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Comentario de texto “Clasificar en Psiquiatría” (2013) de Néstor Braunstein

El contexto: Clasificar en Psiquiatría de Néstor Braunstein es un libro que debe ser leído como el
efecto de trabajo de aproximadamente 40 años alrededor de la investigación y crítica de la
psiquiatría, sus modelos de conocimiento y las efectuaciones prácticas de tipo ideológico-políticas.
Como el autor lo propone en las páginas del prólogo, este es un libro cuyas formulaciones fueron
previamente establecidas en el libro Psiquiatría, Teoría del Sujeto, Psicoanálisis (hacia Lacan)
publicado por primera vez en 1980. El itinerario es largo, y entre ellos hay un enorme trabajo de
escritura alrededor de dos principales tópicos que han caracterizado la obra de Braunstein: a) el
psicoanálisis, de corte “lacaniano” principalmente, y, b) la crítica epistemológica del campo “psi”,
que tiene en este libro publicado en 2013 al más reciente ejemplar de este orden. No obstante, el
precedente de esta última obra no está sólo en el libro de 1980 sino en otro publicado 5 años antes y
que lleva por título Psicología: Ideología y Ciencia de 1975.

El texto: "Etiquetar y uniformizar a cuanto habitante del planeta exista y sus supuestos 'trastornos
mentales' –reducidos a factores biológicos– es el intento de dominación de las subjetividades del
proyecto global. Se trata de ampliar la jurisdicción de la psiquiatría y del dispositivo psi, de
expandir el campo médico para colocar bajo su ámbito todas las dificultades de la vida, que
medicamentos mediante, podrían enfrentarse. ¿Quiénes ganan con esta tabulación paroxística de
“trastornos” y “tratamientos”?, ¿los aquejados de sufrimientos? No, el gran mercado
farmacológico..."

Ya en la portada del libro el autor juega con “DSM” y “DeeSeeMe” con el propósito de destacar
hacia dónde apuntará sus filosos dardos: el vacío de deseo del sujeto que subyace en ese sistema
clasificatorio de “trastornos mentales” realizado por ¿expertos? que, parece, nada entienden del
padecimiento humano, mucho menos del deseo y del dolor de existir.

¿Qué pretenden? Etiquetar y uniformizar a cuanto habitante del planeta exista y sus supuestos
“trastornos mentales” –reducidos a factores biológicos– en el intento de dominación de las
subjetividades del proyecto global. Se trata de ampliar la jurisdicción de la psiquiatría y del
dispositivo psi –sólo subsumido por su circunscripción–, de expandir el campo médico para colocar
bajo su ámbito todas las dificultades de la vida, dificultades que, medicamentos mediante, podrán
enfrentarse. Claro, “la facturación de los servicios” deberán pagarla todos, como da cuenta el autor.

¿Quiénes ganan con esta tabulación paroxística de “trastornos” y “tratamientos”?, ¿los aquejados de
sufrimientos? No, el gran mercado farmacológico, los sistemas hospitalarios privados de
internaciones, los investigadores que ciñen sus indagaciones a los preceptos del Manual, los
médicos que prescriben los marbetes (morbetes según el autor) y que reciben regalías de todo tipo
por sus “prescripciones”, desde viajes a Congresos que difunden el Manual DSM V –su venta está
asegurada– hasta vacaciones familiares pagas cuando no recompensas económicas más
sustanciosas.

Néstor Braunstein –médico, psicoanalista y escritor– hace un minucioso recorrido de los


“beneficiarios” (y las fabulosas sumas ganadas) del sistema clasificatorio. El único perdedor es el
que padece doblemente: padece el sufrimiento psíquico y padece la reducción a una etiqueta en
función de la cual será medicalizado.
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Más que importante el recorrido propuesto por este libro sobre las consecuencias nefastas que se
desprenden de la mundialización clasificatoria de los llamados “trastornados” porque han sido
rotulados sus “trastornos”. Sobre todo si se tiene en cuenta que el autor comenzó a desentrañar lo
que se juega en la psiquiatría con las clasificaciones desde los años setenta, un verdadero precursor.

El autor tomó como modelo la ficción clasificatoria escrita por Borges en Otras Inquisiciones (ver
cita abajo), para mostrar el carácter de extravío del sistema clasificatorio de los “trastornos
mentales” por carecer de un eje conceptual claramente definido, y que por tal razón, desemboca en
la absurda consideración, de clasificar en la clasificación lo que no está clasificado, y con eso, como
con un enorme salto de garrocha, brincar cualquier consideración epistemológica y teórica seria
para el sostenimiento de dicho cerco clasificatorio.

“En las remotas páginas de cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de
conocimientos benévolos está escrito que los animales se dividen en a) pertenecientes al
Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g)
perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j)
innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que
acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.” (Borges, Otras inquisiciones)

Braunstein desenmascara lo que se juega en el planeta DSM V que, por vergüenza omite la palabra
“enfermedad” para definir aquello de lo que se ocupa sustituyéndola por el término “trastorno”
mero eufemismo que traduce el vocablo inglés “desorden”. ¿Qué “orden” es el que se desordena
cuando alguien es distinto de como se esperaba? Es la pregunta clave que hace el autor cuando
ahonda en lo que se juega en el sistema clasificatorio de los desordenes mentales; en la ubicación de
los llamados “trastornados” (“desordenados”) y de los psicofármacos que se les prescriben, la
mayoría de las veces adictivos para quienes los consumen. Pero no importa, ya se encargará el
Manual de acoger entre sus “trastornos” la misma adicción que genera. El planeta DSM V es
amplio y casi podríamos decir “acogedor” si puede hacer crecer sus ganancias.

El lanzamiento del libro coincide con otra cuestión: la acogida mundial del Manual no ha sido todo
lo que sus autores o perpetradores esperaban. Comienzan a circular con profusión las críticas que
muchos psiquiatras le hacen y a las que se suman las de psicoanalistas que saben de las
consecuencias del nefasto sistema de “etiquetamiento” que de una u otra manera se filtra en nuestra
práctica. Psiquiatras y psicoanalistas que consideran que el ser humano precisa ser abordado
teniendo en cuenta su “causalidad psíquica”, lo que les permitirá resistir el asedio a la subjetividad
de esa práctica obscena de “rotular” al vacío.

* * *

En el primer capítulo la lectura crítica orientada por la pregunta antes señalada encuentra
inconsistencias epistemológicas en el quehacer psiquiátrico contemporáneo comandado por el
sistema de clasificación de “trastornos mentales”.

1) Como primer punto, Braunstein sostiene que la réplica del modelo taxonómico implica un
obstáculo serio para el conocimiento psiquiátrico debido a la falta de un eje conceptual que
sostenga la clasificación, misma que resulta risible que proponga a los “trastornos” que no
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están clasificados como siendo parte de la misma: los trastornos no especificados en la


clasificación poseen un código como no definidos en el sistema, y así son incluidos.
2) En segundo lugar, la falta de remisión teórica en el abordaje de los “trastornos” plantea una
carencia reflexiva que busca ser sobrepasada por un ingenuo y simple empirismo. No hay nada
que defina teóricamente al “trastorno”, y ante su carencia existe la supuesta verificación
fenoménica recolectada por observación de signos que sumados construyen rasgos de
comportamiento que se desvían de una norma percibida con prejuicio naturalista y definidos
como anormales o patológicos.

De ahí que la pregunta por el comportamiento normal o anormal requiera ser planteada como un
problema de índole social y no natural ni “biológico”, aunque la actualidad del desarrollo
tecnológico y científico permita construir la ficción de que la fundamentación de dichos
comportamientos está en la morfo-fisiología cerebral.

En ese sentido Braunstein hace una diferenciación entre la ‘causa’ de la subjetividad y su ‘sustrato’,
planteando que la causa está en las estructuras sociales, antropológicas, económico-políticas,
históricas, psíquicas, y el sustrato es una ‘base’ –llamada natural o biológica- de indiscutible
incidencia para la vida, pero que no se vuelve en su fundamento, ya que si hacemos un símil con la
escultura se podría decir que no se puede conocer La Piedad de Miguel Ángel analizando las
propiedades químico-físicas del mármol.

Por ello lo importante de la revisión de lo que se define por ‘desvío’ o anormalidad (disorder)
comportamental, ya que nos dirige a la revisión de las condiciones sociales, históricas, político-
económicas donde se gesta esa sensibilidad.

3) Complementariamente con este punto, añade como tercer elemento de su crítica


epistemológica, que la psiquiatría es la única especialidad médica que no trabaja con
‘enfermedades’, mismas que responden a dos órdenes para su sostenimiento: el etiológico y el
anatómico. Al contrario, la psiquiatría es una especialidad médica encargada de trabajar con
‘trastornos’, de estudiar su incidencia y plantear formas para su corrección. Su objeto de
conocimiento es de valor social y su práctica de valor político y económico, aunque en la
actualidad por vía de la publicitada neurociencia se pretenda objetivar a la subjetividad y sus
supuestas desviaciones, como si se tratara de una cosa positivable. De ahí la pregunta sobre el
¿porqué intervenir –por ejemplo- en los problemas de aprendizaje? La práctica como
intervención hace un lugar a la psiquiatría en la vida de lo público, y el marco desde el que se
sostiene demanda a su accionar un encargo social a ser sostenido; más no ‘natural’ sino
históricamente determinado.

* * *

En el segundo capítulo Braunstein nos permite leer a la práctica médica y psiquiátrica como
comandada por la ideología de la salud y la salud mental respectivamente. Más allá de los
inobjetables aportes de la medicina para el control de la muerte y la enfermedad, sitúa a la ideología
de la salud y la salud mental como los agentes del control de la vida y sus múltiples formas.
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Tal proceso lo reconoce bajo el concepto muy discutido en el ámbito de la crítica a la psiquiatría y
la medicina por autores como Ivan Illich, Jules Henry o Foucault bajo el concepto de
‘medicalización’, cuya definición, aunque larga, conviene trascribirla:

“Una modalidad discursiva, en constante expansión, iniciada en el siglo XVIII, reforzada


después en la primera mitad del siglo XIX, decretada oficialmente como política de los
estados a partir de la nacionalización de la medicina en Inglaterra en 1942, que dio lugar en
todo Occidente a la constitución de ‘institutos de seguro social’ y cada vez más visible a
medida que avanza el siglo XXI, por el cual diferentes, cuando no todos, los aspectos de la
vida humana son vistos y tratados en términos del ‘saber médico’, supuestamente científico,
avalado por cifras y estadísticas que muestran a las claras dónde está el bien (la ‘salud’,
equiparada a la normalidad) y donde está el mal, la ‘enfermedad’ que nos acecha” [Néstor
Braunstein, Clasificar en Psiquiatría, p.33].

La medicalización deviene detrás de bambalinas de la supuesta inofensiva actividad médica y


psiquiátrica, lo que se esconde detrás del telón de la versión oficial de su accionar sobre la sociedad
y la cultura. Y para ello requiere de agentes ejecutores que convencidos de su ‘inocente’ y
‘bienintencionado’ trabajo se vuelven en especialistas introductores de un principio normativo
modelado bajo la idea de lo normal y lo patológico, que afecta la vida pública y privada de modo
que transforma radicalmente esas esferas.
¿en qué deviene? Deviene en un poder solventado en el principio de autoridad con que el médico y
el psiquiatra se invisten, y por el cual, en nombre de la salud, la vida y la ‘cientificidad’ de sus
argumentos, ejercen un control de los andariveles por los que debe trascurrir la existencia social y
subjetiva. El problema, nos dice, no es la medicina y sus avances que contribuyen de algún modo a
la sociedad y la cultura, sino la politización de su accionar, la manera en que autorizados desde el
parnaso de su investidura profesional, contribuyen a organizar la vida de lo público y lo privado,
destacándose que en la actualidad, dicha vida debería responder a la convención cultural de la salud
y salud mental regentada principalmente por la industria farmacéutica.

La medicalización como concepto responde a un principio universalizante. ‘Todos’, deben


someterse a sus dictámenes y específica visión del orden en la que lo anormal o patológico debe ser
controlado, disciplinado y sometido a las exigencias correctivas de los ‘comportamientos
desviados’, y que en la actual sociedad de mercado (“discurso de los mercados” [el catálogo de
todos los catálogos]), dicho poder se ejerce a través de las múltiples píldoras que la industria
farmacéutica produce e implanta en la sociedad con la coalescencia de los Estados nacionales que
orientan sus políticas al tenor de la imperante ideología de la salud y la salud mental.

Según Braunstein, la globalización implica una renovación del “dispositivo de la salud mental”
basado ya no sólo en la maniobra hacia la corrección del desvío por vía disciplinaria sino en el
contemporáneo ejercicio de control de la sociedad a través del encierro, ya no en un manicomio
como en otro tiempo sino en un recuadro taxonómico que deriva al ‘psico-diagnóstico’ ‘sabelotodo’
y de ahí al señuelo ‘psico-farmacológico’.

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