Sei sulla pagina 1di 5

9/5/2019 RevistaArcadia.

com | Imprimir

Publicado: 27/09/2018
Por Andrea Mejía

El sufrimiento en las rutas del exilio


A raíz del éxodo masivo de venezolanos a Colombia, la filósofa
Andrea Mejía reflexiona sobre la hospitalidad como principio ético y
político para abordar la pregunta que atraviesa todos los
movimientos migratorios: ¿cómo vivir con otros?

El exilio colectivo es una realidad histórica asociada al sufrimiento. Son los pueblos
asolados por la guerra, por la expulsión y la persecución, por condiciones materiales
y espirituales muy precarias los que han emprendido las rutas del exilio masivo,
muy distinto al exilio individual y voluntario. La diáspora judía; los extensos
desplazamientos causados por la Segunda Guerra Mundial
(https://www.revistaarcadia.com/noticias/segunda-guerra-mundial/948); los seres
humanos que no eran ciudadanos de ningún Estado y a los que Hannah Arendt
(https://www.revistaarcadia.com/impresa/libros/articulo/hannah-arendt-politica-
violencia-memoria/34819) se refirió como “los que no tienen derecho a tener
derechos”; el drama de los kurdos en Turquía, Irán e Irak. La actual crisis migratoria
europea es la más delicada desde la Segunda Guerra. Incontables seres humanos
han muerto tratando de encontrar mejores condiciones de vida y, muchas veces,
tratando simplemente preservarla. Detrás de un cuerpo ahogado que el mar
devuelve a las costas libias hay a veces 2 o 3 años de travesía. Los refugiados que
huyen de Somalia, de Eritrea, de Sudán o de Malí, que huyen del terror yihadista,
de guerras internas
https://www.revistaarcadia.com/Imprimir/71292 o de la brutalidad de una dictadura como la eritrea, deben 1/5
9/5/2019
atravesar Sudán para llegar a Libia RevistaArcadia.com | Imprimir
y de ahí embarcarse con la esperanza de
alcanzar las costas italianas. Las rutas de los refugiados son largas y están llenas
de peligros. Entre Sudán y Libia, los que conducen a los refugiados, sus “coyotes”,
se convierten muchas veces en sus torturadores. Hay campos de tortura en el
desierto libio. Muchos desplazados quedan ahí atrapados si sus familias en el país
de origen no logran hacer llegar un rescate para liberarlos. Cerca de los campos,
hay fosas comunes. El conflicto sirio ha dejado también millones de desplazados, la
gran mayoría en Turquía (https://www.revistaarcadia.com/noticias/turquia/1228), o
en campos improvisados que se multiplican en las fronteras del “espacio de justicia,
libertad y seguridad” de la Unión Europea.

El continente americano es también hoy un territorio marcado por las huellas del
exilio. El escenario de crueldad dispuesto por la política de “tolerancia cero” de
Donald Trump (https://www.revistaarcadia.com/noticias/donald-trump/1288), en el
que niños mexicanos y centroamericanos fueron separados de sus padres y
detenidos en campos, pone de manifiesto que no hay ninguna garantía política ni
jurídica para limitar el ejercicio soberano del poder, ningún aprendizaje histórico
tampoco que evite la repetición del horror de las deportaciones.

Le puede interesar: Éxodo: una columna de Antonio Caballero


(https://www.revistaarcadia.com/periodismo-cultural---revista-arcadia/articulo/crisis-
de-venezuela-migracion-a-colombia-columna/68235)

El fenómeno más cercano a nosotros es el exilio de millones de venezolanos que


abandonaron y siguen abandonando su país por falta de trabajo y de alimento.
Como en el caso de Siria, un líder y la élite que lo rodea, desde su arrogancia y
obstinación, prefieren arrastrar a “su” pueblo antes que renunciar al poder. Algunos
venezolanos intentan llegar hasta Ecuador o Perú, otros pocos siguen hacia
Argentina o Chile, pero la gran mayoría se queda en Colombia. El encuentro con
hombres y mujeres venezolanos con los que muchas veces intercambiamos
palabras, en diversas circunstancias, unas difíciles, otras más desahogadas, esta
irrupción del dulce acento caribe en medio del acento bogotano, se ha vuelto una
experiencia cotidiana en la capital del país. Pero el drama real, como siempre,
queda lejos de nuestros ojos. En las fronteras, en las carreteras que recorren a pie,
en los campamentos improvisados en los que duermen los desplazados
venezolanos.

Históricamente, Colombia ha sido un país poco acogedor y con flujos migratorios


más bien pobres. Ahora, sin embargo, tenemos la oportunidad, preciosa y única, de
reflexionar sobre lo que significa acoger a otros, sobre lo que significa la

https://www.revistaarcadia.com/Imprimir/71292 2/5
9/5/2019 RevistaArcadia.com | Imprimir
hospitalidad como principio político, más allá de la solidaridad humanitaria o del
tratamiento de la acogida como un problema técnico.

La perspectiva humanitaria: un otro vulnerable y débil


Sin duda, el desplazamiento colectivo puede y debe abordarse como un problema
“humanitario”. No solo porque en cada desplazado es la vulnerabilidad humana la
que está siendo expuesta. Es un problema humanitario porque se trata del drama
real y cotidiano que viven cientos, miles, millones de mujeres, de hombres y de
niños. Niños muy pequeños.

Carpas, barro, lluvia, ropa siempre mojada. Filas para comer, cuando hay comida,
filas para un baño, filas para acceder a un poco de agua potable. Filas infinitas de
caminar. Sobornos. Secuestros. Violencia sexual.

Es inevitable que se haga lo posible por aliviar un sufrimiento que no puede esperar
un tratamiento más sofisticado o más a largo plazo del problema. Así que, en
muchos casos, la perspectiva humanitaria sigue siendo válida, y cualquier tipo de
acción humanitaria, urgente.

Pero a largo plazo la acción humanitaria es despolitizadora. No intenta ofrecer


condiciones de ciudadanía activa, sino simplemente mantener una vida
despotenciada. Busca proteger una condición humana sin atributos a la que se le
debe asegurar la vida biológica, una vida desde la que no se ejercen realmente
derechos. Muchas veces la acción humanitaria cierra los caminos para la búsqueda
de una vida política cualificada.

La hospitalidad: la fuerza interpelante del otro


Por eso, más allá de la perspectiva técnica y la perspectiva humanitaria, la
hospitalidad es sobre todo un principio ético y político. “Ético” en un sentido mucho
más profundo que el tratamiento humanitario que intenta garantizar las condiciones
mínimas para la preservación de una vida frágil e inactiva. La hospitalidad recibe a
un otro no despotenciado, con toda la fuerza que el otro, por ser otro, tiene siempre
para interpelarnos, para exigir de nosotros una respuesta. Desde una perspectiva
vital, el otro se vuelve una pregunta, una pregunta que cuestiona y enriquece lo
propio, una pregunta que exige una respuesta.

El exilio supone el abandono de lo propio. Es en principio doloroso. No solo porque


las condiciones materiales del exilio pueden ser muy duras, como es el caso de la
mayoría de desplazados, sino también por sus repercusiones anímicas: la nostalgia,
que en griego significa el dolor por el regreso, el sentimiento de pérdida.

https://www.revistaarcadia.com/Imprimir/71292 3/5
9/5/2019 RevistaArcadia.com | Imprimir
Pero más allá de ese dolor, la errancia y el asentamiento en un país “extranjero”,
puede llevar consigo una alegría y una energía renovadoras y creativas, tanto para
los exiliados que buscan refugio como para los que los reciben. Hay que pensar el
exilio desde esta doble perspectiva. Para ambas “partes”, el exilio trae consigo
potencias éticas tremendas, transformadoras.

Los movimientos de desplazamiento colectivo, que no son voluntarios, que


obedecen muchas veces a relaciones de poder y de producción globales, suponen
un desafío a la actitud soberanista que defiende y protege el territorio propio. El
clamor soberanista dice: “esto somos nosotros”, y dice: “esto es nuestro”, “esto nos
pertenece”. Pero no sabemos qué significa ese “nosotros”, no lo hemos escogido;
es algo impuesto, inmediato, una relación de supuesta identidad sostenida por un
origen mítico, la fundación de una patria, o por “una” tierra que no es una, sino
territorios fragmentados, incomunicados, donde se despliegan formas de vida que
no tienen en común nada más que una identidad administrativa, burocrática y
jurídica: la ciudadanía. La ciudadanía no significa mucho cuando, como en el caso
de Colombia, ni siquiera implica la protección de los derechos más fundamentales.

Le puede interesar: “Hoy la batalla es sobre el lenguaje”: Masha Gessen


(https://www.revistaarcadia.com/impresa/periodismo/articulo/hoy-la-batalla-es-sobre-
el-lenguaje-masha-gessen/71139)

El exilio nos obliga a darle un lugar al otro, a abrirle un espacio real a los que no son
“nosotros”. Los que llegan tienen también que abrirle un espacio al otro. Así, se
establece un vínculo que es contrario al clamor soberano: ese podría ser yo, o ellos
son nosotros, que es el principio de la compasión comprendido más allá de toda
blandura sentimental.

La coexistencia, el vivir con otros, es una estructura básica de toda existencia


humana, es un rasgo del que no podemos prescindir. Vivir con otros es verse
afectado por los otros, sufrir con ellos. Es también ser un otro para los otros. Esto
quiere decir, simplemente, que nosotros somos también los otros. Y mucho antes de
acertar con la buena forma de relacionarnos entre nosotros, la ética es este hecho
fundamental e irreductible: existimos siempre con otros.

Recibir al exiliado es una respuesta a un otro que no conocemos ni escogemos,


pero es una respuesta libre y abierta: a ese otro le decimos sí y nos dejamos
interpelar por él. No simplemente lo toleramos: nos exponemos a él. Se trata de una
coexistencia consciente, activa y cuidadosa. No es ya la coexistencia inmediata y
pobre que impone el lazo vacío de la ciudadanía.

Ningún ser humano es ilegal


https://www.revistaarcadia.com/Imprimir/71292 4/5
9/5/2019 RevistaArcadia.com | Imprimir
Kant (https://www.revistaarcadia.com/periodismo-cultural---revista-
arcadia/articulo/andrea-mejia-refleja-sobre-el-final/63110)tuvo una buena idea: el
cosmopolitismo. Esa idea puede ser examinada y problematizada desde muchas
perspectivas; necesita ser reinterpretada y parcialmente criticada. Sin embargo, hay
algo que yo rescataría del cosmopolitismo kantiano: la idea de que la Tierra no
pertenece a nadie y que, por lo tanto, todos somos ciudadanos del mundo.

Kant sostiene que “el derecho cosmopolita debe limitarse a las condiciones de la
hospitalidad universal (…) Hospitalidad significa aquí el derecho de un extranjero a
no ser tratado hostilmente por el hecho de haber llegado al territorio de otro”.

Aclara enseguida que se trata de un derecho de visita “que tienen todos los
hombres en virtud del derecho de propiedad en común de la superficie de la tierra
(…) no teniendo nadie originariamente más derecho que otro a estar en un
determinado lugar de la tierra”.

Si el derecho internacional se encuentra hoy en día profundamente modulado por la


sensibilidad jurídica de Kant, de su principio de hospitalidad no queda sino un rastro
muy tenue en el derecho internacional de los refugiados. Hoy, más que nunca, es
necesario reactivar el principio de la hospitalidad, el único principio que no supimos
heredar de Kant al intentar ordenar jurídicamente el mundo. Colombia no es la
excepción. También aquí tenemos que comprender y asumir la hospitalidad como
principio ético y político que está por encima de las regulaciones jurídicas
soberanistas. También aquí tenemos que comprender y asumir que ningún ser
humano es ilegal. Nunca. En ningún lugar de la tierra.

Lea más de Andrea Mejía en ARCADIA haciendo clic aquí.


(https://www.revistaarcadia.com/noticias/andrea-mejia/8056)

REVISTAARCADIA.COM COPYRIGHT©2019 PUBLICACIONES SEMANA S.A.


Todos las marcas registradas son propiedad de la compañía respectiva o de PUBLICACIONES SEMANA S.A. Se prohíbe la reproducción

total o parcial de cualquiera de los contenidos que aquí aparezca, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su

titular.

https://www.revistaarcadia.com/Imprimir/71292 5/5

Potrebbero piacerti anche