La creencia es la antítesis de la ciencia. Si, quienes predican la verdad única, la que
ellos representan, logran meterte en la botella inexistente de sus límites, los que ellos fijan, estás atrapado. No pensarás más. A la mosca encerrada en la trampa, no se le muestra la salida de la botella, porque, realmente, está encerrada en sí misma. La botella, es decir, el límite exterior, el de sus conocimientos, no existe. La persona es lo que es, como suma y resumen de todo lo que ha sido. Las restricciones a su vuelo, le vienen dadas por la propia limitación de sus fuerzas. La formación marca el camino. Moralmente, se te permite volar sólo en espacios acotados, si formas parte de una sociedad dominada por creencias. .
Con límites a la expansión del espíritu y la adquisición de conocimientos, no
tendremos nunca la tentación de ‘querer ser como dioses’. Pretender avanzar, querer saber siempre algo más, es considerado, por los dictadores morales, un pecado de soberbia, de vanidad,...la tentación de Belfegor. El vanidoso demonio que, dicen, inspira a los científicos, para hacerles creer que pueden ser como dioses: creadores. Con lo que la creación científica se convierte en objeto de pecado. Realmente, el peligro lo ven en el espíritu mismo de la ciencia. En ciencia no se cree, se investiga, se disiente, se prueba, se demuestra. Hasta llegar al estado más cercano a la verdad, que pueda percibirse. Para retomar el progreso científico continuado, es decisivo desligar, totalmente, la ciencia de la religión. Para que no se tema, topar con la justicia de sus ministros religiosos, cada vez que se pretende avanzar en los estudios humanos.
En toda religión, encontramos teorías de clara evolución y otras que han
permanecido cerca de sus orígenes. El creyente admite cuanto le viene dado, en el tiempo que le es proveído. Si le surgiesen dudas, las achacaría a su falta de fe, no a fallos doctrinales. Un motivo más para aumentar su sentido de culpabilidad. Sin embargo, todas las religiones modernas han surgido de creencias anteriores, que han ido evolucionando. Ninguna surgió de la nada. En el Hinduismo, religión la más prolífica entre todas, se llegó a admitir la existencia de trescientos treinta millones de dioses. La inclinación actual destaca la importancia de algunos de ellos, declarando a los demás como dioses menores, o semidioses. Donde se ha llegado al monoteísmo, se han ido concentrando todos los atributos divinos en uno solo de ellos. Prescindiendo de los demás.
La vuelta a la ortodoxia tradicionalista, protagonizada por rebrotes integristas, las
reafirma como organizaciones de poder, cuya principal arma no sólo es el miedo a lo desconocido, sino la inmediatez añadida de terribles castigos corporales. Tales como diversas mutilaciones, o la muerte. Que fueron sentenciadas en todas las religiones derivadas de la Biblia. Como aún es práctica en algunas corrientes islámicas. Tal como lo fue en todos los países europeos de creencias cristianas. La Inquisición dejó vestigios imborrables en nuestra historia. Recordemos, de paso, que el único país europeo, donde está vigente la pena de muerte, es en el muy cristiano y diminuto Estado Vaticano. Los principios de dominio siguen teniendo su base en el miedo, que suele derivar en terror. Las verdades absolutas son el mayor enemigo de la Humanidad, pues no admiten la duda. Son el freno de todo pensamiento disidente. Emilio del Barco. 06/04/09. emiliodelbarco@hotmail.es