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En términos generales, me parece un texto bien elaborado y con un dominio del tema; sin
embargo, el texto es muy corto. Sugiero los siguientes puntos:
1. Clarificar algunos de los términos aquí referidos, sobre todo el término
barroquización y el uso de substantivo+el adjetivo barroco. Si bien es cierto que
esto significa un amplio campo de estudio, debe haber una delimitación puesto que
no explica cuál sería la diferencia entre algo barroco y algo que no lo es.
2. Falta la sección de subformas y sinónimos.
3. Creo que el referente semántico podría ampliarse y faltaría hacer una división más
clara entre los tres significados de silva que allí se mencionan.
4. Es un texto muy sintético que podría beneficiarse de que se amplifiquen algunos
puntos que se aluden brevemente.
1. Materialidad
1
CASO DE LAS QUE ESTÁN EN ESPAÑOL O EN OTROS CASOS TAMBIÉN? Los
autores de estos paratextos desempeñaban oficios de autoridad, por ejemplo, el escribano de
cámara, el corrector general por Su Majestad, el vicario de la villa de Madrid, o maestros de
latinidad del Colegio Imperial.
2. Referente semántico
3. Función social
2
los extractos comentarios acerca de vocabulario y gramática; iba dirigida a la educación de
los jóvenes. Teniendo a esta como antecedente, los miembros de la Compañía de Jesús
desarrollaron las suyas, con la intención de cumplir el programa educativo que marcaba la
Ratio Studiorum. Éstas ofrecían la selección de obras de determinados autores latinos e iban
dirigidas específicamente a los estudiantes de los colegios jesuíticos. Algunas incluían
comentarios sobre vocabulario, gramática y explicaciones sobre los géneros literarios.
Las silvas jesuíticas fueron parte del material didáctico (manuales y gramáticas,
diccionarios y léxicos) para cumplir el programa educativo que marcaba la Ratio
Studiorum, la cual pedía explicar, estudiar y recitar, en las prelecciones diarias, obras
específicas de determinados oradores, historiadores y poetas, “con tal que estén expurgados
de toda obscenidad (modo sint ab omni obscaenitate expurgati).”1
Reforzaban el estudio de la lengua latina, medio para acceder a las facultades
mayores que culminaban con el estudio de Teología, y promovía el cultivo de la memoria,
mismo que según la pedagogía jesuítica, posibilitaría el desarrollo posterior del ingenio del
alumno, uno de los objetivos primordiales de la enseñanza barroca de la Compañía.
Facilitaron el acceso a fragmentos de autores cuyos libros completos no podían
tener los estudiantes por falta de recursos económicos o por escasez de los textos originales.
Así, eliminaron la necesidad que tenían los alumnos de copiar o tomar dictados. Aunado a
esto, al ser selecciones y purga de autores y obras, cumplían con una función moral,
dirigiendo la atención de los lectores a determinados temas, y conformaban el canon
literario para estudiar en las escuelas, dando uniformidad a los textos, a las materias y al
método para impartirlas.
Se desarrollaron sobre todo en España, aunque el primer registro jesuítico que se
tiene, de 1588, se ubica en Portugal, en ese entonces gobernada por el rey hispano Felipe II.
La mayoría de estas silvas fue publicada en los siglos XVII y XVIII, por lo que se vieron
influidas por un fenómeno presente en las gramáticas jesuíticas latinas de esos siglos: el
recargamiento de preceptos, reglas, irregularidades, ejemplos, y oscuridad en las
explicaciones, denominado por algunos “barroquización”.
El Colegio Imperial de Madrid, debido a su pedagogía “barroca”, fue uno de los
principales usuarios de estas compilaciones, y algunos de sus profesores fueron los
principales editores de varias de ellas, por ejemplo, el Padre y Preceptor de Latinidad,
Bartolomé Alcázar, obtuvo el privilegio de impresión (refrendado de Antonio Zupide y
Aponte, Secretario del Rey) durante diez años, desde 1687, de una silva, de la cual, los
maestros de Latinidad en el mismo colegio, los Padres Manuel Fernández de la Quadra, y
Francisco Vergado, hicieron la censura en 1711.
La función educativa de estas silvas de facilitar el acceso a determinados autores
sirvió como argumento a sus detractores, principalmente los ilustrados Manuel Martí y
Gregorio Mayáns y Siscar, quienes en el siglo XVIII consideraron la fragmentación de las
obras como un terrible atentado contra la obra y espíritu de los autores grecolatinos. Éste
fue un factor determinante para el destierro del método ignaciano de la enseñanza de la
latinidad durante el periodo de la Ilustración.
A pesar de estas críticas, las silvas de la Compañía fueron utilizadas y reproducidas
por otras órdenes, como la Orden de Nuestra Señora de la Merced, que en 1741 consiguió
una licencia para reimprimir y vender una silva que incluía varios textos de Cicerón.
1
Ratio Studiorum, XVII, 388.
3
Las silvas editadas posteriormente a la expulsión de los jesuitas no incluyen ninguna
alusión ellos.
5. Frecuencia de publicación
4
Se tiene registro de que las silvas se publicaron desde finales del siglo XV hasta el XX.
La silva de contenido escolar apareció por primera vez en Lisboa, Portugal, en
1588. Sin embargo, su desarrollo se dio en España. Se comenzó a publicar, editada por la
Imprenta del Colegio Real de Madrid, en 1639, a partir de la orden que dio el visitador, el
Padre Fernando de Valdés, al Colegio Imperial de Madrid, de renovar los estudios de
latinidad en las escuelas de Gramática del Colegio Imperial, colegio más importante de la
Compañía en toda España, desde la segunda mitad del siglo XVII, hasta prácticamente la
segunda mitad del siglo XVIII.
Durante la segunda mitad del siglo XVII se incrementó su publicación, gracias en
parte a la labor compilatoria del Padre Alcázar, quien elaboró una silva prototípica para
estudios mayores de latinidad. El siglo XVIII vio un auge de reimpresiones, especialmente
de aquellas silvas dedicadas a obras de Cicerón, modelo de latinidad para los ignacianos. A
finales del siglo XVIII e inicios del XIX, la producción se redujo considerablemente, pues
esta forma discursiva jesuítica barroca iba en contra de los ideales de la Ilustración.
No hay registros que muestren silvas en otras lenguas que no sea la latina con los
textos preliminares en lengua española, a excepción de la de 1588 que los tiene en portugés,
pues como textos “barroquizantes” se desarrollaron en España, y se ubican por tanto como
un fenómeno específicamente español.
Después de la supresión de la Compañía, algunas silvas fueron expurgadas por
distintos auditores, como Enrico Cruz Herrera, y volvieron a imprimirse. Éstas no hacen
alusión a los jesuitas ni incluyen prólogo, aunque es probable que hayan tenido la misma
finalidad que las anteriores.