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EL CAMINO DEL ESPÍRITU EN LA VIDA CONSAGRA-

DA: DESDE LA MEDIACIÓN FORMATIVA DE LA FOR-


MACIÓN INICIAL HASTA LAS MUCHAS MEDIACIONES
DE LA FORMACIÓN PERMAMENTE

P. Amedeo Cencini, FDCC

INTRODUCCIÓN
1- FORMACIÓN Y CONSAGRACIÓN: ALGUNAS ACLARACIONES
1.1- La idea en general
1.2- La docibilitas, condición personal fundamental
2 - FORMACIÓN INICIAL: ÚNICA MEDIACIÓN FORMATIVA
2.1- Mediación que educa
2.2- Mediación que forma
2.3- Mediación que acompaña
3- FORMACIÓN PERMANENTE: MUCHAS MEDIACIONES FORMATIVAS
3.1- “Con espíritu y verdad” (la oración educa)
3.1.1- Verdad del yo actual
3.1.2- Verdad del yo ideal
3.2- “Pan partido y sangre derramada” (la oración forma)
3.2.1- La oración, alma del apostolado
3.2.2- El apostolado, alma de la oración
3.3- “Todas mis ansias están en tu presencia” (la oración acompaña)
3.3.1- La docibilitas del corazón orante
3.3.2- Liturgia de las Horas y misterio del tiempo
2.3.3- ¿Miedo a la intimidad? (o bien, cuando no se tiene nada que decir a
Dios ...)

INTRODUCCIÓN

Creo necesario enfocar bien el contenido y el particular ángulo de visión de


nuestro encuentro. En efecto, nuestra conferencia no quiere ser una mera conferen-
cia sobre la dirección espiritual (DE), sino, si acaso, una reflexión sobre aquel ca-
mino del y en el Espíritu que evidentemente abraza la vida entera y que comienza
en el período de la formación inicial a la vida consagrada (VC), en el momento en
que la persona se deja educar-formar-acompañar por un hermano/hermana mayor a
lo largo de los caminos del Espíritu, para percatarse de a dónde la está llevando
Dios (por tanto, su propia verdad), qué se opone en ella a la invitación de Dios y lle-
gar a tomar una opción libre y responsable.
Esa experiencia articulada debería poner a la persona misma en condiciones de
continuar su educación-formación-acompañamiento durante toda la vida, liberándo-
la de cuanto en ella “no quiere” (o no puede) dejarse educar, o por su indisponibili-
dad formativa, o por el miedo a dejarse acompañar (la non docibilitas, o indocibili-
tas). Sobre todo, debería permitirle acoger las mediaciones – idealmente, todas -
educativo-formativas de la vida de siempre, como ocasión cotidiana y preciosa de
crecimiento. es Nos interesa principalmente este empalme, y no tanto el hablar de
la DE en sí misma. Empalme que es el punto central, y débil, de la formación per-
manente (FP). Comenzamos, pues, aclarando, por si acaso fuera necesario, el autén-
tico concepto de FP.

1- FORMACIÓN Y CONSAGRACIÓN: ALGUNAS ACLARACIONES1

Nuestra vida o es FP, o es frustración permanente, como bien sabemos por


desgracia. Sin FP va en onda el proceso contrario: la de-formación permanente, con
todos los fenómenos consiguientes de cansancio, repetitividad, desaliño, dejadez ge-
neral, inercia, mezquindad, jubilación precoz, pérdida de toda credibilidad, inefica-
cia apostólica, ... (cf. 22-23).
Pero nuestra FP es también un derecho de la gente a la que somos enviados
(49).
1.1- La idea en general
La FP es aquel camino de educación-formación-acompañamiento progresivo y
cotidiano, llevado adelante en el propio contexto habitual de vida, con los instrumen-
tos y las “herramientas” de la existencia de cada día, gracias a las personas que es-
tán a mi lado (que yo no he elegido y que no me han elegido). Ellas son, rigurosa-
mente hablando, mis “maestras de formación”, o las mediaciones formativas a tra-
vés de las cuales el Padre plasma en mí los sentimientos del Hijo, o es la comunidad
el lugar donde Dios me ha puesto y donde me hace crecer, donde sigue alcanzándo-
me con sus dones e incluso con sus provocaciones. Hablamos de la comunidad ante
todo religiosa; pero también, si bien en un nivel ulterior aunque siempre real, de la
comunidad civil, eclesial, donde me encuentro ejerciendo el apostolado (45). Conlle-
va, pues, aquella constante disponibilidad para aprender (=docibilitas) que se expre-
sa en un conjunto de actividades ordinarias, y hasta extraordinarias, de vigilancia y
discernimiento, de ascesis y oración, de estudio y apostolado, de comprobación per-
sonal y comunitaria, etc., que ayudan cotidianamente a madurar en la identidad
creyente y en la fidelidad creativa a la propia vocación en las diversas circunstancias
y fases de la vida. Hasta el último día.
La FP es exactamente este proceso humano-divino en acto; es el sujeto que de
hecho se deja provocar y plasmar por la existencia de todos los días, no simplemente
en las ocasiones especiales y a través de intervenciones excepcionales, sino a través
de los que podríamos denominar “instrumentos (o agentes) cotidianos” de la FP
misma, desde las mediaciones más humildes y ordinarias hasta aquellas más in-
trínseca y explícitamente formativas: la relación con Dios y con los hermanos, la
Palabra-del-día y las palabras de todo día, la parroquia y el ambiente de trabajo, la
comunidad religiosa y la gente de todo tipo, los acontecimientos y hasta los inciden-

1
Retomo aquí ideas que he expuesto de forma más precisa y articulada en mi volumen Il respiro della vita.
La grazia della formazione permanente, Cinisello B. 2002. Las páginas entre paréntesis en el texto reenvían al vo-
lumen en cuestión. (Existe la traducción en español: La Formación permanente)
tes, los superiores y la gente humilde, los signos de los tiempos y el carisma del Ins-
tituto, lo cotidiano más ordinario y aun los imprevistos, etc.2
Por tanto, la FP:
- no es lo que viene después, sino lo que viene antes,
es regazo, idea-madre (25), comienza mientras el sujeto va adquiriendo aquella
disponibilidad para aprender de la vida y de los demás.
- no es proyecto humano (más o menos soportado), sino obra del Padre
por consiguiente, gracia que en la vida y a través de la vida consagrada forma
el corazón del Hijo-Siervo (27.14), gracia ya presente en la vocación, que es una lla-
mada cotidiana (“matutina”), en la Palabra-del-día, en la Eucaristía-del-día, en la
Liturgia y en el año litúrgico, en algo que el Padre-Dios pone ya en acto continua-
mente para mí.
Por lo cual la formación inicial prepara para la consagración; pero es la FP la
que forma al consagrado (29-30);
- no es realidad extraordinaria ni eventual, sino ordinaria y cotidiana
gestionada a través de las cosas y las personas que viven a mi lado, santas y no
tan santas (cf. 87 nota 9), y que, en todo caso, son mediación, por misteriosa que sea,
de la acción formativa del Padre, a través del horario y las ocupaciones y las ruptu-
ras de siempre. La FP es don ya dado (37-38).
¡”Todo es gracia” porque todo es FP!
- no es realidad universal ni dada por supuesto, sino fruto de la decisión
del individuo
la formación es permanente sólo y cuando la persona ha dado una perspectiva
definitiva o consumada a su propia vida y a partir de ese momento; no necesaria-
mente cuando ha terminado ni porque se ha concluido la fase denominada inicial.
Cuando el consagrado toma en su corazón la decisión de seguir al Señor, ya en aquel
mismo momento y sólo desde aquel momento inicia y se hace realidad la FP. Por
este motivo, para alguno la FP ha comenzado muy pronto, para otros no ha comen-
zado nunca.
- no está terminada jamás, porque en nosotros hay siempre una parte del
yo menos “docible”
De hecho, nadie es entera e interiormente libre de dejarse formar durante toda
la vida; hay en cada uno de nosotros una parte, un aspecto, alguna faceta del yo,
una tendencia o una pulsión instintiva, una actitud o una espera inconsciente ... que
queda o corre el riesgo de quedar fuera de este camino, donde somos rígidos, cerra-
dos, no aceptamos provocaciones, y que nos vuelve sordos y mudos e insensibles an-
te la realidad externa (y a la Palabra misma de Dios), como una especie de zona
anestesiada o paralizada que ya no responde. A veces, por desgracia, no está cir-
cunscrita a sí misma, sino que, como una célula cancerígena, tiende a extenderse e
infectar el resto de nuestro mundo interior. Es menester mucha atención y vigilan-
cia en ese sentido. La FP es, sobre todo, cura de esta área. Esta “zona salvaje”

2
Cf Vita consecrata, 65.71.
- normalmente es menos conocida, menos conocible en sus consecuencias
(en ese sentido, no está e-ducada),
- no ha recibido y no está disponible para asumir como norma de vida la
forma de los sentimientos del Hijo (en ese sentido, no está formada),
- ni sabe aprovecharse de las diversas mediaciones de la vida, no es libre
para dejarse condicionar, instruir y llevar por ellas (en ese sentido, no se deja
acompañar).
1.2- La docibilitas, condición personal fundamental
Si es gracia, es preciso tener una actitud correspondiente (como ocurre siempre
en lo tocante a la gracia), una disposición pertinente, humilde, aguda, flexible, re-
ceptiva, emprendedora, o sea, la docibilitas3, dado que de ninguna manera hemos
dicho que “errando se aprende”. Una actitud de ese tipo debería ser objeto de aten-
ción en la primera formación y fruto de la misma. En cierto modo, es más bien el
punto de encuentro entre formación inicial y permanente, en torno al cual gira todo
nuestro razonamiento y que, de hecho, posibilita continuar la formación de la per-
sona durante toda la vida.
Pues es lo que lo hace libre de dejarse tocar-educar por la vida, por los demás,
por toda situación existencial, y de aprender de la vida y de la experiencia (cosa que
de ningún modo hay que dar por descontada); docibilitas que no es sólo docilitas,
porque es aquella inteligencia del espíritu que conlleva algunos factores precisos,
además de la acogida “dócil”, obediente y una pizca pasiva, a saber:
- la plena implicación activa y responsable de la persona, primera prota-
gonista del proceso educativo;
- una actitud fundamentalmente positiva en relación con la realidad: de
reconciliación y gratitud hacia la propia historia personal y de confianza hacia
los demás, porque de hecho la vida y los demás me han formado, mi formación
no es un hecho autónomo, nadie se-ha-hecho-por-sí-solo;
- la libertad interior y el deseo inteligente de dejarse instruir por cual-
quier fragmento de verdad y belleza del entorno, gozando de lo que es verdade-
ro y hermoso;
- la capacidad de relación con la alteridad, de interacción fecunda, activa
y pasiva con la realidad objetiva, ajena y diversa respecto al yo, hasta dejarse
formar por ella.
Estas actitudes ponen al sujeto en condiciones de “aprender a aprender”, o sea,
de vivir en perenne estado de formación durante toda la existencia. Precisamente
este constante estado interior de libertad para aprender en la vida y de la vida es el
punto de llegada de la formación inicial; y precisamente en ese punto la formación
inicial se “abre” a la formación continua y se suelda con ella.

2 - FORMACIÓN INICIAL: ÚNICA MEDIACIÓN FORMATIVA

3
Literalmente el término debería traducirse como “enseñabilidad”, o sea, como disponibilidad del sujeto para
dejarse instruir-enseñar. En nuestro contexto preferimos darle un significado más activo y emprendedor.
Así, pues, vamos a intentar hacer ver cómo la primera formación habría de
crear un cierto habitus, entrenando al joven en recorrer recorridos precisos, que son
como procesos pedagógicos, conexos con las clásicas articulaciones de educar-
formar-acompañar, y que habrían de continuar después durante toda la vida, si
bien con modalidades diversas. Digamos de inmediato que tales mediaciones supo-
nen, por su propia naturaleza, una relación explícita, metódica y regulada por leyes
precisas, con un hermano/hermana mayor, en la fe y en el discipulado.
2.1- Mediación que educa4
La primera mediación es la de educar, en el sentido de e-ducere, sacar o e-vocar
la verdad de la persona, lo que ella es, a nivel consciente e inconsciente, con su his-
toria y sus heridas, sus dotes y sus debilidades, para que pueda conocerse y reali-
zarse del mejor modo según sus posibilidades.5
Por tanto, es una intervención directa sobre el yo actual del individuo. Y ha de
preceder absolutamente a la formación verdadera y propia: si antes no se descubre
la verdad y no se provee a liberar al sujeto de cuanto le impide realizarse en la ver-
dad del yo, la sucesiva intervención formativa no surtirá efecto.
Educar, en ese sentido, es típico del Padre-creador, que creando educe, saca las
cosas del caos y las criaturas de la nada, para dar orden y transmitir vida; o bien
Dios Padre es de nuevo el modelo de este proceso pedagógico cuando educa a su
pueblo, sacándolo de la esclavitud de Egipto con mano poderosa y brazo extendido,
atrayéndolo hacia Sí con ataduras de bondad y ternura, pero también reprochándole
y corrigiéndole como hace un padre con su hijo (cf. Dt 1,31; 6,21; 9,26). En este caso,
educar significa siempre participación en la acción creativa y constructiva de Dios;
es algo que regularmente se extiende en tiempos largos; significa dejarse escudriñar
continuamente por su ojo y su palabra; o la valentía constante de sacar a la luz la
propia verdad, sin contentarse con la sinceridad.
Así, pues, será importante que la primera formación sugiera un método que
permita vigilarse a sí mismo, de modo inteligente y agudo, para llegar a discernir la
presencia de inmadureces y, sobre todo, a identificar con precisión el personal con-
flicto central. No basta, pues, con aprender a observar el comportamiento externo, ni
contentarse con lo que se descubre dentro de sí. En verdad se deja educar sólo quien
sabe percibir, además de la conducta observable y de las costumbres, sus actitudes,
o sea, sus predisposiciones para obrar o sus estilos de vida, listos para su uso como
un esquema fijo (por ejemplo, cómo reacciona cuando se le ofende, o sus criterios
para enjuiciar, sus gustos y, en definitiva, su conciencia); para pasar a continuación
a los sentimientos, a la identificación de lo que siente en las diversas circunstancias
de la vida (por ejemplo, no basta con que perdone, es menester ver qué siente dentro
de sí hacia el otro); y finalmente llegar a las motivaciones, a la tentativa –con otras
palabras– de pasar del qué he hecho (=comportamientos) al cómo he obrado
(=actitudes y, en parte, sentimientos), para comprender por fin por qué y por quién
he actuado, cuál es la raíz del sentir y del obrar, de ciertas decisiones o de la opción
vocacional misma (¿el amor de Dios u otros objetivos?, ¿el abandono en las manos de
Dios o la pretensión de autogestionarse, o miedos varios? ...).

4
Para un tratamiento más amplio y profundo al respecto cf. A.Cencini, I sentimenti del Figlio. Il cammino
educativo nella vita consacrata, Bologna 2000, pp. 43-51.
5
Cf C.Nanni, “Educazione”, in AA.VV., Dizionario di scienze dell’educazione, Roma 1997, p.340.
Tales operaciones tienden a descubrir la así denominada inconsistencia (o in-
madurez) central que, cuando es inconsciente, se coloca en el centro de la vida psí-
quica y desde allí “chupa” como un extractor una notable cantidad de energía; es
indispensable saber reconocerla cuanto antes, para intervenir tempestivamente y
no perder tiempo y energías preciosas, e impedir que el problema se haga crónico e
insoluble creando en la persona una especie de sordomudez que le impide no sólo
comunicarse, sino valerse asimismo de las numerosas ocasiones que ofrece la vida
para seguir en el camino del conocimiento de sí mismo, empresa por su propia natu-
raleza jamás terminada. O, aún más, la inconsistencia es o crea una especie de
equívoco de fondo, confunde y distorsiona el juicio de la mente y del corazón, burla
al individuo y lo impele a buscar su bien y su felicidad allí donde no podrá encontrar
ni el uno ni la otra. Es un equívoco que causa un increíble desperdicio de energías, y
también de punzantes desilusiones.
Una buena educación es siempre preventiva; pero es igualmente la que pone al
joven cada vez más en condiciones de “obrar por sí mismo”, proponiéndole un méto-
do gracias al cual aprenda, y continúe después, a conocerse y a descifrar sus esta-
dos de ánimo, a no contarse mentiras y a comprender de dónde provienen sus pro-
blemas, sus miedos y defensas, sus distorsiones perceptivas y expectativas no realis-
tas. Aquí comienza y recomienza siempre, desde el principio, la libertad de la perso-
na: ¡desde el pesado trabajo de decirse la verdad! Podríamos afirmar que es el méto-
do inteligente y humilde del examen de conciencia, o del examen de la conciencia ...
No se pretende – precisemos, pues – que la primera formación cancele todas
las inconsistencias del sujeto, sino que le ayude a precisarlas, a ponerse frente a
ellas con sentido de responsabilidad, para encontrar el camino que le permita ser
cada vez menos dependiente de las mismas, e impedir – en especial – que falseen su
relación consigo mismo, con los demás, con Dios y su palabra. Si no se produce este
desbloqueo interior en el período de la formación inicial, será muy difícil que el suje-
to esté disponible para aprender o para dejarse formar, o “docible”, en las fases su-
cesivas de la vida. Porque algo que no conoce y que, sin embargo, le vive dentro,
condiciona su ser en todos los niveles: desde amar a decidir, desde percibir gozos y
esfuerzos a interpretar nerviosismos y temores. El sujeto podrá, asimismo, hacer
muchas experiencias y tejer una infinidad de relaciones, poseer una cierta cultura y
tener un cierto número de oportunidades que disfrutar, etc.; pero, si no se conoce
suficientemente, de modo especial en sus propias inmadureces y en las consecuen-
cias, es como si estuviera bloqueado por dentro, “trabado” de forma inextricable en
torno a ellas. Efectivamente, la inconsistencia crea un modo correlativo de ver las
cosas y de gestionar los acontecimientos, hace brotar atracciones y repulsiones,
orienta la sensibilidad y la conciencia misma; al límite, nos vuelve ciegos y sordos, o
excesivamente susceptibles y malpensados6... Y, naturalmente, aleja cada vez más
de la verdad sobre uno mismo, impidiendo a la persona aprovechar las oportunida-
des de los demás y de la relación interpersonal para llevar adelante su camino edu-
cativo hacia la verdad. Por ejemplo, ante una maledicencia o una ofensa contra él,
esa persona reaccionará sintiéndose ofendida y resentida, vengándose o haciéndose
la víctima; pero, en todo caso, sin tener la valentía y la libertad de descubrir la ver-
dad, quizás parcial, de aquel contenido. Quien ha aprendido a conocerse en su ver-

6
Acerca de la naturaleza y el dinamismo de la inconsistencia en un contexto creyente cf. Cencini, I sentimen-
ti, 179-182.
dad aprovecha también las situaciones penosas (maledicencias, fracasos, malogros,
problemas relacionales ... y reacciones subjetivas a estas situaciones) para proseguir
en esta peregrinación hacia la raíz del yo.
Pero hay otro objetivo importantísimo hacia el que debe tender la primera edu-
cación y que forma parte siempre de aquel método saludable que la persona ha de
poseer: el de aprender a vivir la consciencia de las propias debilidades frente a Dios
y a la cruz del Hijo. Esas debilidades son instrumento misterioso mediante el cual
encuentra y experimenta la misericordia divina y supera y abandona la pretensión
de merecerse el amor divino; y, aprendiendo a reconocer y aceptar su fragilidad,
comprende y acepta también las debilidades ajenas. La primera educación no tiende
a crear superhombres del espíritu, sino individuos que, como Pablo, tienen la valen-
tía de descender a los infiernos y detectar la raíz de sus males, llegan a experimen-
tar la impotencia ante ellos y, precisamente en esta debilidad aceptada y vivida an-
te la cruz del Hijo, experimentan una radical liberación, la del narcisismo invasivo.
Por consiguiente, en esta fase educar significa educar en el descubrimiento de
sí y en la aceptación del otro; es pasar de la sinceridad a la verdad. Es educación en
la oración “con espíritu y verdad” (Jn 4,24): en la oración como lugar ideal donde
esta verdad de sí mismo resuena ante la verdad de Dios, donde el creyente puede
escuchar y contar a Dios “toda la verdad” (como la hemorroísa cuando se vio descu-
bierta) y, al verse acogido, puede abrirse – a su vez – a la acogida del otro y de su
entera verdad.
2.2- Mediación que forma
No basta educar; también hay que formar, proponer un modelo preciso, como
un nuevo modo de ser o una “forma” que constituye la nueva identidad del consa-
grado, lo que está llamado a ser, su yo ideal. Esa forma está constituida por la vida
del Hijo, por su pasión por el Reino, por el Padre, por la humanidad entera, por sus
sentimientos. Pero una auténtica forma de vida se transforma también en norma, se
encarna en normas precisas y concretas, no se detiene simplemente en el plano
ideal o emotivo, sino que dicta después un correlativo estilo existencial, una regula
vitae, un ordo que da linealidad y coherencia a la persona y a sus actividades. Una
forma que no se hace norma, corre el riesgo de quedarse aérea e insignificante; una
norma que no se inspira en una forma, carece de alma y genera legalismo y mora-
lismo.
En el camino inicial formativo es, pues, importante ser precisos y no confundir
los horizontes: la VC no tiende a la autorrealización, como si el primero y único
mandamiento fuera el de afirmarse en la vida, quizá compitiendo y perjudicando a
los demás, y sin novedad alguna para un yo destinado a repetirse hasta el infinito.
El proyecto de consagración tiende a una superación de lo humano que, mientras
llama al individuo al nivel más alto de sus propias posibilidades, le da también tan-
tísimas cosas; lo atrae porque es fuente de su verdad, mientras que le propone un
camino liberador (y, sin embargo, penoso) de conversión.7
Así, si el educar es evocativo de la verdad del hombre, el formar comporta una
pro-vocación de lo humano, una proposición que, precisamente porque pide dar el
máximo de sí mismo, desvela finalmente aquello de que es capaz el individuo. En

7
Cf C.Nanni, “Formazione”, en AA.VV., Dizionario, 432-435.
todo caso, una auténtica actividad formativa tiene efectos rompedores: es novedad
que sorprende y a veces asusta, crea nuevas expectativas y solicitaciones, conlleva
tensión e incluso insatisfacción, pide cambiar las costumbres y los viejos estilos de
vida, desplaza hacia adelante el equilibrio de la persona en dirección a horizontes
insospechados, abre una nueva fase de vida, pero solicita también resistencias y de-
fensas ... Si educar es roturar el terreno, formar es inyectar en él la vitalidad de la
semilla, como fuerza prorrumpiente y portadora de vida nueva; aquella semilla que
cae en tierra, muere y fructifica.
Aún más, si el educar corresponde al Padre, el formar parece ser actividad
principal del Hijo, obviamente sin ninguna rígida y exclusiva atribución. En efecto,
el modelo típico de la VC, como hemos indicado ya, son “los sentimientos del Hijo”;
por consiguiente, ¿quién mejor que el Señor Jesús puede llevar adelante esta pa-
ciente obra de formación en el corazón del joven consagrado?
Es muy importante – no sólo sugestivo – sentir así la relación con Cristo, el
verdadero (padre) Maestro de la vida, el camino, la verdad y la vida, el único que
de veras puede transmitir y “plantar” en el corazón su sentir, hacer vibrar con su
amor, volver contagiosa su pasión por el Reino ... Si Él y sus sentimientos son el ob-
jetivo final de la formación, sólo Él podrá ser el alfarero del que habla el profeta Je-
remías, que trabaja con infinita y testaruda paciencia con su arcilla y la trabaja y la
cincela, la modifica y perfecciona, la corrige y embellece ... hasta volverla “como me-
jor le parece” (Jer 18,4); “Señor, ... nosotros la arcilla y tú el alfarero” (Is 64,7).
Punto crucial del camino formativo es el momento en que el consagrado reco-
noce en Cristo su propia identidad. La verdad-belleza-bondad del valor llegan a ser
entonces progresivamente la verdad-belleza-bondad del sujeto; los sentimientos de
Cristo se convierten cada vez más en los sentimientos del joven. Es el punto neurál-
gico de todo el proceso pedagógico, que hay que vivirlo con la totalidad de las fuer-
zas psíquicas: con el corazón para que se enamore de Dios, con la mente para que lo
contemple, con la voluntad para que aprenda a desear sus deseos. Por un camino
que deberá continuar toda la vida, pero que difícilmente podrá darse después si la
chispa no ha saltado en la primera formación.
En concreto, se tratará de reanudar el camino desde el punto aquel a donde
había llegado la acción educativa, desde aquel equívoco de fondo o desde aquella
inconsistencia que daba a la vida una orientación errada e ilusoria; con el proceso
formativo la persona debería sustituir lentamente el equívoco con una nueva opción
de fondo, ahora modelada sobre la decisión de seguir al Señor Jesús y su pascua de
muerte y resurrección. Es como un camino de nueva subida partiendo desde el nue-
vo centro, que es la cruz de Jesús, que imprime una nueva forma a motivaciones,
sentimientos, actitudes, comportamientos. Es el nacimiento y crecimiento del hom-
bre nuevo.
La formación, concebida así, es de veras libertad que nace de la verdad: liber-
tad de dejarse atraer por la hermosura del Hijo y de sus sentimientos; una libertad,
pues, que penetra en la mística; y, además, libertad de dejarse plasmar por el Espí-
ritu del Padre; y, por consiguiente, libertad que se vuelve ascética. El consagrado es
un esteta de lo divino, hasta el punto de saberlo diseñar en lo humano, incluso en
aquella realidad tan humana como son los sentimientos.
2.3- Mediación que acompaña
Finalmente, la tercera articulación, que en cierto modo representa el estilo pe-
dagógico general. El educador-formador de quien hemos hablado es un hermano
mayor, mayor en la experiencia existencial y en el discipulado, que se pone al lado
de un hermano menor para compartir con él un trecho de camino y de vida, a fin de
que éste pueda conocerse mejor a sí mismo y el don de Dios, y decidir responderle en
libertad y responsabilidad8. La faceta del yo que aquí se convierte en objeto específi-
co de atención es el yo relacional.
El acompañamiento es el estilo de Emaús, icono de todo acompañamiento en la
fe. Pero, sobre todo, es el estilo del Espíritu Santo, el “dulce huésped del alma”, la
compañía de Dios en nosotros, el iconógrafo interior que plasma con fantasía infini-
ta el rostro de cada uno según la imagen de Jesús. “Su presencia está siempre al
lado de todo hombre y mujer, para plasmar y modelar tal identidad exactamente
según el modelo del amor divino. Este ‘troquel divino’ el Espíritu santificador inten-
ta reproducirlo en cada uno, como paciente artífice de nuestras almas y ‘consolador
perfecto’”9. Es fundamental, pues, que el joven sienta al Espíritu como a su amigo
fiel, como memoria de Jesús y de su Palabra, como a aquél que lo conducirá al pleno
descubrimiento de la verdad y a la sabiduría del corazón, como guía con la mirada
celosa sobre Jesús y sobre los llamados para hacer de ellos sus testigos.
La consciencia y el gusto de la “compañía” del Espíritu harán al joven consa-
grado cada vez más disponible para hacerse acompañar por un hermano mayor, sin
pretender que sea perfecto. Quien se confía al Espíritu se fía también de sus media-
ciones; quien ha aprendido a entregarse al Espíritu no teme – hoy que es joven –
compartir un trecho de su historia, encomendándola a las manos de un hermano
mayor. Mañana, cuando será más anciano, aceptará que otro lo lleve a donde él no
sabe, que otro lo ciña ... Así, pues, confianza, abandono, entrega de sí se transfor-
man en las virtudes típicas, como el fruto de esta intervención pedagógica.
Desde el punto de vista ... “agrario”, después de la roturación del terreno
(=educación) y de la siembra de la buena semilla (=formación), el acompañamiento
implica todas aquellas atenciones que el buen campesino dedica y reserva a la pe-
queña planta que está a punto de crecer; concretamente está a su lado, en cierto
modo la ve florecer lentamente, como si su mirada favoreciera su crecimiento, la
cuida y la protege.
Las características esenciales del acompañamiento como método pedagógico
son tres:
- La primera la da el compartir realmente, físicamente, la vida. Para observar la
conducta y remontarse desde ésta a las actitudes y después a los sentimientos y moti-
vaciones, es indispensable vivir en contacto con la persona, con una atención inteli-
gente. La vida cotidiana, y la convivencia, son la mejor fuente de información para co-
nocer a un individuo; poder detectar ciertos matices comportamentales - como reac-
ciones, simpatías, antipatías, emociones, depresiones, costumbres, bromas, intoleran-
cias, olvidos, nerviosismos, preferencias, extrañezas, etc. – permite tener un cuadro
relativamente completo y así poder llegar más fácilmente a la identificación de la si-
tuación general y de la inconsistencia central.

8
Cf A.Cencini, Vita consacrata. Itinerario formativo lungo la via di Emmaus, Cinisello B. 1994, p.60.
9
Pontificia Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, Nuevas vocaciones para una nueva Europa. Documento
final del Congreso sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa, Roma 5-10 de mayo de
1997, n. 18b
- La segunda condición es la competencia-preparación del educador-formador
que, si quiere de veras acompañar a un hermano a lo largo de los caminos del Espíri-
tu, debe aunar la sabiduría espiritual con el conocimiento del corazón humano o de las
leyes del desarrollo psicológico. En resumen, todo lo que le permita intervenir no sólo
para indicar el punto de llegada, sino para detectar la verdad del individuo, a nivel
consciente e inconsciente, para sugerir un método de solución de sus problemas y
ayudarle a dejarse formar por la acción del Espíritu, superando resistencias y miedos.
Una competencia como ésta puede ser fruto solamente de un camino regular y siste-
mático de formación del formador. No es la competencia del psicólogo, sino del hombre
espiritual que, precisamente por ser tal, echa mano también de las ciencias humanas
para disponer el corazón a acoger al Espíritu.
- Finalmente, el elemento quizá más peculiar y original del concepto de acompa-
ñamiento. Por el latín medieval sabemos que este término proviene de cum-panio, que
sería “el que tiene el pan en común”10. Acompañar a un joven hacia la consagración no
significa simplemente dar una dirección (espiritual) a su vida o, en todo caso, ofrecer
únicamente enseñanzas o establecer una relación que va en una sola dirección; sino
que quiere decir también hacer o celebrar juntos una experiencia, que será siempre
nueva e inédita en cuanto que es experiencia de Dios, entre dos personas que han he-
cho y están haciendo un camino hacia Él. Esencialmente, acompañar quiere decir
compartir, y compartir algo vital como “el pan del camino”, o sea la propia fe, la me-
moria de Dios, la experiencia de la lucha, de la búsqueda, del amor a Él ... No estamos
diciendo que el formador deba desvelar necesariamente su intimidad, como si la rela-
ción de acompañamiento fuera sólo de tipo amistoso; sino que, en todo caso, debe ser
consciente de la inevitable implicación personal de su camino de creyente, para acep-
tar estar cercano a aquel a quien acompaña y compartir con él cuanto él mismo ha ex-
perimentado ya como importante para encontrar a Dios y dejarse amar por Él. Un
formador jamás es tan convincente como cuando sabe confesar su fe; entonces no sólo
educa la fe del joven, sino que en cierto modo entra en el interior de aquel mismo ca-
mino para hacer una experiencia nueva de Dios y dejarse él mismo formar por ella.
Hermano mayor y hermano menor, ambos acompañados por el Espíritu de Dios, el
único formador. La suya no es simple amistad, sino amistad o compañía en el Espíri-
tu11.
Llegados aquí, se puede decir en verdad que, acompañando a un joven a lo lar-
go de los caminos del Espíritu, el formador lleva adelante su formación permanente.

3- FORMACIÓN PERMANENTE: MUCHAS MEDIACIONES FORMATIVAS

No es verdad siempre y necesariamente que “la experiencia enseña”, o que


errando o, sin más, “pecando se aprende” (“peccando s’impara”)12, o que “la historia
es maestra de la vida”, o que “uno tiene el derecho de cometer sus errores” y otras
parecidas sublimes amenidades; hay tanta gente adulta que siempre repite imper-
térrita los mismos errores (de los que echa regularmente la culpa a los demás) o que
confunde la madurez con un título de estudio o con el fruto natural de la ancianidad;
en cuanto a la historia, se ha dicho también que lo único que enseña es que algunos
o quizá muchos no aprenden jamás nada de ella; y es verdad que hay que respetar el
derecho de cada cual a cometer sus equivocaciones, pero aún más digno sería ayu-
darle a reconocerlo y, en lo posible, a evitarlos ... Si la primera formación no propone

10
G.Devoto-A.Oli, Nuovo vocabolario illustrato della lingua italiana, Firenze 1988, p. 679.
11
Cf. A.Cencini, “Accompagnamento”, en AA.VV., Dizionario, 22-23.
12
Es el curioso título del libro de B.Bro (Roma 1970).
un método con el que conocerse y comenzar a liberarse o al menos liberar la percep-
ción, la FP es sólo academia y apariencia, y, en último extremo, forzamiento (por
parte de quien debe organizarla) y ficción (por parte de quien la soporta). Pero si la
primera educación-formación-acompañamiento ofrecen un auténtico recorrido de
conocimiento de sí y de liberación de los propios conflictos, entonces la vida entera
se convierte en un recorrido de educación-formación-acompañamiento progresivo y
el individuo puede trabajar sobre su propia disponibilidad formativa. Gracias a ésta,
toda circunstancia de la vida (personas, compromisos, desafíos, dificultades, tenta-
ciones, crisis, caídas, imprevistos, provocaciones, fracasos, calumnias, peticiones
más o menos inéditas, peticiones que van más allá de mis simpatías y capacidades
...), en todo momento y en cualquier contexto, puede resultar mediación formativa,
ocasión de FP, como mediación singular a cuyo través el Padre me modela, me
plasma, me abre perspectivas, me crea desierto en torno ... para formar en mí los
sentimientos del Hijo.
O sea, desde la única mediación formativa de la primera formación hasta las
muchas mediaciones formativas de la FP.
Aquí nuestra disertación podría abrirse en muchas direcciones. Elegimos un
solo ámbito o ejemplo, el de la oración, pues no siempre se capta la valencia educati-
vo-formativa y de “compañía” de la oración.
Si es el Señor -o, mejor, la Trinidad santísima- quien forma y transforma, el
ritmo cotidiano de la FP queda jalonado, sobre todo, por su intervención y por cuan-
to nos permite entrar en contacto con él, partiendo, fundamentalmente, de aquel
espíritu de oración que es mucho más que las así llamadas prácticas de piedad.
Queremos decir que esta relación se halla en el origen de la vida, de la vocación, de
la identidad, de la formación, de la verdad de la persona ...; de hecho, el Padre-Dios
es el educador que, dándonos la vida o sacándonos del caos de la no existencia y de
nuestras esclavitudes, nos desvela la verdad; el Hijo es el formador que plasma en
nosotros sus sentimientos; el Espíritu es el acompañante, el “dulce huésped de las
almas” que nos conduce hacia la vida13. Si “la vida en el Espíritu tiene una primacía
obvia”14, la relación con Dios constituye el respiro secreto de la FP. O sea, la oración
nos educa, en cuanto excava y hace emerger15 en nosotros la verdad de nosotros
mismos; nos forma, puesto que plasma y modela en lo profundo de nuestra identi-
dad los “sentimientos del Hijo”; finalmente, nos acompaña, porque nos hace cada
día partícipes de la paternidad y providencia del Padre, además de hacernos com-
pañeros de viaje de los hombres nuestros hermanos16.
Hago nada más alguna veloz puntualización, reenviando siempre a mi texto Il
respiro della vita (100-113).
3.1- “Con espíritu y verdad” (la oración educa)
La oración educa, porque orar significa ponerse delante de la verdad de Dios en
la verdad de sí. Nada como la oración está en grado de sacar a superficie lo que no-
sotros somos en las profundidades a menudo oscuras de nosotros mismos, y no sólo
13
Acerca de esta lógica “trinitaria” de los agentes formativos cf. Cencini, I sentimenti, 41-51.
14
VC, 71; cf. también La formazione permanente, 22.
15
Educar viene de e-ducere (=sacar, extraer).
16
Retomaremos extensamente en la próxima publicación estas tres articulaciones o dimensiones pedagógi-
cas..
porque tenemos la certeza de ser, en todo caso, acogidos y comprendidos por el Dios
misericordioso, sino porque el contacto con la Verdad divina evoca necesariamente
la verdad humana. Toda oración tiene esta valencia evocativa-verídica; de otro modo
no es oración, ni es ciertamente oración que educa en perspectiva de FP. Entonces,
el problema de la FP no es cuánto reza uno o si es fiel, como se dice, a sus prácticas
de piedad, sino la calidad verídica de su estar ante Dios, su orar “con espíritu y ver-
dad”.
Esa dimensión verídica tiene dos vertientes clásicas: una que indaga sobre el
yo actual, sobre todo para detectar su componente negativo e inmaduro; en cambio,
la otra intenta escrutar las posibilidades del yo ideal, lo que el yo está llamado a ser.
La vertiente primera reclama el aspecto penitencial de la oración; la segunda el más
mistérico y contemplativo. Juntas desvelan la verdad del orante, su trama de bien y
de mal, y, por consiguiente, también las pistas de su crecimiento continuo.
3.1.1- Verdad del yo actual
Quien se acerca de veras a Dios, como hace el orante, debería experimentar
también cuán distante de Él se encuentra. Es quizás un principio un poco singular,
pero que vuelve a entrar en la naturaleza de la oración cristiana o en la lógica de la
intimidad divina. Tal vez es, sin más, una prueba de la autenticidad de este acerca-
miento. Porque, cuando nos aproximamos al Radicalmente Otro, es inevitable percibir
toda su alteridad y diversidad, o dejar que su luz ilumine y haga evidente cuanto se
opone en nosotros a su palabra, pero que a menudo no es tan evidente.
Toda oración habría de llevar en sí este acento penitencial; de lo contrario, no es
verdadera, sencillamente. Y no sólo en el sentido puramente penitencial y negativo del
término, con séquito de petición de perdón; sino en aquel, quizás aún más profundo,
de dejar emerger el mal que hay en nosotros, nuestros demonios, las raíces con fre-
cuencia inconfesadas de ciertas atracciones menos evangélicas, aquellas sutilísimas
tendencias motivacionales que corren el riesgo de no ser descubiertas jamás y que mi-
nan en su raíz – precisamente por incontroladas – toda opción de vida evangélica ...
No sólo el examen de conciencia, sino toda oración, desde la lectio de la Palabra a la
oración del Salmo, habría de ser también una peregrinación hacia las fuentes del yo, y
determinar un mayor conocimiento del propio corazón.
3.1.2- Verdad del yo ideal
El otro aspecto, mistérico-contemplativo, permite al creyente descubrir su propia
vocación, a través de una revelación que no puede ser más que cotidiana y progresiva.
La oración cotidiana educa, en efecto, y permite descubrir la verdad del consa-
grado/a sobre todo porque es , y en cuanto es, oración de escucha de Dios y de cuanto
sale de su boca, es decir, de la Palabra-del-día. Es el maná cotidiano o el pan tierno
del día que alimenta el corazón pensante y viene a desvelar al creyente el don prepa-
rado para él en aquel día por la providencia del Padre y, a la vez, la misión que el Pa-
dre mismo le confía siempre en aquel día: “toda vocación, efectivamente, es ‘matutina’,
es la respuesta de cada mañana a una llamada nueva cada día”17; y, si la llamada de
Dios abre cada jornada, eso explica por qué la educación (=la escucha de esta palabra
como palabra que hace emerger verdad) y la formación (=la respuesta a esta palabra
que llama) no pueden ser más que cotidianas y permanentes.
En concreto, eso significa no sólo la cita matutina con la Palabra como punto in-
tocable, que no admite derogaciones, en el ritmo cotidiano del discípulo; sino una in-
terpretación de la lectio como lectio ... continua, o sea, como meditación que se extien-

17
Nuevas vocaciones, 26 a).
de, de alguna forma, a toda la jornada y prosigue durante el día, no sólo porque el cre-
yente de buena voluntad normalmente tiene también buena memoria (que es el Espí-
ritu santo) y de hecho la recuerda, sino porque la Palabra escuchada a la mañana ne-
cesita por su misma naturaleza los avatares del día para revelarse en plenitud y reali-
zarse. Entonces la jornada misma, rescatada de cierto tono gris ferial, se convierte en
“día que ha hecho el Señor”, como el seno de María que da a luz una Palabra y una
presencia siempre nueva de Dios; y la Palabra asume toda su valencia educativa y
formativa, como don de lo alto que nos plasma y acompaña en todo instante del vivir
cotidiano. FP es también este modo de entender la clásica práctica de la meditación,
para que no se reduzca a rito cansino y soñoliento de la mañana; inútil si no alcanza
los fragmentos del vivir cotidiano, estéril si la Palabra no se deja fecundar por la vida.
Por otro lado, ¿para qué sirve una meditación que no logre arrastrar la Palabra
al interior de los acontecimientos o a hacer fecundar aquella Palabra por la vida?

3.2- “Pan partido y sangre derramada” (la oración forma)


La oración cotidiana forma, puesto que da una estructura y una configuración
precisas a la persona y a la existencia del consagrado/a, principalmente a través de
la vida sacramental y de la lógica en ella escondida, lógica de la gracia que precede,
no sólo desvelándonos identidad y verdad, sino de algún modo realizándola y plas-
mándola ya en nosotros.
3.2.1- La oración, alma del apostolado
Es lo que sucede, especialmente, en la Eucaristía diaria: en el cuerpo troceado y
en la sangre derramada presbítero y consagrado reencuentran cada uno su propia
identidad, su propia forma y norma de vida; y también la fuerza para actuarla. No po-
demos alimentarnos con aquel cuerpo partido y con aquella sangre derramada sin la
concreta disponibilidad para partir nuestro propio cuerpo y derramar nuestra propia
sangre. La fracción del pan es el desvelarse del misterio de la vida del Hijo y de quien
quiere conformarse a Él en su muerte y resurrección, como una escuela permanente
donde se adquiere la lógica elemental de la vida, bien recibido que tiende por su natu-
raleza a convertirse en bien donado, existencia que será plena en la muerte, gratitud
que abre a gratuidad18.
FP es penetrar cada día más dentro de esta perspectiva eucarística, dejándose
educar y formar verdaderamente por ella, decidiendo cada día más convertirse en pan
partido y sangre derramada, entrando cada vez más en sintonía-sincronía profunda
con la pascua del Cordero.
3.2.2- El apostolado, alma de la oración
Y, por consiguiente, si es en este sentido como la oración forma, no es sólo la
oración la que es “el alma de todo apostolado”19, como nos ha transmitido aquella sa-
biduría (de origen monástico) que ha plasmado generaciones de apóstoles, sino que
también el apostolado es alma de la oración, porque es una experiencia de Dios que
se realiza sobre todo en la misión, o una posibilidad, sin más, de intimidad contem-
plativa con Él que es típica y peculiar del apóstol. FP es exactamente hacer la expe-
riencia de la circularidad y reciprocidad del diálogo entre oración y acción, por lo que
también el apostolado tiene su específica valencia educativo-formativa desde el mo-
mento en que educa en buscar y encontrar a Dios en la historia y en el prójimo, agu-
dizando la mirada y la sensibilidad del apóstol, o forma lentamente en él los senti-

18
Cf. Nuevas vocaciones, 36 b), c), d).
19
Cf VC, 67.
mientos del Hijo que se da por amor, y ayuda a reconocer en la com-pañía de los
hombres la misma compañía del Espíritu.

3.3- “Todas mis ansias están en tu presencia” (la oración


acompaña)
Finalmente, me parece que la oración, en la lógica del camino rítmico que es-
tamos proponiendo, puede y debe llegar a ser el clima habitual y la actitud de fondo
del consagrado, como una compañera fiel que orienta la marcha en la dirección jus-
ta. Y sobre todo convierte en continua la formación. Porque el “espíritu de oración”
(y no simplemente la oración o las oraciones) es todo lo que permite encontrar el
ritmo justo, como un equilibrio natural entre acción y contemplación, entre silencio
del corazón y diálogo familiar con Dios, entre escucha y palabra, entre trabajo y des-
canso, soledad y relación, estudio y distensión, deseos y esperas de realización ...,
convirtiendo todo en oración y alabanza al Altísimo, como un permanente estar de-
lante de Él; pero es también lo que consiente permanecer abiertos a los imprevistos
y a lo improgramable, especialmente cuando anda de por medio una persona y el
bien de esa persona, un sufrimiento o una petición de ayuda, volviendo todo anima-
do por el amor y poniendo el amor en el primer lugar, el único amor a Dios y al
hombre.
3.3.1- La docibilitas del corazón orante
La oración que hace compañía es oración que puede expresar todo estado de
ánimo y todo anhelo interno, de súplica e intercesión, de alabanza y acción de gracias,
incluso de rabia y desilusión hacia Dios, como de pasión y compasión ...; se realiza en
tiempos específicos y se extiende asimismo a todo instante y circunstancia de la jorna-
da, abrazándola por entero, como un constante murmullo del espíritu o verdadero y
auténtico respiro del alma ...
La docibilitas, podemos decir, es ante todo actitud orante, puesto que es exacta-
mente en la oración donde el ser humano, puesto frente a la Verdad y Belleza sumas,
advierte la fascinación que elimina todo temor y enciende el deseo de saber y conocer.
La oración es como un continuo proceso de aprendizaje del corazón y de la mente, de
los sentidos y de las emociones. Pero en eso se convierte todo lo que es, en verdad,
constante, es decir, cuando se transforma en una especie de red que recoge la jornada
y la mantiene unida alrededor de nudos, que son las citas distribuidas ordenadamente
a lo largo del día (claro está, en cuanto eso le es posible a quien no es propietario de su
tiempo), que hacen evidente la “sacramentalidad del tiempo”. Y así la oración resulta
cada vez menos un puro deber que toca a algunos momentos; y sí, en cambio, espíritu
de oración que abraza todo el tiempo y invade toda la persona, como una actitud cons-
tantemente orante, que da sentido y unidad a todo, y que constantemente hay que
anudarlo y reanudarlo al resto de la existencia, propia y ajena. Cuando un creyente
descubre y vive el poder unitivo de la oración, puede decir que ha encontrado el centro
de su propia vida; lo que le permite sumergirse en la complejidad no sólo sin extra-
viarse, sino incluso contando e indicando a todos el centro o el corazón de la vida.
3.3.2- Liturgia de las Horas y misterio del tiempo
Exactamente en esta óptica está concebida y debe celebrarse la Liturgia de las
Horas, oración que es el corazón pulsante de la jornada del creyente, de alguna mane-
ra marca ordenadamente su ritmo y estructura el tiempo, haciéndolo una experiencia
habitada. En efecto, logra desvelar el misterio del tiempo en la vida cristiana20, y des-
vela que en el centro del mismo está el misterio pascual: “la oración cristiana nace, se
alimenta y se desenvuelve en torno al acontecimiento por excelencia de la fe, el miste-
rio pascual de Cristo. Así, a la mañana y a la tarde, en la salida del sol y en su ocaso,
se recuerda la Pascua, el paso del Señor de la muerte a la vida”21.
No es simple oración, sino oración ritual que el religioso/a realiza en nombre de
la Iglesia entera, no por sus personales intereses; súplica que se une a la alabanza pe-
renne del Hijo en relación con el Padre, pero que expresa simultáneamente, con las
palabras del salmista, las palabras y los dramas de todos los hombres y mujeres, en
cada hoy de la historia, en toda circunstancia y contexto. Quien ora con este espíritu
se deja acompañar en las vicisitudes de la vida por el Espíritu del Padre que ilumina
los ojos de la mente y del corazón, y acompaña él mismo los avatares padecidos por
tantos hermanos y hermanas presentándolas al Padre.
Orar así es acudir cada día a la escuela de la Palabra, para dejar que la Palabra
acompañe la vida, sea horizonte de toda palabra y de toda acción humana, de modo
que la vida se convierta cada vez más en su lugar de resonancia.
2.3.3- ¿Miedo a la intimidad? (o bien, cuando no se tiene nada que
decir a Dios ...)
Fuera de esta lógica, hay quien vive aún como una obligación o un peso el come-
tido de rezar, o – al contrario – quien prácticamente ha decidido, con cierta suficien-
cia, considerarlo un optional o, sin más, deshacerse de ello; pero también quien no
comprende plenamente cierta oración como la Liturgia de las Horas o infravalora su
dimensión eclesial o su función “temporal” o su función ministerial de intercesión, y a
lo mejor acumula expeditamente en un único momento (“así ya no pienso más en ello
...”) todo lo que debería ser articulado y distribuido a lo largo de toda la jornada.
Según el Padre Scalia, el problema es un poco general y es muy serio: “por expe-
riencia personal cada uno de nosotros sabe que sólo raramente, sólo en afortunadas
circunstancias, el breviario es oración, coloquio con el Padre. Porque ‘hablar’ es escu-
cha y respuesta. ‘Hablar’ es comunicar y acoger, hacerse modificar por el gozo y por la
tristeza del otro, ver, oír que el interlocutor oye nuestras pasiones y bate al unísono
con nuestro corazón. Como nosotros con el suyo”22. Pero muchos ministros y discípulos
del Señor simplemente ya no hablan con Él, no tienen nada que decirle, no tienen ya
familiaridad con su misterio, ninguna conversación en suspenso, ningún diálogo que
iniciar, ninguna confidencia que confiarle, ningún entendimiento secreto como entre
viejos amigos y cómplices ..., mientras que para él mismo tienen tantas cosas que ha-
cer, o en nombre de él tantas cosas que decir y, en todo caso, con él pasan una discreta
parte de su tiempo, pero usando palabras ajenas, o repitiendo fórmulas y frases he-
chas, o vistiendo ropas oficiales o confundiéndose en el grupo, como si tuvieran miedo
de la intimidad con él, o fueran incapaces de ello.
Y así la oración se convierte en un modo de defenderse de Dios y del propio yo,
como una colosal mentira contada por uno que se esconde incluso de sí mismo detrás
de un disfraz bien empurpurado. Es culto que no hace ninguna compañía a la vida;
así como la propia vida, si no está sostenida por cierto espíritu orante, no puede hacer
compañía a otra vida.

20
Cf. al respecto A.Grillo, Tempo e preghiera. Dialoghi e monologhi sul “segreto” della Liturgia delle Ore,
Bologna 2000.
21
Juan Pablo II, Nei Salmi il ritmo cristiano dei giorni, audiencia general del miércoles 4 de abril de 2001,
en “Avvenire”, 5/IV/2001, p. 20.
22
Scalia, Dalla parte, 324.
Quizás, entonces, es pura verdad que aprender a amar quiere decir aprender a
rezar. Mientras que la FP es este lento cotidiano aprender a hablar amorosamente con
Dios, a gustar en la oración su dulcísima compañía.

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