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Mark todavía tiene los ojos hundidos, como dos perlitas fosforescentes,

bajo una capa semitransparente de piel cansada. Dice que recuperó algo
del peso perdido durante tres años de adicción, pero en verdad sigue
flaquísimo y por momentos la voz lo traiciona, quebrándosele en
pedazos desde el fondo de la garganta. "Al principio no me veía como
adicto", asegura. "Soy alguien que disfruta mucho del riesgo, del sexo,
de las cosas intensas de la vida. Pero con el Crystal fui demasiado lejos y
casi pierdo el tren de vuelta".

Mark Leydorf tiene 38 años recién cumplidos. Vive en Chelsea, uno de


los barrios gay de New York. Usa ropa suelta, aunque le presta especial
atención a su cuerpo. "Al llegar a New York me hice un estudio y me
enteré que era VIH positivo. Me asusté mucho y hasta dejé de fumar.
Conseguí un trabajo en Wall Street... Quería empezar a hacer las cosas
bien."

Pero el stress de cuidarse y preservar a los demás del VIH todo el tiempo
se le volvió en contra como un boomerang. "Sentía que era demasiado,
demasiadas preocupaciones, demasiado stress, demasiado desprecio.
Los VIH negativos me miraban con asco, ni se me acercaban. Y una
tarde, durante una marcha del Orgullo Gay, un amigo me dio Crystal.
Creo que estuvimos dos días seguidos teniendo sexo sin parar. Volví a
sentirme sexy, muy poderoso y creo que eso fue lo que me enganchó".

El Crystal Meth, una variedad de anfetamina que se consigue en las


calles de New York por menos de 60 dólares el gramo, es
posiblemente la droga más adictiva que haya golpeado a la ciudad en
los últimos diez años.
"Es una epidemia que ahora está tocando su punto máximo", explica
Petros Levounis, director del Addictions Institute of New York. "Para dar
una idea, si el crack aumenta los niveles de dopamina en el cuerpo un
350%, el Crystal los aumenta entre 1.000% y 7.000%. Y esos
porcentajes son los que se usan para entender el nivel de adicción y
dependencia impresionantes que genera".
El Crystal, (también se lo conoce en la calle como Cristina o Kina) es una
variedad de anfetamina altamente tóxica. Tiene la textura salitrosa de
un polvo blanco, similar a la cocaína, y quienes la consumen lo hacen
inhalándola, fumándola y a veces inyectándose. "Te sentís invencible,
hípersexual, deseable¿ Nada es imposible cuando estás en Crystal",
recuerda Raymond Byron. El también es VIH positivo y sostiene que lo
primero que sintió con el Crystal fue la sensación de libertad. "Nada te
importa, tener sexo sin preservativo, desaparecer del trabajo, todo está
bien".
Raymond trabajaba como creativo en una empresa farmacéutica y
durante los fines de semana buscaba compañeros sexuales en bares y
sitios de Internet. Y el código para quienes usan Crystal, PNP (Party and
Play) le abría las puertas a las fantasías más oscuras. "Cuando te estás
metiendo Kina, todo vale".
Luego de dos, tres, a veces cuatro días de vigilia el cuerpo empieza a
sentir los efectos del crash. "El regreso es insoportable", describe Jay
Corcoran, activista gay y director del extraordinario film Rock Bottom,
sobre la epidemia de Crystal en New York. "Es la droga ideal para la
comunidad gay. Tomás el fin de semana, te sentís un dios y a los dos
días te querés matar", explica.

Corcoran pasó dos años y medio documentando el fenómeno. "Pero dije


basta. Una noche filmé a una pareja -uno de ellos positivo, el otro no-
teniendo sexo sin cuidarse durante más de 13 horas. Y ahí fue
demasiado. Me preguntaba por qué no se cuidan, por qué no dejan. Creo
que esa noche sentí que estaba demasiado cerca del abismo".

Lo difícil de comprender para muchos adictos a este tipo de meta


anfetaminas es que generalmente la necesidad de consumo no es
diaria, sino que se da bastante espaciada. Pero el tiempo entre una
dosis y la siguiente (que a veces puede llegar a los dos meses) no
guarda relación con el nivel de adicción. "Consumí todo tipo de drogas",
confiesa Mark. "Heroína, crack, cocaína, pastillas, todo... Y no entendía
cómo, al cabo de un par de semanas, sentía esa necesidad terrible de
volver al Crystal".
Los tweekers (quienes consumen Crystal) aseguran que con la droga
logran un nivel de conexión sexual extraordinario, que no pueden
experimentar de ninguna otra manera. "Pero no es así -desmiente Mark-.
Una noche mi ex y yo pasamos nueve horas en la cama, él hablando sin
parar, yo con muchísima bronca, gritándole que me la diera mientras me
masturbaba con lo que encontraba a la mano. Y cuando caí me di cuenta
de que las cosas no tenían que ir para ese lugar, que me estaba
destruyendo. Creo que te saca lo peor, las ganas de lastimarte y de
lastimar al otro también".
Esa dependencia convierte al Crystal en una de las drogas más difíciles
de dejar. "Alguien que consume una sola vez está expuesto casi en un
99% a volverse adicto", explica Levounis. "Y lo terrible es que al cabo de
un mes, apenas un par de dosis, ya se empiezan a notar efectos
cognitivos y físicos".
Raymond, quien ya cumplió los 50, cuenta que una infección causada
por Crystal le destruyó la rodilla izquierda y como consecuencia de las
meta anfetaminas también tuvo problemas genitales. "Tuve que
someterme a una cirugía reconstructiva de pene. Es que el cuerpo no
está preparado para tener sexo durante tantas horas. Y entre tanta
actividad, el pene se desgarra internamente, se crea tejido cicatrizal y
uno no puede tener erecciones. A eso se le llama 'crystal dick' pene de
cristal".

Sin embargo, los efectos psicológicos del Crystal son posiblemente los
más devastadores. "Cuatro amigos míos se suicidaron al entrar en la
etapa depresiva", asegura Raymond. "Uno de ellos era abogado de
Harvard. Y yo me preguntaba cómo podía ser que alguien tan inteligente
estuviese tan enganchado. Pero evidentemente la inteligencia no tiene
nada que ver con esto". Raymond cuenta que a él lo salvó su pareja.
"Cuando lo conocí, me dijo que quería estar conmigo si yo no volvía a
consumir. Y eso me ayudó mucho, aunque cada día extraño esa persona
tan sexual que fui durante esos años". Mark también dice que no pasa
un solo día sin que recuerde y a veces añore el Crystal. "Pero es verdad,
lo único que disfrutaba de la vida cuando consumía era el sexo. Ahora
puedo disfrutar también de todo lo demás. De mis amigos, de mi
trabajo, de mi perro... El Crystal me llevó a seguir un patrón predecible
de autodestrucción. Droga los fines de semana, depresión y dolor en los
días de semana. Pero hoy, por suerte, a pesar de que sigo teniendo VIH,
siento que mi vida cambió. Es un camino impredecible de
autodescubrimiento".

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