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Tras las huellas de san Pablo

Derechos de autor

Derechos de Autor

Puede imprimirse
P. Oliverio Mondragón Martínez, ssp.
Provincial de la Sociedad de San Pablo

Nada obsta
P. Víctor Ortega Covarrubias, ssp.
Censor eclesiástico
Sociedad de San Pablo

Portada: SAN PABLO


Pintura de Sor Ma. LourdesMorales , PDDM
D.R. Pías Discípulas del Divino Maestro

Diseño de portada: D. G. Víctor L. López Ramos

Todos los derechos de esta obra están protegidos. Se prohíbe su producción o


transmisión total o parcial, incluido el diseño tipográfico y de portada, sea cual fuere el
medio, electrónico o mecánico, incluido fotocopiado, grabación o cualquier otro medio
de almacenaje o base de datos, sin el previo permiso por escrito de Editorial Alba, S. A.
de C. V.

“ALSERVICIO DE LA VERDAD EN LA CARIDAD”


Paulinos, Provincia México.

Primera edición, 2008

D.R. © 2007, EDITORIAL ALBA S.A. DE C.V.


Calle Alba 1914, San Pedrito, Tlaquepaque, Jal.
www.sanpablo.com.mx

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Hecho en México
Made in Mexico

ISBN: 978-970-685-172-7

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PRESENTACIÓN
El papa Benedicto XVI proclamó el 28 de junio de 2007 en la Basílica de San Pablo
Extramuros, al sur de Roma, que del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009 se
celebre en toda la Iglesia el “Año Paulino”, es decir, un año dedicado a san Pablo, con
motivo de los dos mil años de la fecha de su nacimiento, que de acuerdo con los cálculos
de los historiadores, tuvo lugar entre los años 7 y 10 después de Cristo.
Pero, en pocas palabras, ¿quién es san Pablo? ¿Qué hizo de extraordinario para
merecer que la Iglesia le dedique un año a nivel mundial? ¿Por qué vale la pena
conocerlo?
San Pablo fue el más fuerte impulsor de la expansión del cristianismo en todo el
mundo, así como el primero en lanzarse a proclamar el mensaje de Cristo de forma
organizada y a constituir comunidades que imitaran y proclamaran su estilo de vida.
También fue el primero en poner por escrito el mensaje y la vida de Cristo y de sus
imitadores, y con ello, dio origen a la formación del Nuevo Testamento en la Biblia.
Los documentos más importantes que tenemos para conocer a san Pablo son sus
propias cartas escritas a las comunidades que fundó: la primera carta a los
Tesalonicenses, escrita hacia el año 51 d.C., dio inicio al Nuevo Testamento. Después
vinieron otras, entre las que se encuentran la primera y segunda carta a los Corintios, la
carta a los Romanos, la carta a los Gálatas, la carta a los Filipenses y la carta a Filemón.
Además, existen también otras cartas que se atribuyen a san Pablo, pero que se sabe que
fueron compuestas por alguno de sus discípulos más cercanos, recogiendo la doctrina de
san Pablo. Entre estas cartas se encuentran: la segunda carta a los Tesalonicenses, la
carta a los Colosenses, la carta a los Efesios, la carta a Tito y la primera y segunda carta
a Timoteo. De igual manera, también en el Nuevo Testamento, se encuentra el
testimonio que san Lucas recogió de san Pablo en el libro de los Hechos de los
Apóstoles.
El Año Paulino se celebrará con actos litúrgicos, culturales y ecuménicos, e iniciativas
pastorales y sociales inspiradas en san Pablo, que darán a conocer su persona y su obra
en todo el mundo, y de manera especial en Roma, donde murió martirizado.
Este pequeño libro quiere ser parte de esa celebración, con él pretendo hacer un
homenaje a su vida y obra, y ofrecerles a ustedes, amables lectores y lectoras, un
instrumento sencillo que les permita conocerlo para que lo imiten, vivan y le den un
sentido más profundo a la celebración del Año Paulino.
No se trata de una biografía, sino de un ensayo sencillo en el que busqué ordenar
cronológicamente la vida y misión de san Pablo, desde su nacimiento hasta su muerte,
confrontando los datos aportados por la Biblia, la historia, la literatura, la arqueología y
la tradición de la Iglesia.
Soy consciente de no haber agotado todos los testimonios que tenemos para conocer a
san Pablo, porque esto pretende sólo ser una introducción para conocer su persona.
Existen todavía un sinnúmero de escritos y tradiciones, de amigos y enemigos, que se
encuentran en libros antiguos o circulan de boca en boca en los lugares donde predicó y
que son tratados en libros más especializados.

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Uno de esos testimonios es el que dio de él el cínico Luciano de Samosata (125-180
d.C.), uno de sus más aguerridos enemigos, hacia el siglo II d.C.: San Pablo “interpretó y
explicó algunos libros y también compuso algunos. Lo reverenciaban como a un dios y
lo seguían como a un legislador; lo adoptaron como patrono, por debajo, ciertamente de
aquel otro al que todavía adoran: el hombre que fue crucificado en Palestina porque
había introducido este nuevo culto en el mundo” (cfr Sobre la muerte de Peregrino).

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Chapter 1Capítulo 1: Familia y orígenes judíos

Diego Velázquez
San Pablo, 1619 ca.
Barcelona, Museo de arte Cataluña.

Yo fui circuncidado a los ocho días, soy de la raza de Israel, de la tribu de Benjamín,
soy hebreo de los legítimos hebreos. Respecto a la Ley, era fariseo (cfr Flp 3, 5-6).

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Este es el testimonio que da el mismo san Pablo sobre su familia y sus orígenes judíos
en uno de sus primeros escritos, la carta a los Filipenses, escrita entre los años 56 y 60
d.C.
En esta carta, como en ninguna otra, se revela con toda su fuerza la persona de san
Pablo y su estrecha relación con una comunidad.
La carta a los Filipenses es un verdadero retrato escrito de san Pablo. La intimidad y
confianza que muestra en ella hacen ver que la comunidad de Filipos es la más amada de
san Pablo, al grado de considerarla su familia. Les escribe como se escribe una verdadera
carta, sólo por cariño, sólo por darse el gusto de escribir, de compartir las alegrías y las
tristezas. Se permite hasta llorar con ellos (Flp 3,18). Incluso, les concede lo que no le
permitió a ninguna otra comunidad: ayudarlo económicamente en su misión (Flp 4,10).
Quizá por lo anterior, san Pablo se atreve a hablar de lo que él mismo expresa que no
le gusta hablar, de su familia y de sus orígenes, porque algunos podrían interpretarlo
como una ventaja (Flp 3,7).

Fui circuncidado a los ocho días (cfr Flp 3,5)

San Pablo comienza hablando de su circuncisión porque para todo judío esto
constituye el elemento más importante de su vida.
La circuncisión es el signo que marca su pertenencia al pueblo de Dios (Gén 17, 11).
Es el símbolo de la alianza (Berit Milá) hecha entre Dios y Abraham (Gén 17,1-14; Gén
18, 4).
La circuncisión consiste en quitar el prepucio o la piel que rodea la extremidad del
pene del niño o hacer un pequeño corte en él de modo que se derrame aunque sea una
gota de sangre.
Los judíos adoptaron la circuncisión y le dieron un valor religioso, estableciendo que
se hiciera en el octavo día después del nacimiento del niño (Lv 12,3), tal como lo señala
san Pablo (Flp 3,5).

Significado del nombre de Pablo

Durante el rito de la circuncisión se le daba el nombre al niño, tal como se hace en el


bautismo de los cristianos. Con toda seguridad, fue en ese momento que san Pablo
recibió el nombre de Paulos, nombre con el que se presenta a sí mismo en sus cartas (Flp
1,1; Rm 1,1; 1 y 2 Cor 1,1; Gál 1,1; 1Tes 1,1; Flm 1,1).
Paulos es un nombre grecorromano. Procede del latín paullus, que significa
“pequeño”. De esta misma raíz proviene la palabra “paulatino”, que significa “despacio”
o “poco a poco”. Para algunos, este nombre latinizado puede ser una transliteración del
nombre judío Saulos o Saúl. Otros aseguran que se trata de un sobrenombre originado
por su pertenencia a la tribu de Benjamín, el hijo más pequeño de Jacob (Gén 43,5.15), o

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a la estatura (baja) del mismo san Pablo.
Si nos guiamos por el testimonio de san Lucas, que utiliza indistintamente el nombre
de Paulos (Hch 13, 9) o Saulos (Hch 9,4.17; 22,7.13; 26,14) podemos concluir que se
trata de una transliteración del nombre judío al grecorromano.
El nombre de Saulos proviene de la palabra hebrea Shaul que significa “pedido” o
“deseado”. De ahí se deriva el nombre de Saúl, primer rey de Israel (1Sam 10,1),
perteneciente también a la tribu de Benjamín (1Sam 10,20; Flp 3,5). Estos dos nombres,
con los que es conocido san Pablo, dejan ver su identidad étnica y religiosa; son un signo
de su origen en la diáspora judía (fuera de Palestina) y de su doble pertenencia cultural.

Soy de la raza de Israel


(cfr Flp 3,5; Rm 11,1; 2Cor 11,22)

El énfasis que san Pablo pone en su pertenencia a la raza de Israel hace que se le
relacione inmediatamente con un territorio bien identificado de donde proceden sus
padres. Esto se corrobora con el testimonio de san Jerónimo, el primer traductor de la
Biblia al latín.
El nombre de Israel procede del hijo de Isaac, llamado Jacob (Gén 25,25; 46,1). El
cambio de nombre responde a un designio divino después de luchar contra el mismo
Dios (Gén 32,28; 35,10). Sobre el significado de Israel, la razón que da la misma Biblia
es: “él luchó con Dios”.
Israel o Jacob tuvo doce hijos que conformaron doce tribus, cuyos descendientes
tomaron su nombre (Gén 33,20; 47,27; Éx 1,9; 12,15; Dt 33,10; Lv 24,10; Jos 9,6; Jue
5,2; 1Sam 7,2; 2Sam 8,15; 2Re 21,8; Is 1,3; Jer 10,1; 2Crón 12,1).
A partir de la división del reino davídico, Israel pasó a ser también el nombre con que
se designó al reino del Norte, probablemente porque dentro de él quedaron la mayoría de
las tribus (1Re 4,20; 12, 16-33; 2Re 1,1; Is 46,3; Jer 2,4; Am 3,1) que constituyeron toda
una nación.
Después del exilio, el gentilicio israelita se hizo extensivo a los habitantes de ambos
reinos. Israel pasó a significar el nombre de una nación y de un territorio, de ahí la
expresión de san Pablo.

Los parientes de san Pablo

San Jerónimo afirma que san Pablo descendía de una familia judía originaria de Israel,
de la región de Galilea, de una ciudad llamada Gischala cercana a Nazaret, la cual
emigró a Tarso en el siglo I a.C. (Jerónimo, Com. Philem, 23-24).
Aparte de sus padres, san Pablo tenía también una hermana y un sobrino con los que
se encuentra en una ocasión en Jerusalén (Hch 23,16).

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Soy de la tribu de Benjamín (cfr Flp 3,5; Rm 11,1)

La manera en que san Pablo se presenta recoge la forma en que todo judío debería
presentarse ante los hombres y ante Dios: “Un arameo (Abraham) que estaba por perecer
fue mi padre” (Dt 26,5). Esto es con el propósito de reconocer su identidad personal y
estrechar lazos con los antepasados.
Con el reconocimiento de sus antepasados, san Pablo asume todos los derechos y
obligaciones como judío, tal y como hacían y siguen haciéndolo los judíos en la
ceremonia del Bar Mitzvá. Este rito se hace como signo de haber alcanzado la mayoría
de edad (13 años los niños, 12 las niñas) y la parte más importante consiste en reconocer
en voz alta los propios orígenes familiares tal como los hace san Pablo: Soy “de la tribu
de Benjamín” (cfr Flp 3,5). Sería lo equivalente al sacramento de la Confirmación en la
Iglesia católica.
Al indicar su pertenencia a la tribu de Benjamín, san Pablo no sólo pretende reconocer
a sus antepasados, sino también señalar su plena pertenencia al pueblo elegido por Dios,
al más genuino que no sufrió ninguna contaminación (Esd 9,1-10, 44; 1Crón 1-9).
Benjamín fue el hijo más pequeño de Israel o Jacob (Gén 42,20). Benjamín dio origen
a una de las tribus (Neh 11,4.7.31) que conquistó el sur de la tierra prometida (Jue 1,1-
21) junto con la tribu de Judá, a la cual estuvo unida durante y después del reinado del
rey David (1Re 12).
Considerando que el nombre de Judá sobresalió a partir del reino de David (Jer 23,6),
se puede deducir, que la referencia que san Pablo hace a la tribu de Benjamín, apunta al
reino de Judá y su pertenencia al reino de David. Es decir, a la entidad política sometida
por los romanos. Esto concuerda con las inscripciones y escritos de la época, que señalan
que los romanos identificaron a la región donde estuvo el reino de David con el nombre
de Judaea Capta (Judá sometida).
El nombre de Judea procede de Judá, uno de los 12 hijos de Jacob (Gén 29,35). Sus
descendientes tomaron su nombre como tribu de Judá (Éx 35,30). Sobre su significado,
la razón que da la misma Biblia es: “ahora alabaré al Señor” (Gén 29,35). Judá conquistó
el Sur de la tierra prometida junto con la tribu de Benjamín (Jue 1,1-21).
El nombre de Judá pasó a ser el nombre del reino del Sur (1Re 12). Su territorio
comprendió principalmente la zona montañosa y el desierto que se ubica al sur de
Palestina (Jos 11,21; 20,7; 21,11; 2Crón 27,4). Con el tiempo, a todos los habitantes
oriundos de esta región se les dio el nombre de judíos (2Re 25,25; 1Crón 4,18). Durante
el exilio, el nombre se hizo extensivo como gentilicio para designar también a los
habitantes del reino del Norte y del Sur (Neh 2,16; 3,3) y la lengua que hablaban en este
territorio (Neh 13,24).

Soy hebreo de los legítimos hebreos


(cfr Flp 3,5; 1Cor 11,22)

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San Pablo no sólo se remonta a su nación (Israel), ni a su tribu (Benjamín), sino que se
va a los mismísimos orígenes de las tribus. Se remonta a Abraham. La palabra hebreo
significa “vagar” o “atravesar”. En la antigüedad se aplicaba a las tribus errantes o
nómadas.
Cualquier persona que vagara de país en país sin pertenecer realmente a uno propio, y
que atravesara las fronteras de otros, era un hebreo. Este es el caso del patriarca
Abraham, procedente de Ur de Caldea en Mesopotamia. Por lo tanto, Abraham era un
hebreo genuino (cfr Gén 12-14; Dt 26,5) con el cual Dios estableció una alianza (Gén
15-17) en la que le prometió una descendencia y una tierra.
Cuando san Pablo se remonta a Abraham, no sólo recuerda la alianza con Dios, sino
también se considera heredero de todas sus promesas.

Respecto a la Ley, era fariseo (cfr Flp 3,5-6)

Aunque lo más importante para los judíos era el ser parte del pueblo, existían también
grupos que se distinguían por la forma de interpretar y practicar los mandatos dados por
Dios al pueblo de Israel a través de Moisés (Dt 6, 1-9).
En el tiempo de san Pablo, el grupo más influyente y mayoritario era el de los fariseos.
La palabra fariseo tiene su origen en la palabra hebrea parash que significa “separar” o
“dividir”, porque ellos con su disciplina buscaban distinguirse de la gente común. Se
consideraban los custodios de la Ley, autorizados para interpretarla, practicarla y hacer
que se cumpliera. Llegaban al extremo de infringir castigos muy severos a los individuos
que violaban la Ley. San Pablo mismo señala: “en cinco ocasiones me dieron los judíos
cuarenta azotes menos uno; tres veces me dieron de varazos, una vez me apedrearon”
(2Cor 11,24-25).
Los fariseos tuvieron su origen en Babilonia, durante la segunda cautividad de los
judíos (586-536 a.C.).
A los fariseos se debe, en gran medida, la sobrevivencia del judaísmo, no obstante la
destrucción de la nación de Israel, el Templo y la dispersión de los judíos por todos los
países (Diáspora). Los fariseos lograron organizar y sistematizar gran parte de la doctrina
e instituciones judías que sobrevivieron en el exilio y existen hasta el día de hoy. Entre
otras cosas, instituyeron sinagogas y escuelas en sustitución del Templo, y propiciaron el
surgimiento de los escribas, maestros o doctores de la Ley, en sustitución del Sumo
Sacerdote.
A los fariseos se deben los grandes comentarios del Antiguo Testamento denominados
el “Talmud”. El historiador judío Flavio Josefo los describe como “un grupo culto que
goza de gran fama para interpretar las leyes; constituye la secta judía más importante.
Atribuyen todo al destino y a Dios; consideran que el actuar bien o mal depende en su
mayor parte de los hombres, pero que en todo tiene también parte el destino; creen que el
alma es inmortal, pero sólo la de los buenos pasa a otro cuerpo, mientras que la de los

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malos es castigada con penas que no tienen fin” (Flavio Josefo, Bell. Jud., 2, 8, 14/162-
163).
Cuando san Pablo afirma ser parte de la secta de los fariseos, lo hace con plena
conciencia de lo que esto significaba, es decir, que creció dentro del sistema religioso
establecido por ellos con todas sus instituciones, frecuentó las sinagogas, asistió a sus
escuelas y fue educado por ellos (cfr Flp 3,5; Hch 23,6; 26,4-5).

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Chapter 2
Capítulo 2: FORMACIÓN JUDÍA Y
GRECORROMANA EN TARSO Y EN JERUSALÉN

Renato Guttuso,
Conversión de Saulo, 1977.
Vaticano, Colección de Arte Moderno.

Soy judío, natural de Tarso de Cilicia, educado en esta ciudad a los pies de Gamaliel,
formado estrictamente en la Ley de nuestros padres… (Hch 22,3). Yo soy ciudadano
romano por nacimiento… (Hch 22,3).

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Este es el testimonio de san Lucas sobre la familia de san Pablo y sus orígenes
grecorromanos en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Aunque coincide en gran
parte con la “autobiografía de san Pablo” en sus cartas, conviene identificar los nuevos
elementos que aporta a su familia y orígenes para entender mejor su personalidad.

Soy judío, natural de Tarso de Cilicia (Hch 22,3)

En sus cartas, san Pablo nunca menciona su lugar de origen. Sin embargo, la
afirmación que hace san Lucas de que su lugar de procedencia es Tarso de Cilicia, no
entra en contradicción con lo mencionado por san Pablo en sus cartas, sino que viene a
revelar nuevos elementos que permiten comprender mejor su personalidad.
La primera vez que se habla de Tarso en la Biblia es en el segundo Libro de los
Macabeos, al relatar la rebelión de los tarsos contra Antíoco IV Epífanes (2Mac 4,30) en
el año 171 a.C. En el Nuevo Testamento aparece por primera vez cuando Dios ordena a
Ananías que vaya a buscar a un hombre natural de Tarso que se llama Saulo y que se
encuentra en Damasco en la casa de un tal Judas (Hch 9,11).
Los orígenes de la ciudad de Tarso se remontan al periodo neolítico (VII-II milenio
a.C.). En el año 67 a.C. fue conquistada por el Imperio romano a través de Pompeyo, que
le dio el nombre de Juliopolis en honor del César, y la convirtió en la capital de la
provincia romana de Cilicia, sede del gobernador, uno de los centros más ricos y
comerciales entre Asia Menor, Siria y Egipto, concediéndole los privilegios de una
ciudad libre. Varios escritores de la época la reconocen por su excelente fabricación de
telas como el lino, la lana y el cilicio (tejido tosco y resistente, hecho a base de pelo de
cabra) que daba una excelente protección contra el frío y la humedad. Precisamente por
la fama del cilicio se dice que se le dio a toda la región el nombre de Cilicia. Tarso era
además un centro cultural muy importante, a la altura de Atenas y Alejandría. De esta
ciudad provienen los filósofos epicúreos Lisias y Diógenes. En el siglo VII d.C. la
ciudad cayó en poder de los musulmanes y a ellos pertenece hasta el día de hoy.
Se comprende cómo sólo en Tarso san Pablo pudo recibir de sus padres una formación
a la que no tenían acceso los hijos de los judíos de Palestina. Sólo en una ciudad como
Tarso con sus circunstancias sociales, políticas y religiosas, san Pablo pudo vivir y
adquirir una mentalidad abierta y universal que fue fundamental en su futura actividad
misionera dentro del cristianismo, para dar el más fuerte impulso a la expansión del
cristianismo.
San Pablo es considerado el fundador de la comunidad cristiana de Tarso. Otras
noticias que datan del siglo III d.C. reportan que Helenus era obispo de Tarso. Este
obispo viajó en diversas ocasiones a Antioquía para tratar el asunto de la herejía de
Pablo de Samosata (Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl., VI, 96; VII, 5). La sede de Tarso
fue importante en la Iglesia primitiva porque los obispos aparecen en la lista de los
participantes a distintos concilios de la Iglesia: Lupos estuvo presente en el Concilio de

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Ancira (314 d.C.); Teodoro, en el Concilio de Nicea (325 d.C.); Heladio, en el Concilio
de Éfeso (433 d.C.). Su rastro desaparece en el siglo V d.C. con el obispo Diodoro,
acusado de hereje y de ser uno de los fundadores del Nestorianismo. La sede de Tarso es
reconocida todavía por la Iglesia ortodoxa griega como parte del Patriarcado de
Antioquía y por la Iglesia Armenia que se encuentran todavía presentes en el lugar. Entre
los mártires reconocidos por la Iglesia de Tarso se encuentran santa Pelagia, san
Bonifacio, san Marino, san Diómedo, san Ciricus y santa Julita. De la gloria pasada de
Tarso quedan pocos restos. El más notable es el llamado Pozo de san Pablo, llamado así
por encontrarse en el barrio judío de la ciudad y a donde san Pablo pudo haber acudido
por agua. Otro lugar importante es la Iglesia armenia de san Pedro que en el siglo XV
fue transformada en mezquita.
La ciudad de Tarso cuenta actualmente con 280 mil habitantes. Es el centro
administrativo y comercial más importante de toda la región. Sus principales actividades
son la agricultura, ganadería y la producción de telas. Se encuentra al sureste de Turquía,
a orillas del río Génido que es usado para la navegación como vía de comunicación
entre Tarso y el puerto Rhegma que se encuentra a 20 kilómetros en el mar
Mediterráneo. A 50 kilómetros al norte de Tarso se encuentra la cordillera del Tauro,
llamada las Puertas de Cilicia, por donde pasa la ruta principal que comunica a Siria con
Asia Menor.

Educado en esta ciudad a los pies de Gamaliel (Hch 22,3)

La escuela de Gamaliel en la que Pablo afirma haber sido educado (Hch 22,3) se
encontraba en Jerusalén y era reconocida por todos los judíos. Gamaliel era uno de los
más grandes maestros judíos del siglo I d.C. San Lucas presenta a Gamaliel como un
maestro fariseo moderado en una reunión del sanedrín, a donde lo han llamado para
decidir sobre el caso de los apóstoles arrestados por anunciar al pueblo de Jerusalén que
Jesús es el Mesías. Gamaliel propone no oponerse directamente al nuevo movimiento
mesiánico, sino dejar que sea la historia la que juzgue, no sea que, si tiene origen divino,
se esté luchando contra Dios (Hch 5,34-39). Aunque san Pablo no habla nada de
Gamaliel, a alguna escuela judía debió haber pertenecido, y la que más se acomoda a su
pensamiento es la de Gamaliel.

Yo soy ciudadano romano por nacimiento (Hch 22,3)

Pablo nunca habla directamente en sus cartas de su condición de ser ciudadano


romano o ciudadano de Tarso, pero muchas expresiones a favor de las instituciones
romanas (Rm 13,1-7) o situaciones de su vida al salvarse de la muerte, no se pueden
entender si no hubiera gozado de esa condición social y civil (cfr 1Cor 4,9; 15,31-32;
2Cor 1,9; Flp 1,20; 2,17). San Lucas es el único que en los Hechos de los Apóstoles

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presenta su ciudadanía como una ventaja para que la predicación del Evangelio pueda
llegar hasta Roma (Hch 25,12).
Se podía ser ciudadano romano por diversos motivos: a) por ser habitante de una
ciudad o provincia que colaboró para que el imperio se mantuviera en tiempos de guerra;
b) por ser parte de una familia que prestaba buenos servicios al imperio; c) por el pago
de una fuerte suma de dinero al imperio (Hch 22,28).
De acuerdo con el testimonio de san Lucas, fueron sus padres los que le heredaron la
ciudadanía romana a san Pablo. Estos la pudieron haber conseguido a través del
emperador Marco Antonio, quien la otorgó a la ciudad por la ayuda que le habían
prestado sus habitantes en su lucha contra Bruto y Casio a la muerte de Julio César (40-
30 a.C.). Para demostrar la ciudadanía, como certificado de registro o acta de
nacimiento, se utilizaba un díptico de madera que debía ser mostrado a las autoridades
por todos los miembros de la familia cuando se les requiriera.
El ciudadano romano tenía sus privilegios: a) podía transitar libremente por todo el
imperio; b) estaba libre de todo los castigos humillantes y deshonrosos como la
flagelación o crucifixión (Hch 16,36-39); c) tenía el derecho de apelar al emperador
cuando no estuviera de acuerdo con alguna sentencia de un juzgado menor o de otro
juzgado distinto al romano (Hch 22,25-29; 25,11-12).
Aparte de la ciudadanía romana, su familia también le heredó un fuerte sentido de
identidad que le permitió estar en constante diálogo y confrontación con un mundo
distinto. Le heredó un oficio que le permitió superar todas las dificultades económicas.
La fabricación de telas y lonas para tiendas de acampar y para las velas de los barcos
tenían una gran demanda entre los comerciantes, navegantes y los ejércitos del imperio.
Y como emigrantes de la Diáspora, sus padres también le facilitaron el aprendizaje del
griego (Hch 21,37) y el latín, del hebreo (Hch 22,2) y del arameo, y el conocimiento de
la cultura griega que era la más dominante en aquel tiempo.

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Chapter 3
Capítulo 3: LA REVELACIÓN DEL SEÑOR CAMINO
A DAMASCO

Masaccio,
San Pablo, 1426.
Pisa, Museo de San Mateo

Saulo hacía males a la Iglesia, metiéndose por las casas, arrastrando de ahí hombres
y mujeres, y echándoles a la cárcel… Respirando continuamente amenazas y muerte
contra los discípulos del Señor, fue a ver al gran sacerdote, y le pidió cartas para las

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sinagogas de Damasco, para traer amarrados a Jerusalén a todos los hombres y
mujeres pertenecientes a esa secta que encontrase en aquella ciudad. Partió, pues; pero
al acercarse a Damasco, repentinamente brilló como relámpago una luz del cielo, la
cual lo envolvió todo, y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: “Saulo, ¿por qué me
persigues?”. Él preguntó: “¿quién eres Señor?”. La voz le contestó: “Yo soy Jesús, a
quien tú persigues. Cosa dura es para ti el tirar patadas contra el aguijón”. Temblando
y estupefacto le preguntó: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. El Señor le contestó:
“Levántate, entra en la ciudad, y ahí se te dirá lo que tienes que hacer”. Sus
compañeros de camino se habían parado, mudos de asombro: oían la voz pero no veían
a nadie. Se levantó, pues, Saulo del suelo, y aunque tenía abiertos los ojos no veía nada.
Llevándolo, pues, de la mano, lo condujeron hasta dentro de Damasco, donde pasó tres
días sin ver, y sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, al cual dijo el Señor en una visión:
“Ananías”. Él le respondió: “Señor, aquí estoy”. El Señor le dijo: “Levántate y anda a
esa que llaman la calle Derecha, y busca ahí en casa de Judas a un hombre natural de
Tarso, que se llama Saulo, el cual está en oración”… .Ananías le respondió: “Señor, he
oído decir a muchos, cuántos males ha hecho ese hombre a tus santos en Jerusalén.
Además, trae autoridad que le dieron los príncipes de los sacerdotes, para encadenar
aquí a todos lo que invocan tu Nombre”. Pero el Señor le dijo: “Anda, porque ese
hombre es el instrumento que he escogido para que lleve mi nombre a las naciones, a
los reyes, y a los hijos de Israel. Yo le enseñaré cuántas cosas tiene que padecer por mi
Nombre”. Fue, pues Ananías, entró en aquella casa, e imponiendo sus manos a Saulo le
dijo: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, ése que se te apareció en el camino por donde
venías, me ha mandado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo”.
En el acto se le cayeron de los ojos unas cosas como escamas, recobró la vista, se
levantó, fue bautizado, comió y recobró las fuerzas.
Saulo estuvo algunos días en Damasco en compañía de los discípulos, comenzando a
predicar a Jesús en las sinagogas, afirmando: “Ese es el Hijo de Dios”. Todos los que
lo oían se asombraban, y se preguntaban los unos a los otros: ¿Qué, no es ése el que en
Jerusalén perseguía a los que invocan ese Nombre? ¿Qué, no había venido aquí a
llevárselos cargados de cadenas para entregarlos a los príncipes de los sacerdotes?”.
Pero Saulo cobraba más vigor y confundía a los judíos residentes en Damasco,
probándoles que Jesús es el Cristo. Así pasaron bastantes días hasta que los judíos
hicieron un complot para matarlo; pero Saulo supo sus intentos. Ellos guardaban día y
noche las puertas de la ciudad para matarlo; pero los discípulos lo sacaron una noche
por el muro y lo bajaron por ahí descolgándolo en un canasto.
(Hch 9,1-19; 22,4-21; 26,9-18; Gál 1,11-17; 1Cor 9,1; 15,5-11; 2Cor 4,6; Flp 3,7-14).

Ese relato es conocido popularmente como “la conversión de san Pablo” y se recuerda
el 25 de enero. San Lucas lo presenta en su obra para demostrar de qué manera la misión
de la Iglesia, encomendada por Jesús a los apóstoles, va a seguir adelante: “Ese hombre
es el instrumento que he escogido para que lleve mi nombre a las naciones” (Hch 9,15;

17
cfr Hch 1,8; Lc 24,47; Mc 16,9; Mt 28,19).
San Pablo mismo nunca habla de haber sufrido alguna conversión. San Pablo habla,
más bien, de la revelación de Cristo que tuvo como objeto encomendarle una misión:
“Por su gracia me llamó para revelarme a su Hijo, para que lo anunciara entre los
gentiles” (Gál 1,15-16). Y después de este suceso, san Pablo empieza a predicar en las
sinagogas que “Jesús era el Hijo de Dios” (Hch 9,20).

La ruta de Damasco

Damasco está a 205 kilómetros de Jerusalén. El tiempo que duraba el viaje en tiempos
de Pablo dependía del camino que siguieran, pero el promedio era de ocho días.
Las caravanas partían normalmente de la hoy conocida como puerta de Damasco en
Jerusalén. Ni san Pablo ni Lucas se detienen a dar indicaciones del trayecto, pero
suponemos que siguió una de las siguientes rutas: a) De Jerusalén a Samaria, de Samaria
a Escitópolis, de Escitópolis a Tiberiades, de Tiberiades a Cafarnaúm y de Cafarnaúm a
Damasco; b) de Jerusalén a Jericó, de Jericó a Escitópolis, de Escitópolis a Hippos y de
Hippos a Damasco.
La ciudad de Damasco

La ciudad de Damasco se encuentra en la Biblia desde tiempos de Abraham (Gén


14,15; 15,2). Constantemente aparece en conflictos con el pueblo de Israel (1Re 11,24;
2Re 8; 18,5), y hasta en algunos momentos los profetas de Israel como Elías y Eliseo
parecen apoyar al rey de Damasco (1Re 19,17; 2Re 8,28; 10,32; 13,3). Cuando los
cristianos llegaron vivían en la ciudad más de 50 mil judíos.
Damasco es una de las más antiguas ciudades del mundo, cuya posición estratégica la
ha hecho protagonista de buena parte de la historia de la humanidad. Su nombre mítico
viene de la palabra pre-semítica Dimashka que significa “tierra regada”, debido al gran
número de bosques, manantiales y el río Barada o Abana (2Re 5,12).
Desde hace más de 5 mil años, Damasco ha estado habitada y ha sido una ciudad
relevante a lo largo de los siglos. Aparece en los registros de los muros del templo de
Karnak, en Egipto, como una de las ciudades importantes que fueron conquistadas por el
Faraón Tutmosis III (1600 a.C.). Fue conquistada por los asirios (732 a.C.), babilonios
(700 a.C.), persas (600 a.C.) y griegos (330-323 a.C.).
En el año 64 a.C., Pompeyo convirtió la ciudad de Damasco en parte de la Provincia
Romana de Siria, dentro de la federación de 10 ciudades (Decápolis) que se encontraban
al Este del Lago de Tiberiades, en Palestina. A partir de entonces, la ciudad y sus
habitantes recibieron una profunda influencia de la cultura griega y romana que se puede
percibir hasta el día de hoy.
En el 635 d.C., Damasco fue conquistada por los árabes y en el 660 d.C. pasó a ser la
capital del Imperio árabe. Bajo el poder de Saladino (1138-1193 d.C.) y sus sucesores,
se convirtió en el centro comercial, industrial y científico más importante de Siria. Los

18
cruzados sitiaron a Damasco en varias ocasiones (1126, 1148 y 1177 d.C.) pero no
lograron conquistarla.
Damasco, hoy capital de Siria, tiene más de dos millones de habitantes. Su nombre en
árabe Dimisk es-Sham significa “el ojo o la perla del Este”. Es la cuarta ciudad sagrada
del Islam después de La Meca, Medina y Jerusalén. La ciudad antigua está dividida en
los barrios árabe, cristiano y judío; la ciudad moderna, como cualquier otra ciudad del
mundo, tiene edificios numerosos y amplias avenidas. Cuenta con una universidad, un
considerable número de museos, 25 mercados y más de 248 mezquitas. Su población se
dedica principalmente al comercio, a la industria textil y metalúrgica, a la ganadería y
agricultura.

La fundación de la primera comunidad cristiana


fuera de Palestina

La primera comunidad cristiana fuera de Palestina se formó en Damasco


inmediatamente después de la muerte de Cristo. Estaba compuesta por cristianos que
huyeron de la persecución desatada en Jerusalén y por judíos que se convirtieron al
cristianismo.
Los cristianos de Damasco se consideran herederos directos de los apóstoles y de la
comunidad primitiva de Jerusalén, presentes en Damasco desde mucho antes de la
llegada de san Pablo, dando testimonio de su fe públicamente en sus templos a pesar de
estar bajo el dominio de imperios poco tolerantes. En la historia de la Iglesia aparece
como la Sede Segunda Fenicia o Libanensis. San Sofronio, Patriarca de Jerusalén (634-
638 d.C.) y san Juan Damasceno (749 d.C.) eran originarios de esa ciudad.
Actualmente hay casi un millón de cristianos en Damasco que pertenecen a la Iglesia
católica-latina, la greco-ortodoxa, la armenia, la maronita, la rusa-ortodoxa, la siro-
ortodoxa y la melquita con sus respectivos templos, obispos y sacerdotes. Algunas
iglesias protestantes como la Anglicana, Luterana y Bautista se encuentran también
presentes en la ciudad. Existen igualmente muchas casas de retiro, orfelinatos y escuelas
de congregaciones religiosas: los jesuitas desarrollan su trabajo pastoral instalados en la
que ha sido identificada como la casa de san Juan Damasceno; los franciscanos tiene a su
cargo la parroquia de la Iglesia latina, la casa de Ananías, el Memorial de san Pablo y un
colegio para muchachos. También están presentes las Hermanas de la Caridad, de la
madre Teresa de Calcuta.
En la parte antigua de la ciudad se encuentra la calle Recta (decumanus) que se
menciona en Hechos de los Apóstoles (Hch 9,11), en la cual se encontraba la casa de
Judas, donde se alojó san Pablo. Se le conoce como la calle Darb-al-Mustaqim o Suq-et-
Tawileh (bazar largo) porque ahí hay un mercado de especias, perfumes, seda y cuero
que sigue la línea de esa misma calle; el trazo se conserva probablemente tal como era
hace dos mil años. Cruza perpendicularmente en sentido Este-Oeste. Se extiende a lo
largo de casi 2 kilómetros, bordeada por una columnata doble, de la que aún se

19
conservan restos dispersos y se le puede recorrer en menos de 30 minutos.
La Iglesia de san Ananías es la prueba más auténtica de la presencia de Pablo en
Damasco. Se encuentra al norte de la calle Recta, entre el primer arco romano y la calle
Bab-Sharki (puerta este) en el barrio cristiano. Es una habitación que forma parte del
convento de los franciscanos y que se encuentra en una cripta excavada en la roca con
bancas y un altar, a la cual se llega bajando una escalera que desciende unos cuatro o
cinco metros. Todavía hay indicios del templo pagano que construyó sobre ella el
emperador Adriano (117-138 d.C.), de la basílica bizantina construida por los cristianos
y de una mezquita musulmana. Esta sucesión de edificios religiosos construidos en un
mismo lugar por distintas confesiones es el signo más auténtico de la veracidad de una
tradición.
A 450 metros de la puerta oeste (Madhal Pasha) de la calle derecha, está una
mezquita con un minarete en forma de púlpito, donde la tradición cristiana afirma que
había una Iglesia que fue construida sobre la casa de Judas, donde san Pablo estuvo tres
días sin comer ni beber, y fue bautizado por Ananías (Hch 9,9.18).
San Ananías fue el primer obispo de Damasco y formó parte de los 72 discípulos
enviados por Jesús (Lc 10,1). Pertenecía a una rama del grupo de aquellos que se
separaron del Templo de Jerusalén, relacionados con los esenios de la comunidad de
Qumrán. Esto se infiere del texto: “Un cierto Ananías, hombre piadoso y observante de
la Ley, del cual dan buen testimonio todos los judíos residentes en Damasco” (Hch
22,12), y de lo que se relata en dos manuscritos incompletos de la Sinagoga de la ciudad
antigua del Cairo encontrados a finales del siglo XIX: “un grupo de judíos piadosos
salieron de la tierra de Judá y residían en Damasco, donde celebraron un nuevo pacto”.
No fue sino hasta 1947, cuando se descubrieron los rollos de Qumrán, que se pensó
que tanto el grupo de Damasco como el grupo de Qumrán debieron de estar
relacionados. Los que celebraron ese nuevo pacto creyeron estar cumpliendo la profecía:
“Os deportaré más allá de Damasco, dice el Señor” (Am 5,26). El exilio de estas
personas fue porque estuvieron en desacuerdo con el régimen que en esos días
gobernaba Judea. Tenían una clara idea de cómo se desarrollarían los acontecimientos al
final. De ahí la tradición de que Damasco sea la ciudad en la que se enfrenten “los hijos
de la luz” contra los “hijos de las tinieblas” (1Tes 5,56), y donde Jesús descenderá en su
segunda venida para destruir al Anticristo (2Tes 2,8). Ananías murió apedreado cerca de
su casa por órdenes del Gobernador romano Licianus Mucianus (69 d.C.).

El memorial de san Pablo

Cerca de Bab-Sharki (puerta este), a donde llega la calle Recta, dentro de la torre de la
muralla, se encuentra la capilla que conmemora la huida de Pablo de Damasco para
escapar del rey Aretas IV (9 a.C.-40 d.C.), rey de los nabateos (Hch 9,25; 2Cor 11,32-
33). El valor de esta capilla es solamente devocional, ya que está en el perímetro de una
muralla construida en el siglo XIII d.C. La reconstrucción, sin embargo, permite
imaginar cómo pudo haber sido la fuga de san Pablo, descolgado con unas cuerdas

20
dentro de un canasto que servía para subir alimentos y materiales de construcción. Este
mismo sistema se emplea en el monasterio de Santa Catalina en el Sinaí y en Meteora en
Grecia (cfr Jos 2,15).
A 800 metros al Este se encuentra una gruta que la tradición identifica como el lugar
de la Conversión de san Pablo, donde se cree que también durmió cuando escapó de la
ciudad. En este lugar se realizó, del 4 al 6 de enero de 1964, el encuentro del papa Paulo
VI con el patriarca Atenágoras de Constantinopla, después de 9 siglos de mutua
excomunión. Para conmemorar este encuentro se decidió construir allí el Santuario
dedicado a san Pablo, que fue bendecido en 1971. El papa Juan Pablo II visitó este lugar
el 7 de mayo de 2001.

21
Chapter 4
Capítulo 4: PRESENCIA DE SAN PABLO EN
JERUSALÉN

Autor anónimo de escuela alemana,


San Pablo, siglo XVI. ca.
Castillo de Villandry, Colección de Arte.

Tres años después subí a Jerusalén para entrevistar a Cefas, y estuve quince días con
él. De los demás apóstoles sólo vi a Santiago, el hermano del Señor. En lo que os voy
escribiendo, os aseguro en la presencia de Dios que no miento. Después partí a las

22
regiones de Siria y Cilicia. Era yo personalmente desconocido por las Iglesias de Cristo
en Judea. Solamente oían decir: ‘Aquel que antes nos perseguía, anuncia ahora la
Buena Nueva de la fe que combatía’, y con motivo mío glorificaban a Dios (Gál 1,19-
24).

La primera comunidad cristiana de Jerusalén estaba formada por fieles judíos y


sacerdotes que habitaban la ciudad (Hch 2,41; 4,4; 6,7; 21,20), por los apóstoles y otros
discípulos y mujeres que andaban con Jesús (Hch 1,12-14) y por judeocristianos
helenistas que hablaban griego (Hch 8,17).
Aunque los apóstoles recibieron la orden de anunciar el Evangelio a todas las naciones
(Mt 28,19), se dirigieron primero a los judíos y a los convertidos al judaísmo,
continuaron observando las costumbres y normas de los judíos (Hch 10,14.28; 11,3) y
asistiendo al Templo de Jerusalén (Hch 2,46; 3,1; 21,20-26), de modo que parecían una
simple secta judía.
En el Nuevo Testamento no hay ley que obligue a los cristianos a desplazarse a
Jerusalén como en el Antiguo Testamento (Éx 23,17). Sin embargo, los cristianos lo
hicieron desde los primeros años porque ahí se dieron los acontecimientos más
importantes de nuestra redención, y porque ahí vivían todavía muchos creyentes que
fueron testigos de ellos; pero sobre todo lo hicieron como san Pablo, para confirmar su fe
ante los problemas que enfrentaban, así como para reafirmar su comunión con la
comunidad de Jerusalén, que consideraban la Iglesia-madre, donde nació la Iglesia
universal y donde se dio el primer empuje misionero.
A lo largo de los siglos, muchos cristianos se han ido a vivir a ella y han construido
lugares de culto para alabar al Señor en los lugares que hacen memoria de la existencia
terrena de Jesús.

Ciudad santa de los judíos

Jerusalén es una ciudad muy antigua; ya en tiempos de Abraham, hacia el 1800 a.C.,
se le menciona como gobernada por ese rey sin origen ni final que ha venido a ser “tipo”
o figura de Cristo Sacerdote, Melquisedec, el rey sacerdote que ofrecía al Dios verdadero
sacrificios de pan y vino (Gén 14). En ese tiempo se llamaba Salem, que significa paz;
Jerusalén es la ciudad de la paz. Los egipcios y los babilonios la conocen como Ursalem
y de allí viene Jerusalem.
Hacia el 1020 a.C. el rey David, antepasado de Jesús, captura la ciudad de Jerusalén y
la hace capital del reino de las doce tribus que él ha logrado unir en la guerra contra los
cananeos, filisteos y jebuseos. Su hijo, Salomón, engrandeció la ciudad y construyó el
templo que la haría ser “la Ciudad Santa” hacia los años 965-928 a.C.
En el 587 a.C. la ciudad fue destruida por Nabucodonosor, su templo saqueado y
quemado, sus campos sembrados de sal y sus habitantes asesinados o deportados a
Babilonia durante cincuenta años.

23
Ciro es la figura del mesías esperado por el pueblo hebreo, a pesar de ser un rey
pagano. En el 538 a.C. Ciro, rey de Persia, conquista a los babilonios y libera a los
cautivos de diferentes naciones que trabajaban como esclavos, los reintegra a sus
respectivas naciones y los apoya en la reconstrucción de sus ciudades. Se portó
maravillosamente con los judíos deportados, regresándoles los objetos robados del
templo por los babilonios y hasta les ayudó a reconstruir, modestamente, las murallas y
el templo.
Alejandro el Grande conquistó Jerusalén en 322 a.C., de allí la ciudad pasó a ser de
los Tolomeos y de los Seléucidas de Siria, contra los que se rebelaron los Macabeos
exigiendo el respeto al templo.

Ciudad santa de los cristianos

La ciudad de Jerusalén que conocieron los primeros cristianos tanto judíos como
gentiles era pequeña en extensión, pero grande en importancia.
Esto está confirmado por los constantes asedios que sufrió de parte de los ejércitos
persas, griegos y romanos que la conquistaron y gobernaron a lo largo de los siglos.
Los romanos se apoderaron de ella en el 63 a.C. Gobernaron la ciudad mediante
reyezuelos y procuradores, entre los que fue notable Herodes el Grande por haber
reconstruido y embellecido el Templo, el último templo que tendría el pueblo judío hasta
la fecha. Ellos fueron actores del drama de la pasión, permitiendo que condenaran a
muerte al Justo.
Su apariencia era todavía la que le había sido dada por Herodes el Grande, que la
gobernó del año 40 al año 4 a.C. Herodes la reedificó y la embelleció. Para ganarse el
favor de los judíos empezó la reconstrucción del Templo, el más magnífico de todos los
edificios, que pretendía recuperar el esplendor de la época del rey Salomón. Lo unió a la
Fortaleza Antonia, un majestuoso castillo al noroeste del Templo que había mandado
construir en honor del emperador Marco Antonio, desde donde vigilaba las actividades
del Templo y de la ciudad. En el muro oeste edificó un palacio para él mismo, el
“pretorio de Herodes”, y tres torres fortificadas, una de las cuales está incorporada a la
ciudadela actual. También mandó construir un hipódromo y un anfiteatro para la lucha
de gladiadores y un segundo muro al norte de la ciudad, que pasaba por la actual Iglesia
del Santo Sepulcro hasta la Fortaleza Antonia. El área amurallada era de
aproximadamente 800 metros cuadrados y albergaba a una población de 20 mil
habitantes.
En el año 70 d.C., los romanos destruyeron completamente la ciudad y el Templo con
el pretexto de una rebelión judía. Y hacia el 135 d.C., después de una nueva destrucción,
construyeron sobre las ruinas de Jerusalén una ciudad nueva llamada Colonia Aelia
Capitolina que subsistió en relativa paz hasta el imperio bizantino con Constantino, el
hijo de santa Elena.
Durante el período bizantino hubo un gran auge del cristianismo y de las

24
construcciones que señalaban los lugares santos; se multiplicaron los monasterios y se
vivió una era de paz para los cristianos. Hubo momentos en que la ciudad estuvo
completamente en manos de los cristianos, especialmente durante el imperio bizantino
con Constantino, hijo de santa Elena en 321 y durante el período de las Cruzadas en
1099. Las construcciones que señalaban los lugares santos se multiplicaron. El
cristianismo marcará así su huella para siempre en la Ciudad Santa.
La actual comunidad cristiana de Jerusalén está compuesta por un conjunto de
tradiciones eclesiásticas, culturas, razas y lenguas debido a que casi todas las iglesias
cristianas han enviado miembros a visitarla o a que se establezcan en ella. Entre las más
representativas se pueden encontrar: Iglesia siria, asirio-caldea, greco-ortodoxa y
romana, herederas de la primera comunidad judeocristiana de Jerusalén; Iglesia
maronita, heredera de la primera comunidad cristiana de Antioquía; Iglesia copta, que se
considera fundada por san Marcos en Egipto; Iglesia etiópica o abisinia, nacida de la
Iglesia copta; Iglesia armenia, que se considera fundada por los apóstoles Bartolomé y
Judas Tadeo; Iglesia greco-católica melkita, está compuesta por miembros de la Iglesia
greco-ortodoxa que están en comunión con la Iglesia de Roma; Iglesia rusa, fue fundada
por san Cirilo y Metodio; Iglesia rumena, se considera fundada por san Pablo; Iglesia
luterana, que fue fundada por Lutero. Existe también un considerable grupo de iglesias
de los hermanos protestantes. Entre las más representativas se encuentran: Iglesia
luterana, Iglesia anglicana y la Iglesia bautista.
La ciudad de Jerusalén es ya santa no sólo para los judíos, sino también para los
cristianos.
Jerusalén es la madre de todas las iglesias, el modelo de toda comunidad cristiana y es
el símbolo de la morada final como Jerusalén celeste (Ap 21,2).

Ciudad santa de los musulmanes

En el 614 d.C. los persas destruyeron la ciudad y en el 637 los árabes musulmanes la
conquistaron. Ellos construyeron sobre la roca del Templo una mezquita, la de Omar,
que guarda el lugar donde Mahoma subió al cielo, y así, Jerusalén se convirtió también
en una ciudad santa para los mahometanos. Esto ha provocado continuas guerras en el
nombre de Dios.
En el 1009 d.C. los árabes destruyeron los santuarios cristianos y prohibieron el
acceso a los peregrinos. Esto provocó las guerras santas llamadas “Cruzadas”.
En 1099 d.C. los cruzados toman la ciudad de Jerusalén al mando de Godofredo de
Bolonia y un año después, coronaron un primer rey cristiano: Balduino.
El período de los cruzados es tan rico en construcciones que parece maravilloso que
en tan poco tiempo, menos de un siglo, hayan construido tanto. Rescataron y
reconstruyeron los lugares santos, modificaron la ciudad dándole el corte que
actualmente conserva, construyeron monasterios y hospitales. Muchos árabes se
convirtieron al cristianismo y, hasta la fecha, conservan su fe orgullosos del origen de

25
ella.
En 1187 los mahometanos arrojaron a los cristianos de Tierra Santa y volvieron a
tomar la ciudad.
En 1517 los turcos, también musulmanes, tomaron el gobierno de la ciudad y es bajo
el reinado de Solimán el Magnífico, cuando reconstruyeron la muralla que actualmente
conocemos.
Los turcos gobernaron hasta 1917 cuando, vencidos por los ingleses, comenzó el
mandato británico que se caracterizó por una apertura a los cristianos de Europa. Durante
esa época se construyeron casas representativas de cada nación e iglesias al servicio de
los peregrinos de cada idioma.
El 14 de mayo de 1948 los ingleses abandonan Jerusalén por la creación del nuevo
estado de Israel, pero dejaron la Ciudad Santa dividida entre dos naciones, una árabe y
otra judía.

La nueva Jerusalén de todos

Actualmente la ciudad antigua de Jerusalén se encuentra enclavada en medio de una


ciudad moderna; es bella. Al amanecer y al atardecer se convierte en una ciudad de oro,
por el efecto de la luz sobre sus muros de piedra amarillenta. Parece un sueño.
La ciudad está rodeada de una muralla imponente por su altura media de doce metros.
El recorrido a pie de las murallas es de unos 4 kilómetros, algunos de los cuales se
pueden recorrer sobre ella. Está reforzada por treinta y cuatro torres que rompen su
monotonía y bellos jardines adornan el exterior de las murallas, haciéndolas agradables a
la vista, allí donde no hay obras de rescate arqueológico.
La ciudad está dividida en cuatro barrios: El barrio musulmán, rodeando por tres de
sus lados a la explanada del Templo. El barrio cristiano, en torno a la Basílica del Santo
Sepulcro. El barrio armenio que da cobijo a este pueblo tantas veces condenado al
exterminio y que encontró aquí refugio seguro hasta ahora. Y el barrio judío, que se
encuentra junto al Muro de los Lamentos.
Toda la ciudad es un mercado en el que se vende de todo, es pintoresca y alegre en la
variedad de sus idiomas. Allí los árabes hacen gala de ser políglotas, ya que nos hablan
en nuestro propio idioma, cualquiera que éste sea. Cuando entramos a sus tiendas nos
reciben con una gran cortesía y ofrecen café o té de hibisco (jamaica). Allí el regateo es
obligatorio.
A la ciudad antigua se entra por nueve puertas, algunas espléndidas, otras tan sólo
útiles:
1. Al Norte encontramos la puerta Nueva, construida en 1889 y que da entrada al
barrio cristiano con la Iglesia de San Salvador, convento de los frailes franciscanos que
custodian la Tierra Santa; allí está también la Casa Nueva franciscana, albergue
económico de los peregrinos.
2. La puerta de Damasco es la más espectacular de las puertas. Es la entrada favorita

26
para los que van a hacer sus compras al mercado árabe en el centro de la ciudad vieja.
Hay vendedores por todas partes y son notables los aguadores que cargan sobre su
espalda tinajas de bronce bellamente fabricadas y que venden el precioso líquido
sirviéndolo a los clientes a través de una llave de agua bellamente decorada.
3. Desde la puerta de Damasco, en un nivel inferior excavado, se ve otra puerta que
corresponde al tiempo de los romanos.
4. La puerta de Herodes es insignificante si se le compara con su vecina la de
Damasco. Conduce al barrio musulmán.
5. Al Este se entra por la puerta de San Esteban, llamada por los árabes Bab Sitti
Mariam, puerta de la Virgen María, porque por esta puerta se tiene acceso a la casa
donde tradicionalmente se dice que nació la Virgen.
6. Sigue la puerta de Oro, clausurada por los turcos en 1530. Se dice en Jerusalén
que esa puerta se volverá a abrir cuando regrese el Mesías. Esta puerta comunica la
explanada del templo con el Valle de Josafat, en donde, según la tradición, será el juicio
final.
7. Al Sur se abre la puerta del Estercolero o de la Basura, por donde actualmente se
entra al Muro de las Lamentaciones y al reconstruido barrio judío, moderno y elegante
dentro de un mundo medieval.
8. La puerta de David o de Sión, marcada con los impactos de la metralla de las
frecuentes guerras, comunica al barrio judío de la ciudad vieja con el monte Sión, donde
está el Cenáculo y la Iglesia de la Dormición de María.
9. Al Oeste está la puerta de Jaffa que da entrada a la ciudadela de David y al barrio
armenio. A finales del s. XIX, el Kaiser (emperador) de Alemania, Guillermo II, visitó la
Ciudad Santa y para que pudiera entrar su carroza se derrumbó parte de la muralla junto
a la puerta de Jaffa. Todavía entran automóviles por esa brecha de la muralla para
circular trabajosamente por algunas callejuelas de la ciudad.
La ciudad ha ido más allá de los muros y desde el s. XIX se ha ido convirtiendo en
una ciudad moderna y bella.
El Parlamento Judío es un lugar digno de visitarse por su arquitectura moderna. Para
los amantes de la Sagrada Escritura hay dos sitios de interés: la maqueta de Jerusalén
construida a escala en el Hotel Holy Land y el Museo del Libro donde se guardan los
manuscritos del mar Muerto. Testigos de la historia son el Museo del Holocausto donde
se recuerda la masacre contra los judíos en la Alemania de Hitler y el Museo
Arqueológico Palestino.
Un lugar notable es Notre Dame de Jerusalén, convertida en albergue para peregrinos
católicos de todo el mundo y en una casa abierta para los árabes cristianos de Jerusalén
bajo el patrocinio del Vaticano.

Los lugares santos

Para nosotros los cristianos, indudablemente, el lugar santo por excelencia es la

27
Basílica del Santo Sepulcro de la Resurrección. Para los judíos, el Muro de los Lamentos
y para los musulmanes, la Mezquita de Omar. Son estos tres sitios lugares santos que
hablan de la fe del pueblo que busca a Dios por caminos diferentes.
Sin embargo, Jerusalén guarda dentro de sus muros otros lugares importantes: la
ciudadela de David, con su torre almenada, reconstruida a través de las diferentes
épocas; guarda ahora en su interior un museo sobre la historia de Israel.
En el barrio judío es interesante visitar las ruinas de una calle romana recién salida a la
luz por las excavaciones arqueológicas.
Frente al Santo Sepulcro está una Iglesia Luterana del Redentor; en el barrio armenio
podemos visitar la Catedral de Santiago, que recuerda el martirio del primer apóstol
muerto por Cristo.
¡Qué tristeza que la ciudad de la paz, la ciudad tres veces santa, sea hoy una ciudad en
guerra!
Los atentados terroristas de los palestinos y las sangrientas represalias de los judíos
han alejado a los peregrinos. Los habitantes de Jerusalén padecen necesidad y hambre
porque ellos viven de los peregrinos. Urge la paz en Jerusalén. Pidamos a Dios la paz.
Los judíos reconquistaron Jerusalén pero no pudieron echar fuera a los musulmanes y
a los cristianos que la habitan desde hace siglos, y tienen que convivir con ellos en una
continua guerra que se libra en las calles, día a día, en busca de una situación de justicia
y de respeto hacia todas las religiones que consideran Jerusalén como su Ciudad Santa,
porque no hay paz en la ciudad de la paz.

Las visitas de san Pablo a Jerusalén

El gran número de visitas que, de acuerdo con las cartas y los Hechos de los
Apóstoles, san Pablo hizo a Jerusalén, expresan la importancia que la ciudad tenía para
él.
Si ponemos estas visitas en orden cronológico, san Pablo visitó la ciudad de Jerusalén
al menos en seis ocasiones:
1. San Pablo conoció la ciudad de Jerusalén desde su niñez, porque en ella creció y fue
formado en la escuela de Gamaliel (Hch 22,3). Esta información se corrobora porque
además de tener una hermana, tiene también un sobrino (Hch 23,16), que hace que su
parentela sea mucho más extensa, al incluir a los parientes del esposo de su hermana.
2. Después de conocer a Cristo para presentarse a la comunidad (Gál 1,18; Hch 9,26-
28).
3. Para llevar ayuda desde Antioquía a la comunidad de Jerusalén (Hch 11,30).
4. En razón de la Asamblea de Jerusalén para resolver el asunto de la circuncisión
(Hch 15; Gál 2,1-10).
5. Después del segundo viaje misionero (Hch 18,22).
6. Después del tercer viaje misionero (Hch 21,17-25, 12; Rm 15,25), en el cual fue
hecho prisionero y enviado más tarde a Roma.

28
Chapter 5
Capítulo 5: FORMACIÓN DE SAN PABLO EN
ANTIOQUÍA

Vicenzo Cerino,
Kerigma, 1894.
Colección privada.

Algunos de los que se habían dispersado huyendo de la persecución por lo de


Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, pero exponían la Palabra
solamente a los judíos. Sin embargo, hubo entre ellos algunos chipriotas y cirenenses

29
(de Libia) que llegaron hasta Antioquía, y comenzaron a hablar también a los griegos,
anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos,
resultando que un gran número que creyó se convirtió al Señor. Estas noticias acerca de
ellos llegaron a oídos de la comunidad reunida en Jerusalén, y enviaron a Bernabé a
Antioquía. Cuando llegó y vio la gracia de Dios se llenó de alegría, y se puso a exhortar
a todos a perseverar en el Señor conforme a aquel propósito de su corazón. Porque era
un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe. Y se agregó al Señor un número
considerable de personas. Luego partió para Tarso a buscar a Saulo, y habiéndolo
encontrado, se lo llevó a la Antioquía. Pasaron todo un año juntos en aquella
comunidad, enseñaron a mucha gente. Y fue ahí en Antioquía donde por primera vez se
dio a los discípulos el nombre de “cristianos (Hch 11, 19-26).

El cristianismo tuvo su origen en el judaísmo, porque tanto su fundador como sus


seguidores eran judíos practicantes. Si los apóstoles y los discípulos de Jesús se hubieran
conformado con anunciar el Evangelio sólo a los judíos dentro y fuera de Palestina, el
grupo de creyentes no hubiera pasado de ser una secta más dentro del judaísmo.
Para entender cómo fue que se desprendió de su matriz judía y se extendió por todo el
mundo por encima del tiempo y del espacio, hasta alcanzar la dimensión de religión
universal que tenemos actualmente, es necesario recurrir a la historia de la comunidad
cristiana de Antioquía, donde se comenzó a anunciar por primera vez el Evangelio
también a los no judíos, obteniendo una aceptación que nadie había previsto, al grado de
convertirse en la verdadera cuna del cristianismo.
San Lucas narra la fundación de la Iglesia de Antioquía (35-39 d.C.) poniéndola en
relación con la persecución que se desató en Jerusalén y Judea inmediatamente después
de la muerte de Esteban (Hch 8,1-4): por una parte, para retomar la narración de la
expansión del mensaje cristiano (Hch 8,40), y por la otra, para ligarla con el grupo de
Esteban, entre los que se encontraba Nicolás, un prosélito de Antioquía (Hch 6,5) que al
desatarse la persecución volvió a su patria.
El anuncio normalmente se daba a los judíos que en Antioquía ascendían a 20 mil o a
los prosélitos (convertidos al judaísmo). La novedad de Antioquía fue que el Evangelio
se predicó a aquellos que no se habían convertido al judaísmo. De modo que convertirse
del paganismo al cristianismo sin pasar por el judaísmo constituyó un problema para
todos. De ahí la necesidad de que la Iglesia de Jerusalén enviara a Bernabé a supervisar
la situación (Hch 11,22-23), y más tarde también a Pedro (Gál 2,11). Aunque los
resultados fueron satisfactorios, Bernabé consideró que no bastaba creer en Jesús, sino
que para comprender mejor su mensaje era necesario instruir a los nuevos conversos en
la ley y los profetas. Sólo de esa manera se puede entender su permanencia en la
comunidad y la ayuda de Pablo (Hch 11,25-26). Pero esta solución no fue suficiente,
porque a raíz de esto se siguieron presentando problemas entre judíos y gentiles (Gál
2,11-14), al grado de considerar necesario hacer el primer Concilio de la Iglesia en
Jerusalén (Hch 15).
La importancia del nombre, bajo el cual se identifica a los seguidores de Jesús como

30
“cristianos”, es
para dejar en claro que ya no son una secta o un grupo dentro del judaísmo. Aunque
nacieron dentro del judaísmo, ahora tienen una identidad propia que permite que
personas de realidades, culturas y razas diferentes, encuentren un denominador común:
“ser cristianos”, por eso el Concilio determinó que ya no se les impusieran los preceptos
de la Ley de Moisés
(Hch 15, Gál 2,1-10).

La ciudad de Antioquía

La ciudad de Antioquía es mencionada por primera vez en la Biblia en el segundo


libro de los Macabeos, como una ciudad que servía de asilo político (2Mac 13,4).
Antioquía de Siria fue fundada en el año 300 d.C. por Seleuco I, general del ejército de
Alejandro el Grande (323 d.C.), en honor de su padre Antíoco, como la capital del
imperio seléucida. Sus primeros habitantes provenían de muchas razas y países, entre los
que se encontraban griegos, macedonios, sirios, fenicios, romanos y judíos, todos con el
derecho de ciudadanía. Debido a la influencia de judíos en su fundación, Seleuco les
concedió los mismos derechos de cualquier ciudadano (Hch 11, 21; Flavio Josefo, Bel.
Jud. VII, 33; Ant. Jud. iii, 1).
El lugar de su fundación fue elegido por estar situada al lado del caudaloso río
Orontes, sobre una llanura entre los montes Ámanos y Kasios, por eso desde su
fundación y a lo largo de la historia, tuvo una gran importancia tanto política como
económica; considerada puerta de entrada al Oriente, centro comercial entre el Este y el
Oeste, gracias a su posición estratégica, su salida al mar y las grandes vías de
comunicación con Siria y Mesopotamia. A lo largo de los años la ciudad fue creciendo:
se le añadió primero la isla que recibió el nombre de Dafne y después el Puerto de
Seleucia, a 40 kilómetros de Antioquía, donde desemboca el río Orontes.
Con la llegada de los romanos en el año 64 a.C., Pompeyo la convirtió en la capital
de la provincia romana de Siria, sede del gobierno del legado imperial romano y centro
estratégico de comunicaciones entre occidente y el cercano oriente, contando con un
contingente militar de cuatro legiones. Ellos acrecentaron las construcciones de palacios,
templos y teatros, extendieron los acueductos a toda la ciudad y pavimentaron las calles
con mármol.
Actualmente es una pequeña ciudad que pertenece a Turquía y es conocida como
Antakya en árabe, capital de la provincia de Hatay, con una población de 180 mil
habitantes. Su economía se dedica principalmente a la agricultura y a la industria textil.

La comunidad cristiana de Antioquía

Al inicio del cristianismo, Antioquía de Siria era la tercera ciudad más grande, rica y

31
culta del Imperio romano, superada solamente por Roma y Alejandría. También la
comunidad cristiana de Antioquía ocupó un lugar importante dentro de todas las
comunidades cristianas, sobre todo a partir de la caída de Jerusalén en el año 70 d.C., no
sólo por el número de cristianos y su actividad misionera, sino también por el número de
edificios dedicados a la oración, debido a que el espacio de las casas ya no era suficiente.
Algunos templos paganos fueron convertidos en cristianos y otros fueron construidos
tomando como modelo los edificios públicos llamados basílicas.
San Ignacio de Antioquía, también llamado Teóforo (mensajero de Dios), nació en
Antioquía hacia el año 50 d.C. Fue discípulo del apóstol san Juan, segundo obispo de
Antioquía y uno de los primeros Padres de la Iglesia (Eusebio, Hist. Eccl., II, iii, 22).
Murió en Roma entre el año 98 y 117. San Juan Crisóstomo afirma que recibió la
consagración episcopal de los mismos apóstoles (Homilía de san Ignacio, IV. 587).
Cuando el Emperador Trajano decretó que también los cristianos rindieran culto a los
dioses paganos, y de no hacerlo fueran condenados a muerte, san Ignacio fue arrestado,
acusado de violar el edicto imperial. Fue sentenciado a servir de espectáculo, comido por
las fieras en Roma, a donde fue transportado con cadenas. Durante su viaje escribió un
sinnúmero de cartas a muchas iglesias, animándolas a mantenerse fieles. Sus cartas
fueron reunidas por el primer historiador cristiano Eusebio de Cesarea en la primera
mitad del siglo IV d.C (Hist. Eccl., III, xxxvi). Sus reliquias fueron llevadas a Antioquía
y sepultadas fuera de la ciudad, no lejos del hermoso barrio de Dafne. El emperador
Teodosio las trasladó al Templo de la Fortuna que fue convertido en Iglesia cristiana
bajo el nombre de san Ignacio. Cuando la ciudad cayó en manos de los árabes (637 d.C.),
fueron trasladadas a Roma, donde descansan hasta hoy en la Iglesia de san Clemente.
San Simón el Estilita, fue el primer modelo de vida monástica, nacido en el 388 d.C.
en Sisán, en la frontera con Siria. Recibió el sobrenombre de “el estilita” por su forma de
vivir y predicar, manteniéndose erguido sobre una superficie elevada día y noche,
orando, ayunando y alimentándose solamente de lo que le daban los que acudían a pedir
su consejo. Después de predicar durante 36 años de esta manera, murió sobre su pilar el
2 de septiembre del 459. Sus restos fueron sepultados en Antioquía, a donde fue
trasladada su columna que quedó al centro de un edificio en forma de cruz de cuatro
basílicas, que fue construido en su honor. Para muchos estudiosos éste fue el modelo de
los edificios propiamente cristianos que se siguió a partir de entonces.
San Evodio fue el segundo obispo de Antioquía, después de san Pedro. Sus sucesores
recibieron el nombre de “Patriarcas”, porque su poder estaba por encima de todas las
iglesias de oriente y más allá del Imperio romano. Este privilegio se empezó a suprimir a
partir del Concilio de Nicea (325 d.C.).
El Concilio de Constantinopla limitó su jurisdicción sólo a las provincias romanas del
oriente (381 d.C.); en el Concilio de Éfeso los obispos de Chipre fueron declarados
independientes; en el Concilio de Calcedonia los obispos de Palestina fueron puestos
bajo la jurisdicción del obispo de Jerusalén. Para mediados del siglo V d.C. su
jurisdicción ya se había restringido por completo, quedándole sólo el territorio de su
diócesis, la parte norte y los territorios fuera del Imperio romano. Finalmente el

32
patriarcado de Antioquía fue declarado cismático por sus herejías y desapareció.
Cuando en el siglo IV d.C. el emperador Constantino se hizo cristiano, Antioquía pasó
a ser completamente cristiana, alcanzando su máximo esplendor hasta que en el 637 cayó
en poder de los árabes y fue reducida a una ciudad sin importancia, debido a que se
abrieron nuevas rutas y puertos comerciales. En 1098 las cruzadas de los cristianos la
recuperaron, pero la volvieron a perder en 1268. En 1939 pasó a ser parte de Turquía a
quien pertenece hasta hoy. Del glorioso pasado de Antioquía no queda casi nada, a
excepción de algunas ruinas que permiten hacerse una idea de lo que fue y algunos
monumentos cristianos como el Sepulcro de san Bernabé y la Gruta de san Pedro.

La primera escuela cristiana para la misión

El ambiente cosmopolita, ecuménico y multicultural propició el nacimiento y


crecimiento de la nueva comunidad cristiana (Hch 13,1), a tal grado que no sólo se
conformaron con recibir el Evangelio, sino que quisieron compartirlo con otras naciones
y crearon el primer centro y proyecto misionero para la difusión del mensaje cristiano,
por encima de los límites geográficos, culturales y raciales (Hch 13,2ss; 14,25-27; 15,
35ss; 18,22-23). Los primeros enviados fueron Pablo y Bernabé (Hch 13,2; cfr Rm 1,1;
Gál 1,15), quienes se encontraban muy bien preparados después de la labor desarrollada
en la ciudad (Hch 11,25-26).

La primera escuela bíblica

En Antioquía también nació la primera escuela bíblica cristiana que usaba la


traducción al griego de los LXX. Centraba su interés en el estudio y enseñanza del
sentido realista, histórico y literal de la Sagrada Escritura. De esta escuela nacieron
hombres tan importantes: san Lucas, Teófilo, san Ignacio, san Juan Crisóstomo, Luciano
de Antioquía, Diódoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia y Melecio; pero el literalismo
y racionalismo también provocaron que se suscitaran las herejías de Arrio, Pablo de
Samosata, Nestorio y Apolinar de Laodicea.

Lugar de origen de san Lucas,


gran admirador de san Pablo

El evangelista san Lucas, autor del Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles era
originario de Antioquía (Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl., III, 6). Esto se deja ver en el
conocimiento y atención especial que da a la comunidad de Antioquía (Hch 6,5; 11,19-
27; 13,1; 14, 18-21; 25,22-35; 28,22). Por su nombre y su forma de escribir se deduce
que era de origen griego.

33
San Pablo afirma que era un médico (Col 4,14). En Tróade se unió a la misión de san
Pablo (Hch 16,8ss). Nótese el cambio a la primera persona del plural en la narración:
“tratamos” (Hch 16,10). San Pablo hace suponer que lo acompañó en su cautiverio (Col
4,14; Flm 24; 2Tim 4,7-11). Se dice que no era casado, que escribió el Evangelio en
Acaya y que murió a los 74 años, en Bitinia, lleno del Espíritu Santo. San Jerónimo
afirma que sus restos fueron sepultados en Constantinopla. Se le representa con la
imagen del toro, porque empieza su evangelio en el Templo con el relato del sacerdote
Zacarías, padre de Juan Bautista.
Sobre el lugar que fue identificado como la casa de Teófilo, amigo de san Lucas (Hch
1,1), se construyó el primer edificio cristiano para la oración llamado “La Antigua” o
“La Apostólica”. El edificio fue destruido, pero un modelo semejante se puede ver en
santa María la Mayor en Roma.

34
Chapter 6
Capítulo 6: EL PROYECTO MISIONERO EN CHIPRE

Autor anónimo,
San Pablo, siglo XIII
Monreale, Catedral.

En la comunidad de Antioquía había ciertos profetas y maestros, los cuales eran


Bernabé y Simón, a quien le decían el Negro, Lucio de Cirene, Manahén que se crió
junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Una vez que estaban ellos sirviendo al Señor y
ayunando, dijo el Espíritu Santo: “Separadme a Bernabé y a Saulo para dedicarlos a

35
un trabajo para el cual los escogí”. En seguida los despacharon, después de ayunar y
orar y de imponerles las manos.
Enviados pues por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, y ahí se embarcaron para
Chipre. Luego que llegaron a Salamina, se pusieron a predicar la Palabra de Dios en
las sinagogas de los judíos, llevando de ayudante a Juan. Después de haber cruzado
toda la isla hasta Pafos, hallaron ahí a un mago judío, un falso profeta llamado
Barjesús, el cual asistía con el procónsul Sergio Paulo, hombre sensato, el cual
llamando a Bernabé y a Saulo les pidió oír la Palabra de Dios. Pero Elimas, el mago —
que así se traduce el nombre— les hacía oposición, tratando de impedir que el
procónsul creyera. Entonces Saulo, que es el mismo Pablo, lleno del Espíritu Santo fijó
en él la mirada y le dijo: “Hombre lleno de toda clase de engaños y maldad, hijo del
diablo y enemigo de toda virtud ¿Con que no vas a dejar de torcer los caminos rectos
del Señor? Pues mira que ya está sobre ti la mano del Señor, y estarás ciego, sin poder
ver la luz del sol, por un tiempo”. En el acto le cayó una negra oscuridad en los ojos, y
empezó a dar vueltas alrededor, buscando a alguien que le diera la mano. Viendo
entonces el procónsul aquello que había sucedido, creyó, admirando grandemente la
doctrina del Señor (Hch 13,1-12).

Por fin la Iglesia de Antioquía consideró que ya los tiempos habían madurado y había
llegado el momento de iniciar una nueva fase en la difusión del Evangelio; ya no
condicionada por las persecuciones o las oportunidades, sino bien planeada y organizada
para que el Evangelio llegara a todas partes, con misioneros bien preparados, dispuestos
a predicar sin miedo a tiempo y destiempo, capaces de superar obstáculos y afrontar las
consecuencias de su predicación hasta la muerte.
Así surgió, por obra del Espíritu Santo, el primer proyecto misionero para la difusión
del mensaje cristiano por encima de los límites geográficos, culturales y raciales (Hch
13,2ss; 14,25- 27; 15,35ss; 18,22-23).
Los primeros enviados fueron Pablo y Bernabé (Hch 13,2; cfr Rm 1,1; Gál 1,15),
elegidos previamente por el Señor (Hch 5,36; 9,6.15). Ambos tenían una buena
preparación, porque ya habían tenido la experiencia de Jerusalén (Hch 9,27-30), Tarso
(Gál 1,23-24) y Antioquía (Hch 11,25-26). Llevaron también al evangelista san Marcos
que se les había unido anteriormente en Jerusalén (Hch 12,25).
Las razones que justifican la elección de Chipre como la primera etapa de la nueva
fase misionera de la Iglesia son, en primer lugar, el ser el país de origen de Bernabé (Hch
4,36), y en segundo lugar, el agradecimiento de la comunidad de Antioquía por haber
recibido el Evangelio a través de cristianos chipriotas (Hch 11,20).

La isla de Chipre

El nombre de Chipre se encuentra por primera vez en la Biblia en el libro de los


Macabeos como una nación importante (1Mac 15,23; 2Mac 10,13). Su nombre procede

36
de las palabras griegas kúpros o kúpris.
El nombre de Chipre se encuentra también en la Ilíada y en la Odisea, obras maestras
universalmente conocidas de la literatura griega escritas por Homero. En la Ilíada,
Cypris es uno de los sobrenombres de Afrodita, la diosa de la ternura y del amor, nacida
en Chipre de la espuma del mar, en el puerto de Pafos, considerada la patrona de la isla.
En el latín su significado se pierde, porque los romanos cambiaron el nombre de la diosa
Afrodita por el de Venus.
Cypris significa también “ciprés” o “cobre”, el árbol y el metal más común en la
región.
Los orígenes de la ciudad se remontan al VII milenio a.C. en la ciudad de Nicosia. En
el siglo XII a.C. llegaron pobladores griegos que fundaron las ciudades de Pafos,
Salamina, Citio y Korion.
En el siglo VII a.C. llegaron los fenicios e hicieron que la isla fuera próspera y famosa
en todas partes. A partir de entonces se convirtió en un lugar ambicionado por todos los
imperios que dominaron el mar Mediterráneo, por su posición estratégica y sus riquezas
naturales.
En Chipre nació el famoso filósofo Zenón de Citio (335-264 a.C.), fundador del
estoicismo, la doctrina más difundida en todo el Imperio romano en el siglo I d.C., la
cual tuvo una fuerte influencia en el cristianismo, porque promovía la vida interior: la
paz consigo mismo y con la naturaleza, la indiferencia a todo lo que ocurría en el mundo
(a las riquezas y a los sentimientos) y la aceptación de la posición social.
En el año 333 a.C. fue conquistada por los ejércitos de Alejandro Magno. En el año 58
a.C. pasó a formar parte del Imperio romano y fue declarada Provincia con capital en
Pafos, sede del gobernador (22 a.C.).
En el siglo VII d.C. perdió todo su esplendor porque fue invadida por los árabes. En
1191 fue conquistada por los cristianos por manos del rey Ricardo Corazón de León
hasta que volvió a ser recuperada por los árabes en 1571.
En 1960 consiguió su independencia, tomando el nombre de República de Chipre. El
arzobispo ortodoxo Makarios fue nombrado presidente.
En 1971 fue invadida por los turcos, conquistaron el 40 % del territorio y la declararon
independiente con el nombre de República Turca de Chipre, pero no ha sido reconocida
por la Naciones Unidas.
Chipre es actualmente una de las islas más hermosas del mar Mediterráneo, con
ciudades y puertos modernos que atraen a muchos turistas. Su capital es la ciudad de
Nicosia. Su territorio está dividido en dos repúblicas independientes. Tiene una
población de 700 mil habitantes: el 80 % es de origen griego, el 18% de origen turco y el
2 % está compuesto de extranjeros y católicos de distintas nacionalidades.

La comunidad cristiana

La Iglesia de Chipre fue fundada por san Bernabé y san Pablo. San Bernabé fue su

37
primer obispo. Por mucho tiempo dependió del patriarcado de Antioquía hasta que en el
Concilio de Éfeso (431 d.C.)
fue declarada independiente.
Cuando los árabes conquistaron la isla, los cristianos la abandonaron (632-647 d.C.) y
regresaron cuando los árabes se retiraron (963-969 d.C.). En este período se fundaron los
grandes monasterios que permanecen hasta el día de hoy: Nuestra Señora de la Piedad de
Kykkos (Eleusa), Macaeras y Encleiatra.
En 1196, durante las cruzadas, llegaron los Templarios, Carmelitas, Dominicos,
Franciscanos, Agustinos, Benedictinos, Cisterciences, Cartujos y muchos otros grupos
católicos que fundaron grandes monasterios e iglesias y sometieron al clero ortodoxo.
Cuando terminó la última cruzada (1291 d.C.) muchos cristianos ricos huyeron de
Tierra Santa y se refugiaron en Chipre.
En la actualidad la mayoría de los cristianos son ortodoxos. Existen cuatro diócesis:
Nicosia, Pafos, Citio y Kininia. La más importante y antigua es el Arzobispado de
Nicosia que fue sede de su Beatitud Makarios, quien fue también presidente de la
República actual (1960).
Los obispos son elegidos por el clero célibe de los monasterios y representantes de los
fieles que son mayoría. El arzobispo es elegido por 44 seglares y 28 clérigos. Los
obispos, en cambio, son elegidos por 24 seglares y 22 clérigos. Los pocos católicos
extranjeros que se encuentran en la isla, son atendidos por los padres franciscanos de la
Custodia de Tierra Santa que tienen parroquias en Nicosia, Limassol, Lárnaca y
Famagusta.
San Bernabé

Bernabé estuvo estrechamente relacionado con san Pablo; lo presentó a los apóstoles
después de su conversión (Hch 9,27; Gál 1,18-19). Fue a buscarlo a Tarso para que le
ayudara en la predicación en Antioquía (Hch 11,25-26) y juntos llevaron ayuda a
Jerusalén (Hch 11,28-30; 12,24-25); lo acompañó en la primera misión junto con el
evangelista Marcos (Hch 13,4-14,27) y participó con él en el Concilio de Jerusalén (Hch
15).
San Bernabé nació en Chipre. Su familia pertenecía a la tribu sacerdotal de Leví (Hch
4,36). La presencia de judíos en Chipre está atestiguada desde el siglo II a.C. (1Mac
15,23). San Bernabé se convirtió al cristianismo en Jerusalén poco después de la muerte
de Jesús (29-30 d.C.). Vendió todas sus propiedades y entregó el dinero a los apóstoles
(Hch 4,37). Su nombre de nacimiento era José, pero los apóstoles se lo cambiaron por el
de Bernabé, que significa hijo de la consolación o exhortación, seguramente porque lo
reconocían como un gran predicador apreciado por la Iglesia (Hch 11,24). La comunidad
de Antioquía lo reconocía como un doctor o profeta (Hch 13,1). La comunidad de
Jerusalén lo consideraba un apóstol a pesar de que no formaba parte del grupo de los
Doce (Hch 11,12).
La tradición sostiene que san Bernabé fue el primer apóstol que predicó el Evangelio
en Roma y es considerado el primer obispo de Milán. También fue el primer obispo de

38
Chipre, donde murió martirizado a pedradas el 11 de junio del 61 d.C., fecha en que se
celebra su memoria. A él se atribuye la autoría de la carta a los Hebreos y de la carta de
san Bernabé porque, siendo sacerdote levita, reflejan un amplio conocimiento del culto
del Templo de Jerusalén. Su sepulcro se venera en una pequeña ermita cercana al
monasterio de san Bernabé, en los alrededores de la ciudad de Famagusta, donde en el
siglo V fue encontrado su cuerpo con una copia del Evangelio de san Mateo en el pecho.
El mismo san Bernabé indicó en una aparición al entonces arzobispo de Chipre, que en
ese lugar estaba enterrado su cuerpo. Esto ayudó a que la sede de Chipre fuera declarada
independiente del patriarcado de Antioquía, ya que se afirmaba que en Antioquía estaban
enterrados sus restos, en una tumba que se sigue venerando hasta el día de hoy.

San Marcos

Se le conoce como Juan Marcos (Hch 12,12.25), Juan (13,5.13) o simplemente


Marcos (15,39). San Pablo y san Pedro lo conocen como Marcos (Col 4,10; 2Tim 4,11;
Flm 24; 1Pe 5,13).
Se unió a san Pablo y a san Bernabé en su regreso a Antioquía, después de llevar
ayuda a la comunidad cristiana de Jerusalén (Hch 12,24-25) y los acompañó a Chipre
(Hch 13,5).
Antes de que comenzaran a predicar en Asia Menor regresó a Jerusalén (Hch 13,13).
Más tarde se volvió a reunir en Antioquía con Bernabé para regresar a Chipre (Hch
15,39).
Acompañó a san Pablo (Col 4,10; Flm 4,10; 2Tim 4,11) y a san Pedro (1Pe 5,13)
durante su cautiverio, antes de sufrir el martirio.
San Marcos nació en Chipre. Era hijo de María, una mujer muy estimada por la
naciente comunidad cristiana en Jerusalén que se reunía en su casa para hacer oración
(Hch 12,12-13). Esta casa parece ser la misma donde Jesús celebró la última cena y
donde los apóstoles recibieron el Espíritu Santo (Mc 14,12-16; Hch 2,1-4). Esta misma
casa le sirvió a san Pedro de refugio cuando escapó de la prisión donde había sido
encerrado por Herodes (Hch 12,12-13). Ahí también se hospedó san Pablo (Hch 21,16).
Como pariente de Bernabé (Col 4,10; Hch 15,37.39), en algunos manuscritos se dice que
era un sacerdote levita, convertido al cristianismo y bautizado por san Pedro (1Pe 5,13).
Se le identifica con el joven que huyó desnudo cuando lo descubrieron siguiendo a Jesús
la noche en que fue aprehendido en el Huerto de Getsemaní (Mc 14,51).
Los santos padres de la Iglesia lo reconocen como el autor del Evangelio que lleva su
nombre y que recoge la predicación de san Pedro, y como fundador de la Iglesia de
Alejandría (Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl., III, 16.25.39).
Algunas tradiciones aseguran que murió mártir en Alejandría y que su cuerpo fue
arrastrado por la ciudad, pero se ignora la fecha de su muerte. Sus reliquias fueron
llevadas a Venecia hacia el siglo XV d.C., cuando los árabes invadieron Alejandría,
donde continúan siendo veneradas hasta el día de hoy. Se le representa simbólicamente

39
con un león, porque comienza su Evangelio en el desierto (Mc 1,1-6). La Iglesia católica
recuerda su memoria el 25 de abril, pero las iglesias ortodoxas el 27 de septiembre.

Origen sacerdotal de los primeros


compañeros de san Pablo

De acuerdo con los Hechos de los Apóstoles, hasta un grupo de sacerdotes de


Jerusalén aceptó la fe en Jesús (Hch 6,7). Los descendientes de la tribu de Leví o de
Aarón, a la que pertenecían san Bernabé y san Marcos, no recibieron tierra en Israel
porque su propiedad eran los sacrificios del culto del Templo (Jos 13,14). A ellos se les
encargó la responsabilidad del Santuario (Núm 18,1-7) y del Templo (1Re 8,1-4).
Los levitas se distribuían todas las funciones del servicio sacerdotal y de servicios
auxiliares del Templo: porteros, músicos y cantores, y demás tareas, incluidas la
administración y la educación.
Al inicio del cristianismo, el Templo era tan importante que los levitas se convirtieron
en el grupo más poderoso que provocaba el rechazo tanto de las clases ricas como de las
clases pobres. Ellos eran los que ejercían la autoridad interna en Israel, a través de un
grupo de ancianos que constituían un consejo llamado Sanedrín. Su estructura era
jerárquica y hereditaria. La autoridad máxima era el Sumo Sacerdote. Ellos
administraban las leyes para los judíos y el tesoro del Templo (Hch 4,5-7). Las ofrendas
que recibían eran en animales o dinero de la gente que cumplía con los sacrificios
marcados por las leyes de purificación.

40
Chapter 7
Capítulo 7: ESTRATEGIA MISIONERA DE GALACIA

Petr Brandl,
San Pablo, siglo XVII-XVIII
Praga, Pinacoteca del Castillo

Pablo y sus compañeros (Bernabé y Juan) habiéndose hecho a la vela en Pafos,


desembarcaron en Perge, ciudad de Panfilia, pero Juan se separó de ellos y regresó a
Jerusalén. Ellos, atravesando Perge llegaron a Antioquía de Pisidia, fueron el sábado a
la sinagoga, y ahí se sentaron. Después de la lectura de la Ley y de los profetas, les

41
mandaron decir los jefes de la sinagoga: “Hermanos, si tenéis alguna exhortación que
hacer al pueblo, hacédsela”. Entonces se levantó Pablo y les dijo: “Hijos de Israel, y
vosotros gentiles, escuchadme. El Dios del pueblo de Israel escogió a nuestros padres y
engrandeció al pueblo (… )”.
Cuando se hubo disuelto la reunión, muchos judíos y prosélitos temerosos de Dios
siguieron a Pablo y a Bernabé, los cuales continuaron hablándoles y persuadiéndolos
que perseveraran en la gracia de Dios (… ). Cuando los judíos vieron una
concurrencia tan grande, se llenaron de envidia, comenzaron a contradecir lo que Pablo
decía, haciendo uso de Palabras injuriosas. Pero Pablo y Bernabé, hablando con
firmeza, dijeron: “La palabra de Dios debía ser predicada a vosotros primero; pero
puesto que la rechazáis, y que no os juzgáis dignos de la vida eterna nos dirigiremos a
los gentiles” (… ). Los gentiles oyeron aquello, se alegraron mucho, glorificando la
Palabra de Dios y creyeron (… ). En Iconio también fueron a la sinagoga de los judíos
(… ). Pero como estallase un motín de judíos y gentiles, encabezados por sus jefes, para
insultarlos y apedrearlos, cuando se dieron cuenta de ello escaparon a Listra y a Derbe,
ciudades de Licaonia (… ).
Atravesando Pisidia, llegaron a Panfilia y, después de predicar la Palabra en Perge
bajaron a Atalía, de donde se hicieron a la vela para Antioquía, donde habían sido
entregados a la gracia de Dios para la obra que habían acabado (Hch 13,13-17.43-48;
14,1-2.5-7.24-26).
¿Por qué san Pablo se dirigió a la región central de Asia Menor después de haber
predicado en Chipre, para continuar su primer viaje misionero, y no a otros lugares
mucho más importantes y poblados del Imperio como Roma o Atenas?
Aunque algunos aseguran fundamentándose en
Gál 4, 13, que san Pablo se trasladó a Galacia por pura casualidad, porque padeció una
“enfermedad del cuerpo”, cuando estuvo en la ciudad de Perge y se trasladó a Antioquía
de Pisidia para recuperarse, todo parece indicar que esto fue sólo mera coincidencia, y
que los motivos fueron más profundos.
San Pablo percibió el papel estratégico que podían tener las comunidades cristianas en
esta región para la comunicación con la base misionera de Antioquía de Siria y los
lugares más lejanos, como Roma en el occidente que constituían la meta final de la
misión.
Alejandro Magno (334 a.C.) creó en esta región un orden que fue afianzado por los
romanos (190 a.C.). Este nuevo orden consistía en un sistema con diversidad de razas,
lenguas, culturas, religiones y estructuras sociales y políticas.
Los habitantes de este nuevo orden eran en su mayoría personas abiertas y tolerantes
con un natural sentido religioso, porque adoraban a muchos dioses y profesaban diversos
cultos. Entre tanta diversidad se produjo la unificación por medio de la lengua y de la
cultura griega. Así, con la tranquilidad y estabilidad política que el poder imperial de
Roma garantizaba, florecieron el comercio y el bienestar económico.
Se abrió también un sistema de caminos que aseguraba las comunicaciones por tierra
y enlazaba a las ciudades y a los continentes entre sí. La vía Ignatia unió Asia con

42
Europa. Por Antioquía de Pisidia pasaba la vía Sebaste, una carretera militar que
construyeron los romanos para comunicar entre sí sus plazas fuertes. Para asegurarla
colocaron estratégicamente guarniciones de soldados que se ocupaban también de
controlar las tribus de las zonas montañosas de Pisidia. Por esta seguridad, y porque el
transporte era más económico que por mar, este camino era muy utilizado por las
caravanas, los comerciantes, los ejércitos y los viajeros.

La provincia de Galacia

Las comunidades de Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe, fundadas por san
Pablo y Bernabé en la última fase de su primer viaje misionero, son identificadas como
“las iglesias de Galacia” (Gál 1,2) en la carta a Gálatas, debido a que estaban ubicadas al
sur de la provincia romana de Galacia.
Esta región central de Asia Menor recibió el nombre de Galacia, porque gran parte de
su población estaba formada por los gálatas, un grupo de galos (de Gales) o celtas que
emigraron de Europa a Asia en el siglo III a.C. y se establecieron en un territorio que
había pertenecido a los frigios.
La ciudad más importante que fundaron fue Ancyra, la cual pasó a ser la capital de la
actual República de Turquía con el nombre de Ankara. A este territorio le corresponde
actualmente la parte Este de la República de Turquía, país que se encuentra entre Europa
y Asia, rodeada de los mares Negro (al Norte), Egeo (al Oeste) y Mediterráneo (al Sur).

La diáspora

La palabra diáspora es de origen griego y significa “dispersión”. La diáspora hace


referencia a la situación de los judíos fuera de Palestina. Los judíos salieron de Palestina
por diversos motivos: algunos emigraron buscando mejores oportunidades de vida, otros
fueron deportados a otras naciones por ser parte de la clase dirigente que impedía a los
conquistadores tomar el control del país.
La diáspora judía de lengua griega comenzó en Antioquía y se extendió por Siria y
Asia Menor a partir de las conquistas de Alejandro Magno y la fundación de nuevas
ciudades, a tal grado que no había ciudad romana donde no existiera una comunidad
judía.
A pesar de sus diferencias culturales y religiosas, casi todas las comunidades estaban
organizadas y mantenían una estrecha relación con las comunidades judías de Palestina,
especialmente con el Templo de Jerusalén, como punto de referencia central de todo el
judaísmo. Esta relación se concretizaba en las peregrinaciones y en el pago de tributo al
Templo. Este flujo monetario provocó constantes conflictos tanto con las autoridades
judías locales como con las autoridades romanas. Todavía hoy a todos los judíos que
viven fuera de Palestina se les dice que viven en la diáspora.

43
La sinagoga

La palabra sinagoga es de origen griego y significa “reunión” o “congregación”. La


institución de la sinagoga tuvo origen en la diáspora, como respuesta a la necesidad de
los judíos de organizarse para conservar su identidad religiosa y de grupo, al faltarles
una autoridad y una institución que les sirviera de punto de referencia.
Su estructura básica se fundamentó en el sistema de asociación de los griegos, cuya
organización dependía de las personas que promovían su creación y patrocinio, por eso
en una misma ciudad podía haber varias sinagogas. La función principal de la sinagoga
era la de constituir a los judíos en “asamblea santa”, para prestar un servicio religioso a
Dios en ausencia del Templo de Jerusalén, aunque más tarde se hizo común también la
creación de sinagogas en Jerusalén (Hch 6,9) y en Palestina (Masada, Nazaret, Gamla y
Herodión).
La institución de la sinagoga ha sobrevivido entre los judíos hasta el día de hoy, como
la casa o edificio donde se reúnen los judíos en asamblea para orar o escuchar la Palabra
de Dios.

Los misioneros judíos

La presencia de prosélitos temerosos de Dios en las sinagogas o asambleas judías,


permite descubrir que la predicación del monoteísmo en el sistema politeísta del Imperio
romano, era ya una práctica común entre los judíos antes del cristianismo, quizás no
como la que estaban realizando Bernabé y san Pablo, pero sí como una respuesta abierta
y tolerante a los paganos, que simpatizaban con el monoteísmo y se acercaban a las
sinagogas mostrando un sincero interés de vivir los valores más sublimes de la religión
judía.
Como judíos nacidos en la diáspora, san Pablo y Bernabé debieron haber conocido los
métodos de predicación de los misioneros judíos para ganar prosélitos o defenderse de
sus adversarios, y una vez que se convirtieron en misioneros cristianos encontraron la
ventaja de ponerlos en práctica antes de presentar a la persona de Jesús (cfr Sab 13;
Oracula Sybillina; Hch 17, 22-31; 1Tes 1,9-10).

Estrategia del primer viaje misionero

Al final de este primer viaje, ya se dejan ver algunos principios de la estrategia


misionera de san Pablo y Bernabé:
Se sirven de la infraestructura creada por los imperios como medios de transporte o
comunicación.
Se sirven de las colonias judías como punto de referencia para que la nueva fe llegara
a los judíos.

44
Toman también como punto de partida las sinagogas, aceptan los resultados de su
predicación, sea favorable o desfavorable.
Fundan una comunidad cristiana con aquellos que aceptan la fe y continúan
animándolos a conservarla nombrando encargados (Hch 14,23).
De igual manera, san Pablo y Bernabé no sólo se dirigieron a los judíos de nacimiento,
sino también a los prosélitos temerosos de Dios (Hch 14,16-26), que se encontraban en
proceso de convertirse al judaísmo y a un solo Dios, por lo cual eran admitidos a la
sinagoga y seguían algunas creencias y prácticas religiosas de los judíos.

Tras las huellas de las comunidades cristianas de Galacia

Para muchos cristianos, esta región de Turquía debe ser considerada la segunda Tierra
Santa, después de Palestina, donde nació el cristianismo, porque en esta tierra la nueva fe
predicada por san Pablo y Bernabé se consolidó como tal y echó las raíces más hondas y
profundas que las del judaísmo y de las demás religiones. Sin embargo, ahora, este
territorio es casi exclusivamente musulmán, y sólo se pueden encontrar algunas
tradiciones o ruinas de los cristianos que han sido descubiertas por los arqueólogos o
historiadores.
Antioquía de Pisidia se encontraba a orillas del río Meandro, a 4 kilómetros de la
moderna ciudad turca de Yalvac. Se fundó como una fortaleza fronteriza entre las
regiones de Frigia y Pisidia poco después del año 300 a.C. por el rey Seleuco I Nicator,
el mismo que fundó Antioquía de Siria, en honor de su padre Antíoco. Ahí existía una
considerable comunidad judía que convivía con una mayoría de habitantes de origen
griego. Al darse cuenta de su posición estratégica, el emperador Augusto la convirtió en
colonia romana en el año 25 a.C. y lugar de paso de la ruta que conectaba a Éfeso con el
Oriente. Llegó a ser el centro militar más importante de la región y el punto de partida de
los dos caminos que se construyeron en la región. Actualmente el sitio se encuentra en
ruinas, pero se pueden observar todavía los restos de un teatro, un acueducto romano,
parte de los arcos y muros de la ciudad. Los restos de dos basílicas cristianas de la época
bizantina, encontradas recientemente, dejan ver que la presencia de la comunidad
fundada por san Pablo se mantuvo por muchos siglos (Hch 13,14-49).
La ciudad de Iconio corresponde a la moderna ciudad de Konya, capital de la
provincia turca que lleva el mismo nombre. Se encuentra a 150 kilómetros al sureste de
Antioquía de Pisidia. Su nombre original fue Claudiconium (representante de Claudio),
otorgado por el emperador romano Claudio. Era el centro cultural y religioso de Frigia.
Estaba asentada en un punto estratégico, en el paso de las caravanas que se dirigían por
distintos caminos hacia Siria, Éfeso y Roma. Desde el siglo XI d.C. pasó a manos de los
grupos de origen árabe y actualmente es el centro del integrismo musulmán turco,
representado por la mezquita de Meulana y por el grupo religioso de los derviches. La
comunidad cristiana se mantuvo durante mucho tiempo (Hch 113,51; 14,21; 6,2) porque
san Pablo regresó a ella en varias ocasiones. Uno de los santos más sobresalientes de esta

45
ciudad fue san Caritón, fundador de varias comunidades monásticas en Palestina, quien
murió a finales del siglo III d.C. durante la persecución del emperador Aureliano.
Actualmente los únicos cristianos de la ciudad son una familia y una comunidad de
religiosas que cuidan una capilla dedicada a san Pablo, a donde los peregrinos cristianos
celebran la Eucaristía.
En 1885, en el montículo Zostera, cerca de la actual ciudad turca de Hatunsaray se
encontró una inscripción en latín que contenía el nombre de Listra. Este lugar se ubica a
unos 30 kilómetros al sur de Iconio. Listra fue convertida por el emperador Augusto en
una colonia militar romana (6 a.C.). En ella no había habitantes judíos, por lo tanto
tampoco sinagoga, por lo que fue la primera ciudad completamente pagana en la que se
predicó el Evangelio. La mayoría de la población hablaba una lengua denominada
licaónica (Hch 14,11), por eso fue difícil que san Pablo y Bernabé se dieran cuenta de
que la población pretendía ofrecerles sacrificios, para rendirles honores como a dioses de
la salud por los prodigios que el Señor había obrado a través de ellos. A Bernabé lo
identificaron con Zeus (Júpiter), gobernador de todos los dioses, y a Pablo con Hermes
(Mercurio), mensajero de los dioses. Hay evidencias de que estas dos divinidades eran
las más populares en esta región. Cuando se rehusaron a recibir el sacrificio fueron
apedreados (Hch 14,19; 1Cor 11,25), pero lograron fundar una comunidad que visitaron
en su segundo viaje (Hch 16,1-3).
En 1957 se identificó al montículo llamado Kerti Huyuk con la ciudad de Derbe,
porque en él fue encontrada una inscripción dedicada al emperador romano Antonino Pío
en la que aparece el nombre de Derbe. Está situada a 100 kilómetros al sureste de Listra
y a 25 kilómetros al noreste del actual pueblo turco de Karamán. En ella se fundó
también una comunidad (Hch 14, 21) que desapareció con la ciudad.

El encuentro de san Pablo con san Timoteo

San Timoteo se convirtió en la primera predicación de Pablo en Listra. Su padre era


griego y su madre era judía. Cuando Pablo pasó por la ciudad en su segundo viaje
misionero, lo circuncidó y lo convirtió en uno de los más importantes de sus
colaboradores (Hch 16,1-3).

La carta a los Gálatas

Pablo les escribió una carta a las comunidades de Galacia entre los años 50-57 d.C.
desde Éfeso o Corinto. El lugar y fecha sigue siendo controvertido entre los estudiosos.
Esta carta es uno de los documentos del primer siglo más importantes para conocer la
historia de la Iglesia naciente y del pensamiento cristiano en general. A través de ella se
conocen las luchas internas entre los cristianos del tiempo de san Pablo.

46
Chapter 8
Capítulo 8: PARTICIPACIÓN DE SAN PABLO EN LA
ASAMBLEA DE JERUSALÉN

Autor anónimo,
San Pablo, siglo XIII.
Nicosia, Museo Nacional, Arzobispado Macarios.

Catorce años después, subí de nuevo a Jerusalén con Bernabé, llevando también a
Tito. Esta vez subí por una revelación. Expuse a los más eminentes el Evangelio que
predico entre los gentiles, no fuera que corriese o hubiese corrido en vano. Pues bien, ni

47
Tito que me acompañaba, el cual es griego, fue obligado a circuncidarse. Pero por
ciertos falsos hermanos que se habían colado entre los demás, apostándose ahí como
espías de la libertad que en Cristo Jesús tenemos, para subyugarnos, a los cuales por
ningún momento nos doblegamos, para que se arraigue entre vosotros la pureza del
Evangelio. De los que eran considerados como los más notables —quienes hayan sido
antes, nada me importa a mí, porque Dios no mira la cara de los hombres—. Esos
personajes más notables, en realidad no me impartieron nada, sino que, por el
contrario, viendo que se me había encomendado a mí la predicación del Evangelio a los
del prepucio, así como a Pedro se le había encargado predicarlo a los de la circuncisión
—porque el mismo que ha ejercido su acción sobre Pedro para el apostolado entre los
circuncidados, es el mismo que ha ejercido esa acción sobre mí para convertir a los
gentiles—, enterados de que la gracia que se me había conferido, Santiago, Pedro y
Juan, quienes eran tenidos como las columnas, nos dieron la mano en señal de sociedad,
para que evangelizásemos nosotros a los gentiles y ellos a los circuncidados; pero que
nos acordásemos de los pobres, cosa que me he esforzado por cumplir (Gál 2,1-10; cfr
Hch 15,1-6.22-31).

Pero tan pronto como el Evangelio llegó a los gentiles y su número empezó a crecer,
los cristianos de origen judío se vieron superados en número y empezaron a exigir que
los no judíos adoptaran sus costumbres, lo cual fue rechazado por los gentiles en
Antioquía, donde eran mayoría (Hch 15,1; cfr Hch 11,3).
Como los apóstoles no estaban preparados para dar respuesta a este problema, la crisis
puso a la Iglesia en riesgo de terminar en un gran cisma. Por esta razón se vio la
necesidad de reunirse en una asamblea (Hch 15,2), que es considerada por muchos como
el primer Concilio de la Iglesia, que constituyó el acontecimiento más importante en la
historia del cristianismo primitivo, que tuvo lugar en la ciudad de Jerusalén hacia el año
48 d.C.
La detallada y cuidadosa información que se encuentra, tanto en Hechos de los
Apóstoles como en Gálatas, confirma la importancia que le concedió la Iglesia primitiva
a esta primera asamblea de los apóstoles.
El punto central del debate era aclarar a los cristianos si la circuncisión debería seguir
siendo el signo de la Alianza (Gén 17,11) con Dios. Lo que estaba en juego era la
identidad misma del cristianismo que ponía todas sus esperanzas en Cristo, en quien
Dios había cumplido todas sus promesas (Gál 2,16).
La experiencia de que la salvación de Dios ya había llegado a los gentiles sin exigirles
la circuncisión (Hch 11,17; 15,7-11; Gál 3,1-3) fue fundamental, esto llevó a considerar
que el cumplimiento de la ley ya no era necesario para la salvación, ni la circuncisión era
el signo de la Nueva Alianza.
Hasta este momento, los misioneros cristianos no imponían la circuncisión a los
gentiles como requisito para su conversión, cosa que los judíos veían como una práctica
oportunista (Gál 1,10-11).
Los acuerdos tomados fueron fundamentales porque quedó aceptada la práctica

48
misionera (Gál 2,2): la Iglesia de Antioquía se dedicaría a predicar a los gentiles, y la
Iglesia de Jerusalén a los judíos (Gál 2, 7-10).

San Pedro en Jerusalén

San Pedro, cuyo nombre original fue Simón, era hijo de Jonás, originario de la ciudad
de Betsaida, un pueblo de pescadores del lago de Tiberíades. Su nombre le vino de Jesús,
que le dio el nombre hebreo de Cefas que significa “piedra” o Petrus en latín (Mt 10,2;
16,18; Mc 3,14-16; Lc 6,13-14), cuando lo convirtió en su discípulo (Jn 1,42) junto con
su hermano Andrés (Jn 1,40; Mt 4,19).
Jesús mostró una cierta predilección por él (Mt 16,13-19; Mc 9,2; 14,33; Lc 22,28-32;
Jn 21,15-19) y se alojaba en su casa (Mt 8,14-15; Mc 1,29-31; Lc 4,38). Su condición de
pescador hace pensar que tenía un buen estatus económico (Lc 5,13).
Después de la muerte de Jesús, aparece como el jefe de la naciente Iglesia de Jerusalén
(Hch 1-12; Gál 1,18; 2,9) y luego asume la dirección de la misión de evangelizar a los
judíos y acompañar a las comunidades judeocristianas (Gál 2,7-9; Rm 1,16).
De acuerdo con la tradición, fue crucificado en Roma en el año 67 d.C. durante la
persecución contra los cristianos desatada por Nerón (Clemente de Roma, Carta a los
Corintios, 95-97 d.C.).
Fue crucificado boca abajo (Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl., II, 1) y sepultado en unas
catacumbas en el año 67 d.C. en el Vaticano. Sus sucesores asumieron su misión,
reclamaron su primacía sobre los demás líderes cristianos y tomaron el nombre de Papa
o “Padre”. Su memoria se celebra el 29 de junio junto con san Pablo. Sobre su tumba se
construyó una pequeña iglesia en el siglo III d.C. y después el emperador Constantino
mandó construir una Basílica, la cual fue reemplazada por la basílica actual construida
en el siglo XVI. En ese lugar se puso la sede de gobierno, hasta el día de hoy, para la
Iglesia católica.
El Vaticano se encuentra ubicado en el interior de la ciudad de Roma en una colina a
orillas del río Tíber, en un lugar conocido en la antigüedad como Ager Vaticanus o
“lugar de los vaticinios”.

Santiago el Mayor, primer obispo de Jerusalén

Santiago el Mayor es considerado el primer obispo de Jerusalén. El nombre del


apóstol Santiago “el Mayor” procede del hebreo Yakob que significa “talón” o “El Señor
protege” (Gén 25,25). Es uno de los nombres favoritos de los judíos por haber
pertenecido al padre de todas las tribus de Israel (Gén 49).
Se le denomina “el Mayor” para distinguirlo del apóstol Santiago “el Menor”, que era
seguramente bajo de estatura (Mt 10,1-4; Mc 3,13-19; Lc 6, 12-16; Hch 1,13). Era hijo
de Zebedeo y de Salomé (cfr Mt 27,56; Mc 15,40; 16,1), y hermano de san Juan, el

49
discípulo que Jesús amaba (Mt 4,18-22; Mc 1,19; Lc 5,1-11). Su padre Zebedeo se
dedicaba a la pesca y tenía trabajadores a su cargo en el lago de Galilea (Jn 1,44; Mc
1,20). Su madre Salomé se unió al grupo de mujeres que seguían y atendían a Jesús y a
sus discípulos (Mt 27,55; Mc 15,40; 16,1; Lc 8,2; 13,55-14,1) y en el último viaje a
Jerusalén le pidió a Jesús que sus hijos ocuparan los primeros puestos en su reino (Mt
20,21; Mc 10,37-39). Su buena posición económica les permitió ser conocidos por el
Sumo Sacerdote (Jn 18,16) y poder albergar en su casa a la Madre de Jesús (Jn 19,27).
Asimismo, el negocio de su padre les permitió entrar en contacto con mucha gente y
aprender, aparte del hebreo y el arameo, el griego y el latín porque la región de Galilea
tenía ya tres siglos de haber sido invadida por la cultura griega.
Santiago, aparte de ser de los primeros discípulos llamados por Jesús, formó parte
también del grupo selecto de Jesús (Mt 17,1; 26,37; Mc 5,37; 9,1; 13,3; 14,33; Lc 8,51;
9,28).
El sobrenombre de Boanerges o “hijos del trueno” que le dio Jesús junto con su
hermano Juan, hace ver que era un hombre muy temperamental (Mc 13,17; Lc 9,49-54).
Murió mártir hacia el año 44 d.C. por órdenes del rey Agripa I, nieto de Herodes el
Grande, con el propósito de complacer a los judíos (Hch 12,1-2).

El apóstol san Juan

San Juan era pescador, nativo de Galilea e hijo de Zebedeo. Fue discípulo de
Jesucristo junto a su hermano Santiago el Mayor. En la última cena se recostó sobre el
pecho de Jesús y estuvo al pie de la cruz, junto a la Virgen María. Después de la
resurrección de Jesús fue uno de los primeros en ver la tumba vacía. San Pablo lo
considera uno de los pilares de la Iglesia. Su Evangelio y demás escritos son propios de
una escuela de la que formó parte san Policarpo. Se le simboliza con una águila por su
alta teología (cfr San Irineo, Adv. Haer., III. iii. 4; Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl., V,
xxi; Clemente de Alejandría, Acta Joannis). Los padres de la Iglesia aseguran que se fue
a vivir a Éfeso junto con la Virgen María, hacia el año 62 d.C., donde escribió el cuarto
Evangelio. Durante su destierro en la isla de Patmos escribió el Apocalipsis. Regresó a
Éfeso y ahí escribió el resto de sus escritos. Allí murió, fue sepultado y es conservada su
tumba.

Los judaizantes

La palabra judaizante procede del verbo griego ioudaizo que significa adoptar las
costumbres de los judíos (Est 8,17; Gál 2,14). Los judaizantes formaron un grupo de
cristianos en los inicios de la Iglesia, procedentes del judaísmo, que sostenía que la
circuncisión y la observancia de la Ley de Moisés eran necesarias para la salvación y por
lo tanto, deberían ser impuestas a los gentiles que se convertían al cristianismo (Hch

50
15,1).
A pesar de lo decidido por el Concilio de Jerusalén, continuaron su actividad como
secta cristiana y san Pablo los llegó a enfrentar en varias ocasiones (Gál 5,2; Fil 3,2;
1Tim 1,6-7).
Con la destrucción del Templo de Jerusalén (70 d.C.) desaparecieron como grupo y se
dividieron en tres sectas identificadas como: Nazarenos (observaban la Ley de Moisés),
Ebionitas (negaban la divinidad de Jesús y consideraban apóstata a san Pablo) y
Gnósticos (sabían todo sobre la salvación), hasta que desaparecieron finalmente en el
siglo V d.C.

La circuncisión

El rito de la circuncisión fue motivo de disputa entre los cristianos, al grado de


convocar la primera asamblea general de la que se tiene noticia en el cristianismo.
En esta asamblea se declaró que la circuncisión no sería necesaria para que los
cristianos pertenecieran al pueblo de Dios o se salvaran (Hch 15,28; cfr Gál 5,2.6).
En vez de la circuncisión, los cristianos usaron el bautismo para indicar su pertenencia
al Pueblo de Dios.
La circuncisión es un rito muy antiguo con el que se da inicio a la pubertad. Los
egipcios y fenicios lo practicaron por motivos de limpieza y como signo de nobleza o
superioridad. La circuncisión consiste en quitar el prepucio o la piel que rodea la
extremidad del pene del niño o hacer un pequeño corte en él de modo que se derrame
aunque sea una gota de sangre.
Los judíos adoptaron la circuncisión y le dieron un valor religioso, estableciendo que
se hiciera en el octavo día después del nacimiento del niño (Lev 12,3).
La circuncisión es el signo que marca su pertenencia al pueblo de Dios (Gén 17,11).
Es el símbolo de la alianza (Berit Milá) hecha entre Dios y Abraham (Gén 17,1-14;
18,4). Como judíos, san Pablo y Jesús fueron circuncidados al octavo día (cfr Flp 3,5; Lc
2,21; Gál 4, 4-5).
La circuncisión todavía es practicada en varias naciones y religiones, entre ellas la
judía, ya sea por motivos higiénicos o religiosos.

La Torá o la Ley

La palabra torá viene del hebreo y significa “instrucción”. Designa un resumen en


forma de libro de tradiciones atribuidas a Moisés que deben cumplir los judíos.
Después del exilio pasó a significar el compromiso de la Alianza, adquirido por el
pueblo de Israel a través de Moisés en el monte Sinaí. Los judíos la consideran la
voluntad de Dios para el pueblo de Israel y para toda la humanidad que mantiene el
orden en toda la creación (Dt 30,15).

51
Los judíos acostumbran portar la Torá en el cuerpo. Lo hacen por medio de cajitas de
cuero negro llamadas filacterias que contienen pasajes de la Torá y se colocan en la
frente y el brazo izquierdo. La palabra filacteria se deriva del griego phylakterion. Se le
conoce también como tefillin, término arameo que significa “plegarias”.
Sólo los varones judíos mayores de trece años las deben usar para orar. Su uso se basa
en las palabras bíblicas que dicen: “Pondréis éstas mis palabras en vuestro corazón y en
vuestra alma, las ataréis como señal en vuestra mano y serán como insignias entre
vuestros ojos” (Dt 11,18; cfr Dt 6,8; Éx 13,9.16).
Las mujeres y los niños están exentos de esta obligación religiosa.

La identidad de los cristianos

El cristianismo forma parte de la historia del Pueblo de Israel, porque los primeros
cristianos no pretendieron abandonar el judaísmo. Fueron los conflictos y
acontecimientos históricos lo que ocasionaron que se fuera tomando conciencia de que
los cristianos y judíos representaban dos concepciones del Pueblo de Dios, no sólo
rivales, sino incompatibles, ya que los judíos seguían viendo en la torá el único camino
de salvación, mientras que para los cristianos el único camino era Cristo.
La rápida difusión del cristianismo entre los no judíos dejó ver con toda claridad que
el cristianismo era completamente distinto al judaísmo, porque a pesar de las tradiciones
comunes, el choque no pudo evitarse una vez que los no judíos quedaron exentos de
observar las leyes judías.
El conflicto estaba por definirse cuando en el año 70 d.C. fue destruido el Templo de
Jerusalén y los judíos se quedaron sin una estancia política que pudiera actuar en contra
de los cristianos.
Los cristianos se hicieron pronto a la idea de vivir sin Ciudad Santa ni Templo (Mt
23,38-39; Mc 14,58; Hch 6,14) porque la persona del resucitado pasó a reemplazar la
función institucional del Templo (Jn 2, 19-22).
En tiempos de la persecución desatada por el emperador Nerón en el año 64 d.C., los
cristianos ya eran reconocidos por los romanos como una entidad distinta al judaísmo.
Asimismo ya habían sido declarados herejes por los judíos y ya no eran admitidos en el
culto de las sinagogas.

52
Chapter 9
Capítulo 9: SAN PABLO GUÍA SU PRIMERA MISIÓN
EN MACEDONIA

Nino Gregori,
San Pablo, siglo XX
Londres, Colección privada.

Bernabé se hizo a la vela para Chipre con Marcos, y Pablo, escogiendo a Silas de
compañero, partió entregado a la gracia de Dios por los hermanos, se puso a recorrer
Siria y Cilicia, confirmando las comunidades en la fe (…). Luego, fue a Derbe y a

53
Listra. En esta ciudad había un cristiano llamado Timoteo, hijo de una judía cristiana y
de padre griego (…). Queriendo Pablo llevárselo de compañero, lo circuncidó por los
judíos que vivían en aquellos territorios, pues todos ellos sabían que su padre era griego
(…). El Espíritu Santo les prohibió anunciar la Palabra de Dios en Asia (…). Pasando
a lo largo de Misia bajaron hasta Troas, donde Pablo tuvo una visión una noche: un
macedonio se le presentó, diciéndole: “Atraviesa el mar hasta Macedonia para que nos
des ayuda”. Cuando tuvo esta visión, tratamos inmediatamente de partir a Macedonia
convencidos de que Dios nos había llamado a predicarles el Evangelio. Nos
embarcamos, pues, en Troas, y navegando en línea recta a Samotracia, el día siguiente
arribamos a Neápolis, y de ahí llegamos a Filipos, la cual es una colonia romana y
principal ciudad de aquella parte de Macedonia. En aquella ciudad estuvimos algunos
días. El sábado salimos fuera de la puerta de la ciudad hasta la orilla de un río donde
pensábamos que se hacía la oración. Ahí nos sentamos y nos pusimos a hablar con las
mujeres que habían concurrido (…). Atravesando, luego, por Anfípolis y Apolonia
llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Pablo, siguiendo su
costumbre, fue a la sinagoga y se puso a discutir con ellos tres sábados tomando por
base las Escrituras, explicándoselas y exponiéndoles que el Mesías debía sufrir y
resucitar de entre los muertos, diciéndoles que Jesús era el Mesías, “que yo os
anuncio”. Algunos judíos se convencieron y se unieron a Pablo y a Silas, lo mismo que
una muchedumbre de griegos piadosos, entre ellos no pocas mujeres de la más alta
sociedad. Pero los judíos se llenaron de envidia y, juntándose con ciertos hombres
malos de la hez del pueblo, agitaron a la gente (…). Los fieles hicieron que Pablo y Silas
salieran durante la noche rumbo a Berea. Luego que llegaron fueron a la sinagoga de
los judíos. Aquéllos eran más nobles de corazón que los de Tesalónica. Recibieron la
predicación con toda seriedad y se pusieron a examinar todos los días la Escritura, a
ver si era cierto lo que afirmaban los apóstoles. Muchos de ellos creyeron, así como
bastantes mujeres griegas de distinción y también bastantes hombres (Hch 15,39-41;
16,1-3.6.8-15; 17,1-5.10-13).

La conciencia de la misión universal de la Iglesia es algo a lo que se llegó sólo


después de mucho tiempo y de muchos intentos.
La primera etapa comenzó con la dispersión de los cristianos, debido a la persecución
desatada en Jerusalén después de la lapidación de Esteban, e iba dirigida a los judíos y
samaritanos (Hch 8,4-5.14; 11,19).
La segunda etapa se dio en Antioquía, donde algunos predicadores anónimos de
Chipre se atrevieron a predicar a los paganos (Hch 11,20-21).
La tercera etapa se debió a una iniciativa de la iglesia de Antioquía al enviar a
Bernabé y a san Pablo a predicar a gran escala a los prosélitos y temerosos de Dios por
Chipre y Asia Menor (Hch 13,4-14,28).
Una nueva etapa comenzó una vez resuelto el problema de la libertad de los cristianos
respecto a las prescripciones legales judías, como la circuncisión, en el Concilio de
Jerusalén (Hch 15,1-33; Gál 2,1-10) y la separación de Bernabé y san Pablo (Hch 15,39).

54
Bernabé, junto con san Marcos, se embarcó para Chipre (Hch 15,39). No sabemos
nada sobre sus itinerarios, pero la tradición los pone como fundadores de las iglesias de
Roma y Alejandría respectivamente.
San Pablo, por su parte, con Timoteo y Silas, sus nuevos colaboradores, se dirigió a
Macedonia y Acaya en el transcurso de lo que se ha llamado su segundo viaje misionero
(Hch 16,9).
A partir del entendimiento con los responsables de la Iglesia de Jerusalén, se abrieron
para san Pablo nuevas perspectivas de largo alcance para que la misión entre los no
judíos llegara a los centros más importantes del Imperio romano.
La visión del macedonio, en la que se invita a Pablo a prestarles su ayuda, es decisiva
para el avance de la predicación misionera. La visión y la expresión de que el Espíritu no
les permitió predicar en Asia, son modos de decir que la expansión del cristianismo ha
sido obra de Dios, y no el fruto de decisiones meramente humanas.
En esta nueva etapa, san Pablo pasó de ser compañero de Bernabé a líder de su propio
grupo de misión compuesto por Silas y Timoteo.
A pesar de desarrollar su misión en un mundo repleto de propaganda religiosa, san
Pablo supo imprimir su propio sello de anunciar el Evangelio de forma organizada y
sistemática, planeando y operando tierra tras tierra con una auténtica estrategia de
misión.
Se dice que el paso de la tercera persona a la primera persona del plural (“tratamos”)
en Hechos de los Apóstoles a partir de la visión del macedonio en Troas (Hch 16,10), y
hasta la fundación de la comunidad de Filipos (Hch 16,17), como si el narrador formara
parte del grupo, se debe a que san Lucas está trascribiendo partes de un “diario de viaje”
(cfr Hch 20,5-8.13-15; 21, 8-18; 27,1-28,16) de san Pablo, Timoteo o del mismo Lucas
que empieza el libro en primera persona (Hch 1, 1-4).
Otros dicen que se trata del mismo macedonio que relata la visita de san Pablo a
Macedonia. Para otros es un mero estilo narrativo que utilizaban los historiadores en la
antigüedad para dar vivacidad a la narración y acreditar su valor documental.

El reino de Macedonia

El antiguo reino de Macedonia se ubicaba en el ahora extenso territorio de la


península balcánica; la mayor parte corresponde a la provincia norteña de Grecia,
mientras que otras partes están al sur de la antigua Yugoslavia y Bulgaria. Era una reino
poderoso, pero sus habitantes no eran considerados griegos hasta que el rey macedonio
Filipo II fundó el imperio grecomacedonio (356-336 a.C.). A su muerte (334 a.C.), su
hijo Alejandro Magno de 20 años heredó el imperio y lo engrandeció con la ayuda de sus
ejércitos, conquistando muchos reinos de Asia y Persia. Cuando murió (323 a.C.) su
gran imperio no logró mantenerse unido y Macedonia volvió a ser un pequeño reino.
Macedonia fue de las regiones que más opusieron resistencia a los ejércitos romanos
(221 a.C.), hasta que fue sometida y convertida en una provincia romana dividida en

55
cuatro distritos (146 a.C.).
El cristianismo entró a Europa por la ciudad macedónica de Neápolis, que ahora
recibe el nombre de Kávala, veinte años después de la muerte de Cristo (Hch 16,9) a
través de san Pablo.
Las constantes expulsiones que sufrió san Pablo en esta región, en cada una de las
ciudades donde predicó, podrían hacernos pensar que su obra fue un rotundo fracaso; sin
embargo, la identidad cristiana de sus habitantes hasta nuestros días nos demuestra el
éxito tan grande que tuvo.

Primera comunidad fundada por san Pablo en Filipos

Filipos es la primera ciudad evangelizada por el grupo de misión dirigido por san
Pablo. A esta ciudad corresponde también el privilegio de haber visto surgir la primera
comunidad cristiana establecida en Europa (Hch 16,11-15).
La ciudad de Filipos se encuentra al norte de Grecia a 20 kilómetros tierra adentro
desde Kávala, que le sirve de puerto. El nombre de la ciudad se debe al emperador Filipo
II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, quien la fundó en el año 356 a.C. Por la
ayuda que recibió de la ciudad en su lucha contra los asesinos (Bruto y Casio) de César,
el emperador Augusto le concedió muchos privilegios y le dio el nombre de Colonia
Augusta, convirtiéndola en un centro comercial y militar muy importante (42 a.C.). Sin
embargo, todo este pasado glorioso de la ciudad está ahora reducido a cenizas.
La comunidad de Filipos fue la predilecta de san Pablo (Flp 1,15): acude a ellos para
pedirles ayuda y ellos se la dan generosos (Flp 4,15-16); la visita en dos ocasiones más
(Hch 19,21; 20,1-3.6).
Los restos de la ciudad antigua todavía se dejan ver en una parte empedrada de la vía
Ignacia, un foro, un teatro y dos basílicas romanas. En una de estas dos basílicas hay una
cripta en la que la tradición sitúa el lugar en el que san Pablo estuvo prisionero (Hch 16,
16-40) y junto al río que corre a un par de kilómetros al oeste de las ruinas del foro, hay
una capilla dedicada al encuentro de san Pablo con Lidia (Hch 16,13-15).

Tesalónica

La ciudad de Tesalónica recibe ahora el nombre de Salónica y forma parte de la actual


Grecia. Es un puerto que se encuentra a 140 kilómetros al oeste de Filipos. Fue fundada
alrededor del año 315 a.C. por el rey macedonio Casandro en honor de su esposa
Thessaloniké, media hermana de Alejandro Magno.
En el 148 a.C. fue declarada capital de la provincia romana de Macedonia. Pablo llegó
a Tesalónica viniendo por la vía Ignacia pasando por Anfípolis y Apolonia (Hch 17,1).
En Tesalónica había una comunidad judía con su sinagoga, donde Pablo predicó los
tres primeros días después de su llegada a la ciudad, pero la mayoría de los que se

56
convirtieron eran paganos (1Tes 1,9; Hch 17,4) que se separaron de la sinagoga y se
fueron a reunir a la casa de Jasón (Hch 17,5-9).
Al final tuvo que salir de la ciudad, porque fueron acusados ante las autoridades por
difundir propaganda subversiva. La comunidad fundada por san Pablo sigue viva hasta
hoy: la ciudad y la Catedral están dedicadas a san Demetrio, obispo martirizado en el
siglo IV d.C.
En el año 860 la iglesia de Tesalónica envió a san Cirilo y Metodio, llamados
“apóstoles de los eslavos” a evangelizar a los países eslavos y parte de Rusia, donde
tuvieron gran éxito.
Desde 1430 hasta 1912 los turcos conquistaron la ciudad y convirtieron las iglesias en
mezquitas. La ciudad sigue siendo una de las más grandes y pobladas de Grecia, por eso
es imposible hacer excavaciones arqueológicas que permitirían conocer mejor su pasado.
El único monumento del tiempo de los romanos y de san Pablo es el Ágora con rasgos
griegos y romanos, los demás son iglesias bizantinas que testimonian el celo misionero
de san Pablo en esta ciudad, y la ruta de la vía Ignacia que atravesaba la ciudad de Este a
Oeste sigue siendo la calle principal de la ciudad y conserva el mismo nombre.

Berea

Después de haber predicado en Tesalónica, san Pablo y su grupo llegaron a Berea, una
ciudad al norte de Grecia, donde fue recibido cordialmente por los miembros de la
sinagoga que había en esa ciudad.
Algunas mujeres distinguidas y hombres se convirtieron al Señor (Hch 17,10-14),
entre ellos un hombre llamado Sosípater que acompañó a san Pablo en su último viaje a
Jerusalén (Hch 20,4.12; cfr Rm 16,21).
Era una ciudad próspera porque se encontraba a orillas de la vía Ignacia, a los pies del
monte Vermión y regada por los ríos Aliákmonas y Axíos. Hoy sólo quedan algunas
ruinas de la ciudad, entre ellas, restos de 37 iglesias antiguas decoradas con frescos.

El primer escrito del Nuevo Testamento

La primera carta de san Pablo a los tesalonicenses es el escrito inicial del Nuevo
Testamento, que nació en Corinto durante el segundo viaje misionero entre los años 51
al 53 d.C. Viéndose imposibilitado para visitar a los tesalonicenses, san Pablo se decide
a escribir para alentar a la comunidad y responder a sus interrogantes.
Esta carta le sirvió a san Pablo para suplir su ausencia, pero pronto se dio cuenta que
este era un instrumento privilegiado para alentar, enseñar, informar sobre su misión y
sobre todo, un medio nuevo de predicar el Evangelio que siguió utilizando hasta su
muerte, dejándonos un testimonio invaluable de su pensamiento y de su actividad
misionera.

57
Carta a los Filipenses

Desde su cautividad en Éfeso, san Pablo escribió también a los filipenses una carta
(Flp 1,1). En ésta menciona muy especialmente la colaboración de las mujeres Evodia y
Síntique en la difusión del Evangelio (Flp 4,2-3; cfr Hch 16,13-15).

58
10
Chapter
Capítulo 10: EL EVANGELIO EN DIÁLOGO CON LA
CULTURA EN ATENAS

Filippino Lippi
San Pablo visita a san Pedro en prisión, 1484-1485 ca.
Florencia, Santa María del Carmine.

Mientras los esperaba en Atenas (a Silas y Timoteo), sentía Pablo que le ardía el
alma al ver cómo estaba toda llena de ídolos aquella ciudad. Discutía en la sinagoga

59
con los judíos y los adoradores de Dios, y todos los días conversaba en el ágora con los
que encontraba por ahí. También departían con él algunos filósofos epicúreos y
estoicos. Algunos decían: “¿Qué querrá decir ese charlatán?”. Otros decían: “Parece
que anda haciendo propaganda de divinidades extranjeras”, porque anunciaba a Jesús
y la resurrección. Por fin, un día lo condujeron al Areópago, diciéndole: “¿Se podría
saber cuál es esa nueva doctrina que andas exponiendo? Porque has hecho llegar a
nuestros oídos ciertas cosas extrañas. Queremos, pues, saber cuáles son esas
doctrinas”. Porque todos los atenienses y los extranjeros que ahí residían, sólo se
distraían en dar noticias y en recibirlas.
Pablo se puso de pie en medio del Areópago y comenzó a decir: “Por todo lo que veo,
me parece que vosotros sois más religiosos que nadie, porque recorriendo la ciudad y
mirando los templos, hasta encontré un altar que tenía esta inscripción: ‘Al Dios
Desconocido’. Pues bien, yo vengo precisamente a anunciaros ese Dios que adoráis sin
conocerlo. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, siendo el Señor
del cielo y de la tierra, no vive en templos hechos por manos del hombre, ni tampoco es
servido de manos de hombres, como si tuviera necesidad de alguien. Porque Él es quien
les da a todos la vida, la respiración y todas las cosas. De un solo hombre ha hecho
descender todo el género humano, para que habite sobre toda la superficie de la tierra.
Ha determinado las épocas de su existencia y los límites de sus países, para que
buscasen a Dios, a ver si a tientas lo podían hallar; aunque en realidad no está lejos de
cada uno de nosotros. Porque en Él vivimos, nos movemos y estamos, así como lo han
dicho algunos poetas vuestros: ‘Somos de su linaje’. Y siendo linaje de Dios, no
debemos pensar que sea Él semejante al oro, ni a la plata, ni al mármol, ni a ninguna
figura hecha por el arte y la imaginación de los hombres. Pasando Dios por alto
aquellos tiempos de ignorancia, les anuncia ahora a los hombres el arrepentimiento
universal en todo el mundo, en cuanto a que ha fijado el día en el cual ha de juzgar a la
tierra conforme a la justicia, por medio de un hombre elegido por Él, haciendo que
todos crean en Él por haberlo resucitado de entre los muertos (Hch 17,16-31).

Cuando oyeron aquello de la resurrección de los muertos, unos se rieron de él, y otros
le dijeron: “Ya nos volverás a hablar de esa materia”. Así se retiró Pablo de entre ellos.
Sin embargo, algunos que siguieron tratando con él creyeron, entre ellos, Dionisio el
Areopagita, una mujer llamada Damaris, y con ellos otros también” (Hch 17,16-34; 1Tes
3,1).
El discurso pronunciado por san Pablo a los atenienses refleja el contenido de su
predicación a los gentiles (1Tes 1,9-10; cfr 3,1-2), y uno de los principios fundamentales
de su actividad misionera: “me he hecho todo a todos, para salvar a toda costa a algunos”
(1Cor 9,19-23). En él se pone de manifiesto de manera sorprendente la adaptación a las
circunstancias y la apertura al auditorio, con la disposición de aceptar lo mejor de su
cultura y su filosofía como una preparación al Evangelio. Con él se lleva a cumplimiento
la profecía de Simeón expresada en el Evangelio (Lc 2, 29-32; cfr 2,1; 3,1; Hch 26,22) y
la realización de la misión encomendada a los apóstoles de predicar a todas las naciones

60
a partir de Jerusalén (Lc 24,47; Hch 1,8).
La predicación de san Pablo en Atenas, la cuna de la cultura occidental, es uno de los
puntos culminantes de la misión encomendada por Cristo a los apóstoles (Hch 1,8). Es el
encuentro entre el Evangelio y el centro de la cultura grecorromana que puso de
manifiesto la capacidad de san Pablo para entrar en diálogo con una sociedad pluralista
con valores muy distintos a los cristianos.

La ciudad más antigua del mundo occidental

Los orígenes de la ciudad de Atenas se remontan al siglo X a.C. Se dice que fue
fundada por el rey Cécrope. Su nombre proviene de la diosa Atenea (Minerva para los
romanos), diosa de la sabiduría, siempre virgen, nacida de la mente de Dios (A-theo-
noa).
Los atenienses se creían superiores a los bárbaros y a sus compatriotas griegos porque
eran autóctonos.
Hacia el s. VI a.C. se construyó el primer templo, y la ciudad de Atenas se convirtió
en el centro cultural más importante del mundo por su arquitectura, templos, teatros y
escuelas.
En el s. V a.C., Pericles llevó la ciudad de Atenas a su máximo esplendor. Incrementó
su importancia con la construcción del Partenón y promovió la prosperidad, el comercio,
la industria, la filosofía (Sócrates, Platón, Aristóteles) y sus escuelas filosóficas (cínicos,
estoicos y epicúreos). Este desarrollo continuó en el s. III a.C. con Alejandro Magno
(336-333 a.C.) hasta lograr conquistar con su arte (Calícrates, Mnesicles, Ictinos, Fidias,
Praxíteles), sus historiadores (Herodoto, Tucídedes, Jenofonte), su oradores
(Demóstenes), su ciencia (medicina), su política (democracia), su deporte (olimpiadas),
su religión y su visión del mundo a muchas naciones.
En el año 146 a.C. Atenas fue devastada por los romanos y después integrada a la
provincia de Acaya (27 a.C.). A partir de este momento la ciudad perdió mucho de su
interés político y cultural, y se convirtió en un centro turístico, aunque siguió
conservando su tradición universitaria y religiosa.
Para el tiempo en que san Pablo llegó a anunciarles a Cristo (50 d.C.), en su segundo
viaje misionero (Hch 17), la ciudad conservaba todavía muy buenas escuelas de retórica
y filosofía, y los atenienses seguían dedicando templos (cfr 1Cor 3,10-17; 2Cor 13,10),
altares y estatuas a muchos dioses (Atenea, Afrodita, Apolo, Artemisa, Ares, Esculapio,
Demetrio, Hermes, Pan, Zeus) y a otros dioses desconocidos de la ciudad.
En el año 395 d.C. el emperador Teodosio puso a Atenas bajo el Imperio bizantino o
Imperio romano de Oriente con sede en Constantinopla (hoy Estambul).
En 1453 los turcos tomaron Constantinopla, y Atenas pasó a formar parte del Imperio
otomano, hasta que en 1821 el rey Otto I de Baviera declaró su independencia y
constituyó el moderno Estado de Grecia.
Atenas es en la actualidad la ciudad más grande y la capital de Grecia. Tiene una

61
población aproximada de cinco millones de habitantes y ha llegado a absorber
prácticamente la ciudad portuaria del Pireo.
La presencia de san Pablo en Atenas ha quedado bien grabada en la población, en las
calles y en monumentos porque la mayoría de su población se declara cristiana.
En el centro histórico de la ciudad se puede ver sin dificultad la Acrópolis y otros
monumentos antiguos que datan del siglo V a.C. muy bien conservados. Muchos de
estos monumentos son los mismos que vieron san Pablo y los primeros cristianos.

Los estoicos

Los estoicos tienen su origen en la escuela Socrática y la escuela Cínica (Diógenes


Laercio, siglo IV a.C.). Se conoce también como escuela Eleática porque se originó en
Elea. Recibió el nombre de stoa poikilé (columnado adornado) en Atenas, porque su
fundador Zenón (siglo III a.C.) se ponía a enseñar junto a las columnas. Tuvieron gran
influencia en los neopitagóricos y neoplatónicos, e incluso en pensadores romanos como
Séneca y Marco Aurelio.
En el siglo I d.C., su máximo exponente era Epícteto. Esta escuela era panteísta. En
ella se enseñaba que sólo los sabios son virtuosos, porque la virtud del bien se basa en el
conocimiento y en la vida interior. Sólo los sabios viven en armonía con la razón divina,
identificada como Destino o Providencia que gobierna la naturaleza; de allí su
indiferencia a la desgracia, al placer y al dolor.
La escuela estoica elaboró una enumeración formal de las cualidades de Dios,
basándose probablemente en material antiguo, que ha sido definida como la vía
negationis, la cual consiste en decir todo lo que no es Dios (ejemplo: invisible vs.
visible), y se convirtió en una teología filosófica.

Los epicúreos

Los epicúreos fueron fundados por Epicuro de Samos (siglo III a.C.). En el siglo III
d.C. su máximo exponente era Lucrecio. Su doctrina proclama que el hombre debe
liberarse de todo, especialmente del sufrimiento, para vivir tranquilo y disfrutar al
máximo de los placeres de la vida aquí y ahora.
Epicuro consideraba que los dioses viven desinteresados del hombre, por lo cual, el
hombre debe desligarse también de los supuestos poderes religiosos que les atribuye a
las divinidades, porque no tienen ningún poder sobre él.

La Iglesia de Atenas

San Pablo llegó a Atenas hacia el año 50 d.C. viniendo de Macedonia por mar y

62
desembarcó en el puerto de Pireo. Después de su predicación, los convertidos fueron tan
pocos (Dionisio y Damaris) que ni siquiera eran suficientes para formar una comunidad.
San Pablo debió haber creído que todo había sido un fracaso porque jamás menciona a
los convertidos en sus cartas; jamás les escribió una carta y aunque en varias ocasiones
estuvo cerca de la ciudad, nunca regresó a ella. Aunque la comunidad de Atenas se
expandió y sobrevivió.
Dionisio el Areopagita es considerado el primer obispo y mártir de Atenas, y en el
Concilio de Nicea (325 d.C.) estuvo presente su sucesor, porque la Acrópolis fue
proclamada sede de la iglesia de Atenas y así permaneció después del cisma con la
Iglesia católica (1054 d.C.).
Los grandes padres de la Iglesia, San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno,
estudiaron en Atenas y lograron combinar el pensamiento griego con el mensaje
cristiano.
Durante cuatro siglos la comunidad cristiana profesó su fe de manera clandestina,
hasta que el emperador Teodosio II publicó un edicto (429 d.C.) con el que se prohibió el
culto a los ídolos y se comenzó la cristianización paulatina de los templos paganos,
transformándolos en basílicas cristianas. El templo dedicado al dios Esculapio fue
dedicado a san Cosme y Damián, y el Partenón fue dedicado a la Virgen María.
En el año 529 d.C. fueron cerradas las últimas escuelas de filosofía. En el año 1204
d.C. Atenas sucumbió ante las cruzadas y las basílicas ortodoxas fueron convertidas en
católicas romanas y el arzobispado ortodoxo de la Acrópolis fue ocupado por uno
católico romano.
En la actualidad la mayoría de los habitantes de Atenas son cristianos ortodoxos, sin
embargo, existen minorías católico-romanas que celebran su liturgia siguiendo el rito
latino, bizantino y armenio.
La Acrópolis

La vida ateniense nació y se desarrolló en la Acrópolis, una meseta situada a 156


metros de altura, protegida por fuertes murallas. Ahí se encontraba el palacio real, el
templo de la diosa Atenea y el Erectión (templo dedicado al culto de los dioses
protectores de la ciudad). En ella se reunían los atenienses para dilucidar todos los
problemas que afectaban al pueblo en la guerra y en la paz, la dictadura y la democracia.
Ofrecían culto a múltiples dioses y discutían de filosofía, religión y todo lo referente a la
vida humana. Fue destruida por los persas en el año 480 a.C. y reconstruida por los
generales Temístocles (471 a.C.) y Pericles (447 a.C.).

El Partenón

El Partenón es el edificio más grande de la Acrópolis. Su nombre procede del griego


párthenos que significa “la virgen”, porque está dedicado a la siempre virgen Atenea.
Este es el templo más antiguo dedicado a esta diosa, patrona de la ciudad. Se fundó en el

63
año 447 a.C. y todavía hoy es uno de los edificios más hermosos y mejor conservados de
la antigüedad. En su interior se encontraba la estatua de Atenea, una de las obras
maestras del escultor Fidias.
A pesar de los cambios que vinieron después, siguió conservando su carácter sagrado.
En el año 630 d.C. fue transformado en Iglesia cristiana con el nombre de Santa Sofía
(Sabiduría), dedicado a la Santísima Virgen María, y la estatua de Atenea fue trasladada
a Constantinopla, capital del nuevo imperio romano del Oriente.
En 1460 d.C. cayó en manos de los turcos que lo convirtieron en mezquita y le
añadieron minaretes. Actualmente es un monumento nacional del Estado Libre Griego y
es considerado por las Naciones Unidas Patrimonio de la Humanidad.

El Ágora

Al pie de la Acrópolis, en la ladera noroeste, se encuentra el Ágora o mercado,


adornado con edificios y columnas reconstruidas. En ese lugar san Pablo sostuvo debates
con los estoicos y epicúreos y todos aquellos que asistían a ese lugar (Hch 17,17-18).

El Areópago

En el lado occidental de la Acrópolis se encuentra el Areópago, una colina dedicada a


Ares (Marte), dios de la guerra, lugar en el que se reunía el tribunal que tenía la tarea de
juzgar sobre asuntos relacionados con la religión y la moral.
Los atenienses condujeron a san Pablo ante este tribunal porque consideraron que
anunciaba una nueva religión (Hch 17,19).
Al pie de la colina se encuentra una placa de bronce que reproduce el texto de la
predicación de san Pablo en el Areópago.
Al oeste de la colina se encuentra también una calle pública que lleva por nombre
“Calle del Apóstol san Pablo” y hacia el este, al sur de la Acrópolis, está la “Calle de
Dionisio el areopagita”.

64
11
Chapter
Capítulo 11: PRIMER CENTRO MISIONERO
PAULINO EN CORINTO

Cesare Francazano,
San Pablo y Filemón, siglo XVII.
Nápoles, Museo de San Martín.

(San Pablo) se fue de Atenas, y llegó a Corinto. Encontrando ahí a un judío llamado
Áquila, natural del Ponto, recién llegado de Italia con su mujer Priscila, por haber
mandado Claudio que saliesen de Roma todos los judíos, fue a verlos; y como era del

65
mismo oficio se quedó a vivir en su casa y ahí trabajaba. Ellos también eran del oficio
de hacer tiendas de campaña. Todos los sábados daba conferencias en la sinagoga,
convenciendo a judíos y griegos. Pero cuando Silas y Timoteo llegaron a Macedonia, se
dedicó Pablo enteramente a la predicación, probándoles a los judíos que Jesús era el
Mesías. Como ellos le hiciesen oposición y blasfemasen, sacudiéndose el vestido les
dijo: “Que vuestra sangre caiga sobre vuestras cabezas; de ella estoy limpio yo. Desde
ahora me voy con los gentiles”. Y mudándose de ahí se fue a casa de un adorador de
Dios llamado Ticio Justo, cuya casa estaba contigua a la sinagoga. Sin embargo,
Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia, y también muchos
corintios que escuchaban a Pablo creían y se bautizaban. Una noche el Señor le dijo a
Pablo en una visión: “No tengas miedo; habla, no calles, porque Yo estoy contigo, y
nadie pondrá mano sobre ti para perjudicarte. En esta ciudad tengo Yo un pueblo
numeroso”. Un año y seis meses pasó ahí enseñando entre ellos la doctrina de Dios.
Siendo Galión Procónsul de Acaya, los judíos de común acuerdo se le echaron encima a
Pablo y lo arrastraron hasta el tribunal, acusándolo: “Este hombre anda enseñando a
la gente un culto de Dios que es contrario a la Ley”. Pablo iba a comenzar a hablar
cuando Galión dijo a los judíos: “Judíos, si se tratase de algún crimen o de alguna
acción temeraria y mala, yo os escucharía, como es razón. Pero tratándose de disputas
acerca de una palabra o doctrina, o acerca de nombres o de cuestiones de vuestra Ley,
resolvedlas vosotros. Yo no quiero ser juez en esas materias”. Luego, les mandó que se
retirasen del tribunal. Enseguida agarraron todos a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y se
pusieron a golpearlo delante del tribunal. Pero Galión ningún caso hacía de aquellas
cosas. Habiéndose quedado ahí muchos días todavía, por fin se despidió de los
hermanos y se embarcó para Siria, acompañado de Priscila y Áquila (Hch 18,1-18).

San Pablo comenzó su actividad misionera ligado a la comunidad de Antioquía, sin


embargo, pronto decidió seguir su propio camino. El primer paso lo dio cuando
determinó separarse de Bernabé y de Marcos (Hch 15,39). El siguiente paso lo dio
fundando su propio centro misionero en la ciudad de Corinto, en el cual puso a prueba su
capacidad de liderazgo, de organización (Hch 18,11) y de escritor, haciendo nacer el
Nuevo Testamento (51 d.C.) con la primera carta a los Tesalonicenses (1Tes 3,1-6).
En Corinto no sólo se fundó una comunidad cristiana, sino también el primer centro
misionero fundado por san Pablo, en el que logra poner en práctica su propia estrategia
misionera. Esta iniciativa no se debe a un capricho personal y humano, sino que es
atribuida a la voluntad de Dios y a la intervención del Espíritu Santo (Hch 18, 9-10). La
prueba de esto lo tenemos en el paso de muchos misioneros por esta comunidad (2Cor
10, 14).
Con esta fundación en una ciudad poblada y comunicada, san Pablo asegura la
difusión del evangelio porque posibilita que el evangelio se siga irradiando y se le preste
una mejor atención a las comunidades con un acompañamiento y seguimiento más
frecuente y personalizado.

66
La ciudad de Corinto

Corinto, famosa por su estilo de vida libertina y sus capiteles, es una ciudad muy
antigua que se remonta al año 1000 a.C. Su posición geográfica le permitió desempeñar
la función de enlace entre el Norte y el Sur y entre Este y Oeste.
Los fenicios se establecieron en ella por razones comerciales. Esto influyó para que
también se convirtiera en una de las primeras ciudades que acuñó monedas con figuras
mitológicas, de animales y otros símbolos que servían para distinguir su valor en el
intercambio comercial (VII a.C.).
Corinto celebraba los juegos ístmicos, con características similares a los juegos
olímpicos, pero con menos poder de convocatoria. En el año 338 a.C. fue conquistada
por Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno. Fue destruida por los romanos
en el año 146 a.C. y reconstruida por Julio César en el 44 a.C. con el nombre de Colonia
Laus Julia Corintiensis.
En el año 29 a.C. se convirtió en la capital de la provincia de romana de Acaya y ahí
puso su residencia el gobernador, tiempo durante el cual alcanzó su mayor esplendor. Su
posición estratégica impulsó el comercio y pronto se convirtió en una de las ciudades
más ricas con una población de más de medio millón de habitantes. Éstos eran esclavos,
marineros y comerciantes de origen romano, griego, judío y oriental que se
caracterizaban por su sincretismo religioso y cultural.
Cuando san Pablo llegó a Corinto, procedente de Atenas, al final de su segundo viaje
misionero, la región estaba gobernada por el general Galión (Hch 18,12-7), hermano
mayor de Séneca, quien de acuerdo con datos históricos gobernó la región durante los
años 51-52 d.C. A lo largo de los siglos cayó en poder de los eslavos y visigodos. En
1205 pasó a manos de los venecianos y en 1715 a manos de los turcos, quienes la
abandonaron en 1821 y después fue destruida por un fuerte terremoto en 1858.
Del pasado glorioso de Corinto sólo queda un parque nacional con un pequeño pueblo
rural cuya población asciende a 4 mil 500 habitantes que se dedican a la producción de
granos, aceites y seda. La ciudad moderna o Nea Korinthos se fundó en 1858, después
del temblor, en el Golfo de Corinto, a 6 kilómetros de la ciudad antigua. Es la segunda
ciudad más poblada de Peloponeso, con cerca de 20 mil habitantes. Está ubicada en el
Istmo de Corinto, entre la provincia griega de Argolis y Corintia. Une el Peloponeso con
Grecia, entre el mar Adriático y el mar Egeo, y entre los puertos Cencreas (al Este) y
Lequeo (al Oeste) desde donde se administra el canal de Corinto por donde cruza un
considerable número de embarcaciones diariamente.
La religión pagana

En Corinto quedan todavía restos de lo que fue la religión pagana que dominaba antes
de la llegada de san Pablo: se conservan siete columnas de estilo dórico del templo del
dios Apolo, el más antiguo de la Grecia clásica, construido en el 586 a.C.; se ha
descubierto el templo de Esculapio, dios de la medicina; también se conservan restos del

67
templo de Afrodita, la diosa del amor, situado en el macizo del Acrocorinto. Este templo
se hizo famoso porque en él sus sacerdotisas ejercían la prostitución sagrada con fiestas
y orgías, a tal grado que se popularizó la frase “vivir a la corintia” para expresar el estilo
de vida desenfrenado y lujurioso.

La Iglesia de Corinto

San Pablo llegó a Corinto entre los años 51 y 52, al final de su segundo viaje
misionero. Durante su estancia trabó amistad con el matrimonio judío Áquila y Priscila,
expulsados de Roma debido al edicto del emperador Claudio (41 d.C.).
Gracias a que como él se dedicaban al oficio de curtir y tejer telas, encontró con ellos
una forma de subsistir y permanecer en la ciudad por dieciocho meses (Hch 18,3).
Al principio, junto con sus compañeros Silas y Timoteo, predicó en la sinagoga,
consiguiendo la conversión de algunos judíos, pero otros lo obligaron a abandonarla y
hasta lo presentaron a los tribunales.
A pesar de todos estos problemas, logró crear una sólida comunidad cristiana antes de
dejar la ciudad. San Pablo regresó a Corinto por segunda vez en su tercer viaje misionero
entre los años 57 y 58 d.C. (Hch 20,2-3).
Corinto era una sede arzobispal de Grecia hasta que fue reducida a una sede episcopal,
en 1890, por el Estado Griego y Atenas fue convertida en la única sede arzobispal. El
papa san Clemente escribió a los corintios hacia el año 96 d.C. en donde menciona
algunos obispos, entre los que se encuentran san Apolo y algunos discípulos de san
Pablo como san Sóstenes y san Dionisio.
A finales del siglo XIX se hicieron excavaciones en Corinto y fueron descubiertas en
el puerto de Lequeo restos de la ciudad de Corinto, que coinciden con la época en que
san Pablo llegó a la ciudad y algunas basílicas cristianas antiguas que fueron construidas
sobre templos paganos, con proporciones y estructuras similares de las basílicas de san
Pedro en el Vaticano o de san Juan de Letrán en Roma. Actualmente, la ciudad de
Corinto es muy pequeña y está habitada por cristianos ortodoxos.

Los primeros templos cristianos

Los primeros cristianos no tenían ni templos, ni sacrificios de animales, ni siquiera un


sacerdocio comparable al judío o al pagano. Por eso eran considerados ateos. Pero sabían
que aunque no tuvieran solemnidades ni celebraciones cultuales, ellos eran los auténticos
adoradores de Dios y que su estilo de vida y sus humildes reuniones en las casas en las
que celebraban “la cena del Señor” o “el bautismo” de los nuevos adeptos, constituían un
verdadero culto a Dios.
Así como los judíos se reunían el sábado, ellos comenzaron a reunirse los domingos,
día en el que resucitó Jesús, para “la fracción del pan” (1Cor 10,17). Como no disponían

68
de locales para sus reuniones, se reunían en casas privadas, en habitaciones bastante
amplias o en catacumbas (cuevas subterráneas). Así rindieron culto al Señor los primeros
cristianos durante tres siglos. Estas casas son identificadas por la presencia de símbolos
cristianos o por la inscripción Ecclesia mater que significa que la Iglesia cuida de sus
hijos como una madre.

Las cartas a los Corintios

Pablo escribió algunas cartas a la comunidad de Corinto, de las cuales dos han pasado
a formar parte del Nuevo Testamento, escritas desde Éfeso y Macedonia hacia los años
53 y 57 d.C. respectivamente.
Aunque en ellas abarca un gran abanico de temas, el que más sobresale es el de las
divisiones en la comunidad (1Cor 1,10-11), un tema que sin duda sigue teniendo
actualidad porque los cristianos siguen estando divididos y haciendo grupos por
cuestiones de ideas, de poder o de dinero.

69
12
Chapter
Capítulo 12: LA BASE MISIONERA DE SAN PABLO
EN ÉFESO

Bernardo Strozzi,
San Pablo, siglo XVII.
Génova, Galería del Palacio Rojo.

Un judío natural de Alejandría, llamado Apolo, hombre elocuente y fuerte en las


Escrituras, había ido a Éfeso. Ese hombre estaba instruido en la doctrina del Señor, y
siendo de ferviente espíritu, disertaba y enseñaba con toda exactitud lo concerniente a

70
Jesús, aunque no conocía más que el bautismo de Juan. Comenzó a hablar
valientemente en la sinagoga, donde lo oyeron Priscila y Áquila, quienes lo llevaron y le
expusieron más en detalle la doctrina de Dios. Queriendo él pasar a Acaya, lo animaron
los fieles y escribieron a los fieles de allá que lo recibieran bien. Cuando llegó les ayudó
mucho a los que habían creído, con aquella gracia que tenía; porque con gran vigor
refutaba públicamente a los judíos, demostrándoles por las escrituras que Jesús era el
Mesías. Estando Apolo en Corinto, llegó Pablo a Éfeso, después de atravesar las tierras
de la meseta. Encontró ahí a unos fieles a quienes preguntó: “¿Habéis recibido el
Espíritu Santo después de que creísteis?”. Ellos le respondieron: “Ni siquiera hemos
oído decir que haya Espíritu Santo”. Pablo les dijo: “Entonces ¿con qué bautismo
habéis sido bautizados?” Ellos le dijeron: “Con el bautismo de Juan”. Pablo les dijo:
“Juan bautizó con el bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyeran en
uno que vendría después de él, es decir, en Jesús”. Habiendo oído esto fueron
bautizados en el nombre del Señor Jesús, y cuando Pablo les impuso las manos, bajó el
Espíritu Santo sobre ellos, y empezaron a hablar lenguas y a profetizar. Fue luego a la
sinagoga, donde continuó hablando con toda franqueza durante tres meses, discutiendo
acerca del Reino de Dios, convenciendo a sus oyentes. Pero como algunos seguían
obstinados en no creer y maldecían el Camino del Señor en presencia del público, se
separó de ellos y segregó a sus discípulos, dando conferencias todos los días en la
Escuela de Tirano. Dos años hizo esto; de manera que todos los habitantes de Asia, así
judíos como griegos, pudieron oír la Palabra del Señor (Hch 18,24-19, 1-10).

La originalidad de la iniciativa misionera de san Pablo fue adquiriendo forma de


manera progresiva.
Primero se separó de Marcos y Bernabé y se transformó en el líder de su propio grupo
misionero (Hch 15,39).
Después puso su primer centro de evangelización en Corinto (Hch 18,11) y finalmente
decidió independizarse de la comunidad de Antioquía (Hch 18,22) e hizo en la ciudad de
Éfeso su propia base misionera (Hch 19,10; 20,31; 1Cor 16,8-9).
La ciudad de Éfeso era el principal objetivo de la actividad misionera de san Pablo
después del Concilio de Jerusalén, pero, por circunstancias extrañas atribuidas a la
voluntad de Dios (Hch 16,6), evangelizó primero Macedonia y Acaya.
Cuando llegó a Éfeso ya existía una comunidad cristiana fundada por Apolo. Sin
embargo, no pierde de vista su plan original.
Durante su estancia de tres años en Éfeso pone las bases de su misión (Hch 19,10;
1Cor 15,32; 16,8).
Desde ahí escribe a los Filipenses y a los Corintios respondiendo a las preguntas de las
comunidades y enviando a sus colaboradores para resolver las tensiones internas y los
conflictos con la sociedad.
Tuvo que abandonar Éfeso después de haber estado en prisión (Flp 1,12-18; Flm 1,1;
Hch 20,1), pero dejó a Timoteo como encargado de la comunidad (1Tim 1,3; 2Tim 1,18;
4,12) y se mantuvo en contacto con sus colaboradores y con las comunidades por medios

71
de cartas (Ef, Col, 1Tim y Flm).

El puerto de Éfeso

Éfeso fue fundada en el siglo XI a.C. en la costa oriental del mar Egeo junto a la
desembocadura del río Caistro por los carianos. Los jonios la conquistaron y la llevaron
a su máximo esplendor con la construcción del templo a la diosa Artemisa.
En el 560 a.C. la conquistó el rey Creso de Lidia. Le sucedieron los persas (479 a.C.)
y después Alejandro Magno (334 a.C.). Por su posición estratégica para la comunicación
marítima y terrestre, y su importancia comercial y religiosa en el año 34 a.C., los
romanos le construyeron un puerto y la convirtieron en la ciudad más importante de la
región al elevarla al rango de capital de la provincia romana de Asia Menor y sede del
procónsul romano. Su población ascendía a 300 mil habitantes y estaba compuesta por
gente de diversas razas, lenguas y credos.
El Templo de Artemisa era el centro religioso más importante de la antigüedad que
atraía peregrinos de todo el imperio durante todo el año, quienes compraban toda clase
de recuerdos o figuras en miniatura de la diosa y su santuario, elaborados por los
orfebres del lugar (Hch 19, 23-41). Cubría una superficie de 120 metros de largo por 70
metros de ancho. Estaba sostenido por 128 columnas de 20 metros de altura y adornado
con las obras de los más grandes escultores de la época. Fue destruido en el año 356 a.C.
y reconstruido por Alejandro Magno. Su importancia disminuyó con la llegada del
cristianismo hasta que fue destruido por los godos (262 d.C.).
Artemisa era la diosa de los carianos, primer pueblo que habitó Éfeso, procedentes de
un pueblo cercano llamado Caria de Knidos. Su nombre es de origen indoeuropeo y
significa “la Grande”. Los romanos le dieron el nombre de Diana. Su imagen, guardada
en el templo, se creía que había caído del cielo (Hch 19,35). En monedas y figurillas
encontradas se le representa como una mujer con muchos senos, porque era considerada
la patrona de las parturientas y de la fauna silvestre.
Éfeso fue también uno de los centros culturales más importantes de la antigüedad con
la Biblioteca de Celso, una de las más famosas de la antigüedad junto con la Biblioteca
de Alejandría. En ella nació el filósofo Heráclito y donde el poeta Homero pasó la mayor
parte de su vida.
El puerto de Éfeso se encuentra ahora a 8 kilómetros del mar. Estuvo en el olvido
durante muchos siglos al grado de dudar sobre su misma existencia, hasta que en 1869 el
arqueólogo J.T. Wood identificó el lugar donde estaba ubicada en un pantano, al pie de
una colina de la pequeña villa de Ayasoluk que tiene una población de 3 mil habitantes, a
3 kilómetros de la moderna ciudad de Selcuc.
Sus ruinas se han convertido en un centro turístico importante, meta de grupos de
peregrinos interesados en conocer el lugar más importante de la actividad misionera del
apóstol san Pablo.
El papa Pablo VI visitó este lugar en 1967 y el papa Juan Pablo II el 30 de noviembre

72
de 1979.

La comunidad judía

Los judíos llegaron a Éfeso hacia el siglo III a.C. y lograron formar una comunidad
muy influyente. Se dedicaban al comercio de sus trabajos artesanales, gozaban de la
ciudadanía romana, de la libertad de culto y hasta de la exención del servicio militar (cfr
Flavio Josefo, Antigüedades Judías, 12; 14).
Era una comunidad tan numerosa y organizada que disponía de varias sinagogas.
San Pablo se separó de ellos después de predicar durante los primeros tres meses en
sus sinagogas (Hch 19,8-10).

La comunidad cristiana de Éfeso

El Evangelio fue predicado por primera vez en Éfeso por Apolo (Hch 18,24-26). San
Pablo pasó por allí al final de su segundo viaje misionero (Hch 18,21) y regresó después,
hacia el año 54 d.C. para construir ahí su propia base misionera (Hch 19,1-10).
Durante su estancia, en Éfeso san Pablo corrigió algunos errores de la predicación de
sus predecesores (Hch 19,1-7) y se dirigió a las poblaciones vecinas de Mileto (Hch
20,17), Esmirna, Filadelfia, Magnesia, Sardes, Pérgamo, Laodicea (Col 1,7), Colosas
(2Cor 12,18) y Hierápolis (Hch 19,10; Col 4,12-13).
Los cristianos de Éfeso se vieron beneficiados por ser destinatarios de tres cartas, dos
de las cuales aparecen en el Nuevo Testamento, escritas por san Pablo y el evangelista
san Juan (Ap 2,1-7), y otra escrita por san Ignacio de Antioquía.
Durante los primeros tres siglos Éfeso fue la sede episcopal más importante de Asia
Menor, pero con la creación del patriarcado de Constantinopla (hoy Estambul) en el 381
d.C., fue relegada a un segundo lugar hasta desaparecer.
En el año 431 d.C. se realizó en Éfeso uno de los Concilios más importantes de todas
las comunidades cristianas, que proclamó solemnemente el dogma de la Maternidad
Divina de la Virgen María como Madre de Dios (Theotokos), frente a la doctrina de
Nestorio que afirmaba que sólo era Madre de Cristo (Christotokos) en su naturaleza
humana. Todavía existen, cerca del puerto antiguo, ruinas de la llamada Basílica del
Concilio, conocida también como la Basílica de Santa María, la Theotokos.
Con la invasión musulmana y más tarde con la dominación otomana, Éfeso dejó de ser
cristiana. Hoy es simplemente el recuerdo de una antigua y vigorosa comunidad, con el
distintivo de haber sido la residencia más importante del apóstol san Pablo y uno de los
centros más importantes de la devoción y peregrinación marianas.
Actualmente no hay ningún cristiano nacido en Éfeso, sino solamente una comunidad
de religiosas y un padre capuchino que cuidan de un santuario dedicado a la Virgen
María, que fue erigido en razón de una fuerte tradición que sostiene que la Virgen María

73
pasó parte de su vida hasta su muerte en Éfeso, junto con el evangelista san Juan, a quien
Jesús le confió su cuidado (Jn 19,27). Esta tradición es apoyada también por los padres
de la Iglesia: san Ireneo, Policarpo, Polícrates, Hipólito, Clemente y Orígenes. Esta
tradición parecía haber desaparecido, hasta que a principios del siglo XIX, la monja
alemana Catalina Emmerych tuvo unas revelaciones y describió detalladamente la casa
donde vivió la Virgen, sin haber estado nunca en Éfeso. Alentados por esta descripción,
los padres Lazaristas buscaron y encontraron un pequeño santuario en ruinas, pero bien
conservado. Lo restauraron y fue nuevamente abierto al culto. Está construido en la cima
del Monte Bulbul-Dag, en medio de un bosque de pinos donde reina el silencio y la paz.
Está cuidado por una comunidad de religiosas y un padre capuchino que atienden a los
peregrinos cristianos, musulmanes y judíos que llegan a este lugar a venerar a la Virgen
María y a pedir su intercesión en momentos de necesidad material y espiritual.

Apolo, un predicador a la altura de san Pablo

Apolo es la abreviación del nombre griego Apolonio que no es de origen griego, pero
que se relaciona con el “orden” y “la unidad”. Apolo es un escriba judeocristiano de
Alejandría con un amplio conocimiento de la cultura griega y hebrea.
Gracias a su ciudad natal pudo adquirir una buena preparación cultural y religiosa. Su
facilidad de palabra y el buen conocimiento de las Escrituras (Hch 18,24-25) le
permitían también tomar la palabra en la sinagoga (Hch 18,28).
Es muy probable que Apolo haya recibido el bautismo y el anuncio del Evangelio en
Alejandría a través
de san Marcos. Lucas lo presenta como el fundador de la comunidad cristiana de Éfeso
(Hch 18,24) donde ejerce su ministerio (1Cor 16,12) con algunos desplazamientos a
otras comunidades (Hch 18,28; 1Cor 3,6; 16,12).
El mismo san Pablo reconoce su vocación, sus cualidades para predicar el Evangelio
(1Cor 3,5-9) y la fascinación que causa en los oyentes al grado de tener sus propios
seguidores (1Cor 1,12; 3,4).

74
13
Chapter
Capítulo 13: LA PRISIÓN DE SAN PABLO EN
CESAREA

Duccio di Buoninsegna,
La Virgen con el niño y san Pablo (Particular) 1300 ca.
Siena, pinacoteca Nacional

Luego que amaneció, hicieron los judíos una conjuración entre sí comprometiéndose
bajo maldición a no comer, ni beber, hasta que mataran a Pablo. Eran más de cuarenta
los que habían hecho aquella conjuración. Fueron a ver a los príncipes de los

75
sacerdotes, a los Ancianos y les dijeron: “Nos hemos obligado bajo maldición a no
probar alimento ninguno mientras no matemos a Pablo. Solicitad ahora del tribuno,
vosotros y el Sanedrín, que os lo traigan, con el pretexto de que vais a examinar
detalladamente su caso. Entretanto, estaremos nosotros preparados para matarlo antes
de llegar”. Pero el hijo de la hermana de Pablo supo de esta conjuración, fue a la
fortaleza y dio aviso a Pablo. Éste llamó a uno de los centuriones y le dijo: “Lleva a este
muchacho ante el tribuno, porque tiene una noticia que darle”. El centurión lo llevó al
tribuno, y le dijo a éste: “Pablo, el preso, me ha suplicado que te traiga este muchacho,
quien tiene algo que decirte”. El tribuno lo tomó de la mano, lo llevó aparte y le
preguntó: “¿Qué es lo que me quieres revelar?”. El muchacho le dijo: “Los judíos se
han puesto de acuerdo para pedirte que lleves mañana a Pablo al Sanedrín con el
pretexto de interrogarlo más detalladamente acerca de su caso. No te dejes persuadir de
ellos, porque le tienden una emboscada más de cuarenta hombres, que bajo maldición
se han comprometido a no comer ni beber hasta que lo hayan matado. Ya están
preparados esperando que resuelvas favorablemente”. El tribuno despachó al
muchacho, mandándole que no dijese a nadie que le había revelado aquello.
Enseguida llamó a dos centuriones, y les dijo: “Desde la tercera hora de la noche tened
listos doscientos soldados de infantería para que marchen hasta Cesarea, setenta de
caballería y doscientos lanceros. Tened también caballos ensillados para que monte
Pablo, a fin de llevarlo sano y salvo ante el Gobernador Félix”. A éste le escribió una
carta…Según las órdenes que los soldados habían recibido, se llevaron a Pablo durante
la noche y fueron escoltándolo hasta Antípatris. Al día siguiente regresaron los infantes
a la fortaleza dejando a la caballería que lo siguiera escoltando. Llegaron los jinetes a
Cesarea, y ahí entregaron al gobernador la carta y a Pablo. Después de leer la carta y
de preguntar de qué provincia era, averiguando que era de Cilicia, le dijo: “Ya te oiré
cuando lleguen tus acusadores”, y mandó que se le guardara en el pretorio de Herodes
(cfr Hch 23,12-35).

Este pasaje que apunta hacia el fin de la vida de san Pablo es el único punto de
referencia que tenemos sobre el final de sus días, porque el mismo libro de los Hechos
de los Apóstoles no concluye con su muerte (Hch 28,11-31).
Sin embargo, este pasaje puede muy bien conjugarse con los temores que tiene san
Pablo en su último viaje a Jerusalén y se los comunica a los romanos, una vez que
considera que ha terminado su misión e inicia una nueva etapa que se extenderá más allá
de Roma (Rm 15,17-29).
En la narración que da san Lucas sobre los acontecimientos ocurridos se pueden
rescatar los más importantes, que seguramente se apoyan en hechos históricos: san Pablo
fue detenido en Jerusalén por los romanos; de Jerusalén fue trasladado a Cesarea; en
Cesarea le aplazaron su juicio durante dos años, desde el Gobierno de Félix hasta el de
su sucesor Festo (Hch 24,27); san Pablo apeló al juicio del César en Roma y, a
consecuencia de esta apelación, no fue juzgado en Palestina, sino que en un trasporte
propio para cautivos fue enviado a la capital del imperio romano.

76
Si se lee cuidadosamente en Rm 15,17-29 y los últimos capítulos de Hechos de los
Apóstoles, se puede concluir que dado que san Pablo ya tenía planeado su viaje a Roma,
consideró que la manera más segura de viajar hasta allá era como prisionero, sobre todo
si consideramos también que el conflicto con los judíos se fue agudizando cada vez más,
y de una forma u otra iban a tratar de impedirle llegar a su destino final.

El puerto de Cesarea

Cesarea se encuentra en el camino que va por la costa del mar Mediterráneo hacia el
norte del moderno Estado de Israel, de la ciudad capital Tel-Aviv al puerto de Haifa.
Sus orígenes se remontan al imperio persa, que instaló en ese lugar una fortaleza a
cargo de los fenicios, con el fin de vigilar y controlar el tráfico marítimo y terrestre (586-
332 a.C).
Bajo el dominio de los griegos y egipcios (332-63 a.C.), la población empezó a crecer
y construyeron un pequeño puerto al que le dieron el nombre de Torre de Estratón en
honor del rey fenicio Estratón II (259 a.C.).
En el año 63 a.C. la villa fue ocupada por el gran conquistador romano Pompeyo (63
a.C.), pero más tarde el emperador César Augusto (Lc 2,1) la entregó a Herodes el
Grande (30 a.C.) que la transformó en una gran ciudad (22-9 a.C.) para que sirviera de
puerto en la costa mediterránea de Judea, dándole el nombre de Cesarea en honor de su
benefactor (Flavio Josefo, Bel. Jud. I:21.5).
El puerto era artificial, con rompeolas de piedra que abarcaban una superficie de dos
hectáreas. Se puede ver todavía hoy bajo el agua, así como las ruinas de hermosos
edificios públicos, templos, teatros, calles, murallas, acueductos y estatuas colosales.

La capital de Judea

A la muerte de Herodes el Grande (4 a.C.), su reino se dividió entre sus tres hijos.
Judea quedó en manos de su hijo Arquelao, que fue desterrado por el emperador a las
Galias en el año 6 d.C., debido a su incapacidad de gobernar. En su lugar nombró un
procurador con el título de prefecto con delegación personal del emperador.
Los procuradores romanos, por razones de seguridad, decidieron establecer en Cesarea
su residencia y convertirla en el centro político, comercial y militar más importante de
toda la región, capital de la nueva provincia romana de Judea (6 a.C.).
En el año 70 d.C. el emperador Vespasiano le cambió el nombre a la ciudad por el de
Colonia Prima Flavia Cesarea, cuando el general Tito sofocó la revuelta judía y destruyó
el Templo de Jerusalén.
A partir del año 195 d.C. se hizo notable la presencia de los cristianos en la ciudad,
acrecentándose al ser aceptada la fe cristiana por el emperador Constantino (313 d.C.).
En el año 640 d.C. los cristianos la perdieron ante los musulmanes, pero la volvieron a

77
recuperar durante las cruzadas (1102 d.C.), hasta que fue destruida y abandonada por los
árabes en 1291.

La Cesarea judía

Desde su fundación, Cesarea estuvo habitada por judíos que convivían pacíficamente
con los gentiles. Todo hace suponer que constituían un grupo influyente, puesto que con
sus protestas lograron que Poncio Pilato retirara las insignias militares que había
introducido en el Templo de Jerusalén y más tarde, lograron que el emperador lo
removiera de su cargo cuando hizo uso del Tesoro del Templo para construir el
acueducto que llevaba agua a la ciudad de Jerusalén y por haber sacrificado a un
considerable número de samaritanos mientras ofrecían sacrificios.
Los judíos de Cesarea fueron los primeros que iniciaron la revuelta (66 d.C.) que
terminó con la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. A pesar de esto, la
ciudad continuó acogiendo judíos porque más tarde renació en el año 135 d.C. la famosa
escuela talmúdica del Rabí Aquiva, quien fue hecho prisionero y ejecutado por los
romanos, acusado de estar promoviendo una segunda revuelta.
En 1948, al crearse el Estado de Israel, los judíos volvieron a habitarla y establecieron
ahí el Kibutz Sedot Iam (que en español significa “comunidad de los campos del mar”),
quienes se han encargado de recuperar las ruinas y hacer ahí un parque nacional bajo la
protección del Estado de Israel, así como de volver a utilizar el teatro para conciertos y el
puerto para la pesca y el turismo.
En las excavaciones realizadas por la expedición italiana de 1959 a 1964 se pudo
identificar, gracias a los restos de una sinagoga, el barrio judío cercano al acueducto;
muchos de los hallazgos se exhiben en el museo del Kibutz.

La Cesarea cristiana

Cesarea se convirtió en puerto de partida y llegada de los cristianos. El primer


cristiano que llegó fue el diácono Felipe (Hch 8,40). Después san Pedro llegó a anunciar
el evangelio a Cornelio y a su familia (Hch 10,1-11,18). San Pablo, durante sus viajes
misioneros, pasó varias veces por el puerto de esa ciudad. Lucas nos narra que en una
ocasión zarpó para Tarso huyendo de Jerusalén después de su encuentro con Jesús en
Damasco (Hch 9,30); más tarde fue el punto de desembarque de su segundo (Hch 18,22)
y tercer viaje (Hch 21,8; 21,8.16); y por último ahí estuvo prisionero (57-59 d.C.)
esperando a ser procesado por herejía (Hch 23,23.33; 25,1.4) hasta que apeló a ser
juzgado por el emperador en Roma (Hch 25,6-13).
El cristianismo logró sobresalir en Cesarea hasta finales del siglo II d.C., a partir de un
concilio en el que se estableció que la Pascua de Resurrección se celebrara siempre en
domingo (195 d.C). A partir de entonces volvió a recuperar su esplendor político,

78
comercial y cultural a tal grado, que logró tener la segunda Biblioteca más importante de
todo el imperio con más de 30 mil volúmenes, después de la de Alejandría, y dos de los
hombres más ilustres del cristianismo de la antigüedad: Orígenes (185-254 d.C.) y
Eusebio de Cesarea (260-340 d.C.).
Al centro de la ciudad quedan todavía restos de los edificios cristianos construidos en
la época bizantina (siglo VI d.C.) y en el tiempo de las cruzadas (1291 d.C.) circundados
por una fosa y partes de una muralla de más de 2,600 metros. Lo más visible son los
restos de una catedral que fue dedicada a los apóstoles san Pedro y san Pablo, construida
sobre las ruinas de edificios herodianos, donde se encontró una estatua del buen pastor
con una inscripción de Rm 13,13: “Portémonos decentemente como de día; sin andar en
francachelas y borracheras, ni en concúbitos y demás actos impúdicos; ni en riñas y
envidias”.

La piedra de Poncio Pilato

Mientras una expedición italiana realizaba excavaciones entre 1959 y 1964 en


Cesarea, en el teatro construido por Herodes, para más de 4 mil espectadores (Hist. Jud.
XV, 9, 6), se descubrió en la segunda fila de escalones del área de la orquesta una piedra
que data del siglo I d.C. Su importancia se debe a que contiene una inscripción latina en
la que aparece el nombre de Poncio Pilato, con el título de Prefecto de Judea. Este es el
único testimonio arqueológico de Poncio Pilato, quinto procurador de Judea (26-36
d.C.), quien sentenció a muerte a Jesús en una de sus visita a Jerusalén. La piedra
formaba parte de un edificio dedicado al emperador Tiberio (14-37 d.C.); mide 82 x 68
centímetros con 20 centímetros de espesor. El original se conserva en Jerusalén en el
Museo Nacional de Israel, pero en la entrada al teatro se conserva una copia exacta.

79
14
Chapter
Capítulo 14: MÁS ALLÁ DE ROMA

Marek Grzegorek
San Pablo, 1995.
Colección privada.

Desde Jerusalén y sus alrededores hasta el Ilírico he completado la predicación del


Evangelio de Cristo; porque he aspirado a la gloria de predicar el Evangelio, no en
aquellos lugares donde ya se sabía de Cristo, para no edificar sobre cimiento ajeno;
sino como aquello que está escrito: “Lo verán aquellos a quienes no se les había

80
anunciado, y entenderán aquellos que no habían oído”. Por esa razón me he visto
impedido varias veces a ir a veros. Pero ahora ya no tengo nada que hacer en estas
tierras, teniendo desde hace muchos años el deseo de llegar a veros, de paso para
España —porque tengo esperanza de veros de paso y de que vosotros me despachéis
para allá una vez que esté saciado hasta cierto punto de estar con vosotros—. Pero
ahora voy a partir a Jerusalén (Rm 15,19-25).

San Pablo tuvo la intención de ir a Roma en muchas ocasiones (Rm 1,7-15), pero por
diversas circunstancias vio frustrado sus propósitos (Hch 16,6-7), hasta que lo logró
después de muchos años de actividad apostólica en las provincias orientales, aunque no
como a él le hubiera gustado (Hch 21,27-28,31).
Su intención de ir a Roma no tenía el propósito de evangelizar, sino de buscar apoyo
para continuar su misión en España, una vez que había terminado de predicar en toda la
cuenca oriental del Mediterráneo y donde ya no tenía campo de acción (Rm 15,17-23;
1Tes 1,8).

La ciudad imperial

Roma significa “río”, porque es una ciudad que fue fundada por las tribus etruscas de
pastores que habitaban en la planicie y en las colinas a orillas del río Tíber, en el año 753
a.C. La proximidad al río favoreció su desarrollo y su crecimiento comercial. En el año
509 a.C. pasó de ser una monarquía a una república y se instituyeron el senado, las
magistraturas y el ejército para gobernar mejor la ciudad. Con esa organización política y
militar, logró someter a las tribus latinas que ocupaban la península itálica. En la última
mitad del siglo III a.C. se enfrentó con Cartago en las dos primeras Guerras Púnicas y
conquistó Sicilia y la Península Ibérica. Después de derrotar a Macedonia y a la dinastía
seléucida en el siglo II a.C, logró una mayor expansión política y comercial por todo el
Mediterráneo y Asia Menor. Esta expansión provocó en el siglo I a.C. una fuerte crisis
institucional que condujo a sucesivas guerras civiles, porque la organización republicana,
pensada para una pequeña ciudad, ya no respondía a la demanda de gobierno del gran
territorio en que se había convertido Roma. El primer sofocador de todas esas guerras
fue César Augusto, quien se nombró Emperador y abolió la república, consolidando un
gobierno unipersonal y centralizado de todo el territorio (27 a.C.). A partir de este
momento, la estabilidad política del imperio quedó ligada al carácter de los emperadores
que le sucedieron. Su supremacía se extendió desde Gran Bretaña al desierto del Sahara
y desde la Península Ibérica al Éufrates. Durante este período el Imperio romano alcanzó
su máximo esplendor hasta que inició su decadencia con el emperador Nerón en el año
68 d.C. En sus escritos san Pedro y san Juan evitan mencionar su nombre y se refieren a
ella como “Babilonia” (Ap 14,8), utilizando el lenguaje que utilizaron los profetas en el
Antiguo Testamento contra las potencias opresoras. Constantino el Grande fue el último
emperador del imperio unificado (305-331 d.C.). Después de su muerte se dividió en

81
dos: el de Oriente, con sede en Constantinopla, y el de Occidente con sede en Roma. Las
constantes invasiones bárbaras pusieron fin al imperio de Occidente. El último
emperador de Roma fue Rómulo Augústulo (476 d.C.).
Roma es desde 1871 d.C. la capital del estado moderno de Italia. Está situada en la
parte central del país, junto al río Tíber, a 24 kilómetros del mar Tirreno. Tiene una
población aproximada de 5 millones. Muchos de los monumentos actuales como el
Coliseo, el arco de Tito y de Septimio Severo no existían en los inicios
de la comunidad cristiana, sino que fueron construidos después de que la ciudad fue
incendiada por Nerón y gran parte de ella quedó destruida (64 d.C.).

La comunidad judía de Roma

Los primeros testimonios históricos sobre la presencia de los judíos en Roma los
tenemos en las embajadas enviadas por Hasmoneos, desde Judas Macabeo (161 a.C.)
hasta Juan Hircano I (140 a.C.), que parecen haber encontrado ya un pequeño núcleo
judío compuesto de mercaderes.
De acuerdo con Filón de Alejandría, en el siglo I a.C., esta presencia se incrementó
porque muchos judíos revoltosos fueron llevados cautivos a Roma (1Mac 8).
En los años siguientes hubo diversos flujos de inmigración judía libre y forzada hacia
Roma, tanto de Jerusalén como de la Diáspora. Algunos de ellos se dedicaban al
comercio y desde ahí se comenzaron a meter a la vida cultural y política del imperio,
llegando a ocupar un lugar en la corte del emperador. Entre ellos se encuentran
Arquelao, Felipe y Herodes Agripa, hijos de Herodes el Grande, educados en Roma y
que llegaron a ser reyes en Palestina. Sin embargo, aunque contaron con el apoyo del
César, sus tumultos les ocasionaron en diversas ocasiones medidas represivas. A pesar
de que su religión y la instrucción bíblica le daba a la comunidad judía-romana un cierto
nivel cultural, en Roma no se llegó a desarrollar ninguna escuela rabínica como la de
Palestina, Babilonia o Alejandría. Aunque todavía no se ha encontrado una sinagoga que
se remonte a aquellos tiempos, sí se han descubierto cementerios en cuyas inscripciones
se menciona el nombre de once sinagogas romanas.
En los inicios del cristianismo había en Roma cerca de 31 mil judíos, número similar
al de los judíos que habitaban en Jerusalén.

La comunidad cristiana de Roma

En los inicios del cristianismo, Roma era la ciudad más grande y poderosa que
dominaba el mundo conocido hasta entonces. La presencia de visitantes romanos, tanto
judíos como prosélitos en Jerusalén (Hch 2,10), el día de Pentecostés, de los cuales
algunos se convirtieron y se bautizaron (Hch 2,41), ha llevado a suponer que fueron esos
mismos visitantes los que llevaron por primera vez el mensaje de Jesús a Roma y

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fundaron la comunidad cristiana en la entonces capital del mundo.
Los primeros cristianos llegaron a ella hacia el año 39 ó 42 d.C. (Eusebio de Cesarea,
san Jerónimo y Orosio). Entre los primeros miembros de la comunidad cristiana de
Roma se encontraban Priscila y Áquila, quienes se encontraron con san Pablo en Corinto
(Hch 18,2.12) después de haber sido expulsados de la ciudad. La expulsión se debió a
los enfrentamientos entre judíos y cristianos por causa de un tal Chresto (41 y 49 d.C.).
Cuando san Pablo les escribe desde Corinto hacia el año 57 d.C., refleja tener noticias
de que la comunidad está compuesta por paganos y judeocristianos (Rm 14,1-15,3).
En el año 64 d.C. después de incendiar la ciudad, Nerón inició una terrible
persecución contra los cristianos en la que, según la tradición, murieron muchos. A pesar
de las persecuciones, la comunidad cristiana siguió floreciendo, viviendo su fe en el
anonimato y realizando sus asambleas en catacumbas, aunque hasta la fecha no se ha
encontrado ninguna que se remonte al siglo I d.C. La más antigua, el cementerio de
Priscila, es del siglo II d.C. en vía Salaria. A pesar de todo su poderío, el Imperio romano
claudicó y se convirtió al cristianismo, abrazando la fe que a toda costa trató de
exterminar.
En el 313 d.C., con el edicto de Milán, Constantino el Grande, más por motivos
políticos que por fe, institucionalizó el cristianismo como la religión oficial del imperio y
dio todo su apoyo para que su credo y organización sirvieran como elemento unificador
de su imperio. Es por eso que el Concilio de Nicea (325 d.C.) tuvo el objetivo de precisar
una fórmula de fe que fuera reconocida universalmente. Por su parte, el cristianismo
adoptó aspectos de la organización del imperio como la lengua latina y la diócesis, que
se combinaron con el sacerdocio y la liturgia provenientes del judaísmo.
La Diócesis de Roma, cuya catedral es la Basílica de san Juan de Letrán (s. IV d.C.),
es reconocida como la del sucesor de san Pedro, el Vicario de Cristo en la tierra y del
jefe de la Iglesia católica en todo el mundo, símbolo de la unidad y de la fe.
La muerte de san Pablo en Roma fue una de las razones principales por las que la
comunidad cristiana romana consideró ser la heredera de su misión universal y asumió
en su nombre la tarea de presidir e instruir a todas las demás iglesias.
En el siglo IV d.C. san Jerónimo proveerá a la Iglesia de la Vulgata, la versión latina
de la Biblia, que será asumida como la versión oficial en el siglo XVI d.C. De Roma, el
Evangelio se seguirá expandiendo por toda Europa y hasta los últimos rincones de la
tierra. Pero ésa es ya otra historia que contaremos en otra ocasión.

La carta a los Romanos

San Pablo escribió a los romanos desde Corinto entre los años 55 y 58 d.C., antes de
llegar a Roma, con el fin de prepararlos para su visita.
Aunque él no fundó la comunidad de Roma, en la carta, se siente igualmente
responsable de su cuidado como apóstol de todas las naciones (cfr Rm 1,1-15; 15, 15-
16).

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San Pablo en Roma

San Pablo puso en marcha una nueva estrategia misionera en la Iglesia dirigida a los
paganos. Se encaminó primero a Asia Menor y Grecia y, cuando estaba planeando
ampliar la misión rumbo a España, vio truncado su plan porque fue apresado por los
romanos (Hch 21,27-28,31). Llegó a Roma como prisionero, hacia el año 60 d.C., bajo
custodia militar para comparecer en juicio ante el emperador, a cuya jurisdicción había
apelado desde el tribunal de la Provincia de Judea (Hch 25,11-12). Cuando llegó ya
había muchos cristianos en Roma, los cuales salieron a encontrarlo y lo acompañaron en
el recorrido hasta la ciudad. Estuvo bajo arraigo dos años en una casa particular (Hch
28,30) y después fue trasladado a la prisión Mamertina, construida hace unos 2,500 años,
que se encuentra todavía situada al noroeste del foro romano.
De acuerdo con la tradición, durante la persecución decretada por Nerón (67 d.C.), san
Pablo fue condenado a muerte y sacado de la prisión para ser ejecutado por la espada a
un lado de la vía Laurentina, a 5 kilómetros de Roma (Clemente de Roma, Carta a los
Corintios, 95-97 d.C.). En ese lugar se encuentra actualmente un monasterio conocido
como Tre Fontane o “tres fuentes” (Acta Petri et Pauli, siglo V d.C.). Fue sepultado
cerca de ese lugar, en un cementerio público fuera de la ciudad, sobre el que se levanta
actualmente la Basílica de san Pablo Extramuros, terminada de construir en 1854, que
reemplaza la antigua basílica del siglo IV d.C. que fue destruida en 1823 por un
incendio. Su memoria se celebra el 29 de junio.

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Índice
Derechos de autor 2
Capítulo 1: Familia y orígenes judíos 6
Capítulo 2: FORMACIÓN JUDÍA Y GRECORROMANA EN
12
TARSO Y EN JERUSALÉN
Capítulo 3: LA REVELACIÓN DEL SEÑOR CAMINO A
16
DAMASCO
Capítulo 4: PRESENCIA DE SAN PABLO EN JERUSALÉN 22
Capítulo 5: FORMACIÓN DE SAN PABLO EN ANTIOQUÍA 29
Capítulo 6: EL PROYECTO MISIONERO EN CHIPRE 35
Capítulo 7: ESTRATEGIA MISIONERA DE GALACIA 41
Capítulo 8: PARTICIPACIÓN DE SAN PABLO EN LA
47
ASAMBLEA DE JERUSALÉN
Capítulo 9: SAN PABLO GUÍA SU PRIMERA MISIÓN EN
53
MACEDONIA
Capítulo 10: EL EVANGELIO EN DIÁLOGO CON LA CULTURA
59
EN ATENAS
Capítulo 11: PRIMER CENTRO MISIONERO PAULINO EN
65
CORINTO
Capítulo 12: LA BASE MISIONERA DE SAN PABLO EN ÉFESO 70
Capítulo 13: LA PRISIÓN DE SAN PABLO EN CESAREA 75
Capítulo 14: MÁS ALLÁ DE ROMA 80

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