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Imigracion

El momento social en el que nos encontramos inmersos e inmersas nos lleva a prestar una
especial atención a la realidad de la población inmigrante, y en concreto, a la realidad de una
juventud inmigrante marcada por una situación muy diferente a la que tienen los y las jóvenes
que han nacido dentro de nuestro país. Si tuviéramos que definir en unas pequeñas líneas el
contexto en el que nos movemos a la hora de hablar de inmigración, no hay que olvidar que
partimos de una política y un marco legislativo y normativo, cuya inestabilidad, restricción y
falta de eficacia en la gestión, han generado que parte de la población inmigrante viva en la
irregularidad administrativa, con la consiguiente inseguridad y ausencia de derechos.

Cuando nos referimos a juventud inmigrante, nos estamos refiriendo a un 6,3% de la población
joven en España, (el 3,37% de la población joven inmigrante es del sexo masculino y el 2,93%
del sexo femenino). Cabe destacar también un dato y es que el 29,9% de la población de
origen extranjero en España es joven (el 54,68% de la población inmigrante es joven de sexo
masculino y el 45,32% es de sexo femenino). No obstante, pese a la información sesgada y
alarmista que ofrecen en algunas ocasiones los medios de comunicación, la población
inmigrante sólo representa el 4,73% de la población española (53% son hombres y el 47% son
mujeres), cifra muy inferior al del resto de los países de la Unión Europea.

Un camino hacia la plena ciudadanía...

Realmente nos encontramos en un camino, un proceso hacia la plena ciudadanía, pero este
camino se perfila más duro y complicado cuando nos referimos a la población inmigrante.
Partimos del artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que dice así:

Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin
distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra
índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquiera otra condición.

La importancia de partir de este artículo es que ningún ser humano es ilegal, que hay que
defender y garantizar el cumplimiento de los Derechos Humanos, en los que no se diferencia
en ningún momento por cuestión de raza, origen, sexo... Por ello entendemos que es un grave
error unir la ciudadanía a la nacionalidad y no al hecho de ser persona, porque según esto
¿qué derechos quedan amparados o no cuando éstos se condicionan a una nacionalidad, a un
lugar de origen, a un trámite administrativo? Esta pregunta se torna compleja cuando el propio
marco legal ha sido reformado en cuatro ocasiones en tres años, declarándose en ese proceso
artículos inconstitucionales por el propio Tribunal Constitucional. No obstante, entraremos en
ello a la hora de referirnos a la realidad legal y jurídica que, como veremos, condicionará la
propia situación de la población inmigrante.

Ahora bien, retomando el concepto de ciudadanía en el que en la propia introducción al


Documento de Bases hacíamos referencia, esto va implícitamente unido a la idea de derechos
y deberes y es más, al concepto de participación como medio para ejercer dicha ciudadanía, es
decir, ser parte activa en el desarrollo político, social, económico y cultural de un país. Pues
bien, todo esto en el caso de la población inmigrante, y en concreto de la juventud inmigrante,
es una situación lejana y no ceñida a la realidad.

Para acceder a un régimen de derechos y deberes similar a los de los españoles y comunitarios
es preciso estar en posesión de una autorización para residir en España. La interpretación de
las normas, ajenas a la realidad, y el mal funcionamiento de la Administración, son
responsables, en parte, del volumen actual de población extranjera en situación administrativa
irregular, cerca de 800.000 personas. La invisibilización de este colectivo tiene muchas
consecuencias, algunas de ellas de gran gravedad. Los extranjeros sin autorización están
abocados a emplearse en la economía sumergida y en torno a la entrada y permanencia
irregular en España, surgen formas delictivas tales como el tráfico ilícito y la trata de seres
humanos.

Mención aparte debe tener la influencia de los medios de comunicación social, cuando éstos
difunden en ocasiones, a través de informaciones sesgadas y parciales, estereotipos que
contribuyen a la creación de las barreras de las que hablábamos antes.

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