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Portada realizada por:

Henry Padilla Londoño


2010 © Estocolmo, Suecia
Jonás
Autor
Henry Padilla Londoño
Estocolmo, Suecia, 2010
© 2010 por Henry Padilla Londoño
Todos los derechos reservados.
Agradecimientos

A mi Señor Santo, que me esfuerza


Y me ayuda, Dios bueno.

i
Prólogo

Esta corta historia, es la adaptación de una historia


real, de algo que pasó hace unos 2800 años, a un
hombre que amaba a Dios, y escuchaba su voz. El
lector no encontrara paralelos a la historia real, pe-
ro si identificara muchas situaciones con la
verdadera historia. Pero la historia de Jonás, es una
historia muy actual, que se ha repetido cientos de
veces, y de la cual podemos, y debemos aprender
su enseñanza. Jonás, es el profeta de la señal, para
una generación perversa y adúltera. Porque como
Jonás fue señal para los hombres de su época,
Cristo es señal para la generación de esta época.
La señal de Jonás, es la señal de la muerte y de la
vida, la señal de la resurrección. Este libro es una
historia ficticia, pero estoy seguro, se asemejara a
la realidad de nuestra época, y es también un cla-
mor a esta generación, para que busquemos el
camino de la Salvación, mientras aún hay tiempo.
Te invito a adentrarnos en esta historia, que de se-
guro, te llevara a pensar, acerca de tu propia vida.
CONTENIDO

Contenido
Jonás ........................................................................ 3
Autor ....................................................................... 3
Henry Padilla Londoño............................................... 3
Estocolmo, Suecia, 2010.............................................. 3
Agradecimientos.......................................................... i
Prólogo ..................................................................... 3
Enfrentando a Dios.................................................... 6
Lejos de Ti, estoy muerto ........................................... 49
Conociendo el Amor .................................................. 65
Yo te espero en el cielo............................................... 96

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Jonás

"¿Qué es esto que has hecho?" Porque ellos


sabían que él huía de la presencia del
SEÑOR, por lo que él les había decla-
rado.

Jonás 1:10

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Enfrentando a Dios

Enfrentando a Dios

Cada recuerdo me duele,


El hambre y la soledad me asedian.
Pero tu recuerdo me persigue.
No puedo olvidarte, aunque quiera.
¿Por qué me asedias?
¿Por qué me persigues?
Lejos quiero irme, huyo de tu presencia,
Pero tu mirada me persigue.
¿Adónde huiré de tu Espíritu?

Jonás miraba con rabia el papel, había estado


intentando escribir lo que sentía, pero los senti-
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Jonás

mientos lo inundaban, no podía dejar de pensar en


eso. Así había estado por más de veinte minutos,
estaba como paralizado, no podía escribir, sólo mi-
raba el papel fijamente.

― ¿Quiere otro café? ―le dijo la mujer que


atendía el lugar, tenía una vasija en su mano, y mi-
raba fijamente a Jonás.
― ¿Que si quiere más? ―le dijo otra vez, po-
niendo la vasija sobre el mostrador.
El sonido de la vasija lo hizo reaccionar. La miró
por un momento como mirando al vacío y luego
lentamente dijo:
―Sí, gracias ―acercándole el pocillo.
Jonás era un hombre de unos 45 años, bajo, al-
go robusto, de pelo corto, color castaño oscuro.
Generalmente era un hombre observador, que es-
taba muy atento a su entorno, sin que él llame la
atención de nadie. Pasaría desapercibido, de no ser
por su Biblia, que llevaba a toda hora en su mano,
y ahora había dejado sobre el mostrador. Vestía de
forma sencilla, no le importaba mucho su exterior,
y lo hacía parecer algo descuidado para algunas
personas. Era un hombre de pocos amigos, no
porque no quisiera, pero sus opiniones tan radica-
les, le hacían una persona que todos querían evitar.
Algunos habían llegado a pensar que estaba algo
loco, y no querían discutir nada de importancia
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Enfrentando a Dios

con él. Había aprendido a vivir con esa situación,


no era que le gustara, pero la había llegado a
aceptar, y ahora ya le gustaba la distancia que la
situación le daba para con todos. Podía pensar y
no tenía que discutir con nadie.
― ¿Es pastor?
― Perdón... ―dijo Jonás algo sorprendido.
Ella le señalo la Biblia con la boca y volvió a
preguntar:
― ¿Es pastor?
―No, no soy pastor ―dijo, con algo de des-
dén―. Soy... ―y se detuvo por unos momentos,
mientras miraba a la mujer a los ojos―, soy un
perseguido por Dios.
―Entonces ni para qué esconderse ―dijo la
mujer, mientras dejaba la vasija con café sobre la
cafetera―. No lo cree.
― ¿Usted cree en Dios?
― ¿Si yo creo? ―dijo ahora ella mirándolo a los
ojos―, digamos que lo he estado buscando, uno
que huye y otra que lo busca, que ironía, no le pa-
rece.
―Perdone ―dijo ahora Jonás levantándose de
la silla―, mi nombre es Jonás ―y extendió su
mano.
Ella rió divertida por la actitud de él y luego ex-
tendió su mano:
―Hola, soy Jimena. Le estuve observando, le
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Jonás

gusta escribir.
―Escribir me tranquiliza ―y sonrió por un mo-
mento―. No huyo de él porque no me guste, sino
porque... a veces no lo entiendo ―dijo Jonás, aho-
ra hablando con mucha confianza.
― ¿No entiendo?
―En ocasiones, no estamos de acuerdo, ocasio-
nes como esta. Y como sé que no tengo mucho
que aportar, prefiero huir. Él dice a la derecha,
cuando yo quiero ir a la izquierda, él dice detente,
cuando yo quiero seguir adelante, y el siempre sale
ganando.
― ¿Esta seguro que me está hablando de Dios?,
esa fue la razón por la que me separe de mi ex es-
poso.
―Ja ja, si parece de locos. Pero Dios ha llegado
a ser un dolor de cabeza, mayor que cualquier mu-
jer.
―Jimena rió por un momento, ¡Usted habla de
él, como si lo viera!
Jonás se quedó mirándola con una sonrisa en
sus labios, hasta que ella lo miró detenidamente y
se detuvo abruptamente.
―No hablara en serio... nadie puede ver a Dios.
― ¿Por qué dice eso Jimena, si usted no lo co-
noce?
―Que divertido ―dijo mientras limpiaba el
mostrador―, pero si usted así lo cree...
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Enfrentando a Dios

Jonás la miró por un momento, para luego to-


mar un sorbo de café. Sabía que para Jimena, lo
que le acababa de decir era una locura. La gente
de esta generación dice creer sólo en lo que ve,
¡Los hijos de la ciencia!, se llaman a ellos mismos,
pero creen en cosas que nunca han visto como la
evolución ―pensaba Jonás― y seguramente si les
digo que he bajado al centro de la tierra, eso sí me
lo creerían, porque creen sólo lo que quieren. Y
dicen creer lo que ven y tocan. ¡Ciegos!, ―gritaba
en su interior Jonás― sólo se excusan. Por eso hu-
yo a otro lado, por eso me quiero ir lejos, porque
sé que la gente de este tiempo aborrece a Dios, y
disculpa su odio, detrás de su hipocresía.
―Búrlese si quiere, ya no me importa ―dijo Jo-
nás algo molesto
―No me burlo, pero suena divertido.
―Sí, no se preocupe, no me ha molestado. Este
café está delicioso ―quería cambiar el tema, siem-
pre que hablaba de esto terminaba en problemas.
―Cierro en unos minutos ―le dijo ella mientras
le ponía la cuenta al lado del pocillo.
Jonás miró el papel por un momento y sacó
unos billetes de su bolsillo.
―Gracias ―y se quedó mirándola seria-
mente―, si realmente quiere conocerlo, lea este
libro ―dijo mientras alzaba la Biblia en su mano―,
aquí podrá saber quién es él.
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Jonás

―No se haga problemas por mí ―dijo ella algo


indiferente.
Jonás se sonrió levemente, entendía a esta mu-
jer, sabía que para ella, lo que él le había hablado,
era tan abstracto como hablarle de otro mundo.
Todos, o casi todos, seguían lo mismo, el dinero y
algo de felicidad. Algunos intentaban no hacerle
mal a nadie, vivían para ellos, y no querían que na-
die, ni siquiera Dios, se entrometiera en sus vidas.
Y él mismo, ya había llegado al mismo punto, se
había cansado de ver a la gente tomar el camino
de la mentira, del egoísmo. Había llegado a la con-
clusión que cada persona escogía su propia vida y
su destino. Si ellos querían vivir y morir así, estaba
bien para él, ya se había cansado de intentar mos-
trarles La Verdad. Quería seguir su camino, y que
todo el mundo hiciera lo que quisiera.
Se había preguntado muchas veces si algunos
de ellos se daban cuenta de lo absurdo de la situa-
ción, pasaban 8 horas durmiendo, de 8 a 10 horas
en un trabajo que la mayoría odiaba, de 2 a 3 ho-
ras en sus vehículos o medios de transporte y de 3
a 6 horas frente a su televisor. Todos sus valores,
su forma de pensar, sus ideas, eran sacadas o deri-
vadas de lo que escuchaban por la televisión o en
la Internet. Y si intentaban algo diferente, se pre-
guntaban: ¿Qué ganarían? ¿Qué hay para mí?,
todo era basado en el YO, y lo que el Yo podía ga-
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Enfrentando a Dios

nar. Se sintió molesto, era fácil de irritar, y pensar


en esto lo irritaba.
Era un hombre de espíritu fuerte, de carácter se-
rio y de pocas palabras. Se sentía algo nervioso
hablando con otra persona que no conocía. Tenía
una fuerte confianza en que todo saldría bien, más
que todo basado en su confianza en Dios, en ese
Dios que a veces parecía que sólo él veía y escu-
chaba. Loco, lo habían llamado, soñador, y esto
producía en él una sensación de aislamiento, pero
de libertad. Ya no se preguntaba si alguien enten-
dería como él, ya no le importaba mucho. Lo que
más le molestaba, era saber que ese Dios a quien
amaba, lo mandaba a ayudar a otros, que nunca
siquiera pensaban en él.
¿Cómo no veían a Dios?, si sus obras estaban
por todas partes, era como ver las obras del pintor
y negar al artista. Pero sabía en su interior, que to-
do dependía no de que no vieran a Dios, sino de
que por todas partes se podía ver claramente, que
ese Dios era un Dios bueno, que amaba La Verdad
y aborrecía la maldad. Esto era el verdadero moti-
vo para que muchos se alejaran de él. Sabían que
si intentaran acercarse a él, ellos mismos se senti-
rían juzgados, sus vidas quedarían al descubierto,
como amadores de la maldad. Y la mayoría, senci-
llamente, y como respuesta única, amaban la
maldad, amaban lo que hacían. Seguramente si
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Jonás

hubiera un Dios que amara el mal, que amara la


mentira, que permitiera como bueno que cada uno
hiciera lo que quisiera, que no condenara a nadie,
si hubiera un Dios así, entonces seguramente cree-
rían en él.
―Y así lo hacen ―dijo en voz baja, creen en su
Dios… el dinero y el poder.

Jimena seguía mirándolo, un poco curiosa, y un


tanto intrigada, este hombre era diferente a la ma-
yoría de los clientes diarios del café, había una
sinceridad, una fuerza en ese hombre que la atraía.
Pero también había algo oculto en él. Siempre la
atraían los hombres con problemas, y seguramente
este hombre estaba lleno de ellos, pues se sentía
muy interesada por él.
―Adiós ―dijo secamente Jonás, mientras mira-
ba a Jimena una última vez.
Ella lo miró coquetamente, y sonrió, mientras
pasaba la mano por su cabello.
―Estoy por cerrar, por si quieres seguir conver-
sando.
―Gracias Jimena, tengo un bus que alcanzar,
sale en una hora.
― ¿A dónde va?
―Voy a Tarzi.
―Eso queda retirado. ¿Tiene familia allá?
―No, a nadie, como le dije, me voy lejos de él,
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Enfrentando a Dios

espero me olvide.
Jonás la miró sin decir palabra.
―Bueno no importa ―dijo ella mientras volvía a
sonreír―, cada uno cree lo que quiere ―e hizo un
ademán con sus manos, indicando que no le im-
portaba―, la estación de buses está a unos
minutos, podemos comer algo antes, si quiere.
―Gracias Jimena, pero no, pero si me quieres
acompañar al bus, te cuento más de él.
―Ah... será, hoy no es mi día ―y mientras ha-
blaba se quitó el delantal y se puso un abrigo vino
tinto, tomo las llaves y se acercó a Jonás―. ¿Estás
seguro?
―Si Jimena, vamos. No estamos solos, él nos
está viendo, le dijo ahora sonriendo Jonás.
― ¿No estás un poco paranoico?
Jonás sonrió ampliamente. Caminaban por la
acera, las luces de los avisos de neón iluminaban la
noche y se confundían con la luces de los postes,
dando esa sensación de no estar solos. Era una no-
che fría, pero clara.
―Tarzi... ¿A qué vas allá?
―Dios quería que fuera a New York.
―Pero eso queda hacia el otro lado.
―Hujum
―Jajá, esto si se lleva el premio ―dijo ella rien-
do ampliamente.
― ¿Y qué quería Dios que fueras a hacer a New
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Jonás

York?
―A decirles que Dios iba a destruir la ciudad si
no se arrepienten.
―Estas bromeando ―le dijo ahora mirándolo
con su rostro lleno de risa.
―No.
―No estás hablando en serio, verdad.
―Sí.
―Pero... ¿Estás loco? Destruir la ciudad...
―Sí.
―Pero si es cierto, ¿No deberías ir a decirles?
―Pero si tú dices que ese Dios es una idea. De
que me preocupo. ¿Verdad? ―dijo ahora Jonás
mirándola por un momento.
― ¿Quieres que me devuelva? ―le dijo mirán-
dolo seriamente.
―Perdona.
Ella lo miró mientras apretaba un poco sus dien-
tes y asentía suavemente con su cabeza.
― ¿Cómo es él?
― ¿Quién?
―Pues Dios, quién más.
―Es muy bueno, a veces me parece que dema-
siado. Todo lo perdona, y ama... ―hubo un silencio
por unos segundos―, ama demasiado.
― ¿Y por qué huyes de él?
―Me ha enviado a decir algo, que yo sé que
después se va arrepentir y no lo va a hacer. Nadie
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Enfrentando a Dios

cree en él, pero cuando ven su gran poder, enton-


ces les da miedo y dicen arrepentirse. Pero es sólo
miedo, en cuanto todo pasa, se olvidan de él, y es
peor cuando se dan cuenta que él es bueno. Ya no
más, espero que ponga un ejemplo en ellos...
― ¿Sabes cuanta gente vive en esa ciudad?
―Millones... lo sé.
―Y no te importa que todos mueran, si lo que
hablas es cierto...
―Sí, sí me importa, pero no es la primera vez
que se les advierte...
―Mi mamá, vive en esa ciudad.
―Lo siento.
―No puedo creer que no te importe ―dijo ella,
mientras se detenía y lo miraba seriamente.
―Vamos, te das cuenta que hablas de algo que
tú no crees.
―Yo no creo, no porque no quiera, sino que
nunca había conocido a nadie que me hablara de
él. ¿Pero ahora tú dices que él va a destruir una
ciudad?
―Hay gente que nunca llegaran a creer. Viven
para ellos mismos, andan como ciegos, palpando
por todas partes, intentando ver algo de luz, pero
caen en el hoyo, y perecen para siempre.
―Cómo vamos a creer, si los que lo conocen,
como tú, salen huyendo.
―Ahora eres tú la irónica.
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Jonás

―Perdón, pero es cierto.


―Dime algo, ¿Cómo le puedes demostrar a un
ciego que la luz existe?
Ella se quedó mirándolo seriamente:
―Difícil, para un ciego de nacimiento sería casi
imposible, todo estaría basado en que él te creye-
ra.
―Y... Si el ciego nunca creyera en la luz... ¿Que
perdería?
―Si nunca llegara a creer en la luz, estaría ne-
gando una parte mía, algo que yo vivo a diario.
Creo que no podríamos ser amigos, al final el diría
que yo soy mentirosa y seria... insufrible.
―Así me siento casi todos los días. He estado
intentado mostrarles a ciegos la luz.
―Y tú... ¿Eres especial?
―No... En nada soy diferente... pero no puedo
negar lo que he visto a diario, lo que es mi vida.
―Y él... ¿No te ayuda?
―Él dice que el amor rompe cualquier barrera.
Para mí eso suena, como para ti suenan mis pala-
bras.
― ¡Si, como a chino!
―Algo parecido.
―Pero no entiendo, si te alejas de él, ¿No vas a
sufrir?
―Nunca se puede estar lejos de él.
―Pero es sin sentido lo que hablas, no puedes
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Enfrentando a Dios

estar lejos de él, pero huyes a Tarzi.


―Si lo sé, a la final creo que me alcanzara todo
esto.
― ¿Realmente crees que la ciudad será destrui-
da?
―Él nunca miente.
― ¿Y toda esa gente va a morir?
Jonás la miró sin decir palabra.
―Vamos, respóndeme, quiero saber lo que
piensas.
―La ciudad será destruida, si ellos no se arre-
pienten, y también me dio la fecha.
Ahora era Jimena que lo miraba intensamente,
como queriendo saber si estaba hablando en serio.
― ¿Cuando? ―dijo Jimena secamente.
Jonás la miró, sabía que Jimena empezaba a
creer, y eso le molestaba, él quería irse, y que esa
ciudad fuera destruida, así todos tendrían que oír,
si no escuchaban a las buenas, tendrían que escu-
char a las malas. Así pensaba Jonás, y no le
gustaba lo que ahora empezaba a ver en los ojos
de Jimena.
―No te preocupes, olvídalo ―Jonás sonreía le-
vemente.
Ella no sabía si él era irónico o burlón, pero sa-
bía que su ira, su incontrolable ira estaba
empezando a encenderse. Cogía a Jonás por el
brazo, sus ojos estaban ahora bien abiertos, y un
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Jonás

color rojo se había posado en sus mejillas.


―Háblame en serio, ¿No pensaras salir huyendo
y dejar a toda esa gente a su destino?
―Eso es exactamente lo que quiero hacer, dijo
Jonás triunfante, desafiante―. Ahí está mi bus, dijo
señalando un bus que entraba a la estación, en la
cual ahora ellos estaban, parados en una de las en-
tradas. Hay mucha maldad en ese sitio, merece ser
destruida.
―Pensaba que eras un hombre bueno ―le dijo
ella con rabia en la mirada―. Eres el hombre más
cobarde, aborrecedor, sin sentimientos. ―le decía
ahora Jimena gritando y sacudiéndolo por el bra-
zo―. Yo pensaba irme a vivir a New York, ósea que
Yo también merezco ser destruida. Y mi mamá, no
tienes ninguna vergüenza.
―Eres sólo un farsante, dices ser bueno, pero
juzgas a la gente, ¿Quién te crees? ―le dijo ahora
gritando―. Si tú te vas a Tarzi, yo iré a New York, a
avisarle a mi mamá. Y si ella no me cree, me que-
dare con ella y si esa ciudad es destruida, tú
tendrás la culpa de mi muerte.
― ¿Me escuchas? ―decía ahora ella furibunda,
como una mujer despechada, todos empezaban a
mirarlos y reían, daban la sensación de ser una pa-
reja que estaba rompiendo su relación.
―Mira ―y señalo un autobús―, ahí está tu bus,
lárgate con tu mascara de bondad y ojalá no vuel-
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Enfrentando a Dios

vas por acá.


―Pero espera, no quise ofenderte.
― ¿Ofenderme? ―se voltio ella mirándolo con
rabia intensa, manoteando―, ¿Ofenderme?, ¡Qué
va! ¡Si el sólo quiere que nos quemen a todos!
Como me va a ofender, el santurrón este ―dijo
ahora como hablando con toda la gente―, este
dice escuchar a Dios, y dice que Dios va a destruir
a New York, pero va huyendo de Dios, no quiere
hacer lo que él le mando ―gritaba a voz en cuello
Jimena descontrolada, y empezó a alejarse del si-
tio.
― ¿Jimena?
―Ella sólo sacudió su mano, mientras seguía
alejándose a paso largo.
―Parece que me sigue mi carisma ―se dijo en
voz baja, mientras la miraba alejarse―. No entien-
de nada ―pensó Jonás―, vive en su mundo y no
alcanza a entender nada.
Se acercó al bus que ella le había señalado, es-
taba casi completamente lleno, un hombre de baja
estatura estaba parado frente a la puerta, fumaba
un tabaco que despedía un olor desagradable. Mi-
raba a todas partes, como si lo estuvieran
persiguiendo, de repente dijo a alta voz, y con una
voz chillona:
―Tarzi, Tarzi, el bus parte en cinco minutos.
Jonás se acercó al hombre mientras lo observa-
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Jonás

ba, llevaba la camisa empapada en sudor, su cabe-


llo grasiento, y su rostro marcado por el sudor,
debería llevar más de dos días sin afeitarse, cuando
Jonás llego junto a él, gritó otra vez en voz fuerte,
tirando todo su fuerte aliento en la cara de Jonás.
―Salimos en cuatro minutos ―dijo mirando fi-
jamente a Jonás.
Jonás, quiso subir rápidamente, para evitar el
olor a sudor y mal aliento del hombre, pero este lo
tomo por el brazo y le dijo, hablándole muy cerca:
― ¿Y su billete?
―Mi billete... ―Jonás se empezó a esculcar sus
bolsillos―, yo pago en efectivo.
―No señor, tiene que tener billete, o es que nos
ve cara de registradoras, aquí no recibimos plata
de ninguna especie, ¿O quiere que nos atraquen?
Jonás se disponía a decir algo pero el hombre
continuo:
―Le quedan tres, y nos vamos.
―Me podrían esperar por favor, yo voy a com-
prar el billete y regreso.
―Miren a este, no faltaba más, el señor quiere
que se detenga todo el sistema de transporte por
él, si claro, venga, aprovecho a saludar a mi Rosa-
rio, mi amorcito ―dijo el hombre mientras jalaba a
Jonás por el brazo.
―Hola mi corazón de melón, mi coca cola en el
desierto, dijo el hombre en cuanto se acercó a la
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Enfrentando a Dios

ventanilla.
La muchacha apenas lo miró y torció la boca.
―Hui, pero que esta seria, eso es que le he he-
cho falta, ¿Cierto mi amor?
―Mire Rogelio, le he dicho que no me llame así,
huich.
―Humm, pero ve lo que gano por mimarla
―dijo el hombre ahora mirando a Jonás―, eso es
amor, ve, puro amor.
Ella lo miró con su rostro rojo por la rabia:
―Dígame que quiere, Rogelio, que vea que hay
mucha gente.
―El caballero, necesita un billete, o si no... Le
toca quedarse aquí.
Ella miró a Jonás, sin mucho interés.
― ¿A dónde va?
―A Tarzi.
―Son 247 con 50.
Jonás extendió unos billetes.
―Aquí tiene, buen viaje señor.
―Gracias.
―Mire Rogelio, tienen que afanarse, avisaron
que viene una tormenta grande, así que no vaya a
estar llamando a que los vayan a ayudar.
―Si ve ―dijo el hombre con una amplia sonrisa
en su rostro―, eso es amor, ve como lo cuidan a
uno.
Jonás sólo miraba, no sabía que decir.
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Jonás

―Váyanse rápido, mire que ya le están pitando.


―Vamos, vamos, dijo el hombre, si ve por ayu-
darlo, apúrese.
Cuando llegaron al bus, ya el chofer, estaba ma-
noteando:
―Apúrese Rogelio, que nos coge la noche.
¿Cómo vamos? ―le pregunto el chofer mirando a
Rogelio.
―Vamos completos, Don Arturo, como cosa ra-
ra. La Rosario dice que viene tormenta, que eso
avisaron. Pero no se ve nada raro, debe ser que
quiere que me quede con ella, dijo mientras reían
ruidosamente.
―A ver cómo le explica eso a su mujer, le dijo
Arturo.
―Ya hombre, deje de ser agua fiestas, que mi
mujercita está en la casa, arreglándome la comidi-
ta, y planchándome la ropa, y me espera con la
cama caliente.
―Busque su asiento que nos vamos ―le dijo el
chofer a Jonás.
Jonás empezó a caminar por el pasillo, era es-
trecho y oscuro, un par de niños se tiraban
palomitas de maíz de una silla a otra, mientras su
mamá los amenazaba con dejarlos en la estación.
Una señora gorda iba sentada junto a un mucha-
cho, que parecía pedir auxilio con su mirada, ella
se había extendido en los asientos y el muchacho
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Enfrentando a Dios

iba machacado contra la ventana, y posiblemente


así estaría las próximas ocho horas del viaje. Una
niña, miraba a través de la ventana, se despedía de
su madre, la niña lloraba, entre sollozos.
―Yo me quiero quedar con mamá.
―Te vas a estar callada, y no me vas a dar pro-
blema, le dijo el hombre, sentado junto a ella.
Dos muchachos no podían dejar de mirar una
muchacha, sentada en el último asiento, ella iba
con sus piernas apoyadas en el espaldar del asien-
to del frente.
―Mírala, ―dijo un muchacho a otro, cuando
Jonás paso junto a ellos.
―Ve y te sientas junto a ella y aprovechas el
viaje ―le dijo el otro, mirando entre los asientos la
muchacha.
―Ahí va el afortunado ―dijo uno de los mu-
chachos, mirando hacia Jonás― oiga, hágame un
fa, y cambiamos de puesto, ¿Sí? ―le dijo el mu-
chacho mientras tomaba por el brazo a Jonás.
―Creo que lo mejor es que ustedes vayan en
sus puestos, dijo Jonás con una leve sonrisa.
―Claro, el viejo verde, pero le vamos a tener ojo
de águila, oyó ―y se abrió un ojo con uno de sus
dedos, mientras se acercaba a Jonás.
―Me parece que sus ojos de águila van a estar
muy cerrados en media hora más.
―Téngame, téngame, le decía un muchacho al
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Jonás

otro, mientras se cogía de su amigo, es que o si no


lo bajo y...
―Buenos sueños... ―les dijo Jonás y siguió
avanzando por el pasillo.
Paso por el lado de una mujer que llevaba un
libro negro, que agarraba con fuerza, también lle-
vaba una camándula y parecía que rezaba
fervientemente. Había puesto algunas estampas,
con figuras y las tocaba de vez en cuando, mien-
tras murmuraba algo. Mientras Jonás iba pasando,
ella lo miraba con terror, apretándose contra la
persona que iba sentada en el otro asiento.
Al otro lado un hombre fuerte, de unos 30 años,
dejaba ver una gran cadena de oro que llevaba en
su cuello, llevaba la camisa blanca abierta y dejaba
ver su pecho cubierto de pelo, cuando Jonás paso
junto a él, se sonrió y dejo ver un diente de oro.
―Ya nos vamos, le dijo a una muchacha joven
que iba a su lado, parecía asustada. Él le llevaba
cogida de la mano, y parecía apretarla.
―Papá, me está apretando la mano.
―Es que no quiero que te pongas nerviosa, mi-
ja, todo va a salir bien.
―Sí, lo se papá ―dijo ella haciendo una mueca
con su boca―. Pero ya me duele...
―Ya hija, pero esté tranquila, que va con su pa-
pá, oyó... todo va a salir bien.
Cuando llego al final del corredor, llego junto a
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Enfrentando a Dios

la muchacha que los muchachos habían estado


observando, no pudo dejar de notar que era muy
hermosa, no tendría más de 18 años Llevaba unos
aretes grandes de color verde, sus facciones eran
finas y delicadas. Llevaba unas medias largas, pare-
cían de lana fina, que marcaban toda su figura.
Jonás noto un anillo en su nariz, que afeaba su ros-
tro, su cabello de varios colores, negro y rubio, con
tonos rojizos.
El único puesto desocupado, estaba junto a ella,
en la ventanilla.
―Me permite pasar.
Ella lo miró con sus grandes ojos verdes. Se
quedó mirándolo por un momento, y luego se hizo
a un lado.
―Gracias ―dijo Jonás, pasando con dificultad, y
dejándose caer en el asiento.
Ella volvió a subir sus rodillas contra el espaldar
del asiento del frente. Se llevaba un lápiz a su bo-
ca, el cual mordía insistentemente, escribía algo en
un papel.

El bus avanzaba por la carretera iluminada, em-


pezaban a salir de la ciudad y poco a poco se hacía
más oscuro. El viaje que les esperaba era largo, la
primer parada la harían en unas cuatro horas, en
un pequeño pueblo, Olvido, que hacia honor a su
nombre. Era un pueblo olvidado por todos. Pero
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Jonás

era el paso obligado, para poder cruzar esa parte


del desierto. Todos los que vivían allí, eran mineros
o familia de mineros. Desde que habían descubier-
to carbón en esa zona, el pueblo había crecido a
unos tres mil habitantes, una cifra muy elevada pa-
ra Olvido, era su tiempo de mayor prosperidad.
Semanalmente les llevaban provisiones, que eran
repartidas entre los dos almacenes del pueblo. De
esto se ocupaba la compañía que extraía el carbón.
Era esta compañía la que mantenía este pueblo
vivo.
El Cerrejón, así le llamaban, a esta compañía que
extraía carbón, uno de los sitios más ricos en este
mineral en todo el mundo. Olvido, era un pueblo
obligado, para todo aquel, que fuera por la carre-
tera, el siguiente sitio para descansar, estaba a las
entradas de Tarzi, 350 kilómetros más allá.
El hombre de la cadena de oro en el cuello, se
volteó hacia la muchacha que iba junto a Jonás.
―Mi hija va un poco nerviosa, pero es sólo un
corto viaje ―le dijo, dejando ver su diente de oro.
La muchacha lo miró, con el lápiz entre sus la-
bios, y una mirada interrogante.
―Por si usted también se pone nerviosa con los
viajes ―dijo el hombre, mientras se cogía su cade-
na y sonreía nerviosamente.
―Gracias, ya nos sentimos más seguros ―dijo
Jonás mirándolo.
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―Papá, mejor será que duermas un rato ―le di-


jo la muchacha, mirándolos avergonzada.
―Ya hija, ya te he dicho que voy a estar des-
pierto todo el viaje, para que nada te pase.

En los altoparlantes del autobús, sonaba música


folclórica, que en nada encajaba con el paisaje os-
curo al cual ellos empezaban a adentrarse. La luz
de las calles era cada vez más escasa, y una oscuri-
dad profunda se extendía delante de ellos.
Algunos llevaban la luz en el techo prendida, mien-
tras leían alguna revista.
―Yo soy Jonás ―le dijo a la muchacha, y ex-
tendía su mano.
―Por favor duérmase y déjeme tranquila ―dijo
ella mirándolo de reojo.
―No acostumbro viajar, esto es algo nuevo pa-
ra mí ―dijo Jonás, mientras miraba la oscuridad
por la ventana.
Ella seguía moviendo constantemente su lápiz,
frente a ella, como si estuviera pensando fuerte-
mente en algo.
― ¿Sabe cuánto se llevara hasta Tarzi?
―8 horas ―dijo muy suave―. Será mejor que
aclaremos algo, no me gustan los viejos y no estoy
interesada, ¿OK?
Jonás la miró algo molesto:
―Yo tampoco estoy interesado en usted de esa
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Jonás

forma.
―Ella detuvo el movimiento del lápiz al mo-
mento, luego lo miró fijamente, dejando notar la
molestia en su rostro.
― ¿Entonces que le interesa? ―replico con una
risita, y sin mirarlo a los ojos.
―No puedes diferenciar entre lo blanco y lo
negro, ni aunque lo tuvieras frente a tus ojos ―le
dijo Jonás, sacando una Biblia que llevaba en su
bolsillo del pantalón y empezó a pasar las hojas.
― ¿Usted es uno de ellos?
Jonás seguía pasando las hojas de su Biblia.
―Perdone, no quise ofenderlo, es que todos los
que me miran lo único que quieren es una cosa
―y extendió su mano―, mi nombre es Ángela.
Jonás la miró fijamente por un momento:
―Hola, mi nombre es Jonás, y perdóneme tam-
bién.
―Está olvidado ―dijo pasándose la mano por
la cara.
―No es todos los días que uno encuentra al-
guien, sin segundas intenciones, con quien hablar.
―Gracias, Pero... ¿Qué la hizo cambiar de opi-
nión?
―Eso ―y extendió sus labios señalando la Bi-
blia― ¿Espero que sea cristiano?
―Sí, lo soy, ¿Y usted?
― ¿Yo?, míreme, podría ser cristiana así.
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― ¿Cómo?
―No ve ―y señalo su ropa, y el anillo en su na-
riz―, un cristiano no puede llevar esto, ni vestir así.
― ¿Quién dice eso?
―Mi papá, y él es pastor de una Iglesia de más
de 3000 personas.
―Bueno, no es que me guste tu forma de vestir,
pero eso no quiere decir nada, la fe viene del cora-
zón ―le dijo, tocándose el pecho.
― ¿De qué secta es usted?
Jonás sonrió, mientras la miraba tranquilamente.
En ese momento el cielo fue completamente ilu-
minado, por un relámpago, y a los segundos se
escuchó un poderoso trueno, que hizo que la mu-
jer que iba rezando, casi gritara:
―Ave María purísima, protégenos.
Todos miraron por las ventanas, interesados, se
alcanzó a ver a kilómetros a la distancia, era un
paisaje desolado, casi sin ningún árbol, era una ca-
rretera en medio del desierto.
―El centro meteorológico ha enviado un anun-
cio ―se escuchó la voz por la radio, habían
interrumpido la música para dar un boletín―, la
tormenta Hades se ha creado en el desierto del
Cerrejón, se les recomienda a todos permanecer en
sus casas, hasta el próximo boletín. La tormenta se
ha creado en tan sólo minutos, y se espera que
desaparezca de la misma forma. A todos los viaje-
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Jonás

ros, les recomendamos, buscar el sitio de descanso


más cercano, y esperar hasta el próximo aviso. Pe-
ligro de tormenta eléctrica y de vientos de hasta
180 kilómetros por hora ―dijo la voz por la radio,
para luego callar por un momento y continuar con
la música.
―Viene tormenta ―dijo Jonás―, parece que el
Señor esta algo enojado.
Ángela lo miró sin decir nada, luego empezó a
mover su lápiz otra vez, mientras miraba su papel,
y dijo en tono sarcástico:
― ¿Usted cree que él pueda hacer bien o mal?
―Todo está en su mano ―dijo Jonás mirando
por la ventana, hacia la oscuridad, podía ver en el
reflejo de la ventana la silueta de Ángela, que aho-
ra miraba hacia él con una sonrisa en sus labios.
―Mi papá, decía que todo estaba en la mente.
―Tu papá no conoce al Señor, ni tú lo conoces,
por eso hablas así.
―Mi papá es pastor y estudio Teología en la
universidad. Algo debe saber.
A Dios no se le conoce en las universidades, allí
se puede estudiar algo de la historia, pero a Dios
se le conoce aquí afuera, en la vida real. Tienes que
andar con él, y escucharlo, y verlo, para poder decir
que lo conoces.
―Usted ha visto a Dios... ―dijo ahora sarcástica.
De nuevo el cielo fue iluminado, haciendo saltar
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un poco de sus asientos a casi todos, el sonido ha-


bía sido como una poderosa explosión, la mujer de
la camándula se agarraba al asiento con toda su
fuerza, miraba aterrorizada por la ventana, el hom-
bre de la cadena de oro tenía el ceño fruncido y
miraba nerviosamente.
Al momento el bus quedo a oscuras y se detuvo
en la carretera. Se escuchó gritos, todo había que-
dado en completa oscuridad, se escucharon voces
que llamaban a sus dioses, voces nerviosas, que
pedían calma, una calma que nadie tenía.

La voz de Rogelio se escuchó:


―No se preocupen, mis queridos pasajeros, to-
do está bajo mi control. Quédense sentados, que
aquí está el mecánico de la empresa, y ya los voy a
sacar de esta sitúa.
― ¿Nos varamos o qué? ―gritó un hombre.
―No se preocupen, tranquilos, señoras y seño-
res ―decía Rogelio, en tono orgulloso, le gustaba
la situación, le hacía sentirse en el centro de aten-
ción.
―Pues deje de hablar y a trabajar ―le dijo una
voz en la oscuridad.
―Bueno, bueno, jalándole al respetico, que o si
no nos quedamos en medio del desierto ― ahora
un poco irritado.
―Vamos a ver que paso ―dijo Arturo, que aho-
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Jonás

ra tenía una linterna en su mano y apunto la luz


hacia el corredor. Por favor quédense en sus asien-
tos, voy a dejar esta luz aquí.
―Vaya y mire a ver que paso ―le dijo Arturo a
Rogelio, mientras le abría la puerta.
―Es que no valoran el trabajo de ingeniería, eso
me saca la piedra, venga a ver ―y descendió por la
escalinata disgustado.
―Parece que nos varamos, dijo Ángela.
―No se preocupe señorita, yo estoy aquí para
protegerla ―dijo el hombre de la cadena, mirán-
dola con una amplia sonrisa.
―Humm, que suerte la mía ―dijo burlonamen-
te.
―Es su culpa, dijo la mujer de la camándula, se-
ñalando a Jonás, con la camándula que colgaba de
su mano, y su dedo acusador.
―Yo...
―Señora siéntese ―le dijo Ángela―, y tranqui-
lícese.
―Yo sabía que todo iba a salir mal, desde que
usted se subió, su novia decía que usted es un pró-
fugo de Dios, un hombre malo que Dios persigue.
La mujer empezaba a gritar ahora, señalando a
Jonás, con sus ojos abiertos.
―No sabe lo que habla señora, le dijo Jonás, es-
tá completamente equivocada.
―No puede huir de Dios, No puede huir de
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Dios...
Arturo había avanzado por el pasillo y puso su
mano sobre el hombro de la mujer:
―Por favor señora, cálmese o me voy a ver
obligado a bajarla del vehículo.
― ¿Está loco? ―le replico
―Entonces siéntese y cálmese, que aquí no hay
prófugos de Dios.
La mujer se sentó, mirando asustada a Arturo,
mientras se sacudía su mano del hombro.

En ese momento la luz volvió a llenar el corre-


dor y el sonido del motor se escuchó, todos
aplaudieron y dieron un suspiro de descanso:
―Bravo ―dijeron.
―Ven, eso es ingeniería científica ―dijo Rogelio
apareciendo con una amplia sonrisa.
―Ingeniería ¿Qué? ―dijo Ángela, tapándose la
boca para disimular su risa.
Jonás la miró y alzo sus hombros.
―El caso es que encendió.
―Mejor vámonos rápido, a ver a qué horas lle-
gamos a Olvido, no queremos que la tormenta que
viene nos coja a mitad de camino... ¿Verdad?
―dijo alguien.
―Sí, vámonos ―gritaron en coro.
―Parece que viene otro auto, dijo un muchacho
―señalando la carretera, una luz se veía a lo lejos.
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Jonás

―Eso está raro, dijo Arturo, será que no saben


de la tormenta, debieron quedarse en Olvido.
―Seguro que no tienen radio ―dijo Rogelio,
con su tono alto y seguro de siempre.
El ver una luz en el camino, tranquilizaba a la
mayoría, podían ver a alguien más en la carretera.
La mayoría intentaba no decir nada. Se había pa-
sado de ese momento de sorpresa en donde todos
hacen comentarios, a un momento incomodo,
donde todos esperan salir de la situación, pero na-
die se atreve a decir nada, para no dejar ver su
nerviosismo.
― ¿De que hablaba esa señora? ―pregunto
Ángela, mirando a la mujer de la camándula y diri-
giéndose a Jonás.
―Nada cierto, sólo un malentendido.
―Espero que no sea como el Jonás de la Biblia.
―Así que has leído la historia.
―Claro que la he leído, y casi toda la Biblia
también, era el tema obligado los domingos.
―Eso hizo bien tu papá.
Ángela lo miró algo disgustada, ella también iba
huyendo, pero de la monotonía, de una vida de
pueblo, quería buscar su vida, su futuro, vivir, tener
aventuras, y lo primero era irse lejos de su familia,
que sentía la ahogaba. Irse lejos de todo lo que le
habían obligado a hacer por años, sentía resenti-
miento contra ellos, por haberla obligado. Y una
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parte que ella odiaba, era que la habían obligado a


leer la Biblia.
― ¿Usted también piensa que se debe obligar a
todos a leer la Biblia?
El hombre de la cadena de oro, miró algo in-
teresado en la conversación.
―No a cualquiera, pero déjame responderte
con otra pregunta: ¿Qué harías si tu hijo, hija, quie-
re jugar con una arma? ¿Lo dejarías jugar?
―Eso es otra cosa.
―Es lo mismo, qué harías, creo que le quitarías
el arma, lo obligarías a que te la diera.
―Pero leer la Biblia no me salva la vida...
―Sí, te puede salvar, si la lees con fe. Leer la Bi-
blia, es conocer los pensamientos de Dios, es
enfrentarse a tu futuro, tu presente y tu pasado,
aquí está escrito de ti ―le dijo ahora mirándola
fijamente.
―Ya le dije que la leí toda, y nunca vi que se
hablara de mí.
―Entonces tienes que volverla a leer, de eso se
trata, es la historia de tu vida y de alguien más.
― ¿Que quiere usted decir? ―dijo el hombre de
la cadena, ahora interesado y frunciendo el ceño.
―La Biblia es el libro que muestra el reflejo del
interior al que la lee, su propia vida, lo que fue, lo
que es, y lo que será. No sólo está mi vida, sino la
vida de Ángela y su vida también ―le dijo apun-
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tándole con la Biblia en su mano.


― ¿Usted es adivino? ―dijo el hombre mos-
trando su interés.
―Yo no escribí la Biblia, yo sólo la he leído.
El bus se detuvo y todos miraron hacia el frente.
― ¿Y ahora qué? ―dijo alguien en tono irritado.
―Todos miraban con sus ojos bien abiertos, se
habían acercado a la luz que habían visto de lejos y
ahora podían distinguir mejor que era. Un podero-
so fuego ardía, estaba a unos cien metros de ellos.
―Señor de los milagros, haznos el milagrito
―gritó la mujer de la camándula.
Todos miraban con sus ojos bien abiertos, un si-
lencio se había apoderado de todos los que iban
en el bus, parecía que se esforzaban, para que na-
die los escuchara respirar. No se podía ver la razón
del fuego, pero todos temían lo peor, en esa área
operaba la guerrilla, y esto sería una advertencia
de no pasar. El miedo se empezó a apoderar de
todos, y empezaron a mirar a todas partes.
―Métale el acelerador a eso, y larguémonos de
aquí ―dijo el hombre de la cadena, casi gritan-
do―, que si nos cogen aquí nos desaparecen, y
después nadie encuentra ni el bus. Vamos largué-
monos de aquí.
―Sí, métale la pata cucho ―dijeron los mucha-
chos― ahora serios y asustados.
―Cójanse de lo que puedan ―dijo Arturo, y
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arranco y empezó a acelerar todo lo que podía.


El bus empezó a acercarse a gran velocidad, el
fuego era del tamaño de un árbol grande, pero no
se podía ver ningún árbol. Los gritos de algunos se
confundían con las rezos y los gritos de los que
animaban a Arturo a pasar ese obstáculo y huir a
toda velocidad. Era un completo caos, que poco a
poco se había apoderado de todos, y ahora todo
lo que querían era huir. La posibilidad de la guerri-
lla, había cambiado la situación, ahora sabían que
si algo así pasaba, estaban en peligro de muerte. A
medida que se acercaban al fuego, algunas muje-
res gritaban más fuerte, la mujer de la camándula
lloraba y rezaba fervientemente, el hombre de la
cadena, llevaba ahora un arma en su mano, y mi-
raba a todas partes asustado. El fuego estaba en la
mitad de la calle, y no había forma de pasar a tra-
vés de el sin tocarlo, pero ya no había la
posibilidad de frenar, iban a gran velocidad. Arturo
había decidido pasar por la mitad de la carretera,
el fuego cubría toda la carretera, no sabían que lo
había producido, pero todos se preparaban para el
impacto. Cuando empezaron a entrar al fuego, fue
como si todo el bus fuera envuelto en llamas, las
llamas abrazaban cada parte del bus, todo estaba
iluminado, ahora se podía ver el terror reflejado en
el rostro de todos, excepto en Jonás, que miraba
tranquilo y como resignado, lo que pasaba. Pero
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Jonás

nadie lo notaba, todos estaban demasiado aterro-


rizados con lo que pasaba afuera, como para notar
la tranquilidad de Jonás. Los gritos en el bus, el
llanto, fueron de repente silenciados por completo.
Todos miraban fijamente la figura de dos seres en-
tre las llamas, dos seres de gran estatura, que los
miraban y señalaban al bus. Estaban uno a cada
lado del bus, y todos se separaron de las ventanas,
apretándose en el corredor, sólo quedo una per-
sona sentada, Jonás.

El bus pasó por las llamas sin encontrar ningún


obstáculo, y siguieron por la carretera por unos
150 metros, hasta que se escuchó el sonido de las
llantas rechinar. Se detuvieron por completo, había
un silencio absoluto, nadie decía nada, todos esta-
ban parados, sólo Jonás estaba sentado y miraba
hacia atrás, hacia el fuego. La mujer de la camán-
dula, se había desmayado, pero era sostenida por
todos que se apretujaban en el corredor. Nadie
decía nada.

― ¿Quiero preguntar si alguien vio algo extra-


ño? ―dijo Arturo desde el frente del autobús,
completamente pálido.
―Todos los vimos, dijeron los muchachos, por
eso estamos aquí, dijo señalando el corredor del
autobús.
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Enfrentando a Dios

―Todos, excepto... ―dijo el otro muchacho, mi-


rando hacia Jonás.
Todos miraron a Jonás, como si estuvieran sin-
cronizados por un mecanismo invisible. Aún
Ángela, ahora miraba con miedo a Jonás. En la mi-
rada de todos había miedo, si hubieran podido,
habían salido corriendo de ese bus, pero la alter-
nativa del desierto y de la tormenta no era una
muy buena alternativa.
―Oiga usted señor, ¿Es que no vio nada en el
fuego?, le pregunto Arturo.
―Nada va a pasarles, estén tranquilos.
Estas palabras causaron en todos más temor y
molestia. ¿Quién era ese hombre, que parecía no
importarle lo que pasaba, que se mostraba tran-
quilo y ahora decía que nada les iba a pasar?
Jonás estaba tranquilo, sabía que Dios tenía el
control de la situación, y seguramente él estaba
produciendo algunas de las situaciones que ahora
estaban ocurriendo. Había conocido suficiente
tiempo a Dios, como para poder ver cuando algo
era directamente causado por él. Pero también sa-
bía que si Dios se estaba interponiendo en su
camino a Tarzi, nada lo haría cambiar de opinión.
Si Dios se decidía hacer algo, era como si ya estu-
viera hecho, no habría nada en el universo que
pudiera detener su voluntad.
― ¿Fue que no vio a los fantasmas? ―pregunto
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Jonás

una mujer que agarraba su hijo con fuerza.


―No eran fantasmas ―dijo Jonás tranquila-
mente.
―A no... ¿Y entonces que eran esos?, dijo Ánge-
la en tono acusativo.
Jonás se quedó mirándolos, el bus estaba en
completo silencio, un silencio que parecía que fue-
ra a explotar en cualquier momento, un silencio
que anunciaba la tormenta que venía.
―Eran ángeles ―dijo mirando por la ventana
del bus.
La mujer de la camándula, había recobrado el
sentido, y miraba a Jonás como mirando la muerte,
había terror en sus ojos.
―Ese es un perseguido de Dios, dijo con voz
chillona, ustedes vieron como lo señalaron a él, si
lo dejamos en el bus nos van a perseguir, y nos
van a destruir por culpa de este diablo. Dejémoslo
aquí, que se lo lleven y nosotros continuamos el
camino.
Las voces de todos se empezaron a levantar, pa-
recía que ya querían tomar a Jonás y sacarlo a la
fuerza del bus.
―No crean tonterías, Dios me persigue, pero no
para hacerme daño, los dos somos amigos.
Al decir esto todos empezaron a gritar.
― ¿Cómo se le ocurre decir que es amigo de
Dios? ¿Está loco? Este lo que esta es loco.
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El hombre de la cadena de oro alzo su mano, y


apunto con la pistola al rostro de Jonás:
―Díganos quién es o se muere ahora mismo
―le dijo secamente.
Todos callaron, pero aceptaron la situación, era
mejor saber quién era ese hombre, y que debían
hacer, si era un diablo, entonces se desharían de él
y lo dejarían en el desierto y ellos podrían conti-
nuar su camino.
― ¿Que cree que le va a pasar a usted, si usted
llegara a disparar esa pistola y resulta que yo digo
la verdad? ―le dijo Jonás tranquilamente, mirán-
dolo a los ojos. No sea tonto y baje esa arma, que
al único que puede hacer daño es a usted mismo y
a su hija.
Jonás vio que todos necesitaban una explica-
ción, estaban demasiado asustados como para
poder continuar:
―Yo soy un siervo de Dios todopoderoso ―dijo
en voz alta― y Dios me envió a New York a decir-
les que el destruiría la cuidad si no se arrepienten y
se convierten a él. Todos ustedes saben el pecado
tan grande que llena esa ciudad, quiero que Dios
ponga un ejemplo, para que todos lo vean y se
arrepientan. Por eso salí huyendo de Dios, y me
dirijo a Tarzi.
Todos lo miraban, parecía que no habían enten-
dido nada de lo que él les hablaba, lo miraban sin
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Jonás

poder decir nada, el hombre de la cadena de oro,


bajo lentamente el arma, sin dejar de mirar a Jo-
nás. Todos lo miraban con asombro e incredulidad.
―Ya, dejémonos de vainas ―dijo en voz alta
Rogelio― que esto me suena a cuento de brujas,
esos dos que pareció que vimos, seguramente no
fue nada, mire, no ha pasado nada, así que todos
vuelvan a sus asientos, y dejen los cuentos chinos.
A ver, siéntense rápido que tenemos que continuar
el viaje, y no se puede con todo el mundo en el
corredor, todo él quiera quedarse aquí que alce la
mano.
―Ya, no grite ―dijo la mujer que llevaba el ni-
ño― no sea atrevido.
―Bueno, ya basta de cuentos, todo el mundo a
sus puestos que nos vamos, dijo Arturo seriamen-
te.
Todos empezaron a sentarse, cada uno decía
algo entre dientes, pero se sentaban de mala gana,
la mujer de la camándula miró una última vez a
Jonás y apretó más fuerte su camándula. Sólo Án-
gela quedo de pie, mirando a Jonás.
―Vamos Ángela, pensé que no creías en nada
de eso...
―Sólo quiero llegar a mi destino sin novedad.
―Vamos si quieres me voy parado ―dijo Jonás
empezando a pararse.
―Todo el mundo va sentado ―dijo Arturo en
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tono fuerte.
―Ya oyó, no le queda otra, a no ser que quiera
quedarse aquí Ángela.
Ella se empezó a sentar de mala gana:
―Usted y yo sabemos que esto no ha acabado
aquí.
―Pero si no me acuerdo mal, dijiste que no
creías en Dios.
―Si va a empezar con sarcasmos, no le hablo
más.
―Está bien, dijo Jonás y puso sus manos al fren-
te, está bien.
― ¿Que va a pasar ahora? ―dijo ella mirando
hacia el piso, pero sabía que Jonás la escuchaba.
―Si alguna vez has tenido fe en un Dios bueno,
es hora de que eches mano de esa fe. Pase lo que
pase, no dudes que Dios te ama, no dudes de él.
― ¿Vamos a morir?
―No por supuesto que no.
―Eso usted no lo puede decidir.
―Sólo cree en él, sólo cree.

El bus avanzaba a alta velocidad, por la carretera


totalmente oscura, sólo la luz de los faroles del bus
se veían. La luz del fuego ya no se veía, todos in-
tentaban estar tranquilos, pero se sentía el
ambiente tenso, nadie podía dormir, y nadie ha-
blaba. El viento empezaba a soplar cada vez más
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Jonás

fuerte, arrastraba polvo, que formaba figuras


cuando se mezclaba con la luz de los faroles. A
ambos lados del bus se podía ahora ver el polvo
que golpeaba con fuerza el bus.
― ¿Cuánto falta? ―gritó alguien en la oscuri-
dad.
―Estamos a hora y media de Olvido. Intenten
dormir ―dijo Rogelio en voz alta.
― ¿Quién va dormir ahora? ―dijo alguien en
tono sarcástico.
Un rayo ilumino el cielo completamente, y el au-
tobús empezó a frenar haciendo rechinar las
llantas. Muchos gritaron y algunos empezaron a
gritar.
―Pero que pasa, ¿Por qué nos persigue Dios?
―dijo alguien.
La luz había dejado ver un tornado inmenso,
que estaba en frente de ellos. Era un monstruo, un
tornado como pocas veces se había visto en esa
zona. Seguramente levantaría el bus como una ho-
ja de papel, y todos morirían.
Todos gritaban, era prácticamente imposible es-
capar de algo así. Los rayos se hicieron cada vez
más frecuentes y todos miraban con terror, sin sa-
ber qué hacer.
―Cállense... ―gritó fuertemente Arturo―, cá-
llense de una vez. Usted, el siervo de Dios, tiene
alguna idea de lo que debemos hacer, o si no será
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Enfrentando a Dios

mejor que cada uno empiece a rezar sus últimas


oraciones.
-Yo saldré e iré hacia el torbellino, entonces se
calmara todo, y ustedes podrán seguir su camino.
―Pero está loco ―le dijo Ángela cogiéndolo
del brazo.
―Él no se detendrá hasta que yo haga su volun-
tad, si quieren morir, entonces nos quedamos
todos aquí y de seguro todos moriremos.
Nadie decía nada. Sólo miraban, como sin en-
tender bien lo que Jonás había dicho.
―Ángela, recuerde lo que ha visto, Dios es un
Dios poderoso, bueno en gran manera, pero no
puede ser burlado. Ahora conoces de su poder y él
sabe que tú conoces de él. Y todos ustedes tam-
bién vieron el poder de Dios, ay de ustedes si
llegan a olvidar esto y a negar a Dios. ¿Entonces
dónde se esconderán?
Jonás salió del asiento, y empezó a avanzar por
el corredor, a medida que iba pasando todos se
retiraban, como no queriendo ser contaminados
por lo que sea que haya tocado a ese hombre. Lle-
vaba su Biblia en la mano, el torbellino se acercaba
peligrosamente, los vientos empezaban a golpear
con fuerza el bus.
―Recuerden, aquí está escrito sus vidas y lo que
él ha preparado para todos ustedes ―dijo mien-
tras levantaba la Biblia en su mano―. Léanla, aquí
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Jonás

está la vida.
Ya llegando a la cabecera del bus, Arturo abrió
la puerta y se pudo escuchar el poder del viento
que soplaba afuera, la arena empezó a entrar al
autobús, y Arturo sujetaba con fuerza la palanca
para poder mantener abierta la puerta. Jonás salió
tranquilamente, le toco agacharse, casi meter su
cabeza en su saco, no podía casi abrir sus ojos, la
arena lo llenaba todo, era como una colcha oscura
que no le dejaba ver más de diez centímetros ade-
lante y empezó a caminar lentamente y con mucho
trabajo hacia el torbellino.
Todos miraban desde el autobús, la sombra de
Jonás que rápidamente empezaba a disiparse, has-
ta que desapareció del todo. Pasaron unos
minutos y todos empezaban a asustarse cada vez
más, y de repente, como si hubieran apagado el
interruptor, todo quedo en absoluta calma, sólo el
polvo que aún estaba en el aire, pero el viento ha-
bía desaparecido por completo.

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Enfrentando a Dios

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Lejos de Ti, estoy muerto

Lejos de Ti, estoy muerto

Jonás caminaba con gran dificultad, el viento


amenazaba con levantarlo por los aires, y la arena
no permitía ver más de unos centímetros, y con
gran dificultad. La luz de los faroles del bus, empe-
zaba a desaparecer, y una oscuridad cada vez más
profunda, empezaba a rodearlo. No tenía miedo,
sabía que Dios estaba en control de todo, tenía
una confianza absoluta en él, aunque lo hubiera
disgustado, sabía que él lo perdonaría, y sabía que
era su amigo.

Otra vez estamos solos


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Lejos de Ti, estoy muerto
Otra vez solos en el camino,
Busco de ti, y sé que me observas,
Levantas un torbellino que todo lo llena,
Los hombres palidecen de temor,
Pero yo en tu misericordia confió, oh Dios,
Sé que tú estás conmigo.

Y entonces fue levantado por los aires violenta-


mente, fue llevado como una hoja de papel, tirado
de aquí para allá. Ya no estaba en su mano su vida,
se dejó por completo a la poderosa fuerza que lo
había tomado, cerro sus ojos, y se dejó.

Tu viento me ha tomado,
Huyendo estaba yo, de ti, de tu camino,
Pero tu viento me alcanzo, y me levanto,
Sólo me queda esperar, confiar,
La oscuridad me envuelve, la muerte sonríe,
No te olvides de mí, Señor,
Que en tus manos estoy.
Si me dejaras, moriría, sería como nada,
Mejor me es estar en este torbellino,
Que apartado de ti, Señor.

¿Adónde me llevaras? ¿Qué harás de mí?


Con todo, sé que eres Dios bueno y misericordioso,
Dios que redarguye del mal, y ama al bien,
Tú eres mi aliado, mi esperanza,
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Jonás

En tu mano esperare.

La oscuridad era absoluta, el viento poderoso


llevaba a Jonás en vueltas imparables. Ya no sabía
dónde estaba, ni a que altura, el sonido del viento
era lo único que escuchaba, sonido de cosas que
eran quebradas, cosas que chocaban entre sí, era
todo lo que escuchaba. Pero poco a poco el soni-
do se hizo más nítido, sólo el viento se podía
escuchar, como si todo lo otro hubiera desapareci-
do.

Aún Jonás, con esa confianza firme en Dios,


empezó a sentir miedo, abrió sus ojos, pero sólo
había una oscuridad absoluta. El viento empezaba
a desaparecer, no sabía dónde estaba, ni a que al-
tura, sólo estaba ahí, y a medida que el viento
empezó a disminuir, Jonás empezó a caer. Se sen-
tía caer, cada vez más rápido, no podía ver nada.

Me hallaste en el camino, hallaste mi pecado,


Y me tomaste en el torbellino,
Hablaste sin palabras, mi alma desfallece en mí,
¿Se ha acabado tu misericordia?
¿Has olvidado a tu siervo?
¿Me tiraras al olvido?

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Lejos de Ti, estoy muerto
Jonás no podía pensar, su espíritu estaba en pe-
numbra, como la oscuridad de afuera, por primera
vez en mucho tiempo, sintió miedo, un miedo que
lo empezó a inundar, a llenar su alma.

¿Me habrá olvidado el Señor?


Voy a una muerte segura, y no veo tu luz,
¿Te mostraras duro con el que te ama?
¿Y perdonaras al que ha pecado contra ti todo el
tiempo?
Háblame Señor, no me dejes...
El terror ha entrado a mi alma,
Caigo en un abismo de tinieblas,
Y no encuentro salida.

Jonás caía en un vacío sin fin, el terror lo abra-


zaba. Nunca, en su más lejana imaginación, llego a
imaginar que su desobediencia lo iba a traer a este
sitio, siempre creyó que al final Dios iba a acordar
con él una salida. Ahora no estaba seguro si Dios
lo iba a escuchar, parecía que lo había olvidado,
que lo había dejado, por su desobediencia, aunque
nunca en su corazón lo dejo, ni negó su nombre,
pero había querido hacer todo lo contrario de lo
que Dios le había ordenado.
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Jonás

¿Por qué me has enviado al abismo?


Yo que ayude a muchos, que ore por muchos,
¿Ahora soy desechado?
Me has enviado donde la luz no llega,
Donde los muertos lloran y claman,
A una terrible oscuridad, que me envuelve.
¿Quién te alabara en el Seol?
¿Quién encontrara alegría en el abismo?
Yo por mi pecado estoy aquí,
Me has dejado, me has olvidado.
Aun la muerte huye de mí,
Porque no vi muerte, y fui pasado vivo al abismo
Al Reino de los muertos.

Jonás se sentía muy solo, había un frío intenso


que le llegaba hasta el alma, y no podía ver su
propia mano cuando la ponía frente a él, tal era la
oscuridad. Lloro y gritó, pero sus gritos se perdían
en la inmensidad, y aún seguía cayendo, parecía
que no tenía fin.
Algo empezó a rozar su cuerpo, mientras caía,
como una pared que al caer rozaba su piel, el con-
tacto era como la piedra, frío, áspero, de tal forma
que hería su piel cuando la rozaba. Y dio un gran
grito, cuando al cruzar junto a uno de estos obje-
tos, vio por unos instantes una forma monstruosa
que lo miró por unos momentos, y respiro un féti-

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Lejos de Ti, estoy muerto
do aliento en su rostro.
Ahora estaba seguro, estaba en el reino de la
muerte, en la oscuridad total, con los seres de
maldad, que él había luchado muchas veces contra
ellos. Seguramente estaban esperando la oportu-
nidad, para devorar sus carnes, para
proporcionarle tormento, para vengarse de la gue-
rra que él, les había hecho mientras estuvo en la
tierra de los vivientes.
―Jonás...
Se escuchó una voz muy suave a lo lejos, él sa-
bía que esa voz no era buena, que era la voz de
Satanás que ahora venía a vengarse de él.
―Jonás...
Se volvió a escuchar, ahora más cerca.
Hubiera querido salir corriendo, pero no había
nada en que apoyarse, sólo caía. En la vida muchas
veces se había enfrentado con este ser de las tinie-
blas, y había vencido, pero siempre gracias al
respaldo del Señor. Pero ahora estaba solo, en el
Reino de ese ser, al cual aborrecía, y ahora, por
primera vez, lo temía.

Pero en mí interior, una pequeña luz alumbro,


me acorde de tu Palabra, recordé tus dichos:

¿Adónde me iré de Tu Espíritu?


¿Y adónde huiré de Tu presencia?
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Jonás

Si subo a los cielos, allí estás Tú;


Si en el Seol preparo mi lecho, allí Tú estás.
Si tomo las alas del alba,
Y si habito en lo más remoto del mar,
Aun allí me guiará Tu mano,
Y me tomará Tu diestra.
Si digo: "Ciertamente las tinieblas me envolverán,
Y la luz a mi alrededor será noche;"
Ni aun las tinieblas son oscuras para Ti,
Y la noche brilla como el día.
Las tinieblas y la luz son iguales para Ti.
Salmo 139:7-12

Las lágrimas llenaron los ojos de Jonás, un grito


se ahogó en su garganta, tan torpe había sido, tan
loco. El recuerdo de la Palabra lo hizo recordar sus
días junto a la presencia del Señor, como había lle-
vado a muchos a los pies del Señor, como había
sentido su corazón explotar de amor por Dios, co-
mo les había indicado el camino a los que andaban
extraviados. El recuerdo parecía que aprisionaba su
corazón, parecía que lo arrugaba y le dolió el cora-
zón. ¿Cómo fui tan loco, que quise luchar contra ti?
¿Cómo no me acorde de tus dichos? ¿Cómo te ol-
vide Rey eterno?
Yo que cante a tu nombre:

Firme está mi corazón, oh Dios,


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Lejos de Ti, estoy muerto
Mi corazón está firme;
¡Cantaré y entonaré salmos!
Salmo 57:7

Me mostraste tu misericordia, tu amor:

Y se acordó de Su pacto por amor a ellos,


Y se arrepintió conforme
A la grandeza de Su misericordia.
Salmo 106:45

Jonás lloraba sin parar, el recuerdo que lo llena-


ba de su vida junto al Señor, ahora lejos, era más
doloroso que estar en el mismo abismo, pensar en
que ahora iba estar para siempre lejos del Señor, le
hacía desear la muerte. Pero era imposible en este
sitio, y escucho una voz que le hizo estremecer el
alma:

Tú que decías amarlo, y decías que él estaba a tu la-


do, ¿Estas ahora aquí?

Jonás mantenía sus ojos cerrados con fuerza, no


quería mirar, sabía que era él, su enemigo de
siempre, el que tantas veces había intentado ha-
cerlo caer, pero gracias a la gracia del Señor, él lo

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Jonás

había vencido, pero ahora estaba solo.

Has caído más bajo que a los que aconsejabas,


¿Dónde está tu justicia?
¿No decías que él nunca te dejaría?
Mírate ahora, te puso en mi mano.

Todo su cuerpo temblaba como en convulsio-


nes, el temor se había apoderado de cada fibra de
sus ser, no tenía sitio para esconderse, y estaba
ahora a la disposición del príncipe de las tinieblas.
Intento acordarse de alguna oración, pero su terror
era demasiado, estaba completamente a la merced
de este ser.

Se acabó tu fuerza, tus palabras fuertes,


Has caído, como a muchos, te dejo él,
Tu eternidad está en mi mano,
Por toda la eternidad te haré recordar tu error,
Pero si me adoras y me confiesas como tu Señor,
Te daré ser libre de este sitio,

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Lejos de Ti, estoy muerto

Te daré ir a hablar de la verdad,


Si ahora me escuchas,
Yo seré tu dios y tu señor.

En el momento, Jonás medito en lo que Satanás


le hablaba, por un momento pensó en la alternati-
va, podría dejar este horrible sitio, podría salir,
pero al momento sintió dolor en su corazón, el só-
lo pensar en venderse a la maldad, en seguir la
mentira, le hacía ver una parte de el mismo que él
pensaba que ya no existía. Y pensó en el Señor,
¿Qué era lo que lo unía a él? ¿Era ese trato especial
que ahora él tenía con él? ¿O acaso el saberse un
guerrero de Su ejército? ¿O las muchas verdades
que él Señor le revelaba, que de alguna forma, le
hacían sentir más cerca de él? ¿Qué era lo que lo
unía con Dios? ¿Amaba realmente a Dios? ¿Por
qué?

¿Por qué se ama?


Dijo en una voz muy baja,
Abriendo lentamente sus ojos:
¿Por qué te amo Dios del cielo?
¿Por qué estoy junto a ti?
¿Qué me atrae de ti, que me hace estar junto a ti?
¿Es acaso tu poder lo que me atrae?
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Jonás

¿O el saberme tu siervo, siervo de Dios todopodero-


so?
Cuando abrió sus ojos, vio brillar en fuego, una
enorme serpiente, que se movía frente a él, que
amenazaba con devorarlo, mirándolo con una mi-
rada de odio y curiosidad, como queriendo ver su
interior. Pero noto que ahora ya no temblaba, aho-
ra podía mirar este ser cara a cara, aunque su
tristeza todavía inundaba su corazón, supo en su
corazón, que él y ese ser que tenía al frente, nunca
se unirían, nunca podrían unirse.

No es tu poder, Rey del cielo,


Tu gran Señor, poderoso en gran manera,
Que todo lo has hecho con tu Palabra,
No es tu poder lo que me une a ti.

No es el honor de ser tu siervo, Señor Santo,


Tú eres Santo, en gran manera,
Y demandas santidad de todos tus siervos,
Pero no es mi servicio lo que me une a ti.

No son las grandes revelaciones,


Rey de todos los tiempos,
Que todo está desnudo ante tus ojos,
Y nada se puede esconder a ti.

Sino tu Gracia,

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Lejos de Ti, estoy muerto
Es tu Gracia lo que me une a ti,
Es tu maravillosa gracia
Que has mostrado con todos
Los que invocamos tu Nombre,
Esa maravillosa Gracia,
Que tomo forma de hombre,
Que me levanto y me llevo a la cruz,
Contigo estaba yo en la cruz, Rey Soberano,
Esa maravillosa Gracia que me lavo de mis pecados,
Esa Gracia que me levanto de la muerte en la resu-
rrección,
Contigo estaba yo en tu resurrección,
Esa Gracia que me levanto a ti,
Que me llevo a los lugares celestiales,
Esa gracia, que aun en medio de las profundas ti-
nieblas,
Ilumina como el medio día,
Es esa Gracia, que aun en el abismo,
Me guía y me une a ti para siempre.

Mientras Jonás hablaba, el abismo fue ilumina-


do, poco a poco, y cuando termino de hablar, era
como el mediodía, Satanás tuvo que huir.

"En mi angustia clamé al SEÑOR, Y El me res-


pondió. Desde el seno del Seol (región de los
muertos) pedí auxilio, Y Tú escuchaste mi voz.
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Jonás

Pues me habías echado a lo profundo, En el co-


razón de los mares, Y la corriente me envolvió;
Todas tus encrespadas olas y tus ondas pasaron
sobre mí.

Entonces dije: 'He sido expulsado de delante de


Tus ojos; Sin embargo volveré a mirar hacia Tu san-
to templo.'

Me rodearon las aguas hasta el alma, El gran


abismo me envolvió, Las algas se enredaron en mi
cabeza.

Descendí hasta las raíces de los montes, La tie-


rra con sus cerrojos me ponía cerco para siempre;
Pero Tú sacaste de la fosa mi vida, oh SEÑOR, Dios
mío.

Cuando en mí desfallecía mi alma, Del SEÑOR


me acordé; Y mi oración llegó hasta Ti, Hasta Tu
santo templo.

Los que confían en ídolos vanos Su propia mise-


ricordia abandonan.

Pero yo con voz de acción de gracias Te ofreceré


sacrificios. Lo que prometí, pagaré. La salvación es
del SEÑOR."
Jonás 2:2-9

Una poderosa luz ahora rodeaba a Jonás, mien-

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Lejos de Ti, estoy muerto
tras el doblo sus rodillas y adoro al Señor, estaba
en alguna parte, en un vacío que había sido ilumi-
nado como el sol del mediodía, y adoro Jonás a
Dios, derramando ahora sus lágrimas de gratitud,
su corazón parecía que quería explotar dentro de
él, y alzo su voz en un cántico de adoración:

Pagare mis promesas a ti, mi Rey, mi Señor,


Levantare mis manos a ti,
Y anunciare tu nombre en medio de los pueblos,
Cantare a tu nombre, en gratitud,
En alabanza, en adoración,
Mi vida es para servirte
Y en mi muerte me acordare de ti,
Mis tiempos están en tu mano,
Sólo tú eres mi Señor, sólo tú eres mi Dios.
Te amo Señor.

Y Jonás quedo arrodillado, llorando de felicidad,


sus ojos cerrados, y empezó a sentir una brisa que
soplaba y rozaba su rostro, empezó a escuchar el
sonido como de aguas, como el mar, y empezó a
abrir sus ojos poco a poco, y se vio en una playa,
junto al mar, era aún de día, y la brisa soplaba sua-
vemente. Jonás dejo ver una sonrisa leve en su
rostro, mientras miraba a su alrededor, y escucho
la voz del Señor que le dijo:

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Jonás
"Levántate, ve a la gran ciudad, y proclama en
ella el mensaje que Yo te diré."
Jonás 3:2

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Lejos de Ti, estoy muerto

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Conociendo el Amor

Conociendo el Amor

Jonás se sentía feliz de estar vivo, de ver los ár-


boles, el mar, el sol, del viento, de la gente, miraba
todo a su alrededor, como si hubiera llegado a un
nuevo mundo por primera vez.

Empezó a caminar por la playa, se detuvo por


un momento y cerro sus ojos, levanto su cabeza y
respiro profundo.
―Gracias, Señor, me gusta la vida, la vida junto
a ti. Todo lo has hecho hermoso, gracias Señor.
Una pareja paso por su lado y lo miraron extra-
ñados por un momento, pero luego continuaron
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Conociendo el Amor
su camino.
― ¿Quiere comprar una?
Jonás miró al muchacho que lo miraba interro-
gante, era un joven de unos 15 años, que vendía
revistas pornográficas. Jonás lo miró fijamente, con
esa mirada que parecía que escudriñaba el interior
de las personas.
― ¿Cómo se llama esta ciudad?
― ¿Se la pego verde, viejo, va a comprar o qué?
Jonás lo miró fijo y serio, el muchacho bajo sus
revistas y retrocedió un paso.
―Perdone, no quise ofenderlo. New York por
supuesto.
― ¿Por qué vendes esa basura?, le dijo con una
voz helada, que asusto al muchacho.
―Es lo que más vende ―dijo inseguro―, si no
compra sigo mi camino.
―Espera, indícame el camino a la plaza central...
El muchacho señalo una dirección y salió co-
rriendo a todo lo que podía, miraba de vez en
cuando para atrás, y seguía corriendo.
Jonás empezó a caminar en la dirección que le
había indicado el muchacho, miraba con atención
a su alrededor. Estaba feliz, pero poco a poco su
semblante fue cambiando, mientras miraba la ciu-
dad, su rostro palideció, estaba muy serio, y el
disgusto empezaba a llenar su interior.
Podía ver a los jóvenes, con sus auriculares, ca-
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Jonás

minaban como bailando, llevaban en sus bocas las


canciones que hacían vibrar sus almas al son del
pegajoso sonido.
―Señor no quiero juzgarlos, ayúdame a no juz-
garlos... ―se decía en voz baja, mientras bajaba su
mirada―. Llevan la marca de su dios en sus bocas,
llevan las prendas de su servicio en sus cuerpos.
Han olvidado a Dios, lo aborrecen, aman la mal-
dad, aman todo lo que es separado del Señor. Sus
corazones están llenos de alabanza al mundo. Oja-
lá alabaran así al Dios verdadero, lo buscaran y le
alabaran así por las calles, pues él, es digno de re-
cibir la alabanza.
Su vista se paseaba por los estantes de los al-
macenes que ofrecían los últimos
electrodomésticos, los últimos adelantos tecnoló-
gicos, “para tener una vida mejor”, decía uno de
los anuncios. Dos hombres pasaron cogidos de la
mano, mirándose entre ellos, como un par de
enamorados. Aún estaba mirando cuando un niño,
de no más de ocho años, le pego una patada a una
mujer:
―Muévase vieja, tiene que hacerme la comida.
―Muchacho grosero... ―dijo la mujer tímida-
mente.
―Ya mamá, dijo el muchacho, pórtese bien y la
trato bien.
Aún estaba escuchando las palabras del mucha-
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Conociendo el Amor
cho, cuando escucho una joven que tenía sus bra-
zos alrededor del cuello de un muchacho.
―Esa maldita de Doris no te da lo mismo que
yo, ¿Cierto? ¡Olvídala!
El camino se había convertido en un suplicio pa-
ra Jonás, cada vez se hacía más pesado seguir
adelante, en cualquier parte que sus ojos se posa-
ban, veía la ausencia de Dios, la abundancia de
maldad.
― ¿Dios, como puedes querer salvar esta ciu-
dad? Yo pagare mis promesas Señor, pero tu gran
amor no lo puedo entender.
Y ya sin poderlo soportar más, alzo su voz a to-
do lo que pudo:
―Arrepiéntanse, busquen al Señor y arrepién-
tanse de sus pecados, pues el Señor ha dicho que
si los habitantes de esta ciudad no se arrepienten
en cuarenta días y buscan su perdón, él destruirá la
ciudad.
―Escuchen los habitantes de New York, escu-
chen lo que Dios les dice, él es soberano del cielo y
la tierra, si todos los que viven en New York no se
arrepienten y buscan al Señor, con sinceridad de
corazón, si no lo hacen, el Señor destruirá la ciudad
en cuarenta días.

La gente pasaba de largo y meneaban su cabe-


za, se reían, y lo mandaban callar, pero todos
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Jonás

seguían su camino.
―Calla, loco, calla que te van a encerrar.
―Cállate imbécil ―dijo un muchacho―, está
muy temprano para estar borracho.

A Jonás no le importaba las injurias de la gente,


descubrió que le alegraba que ellos respondieran
de esa forma, pues sólo confirmaba lo que él había
pensado, y lo que le había dicho a Jimena. De al-
guna forma, esta forma de responder de la gente,
le dio nuevas fuerzas, y ahora intentaba gritar más
fuerte.

Descubrió que un muchacho lo miraba deteni-


damente, estaba al otro lado de la calle, era el
muchacho de la playa.
―Y tú, deja de vender pecado, y conviértete a
Dios, o serás destruido en cuarenta días ―le dijo
Jonás señalándolo con el brazo extendido.
Jonás se quedó mirándolo por un momento y
continuo su camino, y grande fue su sorpresa,
cuando vio que el muchacho dejo las revistas en el
suelo y empezó a seguirlo por el otro lado de la
calle.
―Conviértanse a Dios, hagan obras dignas de
arrepentimiento, busquen al que puede limpiar sus
conciencias de pecado, a Cristo, sólo Cristo puede
librarlos del pecado. El pecado de esta ciudad ha
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Conociendo el Amor
subido hasta el cielo, y tienen que volverse a Dios
o serán destruidos.
Cuando Jonás volteo a mirar, a ver si el mucha-
cho aún lo seguía, vio que ahora eran tres lo que lo
seguían, el muchacho, la mujer y el niño que había
visto antes, ahora el niño iba llorando, y ella prácti-
camente lo arrastraba de la mano, y seguían a
Jonás a la distancia. Se quedó mirándolos por un
momento, sentía que le disgustaba, que hubiera
dos personas que ahora parecía que estaban escu-
chando el llamado de Dios a arrepentirse, pero
Jonás era muy cuidadoso con toda tarea que em-
pezaba a hacer para Dios, y entonces dijo:
―Busquen a Dios, busquen a Cristo, el que tie-
ne al Hijo, tiene la vida, pero el que no tiene al Hijo
no tiene la vida ―esto lo dijo mientras los miraba
fijamente.
― ¿Dónde encuentro al Hijo de Dios? ―gritó la
mujer―, quiero conocerlo.
La pregunta cogió desprevenido a Jonás, que no
había esperado ninguna respuesta, sobre todo tan
rápido.
―El Hijo de Dios, Cristo, murió por tus pecados,
si crees que el murió por ti, y que el resucito para
darte nueva vida, recibirás la vida. La vida está en
tu mano, sólo tienes que creer en la obra de Jesús,
el Cristo, y tendrás la vida eterna.
Jonás no lo había notado, pero ahora había un
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Jonás

grupo de personas que le escuchaban con aten-


ción.
― ¿Que dices hombre, que Dios va a destruir la
ciudad? ―gritó un hombre fornido, con tatuajes
en sus brazos.
―Si no dejan sus pecados, y se convierten al
Dios vivo esta ciudad será destruida ―gritó fuer-
temente Jonás.
Para pesar de Jonás, mucha gente empezó a es-
cuchar el mensaje, y a recibir las palabras de Jonás.
Lo seguían mientras el caminaba, y entre ellos lo
empezaban a llamar el profeta de Dios que había
venido a salvarlos.
El disgusto de Jonás iba en aumento, entre más
los gritaba, entre más les decía fuertemente que
dejaran su pecado, mas parecía que lo escuchaban,
y en su mente no estaba la alternativa de hacer
mal el trabajo para el Señor, era un hombre de pa-
labra, si había dicho que lo haría, lo haría lo mejor
que podía. Pero le disgustaba ver como esas per-
sonas que habían estado practicando el pecado
por tanto tiempo, de repente, como si nada, em-
pezaban a arrepentirse y a hacer lo que Dios les
pedía. Cuando llego a la plaza, había una nube de
gente que lo seguía, escuchaban atentamente cada
palabra que decía. La gente empezaba a unirse rá-
pidamente y pronto tuvo que llegar la policía,
buscando el culpable de tal alboroto.
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Conociendo el Amor
-Es el profeta de Dios, que vino a salvarnos de la
destrucción, que nos ha avisado que Dios manda
que dejemos de pecar o Dios destruirá la ciudad.
-Es un alborotador, dijo el policía, le hará bien
una noche en la celda.
Tarde se dio cuenta el policía del error, pues la
gente se agito mucho al ver que iban a apresar al
profeta, y empezaron a forcejear con los policías,
de tal forma que les toco retroceder y llamar re-
fuerzos.
Cuando las dos camionetas de la policía, llega-
ron al sitio, había una gran agitación, entre cientos
de personas, que gritaban en contra de la policía y
habían rodeado a Jonás, para protegerlo. Todo el
sitio estaba paralizado, no pasaban carros, ni bu-
ses, nada, sólo la gente, difícilmente y caminando,
podían avanzar. Cuando los policías intentaron en-
trar entre la masa de gente que ahora cubrían a
Jonás como su trofeo, se formó un gran alboroto y
empezaron a hacer violencia a los policías, pero
antes de hacer que la gente se dispersara, de una
forma inusual, llegaba más gente, y se unía a la
masa de gente que ahora se salía por diferentes
calles aledañas al parque central de la ciudad.
―Ya ―gritó uno de los policías que parecía te-
ner el mando―, no les vamos a hacer daño, pero
tienen que dispersarse.
―La ciudad en todo caso va a ser destruida, así
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Jonás

que si intentan llevarse al profeta, la ciudad será


destruida un poco antes ―respondió uno entre la
multitud.
―Pero... ¿De qué está hablando? ¿Quién va a
destruir la ciudad?
―Dios, el profeta vino a traer ese mensaje, que
si no dejamos de hacer el mal, la ciudad será des-
truida en 40 días.
―Pero... ese hombre está causando este distur-
bio, debemos llevarlo preso...
Cuando dijo esto, toda la gente gritó, como en-
loquecidos, de tal forma que los policías tuvieron
que retroceder y se miraban entre ellos sin saber
qué hacer.
En los estantes de los almacenes que vendían
televisores, ahora se veía la noticia del disturbio de
la plaza central, y se podía apreciar mejor los miles
de personas que ahora estaban en la plaza, la ma-
yoría de ellos sin haber nunca visto a Jonás, pero
se habían unido al clamor del pueblo.
El alcalde de la ciudad ―decía uno de los perio-
distas en la televisión―, quiere hablar con el
profeta, para disipar cualquier mal entendido, y
mostrarle así a la gente de New York, que lo que se
hace es lo mejor para el beneficio de todos. Ahora
la pregunta es si el profeta, va a querer hablar con
el alcalde la cuidad y solucionar esta aglomeración
de gente, que ya toma forma descomunal y ame-
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Conociendo el Amor
naza con llevar toda la ciudad al caos. En otro de
los canales, mostraban la imagen de Jonás, ha-
blando a la gente acerca de Dios, y ponían el texto
de lo que decía en la parte inferior.
―Si estos periodistas no ayudan, pronto vamos
a tener que huir y declarar la ciudad en calamidad,
dijo un policía mirando la pantalla del televisor.
― ¿Y si ese hombre habla la verdad? ―le dijo el
policía más joven―, ¿No estaría salvando la ciu-
dad?
El otro policía se quedó mirándolo con rabia...
― ¿Te quieres ir allá con ellos? ―le dijo enroje-
cido de la rabia.
―Cálmate, es sólo un hombre, si miente pronto
lo sabremos, y sino...
―Es un terrorista, que ha venido a provocar es-
ta agitación en la ciudad, quien sabe cuál será su
verdadero objetivo. ¿No sabes que todos los reli-
giosos son terroristas? ¿Acaso nunca fuiste a la
escuela? ¿No sabes que ya la ciencia ha descubier-
to todos los misterios de la vida? La religión no son
sino cuentos que han inventado para la gente ig-
norante, para dominarlos, ¿Eres ignorante?
―No puedes decirle a alguien en que creer y en
que no, eso sí sería terrorismo ―le dijo el más jo-
ven.
―Pueden creer en lo que quieran, mientras
crean en lo que todos creemos, o si no son terro-
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Jonás

ristas.
―Tu forma de pensar llevaría a un estado totali-
tario, en donde sólo se puede creer en lo que unos
aceptan, en donde unos pocos dictan que debe
creer el hombre y que no ―le dijo el policía joven,
ahora más seguro y algo disgustado.
―Que crean lo que se les dé la gana, mientras
no lo estén divulgando.
―Lo que dices no tiene sentido ―le dijo rién-
dose el policía joven―, ¿Sabes que es creer?, creer
no es solamente saber algo, creer es vivir de
acuerdo a lo que se cree, o si no es que no cree. Si
crees en la ley, te haces policía, y vives de acuerdo
a ella, bueno no siempre es así, por eso digo que
hay muchos que dicen creer y no lo hacen real-
mente. Pero si alguien creyera en la ley,
seguramente querría vivir de acuerdo a ella, habla-
ría de ella, y toda su vida sería un testimonio de
ella. Así el que cree en Dios, vive para Dios, vive de
acuerdo a lo que Dios le diga.
― ¿Tú también eres uno de esos fanáticos?
―Te digo que no puedes aplicar la ley del em-
budo aquí, lo ancho para nosotros, y lo angosto
para ellos. Tiene que ser igual, para todos igual.
―Ya..., si siguen voy a empezar a arrestar gente,
dijo el hombre muy disgustado.
― ¿Y, vas a arrestar toda la ciudad?
―Si le meto mano a ese charlatán, va a ver que
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Conociendo el Amor
son quince minutos conmigo en el calabozo.

Jonás estaba muy sorprendido por lo que había


pasado, no se había esperado esto, pensó que se-
guramente algunos lo escucharían, pero nunca
pensó que en tan poco tiempo, prácticamente to-
da la ciudad se volcara a las calles a escucharlo.
Entre las masa de gente un grupo de hombres al-
tos y fornidos, se abrían paso, a empujones,
abriéndole el paso a un hombre de mediana esta-
tura, pelo blanco, vestido de forma impecable,
parecía que cada detalle de su traje, de su cabello,
hubiera sido dibujado. Cuando llegaron cerca de
Jonás, los hombres se detuvieron, y el hombre sa-
lió entre la multitud, con una sonrisa en su rostro.
Se quedó mirando por un momento a Jonás y lue-
go avanzo hacia él.
―Buenas tardes... mi nombre es Roger, soy el
secretario personal del Señor Ricardo Robledo, al-
calde de la ciudad.
Jonás lo miró por un momento y luego extendió
su mano:
―Jonás ―dijo suavemente.
―EL señor Ricardo Robledo, lo invita a dialogar
con él en su oficina, para que usted pueda exponer
claramente su... lo que usted dice ―dijo carras-
peando y algo dudoso.
―Sólo vine a anunciarles a todos lo que Dios
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Jonás

me ha mandado.
El hombre alzo la mano, con una sonrisa en su
rostro:
―Sólo soy el secretario, sería mejor que hablara
con el Señor alcalde.
―Bueno vamos, hablare con él.
Cuando ya iba a empezar a caminar, la gente se
alboroto, pensando que se iban a llevar a Jonás y
empezaron a gritar.
―No, no se preocupen, debo decirles a todos el
mensaje de Dios, y entre ellos al alcalde también,
así que iré a hablar con él y luego volveré a la ciu-
dad ―dijo Jonás en voz alta pero tranquilo.
El grupo de hombres se empezó a mover en
medio del gentío, que los apretaban y empujaban.
Jonás, Jonás, ―dijo una voz entre la multitud,
que lo hizo voltear a mirar.
―Hola Jimena ―dijo Jonás muy contento de
verla―, que bueno verte.
―Decidiste venir, ¿Ah?
―Es una historia larga...
Pero el grupo de hombres siguió avanzando,
prácticamente arrastraban a Jonás, que ahora se
despedía con su mano en alto de Jimena que lo
miraba de lejos y movía su mano alegremente.

Llegaron a un auto negro, lujoso, abrieron las


puertas y con cuidado introdujeron a Jonás, deján-
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Conociendo el Amor
dolo en el centro del asiento trasero, con un hom-
bre a cada lado.
El auto se empezó a mover lentamente, mien-
tras la gente, muy lentamente, le abrían paso.
―Ya se lo llevaron ―dijo alguien en la multi-
tud―, hasta ahí llego el profeta...
Jonás medito algo sorprendido en lo que había
escuchado, pero ya era un poco tarde para medi-
tarlo, estaba en medio de los dos gigantes, y
prácticamente no se podía mover.
―Y ustedes, ¿Creen en Dios?
Nadie le respondió, ni siquiera lo miraron.
El Auto entro a un subterráneo, y paso una ba-
rrera, que fue levantada por un hombre de
uniforme, que se había acercado al auto a mirar
quienes venían. Luego el auto se detuvo junto a un
ascensor. Los hombres descendieron, y tomaron a
Jonás por los brazos, prácticamente lo levantaron y
lo llevaron unos pasos hasta el ascensor.
―Ya, déjenme que puedo caminar solo ―le dijo
Jonás disgustado―, pero era como hablarle a la
pared, ellos simplemente lo sujetaban por los bra-
zos y no lo miraban siquiera.
―Sólo son medidas de precaución, dijo el se-
cretario, por favor debe entender.
―Pensé que me habían invitado...
―Sí, el alcalde le va a dar la oportunidad de ex-
plicarse ―le dijo el secretario sin mirarlo.
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Jonás

― ¿Me va a dar la oportunidad?, la oportunidad


se la voy a dar yo, de que se arrepienta, o sino en
40 días esta ciudad será destruida.
Los hombres se miraron entre ellos, dejando ver
una risita sarcástica.
Jonás se sentía incómodo, ahora entendía que
había caído en una trampa, y que posiblemente lo
iban a alejar de lo que él tenía que hacer, predicar-
le a todos del juicio que venía y de la oportunidad
que Dios le quería dar a todos.
La puerta del ascensor se abrió, y salieron a una
oficina muy grande, muy bien decorada, de venta-
nales grandes. Al fondo se veía un gran escritorio y
un hombre estaba firmando algunos documentos.
―Esperen aquí ―dijo el secretario secamente, y
avanzo por el cuarto hacia el hombre.
Los dos conversaron por unos momentos, el
hombre se levantó y miró hacia Jonás, y le hizo una
seña con su mano de que se acercara. Los tres
hombres avanzaron, todavía lo sujetaban por los
brazos, y llegaron hasta detenerse a unos centíme-
tros del escritorio.
―Me dicen que usted es un hombre de princi-
pios.
Jonás lo miró sin entender bien.
―Pero me estaba agitando la ciudad, hasta casi
llegar al caos, ¿Sabe lo que pasaría si ellos pierden
el control? Ellos necesitan que los cuiden, son co-
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Conociendo el Amor
mo niños, y yo soy el papá. Y usted... ―dijo ba-
tiendo el dedo hacia Jonás―, usted me los estaba
llenando de basura ―dijo, ahora gritando.
El alcalde era un hombre obeso, alto, de ojos
saltones y labios encarnados, con escaso pelo. Su
rostro estaba rojo, mientras miraba fijamente a Jo-
nás, y le batía el dedo, como acusándolo. Llevaba
un gran anillo en su mano derecha, con la cual lo
señalaba, como queriendo intimidarlo. Lo miró de-
tenidamente y empezó a avanzar hacia una mesa
que estaba en el extremo del cuarto, el cuarto te-
nía forma de L, la parte más pequeña hacia la calle,
con grandes ventanales. Jonás pudo ver un gran
cuadro en la pared, debía ser alguien importante,
pero no lo reconocía, noto que en la mano llevaba
un anillo similar al del alcalde.
―No me gustan los problemas ―dijo el alcalde
sin mirarlo, mientras se servía un vaso de agua― y
a mis superiores tampoco.
―No he querido causar este alboroto, sólo em-
pecé a decir lo que el Señor me mando decir, y la
gente se empezó a agitar.
― ¿Cual Señor?
― El único Señor, Dios, por supuesto.
―Aquí no tenemos ese Señor ―dijo mirándolo
con firmeza.
―Bueno, eso me mando decirles, que si no se
arrepienten y se convierten, esta ciudad será des-
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Jonás

truida en 40 días.
―Cállese ―gritó fuertemente―, cállese. Usted
está loco, y vino a causar daño a esta ciudad, ¿Sa-
be lo que le pasa a los locos?
Jonás se quedó mirándolo, no podía entender a
este hombre, pero parecía que el tampoco enten-
día con quien se estaba metiendo.
―Oiga, no estoy aquí por mi voluntad, sino
porque él me mando, si tiene algún problema vaya
y dígaselo a él.
―Usted no entiende, nosotros en esta ciudad
sólo escuchamos a un señor, y él no se agrada de
usted ―mientras hablaba se tocaba el anillo en su
mano― y ellos ―dijo señalando hacia afuera por
las ventanas―, ellos son sus hijos, los ha cuidado,
los guarda, y los educa, y no va a permitir que un
aparecido venga a dañar la paz de su ciudad.
―Yo también soy americano, de que está ha-
blando, aquí hay leyes, y el presidente no es dueño
de nada.
El alcalde rió enigmático, mientras se acercaba a
él con una sonrisa burlona en sus labios.
―Yo no hablo del títere del presidente, ese no
es nada, hablo del señor de la ciudad, te voy a re-
velar su nombre, ya que nunca más veras la luz del
día, su nombre es Satanás.
―Satanás ya fue vencido ―replico rápidamente
Jonás, pero el hombre asesto un manotazo con su
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Conociendo el Amor
mano abierta sobre el rostro de Jonás que lo hizo
caer al suelo.
―Te vamos a mostrar lo loco que estas, y cuan-
do terminemos contigo, vas a rogar al señor que te
reciba como su esclavo.
―Tiene 40 días, 40 días antes que el Señor del
cielo y de la tierra destruya este lugar ―dijo Jonás
aún en el suelo, mientras se intentaba levantar.
―Llévenlo a los subterráneos, con vigilancia las
24 horas del día ―gritó el alcalde mirando al se-
cretario.
―Ustedes están engañados ―gritó Jonás, mi-
rando a los hombres, que se acercaban para
tomarlo.
Uno de ellos asesto un puñetazo en el rostro,
que casi hizo perder el sentido a Jonás. Lo levanta-
ron como un muñeco y lo empezaron a arrastrar
de los brazos.
― ¿Qué vamos a decirle a la gente? ―dijo el se-
cretario, sacando un cuadernillo y un bolígrafo.
―Que el hombre era un timador, y se vio des-
cubierto, y que decidió volver a su ciudad.
―No lo van a creer
―No me importa ―gritó el alcalde a todo pul-
món―, ellos olvidan pronto, de órdenes de que
empiecen a invitar al juego del domingo, y que
den algunos premios, así olvidaran todo, pero
muévase, y salgan todos de aquí, no quiero a nadie
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Jonás

aquí.
Todos salieron a prisa, y el secretario cerró la
puerta tras de sí.
Jonás veía todo nubloso, parecía que el ojo le
sangraba, sentía correr la sangre, todo le daba
vueltas, y se sentía muy débil. El hombre que lo
había golpeado debería ser un boxeador ―pensó
Jonás―, nunca le habían golpeado tan fuerte y de
un solo golpe. Descendieron por el ascensor, luego
salieron a un sitio apenas iluminado por alguna
bombilla, y lo empezaron a arrastrar por un túnel
muy largo. Llegaron a una puerta de hierro, dos
hombres estaban ahí, parecían como estatuas.
―Este nunca saldrá de aquí, pero lo quieren vi-
vo por un tiempo más, ¿Entendido?
Sólo un pequeño sonido salió de ellos, abrieron
la puerta que daba a otro túnel oscuro y húmedo,
se empezaron a escuchar lamentos y quejidos, lo
tiraron con fuerza contra el piso, y luego salieron y
cerraron la puerta. Todo quedo en completa oscu-
ridad, sólo algunos pequeños sonidos se
escuchaban.
Poco a poco, Jonás empezó a distinguir otros
sonidos, quejidos, en diferentes sitios.
―Tranquilos ―dijo Jonás, aún tirado en el sue-
lo― el Señor nos ayudara.
Cuando estaba terminando de hablar, sintió un
golpe con algo duro en sus espaldas, que se repi-
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Conociendo el Amor
tió por tres veces.
―Cállate maldito, no hables o te mato ―dijo
una voz en la oscuridad.
― ¿Por qué me golpeas, yo puedo ayudarte?
― Cállese o lo va a matar, dijo alguien en algu-
na parte de la oscuridad, trabaja para los guardias
por doble ración, es una maldito traidor.
―Te matare ―dijo de nuevo la voz.
―Primero tiene que encontrarme.
Jonás logro parase, no podía ver absolutamente
nada, pero empezó a moverse a tientas, intentan-
do no hacer ruido.
―Señor ―dijo para su interior―, ayúdame a sa-
lir de aquí y a cumplir lo que me mandaste hacer.
Ya había palpado una profunda oscuridad, y es-
ta no lo asustaba, sólo lo preocupaba el hecho de
no poder obedecer al Señor.
Jonás alzo su voz y dijo a todo pulmón:
―Yo soy un enviado del Señor, del Dios todo-
poderoso, me ha enviado a decirles que si no se
arrepienten, Dios destruirá la ciudad en 40 días,
pero él quiere perdonarles, que se vuelvan a él. Jo-
nás mismo se sorprendió, al decir estas palabras,
por alguna razón, ahora sentía compasión con los
que estaban como él, aunque no los conocía, no
sabía quiénes eran, pero quería que se arrepintie-
ran y salieran del lugar.
Risas se escucharon de varios sitios, por algunos
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Jonás

momentos.
―Estas más loco que una cabra.
―No escuchaste lo que dijeron los guardias,
nunca saldrás de aquí.
―Cállense, gritó el hombre que había golpeado
a Jonás.
―Cállate tú, bastardo, si te llego a poner las
manos encima me divertiré escuchándote morir,
maldito.
―Ayuda, ayuda ―se escuchó la voz quejumbro-
sa de una mujer.
Jonás empezó a avanzar hacia la voz, detenién-
dose para escuchar con atención y luego seguía
avanzando, palpando las paredes, casi arrastrando
los pies, pero intentando no hacer ruido.
― ¿Dónde está? ―dijo en voz baja―, la quiero
ayudar, pero necesito saber dónde está.
―Aquí, aquí, volvió a decir la mujer.
Jonás miró con atención y pudo ver un bulto en
el suelo, y se acercó lentamente.
―Voy a ayudarla ―ya cerca de ella podía dis-
tinguir el cuerpo de la mujer, su rostro estaba
mirando a la pared y parecía no poderse mover. Se
agacho y la toco en los hombros, ella estaba inmó-
vil, sólo se quejaba.
― ¿Puede moverse?
―No, sólo quiero morir, por favor ayúdeme a
morir.
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Conociendo el Amor
―Vamos, tenga fe, ya el Señor nos va a ayudar.
Voy a darle vuelta, no puedo ver su rostro, pero ya
todo estará bien.
Tomo su cabeza entre las manos y empezó a
darle la vuelta para poder verle el rostro. La mujer
estaba en posición fetal, sus manos en su pecho
apretadas, y sus piernas recogidas. La volteo poco
a poco, ella sólo se quejaba. No podía ver nada,
pero sabía que la mujer estaba muy mal y sólo re-
petía que quería morirse. De alguna forma ahora
se empezaba a sentir unido a estas personas que
estaban en esta completa oscuridad, que habían
sido tirados al borde de la muerte como él, parecía
que las situaciones extremas, lograban sacar las
barreras superfluas, que hacen a las personas man-
tenerse distanciadas. Ahora, Jonás, se empezaba a
hacer la pregunta, si acaso muchos de ellos vivían
de la forma que lo hacían por ignorancia, porque
estaban presos, y no conocían otra forma de vivir.
Están presos, se repitió Jonás en su interior, medi-
tando sobre la situación, presos y no pueden ver…
―Ya nos van a sacar de aquí, se lo aseguro, y
entonces todo estará bien ―le decía Jonás, sin po-
der ver su rostro, la tenía entre sus brazos y la
había apoyado en sus piernas, estaba sentado en
el suelo y empezó a orar:
―Padre Santo, ayúdanos a salir de aquí, necesi-
tamos tu ayuda para llevar a cabo tu voluntad.
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Jonás

― ¿Por qué la tienen aquí?


Sólo un leve quejido salió de ella, parecía muy
pequeña, empezó a tocar su cabeza y noto que al-
go no estaba bien, empezó a tocar su rostro
lentamente, descubriendo que no tenía parte de su
rostro, uno de sus ojos prácticamente colgaba, los
ratones se la habían estado comiendo poco a po-
co, y ella no había podido hacer nada para
detenerlos. Noto que tenía mordeduras por todas
partes, le pareció un milagro que aún estuviera vi-
va.
― ¿Cómo te llamas? ―le dijo Jonás, intentando
decirle algo, pero conteniendo el llanto que se le
detenía en su garganta como un nudo que le im-
pedía hablar bien.
―Rosa ―dijo muy levemente.
―Rosa, el Señor te ama, y ya vas a estar bien.
―Me tienen aquí porque soy un peligro para
los niños, porque les dije que leyeran la Biblia.
Jonás acariciaba la cabeza de la mujer, sin saber
que debía decir, sus ojos ahora no podían conte-
ner las lágrimas. No entendía mucho de lo que
estaba pasando, ¿Por qué el Señor permitía esto?
¿Por qué quería salvar esta gente, si hacían esto en
contra de los que creían en él?
―Pero… yo era como ellos ―dijo la mujer muy
suavemente―, yo era así porque no conocía la luz,
porque estaba en completa oscuridad. Por eso no
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Conociendo el Amor
les tengo odio, los perdono, pero este dolor que
me inunda, quiero irme ya, morir seria mi mayor
bendición.
En ese momento Jonás sintió como alguien se
abalanzo sobre su espalda y lo agarro por el cuello,
sus piernas lo rodearon por la cintura con fuerza, y
Jonás se tiró para atrás instintivamente, pegándole
fuerte contra la pared. Los dos cayeron al suelo,
Jonás forcejeaba, intentando zafarse de los brazos
que lo apretaban con fuerza y que amenazaban
con ahogarlo.
Ahora noto que podía zafarse, y se paró rápi-
damente, el hombre quedo tirado en el suelo,
seguramente el golpe le había quitado el sentido,
él no podía distinguirlo bien, sólo veía una sombra
tirada en el piso. Miro para todas partes, pero todo
era igual:
― ¿Dónde estás Rosa?
―Aquí… ―se escuchó en la oscuridad
Jonás avanzo hacia la voz, lentamente, quería
ayudar a Rosa, pero no sabía qué hacer, llego has-
ta la mujer y se sentó en el piso, levantó su rostro,
abriendo su boca sin emitir sonido, cerrando sus
ojos con fuerza, clamó con todo su corazón, mien-
tras sentía como la mujer daba su último suspiro.

¿Qué es la vida, y para qué andar en la tierra?


Si no es para conocerte, para andar en tus hechos
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Jonás

Como fantasmas, pasamos los días sin verte,


Sin escucharte Señor,
Nuestros años se consumen en vanidad,
Apartados de la luz, lejos de la Verdad.

Viajeros de la oscuridad,
Ciegos en un bosque de obstáculos.
Pero no conformes con esto,
El hombre busco el mal,
Lo anido en su corazón, hizo pacto con él.

Escondiste el árbol de vida de su presencia,


Pero proveíste una salida,
Para todo el que quiera,
La salida de esta profunda oscuridad,
La salida de este tormento,
El poder vivir en esta vida con la Luz,
El poder ver todas las maravillas que tú creaste,
Con tu luz son vistas,
Y esa luz es Cristo.

Ayúdala, ayúdala, repetía en su interior Jonás,


ahogando su llanto. No entendía por qué, pero al-
go había hecho que se sintiera muy unido a esa
mujer, que ahora estaba muriendo en sus brazos.
Noto que ahora estaba inmóvil, ya no se quejaba.
―Rosa, Rosa ―dijo agitándola un poco.

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Conociendo el Amor
Ella estaba completamente inmóvil, y entendió
que había muerto. Sintió una rabia absoluta que lo
inundaba, lo llenaba por todo su ser, y sin poderse
contener más, dio un gritó a todo pulmón, un grito
que debió ser escuchado aun por los guardias.
― ¿Por qué la has dejado morir? ¿Por qué no la
ayudaste? ―dijo en alta voz.
El silencio era absoluto, todo se había detenido,
hasta que una voz burlona se escuchó:
―Parece que tu Dios te ha dejado solo, loco, ¿ni
aun así entiendes?
Era el hombre que lo había golpeado, que apro-
vechaba para burlarse y sacar ventaja de la
situación.
Jonás sólo miró a su alrededor, con una rabia
profunda, sin poder ver nada, toda la sangre fluía
por todo su cuerpo como un río embravecido, sen-
tía que la cabeza le daba vueltas, y se encontró
apretando fuertemente la mano de Rosa, segura-
mente le había partido los huesos de la mano,
pero ella ya no podía sentir nada. Se recostó con-
tra la pared y se dejó, mirando a la nada, como
acostumbraba, cuando sentía esas rabias que lo
dominaban, después de unos minutos le llegaba
un letargo, era como si de repente todas las fuer-
zas lo abandonaran. Después de haber sentido que
podía derribar gigantes, ahora no podía ni levantar
sus brazos. Sólo estaba ahí, sin poder pensar, su
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Jonás

vista nublada, y completamente sin fuerzas.


Escucho la voz de Dios en su interior:

¿Haces tú bien en enojarte tanto?

―Mucho me enojo, hasta la muerte.

Tuviste lastima de esta mujer, que no conocías,


ni nunca habías visto, que tú nunca ayudaste,
Y no era familiar, ni amiga tuya.
¿Y no tendré yo piedad de New York,
Esta gran ciudad donde hay muchas personas
Que no pueden distinguir entre su mano derecha
ni su mano izquierda,
Y muchos animales?

Jonás pensó en lo que el Señor le decía a su co-


razón, se dio cuenta de su egoísmo, de su
insensibilidad, de que también podría llamarlo
maldad, porque por él hubiera sido, habría dejado
morir toda esta gente en pecado. Ellos no podían
ver, pero él, había visto la luz, andaba con él, sabía
que el objetivo de la vida no era vivir muchos años,
con muchos bienes, sino conocerlo a él, y andar en
sus palabras, él sabía, que aunque el cuerpo fuera
muerto, si se conocía la Verdad, la verdadera vida
continuaría, y sería aún mejor. Él estaba dispuesto
a dar su vida por su fe, porque lo conocía a él, y
sabía que no lo podían matar, porque su vida es-

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Conociendo el Amor
taba escondida en Cristo. Mientras meditaba en
todo esto, empezó a llorar, ahora con gran arre-
pentimiento, sólo una palabra salía de su interior:
Perdón.
Ahora entendía que el Señor no quería castigar-
los, él los amaba, pero no iba a permitir que
siguieran en su pecado. Lo que realmente él que-
ría, era que se volvieran a él, que se voltearan de
sus malos caminos, que lo buscaran a él, porque él
los amaba, como un padre ama a su hijo que se ha
ido de casa, pero que anhela, y espera que un día
vuelva.

He viajado por caminos tortuosos,


Ásperos, oscuros, tenebrosos,
He viajado por caminos hermosos,
Llenos de color, agradables y espaciosos,
Pero nunca encontré el amor,
Se alejaba de mí, como huyendo.

Escuche de él, junto al Señor,


Pero me era alto, demasiado oculto a mi compren-
sión,
No podía entenderlo, no podía tenerlo,
Sólo veía sus huellas, que se deshacían ante mi pre-
sencia.

Me tiraste a dolor, junto a los que lloran,


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Jonás

Junto a los olvidados de este mundo,


Allí lo conocí, allí estaba,
Acurrucado junto al moribundo,
Al lado del desconocido.

Cuando comprendí tu amor por el necesitado,


Cuando llore junto al abatido,
Y mis lágrimas derrame por el desconocido,
Entonces lo vi, como de lejos,
Me sonrió, me lleno de su calor.

Es más alto que los cielos,


Pero habita con el humilde de corazón,
Más puro que oro refinado, limpio y brillante,
Pero lo halle en los subterráneos, fríos y oscuros
De la ciudad de pecado.

Pero fue cuando pensé en ti, Señor,


En cómo te ofreciste por el pecador,
En como descendiste hasta lo más oscuro,
Para rescatarnos, a nosotros,
Que seguíamos el pecado.

Cuando esto pensé, el amor me hallo,


Me rodeo, me inundo,
No lo entendía, pero me poseía,
No lo tenía, el todo lo lleno.
Mis entrañas se estremecieron,
Todas mis fuerzas me dejaron,
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Conociendo el Amor
Sólo quería dejarme llevar,
Morir de amor, era vivir.

Suavemente dejo el cuerpo de Rosa en el suelo,


ahora sabía porque el Señor había permitido que
viniera a este sitio, se levantó lentamente, la puerta
se abrió lentamente y los guardias aparecieron, Jo-
nás los miró con decisión y empezó a andar hacia
ellos.

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Yo te espero en el cielo

Yo te espero en el cielo

―Nunca pensé que llegaría a amar así a una


mujer. Ya me había acostumbrado a mi soledad.
―Milagros que hace el Señor.
―Sí, realmente es un milagro ―decía Jonás,
mientras la tomaba por la cara y lentamente la
acariciaba, sus ojos brillaban con el brillo de la feli-
cidad. El sol brillaba fuertemente, y el panorama
desértico, contrastaba con las palabras y los gestos
de Jonás.
Jimena lo miraba con sus ojos grandes y llenos

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Jonás

de felicidad, toda su vida había cambiado en tan


sólo unos días, ahora sentía que amaba a Jonás,
quería estar para siempre con él, ya no quería
acordarse de los terribles acontecimientos de los
que el Señor los había sacado de forma milagrosa.
Pero, sabia, tanto porque Jonás se lo había repeti-
do varias veces, así como por su propia percepción
se lo decía, que no debía nunca olvidar lo sucedi-
do, debía recordar cada detalle, y quizás, contarlo
a los que venían más tarde, para que todos supie-
ran las maravillas que Dios había hecho con ellos, y
como los había sacado de las fauces de la muerte y
de sus enemigos.
―Como hubiera querido…
―Mira ―le dijo Jonás señalando el campo
abierto―, un día podremos ir a donde queramos,
él siempre estará con nosotros, seremos felices, un
día...
― ¿Qué crees que paso con la ciudad, con toda
la gente y con los adoradores de Satanás?
―pregunto Jimena.
Jonás la miró con ternura y amor:
―Dios, es un Dios justo, bueno y justo, bendito
sea su nombre. Lo que él haya determinado, eso es
lo mejor.
―Ahora que todo está en calma, puedo ver más
claro, que cuando estábamos allá. Llego el mo-
mento en que no podía hacer diferencia entre la
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Yo te espero en el cielo
maldad y los hombres, es como si la maldad mis-
ma brotara de todos, de su interior.
Jonás no dejaba de mirarla, acariciaba su cabello
mientras le hablaba:
―El hombre tiene la capacidad de ser el templo
de Dios, tener toda esa Santidad, todo ese amor, a
través de Cristo, que nos ha redimido. El hombre
ha sido levantado al cielo, y ha sido sentado a la
diestra de Dios, en Cristo Jesús. Pero también, tie-
ne la capacidad, de ser lleno de toda la maldad, de
toda impureza, la maldad misma puede tomar su
habitación en él, y de esta forma lo lleva hasta el
mismo infierno. Lo que viste, es una prueba de lo
que viene, que ya está por aparecer, el hombre de
pecado, de maldad absoluta, lleno de toda iniqui-
dad, que se levantara contra todo lo que es de
Dios, ellos son sólo una pequeña muestra de lo
que viene.
―No quiero estar cuando esto pase, no quiero
estar en la tierra cuando el hombre de pecado
aparezca ―le dijo Jimena preocupada, aún estaban
abrazados y se miraban el uno al otro.
―Dios ha prometido sacar de aquí, a los que
son fieles, los guardara por un poquito de tiempo
en su templo, mientras viene el día más oscuro.
Sólo tenemos que permanecer fieles a él, amando
su palabra, haciendo su voluntad.
Ella se abrazó fuertemente a Jonás, y dio un pe-
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Jonás

queño quejido:
―Tengo miedo, me da miedo no ser encontra-
da fiel.
―No temas, el temor es malo en sí, ama a Dios,
eso es el centro de todo, ama a Dios con todas tus
fuerzas, y ama a tu prójimo como a ti mismo.
―Dime que todo va a salir bien, dime que todo
va a estar bien ―le repitió Jimena mirando el pa-
norama.
―No temas mi amor, todo va a salir bien.
Mientras le decía estas palabras, ella cerraba sus
ojos, y se descolgaba en sus brazos, Jonás tuvo
que sentarse para no dejarla caer, ella lo miró una
vez más, sonriendo:
―Gracias, gracias por mostrarme la vida, te amo
Jonás, y amo a mi Cristo, yo te espero en el cielo
―y cerro sus ojos, mientras Jonás dejaba salir sus
lágrimas.

Vuela, hermosa perla de mi corazón,


Vuela a tu sitio, junto al Señor,
Te llevas mi corazón,
Y en tus alas va todo mi amor.

Cuan preciosos fueron nuestros tiempos,


Cuan corto fueron ellos,
Mas en ellos viví, toda la alegría,
La felicidad de mi vida.
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Yo te espero en el cielo
Mis lágrimas mojaran el desierto,
Crearan un oasis, abrirán surcos en el sequedal,
Me queda el recuerdo de tus palabras,
La caricia de tus manos,
La mirada hermosa, que encanto mi corazón.

Espérame en el cielo, amada,


Esta atenta a mis pisadas,
Porque estaré anhelando llegar a tu lado,
Gritare al cielo, a los ángeles y a Dios,
Cuanto te amo.

Y un día, de nuevo caminaremos juntos,


Por las lindas veredas de la luz,
Donde sólo la Verdad habita,
En esas veredas de fascinantes colores,
De justicia, paz y gozo.
Veredas que andaremos, junto a nuestro Señor,
Nuestro amado Cristo, que nos unió.

―Yo te amo, Jimena, ve, que el Señor te tiene


una hermosa mansión preparada, ya pronto nos
veremos otra vez mi amor.
El cielo miraba atónito la escena, pero así tenía
que ser, ahora Jimena había vencido, y estaba con
el Señor, se había unido para siempre en amor con
Jonás.
Jonás miraba el cuerpo sin vida, que se descol-

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Jonás

gaba en sus brazos, sus lágrimas corrían, no lo ha-


bían vencido, él sabía que ahora nada la tocaría, el
Señor los había librado de la mano del enemigo.
Que difícil había sido, casi había caído, pero de
nuevo, Él, los había levantado. Y recordó, esos
momentos duros y oscuros, que acababa de pasar,
que hubiera querido olvidar, pero NO, porque ellos
hablaban de un Salvador:

―Cerdo, cerdo ―gritaba la gente enfurecida, le


pegaban patadas, puñetazos, lo escupían―. Maldi-
to terrorista, maldito religioso, esta es nuestra
ciudad, nuestra vida, quien te da derecho a venir a
decirnos que hacer y cuando.
La ciudad entera estaba volcada a las calles, la
gente parecía enloquecida, parecían celebrar, to-
maban y gritaban como locos. El alcalde había
decretado días de fiesta, y en algunos puntos de la
ciudad se proveía el licor gratuito. Todas las cade-
nas de televisión, habían publicado la noticia,
habían mostrado al alcalde señalar al terrorista de
Jonás, como el peligro público número uno, todos
habían visto al alcalde llorar por la ciudad, y como
declaraba y mostraba su amor delante de las cá-
maras, de tal forma que a todos les quedo claro
quién era el enemigo.
Jonás fue aprendido, golpeado, y rescatado de
la muchedumbre, que quería descuartizarlo, pero
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Yo te espero en el cielo
los hombres del alcalde mostraron su “benevolen-
cia”, rescatándolo y llevándolo delante del alcalde
y de todas las cámaras de televisión.
―Mira mi benevolencia, que no quiero que te
maten, es más, si te arrepientes delante de las cá-
maras, te ayudare a que estés muy bien, no te hará
falta nada. También se de tu noviecita, ¿Cómo se
llama? ―decía el alcalde, mientras se frotaba las
manos y ponía dramatismo a sus palabras―, Jime-
na, sí, así se llama, ella también estará muy bien,
podrán estar juntos, ¿No te parece que eso es lo
que cualquier hombre desearía?
―Mírala ―le dijo señalando a la puerta. La
puerta se abrió y dos hombres entraron, sostenían
a Jimena por los brazos, su cabeza estaba descol-
gada y parecía como sin sentido. Jonás no pudo
ver que se moviera, al verla se levantó e intento
correr hacia ella, pero otro hombre se le interpuso
y lo levantó por los aires como un muñeco para
luego tirarlo al piso.
Jonás sentía como la sangre corría por sus ve-
nas, su ira incontrolable lo empezaba a inundar,
pero no era mucho lo que podía hacer.
―Si quieres ayudarla, y hablar con ella, debes
aceptar mis términos, es lo mejor para ustedes. Re-
cuerda que ahora son terroristas, y podría hacer lo
que quisiera. Pero no quiero dañarlos, tengo un
gran corazón, así que he decidido ayudarlos, si us-
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Jonás

tedes hacen lo que les pido.


―No podrá escapar del juicio de Dios, nuestros
cuerpos podrá matar, pero no escapara de Dios, Él
no dará el culpable por justo, ni se olvidara de lo
que usted ha hecho.
―Su Dios no ha sido capaz de ayudarlos, ni de
defenderlos, de que Dios hablas, ¿No ves cómo
están? No hay peor ciego que el que no quiere ver,
no lo ves idiota ―le dijo el alcalde mientras lo le-
vantaba del suelo con una mano y lo acercaba a su
cara.
―Sólo le quedan tres días, en tres días más se
cumplirá el tiempo que Dios ha dado para destruir
la ciudad si ustedes no se arrepienten, entonces
podrá ver con sus propios ojos que Dios es todo-
poderoso, y se encontrara en sus manos para ser
juzgado y nadie podrá ayudarlo.
―Ya… cállate, bastardo ―dijo asestando un
golpe con su puño cerrado en la cara de Jonás―.
Te vas a arrepentir de enfrentarte conmigo, los gri-
tos de tu noviecita te van a dejar sordo primero, y
luego tú gustaras la muerte lentamente.
―Jimena, no temas, nada pueden hacernos, só-
lo pueden tocar nuestros cuerpos, pero nuestra
vida está en Cristo. Se valiente ―alcanzo a gritarle
Jonás, antes de ser enviado contra la pared por la
patada que uno de los hombres asesto en el rostro
de Jonás, el golpe fue tan fuerte que casi hizo per-
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Yo te espero en el cielo
der el sentido.
Uno de los hombres empezó a llevarse a Jimena,
que todavía parecía como inconsciente, y los otros
dos tomaron a Jonás por sus brazos y lo empeza-
ron a arrastrar por el túnel oscuro.

Jonás seguía encadenado al techo de la pieza


donde estaba, las cadenas lo sujetaban por las
muñecas, levantándole los brazos, sentía dolor,
sentía frío en sus manos y en sus brazos, deseaba
poder bajarlos pero no le era posible. Sus pies es-
taban sujetos cada uno a cadenas sujetadas del
piso, lo hacían estar con sus piernas abiertas. En
ocasiones perdía el equilibrio y se caía hacia atrás
o hacia adelante, produciendo un gran dolor en
sus brazos, que parecían que se fueran a despegar
de su cuerpo. Le tocaba luchar para poderse poner
sobre sus pies, en esa postura que tanto dolor le
producía.
Ya no escuchaba los gritos de Jimena, ya hacía
rato no la escuchaba, seguramente estaba muerta
―pensaba Jonás.
―Ahora debes estar con el Señor, ya estas me-
jor.
Uno de los hombres entro al cuarto con un vaso
de agua.
―El jefe te quiere vivo aún ―le dijo y le tiro el
vaso de agua en la cara.
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Jonás

― ¿Qué día es hoy?


El hombre lo miró fríamente y poco a poco es-
bozo una sonrisa.
― ¿Todavía crees en tu Dios, no ves lo que te
hemos hecho y lo que le hicimos a tu noviecita y
aun así sigues creyendo?
― ¿Qué día es hoy?
―13 de agosto.
―Hoy es el último día ―dijo Jonás mirando al
suelo.
EL hombre lo cogió por el pelo y le levanto la
cabeza:
―Nada va a pasar, lo que va a pasar es que to-
dos se van a dar cuenta de que tu Dios es sólo
cuentos.
― ¿Qué hora es?
EL hombre lo miró con algo de asombro, le im-
presionaba ese hombre que no se había rendido
ante la tortura, ante los maltratos, ante nada. Aun
así seguía creyendo en su Dios. Y le mostró su reloj
de muñeca, acercándolo a su rostro.
― ¿Conforme?
―Sólo les queda 5 minutos.
El hombre retrocedió dos pasos, mirándolo con
asombro y con tristeza.
―Estas completamente loco. Otros dos hom-
bres entraron al cuarto.
―Vamos, ahora serás el hazme reír de todos
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Yo te espero en el cielo
―le dijo uno de ellos―, el alcalde te mostrara a
toda la nación, por cadena nacional de televisión,
todos podrán ver que tu Dios no es nada, sino
cuentos.
Empezaron a soltar las cadenas de sus brazos,
los brazos de Jonás cayeron a sus lados, como si
fueran de piedra, sin poder moverlos, no los podía
sentir.
Cuando se disponían a soltar sus pies fueron
disparados contra la pared como si un camión los
hubiera atropellado, quedaron pegados a la pared,
con sus ojos abiertos, sostenidos como por una
mano invisible, que los apretaba contra la pared. El
cuarto se llenó de luz, y las cadenas de los pies de
Jonás cayeron por si solas, Jonás cayó de rodillas,
al momento la fuerza de sus brazos volvió a él, y
los pudo mover normalmente.
―Saca a Jimena, y sal de la ciudad ―escuchó
Jonás la voz que le hablaba―. Se levantó, con to-
das sus fuerzas, como si nunca hubiera pasado por
nada, y salió de la habitación sin pensarlo. Se diri-
gió hacia donde había escuchado los gritos, una
reja dejaba ver el cuerpo de Jimena tirado en el
piso de una habitación. Al tocar la reja, la reja se
abrió y Jonás entro, miró a Jimena, estaba mal, pe-
ro aún estaba viva.
Le pareció raro que no fuera sanada al momen-
to como él, pero la levanto en sus brazos y empezó
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Jonás

a caminar por el túnel. Al llegar al final del túnel, la


puerta se abrió y pudo salir al recibidor del edificio
de oficinas. Estaba lleno de gente, de agentes se
seguridad, pero el continuo su camino, sin pensar
en ellos.
Pudo ver por los ventanales de la edificación,
como la gente afuera se amontonaba, en un de-
senfreno sin precedentes, los veía bailar, besarse,
tomar, cantar. Las cámaras de televisión, lo emitían
todo para todo el país. Entonces supo que ya ha-
bían llegado la hora del juicio de la ciudad, sintió
lastima por todas las personas, que no habían que-
rido escuchar el mensaje que Dios les había
mandado. Pero en cambio, habían escuchado otro
mensaje. Mientras los miraba sus ojos empezaron
a ver una poderosa luz, que los envolvió, y se vio
en el desierto, en las afueras de la ciudad, junto a
Jimena.

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Yo te espero en el cielo

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Jonás

Palabras al lector

Espero que este libro haya sido de edificación y de


su agrado. Los Libros del Reino de Dios, como se
llama nuestro emblema, y nuestro blog, son escri-
tos con el único motivo de dar testimonio de aquel
que nos salvó de la muerte y nos sacó del reino de
las tinieblas, al Reino de la Luz, a decir Cristo, Jesús.

Cristo Jesús, es el único que puede darte Salvación


y Libertad. Si todavía no has aceptado a Jesús en
tu corazón como Señor y Salvador, te invito a que
lo hagas. Si tú crees que él, Jesús, murió por tus
pecados, y crees que Dios lo levanto de los muer-
tos al tercer día, entonces puedes ser salvo. Si esta
es tu fe, entonces debes recibirlo en tu vida, como
Señor y Salvador, entregarle tu vida, y entonces
serás un hijo de Dios.

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Palabras al lector
“Que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu
corazón que Dios Lo resucitó de entre los muertos, serás salvo.”
Romanos 10:9

“Mas a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios, a los que creen en su Nombre”
Juan 1:12

Si ahora, tú le crees a Dios, y quieres ser salvo, te


invito a hacer la siguiente oración, con todo tu co-
razón y fe, y entonces serás un hijo de Dios:

Señor Jesús, vengo a ti a pedir perdón,


Perdona mis pecados,
Yo ahora sé que tú moriste en la cruz por mis pecados,
Y que resucitaste al tercer día,
Yo te recibo en mi corazón como Señor y Salvador,
Entrego mi vida en tus manos,
Transforma mi vida, para vivir para ti, Señor Jesús.
Gracias, porque estoy convencido que ahora me has escu-
chado y mi vida empezara a ser transformada.
Amén.

Esta sencilla oración, hecha de corazón sincero,


cambiara tu vida, el Señor empezara a guiarte, él te
Ama, no lo dudes, déjate guiar por él.
Es importante que puedas rodearte de personas
que crean como tú, que encuentres una iglesia lo-
cal y empieces a asistir regularmente. No te
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Jonás

conviertas en un religioso, conviértete en un ver-


dadero hijo de Dios, que escucha sus Palabras y las
hace. También debes leer la Biblia regularmente,
ahí encontraras tu alimento espiritual. Y por último,
la oración, a diario, será una ayuda valiosa en tu
caminar cristiano, no dejes de hacerlo diariamente,
órale a Dios, derrama tu corazón a Dios, dile tus
más íntimos pensamientos.
Te bendigo, quien quiera que seas, que has leído
estas palabras con fe, en el nombre del Señor Je-
sús, él guarde tu vida y te lleve un día a la mansión
donde nos encontraremos todos los que hemos
creído en Su Nombre, Amén.

Bendiciones.

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Palabras al lector

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