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El concepto espacio, desde la historia nos interesa sobre todo, como espacio
construido por los hombres, individual o colectivamente. Hespanha señala
caracteres que lo revisten de historicidad, los cuales son los de construido, simbólico y
heterogéneo. Vale decir que, en primer lugar, el espacio como extensión, una vez
convertido en espacio social por ocupación o apropiación, posee una significación
cultural que se construye con la práctica social de los hombres y que se manifiesta en el
conjunto de relaciones de los hombres entre sí y con su entorno.
En segundo lugar, los códigos sociales organizan el espacio mediante una
simbología social por medio de la cual lo transforman en una realidad portadora
de sentido que lo convierten en un difusor más de los valores sociales y políticos
dominantes y de su imagen del orden social. Ello se expresa a su vez en una
cultura jurídico política que se fundamenta en una concepción del mundo y del
hombre que, ademas de darle sentido, lo legitima como parte del orden existente
en cada formación social. De allí que el territorio y la división política del mismo
puedan transformarse en instrumentos de poder.
En tercer lugar, puesto que la práctica humana no es homogénea en un mismo
contexto social, la apropiación de la extensión por diversos niveles de aquélla,
tampoco lo es. La pluralidad del espacio “es consecuencia de la autonomía
relativa de los diferentes niveles de la práctica humana en el seno del sistema
social.”
La organización del espacio político de un estado contemporáneo, donde aquél
responde a lo que Max Weber considera un sistema legal-racional de dominación, difiere
de la del sistema de poder basado en una estructura de legitimación de carácter
tradicional (Weber). En el primero, la organización territorial aparece regida por normas
racionales y objetivas. Además debe poseer unidad y contigüidad territorial, centro único
y equilibrio de elementos. El segundo - monarquías unitarias o múltiples de las Edades
Media y Moderna - corresponde a espacios habitados por comunidades que obedecen a
sendas autoridades políticas y donde cada una de ellas vive bajo el mismo estatuto.
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El Poder Jurisdiccional: elementos para su comprensión
Pereyra, Osvaldo Víctor
Introducción
Sin duda, como individuos ubicados en la tensión modernidad- postmodernidad nos
hallamos hoy impregnados de una “cultura estatalista”. las coordenadas ordenadoras
del discurso político de nuestra modernidad se encuentra estructurado en tres
aspectos fundacionales: La ciudadanía (entendida en términos de derechos propios e
inalienables de todos los habitantes de una nación); La igualdad frente a la ley (en
relación a un marco jurídico regulatorio general, abstrac- to, racional, absoluto y
jerarquizado); La pertenencia a una comunidad política (los llamados estados-nación)
territorialmente consolidados en términos de fronteras y donde la forma estatal -poder
legítimo de do- minio político- ejerce plena soberanía.
En este sentido lo que entendemos por estado-nación es por lo tanto una invención
política que, desde finales de la edad Moderna, subvierte “revolucionaria- mente” el
orden político-social imperante en la Europa de las monarquías Absolutistas.
En tiempos anteriores a esta ruptura no existía la figura del “ciudadano” sino la del
“súbdito”, es decir, persona sujeta a la autoridad de un superior al que tiene la
obligación de obedecerle. De este modo, entre la cabeza del cuerpo político y el
pueblo hay un vínculo de obe diencia directa.
En dicho ensamblado corporativo tampoco podemos encontrar la idea de “individuo”
pues cada persona era reconocida en función al cuerpo político al que pertenecía y en
el que se encontraba adscripto, lo que termina ubicando al rey como el centro
dispensador de “gracias” y “privilegios”.
Tampoco debemos olvidarnos que en las sociedades de cuño Antiguo Régimen el
principio constitutivo era la “desigualdad originaria”. Es por ello que si bien todos son
súbditos la enorme variabilidad en la posición social de los mismos puede reducirse
analíticamente a solo dos grandes grupos de referencia: los “grupos privilegiados” y
los “no privilegiados”..
Resumiendo: frente a la que podríamos definir como una “cultura estatalista” se
yergue, en este tipo de sociedades pre-capitalistas, lo que podríamos definir como
una “cultura jurisdiccio- nalista”, constituida sobre ejes y axiomas muy diferentes a los
nuestros y donde el poder políti- co se materializaba en la “potestas” (potestad) o
poder jurisdiccional, la “jurisdictio” (juris-dictio= decir el derecho), noción que
simplemente hace referencia a la posibilidad por parte del titular legítimo de la misma
de establecer derecho y administrar justicia, es decir, de ejercer el dominio político
sobre los hombres.21
Este cuadro local se complejiza si a esta primera instancia sumamos también las
llamadas “justicias específicas”, aquellas que tenían injerencia y competencias sobre
asuntos particula- res.
Sin embargo, la complejidad jurisdiccional no termina allí ya que existía, de modo
para- lelo y sobre todo en los primeros tiempos de la edad Moderna, una activa
“justicia ecle- siástica” que muchas veces tendía a inmiscuirse en los espacios
propios de la jurisdicción real.
A pesar de esta sorprendente “mamushka”32 de esferas jurisdiccionales actuantes en las so-
ciedades de Antiguo Régimen también es necesario destacar que no todos los conflictos se
resolvían por la vía judicial. Debemos tener en cuenta que se hallaba conformada una esfera
supletoria de resolución de los mismos que algunos autores han definido como el de la
“Infraju- dicialidad”. Me estoy refiriendo con ello a las “mediaciones” y “arbitrajes” que
dirimían los con- flictos entre particulares y formaba parte de toda una “cultura del pleito”
extendida sobre el con- junto del tejido social.
La noción de “infrajudicialidad” no alude a un “espacio sin derecho”, todo lo
contrario, determina la extensión del mismo a los más recónditos intersticios del
entramado societa- rio. Es posible así comprender que solo una parte de los pleitos,
querellas, disputas y con- flictos llegaban así a la instancia de “judicialización plena”
y del “proceso judicial”, en este sentido debemos entender que lo que podemos
definir por conflictividad al interior de las sociedades de Antiguo Régimen supera,
por mucho, la documentación hallada en los lla- mados archivos judiciales. esta
esfera “infra-judicial” sin duda alguna, conformaba una parte importante del control y
el disciplinamiento social ejercido sobre las diversas poblaciones.
Conclusiones
Conclusiones del autor, q tienen q ver con las reflexiones del modelo jurisdiccionalista, en
torno a la adm de justicia en las ciudades del anriguo regimen. En primer lugar, la admn de
justicia se basa en una adm judicial q podriamos llamar acumulativa, donde encontamos
diversas instancias superpuestas Con el fortalecimiento de la monarquia todas ellas se
subordinaran a la justicia regia.
2- prima el “confusionismo” normativo. Las competencias de cada organo no tienen un limite
claro y existe mucha inejerencia en ellas.
3- el principio actuante es el de la justicia retenida en la figura del monarca y desde alli es
relegada a los distintos organos o agentes . Es decir, q prima una imagen domestica de la
adm de la justicia, a partir de la cual el rey actua como tutor y corrector, perosnlamente o a
traves de terceros.
4- se encuentra basada en el principio de indiferencia, es decir q la adm de justicia, es en si
mismo un acto de gobienro.
5- el sentido ultmo de la justicia en el antiguo regimen, es trascendente, es decir, no busca
alcanzar la verdad sobre un hehco, sino garatizar la paz y el orden en todas las comunidades
6- la ley tiene un carácter performativo”, es decir las acciones se realizan al momento de ser
enunciadas.
Todas estas características distintivas, sin ser las únicas posibles de relevar, definen
clara- mente el aspecto que presentan estos ordenamientos jurisdiccionales propios
de las socieda- des Antiguo Régimen. La indiferencia de esferas entre lo
público/privado; la justicia/derecho; el gobierno/justicia, etc., nacidas todas del
“quiebre” producido en la modernidad occidental remiten necesariamen- te a una
“reconstrucción arqueológica” (M. Foucault: 1970) que nos permita “rescatar” el (los)
sentido(s) que estas nociones tenían para los contemporáneos a fin de componer el
conjunto de prácticas institucionalizadas a los cuales necesariamente remiten.
Superar ese “hiato” inter- pretativo sigue siendo nuestro desafío como historiadores.