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Publicado: 27/09/2018
Por Andrea Mejía
El exilio colectivo es una realidad histórica asociada al sufrimiento. Son los pueblos
asolados por la guerra, por la expulsión y la persecución, por condiciones materiales
y espirituales muy precarias los que han emprendido las rutas del exilio masivo,
muy distinto al exilio individual y voluntario. La diáspora judía; los extensos
desplazamientos causados por la Segunda Guerra Mundial
(https://www.revistaarcadia.com/noticias/segunda-guerra-mundial/948); los seres
humanos que no eran ciudadanos de ningún Estado y a los que Hannah Arendt
(https://www.revistaarcadia.com/impresa/libros/articulo/hannah-arendt-politica-
violencia-memoria/34819) se refirió como “los que no tienen derecho a tener
derechos”; el drama de los kurdos en Turquía, Irán e Irak. La actual crisis migratoria
europea es la más delicada desde la Segunda Guerra. Incontables seres humanos
han muerto tratando de encontrar mejores condiciones de vida y, muchas veces,
tratando simplemente preservarla. Detrás de un cuerpo ahogado que el mar
devuelve a las costas libias hay a veces 2 o 3 años de travesía. Los refugiados que
huyen de Somalia, de Eritrea, de Sudán o de Malí, que huyen del terror yihadista,
de guerras internas
https://www.revistaarcadia.com/Imprimir/71292 o de la brutalidad de una dictadura como la eritrea, deben 1/5
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atravesar Sudán para llegar a Libia RevistaArcadia.com | Imprimir
y de ahí embarcarse con la esperanza de
alcanzar las costas italianas. Las rutas de los refugiados son largas y están llenas
de peligros. Entre Sudán y Libia, los que conducen a los refugiados, sus “coyotes”,
se convierten muchas veces en sus torturadores. Hay campos de tortura en el
desierto libio. Muchos desplazados quedan ahí atrapados si sus familias en el país
de origen no logran hacer llegar un rescate para liberarlos. Cerca de los campos,
hay fosas comunes. El conflicto sirio ha dejado también millones de desplazados, la
gran mayoría en Turquía (https://www.revistaarcadia.com/noticias/turquia/1228), o
en campos improvisados que se multiplican en las fronteras del “espacio de justicia,
libertad y seguridad” de la Unión Europea.
El continente americano es también hoy un territorio marcado por las huellas del
exilio. El escenario de crueldad dispuesto por la política de “tolerancia cero” de
Donald Trump (https://www.revistaarcadia.com/noticias/donald-trump/1288), en el
que niños mexicanos y centroamericanos fueron separados de sus padres y
detenidos en campos, pone de manifiesto que no hay ninguna garantía política ni
jurídica para limitar el ejercicio soberano del poder, ningún aprendizaje histórico
tampoco que evite la repetición del horror de las deportaciones.
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hospitalidad como principio político, más allá de la solidaridad humanitaria o del
tratamiento de la acogida como un problema técnico.
Carpas, barro, lluvia, ropa siempre mojada. Filas para comer, cuando hay comida,
filas para un baño, filas para acceder a un poco de agua potable. Filas infinitas de
caminar. Sobornos. Secuestros. Violencia sexual.
Es inevitable que se haga lo posible por aliviar un sufrimiento que no puede esperar
un tratamiento más sofisticado o más a largo plazo del problema. Así que, en
muchos casos, la perspectiva humanitaria sigue siendo válida, y cualquier tipo de
acción humanitaria, urgente.
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Pero más allá de ese dolor, la errancia y el asentamiento en un país “extranjero”,
puede llevar consigo una alegría y una energía renovadoras y creativas, tanto para
los exiliados que buscan refugio como para los que los reciben. Hay que pensar el
exilio desde esta doble perspectiva. Para ambas “partes”, el exilio trae consigo
potencias éticas tremendas, transformadoras.
El exilio nos obliga a darle un lugar al otro, a abrirle un espacio real a los que no son
“nosotros”. Los que llegan tienen también que abrirle un espacio al otro. Así, se
establece un vínculo que es contrario al clamor soberano: ese podría ser yo, o ellos
son nosotros, que es el principio de la compasión comprendido más allá de toda
blandura sentimental.
Kant sostiene que “el derecho cosmopolita debe limitarse a las condiciones de la
hospitalidad universal (…) Hospitalidad significa aquí el derecho de un extranjero a
no ser tratado hostilmente por el hecho de haber llegado al territorio de otro”.
Aclara enseguida que se trata de un derecho de visita “que tienen todos los
hombres en virtud del derecho de propiedad en común de la superficie de la tierra
(…) no teniendo nadie originariamente más derecho que otro a estar en un
determinado lugar de la tierra”.
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