Sei sulla pagina 1di 4

8 COSAS QUE EL CORONAVIRUS DEBE ENSEÑARNOS

MARK ODEN
Leer Mateo 8:23-27
Me desperté esta mañana en Nápoles, la tercera ciudad de Italia puesta en cuarentena. Las
reuniones públicas, incluidos los servicios religiosos, han sido prohibidas. Bodas, funerales y
bautizos han sido cancelados. Han cerrado escuelas y cines, museos y gimnasios. Mi esposa y yo
acabamos de regresar de un viaje de compras que duró dos horas debido a las largas colas.
Actualmente, Italia tiene el número más alto de casos de coronavirus fuera de China. Como
resultado, se ha dicho a 60 millones de personas que permanezcan en sus hogares a menos que
sea absolutamente necesario.

¿Cómo debemos los cristianos responder a tal crisis? Respuesta: con fe, no con miedo. Debemos
mirar al ojo de la tormenta y preguntar: “Señor, ¿qué quieres que aprenda a través de esto?
¿Cómo intentas cambiarme?”.

Aquí hay ocho cosas que todos haríamos bien en aprender, o recodar, de este susto de
coronavirus:

1) Nuestra fragilidad

Esta crisis global nos está enseñando cuán débiles somos como seres humanos.

Al momento de escribir este artículo, se han reportado decenas de miles de casos de coronavirus
en todo el mundo, causando miles de muertes. Estamos haciendo todo lo posible para contener su
propagación. Y, en su mayor parte, creo que confiamos en el éxito final.

Ahora imagina un virus aún más agresivo y contagioso que el coronavirus. Ante tal amenaza,
¿podríamos evitar nuestra propia extinción como especie? La respuesta es claramente no. Es fácil
olvidarlo, pero los humanos somos débiles y frágiles.

Las palabras del salmista suenan verdaderas: “El hombre, como la hierba son sus días; como la
flor del campo, así florece; cuando el viento [o COVID-19] pasa sobre ella, deja de ser, y su
lugar ya no la reconoce” (Sal. 103:15-16).

2) Nuestra igualdad

Este virus no respeta las fronteras étnicas o las fronteras nacionales. No es un virus chino, es
nuestro virus. Está en Afganistán, Bélgica, Camboya, Dinamarca, Francia, Estados Unidos,
Republica Dominicana —cientos de países y contando han sido contaminados por el
coronavirus.
El color de nuestra piel, el idioma que hablamos, nuestros acentos, y nuestras culturas no cuentan
para nada a los ojos del coronavirus.

Todos somos miembros de la gran familia humana, creada a imagen de Dios (Gn. 1:17). El color
de nuestra piel, el idioma que hablamos, nuestros acentos, y nuestras culturas no cuentan para
nada a los ojos de una enfermedad contagiosa.

En nuestro sufrimiento, en el dolor de perder a un ser querido, somos completamente iguales,


débiles, y sin respuestas.

3) Nuestra pérdida de control

Todos amamos tener el control. Nos imaginamos capitanes y dueños de nuestro destino. La
realidad es que hoy, más que nunca, podemos controlar partes importantes de nuestras vidas.
Podemos controlar la calefacción y la seguridad de nuestra casa de forma remota, podemos
mover dinero alrededor del mundo con un clic en una aplicación, incluso podemos controlar
nuestros cuerpos a través del entrenamiento y la medicina.

Pero tal vez esta sensación de control es una ilusión, una burbuja que el coronavirus ha
reventado, revelando la realidad de que realmente no tenemos el control.

Ahora, aquí en Italia, las autoridades están tratando de contener la propagación de este virus
cerrando, abriendo, y volviendo a cerrar las escuelas de nuestros hijos. ¿Tienen la situación bajo
control?

¿Qué pasa con nosotros? Armados con nuestros desinfectantes en aerosol, tratamos de reducir los
riesgos de infección. No hay nada malo con esta actividad. ¿Pero estamos en control de la
situación? Difícilmente.

Isaias 46:9-10 “Recuerden las cosas que hice en el pasado. ¡Pues solo yo soy Dios! Yo soy
Dios, y no hay otro como yo. Solo yo puedo predecir el futuro antes que suceda. Todos mis
planes se cumplirán porque yo hago todo lo que deseo.

4) El dolor que compartimos al ser excluidos

Hace unos días, una miembro de nuestra iglesia viajó al norte de Italia. A su regreso a Nápoles,
fue excluida de una cena con colegas de trabajo. Le dijeron que sería mejor para ella no venir
debido a sus recientes viajes al norte, a pesar de que no había estado cerca de las zonas rojas y no
mostraba ningún síntoma de coronavirus. Obviamente, este distanciamiento la lastimó.

El dueño de un restaurante de 55 años del centro de Nápoles ha sido puesto en cuarentena


recientemente. Después de haber dado positivo por COVID-19, se dijo que se sentía
relativamente bien físicamente, pero se entristeció por las reacciones de muchos de sus vecinos:
“Lo que lo ha lastimado más que su diagnóstico positivo para el coronavirus, es la forma en que
él y su familia han sido tratados por la ciudad en la que vive” (periódico Il Mattino, 2 de marzo
de 2020).

Ser excluido y aislado no es algo fácil, ya que fuimos creados para relacionarnos. Pero muchas
personas, ahora, tienen que lidiar con el aislamiento.

Es una experiencia que la comunidad de leprosos de la época de Jesús conocía demasiado bien.
Forzados a vivir solos, caminando por las calles de sus pueblos gritando: “¡Inmundo!
¡Inmundo!” (cp. Lv. 13:45).

5) La diferencia entre temor y fe

¿Cuál es tu reacción ante esta crisis? Es muy fácil dejarse llevar por el miedo. Es fácil ver el
coronavirus en todas partes: en el teclado de mi computadora, en el aire que respiro, en cada
contacto físico y en cada esquina, esperando infectarme. ¿Estamos en pánico?

Es seguro que solo Jesús tiene el control de esta situación; es seguro que solo Él puede guiarnos
a través de esta tormenta

Quizás esta crisis nos está desafiando a reaccionar de una manera diferente, con fe y no con
miedo. No con fe en las estrellas, o en alguna deidad desconocida. Más bien, fe en Jesucristo, el
buen pastor que también es la resurrección y la vida.

Es seguro que solo Jesús tiene el control de esta situación; es seguro que solo Él puede guiarnos
a través de esta tormenta. Nos llama a confiar y creer, a tener fe y no miedo. Mateo 8:26

6) Nuestra necesidad de Dios y nuestra necesidad de orar

En medio de una crisis global, ¿cómo podemos nosotros como individuos hacer una diferencia?
A menudo nos sentimos tan pequeños e insignificantes.

Pero hay algo que podemos hacer. Podemos llamar a nuestro Padre en el cielo.

Ora por las autoridades que dirigen nuestros países y ciudades. Ora por los equipos médicos que
tratan a los enfermos. Ora por los hombres, mujeres, y niños que han sido infectados, por las
personas que tienen miedo de abandonar sus hogares, por aquellos que viven en zonas rojas, por
aquellos en alto riesgo de otras enfermedades, y por los ancianos. Ora para que el Señor nos
proteja y nos guarde. Ora para que nos muestre su misericordia.
Filipenses 4:6-7
6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda
oración y ruego, con acción de gracias. 7 Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento,
guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Ora también para que el Señor Jesús regrese, para que venga y nos lleve a la nueva creación que
ha preparado para nosotros, un lugar sin lágrimas, sin muerte, sin luto, llanto, o dolor (Ap. 21:4).

7) La vanidad de mucho de nuestras vidas

“„Vanidad de vanidades‟, dice el Predicador, „vanidad de vanidades, todo es vanidad‟” (Ec. 1:2).
Es muy fácil perder la perspectiva en medio de la locura de nuestras vidas. Nuestros días están
tan llenos de personas y proyectos, trabajos y listas de deseos, hogares y días festivos, que
podemos luchar para distinguir lo importante de lo urgente. Nos perdemos en medio de nuestras
vidas.

Nuestra especie, según Jesús, vive en las garras de un brote pandémico llamado pecado. ¿Cuál es
tu esperanza frente a ese virus?

Quizás esta crisis nos está recordando qué debería preocuparnos acerca de nuestras vidas. Quizás
nos esté ayudando a distinguir entre lo que tiene sentido y lo que no tiene sentido. Quizás
la Premier League, o esa nueva cocina, o esa publicación de Instagram no son esenciales para mi
supervivencia. Quizás el coronavirus nos está enseñando lo que realmente importa.

Colosenses 3:1-2 Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde
está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la
tierra.

8) Nuestra esperanza

En cierto sentido, la pregunta más importante no es, “¿Qué esperanza tienes frente al
coronavirus?”, porque Jesús vino a advertirnos de la presencia de un virus mucho más letal y
generalizado, uno que ha afectado a todos los hombres, mujeres y niños. Un virus que termina no
solo en una muerte segura, sino en la muerte eterna. Nuestra especie, según Jesús, vive en las
garras de un brote pandémico llamado pecado. ¿Cuál es tu esperanza frente a ese virus?

La historia de la Biblia es la historia de un Dios que entró en un mundo infectado con este virus.
Él vivió entre personas enfermas, no vistió un traje de protección química, sino que respiraba el
mismo aire que nosotros, comiendo la misma comida que nosotros. Murió aislado, excluido de
su pueblo, aparentemente lejos de su Padre en una cruz —todo para proporcionar a este mundo
enfermo un antídoto contra el virus, para sanarnos y darnos vida eterna. Escucha sus palabras:

“Jesús le contestó: „Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y
todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?‟”, Juan 11:25-26.

Potrebbero piacerti anche