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VIERNES 27 DE JUNIO DE 2008

El AGUA convertida en Diosa


El agua era considerada como el hogar de ciertos dioses, además de ser un medio de transición hacia
el Más Allá. Por ello el agua era un importante lugar de culto para los pueblos celtas.

De igual forma, esa presencia en el mundo natural, iba muy unida a la idea de fertilidad. El mejor
ejemplo es que, por ejemplo en la mitología irlandesa, la unión de un rey mortal con la diosa de la tierra
propiciaba la fertilidad de Irlanda. El agua era considerada fuente de vida y también de muerte, por lo que los
cultos al agua fueron un rasgo predominante en su religión. Tal era así que los ríos poseían su numen y ya
desde la Edad de Bronce arrojaban a ellos objetos preciosos como ofrendas votivas y, en la Edad de Hierro, ríos
como el Támesis y el Witham recibían, concretamente, objetos marciales: armas, escudos y armaduras. Incluso
algunos ríos se “personificaban” como dioses. El mejor ejemplo es el mito del río Boyne, personificado en la
diosa Boann, a quien su marido, Nechtan, él mismo espíritu del agua, convirtió en río como castigo por haberse
atrevido a visitar su pozo prohibido “Sídh Nechtan).
También eran sagrados los lagos y pantanos. Cabe destacar que, por ejemplo, en el yacimiento de La Tène, en
Suiza, se crearon específicamente plataformas de madera para poder lanzar objetos preciosos en una pequeña
bahía en el extremo occidental del lago Neuchâtel. Allí se encontraron, como ofrendas, desde cientos de broches
y escudos, hasta carros y animales. En cuanto a las ciénagas, en ellas se desarrollaban importantes actividades
de culto y los celtas intentaban que los espíritus de los pantanos les fueran propicios por medio de ofrendas que
llegan incluso a sacrificios humanos. Se cuenta que la ofrenda más impactante realizada en un pantano de Gran
Bretaña fue encontrada en Lindow Moss: el cuerpo de un joven muerto a garrote y lanzado desnudo a una
charca pantanosa en algún momento de la Edad de Hierro.

Respecto a los pozos, eran considerados nexos de unión entre la tierra y el mundo de los muertos. La diosa
Coventina presidía un manantial y un pozo sagrados en la fortaleza romana de Carrawburg en el Muro de
Adriano. Por otro lado el Ciclo de Fionn destaca, al hablar del Salmón del Conocimiento, que el mismo vivía en el
fondo de un pozo. El culto a la diosa irlandesa Brigit, que posteriormente pasó a ser una santa cristiana, estaba
estrechamente ligado a los pozos sagrados. Finalmente, y respeto a los manantiales, éstos eran venerados para
agradecer sus propiedades curativas. Los dos manantiales de Chamalières, en Clermont-Ferrand, poseen
minerales con auténticas propiedades curativas. Tal es así que ya en el siglo Y a de Jesucristo, la charca era
visitada por devotos enfermos que ofrecían al espíritu que la presidía, imágenes de madera que los representaba
a ellos mismos, y en las que se destacaban, particularmente, enfermedades oculares. La deidad curativa
británica de mayor importancia fue Sulis, cuyo santuario estaba en Aquae Sulis, el gran templo de Bath, en un
lugar donde los manantiales termales salen a borbotones de la tierra a unos 1.130.000 litros al día.

Una de las más bellas, –de las numerosas leyendas–, que los celtas tejieron en torno al agua, es la del hada
Venela, quien por amor a un humano renunció a su inmortalidad par adquirir la condición de su amado y, cuando
fue abandonada por éste, se convirtió en llanto continuo, en agua que se desliza.

En el mismo sentido, se puede destacar el culto del agua, que tiene la función de ser creadora y
purificadora, un símbolo de la nueva vida. Venus, o Afrodita, sale de las espumas del mar en la mitología griega,
la cual fue influida por la mitología celta.

Pero esta no es la única influencia ya que en la religión cristiana, en la Biblia, el diluvio purificó la tierra de los
pecados de los hombres. El agua de lluvia es sagrada por venir del cielo, de los dioses. Con este agua la
naturaleza puede crecer. Las fuentes son sagradas porque se ven en su espejo verdades sobre uno mismo que
no se pueden ver de otra manera. Todavía hoy tenemos "fuentes" sagradas, se ve en cada iglesia católica: el
agua bendita.

Todas las aguas están pobladas de genios y espíritus protectores. En la noche de San Juan las aguas corrientes
tienen una doble virtud: sanan a la gente y, en esta noche feliz, se realizan todas las maravillas y milagros
cuando uno está cerca de un río. La virtud más alta la tiene el mar, que limpia nuestro cuerpo de los gérmenes,
de las enfermedades y de demás impurezas.

El culto a las aguas estaba muy extendido y nombres como Diva, Deva o Devona (la divina) eran apelación
frecuente de sus ríos.

Nos topamos con un elemento no sólo imprescindible para la vida sino también para cualquier tipo de
ritual. El agua, sin duda es básico como instrumento religioso, pero también es objeto de veneración en sus
diversas formas, como un río, una fuente, una cascada, un lago, un mar o un océano. Sería difícil hallar una
religión en la que el agua no tuviera un papel preponderante y fundamental. Es el símbolo de la purificación, de la
renovación, del cambio y la limpieza tanto física como moral.
Los rastros de esta manifestación ritual en Cantabria son bastantes numerosos y más que significativos. Aunque
en el mundo antiguo la participación del agua en el rito era fundamental, aún hoy en día se sigue manteniendo
una presencia importante en las ceremonias de muchas religiones. Incluso las rogativas para solicitar la lluvia o
bien para aplacarla no están lejanas en el tiempo. Cantabria se caracteriza, entre otras muchas cosas, por la
abundancia de agua en sus más diversas formas. Especialmente son los ríos lugares en donde encontrarnos con
la divinidad. Cantabria está surcada por lechos fluviales que constituyen el alma de los diversos valles; Saja,
Besaya, Deva, Nansa, Asón, Ebro y otros muchos fueron motivo de divinización. Y aunque todos han sido y son
realmente interesantes, sin embargo en lo que su participación en el mundo religioso se refiere, dos han escrito
una página importante en la tradición mitológica de la región, el Deva y el Ebro.

El río Ebro, Iber o Hiberus, tiene no sólo gran importancia en su relación con lo religioso o mítico, sino que la
magnificencia de este río la encontramos perfectamente atestiguada en la denominación de muchos elementos
peninsulares. No en vano la piel de toro hispana recibe el nombre de Península Ibérica, los habitantes de gran
parte de ella son los íberos, así como los celtíberos. En Cantabria Valderredible nos remite al río, Val de Ripa
Hibre, Valle del Ebro. Y no podríamos olvidarnos del nacimiento, la fuente, el lugar inicial del curso fluvial,
Fontibre.

El otro río en el que encontramos una clara referencia al mundo mítico-religioso es el Deva. Sólo su nombre nos
sitúa en las mismas puertas de la divinidad. Si hacemos un pequeño recorrido por las relaciones que este
nombre tiene en otras lenguas, no podremos dudar de que el propio río fuera venerado. Es un claro paradigma
de ese culto naturalista que hemos comentado entre los montañeses. Deva quiere decir “Divina o Diosa”, es un
término que se rastrea fácilmente en numerosos idiomas de origen indoeuropeo, aquí tenéis algunos buenos
ejemplos: céltico, Deva; antiguo irlandés, dia; Antiguo galés, duiu; antiguo córnico, duy (dios); latín deus (dios);
sánscrito, deva-h (dios). Este río fue venerado como tal, como divinidad de la naturaleza. Sin embargo el rito tuvo
una clara evolución, y a tenor de una inscripción encontrada en el Monte Cildá, podemos entender que lo que en
principio fue un simple culto natural, se convirtió en una divinidad concreta que mantenía el nombre del río, la
inscripción es la siguiente: Matri Dev[ae] / G(aius) Licinus Ci[s] / us templum [exv]oto, l(ibens) m(erito).” (A la
Madre Deva, Gaio Licino Ciso con motivo de un voto le dedica este recinto sagrado justa y merecidamente). Así
pues, Deva se convirtió en una divinidad femenina con un culto claramente atestiguado. Evidentemente, si
encontramos una inscripción como la referida es porque hubo muchas más que o bien han desaparecido o bien
todavía no se han localizado. La tradición de diosas entre los pueblos celtas y entre los mismos cántabros está
muy extendida y es una de las características diferenciales de estas sociedades.
La lingüística nos vuelve a echar una mano en nuestra labor de descubrimiento de las tradiciones mítico-
religiosas de nuestro pueblo, así encontramos términos como Aliva que interpretamos como Aa Diva, “Aguas
Divinas o Sagradas”, ya que agua en céltico se desprende de Aa.
Recurriendo de nuevo a los textos antiguos nos encontramos con que en la región también quizá los lagos fueron
lugar de interés mitológico. Suetonio, autor que vivió a caballo de los siglos I y II d.C. cuando nos narra la vida de
los Césares en su obra De Viris Illustribus, al hablar de Galba dice: “No mucho después cayó un rayo en un lago
de Cantabria y se encontraron doce segures, señal nada dudosa del poder imperial”. Antes, al referirnos al culto
en Cantabria de los lagos, usábamos la palabra quizá, porque en el texto original algunos autores leen lacum,
lago y otros lucum, bosque. Sea como fuere, esta noticia nos dice que doce hachas fueron presentadas como
ofrenda en Cantabria, bien en un lago o en un bosque, ambas cosas son más que posibles.

Otros lugares relacionados con el agua han recibido ofrendas, y aún las siguen recibiendo muchos. La fuentes
son un verdadero lugar de culto, símbolo de sabiduría y de conocimiento. Eran los emplazamientos destinados a
convertirse en lugar de reunión de los pueblos y de sus gentes más sabias. Fuente Dé, Fontibre y las Fontes
Tamáricas son las más destacables. Sobre estas últimas tenemos testimonios que nos indican que servían para
los augurios, es decir, a través de ellas se predecían acontecimientos del futuro. Estas fuentes consistían en tres
manantiales que curiosamente se secaban durante un tiempo y volvían a brotar de manera anárquica. Al parecer
si se acudía a verlas y éstas permanecían secas, eso simbolizaba un mensaje mortal para el curioso viajero, así
se afirma que ocurrió a cierto legado romano. También los romanos apreciaron las aguas de Cantabria y así lo
confirma la ofrenda conocida como Pátera de Otañes, una pieza votiva al poder curativo y posiblemente a la
ninfa de estas aguas, Umeri.

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