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THIARA

RECUERDO DE UN PASADO
PRÓLOGO

Querido lector: Este pequeño ensayo literario que tienes entre tus
manos, narra una bella historia de amor ocurrida hace varios cientos de
años. Pero que hoy cobra vigencia nuevamente, por lo tanto, no
esperéis mi querido amigo, encontrar en mi obra gemas literarias o
estilos pertenecientes a ninguna escuela.
Este pequeño ensayo no es para el público en general… Esta historia
fue escrita con todo mi amor y la gran devoción que aún siento por la
Reina de mi Alma…
Saryiel… Ésta es parte de la historia de nuestras vidas, la escribí
exclusivamente para ti. Quiero expresarte el inmenso amor que por ti
siento y para agradecerte porque tú me enseñaste lo que es el
verdadero amor y me mostraste la puerta del camino que hoy transito
con tanta alegría.
Por favor, guárdalo como el más valioso de tus tesoros y aun cuando
los años transcurran lenta y penosamente… Recuerda siempre… Que
alguien te ama con el alma. Y … Si algún día, la tristeza o el desamor
invaden tu ser… Toma éste pequeño libro entre tus manos… Y siente
en él… El calor de mi alma y el gran amor que te envía mi corazón…
Entonces, recobraras la esperanza y retornarás con nuevos bríos a
continuar con la dura batalla de la vida.

Ramoldán.
THIARA
En algún lejano país del Oriente, donde el sol da su primer abrazo de
amor a nuestra madre tierra y el viento azota con furia las dunas de
arena y las levanta para formar grandes nubes que cubren el
firmamento y tornan al día en penumbra, pero luego con la misma
rapidez y violencia todo vuelve a ser luz, arena y desierto… en un solo
ser. Y allí en este majestuoso desierto y como desafiando al sol, al
viento y la arena, se alza un imponente castillo; rodeado de murallas en
piedra maciza y roca pulida. En diferentes ángulos del castillo hay
torretas para los vigías que con ojos penetrantes observan siempre las
vastas llanuras del desierto para protegerlo de los peligrosos bandidos
que en gran número atacan como pirañas hambrientas, para
apoderarse de las riquezas y tomar sus mujeres y niños como esclavos.
También este palacio es lugar de descanso y aprovisionamiento de
agua y víveres para las caravanas que por allí transitan.
Después de aprovisionarse y descansar pagan su tributo en oro o telas,
camellos o sirvientes que el señor del castillo toma para sí. A este
majestuoso personaje le llamaremos Ramoldán. Hombre poderoso y
rico a quien parece habérsele muerto el corazón. Toma la vida sin
importarle nada, solo importa el poder, el licor y su harem… el más
precioso de sus tesoros. Su vida transcurre en medio de fiestas que se
prolongan hasta varios días, donde sus esposas bailan y cantan hasta
caer desmayadas por el cansancio.
Cierto día llega una gran caravana proveniente de Turquía y después
de algunas inspecciones son admitidos al interior del castillo.
Esa tarde Ramoldán sale en su imponente corcel para ver de cerca a
los miembros de la comitiva, donde le dijeron había algunos hombres
importantes de otras tribus nómadas. Cuando está pasando revista a la
comisión, sus ojos se detienen a observar una mujer que está de
espaldas recogiendo unos canastos con provisiones. Su negra y larga
cabellera cae armoniosamente sobre su cintura; su cadera y piernas se
vislumbran tenuemente al través de las sedas de su vestido. Ramoldán
con curiosidad e inquietud espolea su brioso corcel para ver de frente a
la dueña de ese cabello tan hermoso y esas curvas que se insinuaban
suavemente. Al mirarla, se encuentra con una frente alta y suave como
el más bello mármol traído de la India. Sus cejas que cual tupidos
divanes de terciopelo negro protegen con gracia y belleza sus negros
ojos. Un manto tenue cubre su rostro como si la naturaleza quisiese
esconder sus más bellos tesoros. Impresionado por tanta belleza y
altivez en su mirada, Ramoldán pregunta con voz entrecortada y el
corazón agitado con violencia, ¿Quién eres tú bella dama del desierto?
La mujer que no se había percatado de su presencia, y al sentirse
interrogada, deja caer su canasta y cubre su boca para no gritar.
Después de observar un instante la arrogante figura de Ramoldán en su
brioso corcel y reconoce en él al amo del castillo, hace una reverencia
y con la cara hacia el suelo le responde: “Yo, poderoso señor, soy una
simple mujer que, abusando de tu generosidad, organiza sus
provisiones para continuar el viaje”. Ramoldán continúa diciendo:
¿Cómo te llamas y de dónde vienes? Mi nombre señor, es Saryiel y
vengo de unas tierras hermosas y lejanas, donde el hombre no
esclaviza al hombre, ni se mide su valía por el oro o los palacios que
posea.
Esta respuesta tan sabia y resuelta pronunciada por tan exquisita
belleza, sorprende gratamente a Ramoldán, quien frunciendo el seño le
dice: Hum… veo que eres una mujer orgullosa y altiva, podrías ser una
mala influencia en mi palacio… debería ordenar que te azotaran…
pero… hoy, me siento alegre. Y espoleando su caballo continuo su
paseo por el castillo.
Y esa noche en el salón de recepciones, donde están todos los invitados
de la alta casta de las diferentes tribus y clanes vecinos, todo es alegría
y alboroto, el vino y las bailarinas hacen del lugar un verdadero
espectáculo a los sentidos; se necesitaría ser de hierro o no tener
sangre en las venas para no sucumbir de deseo y placer. Sin embargo,
el señor del palacio está abstraído en profundos pensamientos, no se
sabe de qué índole. De pronto, una mano cálida toca su hombro y con
gran respeto y cariño le dice suavemente al oído: ¿Qué te ocurre?, estás
tan distraído y no has tomado casi parte en la fiesta, los señores
invitados empiezan a disgustarse con tu falta de hospitalidad. ¿Estás
enfermo acaso?, ¿Quieres que traiga la mejor de tus esposas para que
te consuele esta noche? Ramoldán no responde y acto seguido se pone
de pie y con un gesto de sus manos, cesa toda música y baile, y un
silencio sepulcral reina en el salón. Y con voz profunda y fuerte dice:
Amigos, sean todos bienvenidos a mi humilde morada, disfrutad de mis
mejores vinos, bailad y comed hasta saciaros, os pido con todo respeto
mis queridos huéspedes, me perdonéis si me ausento de la fiesta, no
me siento bien, pero vosotros estáis en vuestra casa. Acto seguido, se
toca con su mano derecha la frente, el pecho y hace una pequeña
reverencia y sale del salón con paso firme y altivo.
Ya en su habitación, los minutos y las horas pasan larga y
pesadamente, no puede conciliar el sueño; sus ojos claros y
penetrantes escudriñan la habitación como buscando algo o será a
alguien… Al poco instante de halar, una cadena de oro y sonar la
campana, aparece en el cuarto su sirviente personal. ¿Me has llamado
mi señor?... Si, Hiram. Necesito, no sé cómo, que me averigüéis todo
cuanto puedas de una mujer que ha llegado en la caravana proveniente
del norte y que se aloja en mi castillo. Ve de inmediato y no regreses sin
esa información… Pero señor, ¿cómo he de saber quién es si no me
has dicho su nombre?... Su nombre es Saryiel. Pero descuida, la
reconocerás cuando la veas.
El buen Hiram, parte rápidamente, tanto como sus años que son
muchos, se lo permiten.
Mientras tanto, Ramoldán se pasea por la habitación como un león
enjaulado. Luego de casi una hora de interminable angustia, Hiram por
fin aparece en la habitación. El corazón de Ramoldán se quiere salir.
Dime qué sabes, ¿Quién es?, dímelo pronto o no respondo… Señor,
como me lo ordenaste, he sabido que su padre es un pequeño
comerciante sirio que ha caído en la desgracia, ha perdido la mitad de
su fortuna y se dirige hacia palestina, en busca de una mejor vida para
su esposa y su más valioso tesoro… su hija. ¡Tonto! – exclamó con furia
Ramoldán -, no te envié a averiguar por su padre; sino por ella. – El
buen Hiram continúa - como te decía señor, ella es su más valioso
tesoro y es libre, nunca ha sido desposada por hombre alguno y es tan
pura e inocente, como la misma Virgen.
Una sonrisa leve y maliciosa cruza rápidamente por el rostro de
Ramoldán, quien en tono pensativo dice: ¡Ah, ya!... Arreglemoslo todo
y esta misma semana, ella formará parte de mi harem… - con voz tímida
y cortada – Hiram le dice a su amo: Me temo que no sea así señor. ¡No!,
¿Olvidas quién soy? ¡Sabes que nunca una mujer ha escapado de mis
deseos!
-Hiram continúa -, mi señor, la caravana ha partido hoy mismo, en las
horas de la tarde. ¿Cómo? y ¿Por qué no me lo dijiste al principio?...
Pero Ramoldán no es un hombre que se da por vencido y dice a su
sirviente: rápido, toma cincuenta de mis mejores hombres y como sea,
al precio que sea, tráela junto con sus padres y si es preciso utiliza la
fuerza… Hiram, no regreses sin ella… o tú lo pagarás.
El tiempo transcurre lenta y dolorosamente, y cada vez la angustia crece
más y más. Por fin el astro rey besa suavemente el horizonte, tornando
su luz en mil rayos multicolores; pero Ramoldán no tiene tiempo ni
interés en presenciar este maravilloso espectáculo. Sus ojos fijos y
penetrantes, quieren devorar el horizonte en busca de Hiram y sus
hombres. Luego viene la noche y él siente desvanecer toda esperanza.
De pronto sus ojos brillan intensamente… ¡Oh! Al fin, ya vienen, o ¿será
mi imaginación?, cinco minutos de duda e incertidumbre, pero al fin las
figuras aparecen más tenuemente… Sí, allá vienen, ya puedo verlos
claramente, ¿Qué noticias traerán? Iré a encontrarlos… Las puertas del
castillo se abren de par en par y rápidamente pasa la comitiva, el buen
Hiram se inclina suavemente y saluda… Alah sea contigo; Ramoldán
asiente a su saludo y pregunta ansiosamente: ¿La has traído?... Sí
señor, como lo ordenaste. Una sonrisa nerviosa se dibuja en el rostro
de Ramoldán… bien, serás recompensado por esto. ¡Um!, me temo que
aún no señor, las cosas no son tan fáciles esta vez.
Y más tarde en la sala principal del castillo, se encuentra Saryiel, sus
padres, el buen Hiram y Ramoldán.
El padre de Saryiel toma la palabra y dice: No entiendo gran señor el
porqué de nuestro inesperado y forzoso regreso. ¿No fue suficiente el
pago por nuestra estadía? O ¿se trata de algún mal entendido?
Ramoldán se pone de pie y con voz firme y autoritaria responde: No hay
ninguna equivocación señor. Lo que pasa es que quiero que su hija
Saryiel forme parte de mi harem, y os he traído para acordar el precio y
las condiciones. Los padres cruzan una mirada llena de asombro e
indignación, pero es Saryiel quien con voz altiva y mirando de frente
responde: Veo con tristeza mi gran señor, que no sabes nada del amor
y el respeto por los sentimientos. El amor no se compra ni se impone
por la fuerza, ya te lo dije una vez. Nací en un país libre donde el hombre
no esclaviza al hombre… ¡Silencio! – Grita Ramoldán – una palabra más
y te juro que te haré azotar hasta desgarrar tu bello cuerpo.
Aquí en nuestro país la mujer es un objeto para el hombre, para
distraerse de sus trabajos y la monotonía del desierto; deberías sentirte
orgullosa de que yo te haya elegido para mi harem. No padecerás de
hambre, ni frio, ni ningún hombre podrá siquiera molestarte; tus padres
estarán también bajo mi protección.
El padre replica con voz tímida: Perdona gran señor, pero ya te dije que
venimos de tierras muy lejanas, donde la mujer es tan libre como el
hombre y se le permite elegir como esposo al hombre que ella ame, que
haga palpitar su corazón… ¡Basta! – Exclamó con furia Ramoldán -
Amor… la más grande debilidad del hombre… no tengo tiempo para
estupideces, tan sólo el poder y el oro son la base de la felicidad. Y no
quiero perder más tiempo, recibirás 40 monedas de oro y una parcela
de tierra donde vivir con tu esposa. Y … ¿Si nos negamos?...
Entonces seréis colgados al sol y al viento, y vuestra dulce hija os verá
morir. Diciendo estas palabras, Ramoldán gira sobre sus pasos para
marcharse, pero es detenido por la voz dolorida y temblorosa de
Saryiel… Está bien señor, pero por favor no le hagas daño a mis padres.
Sin embargo, escucha claramente lo que voy a decirte: “Podréis tomar
mi cuerpo para satisfacer vuestra insana lujuria, pero mi alma y mi
corazón serán únicamente del hombre que sepa conquistarlos” … “No
es dueño del amor quien lo toma por violencia sino quien lo despierta”.
Y, al día siguiente todo es alegría y fiesta en el castillo… el señor ha
tomado una nueva esposa y dicen que es tan bella y delicada como la
más bella rosa del desierto, pero su carácter es firme como el acero.
Ramoldán está complacido y sonríe de vez en cuando, pero nunca ríe…
la risa es el descanso del alma, y parece que ha muerto en él.
El buen Hiram corre para todos los lados, siempre pendiente del más
mínimo detalle. Pero hay algo muy extraño, Hiram está feliz… ¿Qué
extraña relación une a Ramoldán con su sirviente Hiram?, ¿Por qué el
señor, a pesar de su dureza nunca maltrata a su sirviente?, ¿Por qué
Hiram cuida tan celosamente a su señor?... Pero, es tiempo de fiesta,
de alegría y de mucho vino… Ya sabremos este misterio.
Y por fin el momento de la ceremonia ha llegado. La alegría de
Ramoldán contrasta con la tristeza de Saryiel. Una vez la ceremonia ha
terminado, las bailarinas danzan al compás de la música, moviendo sus
cuerpos con gracia y sensualidad. El vino es consumido en grandes
cantidades, el señor toma como si hubiese estado treinta días sin agua
en el desierto.
Hiram lo vigila continuamente y una sombra de tristeza cruza por su
moreno rostro. – Y piensa para sus adentros – cada vez está más
desenfrenado y se aleja más del punto al que quisiera llevarlo… pero…
ella está aquí y me jugaré la última carta.
Y, unas horas más tarde, el señor está completamente ebrio.
Tendremos que acostarlo en su recamara y tú Saryiel debes
acompañarlo… Tranquila – murmura suavemente Hiram en su oído –
no os hará ningún daño, al menos por esta noche. Ve, acuéstate con el
señor, él caerá profundamente dormido y luego te contaré el por qué
estás aquí.
Saryiel mira con asombro a este rostro moreno y piel ajada por los años
y el sol, y su corazón le dice que habla con la verdad.
Transcurridos algunos momentos, en la recámara el señor duerme
profundamente. Y la puerta se abre suavemente… Hola, ¿El señor
duerme?... bien entonces me daré prisa – dice Hiram – Yo sé niña del
desierto, que miles de preguntas cruzan por tu cabeza, pero sólo podré
responder algunas por hoy; escucha… yo he sido quien… no importa
por qué medios o cómo os he traído hasta acá. He estado al lado de mi
señor desde que él era un niño, le he visto crecer, convertirse en
hombre, luego en poderoso guerrero del desierto y ahora en señor del
castillo. Conozco su vida como la palma de mi mano, también he podido
penetrar un poco en su corazón y os aseguro que detrás de ese hombre
duro, fuerte y a veces tirano que solo vive para el vino y sus mujeres,
existe un ser radiante cual estrella, bueno como un ángel y dulce como
el almíbar de las flores… ¿Te sorprendes? Entonces, buscando el
medio de salvar su alma y restaurarla a su antigua posición, he buscado
en los mundos espirituales la cura para su enfermedad, y os he
encontrado a ti bella Saryiel, como el antídoto a su enfermedad.
Reúnes virtudes físicas y espirituales principalmente; que poco a poco
y con mucha paciencia, dedicación y amor, harán resplandecer
nuevamente el sol que hay en su interior… no pongas esa cara, yo te
enseñaré y seré tu guardián… Además, puedo ver en tu interior y sé
que el señor no os es indiferente, sus ojos candentes como la arena del
desierto penetraron en tu corazón la otra tarde que le viste. Y ahora me
voy, no tengas miedo; se dulce como la miel, suave como el algodón y
sumisa como el más fiel esclavo. “El poder no se combate con el poder,
se le vence con la ternura y la suavidad”, esta es tu primera lección…
¡Ah!... pero sabe, dulce niña… Que derramarás tu propio peso en
lágrimas y el dolor desgarrará tu pecho, pero al fin triunfarás…
Y así como entró en silencio, partió sin hacer el menor ruido.
Saryiel se acerca suavemente al lecho nupcial y lo contempla
largamente, ahora que le ve dormido no inspira tanto temor. Sus
facciones se han suavizado; su rostro es suave, los labios carnosos y
fuertes y… su cuerpo se estremece al tocarlos con la yema de los
dedos, pero instintivamente se retira; porque el señor se ha movido en
su lecho y podría despertar.
Y viene el nuevo día, ya todo es movimiento, cada uno sumido en sus
quehaceres. Solo Ramoldán, apenas entre abre los ojos e
instintivamente busca con sus manos en el lecho a Saryiel, pero no está;
rápidamente se pone en pie para llamar a gritos a Hiram. Cuando sus
ojos se detienen en un rincón del cuarto, allí acurrucada en el suelo está
la más bella criatura que sus ojos hayan visto. Sus labios rojos están
entreabiertos dejando al descubierto dos hileras de perlas blancas. Sus
manos graciosamente están en cruz sobre el pecho, asemejándose a
una virgen en contemplación. Llenándose de una sensación
desconocida, Ramoldán suavemente quiere tocar ese rostro tan puro,
pero ella se despierta y empieza a gritar: No, por favor señor, no me
hagas daño… Y él tomando una actitud desconocida, responde
suavemente: Tranquila mi bella niña… no os haré ningún daño. Escucha
lo que voy a decirte: Anoche mientras dormía tuve un sueño hermoso.
Soñé que paseaba por el desierto en mi brioso corcel, de repente
caímos en unas arenas movedizas y mientras más luchábamos por
salir, más rápidamente nos hundíamos, cuando ya había perdido toda
esperanza de vida, una voz potente como un trueno me dijo: ¿Quieres
salvarte? – respondí sí, rápidamente – y la voz continuó… Entonces,
ella será tu salvación y también tu única oportunidad. Y una luz
resplandeciente hirió mis ojos al punto de cegarme, pero cuando al fin
abrí los ojos vi a un hermoso ángel que me tiraba una cuerda, me aferré
con fuerza a ella y pude salir del pantano… ¿pero mi corcel? Tranquilo,
dijo el ángel – tú eras su peso y el que lo hundía en la arena, míralo
ahora; y con ojos de incredulidad vi como mi corcel se transformaba en
un bello Pegasus con unas alas blancas que, al batirlas poderosamente,
se liberó de las arenas. Con ojos llenos de lágrimas de la emoción,
pregunté al bello ángel su nombre… pero ya no estaba. Quise mirar
nuevamente al Pegasus, pero tampoco estaba… las arenas movedizas
no existían y mi brioso corcel a mi lado relinchaba como si quisiera
despertarme del sueño. Pensé para mis adentros: todo fue una ilusión…
pero una suave voz contestó al oído: “No es dueño del amor quien lo
toma por la violencia, sino quien lo despierta”. Y me desperté
bruscamente y recordé las frases que me dijiste el día de ayer y ahora,
al despertar y verte dormida pude reconocer en ti al ángel de mis
sueños, pero con un cuerpo humano.
Escucha lo que voy a decirte y tomaré por testigo al buen Hiram. -
tomando la cadena de oro suena la campana y aparece en instantes
Hiram – Sus ojos cruzan una rápida mirada de satisfacción con los de
Saryiel… señor me has llamado… sí… mi buen Hiram, en tu presencia
y en nombre de Alah prometo no hacerte ningún daño bella Saryiel.
Podrás vivir en mi palacio junto con mis otras esposas, no pondré una
mano sobre ti, serás libre de obrar como tú lo consideres correcto,
excepto tener otro hombre; lo cual se castigará como es ya costumbre
con la más dura de las muertes; entre tanto, yo continuaré con mis otras
esposas como es la costumbre, y si en algún momento cambias tu
actitud hacia mí, entonces hazlo saber a mi buen Hiram… ahora,
puedes marcharte.
Y los días con sus noches siguen transcurriendo, pero en el castillo se
rumora muy bajo: ¿Qué le pasa al señor?, últimamente se le ve muy
silencioso… es verdad… ya no parece el mismo; ya ni siquiera toma
parte en las fiestas que solía realizar.
Ocasionalmente visita su harem y elige a una de sus esposas, Saryiel
le observa atentamente sin decir nada.
¿Qué pasa bella niña… palpita tu corazón ante la presencia de tu señor,
porque no te mira siquiera?... ¿acaso quieres que te elija?... Ya las otras
esposas han notado que tu señor no te busca, ni te habla, no existes
para él…
Cierta madrugada suena la alarma general en el castillo. Hiram corre
presuroso a la habitación de su señor. Señor… somos atacados por
centenares de bandidos del desierto. Pronto, alisten mi caballo y trae mi
espada. Pero señor, es muy peligroso – replica Hiram -. Obedece mis
ordenes o ¿acaso olvidas quien fui en el pasado? La espada fue la
madre que yo conocí y el odio fue mi padre en la batalla.
Y en las afueras del castillo todo es caos y gritos de dolor, los muertos
caen por doquier; la sangre tiñe de rojo la sedienta arena, los flancos
del castillo son atacados sin piedad… pronto caerán… y cuando ya todo
está casi perdido, un grito de esperanza y poder surge de labios de
Ramoldán: Adelante mis valientes guerreros, la victoria será nuestra,
aunque tengamos que combatir contra el mismo demonio. Luego da una
orden que paraliza a todos sus guerreros. Arqueros situaros a lado y
lado de la puerta principal y a mi orden abrid la puerta.
La orden se cumple rápidamente y a una señal de Ramoldán se abre la
puerta principal, todos los bandidos pronuncian un grito de alegría:
¡Bravo, el castillo ha caído! Y se dirigen presurosos hacia la puerta.
Pero cegados por su ambición no se dan cuenta que al entrar todos en
tropel, no hay lugar para la defensa; pero se dan cuenta de ello cuando
Ramoldán da la orden: ¡Arqueros, ataquen! Los invasores caen como
moscas, tratan de replegarse y retroceder, pero es muy tarde. A otra
orden las puertas se cierran y la caballería inicia su ataque devastador.
Es el propio Ramoldán quien con espada en mano y la furia de un león,
más víctimas cobra con su espada. Se abre paso en las filas contrarias
sembrando muerte y destrucción a su paso; es el jefe de los bandidos
quien se da cuenta que él es su peor enemigo y da la orden a uno de
sus hombres: Pronto, dispara una flecha en su corazón o estamos
perdidos. Efectivamente la saeta cruza velozmente el campo de batalla
y se aloja dolorosamente en su pecho. Ramoldán se estremece,
tambalea, pero no cae de su caballo; con gran dolor y un grito que
estremece todo el castillo parte la flecha, la arroja al piso y redobla su
ataque con mayor furia que antes. Pero la herida es muy grave y la
hemorragia es interna. Después de una hora, la batalla ha llegado casi
a su final; la victoria de Ramoldán es un hecho. Los invasores se dan
cuenta de esto y toman la más sabia decisión, ¡Nos rendimos! – grita un
puñado de hombres – y arrojan las espadas. Los guardias del castillo
se abalanzan sobre ellos para exterminarlos, pero Ramoldán grita
enérgicamente: ¡Deténganse! No los maten, pelearon con honor…
merecen vivir… abrid las puertas del castillo para que se vayan.
¡Por Alah! – grita el buen Hiram, que observa la batalla desde la azotea-
Atended al señor que ha caído del caballo y está gravemente herido.
Su cuerpo es llevado rápidamente rumbo al salón de armas. El
curandero se agacha sobre el cuerpo de Ramoldán y segundos más
tarde da la fatal noticia: El señor ha muerto. Todo es confusión, se
escuchan gritos y lamentos. Sus esposas están petrificadas por la
noticia; por el rostro de Saryiel corren gruesas lágrimas de dolor.
¿Por qué lloras bella Saryiel… él no es tu esposo… acaso has
consumado tu matrimonio?... De pronto como saliendo del sueño en que
la sorpresa la había sometido; Hiram grita fuertemente: Apartaos todos,
¡silencio! E inclinándose sobre el rostro del señor, observa
cuidadosamente sus ojos y dice: Aún hay una esperanza. Luego saca
un cuchillo de sus ropas y se hace una pequeña herida en su mano
derecha, luego toma su sangre y la pone sobre la frente de Ramoldán.
Mirando fijamente a Saryiel le dice: Tapa su nariz con tus dedos, respira
fuertemente y dale todo tu aliento por la boca; y mientras Saryiel cumplía
con su labor, Hiram pronunciaba en alta voz: “Ven señor, ven poderoso
Ramoldán, tu misión aún no ha terminado. De hecho, este apenas es el
principio del fin”. Y como sacudido por un poderoso rayo el cuerpo de
Ramoldán, se convulsiona violentamente y Saryiel cae como
proyectada por una fuerza invisible. Ramoldán intenta ponerse de pie,
pero ha perdido mucha sangre y cae nuevamente desmayado.
Hiram – dice al curandero -, rápido, hay que abrir su herida para que la
sangre pueda salir, su hemorragia es interna y si no la detenemos todo
estará perdido. Y tras una hora que parece una eternidad, la hemorragia
es detenida y el señor cae en un profundo sueño. Atención: Idos todos
a sus habitaciones, el señor ya está un poco mejor; si Alah es favorable
a nosotros, vivirá. Haremos guardia para cuidarle y quiero estar
pendiente de él esta noche. Acto seguido, todos se retiran excepto
Saryiel. Hiram le mira con dulzura y le dice: Gracias bella niña, no me
equivoqué en mi elección; pero debes dormir, yo me haré cargo. No…
- responde ella – Igual no podría dormir sabiendo que mi señor se
encuentra entre la vida y la muerte. ¿Tu señor? – indaga Hiram – Saryiel
baja los ojos y con lágrimas en ellos, responde: Sí… es mi señor y debo
confesaros que cuando mis labios rozaron los suyos, algo muy dentro
de mi ser se liberó y pude por un segundo percibir la magnitud del alma
que se encuentra dentro de él; aún cierro los ojos y siento sus labios
cálidos, suaves y dulces, que hicieron vibrar hasta lo más íntimo de mi
ser.
Pero aún el peligro no ha pasado, un enemigo no menos mortal que la
espada inicia su ataque lento pero devastador… Rápido Saryiel,
quitadle la ropa y moja estas sábanas para cubrir su cuerpo, está
ardiendo en fiebre.
Suda a torrentes, su respiración se vuelve agitada. Empuña las manos,
quiere agarrar algo invisible a sus ojos, delira: No por favor… a ellos no,
tomad mi vida, pero déjalos en paz… y luego se tapa el rostro con las
manos y se convulsiona terriblemente; - es necesario que Hiram lo
sostenga fuertemente para que no se caiga de la cama – No… no…
están muertos, no… E irrumpe en llanto incontrolable, histérico.
Rápido, démosle mucha agua fresca, y moja continuamente su frente.
Hiram abre un gabinete que hasta ahora había permanecido secreto, y
empieza a seleccionar uno de tantos frascos, lo huele y velozmente
vierte parte de su contenido en un vaso con agua. Rápido Saryiel, que
lo beba completamente. Transcurridos unos minutos de intensa
angustia, el rostro de Ramoldán empieza a perder temperatura y poco
a poco recobra su serenidad. Mi pequeña niña – dice Hiram con ternura
a Saryiel - ¿sabes orar?... ella asiente suavemente con la cabeza.
Entonces hazlo, porque es el momento preciso. Le he suministrado un
poderoso brebaje de ciertos cactus del desierto; permanecerá durante
tres días con sus noches en un estado cataléptico, su espíritu se elevará
a otras esferas para buscar su libertad y el verdadero fin de su estadía
aquí, luego de ese tiempo regresará para cumplir con su destino como
debe ser, o partirá definitivamente de este mundo. Ve a descansar un
poco, que mañana será una larga noche y tú le cuidaras.
Y ya ha transcurrido una noche y un día, de nuevo Saryiel está al lado
del lecho de Ramoldán; le contempla con dulzura, su rostro ha tomado
una bella expresión de serenidad, de paz, han desaparecido por
completo las huellas del rencor y la dureza que mostraba.
Sus dedos juguetean suavemente en su frente, sus ojos y se detiene en
sus labios para recorrerlos tiernamente, y vuelve a su mente el instante
aquel en que sus labios se cruzaron, y su cuerpo se estremece. Mi
señor… no sé en qué mundo pueda encontrarse en estos momentos tu
alma, ojalá puedas encontrar la paz que había perdido tu espíritu. Si
partes ahora… dejas atrás a ésta tu esposa que aguardará con ansia el
día de la muerte para volar junto a mi señor… Pero si decides quedarte,
te brindaré todo mi amor sin ningún reparo, sin ninguna protesta y seré
la más tierna, dócil y amorosa de tus esposas y quizá algún día pueda
llamarte mío, solamente mío. Mientras pronunciaba en voz baja estas
frases llenas de sentido y verdad, sus lágrimas caen abundantemente
sobre el rostro de Ramoldán, cual gotas de rocío.
Y el tiempo sigue transcurriendo velozmente. Es el tercer día y esta
noche todo habrá concluido, para la vida o para la muerte. El buen Hiram
ausculta con atención el cuerpo, todo parece estar bien… en unas horas
sabremos la verdad.
Y por fin el momento esperado ha llegado. Hiram abriendo sus brazos
y adoptando una posición de mando se pone de pie en frente de
Ramoldán y con voz autoritaria exclama: ¡Ven, ven mi señor… Ven
Ramoldán! Y pasan los minutos y parecen desgarrar el alma, Saryiel no
puede contener las lágrimas; pero el buen Hiram no pierde la fe y
redobla sus esfuerzos. Y por fin un fuerte estremecimiento, seguido de
un fuerte respiro y sus ojos se abren; y se encuentran frente a frente
con los de Saryiel, quien se tapa la boca para no gritar y retrocede
aterrorizada. Hiram también se acerca al lecho y su sorpresa es
grande… ¡Oh Dios! Sus ojos… que tienen sus ojos… parece como si
fuesen dos luceros brillantes incandescentes, está completamente
desnudo ante tan poderosa mirada; pero una vez registrado el impacto,
puede apreciarse en ellos un profundo amor y sabiduría. Y tomando su
mano, la besa y hace una reverencia llena de respeto y cariño. Gracias
a Alah… ya estás aquí y por tu semblante y mirada puedo adivinar que
has encontrado tu verdadero ser… no sabes señor cuantos años he
esperado éste grandioso momento.
Ramoldán con voz suave y llena de amor, responde: Hiram…mi buen
Hiram… ahora lo sé claramente, tantos años a mi servicio, sin protestar,
siempre cuidando de mi como un padre a su hijo; sufriendo en silencio
cuando mis actos y orgullo me alejaban de mi destino; cuántas veces
fui cruel y grosero contigo… por eso ahora, te pido perdón. Más de
ahora en adelante ya no serás más mi sirviente, serás mi amigo, mi
padre y el guía que seguirá orientando mi camino. Y tú… mi bella
reina… he contemplado con profundo respeto la belleza de tu alma, la
sinceridad de tus sentimientos y cuando tus lágrimas caían sobre mi
rostro, un poderoso fuego interior pudo liberar mi alma de la oscura
prisión del resentimiento y la lujuria que la embargaban. Y ahora por
favor, os pido me dejéis a solas, quiero meditar sobre el nuevo rumbo
que ha de tomar mi vida, y poner en orden todos mis recuerdos y
sentimientos.
Y los días pasan tranquilamente, poco a poco la herida va cicatrizando
y el señor se encuentra casi recuperado.
Ocasionalmente da un corto paseo por el jardín, acompañado siempre
por su buen amigo Hiram. Los sirvientes y criados le saludan con
respeto; pero hay algo muy raro en el señor, no parece el mismo, se ha
tornado más sereno y una suave sonrisa aparece en su rostro cuando
los criados le saludan. En cierta ocasión un pequeño criado entretenido
en sus juegos tropezó con él y estuvo a punto de tumbarle, si no hubiese
sido por la mano atenta de Hiram… todos contuvieron la respiración
esperando el peor castigo para el niño; pero para sorpresa de todos,
Ramoldán acaricia su cabeza y dice: Pequeño travieso, eres muy fuerte.
Y tranquilamente continúa su camino como si nada. Los ojos de Hiram
brillan de alegría… Gracias ¡Oh Alah! Su corazón ha recuperado la paz.
Y sus pensamientos son interrumpidos por Ramoldán que le dice:
¿sabes Hiram, que he descubierto, que el amor es la única fuerza que
mueve todos los sistemas de mundos? El amor es la mano de Dios
extendida hacia todos los seres y cosas del universo; no existe un solo
átomo en la creación donde no esté presente el amor, o sea, Dios.
Ya sé mi buen amigo, que en otras ocasiones me había expresado
contrariamente al amor, pero ahora es como si un negro velo hubiese
sido retirado de mis ojos.
Y ya han pasado casi dos meses y Ramoldán se encuentra totalmente
recuperado. Esta noche hay fiesta en el palacio, corre el vino a torrentes
y las bailarinas danzan con frenesí. El señor está sano y fuerte, y alguna
de ellas será esta noche su compañera. Saryiel le observa de lejos, su
carácter tímido y reservado no le permite acercarse a él, y acariciarlo y
besarlo como lo hacen sus otras esposas.
Hiram se acerca silenciosamente y le dice en voz baja: ¿Qué te sucede,
niña del desierto?... Saryiel no responde… pero sus ojos están cubiertos
de lágrimas. Yo sé que te pasa mi bella niña, los días que estuviste al
lado de mi señor, hicieron que te fijaras en él y ahora te duele verlo con
sus otras esposas; pero debes comprender que es nuestra tradición,
nuestra cultura.
Saryiel levantando la vista, le dice: Sí… lo comprendo, pero lo que más
me duele es que cuando el señor visita el harem, ni siquiera se digna
mirarme; mi corazón late a prisa y la sangre corre velozmente por mis
venas y el recuerdo de sus labios corroe mi alma, y muy dentro de mi
ser espero con ansia que él me elija como su esposa… pero ni siquiera
me mira a los ojos. Y eso, mi amigo Hiram, duele como si una daga se
clavara en el pecho. Recuerda lo que tú le dijiste el día antes de tu boda:
“Podrás tener mi cuerpo, pero no mi amor”. ¿Lo recuerdas? Sí Hiram,
lo recuerdo, pero…
Tus sentimientos han cambiado, lo sé niña – interrumpe Hiram - ¿sabe
esto el señor? – ella responde – No, no lo sabe. Tendrás mi bella niña
que expresar tus nuevos sentimientos al señor, de lo contrario, nunca
os elegirá entre sus esposas… es demasiado orgulloso para hacerlo.
Dime Hiram, ¿desde cuándo lo conoces y cuál es su historia? Lo
conozco desde que era apenas un niño, pero su historia sólo él podrá
contártela.
Y días más tarde, Ramoldán se halla paseando por los alrededores del
palacio. Saryiel le observa con atención y decide acercarse hasta él.
Disculpa si os interrumpo mi señor; la tarde es muy hermosa y
quisiera… si no os importa, acompañaros en tu paseo. Ramoldán le
mira con asombro, pero luego le dice: La verdad, quisiera estar a solas.
A veces, el remedio duele más que la misma enfermedad. Los ojos de
Saryiel se llenan de lágrimas y va a retirarse, pero recobrando su valor
y presa de gran furia e intenso dolor; se planta en frente de Ramoldán
y le dice mirándolo fijamente a los ojos: Ahora mismo vas a decirme por
qué mi presencia os incomoda, por qué parece que yo no existo para ti,
por qué te complaces en hacerme sufrir…
¿De verdad quieres saberlo? Escucha: Porque desde el día en que te
vi, tu imagen y tu presencia se clavaron en lo más hondo de mi alma;
pero cuando os tomé por esposa, me dijiste que nunca tu amor y tu alma
serían míos; comprendí claramente mi error. No quiero tu cuerpo, te
quiero en cuerpo y alma. Pero como no es posible, entonces, me
imagino que no existes, pero tu imagen me persigue día y noche; a
veces cierro mis ojos y pienso en la oscuridad de mi cuarto, que la mujer
que está a mi lado eres tú. Y ahora, sabes la verdad… puedes
marcharte.
Ramoldán va continuar con su paseo, pero Saryiel llenándose
nuevamente de valor, lo detiene por el brazo. Ahora tú me escucharás:
¿Sabes qué ha pasado en el tiempo que llevo en tú palacio?, ¿Conoces
ahora mi sentimiento?, ¿Me juzgarás siempre por algo que dije hace ya
casi dos años? Y agachando su cabeza y con los ojos llenos de
lágrimas, le dice: La verdad señor, es que yo también os amo. Sí…
desde el día que fuiste gravemente herido y mis labios se unieron con
los tuyos, sentí estremecer todo mi ser y supe instintivamente que me
enamoraría de ti; y luego, tú a fuerza de ignorarme y despreciarme, has
hecho que este amor crezca cada día más… ahora, tú también sabes
mi verdad. Y dando la vuelta rápidamente se aleja. Ramoldán no tiene
tiempo de responderle nada, sólo puede ver su figura desaparecer entre
los árboles.
Y esa noche en el palacio, Ramoldán se pasea nerviosamente por la
habitación, hasta que al fin parece tomar una decisión y llama a su
amigo Hiram.
Tras algunos minutos aparece presuroso el buen Hiram. ¿Me llamaste
mi señor? Sí, mi buen amigo; necesito pedirte un gran favor: Ve al harem
y dile a mi esposa Saryiel, que la he elegido para que sea mi compañera
esta noche. Hiram asiente con su cabeza y sale tan rápido como sus
años se lo permiten. Después de algunos minutos que parecen años, el
buen Hiram regresa un poco pálido y asustado. Perdona mi señor, pero
la señorita se ha negado a venir conmigo y en cambio me ha encargado
el siguiente mensaje: “Dile a tu señor que el día que me tomó por
esposa, hizo una gran fiesta y se aseguró que todos los habitantes del
palacio conocieran su nueva adquisición, en cambio hoy envía a su
sirviente en medio de la noche y con el más grande sigilo, para que
nadie lo advierta. Dile que acudiré llena de dicha, si él personalmente
acude al harem y delante de sus otras esposas me elige a mi entre ellas;
pues muchas veces he soportado sus risas y desdén hacia mí cuando
vuestro señor ni siquiera se dignaba mirarme”. Al escuchar este
mensaje el rostro de Ramoldán se torna rojo de la ira, sus manos se
crispan e instintivamente desenfunda su hermosa daga y va a salir de
la habitación, cuando su buen amigo le interrumpe. Perdona mi señor…
¿Qué vas hacer? Lo que debí hacer hace mucho tiempo… matarla y dar
fin a este maldito sentimiento que me corroe por dentro. Mi señor –
replica dulcemente Hiram – si la matas, será tu propia destrucción y la
antesala de vuestra propia muerte; además retrocederás tanto a nivel
espiritual, que yo mismo te pediré también que me des muerte, pues no
seré más nunca tu sirviente y menos tu amigo.
Estas palabras pronunciadas con tanto cariño y verdad, sacudieron
fuertemente a Ramoldán, quien se detiene instantáneamente. Su rostro
cambia rápidamente, se suavizan sus facciones y sus ojos toman su
brillo habitual. Sabes mi buen amigo que nunca te haría daño, más que
mi amigo os considero casi como al padre que no tuve la oportunidad
de abrazarle y decirle cuánto le quería… dime mi amigo… ¿Qué sabes
tú de ella, que estás dispuesto a sacrificar también tu vida? Señor… vas
a perdonarme, pero he sido yo quien, valiéndome de ciertos
conocimientos ocultos y mágicos, la arrojé hacia vuestra vida. ¿Te
asombras?... Te lo explicaré…
Tu vida cada vez se perdía más en el vicio, el licor y el poder. Todo por
lo que yo había luchado desde que tú eras casi un niño, estaba a un
paso de perderse, entonces, en medio de mi desesperación alcé mis
ojos hacia las estrellas y les pedí me revelasen el medio de salvaros de
vuestra perdición y ellas me mostraron el ángel más puro y hermoso
que he podido conocer. ¿Comprendes ahora, por qué si le das muerte
todo estará perdido para ti?... y también para mí, pues habré fracasado
en mi empeño de llevaros a un mundo superior…
Ramoldán abraza fuertemente a Hiram y con voz entre cortada le dice:
¡Oh mi gran amigo! eres tanto mi sirviente, como yo lo soy de ti.
Mañana mismo tomaré una decisión que cambiará el destino de
nuestras vidas y la de los habitantes de este castillo… Ve en paz mi fiel
amigo, mañana será el gran día.
Y por fin el sol empieza a ocultarse en el horizonte, tornando el paisaje
más hermoso que nunca…
¡Atención! el señor ha citado a todos los sirvientes del castillo y a sus
esposas para una reunión especial…
Queridos amigos, señores invitados, sirvientes del castillo y esposas
mías. Poned todos mucha atención, pues de ahora en adelante
cambiaran todas las normas del castillo.
En primer lugar, mi sirviente y gran amigo Hiram, se hará cargo de la
administración y el gobierno del castillo, su palabra será ley, sus
órdenes serán atendidas como si fuera yo mismo; sólo yo tendré más
poder que él.
En segundo lugar, ya no habrá más sirvientes en mi castillo, pero no es
por lo que estáis pensando, se trata de que todos los sirvientes leales
de mi reino, tendrán una parcela que podrán cultivar para el
sostenimiento de sus familias; defenderán su propia tierra y lucharán
por ella. Hiram se encargará de la distribución equitativa de la tierra…
pero no podrán negociarla o cambiarla.
Desaparecerán los castigos y torturas físicas, pero las personas que no
puedan vivir en comunidad, serán expulsadas del castillo.
En tercer lugar, a partir de hoy todas mis esposas quedan en completa
libertad de elegir el nuevo rumbo de sus vidas… las que decidan partir,
recibirán una dote de cincuenta monedas de oro, algunas provisiones y
dos camellos, pero tendrán que irse de mi reino, pues compartieron mi
lecho y ningún otro hombre podrá tocarlas en mi presencia… y si alguna
de vosotras quiere quedarse, lo hará por su propia cuenta y porque su
corazón así lo indique. Hace una leve reverencia y se retira del salón.
Todo es desorden y confusión, los sirvientes se miran atónitos de
sorpresa, las esposas no saben que hacer; todo es confusión, unas ríen,
otras lloran y otras han quedado petrificadas por la noticia. Y días
después, empiezan a salir algunas caravanas del castillo; en sus rostros
se refleja la alegría y la esperanza de una nueva vida… Mientras tanto,
en el salón principal un puñado de mujeres adornadas con sus mejores
atuendos esperan al señor del castillo.
Y bien, mis queridas esposas… no sé en verdad si sentirme halagado
por vuestra lealtad y cariño hacia mí o sentirme desilusionado y triste,
pues de mi numeroso harem, sólo quedasteis vosotras; pero quisiera
escuchar de vuestros labios el porqué de su decisión, dime Shadai ¿Por
qué te quedas a mi lado?... señor, no he conocido más hombre que vos
y no quisiera aventurarme hacia otros hombres y otras tierras. Y tú
¿Daleth? Señor, antes te odiaba por tu dureza, pero ahora habéis
cambiado y me gusta tu dulzura y la protección que me brindas. Y tú
¿Sharira? Yo señor, me siento feliz cuando tu desbordas toda tu pasión
hacia mí y me haces mujer. Y tú ¿Saryiel? Antes de responderme
permíteme que te diga la gran sorpresa que fue para mí verte en este
salón, pero me alegra profundamente. ¿Y tú respuesta? Yo señor, estoy
aquí, no por ninguna de las razones de mis compañeras, sino
simplemente porque… te quiero con todas las fuerzas de mi corazón y
no me imagino la vida sin ti; y si alguna vez dije que tendrías mi cuerpo,
pero no mi alma… ahora te digo: Puedes tomar mi cuerpo, mi alma, mi
corazón y si lo quieres, también mi vida. Esta respuesta pronunciada
con tanta verdad y tanta emoción conmueve visiblemente a Ramoldán,
quien no puede ocultar su felicidad y le responde: ¡Oh, mi bella flor del
desierto! Por tus bellos sentimientos y tu sinceridad, de ahora en
adelante serás mi esposa principal. ¿Tendrías la bondad de
acompañarme esta noche?... Sí, con toda mi alma señor. Y vosotras
podéis quedaros a mi lado si así lo queréis, pero recordad siempre que
sois libres.
Y esa noche… Saryiel entra en los aposentos de Ramoldán. ¡Por Alah!
Que espectáculo tan hermoso, parece una diosa hindú… un
transparente vestido de color rubí, envuelve su escultural figura, un
collar de perlas adorna su esbelto cuello, una diadema con un gran rubí
que cae en medio de sus tupidas cejas, le dan un majestuoso aspecto;
su perfume embalsama el aire y hace circular con rapidez la sangre en
las venas. No dices nada mi señor… Ramoldán sacude la cabeza, como
si pretendiera despertar de un sueño, y luego contesta: ¡Oh, disculpa mi
bella Saryiel! Pero es que mis ojos jamás habían presenciado tanta
delicadeza y hermosura juntas. Ven tomemos una copa del mejor vino
del palacio…
Luego de algunas copas, Ramoldán la toma suavemente entre sus
brazos y la besa con infinita ternura, Saryiel se estremece de pies a
cabeza. Y en unos minutos ambos pierden la noción de todo tiempo y
se ves transportados a un mundo maravilloso, tierno; sus cuerpos se
funden en un solo ser, el amor y la pasión se mezclan con los gemidos
de placer que se escapan de sus labios; y el tiempo transcurre sin que
ellos puedan darse cuenta.
Tilín, tilín – suena una campana en la parte externa de la puerta –
disculpa mi señor, el desayuno ya está servido. ¡Por Alah! ¿Qué hora
es?... me quedé dormido, y se incorpora para vestirse, pero sus ojos se
detienen a contemplar a su joven esposa… Está dormida y semi
desnuda, parece una Venus, una Ondina de las más bellas visiones de
los místicos; sus labios entre abiertos dejan ver unos dientes tan bellos
como las perlas y una leve sonrisa de alegría y satisfacción se dibujan
en ellos. De repente, Saryiel al sentirse observada se despierta y se
encuentra frente a frente con los ojos de Ramoldán. Buenos días mi
hermosa reina… me habéis hecho el hombre más feliz del mundo. Yo,
que creía que sabía lo que era el amor, pero ahora en tus brazos he
descubierto un nuevo mundo. Y yo señor, que no sabía lo que era, he
ascendido en cuerpo y alma hasta el cielo. Y mi cuerpo ha despertado
a un mundo maravilloso y mágico entre tus brazos; si antes te dije que
te quería… ahora no encuentro palabras para decirte lo que siento por
ti.
Y los días transcurrieron en completa paz y armonía. Todo es amor y
dulzura entre Ramoldán y Saryiel.
Cierta noche, Saryiel dice a su esposo: Mi señor, perdona mi curiosidad,
pero nunca me has hablado de tu vida, tu pasado; quiero saber un poco
más del hombre a quien tanto amo y me hace tan feliz. Ante esta
pregunta tan directa, Ramoldán frunce el seño y sus ojos cambian de
expresión, se tornan duros y tristes, como si una sombra hubiese
opacado su brillo. Mi reina, disculpa mi brusca reacción, pero habéis
tocado el punto más doloroso y triste de mi vida; no quisiera contaros
mi historia, pero si así lo queréis… lo haré… Escucha: Nací cerca de
Marruecos, en un bello palacio, propiedad de un rico califa, mi madre al
igual que otras cuarenta mujeres formaban parte de su harem.
Todo allí, era alegría y mi vida transcurría de la manera más feliz,
siempre jugaba con mis hermanos y mi padre a pesar de ser un
poderoso guerrero, también era muy dulce y a veces tomaba parte en
nuestros juegos; él era nuestro héroe, el hombre más valiente e
inteligente que jamás haya conocido. Mi madre siempre me decía que
lo amaba y que ella sabía que, a pesar de sus otras esposas, él también
la amaba a ella.
Cierta noche de desventura, el palacio es atacado por un ejército de
bandidos del desierto, la lucha se torna encarnizada y salvaje; mi padre
personalmente tomó el mando de la defensa; combate como el más
poderoso guerrero… me parecía como si el mismo Alah, estuviese
montado en un corcel negro, con figura humana y una espada en la
mano… de repente una voz grita con fuerza: ¡Ríndete, poderoso
Rahoor-ku… o tus esposas e hijos morirán! Él se detiene como por arte
de magia y efectivamente unos hombres colocan puñales en torno a sus
cuellos… Está bien… Me rindo; pero por favor no les hagan daño a ellos.
No estás en posición de exigir nada. Por favor, toma todo lo que
quieras… te doy mi vida a cambio de la de ellos. Ja, ja. Tu vida ya me
pertenece y sabrás antes de morir, que tus esposas servirán para
calmar la lujuria de todos mis hombres, y tus hijos serán mis esclavos.
No, no… ese grito de mi padre pronunciado con toda su furia y
desesperación, paraliza la sangre en las venas; y como impulsado por
un poder invisible, reanuda su devastador ataque. Ruedan cabezas,
brazos, piernas; el ángel de la muerte ha despertado toda su furia…
Pero viene lo inevitable, por fin alguien consigue herirle y luego otro, y
luego cae de su caballo y me tapo los ojos para no ver el resto. Otro
grito desgarrador hace que me destape los ojos y veo a mi madre
corriendo como loca para abrazar el cuerpo sangrante y agonizante de
mi padre, y cuando está llegando junto a él, un puñal surca el aire
velozmente y se clava en su pecho, pero ella se toma el pecho con las
dos manos y mira a mi padre… sonríe levemente y se desploma a su
lado… mi padre le mira con ojos desorbitados, le toma su mano y luego
un suspiro y todo ha terminado.
Crecí entonces, como un esclavo, sometido a los peores tratos, a los
castigos más crueles y denigrantes que te puedas imaginar, y sólo el
odio y el rencor fueron mis amigos y mi aliento durante muchos años.
Día y noche imaginé la forma de vengarme y prometí que nunca iba a
ligarme sentimentalmente con nadie, pues esa fue la causa de la muerte
de mi padre.
En la primera oportunidad que tuve, me escapé del castillo con la ayuda
de un sirviente del castillo que era leal a mi padre. Transcurriendo algún
tiempo, me uní a un grupo de bandidos y asaltadores del desierto. Me
convertí rápidamente en un poderoso y temido guerrero, la sangre era
mi alimento y calmaba el profundo odio de mi corazón. Luego, en un
duelo a muerte reté al líder del grupo y quedé al mando, mi fama y furia
se hizo rápidamente conocida en toda la región y regiones vecinas,
donde otros pequeños grupos de bandidos temerosos de enfrentarme,
se unieron a mi grupo y pude conformar un gran número de hombres.
Cuando sentí llegado el momento dirigí un contundente y devastador
ataque al antiguo palacio donde yo nací, y en unas pocas horas
redujimos a los miembros del palacio. Mis hombres tenían instrucciones
claras de no tocar por ningún motivo al señor del palacio… él me
pertenecía. Después de dar muerte a todos los guardias y hombres
leales al señor del castillo, le encontraron escondido dentro de un
armario y le trajeron a mi presencia. Tuve que hacer grandes esfuerzos
para no matarle inmediatamente, le proporcioné una espada y le dije:
Te preguntarás quien soy… Soy hijo de Rahoor-ku. Tú le asesinaste vil
y cobardemente, ahora yo te doy la oportunidad de salvar tu miserable
vida… si me derrotas, serás el líder de mi ejército, y si no… tendrás la
más lenta y dolorosa de las muertes.
Y lancé mi feroz ataque para darle muerte y perdí toda noción de
humanidad y me bañé en su sangre como un loco después de darle
muerte; movía su cadáver una y otra vez, esperando alguna señal de
vida para volver a matarle...
Fue después de un rato que una voz cálida y familiar me llamó por mi
verdadero nombre: Ramoldán… Ramoldán… mi pequeño niño, guarda
tu espada… todo ha terminado…
Esa voz llena de emoción y alegría me hizo reaccionar, y al volverme,
me encontré de frente con un sirviente leal a mi padre, y que años atrás
me había ayudado a salir del palacio; y como impulsado por una fuerza
invisible le abracé contra mi pecho, lloré como un niño en brazos de su
padre. Fue tan extraño… me sentí por un minuto como si mi padre
estuviera vivo y me rodeara con sus brazos llenos de amor y dulzura.
Descansa mi pequeño niño, veo que te has convertido en un poderoso
guerrero… lo siento, no era ese el destino que quería para ti… pero te
prometo hacer hasta lo imposible por devolverte la fe, la esperanza y
que el amor nazca nuevamente en tu corazón. Tu padre sabía cuál sería
su final y me hizo jurarle que nunca te dejaría solo. Hoy… la vida te trae
nuevamente hacia mí y no volveré a separarme de ti por nada del
mundo, si así lo quieres.
La emoción y el llanto me embargaban y no pude hablar, pero le besé
en la frente como lo hacía con mi padre. Desde entonces, reiné como
amo y señor en ese palacio, pero el recuerdo de mi familia y padres, me
atormentaba; fue cuando tomé la decisión de mudarme a otras tierras,
con la ayuda de Hiram. Dividí las ganancias y tesoros que había
conquistado entre todos mis hombres, les dejé el palacio a ellos y
compré este nuevo palacio; muchos de mis antiguos guerreros
marcharon conmigo rumbo a una nueva vida, para formar sus hogares
y su familia.
Debo deciros mi reina, que, sin la guía de Hiram, el poder y el odio me
hubiesen perdido para siempre; por eso más que mi sirviente personal,
es mi amigo y segundo padre. Y ahora conoces mi historia; y porque
era tan duro e insensible hacia los lazos del amor… pero apareciste tú
y como un rayo en una noche oscura, iluminaste mi vida y me mostraste
el verdadero camino… el amor…
Y pasan los días y los meses y todo es felicidad y amor en el palacio;
pero además hay otro motivo para celebrar, Saryiel está en cinta y dará
el primer y único heredero de Ramoldán. El hijo del profundo amor que
ambos sienten… ¡Oh! ¿Cómo será nuestro hijo?... dice tiernamente
Ramoldán a su esposa, mientras con infinita ternura acaricia su
vientre… ella sonríe llena de felicidad, le besa y se refugia en sus
brazos.
Y por fin el momento ha llegado… Ramoldán se pasea nervioso por el
pasillo del palacio, el buen Hiram le mira con preocupación… pero su
semblante está pálido y tenso. ¿Qué te sucede mi buen amigo? ¿Acaso
no estás feliz?... una pequeña criatura alegrará nuestro palacio. Hiram
no responde… pero dos lágrimas escapan de sus ojos.
Los minutos transcurren angustiosamente… Parece como si fueran
pequeños dardos que se clavan lenta y dolorosamente en la piel. De
repente la puerta de la habitación se abre violentamente y el curandero
con voz trémula, entre cortada y su rostro pálido; se dirige a
Ramoldán… Lo siento gran señor, la fiebre es muy alta y a pesar de
todos nuestros esfuerzos, no hemos logrado controlarla, y bajo estas
condiciones el parto no es posible y… - y qué – replica violentamente
Ramoldán tomándole fuertemente por el cuello… ¿Sabes qué será de
ti, si el más preciado de mis tesoros y mi hijo sufren algún daño?...
Es en ese momento cuando Hiram con voz suave y cariñosa dice a
Ramoldán: Disculpa mi buen señor, el curandero tiene razón, permítele
que regrese al lado de tu esposa; pues recuerda que más allá de tu oro
y tu poder, está el poder y la voluntad de Alah… Ramoldán le mira a los
ojos y reacciona soltando al curandero con rapidez. Ve adentro y no
salgas hasta que mi hijo y mi esposa estén fuera de todo peligro.
¡Oh… Hiram…! ¿por qué tu rostro refleja tanta tristeza?, ¿Por qué esa
angustia que mata toda esperanza?, ¿Sabes tú acaso lo que depara el
destino?...
¡Oh… Ramoldán…! Hombre poderoso y temerario… Le temes a la
muerte… ¿Por qué se agita tan violentamente tu corazón?, ¿Por qué
tiemblan tus piernas?, ¿Preferirías acaso enfrentaros al más fiero y
temido guerrero que pudieran poneros en frente, que a esta angustia y
desesperación que mata toda esperanza?...
Pronto… pronto, - sale gritando el curandero del salón – ven señor…
Saryiel quiere verte. Los ojos de Ramoldán e Hiram se cruzan en una
inteligente y triste mirada.
Y luego en la habitación, Saryiel, presa de una fiebre aterradora y en
forma delirante, llama a su esposo: Ramoldán… amor mío… mira que
estrellas tan hermosas… casi puedo tocarlas… con gusto tomaría la
más bella y radiante y te la regalaría como muestra de mi gran amor.
Ramoldán la toma por las manos suavemente y cubre con infinito amor
su rostro a besos… Shii…sss…, no digas nada… te vas a poner bien…
ya lo veras. Nuestro hijo un día reinará glorioso en este palacio, y tú mi
reina, serás la mujer más feliz que exista sobre la tierra. Saryiel sonríe
y responde débilmente: No mi señor, sé muy bien que voy a morir… lo
siento dentro de mi ser, pero no me importa… pues si he de hacerlo
hoy, me encantaría que fuese entre tus brazos y contemplando tu
rostro… ¿Podría haber cielo más hermoso que tu voz?... o… ¿más
cálido que tus besos?... o … ¿fuego más ardiente que tu pasión? Yo
creo que no. Solo me entristece esposo mío, que no puedas tener a tu
hijo entre tus brazos y que no puedas descubrir en él lo más bello de mi
amor por ti… lo siento. En ese momento, Ramoldán con sus ojos llenos
de lágrimas y su rostro descompuesto por el dolor, le calla con un
profundo y gran beso lleno de dolor. No digas más, reina de mi alma…
no vez que destrozas mi corazón y me quitas toda esperanza…
Pronto, Hiram… tú puedes salvarla; ahora recuerdo que cuando yo
estuve al borde de la muerte tú me diste una pócima… por favor, dásela
para que no muera. Hiram mirándole fijamente a los ojos le dice con
mucha tristeza: Lo siento mi señor, no es posible… su misión ha
terminado… su hora se acerca…
¡Cómo!... Grita Ramoldán enfurecido – ¿te niegas a darle la pócima? -.
No señor… no me niego, es sólo que su hora se acerca y la pócima sólo
le devolverá la lucidez a lo sumo por una hora y luego… ¡No! No lo
digas. Te ordeno que se la des inmediatamente. Hiram, sin reprochar,
saca de sus vestiduras un pequeño frasco y vierte el contenido en los
labios de Saryiel. En pocos minutos la temperatura empieza a
descender, poco a poco el color habitual de su rostro regresa a la
normalidad. Ramoldán la besa a cada instante y una sonrisa de alegría
invade su rostro. ¡Oh… Ramoldán! Con cuanto dolor pagarás la alegría
de este instante…
Saryiel recobra totalmente el sentido y pregunta con ansiedad: ¿Qué
pasó?... ¿Y mi hijo?… Aún no ha nacido, - responde con rapidez
Ramoldán - pero descuida, todo estará bien… yo estoy contigo.
Saryiel le abraza y con gran emoción le besa en los labios. ¿Sabes
esposo mío, cuánto te amo? Te lo diré: Si fuese capaz de reunir todas
las arenas del desierto, ellas no serían tan cálidas y suficientes como mi
amor por ti. A cada frase suya Ramoldán sonríe lleno de felicidad, pero
no se da cuenta que el tiempo transcurre velozmente.
Hiram lo observa en un rincón, su rostro está pálido y abundantes
lágrimas cubren su piel morena.
Y cuando todo es alegría y el par de enamorados se han olvidado de
toda tristeza y enfermedad, una pequeña convulsión hace callar a
Saryiel. ¿Qué pasa?... - Pregunta Ramoldán – No lo sé… es sólo un
pequeño mareo – responde ella -. Luego otra y otra convulsión.
Ramoldán mira con desesperación a Hiram y éste con voz cortada y los
ojos llenos de lágrimas le responde: Lo siento señor… su hora ha
llegado… tienes unos minutos para despediros… te dejaré a solas.
Ramoldán la toma entre sus brazos y le dice con profundo dolor: Mi
reina, gracias por la infinita felicidad que trajiste en mi vida… porque
lograste cambiar mi odio en amor, mi orgullo en comprensión y por Alah,
os prometo que si nuestras vidas vuelven a cruzarse en otras
existencias… te daré todo el amor que hoy la vida me arrebata. Y de
ahora en adelante consagraré mi vida a Alah y a descubrir los profundos
misterios de la vida y de la muerte. Saryiel le observa con ojos
desorbitados. Ven… acércate…. Quiero entregarte en un beso mi último
aliento y con él, mi propia alma… ella te protegerá y te dará el valor para
continuar la vida que hoy comienzas… TE AMO… al otro lado os
aguardaremos mi hijo y yo… luego lo besa… un suspiro y todo ha
terminado. Segundos más tarde, un grito lleno de dolor, de rabia y de
impotencia retumba por todo el castillo.
Todos los sirvientes acuden presurosos al lado de su señor… pero es
Hiram quien le abraza fuertemente y le dice en voz baja: Llora mi
señor… las lágrimas son el bálsamo del alma, ellas os purificarán y
prepararán para el próximo camino que la vida os depara.
La hora del funeral ha llegado y tres majestuosos corceles blancos tiran
de la carroza fúnebre. Todos los sirvientes y demás ocupantes del
castillo siguen a pie la marcha fúnebre… y a corta distancia y como con
el rostro esculpido en mármol blanco, Ramoldán les sigue en su brioso
corcel.
La marcha ha terminado, la pira para la cremación está lista. ¡Alto! –
grita Ramoldán - Quiere verla por última vez… y acercándose la besa
suavemente en los labios, luego saca una diadema de sus bolsillos y se
la coloca en la frente diciéndole: Póntela mi amor… por ella os
reconoceré en una futura vida. Y dando media vuelta ordena: ¡Adelante!
Y esa noche… ¡Oh… Ramoldán… ¡Qué triste y abatido estás!
¿Dónde está tu poder?, ¿De qué sirve tu oro si no puedes vencer la
muerte?
Sus pensamientos son interrumpidos por la voz suave y cariñosa de su
fiel amigo. Disculpa mi señor, quise venir a haceros compañía sino os
molesta.
Mi buen amigo… muerta Saryiel, tu eres mi único pariente, ahora que
todo ha terminado… dime… ¿Tú sabías de su muerte?... Sí mi señor.
Las estrellas me la mostraron como el pequeño farol que iluminaría tu
vida y la llenaría de amor… pero una vez terminada su misión debía
partir. Te preguntarás por qué… Te lo diré: Tu vida ha tenido varias
etapas; la primera es el niño huérfano e indefenso que crece como
esclavo en tierras lejanas; en la segunda se despierta el poderoso
guerrero que hay en ti, ávido de venganza, de oro y de placeres; en la
tercera aparece Saryiel y surge el hombre que ama, que sufre por las
trivialidades de la vida, que se regocija en la felicidad del hogar… pero
ahora es necesario que nazca el hombre santo, el hombre puro y sabio
en que deberás convertirte un día; y si tu reina no hubiese partido, jamás
habrías renunciado a ella para seguir tu camino. ¿Mi camino? –
pregunta Ramoldán -. Sí… el camino de renunciamiento al mundo y sus
placeres, el camino del verdadero amor y la sabiduría suprema de la
vida y de la muerte. Y ¿Cómo encontraré ese camino? Yo te enseñaré
la puerta… pero tú deberás cruzarla solo… pues yo no podré
acompañarte. Ramoldán le mira con asombro.
¿Quieres decir que tú también me abandonarás?... Sí y no, pues mi
cuerpo muy pronto desaparecerá, pero mi alma te guiará y cuando me
necesites podrás evocarme y yo apareceré ante ti para aconsejarte.
Y ¿Qué pasará con el castillo? deberás repartir tus tierras y bienes entre
tus esposas y sirvientes, además nombraras un gobierno para que se
encargue del funcionamiento del castillo. Bien, mañana mismo me
encargaré de eso; muerta mi reina… para qué necesito castillo.
Y al día siguiente, todo ha quedado organizado. Los sirvientes no se
cansan de agradecer a su amo por las tierras y la libertad que hoy les
brinda; pero Ramoldán tiene su pensamiento puesto en la nueva vida
que le espera.
Llegada la noche, Hiram se acerca a su señor y le dice al oído: ¿Estás
listo? Sí – responde él con valor -. ¿Cuándo partiremos? Ahora mismo
-responde Hiram – toma esta túnica, póntela… deja todas tus joyas y
partamos. Ramoldán rápidamente se cambia sus vestiduras y se
despoja de todas sus joyas; pero al llegar al anillo de su matrimonio con
Saryiel, unas lágrimas se escapan de sus ojos. Hiram que le observa
cuidadosamente le dice: consérvalo si quieres, te ayudará a soportar las
terribles pruebas y te acompañará en los momentos de desesperación.
La hora ha llegado… partamos ya, - dice Hiram – cuando llegan a las
puertas del castillo, Ramoldán se detiene un momento a contemplarlo,
luego lanza un beso y espolea son violencia su corcel.
Luego de viajar casi toda la noche, llegan al fin a unas antiguas ruinas
de una cultura muy antigua y supuestamente desaparecida. Hiram
pronuncia unas frases en alta voz y en un lenguaje totalmente
desconocido, y minutos más tarde la tierra empieza a moverse para dar
paso a los visitantes. ¿Te sorprendes? – pregunta Hiram – las ruinas
están encima y eso es lo que las personas pueden ver; pero el templo
está es adentro… ésta es tu primera lección.
Luego de los saludos respectivos y la presentación oficial de Ramoldán
como discípulo de la logia, el maestro del templo la pregunta en alta voz:
Dinos, ¿Quién eres y qué buscas? Soy Ramoldán de… no – le
interrumpe el maestro – eso ya lo sabemos. “Yo soy el que soy, y he
venido en busca de los misterios de la vida y la muerte”, pues ya nada
del mundo me interesa. Bien, - responde el maestro – y dirigiéndose a
Hiram, le dice: Veo mi querido hermano que tu discípulo es tan osado y
directo como tu… te felicito.
Y después de terminados los servicios del templo, Ramoldán pregunta
con tristeza a Hiram: ¿Cuándo partirás tú? Hiram le mira con dulzura y
le dice: Descuida, yo seré tu maestro en los primeros grados de tu
discipulado, y cuando ya la tristeza y el dolor hayan desaparecido de tu
corazón, entonces partiré.
Maestro… dime ¿cómo reconoceré a Saryiel en otra vida? Hiram le
sonríe con ternura… Así como el hierro reconoce al imán. Y ahora
duerme, lo necesitas.
THIARA

Cada perla era el símbolo de cada sueño,


De cada ilusión construida en esas bellas noches de luna,
Cuando paseábamos por los jardines disfrutando de nuestro gran amor.
El rubí, sangre de paloma. El símbolo de la cristalización de nuestros
sueños. Símbolo del más hermoso fruto de amor, que anidó en mi ser y
allí quedó dormido.
¡Oh… Vida! Tu, decidiste que la ninfa de tantos sueños
También durmiera… la llevaste a tu lecho, observando los destellos en
su frente.
Tú… pensaste hallar las perlas y el rubí que un día me obsequiaste…
Pero… no sabías en qué forma los hallarías.
Ahora has descubierto que mi alma está bordeada
Por las perlas que allí sembraste,
Y… el rubí… aún está dormido y sólo despertará cuando tus brazos
estén libres y sientan el vacío y la necesidad de acunar
el fruto de tu consciencia aunado a la rosa,
Que florecerá plenamente en ti.

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