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Escrito en el cuerpo

  Por Viviana Vassallo

   

¿Es posible plantear: “escrito en el cuerpo”? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de la escritura en el cuerpo?
¿Se trata de una bella metáfora utilizada para nombrar los avatares de la pulsión que en su insistencia lleva a un
sujeto a marcar su cuerpo de modos diversos?
Lo escrito no es el lenguaje, dice Lacan, pero lo escrito no se construye más que por su referencia al lenguaje.
¿Cómo nombrar entonces las marcas autoproducidas? ¿Inscripciones, intentos de inscripción por fuera del
discurso? ¿Cómo pensar una escritura que no resulte de la articulación significante? ¿Si el psicoanálisis trabaja con
la palabra y el discurso, cuál sería la aplicación del dispositivo analítico en estos casos?

La escritura china. En la Conferencia XV de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis, Freud sale al paso
de las incertidumbres y críticas que plantea el método de interpretación de los sueños, proponiendo que la
elaboración onírica da a las ideas latentes una forma de expresión primitiva, similar a la escritura figurada. Las
escrituras de lenguas primitivas presentan numerosas indeterminaciones, donde a veces el sentido se fija
agregando un signo figurado independiente de la pronunciación. La escritura sagrada egipcia dejaba al arbitrio del
sujeto ordenar las imágenes de derecha a izquierda o al revés. La escritura jeroglífica ignora la separación de las
palabras y nunca se sabe si un signo determinado forma parte del que le precede o es el comienzo de una palabra
nueva.
La lengua china, muy antigua, está llena de indeterminaciones. Comprende un gran número de sonidos
monosilábicos que pueden ser pronunciados tanto aisladamente como combinados por parejas. A cada sílaba
corresponden diez significaciones, lo que obliga a arbitrar medios para definir el sentido. Esta lengua no posee
gramática (no distingue sustantivo, verbo ni género). Se muestra este idioma como reducido a su materia prima,
semejante, dice Freud, a lo que ocurre con el lenguaje abstracto, después de sufrir la disociación a la que lo
somete la elaboración onírica, eliminando la expresión de las relaciones.
La determinación del sentido, siempre ambiguo, queda del lado del oyente y del contexto. Sin embargo, dice Freud,
las lenguas y escrituras antiguas son instrumentos de comunicación, calculadas para ser comprendidas, a diferencia
de los sueños que no se proponen “decir nada a nadie”.

También Lacan se interesó por la escritura china, poniendo de relieve dos aspectos. Por un lado la ambigüedad de
los caracteres, que da lugar a múltiples sentidos. El lenguaje, dice, cobra relieve en la medida en que la referencia
respecto de todo lo que le concierne es siempre indirecta. Por otro lado su forma escrita, que le permite relacionar
y diferenciar los efectos del lenguaje y la escritura. Lo escrito no es primero sino segundo respecto de toda función
del lenguaje. Lo escrito no es el lenguaje, pero sin lo escrito no sería posible ubicar el efecto más importante del
lenguaje, del orden simbólico, la dimensión de la verdad. “… Lo escrito mismo, en cuanto se distingue del lenguaje,
nos muestra que el lenguaje se interroga desde lo escrito justamente en la medida en que lo escrito no lo es, pero
que no se construye, no se fabrica más que por su referencia al lenguaje…” (Lacan, 1971,2009).
La escritura se refleja en la palabra, es representación de palabra. Aun en las lenguas que usan pictogramas o
ideogramas, si estudiamos una escritura es sólo por lo que puede representar. Si la escritura es representación de
palabra es porque la palabra ya está allí antes que se haga su representación escrita.
Si la escritura y el lenguaje siendo diferentes, están relacionados, podríamos considerar a las marcas
autoproducidas (autoescoriaciones por ejemplo) como signos prediscursivos, significantes no dialectizables, que no
hacen cadena, testimoniando un acontecimiento traumático.

La función del semblante. El discurso se define como esa estructura necesaria, que excede con mucho a la
palabra, siempre más o menos ocasional. Se distinguen en él cuatro lugares: el S1, significante amo, agente del
discurso, que interviene sobre la batería de significantes, el S2, que forma una red, que llamamos saber. El sujeto,
representado por un significante para otro significante. Allí donde es representado el sujeto está ausente, por eso
aun estando representado se encuentra de todos modos dividido. Y el cuarto elemento es el objeto a, que se
define como pérdida. El discurso se presenta como un artefacto, porque para el discurso no hay ningún hecho más
que por el hecho de decirlo. El hecho enunciado es a la vez el hecho de discurso. No hay semblante de discurso,
todo lo que es discurso solo puede presentarse como semblante, y sobre la base del significante, por eso “…el
significante es idéntico al estatuto como tal del semblante…” (Lacan, 1971,2009). El discurso es del semblante. En
cuanto a la relación con la verdad, ésta no es lo contrario del semblante, la dimensión de la verdad soporta la del
semblante.
Como lo real no puede ser dicho, sólo lo podemos designar a través de la articulación del semblante en el discurso.
Pero de tanto en tanto, dice Lacan, en los límites del discurso, dado que éste se esfuerza en sostener el semblante,
hay real, real que designa como pasaje al acto.
Lo real no es decible y la verdad sólo puede ser dicha a medias, bajo una estructura de ficción. He ahí la función
del semblante y del discurso como artefacto. Pero existen fenómenos cuyas estructuras escapan al discurso, donde
asistimos a una caída de la función del semblante y a un tratamiento de lo real por lo real mismo. Marcas de lo
viviente en un sujeto.

Una letra que no es litoral. Dado que la escritura no es de ningún modo primaria, la letra es una precipitación
del significante, es el soporte material del significante y lo que se distingue de él. El significante se sitúa del lado de
lo simbólico y la escritura del lado de lo real. El sinsentido radical de la letra obedece a lo real. La letra haría de
litoral entre goce y saber. El litoral es lo que establece un dominio que es frontera para otro, porque no tienen
nada en común, ni siquiera una relación recíproca.
El inconsciente, que es efecto del lenguaje, porque tiene su estructura, rige esta función de la letra. Ella simboliza
todos los efectos del significante pero no es un significante.
Es necesario diferenciar el río del lenguaje, el significante y la estructura gramatical que participa del sentido y por
otro lado los aluviones que se depositan en el inconsciente, lugar de representaciones cosa, puro encadenamiento
literal, sinsentido radical.
Lo que del goce se evoca cuando se rompe el semblante es lo que en lo real se presenta como erosión. La
escritura, en lo real, representa la erosión del significado “… lo que llovió del semblante en la medida en que esto
es lo que constituye el significado…” (Lacan, 1971, 2009).
La lingüística diferencia significante y significado, pero sabemos que el significante no tiene ninguna relación con el
significado, el significante no se refiere a nada que no sea un discurso, un modo de funcionamiento, un uso del
lenguaje como vínculo.
Lo que hay que saber es lo que en un discurso se produce por efecto de lo escrito, porque el significado no tiene
que ver con los oídos sino con la lectura de lo que se escucha del significante. El significado es el efecto del
significante.
“… Todo lo que está escrito parte del hecho de que será siempre imposible escribir como tal la relación sexual. A
eso se debe que haya cierto efecto de discurso que se llama escritura…” (Lacan 1972/73, 2001).
Si la condición de lo escrito es que se sustenta con un discurso, si la letra es, radicalmente, efecto de discurso, ¿las
incisiones y marcas en el cuerpo pueden considerarse letras? No es posible pensarlas por fuera del lenguaje,
porque el lenguaje es lo propio del ser hablante. Serán trazos, marcas, despojadas de su función de litoral, de
límite entre lo real y lo simbólico.
Testimonio de un inconsciente no reprimido, representan lo que no logra escribirse.
El análisis es una lectura, las producciones del inconsciente se prestan a esta lectura, el analista lee en los dichos
del analizante. El síntoma puede ser leído, porque ya está inscripto en un proceso de escritura, es lo que no cesa
de escribirse.
En el discurso analítico se trata de darle a lo que se enuncia como significante una lectura diferente de lo que
significa. Lacan dice que en el discurso analítico el analista supone que el sujeto del inconsciente sabe leer,
agregamos y también que sabe escribir.
Pero ¿cómo aplicar el dispositivo analítico cuando lo que se presenta no se presta a la lectura, y por estar fuera del
discurso no produce escritura?
Se tratará una vez mas de rescatar al sujeto, “que hable” con la convicción de que la experiencia analítica, en el
marco de la transferencia, puede llevar a la producción de un discurso, donde algo pueda escribirse.

Bibliografía:
Freud; “Conferencias de introducción al Psicoanálisis” “Conferencia XV: Incertidumbres y críticas”, en Obras
Completas, tomo XV – Amorrortu Ediciones.
Lacan, “Producción de los cuatro discursos” en Seminario 17: El reverso del Psicoanálisis, Paidós. Buenos Aires,
1992.
Lacan: “eminario 18: De un discurso que no fuera del semblante, Paidós, Buenos Aires, 2009.
Lacan: “La función de lo escrito” en Seminario 20: Aun, Paidós, Buenos Aires, 2001.

Cuando el cuerpo se hace letra

El cuerpo en gerundio
  Por Oscar Lamorgia

   
 

La idea es trabajar la cuestión de la imagen corporal y las distorsiones que presenta, particularmente considerando
que no se trata de un producto terminado, sino de un “siendo”. Una primera hipótesis radica en asumir que la
imagen corporal siempre (y no algunas veces) está distorsionada. O sea que la distorsión no es patognomónica de
ningún trastorno alimentario ni psicosomático, ya que hay un juego dinámico de fuerzas entre lo que se puede
llamar imágenes figurativas, esto es por citar sólo un ejemplo, la que el espejo nos devuelve, la que vemos en las
fotografías, y las imágenes no figurativas, que son aquellas que tienen que ver con lo cenestésico, o sea con las
sensaciones corporales, con la activación de ciertos bancos de memoria, cuando por ejemplo siento el aroma de las
manzanillas del pueblo natal en el que me crié.
Entonces un olor o un sabor disparan recuerdos que tienen que ver con determinada época de la vida de uno.
Entre la imagen que el espejo nos devuelve y lo que yo siento, cenestésicamente, y con cuyos elementos yo
también construyo y edifico mi imagen corporal, hay un desbalance entre lo figurativo y lo no figurativo. Yo puedo
levantarme a la mañana, mirarme al espejo y ver que estoy muy bien, o sea que me siento en mi eje, que fui al
gimnasio, que estoy en el peso que se espera según mi talla, sexo y edad. Pero al mismo tiempo que veo una
imagen armónica, algo que me gusta, siento las piernas pesadas, y también dolor de cabeza o embotamiento. Y
además estoy preocupado porque el gerente me pidió un informe que no voy a poder presentar en tiempo y forma.
Todo eso en la imagen figurativa no aparece. Pero esas sensaciones que también constituyen mi “yo cuerpo”,
tienen incidencia. Tal discrepancia posee un efecto que está condenado a no saldarse nunca. A la inversa, yo
puedo sentirme bien, puedo no estar preocupado, sentir que la vida me sonríe, que no hay una nube en el cielo,
que el día es precioso y al mismo tiempo me miro al espejo y veo que tengo algunas canas de más, o que tengo
más panza de la que me gustaría tener. Discrepancia que se puede dar en un sentido o en el otro. Pero ese
desbalance va a estar siempre. Eso no se puede saldar, y si en algún momento queda saldado y presenta cierta
momentánea homeostasis, será fruto de la pura casualidad y, podría decirse que se dará muy fugazmente. No es
algo que vaya a mantenerse a lo largo del tiempo.
Por otra parte, está también la comparación con el semejante y el calibrado permanente a que ello nos invita.
Convite que algunos aceptarán de buen grado asumiendo su efecto de captura, o que otros rechazarán de plano,
luciendo una rebelde bohemia, pero que –de todos modos– siempre estará allí al acecho.

Si lo trasladamos a matemas, nos encontraremos con los cuatro elementos que componen los vértices de la banda
de la realidad que Lacan escribe en el esquema R, a saber: moi; i(a); a y a´.
Dentro de lo no figurativo, tenemos lo olfatorio, lo gustativo, lo táctil, lo sonoro, etc. Aspectos propioceptivos, y
que no necesariamente coincidirán con esa imagen completa y armónica que nos gustaría fijar. Ese desbalance
puede ser en más de un lado y en menos del otro o a la inversa, de modo tal que se arma un juego dinámico, al
modo de lo que se llama en física “energía potencial”. Allí existe un teorema, conocido como Teorema de Stokes,
que tiene por objeto explicar por qué para que se genere corriente eléctrica hace falta el desbalance entre los dos
polos, positivo y negativo. Que haya corriente eléctrica circulando implica que hay un desbalance permanente, al
modo pendular. Así como un niño aprende a caminar si y sólo si se permite perder momentáneamente el equilibrio.
Eso genera una forma de energía que obviamente es dinámica y que hace que la imagen corporal nunca sea un
producto terminado. Será un producto terminado cuando a uno le acercan un espejo a la boca y éste no se
empaña, aunque llegado ese caso, justo es decirlo, las mutaciones seguirán su curso a través de la licuefacción.

En el seminario 11 de Lacan “Los fundamentos del psicoanálisis” (inconsciente, transferencia, pulsión y repetición),
los capítulos dedicados a Pulsión, trazan una primera equivalencia con el instinto en el humano, con la salvedad de
que el humano habla y por lo tanto el circuito de la pulsión esta sobredeterminado por otras coordenadas que
aquellas inherentes al carácter masivamente desestabilizador propulsado por las necesidades primarias. Lacan lo
ilustra ubicando un óvalo al que denomina zona erógena: la boca por ejemplo. O podemos colocar allí el ojo.
Entonces el maestro francés dice que el recorrido de la pulsión circunvalaría el objeto, es decir que hay una moción
que surgiendo de la zona erógena rodea al objeto para volver a dicha zona, que es donde, en verdad, dicha pulsión
se satisface. No es en la incorporación del objeto. Porque si así fuese (llámese comida, llámese un objeto sexual
externo, un partenaire, un fetiche, en suma, cualquier modalidad del goce), si se satisficiera en la mera
incorporación, ahí la pulsión detendría su cauce y sin embargo no es así. Este recorrido, que Lacan nomina tour
d’escamotage, sostendría un derrotero similar al de la verónica que hacen los toreros. En ese escamoteo del
cuerpo, es como si el objeto fuese el toro, y la pulsión llevara a cabo las verónicas que hace el torero.

El objeto en el psicoanálisis no es representable. ¿Qué significa esto? Vamos a poner algunos ejemplos. Alguien
podría decir que el primer novio que tuvo era alto, rubio y de ojos celestes, el segundo se parecía al cantante
Zamba Quipildor y el tercero era vietnamita; sin embargo, cuando uno hace un rastreo más fino se encuentra con
un elemento que no sale en la foto, o sea que no es figurativo y que une o que enhebra a la manera de esos
collares artesanales en los que se pueden colocar distintas cuentas como puede ser una mostacilla, una perla
cultivada, un fideo caracolito. Allí donde parece que los elementos enumerados no tienen nada en común, lo
enhebrado localiza que el agujero por el que el hilo entra es el común denominador. En el caso de la/s pareja/s, el
común denominador (no figurativo) puede ser la sonoridad de la voz, o puede ser la mirada, no los ojos. O puede
ser la sonrisa, no los dientes, no los labios, sino la sonrisa. Eso que solamente el sujeto ve. Cuando, a renglón
seguido de que uno se divorcia de una pareja que sostuvo durante 15 años, viene un amigo de esos que nunca
faltan y dicen: “- Mirá, yo nunca te lo quise decir, pero ¿qué le viste?”. Eso que él no le vio, y que muchas otras
personas no le vieron, yo se lo vi. Justamente es la posición del objeto y la posición del ojo (vamos a hacer
equivaler el ojo al sujeto), es lo que permite que yo vea en esa persona, o mejor aún, en un rasgo de esa persona
para ser más rigurosos, algo que no sale en la foto y que los demás no ven. O sea que la elección que yo he hecho
de estas personas está sobredeterminada por una identificación de ese rasgo.

Entonces el objeto en el ejemplo antedicho es no figurativo, tenemos las imágenes no figurativas de un lado, la
imagen figurativa del otro y un pedacito de la no figurativa que excede a dicha imagen porque no se representa en
la foto. Este juego permanente que hace a la energía potencial que lleva a que a veces algo sea armónico en
desmedro de la desarmonía que siento, porque a veces yo me siento perfectamente pero la imagen que veo no me
gusta, es lo que hace, como decía al comienzo, que la imagen nunca sea un producto terminado. La imagen parece
un producto terminado cuando por ejemplo uno se emperra en un aferramiento siempre forzado, narcisista,
ideológico, o peor.

Hay una película bastante espantosa pero que a mucha gente le gusta: La muerte le sienta bien, con Meryl Streep,
Bruce Willis y Goldie Hawn. En ella, hay una pertinacia por lograr que la imagen corporal se mantenga igual a si
misma, renegando de los cambios propios del paso del tiempo. La actriz Graciela Alfano está siempre igual a si
misma, pero tiene un matiz horroroso que alguien esté siempre igual a si mismo, porque casi parece el cadáver
embalsamado de Eva Perón. Hay un punto en el que el exceso de botox, metacrilato, horas de gimnasio, cirugías,
lipoaspiraciones, etc., convierten al cuerpo en una suerte de sustancia embalsamada para la que el tiempo parece
no acontecer. Eso tiene un matiz siniestro. No es lo mismo que en la alcoba, alguien se desvista, a que se desarme.
Voy a plantear algo que es un tanto revulsivo y que tiene que ver con la inyección de una ética distinta que un
autor como Michel Foucault mete en las políticas de salud a partir de la segunda mitad del siglo XX y es que el
concepto de salud mental, es biopolítico, vale decir que siempre está teñido del ejercicio de una violencia sobre los
cuerpos. Quiere decir que en la estandarización de lo que es normal, subnormal o anormal, existe un forzamiento
que lleva de la singularidad a la uniformidad. Entonces uno –aun con las mejores intenciones, que eso está fuera
de discusión–, puede incurrir en una forma de forzaje, en un modo de pastoral en el peor sentido, a través del cual
los tres monoteísmos supusieron que el bien de todos tenía que ver con respetar determinados cánones. Aunque
uno se diga ateo puede hacer religión de la estandarización de la normalidad y obrar en consecuencia,
convirtiéndose en un Torquemada en el día por día del acontecer clínico. Hay que tener algún cuidado en esto de
diluir singularidades en pro de lo que sería un estándar. Existe en Cinofilia (la teoría y práctica de criar perros de
raza) una brújula que los criadores usan que es el Standard. Por ejemplo, para que las crías se ajusten al Standard,
es menester que, de la cruz al piso, debe haber 45 cm. y más/menos 5 cm. de tolerancia, que el peso que tiene
que tener sea éste (X), que tiene que tener stop entre la frente y el hocico, hay cosas que no debe tener y así
siguiendo, entonces uno se convierte en una especie de Dr. Mengele porque para que con la perra que yo tengo,
los cachorros se acerquen más y más al Standard  en el cual su raza está inscripta, tengo que conseguir un padrillo
con el cual servirla, que mejore la cabeza que ella tiene, o el descenso del pecho, o los aplomos, porque si se para
en posición muy abierta, eso se traslada a los hombros. Hay todo un montón de algoritmos matemáticos para jugar
a que uno es un Dr. Mengele del Siglo XXI. Eso se puede trasladar a los pacientes cuando se supone que tendría
que haber un modelo al cual adecuarlo. El gordo Porcel era el gordo Porcel y a nadie se le ocurría que tendría que
haber sido el flaco Porcel, por otro lado no se murió a los veinte años, se murió por otros deterioros y
determinaciones. ¿Podría haber vivido más? Seguramente. Pero, en tal respecto, conviene recordar que Michael
Jackson dormía en un féretro con oxígeno puro y que salía a la calle con barbijo para precaverse contra cualquier
microorganismo que vulnerara su sistema inmunológico, lo cual no evitó que muriese a los 50 años de edad.
En resumidas cuentas: No hay ningún Standard  ni medida precautoria que evite a alguien ir mutando y, llegado el
caso, morir debido a la principal causa de muerte que se conoce: el nacimiento…

Cuse hace letra

El significante por fin cuestionado


  Por Hugo Dvoskin

   

Lo que hay. Nos encontramos en las postrimerías del capítulo XVIII del Seminario 11, titulado “El sujeto y el Otro:
La afánisis”. Lacan abre la cuestión, bajo la forma de una pregunta: (sacar el “de”) si el psicoanálisis puede situarse
en el campo de la ciencia.1 El Dr. Green vuelve a someterse al desprecio del Maestro como cada vez que le formula
una pregunta: “no lo seguiría a usted por ese camino, es un corto circuito”, le contesta Lacan. Sin embargo, la
pregunta conduce a Lacan a una pequeña exposición sobre la psicosomática y a precisar qué conceptos decisivos
se juegan para el psicoanálisis a partir de esa cuestión. Una especie de Watson para Holmes –o más
modernamente Wilson para House–, el Dr. Green puede incluso decir un disparate que connota qué poco ha
entendido y Lacan se ve causado a ser singularmente riguroso; en los bordes, en el momento de las preguntas,
llega lo decisivo. En el siguiente encuentro aprovechará esta articulación para poner luz y relacionar fenómenos tan
variados como la psicosis, la debilidad mental, algunos fenómenos de creencia y la psicosomática que será la que
clínicamente ilumine la cuestión. Será un nuevo pasaje por el bestiario de los “¿acaso analizables?”. Es justamente
siguiendo los lineamientos de nuestros artículos de Imago Agenda2 que abordaremos la cuestión.

Los psicoanalistas, como Hamlet frente a un espejo –y no frente a una calavera como se cree–3 preguntándose
“ser o no ser”; frente a los pacientes así llamados “psicosomáticos”, nos interrogamos “¿analizable o inanalizable?”.
Aclaremos desde el comienzo que considerar los “fenómenos clínicos” no supone que a lo largo de este trabajo
podamos dar garantía de su existencia en tanto clase. Se trata de determinar si existe el elemento homogéneo,
generalizable, que pueda definir el conjunto en intensión para poder definir si ese conjunto es algo más que alguna
colección borgeana de elementos no intersectables.

Tenemos algunos fenómenos psicosomáticos cuya existencia sería comprobable más allá de la clínica: la
ruborización, la excitación sexual (notoriamente evidenciada en la masculina) o las sensaciones estomacales
previas a los exámenes. Son situaciones externas que generan efectos corpóreos. Sin embargo, aunque se la
quiera hacer aparecer como obvia, la generalización no es sencilla. Dos problemas se abren ahí: 1.- si quien padece
el efecto psicosomático lo sufre en su condición de sujeto psicoanalíticamente hablando; 2.- si los fenómenos
mencionados son correlacionables con otros fenómenos orgánicos que padece el hombre a los cuales se trata de
extender. Su soporte patológico no está probado ni descartado, aunque sí sus efectos y la suposición del origen
genético –por ahí avanza el discurso médico– va en incremento. Su relación con el stress es hasta ahora más
conjetural que lo que se cree porque lo que es atribuido al stress se verifica en muchísimos otros casos sin tener
ese resultado. A la vez, son ciertamente notorios los casos de enfermedades llamadas “psicosomáticas” sin esa
singularidad en forma destacada. Como siempre, una premonición tiene infinitamente más prensa que los infinitos
errores de los presentimientos. Las premoniciones, como la correlación entre psicosomática y stress, podrían estar
muy alejadas de una relación biyectiva. Los motivos que habitualmente se consideran causa de stress –cuya
proyección se postula en hasta tres años– tales como enfermedades propias o de otros, fallecimientos de familiares
o amigos, cambios de trabajo, separaciones, mudanzas… abarcan prácticamente el ancho horizonte humano.
Cabría sumar, podría resultar jocoso si no fuera verificable, el stress que genera la enfermedad psicosomática
misma. Ahí tendríamos enfermedades somato-psíquicas –de las que poco se habla–, originadas en una enfermedad
orgánica y por la que el sujeto se deteriora psíquicamente ya sea por limitaciones, cuando no inhibiciones
absolutas, en diferentes órdenes de la existencia, ya sea por imposibilidad real o por vergüenza. Piénsese las
manchas en lugares difícilmente ocultables. No escribimos “no ocultables” porque allí lo inevitable disminuye la
exigencia a la que se ve sometido el sujeto. Prácticamente hallable en toda conducta humana, el stress se ha
vuelto sinónimo de vivir.

Del S2 a la holofrase. Lacan entrelaza dos cuestiones cruciales: la libertad (“… una apertura hacia lo que podría
llamarse los avatares de esa libertad que (…) ninguna persona seria (…) encuentra jamás”) y
la vorstellungsrepräsentanz  que podría encontrar en la traducción “representante no representativo” la traducción
sencilla, amplia, explícita y precisa que el representante de la representación no logra y que se repite
insistentemente aunque la expresión es notoriamente deficitaria en nuestro español. Que libertad y vorstellungs
queden ligados es un eje de este trabajo y no supone ningún retorno a la filosofía o la sociología. Se trata de la
alienacion y de su necesaria antítesis; por un lado, la alienación del cachorro humano al campo significante y la
consecuente afánisis del sujeto para lo cual la vorstestullungs es la operación sine qua non y, por el otro, aquella
apertura que hipotéticamente lo “liberaría”.

La teoría psicoanalítica encuentra en la afánisis su punto decisivo de apoyo. Sin embargo la clínica, incluida la de la
neurosis, podría presentar intersticios donde la afánisis no necesariamente no exista aunque no encontremos
modos de demostrarla. Aceptada esta hipótesis, la existencia misma del sujeto tal como lo entendemos nosotros
estaría cuestionada y en consecuencia no habría campo psicoanalítico en esos intervalos: “habrá que limitar
nuestro juego interpretativo debido a que el sujeto, en tanto afánisis, no está involucrado”. A la vez sería
inconcebible pensar la condición humana si en cierta medida –aun cuando fuera deficitariamente–, la afánisis no se
pusiera en juego. La afánisis tiene como corolario que las formaciones del inconsciente suponen la existencia de un
significante que representa al sujeto para otro significante y que “al nivel del otro significante el sujeto se
desvanece”; que el primer significante suponga la posibilidad de representar al sujeto y el segundo implique la
imposibilidad de hacerlo. La vortstellungsrepräsentanz es en rigor el lugar siempre vacío que supone el significante
binario: “asunto de vida o muerte, entre el significante unario y el sujeto como significante binario, causa de su
desaparición. El vorstellungsrepräsentanz  es el significante binario”.

El juego del o-a escenifica esta cuestión: “los dos fonemas encarnan propiamente los mecanismo de la alienación,
que se expresan por más paradójico que parezca en el fort” Al existir el significante binario, necesariamente el
sujeto se desvanece. Represión primaria implica desvanecimiento del sujeto, afánisis y alienación, a saber
inexistencia de libertad, salvo la de estar advertida de esa falta.
Lacan abordará lo que podría postularse cierto fracaso de la afánisis. Lo hará por una vía que él mismo sabe podría
ser considerada “muy alejada de nuestro dominio, la vía de lo psicosomático”. En consecuencia la psicosomática
irrumpe en la teoría con la pretensión conceptual de ser lo contrario de los enunciados hechos supra, la de ser un
fenómeno que no pone en juego la desaparición del sujeto por efecto de un significante que lo representa, una
experiencia por la cual el sujeto quedaría “presentificado” por ese pedazo de cuerpo que lo abarca extensivamente
sin nominarlo. Eso no sería un significante –o sería justamente un “no significante”– y por esa vía el sujeto queda
excluido de la alienación. La psicosomática desde el punto de vista conceptual, desde la posibilidad de intervenir
interpretándolo es similar a lo que sucede con un pasaje al acto –más allá de la conmoción subjetiva y clínica de
éste, y el estado de aletargado y permanente de aquella–, en tanto no se trata de un llamado al Otro ni a la
interpretación. Por ahora la psicosomática nos deja afuera.

Será lo psicosomático lo que le permita a Lacan precisar y ampliar el concepto de holofrase. Diversas patologías
heterogéneas quedan afectadas por la cuestión, en tanto en todas ellas se puede hipotetizar alguna forma de
fracaso en la operación de la alienación. “Alguna forma” dice del temor de la aseveración porque la alienación no
es sino el efecto de la represión primordial y sería riesgoso suponer que en todos estos casos dicha operatoria haya
fracasado plenamente, aunque no lo es menos pensar que esa operación pueda ser pensada cuantitativamente.
Lo holofrase supondrá el apelmazamiento de S1 y el S2 produciendo un borramiento del sujeto mismo con
pretensión de representación absoluta. De modo que nos encontramos en rigor con la desaparición del S2 y la
puesta en cuestión de la represión primordial como operatoria. Es la inexistencia del S2 la que genera el fracaso del
efecto afanísico. Ingeniosamente Lacan establece una correlación entre un humano no habitado por la condición
afanísica con la posibilidad de una creencia absoluta: “… si no hay creencia que sea plena y entera es porque no
hay creencia que no suponga en su raíz (…) que su sentido va a desvanecerse”, que subraya también los límites de
la holofrase y de la pretendida representación lograda.

Ejemplifiquemos, un sujeto hipocondríaco –un nombre posible de la creencia plena–, en su visita al médico con su
certeza de enfermedad terminal produce un fracaso de la “plenitud” en esa consulta a la que la hipocondría lo ha
llevado pues la enfermedad queda sometida a la incertidumbre del discurso médico. Si la hipocondría es un
fenómeno de certeza, la consulta la pone en duda. Se podría hablar de un “sujeto psicosomático” cuando se
encuentra un signo que diga todo de él, de modo que al no ser un significante el que lo representa el sujeto deja
de serlo porque no es representado para otro significante sino que lo es para ese signo.
Si alguna psicosis puede ser metaforizada como retazos de tierras desconexas en medio de un océano, y la
neurosis como tierras que tienen un lago (un agujero) en su centro que dificulta los circuitos que de todos modos
pueden lateralmente atravesarse; la psicosomática es –cuando se presenta en las neurosis que es lo que nos
interesa singularmente–, una roca impenetrable en medio de ese agujero, dos veces inalcanzable.
Un “psicosomático” estaría absolutamente interpretado, con la singularidad de que lo que lo representa no sólo no
dice la verdad sino que no es central más que a nivel de las conductas a las que la propia psicosomática lo
conduce. Tampoco refiere a lo central del síntoma –en tanto nombre de la vida sexual del neurótico– porque de
eso nada dice, ni vale por ella. Eventualmente la modifica. En términos de suplencia de goce, hay un goce que ha
perdido su valor inicial y que no ha logrado pasar del lado del otro. La psicosomática es prescindencia del cuerpo
del otro. El padecer psicosomático viene a confirmar que no es bueno que el hombre esté solo y no era tan cierto
que el buey solo bien se lame.
Hay aquí algún fracaso del cero en su operatoria de transformarse en marca intrínseca de cada número. No es que
le falten números. Podría metaforizarse con un apelmazamiento de la serie. Metaforizando, en algún lugar no
fluyen con la misma cadencia. La consecuencia sería una ligera alteración de la regla fundamental. Acaso se
enunciaría: “Diga todo lo que se le ocurra menos lo que se le ocurra de la psicosomática”. O quizás, nos gusta más:
“Todo lo que se le ocurra, de la psicosomática sólo si quiere”.

También la interpretación psicoanalítica, en el momento exacto en que se produce, en que toca al sujeto, en que el
sujeto abraza infinitesimalmente que se anuncia su nombre y su libertad, cobra valor holofrásica al no dejar lugar
al significante dos. El encuentro con “ese significante que mata todos los sentidos funda, en el sentido y en el sin-
sentido radical del sujeto, la función de la libertad”. Momento evanescente, más próximo a lo lógico que a lo
fenoménico. Si el neurótico vive algunos instantes de su análisis ahí, el psicosomático en tanto tal, lo habita
cotidianamente. Ambos libres del segundo significante, el primero por haber arañado la verdad, el segundo por
desconocer su existencia.
Nota del autor: un agradecimiento especial a Mariel Borda¢ahar, Mariana Devincenzi, Andrea Fato, Mariano
Filograsso y Celeste Gaona.
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1. Todas las citas de Lacan corresponden a este capítulo y al siguiente del Seminario 11. “Los cuatro conceptos
fundamentales”, capítulos xvi y xvii, p. 211 y sgtes, Paidós, 1984.
2. Dvoskin, Hugo. “In-analizables”, Imago Agenda Nº 105, p. 21.
3. Dvoskin, Hugo, “Hamlet, aprendiz de detective”. http://www.elsigma.com/cine-y-psicoanalisis/hamlet-aprendiz-
de-detective/12535.

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