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INDIVIDUO Y PERSONA

…El ser humano es individuo y persona, términos que parecen sinónimos y, sin embargo, no
significan exactamente lo mismo.

  

Entendemos por “individuo” (del latín individuum, indiviso) el ser singular y concreto, que posee
una naturaleza o esencia y una existencia espacio-temporal propia. A diferencia de los
conceptos que son universales y existen en la mente, cada cosa, animal o humano existe de
modo concreto e individual. La individualidad es lo que lo separa, identifica y distingue de los
demás seres de su especie.   

Para Aristóteles, el individuo es la sustancia primera, compuesta de materia y forma. La


define Tomás de Aquino como «lo que en sí no está dividido, pero que se distingue o divide de
todo lo demás». La individualidad de los seres en el mundo tiene su raíz y razón en la
materia,  en cuanto exige ésta ocupar en el espacio-tiempo una situación propia. 

En cuanto al ser humano, individuo es alguien que existe concreta e indivisamente en el grupo
humano que llamamos “sociedad”. Es decir, es un ser humano que vive en la familia, la
comunidad, la ciudad, el país y el mundo. 

  

La evolución del término “persona” es interesante e importante. Proviene del latínpersona,


máscara de actor o personaje teatral, que corresponde al griegoprósopon, rostro o cara).
Describe al ser humano como sujeto pensante, consciente y responsable de sus acciones. 

El derecho romano llamaba persona al sujeto de derechos, en oposición al esclavo. Boecio


formuló la primera definición formal de persona: «Persona es la sustancia individual de la
naturaleza racional». Tomás de Aquino afirmó: "La persona es lo más noble y lo más perfecto en
toda la naturaleza”.

El racionalismo introdujo el concepto del yo como conciencia de la propia identidad a lo largo


del tiempo. Kant insiste en la autonomía de la persona, su libertad y su dignidad, de modo que
es fin y no puede ser medio. Siguiendo a Agustín de Hipona, Hegel nos dice que la facultad de
tomar conciencia de sí mismo es uno de los privilegios del espíritu. 

La personalidad del ser humano radica en su alma trascendente, que junto con el cuerpo que
anima, es una sola sustancia, material y espiritual a la vez. El alma no es puro pensamiento,
como creía Descartes; ni el cuerpo es mera extensión. Espíritu y materia son dos coprincipios
sustanciales de una sola y única realidad llamado ser humano. 

  
Como individuo, cada ser humano es un fragmento de su especie, una parte del universo,
sometido a las condiciones propias de la sociedad de su tiempo y de su cultura, con todas las
situaciones geográficas, históricas y económicas que incluye su exterioridad. 

  

Como persona, cada ser humano es alguien que existe en sí mismo y para sí mismo. Desde su
interioridad se relaciona consigo mismo, con los demás, con el entorno y con el Fundamento de
todo. Es verdad y presencia para sí y para los demás. Es autonomía y libertad creadora para sí y
para los demás. 

  

El misterio de la persona revela su profundidad en el amor. Desde su interioridad el ser humano


se relaciona con otras personas en profundidad, las aprecia, las elige y se entrega a ellas. El amor
puede suscitarse ante la admiración de las cualidades de los demás, pero su objeto no son éstas
sino las personas amadas. 

  

A modo de conclusión, podemos decir que el ser humano tiene dos dimensiones: individuo en
sociedad y persona en relación. No son dos partes de su ser ni forman dos realidades. Es
individuo y es persona en la unidad de su ser….

[1] Artículo publicado en el Boletín Electrónico del CIPAE No. 1, julio 2005 

[2] Alejandro Mejía Pereda es Doctor en Educación por la Universidad  La Salle, México,


Maestría en Filosofía, Universitas Lateranensis, Roma, Italia. Licenciatura en Filosofía.
Universidad Iberoamericana. Diplomados en música y en diversas lenguas. Ha trabajado en el
área de comunicación en México y en el extranjero. Actualmente es Director de Maestrías del
Centro Internacional de Prospectiva y Altos Estudios (CIPAE). Sabersinfin.com agradece al CIPAE
la autorización para publicar el presente material y se complace en tener como amigo a una
persona con un profundo sentido humanista, como lo es el Dr. Alejandro Mejía Pereda. 

El ser humano puede ser considerado individuo y también persona, sin embargo una persona es
siempre un individuo, mientras que un individuo no siempre es persona.

La diferencia está en la conciencia que la persona tiene de sí mismo y de su propia existencia. Su


reflexividad y relacionalidad con quienes le rodean. Se da cuenta de que no está solo.
El individuo de define por la materialidad, en cuanto que le exige ocupar en el espacio-tiempo,
una situación propia. Como parte de los seres humanos el individuo existe como parte concreta
y distinta del grupo llamado “sociedad”, es un fragmento de su especie.

La persona es la sustancia individual de naturaleza racional, es un individuo que puede pensar y


darse cuenta de que existe y descubre otros individuos que existen junto a él.

La persona es el individuo que puede hacerse preguntas y buscar respuestas que le satisfagan.
Puede salir de sí e ir al encuentro con los otros.

PERSONA, INDIVIDUO Y SUJETO SERA... ¿QUE HAY ALGUNA DIFERENCIA ENTRE ESTOS TRES
TÉRMINOS?.

ANGELICA MARIA MARIN GOMEZ Recuperado el 23 de noviembre de 2013 de:


http://pisammg.blogspot.com/

Un individuo es un ser humano en un contexto individual, ósea todo lo relacionado a él y toda su


integridad, únicamente personal. Y un sujeto es obra de la sociedad, la sociedad misma te ve como
un sujeto perteneciente a ella, desde que tienes uso de razón, para la sociedad, ya eres un sujeto y
para esta no eres individual, sino perteneciente a una familia o a una comunidad. La personalidad
puede sintetizarse como el conjunto de características o patrón de sentimientos y pensamientos
ligados al comportamiento, es decir, los pensamientos, sentimientos, actitudes y hábitos y la
conducta de cada individuo, que persiste a lo largo del tiempo frente a distintas situaciones
distinguiendo a un individuo de cualquier otro haciéndolo diferente a los demás. La personalidad
persiste en el comportamiento de las personas congruentes a través del tiempo, aun en distintas
situaciones o momentos, otorgando algo único a cada individuo que lo caracteriza como
independiente y diferente. Ambos aspectos de la personalidad, distinción y persistencia, tienen
una fuerte vinculación con la construcción de nuestra identidad. SUJETO Ø Expuesto o propenso a
una cosa, palabra que expresa la idea de la cual afirma el verbo. Según la FILOSOFIA es aquel ser
consciente y a cargo de sus actos ya sea por voluntad propia o voluntad, puede llegar a conocer
con inteligencia, la realidad como objeto. GRAMATICALMENTE: Es uno de los elementos básicos
que componen una oración en otras palabras, es un sintagma nominal que requieren los verbos
finitos no impersonales y que designa la cosa, el animal, persona u objeto. En MÚSICA el sujeto de
una fuga, es una frase musical que se contrapone al contra sujeto. El SUJETO HISTÓRICO es un
concepto que define a un ente social que es capaz de transformar su realidad y con ello generar
historia. INDIVIDUO Ø Individual o indivisible, cualquier ser vegetal o animal, respecto de su
especie. Hombre indeterminado, de quien no se sabe o no se quiere decir el nombre. El termino
INDIVIDUO etimológicamente proviene de INDIVISO es decir que no se puede dividir. Un
acercamiento lingüístico que viene de los griegos indica que lo indivisible sugiere a la idea de lo
elemental, ósea que no admite unidades inferiores en el sistema de referencia. En términos
técnicos, simboliza todo aquello que no puede ser dividido; aunque en términos generales es
utilizado para hacer referencia al ser humano o al hombre, por lo tanto este no puede ser dividido
o fragmentado. El individuo es, así, la unidad más pequeña y simple de los complejos sistemas
sociales y también la fuente a partir de la cual los mismos se establecen y organizan. En otro
sentido, también se ha puesto la idea del individuo como un ser único e irrepetible que no puede
ser copiado o imitado ya que cada uno surge en un ambiente especifico, con determinadas
capacidades físicas y en un contexto Histórico-Espacial determinado; todos estos elementos lo
transforman en un ser indivisible en sí mismo y particular, ya que lo otorgan las características y
los rasgos que poseerá en lo largo de su vida. PERSONA Ø En el lenguaje cotidiano, la palabra
PERSONA hace referencia a un SER RACIONAL y CONSCIENTE DE SI MISMO, que posee IDENTIDAD
PROPIA, normalmente suele ser el SER HUMANO, pero algunos extienden el concepto a otras
especies. Una PERSONA es un ser dotado de SENSIBILIDAD, con INTELIGENCIA y VOLUNTAD
propiamente humanas. Para la PSICOLOGÍA se trata de un individuo humano concreto, este
concepto abarca los aspectos físicos y psíquicos del sujeto que lo definen por su carácter singular y
único. En el ámbito del DERECHO, una persona es todo ente susceptible de adquirir derechos y
contraer obligaciones, por eso se habla de distintos tipos de personas las cuales son: o PERSONAS
FÍSICAS O NATURALES: Corresponden a un concepto jurídico que fue elaborado por los juristas
romanos; en la actualidad estas personas cuentan por el solo hecho de existir, con diversos
atributos dados por el derecho. o PERSONAS JURIDICAS O MORALES: Son aquellos entes que para
la realización de ciertos fines colectivos y las normas jurídicas las reconocen con capacidades para
ser titulares de derechos y contraer obligaciones. PERSONA GRAMATICAL: Se denomina como
rasgo gramatical básico que expresan los pronombres personales; este rasgo regula la forma
deíctica necesaria para determinar qué papel ocupan el hablante, el oyente u otros intervinientes
en relación a la predicación. En el idioma español, existen tres personas gramaticales en singular y
otras tres personas en plural.

PERSONA, PERSONALIDAD E INDIVIDUO

Recuperado el 23 de noviembre de 2013 de: http://www.proyectopv.org/2-


verdad/individuoperperpsiq.htm

El objeto de la psicología como ciencia es el ser humano y su comportamiento, las causas que
determinan la conducta y la forma en que ésta se desarrolla, diferenciándose así de la biología,
que se ciñe tan sólo al ser humano como estructura viva, con unas funciones fisiológicas. En cierto
modo, ahí radica el «quid» de la eterna pugna entre las doctrinas psicológicas denominadas
«mentalistas» y «conductistas». Las primeras consideran al ser humano básicamente como un
ente pensante, cuyas experiencias influyen con escasa intensidad en su conducta más o menos
prefijada. En cambio, las escuelas conductistas puras basan la conducta humana exclusivamente
en un comportamiento adaptativo y condicionado por las experiencias vitales. Los progresos de la
psicología hicieron necesaria la aparición de nuevas corrientes con una ideología más flexible e
intermedia. ¿Por qué no concebir al ser humano como un ente pensante, dotado de personalidad
propia, pero susceptible de modificar su conducta frente a los condicionantes externos? Su
comportamiento ya no sería un mero conjunto de interacciones estímulo-respuesta, sino una
disposición individual frente a determinados estímulos que provocan unas peculiares respuestas
según la persona. Ya no se estudiaría tan sólo un comportamiento, sino a un sujeto que se
comporta de determinada manera. Al llegar a este punto, es necesario definir conceptos tales
como: Individuo: Sujeto indivisible, elemento unitario dentro de su especie. Persona: Ser
inteligente, pensante. Personalidad: Conjunto de cualidades psicofísicas que distinguen a un ser de
otro. El hombre como individuo. Considerado como tal, el ser humano es un complejo organismo
vivo con unas funciones motoras, sensitivas y vegetativas. El hombre como persona. Suma a lo
anterior la psique —llamémosla conciencia, intelecto o capacidad de raciocinio—, que es lo que lo
diferencia del resto de los seres vivos. Un perro es un individuo dentro de su especie (mamíferos
cánidos), pero no es una persona. Ya el dualismo cartesiano afirmaba que el hombre consta de
una parte corporal, física, y otra cognitiva, psíquica. Y filosóficamente se dice que «el nombre es el
único animal que tiene conciencia de ser un animal que tiene conciencia». Parece un galimatías o
un juego de palabras, pero, si nos fijamos, efectivamente el animal irracional siente, pero no es
consciente de ello (al menos, con el nivel o “calidad” de consciencia de un ser humano). Sin
conciencia racional la conducta humana sería automática y no existiría posibilidad de progreso. Si
observamos la conducta de algunos animales, como las abejas o las hormigas, nos llama la
atención cómo unos seres, aparentemente tan simples, poseen una organización social casi tan
compleja como la humana. Sí, es asombrosa. Pero esa conducta se viene repitiendo, generación a
generación, desde hace miles de años sin progreso ni cambio alguno, precisamente porque no
tienen conciencia de ella, y actúan así sólo por instinto. Sin conciencia no hay improvisación ni
innovación alguna. La conciencia supone una actividad reflexiva y esta reflexión está unida a un Yo,
un sujeto que integra el conjunto de actividades de la propia conciencia. El hombre es capaz de
tomar conciencia de su pasado, su presente e incluso de hacer proyectos sobre su futuro,
unificando todo ello en su propio Yo, que persiste a pesar de todo cambio en el tiempo o en la
forma de vivir. Existe una adaptación a las modificaciones ambientales o circunstanciales, pero ese
Yo adaptado es el mismo en esencia. El hombre como personalidad. Acabamos de definir al ser
humano como individuo y como persona, pero debemos añadir un atributo identificativo más: su
personalidad. Con ello ya no nos referimos a una persona cualquiera, sino a una determinada
dentro del grupo. La personalidad aúna el sustrato físico y mental con la disposición y modo de
reaccionar ante el ambiente que cada sujeto adopta y lo diferencia de otro. Viene determinada
por una serie de factores que la configuran: condicionamientos, sensaciones, emociones,
experiencias, aprendizaje, carácter, etcétera. Podemos resumir diciendo que el ser humano es el
resultado de una tríada donde se unen: un sustrato biológico físico (individuo), una dotación de
conciencia (persona) y unas cualidades o características propias e identificativas (personalidad).

PERSONA
DicPC

El origen etimológico de la palabra persona  ha sido objeto de multitud de propuestas, aunque


ninguna la ha clarificado por completo. La mayoría de autores sostienen que deriva de la palabra
griegaprósópon,  que era la máscara que los actores griegos se ponían delante de su propio rostro,
adoptando las características y ademanes de un personaje. Boecio afirmaba: «Persona viene
de personar,porque debido a la concavidad, necesariamente se hacía más intenso el sonido. Los
griegos llamaron a estas personas prosopa,  ya que se ponen encima de la cara y delante de los
ojos para ocultar el rostro»1. Por su parte, san Agustín pensaba que provenía de  personare,  que
significa sonar a través de  algo, es decir, de la máscara2; estas máscaras estaban construidas de
tal forma que tenían una bocina, de forma cónica, que amplificaba el sonido de las voces de los
actores. Otros autores sostienen que puede derivar del vocablo etrusco Phersu,  palabra escrita en
el fresco de una tumba, en la que aparecen dos hombres enmascarados danzando. Pero esto no
parece ser sino una variante de la anterior hipótesis. Sea como fuere, ni está totalmente
clarificado el origen del vocablo, ni es fundamental para la reflexión sobre la persona.

I. ESBOZO HISTÓRICO.

El concepto de persona  fue formulado por primera vez, estrictamente, en la


reflexión teológica  cristiana, al pensar la fe cristológica y trinitaria, sobre todo entre los siglos II-V.
Desde entonces el concepto, que en un principio fue aplicado a los tres  distintos (la Trinidad de
personas) que coparticipan de la única naturaleza divina, se usó también para explicar la doble
naturaleza (divina y humana) que existe en la unión hipostática  de la única e indivisible persona de
Cristo (Concilio de Nicea, año 325). Después el concepto fue progresivamente aplicado también a
la reflexión antropológica estrictamente filosófica. Pero la dificultad constatable en la evolución de
la reflexión teológica, en la tematización de la persona, y los múltiples equívocos que durante
siglos acompañaron a la teología, en su pensar sobre el misterio de la Encarnación del Lógos y  a la
reflexión trinitaria, impregnaron también de una considerable dosis de ambigüedad a la reflexión
filosófica acerca del hombre como persona.

El interés inicial de la reflexión patrística sobre la persona no fue antropológico; es decir, sus
autores no pretendían explicarse filosóficamente a sí mismos, sino el misterio trinitario, así como
también dar cuenta de la unión hipostática que la fe cristiana afirma entre las dos naturalezas
(divina y humana) en la única persona (divina) de Cristo. Sabemos que Tertuliano fue quien vertió
la palabra griega prósópon  al concepto latino persona,  propio del derecho romano, pero ahora
ampliando su extensión significativa a todo hombre, e incluso al feto humano, pues, decía, «ya es
una persona quien está en camino de serlo». Tertuliano distinguió, asimismo, entre persona y
sustancia, al afirmar que en Dios subsisten tres personas en la única sustancia. Por su parte,
Orígenes introdujo en la reflexión trinitaria el vocablo hipóstasis,  al distinguir tres cosas
(prágmata)  en la común esencia (ousía)  de Dios, que se diferencian, precisamente, por las
distintas hipóstasis o hypokéimenón.  Esta fue la solución del cuarto concilio ecuménico, celebrado
en Calcedonia el año 451, aunque ya antes, en el Concilio de Nicea (325) se advirtió el riesgo de
modalismo que parecía conllevar el carácter aparente y no sustancial de la persona, entendida
como personaje  o máscara.

Tanto en la Grecia como en la Roma clásicas existía una indigencia significativa en su concepción
de la persona. En Grecia y en Roma, las personas eran sólo los ciudadanos libres, sujetos de plenos
derechos y deberes (sui iuris esse), y  se contraponía –negando que fueran personas–  tanto a las
mujeres, como a los esclavos y a los niños, que no poseían plenamente tales derechos. Aquí se
muestra cómo hombre  (varón y mujer) y persona  no eran sinónimos, pues tanto las mujeres como
los esclavos y los niños eran individuos del género humano (hombres) pero no eran tenidos por
personas libres y con plenos derechos, esto es, dignos por sí mismos. Precisamente la /fraternidad
universal, la /igualdad entre los hombres y la filiación divina que afirma el cristianismo para todo
hombre, permitió ampliar a todos los seres humanos, sin distinción de raza, condición social,
género, edad, etc., su consideración como personas. Por esto, persona hace referencia directa a
la /dignidad del hombre, así como a la relación hacia las otras personas e incluso a la
trascendencia de todo ser humano. En cambio, la reflexión filosófica griega versó sobre una
antropología que difícilmente se libra de la tentación del dualismo; esto explica que la filosofía
griega desconociera casi por completo la tematización sobre el hombre como persona, esto es,
concebida en su auténtico valor ontológico y ético. En efecto, para los griegos el hombre era
considerado como un ser objetivo individual, vinculado a la noción de sustancia y, por tanto, a la
de cosa; los griegos podían denominar prósópon  tanto a un hombre como a una mesa, es decir, se
refería a cualquier realidad individual, desde un ser espiritual hasta cualquier objeto cósico. Por
ello encontramos aquí una gravísima carencia en la deficiente antropología griega, al serle
desconocido el concepto cabal de persona.

Esto no significa que el concepto de persona pertenezca  en exclusiva al cristianismo, aunque dicho


concepto sea, quizás, la mayor aportación de la reflexión cristiana a la historia del pensamiento.
No obstante, si hacemos una epoché  de la reflexión cristiana sobre la persona, difícilmente se
logrará una comprensión cabal de la misma, ni se entenderá el origen de la tematización del
hombre como persona. Por otro lado, la emancipación de la reflexión sobre la persona de la tutela
teológica anduvo pareja a la emancipación de la filosofía de la teología, aunque, en realidad,
fueron los mismos filósofos cristianos (desde san Agustín, santo Tomás, san Buenaventura, etc.)
los que reflexionaron más y mejor sobre la persona, considerada también  filosóficamente, y no
sólo partiendo de los datos de la revelación. Aunque no olvidamos que el concepto de persona
como máscara (prósópon)  fue introducido en el lenguaje filosófico por el estoicismo popular; y así,
Lactancio concibió a la persona como el representante de un personaje, como un actor del drama
de la vida. De aquí que algunos autores cristianos fueran reacios a utilizar la voz persona  para
aplicarla al misterio trinitario, por parecerles ambigua (como sostenía san Agustín, que prefería
hablar de relaciones,  porque persona  no es un concepto que se encuentre en la Sagrada
Escritura), o por estimar que era demasiado filosófica  (como pensaba Hesiquio de Jerusalén).

Como manifestó Zubiri, fue necesario el esfuerzo especulativo de la patrística griega (en concreto,
de los capadocios) para despojar al término hipóstasis  de su carácter de sustancia subjetual y
cósica, con el fin de aproximarlo al sentido de poseedor de los derechos jurídicos que los romanos
otorgaban a los hombres libres. Por esto la queja de Zubiri cuando muchos autores ignoran el
origen de la reflexión sobre la persona, olvidando también que «la introducción del concepto de
persona en su peculiaridad ha sido obra del pensamiento cristiano, y de la revelación a que este
pensamiento se refiere»3. Esto es lo capital y significa, por lo pronto, dos cosas fundamentales: a)
los primeros cristianos fueron los que más y mejor desarrollaron especulativamente –junto con
el /personalismo posterior– el concepto de persona;  b) pero esto fue posible, y es lo capital,
porque la revelación cristiana sostuvo y sostiene –y era algo inaudito hasta el principio de nuestra
era–que todos los hombres –varón y mujer, niños, esclavos, deficientes, etc.–están llamados a ser
hijos de Dios en el Hijo de Dios, es decir, hijos por adopción en virtud de la /gracia revelada en el
Hijo Unigénito –por naturaleza– del Padre. Desde entonces no se puede admitir que existan unos
hombres que posean dignidad y derechos (y sean sui iuris esse) y  otros hombres que no los
posean. No es admisible, por ejemplo, como ha acontecido durante muchos siglos, que el esclavo
fuera considerado un /hombre,  y no sea a la vez persona, lo que significa que es radicalmente
injusto que sea esclavo. Por esto, el cristianismo sostuvo desde el principio que no existen
jerarquías de dignidad en el seno de lo humano, que no hay diferencias de plenitud humana entre
el varón, la mujer, el esclavo, el libre, el niño, el adulto, el deficiente, el nasciturus,  sino que todos
ellos son,  por igual, personas, seres humanos dignos  por sí y deben ser tratados  como fines  en sí,
como personas, al haber sido amados por Dios y siendo convocados a participar de su misma
naturaleza.

II. LA AMBIGÜEDAD CONGÉNITA DEL CONCEPTO DE «PERSONA».

La ambigüedad de la tematización sobre la persona es todavía perceptible cuando algunos hablan


indistintamente de hombre,  de individuo,  de sujeto,  de yo,  etc., y de persona;  pero en modo
alguno son conceptos exactamente sinónimos4. En efecto, un hombre es una persona, pero
también son personas las tres que subsisten en la única naturaleza divina, sin que sean los
tres hombres,  pues la naturaleza humana sólo es propia de la segunda Persona, Cristo; de aquí
que la utilización del término persona aplicado al hombre y a cada uno de los tres que forman la
Trinidad, sea válida sólo de una forma análoga, como afirmó santo Tomás.

a) Persona e individuo.  Una persona humana es, ciertamente, un individuo (átomo,  en griego),
pues pertenece a una especie y se diferencia de los demás individuos en sus características
peculiares: altura, color, sexo, etc. Pero también es un individuo  un libro en una biblioteca, pues la
individualidad, con sus características de indivisibilidad e impredicabilidad, no sólo es aplicable al
hombre, sino también a cualquier ser en relación a su especie, ya que se predica también del
mundo vegetal y animal. Pero sostener que el hombre es una persona, es transitar más allá de
cualquier diferencia categorial, y afirmar que su singularidad es única, insustituible y no
intercambiable; precisamente esto es la unicidad  de la persona. Esto es, decir del hombre que es
un individuo, es caer en la indistinción y en lo puramente numérico; en cambio de la persona se
predica precisamente su distinción en la indistinción de la genérica naturaleza humana.  Por eso,
cuando en una casa un ladrillo se nos rompe y ya no nos sirve, lo desechamos y ponemos otro;
pero cuando un amigo se nos muere, por ejemplo, no podemos sustituirlo por otro, pues cada
persona es única e inutilizable. De aquí que podamos afirmar que una persona no es simplemente
un /individuo, contra lo que algunos piensan. El individuo es «esta dispersión, esta disolución de
mi persona en la materia, este influjo en mí de la multiplicidad desordenada e impersonal de la
materia, objetos, fuerzas, influencias en las que me muevo» 5. El individuo, como tal, se sitúa como
una realidad insular de los otros yos  y del resto de las cosas materiales. En este sentido, el
individualismo, dice Mounier, «fue la ideología y la estructura dominante de la sociedad burguesa
occidental entre los siglos XVIII y XIX», que propugnó «un hombre abstracto, sin ataduras ni
comunidades naturales, dios soberano en el corazón de una libertad sin dirección ni medida, que
desde el primer momento vuelve hacia los otros la desconfianza, el cálculo y la reivindicación;
instituciones reducidas a asegurar la no usurpación de estos egoísmos, o su mejor rendimiento por
la asociación reducida al provecho: tal es el régimen de civilización que agoniza ante nuestros ojos,
uno de los más pobres que haya conocido la historia. Es la antítesis misma del personalismo y su
adversario más próximo»6.

b) Persona y sujeto.  Mal que les pese a los estructuralistas, es indudable que la persona es
un sujeto  —pues sujetos son los que niegan que el hombre sea un sujeto—; pero esto debe ser
matizado, pues para los primeros filósofos griegos también era un sujeto (hypokéimenón,  en
griego) una mesa o una piedra. Afirmar que la persona es sujeto, es sostener que se autoposee,
que subsiste en sí y que se sabe subsistiendo; y esto no podemos negarlo. El sujeto es, en
definitiva, el yo personal en tanto que sujeto. Pero lo que no existe es un sujeto aislado de los
otros sujetos, pues un sujeto no se reconoce como tal sino ante la presencia de otros sujetos, y no
sólo ante los objetos, como afirman los dualismos; no existe un sujeto puro y aislado de los
objetos, pues ser sujeto implica, de suyo, estar siempre en correlación con el objeto, hasta el
punto de ser inseparables. Por tanto, la subjetividad originaria no se encuentra replegada sobre sí,
no es, en tanto que inesquivable dato originario, algo absoluto y aislado, sino un ser relativo-
absoluto,  como sostenía Zubiri; y relativo  aquí no quiere decir de poca consideración o superficial,
sino relacional.  Por esto,el hombre, que es siempre sujeto, es también, siempre, intersubjetividad;
y el sujeto originario, en el fontanal de su ser y de su actuar, siempre se autopercibe cabalmente
como subjetividad interpelada por otras subjetividades, es decir, es intersubjetividad. El hombre,
pues, no es sujeto si no es intersujeto.

c) Persona y yo.  También una persona humana es un yo (ego),  el núcleo medular de su
autoconciencia, en tanto que funda la identidad personal, lo que Kant denominó la «unidad de la
apercepción pura». Pero nunca existe un yo aislado de los otros yos, pues una persona no tiene su
fundamento último en sí misma (a pesar de que Fichte y Gentile entendieran al yo como causa
sui),  en una especie de yo cogitativo y primario, como pretendió Descartes al concebir al hombre
como una conciencia aislada y cenada, esto es, reduciendo la conciencia a autoconciencia.  La
persona, incluso en su yoidad, siempre se autopercibe como persona, porque previamente a su
propia autoconcepción como yo, ha tenido ante sí a un tú, esto es, a otro yo; por eso la palabra yo
siempre se encuentra relacionada y jamás deja de aludir a un tú.  De aquí que la persona, como yo,
sea un fontanal de relación originaria, y no sólo la que se establece /entre  la persona consigo
misma en el interior de su subjetividad (autoconciencia), sino la que se refiere a la relación
interpersonal (heteroconciencia) yo-tú (M. Buber), o yo-el Otro personal (E. Lévinas). La persona
es, en el interior de lo creado, el único ser capaz de comunicación, el único capaz de exterioridad,
de salir de sí, pues la persona es la realidad autónoma por antonomasia, la máxima realidad
creadora. De modo que la persona es antes hacia el otro, en la común inserción en el mundo
material, que hacia sí misma en el interior de la propia conciencia. En efecto, antes que el niño
sepa que  es, ni siquiera qué  es, o mejor, quiénes, es convocado a la comunión de unos rostros que
le miran, unas manos que le acarician y unas voces que le interpelan y le aman, las mismas que le
trajeron a la existencia. Nosotros somos porque hemos sido amados, y todo amor es siempre
interpelación. Por eso la persona es el ser de la palabra y del amor: acerca de las cosas nosotros
hablamos, pero a la persona le  hablamos; o mejor, nosotros sobre las cosas decimos  algo, pero a
las personas les hablamos;  acerca de las cosas podemos disponer, pero jamás sobre la persona,
que nunca puede ser considerada como un medio para algo, sino como un fin en sí misma, como
afirma el imperativo ético kantiano. El hombre, como persona, nunca es un ser solo;  por eso, en
ninguna soledad el hombre está absolutamente  solo, pues somos no sólo lo que nosotros
hacemos de nosotros mismos, sino también e inexcusablemente lo que los demás nos han hecho;
toda soledad es siempre, pues, soledad acompañada, aunque sea de recuerdos –que
inevitablemente nos rememoran a los otros–; la persona es siempre un ser circunvalado por los
demás, esto es, circumavalado.

La tentación cartesiana –que intentó superar Husserl en la quinta Meditación Cartesiana,  sin


conseguirlo cabalmente– es la de pensar un cogito  sin cogitatum,  una subjetividad solitaria,
replegada sobre sí misma y encerrada en la cárcel solipsista del propio yo. Otro tanto cabe decir
del sujeto trascendental kantiano, que no consigue escapar de la contradicción que representa ser
un puro sujeto lógico.  Por eso, situándonos en el cogito  y empeñándonos en residir en su
aparente plácida soledad, nunca transitaremos hacia la comunión de las conciencias  (Nédoncelle),
la comunicación de las existencias (Mounier) o de las personas como seres corpóreos-espirituales.
El paradigma solipsista debe dejar paso al paradigma relacional. Finalmente, definir a la /persona
como yo es menguarla enormemente, pues conlleva presentarse como poseedora de sí, como si
siempre el yo fuera autoconsciente de /sí mismo,  negando las grandes zonas de penumbra que
ineludiblemente (como sabemos desde S. Freud) envuelven a la persona real, que es espiritual,
pero también de carne y hueso.

III. LA PERSONA, ¿DEFINIBLE?

¿Qué o quién es estrictamente la persona? No es sencillo definirla, pues no podemos delimitar su


realidad en el corsé de una frase que acapare la totalidad de sus notas esenciales. Una sola
expresión no puede encerrar en sí una realidad tan abierta y rica como la persona. Sin embargo,
del hecho de que no la definamos –como no lo hicieron M. Scheler, K. Jaspers, E. Mounier o K.
Rahner(/personalismo alemán)–  no significa que sea una realidad indecible,  pues una cosa es
rehusar la tiranía esquematizadora de la definición y otra muy distinta es negar a la persona todo
tipo de esencia, como hace el existencialismo sartreano.

La historia del pensamiento nos muestra que ha habido intentos de definición más o menos
plausibles: Para Boecio la persona es sustancia; para Ricardo de san Víctor es existencia; en Tomás
de Aquino es subsistencia; para Descartes es una cosa pensante; en Kant es sujeto fenoménico;
para el personalismo es relación... Mas para comprender lo que es la persona, no es necesario
disponer de una definición cerrada de la misma. Nosotros somos personas y esto es verdad incluso
mucho antes de que nos percatemos de ello. Ser una persona nos es tan cotidiano que importa
menos que nos entretengamos en delimitar en precisos esquemas todas sus notas básicas.

La célebre definición boeciana de persona como «naturae rationalis individua substantia»7  lo que


pretendía era acentuar la racionalidad y la sustancialidad de la persona. Pero este intento nos
parece insuficiente, por prescindir de características fundamentales de la persona humana como la
existencia, la relación, la corporalidad, la historicidad, la condición sexuada, la capacidad de amor,
etc. Por otro lado, esa definición es inválida para ser aplicada a Dios, pues, según ella, cada
persona es una sustancia, con lo que en la /Trinidad no habría tres personas sin haber tres dioses.
Por esto Ricardo de san Víctor se propuso explícitamente definir a la persona pensando en la
reflexión trinitaria, y la definió como «existencia incomunicable de naturaleza intelectual» 8,
sustituyendo la sustanciaboeciana por la existencia,  de donde sí puede inferirse tanto la relación
(ex)  como la consistencia (sistencia).  Por su parte, santo Tomás, concibiendo a la persona como
subsistencia, afirma: «Persona significa( id quod est perfectissimum in tota natura, scilicet
subsistens in rationalis  natura»9.  Pero subsistencia  no tiene tampoco una significación unívoca. En
efecto, santo Tomás, inspirándose en Boecio, indica que sustancia  equivale etimológicamente a
hypóstasis, y que sustancia  significa unas veces esencia (ousía) y  otras hypóstasis,  por lo que
prefiere traducir hypóstasis  por subsistencia; ycomo persona  se tradujo por hypóstasis,  entonces
concibe a las personas como subsistencias10.

De las múltiples aportaciones de aproximación a la realidad peculiar de la persona, que podemos


considerar como intentos de descripción  de la misma, hemos de destacar la de E. Mounier (que no
es una definición estricta, sino más bien una metáfora), pues pocos como él han pensado y
combatido en su favor: «Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de
subsistencia y de independencia en su ser; mantiene esta subsistencia con su adhesión a una
jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos en un compromiso responsable y
en una constante conversión; unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla por añadidura,
a impulsos de actos creadores, la singularidad de su vocación»11. Se perciben en
esta designación  algunas de las principales características de la persona, alejándose del
sustancialismo boeciano en lo que tiene de cosificador  (la persona no es un qué,  sino un quién;  y
donde Boecio dice sustancia,  Mounier diceser),  adhiriéndose Mounier, en cierto sentido, a la
concepción tomista de subsistencia e independencia en su ser  (la incomunicabilidad,  de la que
hablaron los medievales). Esta descripción puede ser válida para comprender, en cierta medida, la
noción de persona, aplicada tanto a la Trinidad como a la persona humana. Pero tampoco nos
satisface por completo, pues habría que añadir otros componentes básicos que Mounier no ha
contemplado en esta célebre descripción, o que sólo ha hecho in obliquo:  la corporeidad, la
condición sexuada, la historicidad, la socialidad y comunitaridad, la mortalidad, etc. Pero
desarrollar esto nos llevaría tan lejos, que motiva que debamos renunciar a una definición
exhaustiva de la persona.

IV. LA PERSONA NO ES UN PROBLEMA, SINO UN MISTERIO.


Es importante renunciar a considerar a la persona como un problema, aunque esto no significa
que enviemos a la persona al ámbito de lo incognoscible. En efecto, un problema es algo que, por
definición, reclama una solución. Y una vez dada esta, se acabaría el problema. De aquí la
ambigüedad de M. Scheler cuando concebía al hombre como «un ser problemático»12. En verdad,
la persona no tiene una  solución, por lo que hemos de concebirla, en su espiritualidad, como un
ser misterioso,  aunque esto no significa que el misterio implica una incognoscibilidad absoluta; no
se trata de un acertijo, ni de un enigma insoluble. En otras palabras, sobre la persona sabemos
muchas cosas, pero nunca las sabremos acabadamente y por completo, ya que, en la medida en
que la conocemos, más nos percatamos de que todavía nos queda mucho por conocer, pues no
puede ser aprehendida como algo fijo y esclerótico, sino que la viveza de su libertad y
autoposesión mantiene siempre en vilo su comprensión total. No es lo mismo saber que
alguien es,  que saber cómo es  cabalmente ese alguien, ni saber quién  es ese alguien. El misterio
personal se presta a cierto conocimiento, pero siempre que seamos conscientes de sus límites,
pues remite a algo sobre lo que ignoramos más de lo que conocemos, ya que el misterio siempre
reivindica su respeto. Quizás podemos sostener de la persona aquello que afirmaba santo Tomás
de Dios: de El más sabemos lo que no es que lo que es, pues la persona es una
realidad apofática.  Quizás algo similar quiso decir el viejo Aristóteles al afirmar que «el
sujeto (hvpokeímenón)  es aquello de lo que se dicen las demás cosas, sin que él, por su parte, se
diga de otra»13. Es decir, que algo sé de la persona, de mí, de esta o de aquella. Pero este saber
mío nunca es completo, ni sobre mí ni sobre el otro. Ni perfeccionando a Freud podré saber todo
lo que en mí se esconde, ni viviendo durante siglos frente al otro terminará este por no tener
secretos para mí. La persona –la mía, pero sobre todo la del otro–, es una realidad que se resiste a
ser aprehendida por completo, ya que la persona no puede ser dicha  de una vez para siempre, y a
su misterio sólo accederé en la medida en que el otro se conozca a /sí mismo,  y en tanto que el
otro me lo quiera decir.

Por eso, en la captación de la persona, todo nuestro conocimiento siempre debe


ser reconocimiento, y  no sólo del otro, sino también de nosotros mismos, cuando nos percibimos
como la realidad más excelsa de lo existente: somos el único ser de la creación que piensa, que ríe,
que llora, que ama en libertad...

V. LA PERSONA ES YOIDAD Y TRASCENDENCIA.

En la historia del pensamiento la intelección de la persona ha fluctuado dialécticamente entre la


acentuación de su sustancialidad (siguiendo a Boecio) o poniendo el acento en la constitución de
la misma en el /encuentro interpersonal (como hace el pensamiento dialógico). Quienes acentúan
lo primero pretenden zafarse de la disolución de la misma en el abanico etéreo de sus relaciones;
quienes ponen el acento en lo relaciona) huyen de considerar a la persona como algo cósico. Pero
privilegiar la yoidad en detrimento  de la trascendencia, es caer en un error, como también lo es la
acentuación contraria. Por eso, en la manifestación de la persona en el encuentro trascendente de
sí, hay que afirmar simultáneamente su yoidad. En el encuentro, la persona se descubre como tal
al descubrir a su /prójimo; pero no podría darse dicho encuentro, si este es verdaderamente
interpersonal, si previo al mismo, de alguna manera, no fuera ya cada cual un sujeto personal
autoposesivo. Se trata de una especie de círculo ontológico personalista.

El encuentro sólo puede tener lugar entre personas libres. Si no fueran libres y paritarias en
dignidad, el encuentro sería desigual y no sería verdadero encuentro, pues este, por su propia
constitución, sólo puede acontecer en condiciones de igualdad entre sus protagonistas. Con una
piedra puedo tropezar o no, pero nunca me podré encontrar con ella. Téngase en cuenta que el
encuentro es, normalmente, la realidad más cotidiana de la persona: por todas partes asistimos a
congresos, reuniones, convivencias, etc., expresiones, todas ellas, de encuentros cara a cara
interpersonales, aunque no todos adquieren el mismo grado de intimidad, pues es obvio que no
todos los encuentros interpersonales tienen las mismas características de sublimidad.  Es decir,
normalmente, a mayor número de participantes se establece un menor nivel de intimidad
interpersonal; la prueba está en que no es la misma relación la que se establece entre los miles de
personas que gritan enfervorecidas en un estadio de fútbol que la que se establece entre dos
amigos que se cuentan sus intimidades.

En este sentido, las personas no son realidades estrictamente experimentales,  como lo son los
objetos cósicos; aunque del hecho de no ser experimentales no podemos deducir que no
seanexperienciales.  Puedo tener experiencia de una piedra lo quiera ella o no, pues ella no puede
ni querer ni dejar de quererlo. Pero puedo tener experiencia del otro no sólo en la medida en que
trasciendo hacia él, sino también en la medida en que él me permite el acceso hacia sí; y lo mismo
cabe decir desde el polo que transita desde él hasta mí.

La persona, en tanto que tal, no puede vivir encerrada en su interioridad, sino que percibe que la
tensión trascendente es una nota constitutiva inexcusablemente suya. La persona es
ser extendido,sin que por eso sea sólo exterioridad, ya que para serlo de forma verdaderamente
personal, tiene también que ser interioridad y autoposesión. De ahí la importancia dada en el
pensamiento hebreo a la noción de p"nim (/ rostro),  que no significa propiamente rostro  en
singular, pues la terminación en  im  del hebreo muestra la forma plural de la palabra, con lo que
viene a significar, en verdad,rostros,  significando que no existe primeramente un rostro para sí
mismo, sino un rostro para otro rostro: una persona es cabalmente tal ante otra persona. Aunque
aquí debemos evitar cualquier tipo de actualismo, como si sólo fuéramos
personas cuando  estamos en acto ante otra persona. Antes de comprenderse la persona a sí
misma como tal, ha contemplado otros muchos rostros personales; la contemplación de las otras
personas es previa, siempre, a la autocomprensión de la persona como tal. Es decir, el hombre
como persona nunca es un ser aislado, sino constitutivamente dialógico y relacional. Por tanto, en
el encuentro con el otro, con un tú, cada persona se descubre a sí misma como un yo.

Por otra parte, es claro que la persona es el único ser de la creación que aspira conscientemente a
encontrar sentido no sólo a su existencia personal, sino también a la historia humana, e incluso al
universo. Mas por mucho que el hombre apriete sus dientes y sus puños, y aunque todos los
hombres de todos los tiempos apretaran sus dientes y sus puños a la vez, no podrían dotar de
sentido a un universo si este no lo tuviera ya como recibido. Y estimo que aunque la persona tiene
en sus manos, en buena medida, la posibilidad de dotar a su vida de /sentido, conseguir un sentido
último y definitivo no está a su alcance si prescinde de Dios, el ser interpersonal Absoluto, pues
únicamente este es la condición de posibilidad de la garantía radical del sentido incondicionado.

VI. NI SOLIPSISMO NI ALTERISMO.

Desde el egocentrismo que se inauguró con el paradigma cartesiano, y que ha tenido su


continuación en la filosofía de la subjetividad occidental moderna, la persona fue reducida a  sujeto
y  a yo.Como hemos visto, es incuestionable que el hombre sea un sujeto y que sea un yo. Pero
otra coste es que la persona sea sólo subjetividad y yoidad. La persona es también, e
ineludiblemente, trascendencia y alteridad. Ante la tentación del reduccionismo de la persona a
los solos límites de su interioridad, el pensamiento dialógico, que se inicia fugazmente con
Feuerbach y que tiene sus mejores exponentes en M. Buber, F. Rosenzweig y F. Ebner, llevará a
cabo un intento de superación del solipsismo en el pensamiento de la /alteridad o la exterioridad
de E. Lévinas. Para este, la relación con el otro es la philosophia prima,  el inicio de cualquier
pensar acerca del hombre, siendo esta relación con el otro siempre ética, pues al otro no se le
puede considerar un objeto de conocimiento  (esta primacía del conocer  teórico al otro es el
resultado lógico de la reducción del hombre a animal racional,  que se plasmó en Aristóteles, y que
ha dado lugar después a los racionalismos e idealismos), sino como un ser digno en sí mismo y
ante el cual siempre somos responsables. La mejor antítesis de Descartes es, entonces, Lévinas. Y
dos son las principales diferencias entre el francés y el lituano-francés: donde Descartes
decía yo,  Lévinas decía el otro; y  además, el interés cartesiano, primeramente gnoseológico,  se
resuelve en Lévinas en un interés ético.  Pero entre la tesis del primado de la subjetividad
(Descartes) y la antítesis de la primacía de la alteridad (Lévinas), nos parece necesario realizar una
síntesis: las dos posturas parecen ser radicalizaciones de una verdad. «El hombre es sujeto»,
afirmamos con Descartes; pero en su radicalidad se ve encerrado en la cárcel del solipsismo, pues
el cartesianismo no puede dar cumplida cuenta ni siquiera del cuerpo del propio sujeto pensante,
ni de la realidad propia y específica de los otros sujetos personales, ni del mundo exterior (res
extensa)  a la mente que cogita. «El hombre es alteridad», afirmamos con Lévinas; pero en su
plausible intento de desbordar la cárcel solipsista cartesiana14, Lévinas acentúa tanto el primado
metafísico del otro, que termina por menguar al sujeto (al yo) hasta el punto de casi hacerlo
extinguir. Si Descartes cae en la tentación de prescindir del otro, Lévinas cae en el error contrario
al prescindir del yo, cayendo, entonces, no ya en una verdadera alteridad, sino en una especie
de alterismo.  Por eso afirmamos: ni solipsismo ni alterismo, sino subjetividad y alteridad,
afirmadas ambas simultáneamente en el círculo ontológico interpersonal.

VII. EL HOMBRE COMO PERSONA.

Estimamos que se dan varios momentos  en la autopercepción del hombre como persona, entre
los cuales los cruciales son:

a) Momento de interioridad.  El hombre se autopercibe no sólo como un individuo del género


humano, sino como siendo en sí mismo un sujeto con derechos y deberes, como yoidad con
/autonomía moral, con libertad, con racionalidad, etc.; se trata de la incomunicabilidad  de la que
hablaron los escolásticos —aunque sea un concepto poco afortunado—. Es la relación que se
establece entre una persona consigo misma.

b) Momento exterior de alteridad.  El hombre, como persona, se autopercibe como saliendo de su


interioridad hacia el mundo del otro personal; es la relación hacia otras personas. De ellas puede
recibir también la interpelación y  la relación, pues son subjectos y yos,  que se autoposeen y
pueden comunicarse.

c) Momento exterior de cosidad.  la persona también está referida  hacia las cosas externas,
objetuales; la persona histórica es esencialmente un ser en el mundo. Pero con las cosas, la
persona propiamente no se relaciona, no existe estricta /relación,  pues no puede recibir de ellas
respuesta, al no ser sujetos, sino únicamente objectos  que están sólo vertidos hacia fuera,
desposeídos de sí; los objetos no poseen autopercepción, sino que sólo son percibidos por un
sujeto personal. Por eso, hacia las personas hay relación y hacia las cosas referencia.

d) Momento de trascendencia.  La persona se percibe a sí misma como no poseyendo en sí la causa


de su existir último, sino que debe su existencia, lo mismo que todos los seres, a un ser primero
que sea, en cierta lógica, causa per se  —que no causa sui—;  es la aseidad  de la que hablaron los
medievales. En este sentido, la /religión como religación (Zubiri), lejos de ser una proyección de los
propios deseos hipostasiados (Feuerbach), una alienación o suspiro opiáceo de la criatura
oprimida (Marx), o una neurosis de la humanidad (Freud), es la concreción del ansia de
trascendencia que todo hombre descubre en sí. En cualquier caso, en toda relación trascendental
inmanente (la propia de las personas humanas), está incoada la relación trascendental
absolutamente trascendente, la que vincula a cada cual con el misterio de su origen. La persona
es, finalmente, tensión entre lo que se es  (lo recibido en su origen), lo que se puede ser  (el
proyecto vital atendiendo a las aptitudes), lo que se debe ser  (mediante las opciones que nos
adhieren a los otros) y lo que se quiere llegar a ser  (dando cuenta de nuestras potencialidades) y
lo que se espera llegar a ser (y  en ello precisamos tanto de los otros personales como del Otro
Absoluto).

Aunque estos cuatro momentos  no son parcelas aisladas de la /personalidad, sino que convergen
en la unicidad de la persona.

NOTAS: 1 BOETIUS, De duabus nannis et una persona Christi, c.  3; PL 64, 1344. – 2 SAN
AGUSTÍN, De Trinitate  1, 7;  PL 42, 914948. – 3 El hombre y Dios,  323. – 4 Cf M.
THEUNISSEN, Skeptische Betrachtungen üher den anthropologischen Personbegriff;  en H.
ROMBACH (her.), Die Frage nach dem Mensrhen. Aufriss einer philosophischen
Antropologíe,  MunichFriburgo 1966, 461490. – 5 E. MOUNIER, Manifiesto al servicio del
personalismo,  en Obras completas  1, Sígueme, Salamanca 1992, 627. – 6 ID, El personalismo,  474.
– 7 BoETIUS, p.c., PL 64, 1343 D; sin embargo, también Boecio afirmaba en su obra De Trinitate  (c.
6, PL 64, 1254), que todo nombre «referente a las personas indica relación», para evitar caer en el
triteísmo, al aplicar a Dios su definición de la persona como substancia. – 8 De Trinitate,  IV, 22; PL
196, 945. – 9 S. Th.,  I, q. 26 a. 3. – 10 S. Tb.,  J, q. 29, a. 2. – 11 E. MOUNIER, Manifiesto al servicio
del personalismo,  en Obras completas  1, Sígueme, Salamanca 1992, 625. – 12 M. SCHELER, Die
Stelhmg des Menschen im Kosmos,  Francke, Berna 1975, 13. – 13 Metafísica,  VII, 3, 1028 b 36. –
14 Intención también pretendida por Husserl sin conseguirlo cabalmente, pues al final la egología
husserliana no puede afirmar la estricta alteridad del otro, ya que la intencionalidad del sujeto
cognoscente termina siendo la conferidora de sentido del otro: para Husserl sólo tiene sentido
hablar de la realidad existencial del otro, en tanto que tiene lugar en  mí y para  mí, pero
no ante  mí, que es, en verdad, donde tiene lugar la relación con el otro en tanto que tal.

BIBL.: DÍAZ C., Para ser persona,  Instituto Emmanuel Mounier, Las Palmas 1993; DíAz C.MACEIRAS
M., Introducción al personalismo actual,  Credos, Madrid 1975; HUSSERL E., Meditaciones
cartesianas,  FCE, México 1985; LAÍN ENTRALGO P., Alma, cuerpo, persona,  Círculo de Lectores,
Barcelona 1995; MARÍAS J., Antropología metafísica,  Revista de Occidente, Madrid 1973;
MARITAIN J.,Para una filosofía de la persona humana,  Club de Lectores, Buenos Aires 1973;
MILANO A., Persona in teologia. Alle origini del significato di persona nel cristiane.sinuo
antico,  Dehoniane, Nápoles 1984; MORENO VILLA M., El Hombre como persona,  Caparrós, Madrid
1995; ID, Sobre la categoría de «Relación» en la reflexión sobre la persona,  Scripta Fulgentina I I
(Murcia 1996) 6176; MOUNIER E., El personalismo,  en Obras completas  111, Sígueme, Salamanca
1990; NÉDONCELLE M., La reciprocidad de las conciencias. Ensayo sobre la naturaleza de la
persona,  Caparrós, Madrid 1996; ZUBIRI X., Sobre el hombre,  AlianzaSociedad de Estudios y
Publicaciones, Madrid 1986; ID, El hombre v Dios,  AlianzaSociedad de Estudios y Publicaciones,
Madrid 1988'.

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