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…El ser humano es individuo y persona, términos que parecen sinónimos y, sin embargo, no
significan exactamente lo mismo.
Entendemos por “individuo” (del latín individuum, indiviso) el ser singular y concreto, que posee
una naturaleza o esencia y una existencia espacio-temporal propia. A diferencia de los
conceptos que son universales y existen en la mente, cada cosa, animal o humano existe de
modo concreto e individual. La individualidad es lo que lo separa, identifica y distingue de los
demás seres de su especie.
En cuanto al ser humano, individuo es alguien que existe concreta e indivisamente en el grupo
humano que llamamos “sociedad”. Es decir, es un ser humano que vive en la familia, la
comunidad, la ciudad, el país y el mundo.
La personalidad del ser humano radica en su alma trascendente, que junto con el cuerpo que
anima, es una sola sustancia, material y espiritual a la vez. El alma no es puro pensamiento,
como creía Descartes; ni el cuerpo es mera extensión. Espíritu y materia son dos coprincipios
sustanciales de una sola y única realidad llamado ser humano.
Como individuo, cada ser humano es un fragmento de su especie, una parte del universo,
sometido a las condiciones propias de la sociedad de su tiempo y de su cultura, con todas las
situaciones geográficas, históricas y económicas que incluye su exterioridad.
Como persona, cada ser humano es alguien que existe en sí mismo y para sí mismo. Desde su
interioridad se relaciona consigo mismo, con los demás, con el entorno y con el Fundamento de
todo. Es verdad y presencia para sí y para los demás. Es autonomía y libertad creadora para sí y
para los demás.
A modo de conclusión, podemos decir que el ser humano tiene dos dimensiones: individuo en
sociedad y persona en relación. No son dos partes de su ser ni forman dos realidades. Es
individuo y es persona en la unidad de su ser….
El ser humano puede ser considerado individuo y también persona, sin embargo una persona es
siempre un individuo, mientras que un individuo no siempre es persona.
La persona es el individuo que puede hacerse preguntas y buscar respuestas que le satisfagan.
Puede salir de sí e ir al encuentro con los otros.
PERSONA, INDIVIDUO Y SUJETO SERA... ¿QUE HAY ALGUNA DIFERENCIA ENTRE ESTOS TRES
TÉRMINOS?.
El objeto de la psicología como ciencia es el ser humano y su comportamiento, las causas que
determinan la conducta y la forma en que ésta se desarrolla, diferenciándose así de la biología,
que se ciñe tan sólo al ser humano como estructura viva, con unas funciones fisiológicas. En cierto
modo, ahí radica el «quid» de la eterna pugna entre las doctrinas psicológicas denominadas
«mentalistas» y «conductistas». Las primeras consideran al ser humano básicamente como un
ente pensante, cuyas experiencias influyen con escasa intensidad en su conducta más o menos
prefijada. En cambio, las escuelas conductistas puras basan la conducta humana exclusivamente
en un comportamiento adaptativo y condicionado por las experiencias vitales. Los progresos de la
psicología hicieron necesaria la aparición de nuevas corrientes con una ideología más flexible e
intermedia. ¿Por qué no concebir al ser humano como un ente pensante, dotado de personalidad
propia, pero susceptible de modificar su conducta frente a los condicionantes externos? Su
comportamiento ya no sería un mero conjunto de interacciones estímulo-respuesta, sino una
disposición individual frente a determinados estímulos que provocan unas peculiares respuestas
según la persona. Ya no se estudiaría tan sólo un comportamiento, sino a un sujeto que se
comporta de determinada manera. Al llegar a este punto, es necesario definir conceptos tales
como: Individuo: Sujeto indivisible, elemento unitario dentro de su especie. Persona: Ser
inteligente, pensante. Personalidad: Conjunto de cualidades psicofísicas que distinguen a un ser de
otro. El hombre como individuo. Considerado como tal, el ser humano es un complejo organismo
vivo con unas funciones motoras, sensitivas y vegetativas. El hombre como persona. Suma a lo
anterior la psique —llamémosla conciencia, intelecto o capacidad de raciocinio—, que es lo que lo
diferencia del resto de los seres vivos. Un perro es un individuo dentro de su especie (mamíferos
cánidos), pero no es una persona. Ya el dualismo cartesiano afirmaba que el hombre consta de
una parte corporal, física, y otra cognitiva, psíquica. Y filosóficamente se dice que «el nombre es el
único animal que tiene conciencia de ser un animal que tiene conciencia». Parece un galimatías o
un juego de palabras, pero, si nos fijamos, efectivamente el animal irracional siente, pero no es
consciente de ello (al menos, con el nivel o “calidad” de consciencia de un ser humano). Sin
conciencia racional la conducta humana sería automática y no existiría posibilidad de progreso. Si
observamos la conducta de algunos animales, como las abejas o las hormigas, nos llama la
atención cómo unos seres, aparentemente tan simples, poseen una organización social casi tan
compleja como la humana. Sí, es asombrosa. Pero esa conducta se viene repitiendo, generación a
generación, desde hace miles de años sin progreso ni cambio alguno, precisamente porque no
tienen conciencia de ella, y actúan así sólo por instinto. Sin conciencia no hay improvisación ni
innovación alguna. La conciencia supone una actividad reflexiva y esta reflexión está unida a un Yo,
un sujeto que integra el conjunto de actividades de la propia conciencia. El hombre es capaz de
tomar conciencia de su pasado, su presente e incluso de hacer proyectos sobre su futuro,
unificando todo ello en su propio Yo, que persiste a pesar de todo cambio en el tiempo o en la
forma de vivir. Existe una adaptación a las modificaciones ambientales o circunstanciales, pero ese
Yo adaptado es el mismo en esencia. El hombre como personalidad. Acabamos de definir al ser
humano como individuo y como persona, pero debemos añadir un atributo identificativo más: su
personalidad. Con ello ya no nos referimos a una persona cualquiera, sino a una determinada
dentro del grupo. La personalidad aúna el sustrato físico y mental con la disposición y modo de
reaccionar ante el ambiente que cada sujeto adopta y lo diferencia de otro. Viene determinada
por una serie de factores que la configuran: condicionamientos, sensaciones, emociones,
experiencias, aprendizaje, carácter, etcétera. Podemos resumir diciendo que el ser humano es el
resultado de una tríada donde se unen: un sustrato biológico físico (individuo), una dotación de
conciencia (persona) y unas cualidades o características propias e identificativas (personalidad).
PERSONA
DicPC
I. ESBOZO HISTÓRICO.
El interés inicial de la reflexión patrística sobre la persona no fue antropológico; es decir, sus
autores no pretendían explicarse filosóficamente a sí mismos, sino el misterio trinitario, así como
también dar cuenta de la unión hipostática que la fe cristiana afirma entre las dos naturalezas
(divina y humana) en la única persona (divina) de Cristo. Sabemos que Tertuliano fue quien vertió
la palabra griega prósópon al concepto latino persona, propio del derecho romano, pero ahora
ampliando su extensión significativa a todo hombre, e incluso al feto humano, pues, decía, «ya es
una persona quien está en camino de serlo». Tertuliano distinguió, asimismo, entre persona y
sustancia, al afirmar que en Dios subsisten tres personas en la única sustancia. Por su parte,
Orígenes introdujo en la reflexión trinitaria el vocablo hipóstasis, al distinguir tres cosas
(prágmata) en la común esencia (ousía) de Dios, que se diferencian, precisamente, por las
distintas hipóstasis o hypokéimenón. Esta fue la solución del cuarto concilio ecuménico, celebrado
en Calcedonia el año 451, aunque ya antes, en el Concilio de Nicea (325) se advirtió el riesgo de
modalismo que parecía conllevar el carácter aparente y no sustancial de la persona, entendida
como personaje o máscara.
Tanto en la Grecia como en la Roma clásicas existía una indigencia significativa en su concepción
de la persona. En Grecia y en Roma, las personas eran sólo los ciudadanos libres, sujetos de plenos
derechos y deberes (sui iuris esse), y se contraponía –negando que fueran personas– tanto a las
mujeres, como a los esclavos y a los niños, que no poseían plenamente tales derechos. Aquí se
muestra cómo hombre (varón y mujer) y persona no eran sinónimos, pues tanto las mujeres como
los esclavos y los niños eran individuos del género humano (hombres) pero no eran tenidos por
personas libres y con plenos derechos, esto es, dignos por sí mismos. Precisamente la /fraternidad
universal, la /igualdad entre los hombres y la filiación divina que afirma el cristianismo para todo
hombre, permitió ampliar a todos los seres humanos, sin distinción de raza, condición social,
género, edad, etc., su consideración como personas. Por esto, persona hace referencia directa a
la /dignidad del hombre, así como a la relación hacia las otras personas e incluso a la
trascendencia de todo ser humano. En cambio, la reflexión filosófica griega versó sobre una
antropología que difícilmente se libra de la tentación del dualismo; esto explica que la filosofía
griega desconociera casi por completo la tematización sobre el hombre como persona, esto es,
concebida en su auténtico valor ontológico y ético. En efecto, para los griegos el hombre era
considerado como un ser objetivo individual, vinculado a la noción de sustancia y, por tanto, a la
de cosa; los griegos podían denominar prósópon tanto a un hombre como a una mesa, es decir, se
refería a cualquier realidad individual, desde un ser espiritual hasta cualquier objeto cósico. Por
ello encontramos aquí una gravísima carencia en la deficiente antropología griega, al serle
desconocido el concepto cabal de persona.
Como manifestó Zubiri, fue necesario el esfuerzo especulativo de la patrística griega (en concreto,
de los capadocios) para despojar al término hipóstasis de su carácter de sustancia subjetual y
cósica, con el fin de aproximarlo al sentido de poseedor de los derechos jurídicos que los romanos
otorgaban a los hombres libres. Por esto la queja de Zubiri cuando muchos autores ignoran el
origen de la reflexión sobre la persona, olvidando también que «la introducción del concepto de
persona en su peculiaridad ha sido obra del pensamiento cristiano, y de la revelación a que este
pensamiento se refiere»3. Esto es lo capital y significa, por lo pronto, dos cosas fundamentales: a)
los primeros cristianos fueron los que más y mejor desarrollaron especulativamente –junto con
el /personalismo posterior– el concepto de persona; b) pero esto fue posible, y es lo capital,
porque la revelación cristiana sostuvo y sostiene –y era algo inaudito hasta el principio de nuestra
era–que todos los hombres –varón y mujer, niños, esclavos, deficientes, etc.–están llamados a ser
hijos de Dios en el Hijo de Dios, es decir, hijos por adopción en virtud de la /gracia revelada en el
Hijo Unigénito –por naturaleza– del Padre. Desde entonces no se puede admitir que existan unos
hombres que posean dignidad y derechos (y sean sui iuris esse) y otros hombres que no los
posean. No es admisible, por ejemplo, como ha acontecido durante muchos siglos, que el esclavo
fuera considerado un /hombre, y no sea a la vez persona, lo que significa que es radicalmente
injusto que sea esclavo. Por esto, el cristianismo sostuvo desde el principio que no existen
jerarquías de dignidad en el seno de lo humano, que no hay diferencias de plenitud humana entre
el varón, la mujer, el esclavo, el libre, el niño, el adulto, el deficiente, el nasciturus, sino que todos
ellos son, por igual, personas, seres humanos dignos por sí y deben ser tratados como fines en sí,
como personas, al haber sido amados por Dios y siendo convocados a participar de su misma
naturaleza.
a) Persona e individuo. Una persona humana es, ciertamente, un individuo (átomo, en griego),
pues pertenece a una especie y se diferencia de los demás individuos en sus características
peculiares: altura, color, sexo, etc. Pero también es un individuo un libro en una biblioteca, pues la
individualidad, con sus características de indivisibilidad e impredicabilidad, no sólo es aplicable al
hombre, sino también a cualquier ser en relación a su especie, ya que se predica también del
mundo vegetal y animal. Pero sostener que el hombre es una persona, es transitar más allá de
cualquier diferencia categorial, y afirmar que su singularidad es única, insustituible y no
intercambiable; precisamente esto es la unicidad de la persona. Esto es, decir del hombre que es
un individuo, es caer en la indistinción y en lo puramente numérico; en cambio de la persona se
predica precisamente su distinción en la indistinción de la genérica naturaleza humana. Por eso,
cuando en una casa un ladrillo se nos rompe y ya no nos sirve, lo desechamos y ponemos otro;
pero cuando un amigo se nos muere, por ejemplo, no podemos sustituirlo por otro, pues cada
persona es única e inutilizable. De aquí que podamos afirmar que una persona no es simplemente
un /individuo, contra lo que algunos piensan. El individuo es «esta dispersión, esta disolución de
mi persona en la materia, este influjo en mí de la multiplicidad desordenada e impersonal de la
materia, objetos, fuerzas, influencias en las que me muevo» 5. El individuo, como tal, se sitúa como
una realidad insular de los otros yos y del resto de las cosas materiales. En este sentido, el
individualismo, dice Mounier, «fue la ideología y la estructura dominante de la sociedad burguesa
occidental entre los siglos XVIII y XIX», que propugnó «un hombre abstracto, sin ataduras ni
comunidades naturales, dios soberano en el corazón de una libertad sin dirección ni medida, que
desde el primer momento vuelve hacia los otros la desconfianza, el cálculo y la reivindicación;
instituciones reducidas a asegurar la no usurpación de estos egoísmos, o su mejor rendimiento por
la asociación reducida al provecho: tal es el régimen de civilización que agoniza ante nuestros ojos,
uno de los más pobres que haya conocido la historia. Es la antítesis misma del personalismo y su
adversario más próximo»6.
b) Persona y sujeto. Mal que les pese a los estructuralistas, es indudable que la persona es
un sujeto —pues sujetos son los que niegan que el hombre sea un sujeto—; pero esto debe ser
matizado, pues para los primeros filósofos griegos también era un sujeto (hypokéimenón, en
griego) una mesa o una piedra. Afirmar que la persona es sujeto, es sostener que se autoposee,
que subsiste en sí y que se sabe subsistiendo; y esto no podemos negarlo. El sujeto es, en
definitiva, el yo personal en tanto que sujeto. Pero lo que no existe es un sujeto aislado de los
otros sujetos, pues un sujeto no se reconoce como tal sino ante la presencia de otros sujetos, y no
sólo ante los objetos, como afirman los dualismos; no existe un sujeto puro y aislado de los
objetos, pues ser sujeto implica, de suyo, estar siempre en correlación con el objeto, hasta el
punto de ser inseparables. Por tanto, la subjetividad originaria no se encuentra replegada sobre sí,
no es, en tanto que inesquivable dato originario, algo absoluto y aislado, sino un ser relativo-
absoluto, como sostenía Zubiri; y relativo aquí no quiere decir de poca consideración o superficial,
sino relacional. Por esto,el hombre, que es siempre sujeto, es también, siempre, intersubjetividad;
y el sujeto originario, en el fontanal de su ser y de su actuar, siempre se autopercibe cabalmente
como subjetividad interpelada por otras subjetividades, es decir, es intersubjetividad. El hombre,
pues, no es sujeto si no es intersujeto.
c) Persona y yo. También una persona humana es un yo (ego), el núcleo medular de su
autoconciencia, en tanto que funda la identidad personal, lo que Kant denominó la «unidad de la
apercepción pura». Pero nunca existe un yo aislado de los otros yos, pues una persona no tiene su
fundamento último en sí misma (a pesar de que Fichte y Gentile entendieran al yo como causa
sui), en una especie de yo cogitativo y primario, como pretendió Descartes al concebir al hombre
como una conciencia aislada y cenada, esto es, reduciendo la conciencia a autoconciencia. La
persona, incluso en su yoidad, siempre se autopercibe como persona, porque previamente a su
propia autoconcepción como yo, ha tenido ante sí a un tú, esto es, a otro yo; por eso la palabra yo
siempre se encuentra relacionada y jamás deja de aludir a un tú. De aquí que la persona, como yo,
sea un fontanal de relación originaria, y no sólo la que se establece /entre la persona consigo
misma en el interior de su subjetividad (autoconciencia), sino la que se refiere a la relación
interpersonal (heteroconciencia) yo-tú (M. Buber), o yo-el Otro personal (E. Lévinas). La persona
es, en el interior de lo creado, el único ser capaz de comunicación, el único capaz de exterioridad,
de salir de sí, pues la persona es la realidad autónoma por antonomasia, la máxima realidad
creadora. De modo que la persona es antes hacia el otro, en la común inserción en el mundo
material, que hacia sí misma en el interior de la propia conciencia. En efecto, antes que el niño
sepa que es, ni siquiera qué es, o mejor, quiénes, es convocado a la comunión de unos rostros que
le miran, unas manos que le acarician y unas voces que le interpelan y le aman, las mismas que le
trajeron a la existencia. Nosotros somos porque hemos sido amados, y todo amor es siempre
interpelación. Por eso la persona es el ser de la palabra y del amor: acerca de las cosas nosotros
hablamos, pero a la persona le hablamos; o mejor, nosotros sobre las cosas decimos algo, pero a
las personas les hablamos; acerca de las cosas podemos disponer, pero jamás sobre la persona,
que nunca puede ser considerada como un medio para algo, sino como un fin en sí misma, como
afirma el imperativo ético kantiano. El hombre, como persona, nunca es un ser solo; por eso, en
ninguna soledad el hombre está absolutamente solo, pues somos no sólo lo que nosotros
hacemos de nosotros mismos, sino también e inexcusablemente lo que los demás nos han hecho;
toda soledad es siempre, pues, soledad acompañada, aunque sea de recuerdos –que
inevitablemente nos rememoran a los otros–; la persona es siempre un ser circunvalado por los
demás, esto es, circumavalado.
La historia del pensamiento nos muestra que ha habido intentos de definición más o menos
plausibles: Para Boecio la persona es sustancia; para Ricardo de san Víctor es existencia; en Tomás
de Aquino es subsistencia; para Descartes es una cosa pensante; en Kant es sujeto fenoménico;
para el personalismo es relación... Mas para comprender lo que es la persona, no es necesario
disponer de una definición cerrada de la misma. Nosotros somos personas y esto es verdad incluso
mucho antes de que nos percatemos de ello. Ser una persona nos es tan cotidiano que importa
menos que nos entretengamos en delimitar en precisos esquemas todas sus notas básicas.
El encuentro sólo puede tener lugar entre personas libres. Si no fueran libres y paritarias en
dignidad, el encuentro sería desigual y no sería verdadero encuentro, pues este, por su propia
constitución, sólo puede acontecer en condiciones de igualdad entre sus protagonistas. Con una
piedra puedo tropezar o no, pero nunca me podré encontrar con ella. Téngase en cuenta que el
encuentro es, normalmente, la realidad más cotidiana de la persona: por todas partes asistimos a
congresos, reuniones, convivencias, etc., expresiones, todas ellas, de encuentros cara a cara
interpersonales, aunque no todos adquieren el mismo grado de intimidad, pues es obvio que no
todos los encuentros interpersonales tienen las mismas características de sublimidad. Es decir,
normalmente, a mayor número de participantes se establece un menor nivel de intimidad
interpersonal; la prueba está en que no es la misma relación la que se establece entre los miles de
personas que gritan enfervorecidas en un estadio de fútbol que la que se establece entre dos
amigos que se cuentan sus intimidades.
En este sentido, las personas no son realidades estrictamente experimentales, como lo son los
objetos cósicos; aunque del hecho de no ser experimentales no podemos deducir que no
seanexperienciales. Puedo tener experiencia de una piedra lo quiera ella o no, pues ella no puede
ni querer ni dejar de quererlo. Pero puedo tener experiencia del otro no sólo en la medida en que
trasciendo hacia él, sino también en la medida en que él me permite el acceso hacia sí; y lo mismo
cabe decir desde el polo que transita desde él hasta mí.
La persona, en tanto que tal, no puede vivir encerrada en su interioridad, sino que percibe que la
tensión trascendente es una nota constitutiva inexcusablemente suya. La persona es
ser extendido,sin que por eso sea sólo exterioridad, ya que para serlo de forma verdaderamente
personal, tiene también que ser interioridad y autoposesión. De ahí la importancia dada en el
pensamiento hebreo a la noción de p"nim (/ rostro), que no significa propiamente rostro en
singular, pues la terminación en im del hebreo muestra la forma plural de la palabra, con lo que
viene a significar, en verdad,rostros, significando que no existe primeramente un rostro para sí
mismo, sino un rostro para otro rostro: una persona es cabalmente tal ante otra persona. Aunque
aquí debemos evitar cualquier tipo de actualismo, como si sólo fuéramos
personas cuando estamos en acto ante otra persona. Antes de comprenderse la persona a sí
misma como tal, ha contemplado otros muchos rostros personales; la contemplación de las otras
personas es previa, siempre, a la autocomprensión de la persona como tal. Es decir, el hombre
como persona nunca es un ser aislado, sino constitutivamente dialógico y relacional. Por tanto, en
el encuentro con el otro, con un tú, cada persona se descubre a sí misma como un yo.
Por otra parte, es claro que la persona es el único ser de la creación que aspira conscientemente a
encontrar sentido no sólo a su existencia personal, sino también a la historia humana, e incluso al
universo. Mas por mucho que el hombre apriete sus dientes y sus puños, y aunque todos los
hombres de todos los tiempos apretaran sus dientes y sus puños a la vez, no podrían dotar de
sentido a un universo si este no lo tuviera ya como recibido. Y estimo que aunque la persona tiene
en sus manos, en buena medida, la posibilidad de dotar a su vida de /sentido, conseguir un sentido
último y definitivo no está a su alcance si prescinde de Dios, el ser interpersonal Absoluto, pues
únicamente este es la condición de posibilidad de la garantía radical del sentido incondicionado.
Estimamos que se dan varios momentos en la autopercepción del hombre como persona, entre
los cuales los cruciales son:
c) Momento exterior de cosidad. la persona también está referida hacia las cosas externas,
objetuales; la persona histórica es esencialmente un ser en el mundo. Pero con las cosas, la
persona propiamente no se relaciona, no existe estricta /relación, pues no puede recibir de ellas
respuesta, al no ser sujetos, sino únicamente objectos que están sólo vertidos hacia fuera,
desposeídos de sí; los objetos no poseen autopercepción, sino que sólo son percibidos por un
sujeto personal. Por eso, hacia las personas hay relación y hacia las cosas referencia.
Aunque estos cuatro momentos no son parcelas aisladas de la /personalidad, sino que convergen
en la unicidad de la persona.
NOTAS: 1 BOETIUS, De duabus nannis et una persona Christi, c. 3; PL 64, 1344. – 2 SAN
AGUSTÍN, De Trinitate 1, 7; PL 42, 914948. – 3 El hombre y Dios, 323. – 4 Cf M.
THEUNISSEN, Skeptische Betrachtungen üher den anthropologischen Personbegriff; en H.
ROMBACH (her.), Die Frage nach dem Mensrhen. Aufriss einer philosophischen
Antropologíe, MunichFriburgo 1966, 461490. – 5 E. MOUNIER, Manifiesto al servicio del
personalismo, en Obras completas 1, Sígueme, Salamanca 1992, 627. – 6 ID, El personalismo, 474.
– 7 BoETIUS, p.c., PL 64, 1343 D; sin embargo, también Boecio afirmaba en su obra De Trinitate (c.
6, PL 64, 1254), que todo nombre «referente a las personas indica relación», para evitar caer en el
triteísmo, al aplicar a Dios su definición de la persona como substancia. – 8 De Trinitate, IV, 22; PL
196, 945. – 9 S. Th., I, q. 26 a. 3. – 10 S. Tb., J, q. 29, a. 2. – 11 E. MOUNIER, Manifiesto al servicio
del personalismo, en Obras completas 1, Sígueme, Salamanca 1992, 625. – 12 M. SCHELER, Die
Stelhmg des Menschen im Kosmos, Francke, Berna 1975, 13. – 13 Metafísica, VII, 3, 1028 b 36. –
14 Intención también pretendida por Husserl sin conseguirlo cabalmente, pues al final la egología
husserliana no puede afirmar la estricta alteridad del otro, ya que la intencionalidad del sujeto
cognoscente termina siendo la conferidora de sentido del otro: para Husserl sólo tiene sentido
hablar de la realidad existencial del otro, en tanto que tiene lugar en mí y para mí, pero
no ante mí, que es, en verdad, donde tiene lugar la relación con el otro en tanto que tal.
BIBL.: DÍAZ C., Para ser persona, Instituto Emmanuel Mounier, Las Palmas 1993; DíAz C.MACEIRAS
M., Introducción al personalismo actual, Credos, Madrid 1975; HUSSERL E., Meditaciones
cartesianas, FCE, México 1985; LAÍN ENTRALGO P., Alma, cuerpo, persona, Círculo de Lectores,
Barcelona 1995; MARÍAS J., Antropología metafísica, Revista de Occidente, Madrid 1973;
MARITAIN J.,Para una filosofía de la persona humana, Club de Lectores, Buenos Aires 1973;
MILANO A., Persona in teologia. Alle origini del significato di persona nel cristiane.sinuo
antico, Dehoniane, Nápoles 1984; MORENO VILLA M., El Hombre como persona, Caparrós, Madrid
1995; ID, Sobre la categoría de «Relación» en la reflexión sobre la persona, Scripta Fulgentina I I
(Murcia 1996) 6176; MOUNIER E., El personalismo, en Obras completas 111, Sígueme, Salamanca
1990; NÉDONCELLE M., La reciprocidad de las conciencias. Ensayo sobre la naturaleza de la
persona, Caparrós, Madrid 1996; ZUBIRI X., Sobre el hombre, AlianzaSociedad de Estudios y
Publicaciones, Madrid 1986; ID, El hombre v Dios, AlianzaSociedad de Estudios y Publicaciones,
Madrid 1988'.