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Lecturas sobre el concepto de deseo

Argumento de las XVII jornadas de la ELP 2018

¿Se puede desear cuando todo está permitido?


En el caso de estos adolescentes: esta permitido delinquir y otras cosas más. De que deseo
se trata.
¿Se puede desear cuando este derecho de cada uno no sólo se reconoce sino que se
exige sea satisfecho? Y ante la invitación del “todo es posible”, ¿cómo saber
verdaderamente lo que se desea, sin que lo posible se convierta en obligación?
Un empuje al goce que cesa con los muros. ¿eso genera una demanda insensata? Al ser
obligatorio “el deseo”, deja de ser deseo.
El fenómeno Incel (Involuntario Celibato), donde lo que se considera el derecho de
los hombres heterosexuales a tener relaciones con las mujeres se convierte en una
obligación para ellas, muestra, en una siniestra caricatura, hasta dónde puede llegar la
confusión contemporánea entre el derecho a desear y la imposición del deseo. Imposición
que puede volverse contra el propio sujeto, si no distingue un deseo propio de lo que el
discurso común invita a reivindicar, o confunde las condiciones de partida de un cuerpo con
aquello que cada uno debe inventar a partir de ellas.
Freud separó con claridad el deseo de toda determinación biológica o referencia al
instinto, regido por la lógica de la necesidad, solidario de un saber preestablecido sobre lo
que conviene, y compartido universalmente por todos los individuos de la misma especie.
El deseo no es universal, biológico, innato, ¿es una invención subjetiva, es singular?
El deseo responde a la relación inextricable del llamado ser hablante con el
lenguaje, a la relación con la ley simbólica que este último introduce en el mundo de la
necesidad, desnaturalizándola irremisiblemente.
¿Paso de la necesidad a la demanda, implica un lenguaje, y eso un indica un deseo?

Por esa desnaturalización, el deseo humano no tiene un objeto predeterminado hacia


el que dirigirse, es más, no se trata en él de la relación con un objeto, sino de una relación
con la falta. La imposibilidad de decir, para cada uno, cuál es el objeto de su deseo funciona
como causa de deseo: le empuja a hablar y a buscarlo a través de las marcas que dejó, en su
caso, el encuentro con el goce en el cuerpo.
Si no se sabe cuál es el objeto de deseo, hay causa de deseo. ¿Qué pasa con la
psicosis, cuando decimos que no hay deseo, eso quiere decir que no hay falta?

Este encuentro fortuito, imprevisto y singular es siempre del orden de un


desencuentro, es decir, traumático en tanto es también un encuentro con un no-saber sobre
ello. Esto da al goce, siempre y en cada encuentro, un carácter disruptivo, de rotura de toda
homeostasis previa.
¿el encuentro con el goce del cuerpo, con su objeto, con su falta, es lo traumático, lo que
rompe la homeostasis?
Lalengua, como modalidad singular de la lengua de cada uno, fija las coordenadas
en que tuvo lugar dicho encuentro. Ellas cernirán y conformarán en adelante el objeto con
el que el sujeto tendrá una relación privilegiada en el fantasma.
A través de este último, con la repetición, el sujeto buscará una y otra vez
reencontrar las coordenadas significantes de aquel primer encuentro traumático, lo que dará
lugar a una modalidad de satisfacción única. Entre deseo y goce, el fantasma permite
imaginarizar estas marcas, construir un relato con ellas, proporcionando al sujeto el guión
de su goce.
¿imaginarizar las marcas?
Es así como el sujeto encuentra una solución ante la falta de saber constitutiva. Es
una solución singular, en tanto sólo funciona para él, y lo hace como un saber no sabido, es
decir, inconsciente.
Esta solución revela la dualidad, la antítesis de la dimensión del deseo, que requiere
la falta para ponerse en marcha y es excéntrico a toda satisfacción, respecto a la dimensión
del goce que viene precisamente a obturar dicha falta con el objeto.
¿el deseo requiere la falta para ponerse en marcha? ¿Qué pasa si la falta falta?
¿viene la angustia? ¿hay deseo en la psicosis? ¿el goce obtura la falta con el objeto? ¿hay
una antítesis entre deseo y goce?
El declive creciente de todo lo que compete a la relación con la ley, el ideal y las
funciones simbólicas en general, característico de nuestra época, tiene consecuencias en los
modos contemporáneos de gozar, cada vez menos regulados por el fantasma y el deseo y
más proclives a la actuación cuando no al pasaje al acto. El empuje a un goce sin mediación
ni espera comporta una devaluación del deseo, que conlleva una desorientación del sujeto
respecto a lo que quiere. De ahí que el sujeto busca experimentar una excitación continua
como modo de salida a la apatía y desvitalización que marca la falta de deseo.
¿este es el caso de la mayoría de adolescentes con los que trabajo? ¿sujetos que no
tienen un goce mediado por el deseo, sujetos con un goce sin espera, desorientado? Este
párrafo me enseña algo: el deseo viene cuando hay falta, eso lo causa. El deseo regula el
goce. Pone un menos al plus de goce.
Por otro lado, el imperativo actual de satisfacción que viene de la cultura es acorde
con este empuje del sujeto en relación a su goce. Hay afinidad entre las exigencias
culturales de bienestar y felicidad continuadas, alentadas por la ciencia y las tecnologías, y
la exigencia del goce de cada cual. El superyó moderno impregna el estilo hedonista de la
época con un carácter adictivo y compulsivo. De ahí el impacto de la modernidad sobre los
sujetos del siglo XXI que, al igual que las teorías neurobiológicas que reducen el deseo a
una interacción química, viene a eliminar la dimensión deseante que le es consustancial.
La cultura se anuda al empuje constante de cada sujeto. Un superyó que se anuda a
la época con estilo hedonista: adictiva y compulsiva. Este tiempo mata el deseo.
Sin embargo, lo real insiste produciendo síntomas cada vez más variados: ordinarios
o extraordinarios, sutiles, salvajes o invalidantes. En este panorama, la pregunta por el
deseo conviene a cada uno: ¿Deseo lo que quiero? ¿Quiero lo que deseo?
¿el sueño traumático viene siendo un síntoma de eso real que insiste en la época?
El psicoanálisis con la brújula de lo real del inconsciente se orienta en la
modernidad y en lo que ella nos enseña: los impasses de los sujetos, sus malestares y las
nuevas soluciones que inventa.
Si el deseo hace una barrera al goce, el goce también es una defensa contra el deseo.
No se trata de sostener esta dualidad como irreconciliable sino de apostar por un deseo que
encuentre una manera de hacer con el goce.
El deseo hace barrera al goce y el goce una defensa contra el deseo. Sin embargo, proponen
aquí que: ¿un deseo que le de un lugar al goce?
Las próximas Jornadas de la ELP serán la ocasión de trabajar y avanzar sobre ello.
Las cosas del querer
Por Miquel Bassols

1.- El querer tiene sus cosas, el deseo no. Si aquello que, desde Freud, llamamos
“deseo” es inconsciente por definición, entonces no hay modo de representarnos su objeto.
Y no es sólo que este objeto del deseo sea irrepresentable por el hecho de ser inconsciente .
Es por el hecho de ser inconsciente que el deseo no tiene un objeto predeterminado que
pueda representarse. El deseo parte de una falta y se dirige a otra falta, insiste entre una y
otra sin consistir en ninguno de los objetos que vienen a ese lugar. Es por ello que
hablamos, siguiendo a Lacan, de objeto causa del deseo y no de objeto del deseo. La
imposibilidad de representarse el objeto del deseo -ese “oscuro objeto del deseo” como lo
llamaba Buñuel, hoy tan políticamente incorrecto- se traduce en la imposibilidad de
nombrar el deseo mismo, de reducirlo a un significante.
El deseo es inconsciente. Al ser inconsciente, hace que no sea posible tener un objeto
representable, definido, único. ¿el deseo parte de una falta y se dirige a otra? ¿es posible
que algún objeto tapone, o la toxicomanía brinda el ejemplo de que ningún objeto venga en
el lugar de la falta? Con lacan por eso se habla de objeto causa de deseo y no de objeto del
deseo.
La pregunta “¿Quieres lo que deseas?” incluye entonces una pequeña trampa,
fructífera, un anzuelo en el pronombre relativo “lo” que dejaría suponer un objeto del
deseo, un complemento directo para el verbo “desear” que se quiere siempre transitivo.
Sería distinto preguntar “¿Quieres desear?”, sin dar por supuesto el qué. O también:
“¿Quieres lo que causa el deseo?”. Y el principio del placer respondería de inmediato:
mejor no, mejor no desear ya que el deseo introduce necesariamente esta falta que
desequilibra la balanza homeostática del placer. Es la respuesta zen, que propone el no
deseo para estar en armonía con la ley del Dharma. La pregunta sería entonces “¿Quieres
no desear?”. El ser hablante, sin embargo, infringe necesariamente esta ley si quiere -si
“quiere” precisamente- seguir vivo. Siguiendo la vía del principio del placer, el ser tiende al
reposo (Aristóteles) pero el reposo absoluto es la muerte (Pascal).
¿el deseo rompe el principio de placer? ¿el deseo rompe el principio de placer por
introducir una falta?
Entonces, la mejor pregunta es en efecto la de “El diablo” de Cazotte que Lacan tomó como
bóveda para su famoso grafo: –Che vuoi? Es la pregunta que traducimos en castellano por
-“¿Qué quieres?”.
Che vuoi: qué quieres
2.- “Querer” es un verbo propio del castellano del que no encontramos equivalente en otras
lenguas. Tiene una mayor amplitud semántica que los derivados del “volere” latino, del que
provienen “vouloir” -en francés- o “voler” -en catalán- y del que en castellano ha quedado
la “voluntad”1. La raíz del “querer” es “quaerere”, que implica buscar sin saber
necesariamente de antemano cuál es el objeto de la búsqueda. Es por ello que en castellano
podemos decir “te quiero” sin decir el qué: -“Sí, me quieres, pero ¿qué me quieres?”. El
objeto de la angustia se alimenta de esta indeterminación ante el deseo del Otro. Es una
indeterminación sobre el objeto tan certera como para que el sujeto se haga esta pregunta:
“¿Qué me quiere el Otro?”. Y así el sujeto se hace objeto de este querer. Por ahí empiezan
“las cosas del querer”, siempre vacilantes entre la angustia y la certeza, entre la pregunta
por el deseo del Otro y las condiciones del goce.
Querer: voluntad. ¿la angustia viene cuando no se sabe que desea el Otro?
La pregunta se hace aquí distinta y se dirige al consentimiento del sujeto sobre su forma de
gozar: “¿Quieres aquello de lo que gozas?”. La fijeza del goce, en oposición a la dialéctica
del deseo, interroga y divide al sujeto de otra forma en la pregunta sobre su querer. Se abre
así otra vía, la vía de la repetición. Hablamos también en castellano de “querencia” para
denotar la repetición que convierte la vía abierta por el principio del placer en una fijación
que conduce, siempre y de manera inevitable, a ese más allá del principio del placer, del
placer que es el único y verdadero límite impuesto al goce. Es por esta vía que el querer
determina el objeto, el objeto que era una falta en el deseo, el objeto que implica ahora una
voluntad de satisfacción, un goce, para decirlo con el término que Lacan distinguirá del
deseo2. El goce sí determina el objeto. El goce, a diferencia del deseo indecible, no
pregunta, es él mismo una respuesta.
El goce es fijo. El deseo dialectico. El goce es respuesta. El deseo pregunta. El goce abre la
repetición, el más allá del principio de placer. El goce determina el objeto. El deseo no
permite una fijación del objeto.
Así, de la imposibilidad de nombrar el deseo puede surgir una “voluntad de goce”, término
habitualmente asociado a Kant con Sade y a la pulsión de muerte. Pero es precisamente esta
voluntad de goce lo único que podemos llegar a nombrar también del deseo3. Son las cosas
del querer que sí se pueden nombrar, representar, transmitir.
Lo único que se puede decir del deseo es su “voluntad de goce”.
3.- Las cosas del querer fue también una película de Jaime Chávarri de finales de los años
ochenta, todo un éxito de taquilla en aquella España que quería salir a trompicones de una
más de sus épocas oscuras de exclusión. ¿Quería? No toda, sin duda. La película, mensaje
subliminar bajo la apariencia del sainete y el drama folclórico, añadía un contrapeso a la
década anterior, la de El desencanto de 1976. Su argumento dice mucho, entre líneas, de la
segregación inherente a lo insoportable del goce cuando se interpreta como goce del Otro.
Nada mejor para entender que el sujeto no quiere saber nada de aquello con lo que goza. El
título, Las cosas del querer, se inspiraba en la copla original, cantada por la inefable Lola
Flores, con un título un poco más divino en los detalles: eran “Las cositas del querer”4, las
únicas que pueden atravesar las diferencias de las identificaciones y los modos de gozar
para sostener lo Uno de una orientación común. Así, la copla cantada por los protagonistas
de la película de Jaime Chávarri5 -Ángela Molina (Pepita) y Manuel Bandera (Mario)-
tiene su qué, aunque sea sin porqué:

[…]

Lo nuestro tiene que ser

Aunque entre el uno y el otro

Levanten una pared.

Son las cosas de la vida, son las cosas del querer,

No tienen fin ni principio

Ni quién cómo ni porqué.

1976-1990 fue también la década de inicio y desarrollo del Campo Freudiano en España,
movimiento base del Instituto del Campo Freudiano y de nuestra actual Escuela. Del
desencanto al querer, he aquí un recorrido que encontramos también en la enseñanza de
Jacques-Alain Miller que va desde Le desenchantement de la psychanalyse (2001-2002) -El
desencanto del psicoanálisis- hasta L’Un tout seul (2011) -El Uno solo-. Y después, en
2017, Campo Freudiano, año cero, todo vuelve a comenzar.

4.- ¿Será con el sainete y el drama folclórico como podremos rehacer este movimiento y lo
que funda su orientación: la transferencia y la crítica recíproca? Respuesta: sólo por el amor
al saber -la transferencia- que lleva a cada uno tan lejos como la voluntad de goce lo
permita. Aunque no todo sea quererlo.
Notas:
Consultar al respecto el siempre inagotable Diccionario crítico etimológico castellano e
hispánico de Joan Corominas, Madrid, Ed. Gredos, 1980, en las entradas “Querer” y
“Voluntad”.
“Tomen buena nota (…) de que el nombre de deseo es aquí la voluntad, que vale como
deseo decidido, ese deseo que Freud llama el deseo indestructible en la última frase de la
interpretación de los sueños.” Miller, J-A., “Una introducción para la escucha analítica”,
Freudiana, Revista de la Counidad de Catalunya ELP, nº 79, Barcelona, 2017, pág. 18.
“El análisis pide al sujeto nombrar su deseo, pero lo que se descubre es que no alcanza a
nombrarlo, que ese deseo es reacio a la nominación, que no se transforma en voluntad.
Todo lo que llegamos a circunscribir y nombrar del deseo es un goce. En el lugar del ¿qué
quieres? obtenemos como respuesta Aquí hay goce, es decir, obtenemos una localización
del goce, articulado en un dispositivo significante”. Miller, J-A., Sutilezas analíticas,
Buenos Aires Paidós, 2011, págs. 41-42.
Lola Flores, «Las Cositas Del Querer» (Youtube).
Ángela Molina y Manuel Bandera, «Las cositas del querer» (Youtube).

Desublimación de la verdad
Por Guy Briole

¡Así pues, nada es menos seguro que se quiera lo que se desea! Esta es la consecuencia
lógica de que cada uno, por ser hablante, lleve en sí la división que le hace sujeto.

Cuando se aborda la cuestión del deseo, es preciso recordar que de donde le viene al sujeto
su pregunta bajo una forma invertida es del lugar del Otro. Así, Lacan dice que el deseo del
hombre es excéntrico1. Se leerá en la elección de esta palabra el equívoco que contiene,
indicando a la vez que este deseo está descentrado -es en “el lugar del Otro donde se
forma”2– y que es fantasioso, insólito y, a veces, extravagante. Este punto, si no se tiene en
cuenta, conduce a una de las derivas que Lacan denuncia: la de responder a la demanda del
analizante, suponiendo que va dirigida a la persona del analista, quien por tanto sólo podría
responder mediante la frustración. Desde el lugar del analista, no es posible responder a la
demanda porque “responder a ella es forzosamente decepcionarla”3. Al correr el deseo
siempre bajo la demanda, D/d, la demanda se separa siempre de aquello que se desea; es
siempre una demanda que apunta a “Otra Cosa”4.
El deseo se forma en el Otro: el deseo es deseo del Otro. No es posible responder a la
demanda desde el lugar del analista. La demanda se separa siempre de aquello que se desea.
La demanda siempre apunta a Otra cosa. Pero entonces: ¿en el sueño viene el despertar
precisamente porque la demanda apunta al deseo?
El error y el malentendido
“El psicoanálisis no es una ascesis, es una técnica, un artefacto”5, precisa Lacan a sus
oyentes japoneses, a quienes quiere plantear la complejidad de lo que hay que tratar con
cada uno de quienes se dirigen al psicoanalista. ¡Ellos creen saber lo que desean! Pero
entonces, añade Lacan: “Hay personas que vienen a pedir algo de lo que ellas mismas no
tienen la menor idea; lo que piden, es un no sé qué, algo vago que, al menos en algunas de
ellas, tiene el apoyo de ciertos síntomas de los que sufren y de los que ciertamente quisieran
desembarazarse”6. El psicoanalista poseería un saber oscuro gracias al cual sería
clarividente respecto a lo que le ocurre a quien le consulta. Este es el primer escollo que
desembocaría en el malentendido, en los mal-escuchados7 del deseo. El psicoanálisis, al no
ser una psicología ni ninguna otra relación de sugestión, no se basa en la creencia, ni en la
confianza. Se apoya en la libertad del sujeto para decir lo que quiere la regla de la
asociación libre apuntando más allá de cualquier confesión, dentro de un vínculo singular
que es la transferencia. Aquí, subraya Lacan, es donde te das cuenta de que el analizante, o
quien podría serlo, “te cuenta cosas y te percatas de hasta qué punto lo que sabe es
ambiguo, lo que está implicado de lo que sabe en lo que dice y lo cual, a fin de cuentas, no
tiene la menor idea, porque escuchándolo de cierta manera te das cuenta de que entiendes
algo muy distinto”8.

El inconsciente es engañoso. Esta dimensión del engaño hace que el sujeto que habla y que
es hablado sea “el único que puede engañar diciendo la verdad”9. El error forma parte de la
relación del sujeto con la verdad. Es este malentendido fundamental el que hace que el
engaño sea esencia misma del inconsciente. El error no se opone a la verdad, es la
condición de la verdad, siempre imposible de decirla toda, por lo que permanece siempre
medio-dicha. En el inconsciente siempre hay algo que “cojea”, un lugar para el error y el
malentendido. En este sentido, el psicoanálisis siempre apuesta por la división del sujeto, su
desarmonía, su fallo.
Hay un malentendido fundamental: no ser posible decir toda la verdad. Siempre es medio
dicho. El psicoanálisis apuesta a la división del sujeto, a su fallo.
Por parte del analizante, un enunciado puede ser dicho con determinación: no reside ahí la
dificultad. El sujeto afirma saber lo que quiere. Es después del enunciado cuando surge la
duda: ¿y si no fuera eso? Esta no es una pregunta sólo para el obsesivo, sino para todo
sujeto deseante. El enunciado acaba siendo considerado, amputado, desarrollado, retocado,
ya sea durante la sesión o fuera de ella. Aquí el error está, articulado con el malentendido,
en la duda.
Obsérvese que no es necesario situarse en el campo psicoanalítico para sostener este punto
de vista. El malentendido, en la definición del diccionario Le Robert, es el engaño, la mala
interpretación, pero es también el equívoco10.

El propio Lacan se definía como un “traumatizado del malentendido”11. Lo dice de todo


parlêtre, enfermo del verbo y heredero de lo que eso hablasería12 en sus ascendientes. “El
hombre nace malentendido”, este es su traumatismo13.

¿Y si yo me equivocara… acerca de mi deseo? ¿Es realmente esto? He aquí la posibilidad


del error, de la duda, en el corazón del parlêtre. La asociación libre, ¿libera acaso de esta
relación con la duda, cuando se trata de decir lo que acude al pensamiento sin preocuparse
por su coherencia ni por saber si es verdadero o falso? La dificultad es que siempre es
verdadero, pero relativamente a una verdad que siempre hay que reconsiderar.

Se puede suponer que, con el avance del análisis, llegará un momento en que el analizante
se encontrará con un punto de certidumbre que ya no necesite pasar, una vez más, por una
verificación. De lo contario, proseguirá la aplicación concienzuda y aplicada del principio
de contradicción que servirá para “salvar” al sujeto de asumir las consecuencias lógicas
deducidas de lo que trabaja, desde hace tanto tiempo, en análisis.

Retorno a un Aggiornamento
“El psicoanálisis cambia, es un hecho”14, indicaba Jacques-Alain Miller en su Conferencia
introductoria al Congreso de Río. Insistía también en decirnos que nuestras prácticas, en el
siglo XXI, se han modificado, aunque no sepamos bien cómo dar cuenta de ellas. Esto me
llevó, en aquel mismo Congreso de Río, a titular mi intervención Aggiornamento15.
Quisiera retomar algunos puntos y, de entrada, subrayar que en lo referente a las prácticas
“sigue abierta la pregunta de saber qué acto es posible para el psicoanalista en este siglo de
la metonimia del no-lugar permanente: modalidad de desmentido que concierne a lo real sin
ley y de apología de la irresponsabilidad”.

Así, las demandas cambian con las líneas de fractura que se producen en las sociedades
marcadas por el retorno de los particularismos regionales, animados de una certeza que los
conduce, y a otros con ellos, a sufrimientos impensados. De hecho, los sufrimientos están
ya ahí y tanto la ciencia como el capitalismo se han inmiscuido en ellos, se han insinuado
en todas las fisuras que se producen en los lugares sociales. Para decirlo de otro modo, allí
donde lo que prevalece ya no es el Uno con los otros -el que produce la affectio societatis–
sino el Uno separado de los otros. Entonces, el hecho de desear, que incluye la categoría de
los otros y del Otro, cede el lugar a un goce inmediato revindicado por cada uno. El parlêtre
se empeña en él tanto más cuanto que la promesa de la felicidad se acompaña de la
confianza propuesta por los representantes de la alianza capitalo-científica. Quiere una
satisfacción inmediata y sin error a su demanda, sin tener que interrogarse sobre su deseo,
que introduce, como lo hemos visto, la cuestión del fallo y de los malentendidos.

El parlêtre contemporáneo quiere respuestas pragmáticas, un bricolage de sus desajustes, un


ajuste de los relojes de sus condiciones de goce. Quiere gozar y pretende lanzarle al
psicoanalista el desafío de que le ayude. El psicoanalista puede dejarse atrapar en este
espejismo del acto resolutivo, tan trending en este inicio de siglo. Este quiropráctico del
inconsciente no tiene rival para, en algunas sesiones, recomponer el puzzle disperso de las
piezas sueltas de aquel parlêtre presa del desasosiego. El psicoanalista de hoy quiere ser el
bricoleur advertido, el que sabe desmontar la defensa, “asir lo real”; ¡tendría los útiles para
hacerlo!

Podemos plantear la pregunta de si, saltándonos el sentido y los desfiladeros del


significante, se hace énfasis en el último Lacan, borrando el del desciframiento. Por su
parte, J.-A. Miller insiste en decir que el último Lacan -el de la orientación hacia lo real- no
excluye al Lacan estructuralista, el del desciframiento.

El tiempo apremia, el analizante tiene prisa y presiona al analista, quien confunde, cuando
se deja atrapar, prisa y precipitación. El analista se adhiere a la urgencia de la demanda de
su analizante, para cuyo caso cree poder establecer una causalidad directa; reeditando en
una perspectiva moderna lo que Lacan consideraba una psicologización del inconsciente.
Su acto tendría por blanco la causa. Toma partido16, si puedo decirlo así, por su Un-
paciente, por su in-paciente, finalmente su out-analizante. In, out, hay que apuntar al tiempo
de concluir. El analista moderno no quiere dejarse engañar, quiere resultados y la
terminología que le tienta incluye a menudo la necesidad de producir un acto. En cuanto a
la enseñanza de Lacan, no le falta: sabe bien que los no engañados erran, que el acto no se
calcula, etc. Pero quiere ser inventivo, está decidido a sacar del atolladero de la verdad
mentirosa a aquél que resulta que se ha hecho un lío17; y lo hace proponiéndole otros
anudamientos, que llamará sinthome. Este analista está en sintonía con el sinthome de su
analizante18. En el espejo de lo real, los espejismos pueden llevar a lo peor. Es lo que se
puede llamar un forzamiento por parte del analista más allá del acting-out.

Deseo, verdad y goce


La lectura del curso de J.-A. Miller, Donc, del 1 de diciembre de 1993, permite comprender
cómo “La cuestión del futuro contingente […] es el lugar mismo donde se torna extrema la
tensión entre el saber y el tiempo”19. He aquí este “donc”, llamado a marcar una diferencia
neta entre el entonces lógico y el entonces analítico inducido por la asociación libre y la
instauración del sujeto supuesto saber. He aquí condiciones para que un análisis se
emprenda de otra manera y, por lo menos, apunte a una rectificación subjetiva y a la
delimitación del síntoma analítico por ella provocado a partir del acto del analista.

Esto plantea un interrogante al supuesto saber-hacer del que puede valerse el analista del
siglo XXI cuando apunta al goce, respondiendo a la supuesta urgencia de su analizante
moderno, sin haberle facilitado una orientación hacia el cuestionamiento de su deseo y su
implicación en los impasses de este último. En esta misma línea de pensamiento es esencial
considerar este punto planteado por Lacan: “Así, es por el goce que la verdad encuentra
cómo resistir al saber”20. El descubrimiento freudiano muestra que el síntoma es por un
lado verdad y por otro lado goce. La verdad es lo que se revela como saber de un saber no
sabido. De él participa la interpretación. Por tanto, el trabajo sobre la verdad del síntoma
encuentra el goce como límite. Lo cual conduce a considerar que la resistencia a la
transferencia está ligada al goce. La tendencia es a gozar del sentido, allí donde se trataría
de modificar la relación que se tiene con el goce. Es una cuestión crucial del fin del
análisis: en el lugar del sentido, de una verdad que revela ser siempre mentirosa21, se
espera un cambio en la relación con el goce. Lo que se deduce lógicamente en el fin del
análisis no requiere pasar por otras verificaciones, la prueba no sirve en nada a la verdad.

La práctica, a partir de la última enseñanza de Lacan, implica cierta desublimación de la


verdad. Ya no es más ese avance infinitizado de medio dicha en medio dicha, sino la
orientación que se dirige a “asir lo real del sinthoma”22; por tanto, no la verdad del
sinthome, sino su real.
Notas:
Lacan, J., “El psicoanálisis. Razón de un fracaso”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós,
2012, pág. 362.
Ibidem.
Idem., pág. 363.
Ibidem.
Lacan J., Discurso de Jacques Lacan, el 21 de abril de 1971, en Tokio, en los locales del
editor Kobundo, que publicó los Escritos en japonés.
Idem.
NdT: entendu es tanto entendido como oído o escuchado.
Idem.
Miller, J.-A., Vida de Lacan, lección del 2 de junio de 2010, inédito.
Le grand Robert de la langue française (sous la direction d’Alain Rey), París, Le Robert,
2011, pág. 1090.
Lacan, J. “Le malentendu”, Ornicar? 1980, París, Seuil, nº 22-23, pág. 12.
NdT: en francés, parlêtrait, se hablaba de él como parlêtre
Idem.
Miller, J.-A., “L’inconscient et le corps parlant”, La Cause du désir, nº 88: L’expérience
des addicts, octubre de 2014, pág. 109.
Briole, G., “Aggiornamento”, La Cause du désir nº 94: L’objet caché, noviembre de 2016,
págs. 177-181.
NdT: fait et cause, literalmente “hecho y causa”.
NdT: s’être fait des nœuds, “haberse hecho nudos”.
NdT: être syntone avec le sinthome.
Miller, J.-A., Donc. La lógica de la cura, [1993-1994], lección del 1 de diciembre de 1993,
Los cursos psicoanalíticos de J.-A. Miller, Buenos Aires, Paidós, 2011, pág 14.
Lacan, J., “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”, Otros escritos, Buenos
Aires, 2012, Paidós, pág. 378.
Lacan, J., “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”, Otros escritos, op. cit., pág. 601.
Miller, J.-A., lección del 25-5-2011, inédita.

El deseo, en la época del Uno solo

Por Enric Berenguer

En su curso “La orientación lacaniana”, Jacques-Alain Miller nos permite situarnos en


algunas claves de la última enseñanza de Lacan que son imprescindibles para pensar el
psicoanálisis del siglo XXI. ¿Qué pertinencia tienen los conceptos con los que solemos
pensar nuestra práctica? Así, el de deseo no está particularmente presente en dicha
enseñanza, como tampoco lo está el de transferencia1, obligándonos a un examen atento de
su vigencia.
La tensión que proponemos en el título de nuestras Jornadas entre deseo y goce está
destinada a interrogar la actualidad de las formas en que el sujeto hablante, bajo un régimen
que ya no es el de la represión, reinventa su deseo. Estas reinvenciones se producen ahora
bajo nuevas premisas, entre las cuales podemos destacar lo que en su texto En dirección a
la adolescencia2, llamó una nueva alianza entre la identificación y la pulsión.

En su curso El Uno solo3, Miller indica que lo propio de la experiencia de goce es la


disrupción, la ruptura respecto de la rutina del discurso. Sin embargo, podemos
preguntarnos si no vivimos una época en que algo de esa misma dimensión disruptiva del
goce forma parte ya de un régimen de discurso, presente tanto en la modalidad de los
síntomas individuales como en lo social, incluso en lo político. Algo de sujeto actual exige
la inscripción de aquello en lo que sitúa como puede su singularidad, reclama su
reconocimiento.
¿la disrupción del goce hace parte del discurso? ¿el sujeto exige ese reconocimiento?
¿Pero es esta exigencia de reconocimiento lo que podemos y debemos sostener como un
deseo? De ahí la pregunta “¿Quieres lo que deseas?” no ya apuntando a la elucidación de
las posibles confusiones entre el deseo y la demanda (dimensión propia de la neurosis que
Lacan situó claramente en La dirección de la cura, entre otros lugares), sino propiamente a
la que puede producirse entre el deseo y el goce, en los laberintos del reconocimiento. En
efecto, el empuje a reconocer el derecho a gozar de cada cual es terreno abonado para ello.
La cuestión del real que concierne a cada cual no se puede circunscribir en estos términos.
Leer el texto de lacan, en dirección de la cura para aclarar la diferencia entre deseo y
demanda.
Declinaciones del Uno solo
Digamos que hay diversas formas de declinar el “Hay Uno”. Hacerlo desde el psicoanálisis
y tenerlo en cuenta desde su ética específica no es lo mismo que declinarlo en nombre de la
identidad del sujeto con su cerebro o con sus genes, o insistiendo en reducir la realidad
sexual del inconsciente a alguna construcción de género garantizada por la ciencia. O
incluso buscando en una comunidad de goce la equivalencia interesada entre el cuerpo de
un ser hablante y el cuerpo, que sigue siendo imaginario, de una pasión colectiva.

Ello no le impide al psicoanalista, al contrario, acoger en el sujeto contemporáneo lo que


tienen de genuino las manifestaciones que hay en él de cierta aspiración a un real, a veces
desesperadas, incluso cuando pasen por las declinaciones de entrada más opuestas a lo que
el psicoanálisis trata de obtener.
Hay diversas formas de responder a la cuestión del nexo entre deseo y goce, frente al cual
diversas orientaciones se le ofrecen al ser hablante. Entre ellas hay que distinguir las
soluciones que mejor puedan acoger lo singular de cada uno y oponerse a las que entregan
al sujeto a los estragos de la pulsión de muerte.

El psicoanálisis no puede prometer ninguna solución al malestar de todos y cada uno. Pero
se compromete a acoger aquello del síntoma de cada cual que indica la vía de un deseo
sostenible. Esto implica, en efecto, una nueva alianza, no tanto con la pulsión sino con el
Uno solo de cada uno, marca de goce a la que se accede más allá de la deflación del deseo
fálico. Este más allá se obtiene, sin duda, en un análisis que puede ser prolongado. Pero ello
no impide que su orientación esté presente desde un principio y en todo momento en la
función del deseo del analista, en tanto el analista la sostiene como condición de su acto.
Acoger aquello del síntoma que indica la vía de un deseo sostenible.
No se trata, por tanto, de responder por la vía de la nostalgia del padre, ni ensalzando las
virtudes de la represión. Pero en ese punto de articulación, marcado por un vacío, invitamos
a renunciar a las soluciones prêt-à-porter, en las que el real que concierne a cada uno es
velado por alguna forma de colectivización u obturado por un nombre tomado en préstamo
de los disponibles en el discurso corriente. Con todo, es importante subrayar que esto no es
posible sin acoger al sujeto en los propios términos en los que se plantea y nos plantea su
extravío. Incluso cuando trata de alojar su singularidad bajo un significante tomado de lo
social -identidad nacional, comunidad de goce, cuestión de género o diagnóstico- importa
que bajo transferencia aquel pueda alcanzar la dignidad de un síntoma, punto de partida en
la búsqueda de un mejor nombre para el real que le concierne.

El nombre que damos a la extravagancia del deseo que mejor acoge la disrupción del goce
traumático que concierne a cada uno es el de sinthome. Pero esta es una alianza que está
por hacer para cada uno, su wo Es war, soll Ich werden.
Notas:

Véase la intervención de Éric Laurent en el XI Congreso de la AMP, en Barcelona: «


Disruption de la jouissance dans les folies sous transfert », Hebdo-Blog, núm. 133, abril de
2018.
Miller, J.-A., “En dirección a la adolescencia”, El Psicoanálisis, Revista de la ELP nº 28,
Madrid, 2016.
Miller, J.-A., El Uno solo, curso “La orientación lacaniana” (23-marzo-2011).
¿Quieres lo que deseas?
Por Araceli Fuentes

La excentricidad del deseo: En 1960, en Observación sobre el Informe de Daniel Lagache1,


Lacan hace referencia al objeto a diciendo: “Esto es lo que le permitirá tomar en el término
verdadero del análisis su valor electivo de figurar en el fantasma aquello delante de lo cual
el sujeto se ve abolirse realizándose como deseo”. Es decir que la realización del deseo
implica la abolición del sujeto por el objeto a en su función de causa… “Para llegar a este
punto más allá de la reducción de los ideales de la persona, es como objeto a del deseo,
como lo que ha sido para el Otro en su erección de vivo, como el wanted o unwanted de su
venida al mundo, como el sujeto está llamado a renacer para saber si quiere lo que
desea…”. Así la pregunta de si el sujeto quiere lo que desea concierne a lo que ha sido
como objeto a para el deseo del Otro.
El deseo es deseo del Otro
¿Cómo puede saber el sujeto qué ha sido como objeto para el deseo del Otro? La respuesta
sólo le puede venir del propio análisis, único lugar donde es posible llegar a localizar el
deseo tal como éste se fija en el fantasma en el que el sujeto dividido del inconsciente y el
objeto a se articulan.
Solo el análisis permite saber que objeto soy para el deseo del Otro: en Raquel Cors, ser la
niña aferrada. En María Cristina ser la pajarita.
Según Lacan en Posición del inconsciente, las dos operaciones lógicas que causan el sujeto
son la alienación y la separación. Si en la operación de alienación, el sujeto no existe como
tal por estar incluido en el Otro en una vacilación entre el ser, petrificado bajo el
significante, y el sentido, y sólo adviene extrayéndose de la cadena del Otro, de sus
oráculos y sus veredictos, ¿cómo consigue el $ separarse del Otro? La operación de
separación pasa por la falta en el Otro. Esta separación que instituye al sujeto dándole un
estado civil, consiste en situarse en referencia, no a los significantes del Otro, sino a su
deseo, un deseo que no sabe lo que quiere ni el objeto que lo anima. El sujeto se separa del
Otro de la alienación significante identificándose a ese objeto desconocido del deseo del
Otro. El sujeto se identifica a un significante S1 relacionado con el deseo del Otro bajo el
cual sucumbe2. Dicho en otros términos, el sujeto viene a encontrar en el deseo del Otro, en
tanto que objeto a, su equivalencia a lo que él es como sujeto del inconsciente.
¿Cuándo un sujeto se encuentra alienado, no tiene deseo? ¿es la separación la que le da un
deseo al sujeto? El sujeto se separa, al separase del Otro de la alienación significante,
identificándose al objeto desconocido del deseo del Otro.
Pondré un ejemplo tomado del testimonio de una AE, María Josefina Soto Fuentes, quien a
la edad de cuatro años atraviesa los Andes en compañía de su abuelo camino del exilio en
Brasil. En un alto en el camino el abuelo se está comiendo una sandía y con cierta sorna le
pregunta a su nieta. ¿Sabes para qué sirven las pepas? La niña lo mira y el abuelo dice: las
pepas sirven para botarlas a la basura. En esta escena se forja su identificación imaginaria al
objeto oral en la cual su deseo se fija en el fantasma como un deseo oral.
Este testimonio muestra como María Josefina se hace una identificación al objeto oral del
Otro (su abuelo), al objeto del deseo del Otro. El Otro es su abuelo, el objeto desconocido
de su deseo, las pepas; ella se separa, identificándose a ese objeto.
La identificación al objeto supuesto al deseo del Otro se hace en el fantasma por medio de
la ficción que da nombre a ese objeto que no tiene nombre ni imagen. Esta identificación
imaginaria al objeto supuesto al deseo del Otro fija el deseo dándole una forma
determinada, pero el fantasma es del sujeto, no es del Otro más que como fantasma sobre el
Otro y es así como sostiene el deseo del sujeto, como deseo del Otro en el sentido objetivo
del término.

La función del fantasma es la de tapón de la hiancia subjetiva del sujeto dividido. Por eso
Lacan en la Proposición del 67, evoca la seguridad que el sujeto obtiene de su fantasma
sobre su ser de objeto. Ser golpeado, eyectado, devorado, etc., constituye una significación
absoluta que, por incómoda que sea, da al sujeto una seguridad sobre su ser que se perderá
en la travesía del fantasma.

La localización de este objeto plus de goce que la transferencia sitúa en el lugar del analista
y su extracción del campo del Otro, permite que aparezca la inconsistencia del Otro y que
el sujeto se confronte con la causa real de su deseo de la que el plus era solo un semblante.

En la relación con el deseo del Otro, el análisis opera a nivel de la separación. Se espera
que el análisis revele, denuncie, los S1 de la separación que están escritos en el lugar de la
producción en el discurso analítico. Esos S1 que tienen su función en el fantasma por haber
permitido la ficción del fantasma que da nombre e imagen a ese objeto que no tiene
nombre.

Hay una hiancia irreductible entre el objeto a, objeto perdido que causa el deseo sustraído
por la operación primera del lenguaje, principio de todas las apetencias, de todas las
extensiones de la libido que deja el lugar de lo deseable en blanco, y el objeto a semblante
de ser, plus de goce que fija el deseo en el fantasma tomando de la pulsión, sus sustancias
episódicas.

Hay deseos orales, anales, escópicos e invocantes, sin duda, son tipos de deseo en función
de los cortes corporales en los que la pulsión se fija. Así Hélène Bonnaud en uno de sus
testimonios se refiere al rumor materno, a la queja de su madre sobre su venida al mundo,
como un significante que no sólo dejó huella en su inconsciente sino que afectó también a
su cuerpo, recortándolo y fijando en uno de sus bordes, la zona oral, un goce fragmentado
que estaba en el origen de un síntoma de anorexia-bulimia de su adolescencia3.

El plus de goce que se aloja en el síntoma o en el fantasma, es un goce pulsional sin duda,
pero no es el objeto a que causa el deseo del sujeto. La pulsión aún no ha alcanzado el
“color- de-vacío” que Lacan atribuye a la libido en Del Trieb de Freud y del deseo del
analista4, cuando llama libido a la hiancia abierta entre el deseo y el goce: “Su color sexual
(el de la libido), tan formalmente mantenido por Freud como inscrito en lo más íntimo de
su naturaleza, es color-de-vacío: suspendido en la luz de una hiancia”5.

Como dice Patrick Monribot: “Lacan propone al analista materializar in vivo, por su
presencia, el ‘color-de-vacío’. El analista personifica por su carne la parte que falta del
parlêtre que analiza. ¡Es por eso que no puede ser una efigie! (…) La libido es calificada
por Lacan de negativa desde 1948, ya que recuerda la pérdida de goce, y constituye la
marca de los imposibles encuentros con el objeto. Pero esta negatividad no opera sola, por
obra del tiempo. Sólo el analista puede actualizarla en la cura, no sin su cuerpo”6.

¿Qué quiere decir entonces la pregunta ética de si el sujeto quiere lo que desea?

Esta pregunta recae ahora sobre lo que el sujeto ha descubierto en su análisis y sobre el
levantamiento del desmentido que está en juego una vez que el plus de gozar de semblante,
demuestra ser sólo el engaño de lo deseable y no el objeto perdido a, que causa su deseo.
Aceptar o no el levantamiento del desmentido de la castración que se aloja en el fantasma
concierne a la pregunta de si el sujeto quiere lo que desea.

¿Cómo desmiente la castración el objeto plus de goce? Situándose en el agujero del Otro
para obturarlo, el sujeto atribuye al Otro el goce que ha situado allí y así desconoce puede
desconocerlo al mismo tiempo que evita tanto la castración del Otro que le angustia.

Supongamos que sea con un plus de goce escópico como el sujeto obtura su división de $
en un fantasma exhibicionista en el cual, el deseo al Otro, tiene en su extremo un “dar a
ver” que hace suponer un apetito del ojo encajado en el Otro que mira.
En ese fantasma la esquicia entre el ojo y la mirada está elidida, la mirada como objeto a,
objeto caído que causa el deseo, no está separada de la visión en su función de engaño.

¿Qué implica la introducción de esa hiancia que separa la visión de la mirada?

La mirada como causa cae del campo de lo visible y éste se vacía de su función de engaño,
tomando entonces la pulsión “color-de vacío”. En esa misma operación, en la que la
méprise del SsS se produce primero y después la déprise del objeto, cuando el objeto revela
no ser más que un deser, el sujeto se ve confrontado con la inconsistencia del Otro.

“Querer lo que se desea” en estas circunstancias significa un consentimiento por parte del
sujeto al levantamiento del desmentido y a lo que este le reveló.

Pero, como la libido supone la paradoja de participar tanto del desmentido como de su
levantamiento, se hace necesario el pasaje “del desmentido al síntoma”, según la expresión
usada por Alain Merlet en su testimonio. Esta es la propuesta que nos hace en su seminario
de AE Patrick Monribot7: “Anudar un síntoma conclusivo es un efecto que se espera
después del atravesamiento del fantasma”8. Es decir, una transformación del síntoma una
vez un vez atravesado el fantasma.

En mi experiencia analítica, el atravesamiento del fantasma “roban a un niño a la mirada de


una madre que va a morir” supuso que la visión fuera vaciada de la mirada que había fijado
la jaculatoria: “¡Ay, si su madre la viera”. Este atravesamiento reveló el síntoma que había
pasado desapercibido, que tenía que ver con el oído y con la voz, y del que pude dar cuenta
a partir de un sueño producido al final del análisis en el que se trataba del “relieve de la
voz”. Un síntoma como acontecimiento del cuerpo y no como formación del inconsciente.
Este síntoma experimentado en el cuerpo como “empuje a decir”, era la iteración del Uno
de “lo que hay” y no cesaba de escribirse en el lugar de la relación sexual que no puede
escribirse.

“Hay lo Uno y nada más”, insiste Lacan en el Seminario XIX: ou Pire, “Hay lo Uno” que
itera en el síntoma como acontecimiento del cuerpo a partir del encuentro contingente entre
el cuerpo y lalengua. “El relieve de la voz”9 fue el significante escupido por el inconsciente
en el sueño con el que pude nombrar esa experiencia de goce innombrable. La voz se
escribió en mi cuerpo dejando un relieve.
“La invitación de Lacan, en su Seminario Le Sinthome -dice Jacques Alain Miller en Pièces
detachées-, es la de que hay que dejar un relieve, que un relieve siempre queda en la
medida en que cada uno es sin parecido, y que su diferencia reside en la opacidad que
siempre permanece. Ese resto no es el fracaso del psicoanálisis, sino hablando con
propiedad, lo que le da su valor, por poco que usted pueda transformarlo en una obra”10.

El pasaje del síntoma como formación del inconsciente al sinthome acontecimiento del
cuerpo implica un cambio radical en su concepción de lo real, en tanto excluido de lo
simbólico, un cambio radical en su concepción del inconsciente real a partir de lalangue y
como consecuencia de ello una forma nueva de entender el final del análisis.

En 1975, en El Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI, su último texto sobre el pase,
no se trata ya de la destitución subjetiva descrita en la Proposición del 6711, la separación
que propone Lacan en el 75 no va por el lado del objeto indecible que le falta al Otro, sino
por el lado del real singular de cada parlêtre. Un real que itera, un goce opaco del sínthome
con el que se trata de “saber hacer” con él.

La dimensión ética del análisis está siempre presente en la enseñanza de Lacan, en este
último periodo de su enseñanza, la experiencia hecha y repetida en el análisis del
inconsciente real y de la hiancia existente entre la verdad y lo real, permite concluir el
análisis si el sujeto, del vaivén, no simétrico, entre verdad y real y de la constatación
repetida de su desencuentro, obtiene una satisfacción. Una satisfacción que le permitirá
concluir el análisis y que es en sí misma el índice de una variable ética, pues que haya o no
satisfacción no depende de la estructura, sino de una elección del sujeto. Dicha satisfacción
conclusiva, es un afecto en el sujeto respecto al goce del cuerpo.

Podría no haberla, podría producirse una reacción terapéutica negativa hacia el


psicoanálisis y entonces la conclusión sería fallida.

Si tratándose del deseo, la cuestión ética se platea en términos de saber “si el sujeto quiere
lo que desea”, cuando está en juego la opacidad de lo real del goce del síntoma, lo que se
pone en juego, es “la presencia o no de un afecto de satisfacción”, que tiene un valor
epistémico, puesto que es un afecto de lo real, y a la vez, es un índice de la ética del parlêtre
que ha aceptado ese real singular del que ha hecho la experiencia en su análisis.

Decir que el inconsciente es real, es decir insabido, sin sujeto, y decir que se hurta desde el
momento mismo en que se manifiesta, ya que basta con prestarle atención para salir de él,
no significa que sus modalidades de goce no sean bien tangibles. No se trata ya de las
disrupciones de goce cuando la castración no opera, sino de un real singular y opaco en el
que el cuerpo se goza solo, un real antinómico a toda verosimilitud, a-subjetivo, que queda
como resto ineliminable de un análisis, al que da su relieve, y con el que sólo cabe un
“saber hacer” que ha de practicar cada uno.
Notas:

Lacan, J., “Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache”, Escritos 2, Madrid,


Biblioteca Nueva, 2013, pág. 649.
Lacan, J., “Posición del inconsciente”, Escritos 2, op. cit., pág. 801.
Bonnaud, H., “Doble condena”, Lo real puesto al día, en el siglo XXI, Buenos Aires,
Grama, AMP/WAP, 2014, pág. 147.
Lacan, J., “Del Trieb de Freud y del deseo del analista”, Escritos 2, op. cit., pág. 809.
Ibid.
Monribot, P., Recorridos, Barcelona, Colección ELP nº 11, 2016, pág. 101.
Ibid., pág. 105.
Ibid.
Fuentes, A., “El relieve de la voz”, El misterio del cuerpo hablante, Gedisa, pág. 183.
Miller, J.-A., en La Cause freudienne, Revue de l’ECF, nº 61, Navarin Éditeur, 2005, pág.
137.
Soler, C., El fin y las finalidades del análisis, Buenos Aires, Letra Viva, 2013, pág. 51.

Citas 2
Jacques Lacan
El Seminario
Libro 1: “Los escritos técnicos de Freud” (1953-4), Barcelona, Paidós, 1981
págs. 253-254
“El deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, no tanto porque el otro
detenta las llaves del objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser reconocido por el
otro”.
Libro V: “Las formaciones del inconsciente” (1957-8), Buenos Aires, Paidós, 1999
pág. 319
“Carácter inadaptado e inadaptable, marcado y pervertido del deseo humano”.
El deseo del hombre no responde al instinto, a lo biológico.
“Este vínculo entre el deseo y la marca, entre el deseo y la insignia, entre el deseo y el
significante, nos esforzamos por ver qué lugar le corresponde”.
¿hay una marca, un significante que orienta el deseo?
págs. 320-1
“La relación del hombre con el deseo no es una relación pura y simple de deseo. En sí no es
una relación con el objeto. Si la relación con el objeto estuviera ya instituida, no habría
problema para el análisis. Los hombres como hacen los animales se dirigirían a sus objetos.
No habría (…) que el hombre goza de su deseo”.
Hay un real en el deseo del hombre, una no relación secual con su deseo. ¿goza de su
deseo?
“El deseo humano permanecerá irreductible a cualquier reducción y adaptación. (…) El
sujeto no satisface solo un deseo, goza de desear y esta es una dimensión esencial de su
goce”.
¿el deseo humano es irreductible? ¿no se agota? No se satisface a la primera, sino que goza,
no cesa de no escribirse.
págs. 337-8
“El deseo es deseo de aquella falta que, en el Otro, designa otro deseo”.
¿es deseo del Otro?
“Lo que el deseo tiene de irreductible e informulable”.
“El deseo es articulado porque está articulado con la presencia del significante en el hombre
pero precisamente por eso nunca es plenamente articulable en un caso en particular”.
pág. 346
“Excentricidad del deseo respecto a la satisfacción”.
No se satisface. ¿excentridad del deseo?
“El deseo confina con el dolor de existir”.
Libro 6: “El deseo y su interpretación” (1958-9), Buenos Aires, Paidós, 2014
pág. 48
“La diferencia entre el Wunsch y lo que merece ser llamado deseo, es lo que introduzco
este año”.
pág. 120
“El deseo solo puede captarse, comprenderse, en el nudo más estrecho en que para el
hombre se anuda entre sí lo real, lo imaginario, y su sentido simbólico”.
¿el deseo solo se capta por el objeto de goce?
pág. 504

“El fantasma sostiene al sujeto como deseante es decir, en un punto más allá de su discurso.
(…) El sujeto está presente en el fantasma como sujeto del discurso inconsciente (…) en la
medida en que allí es representado por la función del corte, es decir, por la función esencial
que le es propia en un discurso (…), un discurso que se le escapa, el discurso del
inconsciente”.
¿el fantasma introduce una falta?
pág. 506
“Hay un contraste radical entre el deseo del neurótico y el deseo del perverso”.
“La estructura del deseo en la neurosis tiene una naturaleza muy distinta de la estructura del
deseo en la perversión, pero de todos modos puede decirse que ambas estructuras se
oponen”.
págs. 508-9
“¿Qué es el deseo neurótico? Como todo el desarrollo de la obra de Freud nos lo indica él
depende por entero de la buena fe en el significante. El sujeto se agarra a esa garantía
mítica para poder vivir de otro modo que en vértigo”.
“El deseo del neurótico es lo que nace cuando no hay Dios”. (…) esta suspensión del
Garante supremo es lo que el neurótico esconde en él mismo y que en este nivel se sitúa, se
suspende y se detiene el deseo del neurótico.
El deseo del neurótico solo es un deseo en el horizonte de todos sus comportamientos”.
“También en el perverso se trata de una brecha. El único problema es saber como ese corte
es vivido, soportado en el perverso”.
pág. 515
“La perversión se presenta como una suerte de simulación natural del corte. (…) Lo que el
sujeto no tiene, lo tiene en el objeto. Lo que el sujeto no es, su objeto ideal lo es”.
pág. 517
En el neurótico, el deseo está en el horizonte de todas sus demandas, ampliamente
desplegadas y literalmente interminables. En el perverso, el deseo está en el corazón de
todas sus demandas”.
¿en el neurótico la demanda está en el horizonte y en el perverso en el corazón de sus
demandas?
Libro 7: “La ética del psicoanálisis” (1969-60), Buenos Aires, Paidós, 1988
pág. 339
“Pero Antígona lleva hasta el límite la realización de lo que se puede llamar el deseo puro,
el puro y simple deseo de muerte como tal. Ella encarna ese deseo”.
pág. 373
“¿Ha actuado usted en conformidad con el deseo que lo habita? Esta es una pregunta que no
es fácil de sostener. Pretendo que nunca fue formulada en otra parte con esta pureza y que
sólo puede serlo en el contexto analítico”.

pág. 383

[La libra de carne] “Este es el objeto, el bien, que se paga por la satisfacción del deseo”.
Libro 8: “La transferencia” (1960-61), Buenos Aires, Paidós, 2003
págs. 448-9

“Lo que Sócrates sabe y el analista debe al menos entrever, es que en el plano de a
minúscula la cuestión es muy distinta de la del acceso a ningún ideal. El amor solo puede
rodear esta isla, este campo del ser. Y el analista solo puede saber que cualquier objeto
puede rellenarlo. He aquí adonde nosotros, analistas, nos vemos conducidos a oscilar, en
ese límite en el que , con cualquier objeto, una vez que ha entrado en el campo del deseo, se
plantea la cuestión -¿Qué eres tú? No hay objeto que valga más que otro- éste es el duelo a
cuyo alrededor se centra el deseo del analista”.

Libro 9: “La identificación” (1961-62). Inédito


Clase del 4 de abril de 1962

“La realización del deseo significa ser el instrumento, servir al deseo del Otro, quien no es
el objeto que ustedes tienen enfrente en el acto, sino un otro que está detrás.
Cumplir el deseo es cumplir o volverse objeto del Otro
Se trata ahí del término posible en la realización del fantasma. No es más que un término
posible, y antes de haberse hecho ustedes mismos el instrumento de este Otro situado en un
hiperespacio, ustedes tienen que vérselas verdaderamente con deseos, con deseos reales. El
deseo existe, está constituido, se pasea a través del mundo, y ejerce sus estragos antes de
toda tentativa de vuestras imaginaciones, eróticas o no, para realizarlo, e incluso, no está
excluido que ustedes lo encuentren como tal, al deseo del Otro, del Otro real tal como lo he
definido recién. Es en ese punto que nace la angustia”.

“La angustia, es la sensación del deseo del Otro. (…) No sé lo que soy como objeto para el
Otro”.
¿la angustia no es sin objeto, el objeto que se presenta, es el objeto que represento para el
Otro?

Libro 10: “La angustia” (1962-63), Buenos Aires, Paidós, 2006


págs. 31 y ss

El deseo del hombre es el deseo del Otro. Es deseo de un deseante.

pág. 194

“Solo el amor permite al goce condescender al deseo”.

pág. 233

“Somos objetos de deseo en cuanto cuerpos”. (…) El deseo sigue siendo siempre en último
término deseo de cuerpo, deseo del cuerpo del Otro, y únicamente deseo de su cuerpo”.

pág. 237

“En el cuerpo hay siempre, debido a este compromiso de la dialéctica significante”, algo
separado, algo sacrificado, que es la libra de carne”.
La libra de carne es el objeto a.
pág. 247

“Ese campo del Otro donde debe de aparecer por primera vez, si no el a, por lo menos su
lugar -en suma el resorte fundamental que hace pasar del nivel de la castración al espejismo
del objeto del deseo”.

pág. 250

“El deseo, yo les enseño a vincularlo a la función de corte, y a ponerlo en determinada


relación con la función del resto, que sostiene y anima el deseo, tal como aprendemos a
situarlo en la función analítica del objeto parcial. Otra cosa distinta es la falta a la que está
vinculada la satisfacción”.

pág. 365

“La única vía en la que el deseo puede librarnos aquello en lo que deberemos reconocernos
como el objeto a en tanto que en su término, término nunca alcanzado, él es nuestra
existencia más radical, solo se abre situando a, en cuanto tal, en el campo del Otro. (…) es
nada más y nada menos, la posibilidad de transferencia”.

“Conviene que el analista sea alguien que, por poco que sea, por algún lado por algún
borde, hay hecho volver a entrar su deseo en este a irreductible, lo suficiente como para
ofrecer a la cuestión del concepto de angustia una garantía real”.
Libro 11: “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” (1964), Buenos Aires
Paidós, 1993
pág. 39

“El deseo encuentra su cerco, su proporción fijada, su límite y en relación a este límite se
sostiene como tal, franqueando el umbral impuesto por el principio del placer”.

pág. 46
“Freud no podía ver que el deseo de la histérica, que se hace manifiesto de manera
resultante en la observación [Joven Homosexual], es sostener el deseo del padre; en el caso
de Dora sostenerlo por procuración”.

“La homosexual encuentra otra solución para el deseo del padre: desafiar al deseo del
padre. Esto justifica una vez más la fórmula […]: el deseo del hombre es el deseo del
Otro”.

pág. 147

“La diferencia de estatus que da al sujeto el descubrimiento freudiano proviene del deseo,
que ha de ser situado al nivel del cógito. Toda enunciación habla del deseo y es animada
por él”.

pág. 180

“Hay dos grandes vertientes del deseo tal como surge en la caída de la sexualización –por
un lado, el asco generado por la reducción del partenaire sexual a una función de la realidad
sea cual fuere y por otro, eso que llamé a propósito de la función escópica, la invidia, la
envidia. La envidia es algo distinto de la pulsión escópica y el asco es algo distinto de la
pulsión oral”.

pág. 183

“La interpretación apunta al deseo al cual, en cierto sentido, es idéntica. En resumidas


cuentas, el deseo es la interpretación misma”.
¿el deseo es la interpretación misma?
pág. 227

“El deseo del sujeto se constituye en la medida en que el deseo de la madre esté allende o
aquende de lo que dice”.
pág. 238

“Para el psicoanalista no hay ningún más allá, ningún más allá sustancial al que pueda
remitir aquello por lo que se siente autorizado a ejercer su función”.

págs. 242-3

“Toda la experiencia analítica da fe de que no querer desear y desear es la misma cosa”.


(…) Desear entraña una fase de prohibición que lo hace idéntico a no querer desear. No
querer desear es querer no desear”.

pág. 284

“El deseo del análisis no es un deseo puro. Es el deseo de obtener la diferencia absoluta, la
que interviene cuando el sujeto, confrontado al significante primordial, accede por primera
vez a la posición de sujeción a él. Solo allí puede surgir la significación de un amor sin
límites, por estar fuera de los límites de la ley, único lugar donde puede vivir”.

Libro 14: “La lógica del fantasma” (1966-67). Inédito


Sesión del 25 de enero de 1967

“¿Qué viene Freud a articular para nosotros en el nivel del sueño? Nos sorprenderemos por
lo que suelta, si se puede decir, al indicar cierto lado de vigilia del sujeto al dormir. Si
hubiese algo que caracteriza esta falta de Otro que designo como fundamental de la
alienación, si el je no es nada más que la opacidad de la estructura lógica, si la
intransparencia de la verdad de lo que da el estilo del descubrimiento freudiano, ¿no es
extraño verlo decir que tal sueño que contradice su teoría del deseo no significa más que el
deseo de contrariarlo?

¿No es suficiente a la vez para mostrar la justeza de esta fórmula que articulo, que el deseo
es el deseo del Otro, mostrar en qué suspenso se deja el estatuto del deseo si el Otro no
existe?.
¿No es notable ver a Freud (…) precisar que es una manera segura en que el soñante se
arma y defiende de que el sueño no es más que un sueño, a propósito de lo cual avanza que
hay una instancia que sabe siempre, que el sujeto duerme, incluso si eso puede
sorprendernos, no es el inconsciente, es precisamente el preconsciente que representa el
deseo de dormir.

Esto nos dará que reflexionar sobre lo que pasa en el sueño, porque si el deseo de dormir se
encuentra por mediación del dormir tan cómplice, con la función del deseo en cuanto tal, en
tanto que ella se opone a la realidad, qué nos garantiza que al salir del sueño, el sujeto esté
más defendido contra el deseo en tanto que enmarca lo que llama la realidad”.

Libro 16: “De un Otro al otro” (1966-7), Buenos Aires, Paidós, 2008
pág. 38

“La manera en que cada uno sufre en su relación con el goce, en la medida en que éste solo
interviene por la función del plus de gozar, he aquí el síntoma”.

Libro 17: “El reverso del psicoanálisis” (1969-1970). Buenos Aires, Paidós. 1992
pág. 22

“Si hay algo que el psicoanálisis debería obligarnos a sostener obstinadamente es que el
deseo de saber no tiene ninguna relación con el saber”.

págs. 37-8

“El enigma es una enunciación”.

“La interpretación se establece a menudo a través del enigma”.

pág. 39
“El analista se hace causa del deseo del analizante”.

pág. 48

“La repetición se funda en un retorno del goce”.

pág. 51

“La función del objeto perdido, lo que yo llamo objeto a surge en el lugar de esa pérdida
que introduce la repetición”. (…) En el nivel más elemental, el saber que trabaja produce,
digamos una entropía”.

pág. 53

“Solo la dimensión de la entropía hace que esto tome cuerpo, que hay un plus de gozar que
recuperar”.

pág. 56

“Lo que se espera de un psicoanalista es que haga funcionar su saber como término de
verdad. Precisamente por eso se encierra en un medio decir”.

Libro 19: “…o peor”, Buenos Aires, Paidós, 2012


pág. 111

“Ustedes no gozan más que de sus fantasmas. (…) Lo importante es que sus fantasmas los
gozan”.

págs. 149-50
“Lo que habla, sea lo que fuere, es lo que goza de sí, como cuerpo”.

“El psicoanálisis, ¿qué es? Es la localización de lo oscurecido que se comprende, de lo que


se oscurece en la comprensión, debido aun significante que marcó el cuerpo”.

“Todo padre traumático está en suma en la misma posición que el psicoanalista. La


diferencia es que el psicoanalista, por su posición, reproduce la neurosis, mientras que el
padre traumático la produce inocentemente”.

pág. 190

“¿Por qué alguien que, por su didáctico, sabe qué es el psicoanálisis puede aún querer ser
psicoanalista?”.

pág. 192

“Que la Verwerfung vuelva loco a una sujeto cuando se produce en el inconsciente no quita
que reine sobre el mundo”.

pág. 213

“Freud dice que el único deseo fundamental en el sueño es el deseo de dormir”.

pág. 226

“El decir tiene sus efectos a partir de los cuales se constituye el fantasma, es decir la
relación con el objeto a, que es lo que se concentra a partir del efecto del discurso para
causar el deseo”.

Libro 20: “Aún” (1972-3), Buenos Aires, Paidós, 1992


pág. 64

“Un sujeto, como tal, no tiene mucho que ver con el goce. Pero en cambio, su signo puede
provocar el deseo. Es el principio del amor”.

Libro 22: “RSI” (1974-75), clase del 21 de enero de 1975. Publicada en Ornicar ?
Clase del 21 de enero de 1975, nº 3, París, mayo 1975.

“Un padre no tiene derecho al respeto, si no al amor, más que si el dicho, el dicho amor, el
dicho respeto está -no van a creer a sus orejas- père-versement orientado, es decir hace de
una mujer objeto a minúscula que causa su deseo”.

Libro 23: “El sinthome” (1975-6), Buenos Aires, Paidós, 2005


pág. 135

“El verdadero real implica la ausencia de ley”.

pág. 144

“La père-version sanciona el hecho de que Freud sostiene todo en la función del padre y eso
es el nudo bo”.
Escritos, vols. I y II, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013
“Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (1953)
pág. 306

“¡Fort! ¡Da! Es sin duda ya en su soledad donde el deseo de la cría de hombre se ha


convertido en el deseo de otro, de un alter ego que lo domina y cuyo objeto de deseo
constituye en lo sucesivo su propia pena”.

“La instancia de la letra en el inconciente o la razón desde Freud” (1957)


pág. 485

“Y los enigmas que propone el deseo a toda ‘filosofía natural’, su frenesí que imita el
abismo del infinito, la colusión íntima en que envuelve el placer de saber y el de dominar
con el goce, no consisten en ningún otro desarreglo del instinto sino en su entrada en los
rieles -eternamente tendidos hacia el deseo de otra cosa– de la metonimia”.

“La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958)


pág. 521

Incompatibilidad del deseo con la palabra.

pág. 595

“Está por formularse una ética que integre las conquistas freudianas sobre el deseo: para
poner en su cúspide la cuestión del deseo del analista”.

pág. 600

Hay que tomar el deseo a la letra.

Deseo de deseo. El deseo de tener un deseo insatisfecho (Dirección de la cura 600)

El deseo no hace más que sujetar lo que el análisis subjetiva.

pág. 602

El deseo es la metonimia de la falta de ser.


“¿A quién descubre el sueño su sentido antes de que venga el analista? Este sentido
preexiste a su lectura [pues] el sueño está hecho para el reconocimiento… pero nuestra voz
desfallece antes de concluir: del deseo. Porque el deseo, si Freud dice la verdad del
inconsciente y si el análisis es necesario, no se capta sino en la interpretación. Pero (…)
¿por qué nuestra voz desfallece para concluir con el reconocimiento…? (…) Porque, en fin,
no es durmiendo como alguien se hace reconocer”.

“Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (1960)


pág. 785

“El deseo es una defensa, prohibición (défense) de rebasar un límite en el goce”.

“Alcibiades no es en modo alguno un neurótico. Es incluso por ser el deseante por


excelencia, y el hombre que va tan lejos como se puede en el goce por lo que puede así
… producir ante la mirada de todos la articulación central de la transferencia”.

pág. 786

“La castración quiere decir que es necesario que el goce sea rechazado, para que pueda ser
alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo”.

“Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache” (1960)


pág. 649

“Reflejado en el espejo, no da solo a’ el patrón del intercambio, la moneda por medio de la


cual el deseo del otro entra en el circuito de los transitivismos del Yo Ideal. Es restituido al
campo del Otro en función de exponente del deseo en el Otro.

Esto es lo que permitirá tomar en el término verdadero del análisis su valor electivo de
figurar en el fantasma aquello delante de lo cual el sujeto se ve abolirse realizándose como
deseo.
Para llegar a este punto más allá de la reducción de los ideales de la persona, es como
objeto a del deseo, que el sujeto ha sido para el Otro en su erección de vivo, como el
wanted o unwanted de su venida al mundo, como el sujeto está llamado a renacer para
saber si quiere lo que desea… Tal es la especie de verdad que con la invención del análisis
Freud traía a la luz

“Es este un campo donde el sujeto, con su persona, tiene que pagar sobre todo el rescate de
su deseo. Y en esto es en lo que el psicoanálisis exige una revisión de la ética”.

págs. 650-1

“Se anuncia una ética, convertida al silencio, por la avenida no del espanto, sino del deseo”.

“Posición del inconsciente” (1960), Escritos 2


pág. 801

“El sujeto viene a encontrar en el deseo del Otro su equivalencia a lo que él es como sujeto
del inconsciente”.
Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012
“Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”
pág. 270

“El deseo del psicoanalista es su enunciación, la que solo puede operar si él viene allí en
posición de x: de esa x misma cuya solución entrega al psicoanalizante su ser y cuyo valor
se anota (-φ)”.

pág. 271

“Esta sombra espesa que recubre ese empalme del que aquí me ocupo, ese en el que el
psicoanalizante pasa a psicoanalista, es esto lo que nuestra Escuela puede esforzarse en
disipar”.
“Alocución sobre las psicosis del niño” (1967)
pág. 384

“El principio de placer es el freno del goce”.

pág. 386

“El fantasma da a la realidad su marco”.

pág. 389

“El impulso de tu cuerpo es tuyo en que se vulgariza hacia principios del siglo un adagio
del liberalismo, la cuestión de saber si por ignorar cómo ese cuerpo es considerado por el
sujeto de la ciencia, se tendrá el derecho de decidir dividirlo para el intercambio”.

“Nota sobre el niño” (1969)


págs. 393-4

“La función de residuo que sostiene (y al mismo tiempo mantiene) la familia conyugal en la
evolución de las sociedades pone de relieve lo irreductible de una transmisión que es de un
orden diferente de la de la vida según la satisfacción de las necesidades, pero que conlleva
una constitución sujetiva, lo que implica la relación con un deseo que no sea anónimo.

“Conforme a tal necesidad se juzgan las funciones de la madre y del padre. De la madre en
tanto sus cuidados llevan la marca de un interés particularizado, aunque lo sea por la vía de
sus propias carencias. Del padre en tanto su vector de una encarnación de la Ley en el
deseo”.

“La distancia entre la identificación con el ideal del yo y la parte tomada del deseo de la
madre, si ella no tiene mediación (normalmente asegurada por la función del padre) deja al
niño abierto a todas las capturas fantasmáticas”.
“Discurso en la Escuela Freudiana de París” (1967)
pág. 284

“¿A qué tiene que responder el deseo del psicoanalista? A una necesidad que no podemos
teorizar sino por deber hacer el deseo del sujeto como del deseo del Otro, o sea, por hacerse
causa de ese deseo”.

“Nota a los italianos” (1974)


pág. 329

“No hay analista si ese deseo no le adviene, es decir que ya por ello él sea el desecho de la
susodicha (humanidad).

Digo ya: está ahí la condición de la que, por algún lado de sus aventuras, el analista debe
llamar la marca. A sus congéneres les toca saber hallarla. Salta a la vista que esto supone
otro saber anteriormente elaborado del que el saber científico brindó el modelo, y por el
cual le cabe la responsabilidad. Es la misma que yo le imputo, la de haber transmitido un
deseo inédito solo a los desechos de la docta ignorancia. Que se trata de verificar para ser
analista”.

Otras publicaciones

“Discurso a los católicos” (1960)


pág. 27

“Si consultan el texto freudiano sobre los temas que acabo de mencionar (sueños, lapsus,
incluso chiste), nunca verán articularse claramente el deseo. El deseo inconsciente es lo que
quiere aquel, aquello que sostiene el discurso inconsciente. Por eso aquel habla. Por
inconsciente que sea no está obligado a decir la verdad. Más aún el hecho mismo de hablar
le posibilita la mentira”.
“El triunfo de la religión” (1974)
pág. 77

“Quizás éste sería el camino por el que puede esperarse un futuro del psicoanálisis -haría
falta que éste se consagre lo suficiente a la extravagancia”.

Citas 3
Curso de la Orientación lacaniana de Jacques-Alain Miller

Del síntoma al fantasma y retorno (1981-1982), Buenos Aires, Paidós, 2018.


pág. 221

“… Elevación del deseo al rango de imperativo categórico. Esto da un valor moral al deseo,
que Lacan no duda en despejar cuando escribe: ‘El deseo, lo que se dice el deseo basta para
que la vida no tenga sentido si produce un cobarde’.* La cobardía moral no es un valor que
anule el del deseo en el psicoanálisis. Hasta el punto que Lacan recurre a esta categoría
moral de cobardía para situar la depresión psicológica, con el deseo como remedio para esa
depresión”.
* Lacan, J. “Kant con Sade”, Escritos 2, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013, pág. 743.

Extimidad (1985-1986), Buenos Aires, Paidós, 2010.


pág. 46
“Hablo de este humanismo contemporáneo que no encuentra más soporte que el discurso de
la ciencia (…). Este humanismo se desorienta por completo cuando lo real en el otro se
manifiesta como no semejante en absoluto”.
pág. 114
“Sabemos que lo que hace a la problemática del deseo, que hay que distinguir en su
dialéctica, es lo que hace a su relación con el fantasma. Este deseo dialéctico,
universalizante, que se desliza y no tiene más que objetos omnivalentes, extrae del
fantasma lo que puede tener de estabilidad, y esto en la medida en que en él se aloja lo que
lo causa”.
Los signos del goce (1986-1987), Buenos Aires, Paidós, 1998.
pág. 435
“… Cambio de axiomática de Lacan: la primera la de la palabra, nos conduce al deseo, y
con mayor precisión, al deseo del Otro, mientras que la axiomática del goce solo nos ofrece
el reino del Uno”.
Goce: reino del Uno. Deseo: del Otro.
De la naturaleza de los semblantes (1991-1992) Buenos Aires, Paidós, 2002.
pág. 176
“El padre es un significante en tanto exsistente. Y el falo es asimismo un semblante en tano
que testifica del padre. De alguna manera, como es la prueba en apoyo del semblante del
padre, ser el falo debe ponerse en el registro de la perversión [père-version]”.
pág. 220

“Cuando la verdad domina al goce, conduce lógicamente a que la subjetividad de la época


se articule con la satisfacción, que es la de cada uno. El goce queda como pulverizado en
esta universalización”.

Los divinos detalles (1989), Buenos Aires, Paidós, 2010.


pág. 149

“… El fantasma como pantomima.

Ahora bien, hay algo además que es diferente: el fantasma como guión, como argumento
consciente, un sueño efectivamente sentido (…). Está el fantasma como tema de las
ensoñaciones y en este nivel se puede decir que el sujeto juega con esto (…). En este nivel
podemos decir que el sujeto hace uso del fantasma -por ejemplo en lugar de un Valium”.
pág. 161
“El deseo se anuda con la ausencia, pero cuando hablamos del amor y de la pulsión es la
presencia la que se invoca y está en juego”.
El Banquete de los analistas (1989-1990), Buenos Aires, Paidós, 2000.
pág. 10
“El control no tiene ningún valor si se limita a pautar las relaciones del analista aprendiz
-en posición de aprendiz- con sus pacientes. El control no vale nada si no apunta más allá,
esto es, a sus relaciones con el psicoanálisis”.

pág. 11

“Elegir el psicoanálisis, a pesar de los analistas, contra los analistas, podría no ser más que
el reverso de la siguiente fórmula: los psicoanalistas contra el psicoanálisis. Asimismo es
posible afirmar sin provocación que la historia del psicoanálisis se inscribe bajo ese título”.

pág. 61

En 1964, “Lacan constató que Freud estaba muerto en el hecho de que suu creción, a saber,
la Asociación Internacional de Psicoanálisis había degenerado. (…) Lacan ese año planteó
la cuestión del deseo del analista”.

págs. 154-5

“Lacan afirmó que si su empresa parecía desesperada era porque es imposible que los
analistas forman grupo. (…) Afirmar que es imposible significa sin duda que es real. (…)
No se trata de la desesperación en ese sentido de llorar sino en el de la ausencia de
esperanza”.
“Lacan habló de transferencia de trabajo en el momento de fundar su escuela”.
pág. 189
“El horror de saber no es más que una palabra muy patética para designar la represión que
podría alcanzar para formular que no hay deseo de saber en el sujeto en análisis. (…) El
deseo de saber viene al final y se supone que circunscribe la causa de la represión”.

pág. 263
El problema al que la escuela ofrece una respuesta consiste en definir un grupo como un
grupo no-grupo, un lazo social no grupal, si es posible, sin obscenidad imaginaria, lo que
asegura las condiciones de la transmisión del psicoanálisis -la perpetuación del lazo
epistémico, como lo llamaba -y constituye ese lugar donde el exanalizante puede afirmar.
‘Soy analista’, y donde se trabajará sobre ese dicho”.

pág. 289

“El deseo del analista tal vez sea deseo de nada, que es quizás lo que se niega a menudo al
hablar de ‘neutralidad analítica’, por lo que se prescribe al analista no desear nada salvo que
el analizante hable. Esta es una primera respuesta a la pregunta sobre qué es un deseo puro,
el deseo como tal”.
“En realidad todo deseo es un deseo puro esto es, deseo de nada”.
Donc. La lógica de la cura (1994-1995). Buenos Aires, Paidós, 2011.
pág. 84

“Mientras que el deseo en el psicoanálisis es esencialmente problemático, la pulsión es


resolutoria. Por eso la resolución del deseo es de algún modo equivalente a la
reconciliación con el goce pulsional (…). Esto es lo que Lacan resumió bajo el término
‘destitución del sujeto’. Podría hablarse de destitución pulsional del sujeto”.
El Otro que no existe y sus comités de ética (1996-1997), Buenos Aires, Paidós, 2005.
pág. 377

“La depresión es un significante magnífico, clínicamente ambiguo, sin duda, pero quizá
tengamos algo mejor que hacer que jugar a los médicos de Molière y presentarnos con
nuestra erudición, por justificada que sea, para criticar un significante que dice algo a todo
el mundo actual”.
“La depresión está claramente en la vertiente de la separación, es , en nuestros términos
algo pesados, una identificación con a como desecho, como resto”.
Los usos del lapso (1999-2000), Buenos Aires, Paidós, 2004.
pág. 106
“Es necesario que el analista sostenga el inconsciente a partir de su deseo” (…) Y la
cuestión clínica es si hay o no nacimiento del deseo del analista, es decir, deseo de sostener
esa ficción necesaria para que el inconsciente se manifieste de la buena manera”.

“La ética más importante es la del inconsciente, es el deseo del inconciente, distinto del
deseo inconsciente”.
El lugar y el lazo (2000-2001), Buenos Aires, Paidós, 2013.
pág. 15-16

“El analista es un lugar (…) y en ese lugar se establece un lazo”.

“El control, ¿qué controla? Controla especialmente la relación entre el lazo y el lugar”.

“El control es también el control del lazo que el sujeto que analiza mantiene con el
psicoanálisis”.

pág. 269

“En la última enseñanza de Lacan se despejan numerosas piezas diferentes en relación a la


angustia (…). Uno de los últimos es aquel que sitúa la angustia en lo simbólico, como algo
que dentro de lo simbólico se produce en calidad de real”.

pág. 319

“Lo que despierta es el Trieb, la pulsión. Lo real verdadero capaz de despertares la pulsión,
mientras que el inconsciente nos duerme, es una potencia de adormecimiento. El Seminario
11 está hecho para restablecer el enlace entre el inconsciente y la pulsión y eso desemboca
en la lógica del fantasma”.
pág. 355
“El acto es el vector de ese deseo inédito que Lacan llama deseo del analista”.
Un esfuerzo de poesía (2002-2003), Buenos Aires, Paidós, 2016.
pág. 120

“En el discurso del capitalista, quien habla es el capitalista, el empresario del deseo
insatisfecho. Habla, pero el síntoma insiste en el sujeto dividido del discurso que no
recupera su satisfacción. Lo que sigue no es que el sujeto tome la palabra, sino que ésta
quede tomada en términos de pasaje al acto”.
Todo el mundo es loco (2007-2008), Buenos Aires, Paidos, 2015.

pág. 318

“La frase ‘Todo el mundo es loco es decir delirante’ es inorientable (…), no está ordenada
al Nombre-del-padre”.

pág. 333-4

“La frase ‘Todo el mundo es loco’ apunta a eso que, como analista, se trata de escuchar en
lo que se enuncia en la boca de los pacientes, lo que se vocifera del lugar del Ya-Nadie. Y
la vociferación no es un enunciado”.

“Esta vociferación es la siguiente: “El sujeto es feliz (,…). Esa es incluso su definición”.
Sutilezas analíticas (2008-2009), Buenos Aires, Paidós, 2011.
págs. 35-36

“La ausencia de relación sexual invalidad toda noción de salud mental y de terapéutica
como retorno a la salud mental”.

“El aparato del deseo que es singular para cada uno, objeta a la salud mental.

El deseo está en el polo opuesto de cualquier norma, es como tal extranormativo. Y si el


psicoanálisis es la experiencia que permitiría al sujeto explicitar su deseo en su
singularidad, éste no puede desarrollarse más que rechazando toda intención terapéutica.
Así la terapia de lo psíquico es la tentativa profundamente vana de estandarizar el deseo,
para encarrilar al sujeto en el sendero de los ideales comunes, de un como todo el mundo.
Sin embargo, el deseo implica esencialmente en el ser que habla y que es hablado, en el
parlêtre, un no como todo el mundo, el derecho a una desviación experimentada como tal,
que no se mide con ninguna norma. Esta desviación afirma su singularidad y es
incompatible con un totalitarismo, con un para todo x. El psicoanálisis promueve el derecho
de uno solo, a diferencia del discurso del amo, que hace valer el derecho de todos. (…)
Solos e sostiene por el deseo del analista de dar lugar a lo singular de Uno. Respecto al
todos, que sin duda tiene sus derechos (e…) el deseo del analista se pone del lado del Uno”.

pág. 37

“El verdadero psicoanálisis en el sentido de Lacan, es el que se pone en la senda del deseo
y apunta a aislar para cada uno su diferencia absoluta”.

“El análisis pide al sujeto nombrar su deseo, pero lo que se descubre es que no alcanza a
nombrarlo, que ese deseo es reacio a la nominación, que no se transforma en voluntad.
Todo lo que llegamos a circunscribir y nombrar del deseo es un goce. En el lugar del ¿qué
quieres? obtenemos como respuesta Aquí hay goce, es decir, obtenemos una localización
del goce, articulado en un dispositivo significante”.

págs. 41-2

“El deseo del analista no tiene nada que ver con el deseo de ser psicoanalista”.

“Una vez establecidos en la profesión, los analistas ya no piensan en lo que los convirtió en
analistas. Hay como regla un olvido del acto del que han surgido (…) y por eso se prestan a
veces a reclutar a los analistas nuevos con criterios que no se refieren al acto analítico.(…)
No consideran un criterio suficiente para ser analistas la elaboración del inconsciente”.

“Se verificaría que el deseo del analista no es una voluntad de semblante sino que está, para
quien puede valerse de él, fundado en su ser, que no es, según la expresión de Lacan, un
querer a falta de.

¿Saber lo que se quiere, es desear?


En la medida en que los neuróticos suponen sabidas las verdades de la estructura, hay que
liberarlos de esta suposición para que dejen de representar esta verdad en su propia carne1.
Si hay algo que puede hacer caer esto, es la operación del analista que consiste en practicar
un corte entre la estructura y el sujeto supuesto al saber: ni el amo para el obsesivo ni la
mujer para la histérica pueden ser supuestos saber lo que hacen.

Lo que decimos del deseo inconsciente parece suponer que sabemos lo que queremos, sigue
diciendo Lacan. Pero si hay un lugar en que esto se aplica, es la voluntad.

Lo que la histérica supone es que la mujer sabe lo que quiere, en el sentido de que ella lo
desearía. Por eso la histérica solo logra identificarse con la mujer a costa de un deseo
insatisfecho. Asimismo el obsesivo, respecto del amo que le sirve, en un juego de
escondidas, para pretender que la muerte únicamente puede alcanzar al esclavo, es aquél
que solo identifica del amo lo real, a saber, que su deseo es imposible2.

Como plantea Esthela Solano3, Lacan nos lleva a considerar que un nuevo lazo entre el
deseo y la voluntad es posible, en términos de acuerdo y no de disyunción, que puede ser
interrogado a partir del final de análisis. Se refiere a la cita de Observación sobre el informe
de Daniel Lagache, en la que Lacan hace justamente el enlace entre la venida al mundo del
sujeto y el deseo que éste encarna para el Otro:

Es como objeto a del deseo, como lo que ha sido para el Otro en su erección de vivo, como
el wanted o el unwanted de su venida al mundo, como el sujeto está llamado a renacer para
saber si quiere lo que desea4.

Finalmente, la voluntad aparece como la voluntad sin ley propia del capricho que rige el
Deseo de la Madre, como dice Jacques-Alain Miller5, en la que se lee el lazo con el goce.
El aspecto imperioso que caracterizaba al “yo sé lo que quiero y lo voy a lograr”, que podía
regir mi vida, no es sino un nombre de la pulsión. Y sabemos, con Lacan, que la pulsión es
acéfala y que el sujeto, aunque crea que es él quien maneja los hilos, no hace sino correr
tras una exigencia desbocada. Recubrir el deseo con la exigencia pulsional, le permite a la
histérica mantenerlo insatisfecho.
En cambio, “desear lo que se quiere” y aún estar abierto a la contingencia, abre la vía de
una nueva posición del sujeto frente a su deseo. Es el camino de una reconciliación con su
propia satisfacción.
El deseo, lo real, hoy (fragmento*)
Araceli Fuentes

Vivimos en un tiempo en el que el empuje al goce parece haber tomado el relevo del deseo,
las recientes denuncias de abusos sexuales en EE. UU. son un ejemplo de una corriente que
confunde el deseo con el abuso. El deseo parece haber perdido su carta de ciudadanía y lo
relativo a la sexualidad solo puede ser tomado como abuso, es decir, a partir desde la
perspectiva del goce. El paradigma víctima-verdugo es demasiado simple para hablar del
deseo tal como lo entendemos en psicoanálisis después de Freud.
El discurso de la ciencia en el que estamos inmersos sustituye al sujeto por el individuo
reducido a un cuerpo cuantificable y numerable en su alianza con el discurso capitalista en
el que se trata de producir más, para consumir más y a la inversa. El discurso capitalista
gira en redondo en un circuito que promueve el individualismo y la soledad de los sujetos
con sus objetos de consumo, en él la castración no opera y por ende los asuntos del amor y
el vínculo con el otro no son tomados en cuenta. No por nada la soledad se ha convertido en
un asunto del que se ocupa el Estado; el primer Gobierno en hacerlo ha sido el inglés, con
Theresa May a la cabeza, ha creado un Ministerio de la Soledad, y aunque no sabemos si el
Brexit ha podido influir en esta decisión, la soledad ya tiene su ministerio y su tratamiento
será ministerial.

Como psicoanalista me siento convocada a hablar del deseo contra los que quieren
exterminarlo. Para el discurso analítico el deseo tiene un lugar central con la particularidad
de que, cuando hablamos de deseo, hablamos de deseo inconsciente, un deseo mucho más
determinante que cualquier aspiración del Yo.
El deseo es inconsciente, indomeñable y excéntrico al yo; no es educable
El deseo es indomeñable y excéntrico al Yo, no es educable y quizá por eso la “cultura
audiovisual” que nos embarga prefiere siempre hablar de pedagogía, la pedagogía cruel
más afín al refrán: “La letra con sangre entra”.

Preguntarse por el propio deseo es siempre saludable, generalmente lo hacemos cuando nos
pillamos in fraganti haciendo o diciendo cosas que van contra la buena opinión que
tenemos de nosotros mismos.
El deseo es ineliminable de la experiencia humana que dejaría de ser humana sin el deseo,
aunque éste por presentarse bajo la forma de un enigma nos angustia.
¿todos tenemos deseo? ¿aunque se presente bajo la forma de un enigma que nos angustia?
Hemos aprendido que el deseo no es la ilusión, tampoco un deseo puro, que no existe como
tal y si existiera, de él solo podría esperarse lo peor. El deseo hace presente en nuestras
vidas, lo otro, lo diferente, lo que nos resulta tan difícil de soportar. El deseo es el motor
que nos puede llevar a querer algo por lo que nos arriesgamos y renunciar a él se paga con
un precio de acedia, de tristeza.
El deseo no es ilusión. No es puro. Hace presente lo diferente, lo difícil de soportar. Es un
motor
Soportado en el fantasma como respuesta inconsciente del sujeto al enigma del deseo del
Otro, al ¿qué quiere el Otro de mí? el deseo se articula al cuerpo mediante un plus de goce.
Me gusta la definición que da Lacan cuando dice que el deseo es “una aporía encarnada”1
en la que la lógica y la carne van juntas. El deseo es una aporía porque es inconsciente,
siempre deseo del Otro, y está encarnado como plus de gozar de la pulsión.
El deseo es una respuesta al enigma del deseo del Otro. El deseo se articula al cuerpo
mediante un plus de goce.
Así concebido, el deseo se articula a la ley que nos impone el lenguaje y llamamos
castración, la que impide acceder a un todo del goce, la que implica un prohibido
sobrepasar cierto límite en la búsqueda del goce.
El deseo se articula a la ley que nos impone el lenguaje y llamamos castración. El deseo
coloca un límite al goce.
Aquí entramos en el terreno de la ética, es decir, de la posición del sujeto frente al goce y
frente al límite que le impone la castración en su manera a gozar. El sujeto puede decidir
saltarse este límite o aceptarlo.
El sujeto acepta el sin límite (goce) o acepta no saltarse ese límite (deseo).

Del deseo atrapado en el fantasma al deseo al servicio de «sinthome» (fragmento*)


Santiago Castellanos
Si partimos de la consideración de que Lacan pone el acento, en su última enseñanza, en la
dimensión del goce del parlêtre, ¿cómo pensar el deseo?
(…)
Podría decirse que ese desplazamiento del deseo al goce, en la enseñanza de Lacan, es la
consecuencia lógica advenida de la práctica analítica. Parlêtre es un neologismo de Lacan
para introducir la dimensión del goce en el inconsciente. Esto quiere decir que al analizante
no es lo mismo escucharlo como sujeto de la palabra que como sujeto que habla con un
cuerpo.
El sujeto de la palabra se piensa respecto del significante, pero el parlêtre, sujeto que habla
y es hablado, está en relación con su cuerpo. Como dirá J.-A. Miller en el Congreso de la
AMP en Río de Janeiro, en la última enseñanza de Lacan el inconsciente procede del
cuerpo hablante, ya no es el inconsciente que procede de lo lógico puro. En el Seminario
20, Lacan utilizará la escritura LOM, lo llamará simplemente “el hombre” y es esencial
captar que el hombre, a diferencia del sujeto, tiene un cuerpo. El hombre se sirve del cuerpo
para hablar.

Excentricidad(es) del deseo


Por Manuel Montalbán Peregrín

La cuestión del deseo no es, desde luego, patrimonio exclusivo de un solo saber. La poesía,
la filosofía, las artes, se han interesado en la historia de la humanidad, con una
nomenclatura u otra, por las circunstancias vitales que implican al deseo. Sigmund Freud, a
partir de la experiencia clínica inédita hasta ese momento que representa el psicoanálisis,
descubre que para los pacientes el deseo se presenta, en muchas ocasiones, como algo
misterioso, enigmático, que no siempre correlaciona con las aspiraciones, ilusiones e
ideales. Podemos afirmar incluso que lo que parece que queremos no siempre coincide con
lo que deseamos. Esta falta de coincidencia insiste y, en determinadas circunstancias, puede
dividir, desbordar, al sujeto.
El deseo se presenta como algo enigmático. No siempre va en la vía de los ideales. No
coincide con lo que queremos.
A pesar de la polémica recurrente que rodea la historia del psicoanálisis, hemos de
reconocer que después de Freud la sociedad occidental no es la misma. Y ello en tal medida
que podríamos afirmar que el psicoanálisis estuvo condenado a “morir de éxito” después de
la Segunda Guerra Mundial, coincidiendo con su expansión por el mundo anglosajón, tras
el éxodo de muchos psicoanalistas centroeuropeos desplazados por el nazismo y la guerra.
En ese proceso el psicoanálisis tiene que adaptarse al American Way of Life, y ahí pierde
mucho de su filo cortante. Una de estas pérdidas se refiere al concepto freudiano de
Wunsch, que designa en alemán un anhelo, una aspiración, y que Freud elige para referirse
a un deseo inconsciente con fuerte tendencia a su realización (de todo el proceso implicado)
más que a la mera satisfacción (como funciona la necesidad). Tiende además a realizarse
estableciendo ciertos signos vinculados con las primeras experiencias de satisfacción,
especialmente en los sueños, pero también en los síntomas. Así el deseo está ligado a una
serie de huellas mnésicas y encuentra su realización en la reproducción con carácter
“alucinatorio” de las percepciones convertidas en signos de esas primeras satisfacciones,
que podríamos llamar “míticas”. Pero siempre encontraremos un desajuste, una falta, entre
la primera satisfacción mítica y las sucesivas evocaciones ligadas a la satisfacción cotidiana
de las necesidades: en esa brecha se instala la dialéctica del deseo.
Deseo inconsciente: un proceso complejo para su realización. ¿empuje constante?
Necesidad: una mera satisfacción.
Dialéctica del deseo: hay una primera satisfacción que marca el cuerpo, luego se evoca a
esa primera, pero siempre es insatisfecha. ¿el objeto a marca la falta que es objeto causa de
deseo?
Freud escucha, lee en el relato del sueño que sus pacientes comparten en la sesión, y
concluye que el sueño refleja una realización disfrazada del deseo. Jacques-Alain Miller1
nos recuerda como, en la mayoría de ocasiones, cuando el sueño se aproxima al punto
indecible de lo real deseado, “al sentido donde eso falla”2, el sujeto despierta para
continuar durmiendo al amparo ahora del fantasma que articula la realidad en la vigilia.
En el sueño en algunas ocasiones se aproxima “al punto indecible de lo real deseado”.
Jacques Lacan, en lo que llama su retorno a Freud, vuelve a colocar el deseo en el primer
plano de la teoría analítica, diferenciándolo de conceptos como el de necesidad y demanda,
con los que a menudo se confunde. La necesidad se dirige a un objeto específico, con el
cual se satisface. La demanda es formulada y se dirige a un Otro, y aunque todavía se
refiere a un objeto, esto pierde su carácter esencial por cuanto esta demanda, por estar
articulada en el lenguaje, deviene una cuestión de amor, y no de simple satisfacción de
instintos o tendencias. La relación indispensable con el Otro primordial transforma
entonces la necesidad en demanda, que implicará la satisfacción de necesidades básicas
pero también un plus sobre esa satisfacción del bebé, arrullos, caricias, miedo a no saber
cómo, hartazgo, tensión, falta de sueño, amor… A partir de aquí, la demanda tendrá
siempre una doble cara, satisfacción de necesidades, mediatizada por el artefacto
lingüístico, y ese plus de la traducción de la necesidad en palabras, como demanda de amor.
Como definirá Lacan, el deseo se esboza justamente en ese margen donde la demanda se
desgarra, se libera, va más allá, de la mera satisfacción biológica de la necesidad.
Necesidad: se dirige a un objeto especifico con el cual se satisface.
Demanda: va más allá de una necesidad (satisfacción biológica) al estar afectada por el
lenguaje, involucra un Otro a la escena. Es una demanda de amor al Otro, una más allá de
la necesidad: amor, arrullo, caricias (un plus). ¿es un pedido de goce?
Deseo: lo que va más allá de la necesidad en la demanda ¿el objeto a, el objeto plus de
goce?
En esta vertiente de descompletamiento que introduce el deseo en el ser humano, el propio
significado de la palabra excentricidad, que aparece en lugar privilegiado en el título de
nuestras jornadas, remite a rareza, anormalidad o extravagancia. Las excentricidad(es) del
deseo apuntan a lo fuera de norma. ¿Cuáles son entonces algunas de las marcas, las trazas
de las excentricidad(es) del deseo en psicoanálisis? Podemos partir de la consideración en
el lenguaje técnico de la física o la geometría, donde lo excéntrico se define como distancia
entre centro geométrico y centro de giro, o centro focal, respectivamente.
Deseo: excéntrico (raro, anormal, extravagante, que va fuera de la norma).
Es importante señalar también que el deseo se presenta, como decíamos, desde el enigma,
solo atisbado, pero no-sabido, incluso aunque uno crea conocer sus aspiraciones personales.
Esto suele causar en los sujetos interrogantes, extrañeza, división subjetiva, al verse
desbordado en algunas situaciones, por lo que llamamos formaciones del inconsciente.
Cuando hablamos de “no-sabido” nos referimos evidentemente a reprimido, esto es
inconsciente, lo que no quiere decir extranjero al sujeto, sino más bien íntimamente
implicado en el mundo subjetivo, aunque de manera desconocida, en una esfera distinta,
aunque con efectos claros sobre la vida consciente. Por ello, decir “inconsciente” no
significa que pueda ser acallado; igual que el agua en un mecanismo hidráulico se filtra por
cualquier fisura, el deseo insiste. En la clínica podemos atestiguar, en muchos casos para
mayor sufrimiento del paciente que trata de establecer defensas no exitosas mediante la
culpa, la duda, que el deseo se muestra perseverante, desestabilizante, inextinguible,
incurable, como si su insatisfacción fuera un motor que no descansa. El deseo apunta
siempre a una infelicidad, mientras que del lado de la pulsión encontramos la satisfacción
asegurada, aunque se trate de “una felicidad que no se conoce a sí misma”3.
Deseo: es éxtimo. Inconsciente. De lo más íntimo del sujeto, pero al mismo tiempo lo más
extraño.
Deseo: insiste. Apunta a la infelicidad. El deseo es el plus de goce.
Otra característica que destaca el psicoanálisis para su concepción del deseo es que está
ligado a signos infantiles imperecederos, enraizado en vivencias infantiles, anudado incluso
a condiciones previas a la venida del sujeto a este mundo. El deseo de cualquier sujeto es
precedido por el deseo de sus padres, sea éste cual fuere, deseo independiente de todo
intento de programación conyugal o planificación doméstica. Al sujeto le anteceden unas
condiciones de demanda, de goce de los progenitores, en general, también un nombre, un
lugar reservado en la dinámica de la pareja, en el orden de las generaciones… Hay un deseo
anterior a él que lo capturará y que será sustento de su propio deseo. El deseo aparecerá
siempre en relación al deseo del Otro que, en parte, lo preexiste. Deseo del Otro, con el
juego de la ambigüedad de la preposición de: deseo de un Otro, deseo que es otro, deseo
surgido en principio en el campo del Otro, en el inconsciente.
Deseo: e-xiste al sujeto, lo antecede. El deseo del sujeto es deseo de un Otro (padres) que lo
captura y se vuelve sustento de su propio deseo.
Como hemos apuntado, para el psicoanálisis, deseo es sinónimo también de falta, falta en
ser, para Lacan. Una falta muy particular pues no tiene asignado un objeto concreto que la
colme, sino más bien la referencia, la huella, de una satisfacción mítica, fantasmática, de
reunión sujeto-objeto, que es una estela que se pierde en el horizonte. Hasta el propio
Hobbes4 capta que cuando hablamos de deseo ello significa que el objeto apropiado está
siempre ausente. Para el psicoanálisis la naturaleza del ser humano, por sus condiciones
específicas de ser hablante, sexuado, mortal, es la de estar constituido y habitado
indefinidamente por una falta, un desamparo estructural, el desfase entre la naturaleza
innata de los animales y la construcción simbólica del orden humano al que adviene el
recién nacido. Así, el deseo es, por antonomasia, deseo insatisfecho, por “naturaleza…
humana”, si podemos expresarlo así, y no sólo por las supuestas dificultades o trabas que le
puede poner la realidad a su realización.
El sujeto tiene un desamparo estructural, una falta en ser, un deseo insatisfecho.
Deseo: eminentemente insatisfecho.
El carácter excéntrico del deseo se refleja asimismo en su evolución conceptual continua en
la enseñanza lacaniana, y sus implicaciones clínicas y para la política del psicoanálisis. Por
ejemplo, ya desde el Seminario 4, Lacan incide en la necesidad de particularizar la solución
edípica, que se descentra aún más a medida que avanza la investigación sobre la sexualidad
femenina, que lo lleva a considerar una disimetría básica del falo como significante del
deseo. En la vida amorosa de las mujeres suele producirse una convergencia de amor y de
deseo en el mismo objeto, que, para los hombres, en cambio, muta en tendencia centrífuga,
divergencia con relación al objeto de amor y de deseo. Así, en la Observación sobre el
Informe de Daniel Lagache5 Lacan singulariza el deseo femenino de la función del
fantasma en el hombre. El deseo masculino toma como modelo el deseo perverso, se
sostiene sobre semblantes falicizados, y recoge el objeto a como objeto pulsional parcial, Φ
(a). El deseo femenino, como avance de los desarrollos lacanianos posteriores sobre la
sexualidad femenina, se escribe A tachado (φ), sin referencia directa al objeto pulsional. En
el Seminario 19, Lacan6 recurre a Michaux para situar el excéntrico espacio femenino entre
centro y ausencia:

“Su modo de presencia es entre centro y ausencia. Centro: es la función fálica, de la cual
ella participa singularmente, debido a que el al menos uno que es su partenaire en el amor
renuncia a la misma por ella, ese al menos uno que ella solo encuentra en estado de no ser
más que pura existencia. Ausencia: es lo que le permite dejar de lado eso que hace que no
participe de aquella, en la ausencia que no es menos goce por ser goceausencia”.

En ese trabajo en progreso podemos distinguir momentos diferenciados en los que el deseo
va a estar referido fundamentalmente a alguno de los tres registros: imaginario, simbólico y
real. Así, el fantasma representa la doble relación del deseo con la dimensión imaginaria,
como sostén del deseo por la vía del narcisismo, y la dimensión simbólica, como escenario
que alojará la construcción del mismo. Ya en la segunda mitad de la década de 1950, Lacan
hace bascular la cuestión del deseo de reconocimiento, deseo de ser, a un deseo articulado
al lenguaje, al deslizamiento metonímico, en torno a la función causa. A partir de los
desarrollos sobre el fantasma y la pulsión, Lacan va a ir conformando la noción de goce.
Deseo y goce responderán a los dos regímenes con los que Lacan configura el concepto
freudiano de libido, que avanza a medida que la teoría integra el peso que el registro real
tiene en la clínica, donde la repetición, la fijación pulsional, y su inercia disruptiva, dan
toda la consistencia al síntoma. De ahí, J.-A. Miller evoca en la última enseñanza de Lacan,
y en relación al final de análisis y al pase, una “nueva alianza con el goce”7 que facilite una
relación inédita con el deseo, que pasa a considerarse entonces una forma de relación con el
goce, vivificación que sustituya a la mortificación del robo del goce a hurtadillas.

Así, la extravagancia del deseo implica también de manera directa a la propia práctica del
psicoanálisis. Lacan8 corrige la visión freudiana de la transferencia reducida a expresión
del deseo del paciente, y matiza que se trata del encuentro de dos operadores: el deseo del
paciente y también el del analista, que trabaja a la contra del deseo de felicidad y del no-
querer saber sobre el objeto causa del primero. En la aproximación lacaniana, el deseo del
analista se desvía del mero deseo de poder de las modalidades posfreudianas, para arribar a
un deseo de obtener la “diferencia absoluta”9, la que resulta cuando el sujeto, confrontado
al significante primordial, accede por primera vez a la posición de sujeción a éste. Deseo,
por tanto, de saber; no tanto de tener un saber, sino de “saber operar convenientemente, es
decir, que pueda darse cuenta de la pendiente de las palabras para su analizante, lo que
incontestablemente ignora”10. Sicut palea, “saber ser” el desperdicio de la experiencia
misma que es un psicoanálisis.
Referencias

Miller, J.-A, El deseo de Lacan, Buenos Aires, Atuel, 1997, pág. 33.
Lacan, J., El Seminario, libro 21: Les non dupes errent (Los no incautos yerran/Los
nombres del padre), clase del 20 de noviembre de 1973. Inédito.
Miller, J.-A., El deseo de Lacan, op. cit., pág. 32.
Hobbes, T., Leviatán o la Materia, Forma y Poder de una República Eclesiástica y Civil
(1651), Buenos Aires, FCE, 2003.
Lacan, J., “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de
la personalidad”, Escritos 2, México, Siglo XXI Editores, 1988, págs. 627-664.
Lacan, J., El Seminario, libro 19: …o peor, Buenos Aires, Paidós, 2012, págs. 118-9.
Miller, J.-A., Sutilezas analíticas, Buenos Aires, Paidós, 2011, pág. 232.
Lacan, J., El Seminario, libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
Buenos Aires, Paidós, 1987, pág. 281.
Ibid., pág. 248.
Lacan, J., El Seminario, libro 25: El momento de concluir, clase del 15 de noviembre de
1978. Inédito.

Deseo, culpa, angustia


Por Gabriela Alfonso Walz

Deseo, culpa, angustia. Estos tres significantes en el mismo enunciado evocan, sin lugar a
dudas, la neurosis. Son tres rasgos distintivos de la misma. Por la posición en el deseo, por
la expresión de la culpa y por el manejo de la angustia nos orientamos en la clínica acerca
de qué neurosis estamos hablando.

Si el sujeto que nos habla dice que las cosas le salen mal y que aún saliéndole bien no era
eso lo que buscaba, que la culpa la tiene el Otro, que todo ese trajín le da asco, tendremos
algunos datos para pensar en la histeria.

Si, por el contrario, siente remordimientos, la culpa le atormenta, y no reconoce sentir


angustia, pero le es imprescindible colocar todos los objetos en el mismo lugar y en el
mismo orden temporal, no sabe por qué, nos inclinaremos por el diagnóstico de neurosis
obsesiva.

Con Freud hemos aprendido que el determinante inicial de una u otra modalidad de la
neurosis se debe a un encuentro traumático con el goce en la primera infancia y que se
ordena en relación a la pasividad o actividad del sujeto. Si vivió una intrusión de goce en la
que se le supone una satisfacción al Otro estaremos en la histeria. Si, por el contrario,
después de esta experiencia es él quien se procura una satisfacción semejante de manera
activa, estamos en la neurosis obsesiva1.

Para ambos casos hay que aclarar que la fenomenología no es suficiente para diagnosticar
con Lacan. Será la posición del deseo y bajo transferencia que podamos orientarnos más
acertadamente acerca del diagnóstico. Actualmente tampoco es lo último establecer la
estructura. Estamos en el tiempo de valorar los anudamientos y esto nos lleva a ejercer la
clínica de otra manera.

Reflexionando sobre este eje que nos proponen las directoras de las Jornadas me han
venido al recuerdo retazos de conversaciones, momentos característicos del discurso de
algunos conocidos y una conferencia de Jacques-Alain Miller en España: “La contribución
del obsesivo al descubrimiento del inconsciente”2.
Es en este sentido que hago algunas reflexiones.

En primer lugar me voy a referir a “la trampa”. Es una constante que en el discurso del
obsesivo aparezca la trampa. Por tanto hay que considerarla estructural. Lo clínico luego es
ver qué forma toma y qué función precisa ejerce en la subjetividad del sujeto.

En principio la “trampa” parecería un sinónimo de “contrabando”, aquel al que alude Lacan


para hablar de la articulación del deseo que se da escamoteando el objeto3.

Y también se puede observar que el obsesivo no está dispuesto a perder nada. Por eso le es
tan difícil elegir y por eso tampoco está dispuesto a pagar4. Más fácil que pagar es
trampear.

Supongamos un sujeto, que atraviesa su vida sin decidirse entre dos mujeres. O dicho de
otra manera, se decide por una de ellas porque la otra le obliga a elegir. La “elegida”, cómo
no, es la del prestigio. Y la otra, la amada, se mantiene en la fantasía “como si fuera” la
amante a la que le une una relación secreta. Se da una situación actual de la dama de los
sueños idealizada y congelada. De esta manera se las ha arreglado para no perder a ninguna
de las dos. Pero le ha hecho trampa al deseo y la culpa no perdona.

Lacan en el mismo apartado del mismo texto señala que se paga con una libra de carne5. Si
bien se refiere al precio de la entrada en el lenguaje, esta coyuntura inaugural de la vida del
sujeto da la medida de lo que será recibir del Otro y pagar lo recibido. La posición histérica
siempre recibe de menos. La posición obsesiva no quiere pagar porque le cobran de más.
En cualquier caso el sujeto neurótico se siente defraudado (de fraude) por el Otro y con esa
posición fantasmática atraviesa luego la vida.

Puede darse el caso de un hombre que en la adolescencia quería recibir enseñanzas, favores,
prebendas en general, del otro. Para conseguirlo se colocaba en una posición de debilidad.
Ya en la edad adulta y con las enseñanzas recibidas e incorporadas le pareció que había
pagado un precio demasiado alto. Quedaría atrapado en un enfado permanente, que a su vez
sirve para colocar al otro a distancia. Doble jugada, pero qué precio tan alto puede suponer
no querer pagar.

Respecto al sentimiento de culpa, dice Miller, es polimorfo6. Se relaciona con el deseo


como fenómeno del mismo, se relaciona con la prohibición y la ley, se relaciona con el
exceso de goce, se relaciona con no gozar bastante y se relaciona con el aplastamiento del
deseo.
Culpa: se relaciona con el deseo, la prohibición y la ley. Exceso de goce, no gozar lo
suficiente y con el aplastamiento del deseo.
Cuando el sujeto obsesivo convierte la demanda en objeto, la demanda que espera le venga
del Otro, está anulando el deseo. Para que el deseo se mantenga como tal debe ir ligado al
enigma. Esto lo muestra claramente la histérica7.
Deseo: para mantenerse necesita el enigma, ¿la insatisfacción?
Así mismo nos muestran que la Dama debe mantener el “no” el mayor tiempo posible si
quiere despertar el deseo en el obsesivo. Será la manera de añadir una x que marque un
enigma en el deseo de la Dama. Si está pronta a decir “sí”, ha entregado sus armas.

Conozco el caso de un hombre muy atractivo que no solo es aceptado sin dilaciones por las
mujeres, sino que además se le adelantan en la propuesta de conocerse, encontrarse, etc. Le
sucede una vez tras otra. De manera que ya no le apetece salir ni conocer a nadie. Y ha
perdido todo deseo sexual hacia ellas. Se dice “esta vez será como todas, solamente se
convertirá en una cifra que engrose la lista”. Claro que esta entrega sin condiciones de las
partenaires no es la causa de la dificultad con el deseo, pero la incrementa.

En relación al deseo, el sujeto obsesivo se encuentra con enormes dificultades. Su drama es


que para que el deseo exista tiene que existir el Otro. Es el lugar de los significantes donde
todo deseo se estructura. Y él se esfuerza en mantenerlo, pero que no desee, a su vez. El
deseo del Otro no queda bajo su control, podría desear cualquier cosa. El obsesivo teme que
el deseo del Otro se reduzca al capricho. Lo inesperado, la sorpresa, le son intolerables.
Que el otro demande, sí. Pero dentro de un orden.

Vayamos al Seminario 8 8. Lacan da las claves para entender qué dificultades tiene el
obsesivo con su deseo. Cito: “No abolición, tampoco destrucción del deseo del Otro, sino
rechazo de sus signos. He aquí lo que determina esta imposibilidad tan particular que afecta
en el obsesivo a la manifestación de su propio deseo”.

Se aprecia con claridad la diferente relación que establecen la histérica y el obsesivo con el
Otro. La histérica sostiene el deseo, sostiene al Otro y para asegurar el deseo hace el
esfuerzo de quedar siempre insatisfecha. Justamente al contrario que el obsesivo. Para él se
trata de que el Otro desee, pero que el otro no muestre los signos del deseo. Que el Otro
desee es imprescindible porque de lo contrario no habría lugar para alojarse el sujeto, pero
una vez asegurado este requisito el obsesivo no quiere saber más de esto. Es un modo de
hacer trampa, como decía al principio. No enfrentarse con las consecuencias de que el Otro
desee. Más bien, no darse por enterado.

Para ello cualquier estrategia es válida. Como lo es, reducir Fi mayúscula a fi minúscula.
Sobreponer objeto a y fi (minúscula), estableciendo posteriormente la metonimia de los
objetos convertidos así en intercambiables. Así nos lo muestra el fantasma del obsesivo9.
El símbolo Fi (mayúscula) es el significante del deseo y en esa medida se presenta
degradado en la estructura obsesiva. Freud, dice Lacan, llamó a su caso “el hombre de las
ratas” cuando en realidad se trataba de una sola, aquella que dio pie al delirio del tormento.
Sin embargo, el plural pone en evidencia la metonimia de los objetos.

A este respecto podría hacerse mención a aquel(los) hombre(s) que tienen una agenda de
contactos femeninos en una lista para echar mano de ella cuando una relación se termina.
Añaden nombres, borran otros y van contactando por orden alfabético. Si una dice “no”, se
pasa a la siguiente.

El obsesivo toma como unidad de medida el fi minúscula solapada con el objeto a. De éste
modo se produce la sucesión de partenaires. Bien diferente a la experiencia de la histérica,
que pone el objeto a sobre la barra que oculta el “menos fi” de su propia castración
imaginaria. Una ruptura sentimental es estructuralmente más catastrófica para una histérica
que para un obsesivo por esta razón. Comparando el fantasma en la histeria y en la neurosis
obsesiva se entiende que la conmoción que pueda sufrir el fantasma en las rupturas
sentimentales tiene consecuencias muy diferentes en un caso y en el otro.

Para mantener a raya el deseo del Otro el sujeto obsesivo no puede encontrarse con el
espacio vacío entre significantes. Lo anula. Se puede comprobar en las sesiones cuan
ininterrumpido y veloz es a veces su discurso. No sea que el analista le haga una indicación
sorpresiva.

Las indicaciones que hemos recibido de Lacan para la clínica del obsesivo son todas a
poner en práctica: cortar las sesiones sin que se cierre el sentido, llevar al sujeto a reconocer
la parte que tomó en la aniquilación del deseo de uno de los progenitores por el otro, forzar
a que los encuentros no sean reencuentros. Y sobre todo, hablar poco.
Bibliografía consultada:
Freud, S., “Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa”, Obras completas,
Madrid, Biblioteca Nueva, T. 1, págs. 287-289.
Miller, J.-A., “La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente”,
Introducción a la Clínica Lacaniana, Barcelona, RBA, 2006, pág. 194.
Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos, RBA, Barcelona,
2006, pág. 613.
Miller, J.-A., “La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente”, op. cit.,
pág. 196.
Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, op. cit., pág. 609.
Miller,J.-A., “El Seminario de lectura del libro V de Jacques Lacan”, Barcelona, ECFB,
1998, págs. 108-109.
Ibid. pág. 106.
Lacan, J., El Seminario, libro 8: La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2003, pág. 282.
Ibid., pág. 287.

Gabriela Alfonso Walz, ELP, Valencia.

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