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SEÑOR, ENSEÑANOS A ORAR

Querido catequista:

No dudo que los trabajos de la Práctica catequística, realizados hasta aquí, te hayan
ocasionado fatigas y dificultades. Puedes estar seguro de que el Señor sabrá sacar
abundantes frutos de tu siembra, pero hay que esperar con paciencia. El Espíritu Santo,
que no deja de hacer su obra, hará que la semilla regada germine y crezca en los
catequizandos y en tu “Saber hacer” de catequista hasta al día de la cosecha, cuando
hayas llegado a la meta de convertirte en un competente y decidido misionero de Jesús,
tu Maestro.

Con lo hecho hasta aquí, la Práctica no está concluida: te falta recorrer el último trecho
antes de poder decir, como Jesús al término de su vida: ¡Padre, todo está concluído! En
efecto, el Catecismo de la Iglesia Católica, que ha sido como tu “Cireneo” en todo este
ascenso, presenta el proceso del “Misterio de nuestra fe” en cuatro etapas que ya
conoces y que todo discípulo debe recorrer muy cerca de Jesús, desde Galilea hasta
Jerusalén (Lc 9, 51 a 19, 28), así:

1. El Credo o Símbolo de los Apóstoles.


2. La celebración litúrgica de la fe en la vida sacramental.
3. La vida en Cristo en el conocimiento y observancia de los Mandamientos.
4. La relación personal con Dios, en la Oración.

El contenido de estos tres primeros enunciados ya está llevado a la práctica; te falta lo


referente a la relación personal con Dios, en la Oración.

Recuerda lo dicho en otra ocasión, que el proceso catecumenal de quienes, superada la


prueba de los escrutinios, eran aceptados por la comunidad para recibir los sacramentos
de iniciación, estaba marcado por la entrega de algunos signos que la Iglesia confiaba a
los elegidos: el “Credo” o Símbolo de la fe, y la Oración dominical o “Padrenuestro”.
En tu proceso para hacerte un catequista idóneo, te fueron entregados también unos
signos que marcan el proceso de tu vida espiritual y apostólica en, y a partir de la
ESPAC. Ya recibiste el signo de la fe, el Credo; vas a recibir ahora el signo de tu
relación personal con Dios, el que Cristo entregó a los Apóstoles cuando le pidieron:
“Enséñanos a orar”.

Apoyados en el Catecismo de la Iglesia Católica (Cuarta Parte) y en el libro “Jesús de


Nazareth” del Papa Benedicto XVI, hemos elaborado las siguientes guías catequísticas
sobre el Padre Nuestro a fin de que, llevadas a la práctica personalmente y con tus
catequizandos encuentres lo que Cristo quiso decirnos con la parábola del tesoro
escondido: “El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo
que al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va,
vende todo lo que tiene y compra el campo aquel” (Mateo 13, 44-52).
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¿QUÉ COSA ES ORAR?

- San Agustín, maestro de oración, nos dice que la oración es la elevación del alma a
Dios o la petición a Dios de bienes convenientes, porque todos somos mendigos
ante Dios.

- Santa Teresita del Niño Jesús dice que la oración es un impulso del corazón, una
sencilla lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto desde
dentro de la prueba como desde dentro de la alegría.

- San Juan de la Cruz, en su obra “La subida al Monte Carmelo”


afirma, que cuando la voluntad del que ora se identifica con la
voluntad de Dios, la oración transforma en Dios el alma del que
ora. Cuando quitamos de nosotros lo que repugna a la voluntad de
Dios, nos transformamos en Dios, por el amor.

- Los místicos cristianos comparan la oración a un matrimonio espiritual. El Cantar


de los Cantares en la Biblia, y el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, nos
describen la oración, como la relación amorosa entre un esposo y su esposa que se
aman. La oración es un diálogo de mutua entrega: de Dios al orante y del orante a
Dios. La realización más adecuada de la oración es el amor esponsal.

- A la base de la oración confiada y perseverante debe estar siempre la humildad


(Rom 8, 26). No tienes, porque no pides. Pides y no recibes, porque pides mal, sólo
para dar satisfacción a tus pasiones (cf St 4, 1-13). Dios resiste a los soberbios y da
su gracia a los humildes.

La oración en la historia de la salvación

La Biblia menciona muchas oraciones y nos enseña a orar. Habla de hombres que oran
y que al hacerlo, más que hablar con Dios, hablan a Dios y reflexionan ante Dios. Es el
caso de los salmos, oración que brota de la vida en todos sus aspectos y la vuelca hacia
Dios en una sinfonía de súplicas y lamentos, gritos de júbilo y de acción de gracias,
cantos de alabanza y de confianza en la salvación de Dios. La oración, como diálogo
entre Dios y el hombre, se ha realizado a lo largo de la historia de la salvación.

Dios llama a cada persona al encuentro y al diálogo con Él, y le da la capacidad de


responderle con la fe. Es esto lo que vemos:

- En Moisés cuando responde a Dios que lo llama a salvar su pueblo. La oración de


Moisés prefigura la oración de Cristo, el Salvador y único mediador entre Dios y
los hombres.

- En el Antiguo Testamento, cuando nos presenta al pueblo de Dios guiado por sus
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pastores, especialmente por el rey David y los profetas, que hacen oración ante la
Morada de Dios: el Arca de la Alianza y el Templo.

- En los salmos que conmemoran las promesas de Dios ya cumplidas en Israel, y


afianzan la esperanza en la venida del Mesías. Los salmos son la obra maestra de la
oración en el Antiguo Testamento y conservan toda su vigencia de oración y en la
Liturgia, en el Nuevo Testamento. La Liturgia de la Iglesia ora con los salmos
porque se adaptan muy bien a la realidad de los hombres de toda condición y de
todos los tiempos.

- En la plenitud de los tiempos al cumplirse en Jesús todo lo que del Mesías dijeron
los patriarcas y los profetas. Cristo, con su humildad y su manera de relacionarse
con el Padre, es el Maestro más perfecto de oración.

Jesús aprendió a orar.

- Aprendió de la experiencia de Aquella, que “conservaba todas las maravillas de


Dios y las meditaba en su corazón” (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51).

- Aprendió a orar en la Sinagoga de Nazareth, como lo enseñaban los rabinos, con los
salmos y en el lenguaje de su pueblo. En el Templo de Jerusalén donde, a la edad
de los doce años, brotó de labios de Jesús su experiencia de oración cuando dijo a
María: "Yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre" (Lc 2, 49).

- En los momentos más decisivos de su vida, Jesús oró y enseñó a sus discípulos a
orar: Jesús ora antes de que el Padre dé testimonio de él en su Bautismo (cf Lc 3,
21) en su Transfiguración (cf Lc 9, 28) y antes de dar cumplimiento al Plan
amoroso del Padre, en su Pasión (cf Lc 22, 41-44), antes de elegir y de llamar a los
Doce (cf Lc 6, 12), antes de que Pedro lo confiese como "el Cristo de Dios" (Lc 9,
18-20) y para que no desfallecer en su fe (cf Lc 22, 32). La oración de Jesús es la
entrega humilde y confiada de su voluntad humana a la voluntad misericordiosa del
Padre.

Jesús, nos enseña a orar.

- El Pozo de Jacob (Jn 4, 1-42) es la escuela donde Jesús nos revela las maravillas de
la oración. Allí, Jesús inicia el diálogo de salvación con la mujer samaritana y con
cada uno de nosotros, diciendo: dame de beber. Jesús tiene sed; su petición brota
desde las profundidades de su corazón que no deja de buscarnos diciéndonos como
a la samaritana. "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te
pide de beber, tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva". La
oración es el mutuo encuentro de la sed de Dios por nosotros, con nuestra sed de
Dios. Tenemos sed de Dios y somos nosotros quienes tenemos que decirle: danos
de esa agua,… enséñanos a orar. Por no saber orar como nos enseña Jesús, es por
lo que pretendemos inútilmente saciar nuestra sed en pozos desfondados incapaces
de retener el agua, sabiendo que Cristo es la única fuente de agua que brota hasta la
vida eterna.
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- Durante el recorrido de Jesús con sus discípulos, desde Galilea hasta Jerusalén (Lc
9, 51 a 19, 28), uno de ellos, viéndolo orar, le dijo: “Maestro, enséñanos a orar,
como enseñó Juan a sus discípulos” (Lc 11,1-14). La respuesta de Jesús fue:
cuando oren, digan:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu


Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en
la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada
día; perdona nuestras ofensas como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la
tentación, y líbranos del mal.

Formas de oración

1. Oración comunitaria
a) Litúrgica:

• La Santa Misa es la oración más importante porque, allí, es Cristo quien


ora en nosotros y por nosotros (Ver Módulo 4.2 Tercer Encuentro Pág.
34) .

• Oficio Divino o Liturgia de las Horas. (Ver Módulo 4.4 Tercer


Encuentro Pág. 41)

b) No litúrgica:

• Oración personal, en familia, en grupos o con multitudes de fieles.

• La piedad popular (Ver Módulo 4.2 cuarto Encuentro Pág. 52 a 57)

2. Oración personal
Aunque la oración personal puede tener muchas formas, cualquier forma de oración
agrada al Señor. La oración que utilice cada uno depende de su personalidad, del
llamado que Dios le haga, de sus propios carismas y de las gracias que Dios le conceda.
Es deber de cada uno responder de la mejor manera posible a ese llamado y a esas
gracias. Sin embargo, el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2726) nos advierte sobre
algunos conceptos erróneos que existen en torno a la oración personal:

• Realizar la oración como un monólogo y no como un diálogo: La oración es


conversar con Dios y, por lo mismo, implica diálogo: no puedo hablar yo sólo.
Orar no es tanto hablarle a Dios, ni mucho menos hacerle exigencias, sino más
bien guardar silencio ante Él, tratando de descubrir su voluntad y su designio
sobre nuestra vida. Al respecto, Jesucristo nos advierte: "Al orar no
multipliquéis las palabras pensando que por mucho hablar seréis atendidos"
(Mt.6, 7).
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• Creer que la oración es sólo un esfuerzo personal: el Catecismo de la Iglesia


Católica nos dice que en "la oración interviene también el Espíritu Santo". El
Espíritu Santo ora en nosotros y por nosotros con gemidos que no es posible
describir con lenguaje humano (Rom 8,1-17). Ni siquiera podemos decir:
“Jesús es Señor,” sino movidos por el Espíritu Santo.

3. Tres formas de oración personal:

Santa Teresa, Doctora de la Iglesia y Maestra de oración habla de tres formas de


Oración Personal íntimamente relacionadas entre sí: “Toda oración vocal, dice, si se
reza como hay que hacerlo, es ya oración mental, y la oración vocal y la mental,
pueden ser camino para la contemplación.

A) Oración vocal

Hay varios tipos de oración vocal:

• De petición:
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que cuando pedimos algo, queremos ver el
resultado porque esperamos que nuestra petición sea satisfecha (n. 2735). Pero, a veces
nos parece que nuestra oración no es escuchada. Esto sucede porque pedimos cosas que
no nos convienen o que no coinciden con lo que nuestro Padre del cielo desea para
nosotros sus hijos.

- El mismo Señor nos dice: "Pedid y se os dará ... vuestro Padre que está en los
cielos dará cosas buenas a los que se las pidan" (Mt.7, 7-11).

- San Pablo refiriéndose a la oración de petición no cumplida como quisiéramos,


dice: "Nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rom. 8, 26).

- El Apóstol Santiago en su Carta agrega: "Pedís y no recibís, porque pedís mal,


con intención de malgastarlo en vuestras pasiones" (St 4, 3).

- Y el apóstol San Juan insiste: "Estamos plenamente seguros que si le pedimos


algo conforme a su Voluntad, Él nos escuchará" (1Jn. 5, 9).

- El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “¿Estamos convencidos de que no


sabemos pedir como conviene? ¿Pedimos a Dios los bienes convenientes?
Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo
pidamos, pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en
que son libres. Por tanto, es necesario orar con Espíritu de libertad, para poder
conocer el deseo de Dios (n. 2736).

• De intercesión:
Es orar por otra u otras personas. En nuestra oración de petición y de intercesión es
bueno usar frases como éstas que nos recomiendan los maestros de oración: "Si
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permites, Señor, la curación de N.N. me darías mucha alegría" "Si es Tu Voluntad que
se realice esto, N.N te estaría muy agradecido" "Lo que Tú dispongas, Señor, es lo
mejor para N.N ", "Aquí estoy delante de ti, Señor, y sabes que sufro por N.N.",
"Señor, Tú sabes que N.N. está sufriendo y con amor te lo encomiendo".

• De arrepentimiento:
Es la oración que nos coloca en nuestra realidad de pecadores y, desde esta
realidad, con humildad, pedimos perdón a Dios a quien hemos ofendido.

• De reparación:
Es la oración de desagravio por los pecados propios, de otros o de la
humanidad. Ejemplos: el acto de desagravio ante el Santísimo Sacramento por las
profanaciones y sacrilegios cometidos contra él. La Cruzada de Oración por los errores
y herejías del "New Age" y de algunas novelas, la Internet porno y los medios de
comunicación profieren contra la divinidad de Jesucristo, contra la fe de la Iglesia, la
inocencia de los niños y las buenas costumbres de la sociedad.

• De acción de gracias:
Todo acontecimiento y todo don del Señor deben traducirse en un acto de acción
de gracias. "En todo, dad gracias, pues esto es lo que Dios quiere de vosotros" (1 Tes.
5, 18).

• De alabanza:
Es la forma de orar para reconocer que Dios es Dios, para darle gracias por lo
que Él es, por sus maravillas. La oración de alabanza es la más elevada entre las demás
formas de oración vocal. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2639)

• De entrega:
Es el sometimiento humilde a la voluntad de Dios; es la oración de abandono en
Dios y en sus planes.

• Oración en lenguas:
En la oración en lenguas es el Espíritu Santo quien ora en nosotros y por
nosotros, sin saber nosotros lo que decimos; es la oración en la que, no sabiendo
nosotros orar como conviene,"el Espíritu intercede por nosotros con gemidos
inefables" (Rom.8, 36). La oración en lenguas es una gracia especial del Espíritu Santo,
concedida a unos pocos, que San Pablo considera como uno de los carismas (Rom 12,
1-11). Sin embargo, el Apóstol se pregunta: Si al hablar no pronunciáis palabras
inteligibles, ¿Cómo se entenderá lo que decís? Es como si hablarais al viento. (1Cor
14, 4-9).

B) Oración mental o meditación

Santa Teresa de Jesús, sobre este tipo de oración, dice: "Llamo yo meditación el
discurrir con el entendimiento en búsqueda de complacer a Dios en todo” Aconseja
que "acallado el entendimiento" se dé paso, al silencio amoroso, a la atención íntima.
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El Catecismo de la Iglesia Católica describe la meditación como una búsqueda a través


de la cual, la persona trata de comprender el por qué y el cómo de la vida cristiana, para
responder a lo que el Señor le pide (n. 2705). La oración mental es un trabajo
intelectual en busca un mejoramiento espiritual.

C) Oración contemplativa o contemplación.

Es un tipo de oración en la que el orante no razona, sino que silencia su cuerpo


y su mente para adorar y/o escuchar a Dios en el silencio; es un movimiento de
interiorización, en el que el orante se entrega a Dios que habita en su interior; no razona
acerca de Dios sino que se queda a solas con Él, en el silencio, y Dios va haciendo, en
el alma contemplativa, su trabajo de alfarero para ir moldeándola de acuerdo a su
Voluntad divina. La oración de silencio o contemplativa, típica de la espiritualidad de
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz se fundamenta en que, por ser templos del
Espíritu Santo, “Dios habita en nosotros" y Él nos habla a la mente y al corazón (cfr. 1
Cor.3, 16).“Abre, dice Santa Teresa, porque tienes al Emperador del cielo y de la
tierra en tu casa; no necesitas alas para ir a buscarlo, sino ponerte en soledad y
mirarle dentro de ti. La contemplación se llama también recogimiento porque recoge
en el alma todas sus potencias (voluntad, entendimiento, memoria) y te encierras
dentro de tí a solas con su Dios".

Es un error creer que la oración contemplativa está reservada sólo para unas
poquísimas almas escogidas, generalmente monjas o monjes de claustros y
comunidades contemplativas. Este tipo de oración es para todo aquél que desee hacerla.
Santa Teresa de Jesús dice que la oración contemplativa es la fuente de agua viva que
Jesús promete a la samaritana y a todo aquél que quiera beberla (Cf. Jn. 4, 10-14).

Lectura, meditación, contemplación, oración y compromiso sobre el Padre


Nuestro.
En nuestro recorrido para aprender a orar, emplearemos la metodología de la “Lectio
Divina” sobre la cual, querido catequista, has adquirido suficiente experiencia en todos
los encuentros ESPAC. Sin embargo, los siguientes criterios podrán ser de utilidad para
ti y para tus catequizandos.

¿Qué es la Lectio Divina?


La “Lectio Divina” es la lectura creyente y orante de la Palabra de Dios hecha a partir
de la fe en lo que Jesucristo dice a sus discípulos: “El Espíritu os recordará todo lo
que yo os enseñé y os guiará a la verdad plena” (Jn 14, 26; 16,13).

Los cristianos de las primeras comunidades y los catecúmenos de los primeros siglos,
que hacían su camino hacia la vida sacramental, practicaban la Lectio Divina para
alimentar su fe, esperanza y amor; y para animar su vida cristiana en comunidad. Sabes
bien, por tus estudios de Sagrada Escritura que los escritos del Nuevo Testamento son
el resultado de la lectura orante del Antiguo Testamento que los cristianos de las
primeras comunidades, hacían a la luz de la nueva revelación hecha en Jesucristo (ver
Módulo 2.5 Págs. 15 y 20). Y sabes, por tus estudios de Historia de la Iglesia, que la
pastoral, la catequesis y la santidad de la Iglesia crecieron siempre al amparo de la
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Lectio divina (Ver Módulo 2.8 Pág. 27 y 59).

¿Cómo hacer la Lectio Divina?

Antes de comenzar.
- Busco un lugar donde pueda disfrutar de soledad y silencio.
- Trato de serenarme interiormente, olvido mis problemas y preocupaciones.
- Le pido a Dios que me ayude a vivir este momento aprovechando al máximo las
riquezas de la Palabra para mi enriquecimiento espiritual y el de los miembros
de mi comunidad. Oro por mi conversión y la de los demás, por la catequesis y
los catequizandos en mi parroquia.
- Busco el texto que voy a leer: En este caso, el Padre Nuestro, leído, meditado,
orado y contemplado dentro del contexto de todo el Nuevo Testamento del cual,
esta oración, es la síntesis más perfecta.
- Sabiendo que hay tres grados en la oración cristiana, utilizo los siguientes
pasos: la oración verbal: oratio; la oración meditativa: meditatio y la oración
contemplativa: contemplatio.

1. LECTURA: ¿Qué dice el texto?


- Leo lentamente el texto, aún cuando ya lo haya leído o escuchado antes, lo hago
como si fuera la primera vez.
- Una vez leído el texto, intento reconstruir en mi mente lo que dice; si es
necesario, lo vuelvo a leer.
- Lo relaciono con otros textos semejantes o paralelos de la Sagrada Escritura.
- Si el texto narra una historia o una parábola, identifico los personajes, lo que
cada uno hace y dice. Intento descubrir por qué hacen y dicen lo que el texto
dice de ellos.
- Si se trata de consejos o anuncios, me pregunto: ¿Por qué y para qué fueron
dichos y qué significan para mi?
- Si no entiendo lo que el texto dice, busco ayuda leyendo las notas de la Biblia
que están a pie de la página o pregunto.

2. MEDITACIÓN: ¿Qué me dice Dios en este texto?


- Me pongo en la presencia de Dios que quiere hablarme.
- Procuro descubrir lo que Dios quiere decirme y le digo con humildad: “Habla,
Señor, que tu siervo escucha”.
- Si el texto es una historia o una parábola, me identifico con uno de los
personajes; trato de ver en qué me identifico con él; en qué se parece mi vida a
la suya; analizo sus actitudes y las mías ante casos semejantes; me miro
reflejado en el hecho narrado.
- Si el texto es un consejo o un anuncio, me pongo en el lugar de aquellos a
quienes fue dirigido. Me pregunto: ¿Por qué me dice Dios eso, a qué situaciones
de mi vida se refiere?
- Elijo la frase que más me haya llamado la atención y me detengo en ella
repitiéndola.
- Procuro analizar y entender el texto desde mi condición personal: catequista,
estudiante, empleado, padre de familia, enfermo, joven o de mayor edad.
- Hago silencio y dejo que Dios me hable al interior. Trato de no ser yo quien
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razona y saca conclusiones, sino dejo que sea Dios quien me hable.

3. CONTEMPLACION. Estar con Dios.


Se ha utilizado el término "contemplación" para indicar el sendero que conduce a la
experiencia de lo divino.

- Dejo que mi corazón se tranquilice, me callo y simplemente “estoy” con Dios.


- Le expreso a Dios mis afectos y disfruto del gozo de este momento.
- Experimento la alegría de “estar” con Dios, siento que Él me ama y que yo lo
amo, que le tengo confianza; que Él es todo para mi y yo soy todo para Él.
- Puedo decir con san Pablo: Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí.

4. ORACIÓN ¿Qué le digo yo a Dios?


- Hablo con Dios como lo haría con mi mejor amigo, con quien tengo plena
confianza. Le digo sencillamente lo que nazca en mí, a partir del texto leído y
meditado. Dentro de mí irán brotando diferentes reacciones: pena, dolor, deseo
de cambiar, alegría, paz, gozo, etc. Le digo a Dios todo lo que ahora siento.
- Puedo pedirle perdón, fuerza, su ayuda para enfrentar la situación de mi vida
sobre la que me hizo reflexionar el texto.
- Le agradezco a Dios todo cuanto me ha dado y lo que me ha dicho.
- Le prometo cambiar en mi vida lo que no está de acuerdo con el querer de Dios
o hacer algo concreto como pedir perdón, hacer algo por los demás, dejar de
hacer lo que me daña o que daña a los otros.
- Dejo en las manos de Dios aquella situación difícil que yo solo no puedo
cambiar.
- Como catequista, pido por cada uno de los que el Señor me ha confiado, y como
misionero pido por los que no conocen a Cristo, por los catequistas de mi
diócesis y del mundo entero.

5. ACCIÓN: Mi vida continúa.


- Vuelvo a mi realidad, a mi vida de todos los días; analizo bien el cambio que el
Señor me pide o la acción que deba realizar; pienso por donde empezar, en lo que
puedo hacer de inmediato.
- Asumo un compromiso concreto ante Dios. Y lo escribo en mi diario personal.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que
trae buenas noticias, que anuncia la salvación, que dice a Sión: “Ya reina tu Dios”.
(Isaías 52, 7).

SIETE ENCUENTROS CON EL PADRE NUESTRO

Jesús estaba orando en un lugar; cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
Maestro, enséñanos a orar. (Lc 11, 1-13)

El Padre Nuestro es el mejor compendio de las enseñanzas de Jesús. Por eso, cuanto
más poseamos el espíritu de los discípulos de Jesucristo, tanto más capaces seremos de
entender al Maestro, de amarlo y de orar juntamente con Él. La actitud interior que
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Jesús presupone en quien invoca a Dios como Padre es el abandono filial a su amor y a
su providencia, su disponibilidad para acoger las exigencias del Reino de Dios y su
capacidad de servir a la comunidad. Las siguientes prácticas catequísticas sobre el
Padre Nuestro serán tanto más fecundas cuanto más conviertan en un camino humilde,
recto y espacioso para adquirir el espíritu de oración.

LAS SIETE PETICIONES DEL PADRE NUESTRO


Querido catequista: Cuando hayas experimentado la paternidad amorosa de Dios, en la
Lectio Divina siguiente, el Espíritu Santo hará surgir de tu corazón las siete peticiones
del Padre Nuestro, como lo hizo en el corazón de Jesucristo. Las tres primeras
peticiones te llevarán a aclamar la Gloria del Padre: !Santificado sea tu Nombre!, !
Venga tu Reino!, Hágase tu Voluntad! En ellas, lo que te mueve es la Gloria del Padre.
Las cuatro peticiones siguientes se refieren a nosotros, a la comunidad: "danos ...
perdónanos ... no nos dejes caer ... líbranos". Son peticiones eminentemente
comunitarias, eclesiales.

ENCUENTRO No. 37
!Señor!, enséñanos a orar diciendo:

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO

LECTURA. Leo Mateo 11, 25-27. Sitúo este texto dentro del siguiente contexto de la
Sagrada Escritura:

- “¿Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
en toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos en Cristo?” (Ef 1, 3).

- “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las


misericordias y Dios de todo consuelo, porque nos consuela en toda tribulación
para poder nosotros consolar a los atribulados, mediante el consuelo con que
nosotros somos consolados por Dios” (2 Cor 1, 3-5),

- “Me levantaré e iré a mi Padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti,
ya no merezco llamarme hijo tuyo” (Lc 15, 11-32),

- “¿Puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus


entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49,15).

MEDITACION.

En la oración del Padre nuestro, no aparece la palabra "Dios" porque el nombre


cristiano de Dios es “Padre”. La relación con Dios, es la de la criatura con el Creador;
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en cambio, la relación con el Padre es la del hijo que, por haber sido engendrado por el
Amor del Padre, posee la dignidad de Jesucristo, el Hijo primogénito, que no cesa de
estimularlo a ser perfecto como el Padre celestial es perfecto, para poderlo llamar, con
confianza y amor filial: ¡Abba! (papito) (Cf. Mt 5,48).

- Llamar Padre a Dios es poder exclamar como Jesús: ¡Abba; es afirmar que hemos
recibido de Él la vida, por el Espíritu Santo. Quien no sea hijo, podrá decir Señor,
podrá decir Dios, pero no podrá decir Padre, porque necesita poseer la vida del
Espíritu de Dios, es decir, la experiencia de Dios como Padre y no sólo como
Creador.

- La paternidad de Dios es algo que humanamente no podemos concebir. Jesús nos


presenta a su Padre, como el origen de todas las cosas y la fuente de todo bien;
pero, sobre todo, nos lo presenta como el Padre que tanto nos ama en su Hijo, hasta
entregar su vida en la cruz para devolvernos la dignidad que habíamos perdido. En
el espejo de la persona de Jesús encontramos el reflejo de la persona del Padre.

- Jesús nos recuerda que los padres no dan una piedra a sus hijos cuando le piden
pan, y agrega: Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le pidan?
(Mt 7,11). Con esto, Jesús quiere decirnos que el don de Dios es Dios mismo; que
lo verdaderamente importante en la oración no son las cosas que pidamos, sino
Dios que se nos da. La invocación “Padre nuestro” es camino para purificar
nuestros deseos, corregirlos y descubrir lo único necesario: a Dios y su Espíritu (Lc
10, 41-42).

- ¿Dios es también madre? Se ha comparado el amor de Dios con el de una madre:


En la Sagrada Escritura, el seno materno es el signo más concreto del entrelazarse
íntimo de dos existencias, y de las atenciones a la criatura débil e indefensa en el
seno y en el regazo de la madre. La parábola del hijo pródigo, llamada también del
Padre misericordioso, nos muestra fundidos en un mismo abrazo, los sentimientos
del corazón de un padre y del corazón de una madre.

- La expresión “nuestro”, que se repite en esta y en las demás peticiones del Padre
nuestro, nos exige salir de nuestro “yo” y entrar en la comunidad familiar de los
hijos de Dios; nos exige vivir como hermanos, derribar los muros que nos separan,
aceptar a los otros como son, abrirles nuestros oídos, nuestros brazos y nuestro
corazón. Al decir: “nosotros”, decimos “SI” a la Iglesia en la que el Señor quiso
hacernos “familia”. El “Padre nuestro” es una oración muy personal y al mismo
tiempo, muy eclesial. Orar el “Padre nuestro” es orar con toda la familia de los
hijos de Dios, con los vivos y con los difuntos, con personas de toda condición,
cultura y raza. La paternidad de Dios en los cielos nos remite a “nosotros”, en la
tierra, superar fronteras, derribar muros, construir puentes de acercamiento y crear
la paz.

- Para poder decir “Padre nuestro” necesitamos mucha humildad. La humildad nos
hace reconocer que nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se
lo quiera revelar, es decir "a los pequeños" (Mt 11, 25-27).
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CONTEMPLACIÓN:
Contemplo y adoro el rostro de Jesús durante su oración en el monte, en medio del
silencio de la noche, como me lo presenta san Lucas: “Sucedió que en aquellos días se
fue él al monte a orar, y se pasó la noche en oración a Dios” (Lc 6, 12). Contemplo y
adoro reverente esta actitud de Jesús, y todo lo que es propio de su oración al Padre.
Pero me pregunto: ¿Por qué Jesús ora solo? ¿Es que sus amigos no son capaces de
compartir sus sentimientos divinos? ¿Sería que también, en otras ocasiones, los
encontró dormidos como en la noche de su agonía en el Huerto? (Mc 14, 34-42).
Porque no sé orar al estilo de Jesús, estoy como Pedro, a distancia y con sueño
mientras Él ora a su Padre; sin embargo, ¡soy hijo de Dios! (Jn 1,45). Y lo peor es que,
aunque no sé orar, tampoco quiero escuchar de labios de Jesús su reproche a Pedro:
“Simón, duermes?, ni una hora has podido velar?” (Mc 14, 37). Contemplo a Jesús en
el monte; me acerco a Él para que uniendo mi oración a la suya y compartiendo sus
sentimientos filiales, pueda yo entrar en el santuario de su intimidad con el Padre.
Contemplo a Jesús en oración y lo escucho decir: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo
y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11, 27). Lo contemplo orando al Padre
y uno mi oración a la suya para que, iluminado por su Espíritu de oración, pueda yo
exclamar confiado: !Abba!, “Padre”. Lo contemplo en la gloria de su Padre y le pido
que me conceda ser coheredero con Él de la misma gloria. Y, porque yo sé que el
amor del Padre, tiene rostro de madre, contemplo el rostro de Jesús y el mío, en el
regazo maternal de la Virgen María.
ORACIÓN.
Podría pensarse que el hecho de ver a Jesús orando y su manera de hacerlo, fue lo que
movió a uno de sus discípulos a pedirle: ¡Señor, enséñanos a orar! Como los
Apóstoles, quiero también yo, Divino Maestro, estar en tu escuela, con mi oído atento
sobre tu corazón, como Juan en la Última Cena, para aprender la ciencia de la oración.
Quiero aprender a orar como Tú orabas para mantener una relación filial muy estrecha
con mi Padre. Enséñame, Maestro, a orar a tu manera para elevar mi alma a Dios, para
darle gracias en todo momento, pedirle perdón y su protección de Padre
misericordioso. Dígnate, Divino Maestro, explicarme, como al más pequeño de mis
niños de la catequesis, los elementos esenciales de la oración. Enséñame a orar para
que también yo pueda responder acertadamente a tu pregunta: ¿Quién dice la gente
que soy yo? (Luc 9,18). Que pueda yo decir con toda la firmeza de mi fe: Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo, tú eres mi Señor y mi Dios, tú eres el Hijo de Dios vivo.

Bendito seas, Padre, que en tu infinito amor nos diste a Tu Hijo unigénito, hecho
hombre por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de la Virgen María. Él se hizo
nuestro compañero de viaje para que, caminando juntos en el trabajo y en el
sufrimiento, en la fidelidad y en el amor, seamos por Él conducidos hacia aquellos
cielos nuevos y hacia aquella tierra nueva en la que, vencida la muerte, serás todo en
todos. Amen.

ACCIÓN:
Porque Dios es mi Padre, mi herencia es el cielo, mi hermano mayor es Jesucristo y el
Espíritu Santo habita en mí como en un templo. Porque Dios es mi Padre, no hago
discriminación de personas, despreciando al pobre y alabando al rico. Porque Dios mi
Padre, no soy clasista ni racista, veo a todos como hijos del mismo papa y miembros de
13

la misma familia; los trato con respeto y amor porque son mis hermanos. Porque Dios
es mi Padre, para mi no existen fronteras: por encima de cualquier patria, nacionalidad
o partido político, soy hermano de todos. Porque Dios es mi Padre, todos somos
ciudadanos del mundo, sin partidismos, clasismos o exclusivismos. Porque Dios es mi
Padre, respeto toda religión y toda manera diferente de alabar a Dios. Porque Dios es
mi Padre, soy miembro activo de la Iglesia comprometido en dar a conocer su Nombre
Santo.

ENCUENTRO No. 38
!Señor!, enséñanos a orar diciendo:

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

(Lc 11, 2).

LECTURA. Leo Juan 17, 1-26.

Analizo esta petición dentro del siguiente contexto:

- “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”
(Ex 20,1-17; Mc 12, 29-30);

- Padre Santo: Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer,


para que el amor que tú me tienes esté en ellos, y yo también esté en ellos (Jn
17,26).

- “No os amoldéis a las apariencias del tiempo de vuestra ignorancia; por el


contrario, así como el que os llamó es santo, así también vosotros, sed santos en
toda vuestra conducta, como dice la Escritura: seréis santos porque Yo soy santo”.
(1 Pe 1, 14-16).

- “¡Qué abismo de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! !Qué insondables


son sus juicios y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás la
mente del Señor? ¿Quién ha sido su consejero? ¿Quién le ha dado primero para
que él le devuelva? Él es origen, camino y término de todo. A él la Gloria por los
siglos. Amén”. (Rm 11, 33-36)

- “Y cantan el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.
¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Pues sólo tú eres santo;
por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han
manifestado” (Apoc 15,3-4).
14

MEDITACION. ¿Qué me dice la petición: Padre, santificado sea tu nombre?

- Santificado quiere decir que Dios sea exaltado y reconocido como el Incomparable,
como el Único, como el Totalmente Otro, como el Infinitamente Santo; quiere decir
que Él sea glorificado en todas sus perfecciones, en todas sus obras y en la realización
de su designio de amor hacia sus hijos. Era esto, justamente, lo que le pedía Cristo
cuando, en la Última Cena, con sus ojos elevados al cielo, oraba diciendo: Padre, ha
llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a tí. Ésta es la vida
eterna, que te conozcan a tí, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. (Jn 17,
1-3). Yo por ellos me he santificado a mí mismo, para que ellos también sean
santificados en la verdad. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a
conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos y, también yo esté en
ellos (Jn 17, 19-26).

- Tu nombre, es decir, Dios tal como se reveló a sí mismo a Moisés desde la zarza,
como nos lo reveló Jesucristo y como nos lo presenta la Iglesia en su designio de
salvación. En la cultura judía, el nombre de una persona no es algo arbitrario o un
simple sonido caprichoso; el nombre designa la naturaleza, la esencia, la historia de
aquel que es así nombrado.

En Éxodo 3, 13-22 Moisés es el primero que le pregunta a Dios cuál es su nombre. No


pregunta cómo debe llamarlo, sino ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu esencia? Y Dios le
responde: Soy el Eterno.

El nombre de Dios es aquel con el que se presentó, con el que quiso que lo llamáramos
y que lleva las cuatro letras hebreas equivalentes en español a YHVEH. Algunos
confunden el nombre Yhaveh con Jehová que no es correcto, porque YHVH es sólo la
pronunciación de las cuatro consonantes, sin las vocales correspondientes. El primer
nombre que se le da a Dios en las escrituras es ELOHIM que se utilizaba para enfatizar
el poder de Dios. También, a lo largo de la Biblia lo conocemos con otros nombres
como: Creador del cielo y la tierra (Génesis 14, 19-22); Creador de Israel (Isaías
43,15); El más santo (Isaías 43, 15); El santo de Israel (Isaías 1,4); Pastor de Israel
(Salmo 80,2); La roca (Deuteronomio 32,4); Rey de reyes (Isaías 41,2)

Santificado sea tu nombre es nuestra petición para que se realice en nosotros y en el


mundo entero el designio de Dios; para que todo lo que podamos desear y hacer, esté
subordinado a la gloria del Padre.

CONTEMPLACIÓN:

Contemplo a Dios Padre en la gloria que le tributa su Hijo, obedeciendo a su designo


salvador de amor; contemplo a Dios Padre en la gloriosa resurrección de su Hijo y en la
gloria que le tributa a través de su Iglesia una, santa, católica y apostólica. Pedir que el
nombre de Dios sea santificado es pedir que las realidades del Reino de Dios, se hagan
presente, aquí y ahora, en las realidades del mundo que yo estoy llamado a construir; en
el Reino que me permita a mi y a todos, contemplar los cielos nuevos y de la tierra
nueva de que habla el Espíritu Santo en el Apocalipsis (Apoc 21, 1-8); en el Reino que,
en la belleza de las realidades de mi mundo: en los colores, sonidos y armonías de la
15

Creación, sean el reflejo del poder, de la sabiduría, del amor y de la santidad de Dios.
Esta contemplación que me permite decir con optimismo: “Santificado sea tu
nombre”, me exige ser santo, participando de la misma Santidad de Dios (cf Is 6, 1ss). La
santidad que el Padre del cielo me exige es, sobre todo, estar vigilante y atento cada vez
que Él llame a la puerta de mi corazón para decirme: Mira que estoy a la puerta y llamo. Si
oyes mi voz y me abres la puerta, entraré a tu casa y cenaré contigo y tú conmigo. (cf Ap
3, 20-21).

ORACIÓN:

Me acerco a Ti, Maestro divino. Quiero a aprender, en tu Escuela, la práctica de la


verdadera oración. Dijiste a tus Apóstoles que se cuidaran de la falsa manera de orar:
“Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar en las sinagogas
y en las esquinas de las plazas para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que
ya recibieron su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu alcoba, cierra
la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto, y tu Padre que ve en lo secreto, te
recompensará. Y no oréis como los paganos que creen que por su mucha palabrería
van a ser escuchados. Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedirlo” (Mt 6, 5-
7).

Líbrame, Maestro, de convertir la piedad en una máscara de exhibicionista de oración.


Al pedirte esto, me pregunto: ¿Seré yo como los paganos que creen agradar a Dios
multiplicando discursos vacíos y fórmulas sin alma?

“Dame Señor, una razón que piense en Ti, un alma que te ame, un espíritu que se
acuerde de tus maravillas, una inteligencia que te comprenda, un corazón que este
siempre adherido a Ti. ¡Oh vida, por quien todo respira!, vida que me das el ser; vida
que eres mi vida, sin la cual yo muero, sin la cual yo caigo en la aflicción, vida dulce,
vida suave, vida siempre presente en mi memoria, ¿Dónde estás? ¿Dónde te hallaré,
para que me deje a mi mismo y no viva más que en Ti y para Tí? (San Agustín,
Soliloquios).

ACCIÓN:

Observo a mi alrededor la cantidad de personas que dudan, que se preguntan sobre el


sentido de Dios, de la Iglesia, de la vida, y me doy cuenta que para responder a éstas y
a otras preguntas necesito prepararme muy bien como cristiano y como catequista. Por
ello, emplearé todo mi ser, mi saber y mi saber hacer para guiar hacia Dios a mis
catequizandos. Estudiaré, leeré y haré vida en mí la Palabra de Dios, lo cual es también
santificar en nombre de Dios. Como discípulo de Jesús, seré un catequista de calidad
total, porque: ¿Qué gloria podré dar a Dios, cuando alguien me pregunte sobre un tema
que no preparé antes de la catequesis?, ¿Qué gloria podré dar a Dios cuando no pueda
aclarar la confusión creada por no estar seguro de lo que dije? ¿Cómo podré decir:
santificado sea tu nombre, si no sé cómo darlo a conocer? Santificar el nombre de Dios
exige capacitarme para saber dar razón de mi esperanza, para nunca desfallecer ante las
dificultades y para dar gloria a Dios con mi vida puesta al servicio de la misión
evangelizadora de la Iglesia.
16

ENCUENTRO No 39
!Señor!, enséñanos a orar diciendo:

VENGA A NOSOTROS TU REINO

LECTURA. Leo Mat 4, 23, dentro del siguiente contexto bíblico:

- "Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 3, 2).


- "El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo"
(Mt 22, 2).
- "El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su
campo" (Mt 13, 24).
- "El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza, que un hombre tomó
y sembró en su campo" (Mt13, 31).
- "No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).
- "Predicad diciendo: El reino de los cielos está cerca" (Mt. 10, 7).

MEDITACION:

¿Qué quiso enseñarnos Jesús al decir: “Venga a nosotros tu reino”? Entendida la


palabra reino como realeza o reinado, lo que Jesús nos enseña es que oremos porque se
ejerza el designio salvador de Dios sobre la humanidad y sobre la creación entera. San
Mateo, en los capítulos 5 a 7 de su Evangelio, capítulos que algunos llaman: "La
Constitución del Reino", enumera las características del Reino de Dios. Allí, Jesús
contraponiendo la Ley de Moisés a la Ley del Reino mesiánico, y condenando la
manera de actuar de los fariseos y de los escribas que hicieron de la Ley algo
esclavizante, dice: "Oísteis que fue dicho…, no matarás, no cometerás adulterio, no
perjurarás, amarás a tu prójimo", “pero yo os digo…” establece reglas nuevas, dentro
del espíritu de libertad y de verdad de que habla a la Samaritana. Por eso concluye: Si
vuestra manera de ser no es mejor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el
Reino de Dios (Mateo 5, 20).
Los evangelios describen a Jesús proclamando el reinado de Dios como algo que ha
llegado y que está presente, aunque todavía no de manera plena. Así lo describe Jesús
en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24). Su presencia en medio de su pueblo y
lo que Jesús hace sanando enfermedades, expulsando demonios, enseñando una nueva
manera de vivir y ofreciendo a los pobres la esperanza en Dios, son prueba de que el
Reino está ya aquí; la presencia de la Iglesia en medio de la humanidad y su acción
evangelizadora, el testimonio de santidad de tantos bautizados, prueban que el Reino de
Dios está presente y en acción. Pero el pecado y el reinado del Demonio, que no cesan
de oponerse al reinado de Dios, nos permiten constatar que el Reino de Dios todavía no
17

está plenamente presente y que es necesario pedir insistentemente: “Venga a nosotros


tu reino”.

CONTEMPLACIÓN:

Dando una mirada a mi conciencia y a mi comunidad cristiana descubro, que Dios ha


puesto su morada entre nosotros y que ejerce su reinado sobre quienes, congregados en
su nombre, asumimos los principios de su reinado. Obedientes al querer de Cristo,
pedimos que los valores del Reino de Dios sean también patrimonio de toda la
humanidad redimida.

Contemplo el reinado de Dios presente en los que viven las Bienaventuranzas:


"Dichosos los que eligen ser pobres, porque sobre ellos reina Dios”; “dichosos los
que tienen un corazón limpio, porque sobre ellos Dios ejerce su reinado”; “dichosos
los que trabajan por la paz y la justicia, porque tienen a Dios por rey". Para que esto
suceda, es necesario que todo cambie, que el Espíritu haga nuevas todas las cosas, es
decir, que la verdad, la justicia, el amor, la paz reinen allí donde reinan la mentira, el
odio, la guerra causada por las ambiciones de dinero, de poder y de placer.

Gracias a la acción del Espíritu Santo, nuestra familia, nuestro grupo, nuestra
comunidad y cada uno de sus miembros hemos optado porque Dios reine sobre
nosotros, y no el pecado. Aunque queda mucho por hacer en este sentido, tenemos que
reconocer que Dios reina ya en nosotros. Pero, eso no basta, debemos pedir que Dios
reine sobre la humanidad por la que Cristo entregó su vida; que la humanidad cambie
en lo que equivocadamente considera sus valores (injusticia y corrupción, ambición,
insolidaridad, odio, violencia interna y externa, desorden en los placeres, egoísmo,
magia, esoterismo, etc.), por los valores del Reino de Dios: la sencillez, la igualdad y el
servicio mutuo, la capacidad de compartir, la verdad, el amor, la justicia, la paz;
debemos pedir porque el imperio de la Nueva Era y todo lo que se oponga al reinado de
Jesucristo, no destruya los valores del Reino de Dios; debemos pedir por que la Iglesia
asuma las opciones que el Padre le propone para que su reinado se extienda a todos y
en todas partes. Con esperanza firme y desbordante, con optimismo en medio de tantos
males, contemplo a la humanidad en un nuevo Pentecostés: unificada y llena de la vida
del Espíritu de Dios, una humanidad que cambia las rivalidades, hostilidades y
violencias por el amor, la solidaridad, la fraternidad y las demás características del
Reino de Dios.

ORACIÓN Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo
muy amado, Rey del universo, haz que toda la Creación, liberada de la esclavitud del
pecado, sirva a tu Majestad y te alabe eternamente. Por nuestro señor Jesucristo, tu
Hijo.

ACCIÓN: Anunciar el Reino de Dios, “a tiempo y a destiempo”, sin temor, como


discípulos misioneros del Rey Jesús, es lo que pedimos al decir: “Venga a nosotros tu
reino”. A esta petición corresponde la voz del Señor que nos envía como misioneros a
18

trabajar porque la “levadura” transformadora del Reino de Dios, cambie nuestra


sociedad. Mi condición de discípulo misionero de Jesucristo me exige: trabajar “a
tiempo y a destiempo” para que nuestras familias y nuestros pueblos en Él tengan vida,
asumiendo, desde las perspectivas del Reino, las tareas prioritarias de la nueva
evangelización que contribuyan a la dignificación de todos. (Cf. Aparecida 382 y 383)

ENCUENTRO No 40
Señor, enséñanos a orar diciendo:

HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL


CIELO

LECTURA. Leo efesios 1, 3-14.

Hago esta lectura dentro del contexto de las siguientes intenciones del corazón de
Cristo:

- “Padre, yo no he venido a hacer mi voluntad sino la tuya” (Lc 22. 42; Mt 26,
42);

- “Lo que a mi Padre le agrada es lo que yo hago siempre”(Jn 8, 29);

- “Mi alimento de todos los días es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4,34);

- “Padre, todo se ha cumplido” (Jn 19,30).

MEDITACION. ¿Cómo se hace la voluntad de Dios en el cielo para que se haga


también en la tierra? La palabra “voluntad” no es, quizás, la más apropiada para
referirnos al plan de Dios. Más apropiada es la expresión: "tu designio salvador", o “tu
plan de salvación”.

¿Cuál es el designio salvador de Dios? El apóstol san Pablo, escribiendo a los efesios lo
describe maravillosamente refiriéndose a la elección que, desde antes de crear el
mundo, Dios hizo de nosotros para ser sus hijos adoptivos en Jesucristo, para que lo
que está en los cielos y en la tierra esté sometido al reinado de Cristo, para que el
nombre de Dios sea santificado, para que, renovada por el Espíritu Santo, la humanidad
asuma el reinado de Dios y todo se renueve según el designio redentor y santificador de
Dios (Ef 1, 3-14).

Cuando decimos "designio" o "plan", tenemos que pensar en dos momentos: uno, de
planeación, y otro de ejecución. En el Cielo Dios concibe y en la tierra ejecuta su
designio salvador. Por eso, el “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”,
19

equivale a decir: realiza en la tierra el designio que tenías desde antes de crear el
mundo (ver, Col 1, 15-20). El proyecto eterno de Dios, ya lo meditamos en el
encuentro anterior, es renovar a su familia haciendo de sus hijos una sociedad en la que
reine la verdad, el amor, la justicia, la paz, la libertad, el desarrollo social y la
fraternidad; una sociedad en la que se transparente un Cielo nuevo y una Tierra nueva
(Apocalipsis Cáp. 21). Esto que concibió Dios en el cielo y que Cristo realizó en la
tierra, es mandato suyo que la Iglesia y cada uno de nosotros debemos realizar en
nuestro mundo como discípulos y misioneros suyos. “Como mi Padre me envió, así yo
os envío”.

La petición, “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” es eminentemente


misionera: nos vuelca hacia afuera y nos señala el orden de prioridades en nuestra
manera de orar y de actuar. Nunca deberíamos decir: “Padre, te pido por mis
necesidades”. Somos familia y debemos pedir por la comunidad, por la humanidad,
porque en todos y en todo se cumpla la voluntad del Padre. Así nos lo enseña el
Apóstol san Juan cuando dice: Tanto amó Dios a la humanidad, que llegó a darnos a
su propio Hijo. El amor de Dios por nosotros va más allá del amor por su Hijo único.
Me pregunto: ¿Mi amor hacia los demás es mayor que el que yo me tengo a mí mismo?

CONTEMPLACIÓN:

Cuando Jesús nos habla del cielo de donde procede el designio de Dios y de la tierra
donde Él lo realiza, nos mueve a contemplarlo junto al pozo de Jacob, donde pide a sus
discípulos que le lleven de comer, y agrega: Mi alimento es hacer la voluntad del que
me envió (Jn 4,34). Con esto esta diciendo que Él y el Padre son uno mismo, que están
plenamente identificados en el mismo designio. Esta petición junto al pozo, proyecta su
luz sobre el monte de los Olivos donde Jesús exclama: Padre mío, si es posible, que
pase de mí este cáliz; pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú. Padre, si
no es posible que pase este cáliz, hágase tu voluntad (Mt 26, 39-42), y el sobre monte
Calvario donde escuchamos a Jesús agonizante decir: “Tengo sed”.

ORACIÓN:

Dedico el tiempo necesario para disponerme a la oración. Leo nuevamente efesios 1, 3-


14. Concluyo repitiendo la fórmula de Jesús: “¡Padre, que se haga tu voluntad así en
la tierra como en el cielo!”.

Dedico luego unos minutos saboreando el Padre Nuestro, unido a Jesús y haciendo mío
su amor filial. Lo siento como mi hermano con quien comparto el amor de un mismo
Padre. Le pido que me de la fuerza de su Espíritu para hacer siempre lo que a Él le
agrada. Si tengo dificultades y hay dolor, repito la oración de Jesús en el huerto: ¡Si no
es posible...Hágase tu voluntad! o alguna equivalente, por ejemplo: ¡que en todo sea yo
la alegría de mis hermanos!, y la convierto en norma de vida para que, como la
levadura, transforme mi familia, mi comunidad y mi mundo, según la voluntad del
Padre.

ACCIÓN: En esta semana relazaré mi oración de cada mañana guiado por la oración
20

de Jesús, así:

Lecturas para cada día:


Primer día: Mt 6, 5-8
Segundo día: Mc 14, 32-36
Tercer día: Mt 7, 21-23
Cuarto día: Lc 1, 26-38
Quinto día: Lc 11, 5-13
Sexto día: Lc 10, 38-42
Séptimo día: Mt 26, 36-42
.

ENCUENTRO No. 41
Señor, enséñanos a orar diciendo:

DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA

LECTURA. Leo Lucas 10, 25-37.

Hago esta lectura dentro del contexto de la Sagrada Escritura:

- “Estuvo cuarenta días y cuarenta noches sin comer, y después sintió hambre. El
Diablo se acercó a Jesús y le dijo: Si de veras eres el Hijo de Dios, ordena que
estas piedras se conviertan en panes. Pero Jesús le contestó: No solo de pan
vive el hombre sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. (Mt
4, 1-4).

- “Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud, sintió compasión de ellos y sanó a
los enfermos que llevaban. Como ya se hacía noche, los discípulos se le
acercaron y le dijeron: despide a la gente para que vayan a sus aldeas y se
compren comida. Jesús les contestó: No es necesario que se vayan, denles
ustedes de comer. Ellos contestaron: No tenemos aquí más que cinco panes y
dos pescados. Entonces mandó a la multitud que se sentara sobre la hierba;
tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo
pronunció la bendición y partió los panes...Todos comieron hasta quedar
satisfechos” (Mat 14, 13-21)

- “Les aseguro que no fue Moisés quien les dio a ustedes el pan del cielo, sino que
mi Padre es el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan que Dios da
es el que ha abajado del cielo y da vida al mundo. Ellos le pidieron: !Señor,
danos siempre de ese pan! Jesús les dijo: Yo soy el pan que da vida. El que
viene a mi nunca tendrá hambre. (Jn 6, 32-36).

- “Cuando llegó la hora, Jesús y los apóstoles se sentaron a la mesa. Jesús les
dijo: ¡Cuánto he deseado celebrar esta cena de pascua con ustedes antes de mi
muerte! Entonces tomo en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a
21

Dios, dijo: Tomen esto y repártanlo entre ustedes. Después tomó el pan en sus
manos y, habiendo dado gracias, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: ¡Esto es
mi cuerpo entregado a la muerte en favor de ustedes. Hagan esto en memoria
mía! (Lc 22, 14-20).

- "He manifestado tu nombre á los hombres que me diste: tuyos


eran, y tú me los diste, y guardaron tu palabra. Ahora han
conocido que todas las cosas que me diste, son de ti; porque
les he dado las palabras que me diste, y ellos las recibieron, y
han conocido que salí de ti, y han creído que tú me enviaste".
(Jn 17, 16).

- “Esto les mando: que se amen un os a otros” (Jn 15, 17)

MEDITACION:

El pan es símbolo de la comida, del banquete, de lo que calma el hambre y alimenta. El


hambre en el mundo es el gran reto para los organismos encargados de calmarla, y
¡Cuántos esfuerzos incapaces de lograrlo! Fuera de Cristo, nada hay en el mundo capaz
de saciar el hambre: el hambre física, de salud, de paz, de justicia, de amor, de cultura,
etc. Comer pan con alguien es compartir relaciones de familia, de amistad; es compartir
sentimientos, proyectos; es estar dispuesto a servir al necesitado.
Al pedir a Dios el pan de cada día, le estamos pidiendo la capacidad de practicar las
obras de misericordia, es decir, que cumplamos el mandamiento de amarnos unos a
otros como Cristo nos amó. Al decir:“danos hoy nuestro pan de cada día”, estamos
pidiendo que nuestra comunidad cristiana participe del gozo que produce la generosa
comunicación cristiana de bienes; que se haga realidad la obra de misericordia de dar
de comer al hambriento; que ante los desastres naturales que dejan a tantas familias sin
casa e incomunicadas, sin el producto de su trabajo y sin posibilidades de resurgir solos
de la situación de miseria en que quedaron, no falte la justicia distributiva de los
organismos del Estado, ni la caridad generosa de quienes, identificados con los
sentimientos de Cristo, exclaman: “Me da compasión de todas estas gentes” (Mc 6,
34).

La petición, “Danos hoy nuestro pan de cada día” es el clamor de los hijos, al Padre
misericordioso, porque se haga realidad, aquí en la tierra, la alegría, la unión, el amor
que esperamos poseer en la Jerusalén celestial; es la súplica porque el Pan de la
Eucaristía, desde nuestra realidad temporal, anticipe para nuestra comunidad cristiana
el Banquete del Reino eterno; es la petición para que nuestra Iglesia diocesana,
parroquial y familiar se caractericen por el espíritu de comunión y participación, fruto
del Pan que da Vida al mundo (Jn 6, 22-59.

CONTEMPLACIÓN:

Contemplo a Jesús que “Al bajar de la barca, viendo la multitud, sintió compasión de
ellos y sanó a los enfermos que llevaban (Mc 6, 34). Los medios modernos de
comunicación permiten conocer, de manera casi inmediata, las necesidades de los
hombres y su llamada a compartir situaciones difíciles. Vemos cada día lo mucho que
22

se sufre en el mundo a causa de tantas formas de miseria material o espiritual, no


obstante los grandes progresos en el campo de la ciencia y de la técnica. Vemos tanta
comida en los supermercados y tanta gente con hambre en las calles. El momento
actual requiere disponibilidad para socorrer al prójimo necesitado. La acción caritativa
puede y debe abarcar a todos los hombres y todas sus necesidades. La solicitud por el
prójimo extiende hoy su horizonte al mundo entero. Tanto en la Iglesia católica como
en otras Iglesias y comunidades aparecen nuevas formas de actividad caritativa. Danos
hoy nuestro pan de cada día es el anhelo de un catequista porque, entre evangelización,
catequesis y obras de caridad exista un nexo de mutua cooperación.

ORACIÓN:

Teresa de Calcuta solía repetir con frecuencia: “Nunca dejemos que alguien se acerque
a nosotros sin que se vaya mejor y más feliz. Lo más importante no es lo que damos,
sino el AMOR que ponemos al dar. Encuentra tu tiempo para practicar la caridad. Es la
llave del Paraíso”.

ACCION:

El Buen samaritano demostró ser el prójimo de aquel infeliz que cayó en manos de los
ladrones. A un discípulo de Jesús no le es lícito pasar de largo, indiferente; debe
detenerse al lado del que sufre. Buen samaritano es todo hombre que se detiene al lado
del sufrimiento de otro hombre, cualquiera que sea. Y ese detenerse no es curiosidad,
sino disponibilidad. Buen samaritano es todo hombre sensible al dolor ajeno. Si Cristo,
profundo conocedor del corazón humano, insiste en esta compasión, quiere decirnos
que esta virtud es exigencia de nuestro comportamiento cristiano frente al sufrimiento
de los demás. Es necesario, por tanto, cultivar en nosotros la sensibilidad del corazón
que es testimonio de ‘compasión’ hacia el que sufre”.

Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad cristiana es la


respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han
de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen,
los prisioneros visitados, etc. Pero el servicio que se ofrece a los que sufren, exige que
las personas que lo prestan sean competentes profesionalmente. Por eso, requieren ser
formadas de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la manera más adecuada.
Los que sufren necesitan atención cordial, y los que trabajan al servicio de los que
sufren deben distinguirse por su dedicación al otro, con una atención que sale del
corazón. (Cf, Encíclica Dios es Amor, Benedicto XVI n. 6 a).

Danos hoy nuestro pan de cada día es el anhelo de que en la Diócesis y en la Parroquia
se promueva el Comité Parroquial de Pastoral Social COPPAS para atender a los más
necesitados de nuestra comunidad (Ver Módulo 4.9 Cuarto Encuentro, Pág. 86).

ENCUENTRO No. 42

Señor, enséñanos a orar diciendo:


23

PERDONANOS NUESTRA OFENSAS,

COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN

LECTURA. Leo, Mateo 18, 21-35.

Hago esta lectura dentro del siguiente contexto de los Evangelios:

- “Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra
ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros.” (LC 15, 18).

- “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y otro publicano. el
publicano, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el
pecho diciendo: !Oh Dios, ten compasión de mi, que soy un pecador” (Lc
18,13).

- “Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene


algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar y vete primero a
reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,23-24).

- "Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que me ofenda? ¿Hasta siete?


Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete" (Mat.
18, 21).

MEDITACION:
Después de haber sido lavados en el Bautismo y hechos hijos de Dios, no dejamos
de ofenderlo. En esta petición del Padre nuestro, acudimos a Dios, como el hijo
pródigo arrepentido, reconociéndonos pecadores y como el publicano que, con su
frente contra el suelo exclamaba: ¡Ten piedad de mi, Señor, que soy un pecado!
Esta petición reconoce, a un mismo tiempo, nuestra miseria y la misericordia de
Dios.
Perdónanos nuestra ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden es la única petición del Padre nuestro que conlleva una condición: Dios
perdona, si nosotros perdonamos. Esto nos lo enseña Jesús con la parábola del
siervo sin entrañas, cuando concluye afirmando: "Así hará también con ustedes mi
Padre celestial si cada uno de ustedes no perdona de corazón a su hermano” (Mt
18, 23-35). ¿Por qué? Porque Dios es Amor y el perdón es manifestación del amor.
Si me cierro al amor, ya no podré recibir amor: el amor necesita abrirse al amor.
Encerrados dentro del egoísmo y acariciando el rencor, no podremos recibir el amor
misericordioso de Dios. No es que Dios no quiera perdonar, es que no puede, a
pesar de ser Todopoderoso, porque Él respeta nuestra libertad. El amor es como una
fuente de agua viva que, nacida del Padre, se comunica a Jesús; de Jesús se vierte
sobre nosotros y de nosotros sobre los demás. Cuando esta fuente se tapona, cuando
el egoísmo interrumpe su cauce, es imposible que fluya el amor.
24

Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar? Al responder a esta pregunta, Jesús no
me dice que perdonar sea fácil, sino que es requisito indispensable en todos los
aspectos de la vida. Si no perdono, el odio continuará corroyendo mi corazón y mi
fe cristiana quedará sumergida en un pozo sin fondo. El odio destruye la paz del
alma; el deseo de venganza que pretende superar el mal que otro me hizo, en vez de
arreglar la situación, la empeora. Si permito que el odio me domine, Cristo
abandonará el sitio que ocupaba dentro de mi, porque Él no puede ser amigo de
quien odia. Debo amar en lugar de odiar, comprender en lugar de pensar mal,
perdonar en lugar de buscar la venganza.
CONTEMPLACIÓN:
Contemplo a Cristo en la cruz orando a su Padre y diciendo: “Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen” La oración cristiana debe llegar hasta el perdón de los
enemigos (cf Mt 5, 43-44). Los que perdonan las ofensas dan testimonio de que, en
nuestro mundo de ofensas, el amor es más fuerte que el pecado. El perdón es el primer
paso hacia la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21). En el perdón de Dios, no hay límite ni
medida. El ejemplo de la oración de Cristo en la cruz me invita y me obliga a decir:
Perdónanos así como nosotros perdonamos. El perdón es la cumbre de la caridad
cristiana.

ORACIÓN:

La oración transfigura al discípulo y lo configura con su Maestro. El don de la oración


sólo tiene cabida en un corazón identificado con el corazón misericordioso de Dios.
Pido a Cristo que me de un corazón semejante al suyo, que sepa amar y perdonar a
pesar de las grandes o pequeñas dificultades de la vida. Sólo así, desde lo más íntimo
de mi ser, puedo decir como el rey David: Misericordia, Dios mió, por tu bondad; por
tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.Pues
mi pecado está siempre ante mí,contra Ti pequé, cometí la maldad que aborreces.Mira
que en la culpa nací,que pecador me concibió mi madre. Lávame y quedaré más blanco
que la nieve. Devuélveme la alegría de tu salvación.No tengas en cuenta mis pecados,
borra todas mis culpas.Crea en mí un corazón puro,no me rechacesni retires de mí tu
Santo Espíritu. Enseñaré a los rebeldes tus caminoshasta lograr que los pecadores
vuelvan a Ti (del Salmo 50).

ACCIÓN:

Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la
misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la compasión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos. Cuando alguno tenga quejas contra otro. El
Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo ( Col 3, 12-13).

Dios no acepta el sacrificio de los que no perdonan, de los que provocan la desunión;
los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos. Dios sólo acepta
oraciones de paz. El sacrificio más agradable a Dios es nuestra paz, nuestra concordia,
la unidad de todos en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
25

ENCUENTRO No 43
Señor, enséñanos a orar diciendo:

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

LECTURA. Lucas 22, 28-46

Hago esta lectura dentro del siguiente contexto de la Sagrada Escritura:

- “Experimento que en mi naturaleza débil no reside el bien, pues aunque tengo el


deseo de hacer el bien, no soy capaz de hacerlo. No hago lo bueno que quiero
hacer, sino lo malo que no quiero. Y si hago lo que no quiero, no soy yo quien
lo hace, sino el pecado que mora en mí. Me doy cuenta de que, aún queriendo
hacer el bien, el mal está en mí. Amo la ley de Dios, pero encuentro algo en mi
que es contrario a lo que pienso” (Rom 7, 18-22).

- Levantándose Jesús de la oración, vino a donde los discípulos y los encontró


dormidos y les dijo: ¿Cómo es que estáis dormidos? Levántense y oren para no
caer en la tentación. (Lc 22, 45)

- “El que crea estar en pie, vigile para no caer. No habéis sufrido
tentación superior a vuestras capacidad. Y fiel es Dios que no
permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes
bien, con la tentación os dará la gracia de poderla resistir con
éxito.” (1 Cor. 10, 13).

MEDITACION:

La primera de las tentaciones de Jesús en el desierto (Lc 4, 1-4), y la que sufrió en el


Huerto de los Olivos antes de su pasión, son también mías y de mi comunidad cristiana:

- Jesús tiene hambre y el Tentador le dice: "Si eres Hijo de Dios di a estas piedras se
conviertan en panes. Y Jesús le contesta: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que salga de la boca de Dios".

- Ante la inminencia de la pasión y de su muerte, Jesús se resiste a aceptar el plan de


Dios, y le pide: “¡Padre, líbrame de esta hora!” (Jn 12, 27). Pero, obediente a la
voluntad del Padre, reflexiona en medio de su angustia y exclama: !Pero, si para esto
he venido! Y concluye diciendo: No se haga mi voluntad sino la tuya.

- Lo mismo que Jesús, también yo tengo tentaciones semejantes: huyo del sacrificio y
hago cosas sin pensar si corresponden o no al plan de Dios; siempre busco mi provecho
personal antes que el de los demás. Debo entonces preguntarme: ¿Estoy actuando de
acuerdo con lo que Dios quiere? ¿Puedo decir como Jesús: !Pero, si para esto he
venido!, ¡Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya?
26

- No es propio de un discípulo de Jesús actuar como los que no tienen fe; como los que,
dentro de las comunidades humanas buscan sólo su interés, actuando en contra del
modelo Jesucristo, quien se hizo servidor humilde hasta lavar los pies de sus discípulos,

- Ser discípulo de Jesús es estar empeñado en el combate diario "entre la carne y el


Espíritu" (Rom 7, 18-22). En medio de su lucha, el fiel discípulo de Jesús le pide a
Dios que no lo deje caer en la tentación y concluye: ¡Padre, hágase tu voluntad! Al
orar así, está pidiendo los dones del discernimiento y de fortaleza. El Espíritu Santo lo
ayuda a discernir entre lo que conviene o no conviene, según el querer de Dios, y le da
la fuerza necesaria para vencer la tentación que lo conduciría al pecado y a la muerte
(cf. St 1, 14-15).

- Pero hay que distinguir entre ser tentado y consentir en la tentación. Ser tentado es
propio de todo ser humano; vimos cómo Cristo fue tentado y de qué manera. Consentir
en la tentación es una decisión libre de cada uno, porque: "Donde esté tu tesoro, allí
estará también tu corazón ... y nadie puede servir a dos señores" (Mt 6, 21-24). Al
respecto, el Apóstol san Pablo nos previene: "Si vivimos según el Espíritu, obremos
según el Espíritu" (Ga 5, 25). Para lograrlo, debo ser dócil al Padre que me invita a
"dejarme conducir" por el Espíritu Santo, ya que: "Fiel es Dios que no permitirá que
seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará el modo de
poderla resistir con éxito" (1 Co 10, 13).

CONTEMPLACIÓN:

Contemplo a Jesús en su oración en el Huerto de los Olivos angustiado y sudando


sangre ante la inminencia de la pasión; lo contemplo en la cruz pidiendo perdón al
Padre por los que se dejan dominar por las tentaciones. Cuando celebrando la
Eucaristía hago mi profesión de fe, digo: Fue crucificado, muerto y sepultado. Estas
palabras hacen eco a las palabras de contemplación y de aceptación de la cruz que
todos llevamos dentro, o que nos imponen desde fuera: En ese madero estuvo colgada
la salvación del mundo. La victoria sobre la tentación sólo es posibles con la
espiritualidad de la cruz, escándalo para unos y locura para otros, pero, fuerza y poder
para quien ama al Señor. Mediante la oración y en vista de la cruz, Jesús vence al
Tentador en el desierto (cf Mt 4, 11); lo vence igualmente durante el combate en su
agonía (cf Mt 26, 36-44). Para lograrlo, Cristo nos insiste en la necesidad de la
vigilancia que es la "guarda del corazón"; Jesús pide al Padre que "nos guarde en su
Nombre" (Jn 17, 11), que no os deje caer en las garras del Maligno. El Espíritu Santo
nos invita a la vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). La oración de
Jesús y la asistencia del Espíritu Santo se refieren también a la perseverancia final:
"Mira que vengo como ladrón, dichoso el que esté vigilante" (Ap 16, 15). Piensa en tus
postrimerías y no pecarás.

ORACIÓN:

“¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si para esto he venido!” (Jn
12, 27). Jesús desea que sus discípulos lo acompañen y, sin embargo, tiene que
experimentar la soledad y el abandono: ¿Conque no habéis podido velar una hora
27

conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación” (Mt 26, 40-41).

Dios mío, con todo mi corazón me arrepiento por haber sido débil, nada vigilante, y por
haber caído en la tentación. Me arrepiento del mal que hice y de todo lo bueno que dejé
de hacer. Al pecar te ofendí a Ti, que eres mi Supremo Bien, digno de ser amado sobre
todas las cosas. Propongo firmemente ser vigilante para no volver a caer y, con la
ayuda de tu gracia, hacer penitencia y huir de las ocasiones de pecado. Padre
misericordioso, por los méritos de la pasión de Jesucristo, apiádate de mí, tómame de tu
mano, no me dejes dar un mal paso, no me dejes caer en la tentación.

ACCIÓN:

Las tentaciones de Jesús en el desierto nos enseñan cómo comportarnos cuando nos
asechan.

1. Debemos saber que el demonio nos busca para llevarnos a pecar y a la condenación
eterna. De ahí que San Pedro, el primer Papa, nos insista: “Sed sobrios y estad
atentos, porque el enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién
devorar” (1 Pe. 5,8).

2. Cuando Dios permite que seamos tentados, “no permitirá que seamos tentados por
encima nuestras fuerzas. El nos dará, al mismo tiempo los medios para resistir.
Junto con la tentación, Dios nos da las gracias necesarias para vencerla.

3. Y ¿Cómo luchar contra las tentaciones? La oración y la vigilancia, pensando en las


postrimerías: muerte, juicio, infierno o gloria, son los principales medios en la
lucha contra las tentaciones: “Vigilad y orad para no caer en la tentación.” (Mt.
26, 41). ¡Piensa en tus postrimerías y no pecarás!

ENCUENTRO No. 44
Señor, enséñanos a orar diciendo:

LÍBRANOS DEL MAL


LECTURA. Leo Juan 17, 6-15.

Hago esta lectura dentro del siguiente contexto de la Sagrada Escritura:

- “Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y


Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles
fueron arrojados con él” (Apoc 12, 9).
28

- “Sabemos que somos hijos de Dios y que el mundo entero yace en poder del
Maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado
inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el
Verdadero, en su Hijo Jesucristo” (1Jn 5, 19).

- “El misterio de la impiedad está ya actuando. La venida del Impío está señalada
por el influjo de Satanás con toda clase de prodigios engañosos y todo tipo de
maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el
amor de la verdad que les hubiera salvado. (2 Tes 17-12).

MEDITACION.

La última petición del Padre nuestro es la misma que hizo Jesús en la Última Cena:
"No te pido que los retires del mundo, sino que los libres del Maligno" (Jn 17, 15).
Todos necesitamos ser liberados del mal, pero oramos en comunión con toda la Iglesia
para que venga la salvación de toda la familia humana. El “mal” no es una abstracción
filosófica, sino una persona, Satanás, el Maligno, El "Diablo" es decir, aquél que se
atraviesa ante el designio de Dios y ante su plan de salvación.

"Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el
pecado entró en el mundo y, con él, la muerte y todos los males. Pero, "Sabemos que
todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el
Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en
poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19).

Cristo logró la victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) entregándose a la
muerte para darnos su Vida. El poder del “Maligno” fue vencido: "El se lanza en
persecución de la Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no logra alcanzarla: la nueva Eva, la
"llena de gracia" es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte. "Entonces
despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17).
Por eso, el Espíritu y la Iglesia no dejan de orar exclamando: "!Ven, Señor Jesús!" (Ap
22, 17. 20) seguros de que su venida nos librará del Maligno.

Al pedir ser liberados del Maligno, oramos también para ser liberados de todos los
males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor e instigador. En esta última
petición del Padre nuestro, presentamos al Padre todas las desgracias del mundo,
imploramos el don de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de
Cristo, la recapitulación de todos y de todo, en Aquél que "tiene las llaves de la Muerte
y del Hades" (Ap 1,18).

CONTEMPLACIÓN:

La experiencia del mal y del sufrimiento, de la injusticia y de la muerte que parecen


contradecir la Buena Nueva del Reino de Dios, hacen estremecer la fe de muchos y
llega a ser una seria tentación. De una u otra forma, y en mayor o menor grado, todos
experimentamos el sufrimiento, la injusticia, la enfermedad y la muerte. En una
palabra, el mal nos sale a cada paso. La observación del mal en el mundo y, sobre todo,
29

los ataques del mal en nuestra propia carne, llevan a muchos a sospechar que la vida no
tiene sentido, que Dios no es un ser que ame su obra; que la guarde y la dirija conforme
a las exigencias del Bien, y surge la falta de fe, la angustia, la desesperación. La
experiencia del mal en el mundo parece negar la fundamental proclamación bíblica:
Dios es amor. En este contexto, escuchamos la voz de Dios (Gn 2-3) que nos dice que
la raíz más profunda del mal no está en Dios, sino en el hombre mismo. Por eso le
pedimos: Líbranos del mal.

ORACIÓN.

Somos víctima de una red misteriosa de insidias que busca envolverlo y desorientarlo
todo. Pero, Dios Padre ha superado el mal desde el principio y lo ha vencido a través de
Cristo. Él puede defender a sus hijos, no sólo diciéndoles que estén en guardia y
vigilantes, sino arrancándolos de las garras del “Maligno”. Pidámosle a Dios que nos
libre del poder del Maligno.

Aunque hijos de Dios, no estamos exentos de todo riesgo. Por eso después de recitar el
Padre nuestro, decimos: Líbranos, Señor, de todos los males. Concédenos la paz en
nuestros días para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación y de todos los males, en espera de la gloriosa venida
de Nuestro Salvador Jesucristo. Porque tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria por
siempre, Señor.

ACCIÓN:

20 principios sobre la oración

1. La oración no comienza en el hombre, sino en Dios. El hombre no sabe orar; por


tanto, lo primero que debemos pedirle a Dios es que nos enseñe a orar y que
ponga en nuestro corazón el deseo de hacer las cosas que Él quiere hacer en
nosotros y por nosotros.

2. La oración debe estar impregnada de alabanza y adoración, para dar a Dios el


lugar que le corresponde, y reconocer su poder y soberanía, su amor, su
fidelidad y sus maravillosos dones de amor.

3. Para obtener lo que pedimos en la oración, es necesario conocer la voluntad de


Dios respecto de lo que pedimos.

4. Para conocer la voluntad de Dios es necesario dejar que su Espíritu ilumine


nuestro entendimiento para penetrar en su voluntad, en sus pensamientos,
deseos y propósitos, hasta que con ellos se identifiquen los nuestros.

5. La fuerza de la oración es como la de una locomotora. Siendo una máquina de


30

gran potencia, no puede avanzar a menos que tenga vías adecuadas. La


humildad y la fe son como los dos carriles por donde Dios transita portando,
con el poder de su Espíritu Santo, el amor que todo lo puede y la esperanza de
llegar a la meta y de obtener lo que pide.

6. Muchas cosas que Dios quiere hacer no las hace, porque no cooperamos con Él,
pidiéndole que las haga. Si no oramos, impedimos el cumplimiento de la
voluntad de Dios. Sin embargo, la oración no puede obligar a Dios a hacer lo
que Él no quiere.

7. En el universo hay tres voluntades: la voluntad de Dios, la voluntad del Maligno


y la voluntad del hombre. Dios no destruirá a Satanás, pero busca que la
voluntad del hombre y de la mujer estén unidas a la suya para, de esta manera,
destruir el poder de Satanás. Así que, cada vez que oremos, necesitamos tener
en cuenta estos tres aspectos: a) A quién estamos orando (Dios); b) Quiénes y
por qué estamos orando; y c) Contra quién oramos (Satanás).

8. La oración es la clave de todo ministerio en la Iglesia. Un ministro (el


catequista) que no empapa su mensaje en oración, no produce ningún fruto
espiritual perdurable.

9. La oración no es un ejercicio que se pueda hacer descuidadamente y con


premura. Más vale no orar que orar a la carrera; la oración no es un ejercicio
para tranquilizar la conciencia. El tiempo que empleemos con Dios es el secreto
de la oración perseverante.

10. Aunque la fe es la base para recibir lo que pedimos, la paciencia es su


complemento. Debemos concederle tiempo a Dios. En esa espera se nos irán
adhiriendo otros dones que ni siquiera habíamos pedido.

11. La oración no es sólo pedirle cosas a Dios o agradecerle sus dones; es también
el tiempo que le damos a Dios para que nos transforme y nos impregne de su
santidad.

12. Quienes no disponen de tiempo para orar, no oran; y quien no se aísla del ruido
para estar a solas con Dios, no orará eficazmente (Mateo 6, 6).

13. Si no sentimos jamás la urgencia de orar es porque hemos perdido la comunión


con Dios y Él ya no puede disponer de nosotros para su obra.

14. Si la carga de oración se vuelve demasiado pesada, entonces debemos ayunar y


dar limosna. Al orar con ayuno y compartiendo los dones recibidos, la carga se
aligera y hasta desaparece.

15. La recomendación de Jesús de orar tres veces (Mateo 26, 44; 2ª Corintios 12, 8)
significa que tenemos que orar continuamente hasta obtener la respuesta.
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Cuando esto ocurra, alcanzaremos la paz del Señor en lo tocante al asunto por el
cual hemos orado.

16. Después de orar, hay que observar los cambios producidos como resultado de la
oración. Ello permitirá reorientar la oración, redoblar su intensidad o dar gracias
por los dones concedidos.

17. En muchos casos, la oración personal es insuficiente; entonces se hace


necesario que la Iglesia, la comunidad ore. Cristo lo afirma de dos o más
creyentes que se reúnen en su nombre. La oración comunitaria es la oración de
la Iglesia.

18. Para la Iglesia local: diócesis, parroquia, pequeña comunidad, la oración no es


sólo una opción: es su trabajo más importante, es su ministerio fundamental. Si
falla en esto, las muchas acciones que puedan hacer no tendrán éxito. De ahí la
importancia de que en la parroquia se organicen grupos de oración y se
promueva la adoración permanente ante el Santísimo Sacramento.

19. La petición: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo significa que lo


decidido por la Iglesia, lo decide Dios y lo hace. Esto es real cuando la Iglesia
local o pequeña comunidad han alcanzado plena armonía con el querer de Dios,
de manera que allí se expresa su voluntad. Cuanto mayor sea la capacidad de
oración de la comunidad, tanto más alcance tendrá la obra de Dios.

20. La oración de autoridad es la que la Iglesia hace en virtud del poder que Cristo
recibió del Padre y que la Iglesia recibió de Cristo: el poder de atar y desatar en
la tierra lo que Él ate o desate en el cielo (poder de gobernar y santificar); para
resistir a las obras de Satanás perdonando los pecados (exorcismo); poder para
ordenar que se haga lo que humanamente es imposible (Marcos 11, 23). Esta
oración no se hace desde aquí, sino desde el trono de Dios, donde Cristo,
juntamente con la Iglesia triunfante, están a la diestra del poder del Padre,
intercediendo por nosotros.

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