Sei sulla pagina 1di 4

V DOMINGO DE CUARESMA

El problema que muchas veces tenemos es que nosotros sí sabemos qué hacer con el pecado, pero
nosotros no sabemos qué hacer con el pecador.
El pecado, y pecados conocemos: la muerte injusta, el adulterio, como en el caso de evangelio de
hoy, la mentira. Y nosotros sabemos que el pecado no debería existir. Nosotros sabemos qué
hacer con el pecado: el pecado hay que acabarlo. Con el pecado de antes y con el pecado de
ahora.
Hay que acabar con el pecado de la corrupción administrativa, hay que acabar con el soborno,
hay que acabar con la fornicación, hay que acabar con el chisme. Nosotros sabemos qué es lo que
hay que hacer con el pecado.
El problema no es qué hay que hacer con el chisme, sino qué hay que hacer con el chismoso. El
problema no es qué hay que hacer con el adulterio, sino qué hay que hacer con el adúltero o con
la adúltera. El problema no es qué hay que hacer con los asesinatos, sino qué hay que hacer con
los asesinos. El problema no es qué hay que hacer con la mentira, el problema es qué hay que
hacer con los mentirosos.
Nosotros sabemos qué hacer con los pecados, pero no sabemos qué hacer con los pecadores. Y
Cristo nos muestra en el día de hoy que Él sí sabe qué hacer con el pecador, y por eso tiene una
lección muy grande y muy importante para nosotros.
La Ley de Moisés era una ley sumamente drástica: mujer que cometa adulterio, a piedra hay que
matarla. La ley de Moisés era una cosa buena en la medida en que ayudaba a iluminar la
conciencia, es decir, ayudaba a descubrir qué es lo bueno y qué es lo malo. La Ley de Moisés, lo
mismo que muchos de nuestros criterios de juicio, son acertados. Sí. Hay que rechazar el pecado,
hay que acabar con el pecado. Pero la Ley de Moisés no tenía una respuesta a la pregunta: “¿Qué
hacemos con el pecador?”. Jesús sí tiene una respuesta para esa pregunta y eso es maravilloso
para nosotros, porque el pecado es una realidad que todos tenemos, todos.
De los que estamos aquí, todos hemos tenido la experiencia del pecado, por lo que hemos hecho,
por lo que hemos dicho, por lo que hemos pensado, por lo que hemos imaginado, por lo que le
hemos deseado a otros, o por lo que hemos permitido que otros hagan, o por lo que hemos dejado
de hacer, porque acuérdense que hay pecados de omisión también. Todos tenemos la experiencia
del pecado, y por eso es maravilloso aprender en este evangelio que Cristo no sólo sabe qué hacer
con el pecado, sino qué hacer con el pecador. Porque si Cristo sabe qué hacer con el pecador,
sabe qué hacer conmigo o contigo.
En la Ley de Moisés el pecado y el pecador se tratan juntos, se tratan de la misma manera, se
meten en una sola bolsa. Como el pecado del adulterio es una cosa espantosa, entonces al
adúltero hay que tratarlo de una manera espantosa, ¿ves? El pecado y el pecador se tratan como si
fueran una sola cosa.
Ya en el Antiguo Testamento aparece un lenguaje diferente. Ustedes pueden buscar en su Biblia,
cuando lleguen a la casa, un salmo que es lindísimo, un salmo muy hermoso: el salmo 103, el
gran salmo de la misericordia de Dios. Lo que más me gusta de ese salmo es esta frase: “Dios
aleja de nosotros nuestros delitos”, es decir, Dios separa al pecador del pecado. “Como dista el
Oriente del ocaso”, -como quien dice, lo más lejano que se pueda imaginar- como dista el Oriente
del ocaso, así Dios aleja de nosotros nuestros delitos”. Fíjense que en la Ley de Moisés, el
pecador y el pecado, es decir, el que cometió el delito y el delito forman una sola cosa, pero ya en
ese salmo 103 hay una cosa diferente, hay una idea distinta: se pueden separar.
¿Qué es lo que hace Cristo ante el caso que le presentan? ¿Qué es lo que hace Cristo? Es muy
fácil equivocarse, es muy fácil dar una respuesta equivocada en este caso, ante esta pregunta. Por
ejemplo, en una de las oraciones dice: “Danos, Señor, la gracia de ser prudentes en nuestros
juicios sobre los demás, pues podemos equivocarnos”. Así dice una oración. ¿Será esa la
enseñanza de este domingo? ¿Qué podemos equivocarnos en los juicios sobre los demás? Pues
claro que eso es cierto. ¿Pero será esa la enseñanza que nos trae el pasaje de la mujer adúltera?
¿Será esa la enseñanza, que podemos equivocarnos en nuestros juicios? Pues no.
El juicio que esta gente hizo, es decir, el pecado que denunciaron estaba bien denunciado, porque
esa mujer sí había cometido esa falta. Estaba bien denunciado. Sí. Ellos no se equivocaron en ese
juicio. Que se hubieran equivocado es que le hubieran dicho a una mujer inocente, le hubieran
dicho: “Usted es una adúltera”, y así la hubieran presentado ante Cristo. Ese sería un juicio
equivocado. Pero esos hombres no se equivocaron en el juicio del pecado. Ellos dijeron la
verdad: “Es una adúltera”. Y Cristo no quitó esa verdad: “Sí, es una adúltera”. No quitó esa
verdad.
Estamos aprendiendo cómo trata Cristo al pecador. Y estamos diciendo, lo primero es: Cristo sí le
muestra a la persona la verdad de su pecado. Cristo, que tuvo esa mujer al frente no le dijo:
“Tranquila, mijita, que usted es inocente, no ha pasado nada, usted no ha hecho nada, eso no
importa, tranquila, siga como va”. Al contrario, ¿cuál es la última frase que le dice Cristo?: “No
peques más. No peques más”. O sea, ¿qué es lo que le está diciendo? ¿Qué es inocente? ¿Qué no
hizo nada? Eso no fue lo que le dijo.
¿Eso qué quiere decir? “¡Sí pecaste!” Cristo trata al pecador mostrándole la verdad: “Pecaste,
hombre; mujer, pecaste”. Claro que pecaste, claro que has pecado. ¡La manera de tratar al
pecador no es con mentiras! La enseñanza de este domingo de no es que esta gente se equivocó
en el juicio que hicieron. No. Esa no es la enseñanza. Ellos dijeron: “es una adúltera, pecó”. ¿Y
Cristo qué dice? “No peques más”.
No esperemos que Cristo le saque maquillaje a nuestro pecado. No esperemos que Cristo le eche
un trapo encima al pecado para que no se vea. Cristo sabe lo que somos. Cristo sabe lo que hemos
hecho. A Cristo nadie lo engaña. El hecho de que Cristo tenga amor no quiere decir que sea
miope, o que sea ciego, o que no se dé cuenta de las cosas, o que sea bobo. Cristo no es bobo,
Cristo se da cuenta de lo que se ha hecho. Cristo se da cuenta de cuál es la vida de esa persona, y
por eso lo último que le dijo a esa mujer, la despedida fue: “No peques más”.
Ahí estamos aprendiendo cómo trata Cristo al pecador. “No peques más” San Juan 8,11, ¿eso qué
quiere decir? “Sí has pecado, tu pecado existe, tú has hecho algo malo. Eso está claro”. Como
nosotros somos pecadores, tenemos que aprender que la manera de acercarnos a Cristo es esa.
Hay que acercarse a Cristo empezando por reconocer la verdad, la realidad de lo que somos. Eso
es exactamente lo que nosotros hacemos en el sacramento de la confesión. La confesión ¿qué es?
Es dejarnos atender por Cristo, es dejarnos tratar por Cristo. Es exactamente lo mismo que un
enfermo que va donde el médico.
¿Qué tal un enfermo que fuera donde el médico y se tapara la herida que tiene? Una herida bien
infectada y tapándosela y no dejándosela ver del médico. “Y cúreme. Gracias. Me voy doctor”.
Pero si no dejó ver la herida ¿qué le va a curar?
Cristo es misericordioso, Cristo es manso, pero Cristo no es menso, ni es bobo, ni es miope, ni es
ciego, ni está distraído. Cristo sabe cuál es la vida que usted lleva y la vida que yo llevo. Y Cristo
sabe cuáles son nuestros pecados. Y de por eso necesitamos ser sinceros, ser verdaderos y
aprender a confesarnos bien.
Ese es el primer paso. Cristo hace que la persona reconozca su verdad, pero, aquí está lo
maravilloso, Cristo también, sabiendo que la persona es eso, suspende la condena. Eso es muy
hermoso. “Usted ha pecado, lo que usted se merece es esto y esto y esto. Pero esa condena no se
le va a aplicar a usted”. Cristo suspende la condena: “Yo tampoco te condeno”.
El juicio se hizo y es correcto. Resultado del juicio: “Usted es culpable. Pero yo no le voy a
aplicar la condena a usted. No le voy a aplicar la condena”. Entonces, Cristo, en lugar del peso de
la condena, le da una carga de amor, de delicadeza, de misericordia, de compasión. “No le voy a
echar encima a usted el peso de una condena, sino el peso del amor que tengo por usted”.
Esto sí es la maravilla de las maravillas. “Lo que usted se merece es esto, lo que tiene que caer
sobre usted es el peso de una condena, pero yo no le voy a echar encima esa condena, le voy a
echar encima el amor. Voy a echar sobre usted una carga de amor, una carga de misericordia”.
De modo que Cristo no se limita a suspender la condena, sino que en lugar de la condena da una
carga de amor, una carga de misericordia. Observemos, si no el respeto, la delicadeza, la ternura,
podemos decir, con que Cristo trata a esta pecadora. En lugar de la condena, Cristo da de su
amor.
Y por último, ¿qué más hace Cristo? “Vete”, le dice, le da una nueva oportunidad. No sólo le
otorga perdón, sino que le da la ocasión de vivir de una manera nueva su existencia.
Resumen: Cómo trata Cristo al pecador. Esa es la enseñanza del día de hoy. Cómo trata Cristo al
pecador. Lo hemos resumido en cuatro puntos: primero, Cristo hace que el pecador sea
consciente de su pecado, Cristo no es un bobito, ni es cierto que a Cristo no le importan las cosas:
“Ay, sí, usted robó, mató, maldijo, blasfemó. Pero bueno, ya dejemos así, ya qué caray”. ¡No!
Cristo le muestra a la persona su realidad. Yo creo que esa mujer, después de esa situación que
pasó, verdaderamente la vida le cambió. Cristo le muestra la verdad a la persona: “Mire, la
realidad suya es esta”. Primer paso.
Segundo, Cristo suspende la condena. “Aquí estoy yo, y por consiguiente, esa condenación que
tenía, lo justo, no se le va a aplicar a usted”.
Tercero, Cristo, en lugar de esa condena, da de su propio amor, que es el amor que transforma a
la persona. No sólo la perdona sino que la transforma. Eso es lo que se llama la gracia de Dios.
Cristo da su gracia.
Cuarto paso, Cristo le da una nueva oportunidad a esta persona, le da un nuevo camino a esta
persona, para que esta persona pueda tener una nueva existencia.
Apreciemos la misericordia de Dios, seamos sinceros ante Dios. Seamos humildes y sinceros ante
Dios, y recibamos el regalo magnífico de su compasión, de su amor, de su misericordia.

Potrebbero piacerti anche