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Prólogo
Contenido
Jonás ........................................................................ 3
Autor ....................................................................... 3
Henry Padilla Londoño............................................... 3
Estocolmo, Suecia, 2010.............................................. 3
Agradecimientos.......................................................... i
Prólogo ..................................................................... 3
Enfrentando a Dios.................................................... 6
Lejos de Ti, estoy muerto ........................................... 49
Conociendo el Amor .................................................. 65
Yo te espero en el cielo............................................... 96
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Jonás
Jonás 1:10
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Enfrentando a Dios
Enfrentando a Dios
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Jonás
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Enfrentando a Dios
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Jonás
gusta escribir.
―Escribir me tranquiliza ―y sonrió por un mo-
mento―. No huyo de él porque no me guste, sino
porque... a veces no lo entiendo ―dijo Jonás, aho-
ra hablando con mucha confianza.
― ¿No entiendo?
―En ocasiones, no estamos de acuerdo, ocasio-
nes como esta. Y como sé que no tengo mucho
que aportar, prefiero huir. Él dice a la derecha,
cuando yo quiero ir a la izquierda, él dice detente,
cuando yo quiero seguir adelante, y el siempre sale
ganando.
― ¿Esta seguro que me está hablando de Dios?,
esa fue la razón por la que me separe de mi ex es-
poso.
―Ja ja, si parece de locos. Pero Dios ha llegado
a ser un dolor de cabeza, mayor que cualquier mu-
jer.
―Jimena rió por un momento, ¡Usted habla de
él, como si lo viera!
Jonás se quedó mirándola con una sonrisa en
sus labios, hasta que ella lo miró detenidamente y
se detuvo abruptamente.
―No hablara en serio... nadie puede ver a Dios.
― ¿Por qué dice eso Jimena, si usted no lo co-
noce?
―Que divertido ―dijo mientras limpiaba el
mostrador―, pero si usted así lo cree...
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Enfrentando a Dios
espero me olvide.
Jonás la miró sin decir palabra.
―Bueno no importa ―dijo ella mientras volvía a
sonreír―, cada uno cree lo que quiere ―e hizo un
ademán con sus manos, indicando que no le im-
portaba―, la estación de buses está a unos
minutos, podemos comer algo antes, si quiere.
―Gracias Jimena, pero no, pero si me quieres
acompañar al bus, te cuento más de él.
―Ah... será, hoy no es mi día ―y mientras ha-
blaba se quitó el delantal y se puso un abrigo vino
tinto, tomo las llaves y se acercó a Jonás―. ¿Estás
seguro?
―Si Jimena, vamos. No estamos solos, él nos
está viendo, le dijo ahora sonriendo Jonás.
― ¿No estás un poco paranoico?
Jonás sonrió ampliamente. Caminaban por la
acera, las luces de los avisos de neón iluminaban la
noche y se confundían con la luces de los postes,
dando esa sensación de no estar solos. Era una no-
che fría, pero clara.
―Tarzi... ¿A qué vas allá?
―Dios quería que fuera a New York.
―Pero eso queda hacia el otro lado.
―Hujum
―Jajá, esto si se lleva el premio ―dijo ella rien-
do ampliamente.
― ¿Y qué quería Dios que fueras a hacer a New
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Jonás
York?
―A decirles que Dios iba a destruir la ciudad si
no se arrepienten.
―Estas bromeando ―le dijo ahora mirándolo
con su rostro lleno de risa.
―No.
―No estás hablando en serio, verdad.
―Sí.
―Pero... ¿Estás loco? Destruir la ciudad...
―Sí.
―Pero si es cierto, ¿No deberías ir a decirles?
―Pero si tú dices que ese Dios es una idea. De
que me preocupo. ¿Verdad? ―dijo ahora Jonás
mirándola por un momento.
― ¿Quieres que me devuelva? ―le dijo mirán-
dolo seriamente.
―Perdona.
Ella lo miró mientras apretaba un poco sus dien-
tes y asentía suavemente con su cabeza.
― ¿Cómo es él?
― ¿Quién?
―Pues Dios, quién más.
―Es muy bueno, a veces me parece que dema-
siado. Todo lo perdona, y ama... ―hubo un silencio
por unos segundos―, ama demasiado.
― ¿Y por qué huyes de él?
―Me ha enviado a decir algo, que yo sé que
después se va arrepentir y no lo va a hacer. Nadie
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Enfrentando a Dios
ventanilla.
La muchacha apenas lo miró y torció la boca.
―Hui, pero que esta seria, eso es que le he he-
cho falta, ¿Cierto mi amor?
―Mire Rogelio, le he dicho que no me llame así,
huich.
―Humm, pero ve lo que gano por mimarla
―dijo el hombre ahora mirando a Jonás―, eso es
amor, ve, puro amor.
Ella lo miró con su rostro rojo por la rabia:
―Dígame que quiere, Rogelio, que vea que hay
mucha gente.
―El caballero, necesita un billete, o si no... Le
toca quedarse aquí.
Ella miró a Jonás, sin mucho interés.
― ¿A dónde va?
―A Tarzi.
―Son 247 con 50.
Jonás extendió unos billetes.
―Aquí tiene, buen viaje señor.
―Gracias.
―Mire Rogelio, tienen que afanarse, avisaron
que viene una tormenta grande, así que no vaya a
estar llamando a que los vayan a ayudar.
―Si ve ―dijo el hombre con una amplia sonrisa
en su rostro―, eso es amor, ve como lo cuidan a
uno.
Jonás sólo miraba, no sabía que decir.
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Enfrentando a Dios
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Jonás
forma.
―Ella detuvo el movimiento del lápiz al mo-
mento, luego lo miró fijamente, dejando notar la
molestia en su rostro.
― ¿Entonces que le interesa? ―replico con una
risita, y sin mirarlo a los ojos.
―No puedes diferenciar entre lo blanco y lo
negro, ni aunque lo tuvieras frente a tus ojos ―le
dijo Jonás, sacando una Biblia que llevaba en su
bolsillo del pantalón y empezó a pasar las hojas.
― ¿Usted es uno de ellos?
Jonás seguía pasando las hojas de su Biblia.
―Perdone, no quise ofenderlo, es que todos los
que me miran lo único que quieren es una cosa
―y extendió su mano―, mi nombre es Ángela.
Jonás la miró fijamente por un momento:
―Hola, mi nombre es Jonás, y perdóneme tam-
bién.
―Está olvidado ―dijo pasándose la mano por
la cara.
―No es todos los días que uno encuentra al-
guien, sin segundas intenciones, con quien hablar.
―Gracias, Pero... ¿Qué la hizo cambiar de opi-
nión?
―Eso ―y extendió sus labios señalando la Bi-
blia― ¿Espero que sea cristiano?
―Sí, lo soy, ¿Y usted?
― ¿Yo?, míreme, podría ser cristiana así.
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Enfrentando a Dios
― ¿Cómo?
―No ve ―y señalo su ropa, y el anillo en su na-
riz―, un cristiano no puede llevar esto, ni vestir así.
― ¿Quién dice eso?
―Mi papá, y él es pastor de una Iglesia de más
de 3000 personas.
―Bueno, no es que me guste tu forma de vestir,
pero eso no quiere decir nada, la fe viene del cora-
zón ―le dijo, tocándose el pecho.
― ¿De qué secta es usted?
Jonás sonrió, mientras la miraba tranquilamente.
En ese momento el cielo fue completamente ilu-
minado, por un relámpago, y a los segundos se
escuchó un poderoso trueno, que hizo que la mu-
jer que iba rezando, casi gritara:
―Ave María purísima, protégenos.
Todos miraron por las ventanas, interesados, se
alcanzó a ver a kilómetros a la distancia, era un
paisaje desolado, casi sin ningún árbol, era una ca-
rretera en medio del desierto.
―El centro meteorológico ha enviado un anun-
cio ―se escuchó la voz por la radio, habían
interrumpido la música para dar un boletín―, la
tormenta Hades se ha creado en el desierto del
Cerrejón, se les recomienda a todos permanecer en
sus casas, hasta el próximo boletín. La tormenta se
ha creado en tan sólo minutos, y se espera que
desaparezca de la misma forma. A todos los viaje-
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Enfrentando a Dios
Dios...
Arturo había avanzado por el pasillo y puso su
mano sobre el hombro de la mujer:
―Por favor señora, cálmese o me voy a ver
obligado a bajarla del vehículo.
― ¿Está loco? ―le replico
―Entonces siéntese y cálmese, que aquí no hay
prófugos de Dios.
La mujer se sentó, mirando asustada a Arturo,
mientras se sacudía su mano del hombro.
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Enfrentando a Dios
tono fuerte.
―Ya oyó, no le queda otra, a no ser que quiera
quedarse aquí Ángela.
Ella se empezó a sentar de mala gana:
―Usted y yo sabemos que esto no ha acabado
aquí.
―Pero si no me acuerdo mal, dijiste que no
creías en Dios.
―Si va a empezar con sarcasmos, no le hablo
más.
―Está bien, dijo Jonás y puso sus manos al fren-
te, está bien.
― ¿Que va a pasar ahora? ―dijo ella mirando
hacia el piso, pero sabía que Jonás la escuchaba.
―Si alguna vez has tenido fe en un Dios bueno,
es hora de que eches mano de esa fe. Pase lo que
pase, no dudes que Dios te ama, no dudes de él.
― ¿Vamos a morir?
―No por supuesto que no.
―Eso usted no lo puede decidir.
―Sólo cree en él, sólo cree.
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Enfrentando a Dios
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Jonás
está la vida.
Ya llegando a la cabecera del bus, Arturo abrió
la puerta y se pudo escuchar el poder del viento
que soplaba afuera, la arena empezó a entrar al
autobús, y Arturo sujetaba con fuerza la palanca
para poder mantener abierta la puerta. Jonás salió
tranquilamente, le toco agacharse, casi meter su
cabeza en su saco, no podía casi abrir sus ojos, la
arena lo llenaba todo, era como una colcha oscura
que no le dejaba ver más de diez centímetros ade-
lante y empezó a caminar lentamente y con mucho
trabajo hacia el torbellino.
Todos miraban desde el autobús, la sombra de
Jonás que rápidamente empezaba a disiparse, has-
ta que desapareció del todo. Pasaron unos
minutos y todos empezaban a asustarse cada vez
más, y de repente, como si hubieran apagado el
interruptor, todo quedo en absoluta calma, sólo el
polvo que aún estaba en el aire, pero el viento ha-
bía desaparecido por completo.
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Enfrentando a Dios
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Lejos de Ti, estoy muerto
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Lejos de Ti, estoy muerto
Otra vez solos en el camino,
Busco de ti, y sé que me observas,
Levantas un torbellino que todo lo llena,
Los hombres palidecen de temor,
Pero yo en tu misericordia confió, oh Dios,
Sé que tú estás conmigo.
Tu viento me ha tomado,
Huyendo estaba yo, de ti, de tu camino,
Pero tu viento me alcanzo, y me levanto,
Sólo me queda esperar, confiar,
La oscuridad me envuelve, la muerte sonríe,
No te olvides de mí, Señor,
Que en tus manos estoy.
Si me dejaras, moriría, sería como nada,
Mejor me es estar en este torbellino,
Que apartado de ti, Señor.
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Jonás
En tu mano esperare.
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Lejos de Ti, estoy muerto
Jonás no podía pensar, su espíritu estaba en pe-
numbra, como la oscuridad de afuera, por primera
vez en mucho tiempo, sintió miedo, un miedo que
lo empezó a inundar, a llenar su alma.
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Jonás
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Lejos de Ti, estoy muerto
do aliento en su rostro.
Ahora estaba seguro, estaba en el reino de la
muerte, en la oscuridad total, con los seres de
maldad, que él había luchado muchas veces contra
ellos. Seguramente estaban esperando la oportu-
nidad, para devorar sus carnes, para
proporcionarle tormento, para vengarse de la gue-
rra que él, les había hecho mientras estuvo en la
tierra de los vivientes.
―Jonás...
Se escuchó una voz muy suave a lo lejos, él sa-
bía que esa voz no era buena, que era la voz de
Satanás que ahora venía a vengarse de él.
―Jonás...
Se volvió a escuchar, ahora más cerca.
Hubiera querido salir corriendo, pero no había
nada en que apoyarse, sólo caía. En la vida muchas
veces se había enfrentado con este ser de las tinie-
blas, y había vencido, pero siempre gracias al
respaldo del Señor. Pero ahora estaba solo, en el
Reino de ese ser, al cual aborrecía, y ahora, por
primera vez, lo temía.
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Lejos de Ti, estoy muerto
Mi corazón está firme;
¡Cantaré y entonaré salmos!
Salmo 57:7
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Lejos de Ti, estoy muerto
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Sino tu Gracia,
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Lejos de Ti, estoy muerto
Es tu Gracia lo que me une a ti,
Es tu maravillosa gracia
Que has mostrado con todos
Los que invocamos tu Nombre,
Esa maravillosa Gracia,
Que tomo forma de hombre,
Que me levanto y me llevo a la cruz,
Contigo estaba yo en la cruz, Rey Soberano,
Esa maravillosa Gracia que me lavo de mis pecados,
Esa Gracia que me levanto de la muerte en la resu-
rrección,
Contigo estaba yo en tu resurrección,
Esa Gracia que me levanto a ti,
Que me llevo a los lugares celestiales,
Esa gracia, que aun en medio de las profundas ti-
nieblas,
Ilumina como el medio día,
Es esa Gracia, que aun en el abismo,
Me guía y me une a ti para siempre.
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Lejos de Ti, estoy muerto
tras el doblo sus rodillas y adoro al Señor, estaba
en alguna parte, en un vacío que había sido ilumi-
nado como el sol del mediodía, y adoro Jonás a
Dios, derramando ahora sus lágrimas de gratitud,
su corazón parecía que quería explotar dentro de
él, y alzo su voz en un cántico de adoración:
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Jonás
"Levántate, ve a la gran ciudad, y proclama en
ella el mensaje que Yo te diré."
Jonás 3:2
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Lejos de Ti, estoy muerto
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Conociendo el Amor
Conociendo el Amor
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Conociendo el Amor
su camino.
― ¿Quiere comprar una?
Jonás miró al muchacho que lo miraba interro-
gante, era un joven de unos 15 años, que vendía
revistas pornográficas. Jonás lo miró fijamente, con
esa mirada que parecía que escudriñaba el interior
de las personas.
― ¿Cómo se llama esta ciudad?
― ¿Se la pego verde, viejo, va a comprar o qué?
Jonás lo miró fijo y serio, el muchacho bajo sus
revistas y retrocedió un paso.
―Perdone, no quise ofenderlo. New York por
supuesto.
― ¿Por qué vendes esa basura?, le dijo con una
voz helada, que asusto al muchacho.
―Es lo que más vende ―dijo inseguro―, si no
compra sigo mi camino.
―Espera, indícame el camino a la plaza central...
El muchacho señalo una dirección y salió co-
rriendo a todo lo que podía, miraba de vez en
cuando para atrás, y seguía corriendo.
Jonás empezó a caminar en la dirección que le
había indicado el muchacho, miraba con atención
a su alrededor. Estaba feliz, pero poco a poco su
semblante fue cambiando, mientras miraba la ciu-
dad, su rostro palideció, estaba muy serio, y el
disgusto empezaba a llenar su interior.
Podía ver a los jóvenes, con sus auriculares, ca-
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Jonás
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Conociendo el Amor
cho, cuando escucho una joven que tenía sus bra-
zos alrededor del cuello de un muchacho.
―Esa maldita de Doris no te da lo mismo que
yo, ¿Cierto? ¡Olvídala!
El camino se había convertido en un suplicio pa-
ra Jonás, cada vez se hacía más pesado seguir
adelante, en cualquier parte que sus ojos se posa-
ban, veía la ausencia de Dios, la abundancia de
maldad.
― ¿Dios, como puedes querer salvar esta ciu-
dad? Yo pagare mis promesas Señor, pero tu gran
amor no lo puedo entender.
Y ya sin poderlo soportar más, alzo su voz a to-
do lo que pudo:
―Arrepiéntanse, busquen al Señor y arrepién-
tanse de sus pecados, pues el Señor ha dicho que
si los habitantes de esta ciudad no se arrepienten
en cuarenta días y buscan su perdón, él destruirá la
ciudad.
―Escuchen los habitantes de New York, escu-
chen lo que Dios les dice, él es soberano del cielo y
la tierra, si todos los que viven en New York no se
arrepienten y buscan al Señor, con sinceridad de
corazón, si no lo hacen, el Señor destruirá la ciudad
en cuarenta días.
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Jonás
seguían su camino.
―Calla, loco, calla que te van a encerrar.
―Cállate imbécil ―dijo un muchacho―, está
muy temprano para estar borracho.
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Conociendo el Amor
subido hasta el cielo, y tienen que volverse a Dios
o serán destruidos.
Cuando Jonás volteo a mirar, a ver si el mucha-
cho aún lo seguía, vio que ahora eran tres lo que lo
seguían, el muchacho, la mujer y el niño que había
visto antes, ahora el niño iba llorando, y ella prácti-
camente lo arrastraba de la mano, y seguían a
Jonás a la distancia. Se quedó mirándolos por un
momento, sentía que le disgustaba, que hubiera
dos personas que ahora parecía que estaban escu-
chando el llamado de Dios a arrepentirse, pero
Jonás era muy cuidadoso con toda tarea que em-
pezaba a hacer para Dios, y entonces dijo:
―Busquen a Dios, busquen a Cristo, el que tie-
ne al Hijo, tiene la vida, pero el que no tiene al Hijo
no tiene la vida ―esto lo dijo mientras los miraba
fijamente.
― ¿Dónde encuentro al Hijo de Dios? ―gritó la
mujer―, quiero conocerlo.
La pregunta cogió desprevenido a Jonás, que no
había esperado ninguna respuesta, sobre todo tan
rápido.
―El Hijo de Dios, Cristo, murió por tus pecados,
si crees que el murió por ti, y que el resucito para
darte nueva vida, recibirás la vida. La vida está en
tu mano, sólo tienes que creer en la obra de Jesús,
el Cristo, y tendrás la vida eterna.
Jonás no lo había notado, pero ahora había un
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Conociendo el Amor
-Es el profeta de Dios, que vino a salvarnos de la
destrucción, que nos ha avisado que Dios manda
que dejemos de pecar o Dios destruirá la ciudad.
-Es un alborotador, dijo el policía, le hará bien
una noche en la celda.
Tarde se dio cuenta el policía del error, pues la
gente se agito mucho al ver que iban a apresar al
profeta, y empezaron a forcejear con los policías,
de tal forma que les toco retroceder y llamar re-
fuerzos.
Cuando las dos camionetas de la policía, llega-
ron al sitio, había una gran agitación, entre cientos
de personas, que gritaban en contra de la policía y
habían rodeado a Jonás, para protegerlo. Todo el
sitio estaba paralizado, no pasaban carros, ni bu-
ses, nada, sólo la gente, difícilmente y caminando,
podían avanzar. Cuando los policías intentaron en-
trar entre la masa de gente que ahora cubrían a
Jonás como su trofeo, se formó un gran alboroto y
empezaron a hacer violencia a los policías, pero
antes de hacer que la gente se dispersara, de una
forma inusual, llegaba más gente, y se unía a la
masa de gente que ahora se salía por diferentes
calles aledañas al parque central de la ciudad.
―Ya ―gritó uno de los policías que parecía te-
ner el mando―, no les vamos a hacer daño, pero
tienen que dispersarse.
―La ciudad en todo caso va a ser destruida, así
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Jonás
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Conociendo el Amor
naza con llevar toda la ciudad al caos. En otro de
los canales, mostraban la imagen de Jonás, ha-
blando a la gente acerca de Dios, y ponían el texto
de lo que decía en la parte inferior.
―Si estos periodistas no ayudan, pronto vamos
a tener que huir y declarar la ciudad en calamidad,
dijo un policía mirando la pantalla del televisor.
― ¿Y si ese hombre habla la verdad? ―le dijo el
policía más joven―, ¿No estaría salvando la ciu-
dad?
El otro policía se quedó mirándolo con rabia...
― ¿Te quieres ir allá con ellos? ―le dijo enroje-
cido de la rabia.
―Cálmate, es sólo un hombre, si miente pronto
lo sabremos, y sino...
―Es un terrorista, que ha venido a provocar es-
ta agitación en la ciudad, quien sabe cuál será su
verdadero objetivo. ¿No sabes que todos los reli-
giosos son terroristas? ¿Acaso nunca fuiste a la
escuela? ¿No sabes que ya la ciencia ha descubier-
to todos los misterios de la vida? La religión no son
sino cuentos que han inventado para la gente ig-
norante, para dominarlos, ¿Eres ignorante?
―No puedes decirle a alguien en que creer y en
que no, eso sí sería terrorismo ―le dijo el más jo-
ven.
―Pueden creer en lo que quieran, mientras
crean en lo que todos creemos, o si no son terro-
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Jonás
ristas.
―Tu forma de pensar llevaría a un estado totali-
tario, en donde sólo se puede creer en lo que unos
aceptan, en donde unos pocos dictan que debe
creer el hombre y que no ―le dijo el policía joven,
ahora más seguro y algo disgustado.
―Que crean lo que se les dé la gana, mientras
no lo estén divulgando.
―Lo que dices no tiene sentido ―le dijo rién-
dose el policía joven―, ¿Sabes que es creer?, creer
no es solamente saber algo, creer es vivir de
acuerdo a lo que se cree, o si no es que no cree. Si
crees en la ley, te haces policía, y vives de acuerdo
a ella, bueno no siempre es así, por eso digo que
hay muchos que dicen creer y no lo hacen real-
mente. Pero si alguien creyera en la ley,
seguramente querría vivir de acuerdo a ella, habla-
ría de ella, y toda su vida sería un testimonio de
ella. Así el que cree en Dios, vive para Dios, vive de
acuerdo a lo que Dios le diga.
― ¿Tú también eres uno de esos fanáticos?
―Te digo que no puedes aplicar la ley del em-
budo aquí, lo ancho para nosotros, y lo angosto
para ellos. Tiene que ser igual, para todos igual.
―Ya..., si siguen voy a empezar a arrestar gente,
dijo el hombre muy disgustado.
― ¿Y, vas a arrestar toda la ciudad?
―Si le meto mano a ese charlatán, va a ver que
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son quince minutos conmigo en el calabozo.
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me ha mandado.
El hombre alzo la mano, con una sonrisa en su
rostro:
―Sólo soy el secretario, sería mejor que hablara
con el Señor alcalde.
―Bueno vamos, hablare con él.
Cuando ya iba a empezar a caminar, la gente se
alboroto, pensando que se iban a llevar a Jonás y
empezaron a gritar.
―No, no se preocupen, debo decirles a todos el
mensaje de Dios, y entre ellos al alcalde también,
así que iré a hablar con él y luego volveré a la ciu-
dad ―dijo Jonás en voz alta pero tranquilo.
El grupo de hombres se empezó a mover en
medio del gentío, que los apretaban y empujaban.
Jonás, Jonás, ―dijo una voz entre la multitud,
que lo hizo voltear a mirar.
―Hola Jimena ―dijo Jonás muy contento de
verla―, que bueno verte.
―Decidiste venir, ¿Ah?
―Es una historia larga...
Pero el grupo de hombres siguió avanzando,
prácticamente arrastraban a Jonás, que ahora se
despedía con su mano en alto de Jimena que lo
miraba de lejos y movía su mano alegremente.
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Conociendo el Amor
dolo en el centro del asiento trasero, con un hom-
bre a cada lado.
El auto se empezó a mover lentamente, mien-
tras la gente, muy lentamente, le abrían paso.
―Ya se lo llevaron ―dijo alguien en la multi-
tud―, hasta ahí llego el profeta...
Jonás medito algo sorprendido en lo que había
escuchado, pero ya era un poco tarde para medi-
tarlo, estaba en medio de los dos gigantes, y
prácticamente no se podía mover.
―Y ustedes, ¿Creen en Dios?
Nadie le respondió, ni siquiera lo miraron.
El Auto entro a un subterráneo, y paso una ba-
rrera, que fue levantada por un hombre de
uniforme, que se había acercado al auto a mirar
quienes venían. Luego el auto se detuvo junto a un
ascensor. Los hombres descendieron, y tomaron a
Jonás por los brazos, prácticamente lo levantaron y
lo llevaron unos pasos hasta el ascensor.
―Ya, déjenme que puedo caminar solo ―le dijo
Jonás disgustado―, pero era como hablarle a la
pared, ellos simplemente lo sujetaban por los bra-
zos y no lo miraban siquiera.
―Sólo son medidas de precaución, dijo el se-
cretario, por favor debe entender.
―Pensé que me habían invitado...
―Sí, el alcalde le va a dar la oportunidad de ex-
plicarse ―le dijo el secretario sin mirarlo.
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Jonás
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Conociendo el Amor
mo niños, y yo soy el papá. Y usted... ―dijo ba-
tiendo el dedo hacia Jonás―, usted me los estaba
llenando de basura ―dijo, ahora gritando.
El alcalde era un hombre obeso, alto, de ojos
saltones y labios encarnados, con escaso pelo. Su
rostro estaba rojo, mientras miraba fijamente a Jo-
nás, y le batía el dedo, como acusándolo. Llevaba
un gran anillo en su mano derecha, con la cual lo
señalaba, como queriendo intimidarlo. Lo miró de-
tenidamente y empezó a avanzar hacia una mesa
que estaba en el extremo del cuarto, el cuarto te-
nía forma de L, la parte más pequeña hacia la calle,
con grandes ventanales. Jonás pudo ver un gran
cuadro en la pared, debía ser alguien importante,
pero no lo reconocía, noto que en la mano llevaba
un anillo similar al del alcalde.
―No me gustan los problemas ―dijo el alcalde
sin mirarlo, mientras se servía un vaso de agua― y
a mis superiores tampoco.
―No he querido causar este alboroto, sólo em-
pecé a decir lo que el Señor me mando decir, y la
gente se empezó a agitar.
― ¿Cual Señor?
― El único Señor, Dios, por supuesto.
―Aquí no tenemos ese Señor ―dijo mirándolo
con firmeza.
―Bueno, eso me mando decirles, que si no se
arrepienten y se convierten, esta ciudad será des-
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Jonás
truida en 40 días.
―Cállese ―gritó fuertemente―, cállese. Usted
está loco, y vino a causar daño a esta ciudad, ¿Sa-
be lo que le pasa a los locos?
Jonás se quedó mirándolo, no podía entender a
este hombre, pero parecía que el tampoco enten-
día con quien se estaba metiendo.
―Oiga, no estoy aquí por mi voluntad, sino
porque él me mando, si tiene algún problema vaya
y dígaselo a él.
―Usted no entiende, nosotros en esta ciudad
sólo escuchamos a un señor, y él no se agrada de
usted ―mientras hablaba se tocaba el anillo en su
mano― y ellos ―dijo señalando hacia afuera por
las ventanas―, ellos son sus hijos, los ha cuidado,
los guarda, y los educa, y no va a permitir que un
aparecido venga a dañar la paz de su ciudad.
―Yo también soy americano, de que está ha-
blando, aquí hay leyes, y el presidente no es dueño
de nada.
El alcalde rió enigmático, mientras se acercaba a
él con una sonrisa burlona en sus labios.
―Yo no hablo del títere del presidente, ese no
es nada, hablo del señor de la ciudad, te voy a re-
velar su nombre, ya que nunca más veras la luz del
día, su nombre es Satanás.
―Satanás ya fue vencido ―replico rápidamente
Jonás, pero el hombre asesto un manotazo con su
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Conociendo el Amor
mano abierta sobre el rostro de Jonás que lo hizo
caer al suelo.
―Te vamos a mostrar lo loco que estas, y cuan-
do terminemos contigo, vas a rogar al señor que te
reciba como su esclavo.
―Tiene 40 días, 40 días antes que el Señor del
cielo y de la tierra destruya este lugar ―dijo Jonás
aún en el suelo, mientras se intentaba levantar.
―Llévenlo a los subterráneos, con vigilancia las
24 horas del día ―gritó el alcalde mirando al se-
cretario.
―Ustedes están engañados ―gritó Jonás, mi-
rando a los hombres, que se acercaban para
tomarlo.
Uno de ellos asesto un puñetazo en el rostro,
que casi hizo perder el sentido a Jonás. Lo levanta-
ron como un muñeco y lo empezaron a arrastrar
de los brazos.
― ¿Qué vamos a decirle a la gente? ―dijo el se-
cretario, sacando un cuadernillo y un bolígrafo.
―Que el hombre era un timador, y se vio des-
cubierto, y que decidió volver a su ciudad.
―No lo van a creer
―No me importa ―gritó el alcalde a todo pul-
món―, ellos olvidan pronto, de órdenes de que
empiecen a invitar al juego del domingo, y que
den algunos premios, así olvidaran todo, pero
muévase, y salgan todos de aquí, no quiero a nadie
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Jonás
aquí.
Todos salieron a prisa, y el secretario cerró la
puerta tras de sí.
Jonás veía todo nubloso, parecía que el ojo le
sangraba, sentía correr la sangre, todo le daba
vueltas, y se sentía muy débil. El hombre que lo
había golpeado debería ser un boxeador ―pensó
Jonás―, nunca le habían golpeado tan fuerte y de
un solo golpe. Descendieron por el ascensor, luego
salieron a un sitio apenas iluminado por alguna
bombilla, y lo empezaron a arrastrar por un túnel
muy largo. Llegaron a una puerta de hierro, dos
hombres estaban ahí, parecían como estatuas.
―Este nunca saldrá de aquí, pero lo quieren vi-
vo por un tiempo más, ¿Entendido?
Sólo un pequeño sonido salió de ellos, abrieron
la puerta que daba a otro túnel oscuro y húmedo,
se empezaron a escuchar lamentos y quejidos, lo
tiraron con fuerza contra el piso, y luego salieron y
cerraron la puerta. Todo quedo en completa oscu-
ridad, sólo algunos pequeños sonidos se
escuchaban.
Poco a poco, Jonás empezó a distinguir otros
sonidos, quejidos, en diferentes sitios.
―Tranquilos ―dijo Jonás, aún tirado en el sue-
lo― el Señor nos ayudara.
Cuando estaba terminando de hablar, sintió un
golpe con algo duro en sus espaldas, que se repi-
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Conociendo el Amor
tió por tres veces.
―Cállate maldito, no hables o te mato ―dijo
una voz en la oscuridad.
― ¿Por qué me golpeas, yo puedo ayudarte?
― Cállese o lo va a matar, dijo alguien en algu-
na parte de la oscuridad, trabaja para los guardias
por doble ración, es una maldito traidor.
―Te matare ―dijo de nuevo la voz.
―Primero tiene que encontrarme.
Jonás logro parase, no podía ver absolutamente
nada, pero empezó a moverse a tientas, intentan-
do no hacer ruido.
―Señor ―dijo para su interior―, ayúdame a sa-
lir de aquí y a cumplir lo que me mandaste hacer.
Ya había palpado una profunda oscuridad, y es-
ta no lo asustaba, sólo lo preocupaba el hecho de
no poder obedecer al Señor.
Jonás alzo su voz y dijo a todo pulmón:
―Yo soy un enviado del Señor, del Dios todo-
poderoso, me ha enviado a decirles que si no se
arrepienten, Dios destruirá la ciudad en 40 días,
pero él quiere perdonarles, que se vuelvan a él. Jo-
nás mismo se sorprendió, al decir estas palabras,
por alguna razón, ahora sentía compasión con los
que estaban como él, aunque no los conocía, no
sabía quiénes eran, pero quería que se arrepintie-
ran y salieran del lugar.
Risas se escucharon de varios sitios, por algunos
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Jonás
momentos.
―Estas más loco que una cabra.
―No escuchaste lo que dijeron los guardias,
nunca saldrás de aquí.
―Cállense, gritó el hombre que había golpeado
a Jonás.
―Cállate tú, bastardo, si te llego a poner las
manos encima me divertiré escuchándote morir,
maldito.
―Ayuda, ayuda ―se escuchó la voz quejumbro-
sa de una mujer.
Jonás empezó a avanzar hacia la voz, detenién-
dose para escuchar con atención y luego seguía
avanzando, palpando las paredes, casi arrastrando
los pies, pero intentando no hacer ruido.
― ¿Dónde está? ―dijo en voz baja―, la quiero
ayudar, pero necesito saber dónde está.
―Aquí, aquí, volvió a decir la mujer.
Jonás miró con atención y pudo ver un bulto en
el suelo, y se acercó lentamente.
―Voy a ayudarla ―ya cerca de ella podía dis-
tinguir el cuerpo de la mujer, su rostro estaba
mirando a la pared y parecía no poderse mover. Se
agacho y la toco en los hombros, ella estaba inmó-
vil, sólo se quejaba.
― ¿Puede moverse?
―No, sólo quiero morir, por favor ayúdeme a
morir.
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Conociendo el Amor
―Vamos, tenga fe, ya el Señor nos va a ayudar.
Voy a darle vuelta, no puedo ver su rostro, pero ya
todo estará bien.
Tomo su cabeza entre las manos y empezó a
darle la vuelta para poder verle el rostro. La mujer
estaba en posición fetal, sus manos en su pecho
apretadas, y sus piernas recogidas. La volteo poco
a poco, ella sólo se quejaba. No podía ver nada,
pero sabía que la mujer estaba muy mal y sólo re-
petía que quería morirse. De alguna forma ahora
se empezaba a sentir unido a estas personas que
estaban en esta completa oscuridad, que habían
sido tirados al borde de la muerte como él, parecía
que las situaciones extremas, lograban sacar las
barreras superfluas, que hacen a las personas man-
tenerse distanciadas. Ahora, Jonás, se empezaba a
hacer la pregunta, si acaso muchos de ellos vivían
de la forma que lo hacían por ignorancia, porque
estaban presos, y no conocían otra forma de vivir.
Están presos, se repitió Jonás en su interior, medi-
tando sobre la situación, presos y no pueden ver…
―Ya nos van a sacar de aquí, se lo aseguro, y
entonces todo estará bien ―le decía Jonás, sin po-
der ver su rostro, la tenía entre sus brazos y la
había apoyado en sus piernas, estaba sentado en
el suelo y empezó a orar:
―Padre Santo, ayúdanos a salir de aquí, necesi-
tamos tu ayuda para llevar a cabo tu voluntad.
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Jonás
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Conociendo el Amor
les tengo odio, los perdono, pero este dolor que
me inunda, quiero irme ya, morir seria mi mayor
bendición.
En ese momento Jonás sintió como alguien se
abalanzo sobre su espalda y lo agarro por el cuello,
sus piernas lo rodearon por la cintura con fuerza, y
Jonás se tiró para atrás instintivamente, pegándole
fuerte contra la pared. Los dos cayeron al suelo,
Jonás forcejeaba, intentando zafarse de los brazos
que lo apretaban con fuerza y que amenazaban
con ahogarlo.
Ahora noto que podía zafarse, y se paró rápi-
damente, el hombre quedo tirado en el suelo,
seguramente el golpe le había quitado el sentido,
él no podía distinguirlo bien, sólo veía una sombra
tirada en el piso. Miro para todas partes, pero todo
era igual:
― ¿Dónde estás Rosa?
―Aquí… ―se escuchó en la oscuridad
Jonás avanzo hacia la voz, lentamente, quería
ayudar a Rosa, pero no sabía qué hacer, llego has-
ta la mujer y se sentó en el piso, levantó su rostro,
abriendo su boca sin emitir sonido, cerrando sus
ojos con fuerza, clamó con todo su corazón, mien-
tras sentía como la mujer daba su último suspiro.
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Jonás
Viajeros de la oscuridad,
Ciegos en un bosque de obstáculos.
Pero no conformes con esto,
El hombre busco el mal,
Lo anido en su corazón, hizo pacto con él.
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Conociendo el Amor
Ella estaba completamente inmóvil, y entendió
que había muerto. Sintió una rabia absoluta que lo
inundaba, lo llenaba por todo su ser, y sin poderse
contener más, dio un gritó a todo pulmón, un grito
que debió ser escuchado aun por los guardias.
― ¿Por qué la has dejado morir? ¿Por qué no la
ayudaste? ―dijo en alta voz.
El silencio era absoluto, todo se había detenido,
hasta que una voz burlona se escuchó:
―Parece que tu Dios te ha dejado solo, loco, ¿ni
aun así entiendes?
Era el hombre que lo había golpeado, que apro-
vechaba para burlarse y sacar ventaja de la
situación.
Jonás sólo miró a su alrededor, con una rabia
profunda, sin poder ver nada, toda la sangre fluía
por todo su cuerpo como un río embravecido, sen-
tía que la cabeza le daba vueltas, y se encontró
apretando fuertemente la mano de Rosa, segura-
mente le había partido los huesos de la mano,
pero ella ya no podía sentir nada. Se recostó con-
tra la pared y se dejó, mirando a la nada, como
acostumbraba, cuando sentía esas rabias que lo
dominaban, después de unos minutos le llegaba
un letargo, era como si de repente todas las fuer-
zas lo abandonaran. Después de haber sentido que
podía derribar gigantes, ahora no podía ni levantar
sus brazos. Sólo estaba ahí, sin poder pensar, su
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Conociendo el Amor
taba escondida en Cristo. Mientras meditaba en
todo esto, empezó a llorar, ahora con gran arre-
pentimiento, sólo una palabra salía de su interior:
Perdón.
Ahora entendía que el Señor no quería castigar-
los, él los amaba, pero no iba a permitir que
siguieran en su pecado. Lo que realmente él que-
ría, era que se volvieran a él, que se voltearan de
sus malos caminos, que lo buscaran a él, porque él
los amaba, como un padre ama a su hijo que se ha
ido de casa, pero que anhela, y espera que un día
vuelva.
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Conociendo el Amor
Sólo quería dejarme llevar,
Morir de amor, era vivir.
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Yo te espero en el cielo
Yo te espero en el cielo
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Yo te espero en el cielo
maldad y los hombres, es como si la maldad mis-
ma brotara de todos, de su interior.
Jonás no dejaba de mirarla, acariciaba su cabello
mientras le hablaba:
―El hombre tiene la capacidad de ser el templo
de Dios, tener toda esa Santidad, todo ese amor, a
través de Cristo, que nos ha redimido. El hombre
ha sido levantado al cielo, y ha sido sentado a la
diestra de Dios, en Cristo Jesús. Pero también, tie-
ne la capacidad, de ser lleno de toda la maldad, de
toda impureza, la maldad misma puede tomar su
habitación en él, y de esta forma lo lleva hasta el
mismo infierno. Lo que viste, es una prueba de lo
que viene, que ya está por aparecer, el hombre de
pecado, de maldad absoluta, lleno de toda iniqui-
dad, que se levantara contra todo lo que es de
Dios, ellos son sólo una pequeña muestra de lo
que viene.
―No quiero estar cuando esto pase, no quiero
estar en la tierra cuando el hombre de pecado
aparezca ―le dijo Jimena preocupada, aún estaban
abrazados y se miraban el uno al otro.
―Dios ha prometido sacar de aquí, a los que
son fieles, los guardara por un poquito de tiempo
en su templo, mientras viene el día más oscuro.
Sólo tenemos que permanecer fieles a él, amando
su palabra, haciendo su voluntad.
Ella se abrazó fuertemente a Jonás, y dio un pe-
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Jonás
queño quejido:
―Tengo miedo, me da miedo no ser encontra-
da fiel.
―No temas, el temor es malo en sí, ama a Dios,
eso es el centro de todo, ama a Dios con todas tus
fuerzas, y ama a tu prójimo como a ti mismo.
―Dime que todo va a salir bien, dime que todo
va a estar bien ―le repitió Jimena mirando el pa-
norama.
―No temas mi amor, todo va a salir bien.
Mientras le decía estas palabras, ella cerraba sus
ojos, y se descolgaba en sus brazos, Jonás tuvo
que sentarse para no dejarla caer, ella lo miró una
vez más, sonriendo:
―Gracias, gracias por mostrarme la vida, te amo
Jonás, y amo a mi Cristo, yo te espero en el cielo
―y cerro sus ojos, mientras Jonás dejaba salir sus
lágrimas.
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Yo te espero en el cielo
Mis lágrimas mojaran el desierto,
Crearan un oasis, abrirán surcos en el sequedal,
Me queda el recuerdo de tus palabras,
La caricia de tus manos,
La mirada hermosa, que encanto mi corazón.
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Yo te espero en el cielo
los hombres del alcalde mostraron su “benevolen-
cia”, rescatándolo y llevándolo delante del alcalde
y de todas las cámaras de televisión.
―Mira mi benevolencia, que no quiero que te
maten, es más, si te arrepientes delante de las cá-
maras, te ayudare a que estés muy bien, no te hará
falta nada. También se de tu noviecita, ¿Cómo se
llama? ―decía el alcalde, mientras se frotaba las
manos y ponía dramatismo a sus palabras―, Jime-
na, sí, así se llama, ella también estará muy bien,
podrán estar juntos, ¿No te parece que eso es lo
que cualquier hombre desearía?
―Mírala ―le dijo señalando a la puerta. La
puerta se abrió y dos hombres entraron, sostenían
a Jimena por los brazos, su cabeza estaba descol-
gada y parecía como sin sentido. Jonás no pudo
ver que se moviera, al verla se levantó e intento
correr hacia ella, pero otro hombre se le interpuso
y lo levantó por los aires como un muñeco para
luego tirarlo al piso.
Jonás sentía como la sangre corría por sus ve-
nas, su ira incontrolable lo empezaba a inundar,
pero no era mucho lo que podía hacer.
―Si quieres ayudarla, y hablar con ella, debes
aceptar mis términos, es lo mejor para ustedes. Re-
cuerda que ahora son terroristas, y podría hacer lo
que quisiera. Pero no quiero dañarlos, tengo un
gran corazón, así que he decidido ayudarlos, si us-
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Yo te espero en el cielo
der el sentido.
Uno de los hombres empezó a llevarse a Jimena,
que todavía parecía como inconsciente, y los otros
dos tomaron a Jonás por sus brazos y lo empeza-
ron a arrastrar por el túnel oscuro.
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Yo te espero en el cielo
―le dijo uno de ellos―, el alcalde te mostrara a
toda la nación, por cadena nacional de televisión,
todos podrán ver que tu Dios no es nada, sino
cuentos.
Empezaron a soltar las cadenas de sus brazos,
los brazos de Jonás cayeron a sus lados, como si
fueran de piedra, sin poder moverlos, no los podía
sentir.
Cuando se disponían a soltar sus pies fueron
disparados contra la pared como si un camión los
hubiera atropellado, quedaron pegados a la pared,
con sus ojos abiertos, sostenidos como por una
mano invisible, que los apretaba contra la pared. El
cuarto se llenó de luz, y las cadenas de los pies de
Jonás cayeron por si solas, Jonás cayó de rodillas,
al momento la fuerza de sus brazos volvió a él, y
los pudo mover normalmente.
―Saca a Jimena, y sal de la ciudad ―escuchó
Jonás la voz que le hablaba―. Se levantó, con to-
das sus fuerzas, como si nunca hubiera pasado por
nada, y salió de la habitación sin pensarlo. Se diri-
gió hacia donde había escuchado los gritos, una
reja dejaba ver el cuerpo de Jimena tirado en el
piso de una habitación. Al tocar la reja, la reja se
abrió y Jonás entro, miró a Jimena, estaba mal, pe-
ro aún estaba viva.
Le pareció raro que no fuera sanada al momen-
to como él, pero la levanto en sus brazos y empezó
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Palabras al lector
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Palabras al lector
“Que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu
corazón que Dios Lo resucitó de entre los muertos, serás salvo.”
Romanos 10:9
“Mas a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios, a los que creen en su Nombre”
Juan 1:12
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Bendiciones.
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Palabras al lector
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