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Quedarse en casa

Quedarse en casa no es encerrarse.


Es mucho más que replegarse por miedo al contagio o por rechazar lo de afuera.
Tu casa es el ámbito de tu libertad. Por tanto, de tu auténtico ser.
No la rebajes a mera zona de confort, ni dejes que se convierta en el refugio de tus
temores. Deja fuera de ella la ansiedad del “¿hasta cuándo?”. No permitas que se convierta en
campo de batalla contra los tuyos.
Porque ante todo ha sido Dios quien ha puesto su casa en ti al hacerte templo de su
Espíritu. Vuelve a ti mismo y redescúbrete como tal. En ti habita su presencia, que es el bien, la
verdad, la belleza y la unidad. Unidad en ti mismo que te recoge de la dispersión. Unidad con
Dios que te ama y a quien quieres amar con corazón entero. Unidad con los tuyos, que son las
moradas más amplias de esa casa abierta para acoger, sostener, llenarse de vida. De la vida de
Dios entre dos o más que se aman en su nombre.
Y porque se trata de la presencia de Dios, no podrá quedar confinada entre sus muros.
Sin daros cuenta cómo, vuestro amor irá extendiendo cada vez más vuestros propios espacios,
renovado una y otra vez por el saber actuar y el aprender a esperar, el decir lo que es justo y
aceptar en silencio, el pedir perdón y el saber ofrecerlo. Podréis acoger a muchos más en la
oración que ofrezcáis y en las gracias que recibiréis. Seréis signo de vida, la que nunca se
repliega en sí misma, sino que crece y se multiplica.
¡Qué gracia, sí, estar en casa! Porque es una gracia estar en nosotros mismos. La
bendición de ser lo que somos. Y somos si amamos, si no nos encerramos en el repliegue del
egoísmo y la desesperanza.

Christian Díaz Yepes


Sacerdote – Vicario parroquial de La Asunción de Torrelodones, Madrid

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