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Crueldad Fanática

Emilio del Barco

La crueldad circunstancial de los clasificados como ‘buenos ciudadanos’ puede ser


infinita. Quien, en sus actos crueles, se sienta respaldado por su fe, en una doctrina
que lo impele a ellos, puede actuar como un demonio de maldad, impulsado por su
deseo de difundir su creencia..

Cuando en los pueblos del Medio Oriente se quiso representar el símbolo de la Casa
de Dios, se optó por hacerlo con una cabaña o jaima de lona, o pieles, símbolo
apropiado a su condición de pueblos pastoriles errantes. Los hebreos la
identificaron con el tabernáculo, haciendo que representara la residencia sagrada
de Iahvé. En la religión católica se convierte en Sagrario. Pero este símbolo
descendía de la cabaña del cruel dios Moloch. A cuyo culto estuvo dedicada gran
parte de los lugares que, en la evolución de Palestina, posteriormente, fueron
consagrados a Iahvé.

Los fanatismos siempre son crueles. Si algo queda de irracionalidad en la sociedad


humana, es todo lo que se refiere a las antiguas creencias institucionalizadas. Las
leyes actuales no pueden ser irracionales. Han de estar adaptadas a la medida de
todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes. Las leyes no pueden primar a unos
sobre otros. Porque, los ciudadanos actuales, son todos iguales ante la ley. Los
derechos, que defienda la ley, han de ser universales.

Las leyes de la pervivencia no son democráticas. El fuerte sobrevive, el débil


perece. La bondad lleva más al sacrificio que a la gloria. O sea, es más probable
que sobrevivan los más fuertes y malintencionados, sobre los mejores. Con
posterioridad, la fuerza interior, capacidad de formación e inteligencia, que el
individuo sea capaz de reunir, es la única capaz de mejorar sus condiciones de vida.

En estos días, algunos moralistas con pretensiones de exquisitez doctrinal, se han


permitido dudar de la moralidad de injertar una parte importante del rostro a una
joven que había sido mordida brutalmente en la cara por un perro. La base teórica
para no mejorarla es que podría cambiarle la percepción de su personalidad, puesto
que, al tener aspecto distinto, pudiera no identificarse con el nuevo rostro. ¿Sería
mejor que se acostumbrase a reconocerse sin mentón, sin nariz, sin labios? ¿Alguno
de estos legisladores moralistas tiene hijas? Seguro que no, sus discursos parecen
infrahumanos. La crueldad, algunos pretendidos moralistas, puede llegar a ser
infinita. Esa lógica retorcida, sólo conduce a la glorificación del dolor y a la
negación de toda alegría vital. ¿Es más pecaminoso el placer que el dolor? Así se
justificaban, durante siglos, los tormentos de la Santa Inquisición. Dios tenga en su
seno a quienes así piensan. Pero, preferentemente, que los coloque, a todos ellos,
bien lejos de la Humanidad alegre, contenta, buscadora de placeres, belleza y
bienestar. ¿Es pecado buscar la felicidad? Creo que no. Sobre todo, si no se
consigue causando, intencionadamente, la infelicidad de otros. La conclusión, en
fin, es que, si los progresos científicos mejoran la calidad de vida humana, deben
aceptarse. Emilio del Barco,
27/07/09, mailto:emiliodelbarco@hotmail.es

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