se ha recurrido a ella -porque las ha mo­ lugar preciso en las clasificaciones de la gramática.
tivado- para las obras más generosas de servicio y “Dios”, en el universo de las religiones, es ciertamente
entrega de sí mismo. Asimismo -y esto no deja de ser
también señal, negativa si se quiere, de su importancia-,
se la ha puesto debajo de las más grotescas caricaturas: 3 M. Buber, Eclipse de Dios, Nueva Visión, Buenos Aires 1970, 13-14.
sacralización de la violencia, opresión, esclavitud, expo­ 4 Curso fundamental sobre la fe, Herder, Barcelona 1979, 70.

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un nombre. Pero no un nombre común, un sustantivo nos: “Si se quiere hablar de Dios, que se diga: ‘¡Dios!’”.
con el que se designe una pluralidad de individuos que Lo cual significa que “el nombre de Dios es, ante todo,
realicen las notas contenidas en el concepto expresado frente a toda especulación ontológica..., significante por
por él. Ni siquiera un nombre único, aplicable a la úni­ el que no se significa más que como si se tratase de un
ca realidad a la que se refiere, si por ese nombre enten­ nombre propio”8.
demos la expresión de un concepto que defina a la rea­
lidad en cuestión. Porque ni siquiera utilizado por la La vacuidad semántica ligada al nombre de Dios en
teología, “Dios” puede entenderse como una palabra cuanto nombre propio prohíbe descubrir en Dios el
con la que el sujeto hable sobre Dios y describa su esen­ objeto de ningún discurso conceptual que lo represente.
cia, ya que ninguna teología digna de este nombre Dios mismo es, más bien, ael cómo se entra en relación
-ninguna teología como lenguaje religioso sobre Dios- con él”9. Tal vez pueda añadirse que cualesquiera que
habla de Dios en general, en tercera persona, como de sean los nombres con los que los hombres se han refe­
una realidad más, objeto del pensamiento humano. rido a sus dioses a lo largo de la historia, todos esos
Hablar religiosamente de Dios supone hablar desde la nombres se reducen a la invocación de la Presencia que
relación que su manifestación instaura. Hablar religio­ origina la relación como “Dios mío”. Por eso “Dios”, re­
samente de Dios supone hablar a Dios, antes de hablar ligiosamente, no se refiere a una realidad en sí misma,
de él. Religiosamente, “Dios” es antes que nada palabra objeto del pensamiento especificado por las mayores y
para la invocación. Nombre, pues, que sin confundirse más eminentes perfecciones. Dios, religiosamente, es
enteramente con el nombre propio del lenguaje de la re­ siempre el Dios de alguien: el Dios de quienes reaccio­
lación interpersonal en el nivel interhumano, se aproxi­ nan a la Presencia del Misterio invocándolo como
ma a esa forma de nombre más que a ningún otro. En “Dios mío”. “Los hombres han dado muchos nombres
este sentido escribía G. Scholem: “El lenguaje de Dios a su tú eterno... Pero todos los nombres de Dios son
consiste todo entero en nombres”5. Por eso pudo escri­ santificados, porque al pronunciarlos no solamente se
bir E. Benveniste: “Se blasfema (o se santifica o se ig­ habla de él, sino también se le habla” (M. Buber).
nora, añadimos nosotros) el nombre de Dios porque Dámaso Alonso ha captado y expresado hermosa­
todo lo que poseemos de Dios es el nombre”6. “La histo­ mente la peculiar condición fundamentalmente invoca-
ria de las religiones —ha escrito un teólogo—comienza (y tiva del nombre de Dios cuando, después de cantar en
consiste) en el hecho de que Dios y los dioses (el Mis­ imágenes espléndidas todo lo que Dios le ha dado, se
terio) son llamados por su nombre”7. Kierkegaard ex­ pregunta: ”¿Qué te he dado yo a ti desde la lumbrarada
presó lo mismo, más apasionadamente, en estos térmi­ de mi alma... / ¿Qué te he dado yo a ti? / Yo te llamo
“Dios” y es lo único que supe darte / Tú me has dado
5 G. Scholem, Le messianisme juif, Payot, París 1971, 412.
6 E. Benveniste, Problemes de lingüistique générale, Gallimard, París
1974, 255. 8 Cit. en D. Bourg, Transcendence et Discours, Cerf, París 1985,
7 H. Waldenfels, Gott. A u f der Suche nach dem Lebensgrund, Benno, 144-155, n. 18.
Hildesheim 1995, 93. 9 Kierkegaard, cit. ibíd., ibíd.

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mi ser... Yo a ti, un nombre / Porque yo te llamo ‘Dios’; esencia de la realidad nombrada, reducir el Misterio a
nombre es lo único que supe darte”10. contenido representativo del nombre, porque eso reba­
“Dios” es, pues, primariamente nombre en el senti­ jaría la Presencia a objeto y le destituiría de su condi­
do de palabra para la invocación. Y una consideración ción de Misterio.
atenta de todo lo que esto contiene nos introduce de Por eso “Dios” como nombre para la invocación no
lleno en la riqueza inabarcable de este nombre y en el es un nombre inventado por el hombre. El hombre, que
camino más recto para descubrirla. ha podido poner nombre a todas las cosas que Dios ha
“Dios” como nombre, como palabra para la invoca­ creado para él, no puede hacer lo mismo con Dios. Ni
ción, no nos dice nada sobre la realidad a la que invo­ siquiera puede preguntarse por él si no es a partir de
camos con ella. Tiene el mínimo contenido semántico una previa presencia suya. Cualquier relación con Dios
posible. No puede llenarse de significado a partir de que pueda el hombre entablar con él, incluso la de la
otras palabras de nuestro lenguaje: padre, el altísimo, pregunta, la de la búsqueda, la de la invocación, supo­
etc., porque para que estas palabras signifiquen verda­ ne su previa presencia, el previo acto de presencia por
deramente algo sobre Dios ya debemos saber lo esencial su parte. En la Biblia, que tantos nombres tiene para
de él, eso que sólo su nombre expresa. Dios, nadie presenta a Dios. Dios irrumpe el primero:
“En el principio Dios creó...”; “Dios dijo y existió”. El
De esta situación paradójica da cuenta la medita­
nombre con que el hombre puede reconocerlo e invo­
ción sobre la palabra “Dios” de K. Rahner que hemos
carlo supone su previo hacer acto de presencia y la ne­
tomado como modelo, cuando se refiere a ella como un
cesidad por parte del hombre de una palabra para po­
“rostro ciego”11. Un rostro remite necesariamente a una
der responder a ella. Por eso, para hablar de Dios, hay
presencia. Y ése es sin duda el origen de la palabra
que partir de él. No existe ningún dato previo a Dios
“Dios” como palabra para la invocación. En efecto, lo
del que Dios pueda ser extraído. Esa palabra, la palabra-
que llamamos religiones, todas las religiones, tienen su
nombre, es, con mucha más razón que en el caso del
origen en una revelación: la irrupción en la vida de una
poeta, la “Palabra a ti debida’, la palabra donada que
persona de la realidad a la que remite la palabra “Dios”.
acompaña como gesto de condescendencia al acto de
En ese acontecimiento originario el hombre recibe,
presencia de Dios que inaugura la relación13.
ciertamente, pero lo que recibe “no es un contenido,
sino una Presencia”12, y esa Presencia, que entabla una Pero ¿con quién se encuentran los sujetos religiosos
relación originaria, en ese hacerse presente al hombre le que a lo largo de la historia han tomado conciencia de
otorga su nombre como medio para que el hombre pue­ esa presencia y la han reconocido? ¿Hay indicios en las
da vivirla. Un nombre, sin embargo, que, para que pue­ palabras, los gestos, las actitudes con las que reconocen
da ser el nombre del Misterio, no puede contener la esa Presencia de la realidad que se les hace presente?
Porque el nombre propio para la invocación puede ser
10 Gozos de la vista, Espasa-Calpe, Madrid 1981, 63-64.
" Loe. cit., 67.
13 Cf. G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, Sígueme, Sala­
12 M. Buber, Yo y tú, Nueva Visión, Buenos Aires 1969, 102. manca, vol. I, 1969, 234-242.

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rostro ciego por su pobreza semántica, pero quien in­ E l Misterio santo como la
voca y en la invocación reconoce la Presencia, con ese más absoluta Trascendencia
nombre no dice menos de lo que podrían decir los con­
ceptos con que tratase de representársela. Dice mucho La palabra “trascendencia” contiene un esquema es­
más, porque lo dice todo en relación con ella. Dáma­ pacial, cuyo contenido es indispensable para captar el
so Alonso lo expresaba felizmente, en el poema citado significado del término, pero que debe ser superado si
más arriba, cuando, refiriéndose al nombre “Dios”, lo se quiere que ese significado sea aplicable a la realidad
único que ha podido dar a quien le ha dado todo, aña­ a la que se refiere. Compuesto del prefijo trans y del
de: “Cuando yo te llamo “Dios”, te devuelvo todas las verbo scandere, “trascendencia” evoca un doble mo­
sensaciones... y mi ser y mi existir...” / “Yo digo ‘Dios’ vimiento de travesía y de ascensión15. El recurso a este
y quiero decir ‘te amo’; / Quiero decir ‘tú, tú qué me esquema espacial tiene su origen en el hecho de que el
ardes’.../ Te digo ‘Dios’ como si te dijera: ‘deshazme, sujeto sólo tiene acceso a la realidad calificada de tras­
súmeme’”14. cendente en la medida en que se trasciende a sí misma
Pues bien, ¿qué quieren decir los humanos cuando y va más allá de las posibilidades humanas en todos sus
ese más allá de ellos mismos se les ha hecho, se les ha­ aspectos: pensamiento, lenguaje, deseo, dominio, etc.
ce presente en su ser, su vivir, su amar, su preguntarse Este primer elemento nos orienta hacia el significado
por sí mismos, su morir, y, movilizados por su presen­ peculiar que el uso de esta imagen introduce en relación
cia, intentan hacerse cargo de él, acogerlo, responderle con lo divino. El que la relación con ella requiera el
con todos los recursos a su alcance y, en especial, con el trascendimiento incluido en la imagen significa ya la
nombre que los resume a todos? incapacidad del sujeto para hacerle objeto de sus senti­
dos, imaginación, pensamiento, deseo y dominio. Con
“realidad trascendente” el sujeto religioso se refiere,
Rasgos del Misterio santo pues, a una realidad sólo accesible yendo más allá del
uso de las propias facultades. Una realidad que se “ha­
El Misterio santo se revela como la Presencia, en lo ce presente” de una forma enteramente distinta a la for­
más íntimo del sujeto, de la más radical Trascendencia. ma de aparecer de todas las demás realidades. Que no
Los tres términos de la expresión, “presencia”, “intimi­ se reduce, pues, a estar más allá de las realidades mun­
dad”, “trascendencia”, son igualmente esenciales, igual­ danas, pero de alguna manera contigua a ellas, por en­
mente imprescindibles, y están estrechamente interrela- cima de ellas o “contemporánea” con ellas, sino que de­
cionados. Esto significa que ninguno puede entenderse be ser comprendida como el más allá de realidad que se
correctamente sin la referencia a los otros dos, aunque
la claridad de la exposición exija desarrollar el conteni­
do de los tres de forma sucesiva. 15 E. Levinas ha insistido como pocos pensadores contemporáneos en
la trascendencia de Dios y ha renovado la comprensión de la misma. C f,
por ejemplo, Dieu, la mort et le temps, Le Livre de Poche, París 1995,
190; también “Transcendence et hauteur”, en Cahier de l ’H erne, París
14 C f supra, n. 10. 1991, 50-74.

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hace presente al hombre cuando éste entra en contacto blica habla de Dios como “Dios escondido” (Is 45,15),
con todas las demás realidades; especie de horizonte ili­ afirma que “a Dios no le ha visto nadie jamás” (Jn 1,18)
mitado de inteligibilidad en el que se inscribe todo lo y llega a decir de él que “habita una luz inaccesible”
que conoce y que hace posible el hecho mismo de co­ (1 Tim 6,16), ya que “no puede el hombre ver a Dios
nocer; especie de horizonte de bondad y deseabilidad en y seguir en vida” (Ex 33,20).
el que se inscribe todo lo que el hombre desea y valora
y el hecho mismo de desear y valorar. Así, esta primera Un tercer registro significativo, frecuentemente uti­
aproximación al significado de “trascendencia” nos in­ lizado en las religiones, es el relativo a la semejanza y la
dica que con esta palabra nos referimos no a una reali­ diferencia. De acuerdo con él, la realidad suprema con
dad más, por mucho que después la califiquemos, sino la que el sujeto religioso entra en contacto es designada
a una realidad de otro orden, a otro orden de realidad. con frecuencia como “otra” en relación con todas las
realidades mundanas en un grado no comparable, sino
Las imágenes y los símbolos de las tradiciones re­ superlativo o, mejor, absoluto. Así, las Upanishads se
ligiosas para la trascendencia son incontables y están refieren al Brahman, el nombre para el Misterio en los
culturalmente condicionados, pero se dejan agrupar en
escritos del Vedanta, como “lo totalmente otro”: “Lo
unas pocas familias semánticas. absoluto, totalmente heterogéneo y trascendente, dis­
La primera es la representada por las realidades tinto y diferente de todo lo que el hombre puede
mundanas presentes, pero inalcanzables para el hom­ conocer e imaginar16”. En la misma línea significativa,
bre. Así, el firmamento, el cielo, como realidad que en­ san Agustín se refiere a Dios como “Aliud valdé\ muy
vuelve al hombre en todos sus desplazamientos, pero al otro, y como “ Totus alius\ todo otro. Su radical dife­
que no tiene posibilidad de acceso; una realidad muy rencia hace que entre él y el resto de las realidades no
estrechamente ligada con Dios para toda una serie de quepa comparación ni proporción alguna, por ser de
culturas humanas que le han visto reflejado en el cie­ otro orden que todas las realidades y no connumerable
lo o se lo han representado como el altísimo: “Dios del con ninguna de ellas, ni con su conjunto: “primero sin
cielo”, “que habita en las alturas”, “ser supremo” o su­ segundo”, como dice otro texto de las Upanishads, “Es
perior a todo. Seguramente, de esta conexión entre nada de todo lo que es”, dicen pensadores y místicos
Dios y el firmamento tenemos una huella en el lengua­ cristianos, “en cuanto es distinto y está separado de
je, ya que en numerosas lenguas indoeuropeas la raíz div todo supersustancialmente”. “Deus propter excellentiam
o deiw, con la que se designaba el firmamento, está en non inmérito nihil vocatur” (a causa de su excelencia,
las palabras “Dios”, Theos, Deus, con las que se designa Dios es llamado, no sin razón, nada), escribe san Isidoro
a Dios en esas lenguas. de Sevilla17.
El segundo registro semántico para expresar la Tras­
cendencia toma como fundamento la relación con la vi­
16 F. Tola, Introducción a su antología Upanishads. Doctrinas secretas
sión, órgano primero para la captación de lo que se nos de la India, Barral, Barcelona 1973, 19.
hace presente. Por eso es tan frecuente que se designe a 17 Cit. en A. Vergote, Interprétation du langage religieux, Seuil, París
Dios como el invisible. Así, nuestra propia tradición bí­ 1974, 122.

114 115
La radical “otreidad” o diferencia hace del Misterio la otra forma cuando afirma que la voluntad de Allah se
realidad que escapa a toda posibilidad de conocimiento impone al hombre de manera absoluta, de forma que su
por parte del hombre o, mejor, hace que sólo sea cog­ única respuesta es islam, es decir, el sometimiento incon­
noscible como desconocido. Es, dice en este sentido la dicional a ella.
Kena Upanishad, “distinto de lo conocido y distinto de lo Del Tao, nombre para el Misterio en la tradición que
desconocido”, o, en expresión del Pseudo-Dionisio, que lleva su nombre, se dice en el Tao Te Ching. “El Tao que
hace suya santo Tomás, uperagnostos, superincognoscibilis. puede ser expresado no es el Tao perpetuo... el Tao en su
De ahí que sólo pueda ser conocido por los humanos en estado perpetuo es innominado... El hombre tiene por
términos negativos: “No es así, no es así”, es en una Upa­ norma a la tierra; la tierra, al cielo; el cielo, al Tao; el Tao
nishad lo único que puede decirse de Brahman, o como él es su propia ley”20.
dice santo Tomás: “De Dios no sabemos lo que es, sino
lo que no es”. Por eso, el progreso en el conocimiento de Del nirvana, término tal vez homólogo en el budis­
Dios consiste no en saber cada vez más cosas sobre Dios, mo al de Dios en las religiones teístas, se dice: “Nadie
sino en saber cada vez mejor que no le conocemos, aña­ puede medirlo. Para hablar de él no hay palabras. Lo que
de el mismo santo Tomás18. Con ello, el gran maestro el espíritu podría concebir se desvanece. Todo camino
medieval no hace más que continuar con la tradición de está cerrado al lenguaje”21.
la teología negativa que venía afirmando desde san Gre­ En numerosas tradiciones se recurre como nuevo ca­
gorio de Nisa que, “cuando Moisés ha progresado en la mino para la afirmación de la trascendencia del Misterio
gnosis, en el conocimiento, declara que ve a Dios en la a la coincidentia opposittorum, es decir, la aplicación al
tiniebla, es decir, que conoce que la divinidad es esen­ mismo de apelativos contradictorios en el orden intra-
cialmente lo que trasciende todo conocimiento y escapa mundano: “Se mueve y no se mueve; está cerca y está
a la captación del espíritu”, ya que pretender hacerse una lejos; es grande y pequeño”. De ahí que el oxímoro, la
idea de Dios sería fabricarse un ídolo19. paradoja y la negación sean un recurso frecuente en el
lenguaje religioso y especialmente en el de los místicos22.
La trascendencia del Misterio es reconocida en nue­ Las expresiones sobre la trascendencia del Misterio
vos registros significativos, como cuando se reconoce que podrían multiplicarse sin esfuerzo. Las hay en los niveles
los caminos de Dios no son los de los hombres y que sus expresivos más originarios: el de las oraciones de alaban­
planes distan de los de los humanos como el cielo dista za, en las que el sujeto se hace eco de la majestad del Dios
de la tierra (Is 55, 8). El Corán expresa la misma idea de al que adora, de su bondad, de su belleza y de su gloria.
Las hay, en el mismo nivel originario de la oración,

'“Las afirmaciones del santo en este sentido son constantes en su


obra, como lo son en documentos del magisterio y en la tradición de la 20 Tao Te Ching, 1.
Iglesia. Sobre el tema, cf. la excelente monografía de A. de Luis Ferreras 21 Referencias en E l fenótneno místico, Trotta, Madrid 22003,
La incomprensibilidad de Dios en K. Rahner, Publicaciones de la Universi- 157-173.
dad Pontificia de Salamanca, Salamanca 1995, esp., 220ss. 22 Sobre este aspecto del lenguaje religioso, especialmente en los
19 La vida de Moisés, II, I62ss. místicos, cf. mi estudio El fenómeno místico, Trotta, Madrid 22003, 54-58.

116 117
cuando el orante invoca la divinidad desde lo profundo La tradición hindú lo afirma con toda radicalidad en
de su pequeñez o de su angustia, consciente de su ser en las mismas páginas en las que expresa la conciencia de la
peligro, de su ser en pecado, ante la Santidad augusta, y radical trascendencia del Brahman. Sólo del Brahman,
“levanta los ojos a los montes, hacia lo alto, de donde le totalmente otro en relación con todo lo mundano, se
vendrá el auxilio”. Pero más importante que acumular puede decir que sea la raíz de todo lo que existe, hasta
las expresiones del sujeto religioso sobre la trascendencia el punto de afirmar que Brahman es todo y que todo es
de su Dios es descubrir el sentido de las mismas. Brahman. Sólo quien ha comprendido que es incapaz
de pensar el Brahman puede, superando la forma ob­
jetiva de pensar, descubrirse a sí mismo, descubrir su
Trascendencia en la Atman, surgiendo del Brahman: “Él es la realidad, él es
más íntima inmanencia la esencia y tú eres eso”, dice el maestro al discípulo en
una serie de parábolas contenidas en una de las más
Para ello, nada tan urgente como resaltar que afir­ célebres Upanishads15.
mar la trascendencia del Misterio no es ubicarlo en la
En el mismo Nuevo Testamento, donde leemos que
más completa lejanía. Resaltar, pues, que, con la afir­
“a Dios no le ha visto nadie jamás” y que “habita una luz
mación de la trascendencia, el sujeto no quiere remitir
inaccesible”, leemos que “no está lejos de ninguno de no­
el Misterio al más allá de todo lo que existe, como si
sotros” y que “en él vivimos, nos movemos y existimos”
fuese ajeno a todo y al propio hombre que lo reconoce.
(Hech 17,27-28). El mismo san Juan de la Cruz, que ha
El sujeto religioso afirma o, mejor, reconoce la absolu­
sembrado sus comentarios al poema En una noche oscura
ta trascendencia del Misterio desde la conciencia de su
con las más radicales afirmaciones de la trascendencia
presencia en la entraña de lo real y en el corazón de la
divina26, afirma de Dios que se encuentra con el hombre
persona. El reconocimiento de la absoluta Trascenden­
“del alma en el más profundo centro” para asegurar, al
cia, lejos de oponerse a su presencia en la intimidad de la
tratar de precisar cuál es ese centro del alma, que “el cen­
persona, la supone. Porque, para decirlo con una expre­
tro del alma es Dios”27, remitiendo así a un último nivel
sión que sólo aparentemente resulta paradójica, sólo lo
del hombre, el del espíritu, característico de las antropo­
que es Totus alius, totalmente otro, puede ser reconocido
logías religiosas y de las de todos los místicos.
y afirmado a la vez y por lo mismo como non aliud\ no
otro en relación con todo lo creado23. Sólo el que es Su­ El mismo Corán, que ha afirmado la trascendencia
perior summo meo, más elevado que lo más elevado de mí de Dios insistiendo en su condición inaccesible e indo-
mismo, puede ser vivido como Interior intimo meo, más minable para el hombre, añade que “está muy cerca” del
íntimo a mí mismo que mi propia intimidad, en fórmu­ hombre, “más cerca que su propia yugular”28.
la difícilmente superable de san Agustín24.
25 Chandogya-Upanishad, 6,9-6,14.
26 C f, por ejemplo, 2S 8, 2-3; 3S 2, 3; 3S 12,1
23 Nicolás de Cusa, Du non-autre, traducción y notas por H. Pasqua,
Cerf, París 2002. 27 LB 1, 12.
24 Confesiones, 3, 6. 28 Corán, 50, 16.

118 119
Cuando los filósofos y teólogos mantienen su refle­ que es antes que nada toda su vida humana vivida de
xión sobre lo divino en relación con lo que sobre Dios una forma peculiar. La trascendencia y la inmanencia
afirman los sujetos religiosos y, tal vez, sobre todo, en del Misterio no son para el sujeto religioso ideas con las
alguna relación con la referencia a Dios que ellos mis­ que delimite conceptualmente o defina una realidad
mos mantienen como sujetos religiosos, llegan a expre­ que fundamente su explicación del mundo. Trascen­
siones conceptuales en las que sigue reflejándose lo fun­ dencia e inmanencia son las palabras-nociones con las
damental de las afirmaciones religiosas. X. Zubiri ha que los intérpretes del fenómeno religioso tratamos de
afirmado y justificado la relación entre trascendencia e expresar el significado de las incontables imágenes y
inmanencia en la comprensión de lo divino en estos tér­ símbolos en los que las tradiciones religiosas han for­
minos: “Ese carácter según el cual Dios está presente en mulado la Presencia enteramente peculiar de la que
las cosas con una presencia intrínseca y formal y que, surgen y a la que invocan con las palabras-nombre de
sin embargo, las cosas no sean Dios, es justo lo que yo los estratos más originarios de la vida religiosa.
llamo trascendencia de Dios en la realidad: la funda- Para avanzar, pues, en la comprensión de lo que
mentalidad de Dios es trascendente... Trascender no significa el Misterio es indispensable que desglosemos el
significa estar más allá de las cosas, porque, por el con­ significado de ese tercer rasgo expresado con la palabra
trario, Dios está formalmente e intrínsecamente en ellas. “presencia”.
La trascendencia de Dios no es un estar más allá de las
cosas... la trascendencia es justamente un modo de estar
en ellas, aquel modo según el cual éstas no serían reales E l Misterio santo como Presencia
en ningún sentido, sino incluyendo formalmente en su
realidad la realidad de Dios, sin que por ello Dios sea Probablemente esta palabra-símbolo sea la funda­
idéntico a la realidad de las cosas. Y esto es lo esencial de mental de las tres en las que venimos resumiendo el sig­
la trascendencia divina: no es ser trascendente a las cosas, nificado de las incontables imágenes de los sujetos reli­
sino ser trascendente en las cosas mismas”29. giosos para aquel a quien cada uno de ellos invoca como
su Dios. No designa, en realidad, un objeto, ni siquie­
Pero trascendencia e inmanencia no son para el suje­ ra un sujeto considerado como algo con lo que entable
to religioso dos predicados con los que pretenda hacer­ una relación de tipo “yo-ello”. “Presencia”30 designa la
se cargo de la forma de ser, de la esencia de la realidad existencia en reciprocidad, la existencia de un sujeto
del Misterio convertida en objeto de su pensamiento. que existe relacionalmente en ese acto de darse a cono­
Trascendencia e inmanencia son el contenido significa­ cer, de automanifestarse e incluso autodonarse que
tivo de una serie de imágenes para expresar las modali­ llamamos precisamente hacerse presente. Un acto, con
dades de una Presencia con la que se ha encontrado o, todo, que requiere para poder ser aplicado a Dios ser
mejor, por la que se siente habitado y embargado, y a la
que intenta responder con toda su actividad religiosa,
30 Cf. El desarrollo de la categoría de “presencia” por G. Marcel, en
Position et approches concretes du mystere ontologique (traducción castellana:
29 X. Zubiri, El hombre y Dios, Alianza, Madrid, 174-175. Aproximación al misterio del ser, Encuentro, Madrid 1987, 64ss.

120 121
elevado a un grado extremo que expresa el uso del su­ numerosas tradiciones religiosas que, cuando hablan del
perlativo Praessentissimusy al que recurren san Agustín, conocimiento de Dios, entienden la expresión como un
san Buenaventura, Tauler y otros místicos. El superlati­ genitivo subjetivo, el conocimiento que procede de Dios,
vo, que de alguna manera supone una transgresión de que tiene en Dios su sujeto, como condición para que
la gramática, intenta expresar la calidad enteramente pueda entenderse el conocimiento de Dios por parte del
original de la presencia a la que se refiere. hombre, siempre precedido por su previa presencia ori­
Calificada como trascendente, la Presencia se torna, ginante. A este hecho, que supone una inversión en la
por necesidad, inobjetiva y, por tanto, presencia perci­ forma ordinaria del conocer del hombre, se refiere Pascal
bida en una cierta ausencia. Pero, por otra parte, la Pre­ cuando escribe, refiriéndose a Dios: “No me buscaríais
sencia, percibida como trascendente en la más íntima sino me hubieseis encontrado”; de ese hecho son un eco
inmanencia, aparece no como presencia dada, añadida las palabras que un místico musulmán atribuye a su Dios:
al ser ya constituido del sujeto, sino como Presencia que “Cada grito tuyo: Allah está precedido por un heme aquí
le precede absolutamente, que le está constantemente de mi parte”; del mismo hecho dan cuenta las inconta­
originando, que con su acto permanente de presencia bles parábolas que narran cómo el Dios por el que se pre­
provoca, convoca a la existencia personal, a la presencia guntan los hombres y a quien buscan en peregrinaciones
responsiva que cada ser humano llama su propia vida. inacabables no está delante de ellos, en la lejanía, ni por
encima de ellos, en las alturas, sino detrás, a su espalda,
Por preceder radicalmente al hombre, por ser pre­
en su mismo origen, moviéndolos a buscarle32. Tras haber
sencia que lo origina, esa Presencia se le desvela en todas
creído poder conocer a Dios por las criaturas, los que
las modalidades de su ser y se refleja en todas las facetas
progresan en su experiencia descubren “conocer por
de su existencia. Dios a las criaturas y no por las criaturas a Dios”33.
Así, la Presencia trascendente, que escapa por nece­
sidad al conocimiento objetivo -¿cómo podría ver la
presencia gracias a la cual veo? ¿Cómo podría conocer al
El Misterio santo, Summum
gran cognoscente?- se me revela como la verdad por
excelencia, al descubrirme a su luz mi ser verdadero y Bonum, Bien supremo
hacerme posible el conocimiento de la maravilla de todo Pero así como la dimensión del conocimiento no
lo que es. A esto se refiere san Agustín cuando, converti­ agota la polifacética condición humana, así tampoco el
do en un “enigma para sí mismo”, y tras confesar que a desvelamiento del Misterio como verdad primera agota
ese enigma y a la pregunta que origina no es capaz de res­ la densidad de la realidad que se anuncia en su presen­
ponder su propia alma, comienza la indagación central cia. Tras remitir a otros muchos aspectos, un historia­
de su vida refiriéndose a Dios como el único capaz de dor de las religiones concluye que con frecuencia todos
ofrecerle una respuesta: “¿Quién soy, pues, Dios mío?
¿Cuál es mi condición?”31. A eso se refieren también
32 Algunas referencias a este tema constante en las religiones en J. Mar­
tín Velasco, EL encuentro con Dios, Caparros, Madrid 31997, 51-54.
31 Confesiones, 4, 4; 10, 17. 33 San Juan de la Cruz, LB 4,5.

122 123
esos “rasgos esenciales (con los que se reconoce a Dios) en todo lo que hace y con el que no logra coincidir |><>i
son compendiados en la designación de Dios como sí mismo. Es lo que los pensadores cristianos han iden
Summum Bonum, Bien supremo. ¿Qué significa esta tificado como “deseo natural de ver a Dios”, es decir,
nueva designación de Dios y cómo se opera? Tampoco deseo de Dios mismo; es lo que Nicolás de Cusa llama­
esta designación es para el sujeto religioso el resultado de ba “deseo intelectual” y caracterizaba, más que como
la atribución a Dios de una propiedad que el hombre mero deseo, como nostalgia y anhelo a la vez. San Juan
encuentre en su mundo y en sí mismo y que afirme de de la Cruz distingue con otras palabras “los muchos
Dios en grado eminente aplicando el procedimiento de deseos” y “lo que desea tu corazón”, es decir, el deseo
la analogía. Bien supremo es la manifestación que revis­ que es tu corazón, cuya hondura sobrehumana sondea
te el Misterio que el sujeto religioso reconoce cuando el al designarlo como “deseo abisal”35.
rayo deslumbrador de su Presencia se difracta en esa fa­ Un doble error del hombre pone en peligro la reali­
ceta central de la persona que es su voluntad y su deseo. zación adecuada de su ser desde el punto de vista del
deseo: confundirlo con los múltiples deseos y pensar
Comencemos por este último. La más elemental fe­ que la posesión de los muchos bienes puede acallar su
nomenología de la persona descubre en el deseo una de deseo radical; y concebir el deseo radical como un de­
sus dimensiones constitutivas. San Agustín la denomina seo mayor, pero de la misma naturaleza, que puede ser
sinus animi, sinus cordis, seno o corazón del alma34, y saciado por bienes de la misma naturaleza que los que
B. Spinoza hace de ella la esencia misma del hombre. responden a sus muchos deseos, aunque mayor que to­
Como todos los rasgos fundamentales de la persona, el dos ellos. La raíz de este doble error está en interpretar
deseo se realiza en varios niveles que se corresponden el deseo radical como uno más, tal vez mayor, entre los
con los diferentes niveles del ser humano. El hombre muchos deseos, y no descubrir que, más que un deseo
sensitivo, volcado al mundo de los objetos con los que volcado hacia un objeto para ser saciado, el deseo radi­
hace su vida, se orienta hacia ellos por medio de los mu­ cal es el deseo de infinito que el infinito mismo ha gra­
chos deseos en los que se manifiestan sus necesidades; bado en el espíritu del hombre, verdadero vaciado de
el hombre dotado de razón, abierto por ella al ser sin Dios en él, y que por eso constituye la “herida lumino­
límites, descubre en su interior un deseo racional que le sa” que ha dejado su mano creadora, que habla a gritos
orienta al bien indeterminado, realizable en todo lo que de él con gemidos verdaderamente inefables, que se le
por ser, puede ser objeto de su deseo. Pero por debajo hace presente en el padecimiento por su ausencia y que
de estos dos niveles del ser humano, el hombre como le impulsa y le orienta hacia sí como la fuerza gravita-
espíritu, la dimensión abierta en el ser humano por la toria del espíritu humano.
Presencia trascendente que le origina, aparece como Porque el deseo originario se distingue de los múl­
deseo radical que le impulsa hacia ese más allá absoluto tiples deseos: mientras éstos están orientados hacia los
de sí mismo del que no puede prescindir, al que busca

3 5 Numerosas referencias al tema del deseo de Dios en El fenómeno


” In Joh. Ev. Tract., 40, 10 místico, o. c., 257-260.

124 125
objetos llamados a saciarlos, el deseo radical es la hue­ “No valen por lo que dan o prometen a los hombres,
lla del Dios que los suscita, que sólo en él tiene su ex­ sino por lo que son”. La supremacía axiológica designa­
plicación, porque en él tiene su origen, y que por eso da por ese término origina la idea de santidad, que, desde
sólo en él puede tener su orientación y su fin. Al con­ el Antiguo Testamento y las edades más remotas, es
tenido de este deseo, a lo que tienen en común todos —otro más—su nombre propio. Como sucede con todos
los deseos, contemplado desde su propia ladera, los los otros aspectos de la desvelación de la Presencia tras­
hombres de todos los tiempos le han dado el nombre cendente del Misterio, aquí también el Bien sumo
de felicidad, objetivo de todas sus acciones, meta de to­ como supremo valor, por una parte, hace que en su
das sus aspiraciones. Ninguna verdad, dice san Agustín, presencia el hombre se descubra como radicalmente li­
es tan cierta y manifiesta como ésta: que “esta sustancia, mitado en su propio valor y dignidad: “Señor, no soy
esta cosa, esta persona que llamamos hombre busca la digno...”; “apártate de mí, que soy un pecador”;” Tu
vida feliz. Que quieren ser felices es algo que todos ven solus sanctus, sólo tú eres santo”; y por otra, reclama del
en su corazón”36. sujeto el profundo respeto, la veneración, la estima
Identificada como el eco en el deseo humano de la incondicional que le pone en camino hacia la -para él
Presencia trascendente, la felicidad, la vida feliz, se tor­ mismo imposible- justificación. Por otra parte, tam­
na un nuevo nombre para Dios: “La misma felicidad bién en relación con esta dimensión de la Presencia co­
—dice san Agustín hablando de Dios—no es otra cosa mo Bien y valor sumo se pone de relieve su preceden­
que gozar de ti, para ti y por ti. Esta es la verdadera cia para con el hombre que entra en relación con ella.
felicidad, y no hay otra”. “Vivir la relación con el bien es... estimar un bien que
desborda todos los cuadros aprióricos de la razón esti­
Pero el nombre de Bien sumo para Dios encierra to­ mativa”, en la medida en que es ese Bien sumo quien
davía otra significación que pone de manifiesto los cau­ “me juzga y me convence de injusticia”, a la vez que me
dales de riquezas que encierra. Con la palabra “bien” dota de la idea y me concede la única posibilidad de ser
nos referimos también a la calidad de lo que suscita en justo37.
la voluntad humana, y en su capacidad de aprecio de lo
que estima valioso, la opción incondicional por ello que La Presencia trascendente del misterio desvelándose
otorga al hombre la dignidad moral, la condición de y donándose al hombre como Bien sumo, raíz y meta
justo y de moralmente valioso. Desde esta perspectiva del deseo de felicidad en que consiste el ser humano, y
que ella misma abre en el hombre, la Presencia como valor sumo, fundamento de la dignidad de la persona,
Summum Bonum se desvela como valor supremo, que ha sido vivida en el cristianismo como amor originario,
no se mide por lo que aporta al hombre, sino que vale modulando así con nuevos armónicos el contenido
por sí mismo y otorga valor y dignidad a la persona. En significativo de la Presencia y la calidad de su relación
este sentido, puede decirse de lo divino en todas las re­ con la humanidad a la que se hace presente.
ligiones lo que W. Fr. Otto decía de los dioses griegos:

37 C f Miguel García-Baró, La filosofía judía de la religión en el siglo


36 De Trinitate, 14, 15, 21; Confesiones, 10, 20. XX, en M. Fraijó, o. c., 718.

126 127
El Misterio santo de eso amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo,
como Belleza soberana cuando le amo es cierto que amo una cierta luz y una
voz, un perfume, un alimento y un abrazo. Luz, voz
Pero la riqueza de la Presencia contiene todavía nue­ perfume, alimento y abrazo de mi hombre interior,
vos aspectos. La historia de las religiones muestra que donde mi alma está bañada por una luz que escapa al
su aparición ha provocado en los sujetos religiosos una espacio, donde oye una música que no arrebata el tiem­
admiración, un asombro y un maravillamiento únicos po, donde respira la fragancia que no disipa el viento,
que se han traducido en la percepción de esa Presencia donde gusta comida que no se consume comiendo y
como gloria. Tal percepción ha desencadenado en la donde abraza algo de lo que la saciedad no puede espe­
historia humana una experiencia enteramente peculiar, rar. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios39”.
la experiencia de la belleza como nueva dimensión de lo
real —“los cielos cantan la gloria de Dios”- y la creación Los místicos de todas las tradiciones han dejado es­
de obras en las que se expresa el maravillamiento del su­ pléndidos testimonios de su experiencia de la hermosu­
jeto y se condensa la dimensión de la belleza. Inconta­ ra de Dios como “hermosura soberana”. Pocos lo han
bles creaciones artísticas podrían llevar grabada la ins­ hecho con la belleza y la intensidad de san Juan de la
cripción de J. S. Bach en las partituras de sus cantatas: Cruz. Hermosura reflejada en la de la creación: “Y yén-
Soli Deo gloria. Además, no es sólo el arte sacro el que dolos mirando/ con sola su figura / vestidos los dejó de
canta la gloria de Dios, ya que, como ha puesto de re­ hermosura”. Belleza del rostro deseado, por cuya visión
lieve G. Steiner, todo el mundo del arte, todo el mun­ suspira el alma: “Descubre tu presencia/ y máteme tu
do humano de la significación, está lleno de “presencias vista y hermosura...”. Belleza producida en el alma por la
reales”38. Por eso la belleza es otro nombre para Dios. mirada de Dios: “No quieras despreciarme / que si color
Los más sensibles de los sujetos religiosos lo han expre­ moreno en mí hallaste / ya bien puedes mirarme / des­
sado en términos poéticos, musicales, plásticos, que si­ pués que me miraste / que gracia y hermosura en mí
dejaste”.
guen conmoviendo hasta a los menos sensibles y a los
menos cultivados. Recordemos a san Agustín: “Tarde te “Gocémonos, Amado, / y vámonos a ver en tu her­
amé, Hermosura tan antigua y tan nueva; tarde te mosura...”, canta en otro verso que ha dado lugar a un
amé”. “Pero ¿qué es lo que amo cuando te amo? No una texto extraordinario en el comentario en prosa, en el
belleza material ni la hermosura del orden temporal. que en menos de quince líneas aparece la palabra “her­
No es el resplandor de la luz amiga de los ojos. No la mosura” más de veinte veces, y en el que se subraya so­
suave armonía de melodías y canciones, ni la fragancia bre todo la transformación del alma en la hermosura
de flores, de perfumes y aromas. No el maná ni la miel, divina40. Para que no se piense que esta forma de reve­
ni miembros gratos a los abrazos de la carne. No; nada lación del Misterio está reservada a sujetos extraordi-

38 Cf. Presencias reales, Destino, Barcelona 1992, libro cuya tesis, se


ha dicho con razón, se refiere a “la dimensión teológica de la significad- 39 Confesiones, 10, 6,7.
vidad y la expresión estética” (G. Amengual). 40 CB 36,5.

128 129
nanamente dotados o preparados, recordemos que los Pero si es fácil descubrir la omnipresencia de la sal­
versos que acabo de rememorar le fueron sugeridos al vación en las religiones, no lo es tanto precisar su signi­
poeta por una carmelita de Beas que, cuando el santo ficado. Formalmente hablando, la salvación comporta
le preguntó “en qué traía la oración”, le respondió: como elementos esenciales la superación de una situa­
“En mirar la hermosura de Dios y en holgarse de que ción negativa del sujeto, término a quo del proceso; el
la tuviera”. logro de una meta: salud plena, bien total, término ad
quem del mismo; y el paso de un término al otro como
La tradición no dualista hindú, que resume en el fruto de un don concedido al hombre y no de una con­
nombre de Brahman el contenido inabarcable del Mis­
quista suya. A la idea de salvación pertenece el ser sal­
terio, lo desglosa después calificándolo de sat-cit-anan- vado. Llenar de contenido este esquema formal com­
da\ ser-conciencia-felicidad. porta introducir en él, como origen, sujeto activo y
Los últimos aspectos nos introducen en un nuevo término del proceso, la Presencia trascendente del Mis­
rasgo de la comprensión del Misterio que traslucen las terio que llamamos Dios.
oraciones, los poemas y las teologías de quienes se han Ya la descripción del punto de partida es imposible
adentrado en la experiencia de su Presencia. sin la referencia a esa Presencia. Sólo ella abre al hom­
bre, por debajo de los múltiples deseos orientados a los
bienes intramundanos, la carencia radical y la posibili­
El Misterio como salvación dad, inimaginable sin esa Presencia, de lo que hemos
descrito como deseo abisal del hombre que manifiesta
“Salvación” expresa un elemento central de todas las la radicalidad y la hondura de la necesidad humana de
religiones y por ello constituye una de las palabras cla­ salvación. Sin esa presencia, el hombre podría estar in­
ve para la comprensión del fenómeno religioso. Todas satisfecho y a la espera de unos bienes capaces de satis­
las religiones tienen su comienzo en el “anuncio de una facerlo, pero no en situación de Unheil, de desgracia
gran alegría”: la que hace posible la proximidad, la pre­ radical y de necesidad de salvación. Así radicalizada la
sencia de un Salvador. Un texto budista lo expresa de la hondura, la medida de la des-gracia de la existencia sólo
forma más feliz: “Como la mar inmensa está penetrada mundana de un ser con capacidad de infinito, resulta
de un solo sabor, el sabor de la sal, así este sistema está evidente que sólo Dios mismo puede responder a ella,
todo él penetrado de un solo sabor, el sabor de la salva­ elevando gratuitamente al hombre a ese más allá de sí
ción”. Los relatos fundantes de las religiones la anun­ mismo al que no puede dejar de aspirar, pero que él
cian, la describen y la prometen. Los ritos la actualizan mismo no puede darse. Por eso el hombre religioso ora
y la conceden. El tiempo es vivido religiosamente como como el salmista: “Señor, dime: yo soy tu salvación”. O
historia de la salvación. El hombre religioso es un ser como dice la versión de la vulgata: “Salus tua ego sum,
necesitado de salvación que peregrina por la vida para dicit DominusHl.
conseguirla. Y Dios, centro de la vida religiosa, es no
sólo el dispensador de la salvación; es también su con­
tenido. Sal 35,3.

130 131
Por eso, en la salvación religiosa que es la acción en un texto de M. Buber, ya citado: “El hombre recibe,
propia de Dios en el hombre, Dios no actúa eliminan­ y lo que recibe no es un contenido, sino una Presencia”.
do los males concretos que le aquejan, ni saciando los Recibe una Presencia, es decir, descubre que la raíz, el
deseos inmediatos que han podido ser la ocasión que le fundamento y la sustancia de lo real; que lo supremo,
ha movido a buscarlo y que tantas veces las oraciones de lo valioso por excelencia, lo último, está vuelto hacia él,
la humanidad han desgranado ante Dios y que nuestras volcado hacia su vida. Es decir, que Dios no es Dios so­
oraciones siguen todavía desgranando. La humanidad, lo. No es un Dios autárquico, autosuficiente, Dios en sí
como los enfermos que acuden a Jesús, pueden dirigirse mismo, al que en un buen momento, por no se sabe
a Dios pidiéndole ayuda en sus muy concretas situaciones bien qué razones, se le ocurrió la idea de crear la hu­
de sufrimiento, de mal y de angustia. Pero la respuesta manidad, sino que Dios es Dios de los hombres: Dios
de Dios, queden o no curados de los males que les han de ti, de mí y de cada uno de los humanos, hasta el pun­
movido a acudir a él, será como la de Jesús: “Tu fe te ha to de que la gran verdad de que el monoteísmo cristia­
salvado”, o como la de Dios en el Antiguo Testamento: no es un monoteísmo “relativo “o, mejor, relacional43
“No temas, yo estaré; yo estoy contigo”. puede aplicarse también al Dios al que invocan todas las
religiones. Porque ese Dios que, a partir de testimonios
Porque a la radical necesidad de salvación y a la ca­
de todas las religiones, hemos descrito como Presencia
pacidad de ser salvado que la Presencia de Dios origina
salvífica, sólo puede serlo siendo “Deus pro nobis\ Dios
en el espíritu humano no pueden responder los bienes
por nosotros, Dios de los hombres.
de Dios ni sus consuelos; sólo Dios mismo es respuesta
adecuada. Dios, cuya presencia acompaña el sufrimien­ Este Dios Presencia, este Dios de la humanidad,
to, transformando así radicalmente su sentido; Dios, convierte a la humanidad en humanidad de Dios, hace
atrayendo al hombre a sí mismo y, en última instancia, de cada hombre un hombre-de-Dios, introduciendo en
Dios divinizándolo. San Juan de la Cruz expresó de la la humanidad la referencia a Dios como elemento cons­
manera más clara esta verdad fundamental en unos tituyente surgido del acto gratuito de Dios de haberlo
versos sencillos: “Estando la voluntad / de Divinidad creado a su imagen. No es difícil extraer de esta mane­
tocada / no puede quedar pagada / sino con Divini­ ra de entender a Dios, de esta teología, las extraordina­
dad”42, donde basta sustituir “voluntad” por “humani­ rias consecuencias que tiene para la comprensión del
dad” para tener la más precisa descripción de la razón y hombre, para la antropología. Destaquemos algunas. La
el contenido de la salvación religiosa. raíz de todas ellas es la que acabamos de señalar: hablar
Para desglosar el contenido sumamente concentra­ de la humanidad de Dios como de un rasgo que le
do e intenso de la idea de salvación, puede ser útil des­ distingue comporta la posibilidad de una antropología
cribirla a partir de la repercusión que opera en el hom­
bre que la vive. Lo haremos inspirándonos libremente
43 A. Gesché, “Vers une nouvelle transcendence”, en Dieu por pen-
ser. VI. Le Christ, Cerf, París 2001, 240ss. Id., “Le christianisme comme
athéisme suspensif, Revue Théologique de Louvain 33 (2002), 187-210, y
“Le christianisme comme monothéisme relatiP, Revue Théologique de
42 Glosa a lo divino, 5. Louvain 33 (2002), 473-496.

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teologal, de una concepción del hombre como ser de porque ese sentido es donado y sólo puede ser realiza­
Dios y para Dios. De ahí se sigue, por ejemplo, que es­ do como recibido. Se trata, en efecto, de un sentido del
tá sanada a radice, de la manera radical, la soledad hu­ que no dispongo, que me es imposible demostrar des­
mana. No sólo la tuya, la mía, la de cada hombre, sino la de fuera de la relación que lo instaura, pero que puede
de la humanidad, que es la única manera de sanar la so­ “probar” su verdad para cada hombre y mujer en la me­
ledad de cada persona. Teilhard de Chardin, en una no­ dida en que cada hombre y mujer se acepta a sí mismo
che de desolación en las trincheras de la Primera Guerra y en ese aceptarse pone en práctica la aceptación de la
Mundial, había escrito: “El hombre tiene al hombre por Presencia.
compañero, pero la humanidad está sola”. Pues bien, el
Dios Presencia desmiente, refuta incontestablemente
esta afirmación desolada. Tal vez sólo Dios, un Dios así, La experiencia del Misterio
elimine la posibilidad de la caída en el nihilismo. Des­ santo, una experiencia
de un Dios así, cada persona singular y la humanidad
entera cobramos verdaderamente sentido. Cobra sentido
necesariamente “práctica”
ese origen nuestro del que no disponemos —nos encon­ Dejando de lado las consecuencias de la comprensión
tramos nacidos sin que se nos haya consultado para “na­ de lo divino sobre la naturaleza de la experiencia por la
cernos”—, inscrito en la Presencia que nos precede, y que el creyente entra en contacto con ella, por haberme
convierte nuestro origen en una llamada a la existencia. referido a ella en otras ocasiones44, resaltaré tan sólo un
Cobra sentido el devenir de nuestros días, porque gra­ aspecto de la misma menos subrayado hasta ahora.
cias a la Presencia tan real como elusiva que los acom­
La condición de originante de la Presencia que se
paña, en todos sus momentos, incluso en los peores, po­ nos ofrece hace que la relación del hombre con ella,
demos decir: “Yo nunca estoy solo”. Cobra sentido la además de la aceptación a la que nos hemos referido,
propia muerte y la de los seres a los que queremos, imponga al sujeto la realización de lo que su donación
muerte que la Presencia hace percibir, al mismo tiempo le hace posible. Sólo acepta la Presencia quien la efec­
que como algo indebido contra lo que sublevarse, co­ túa, quien la realiza con su propia vida. De ahí el ca­
mo algo superable porque se enmarca en el horizonte de rácter “práctico” de toda experiencia de Dios.
esa Presencia que me precede, envuelve mi vida y la
atrae hacia sí, haciendo posible la esperanza. Admitir a Dios no es recibir y registrar un “dato”,
una realidad dada. Es acoger un “donante”; no es, por
Este sentido que introduce la salvación como dona­ tanto, con expresiones inspiradas en J. Lacroix45, recibir
ción de la presencia permanece oculto, como corres­ la solución a un problema, sino recibir una luz que per­
ponde a la radical Trascendencia, a la mirada objetiva y mite trabajar en una solución que es posible y necesa-
a una deducción racional de la razón en su nivel mun­
dano. Se nos da, como todo lo relativo a Dios, en sig­
nos que invitan a la aceptación y a la realización de las 44 Cf. La experiencia cristiana de Dios, Trotta, Madrid 42001.
exigencias y las posibilidades que otorga. Aceptación 45 Le sens de Vathéisme moderne, París 1958, 63.

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rio inventar; no es recibir la verdad y el bien como al­ presente en las tradiciones religiosas y en la cristiana,
go enteramente hecho, sino creer, aceptar, que la ver­ bastaría remitir a la representación de Dios como amor
dad y el bien pueden ser realizados y que se debe “ha­ originario que, por habernos amado primero, nos im­
cerlo”. E. Levinas ha puesto de relieve la misma idea con pulsa al amor a los hermanos como forma y lugar de
insistencia: “El Bien no me llena de bienes, sino que me realización de ese amor y como prueba suprema de su
impele a la bondad”46, me “fuerza” a hacer el bien. Desde autenticidad.
otras perspectivas, H. Bouillard, tras observar que Dios,
por ser totalmente otro, es no otro en relación con todas
las realidades, concluye: “Después de haber repetido que A modo de coda
Dios habla, debemos precisar enseguida que no habla,
sino que hace hablar. Tras haber repetido que Dios ac­ Los sujetos religiosos, cuando piensan en Dios, lo
túa, debemos precisar que no actúa, sino que hace ac­ hacen desde la toma de conciencia de la relación que
tuar. Son los hombres los que hablan en su nombre; son Dios ha entablado con ellos —desde su Presencia reco­
los acontecimientos en la trama de la historia común los nocida—y desde las palabras con las que, para vivir el
reconocimiento de esa Presencia, le han invocado, ado­
que dan testimonio de él. Lo que manifiesta a Dios per­
rado y alabado. Por eso, antes de hablar de Dios en la
tenece a nuestro mundo, y Dios permanece trascen­
teología, le han hablado en la oración bajo todas sus
dente a su manifestación”47. Por la misma época en
formas, en la invocación, la súplica y la alabanza. Y
que lo hacía H. Bouillard, un filósofo de la religión
para orar no son necesarias muchas palabras. Puestos a
extraordinariamente innovador, H. Duméry, escribía, decir las indispensables, tal vez las innumerables ora­
en términos más generales, que Dios nos ha creado, ciones de la humanidad podrían resumirse en ésta:
nos crea permanentemente, creadores. Con todo lo que “¡Dios mío! Amén”.
eso comporta: dejar al hombre margen para ser y actuar
- “Dios crea el mundo como el mar la playa: retirándo­
se”, decía Hdlderlin-, y lo que comporta de donación
de la luz y el impulso necesarios para la invención de la
propia vida. Hoy añadimos que la única forma de “co­
nocer” a Dios es hablar, actuar, “crear”, vivir inventi­
vamente desde el impulso iluminador, creador, de su
Presencia inobjetiva en nosotros. Para mostrar que esta
condición “operativa” y práctica de la relación con
Dios, de la experiencia con Dios, está expresamente

46 De Dieu qui vient a l ’idée, Vrin, París 1982, 114.


47 Verité du christianisme, Desclée, París 1990, 194-195.

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