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MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS


Serie DOCTRINA JURÍDICA, Núm. 262
Coordinador editorial: Raúl Márquez Romero
Cuidado de la edición: Claudia Araceli González Pérez
Formación en computadora: Wendy Vanesa Rocha Cacho
FRANCISCO IBARRA PALAFOX

MINORÍAS
ETNOCULTURALES
Y ESTADO NACIONAL

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


MÉXICO, 2005
Primera edición: 2005

DR Ó 2005. Universidad Nacional Autónoma de México

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS

Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n


Ciudad de la Investigación en Humanidades
Ciudad Universitaria, 04510 México, D. F.

Impreso y hecho en México

ISBN 970-32-2907-7
A Yolanda Palafox, mi madre
CONTENIDO

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1

CAPÍTULO PRIMERO
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL
EN LA TEORÍA LIBERAL Y LOS PRINCIPIOS
NORMATIVOS DE LA JUSTICIA

I. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
II. La primera etapa: los derechos de las minorías como comu-
nitarismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
III. La segunda etapa: los derechos de las minorías dentro de un
marco liberal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
IV. Los nuevos problemas de la investigación multicultural y los
principios de la justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26

CAPÍTULO SEGUNDO
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL

I. Introducción: Estado liberal y Estado nacional . . . . . . . . . . 47


II. La nación como construcción: distinción entre Estado y na-
ción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
III. La nación como una construcción: la aplicación de los prin-
cipios de la justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
IV. Autodeterminación como espacio público y los dos princi-
pios de la justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82

IX
X CONTENIDO

CAPÍTULO TERCERO
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS:
FEDERALISMO, SECESIÓN, AUTONOMÍA
Y DERECHOS DIFERENCIADOS

I. Introducción: las minorías y su acomodo a las instituciones


políticas básicas en términos de justicia . . . . . . . . . . . . . . . 95
II. Minorías nacionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
1. Las naciones subestatales frente al Estado nacional. Sece-
sión y federalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
2. Pueblos indígenas y autonomía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124

III. Inmigrantes y derechos diferenciados . . . . . . . . . . . . . . . . . 145


IV. Estados multinacionales y Estados poliétnicos . . . . . . . . . . 156

CAPÍTULO CUARTO
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL

I. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
II. Asimilación y exclusión diferencial . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
III. La ciudadanía ante los principios de la justicia . . . . . . . . . . 186
IV. Los límites estatales de la ciudadanía . . . . . . . . . . . . . . . . . 192
V. Una ciudadanía incluyente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196

CAPÍTULO QUINTO
MINORÍAS Y DEMOCRACIA

I. Introducción: minorías y teoría democrática . . . . . . . . . . . . 217


II. La democracia consensual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226
III. Democracia consensual frente a democracia mayoritaria . . . 230
CONTENIDO XI

1. Coalición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
2. Veto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 238
3. Sistema proporcional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242
4. Sistema multipartidista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245
5. Consideraciones a favor de la democracia consensual . . . 252

IV. Representación de grupo o derechos especiales de represen-


tación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 256
1. Su importancia y el argumento de la igualdad . . . . . . . . . 256
2. ¿Quiénes deben gozar de una representación de grupo? . . 261
3. Las cuotas de representación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 266

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
Índice analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293
Minorías etnoculturales y Estado nacional, edita-
do por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de
la UNAM, se terminó de imprimir el 6 de octubre
de 2005 en Fuentes Impresores, S. A. En su edi-
ción se empleó papel cultural 70 x 95 de 50 kilos
para los interiores y cartulina couché de 162 ki-
los para los forros. Consta de 1,000 ejemplares.
INTRODUCCIÓN

La década de los noventa presenció el resurgimiento de las minorías et-


noculturales en el plano político y en el teórico. En el político, la caída del
bloque socialista, la conformación de muy diversos Estados nacionales en
lo que eran los países socialistas, desde la Unión Soviética hasta Yugosla-
via, la intensificación de los movimientos nacionalistas en varios Estados
occidentales como España con los vascos y los catalanes, el Reino Unido
con los norirlandeses o Canadá con Quebec, así como la intensificación de
los movimientos autonómicos de los pueblos indígenas en América o su
abrupta irrupción, por ejemplo, en México, estos sucesos señalaban con to-
da claridad la necesidad de encontrar nuevas respuestas en lo político y en
lo teórico para el acomodo de las minorías etnoculturales. Asimismo, los
acontecimientos que siguieron al 11 de septiembre de 2001 en los Estados
Unidos y la consecuente “guerra contra el terrorismo” que sirvió de pretex-
to para atacar a algunas minorías etnoculturales en varias partes del mun-
do, hacen todavía más imperiosa la necesidad de encontrar esas respuestas.
De igual manera, durante estos años hemos presenciado la aceptación,
en la teoría, de un problema, el de las minorías etnoculturales, que antes
se consideraba sólo relevante para la antropología, la sociología y, en
ocasiones, para la historia, mas no para la teoría política ni para la teoría
del derecho. Quizá el desinterés que el derecho había manifestado por
esos temas se pueda explicar por la carencia de estudios teóricos que
marcaran la transición de los mismos hacia el campo jurídico. En este
sentido, la presente investigación constituye una reflexión inicial desde
la teoría sobre los temas del multiculturalismo los cuales, por cierto, to-
davía son incipientes en la teoría política y jurídica mexicanas.
Ahora bien, el problema teórico esencial que me propongo resolver en
la presente investigación es el que se desprende de la siguiente pregunta:
¿cómo podemos acomodar a las minorías etnoculturales en el Estado y
sus instituciones políticas básicas en términos de justicia? Desde luego,

1
2 INTRODUCCIÓN

parto del supuesto de que las minorías etnoculturales tendrán que nego-
ciar los términos de sus acomodos básicos con el Estado nacional, el cual
inevitablemente seguirá siendo, todavía en el futuro previsible, la organi-
zación político-institucional más importante, no obstante el nuevo con-
texto que enfrenta ante el fenómeno de la globalización.
A manera de introducción y para adelantar sólo un poco los argumen-
tos que desarrollaré más adelante, puedo decir que con la intención de
dar respuesta al problema que se desprende de la pregunta que dirige mi
investigación, he reflexionado sobre una teoría de la justicia y, sobre to-
do, he seleccionado aquellos principios normativos de la justicia que me
pudieran señalar el camino para conseguir esos acomodos. Es importante
señalar que además he procurado que tales principios cumplan con los
postulados liberales esenciales, pues el modelo teórico que propongo tie-
ne, también como presupuesto, un Estado y unas instituciones políticas
liberales. De esta manera, he retomado para la realización de mi investi-
gación los dos principios de la justicia de John Rawls y los he ajustado a
la presencia de las minorías etnoculturales. Así las cosas, los principios
que normarán el desarrollo de la presente investigación, son los siguien-
tes: 1) cada uno de los integrantes de una minoría etnocultural tiene igual
derecho a gozar de un esquema adecuado de iguales derechos y liberta-
des básicas, siempre que ese esquema sea compatible con un esquema si-
milar para los individuos integrantes de la sociedad dominante y de otras
minorías etnoculturales; 2) las desigualdades sociales y económicas de-
ben ser acomodadas de tal manera que ambas sean a) razonablemente
esperadas en ventaja de los integrantes de las minorías etnoculturales,
cuando éstos se encuentran en una posición de desventaja y b) sujetas a
que los puestos y cargos públicos también estén abiertos a los integrantes
de las minorías etnoculturales, bajo condiciones justas de igualdad de
oportunidades. Como se podrá apreciar, el primer principio normativo
asegura para los integrantes de las minorías etnoculturales el goce de los
derechos y las libertades básicas que ofrece una sociedad liberal. El se-
gundo principio por su parte asegura, para esas minorías, la igualdad de
oportunidades para acceder a los beneficios socioeconómicos y a los
puestos del Estado. Si se reflexiona sobre estos dos principios de la justi-
cia, se podrá apreciar cómo ellos condensan los principios de libertad e
igualdad para todos, propios de toda organización liberal.
INTRODUCCIÓN 3

Seleccionados estos dos principios, aplicaré los mismos como princi-


pios normativos sobre el Estado y sus instituciones políticas básicas para
acomodar a las minorías etnoculturales. Las instituciones políticas que
examinaré a la luz de los dos principios de la justicia son las siguientes:
el Estado nacional y sus procesos de construcción, el federalismo, la se-
cesión, la autonomía, los derechos diferenciados, la ciudadanía y la de-
mocracia. De esta manera, evaluaré si estas instituciones políticas, tal y
como se encuentran en los Estados nacionales, cumplen con los dos prin-
cipios normativos de la justicia en sus relaciones con las minorías etno-
culturales y, en caso de no hacerlo, sugeriré las correcciones normativas
necesarias a esas instituciones para que satisfagan tales principios y, en
consecuencia, se proceda al acomodo de las minorías etnoculturales al
Estado y sus instituciones políticas en términos de justicia. De esta ma-
nera y conforme vayamos evaluando cada una de las instituciones en los
capítulos correspondientes, se irá perfilando un modelo teórico de insti-
tuciones políticas básicas que cualquier Estado liberal con minorías etno-
culturales en su interior podría seguir en su proceso de acomodarlas en
términos de justicia.
De manera muy general, puedo decir que las instituciones políticas
básicas de la sociedad son, siguiendo a Rawls, aquellas que determinan
los principales arreglos políticos de una sociedad (normalmente defini-
dos en la Constitución del Estado). Entre estos arreglos políticos esencia-
les tenemos, por ejemplo, a la forma federal asumida por el Estado, la
forma de gobierno o el sistema de derechos que reconoce a sus ciudada-
nos. Si tales instituciones políticas básicas son reguladas por los dos
principios de la justicia, podemos decir que la sociedad es justa.
Es importante señalar que para escoger a las instituciones políticas bá-
sicas que he seleccionado en la presente investigación, he tomado como
referencia el impacto que las mismas pudieran tener sobre las minorías
etnoculturales más organizadas políticamente dentro de un Estado nacio-
nal. En efecto, para realizar tal selección, primero tuve que determinar a
qué minorías etnoculturales atendería en la presente investigación, pues
sin ello no estaría en condiciones de escoger a las instituciones relevan-
tes. De esta manera, decidí concentrarme en aquellas minorías etnocultu-
rales más articuladas políticamente al interior del Estado y que, en con-
secuencia, tienen una mayor capacidad de plantear sus demandas frente a
los Estados nacionales, como lo son las naciones subestatales, los pueblos
4 INTRODUCCIÓN

indígenas y los inmigrantes. Hecho lo anterior, procedí al examen, con-


forme a los principios normativos de la justicia, de aquellas instituciones
más relevantes para cada una de esas minorías, por ejemplo: para las na-
ciones subestatales ha sido relevante la constitución de un Estado nacio-
nal o una autonomía territorial dentro del Estado dominante, por lo que
examiné la secesión y el federalismo, para los pueblos indígenas lo han
sido las demandas autonómicas, y para los inmigrantes la obtención de la
ciudadanía ha sido fundamental. Sólo los procesos de construcción del
Estado nacional y las instituciones de la democracia consensual pueden
ser relevantes para más de una de esas minorías e inclusive para otros
grupos en desventaja, como es el caso de las mujeres que, pasada la pri-
mera etapa de su lucha por el derecho al voto pasivo y activo, ahora sus
demandas se orientan a exigir que se les reconozcan ciertas formas de re-
presentación especial y se les garantice un mínimo de espacios dentro de
las instituciones de la democracia liberal. En torno a estas instituciones
de gran impacto para el acomodo institucional de las minorías culturales
con mayor peso político en las sociedades contemporáneas, girará la pre-
sente investigación.
Es importante señalar que el término “minorías culturales” no debe ser
entendido sólo como referido al tamaño proporcional del grupo, sino
más bien al espacio que ocupa una cultura en la esfera pública. En efec-
to, una minoría etnocultural no está determinada por el número de perso-
nas que la integran sino por el lugar que ocupa la cultura de esa minoría
frente a la cultura dominante. En este sentido, es posible hablar de una
cultura dominante dentro de los Estados liberales, y de una o varias cul-
turas minoritarias que compiten con ella o que se encuentran (lo que es
lo más común) en posición de franca desventaja ante la cultura y la so-
ciedad dominantes.
Desde luego, establecida esta definición se podrá intuir de inmediato
que las minorías etnoculturales que pueden existir dentro de un Estado
liberal son muy variadas. Con independencia de explicar con más detalle
a estas minorías en los capítulos que siguen, puedo decir que para efec-
tos de esta investigación me concentraré en el estudio de aquellas mino-
rías etnoculturales que han planteado las demandas políticas más signifi-
cativas al Estado nacional, como son las minorías nacionales, ya sea que
se trate de naciones subestatales o de grupos indígenas, de las minorías
etnoculturales producto de la inmigración (ya sea que se trate de inmi-
INTRODUCCIÓN 5

gración regular o irregular) y de las mujeres en el caso de sus reclamos


democráticos, estas últimas como grupo en desventaja más que como mi-
noría cultural. Por el momento, mis investigaciones no abordarán a otro
tipo de grupos que pudieran ser considerados como minorías culturales,
tal es el caso de aquellos integrados por personas discapacitadas o de
aquellos provenientes de la diversidad sexual, y ello no porque no sean
importantes, sino porque poseen todavía un incipiente nivel de organiza-
ción política que no les ha permitido articular suficientemente sus recla-
mos por el autogobierno o la redefinición de la ciudadanía, motivos por
lo que considero merecen un estudio distinto al presente.
Dicho esto último, creo que es conveniente hacer algunas precisiones
más sobre el contenido de la presente investigación. Como ya adelantaba
cuando me refería a los principios de la justicia que guiarían el desarrollo
de mi investigación, es importante subrayar que esta investigación se in-
serta en la teoría liberal. Desde luego, no desconozco que algunos teóri-
cos liberales desde John Stuart Mill han sostenido la imposibilidad de
que el liberalismo pueda ser compatible con los problemas que derivan
de la diversidad etnocultural. Sin embargo, me ubico del lado de los que
piensan que el liberalismo sí puede abordar los problemas multicultura-
les sin dejar de ser lo que es, liberalismo. En efecto, es importante seña-
lar que el presente trabajo se inserta, esencialmente, en las líneas de in-
vestigación que se han desarrollado en la teoría política liberal y que han
sido iniciadas por algunos de los autores liberales contemporáneos más
importantes como Rawls, Kymlicka o Raz. En consecuencia, por razones
teóricas he dejado fuera de la presente investigación aquellas líneas de
investigación que abordan el multiculturalismo desde otros supuestos
metodológicos. Por ejemplo, hay una línea de investigación multicultural
que ha sido impactada significativamente por el posmodernismo de Lyo-
tard y que nada tiene que ver con el liberalismo que manejo, por el con-
trario, los posmodernistas tienden a negar la validez de toda premisa li-
beral, las cuales yo defiendo en mi investigación. Por otra parte, en
algunas escuelas latinoamericanas hay una teoría multicultural que está
fuertemente influenciada por el marxismo y que, de igual manera, niega
los presupuestos del liberalismo, por lo que tampoco me es de mucha uti-
lidad. Sería prolijo enumerar a las diversas escuelas que sobre el multi-
culturalismo pudieran existir o están apareciendo y que poseen los más
6 INTRODUCCIÓN

variados presupuestos teóricos, los cuales son casi siempre incompatibles


con los presupuestos desarrollados en la teoría política liberal.
Finalmente, deseo señalar que la presente investigación constituye una
versión corregida de mi tesis doctoral, misma que fue realizada gracias al
apoyo de dos instituciones: el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
UNAM que me abrigó en el Programa de Doctorado en Derecho que
coordina y que me honra en ser el primer titulado del mismo, así como la
Dirección General de Estudios de Posgrado de la UNAM, que me otorgó
una beca por dos años para realizar este proyecto y un complemento eco-
nómico para realizar una estancia de investigación en Queen’s Univer-
sity, Canadá, con el profesor Will Kymlicka.
Mi más amplio agradecimiento para el doctor Diego Valadés, director
del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, cuyo invaluable
y generoso apoyo hicieron posible la realización de esta investigación,
así como por haberme hecho sentir en todo momento en casa. Igualmen-
te, quisiera hacer patente mi agradecimiento a quienes colaboraron de
manera importante en la elaboración de la presente investigación: al doc-
tor Juan Vega Gómez, por su valiosa dirección y apoyo para la realiza-
ción del mismo. A los doctores Enrique Cáceres, Miguel Carbonell, Jor-
ge González Galván, Faviola Rivera, José María Serna y Pedro Salazar
por los valiosos comentarios y observaciones que me hicieron para mejo-
rar la presente investigación, aunque la responsabilidad de las opiniones
vertidas es mía. Desde luego, al profesor Will Kymlicka le estoy enor-
memente agradecido por todas las generosas atenciones que me ofreció
durante casi seis meses en Queen’s University, donde puede tener la
oportunidad de conversar frecuentemente con él y afinar algunas partes
de esta investigación.
También, quisiera expresar mi agradecimiento a quienes estuvieron
vinculados de alguna manera a este proyecto: al doctor Manuel Becerra,
quien era coordinador del Posgrado en Derecho cuando inicié mi investi-
gación; al doctor Héctor Fix-Fierro y al maestro Imer B. Flores quienes
coordinaron en diferentes momentos el doctorado en derecho en el Insti-
tuto de Investigaciones Jurídicas, así como al doctor Antonio Caballero;
al maestro Hugo Concha y al doctor José María Serna, secretarios acadé-
micos de ese Instituto, quienes cuando fue necesario me proporcionaron
todas las facilidades necesarias para realizar este proyecto. A todos mi
mayor reconocimiento y gratitud.
CAPÍTULO PRIMERO
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL
EN LA TEORÍA LIBERAL Y LOS PRINCIPIOS
NORMATIVOS DE LA JUSTICIA

I. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
II. La primera etapa: los derechos de las minorías como comu-
nitarismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
III. La segunda etapa: los derechos de las minorías dentro de un
marco liberal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
IV. Los nuevos problemas de la investigación multicultural y los
principios de la justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
CAPÍTULO PRIMERO

EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE


MULTICULTURAL EN LA TEORÍA LIBERAL
Y LOS PRINCIPIOS NORMATIVOS DE LA JUSTICIA

I. INTRODUCCIÓN

Entre los principales temas de interés como estudioso de la teoría, se en-


cuentra la discusión sobre los derechos de las minorías1 y la diversidad
cultural. ¿Cuáles son los argumentos morales o filosóficos en contra o a
favor de tales derechos? Y en particular, ¿cómo se relacionan con los
principios básicos de las democracias liberales, tales como los de la li-
bertad individual, la igualdad y la democracia?, ¿qué relación existe en-
tre las minorías y los Estados nacionales?, ¿cómo se han definido los tér-

1 Al referirme a los derechos de las minorías etnoculturales, o derecho de las mino-


rías para abreviar, uso este término en el sentido amplio en que lo emplea Kymlicka, es
decir, para referirme a una gran variedad de políticas, desde derechos y excepciones lega-
les, provisiones constitucionales de políticas multiculturales de los Estados, hasta dere-
chos lingüísticos o derechos de los pueblos indígenas. Ésta es una categoría heterogénea,
pero tales medidas tienen dos características en particular: 1) Van más allá del conocido
conjunto de derechos civiles y políticos que son protegidos por todas las democracias li-
berales y 2) Son adoptados con la intención de acomodar las distintas identidades y nece-
sidades de los grupos etnoculturales. Véase Kymlicka, Will, Politics in the Vernacular:
Nationalism, Multiculturalism and Citizenship, Gran Bretaña, Oxford University Press,
2001, p. 17.
Asimismo, es importante señalar que el término “minorías” no debe ser entendido
sólo como referido al tamaño proporcional del grupo, sino más bien al espacio que ocupa
una cultura en la esfera pública. También debe distinguirse a las minorías en el sentido
en el que las usamos en la presente investigación, de aquel que se utiliza para calificar a
ciertos grupos como son los coleccionistas de timbres postales, ciertos clubes y grupos
que, aunque jueguen un papel político minoritario, no pueden poseer los mismos dere-
chos que las minorías etnoculturales. Tamir, Yael, Liberal Nationalism, Nueva Jersey,
Princeton University Press, 1993, p. 76.

7
8 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

minos de la relación entre las minorías y las instituciones básicas del


Estado como el federalismo, la ciudadanía y la democracia?
Desde luego, todas estas preguntas no se han podido contestar al mis-
mo tiempo, pues la teoría política, como toda disciplina intelectual, tiene
sus particulares formas de desarrollo. Al respecto diré que el debate filo-
sófico sobre estas cuestiones ha variado sensiblemente tanto en su exten-
sión como en su terminología. En efecto, a mediados de los años ochenta
eran escasos los estudios sobre estos tópicos en la teoría política y el de-
recho, lo cual no quiere decir que no existieran en otras disciplinas como
la antropología, la sociología o la ciencia política.2 En efecto, durante
buena parte del siglo XX, los aspectos de la diversidad cultural, la etnici-
dad o la nacionalidad, fueron marginales en los escritos filosóficos de los
liberales.3
Actualmente, después de décadas de verdadera negligencia por parte
de los estudiosos de la filosofía política y el derecho, podemos sostener
que el tema de los derechos de las minorías y el debate multicultural se
ha posicionado en el frente de la discusión teórica contemporánea. Este
reacomodo teórico tuvo lugar principalmente a finales de la década de
los ochenta y principios de los noventa. Desde luego, existen diferentes
razones para que esto hubiese sucedido. Entre ellas podemos señalar, ob-
viamente, que el colapso de los países comunistas desató una tremenda
oleada de nacionalismo étnico en Europa del Este, mismo que afectó dra-
máticamente los procesos de democratización de estos países. En el caso
particular de México y de los países latinoamericanos en general, la aper-
tura democrática que estos países experimentaron después de décadas de
autoritarismo estuvo acompañada —sino es que motivada frecuentemen-
te— por la aparición de importantes movimientos de reivindicación indí-
gena, destacando desde luego en el caso mexicano el movimiento arma-

2 Éste es el caso, en mi opinión, que se presenta en la sociología estadounidense, en


la que después de la Segunda Guerra Mundial aparecen diversos estudios sociológicos,
antropológicos o de ciencia política que examinan la presencia de las minorías etnocultu-
rales en ese país. Un ejemplo sobresaliente en la literatura sociológica estadounidense
son las investigaciones de Ernesto Galarza sobre la población mexicana o de origen me-
xicano en los Estados Unidos, por ejemplo véase, Galarza, Ernesto, Barrio Boy, Univer-
sity of Notre Dame Press, 1971. Agradezco al doctor Jorge Bustamante su valiosa suge-
rencia para consultar este libro.
3 Kymlicka, op. cit., nota 1, pp. 17 y 18.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 9

do en el Estado de Chiapas.4 En fin, la caída del bloque socialista y la


apertura democrática de los países latinoamericanos trajeron aparejadas
las más optimistas afirmaciones, en particular aquellas consistentes en
sostener que una pacífica transición a la democracia tendría lugar en es-
tos países.
No obstante lo anterior, hay varios aspectos que nos obligan a exami-
nar el avance del estudio sobre los derechos de las minorías con cautela:
el resurgimiento de sentimientos xenófobos contra las comunidades de
inmigrantes y refugiados en varios países; la aparición de importantes
movimientos indígenas que, entre otros hechos, tuvo significativa impor-
tancia para que algunos países, como México, integraran en sus Consti-
tuciones las bases para las autonomías de los pueblos indígenas; de igual
manera, es importante señalar la amenaza de secesión que tuvo lugar en
varias democracias occidentales, desde el intento separatista de Quebec
en Canadá, pasando por los escoceses y los norirlandeses en el Reino
Unido, hasta llegar a los catalanes y vascos en España.5

4 En la presente tesis no serán objeto de estudio en lo particular las causas que die-
ron origen a la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el es-
tado de Chiapas el 1o. de enero de 1994, ni tampoco haré un estudio del desarrollo de tal
movimiento, sin embargo, considero que para abordar los temas relativos al multicultura-
lismo en México y los derechos de las minorías en este país, es necesaria una compren-
sión suficiente de este fenómeno, por consiguiente recomiendo consultar las siguientes
obras que brindarán una acercamiento inicial al problema: Tello Díaz, Carlos, La rebelión
de la cañadas, México, Cal y Arena, 1997; Stavenhagen, Rodolfo, Indigenous Movements
and Politics in México and Latin América, en Cook, Curtis y Lindau, Juan, Aboriginal
Rights and Self-Government, Canadá, McGill-Queen’s University Press, 2000, pp. 72-97;
Harvey, Neil, The Peace Process in Chiapas: Between Hope and Frustration, artículo fa-
cilitado por el profesor Will Kymlicka, en agosto de 2002; Stavenhagen, Rodolfo, Pros-
pects for Peace in Chiapas, ensayo que me facilitó el profesor Will Kymlicka, agosto de
2002; Hernández Navarro, Luis, Between Memory and Forgetting: Guerrillas, the Indi-
genous Movement, and Legal Reform in the Time of the EZLN, artículo que me facilitó el
profesor Will Kymlicka, agosto de 2002.
5 Para un breve examen de los conflictos étnicos y los movimientos nacionalistas en
algunos países de Europa Occidental, así como sobre algunos casos prácticos acaecidos
en la Europa Oriental después del colapso socialista, consúltese: Walzer, M., On Tolera-
tion, New Haven, Yale University Press, 1997, pp. 51-64, quien examina sucintamente
los casos particulares de Francia, Israel y Canadá; asimismo de la obra de McGarry, John
y O’Leary, Brenda, The Politics of Ethnic Conflict Regulation. Case Studies of Protrac-
ted Ethnic Conflicts, Gran Bretaña, Routledge, 1993, consúltense los siguientes ensayos:
McGarry, John y O’Leary, Brenda, “The Macro-Political Regulation of Ethnic Conflict”,
pp. 1-39; Noel, S. J. R., “Canadian Responses to Ethnic Conflict. Consociationalism, Fe-
10 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Estos acontecimientos políticos que tuvieron lugar desde principios de


la década de los noventa establecieron que ni las democracias occidenta-
les ni las emergentes democracias de Europa del Este habían resuelto los
problemas que emanaban de las diferencias etnoculturales. En conse-
cuencia, no debe sorprendernos que los estudiosos de la teoría política
primero y del derecho un poco después hubiesen decidido ocuparse de
manera creciente de los problemas de la diversidad cultural. De esta mane-
ra, ha sido frecuente en la literatura política y jurídica ver aparecer libros
sobre secesión, nacionalismo, diversidad cultural, etnicidad, derechos in-
dígenas, integración democrática de las minorías, así como diversos tópi-
cos del multiculturalismo; temas que se encontraban prácticamente olvi-
dados en estas áreas del conocimiento.
Ahora bien, en el campo de la teoría política, no sólo ha habido un in-
cremento considerable en la literatura sobre los temas anteriormente se-
ñalados, sino que la naturaleza misma del debate ha cambiado significa-
tivamente en las dos últimas décadas en que hizo su aparición. En efecto,
el debate multicultural ha variado a lo largo de poco más de veinte años
en que se ha posicionado dentro de la teoría política contemporánea,
pues de ninguna manera los temas que ahora se están discutiendo pueden
ser los mismos que se estaban examinando a finales de la década de los
ochenta. Dicho lo anterior, trataré de explicar en el presente capítulo có-
mo ha evolucionado este debate y cuál es el estado actual de la discusión
teórica sobre el derecho de las minorías.
Para empezar, y siguiendo a Will Kymlicka, puedo decir que se pue-
den distinguir con claridad tres etapas del debate multicultural. Las dos
primeras son ya parte de una breve historia de la discusión teórica de las
minorías que habré de reseñar en seguida, para de esta manera dejar sen-
tados los temas de la tercera etapa de la discusión multicultural que en la
que nos encontramos, algunos de cuyos problemas son los que me preo-
cupan y que examinaré en los capítulos subsecuentes.6

deralism and Control”, pp. 41-61; Lieven, Dominic y McGarry, John, “Ethnic Conflict in
the Soviet Union and its Successors States”, pp. 62-83; Schöpflin, George, “The Rise and
Fall of Yugoslavia”, pp. 172-203; Keating, Michael, “Spain Peripherial Nationalism
and State Response”, pp. 204-225.
6 La división del debate multicultural en tres etapas ha sido establecida por Will
Kymlicka y la sigo en lo esencial debido a que me parece muy didáctica. Véase, Kymlic-
ka, Will, op. cit, nota 1, pp. 18 y ss.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 11

II. LA PRIMERA ETAPA: LOS DERECHOS DE LAS MINORÍAS


COMO COMUNITARISMO

Kymlicka señala correctamente que la primera etapa del debate tuvo


lugar principalmente antes de 1989 y la podríamos llamar el predebate.7
En efecto, en las décadas de los setenta y ochenta, los teóricos que discu-
tían los problemas multiculturales y de las minorías asumían que el deba-
te sobre los derechos de las minorías era, en esencia, equivalente al debate
entre liberales y comunitaristas o, dicho de otra manera, entre individua-
listas y colectivistas. Ahora bien, confrontados como estaban en ese mo-
mento con un problema y con una materia poco explorada, no debe ex-
trañarnos que quienes estaban dedicados a la teoría política buscaran
analogías con los debates que les eran conocidos, entre los cuales, el de-
bate entre liberales y comunitaristas parecía el más apropiado.8
El debate entre liberales y comunitaristas es, dentro de la filosofía po-
lítica, un viejo debate, del cual, inclusive, podemos encontrar claros an-
tecedentes varios siglos atrás y que no trataré de reproducir en la presen-
te investigación, por no ser lugar para ello. Sin embargo, por considerar
que la descripción de tal debate es de la mayor importancia para la cabal
comprensión del presente trabajo, trataré de esbozar una idea general del
mismo.
De manera muy general, puedo señalar que el debate entre liberales y
comunitaristas gira esencialmente en torno a la prioridad de la libertad
individual. Efectivamente, los liberales insisten en que los individuos de-
ben ser libres para decidir sobre su propia concepción de la vida, asimismo
celebran la liberación de los individuos de cualquier tipo de adscripción
y estatus que poseyeran con anterioridad, pues creen en la autonomía in-
dividual como factor esencial para la definición de las particulares for-
mas de vida de las personas. Es así como los individualistas y liberales
señalan que indiscutiblemente el individuo es moralmente anterior a la
comunidad y que la comunidad sólo es importante en la medida en que

7 Ibidem, pp. 18 y 19.


8 Sobre el debate entre comunitaristas y liberales, véase Kymlicka, Will, Contem-
porary Political Philosophy. An Introducción, Reino Unido, Oxford University Press,
1990, pp. 199-237.
12 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

contribuye al bienestar de los individuos que la integran.9 De esta mane-


ra, cuando la comunidad se enfrente a la autonomía de los individuos ha-
brá que manifestarse decididamente por esta última.
Los comunitaristas, por su parte, no están de acuerdo con esta concep-
ción de la autonomía individual, pues consideran a los individuos como
entes estrechamente vinculados y determinados por los papeles particula-
res que en las relaciones sociales han asumido o les han sido asignados.
Es así como señalan que tales relaciones y determinaciones no les permi-
ten revisar sus propias concepciones de lo que podría ser una buena vida,
sino que por el contrario, les heredan una forma de vida que define lo
que es bueno para ellos. En este sentido, los comunitaristas, más que
considerar a las prácticas grupales como el producto de las opciones in-
dividuales, ven a los individuos como producto de sus particulares prác-
ticas sociales, grupales y comunitarias. Más aún, frecuentemente niegan
que los intereses de las comunidades puedan ser reducidos a los intereses
de los individuos en lo particular. En consecuencia, privilegiar la autono-
mía individual es considerado por los comunitaristas, no sólo como algo
nocivo, sino además destructivo para las comunidades y las asociaciones
humanas.10
Con lo dicho hasta aquí sobre esta primera etapa del debate se podrá
comprender que la posición que uno asumiera en torno a los derechos de
las minorías dependía o derivaba de la posición que uno asumiera sobre
el debate entre liberales y comunitaristas. De esta manera, si uno era li-
beral, tendería a promover la autonomía individual y a oponerse a los de-
rechos de las minorías como un innecesario y peligroso alejamiento de
las perspectivas que enfatizan los aspectos individuales. Contrariamente
a lo anterior, los comunitaristas consideraban a los derechos de las mino-
rías como una manera apropiada de proteger a las asociaciones humanas
de los efectos corrosivos de la autonomía individual, afirmando el valor
intrínseco de la comunidad y oponiéndose a todo tipo de autodefinición
del individuo mediante su libertad. De esta manera, los comunitaristas
consideraban a las minorías etnoculturales como acreedoras de cualquier
tipo de protección que se les pudiese otorgar frente a los riesgos prove-
nientes de la autonomía y la libertad individuales que atentaran contra la

9 Kymlicka, Will, op. cit., nota 1, pp. 18 y 19.


10 Ibidem, p. 19.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 13

existencia de los grupos minoritarios, pues en buena medida considera-


ban que las solidaridades comunitarias se encontraban en peligro frente a
los sociedades liberales, además de que la vida comunal era, en opinión
de los comunitaristas, por sí misma valiosa y en consecuencia digna de
proteger.
Este debate sobre la relativa prioridad y reductibilidad de los derechos
de las minorías a los individuos o a los grupos, a la autonomía o a los
vínculos comunitarios, dominó la primera generación de la literatura so-
bre estos derechos,11 pues, como hemos visto, los defensores del libera-
lismo estuvieron de acuerdo en que los derechos de las minorías eran in-
consistentes con los postulados esenciales del liberalismo y de la
autonomía individual, mientras que para los comunitaristas la defensa de
los derechos de las minorías significaba, en su momento, asumir la críti-
ca comunitaria del liberalismo y considerar a estos derechos como nece-
sarios para una defensa coherente de los vínculos y solidaridades comu-
nitarias de las minorías, que se consideraban per se, adheridas a los
valores comunales y contra las que el liberalismo individualista signifi-
caba, según los comunitaristas, una amenaza.

III. LA SEGUNDA ETAPA: LOS DERECHOS DE LAS MINORÍAS


DENTRO DE UN MARCO LIBERAL

Kymlicka señala que en esta segunda etapa del debate las preguntas
que debemos formularnos son, entre otras, las siguientes: ¿cómo se de-
ben acomodar los derechos de las minorías dentro del liberalismo?, ¿cuál
debe ser la amplitud de los derechos de las minorías dentro de la teoría
liberal?12 Como podemos apreciar, han cambiado los términos del deba-
te. El problema ya no es cómo proteger a las minorías del mismo libera-
lismo, como se planteaba en la primera etapa, sino más bien por qué las
minorías etnoculturales (que comparten principios liberales básicos) ne-
cesitan de los derechos de las minorías. Dicho de otra manera, los pro-
blemas pueden ser planteados como sigue: si los derechos de las mino-
rías son liberales, entonces ¿cómo podemos acomodarlos correctamente

11 Idem.
12 Ibidem, p. 21.
14 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

dentro de una teoría liberal?, o también, sí los grupos minoritarios son li-
berales, entonces ¿por qué sus miembros necesitarían derechos especia-
les como lo son los derechos de las minorías,13 no siendo suficientes los
derechos propios de la ciudadanía?
Éste es el tipo de preguntas que Raz trata de contestar en algunos de
sus trabajos en los que aborda problemas relacionados con la diversidad
cultural.14 En efecto, Raz encuentra un vínculo entre autonomía y cultu-
ra, lo que finalmente se puede traducir en un vínculo entre liberalismo y
cultura, pues Raz insiste en que la autonomía de los individuos —su ha-
bilidad para poder elegir una buena vida, como diría Kymlicka— está ín-
timamente ligada con el acceso a su cultura, con la prosperidad y floreci-
miento de esa cultura y con el respeto que los otros deben a la misma. De
esta manera los derechos de las minorías nos permiten asegurar el flore-
cimiento y el respeto mutuo entre las diferentes culturas y, sobre todo, el
florecimiento de la autonomía. Otros escritores liberales importantes co-
mo David Miller, Yael Tamir y particularmente Will Kimlycka,15 han
formulado similares argumentos acerca de la importancia de la pertenen-
cia cultural o la identidad nacional para los ciudadanos modernos de las
democracias liberales. Los detalles del argumento varían un poco, sin
embargo, cada uno de ellos señala, en sus propios términos, que existen
importantes intereses culturales que son consistentes con los principios
liberales de libertad e igualdad.
Así por ejemplo, Kymlicka señala que el vínculo entre los derechos de
las minorías y el liberalismo tiene lugar a través del principio de la auto-
nomía. Efectivamente, Will Kymlicka, para desarrollar un enfoque espe-
cíficamente liberal de los derechos de las minorías, señala que estos de-
rechos no sólo son consistentes con la libertad individual, sino que
además la fomentan. Para tal efecto, el tipo de cultura al cual se refiere
Kymlicka en sus trabajos es una cultura societal, ésta es una cultura que
proporciona a sus miembros unas formas de vida significativas a través
de todo el abanico de actividades humanas, incluyendo la vida social,

13 Idem.
14 Raz, Joseph, “Multiculturalism: A Liberal Perspective”, Dissent, invierno de
1994, pp. 67-79.
15 Yael, Tamir, op. cit., nota 1; Miller, David, On Nationality, Oxford- Gran Breta-
ña, Oxford University Press, 1995; Kymlicka, Will, Ciudadanía multicultural. Una teo-
ría liberal de los derechos de las minorías, Barcelona, Paidós, 1996.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 15

educativa, religiosa, recreativa, económica y jurídica, abarcando las esfe-


ras pública y privada, asimismo, las culturas societales tienden a concen-
trarse territorialmente y se basan en una lengua compartida.16
En este momento Kymlicka introduce la noción de la vida buena. La
noción según la cual nuestras creencias sobre la vida buena son falibles y
revisables es ampliamente compartida en la tradición liberal, desde John
Stuart Mill hasta John Rawls. Así las cosas, según Kymlicka, para llevar
una vida buena se deben cumplir dos condiciones previas: la primera es
que dirijamos nuestra vida desde adentro, de acuerdo con nuestras con-
vicciones sobre qué es lo que da valor a la vida; la segunda condición
previa es que seamos libres para cuestionar estas creencias, para exami-
narlas a la luz de cualquier información, ejemplo y argumento que nues-
tro contexto cultural nos pueda proporcionar. De esta manera, nuestra
elección sobre la vida buena para nosotros será plenamente autónoma.17
Pero, ¿qué tiene que ver la autonomía con la pertenencia a las culturas
societales? Según Kymlicka, la autonomía y, en consecuencia, la libertad
implican elegir entre diversas opciones y es la cultura societal de cada
uno de nosotros la que proporciona no sólo estas opciones, sino que tam-
bién hace que sean importantes para nosotros. Dicho de otra manera, sin
una cultura societal específica sería imposible que un individuo pudiera
realmente elegir, pues es precisamente su pertenencia a una cultura lo
que le permite discernir, lo que otorga mayor valor a unas opciones so-
bre otras y, finalmente, le permite elegir lo valioso de lo que no lo es. En
efecto, coincido con Kymlicka al señalar que la cultura es importante pa-
ra que los individuos en lo particular realicen elecciones significativas,
es decir, para que estén en condiciones de escoger lo que es realmente
valioso en su vidas; en otras palabras, sin la cultura sería imposible de-
terminar lo que nos conviene para llevar una buena vida y en consecuen-
cia, sin ella no sería posible ejercer nuestra autonomía pues, ¿cómo po-
dríamos ser realmente autónomos cuando no estamos en posibilidades de
decidir lo que es bueno para nosotros? Semejante contexto lo proporcio-
na precisamente la cultura particular del individuo.
Ahora bien, para Kymlicka este argumento acerca de la conexión en-
tre la elección individual y la cultura es el primer paso hacia una defensa
específicamente liberal de determinados derechos diferenciados en fun-

16 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15, p. 112.


17 Ibidem, p. 119.
16 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

ción de grupo, pues para que una elección significativa sea posible, los
individuos no sólo necesitan acceso a la información, sino también capa-
cidad de evaluarla reflexivamente. Es decir, necesitan acceder a una cul-
tura societal que les proporcione el contexto para examinar lo que es va-
lioso para ellos. Por consiguiente, las medidas diferenciadas en función
del grupo que aseguran y fomentan dicho acceso tienen un legítimo pa-
pel en una teoría liberal de la justicia.18
Ciertamente sería poco razonable afirmar que las personas nunca ten-
drán la capacidad de cambiar de cultura. Naturalmente, las personas pue-
den trasladarse de una cultura a otra, pero esto es algo infrecuente y bas-
tante difícil,19 pues los vínculos de la lengua y de la cultura son muy
fuertes para la mayoría de las personas. Al respecto, podemos decir que
una identidad nacional —por ejemplo— es especialmente adecuada para
servir como “foco de identificación primario” porque se basa en la perte-
nencia y no en la realización. Por consiguiente, la identidad cultural pro-
porciona un anclaje para la autoidentificación de las personas y la seguri-
dad de una pertenencia estable sin tener que realizar ningún esfuerzo.
Esto a su vez significa que para la gente el respeto a sí mismo está vincu-
lado con la estima que merece su grupo nacional. Si una cultura no goza
del respeto general, entonces la dignidad y el respeto de sus miembros a
sí mismos estarán amenazados.20 Por todo esto, Kymlicka insiste en que
la cultura es un vínculo tan poderoso para todas las personas, que sin ella
no estarían en condiciones de cumplir aquellos fines que consideren im-
portantes para realizar una vida buena para ellos.
Pero si la cultura constituye un vínculo tan sólido, ¿qué ha sucedido
con la tan ponderada libertad de elección? Para Kymlicka, la libertad que
los liberales reclaman para los individuos no es en esencia la libertad de
trascender la propia cultura y la propia historia, sino más bien la libertad
de desenvolverse dentro de su propia cultura societal, de apartarse de de-
terminadas funciones culturales si así lo desean y de elegir cuáles son las
características de la cultura que vale la pena elegir. Más aún, al poner en
el centro de su teoría el principio de la autonomía, podríamos sostener que
no sería posible que una persona autónoma dejara de revisar los valores de
su cultura tradicional. A la pregunta de si constituye el compromiso libe-

18 Ibidem, pp. 120-122.


19 Ibidem, pp. 122-124.
20 Ibidem, pp. 128 y 129.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 17

ral con la autonomía una base aceptable para gobernar una sociedad plu-
ralista, teniendo en cuenta que algunos grupos no valoran la autonomía,
Kymlicka contesta afirmativamente y además dice que los liberales no
deberían intentar encontrar alguna base alternativa para que la teoría li-
beral pueda acomodar a tales grupos. Kymlicka considera que la teoría
liberal más defendible es aquella que se fundamenta en el valor de la au-
tonomía, y que cualquier forma de derechos diferenciados en función del
grupo que restrinja las libertades civiles de los miembros del grupo y en
consecuencia la autonomía es, por sí misma, incoherente con los princi-
pios liberales de libertad e igualdad.21 Hasta aquí la exposición de cómo
Will Kymlicka ha acomodado a los derechos de las minorías dentro de
una teoría liberal. Para concluir con esta breve exposición, sólo diré que
a la posición de Kymlicka y, a la de todos aquellos que coincidimos con
la noción de que la cultura es esencial para el ejercicio de la autonomía y
de las libertades, se le ha llamado cultural-liberalista.
Diversos argumentos se han levantado en contra de la posición liberal
que favorece la teoría de los derechos de las minorías.22 Así por ejemplo,
no obstante que podemos observar que varios de los pensadores liberales
más importantes como Rawls, Dworkin, Raz y Kymlicka han sostenido
una posición en favor de los derechos de las minorías y los temas de la
diversidad cultural, es importante señalar que aún hay lo que podríamos
llamar un núcleo de teóricos liberales radicales por lo que respecta a su
individualismo y universalismo, quienes han rechazado tales derechos,
pues en su opinión no hay posibilidad de congruencia entre ellos y la
teoría liberal. Entre tales teóricos se encuentra Brian Barry, quien llama
la atención no sólo por ser uno de los teóricos más representativos de es-
ta posición, sino además por la virulencia con la que ha dirigido sus ata-
ques en contra de los cultural-liberalistas. En efecto, Barry comenta en
su más reciente libro que

...lo que Kymlicka dice es cierto, pero en cierto sentido también es enga-
ñoso. Así cuando él dice el “liberalismo cultural ha ganado por default”,

21 Ibidem, p. 227.
22 Sobre la crítica que hacen algunos a la pretensión de los liberales de integrar los
derechos de las minorías a la teoría liberal, es interesante el artículo de Kukhatas, quien
fue pionero en este tipo de críticas, veáse Kukhatas, Chandran, “Are there Any Cultural
Rights?”, Political Theory, vol. 20, núm. 1, febrero de 1992, pp. 105-139.
18 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

ya que no hay una clara alternativa a tal corriente teórica, lo que quiere
decir es que casi todos los filósofos políticos anglófonos lo han aceptado.
Mi propia y privada encuesta, admitidamente acientífica, me lleva a con-
cluir que tal afirmación esta lejos de ser cierta... he creído que el multicul-
turalismo está condenado tarde que temprano a hundirse bajo el peso de
sus debilidades intelectuales y que debería emplear mejor mi tiempo en
escribir sobre otros tópicos.23

La crítica que formula Barry a los liberal-culturalistas está sustentada


principalmente en su afirmación de que es imposible integrar los dere-
chos de las minorías que son esencialmente derechos diferenciados den-
tro de una teoría liberal que aspira a la universalidad de los derechos.
A diferencia de lo que sostiene Barry, en esta segunda etapa los libe-
ral-culturalistas han sostenido de diversas maneras que los derechos dife-
renciados de las minorías no son incompatibles en esencia con los prin-
cipios liberales, pues como bien hemos ejemplificado en el caso de
Kymlicka, son indispensables inclusive para el ejercicio de la autonomía
y la libertad. Sin embargo, aun aquellos que simpatizan con el liberalis-
mo cultural, como bien afirma Kymlicka, enfrentan un problema obvio,
pues es muy claro que hay ciertos derechos de las minorías que podrían
erosionar más que favorecer a la autonomía individual. En efecto, para
Kymlicka un aspecto crucial que enfrentan aquellos que defienden los
derechos de las minorías, consiste en distinguir entre lo que podríamos
llamar “malos” derechos de las minorías que implican una restricción a
los derechos individuales, de aquellos “buenos” derechos de las minorías
que soportan y favorecen a los derechos individuales.
En este sentido, Kymlicka se ha propuesto distinguir entre dos tipos
de derechos que pueden ser exigidos por un grupo culturalmente diferen-
ciado. El primero implica un tipo de derechos del grupo contra sus pro-
pios miembros, y son designados para proteger al propio grupo de los
impactos desestabilizadores provocados por las disensiones o las diferen-
cias internas de sus integrantes (como podría ser la decisión de algunos
miembros individuales de no seguir las prácticas tradicionales o las cos-
tumbres). El segundo implica el derecho del grupo a protegerse contra la
sociedad dominante (como podría ser la cultura de un Estado nacional) y

23 Barry, Brian, Culture and Equality. An Egalitarian Critique of Multiculturalism,


Nueva York, Polity Press, 2001, pp. 5 y 6. La traducción es mía.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 19

estaría designado a proteger al grupo del impacto que pudiesen causar


las presiones externas, como podrían ser las decisiones económicas o po-
líticas que asumiera en su nombre un Estado.24
Kymlicka llama a las primeras restricciones internas y a las segundas
protecciones externas. Ahora bien, en virtud de que el fundamento teóri-
co de los liberales es la autonomía interna, Kymlicka señala que los libe-
rales deben rechazar las restricciones internas. Esto en virtud de que
Kymlicka, como la mayoría de los liberales culturalistas, rechaza la idea
de que cualquier grupo pudiera legítimamente restringir los derechos ci-
viles básicos o los derechos políticos esenciales de sus propios miem-
bros, con el pretexto de preservar la pureza o la autenticidad cultural, así
como las tradiciones del grupo. Sin embargo, en opinión de Kymlicka,
una concepción cultural del multiculturalismo puede estar de acuerdo en
el otorgamiento de diversos derechos que puedan ser oponibles a la so-
ciedad dominante, de tal manera que se pueda reducir la vulnerabilidad
de los grupos minoritarios o en desventaja, frente a las decisiones econó-
micas y políticas que asuma la sociedad dominante. Tales protecciones
externas son consistentes con los principios liberales, aunque se pueden
convertir en ilegítimas si ellas, también, en lugar de reducir la vulnerabi-
lidad del grupo frente a los integrantes de la sociedad dominante, permi-
ten que una minoría dentro del grupo ejerza algún tipo de dominio políti-
co o económico sobre otro grupo o sobre integrantes del mismo grupo.
De una manera muy general, podemos decir que para Kymlicka, los de-
rechos de las minorías son consistentes con el liberalismo si: a) ellos
protegen la libertad de los individuos dentro del grupo y b) si promueven
las relaciones de equidad entre los grupos o sus integrantes.25 Otros libe-
rales como Kukhatas, argumentan que algunas formas de restricciones
internas deberían ser permitidas, siempre y cuando sus miembros tengan
la posibilidad de abandonar el grupo en el cual se encuentran, o la comu-
nidad a la que pertenecen.26
En síntesis, podemos señalar que en esta segunda etapa del debate
multicultural la cuestión de los derechos de las minorías es reformulada
como una pregunta o como un problema dentro de la propia teoría liberal

24 Kymlicka, Will, op. cit., nota 1, p. 22.


25 Véase Kymlicka, Will, op. cit., nota 15, pp. 57-71. También de Kymlicka, véase
op. cit., nota 1, p. 23.
26 Véase Kukhatas, Chandran, op. cit., nota 22.
20 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

y su propósito es demostrar que algunos (pero no todos) de los derechos


de las minorías promueven los valores liberales y que son compatibles
con la autonomía individual.
Ciertamente, esta segunda etapa refleja un verdadero progreso con re-
lación a la primera, pues ya poseemos una mayor comprensión de las im-
plicaciones normativas que ha propuesto el debate, además de que hemos
ido más allá de la polémica en torno al individualismo o al colectivismo,
como era propio de la primera etapa.
Es importante señalar que esta segunda fase de la discusión sobre la
congruencia liberal de los derechos de las minorías es muy amplia y
comprende a muy diversos autores, entre los que se encuentran algunos
de los teóricos más importantes de la filosofía política angloamericana
como John Rawls, Joseph Raz, Charles Taylor, Iris Marion Young y Amy
Gutman, por sólo mencionar a algunos de los más importantes y cuyas
teorías no mencionaré en el presente capítulo por rebasar los límites de la
presente investigación.27
Ahora bien, no obstante que esta segunda etapa del debate multicul-
tural, durante la década pasada, estuvo dirigida por parte de los teóricos
liberales a demostrar que los derechos de las minorías formaban parte
de la teoría liberal, dicha necesidad no es nueva en la historia del libera-
lismo, por ejemplo, antes de la Primera Guerra Mundial era un tema fre-
cuente en la tradición liberal. Entonces, ¿qué explica este notable desin-
terés sobre las diferencias culturales en el pensamiento liberal de la
posguerra? En parte, la explicación la podemos encontrar en el apogeo y

27 Por su importancia, añadiría a las obras que he citado en esta sección y que se re-
fieren a lo que he llamado la segunda etapa del debate multicultural, las siguientes obras:
Rawls, John, Liberalismo político, México, FCE, 1995, pp. 9-170; Taylor, Charles, Mul-
ticulturalism and The Politics of Recognition, Nueva Jersey, Princeton University Press,
1992, pp. 25-73; Young, Iris Marion, Justice and the Politics of Difference, New Jersey,
Princeton University Press, 1990, pp. 3-38, 156-191. También recomiendo consultar los
siguientes artículos, que aunque de menor impacto que las obras de los tres autores antes
mencionados, añaden discusiones significativas: Gutman, Amy, “The Challenge of Mul-
ticulturalism to Political Ethics”, Philosophy and Public Affairs, vol. 22, núm. 3, 1993;
Fullinwider, Robert K., “Citizenship, Individualism and Democratic Politics”, Symposium
on Citizenship, Democracy and Education, Ethics, vol. 105, núm. 3, pp. 497-515; Gals-
ton, “Two Concepts of Liberalism. Symposium on Citizenship, Democracy and Educa-
tion”, Ethics, vol. 105, núm. 3, pp. 518-533; Gutman, Amy, “Civic Education and Social
Diversity”, Symposium on Citizenship, Democracy and Education, Ethics, vol. 105, núm.
3, pp. 557-579.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 21

la caída de los grandes imperios coloniales. En efecto, en un principio la


política colonial fue diseñada por personas que tendían a universalizar
la doctrina liberal de una manera abstracta y que poseían una irresistible
propensión a generalizar lo que podríamos llamar los principios libera-
les, haciendo a un lado la historia, la cultura y en general, todas las parti-
cularidades de las culturas sujetas a los imperios.28 Pero al mismo tiempo,
las dimensiones de esos imperios (pensemos por ejemplo en el imperio
británico) hacían inevitable la discusión entre algunos liberales de la ne-
cesidad de acomodar la diversidad cultural a la que se enfrentaban cada
día en los diversos territorios bajo dominio de la corona. De esta forma,
los temas relativos a los derechos de la diversidad cultural no sólo se dis-
cutieron ampliamente en los imperios coloniales (británico, zarista, y de
Hamburgo), sino que también se examinaron en los países de Europa con-
tinental.
Sin embargo, esta inquietud desapareció después de la Segunda Gue-
rra Mundial, en el momento en que los grandes imperios coloniales desa-
parecían del orbe y las discusiones bipolares de la Guerra Fría sustituían
a los conflictos nacionalistas. Como resultado de tal cambio en la discu-
sión teórica, muchos liberales regresaron a los temas propios de lo que
podríamos llamar un “universalismo liberal abstracto”, incapaces de dis-
tinguir entre los principios esenciales del liberalismo y sus manifestacio-
nes culturales concretas en muchas de las naciones emanadas del de-
rrumbe de los grandes imperios coloniales del siglo XIX.29
Si agregamos que después de la Segunda Guerra Mundial los Estados
Unidos jugaron un papel muy importante en el desarrollo de la filosofía
política, podemos entender un poco mejor por qué hubo tal descuido de
los temas relativos a las minorías. Como bien se podrá apreciar en este
momento, durante el siglo XIX y principios del XX los liberales estadou-
nidenses estuvieron menos implicados en este debate que los liberales de
los imperios coloniales europeos, ya que no tenían que preocuparse por
la existencia de colonias como las que mantenían algunas naciones euro-
peas. En términos generales, podemos decir que en los Estados Unidos
se dedicaron a discutir el estatus de los inmigrantes blancos y no consi-
deraron seriamente las reivindicaciones de las minorías nacionales histó-

28 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15, pp. 83 y 84.


29 Ibidem, pp. 85 y 86.
22 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

ricamente concentradas en su territorio, como podían ser los grupos indí-


genas, las identidades de lengua española en el Sudoeste estadounidense
y en la Florida, los portorriqueños, los hawaianos y los esquimales. Fue
así como la teoría liberal estadounidense de la posguerra exhibe un gran
desinterés por las minorías, lo que no es de poca importancia si conside-
ramos que es ese país uno de los que con mayor energía ha venido desa-
rrollando varios de los temas de la teoría liberal contemporánea. De esta
manera, los pensadores estadounidenses han preferido tratar a los Esta-
dos Unidos como un Estado-nación y no como un Estado multinacional.
Por lo que respecta a Latinoamérica, habrá que recordar que los países
latinoamericanos se encontraron inmersos, desde el final de la Segunda
Guerra Mundial, en un proceso de franco nacionalismo en lo político y
en lo económico, sujetándose en este último aspecto a un proceso de sus-
titución de importaciones y desarrollo de la economía interna. Todo ello
obligó a los países latinoamericanos a la consolidación de Estados nacio-
nales sujetos, en la mayor parte de los casos, a un fuerte poder central, a
través de un partido dominante como en el caso de México, o de un par-
tido único como en el caso cubano, o mediante dictaduras militares como
las que tuvieron lugar en Argentina, Chile y Brasil. Estas particulari-
dades políticas de los países latinoamericanos inevitablemente orillaron
a los estudiosos de la política a pensar en un modelo de Estado unitario
y poco cuidadoso de las minorías. Fue así como los estudios políticos y
jurídicos latinoamericanos estuvieron férreamente dirigidos a la consoli-
dación de los procesos de unidad nacional, haciendo caso omiso de las
diferencias culturales que podían encontrarse en el interior de los Esta-
dos.30 Esto aplica inclusive para los estudios indigenistas que aparecie-
ron en México y que tanta influencia tuvieron en otros países latinoame-
ricanos. Ahora bien, estos estudios en lugar de reconocer la diferencia
cultural de los grupos indígenas americanos, más bien se encaminaron a
asimilarlos a la cultura mexicana dominante, mediante un discurso na-

30 El proceso de creación de una cultura nacional fue tan intenso durante esta época
que, en el caso mexicano, por ejemplo, inclusive se produjo una intensa literatura que
examinaba precisamente las particularidades de esa cultura y de lo que se consideraba
como “lo mexicano”. A manera de ejemplo véase Paz, Octavio, El laberinto de la sole-
dad, México, FCE, 1994; Ramos, Samuel, El perfil del hombre y la cultura en México,
México, Espasa-Calpe, 1965; Portilla, Jorge, Fenomenología del relajo, México, FCE,
1984; Bartra, Roger, La jaula de la melancolía, México, Grijalbo, 1987.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 23

cionalista abstracto y generalizador, poco respetuoso de las identidades


particulares de cada grupo indígena.31
Sobre el particular me parece interesante resaltar la forma en que los
gobiernos mexicanos, formalmente liberales, se han apropiado del pasa-
do indígena, pues

la versión liberal del tradicionalismo, pese a integrar más democrática-


mente que el autoritarismo conservador a los sectores sociales, no evita
que el patrimonio sirva como lugar de complicidad. Disimula que los mo-
numentos y museos son, con frecuencia, testimonio de la dominación más
que de una apropiación justa y solidaria del espacio territorial y del tiempo
histórico.32

También me parece importante señalar que no sólo se prestaba poca


atención a los derechos de las minorías durante la posguerra y la Guerra
Fría, también fue frecuente querer asimilar estos derechos diferenciados
a los derechos humanos. En efecto, después de la Segunda Guerra Mun-
dial, la mayoría de los liberales tanto de derecha como de izquierda re-
chazaron la idea de una diferenciación permanente en los derechos o en
el estatus de determinados grupos, así como también se oponían a la idea
de que debería concederse a los grupos étnicos o nacionales una identi-
dad política particular o un estatuto constitucional diferenciado y, en este
sentido, intentaron integrar los derechos de las minorías a una teoría ge-
neral de los derechos humanos. Sin embargo, cada vez era más claro que
los derechos de las minorías no podían subsumirse bajo la categoría de

31 En efecto, como ejemplo podría ser importante señalar el uso que hicieron del in-
digenismo algunas de las figuras más sobresalientes de la antropología social mexicana
(entre las que destaca Antonio Caso y Manuel Gamio), para la construcción de un Estado
nacional mexicano, fuertemente unitario y excluyente de las particularidades indígenas, a
las que trataron de asimilar al Estado nacional. Este esfuerzo intelectual fue ampliamente
promovido por el Estado mexicano y generó lo que se ha dado en denominar, dentro del
pensamiento antropológico y social latinoamericano, el indigenismo, mismo que fue am-
pliamente promovido por el gobierno mexicano y que ha tenido una amplia influencia en
otros países de la región con importante población indígena. Sobre el particular, sugiero
que se consulte Villoro, Luis, Los grandes momentos del indigenismo mexicano, México,
SEP-Lecturas Mexicanas, 1987, pp. 248. Véase también García Canclini, Néstor, Cultu-
ras híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo-Cona-
culta, 1990, p. 179.
32 Véase García Canclini, Néstor, op. cit., nota 31, p. 179.
24 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

los derechos humanos, ya que las pautas y procedimientos tradicionales


de éstos eran simplemente incapaces de resolver importantes y contro-
vertidas cuestiones relativas a las minorías etnoculturales como las que
acertadamente señala Kymlicka:

¿qué lenguas deberían aceptarse en los parlamentos, burocracias y tribuna-


les? ¿Se deberían dedicar fondos públicos para escolarizar en su lengua
materna a los grupos étnico-nacionales? ¿Es factible trazar fronteras inter-
nas (distritos legislativos, provincias, estados) que tengan como propósito
permitir que las minorías etnoculturales formen una mayoría dentro de
una región local? ¿Deberían otorgarse poderes políticos a nivel local o re-
gional a las minorías, en particular en temas relacionados con la educación
o la migración? ¿Se deberían conservar y proteger los espacios geográfi-
cos tradicionales de los grupos indígenas para su exclusivo beneficio, pro-
tegiéndolos de la usurpación de los colonos y de los explotadores de re-
cursos naturales?33

Ahora bien, el problema no era que las doctrinas tradicionales sobre


los derechos humanos dieran una respuesta errónea a tales cuestiones, si-
no más bien que a menudo no daban ninguna. Así por ejemplo, el dere-
cho a la libertad de expresión no nos dice cuál podría ser una política lin-
güística adecuada para las minorías; tampoco el derecho a votar nos dice
cómo se deben trazar las fronteras políticas o cómo podrían distribuirse los
poderes entre los distintos niveles de gobierno, ni tampoco nos dice nada
sobre los regímenes autonómicos; el derecho a la movilidad y libre circu-
lación nada nos dice sobre cómo debe ser una política adecuada de inmi-
gración y naturalización,34 etcétera. Como podrá observarse, era evidente
que los principios tradicionales de los derechos humanos debían ser
complementados con una teoría de los derechos de las minorías.
Por lo anterior, no resulta sorprendente que hacia finales de los ochen-
ta y principios de los noventa, los derechos de las minorías hayan recu-
perado una posición preponderante en las relaciones internacionales. Así
por ejemplo, la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa
(CSCE) adoptó en 1991 una Declaración sobre los Derechos de las Mi-
norías Nacionales y, posteriormente, estableció un Alto Comisionado

33 Kymlicka, op. cit., nota 15, p. 18.


34 Idem.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 25

para las Minorías Nacionales en 1993. También a principios de los no-


venta, en las Naciones Unidas se discutieron textos importantes: una De-
claración sobre los Derechos de las Personas Pertenecientes a las Mino-
rías Nacionales o Étnicas, Religiosas y Lingüísticas, y una Declaración
Universal sobre los Derechos Indígenas. De igual manera, el Consejo de
Europa adoptó una Declaración sobre los Derechos de las Lenguas Mi-
noritarias en 1992 (la Carta de Europa para las Lenguas Regionales o
Minoritarias).35
No obstante el desarrollo de estos documentos legales, estas declara-
ciones siguen siendo objeto de controversia ya que varias de ellas se
adoptaron precipitadamente, ya fuese para ayudar a evitar la escalada del
conflicto en Europa Oriental o para aminorar movimientos insurgentes
de grupos indígenas en diversas partes del mundo. En consecuencia, ta-
les declaraciones son bastante vagas y frecuentemente están destinadas
más apaciguar a los grupos beligerantes que a establecer los términos de
la justicia. En vista de lo anterior, era evidente que resultaba indispensa-
ble complementar los derechos humanos tradicionales con los derechos
de las minorías etnoculturales. Por todo lo anterior, los liberales trata-
ron de crear, en esta segunda etapa del debate liberal, una teoría liberal
de los derechos de las minorías que explicara cómo coexisten los dere-
chos de las minorías con los derechos humanos, y también cómo los de-
rechos de las minorías culturales pueden estar delimitados por los princi-
pios de libertad e igualdad.36
Hasta aquí he tratado de explicar con la mayor claridad que me ha si-
do posible los motivos por los cuales la teoría política de la posguerra en
Europa, Estados Unidos y Latinoamérica casi ignoró los temas relativos
a la diversidad cultural, así como el intento de incorporarlos a una teoría
de los derechos humanos. También he dicho que el interés por estos te-
mas dentro de la teoría política renace a finales de la década de los
ochenta y tiene su particular desarrollo durante los noventa; asimismo,
he subdividido el desarrollo de los estudios sobre los derechos de las mi-
norías en dos etapas, la primera que considera a éstos como un tema pro-
piamente comunitarista y una segunda etapa en la que los liberales asu-
men que estos derechos se encuentran ya dentro de la teoría liberal.

35 Ibidem, pp. 18 y 19.


36 Ibidem, p. 19.
26 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Ahora bien, no obstante el significativo avance que implica haber lle-


gado a esta segunda etapa, considero conjuntamente con Kymlicka que
ha comenzado a surgir una especie de consenso entre algunos teóricos
para iniciar una tercera y nueva etapa del debate, en la que ya no se de-
sea discutir cómo se pueden justificar los derechos de las minorías en la
teoría liberal, ni tampoco pretendemos seguir argumentando si tales de-
rechos pueden ser liberales o no, pues en nuestra opinión este punto pue-
de considerarse suficientemente discutido. De esta manera y con la inten-
ción de hacer avanzar la discusión sobre los derechos de las minorías,
partimos de la base de que estos derechos pueden ser liberales y pasamos
a examinar otro tipo de problemas que nos plantea la teoría, como son
los del acomodo institucional de las minorías con base en principios de
justicia. En otras palabras, no es el propósito de la presente investigación
discutir la naturaleza liberal de los derechos de las minorías, problema
fundamental de la segunda etapa del debate sobre los derechos de las mi-
norías y que continúa siendo discutido. En su lugar, me propongo exami-
nar otro tipo de problemas que nos plantea el desarrollo de la discusión
multicultural, como pueden ser los del acomodo de las minorías etnocul-
turales dentro de las instituciones del Estado liberal.

IV. LOS NUEVOS PROBLEMAS DE LA INVESTIGACIÓN


MULTICULTURAL Y LOS PRINCIPIOS DE LA JUSTICIA

Si en este momento de la discusión multicultural partimos del supues-


to de que los derechos de las minorías pueden ser derechos liberales, tal
y como lo han tratado de acreditar algunos de los teóricos más importan-
tes durante la segunda etapa, luego entonces, la pregunta obligada es
¿hacia dónde apuntan los futuros estudios sobre los derechos de las mi-
norías? Sobre el particular, puedo decir que se está abriendo una impor-
tante línea de investigación que hace énfasis en la necesidad de explicar
la forma en que las minorías culturales pueden convivir con el Estado li-
beral y sus instituciones políticas básicas. Esta necesidad parece provenir
del hecho de que no obstante que la mayor parte de los estudiosos de la
teoría reconocen los efectos de la integración internacional y de la globa-
lización, los Estados y sus principales instituciones seguirán siendo las
unidades políticas a las cuales se tengan que enfrentar las minorías et-
noculturales en el futuro previsible para negociar los términos de los de-
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 27

rechos y las libertades que les deban ser reconocidos. Es decir, los Esta-
dos nacionales, contra lo que quisieran algunos estudiosos que exageran
en sus simplificaciones, no desaparecerán en el largo plazo, motivo por
el cual se plantea la necesidad de poner sobre el terreno de la discusión
teórica la necesidad de que los Estados y sus instituciones puedan llegar
a un arreglo justo con aquellas minorías que existen en su interior.
De esta manera, ante la inevitable realidad de que es urgente comen-
zar a plantear soluciones para una justa convivencia entre el Estado y las
minorías etnoculturales —pues ambos seguirán presentes en la realidad
política de las sociedades contemporáneas—, Kymlicka ha insistido en la
necesidad de que los estudios multiculturales se encaminen a estudiar el
tipo de relación que tienen y han tenido esas minorías con el Estado, para
poder determinar si se les puede acomodar en términos de justicia al
Estado nacional.37
Coincido con esta necesidad, pues parece indispensable comenzar a
dejar atrás —por lo menos por un momento y con la intención de hacer
avanzar el debate—, la discusión sobre si los derechos de las minorías
pueden o no ser liberales, y dar el siguiente paso para discutir teórica-
mente cómo puede darse un acomodo justo de las minorías etnocultura-
les en el Estado nacional en cuyo interior conviven, pues por paradójico
que parezca, mientras que los estudios y las reflexiones sobre el Estado
son abundantes, en cambio los estudios sobre las relaciones de las mino-
rías etnoculturales con el Estado son incipientes y escasos.
No obstante lo anterior, me parece indispensable complementar algu-
nas ideas sobre el destino de las investigaciones que nos corresponderá
hacer en esta tercera etapa. En efecto, Kymlicka ha ubicado inicialmente
el debate estrictamente en la institución estatal, lo cual me parece correc-
to pero insuficiente, pues cualquier análisis sobre el Estado deberá tam-
bién incluir, inevitablemente, a sus instituciones políticas básicas, pues
de lo contrario se corre el riesgo de caer en una simplificación mayor, ya
que el Estado, como institución política esencial, siempre se ha desen-
vuelto a través de otras instituciones políticas básicas que determinan
precisamente su desenvolvimiento y la naturaleza de las relaciones que
mantiene con los individuos que conforman a su sociedad política. En
efecto, no podemos hacer una reflexión sobre el Estado liberal sin refle-
xionar al mismo tiempo sobre sus concepciones acerca de lo que enten-

37 Kymlicka, Will, op. cit., nota 1, pp. 17 y ss.


28 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

demos por ciudadanía, por democracia, federalismo, o nacionalismo, só-


lo por nombrar algunas de las instituciones políticas esenciales de toda
organización estatal.
Así las cosas, la pregunta esencial que considero nos debemos plan-
tear es la siguiente: ¿cómo debe tener lugar el acomodo de las minorías
etnoculturales, en términos de justicia, tanto con el Estado-nación, co-
mo con sus principales instituciones políticas básicas? De esta forma, la
anterior pregunta nos permitirá reflexionar si las relaciones que tienen
lugar entre el Estado nacional y sus principales instituciones políticas
(nación, federalismo, autonomía, ciudadanía o la democracia) se dan en
términos de justicia y, en caso contrario, nos incitará a proponer las co-
rrecciones que sean necesarias a esos arreglos institucionales para su per-
feccionamiento, es decir, para que esos arreglos institucionales se den en
condiciones justas para las minorías.
De esta manera, la discusión sobre los derechos de las minorías es, en
esta nueva etapa, un debate teórico sobre las relaciones de justicia que
deben tener lugar entre el Estado y sus instituciones básicas hacia las
minorías etnoculturales. Con base en lo anterior, se pone el acento en
un punto teórico esencial del debate: la justicia y los principios que la
definen.
En efecto, la determinación de los acomodos en términos de justicia
dentro de los cuales las minorías etnoculturales se integren al Estado-na-
ción y sus instituciones estarán definidos por los principios que utilice-
mos para valorar si tales acomodos son justos o no. Lo anterior, necesa-
riamente me obligará a definir una serie de reglas o principios a través de
los cuales pueda valorar si tales acomodos dentro del Estado liberal son
justos. Asimismo, estos principios deberán proporcionarme los elemen-
tos suficientes para normar cómo se deben dar esos acomodos en térmi-
nos de justicia, es decir, semejantes principios deberán ser un auxiliar
para definir cómo deben ser el Estado y sus instituciones políticas bási-
cas al momento de entrar en contacto con las minorías; en otras palabras,
estos principios asumirán la característica de ser principios normativos.
En este momento, ya es oportuno preguntarnos con base en cuáles
principios liberales trataremos de dar respuesta a nuestra pregunta, es de-
cir, con base en qué principios examinaremos si los acomodos de las mi-
norías etnoculturales dentro del Estado nacional y sus instituciones polí-
ticas básicas tienen lugar en términos de justicia. Desde luego existe una
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 29

gran variedad de opiniones sobre los principios de la justicia en un Esta-


do liberal, en particular a partir de la Teoría de la justicia de John Rawls,
han abundado las opiniones, por parte de los estudiosos liberales, sobre
los principios más convenientes para definir la justicia en una sociedad
liberal; a manera de ejemplo se podrían citar los tres principios que des-
cribe Ronald Dworkin para una sociedad liberal.38 Sin embargo, por con-
siderar que todos estos escritores han partido del seminal trabajo de John
Rawl, creo que lo más conveniente será tratar de dar una respuesta a
nuestro problema partiendo precisamente de los principios de la justicia
que ha definido John Rawls, pues sin lugar a dudas, alrededor de los dos
principios de la justicia asentados por Rawls se han venido estructurando
los estudios liberales de las últimas décadas. En efecto, no sólo los dos
principios de la justicia de Rawls han definido las líneas de investigación
de la filosofía política angloamericana en su conjunto, pues en torno a
ellos se debaten sus críticos y apologistas, sino que también han sido el
punto de partida de importantes comentarios de todas las otras filosofías
políticas, en particular la de Europa continental y recientemente en Lati-
noamérica. Como diría Kuhn, estos principios han constituido un para-
digma dentro de la teoría liberal, sobre la cual se ha ido perfeccionando
la teoría política contemporánea o junto a la que se han levantado otras
construcciones teóricas. Desde luego, no está de más subrayar que la teo-
ría multiculturalista, en sus grandes discusiones sobre los derechos de las
minorías, siempre ha tenido presente estos principios; así por ejemplo
Will Kymlicka, en su ya famoso libro Ciudadanía multicultural, hace al-
gunas reflexiones sobre estos principios para aclarar siempre sus límites
teóricos, pues lo que han tratado de hacer los teóricos liberales dedicados
al estudio del multiculturalismo es, partiendo de los principios de la justi-
cia sentados por Rawls, ajustar el modelo liberal a la presencia de las mi-
norías etnoculturales. Yo trataré de hacer algo parecido pero abordando
ahora los nuevos problemas del acomodo de las minorías etnoculturales
al Estado y sus instituciones políticas básicas, de manera que, utilizando
estos dos principios como principios normativos, evaluaré semejante
acomodo institucional. Así las cosas y al retomar los principios de la jus-
ticia, me inserto en una de las líneas principales de investigación de la

38 Dworkin, Ronald, “Liberal Community”, Sovereing Virtue, Estados Unidos, Har-


vard University Press.
30 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

teoría multicultural, que es, a saber, la siguiente: permitir que los princi-
pios liberales de la justicia y, en particular, los principios de la libertad y
la igualdad operen para las minorías etnoculturales.
En primer lugar, podemos decir que para Rawls el papel que desem-
peñan los principios de la justicia es de vital importancia, ya que él asu-
me que una sociedad es más o menos una asociación autosuficiente de
personas y que en las relaciones que mantienen unas con otras, éstas re-
conocen ciertas reglas de conducta como obligatorias y actúan de confor-
midad con ellas en la mayor parte de las veces, pues tales reglas especifi-
can un sistema de cooperación designado para promover el bienestar de
aquellos individuos que participan en esa sociedad. Es decir, las reglas
son importantes ya que son ellas las que regulan los intereses humanos,
pues debemos partir de la base de que cualquier sociedad política está
marcada tanto por el conflicto de intereses, como por la identidad de in-
tereses.
Ahora bien, la existencia de un conflicto, como el que puede existir
acerca del acomodo en términos de justicia de las minorías etnocultura-
les al Estado nacional y sus instituciones, requiere de un conjunto de
principios para escoger entre los varios arreglos políticos posibles, mis-
mos que determinan la división de ventajas así como los términos del
acuerdo sobre la distribución de las partes que le corresponde a los diver-
sos integrantes de la sociedad. Estos principios son los principios de la
justicia: ellos nos pueden proporcionar un camino para la asignación de
derechos y obligaciones a las instituciones básicas de la sociedad. Para
Rawls el sujeto primario de la justicia es la estructura o las instituciones
básicas de la sociedad, ya que así podemos estar en posibilidades de pre-
cisar la manera en la cual las principales instituciones distribuyen los de-
rechos y las obligaciones fundamentales, al tiempo que determinan la
división de las ventajas que derivan de la cooperación social. Por princi-
pales instituciones Rawls entiende a la Constitución política y a las insti-
tuciones políticas básicas derivadas de ésta, así como a los principales
arreglos económicos y sociales.39 Es importante destacar que semejan-
tes arreglos pueden ser, según Rawls, tanto estatales como no estatales,
siempre y cuando ambos se encuentren referidos a la esfera de lo políti-
co. Sin embargo, para efectos de nuestra investigación, nosotros exami-

39 Rawls, J., A Theory of Justice, Gran Bretaña, Oxford University Press, 1973, p. 7.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 31

naremos solamente a las instituciones básicas del Estado. Es aquí donde


los principios de justicia nos son de la mayor utilidad, pues a través de
ellos y aplicados a las instituciones básicas del Estado liberal, podremos
estar en posibilidades de determinar la división de derechos y obligaciones
entre las minorías etnoculturales y la sociedad dominante, al momento del
acomodo de las primeras al Estado nacional y sus instituciones básicas. En
otras palabras, los principios de la justicia utilizados normativamente pa-
ra evaluar el desempeño de ciertas instituciones políticas básicas nos
pueden dar la pauta para determinar cómo debe proceder el acomodo de
las minorías etnoculturales en condiciones de justicia.
Siguiendo a Rawls, una sociedad está bien ordenada cuando no sólo
se ha propuesto promover el bienestar de sus miembros, sino también
cuando está efectivamente regulada por una concepción pública de la jus-
ticia. En este sentido, este tipo de sociedad tiene dos características esen-
ciales: a) todos aceptan y saben que los otros también aceptan los mis-
mos principios de la justicia, y b) las instituciones básicas de la sociedad
a que nos hemos referido, generalmente satisfacen los principios de la
justicia, además de que son reconocidas por hacerlo.40 De esta manera, y
utilizando la reflexión de Rawls para efectos de nuestra investigación,
podría señalar que las propias minorías etnoculturales y los integrantes
de la sociedad dominante deberán estar de acuerdo en esos principios,
pues en caso contrario no estamos en condiciones de hablar de ningún ti-
po de arreglo institucional relevante para una sociedad liberal; en segundo
lugar y como bien lo acabo de señalar, lo que trataremos de realizar en la
presente investigación es precisamente determinar si algunas de las institu-
ciones básicas del Estado liberal satisfacen los dos principios de la justicia
en relación con las minorías etnoculturales y, en caso de no satisfacerlas,
propondré las modificaciones que sean necesarias a esas instituciones pa-
ra que operen en términos de justicia.
Ahora bien, una vez establecido lo anterior, ¿cuáles son los principios
de justicia que utilizaremos normativamente para regular a las institucio-
nes básicas? O de otra manera, ¿cuáles son las reglas que deben normar a
estas instituciones básicas? Estos principios en la teoría rawlsiana son
dos y aparecen primeramente en su Teoría de la justicia, siendo modifi-
cados posteriormente para hacer frente a los valiosos cuestionamientos

40 Ibidem, pp. 4 y 5.
32 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

que les formuló Hart.41 Estos dos principios de la justicia de Rawls, en su


versión corregida que aparece en Collected Papers, pueden ser sucinta-
mente expuestos de la manera que sigue: Primero. Cada persona tiene
igual derecho a gozar de un esquema adecuado de iguales derechos y
libertades básicas, siempre que ese esquema sea compatible con un es-
quema similar para todos; Segundo: Las desigualdades sociales y econó-
micas deben satisfacer dos condiciones: en primer lugar, tales desigual-
dades deben estar dispuestas para el mayor beneficio de los miembros
menos privilegiados dentro de la sociedad (en lo sucesivo lo llamaré la
primera parte del segundo principio); en segundo lugar, deben estar su-
jetas a que los puestos públicos y las posiciones se encuentren abiertas a
todos bajo condiciones justas de igualdad de oportunidades (en lo sucesi-
vo lo llamaré la segunda parte del segundo principio).42
Por la naturaleza de la presente investigación, no es posible exponer
aquí todo lo que se ha escrito sobre el modelo rawlsiano y sus dos princi-
pios de la justicia, ya que ello por su extensión nos exigiría realizar una
investigación distinta, pues se han escrito mares de tinta sobre ello. Sin
embargo, de manera muy general diré que estos principios aplican pri-

41 Los cuestionamientos de Hart pueden encontrarse en University Law Review,


núm. 40, primavera de 1973, pp. 535-555. Los dos principios corregidos se encuentran,
por ejemplo, en Rawls, John, “Justice as Fairness: Political not Metaphysical”, Collected
Papers, Estados Unidos, Harvard University Press, 1999, pp. 338-414; del mismo Rawls,
op. cit., nota 27, p. 31.
42 La traducción y las cursivas son mías. La traducción proviene de las siguientes
oraciones en ingles: “Each person has an equal right to fully adequate scheme of equal
basic rights and liberties, which scheme is compatible with a similar scheme for all. 2. So-
cial and economic inequalities are to satisfy two conditions: first, they must be attached
to offices and positions open to all under conditions of fair equality of opportunity; and
second, they must be to the greatest benefit of the least advantaged members of society”.
Véase Rawls, John, “Justice as Fairness…”, op. cit., nota 41, p. 392.
Originalmente, en su Teoría de la justicia, Rawls había asentado los dos princi-
pios de la justicia como sigue: “Primero: cada persona debe tener un derecho igual a la
más extensa libertad básica, siempre que ésta sea compatible con una libertad similar pa-
ra los otros. Segundo: las desigualdades sociales y económicas deben ser acomodadas de
tal manera que ambas sean a) razonablemente esperadas en ventaja de todos, y b) sujetas
a que los puestos y cargos públicos estén abiertos a todos (First: each person is to have an
equal right to the most extensive basic liberty compatible with similar liberty for others.
Second: social and economic inequalities are to be arranged so that they are both a) rea-
sonably expected to be to everyone’s advantage, and b) attached to positions and offices
open to all)”, véase Rawls, John, op. cit., nota 39, p. 60.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 33

mariamente, como ya lo he dicho, a las instituciones básicas de la socie-


dad y están dispuestos para gobernar la asignación de derechos y obliga-
ciones, así como a regular la distribución de las ventajas sociales y
económicas entre los integrantes de la sociedad política.43
Como ya dije, para efectos de mi investigación aplicaré los dos princi-
pios de la justicia a las instituciones básicas del Estado. De esta manera,
en mi opinión los dos principios deberían quedar como sigue: a) cada uno
de los integrantes de una minoría etnocultural debe tener derecho a go-
zar de un esquema de iguales derechos y libertades básicas, siempre que
el mismo sea compatible con un esquema similar para los otros, enten-
diendo por los otros a los individuos integrantes de la sociedad dominante
o de otra minoría etnocultural; b) las desigualdades sociales y económicas
deben ser acomodadas de tal manera que ambas sean a) razonablemente
esperadas en ventaja de los integrantes de las minorías etnoculturales, si
éstos se encuentran entre los miembros más desfavorecidos de la socie-
dad, y b) sujetas a que los puestos y cargos públicos también estén abier-
tos a los integrantes de las minorías etnoculturales en condiciones de
igualdad de oportunidades, con respecto al resto de los integrantes de la
sociedad dominante.
Rawls al establecer los dos principios distingue entre aquellos aspec-
tos del sistema social que definen y aseguran derechos y libertades igua-
les para los ciudadanos (primer principio) y aquellos otros aspectos que
determinan y establecen las desigualdades económicas y sociales (segun-
do principio). De manera muy general, podemos decir que las libertades
y derechos básicos de los ciudadanos a que se refiere el primer principio
son: la libertad y los derechos políticos (a votar y ser electo para los car-
gos públicos), junto con la libertad y el derecho de expresión y asocia-
ción; la libertad y el derecho de conciencia y de pensamiento; la libertad
y el derecho de tránsito junto con la libertad y el derecho personal a po-
seer propiedad; así como el derecho a no ser arrestado y detenido arbitra-
riamente y contra lo que dispone el derecho. Como bien señala Rawls,
conforme al primer principio se requiere que estas libertades y derechos
sean iguales para todos “en virtud de que los ciudadanos de una sociedad
justa deben gozar de los mismos derechos básicos”.44

43 Véase Rawls, John, A Theory of Justice, cit., nota 39, p. 61. La traducción es mía.
44 Idem.
34 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Por lo que respecta al segundo principio que Rawls también llama


principio de la diferencia, éste aplica en lo relativo a la distribución del
ingreso y de la riqueza, así como al diseño de aquellas organizaciones
que hacen uso de las diferencias en lo relativo a la autoridad y la respon-
sabilidad, es decir, a aquellas organizaciones esencialmente políticas. De
esta manera, mientras la distribución de la riqueza y el ingreso no necesi-
tan ser iguales, en cambio sí deben ser en beneficio de todos y, al mismo
tiempo, las posiciones de autoridad y los cargos de dirección deben ser
accesibles a todos.
Asimismo, los dos principios deben ser dispuestos en orden serial, con
el primer principio de la justicia antes que el segundo. En efecto, esta
prelación establece con toda claridad que un alejamiento de las libertades
y derechos básicos requeridos por el primer principio no puede ser justi-
ficado o compensado con el otorgamiento de ventajas económicas y so-
ciales.45 Por ejemplo, es teóricamente posible que ciertos hombres pue-
dan resultar suficientemente compensados a través de abandonar algunas
de sus libertades fundamentales, sin que por ello debamos pensar en algo
tan drástico como consentir la propia condición de esclavitud. En cam-
bio, imaginemos que algunos hombres cedan ciertos derechos políticos,
de tal manera que su capacidad para influir en la política a través del
ejercicio de sus derechos sea marginal, cuando ello suponga ganancias
económicas muy significativas. En efecto, es este tipo de intercambio el
que está prohibido por los dos principios de la justicia, pues su ordena-
miento serial no nos permite intercambios entre libertades básicas por
ganancias económicas y sociales.46 Así por ejemplo, si consideramos que
para algunos grupos indígenas la propiedad o posesión de un espacio terri-
torial y de una base económica mínima es necesaria para que reproduzcan
su cultura y, de esta manera ejerciten sus derechos esenciales básicos,
entonces no podríamos estar de acuerdo con que sus tierras pudiesen ser
enajenadas, no importando la utilidad económica que le redituara a la so-
ciedad en su conjunto, si ello pone en riesgo la existencia misma de su
cultura y, en consecuencia, la extinción de la minoría etnocultural a me-
diano o largo plazo. La única razón que hay para circunscribir los dere-
chos que definen a la libertad y hacer menos amplia la libertad de los

45 Idem.
46 Ibidem, pp. 62 y 63.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 35

hombres de lo que podrían ser, es que estos derechos esenciales interfie-


ran unos con otros.
Es importante señalar que los dos principios expresan una concepción
igualitaria de la justicia. Así, en primer lugar debemos observar que el
principio de diferencia reconoce la importancia de las consideraciones
contenidas en la necesidad de corregir las desigualdades. En efecto, por
lo que respecta al principio de diferencia, podemos agregar que este prin-
cipio señala que desigualdades inmerecidas claman porque sean redirigi-
das o corregidas; así por ejemplo, debido a que las desigualdades pro-
ducto del nacimiento, de la fortuna natural o de la desventaja que poseen
ciertas minorías culturales en comparación con la sociedad dominante,
son inmerecidas, tales desigualdades deben ser compensadas. En conse-
cuencia, este principio sostiene que para tratar igualmente a todas las
personas y proveerlas con una genuina igualdad de oportunidades, la so-
ciedad o el Estado debe otorgar mayor atención a aquellos con menos
ventajas originarias (ya sea que se trate de bienes o cualidades naturales),
así como a aquellos que nacieron en posiciones sociales menos favora-
bles.47 De esta forma, en la consecución de este principio, sería justo que
el Estado destinara fondos públicos para que ciertos servicios públicos
fueran ofrecidos en el idioma de aquellas minorías que así lo requieran o
se atendiera a la educación especial de los discapacitados. En este senti-
do, el principio de la diferencia transforma los objetivos de la estructura
básica de la sociedad de tal manera que el total arreglo institucional no
dependa solamente de la eficiencia social y de la utilidad obtenida.48
Entonces podemos apreciar cómo el segundo principio de la diferencia
representa en efecto

un acuerdo en relación a la distribución de los talentos naturales como si


éstos fueran bienes colectivos, así como en relación al disfrute de los be-
neficios derivados de esta distribución cualquiera que sea su resultado.
Aquellos que han sido favorecidos por la naturaleza, cualesquiera que
sean, pueden obtener beneficios de su buena suerte sólo cuando esa ga-
nancia mejore la situación de aquellos que no han tenido la misma fortu-
na... la estructura básica debe ser arreglada de tal manera que esas contin-
gencias operen en beneficio de los menos afortunados.49

47 Ibidem, pp. 100 y 101.


48 Ibidem, p. 101.
49 Ibidem, pp. 101 y 102.
36 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

En este sentido, parece obvio que al encontrarse las minorías etnocul-


turales en franca desventaja frente a la sociedad dominante tanto en la
distribución de derechos como de bienes económicos y sociales, este
principio, al reducir semejantes diferencias, nos proporcione ventajas
significativas para el acomodo de las minorías dentro del Estado y sus
instituciones políticas esenciales.
Asimismo, un punto adicional con relación al segundo principio o prin-
cipio de diferencia formulado por Rawls es que éste siempre expresa una
concepción de reciprocidad: B puede aceptar que A esté mejor en el mo-
mento en que las ventajas que obtenga mejoren la situación y las expec-
tativas de B.50 Dicho de otra manera, una minoría cultural en desventaja
puede aceptar que la sociedad dominante esté mejor, siempre y cuando
las ventajas que obtenga la sociedad dominante mejoren la situación de
esa minoría cultural (desde luego, se deberán exceptuar todas aquellas
minorías etnoculturales que no se encuentren en desventaja socioeconó-
mica, como sucede claramente, por ejemplo, con los catalanes en Espa-
ña). En efecto, si existen desigualdades en la estructura básica y en la
distribución de los bienes primarios que operan para que cada uno esté
mejor en comparación con el punto inicial, ¿por qué entonces no permi-
tirlas? Ciertamente tales desigualdades son permitidas sólo cuando maxi-
mizan o, cuando menos, contribuyen para el desarrollo de las expectati-
vas del grupo menos afortunado de la sociedad.51
Un mérito adicional del principio de diferencia es que proporciona
una interpretación del principio de la fraternidad. En efecto, en compara-
ción con la libertad y la igualdad, la idea de fraternidad parece tener un
lugar menor en la teoría política, ya que no define ningún tipo de derechos
democráticos, sin embargo es de la mayor importancia porque implica
ciertas actitudes mentales y formas de conducta, sin las cuales podríamos
perder de vista los valores expresados por estos derechos (amistad civil,
solidaridad social, estima social, convenciones públicas, etcétera). En este
sentido, el principio de la diferencia, parece corresponder con un natural
sentimiento de fraternidad: la llamada idea de no desear un mayor bene-
ficio al menos que éste sea en beneficio de las minorías etnoculturales, si
éstas se encuentran entre los grupos más desfavorecidos.52 Como dice

50 Ibidem, p. 103.
51 Ibidem, p. 151.
52 Ibidem, p. 104.
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 37

Rawls, si la idea de fraternidad “es pensada como una noción que incor-
pora los requerimientos del principio de diferencia, no es una concepción
impracticable”.53 De esta manera, es posible asociar las ideas tradiciona-
les de libertad, equidad y fraternidad con la interpretación democrática
de los dos principios como sigue: la libertad corresponde con el primer
principio, igualdad con la idea de igualdad en el primer principio al lado
de la justa igualdad de oportunidades y la fraternidad con el principio de
diferencia.54
Ya que estamos refiriéndonos a los dos principios de la justicia, pare-
ce pertinente dejar claro que cualquier distribución natural no es justa ni
tampoco injusta, es decir, el hecho de que un individuo haya nacido en
una minoría nacional (vascos, catalanes, quebequenses, etcétera), por
ejemplo, o que haya nacido en un pueblo indígena cuya posición sea de
franca desventaja frente a la sociedad dominante, no puede constituir
de ninguna manera un hecho injusto pues éstos son simplemente hechos
naturales. Lo que es justo o injusto es la manera en que las instituciones
básicas de la sociedad operan con estos hechos. Así por ejemplo, las so-
ciedades de castas y las aristocráticas son injustas porque hacen del naci-
miento una contingencia fundamental para pertenecer a una clase social
con mayores o menores privilegios; así también, los Estados nacionales
y sus instituciones pueden privilegiar a una cultura nacional dominante
en detrimento de las culturas de las naciones minoritarias.
En efecto, los sistemas sociales no son órdenes inamovibles más allá
de todo control humano, sino sistemas sujetos a la acción humana. De
esta manera, mediante la aplicación de los dos principios a las institucio-
nes básicas de la sociedad, la sociedad dominante y los integrantes de las
minorías etnoculturales se ponen de acuerdo para compartir su destino
dentro del Estado. En diseñar sus instituciones ellos aceptan los acciden-
tes de la naturaleza y de las circunstancias sociales, sólo cuando es en su
común beneficio. Así, los dos principios de la justicia son una manera
justa de evitar la arbitrariedad de la fortuna y, aunque sin duda imperfec-
tas en muchas formas, las instituciones que satisfacen tales principios
son justas para los integrantes de las minorías etnoculturales.55

53 Ibidem, p. 106.
54 Idem.
55 Ibidem, p. 102.
38 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

En síntesis, en la presente investigación aplicaremos los dos princi-


pios de la justicia normativamente para determinar si el Estado nacional
y sus instituciones básicas, en el momento de acomodar a las minorías
etnoculturales, opera en términos de justicia. Es decir, al evaluar si el
Estado y sus instituciones básicas satisfacen los requerimientos de los
dos principios de la justicia, podremos dar respuesta al principal proble-
ma de esta investigación, o sea, cómo debe tener lugar el acomodo de
las minorías etnoculturales, en términos de justicia, tanto con el Estado-
nación, como con sus instituciones políticas básicas. De esta forma, si el
Estado y sus instituciones políticas básicas satisfacen los dos principios
de la justicia, podríamos decir que han acomodado a sus minorías en tér-
minos de justicia y, en caso de no satisfacer tales requerimientos, proce-
deré a proponer las correcciones que sean necesarias a esas instituciones.
Desde luego, para efecto de realizar lo anterior, será indispensable exa-
minar la relación que cada una de las instituciones políticas básicas de
nuestro interés tienen hacia las minorías etnoculturales para así estar en
posibilidades de concluir si satisfacen o no los dos principios de la jus-
ticia.
En este momento parece oportuno recordar que entre las instituciones
básicas de la sociedad, siguiendo a Rawls, se encuentran aquellas que de-
terminan los principales arreglos políticos de la misma y que normal-
mente están definidas en la Constitución del Estado. Entre estos arreglos
políticos esenciales tenemos a la forma federal asumida por el Estado, la
forma de gobierno que posee o el sistema de derechos que reconoce a sus
ciudadanos. Si tales instituciones políticas básicas son reguladas por los
dos principios de la justicia, podemos decir que la sociedad es justa.
Como dije un poco más arriba, en la presente investigación me con-
centraré en las instituciones políticas básicas del Estado. Ahora bien, por
el impacto que tienen sobre las minorías etnoculturales que se encuen-
tran más organizadas políticamente, he seleccionado para su análisis en
la presente investigación a las siguientes instituciones políticas básicas
del Estado liberal: al propio Estado-nación, el nacionalismo, la autode-
terminación, el federalismo, la autonomía, la secesión, los derechos mul-
ticulturales, la ciudadanía y la democracia. En cada uno de estos casos
tendré que evaluar si estas instituciones operan con base en los dos prin-
cipios de la justicia, para, en caso de que no lo hagan, sugerir las modifi-
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 39

caciones pertinentes a esas instituciones para que operen con base en ta-
les principios normativos.
En consecuencia, el propósito de los siguientes capítulos es examinar
si estas instituciones políticas básicas como son concebidas en los Esta-
dos liberales satisfacen los principios normativos de la justicia para pro-
ceder el acomodo de las minorías etnoculturales. En otras palabras, ana-
lizaré si en las condiciones normales del Estado liberal las instituciones
políticas básicas que hemos mencionado cumplen con las condiciones de
la justicia que establecen los dos principios normativos y, en caso de no
cumplir con ellas, será mi objetivo proponer los cambios que sean nece-
sarios a esas instituciones para que operen en términos de justicia hacia
las minorías etnoculturales. De esta manera y conforme vayamos avanzan-
do en nuestro objetivo, se irá perfilando un modelo teórico de instituciones
políticas básicas que cualquier Estado liberal con minorías etnoculturales
en su interior podría seguir en su proceso de acomodar en términos de
justicia a esas minorías, pues hay que reconocer que normalmente lo que
desean estas minorías es integrarse al Estado y sus instituciones políticas
en condiciones tales que se les permita a sus integrantes gozar de los
mismos derechos y libertades de las que gozan los integrantes de la so-
ciedad dominante. Ahora bien, antes de pasar a cada uno de los capítulos
creo que es conveniente hablar aunque sea muy brevemente sobre cómo
aplicaré los dos principios normativos a las instituciones políticas bási-
cas que he seleccionado.
En todos los casos evaluaré si las instituciones seleccionadas, como se
presentan normalmente en los Estados liberales, operan con base en los
dos principios de la justicia para que, en caso de que no lo hagan, se su-
gieran las modificaciones pertinentes a esas instituciones. De esta forma,
analizaré en el capítulo segundo el papel del Estado nacional frente a las
minorías etnoculturales. Aquí las instituciones políticas básicas examina-
das serán el propio Estado, la nación y el nacionalismo, así como la no-
ción de autodeterminación, tan consustancial a la propia institución estatal.
Al respecto, es importante señalar que la aplicación de los dos principios
de la justicia a estos arreglos políticos esenciales nos harán concluir entre
otras cosas, lo siguiente: que el Estado-nación como construcción institu-
cional ha sido frecuentemente no sólo excluyente, sino también injusto
con las minorías etnoculturales, pues la tradicional concepción que tene-
mos de una nación dominante al interior de cada Estado nacional, con una
40 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

cultura particular y definida es que ha excluido a las minorías etnocultu-


rales por no considerárseles integrantes de esa gran cultura nacional fo-
mentada por el Estado. De esta manera, los principios normativos que
hemos determinado nos sugerirán iniciar el proceso de construcción de
un Estado multinacional más que de un Estado nacional, pues solamente
de esta manera estaremos en posibilidades de integrar a las diferentes
identidades culturales que se encuentran contenidas en los Estados libe-
rales modernos y de satisfacer, en particular, el primer principio de la
justicia que dispone que cada uno de los integrantes de una minoría etno-
cultural debe tener derecho a la más extensa libertad básica, siempre que
ésta sea compatible con una libertad similar para los otros, entendiendo
por los otros a los individuos integrantes de la sociedad dominante o de
otra minoría etnocultural, pues esta igualdad en la distribución de las li-
bertades básicas sólo es posible cuando todas las culturas tienen un espa-
cio dentro del Estado, máxime ante el irrefutable hecho de que los Esta-
dos liberales han estado íntimamente ligados a la idea del Estado
nacional. Asimismo, la construcción de un Estado multinacional y multi-
cultural más que de un Estado nacional dará satisfacción a la segunda
parte del principio de la diferencia que se refiere a la igualdad de oportu-
nidades para todos, incluidos los integrantes de las minorías etnocultura-
les, ya que, por ejemplo, sólo cuando todas las identidades culturales se
encuentran representadas en las instituciones del Estado, podrá existir una
igualdad de oportunidades para el acceso los puestos públicos.
Desde luego, la aplicación de los principios normativos nos llevará a
cuestionar la supuesta neutralidad del Estado-nación y a precisar con to-
da claridad que cualquier identidad nacional es un producto construido
en el cual la participación del Estado es determinante. En efecto, como
se verá en el capítulo correspondiente, la determinación de que la nación
y las nacionalidades son construcciones humanas más que productos na-
turales sobre los cuales no puede intervenir la voluntad humana es deter-
minante para poder aplicar los dos principios de la justicia, pues sólo a
aquellas instituciones en las cuales pueda influir la voluntad humana y
finalmente el Estado, pueden estar sujetas a la aplicación de principios
normativos.
Asimismo, en ese apartado y por su estrecha vinculación con la insti-
tución estatal, tendremos que examinar a la luz de nuestros dos princi-
pios normativos la noción de autodeterminación, noción que histórica y
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 41

teóricamente ha permanecido muy unida a la construcción de los Estados


nacionales. Habrá en consecuencia que repensar a la noción de autode-
terminación en términos de adaptación a los dos principios de la justicia,
en particular, una autodeterminación que se ajuste al primer principio de
la justicia, es decir, una autodeterminación que otorgue un esquema ade-
cuado de libertades y derechos a las minorías etnoculturales, siempre y
cuando estas libertades sean compatibles con las libertades de los demás.
Consecuentemente, definiré una noción de autodeterminación que no sea
tan absoluta a como se ha venido considerando hasta a fecha, para dar lu-
gar a una noción en la cual se puedan incluir a las propias minorías etno-
culturales y que, sobre todo, atienda al primer principio de la justicia.
En el tercer capítulo me referiré a la mejor manera de integrar en tér-
minos de justicia a las minorías nacionales, ya sean éstas naciones subes-
tatales (como pueden ser los vascos, los catalanes o los quebequenses), o
pueblos indígenas, por lo que se hará necesario revisar a las instituciones
del federalismo y de la autonomía. En efecto, por lo que respecta a las
naciones subestatales, podemos observar que la forma más común del fe-
deralismo en el mundo, es aquella que trata de crear sólo una nación den-
tro de todo el territorio del Estado y que es en esencia un federalismo
profundamente centralizado como los que se han seguido, con diferentes
niveles de centralización, en México, Alemania y los Estados Unidos,
parece más una forma de administración territorialmente descentralizada
que una forma federal de real delegación de competencias y autonomías
para los gobiernos de las naciones subestatales, no satisfaciendo en esta
forma federal los principios de la justicia, en particular el primero y la
segunda parte del principio de la diferencia. Ciertamente, al privar a las
naciones subestatales de muchos de sus derechos políticos básicos, entre
ellos el autogobierno, se les priva del máximo de libertades políticas
compatibles con las libertades políticas de los otros; asimismo, se les res-
tringe significativamente la posibilidad de acceder a los puestos de direc-
ción del Estado en igualdad de condiciones. Por lo anterior, propondré
una forma federal más afín a la aplicación normativa de estos dos princi-
pios, para lo cual revisaré las formas del federalismo multinacional y asi-
métrico, cuyos ejemplos en España, Canadá, Bélgica o Suiza, nos pue-
den servir como modelos iniciales que vale la pena comentar, pues las
formas del federalismo multinacional se ajustan en mayor medida a los
dos principios normativos de la justicia y permiten un mejor acomodo de
42 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

las minorías en términos de justicia. Asimismo, como se hace con las na-
ciones subestatales, en el caso de los pueblos indígenas, la mejor forma de
que operen los dos principios de la justicia es a través de la asignación
de un régimen de autonomía que les permita gozar de un esquema ade-
cuado de derechos y libertades compatibles con las libertades de los inte-
grantes de la sociedad dominante, al tiempo que tienen la posibilidad de
reproducir su cultura, mientras se abre la posibilidad de que los indíge-
nas ocupen los puestos públicos de sus propias instituciones de gobierno.
Al hablar del federalismo y de la autonomía, se hace necesario referir-
nos a la posibilidad de secesión. De esta manera, se hace indispensable
examinar en qué casos la secesión puede resultar procedente conforme a
los dos principios de la justicia, y en cuáles otros es notoriamente injusta
por no sujetarse a los principios normativos que dirigen nuestra investi-
gación. Así por ejemplo, cuando la secesión puede ocasionar graves per-
juicios económicos a todos los integrantes de la nación mayoritaria, no
parece viable tal secesión conforme a la primera parte del principio de la
diferencia. También con base en semejante principio, no sería viable una
secesión que creara un Estado que careciera de los recursos económicos
suficientes para competir en la arena internacional de Estados, pues en
tal caso los mismos secesionistas se verían afectados no sólo en la distri-
bución de sus beneficios económicos y sociales, ya que podrían verse en
peores condiciones económicas que cuando formaban parte un Estado
nacional dominante, sino que además, esto podría ocasionar una merma
en la distribución de sus libertades y derechos básicos, lo cual atentaría
contra lo que dispone el primer principio de la justicia, pero sobre todo,
significaría, como en el primer caso, una afectación a la primera parte del
segundo principio. Así, se examinará en la parte correspondiente cuándo
la secesión es institucionalmente viable para el acomodo de las minorías,
conforme a los dos principios de la justicia.
También en este tercer capítulo revisaremos a los inmigrantes que go-
zan de la ciudadanía en un Estado-nación, es decir, a aquellos grupos de
personas que han llegado a un Estado que posee una política especial
de inmigración y que les otorga el derecho de convertirse en ciudadanos
después de un determinado periodo de tiempo. Sobre este tipo de inmi-
grantes, examinaré aquellos derechos multiculturales que les permiten un
acomodo dentro del Estado nacional y sus instituciones en términos de
justicia, siendo precisamente estos derechos multiculturales, los acuerdos
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 43

políticos básicos sobre los que aplicarán los dos principios de la justicia.
Así por ejemplo, aquellos derechos lingüísticos que les permiten a los in-
migrantes recibir determinados servicios públicos en su idioma original
(piénsese en los sistemas educativos estatales que otorgan educación bá-
sica en la lengua madre de los inmigrantes) facilitarán la integración de
estas minorías al Estado y sus instituciones, pues parece indiscutible que
el idioma, por lo menos durante un lapso de tiempo razonable (cuando
menos en lo que se aprende la lengua del Estado receptor), es indispen-
sable para que las minorías etnoculturales producto de la inmigración go-
cen plenamente de las libertades básicas a que refiere el primer principio
de la justicia, pues por ejemplo, la libertad de expresión y la libertad de
asociación sólo son posibles entre quienes entienden el mismo idioma,
siempre y cuando el Estado y sus instituciones les reconozcan el derecho
de ejercer esas libertades bajo las condiciones que impone la lengua ver-
nácula. En otras palabras, corresponde revisar en esta sección los térmi-
nos de la integración de este tipo de inmigrantes al propio Estado liberal,
pues para ellos es de vital importancia poder negociar en condiciones de
justicia los términos de su integración al Estado receptor, y así conseguir
aquellos cambios al interior de las principales instituciones de la socie-
dad —escuelas, centros de trabajo, tribunales, fuerzas policíacas y órga-
nos de asistencia social—que les permitan de una manera más sencilla
participar de esas instituciones. Si los términos de esta negociación, que
frecuentemente está determinada por la naturaleza de los derechos multi-
culturales que se les reconozcan, se sujeta a los dos principios normati-
vos que rigen nuestra investigación, estaremos en condiciones de señalar
que los términos de semejante negociación han sido justos y finalmente
facilitarán su integración.
En el cuarto capítulo abordaré la relación que tiene lugar entre aque-
llos inmigrantes que no poseen la ciudadanía o bien, que les ha sido nega-
da de alguna manera por el Estado receptor. En efecto, tradicionalmente
los procesos de construcción de los Estados nacionales han considerado
como políticamente relevante solamente a aquel segmento de la pobla-
ción que es ciudadana o bien, que tiene la capacidad de llegar a serlo. Sin
embargo, en los Estados contemporáneos podemos apreciar que hay un
segmento de seres humanos que no tienen la posibilidad de llegar a ser
ciudadanos, esencialmente por la negativa de los Estados receptores para
otorgarles la ciudadanía. En este grupo humano, que se encuentra en casi
44 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

todos los Estados contemporáneos en mayor o menor número según el


nivel de desarrollo de los mismos, podemos apreciar esencialmente a los
inmigrantes indocumentados y a los buscadores de asilo, a quienes siste-
máticamente se le ha negado la posibilidad de poder convertirse en ciu-
dadanos. Ahora bien, el hecho de que se le haya negado la ciudadanía a
un importante grupo humano, implica una violación importante tanto al
primero como al segundo principio de la justicia, pues quebranta de ma-
nera significativa los principios de igualdad contenidos en ambos princi-
pios, ya que se les niega, de hecho, el goce de todas las libertades y los
derechos básicos a que se refiere el primer principio de la justicia.
En efecto, una de las consecuencias inmediatas de la carencia de ciu-
dadanía y de la imposibilidad de adquirirla por parte de los inmigrantes
indocumentados y de los buscadores de asilo es que se les mantiene per-
manentemente, o cuando menos por muchos años, al margen de toda po-
sibilidad de poseer los derechos propios de la ciudadanía, lo que los co-
loca en una permanente situación de desigualdad con relación al resto de
la población que sí posee los derechos propios de la calidad ciudadana,
violentando de esta manera el primer principio de la justicia, pues entre
los derechos propios de la ciudadanía se encuentran muchos de los dere-
chos básicos de que debería gozar todo individuo en una Estado liberal,
como son todos los derechos políticos (derecho al voto activo y pasivo o
el derecho a la asociación política). Efectivamente, el primer principio de
la justicia señala que todos deben gozar de un adecuado esquema de de-
rechos y libertades básicas que sean compatibles con las libertades bási-
cas de los otros, luego entonces, al existir un importante segmento de la
población que no puede gozar de los derechos básicos por estar en un es-
tado de ilegalidad sostenido por el Estado receptor que niega el otorga-
miento de la ciudadanía, tenemos que no todos gozan del máximo de li-
bertades y derechos a que se refiere ese principio. El problema aquí es
que para gozar de las libertades y derechos a que se refiere el primer
principio de la justicia de Rawls, normalmente y en la práctica, se re-
quiere poseer la calidad de ciudadano, pues tradicionalmente los Estados
liberales han otorgado esos derechos sólo a sus ciudadanos.
Ahora bien, el problema radica en los términos en los cuales se ha de-
finido a la ciudadanía, los que han excluido casi siempre a importantes
segmentos humanos, siendo en la actualidad los inmigrantes indocumen-
tados o los buscadores de asilo, que se cuentan por millones, probable-
EL ESTADO ACTUAL DEL DEBATE MULTICULTURAL 45

mente los grupos más perjudicados. Esta negativa a otorgar la calidad


ciudadana a los grupos que hemos señalado, ha provocado también que
se les impida toda posibilidad de participar en el gobierno del Estado en
el cual residen y al que obedecen como si fueran ciudadanos, con lo que
se quebranta también la segunda parte del segundo principio de la justi-
cia de Rawls, aquel que señala que los cargos públicos deben estar abier-
tos a todos en igualdad de condiciones, pues no hay para ellos ninguna
condición de igualdad en la competencia política por esos puestos, no
obstante que están sujetos al gobierno del Estado en que residen.
Para corregir las graves desigualdades a que he hecho referencia ante-
riormente, se hace necesario diseñar una noción de ciudadanía que inte-
gre, en términos de justicia y conforme a los dos principios normativos
que guían mi investigación, a estas minorías que actualmente se encuen-
tran impedidas de alcanzar la ciudadanía. Se hará pues necesario modifi-
car la idea que tenemos sobre la ciudadanía para integrar a estos grupos
humanos plenamente en sus derechos y en condiciones de igualdad, ya
que cualquier Estado que se precie de ser liberal tendrá que considerar
irremediablemente a los inmigrantes indocumentados y a los buscadores
de asilo. Éste es el propósito del cuarto capítulo.
Finalmente, en el quinto y último capítulo examinaré a la luz de los
dos principios de la justicia a las instituciones propias de la democracia
en los Estados liberales. Para ello pondré mi atención inicial en las for-
mas de la democracia mayoritaria, que han sido tradicionalmente las más
favorecidas en los procesos de construcción de los Estados nacionales y
demostraré cómo estas formas de la democracia mayoritaria, con sus ins-
tituciones clásicas de poderes ejecutivos dominados por un partido que al
mismo tiempo predomina sobre los legislativos locales, con su sistema
unidimensional de partidos y con su sistema desproporcionado de repre-
sentación partidista, impiden la aplicación del primer principio de la jus-
ticia, ya que por su naturaleza excluyente en la competencia política, evi-
tan que los integrantes de las minorías etnoculturales gocen de todos los
derechos y libertades políticas esenciales que sean compatibles con las
libertades de todos los demás, obstaculizando la integración política y la
participación democrática de esas minorías en términos de justicia.
Asimismo, las formas de la democracia mayoritaria al favorecer, nor-
malmente, tanto el predominio de un partido en el Poder Ejecutivo, co-
mo el juego estricto de dos únicos partidos políticos en las asambleas le-
46 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

gislativas, ha provocado la exclusión no sólo de las minorías etnocul-


turales, sino también de amplios segmentos representativos de la socie-
dad dominante para acceder a los cargos públicos, lo que evidentemente
no satisface la aplicación del segundo principio de la justicia. Es por ello
que para corregir las imperfecciones de la democracia mayoritaria, su-
giero en el capítulo quinto la inclusión de algunas de las instituciones
propias de la democracia consensual, así como de la representación de
grupo cuando éstas sean necesarias, ya que así estaremos en condiciones
de que el primer principio de la justicia opere con mayor amplitud den-
tro de los Estados liberales, sobre todo en lo concerniente al disfrute de
los derechos y las libertades políticas básicas. También la representación
de grupo y las instituciones propias de la democracia consensual abren
mayores márgenes de igualdad en la contienda política para las minorías
etnoculturales, pues mediante ellas pueden tener la posibilidad de acce-
der y participar del gobierno de un Estado, con lo que la segunda parte del
principio de la diferencia pueda imperar normativamente, generando que
los puestos públicos estén abiertos a la competencia política para todos
en igualdad de condiciones, o cuando menos en condiciones no tan desi-
guales como se encuentran en la actualidad.
En síntesis y como señalé un poco más arriba, en la presente investi-
gación reflexionaré sobre algunas de las instituciones políticas básicas
que nos permitan la aplicación normativa de los dos principios de la jus-
ticia para el acomodo de las minorías dentro de los Estados liberales en
condiciones de mayor justicia. De esta manera y conforme vayamos avan-
zando en nuestro objetivo, se irá perfilando un modelo teórico de institu-
ciones políticas básicas que cualquier Estado liberal con minorías etno-
culturales en su interior podría seguir en su proceso de construcción o
consolidación.
CAPÍTULO SEGUNDO
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL

I. Introducción: Estado liberal y Estado nacional . . . . . . . . . . 47


II. La nación como construcción: distinción entre Estado y na-
ción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
III. La nación como una construcción: la aplicación de los prin-
cipios de la justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
IV. Autodeterminación como espacio público y los dos princi-
pios de la justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
CAPÍTULO SEGUNDO

LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL

I. INTRODUCCIÓN: ESTADO LIBERAL


Y ESTADO NACIONAL

Desde el liberalismo y bajo la perspectiva de los principios liberales,


existe un problema fundamental para comenzar el estudio del Estado-na-
ción con relación a las minorías etnoculturales: se ha considerado que el
liberalismo es ajeno a cualquier noción de Estado nacional. Tal concep-
ción es equivocada pues todo Estado liberal se ha visto intrínsecamente
vinculado a la existencia de un Estado nacional, es decir, a la existencia
de un Estado que mantiene una estrecha relación con la idea de una na-
ción, entendiendo por nación a aquel conjunto de valores, principios,
acuerdos y tradiciones que identifican a los individuos de una sociedad
política como miembros de una misma nacionalidad o como copartícipes
de una identidad común. En efecto, en las condiciones de las sociedades
modernas no sería posible pensar en un Estado en el cual imperen los de-
rechos liberales, si no contáramos con algún elemento que permitiera a
los integrantes de la sociedad política identificarse alrededor de esos va-
lores e identificarlos como parte de su identidad; es precisamente la idea
de nación la que proporciona la coherencia suficiente a los miembros de
la sociedad política para que, partiendo de un conjunto de principios
compartidos, entre los cuales se encuentran los principios liberales, de-
manden su reconocimiento y respeto. En otras palabras, sin un Estado
nacional parece imposible pensar que las nociones de libertad e igualdad
propias del Estado liberal y contenidas en los principios de la justicia,
pudieran contar entre la población de un Estado con los apoyos necesa-
rios para que esos principios y valores imperaran entre todos sus inte-
grantes, ya que debemos considerar siempre que es el Estado quien otor-
ga una serie de soportes y protecciones institucionales a esos valores y

47
48 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

principios funcionen; pensemos, por ejemplo, en la necesidad de tribuna-


les en los que operen los procedimientos indispensables para que los
principios liberales sean una realidad entre la población. En otras pala-
bras, todos los Estados liberales han requerido de una identidad nacional
que permita a cada uno de sus integrantes identificarse alrededor de los
principios liberales que consideran como parte de su identidad común y
que al mismo tiempo les ayude a crear los soportes institucionales y le-
gales suficientes para que tales principios imperen.
Lo mismo piensa Margaret Canovan cuando critica la posición asumi-
da por algunos de los pensadores liberales más importantes de la posgue-
rra, pues nos dice que un

número significativo de pensadores neoliberales son explícitamente hosti-


les a cualquier concepción de la política que posea cualquier alusión co-
lectiva. En particular, desde la Segunda Guerra Mundial, con sus aspira-
ciones dirigidas a la conformación de una solidaridad de grupo propia de
los tiempos de guerra, ha habido en la Gran Bretaña un grupo de pensado-
res liberales, escépticos y conservadores, que han protestado contra toda
noción de la política como un proyecto colectivo... ellos fueron igualmen-
te hostiles a cualquier forma de política comunitaria, incluyendo el nacio-
nalismo... Sin embargo, intentaré demostrar que inclusive esos liberales
no pueden evitar la existencia de la comunidad política, ni del Estado-na-
ción.56

Entre los liberales a los que se refiere Canovan, encontramos a Hayek,


quien es uno de los pensadores liberales más radicales y conservadores
de la posguerra, el cual consideraba nociva para la libertad humana cual-
quier forma de nacionalismo. Hayek estaba a favor de una mínima inter-
vención del Estado en la vida pública y en la economía, conceptualizaba
al Estado como un simple Estado vigilante encargado básicamente de la
seguridad y el orden, al tiempo que permitía que los individuos realiza-
ran libremente sus actividades en la sociedad.57 Otro pensador importan-

56 Canovan, Margaret, Nationhood and Political Theory, Gran Bretaña, Edward


Elgar Publishing Limited, 1996, p. 38. La traducción y las cursivas son mías.
57 Véase Hayek, Friedrich A., Camino de servidumbre, Madrid, Alianza Editorial,
1990; Derecho, legislación y libertad, Madrid, Union, 1988, t. II; Constitution of Liberty,
Gran Bretaña, 1995. Un valioso artículo que explica la influencia intelectual de Hayek y
cómo su liberalismo sirvió de bandera ideológica para los grupos neoliberal-conservado-
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 49

te dentro del liberalismo aunque con bases teóricas distintas a las Hayek,
pero que también se opone a cualquier tipo de identidad nacional o co-
lectiva es Michael Oakeshott, quien en uno de sus tantos escritos se de-
claró un liberal radical, conservador y enemigo de los nacionalismos.58
Coincidiendo con Canovan, podría decir que la pretensión de estos li-
berales que se oponen a cualquier tipo de identidad nacional es evidente-
mente equivocada, pues tradicionalmente los Estados liberales tienen que
promover una identidad nacional que sea favorable no sólo a la protec-
ción y garantía de los derechos y las libertades esenciales de los indivi-
duos, sino también de todos aquellos otros valores esenciales al Estado
liberal y democrático. Tan ha sido de esta manera que esos Estados siem-
pre se han manifestado, cuando menos tácitamente, a favor de la consoli-
dación de una forma estatal que institucionalmente garantice la protec-
ción de tales principios liberales. Asumir lo contrario sería tanto como
suponer que las sociedades liberales son naturales o producto de la gene-
ración espontánea, algo que quisieran pensadores como Hayek, quien ex-
presamente ha señalado que hay que dejar todo al libre mercado y éste
creará todas las condiciones sociales necesarias para el desarrollo huma-
no. Semejante posibilidad es insostenible e irreal, pues el entramado ins-
titucional que se requiere para mantener en plena vigencia todos y cada
uno de los principios liberales sólo puede ser brindado por la cohesión
que proporciona una nacionalidad, con todo su poder de convocatoria y
movilización, así como por el Estado y su fuerza coactiva. Es más, el na-
cionalismo y el Estado me parecen condiciones necesarias para la exis-
tencia de una sociedad con valores liberales, pues como correctamente
dice Canovas

...cuando pensamos acerca de sus condiciones [del Estado liberal], nos da-
mos cuenta que ellas son posibles sólo a través de una serie de actos que
pueden ser equilibrados de manera más bien difícil. El Estado debe ser
fuerte y efectivo sin ser excesivamente coercitivo: debe ser capaz de mo-
vilizar, en su favor, el apoyo de un gran sector de la población... La socie-
dad civil ha sido posible debido a que los individuos han sido liberados de

res: Wainwright, Hilary, “Frederick Hayek and the Social-Engineering State”, Arguments
for a New Left, Gran Bretaña, pp. 41-65.
58 Oakeshot, Michael, Rationalism in Politics and other Essays, Londres, Methuen
and LTD, 1992, pp. 37-58, 168-196.
50 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

sus identidades comunales y, en su lugar, han llegado a ser miembros de


una nueva y más abstracta comunidad nacional que trasciende a la etnici-
dad. Seligman argumenta que “la generalización y universalización de la
confianza” implicada en este proceso de construcción nacional ha sido una
condición necesaria para el tipo de legitimidad democrática y el manejo
de conflictos propios de una sociedad civil.59

Para Miquel Caminal, tanto el nacionalismo y como el liberalismo na-


cen de la misma modernidad, ambas son producto de las condiciones
propias de las sociedades modernas, pues para él una

sociedad civil de individuos libres y anónimos solamente se puede cons-


truir desde la coincidencia inicial entre las fuerzas que promueven el libe-
ralismo y el nacionalismo, puesto que la afirmación de la libertad de los
individuos frente al absolutismo monárquico implica la necesidad de una
referencia institucional que los haga igualmente miembros de una comuni-
dad imaginaria: la nación. Esto no obliga a una evolución coincidente en-
tre liberalismo y nacionalismo, pero sí que nacen de la misma moderni-
dad.60

Con lo anterior, sólo deseo subrayar que cualquier estudio sobre la


aplicación de principios normativos liberales deberá reconocer siempre
la importancia de las nociones de nación y Estado nacional, así como la
estrecha vinculación que existe entre el Estado liberal y el nacionalismo.
Debido a semejante importancia, la primera institución sobre la que exa-
minaré la aplicación de los dos principios de la justicia para el acomodo
de las minorías etnoculturales es precisamente el Estado-nación.61
Ahora bien, la satisfacción de los dos principios normativos que diri-
gen nuestra investigación en los Estados liberales que se han organizado
bajo la forma de Estados nacionales, tal y como aparecen en la realidad
política, no es tan clara, pues en ellos no siempre se satisfacen las condi-
ciones de la justicia liberal. En primer lugar habría que aclarar que no to-
dos los Estados nacionales son liberales, ya que si echamos un vistazo al

59Canovan, Margaret, op. cit., nota 56, pp. 39-41. La traducción es mía.
60Caminal, Miquel, El federalismo pluralista. Del federalismo nacional al federa-
lismo plurinacional, Barcelona, Paidós, 2002, p. 44.
61 En adelante me referiré al Estado-nación y al Estado nacional como sinónimos.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 51

contexto internacional, sólo algunos de los Estados nacionales que apare-


cen en el mundo han abrazado los principios liberales. Lo contrario, en
cambio, es diferente: todos los Estados liberales se han constituido, de al-
guna u otra manera, en Estados nacionales y han abrazado la idea de una
nación como sustento de identidad entre su población y como soporte
para los principios liberales. Para ilustrar esto último, piénsese sólo en
una encuesta realizada recientemente en los Estados Unidos —indiscuti-
blemente un Estado nacional—, en la cual se les preguntaba a los entre-
vistados qué era lo que históricamente había definido a la nación esta-
dounidense, la respuesta fue que los valores de la libertad (la libre
empresa entre otros) y la democracia.62
De esta forma, parece indispensable que nuestras indagaciones se diri-
jan a examinar si los Estados liberales que han asumido la forma de Esta-
dos nacionales satisfacen los dos principios de la justicia en el momento
en que proceden al acomodo de las minorías etnoculturales, máxime que
los Estados nacionales como construcción histórica no desaparecerán en
el futuro previsible, por lo que tendrán que hallar los términos de su con-
vivencia con las minorías que se encuentran en su interior. En efecto,
puedo decir sin temor a equivocarme que el proyecto de construcción del
Estado-nación, iniciado en el Renacimiento y realizado con gran energía
en la mayoría de los Estados europeos y americanos durante los siglos
XVIII y XIX, continuará y que uno de sus nuevos retos es encontrar los
términos de una convivencia justa con sus minorías etnoculturales. De
igual manera, parece que este proyecto también tiene una larga historia
que recorrer en aquellos países de África y Asia que iniciaron tardíamen-
te la construcción de sus Estados-nación hacia la segunda mitad del siglo
XX, con el derrumbe de las potencias coloniales. Al respecto, hay que
reconocer que tal proceso ya no podrá ser igual a como se ha venido de-
sarrollando hasta ahora, pues las nuevas condiciones políticas y el nuevo
contexto global63 han planteado un nuevo escenario al cual se deberán

62 Este dato lo escuché en el uno de los reportes informativos del noticiero W Radio,
que corre entre la semana del 5 al 9 de julio de 2004.
63 Indiscutiblemente una obra fundamental para la comprensión de los fenómenos de
la globalización siguen siendo los trabajos de Anthony Giddens, en particular recomien-
do por ser pionera en el tema y por la calidad de su análisis, Giddens, Anthony, Moder-
nity and Self Identity. Self and Society in the Late Modern Age, Cambridge, Polity Press,
1991.
52 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

adaptar los Estados nacionales. Entre estas nuevas condiciones se en-


cuentran, como decía, las que son impuestas por la presencia de las dife-
rentes identidades etnoculturales que existen al interior de los mismos
Estados nacionales.
No obstante lo anterior, hay quienes consideran que la búsqueda del re-
conocimiento de la diversidad cultural puede ser autodestructiva del mis-
mo Estado nacional. Creo honestamente que semejante aseveración es
exagerada, pues es muy claro que los Estados nacionales no desaparecerán
y que, en consecuencia, tendremos que encontrar la forma más adecuada
para que las minorías etnoculturales convivan con los Estados-nación en
que se encuentran ubicadas. Lo que urge es encontrar la manera de que
las identidades culturales de las minorías se acomoden en términos de
justicia dentro de la propia identidad cultural que han construido los
Estados nacionales.
En efecto, ni la globalización, ni el paulatino avance de los derechos
de las minorías implicarán que el Estado nacional, como institución polí-
tica básica en el mundo, desaparezca, más bien habrá que decir que se
encuentra en un proceso de acomodo a estas nuevas realidades, pues co-
mo correctamente dice David Miller, no hay en las condiciones contem-
poráneas ninguna entidad política, capaz de sustituir al Estado-nación.64
En otras palabras, si el Estado nacional subsistirá como unidad política
esencial y ésta alojará a una o varias minorías etnoculturales que por una
razón u otra no se sienten completamente parte de esa comunidad nacio-
nal creada por el Estado, pero que no quieren o no pueden de forma rea-
lista formar un Estado propio, entonces habrá que encontrar los términos
justos de una convivencia entre el Estado nacional y las minorías etno-
culturales que se desenvuelven en su interior. Ahora bien, ¿cómo puede
el Estado nacional satisfacer las principios de la justicia al momento aco-
modar a sus minorías etnoculturales? Me concentraré en dar respuesta a
este problema en el presente capítulo, por el momento sólo puedo ade-
lantar que las identidades nacionales dominantes del Estado deben ser
transformadas de manera que las minorías etnoculturales puedan ser in-
cluidas, lo cual pasa por considerar la necesidad de aplicar los princi-
pios de la justicia a la idea de nación que han construido los Estados na-
cionales.

64 Miller, David, Sobre la nacionalidad, Barcelona, Paidós, 1997, pp. 227 y 228.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 53

Sin embargo, al reflexionar sobre la posibilidad de que los principios


normativos de la justicia puedan ser aplicados a un arreglo institucional
tan importante como lo es la idea de nación, encuentro en el estado ac-
tual de la ciencia importantes dificultades para tal efecto. En primer lu-
gar, un segmento importante de estudiosos de la teoría política liberal
entre los que se encontraban, por ejemplo, Berlin, Popper y Barry, han
considerado irrelevante el estudio de las identidades nacionales. Una po-
sible explicación a semejante desinterés por tales temas puede quizá en-
contrarse en el hecho de que sobre todo los temas referidos a la nación y
los nacionalismos fueran asociados con el totalitarismo de la primera mi-
tad del siglo XX. En efecto, estos temas estuvieron casi ausentes de la
teoría política desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pues se les
atribuyó, en exceso, la formación de los nacionalismos beligerantes, par-
ticularmente del nacionalsocialismo en Alemania y del fascismo en Ita-
lia. De esta manera, al final no faltó quien viera en los nacionalismos y
los Estados nacionales la única causa de tan terrible conflagración inter-
nacional y de algunos de los genocidios cometidos en esa época. Inclusi-
ve, son muchos los teóricos de la posguerra que declararon el fin de las
naciones y de los nacionalismos, o cuando menos eso hubiesen querido
ver; entre éstos me viene a la memoria Karl Popper, para quien cualquier
tipo de nacionalismo podía asociarse con los totalitarismos, el regreso al
tribalismo, a la sociedad cerrada y a la limitación de la libertad huma-
na.65 También para Isaiah Berlin los nacionalismos pueden ser fuente de
totalitarismos y de peligro para la libertad humana.66 Recientemente al-
gunos teóricos, como Brian Barry, han reconocido que pertenecen a una

65 En efecto, Popper al referirse a la civilización occidental hace los siguientes co-


mentarios: “Se ha tratado de demostrar que esta civilización no se ha recobrado comple-
tamente de la conmoción de su nacimiento, de la transición de la sociedad cerrada tribal
o «cerrada», con su sometimiento a las fuerzas mágicas, a la «sociedad abierta», que po-
ne en libertad las facultades críticas del hombre. Se intenta demostrar, asimismo, que la
conmoción producida por esta transición constituye uno de los factores que hicieron posi-
ble el surgimiento de aquellos movimientos reaccionarios que trataron, y tratan todavía,
de echar por tierra la civilización para retornar a la organización tribal... De este modo,
se procura contribuir a la comprensión general del totalitarismo y de la significación que
entraña la perpetua lucha contra el mismo”. En Popper, Karl R., La sociedad abierta y
sus enemigos, Barcelona, Paidós, 1992, p. 15.
66 Berlin, Isaiah, Four Essays on Liberty, Reino Unido, Oxford University Press,
1969.
54 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

generación sacudida por la Segunda Guerra Mundial, por los nacionalis-


mos y los totalitarismos europeos y que, precisamente por ello, su inten-
ción era teorizar sobre la libertad y no sobre algo que pudiera poner en
peligro al liberalismo, como podían ser los temas de la nación y los na-
cionalismos.67
En fin, independientemente de cuáles hayan sido las causas de tal au-
sencia en el debate, es una realidad que los problemas derivados de la
formación de los Estados nacionales y de los nacionalismos fueron esca-
samente desarrollados por la teoría política. Más aún, estos temas tampo-
co aparecen explícitamente en la seminal obra de Rawls, Teoría de la
justicia, pues Rawls jamás se plantea explícitamente cómo aplicar estos
principios normativamente al Estado nacional y a la nación.
Como estos problemas son prácticamente ignorados por todos los teó-
ricos liberales, entonces ellos se concentraron mucho más en la discusión
moral y en la determinación de principios que en los problemas políticos
derivados del Estado nacional, no digamos en los problemas que pudie-
ran existir entre los Estados nacionales y las minorías etnoculturales. Así
lo entiende Margaret Canovan cuando escribe sobre la nacionalidad, pues
como bien lo ha tratado de demostrar:

no obstante el comprensible desdén por el nacionalismo que ha sido mos-


trado por la mayoría de los pensadores políticos anglófonos, la teoría polí-
tica contemporánea es profundamente dependiente de una nacionalidad
tácitamente asumida... Los liberales que teorizan acerca de la justicia in-
ternacional y los derechos humanos no se piensan a sí mismos como utopis-
tas cuyos ideales no tienen relevancia práctica; sin embargo, ellos muestran
poco interés en las posibles fuentes del poder político que serían necesa-
rias para implementar sus ideales. Aunque parezca sorprendente, muchos
teóricos políticos contemporáneos rara vez piensan acerca de las fuentes,
los costos y las limitaciones del poder político, pretendiendo asumir que el
consenso popular y el poder no coercitivo estarán siempre a su disposición
cuando se les requiera. Mi propuesta es que la cadena perdida en estas teo-
rías es proporcionada por la nacionalidad, la cual genera, en ciertos casos,
un poder colectivo que hace posible la realización de las aspiraciones de
democracia, justicia social y derechos humanos.68

67 Barry, Brian, op. cit., nota 23, 2001.


68 Canovan, Margaret, op. cit., nota 56, p. 114.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 55

Ahora bien, me parece que la responsabilidad del desinterés de los li-


berales por los estudios sobre la nación y los nacionalismos no sólo debe
hacerse caer sobre algunos teórico liberales, también los partidarios del
nacionalismo tuvieron una gran responsabilidad en ello, pues frecuente
se han manifestado hostiles a las tesis liberal-individualistas, mismas que
consideraron como adversas para la conformación de una identidad na-
cional. Y esto sucede tanto en la vertiente idealista del nacionalismo, que
tiene en Hegel a uno de sus máximos exponentes teóricos,69 como en la
vertiente cívica del nacionalismo.
En efecto, pensemos en la división que de los nacionalismos hace
Liah Greenfeld quien ha diferenciado entre aquellos movimientos nacio-
nales en los cuales la legitimación del Estado reside en los principios li-
berales (nacionalismo cívico), de los que defienden una cultura preexis-
tente como legítima fuente del poder político (nacionalismo idealista o
étnico). De esta forma, Greenfeld precisa que hay cinco vías nacionalis-
tas hacia la modernidad, tres de ellas representarían el nacionalismo cívi-
co y la faceta occidental: Francia, Inglaterra y Estados Unidos; mientras
que lo que llama la faceta oriental estaría representada por Alemania y
Rusia, partidarias tradicionales del nacionalismo idealista o étnico.70
Aunque es importante aclarar que normalmente la mayoría de los na-
cionalismos que aparecen en el mundo comprenden una combinación de
ambos, me parece que el nacionalismo idealista o étnico ha sido un mo-
delo mucho más utilizado que el modelo cívico, sobre todo después del
final de la Segunda Gran Guerra, ya que con el derrumbe del colonialis-
mo y la conformación de muchos Estados-nación en Asia y África, éstos
adoptaron frecuentemente un modelo cercano al nacionalismo idealista,
que además en muchas ocasiones les facilitaba la construcción de un
Estado autoritario y fuertemente centralizado, carente de muchas de las
libertades básicas. El gran peligro que semejante forma de nacionalismo
representa para el liberalismo es que el soporte del poder político se hace
residir en una identidad dominante y excluyente como puede ser la raza,
una etnia, la religión o en una cultura predeterminada que identifica de

69 Véase en particular la tercera parte del libro de G. W. F. Hegel, en el que desarro-


lla la concepción ética del Estado y su evolución a través de la historia: Philosophy of
Right, Estados Unidos, Prometheus Books, pp. 155-350.
70 Greenfeld, Liah, “Nationalism. Five Roads to Modernity”, en Caminal, Miquel,
op. cit., nota 60, p. 54.
56 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

una buena vez y para siempre a sus integrantes. Así, quienes no forman
parte de esta entidad excluyente —raza, etnia, o cultura preexistente—
son expulsados de la nación, no existiendo, en consecuencia, en esta for-
ma nacional una primacía de los principios liberales. Uno de los ejem-
plos más bárbaros de este tipo de nacionalismo es el alemán del nazismo,
que hablaba de la superioridad racial de los arios y la exclusión de otras
razas, en particular de los judíos. Otra forma de este tipo de nacionalis-
mo, desde luego nunca tan violenta como el nacionalsocialista alemán,
pero excluyente a su manera, se pueden encontrar en el movimiento na-
cionalista religioso de Irán a finales de la década de los setenta y princi-
pios de los ochenta, y que culminó con el movimiento que derrocó al Sha
de Irán, colocando en el poder político a una elite religiosa musulmana
que generó una conciencia nacional adversa a muchos de los valores li-
berales. Este gobierno fue tan adverso a ciertos derechos y libertades bá-
sicas que, por ejemplo, llegó a dictar una sentencia de muerte en contra
de Salman Rusdie por el solo hecho de haber publicado un libro que, se-
gún las autoridades religiosas de Irán, atentaba contra los valores del
Islam.71 También el sionismo israelí está dominado por una fuerte carga
religiosa y ha dado origen a un poderoso movimiento nacionalista dentro
de la comunidad hebrea, un movimiento religioso excluyente en particu-
lar de los palestinos y a favor de una nación y un Estado religioso.72
Pero si los nacionalismos idealistas podían ser intolerantes, tampoco
los nacionalismos cívicos de países como Estados Unidos, Francia o
Inglaterra, habían sido excepcionalmente tolerantes no obstante su dis-
curso sobre los derechos liberales, piénsese por ejemplo en la exclusión
de los afroamericanos e hispanos en los Estados Unidos, de los musul-
manes en Francia y de los irlandeses católicos en el Reino Unido. Claro
está, la exclusión que se da en los países que han adoptado un nacionalis-
mo cívico es mucho más sutil y normalmente opera a través de la segre-

71 Examino con un poco más detalle el caso Salman Rushdie al final del breve ensa-
yo que escribí para el VII Congreso Iberoamericano de Derecho Constitucional. Ibarra
Palafox, Francisco, “¿Pueden los derechos de las minorías tener algún sentido en una
Constitución liberal?, en Carbonell, Miguel (coord.), Derechos fundamentales y Estado.
Memoria del VII Congreso Iberoamericano de Derecho Constitucional, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2002, pp. 815-825.
72 Algunas características interesantes de la religión ortodoxa judía pueden exami-
narse en la interesante película Kadosh Sagrado, Francia-Israel, 1999, Director Amos Gi-
tai, Actores: Yoram Hattab, Maitel Barda, Uri Ran-Klausner y Leo Koening.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 57

gación económica (bajos empleos y salarios), cultural (escaso acceso a la


educación) y política (casi nulo ingreso a los puestos públicos, bajos ni-
veles de votación y escaso acceso a las instituciones públicas), sin em-
bargo, desde luego que no deja de ser exclusión.
En fin, baste lo anterior para resaltar el hecho de que no sólo los libe-
rales, sino también los partidarios de aquellos nacionalismos que pueden
ser adversos a los principios liberales, han justificado y desalentado a
muchos en su interés para abordar el análisis de sobre la nación y las
identidades nacionales. Afortunadamente, como se puede desprender de
los estudios que han iniciado algunos teóricos liberales entre los que se
encuentran la propia Margaret Canovan o el acento que ha puesto Ky-
mlicka en la necesidad de estudiar al Estado nacional, parece que co-
mienza a cambiar ese desinterés por los estudios sobre el nacionalismo y
el Estado nacional. En este sentido, recuperar los estudios encaminados a
resolver los problemas derivados de la nación y de los nacionalismos pa-
rece ser el primer paso para avanzar en nuestro objetivo de examinar có-
mo pueden ser acomodadas las minorías dentro del Estado nacional con-
forme a los principios de la justicia. Ahora bien, el siguiente paso será
determinar si las naciones son productos naturales o construcciones hu-
manas y políticas, si son esto último, podremos pensar en la aplicación
de los principios de la justicia a la noción institucional de nación.

II. LA NACIÓN COMO CONSTRUCCIÓN: DISTINCIÓN


ENTRE ESTADO Y NACIÓN

Como decíamos, de la posible determinación del hecho de que la na-


ción y las nacionalidades sean construcciones humanas, es decir, un con-
junto de arreglos sobre ciertos principios y valores que otorgan identidad
a una población humana, dependerá el que podamos aplicar a semejantes
instituciones políticas básicas los principios normativos de la justicia. En
caso contrario, es decir, en el supuesto de que no estemos ante construc-
ciones humanas, sino ante una especie de productos políticos naturales,
tal aplicación de principios normativos sería imposible. Ahora bien, para
determinar si la nación es una construcción, habrá que comenzar por dis-
tinguir entre Estado y nación.
58 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

En efecto, Estado y nación conceptualmente no son lo mismo, no obs-


tante la muy frecuente confusión que con relación a estos dos términos
podemos encontrar en la literatura política. De esta forma, por lo que res-
pecta al Estado, ya Max Weber en su famosa definición entendía al Esta-
do como aquella agencia dentro de una sociedad que posee el monopolio
de la violencia legítima. De lo anterior, Ernest Gellner deduce que la
idea que subyace atrás de esta simple y seductiva noción es la siguiente:
todas las sociedades bien ordenadas, tales como aquellas en las que vivi-
mos o en las que aspiramos a vivir, consideran a la violencia privada o
sectorial como algo ilegitimo”.73 En efecto, hay un consenso en la teoría
en el sentido de otorgar a las instituciones estatales el monopolio de la
coacción. Ahora bien, no obstante el consenso que existe en torno a la de-
finición weberiana de Estado, puede darse el caso excepcional de que el
Estado y sus instituciones no monopolicen la violencia legítima, como
bien lo señala Gellner cuando dice que la

idea contenida en esta definición [es decir, el Estado como detentador de


la violencia legítima] corresponde más o menos bien con las instituciones
políticas de muchos, probablemente la mayor parte de los miembros de los
Estados modernos. Sin embargo, no es enteramente satisfactoria, pues hay
“Estados” o de alguna manera instituciones que nosotros normalmente nos
inclinamos a denominar con ese nombre, que no monopolizan la violencia
legítima dentro del territorio que más o menos controlan... así por ejem-
plo, un Estado que posee poblaciones tribales entre sus súbditos no nece-
sariamente está sujeto a las instituciones estatales, ya que frecuentemente
tolera a las tribus, siempre y cuando no interfieran o pongan en peligro la
neutralidad de las vías publicas o de los espacios públicos como los mer-
cados. El Estado iraquí bajo la tutela de los británicos y después de la Pri-
mera Guerra Mundial toleró los motines tribales, siempre y cuando los
amotinados o inconformes reportaran a la estación de policía más cercana
la realización del motín o de la expedición, de tal manera que las autorida-
des burocráticas pudieran tener un registro de los destrozos o del boletín
obtenido. En síntesis, hay Estados que carecen ya sea del deseo o de los
medios para asegurar el monopolio de la violencia legítima y que sin em-
bargo se mantienen, más o menos, como Estados reconocibles.74

73 Gellner, Nations and Nationalism, Nueva York, Cornell University Press, 1983, p.
3. La traducción es mía.
74 Ibidem, pp. 3 y 4. La traducción es mía.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 59

Como se podrá apreciar, entre las principales características del Estado


se encuentran la específica calidad de su autoridad (que algunos llaman
soberanía) y la naturaleza de su poder físico o real, sus extraordinarios y
creciente recursos (entre los que se encuentra una población humana), así
como la especificidad de un territorio bien definido, características éstas
que no son consideradas necesarias a la idea de nación.
Ahora hablemos de lo que distingue a una nación del Estado. Al res-
pecto diré que parece un poco más difícil definir conceptualmente a la
nación que al Estado, aun precisar sus elementos distintivos parece una
empresa mayor.
Margaret Canovas, al examinar la idea de nación, nos dice que entre
los elementos que componen a una nación podemos encontrar los si-
guientes: una cultura común, la voluntad y la capacidad de elección, ya
sea individual o colectiva, el factor étnico con sus ancestrales tradiciones
y sus obligaciones sagradas, una construcción artificial que reúne los re-
querimientos funcionales de la modernidad y una específica contingencia
histórica.75 Aquí hay un elemento de la mayor importancia: Canovan
considera a la nación como una construcción artificial sujeta a su especí-
fica contingencia histórica. Volveré a este punto un poco más adelante;
por el momento trataré de continuar sobre las diferencias que existen en-
tre un Estado y la nación.
También para que exista una nación es indispensable la existencia de
una conciencia nacional, la cual, según Gellner, precisa de la existencia
de dos elementos:

1. Dos individuos son de la misma nación, si y sólo si comparten la misma


cultura, donde la cultura en turno significa un sistema de ideas, signos y
asociaciones sobre las formas de comportarse y comunicarse; 2. Dos hom-
bres son de la misma nación, si y sólo si ellos se reconocen el uno al otro
como pertenecientes a la misma nación... Es decir, una simple categoría
de personas (digamos los ocupantes de un territorio dado, o los hablantes de
una determinada lengua, por ejemplo) llega a ser una nación, sólo cuando
los miembros de esa categoría firmemente reconocen ciertos derechos y
obligaciones mutuas para cada uno en virtud de su membresía compartida.76

75 Canovan, Margaret, op. cit., nota 56, p. 68.


76 Gellner, op. cit., nota 73, p. 7. La traducción es mía.
60 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Estos dos factores esenciales a los cuales se refiere Gellner, una cultu-
ra común y un reconocimiento entre los que se estiman nacionales, da
origen a lo que puede ser llamado una conciencia nacional. En este senti-
do, Gellner dice que sólo

un factor es necesario pero no suficiente para que un grupo sea una na-
ción, éste es la existencia de una conciencia nacional. Lo mejor que pode-
mos decir de acuerdo con Cobban, es que, “en cualquier unidad territorial
cuyos miembros son conscientes de su pertenencia a una comunidad y de-
sean mantener esa identidad comunitaria, estamos en presencia de una na-
ción”.77

En este punto, Gellner distingue entre nación y pueblo, y nos dice que
sólo el primero tiene una conciencia de su existencia como tal.78
Otro aspecto que ha contribuido a la confusión entre Estado y nación
surge de la realidad empírica, en la cual existe el deliberado intento en
insistir en que cada nación debe tener un Estado, o dicho de otra manera,
que cada Estado debe derivar su legitimidad de una nación, así como de
la demanda de que cada nación sea un Estado. En efecto, el intento por
imponer el slogan nacionalista “un pueblo, un país, una lengua” como
normativo más que descriptivo, ilustra esta tendencia que sugiere una
completa identificación entre Estado y nación.79 Sin embargo, la misma
observación empírica nos hace comprender que no nos estamos refirien-
do a lo mismo, pues es evidente que en el mundo hay muchísimas más
naciones que Estados. Así podemos decir que mientras nuestro planeta
sólo tiene espacio para determinado número de Estados autónomos e in-
dependientes, hay, por el contrario, un número muy grande de naciones
potenciales en la tierra. En efecto y siguiendo a Gellner, diremos que bajo

cualquier cálculo razonable, el número de naciones potenciales es mucho,


pero mucho más grande que el de Estados posibles y viables. En virtud de
ello, no todos los nacionalismos pueden ser satisfechos al mismo tiempo.
La satisfacción de unos conlleva a la frustración de otros. Este argumento

77Ibidem, p. 65. La traducción es mía.


78Ibidem, p. 66. La traducción es mía.
79 Tamir, Yael, op. cit., nota 1, p. 12. En adelante, todas las traducciones que en el
presente capítulo haga de este libro de Tamir, son mías.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 61

es reforzado por el hecho de que muchas de las naciones potenciales vi-


ven, o han vivido hasta fechas recientes, no en un territorio compacto, si-
no en unidades mezcladas o interrelacionadas con otras de manera muy
compleja. En consecuencia una unidad política territorial puede, en tales
casos, llegar a ser étnicamente homogénea, sólo si mata, expulsa o asimila
a todos los no nacionales.80 Su indisposición para sufrir o cumplir tal des-
tino puede hacer que la implementación del principio nacionalista por vías
pacificas sea difícil.81

Para comprobar empíricamente que hay más naciones que Estados en


el mundo, sólo basta poner un pequeño ejemplo, el de las lenguas que se
hablan en el mundo. Efectivamente, si entendemos a la nación como es-
trechamente vinculada a la cultura y, dentro de la cultura, a la lengua o
idioma que utiliza un grupo humano para comunicarse entre ellos, pode-
mos aunque sea de manera muy general estimar cuantas naciones po-
drían existir en el mundo, pues aunque no podemos decir con certeza
cuantas naciones hay, podemos cuando menos tener una idea. En este
sentido y utilizando para nuestro propósito un criterio cultural provisio-
nal como puede ser el lenguaje, asumiendo al mismo tiempo que una di-
ferencia en el lenguaje trae como consecuencia una diferencia en la cul-
tura, podemos hacer un cálculo. Realizado lo anterior, dice Gellner:

aunque sea momentáneamente, se siguen algunas consecuencias. Tenemos


entendido que el número estimado de lenguas que se hablan en el mundo
ronda las ocho mil, cifra que indudablemente puede incrementarse si con-
tamos a los dialectos separadamente... Por ejemplo, hay lenguas romances,
germánicas y eslavas, que en realidad no se diferencian entre sí más de lo
que hacen algunos dialectos dentro de lo que en otros lugares se conside-
ran lenguas unitarias. Las lenguas eslavas, por ejemplo, se parecen proba-

80 Para un examen más detallado de las formas que han adoptado las naciones para
conseguir su unidad étnica, ya sea a través de la expulsión de poblaciones humanas no
afines cultural y étnicamente, pasando por el genocidio hasta el posible reconocimiento
de distintas unidades nacionales, véase McGarry, J., “Demographic Engineering, The
State-Directed Movements of Ethnic Groups as a Technique of Conflic Resolution”,
Ethnic and Racial Studies, vol. 21/4, 1998, pp. 613-638; McGarry, John y O’Leary,
Brenda, The Politics of Ethnic Conflict Regulation. Case Studies of Protracted Ethnic
Conflicts, cit., nota 5, pp. 313; de los mismos autores “The Macro-Political Regulation of
Ethnic Conflict”, The Politics of Ethnic Conflict Regulation..., cit., nota 5, pp. 1-39.
81 Gellner, E., op. cit., nota 73, p. 2. La traducción es mía.
62 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

blemente más entre sí que las diversas formas de árabe —supuestamente,


una única lengua— coloquial. La misma hipótesis puede generar también
nacionalismos potenciales por analogía. Por ejemplo: no cabe duda de que
el nacionalismo escocés existe. Este nacionalismo pasa por alto el lengua-
je, y en su lugar invoca una experiencia histórica común. Si se permite to-
mar en cuenta también estos vínculos adicionales, el número de naciones
potenciales aumenta todavía más.82

Asimismo, el hecho de que haya muchísimas más naciones que Esta-


dos provoca que empíricamente sea frecuente que las fronteras naciona-
les no coincidan con las estatales. De esta manera, uno no puede pregun-
tarse si las fronteras del Estado son congruentes con los límites de las
naciones ya que en este caso, las naciones existen con independencia de
los Estados, por ejemplo, éste era el caso de los judíos antes de la consti-
tución del Estado de Israel.
En este sentido, Gellner coincide con nosotros cuando señala que no
es indispensable el Estado para la existencia de las naciones, pues como
bien dice “cuando ni el Estado ni los gobernantes existen, uno no puede
decir que no se han reunido los requisitos necesarios para que surja el
nacionalismo. Uno quizá deplore la ausencia del Estado, pero éste es
otro problema”.83 En efecto, la existencia de unidades políticas centrali-
zadas como las de los Estados no es condición suficiente del nacionalis-
mo. Como dije un poco más arriba, la nación judía existía mucho antes
de la creación del Estado de Israel y se encontraba diseminada en muy
diversos lugares, principalmente en Europa, Medio Oriente, Norte de
África y América y hacia finales principios del siglo XX, con el paulati-
no fortalecimiento del nacionalismo sionista, comenzaron a emigrar poco
a poco a territorios palestinos que consideraban históricamente su tierra
de origen.84
En virtud de que muchas veces las fronteras nacionales no coinciden
con las fronteras territoriales, es común que los nacionalismos sean seve-
ros críticos contra la distribución del poder político y la naturaleza de las

82Gellner, Naciones y nacionalismo, México, Alianza Editorial-Conaculta, 1991,


pp. 64 y 65.
83 Gellner, op. cit., nota 73, p. 4. La traducción es mía.
84 Para un breve análisis del movimiento nacionalista judío véase Vadney, T. E., The
World Since 1945, Estados Unidos, Penguin Books, 1992, pp. 427-447.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 63

fronteras políticas que tienen lugar dentro del Estado, pues como bien se-
ñala Gellner:

[hay] toda una variedad de formas a través de las cuales se puede violar el
sentimiento nacionalista. Cuando las fronteras políticas de un Estado fra-
casan al no incluir a todos lo miembros de una nación determinada, se di-
ce que se ha violado el sentimiento nacionalista; o puede incluirlos a todos
ellos, pero también puede incluir a algunos extranjeros; o puede fracasar
en ambos modos al mismo tiempo, no incorporando a todos los nacionales
y sí incluyendo algunos no nacionales. O también, una nación puede vivir
sin mezclarse con los extranjeros en una multiplicidad de Estados, de tal
manera que ningún Estado pueda reclamar ser la única nación. En fin, en-
tre todas estas formas hay una particular manera de violentar el principio
nacionalista, al cual los sentimientos nacionales son particularmente sensi-
bles: si los dirigentes de la unidad política pertenecen a una nación distinta
de aquella que es gobernada o dirigida, este hecho constituye para los na-
cionalistas una diferencia política intolerable. Esto puede ocurrir ya sea a
través de la incorporación de un territorio nacional en un gran imperio, o
por la dominación local de un grupo ajeno.85

Además de que empíricamente hay muchísimas más naciones que


Estados, por lo que no todas las naciones pueden tener un Estado, pode-
mos agregar otro dato empírico: los Estados son fenómenos relativamen-
te recientes en la historia de occidente, mientras que por el contrario, po-
demos encontrar organizaciones humanas que son mucho más antiguas
que las mismas entidades estatales y que podrían ser consideradas como
naciones, éste es el caso de los judíos, o la nación francesa que con tanta
vehemencia defendió Juana de Arco mucho antes de que se hubiese
constituido el Estado francés como tal. En efecto, el Estado es un fenó-
meno de la era moderna y muchas obras se han escrito al respecto para
indicar que nace más o menos en el siglo XVI, en pleno Renacimiento,86

85 Gellner, op., cit., nota 73, pp. 1 y 2. La traducción es mía.


86 Para un estudio histórico sobre el origen moderno del Estado recomiendo el exce-
lente trabajo de Skinner sobre el pensamiento político del siglo SXVI: Skinner, Quentin,
The Foundations of Modern Political Thought, Gran Bretaña, Cambridge University
Press, 1996, 2 vols. Hay traducción al español, Los fundamentos del pensamiento político
moderno, México, FCE, 1993, 2 vols. También recomiendo la primera y segunda parte
del libro de Cueva, Mario de la, La idea del Estado, México, UNAM, 1986.
64 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

mientras que las naciones comienzan su proceso de formación mucho


antes, quizá en el momento mismo en que inicia el proceso de formación
de las lenguas nacionales.
A lo anterior, habrá que agregar que las naciones como los Estados
son contingentes y de ninguna manera necesidades universales, pues no
existen en todos los tiempos ni en todas las circunstancias. Sin embargo,
las naciones y los Estados no son la misma contingencia, pues algunos
Estados han emergido ciertamente sin ayuda de la nación y algunas na-
ciones han emergido sin la bendición de su propio Estado. Un ejemplo
del primer caso es el de la antigua Yugoslavia, pues la aparición de este
Estado se debió desde el principio a la unión, un tanto artificial, de diver-
sas naciones (principalmente serbios y croatas), que se mantuvieron uni-
dos por la estructura estatal socialista diseñada por Tito. Con el colapso
del socialismo a finales de los ochenta y el consecuente impacto que tu-
vo en Yugoslavia, el entramado institucional no se pudo sostener, lo que
ocasionó la disolución del Estado yugoslavo y una terrible guerra civil
entre las diversas naciones que se encontraban en ese territorio.87 Ejem-
plos de naciones sin Estado tenemos muchos, no sólo el de los judíos antes
de la creación de su Estado en medio oriente, sino también, por ejemplo
los chechenos en la federación rusa, los vascos en España, o los pueblos
indígenas americanos que tradicionalmente han resistido la construcción
de los Estados nacionales, por mencionar a algunos.
Ahora bien, una vez aclarado que las naciones y los Estados son dis-
tintos y señalado el hecho de que hay muchas naciones que han apareci-
do sin el soporte de los Estados, ello no quiere decir que todas naciones
hubiesen prescindido del apoyo estatal para existir. Efectivamente, prác-
ticamente todas los Estados que se han constituido en el mundo moderno
lo han hecho asumiendo la forma de Estados nacionales, es decir, esos
Estados han diseñado y conformado una cultura particular que ha servido
de soporte al mismo Estado. Es éste el punto que más me interesa resal-
tar: la nación como una construcción del Estado y sobre ello reflexionaré
en el siguiente apartado, pues de esto dependerá que podamos aplicar a
la nación y a su proceso de construcción los dos principios de la justicia.

87 Sobre el caso yugoslavo, véase Schöpflin, George, “The Rise and Fall of Yugos-
lavia”, en McGarry, John y O’Leary, Brenda, The Politics of Ethnic Conflict Regula-
tion…, cit., nota 5, pp. 172-203.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 65

III. LA NACIÓN COMO UNA CONSTRUCCIÓN: LA APLICACIÓN


DE LOS PRINCIPIOS DE LA JUSTICIA

Como ha dicho Gellner un poco más arriba, la idea de nación se com-


pone esencialmente de dos elementos: uno cultural y el otro determinado
por la conciencia y la voluntad de sus integrantes de pertenecer a esa na-
ción. Cada uno de ellos señala un elemento que es de real importancia
para la comprensión del nacionalismo y ambos son importantes y rele-
vantes, pues parece claro que ninguno de las dos es suficiente por sí so-
lo.88 Sin embargo, reflexionemos en este momento sobre el aspecto cul-
tural, pues es el que nos dará la pauta para comprender por qué la nación
es una construcción humana y cómo las grandes naciones son, sobre to-
do, construcciones estatales. Hecho lo anterior y, proscrita toda posibili-
dad de que el Estado-nación sea un producto natural, procedemos a la
aplicación normativa de los principios de la justicia al Estado-nación pa-
ra el acomodo de las minorías.
Siguiendo a Gellner, puedo decir que en las condiciones actuales, las
culturas contemporáneas en las que se desenvuelven los individuos han
adquirido un nivel muy grande de complejidad, pues dependen en buena
medida del sistema educativo y de los medios de comunicación moder-
nos para su reproducción y sobrevivencia, en consecuencia, la genera-
ción de estas culturas necesita del apoyo que sólo el Estado les puede
brindar, pues es el único capaz de otorgar los incentivos indispensables
para la formación de esas culturas tan complejas, que requieren de sofis-
ticados sistemas estandarizados de comunicación basados en la alfabeti-
zación y la educación de grandes poblaciones humanas. La creación de
este tipo de cultura a cargo de los Estados es, sin lugar a dudas, un pro-
ceso que ha ganado terreno en todo el mundo desde el inicio de la Edad
Moderna y que continúa hasta la fecha. En efecto, actualmente la mayor
parte de la gente sólo puede vivir en unidades definidas por una cultura
común, del tipo de las que son creadas por los Estados nacionales y que
son, entre otras cosas, muy móviles y fluidas internamente.89 Pero los
Estados no sólo están dispuestos a crear este tipo de cultura, sino además
quieren llevar sus fronteras hasta los límites que defina esa cultura y pro-

88 Gellner, op. cit., nota 73, p. 7. La traducción es mía.


89 Gellner, op. cit., nota 82, pp. 79 y 80.
66 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

tegerla e imponerla gracias a los límites marcados por su poder. Es aquí


donde comienza el problema, pues es frecuente que la imposición de esa
cultura nacional se haga en detrimento de las culturas minoritarias, ya
que el Estado no sólo estará interesado en crear esa compleja cultura na-
cional, sino que además tratará casi siempre de buscar las formas de re-
producir semejante cultura e imponerla a todos las que se encuentren en
su espacio territorial.
En tales circunstancias estaremos en presencia de una cultura nacional
y de un Estado-nación. Un buen ejemplo de ello es el del Estado mexica-
no, cuya construcción cultural se remonta a los movimientos nacionalis-
tas de los criollos de los siglos XVII y sobre todo del XVIII, y que han
pasado inevitablemente por la creación e imposición de una cultura do-
minante sobre otras culturas que se encontraban en su espacio territorial,
en particular sobre las culturas de los pueblos indígenas, culturas estas
últimas que han sido frecuentemente subordinadas, cuando no sacrifica-
das, en aras de cultivar una dominante cultura mexicana. No está de más
decir que este proceso no es de ninguna manera único de México, pues
toda cultura de un Estado nacional que aspire a desenvolverse con éxito
en el contexto internacional integrado por otros Estados-nación aspira a
ser excluyente y homogénea. En efecto, todo Estado-nación exige cierto
tipo de homogeneidad cultural, pues tiene una obligación objetiva e ine-
vitable de imponer una cierta unidad u homogeneidad que acaba afloran-
do en las instituciones comunes que crea o en la lengua que se habla. Co-
mo adelantábamos, tal homogeneidad en los Estados modernos que se ven
envueltos en un proceso de explosión demográfica, urbanización acelera-
da, migración laboral y penetración de una economía mundial, se logra
primordialmente a través de la educación, ya que casi cualquier Estado
moderno, para reproducirse, requiere que sus ciudadanos desarrollen casi
exactamente las mismas actividades humanas y asuman los mismos pa-
peles. En consecuencia, la educación que proporciona el Estado-nación
está dirigida a conseguir semejante uniformidad, como acertadamente di-
ce Gellner cuando se refiere a las sociedades industrializadas,

la mayor parte de la preparación en las sociedades industriales es una pre-


paración genérica, no conectada específicamente con actividades profe-
sionales altamente especializadas. La sociedad industrial puede ser, bajo
muchos criterios, la sociedad más altamente especializada que haya exis-
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 67

tido; pero sus sistema educativo es, indudablemente, el menos especializa-


do, el más estandarizado universalmente que haya existido. El mismo tipo
de preparación o educación es proporcionado a todos, o a la mayoría de
los niños y adolescentes, hasta a una edad sorprendentemente tardía.90

En efecto, de alguna manera podríamos decir que los ciudadanos de


los Estados nacionales inmersos en estas sociedades industriales parecen
un ejército moderno de soldados que “primero comparten una prepara-
ción genérica, en el curso de la cual están destinados a adquirir un idio-
ma básico, rituales y habilidades comunes y, sólo subsecuentemente, se
les proporcionará una preparación más especializada”.91 Esta reproduc-
ción de los grupos e individuos que se presenta en las naciones modernas
es realizada por lo que se denomina el método centralizado, que es

aquel en el cual el método local es significativamente complementado (o


en casos extremos, totalmente sustituido) por una agencia educativa o de
capacitación, que es siempre distinta de la comunidad local y que toma a
su cargo la preparación de los jóvenes y, eventualmente, los incrusta más
tarde en las sociedad para que cumplan los roles que les fueron inculcados
en el proceso educativo.92

Como bien adelantábamos, tanto por el nivel de centralización como


por la cantidad de recursos que implica cumplir con tal proceso educati-
vo, no digamos con la construcción de una cultura nacional, es evidente
que semejante empresa sólo puede ser realizada, en las condiciones mo-
dernas, por los Estados que se asumen de esta manera como Estados na-
cionales.
En consecuencia, aunque la nación y el nacionalismo se presenten co-
mo el despertar de una fuerza antigua, oculta y aletargada, en realidad no
poseen semejantes características, pues no son de ninguna forma un pro-
ducto natural que se imponga a las organizaciones humanas. Por el con-
trario, son frecuentemente el resultado de una forma de organización so-
cial particular y, en el caso de las culturas desarrolladas y protegidas por
los Estados nacionales, tales culturas se encuentran profundamente inte-

90 Gellner, op. cit., nota 73, p. 27. La traducción es mía.


91 Ibidem, pp. 27 y 28. La traducción es mía.
92 Ibidem, pp. 29 y 30. La traducción es mía.
68 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

riorizadas a través de mitos, héroes y fiestas nacionales, de una lengua


dominante y son altamente dependientes de la educación. Para mí, es cla-
ro, las naciones no son algo natural, esto es un mito, pues como apunta
Gellner, no constituyen una versión política de la teoría de las clases na-
turales.93 Lo que en realidad existe son culturas a menudo sutilmente
construidas por una etnia, una tribu, una nación o un Estado. Cuando es
el Estado el que participa tenemos pues a un Estado-nación. A esta ma-
nera de comprender la formación de las culturas, esencialmente como
una construcción más que como un producto natural, es a lo que Cano-
van ha llamado la tesis de la modernización.94
Este proceso de construcción es todavía más obvio conforme aumenta
el nivel de complejidad de las sociedades humanas, ya que cualquier cul-
tura desarrollada que pase a generalizarse entre la población necesita ine-
vitablemente de apoyo y apuntalamientos políticos. Como acertadamente
señalaba Napoleón cuando le decían que las artes se encontraban muy
atrasadas a causa de los pocos artistas que había dejado la revolución
francesa, ya que habían muerto o emigrado al extranjero, él replicaba
apuntando que si de fortalecer las artes en Francia se trataba, entonces
debían crear un ministerio que se encargara de tal actividad, pues el cor-
zo consideraba que la creación de una intensa actividad artística y cultu-
ral dependía no sólo de los artistas sino, sobre todo, del Estado francés.95
En efecto, en las condiciones actuales la tarea de levantar una cultura de-
sarrollada es muy complicada y no puede realizarse sin una infraestruc-
tura política, por lo que afirmamos que la supuesta neutralidad del Esta-

93 Gellner, op. cit., nota 82, p. 70.


94 Canovan, Margaret, op. cit., nota 56, p. 62. Por cierto, Canovan no está completa-
mente de acuerdo con tal tesis pues dice que “la implicación de la teoría de la moderniza-
ción parece ser que, en virtud de que no hay naciones naturales en el camino, el proceso
artificial de construcción de las naciones debe ser completo y contundente. Sin embargo,
la experiencia ha demostrado que esto no es así y que, en particular, los Estados compro-
metidos con tal proceso, a menudo encuentran una resistencia basada en una identidad ét-
nica que muy frecuentemente parece ser mucho más profunda e intratable de lo que la
teoría de Gellner sugeriría”. Al respecto considero que lo que no parece examinar con
cuidado Canovan es que inclusive esas identidades étnicas, por intratables que parezcan,
tampoco son productos naturales y, mucho menos identidades puras, por el contrario, las
mismas nociones étnicas y raciales también son predominantemente construcciones cul-
turales.
95 Ludwig, Emil, Napoleón, España, Editorial Juventud.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 69

do en materia etnocultural, como bien han afirmado algunos teóricos li-


berales, es insostenible. En las condiciones modernas, toda la cultura de-
sarrollada requiere de un Estado.
Por lo pronto, me interesa concluir que el hombre contemporáneo, uti-
lizando una terminología botánica como hace Gellner, es una especie

producida o creada artificialmente que de hecho no puede vivir en la at-


mósfera natural, sino que sólo puede funcionar o sobrevivir en un medio o
entorno que posee una composición especial y que se mantiene de modo
artificial. Así, vive en unidades especialmente delimitadas y construidas,
una suerte de acuarios o pulmones artificiales gigantes. Pero estos habitácu-
los han de erigirse y conservarse, por lo que necesitan de una instalación es-
pecializada. Esta instalación se llama sistema nacional de educación y co-
municaciones y su único guardián y protector eficaz es el Estado.96

En otras palabras, la nación y, en última instancia, la nación-Estado o


Estado nacional, que es una síntesis de ambas, no son productos de gene-
ración espontánea, por mucho que así se quieran presentar, pues las cul-
turas cuya defensa se arrogan son culturas modificadas en diferentes gra-
dos, pudiendo llegar hasta a ser irreconocibles, cuando no producto de la
propia invención estatal.97 En síntesis, la cultura que asume un Estado
nacional es producto de toda una compleja construcción y elaboración
que ha sido llevada a cabo por el Estado; en consecuencia, la identidad
nacional que tiene como uno de sus elementos esenciales a la cultura na-
cional, y en última instancia la nación de un Estado, no debe ser asumida
como un producto natural que no puede ser modificado y que se impone
a las sociedades humanas, sino más bien como un producto construido a
través de un largo proceso de desarrollo llevado a cabo por el propio
Estado. En otras palabras, el Estado nacional debe ser entendido como
una serie de arreglos entre los integrantes de la sociedad política, sobre
ciertos principios y valores que definen precisamente a esa identidad na-
cional, es decir, el Estado-nación debe ser comprendido como una insti-
tución.

96 Gellner, op. cit., nota 82, pp. 73 y 74.


97 Sobre esta idea de la cultura como un fenómeno creado véase también Miller, Da-
vid, op. cit., nota 64, p. 25.
70 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Ahora bien, como veníamos diciendo, una vez que esta identidad nacio-
nal o cultura nacional es creada por el Estado, el mismo Estado intentará
que sea asumida por todos los que se encuentran en su espacio territorial,
pues uno de sus principales propósitos es crear la mayor homogeneidad
cultural posible, no obstante que en el territorio de ese Estado se encuen-
tren otras identidades culturales y nacionales distintas a las del Estado
nación. Es precisamente en este momento, cuando surge la pregunta fun-
damental del presente capítulo: ¿este proceso de construcción y adop-
ción de una cultura nacional dominante fomentada por el Estado puede
sujetarse a los dos principios normativos de la justicia para el acomodo
de las minorías etnoculturales en términos de justicia?
Como hemos venido señalando, en virtud de que la construcción de
una cultura nacional es un proceso promovido esencialmente por el Esta-
do y no un producto natural, ahora sí podríamos sostener que sobre ese
proceso de construcción y adopción cultural sí podemos aplicar princi-
pios normativos. Ahora bien, si como hemos visto, partimos de la base
de que uno de los elementos esenciales que hacen a la identidad nacional
es la construcción cultural a que se avoca el Estado, en consecuencia, pa-
ra poder determinar cómo opera la aplicación de los dos principios de la
justicia a ese proceso de construcción de una cultura, primero debemos
determinar qué lugar ocupa la cultura en lo relativo al ejercicio de los de-
rechos y libertades esenciales a que se refiere el primer principio de la
justicia, así como en lo relativo a la distribución de las partes económicas
y sociales, y a la igualdad de oportunidades para acceder a los puestos
públicos, a que se refiere el segundo principio de la justicia.
En principio, semejante pretensión parecerá exagerada para algunos,
pues es común entre los liberales negar que la cultura tenga algo que ver,
por ejemplo, con el ejercicio pleno de las libertades básicas de los indivi-
duos en las sociedades liberales, como si el Estado fuera siempre neutral
en lo relativo a la cultura, lo que como hemos visto no sucede. En efecto,
la cultura tiene que ver con el ejercicio y goce de las libertades esencia-
les a que se refiere el primer principio de la justicia y tiene que ver mucho,
pues sin la cultura no es posible ser autónomo y, en última instancia no
sería posible ser libre, lo que inevitablemente está referido al ejercicio
de los derechos y las libertades esenciales de todo individuo.
En efecto, ya comentábamos en el capítulo primero cómo la cultura es
esencial para la autonomía, pues como decía Raz, la autonomía de los in-
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 71

dividuos —su habilidad para elegir una buena vida— está íntimamente
ligada con el acceso a su cultura, con la prosperidad y florecimiento de
esa cultura y con el respeto que los otros deben a la misma, pues es la
cultura la que da significación a nuestras elecciones. Otros escritores li-
berales como David Miller, Yael Tamir y particularmente Will Kimly-
cka,98 han formulado similares argumentos acerca de la importancia de la
pertenencia cultural para que los ciudadanos de las democracias libera-
les puedan ejercer plenamente sus libertades. Así por ejemplo, Will Ky-
mlicka señalaba que sólo a través de una cultura somos capaces de ser
autónomos, ya que es la cultura la que otorga valor a nuestras posible
elecciones significativas, es decir, mediante la cultura los individuos en
las sociedades liberales están en condiciones de identificar qué es valioso
para la vida que quieren seguir; en otras palabras, sólo mediante la cultu-
ra las personas están en capacidad de saber qué es lo que podría tener un
significado positivo para realizar sus planes de vida, pues una persona
sin una cultura particular estaría impedida para saber lo que le interesa,
ya que no tendría un contexto que le permitiera otorgar valor a los diver-
sas opciones que se le presentan, en consecuencia, no podría escoger
aquello que es valioso para ella y, finalmente, no tendría capacidad de
autonomía.99 Al respecto, es importante señalar que el vínculo entre au-
tonomía y libertad está sentado con toda claridad, por lo menos en la fi-
losofía moderna, desde Kant.100
Ahora bien, retomando lo que acabamos de señalar, podríamos decir
que sin cultura una persona no puede ser autónoma, y sin autonomía no
es posible la libertad y sin libertad no es posible el ejercicio de los dere-
chos y las libertades básicas a que se refiere el primer principio de la jus-
ticia, en el sentido de que todos los individuos, incluyendo los integran-
tes de las minorías etnoculturales, deben gozar de un esquema adecuado
de derechos y libertades esenciales, siempre y cuando estas libertades y
derechos sean compatibles con las de los otros.

98 Véase Raz, Joseph, “Multiculturalism, a Liberal Perspective”, Dissent, invierno


de 1994; Yael Tamir, op. cit., nota 1; Miller, David, op. cit., nota 15; Kymlicka, Will, op.
cit., nota 15.
99 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15.
100 Kant, Grounding for the Metaphysics of Moral, traducción de James W. Ellington,
Indianápolis, Hackett Publishing Company Inc., 1993. Hay múltiples traducciones al es-
pañol; puede consultarse Fundamentos para la metafísica de las costumbres, Madrid,
Espasa-Calpe, 1996.
72 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

En consecuencia, un proceso de construcción de una sola cultura na-


cional o cuando menos de una cultura dominante por parte del Estado
nacional, al no tomar en cuenta en semejante proceso a las culturas de las
minorías etnoculturales que se desenvuelven en su interior, no satisface
el primer principio de la justicia, pues como se podrá derivar del argu-
mento anterior, el Estado nacional no está otorgando las condiciones su-
ficientes para que las minorías conserven y reproduzcan su cultura, pues
les impide conservar el contexto cultural necesario que les permita asignar
valor a las diversas opciones significativas que una sociedad liberal ofrece
y, en consecuencia, no podrán ejercer plenamente sus libertades y dere-
chos básicos. Ejemplos hay muchos, reparemos sólo en el lenguaje: parece
que las libertades básicas de expresión (escrita y oral) y en buena medida
las libertades de asociación sólo son posibles entre personas que hablan
una misma lengua, es por ello que las minorías etnoculturales que tienen
la capacidad económica y política para ello siempre han reclamado la ne-
cesidad de que se les reconozca la posibilidad de que poseer una prensa e
inclusive canales de televisión en su idioma. Más indispensable parece la
necesidad de que la educación básica sea en su propio idioma, pues de
otra manera, no estarían en posibilidad de continuar con la reproducción
de su lengua.
En efecto, en el proceso de construcción de una cultura nacional por
parte del Estado, las minorías etnoculturales que se encuentran dentro de
ese Estado se hallan en franca desventaja para reproducir y conservar sus
culturas ante la apabullante cultura dominante apoyada por el Estado y,
como no todas las minorías pueden conseguir un Estado que fomente sus
culturas y muchas de ellas normalmente carecen de fundadas esperanzas
de llegar a tenerlo, ello podría derivar en una competencia o en una lucha
entre el Estado-nación y las minorías.
Como bien señala Gellner, las naciones “que creen tener una posibili-
dad lucharán entre sí por las poblaciones y espacios disponibles en que
poder fundar un Estado”.101 Estas luchas dan origen a los conflictos na-
cionalistas más comunes que conocemos y que pueden ser ejemplifica-
dos en los casos de Quebec, la nación vasca, los norirlandeses, los che-
chenos en Rusia o entre palestinos e israelíes, pues es evidente que todas
estas naciones han percibido la necesidad de intentar construir un Estado

101 Gellner, op. cit., nota 82, p. 73.


LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 73

que les ayude a reproducir su cultura, pues sin ella el ejercicio de las li-
bertades básicas parece muy difícil.
Este proceso de formación de lo que podríamos llamar una cultura na-
cional, frecuentemente es en detrimento de las culturas propias de las mi-
norías y de la satisfacción del primer principio de la justicia. Como dice
Gellner, la cultura fomentada por el Estado aprovecha “algunas de las
culturas existentes previamente, generalmente transformándolas durante
el proceso, pero no puede hacerlo con todas ya que hay demasiadas”.102
Al no poder asimilar a todas las culturas en este proceso de construcción
de una cultura nacional, tendrá que ignorar a algunas o varias de las cul-
turas que considera de menor importancia para sus propósitos, inclusive
en algunos casos tendrá que destruirlas. Esto ha implicado, frecuente-
mente, el sacrificio de las identidades culturales que no encajan dentro
de la construcción de la cultura nacional dominante de esos Estados, lo
que implica quebrar el primer principio de la justicia, pues sin sus cultu-
ras particulares las minorías etnoculturales se encuentran imposibilitadas
para que sus individuos ejerzan sus derechos y libertades básicas. Es de-
cir, sin la posibilidad para que las minorías reproduzcan sus culturas, no
existen las condiciones suficientes para que las minorías ejerzan las li-
bertades a que se refiere el primer principio de la justicia.
De esta forma, el primer principio de la justicia debería quedar modi-
ficado de la siguiente manera: Para que todos, incluidos los integrantes
de las minorías etnoculturales gocen de un esquema adecuado de dere-
chos y libertades básicas que sean compatibles con los derechos y liber-
tades de los otros, se requiere que se construya una nación multicultural
que integre a las culturas minoritarias, pues sólo a través de su cultura
particular es posible que los miembros de las minorías puedan ejercer a
plenitud sus derechos y libertades.
Ahora bien, si la construcción de una sola cultura nacional por parte
del Estado nacional atenta contra el primer principio de la justicia con
base en los argumentos que he señalado en los párrafos anteriores, agre-
garé que ese proceso de construcción de una sola cultura también afecta
al segundo principio de la justicia. Al respecto, diré solamente que es
evidente que en la mayor parte de los Estados liberales modernos el pro-
ceso de formación de una sola cultura nacional dominante también va en

102 Ibidem, p. 69.


74 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

detrimento del cumplimiento del segundo principio de la justicia, pues


¿cuántas veces no hemos visto que las minorías se encuentran en condi-
ciones de franca desventaja económica y social en comparación con el
resto de la sociedad que comparte la cultura dominante? Esto es sobre to-
do evidente cuando nos detenemos a examinar la condición de los pue-
blos indígenas en los Estados nacionales contemporáneos. Sin lugar a
dudas estas minorías etnoculturales son las que se encuentran en las peo-
res condiciones socioeconómicas con relación al resto de la sociedad. Los
pueblos indígenas latinoamericanos son un buen ejemplo de la terrible
inequidad existente en el reparto de beneficios económicos y sociales en
que se encuentran en relación con los integrantes de la cultura dominan-
te, siendo Latinoamérica el área geográfica que peor distribución de la ri-
queza posee con relación a sus pueblos nativos. También en Estados Uni-
dos y Canadá, en comparación con la sociedad dominante que comparte
una cultura nacional sustentada en principios liberales y democráticos,
son los indígenas norteamericanos los que peor ubicados se encuentran
en lo relativo a la distribución de bienes socioeconómicos, pues hasta el
día de hoy son las reservas indígenas de Norteamérica las que poseen los
índices más elevados de pobreza.
Lo anterior, parece comprobar que la desigualdad económica y social
de que venimos hablando tiene entre sus componentes una diferencia
cultural, es decir, parece ser que el pertenecer a una minoría etnocultural
frecuentemente trae aparejadas desventajas económicas y sociales. Efec-
tivamente, no es casualidad que sean los pueblos indígenas americanos
los que se encuentren en las peores condiciones socioeconómicas y, tal
pareciera que, en los Estados modernos es requisito indispensable, para
disfrutar de una mejor posición socioeconómica, el ser parte de la cultura
dominante, mientras que quienes poseen una cultura distinta se ven obli-
gados a permanecer en los márgenes de la distribución de beneficios eco-
nómicos y sociales. Lo anterior, de ninguna manera implica la satisfac-
ción de la primera parte del segundo principio de la justicia.
Tampoco la construcción de una cultura dominante por parte del Esta-
do ha implicado que se dé satisfacción a la segunda parte del segundo
principio de la justicia —el relativo a que los puestos públicos estén
abiertos a todos los integrantes de la sociedad, incluyendo a los integran-
tes de las minorías etnoculturales en igualdad de condiciones—, pues es
evidente que la mayor parte de los Estados nacionales sólo han integrado
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 75

en esos cargos a quienes poseen la cultura nacional dominante e, inclusi-


ve, poseen los mismos rasgos étnicos. De esta manera, en todas las de-
mocracias occidentales los cargos públicos están ocupados primordial-
mente por hombres blancos que hablan alguna de las lenguas de origen
Europeo y que, además, poseen o practican la religión principal de ese
Estado. México y los Estados Unidos, por ejemplo, no poseen legislado-
res indígenas. El caso de México parece todavía más grave, pues no obs-
tante contar con una población que cuando menos en un 10% es indíge-
na, no posee un solo diputado ni senador que provenga de alguno de los
pueblos indígenas que conviven a diario en ese país. Desde luego, cerrar
los ojos y negar que la cultura en estos casos tenga algo que ver en la
distribución de los beneficios económico-sociales o en la equidad para
acceder a los cargos públicos como demanda en ambos casos el segundo
principio de la justicia es una necedad, pues una posición de desventaja
frente a la cultura fomentada por el Estado, implicará siempre que los
miembros de las culturas minoritarias no sólo se encuentren en la perife-
ria socioeconómica, sino que también se vean imposibilitados de acceder
a los cargos del gobierno, pues es indiscutible que para ello se requiere
de una cultura reconocida y estimada por todos los integrantes de una so-
ciedad política.
Como se podrá desprender de todo lo anterior, en el proceso de cons-
trucción de un Estado nacional, parece que la única forma en que se pue-
de dar satisfacción a los dos principios normativos de la justicia que
guían nuestra investigación es que ese proceso de construcción no sólo
favorezca a una cultura, sino que también sea en beneficio de las culturas
minoritarias, es decir, que dé cabida en proporción a su importancia a las
culturas de las minorías etnoculturales que se desenvuelven en los que
hasta ahora han sido los Estados nacionales. En efecto, si en las condi-
ciones actuales de las sociedades contemporáneas los Estados no se pue-
den mantener al margen del fomento a las culturas, ya que éstas dependen
de manera muy importante del sistema educativo y de los medios de co-
municación —infraestructura que sólo puede ser proporcionada por el
Estado—, este fomento no deberá otorgarse a una sola cultura nacional,
sino a todas las culturas que habitan el espacio territorial de un Estado.
En otras palabras, la única forma de garantizar la satisfacción de los
dos principios de la justicia en los procesos de formación de las identida-
des nacionales es a través de la formación de Estados multinacionales y
76 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

de naciones multiculturales y no de Estados nacionales sustentados en


una sola identidad. Efectivamente, si el Estado tienen que intervenir en la
formación de alguna identidad nacional que le permita dar, a través de
una cultura común, coherencia y homogeneidad a sus programas y políti-
cas, esta nueva identidad tendrá que ser una identidad multinacional y
multicultural, pues si, como he explicado, el desarrollo de una cultura es
importante para que un Estado satisfaga los dos principios de la justicia,
ya que sólo a través de una cultura particular se puede ser autónomo y en
consecuencia ejercer los derechos y las libertades esenciales, entonces
esa identidad nacional de cuya construcción participa el Estado deberá
contemplar siempre a las culturas de las minorías etnoculturales, integran-
do de esta manera entre otras cosas su historia, su lengua y proyectos.
La construcción de esta identidad multinacional implica una clara par-
ticipación de parte del Estado en el proceso de reconocimiento y rescate
de las culturas de las minorías etnoculturales para integrarlas a nueva
identidad multicultural que puede ser la única que dé cumplimiento a los
dos principios de la justicia. Al respecto, habrá algunos liberales que se
pudiesen señalar que semejante participación implica alejarse de la neu-
tralidad que debe asumir todo Estado liberal. A ellos puedo replicar que
esa neutralidad es sólo supuesta e imaginada ya que los mismos Estados
liberales nunca han sido propiamente neutrales, pues siempre han pro-
movido el desarrollo de una única cultura nacional en detrimento de las
minorías.
En efecto, es muy frecuente entre muchos liberales señalar que los
Estados liberales deben tratar todo asunto cultural y, en particular, aque-
llos derivados de las diferencias culturales, como han venido tratando
con la religión, es decir, como un asunto de la competencia privada de
los ciudadanos, a quienes se les debe permitir absoluta libertad para to-
mar las decisiones que más les convengan y en las cuales el Estado,
siempre y cuando se respeten los derechos de los otros, no deberá asumir
ninguna responsabilidad. En este sentido, señalan que así como el libera-
lismo ha evitado el establecimiento de una religión oficial, de la misma
manera ha evitado el establecimiento de culturas oficiales que puedan ser
preferidas sobre otras formas culturales dentro del propio Estado.
Este tipo de argumentos lo podemos encontrar, por ejemplo, en Mi-
chael Waltzer, quien ha sostenido, desde mi punto de vista equivocada-
mente, que el liberalismo implica un drástico divorcio entre el Estado y
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 77

la cultura.103 En el centro de esa argumentación subyace la concepción


de que el Estado permanece por encima de todos los diversos grupos na-
cionales y étnicos, negándose a adoptar o apoyar la reproducción de al-
guna de esas culturas o prácticas de vida grupal. De esta forma, Waltzer
señala que el Estado es neutral con referencia al lenguaje, la historia, la
literatura o los calendarios propios de cada uno de esos grupos, más aún,
señala como el más claro ejemplo de semejante neutralidad estatal a los
Estados Unidos de América, cuya neutralidad etnocultural se refleja, se-
gún su opinión, en el hecho de que no existe en ese país una lengua ofi-
cial, pues para que los inmigrantes se conviertan en nacionales de los
Estados Unidos, basta según Waltzer, con que ellos manifiesten su adhe-
sión a los principios de democracia y libertad individual reconocidos en
la Constitución de los Estados Unidos.104 En consecuencia y para pensa-
dores como Waltzer, que las minorías busquen derechos especiales,
constituye un alejamiento radical de las tradicionales formas de neutrali-
dad de los Estados liberales.
No obstante lo anterior, como bien señala Kymlicka, esta idea de que
los Estados liberal-democráticos o las naciones civiles son etnocultural-
mente neutros es manifiestamente falsa, pues como hemos venido co-
mentando, siempre han intervenido en el fomento de una cultura que se
considera es la cultura de la nación.105 Tampoco creo en la presunción de
que el Estado es completamente neutral en materia religiosa, pues inclu-
sive en esta materia me parece difícil sostener el Estado liberal hubiese
sido siempre neutral. A manera de ejemplo, puedo señalar el caso del
Reino Unido, pues como acertadamente ha señalado Tariq Modood, el
establecimiento de la Iglesia de Inglaterra en un Estado liberal y demo-
crático como lo es el Reino Unido de la Gran Bretaña, hacen de éste un
Estado más bien cristiano y específicamente protestante, en detrimento
de otras minorías religiosas que coexisten en ese país, como son los cató-
licos, los judíos, los hindúes, los sikhs o los musulmanes.106 En efecto,

103 Kymlicka, Will, op. cit., nota 1, pp. 23 y 24.


104 Ibidem, p. 24.
105 Idem; véase también Kymlicka, Will, Can Liberal Pluralism be Exported? Wes-
tern Political Theory and Ethnic Relations in Eastern Europe, Reino Unido, Oxford Uni-
versity Press, 2001.
106 Véase Tariq, Modood, “Establishment, Multiculturalism and British Citizenship”,
Political Quarterly, Reino Unido, 1994, vol. 65, pp. 53-73.
78 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

para confirmar lo anterior sólo hay que recordar la especial relación que
posee el Estado británico con la Iglesia de Inglaterra, a la que otorga al-
gunas limitaciones, pero sobre todo privilegios muy importantes. Entre
los privilegios podemos mencionar, a manera de ejemplo, los siguientes:
el monarca es el supremo gobernador de la Iglesia anglicana; el monarca
no podrá ser ni se podrá casar con un católico; la Iglesia anglicana estará
a cargo de la coronación, así como de todas aquellas funciones estatales
en las cuales se requieran de servicios religiosos; veintiséis obispos de la
misma iglesia poseen ex officio asientos en la Cámara de los Lores; las
cortes eclesiásticas son parte del sistema legal y las doctrinas y sensibili-
dades de los anglicanos están protegidas de blasfemia por disposición del
derecho. Entre las restricciones a las cuales se encuentra sometida la
iglesia de Inglaterra podemos decir que el monarca, aconsejado por el
primer ministro, tiene la última palabra en el nombramiento de los más
altos integrantes de esa jerarquía eclesiástica; de igual manera, el parla-
mento tiene la última palabra en materias de doctrina y liturgia.107
Es claro entonces que los privilegios y limitaciones que en materia re-
ligiosa existen en el Reino Unido privilegian a la Iglesia anglicana sobre
el resto de los cultos religiosos que existen en esa isla y a los cuales co-
loca en una posición de franca desventaja. Por lo anterior, no es exagera-
do afirmar que una democracia liberal como la británica no asume en
realidad ninguna neutralidad en materia religiosa, como han querido ar-
gumentar algunos teóricos liberales.
Los ejemplos de Estados nacionales que favorecen una cultura o in-
clusive una religión particular pueden ser varios; así, sólo por mencionar
algunos ejemplos cercanos, tenemos el caso de algunos Estados latinoa-
mericanos que se han asumido formalmente como liberales, pero que en la
realidad no parecen estar completamente separados de la religión. En efec-
to, independientemente de que muchos Estados latinoamericanos se asu-
man católicos, lo cual por lo demás es ampliamente reconocido, tenemos
el caso del reciente y poderoso crecimiento de las minorías protestantes
latinoamericanas que no ha estado exento de una fuerte participación es-
tatal como ha sucedido en Centroamérica y en particular de Guatemala,
donde el gobierno ha favorecido abiertamente el crecimiento de los pro-
testantes, principalmente de grupos pentecostales, con el propósito de de-

107 Idem.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 79

bilitar a diversos grupos guerrilleros que estuvieron vinculados, durante la


década de los ochenta y principios de los noventa, a la Iglesia católica y,
en particular, a católicos afines a la teología de la liberación. Hoy en día el
protestantismo ha dejado de ser una minoría religiosa en Guatemala y se
ha transformado en un poderoso movimiento religioso, más aún, es casi un
requisito para las élites gobernantes guatemaltecas ser protestante.108
En fin, los ejemplos podrían ser múltiples, sin embargo, sólo me inte-
resa resaltar que la supuesta neutralidad del Estado no sólo no aplica en
el caso de las relaciones entre el Estado y los grupos etnoculturales, sino
más aún, ni en los propios asuntos religiosos los mismos Estados libera-
les han sido completamente neutrales, pues muchas veces han favorecido
a algún grupo religioso, frecuentemente al mayoritario, en detrimento de
las minorías religiosas que pudiesen existir en su seno.
Por otro lado, considérese las actuales políticas de los Estados Unidos,
mismas que han sido consideradas por Waltzer como prototipo, según él,
de un Estado neutral. En efecto, históricamente las decisiones acerca de
las fronteras entre los estados integrantes de la Federación estadouniden-
se y los tiempos de admisión dentro de la misma fueron deliberadamente
elaborados para asegurar que los anglófonos fueran una mayoría dentro
de cada uno de los cincuenta estados de la Federación americana. Esto,
desde luego, ayudó a consolidar el dominio del idioma inglés a todo lo
largo y ancho del territorio de los Estados Unidos. Asimismo, la perma-
nencia del inglés ha sido asegurada de muy diferentes formas que se
aplican hasta la fecha. Por ejemplo, es un requerimiento legal para los ni-
ños aprender inglés en las escuelas; para los inmigrantes de menos de

108 Sin lugar a dudas, el estudio del protestantismo en Latinoamérica durante las últi-
mas tres décadas constituye el análisis de la minoría religiosa más pujante en esta región
del mundo, mismo que no ha estado exento de una fuerte participación estatal e incluso
trasnacional, pues en ocasiones las minorías protestantes en diversos países latinoameri-
canos han estado financiadas con recursos provenientes de los Estados Unidos. Sobre el
particular, véase Stoll, David y Garrard-Burnett (eds.), Rethinking Protestantism in Latin
America, Filadelfia, Temple University Press, 1993, p. 227; Martin, David, Tongues of
Fire. The Explosion of Protestantism in Latin America, Gran Bretaña, Basil Blackwell,
pp. 9-111, 163-185, 271-294; Basrian, Jean-Pierre, Protestantismos y modernidad lati-
noamericana, México, Fondo de Cultura Económica, 1994; Spinner-Halev, Jeff, Survi-
ving Diversity. Religion and Democratic Citizenship, Baltimore, The Johns Hopkins Uni-
versity Press, 2000, pp. 241; Motley Hallum, Anne, Beyond Missionaries. Toward an
Understanding of the Protestant Movement in Central America, Estados Unidos, Row-
man & Littlefield Publishers, 1996.
80 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

cincuenta años es indispensable para adquirir la ciudadanía norteameri-


cana; asimismo es un requerimiento de facto para poder trabajar en el
gobierno, así como para realizar todos los trámites oficiales. En efecto,
contrariamente a lo que opina Walzer, no hay tal neutralidad en el libera-
lismo estadounidense, ni en su sistema federal, por el contrario y como
acertadamente señala Miquel Caminal, el propio federalismo norteameri-
cano ha estado dirigido a la consolidación de una cultural nacional en de-
trimento de las particularidades regionales y subnacionales: “Hay un hilo
conductor a lo largo de toda la historia del federalismo estadounidense:
la necesidad y voluntad de crear un interés común superior a los intere-
ses particulares de los estados; el interés de formar una nación común, la
nación americana”.109
Desde luego, algo semejante podría decirse del caso mexicano donde
el sistema federal y el mismo liberalismo han sido dirigidos a la creación
de un Estado nacional.110 De esta manera, en México, a través de diver-
sas leyes reglamentarias, se hace indispensable el uso del idioma espa-
ñol, sin que exista un mecanismo que proteja, en particular, la desventaja
lingüística de los pueblos indígenas. Así por ejemplo, la Ley de Naciona-
lidad establece entre los requisitos que deben cubrir los extranjeros para
adquirir la nacionalidad mexicana, el probar que hablan español (artículo
19 de la Ley de Nacionalidad); también podemos señalar que normal-
mente las leyes reglamentarias de los tribunales federales y locales, esta-
blecen como requisito indispensable para la presentación de los diversos
documentos legales, desde demandas hasta pruebas, que éstas sean reali-
zadas y presentadas en idioma español, sin que normalmente incluyan al-
gún tipo de protección para las minorías lingüísticas.
Estas políticas han sido llevadas acabo con la intención de promover
la integración de lo que se ha llegado a llamar una “cultura societal”. Por
una cultura societal, Kymlicka se refiere a una cultura territorialmente

109 Caminal, Miquel, op. cit., nota 60, p. 101.


110 El liberalismo en México constituyó sin lugar a dudas una ideología unificadora
para la conformación del naciente Estado mexicano durante el siglo XIX, sobre todo una
vez que los liberales derrotaron a los conservadores después de la intervención francesa
en México, el liberalismo fue identificado con la nación mexicana y con los sentimientos
patrióticos a que daba lugar. Durante el porfiriato, semejante identidad entre liberalismo
y nación quedaron consolidadas mediante el prolífico trabajo ideológico de ese régimen.
Sobre el desarrollo del liberalismo, en particular recomiendo consultar Reyes Heroles,
Jesús, El liberalismo mexicano, 3 ts., México, Fondo de Cultura Económica, 1988.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 81

concentrada, cuyo centro es un lenguaje compartido, mismo que es em-


pleado en el amplio espectro de instituciones que existen en una sociedad,
tanto publicas como privadas (escuelas, medios de comunicación, dere-
cho, economía, gobierno, etcétera). Kymlicka la denomina cultura socie-
tal para enfatizar que tal cultura implica un lenguaje común y diversas ins-
tituciones sociales, además que creencias religiosas comunes, costumbres
familiares y formas personales de vida. Así, el Estado crea deliberadamen-
te una cultura societal y promueve la integración de los ciudadanos den-
tro de ella. En efecto, los gobiernos han alentado a los ciudadanos para
que examinen sus opciones de vida como algo estrechamente vinculado
con la participación en las instituciones comunes que operan dentro del
idioma reconocido como oficial, asimismo han alimentado una identidad
nacional que es definida, en parte, por una pertenencia común en una
cultura societal. Esto se debe al hecho de que promover la integración
dentro de la cultura societal es parte del proyecto de construcción de los
Estados nacionales, proyecto que todas las democracias liberales han
adoptado.111
Ahora bien, decir que los Estados se ajustan a un proceso de construc-
ción de un Estado nacional, no quiere decir que los gobiernos sólo deban
promover una sola cultura societal. Al contrario, es posible para los go-
biernos que alienten inclusive la existencia de dos o más culturas socie-
tales dentro de un solo país —como es el caso de estados como Canadá,
Suiza, Bélgica o España—, promoviendo con ello la formación de Esta-
do multinacional o de una nación multicultural. Sin embargo, histórica-
mente y de alguna manera u otra, casi todas las democracias liberales
han intentado difundir una única cultura societal en su territorio. Este ti-
po de proceso de construcción del Estado nacional sirve a un buen núme-
ro de objetivos previamente definidos por el Estado.
Así por ejemplo, la estandarización de la educación pública, al utilizar
un mismo lenguaje ha sido esencial para que todos los ciudadanos ten-
gan iguales oportunidades de trabajo una vez que terminan sus estudios,
ya que la igualdad de oportunidades es definida precisamente en térmi-
nos de un igual acceso a las principales instituciones que operan en la
lengua dominante, tanto para trabajar como para obtener los servicios es-
tatales.

111 Kymlicka, op. cit., nota 1, p. 25.


82 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

De igual manera, la participación en la cultura societal común ha sido


considerada como esencial para generar el tipo de solidaridad que es in-
dispensable para el Estado, ya que éste promueve un sentido común de
identidad y pertenencia. Más aún, podríamos decir que el lenguaje co-
mún es indispensable para el crecimiento de la democracia: ¿cómo se po-
dría gobernar una población si no pudieran entenderse entre ellos? Cier-
tamente, la promoción de una cultura societal común ha sido una parte
esencial de la cohesión política en los Estados modernos,112 sin embargo,
esta promoción, como ha quedado demostrado, ha sido en detrimento de
las dos principios normativos de la justicia para el acomodo de las mino-
rías etnoculturales en términos de justicia.
De esta manera, lo que propongo es que reconozcamos que los Esta-
dos liberales nunca han sido neutrales ni indiferentes a los temas cultura-
les y que, más aún, siendo la participación del Estado esencial para la
creación y fomento de la identidad nacional, el Estado mismo se com-
prometa en la construcción de una nación multicultural que incorpore no
sólo a la cultura de la sociedad dominante, sino además a todas aquellas
culturas minoritarias que conviven en su interior, para que de esta forma
pueda otorgar los mismos derechos y libertades a todos los integrantes
de la sociedad política, dando, en consecuencia, satisfacción a los dos
principios de la justicia.

IV. AUTODETERMINACIÓN COMO ESPACIO PÚBLICO


Y LOS DOS PRINCIPIOS DE LA JUSTICIA

Desde luego, la intención de crear una nación multicultural para dar


cumplimiento a los principios de la justicia supone una definición de la
nación113 en la cual la nación es vista como una “comunidad imaginaria”

112 Ibidem, p. 26.


113 Una definición de las naciones como comunidades culturales plantea muchas difi-
cultades. En principio hay muchos tipos de grupos culturales, algunos tan largos como la
civilización occidental y otros tan pequeños como la comunidad Amish en Canadá. Intui-
tivamente, no tendemos a clasificar tales grupos como naciones aunque puedan ser consi-
derados dentro de tales parámetros. Entonces, ¿cómo podemos distinguir entre naciones
y otros grupos culturales? No hay una respuesta satisfactoria a esta pregunta, se tiene que
examinar caso por caso. Véase Tamir, Yael, op. cit., nota 1, p. 68.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 83

a la manera en que hace Anderson114 en el sentido de que los límites de


tal comunidad y del reconocimiento que le siguen son producto de la ha-
bilidad de sus miembros para “pensar a la nación” a través del poder de
su imaginación, pues se trata una comunidad muy grande como para per-
mitir el contacto directo y las relaciones entre todos sus miembros.
Esta forma de ver a la cultura tiene algunas semejanzas con la manera
en que Kymlicka define su noción de cultura societal o, como en térmi-
nos semejantes lo hace Tamir cuando nos dice que la cultura es “el con-
junto de patrones de comportamiento, lenguaje, mitos y símbolos que
nos permiten un reconocimiento mutuo. Consecuentemente, dos perso-
nas son de la misma nación si y solo si, comparten la misma cultura”.115
Ya explicaba en el punto anterior lo importante que es la cultura para el
ejercicio de los derechos y las libertades básicas, pues sin ella no es posi-
ble ser autónomo y sin autonomía no es posible ser libre.
En lo que hay que hacer énfasis es en el hecho de que una nación sus-
tentada sólo en una identidad nacional no sienta las bases para que las
minorías etnoculturales se vean reconocidas en esa nación y en conse-
cuencia gocen de los derechos y libertades a que se refiere el primer
principio de la justicia. Más aún, normalmente las naciones tienen más
de una cultura, únicamente hay que reconocerlo, ejemplos hay muchos:
México con su cultura indígena y occidental, Canadá con su culturas de
origen inglés, francés y también indígena, etcétera. Estas culturas fre-
cuentemente conviven de tal manera que es difícil establecer límites pre-
cisos entre ellas, pues no es posible determinar con exactitud dónde ter-
minan algunas y dónde comienzan otras. En otras palabras, tenemos que
reconocer el hecho de que las naciones se forman de una pluralidad de
culturas que se mezclan o conviven entre ellas y que nos permite soste-
ner que, normalmente, las naciones son productos multiculturales, es de-
cir, naciones multiculturales. Ya decía Raz que la pluralidad de culturas
tiene un valor intrínseco, pues como sugiere correctamente: “Si tener una
vida autónoma es un valor último, entonces tener una rango suficiente de

114 El concepto de “comunidad imaginaria” es usado por Anderson, cuyas ideas sobre
la nación y las nacionalidades ha sido muy influyente en la literatura anglófona, véase
Anderson, B., Imaged Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationa-
lism, Londres, New Left Books, 1983.
115 Tamir, Yael, op. cit., nota 1, p. 68.
84 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

opciones aceptables, es un valor intrínseco”.116 Y este rango de opciones


lo proporcionan precisamente las culturas.
Ahora bien, la existencia de una nación como una unidad social dis-
tinta requiere de la presencia de una esfera pública en la cual la cultura
de la nación se exprese y donde el individuo se sienta libre para desarro-
llar sin represión aquellos aspectos de su nacionalidad que están amarra-
dos con su sentido de identidad. En efecto, una persona requiere no sólo
de una esfera privada para expresar su identidad nacional, sino también
muy frecuentemente de un espacio público.
El siguiente ejemplo que tomo del propio Tamir, pondrá más claro lo
anterior:

El señor X vive en la tierra Y, misma que se define como una sociedad li-
beral y justa. El señor X es la única persona que práctica la cultura F en la
tierra Y. Es obvio que el señor X posee un derecho para identificarse con
la comunidad X y a que se le reconozca la posibilidad preservar su cultura
en su dominio particular (su derecho a cantar en su propia lengua dentro
de la bañera, para comprar y leer libros sobre su propia cultura, para usar
ropas especiales, etcétera). Esta interpretación del derecho a la cultura es
satisfecha por el derecho a la privacidad. Los problemas surgen cuando
los individuos desean trasladar su cultura a la esfera pública: cuando algu-
nas ropas son de rigor para todos y los judíos desean utilizar solideos, las
escolares argelinas velos en las escuelas, los palestinos kafias alrededor de
sus hombros, los escoceses faldas, los sikhs turbantes y las mujeres hin-
dúes saris... Al respecto, la mínima expresión de diferencia cultural en los
espacios públicos puede provocar conflictos. ¿Puede un sikh tener permi-
so para usar un turbante mientras trabaja en una constructora al tiempo
que todo mundo es obligado a usar casco? ¿Pueden los musulmanes salir
de su trabajo una hora antes durante el mes de Ramadán, de tal manera
que puedan llegar a sus casas en tiempo para la cena? ¿Pueden los hispa-

116 Raz, Joseph, The Morality of Freedom, Oxford University Press, 1986, p. 203.
(La traducción es mía). No obstante que Raz reconoce el valor de la cultura en la forma-
ción de la autonomía, no reconoce el derecho de las minorías a conservar su cultura. En
efecto, Raz ofrece una versión moderna de los argumentos de Mill y sugiere que cuando
una cultura liberal se encuentra con una no liberal, cuyos miembros no suscriben “la con-
dición de la autonomía”, sería justificado tomar acciones para “asimilar al grupo minori-
tario, al costo de dejar que su cultura muera o al menos sea modificada considerablemen-
te por absorción”, en virtud de que las culturas no liberales “son inferiores a la dominante
cultura liberal”. La traducción es mía. Véase Raz, op. cit., supra, pp. 423 y 424.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 85

nos presentar sus casos en las cortes de Estados Unidos en español? ¿Pue-
de un palestino que vive en Israel matricularse para los exámenes en ára-
be?117

Me parece que aquellos que niegan a los individuos y a las minorías el


derecho a una práctica pública de su cultura particular frecuentemente
esconden la afirmación de que la cultura particular de las minorías puede
ser restringida a la esfera privada, lo cual no es posible pues el ejercicio
de los derechos y las libertades básicas requiere de una espacio público
reconocido por el Estado. Esto es particularmente importante para el pri-
mer principio de la justicia, pues un espacio público para que las mino-
rías etnoculturales practiquen su cultura es indispensable para que todos
ejerzan un esquema adecuado de derechos y las libertades que sean com-
patibles con los derechos y las libertades de los otros.
Por lo que respecta al papel que juega el Estado, si ninguna cultura
disfrutara del soporte estatal, el derecho a seguir una cultura sólo signifi-
caría el derecho para seguir la propia cultura lo mejor que cada persona
pudiera sin ninguna interferencia estatal; pero como esto casi nunca su-
cede, pues normalmente los Estados fomentan una cultura nacional, se
hace indispensable que los Estados alienten también el mantenimiento y
reproducción de las culturas minoritarias, pues en caso contrario se que-
brantaría el principio esencial de igualdad contenido en el primer princi-
pio de la justicia. El siguiente ejemplo tomado del propio Tamir podría
ayudarme a ilustrar lo anterior:

si el Estado soporta algunas culturas especificas, habrá implicaciones pos-


teriores que deben ser consideradas: supongamos que el señor X puede
probar que en la sociedad Y cierta cantidad de recursos públicos son desti-
nados a la cultura Y. Entonces el señor X debería tener el derecho, como
alguien que paga impuestos, a reclamar una parte justa de los recursos pú-
blicos y usarlos para practicar diversos aspectos de su cultura por sí mis-
ma o dentro de un pequeño círculo de seguidores. Ésta es una demanda
justificada y, como cuestión de principios, el señor X estaría autorizado
para exigir la parte proporcional del gasto público que le correspondiera a
su gasto cultural.118

117 Tamir, Yael, op. cit., nota 1, p. 54. La traducción es mía.


118 Ibidem, p. 54.
86 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Ciertamente, el que el señor X pueda conseguir que ciertos recursos


públicos sean destinados para el fomento de su cultura, le permitirá ejercer
aquellas libertades esenciales que se encuentran vinculadas a su propia
cultura, como son su libertad de expresión, asociación y sus libertades po-
líticas. Asimismo, al referirnos en el ejemplo anterior a la obligación que
tiene el Estado de destinar recursos públicos al desarrollo y al fomento
cultural, entramos también al terreno de la distribución de beneficios
económicos y sociales a que se refiere la primera parte del segundo prin-
cipio de la justicia.
Con base en lo anterior, podríamos decir que el derecho a una esfera
pública en lo relativo a la cultura es condición necesaria para que operen
los principios de la justicia, mismos que podrían quedar como siguen:
por lo que respecta al primer principio de la justicia, se podría afirmar
que los integrantes de las minorías etnoculturales sólo pueden gozar de
un esquema adecuado de derechos y libertades que sea compatible con un
esquema similar de derechos y libertades de los otros si su cultura posee
espacios públicos para su desarrollo, pues sólo en los espacios públicos es
posible el ejercicio de tales derechos. Continuando con la idea de lo pú-
blico, podría decir que en lo relativo al segundo principio de la justicia,
ninguna cultura podría gozar de una desigual distribución de los benefi-
cios sociales y económicos que otorga el poder público, al menos que se-
mejante distribución fuera en beneficio de todos.
Ahora bien, esta demanda por una esfera pública nacional “en la cual
los aspectos culturales de la vida nacional lleguen al foro”, va a culminar
en el derecho de la autodeterminación nacional de las minorías etnocul-
turales, es decir, en el derechos de las minorías a poseer un espacio pú-
blico para la expresión de su cultura como elemento esencial de su auto-
determinación. En este sentido, la autodeterminación como derecho debe
distinguirse del derecho al autogobierno, el cual como dice Tamir “es el
derecho a tomar parte en las instituciones políticas que gobiernan nuestra
propia vida”.119
En efecto, autodeterminación y autogobierno son dos conceptos dife-
rentes y representan bienes e intereses humanos separados. Así, mientras
ambos derechos celebran la autonomía personal y el derecho de los indi-
viduos para tomar elecciones constitutivas, en el derecho al autogobierno

119 Ibidem, pp. 8 y 9.


LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 87

este aspecto nos lleva hacia el derecho de los individuos para gobernar
sus vidas, para crear su propio gobierno. En el caso de la autodetermi-
nación, estos derechos se refieren a la manera en la cual los individuos
y los grupos definen primeramente su identidad personal o grupal y, fi-
nalmente, su identidad nacional, así como la esfera pública para su desa-
rrollo.
Así, mientras la autodeterminación implica un proceso a través del
cual las personas buscan dar expresión pública a su identidad nacional y,
en consecuencia, es frecuentemente descrita como el derecho de los indi-
viduos a poseer una esfera pública, implicando así que éstos puedan esta-
blecer o influir en las instituciones estatales para dirigir su vida común
de manera que éstas reflejen su cultura con independencia de cualquier
injerencia externa el autogobierno se refiere al derecho de los individuos
a participar en la determinación de los fines y las políticas adoptadas por
el grupo político que los dirige y al cual pertenecen, esto es, el autogo-
bierno es un derecho a tener qué decir en las decisiones fundamentales
que afectan el proceso político, en una palabra, a participar en gobierno
de su país.120
Algunos ejemplos pueden proporcionarnos más luces acerca de la dis-
tinción entre autogobierno y autodeterminación nacional: el proceso de
unificación europea puede eventualmente llevarnos a la creación de un
Estado europeo en el cual todos los ciudadanos europeos muy probable-
mente disfruten de un rango completo de derechos civiles. Un Estado eu-
ropeo puede así permitir a todos los europeos realizar su derecho al auto-
gobierno, pero no necesariamente les otorgará la oportunidad, como
miembros de diferentes naciones, para realizar su derecho a la autodeter-
minación nacional.
Caso distinto puede ser el de un Estado-nación no democrático que
puede privar a los miembros de la nación de su derecho al autogobierno,
pero no de su derecho a la autodeterminación nacional. El deseo por la au-
todeterminación nacional es diferente e inclusive contradictorio de la lu-
cha liberal democrática por los derechos civiles y de participación políti-
ca. En efecto, la historia nos muestra que los individuos frecuentemente
desean asegurar para su nación un estatus y reconocimiento frente a las
otras naciones, inclusive al costo de entregar sus libertades y derechos

120 Ibidem, pp. 68-70.


88 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

civiles. Un ejemplo palpable de lo anterior es el caso de Cuba, que ha


optado por el abandono de muchos de sus derechos civiles y políticos en
aras de consolidar un régimen de partido único bajo la dirección de Fidel
Castro. Efectivamente, Cuba aparece en la escena internacional como
Estado-nación tardíamente, apenas a finales del siglo XIX y principios
del XX, después de su independencia de España. La intervención esta-
dounidense en sus asuntos internos durante la primera mitad del siglo
XX y el posterior estallido de la revolución, obligó al Estado cubano a
optar por un régimen fuertemente centralizado que ha buscado primor-
dialmente el reconocimiento a su derecho de autodeterminación, aun
cuando haya sido evidente que durante más de cuarenta años de régimen
castrista no hubiesen tenido los cubanos libertad política ni democracia.
Ya lo decía Berlin, es

el deseo de un reconocimiento recíproco el que permite que la mayor parte


de las democracias autoritarias sean, en ocasiones, conscientemente prefe-
ridas por sus miembros a las oligarquías ilustradas, o en otras ocasiones lo
que provoque que un miembro de un Estado asiático o africano se queje
menos cuando es tratado con rudeza por los miembros de su raza o nación
que cuando es gobernado con algún cuidado, de manera justa y gentil, por
administradores extranjeros.121

Por el momento me concentraré en la autodeterminación por ser esen-


cial para la comprensión de la nacionalidad, el autogobierno lo veré con
más detenimiento en capítulos posteriores.
Ahora bien, si el derecho a la autodeterminación nacional no puede
ser reducido al autogobierno, ¿cuál es su esencia? Como en el caso de la
nación, la esencia de la autodeterminación nacional está referida a la po-
sibilidad de poseer un espacio público, pero también está referida a un
derecho cultural, es decir, al derecho de ejercer la propia cultura dentro
de una esfera pública particular. De esta manera, la interpretación cultu-
ral del derecho a la autodeterminación nacional debe considerarse como
el derecho de los individuos a expresar públicamente su identidad nacio-
nal, para proteger, preservar y cultivar la existencia de su nación como
una entidad cultural distinta. Como dice Tamir, “bajo esta perspectiva, el
derecho a la autodeterminación nacional debe ser visto como un derecho

121 Berlin, Isaiah, op. cit., nota 66.


LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 89

individual, contingente de las decisiones individuales de afiliarse a un


grupo nacional particular y para dar expresión pública a esta afiliación”.122
De esta manera, el derecho a la autodeterminación es un requisito para
que puedan operar los dos principios de la justicia, pues tanto la cultura
como el espacio público para su manifestación han sido considerados
condiciones necesarias para la aplicación normativa de esos principios.
En síntesis, quisiéramos decir que la justificación del derecho a una
autodeterminación nacional, siguiendo a Tamir, descansa en

la existencia de un espacio público compartido con otros individuos como


condición necesaria para asegurar la preservación de una nación como una
comunidad vital y activa... la autodeterminación nacional está en conse-
cuencia sujeta a la aspiración de tener un dominio común que sea cons-
truido no sólo como una arena de cooperación para asegurar los intereses
individuales, sino también como un espacio donde la identidad común de
uno encuentre expresión. La habilidad para concebir ciertas instituciones
políticas y sociales como representativas de una cultura particular y como
portadoras de una identidad nacional está en consecuencia en el corazón
de cualquier demanda de autodeterminación nacional.123

Ahora bien, la autodeterminación no se debe concebir necesariamente


como la capacidad de una nación para construir un Estado, ya que éstas
no siempre se encuentran en posibilidades de constituir un Estado, pues
como hemos visto al principio del presente capítulo, hay muchísimas
más naciones que posibles Estados en el mundo. Al respecto, parecería
que no es posible considerar el derecho a la autodeterminación de mane-
ra absoluta, pues aunque

indudablemente una nación-Estado puede asegurar el máximo grado posi-


ble de autonomía nacional y el máximo rango de posibilidades para el dis-
frute de una vida nacional, sin embargo, se asume con frecuencia que la
implementación de los derechos de autonomía deben ser restringidos de
tal manera que aseguren a todos los individuos una igual esfera de liberta-
des.124

122 Tamir, Yael, op. cit., nota 1, p. 73.


123 Ibidem, pp. 73 y 74.
124 Ibidem, p. 74.
90 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

El primer principio de justicia que establece Rawls ilustra muy bien


esta limitación: cada persona debe poseer un adecuado esquema de dere-
chos y libertades que sea compatible con un esquema similar para los
otros. Sobre esta base, se podría llegar a argumentar que la libertad de
los miembros de cada nación, para disfrutar el derecho a la autodetermi-
nación nacional, puede ser restringida con el propósito de permitir a los
miembros de las minorías etnoculturales disfrutar del mismo derecho.
En efecto, conforme a los principios de justicia, el derecho a la auto-
determinación de que han gozado los Estados nacionales no puede ser
absoluto con respecto a las minorías etnoculturales, pues debe tener en
cuenta siempre el derecho a la autodeterminación de esas minorías, dere-
cho este último que, por cierto, tampoco es absoluto. Ahora bien, si el
derecho a la autodeterminación nacional no es absoluto y no puede ser
satisfecho siempre a través de la constitución de una unidad estatal, esto
nos obliga a buscar otras soluciones. Como acertadamente dice Tamir:

el derecho a la autodeterminación nacional puede ser satisfecho a través


de una gran variedad de arreglos políticos —el establecimiento de institu-
ciones nacionales, la formación de comunidades autónomas o el estableci-
miento de estados federados o confederados— que aseguren a los indivi-
duos participar en la vida nacional de su comunidad. Es inútil buscar una
guía para todos los casos que nos permita determinar cuando el derecho a
la autodeterminación nacional justifique una cierta solución política. Las
condiciones particulares de cada caso determinarán la mejor solución bajo
las circunstancias particulares de que se trate. El costo de cada solución
debe en cada caso, ser valorado contra sus beneficios. Esto implica que la
suerte juega un papel importante en la habilidad de las acciones para dis-
frutar del derecho a la autodeterminación en su sentido más absoluto. Las
naciones que viven en territorios grandes y desolados están más propensas
a obtener autonomía que las naciones que viven en áreas densamente po-
bladas, además de que factores tales como los recursos naturales, acceso al
mar, clima, topografía, son también influyentes. Otra consideración im-
portante en este contexto es el tamaño de las comunidades involucradas: a
mayor número de personas que se beneficien de una cierta política públi-
ca, mayor será la carga que justificadamente imponga a otros... Se asume,
por lo tanto, que naciones diferentes implementarán el derecho a la auto-
determinación de maneras distintas. Bajo la condición de que tal variación
sólo refleja una distribución desigual de las oportunidades existentes para
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 91

la implementación del derecho a la autodeterminación es difícil determinar


un patrón para todos los casos. En consecuencia, podríamos concluir que
todas las naciones están igualmente facultadas para disfrutar el mayor gra-
do posible de autodeterminación nacional que le permita sus circunstan-
cias específicas.125

Adoptar un punto de vista normado por los dos principios de la justi-


cia, y no uno absoluto de la autodeterminación nacional, nos permite
comprender mejor las demandas de las minorías etnonacionales para que
los Estados nacionales respeten sus formas culturales y de organización
política. De esta manera, los miembros de las minorías nacionales tienen
la posibilidad de exigir ciertos derechos de autodeterminación ya que tie-
nen en todo momento el derecho y el interés de preservar su cultura, des-
de luego, siempre y cuando estos derechos sean compatibles con las li-
bertades de todos los integrantes de la sociedad dominante.
Parece importante señalar que la noción de autodeterminación se en-
cuentra sujeta a un intenso proceso de transformación en la teoría políti-
ca contemporánea, tanto en sus dimensiones internas con relación a la
presencia de las minorías etnoculturales que se desenvuelven dentro de
los Estados nacionales, como en su dimensión externa por lo que respec-
ta a las relaciones entre Estados nacionales.126 Por lo que respecta a su
dimensión interna, la autodeterminación, sin dejar de ser una noción im-
portante para la definición de la nación y el Estado, ha dejado de ser una
noción absoluta para ser vista a la luz de principios normativos que la
puedan regular. Esto es muy claro en el caso de los Estados nacionales
que tienen que convivir con minorías etnoculturales en su interior, pues
si se reconociera la autodeterminación absoluta del Estado-nación, éste
se encontraría en posibilidades de suprimir a esas minorías; en cambio,
el sujetarla a la regulación de principios normativos nos hace pensar en
la autodeterminación como un acuerdo entre la sociedad dominante y las

125 Ibidem, p. 75.


126 Aquí utilizo la clásica división que Mario de la Cueva hace de la soberanía, al se-
ñalar que ésta tiene una doble dimensión: una que es relativa a la autodeterminación in-
terna que implica que el Estado no tenga ningún tipo de límites a su poder, en todo lo que
a su régimen interno de gobierno corresponde. Por autodeterminación en el nivel externo,
se refiere a que ningún otro Estado pueda influir en las decisiones de otro Estado-nación.
Véase Cueva, Mario de la, La idea del Estado, México, UNAM, 1986.
92 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

minorías que se encuentran en su interior, para el respeto de la cultura de


estas últimas. Lo mismo debe operar en el caso de las minorías, su dere-
cho a la autodeterminación y al goce de los derechos y libertades que
ello implica, deberá encontrarse siempre sujeto a los derechos de autode-
terminación de la sociedad dominante y de las otras minorías con las que
inevitable tendrá que convivir en cualquier unidad estatal.
En el mismo sentido que nosotros, Gellner, ante la evidencia de los
muy variados y numerosos nacionalismos que existen en el mundo, ya no-
taba la incongruencia del principio absoluto de la autodeterminación para
las naciones cuando decía que el “derecho de las naciones a la autodeter-
minación parece un principio que podría llevarse a la práctica y generar
soluciones únicas y especialmente vinculantes en diversas situaciones
concretas de conflicto, pero no es más que una bobada”.127 Efectivamen-
te, un derecho de la autodeterminación absoluto y oponible en todo mo-
mento sólo nos podría llevar a la existencia de innumerables conflictos
en aquellos territorios donde conviva más de una nación.
No creo que aceptar el derecho a la autodeterminación de las minorías
(en aquellos casos en que sea posible) sujeta a principios normativos, im-
plique negar la autodeterminación de los Estados nacionales, pues como
ya comenté, hay muy variadas formas para hacer que el principio de la
autodeterminación opere para las diversas minorías que conviven en un
Estado, que pueden ir de la autonomía a la confederación, sin pasar nece-
sariamente por la constitución de un Estado nacional. No creo, como ha-
ce Caminal, que estemos ante un callejón sin salida, cuando se pregunta

¿Puede ser el principio o derecho a la autodeterminación legítimo para


unos e ilegítimo para otros si cumplen los mismos requisitos? La repuesta
coherente sería no. Sin embargo, lo cierto es que parece que el mapa de
Estados nacionales ya está terminado e inmovilizado. No caben más auto-
determinaciones nacionales. O eso parece.128

Estaríamos en un callejón sin salida si en todos los casos el principio


de la autodeterminación implicase siempre la posibilidad de crear un

127 Gellner, E., Nacionalismo, Barcelona, Destino, 1998, p. 185; Caminal, Miquel,
op. cit., nota 60, p. 191.
128 Caminal, Miquel, op. cit., nota 60.
LAS MINORÍAS Y EL ESTADO NACIONAL 93

nuevo Estado, lo cual, como he comentado en el presente capítulo, no


siempre es posible. Ya hablaremos en el siguiente capítulo en qué casos
es posible la secesión, por lo pronto concluyamos que el derecho a la au-
todeterminación es legítimo para ambos, siempre y cuando se sujeten a
los principios normativos a que hemos hecho referencia.
CAPÍTULO TERCERO
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS:
FEDERALISMO, SECESIÓN, AUTONOMÍA
Y DERECHOS DIFERENCIADOS

I. Introducción: las minorías y su acomodo a las instituciones


políticas básicas en términos de justicia . . . . . . . . . . . . . . . 95
II. Minorías nacionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
1. Las naciones subestatales frente al Estado nacional. Sece-
sión y federalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
2. Pueblos indígenas y autonomía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124

III. Inmigrantes y derechos diferenciados . . . . . . . . . . . . . . . . . 145


IV. Estados multinacionales y Estados poliétnicos . . . . . . . . . . 156
CAPÍTULO TERCERO

INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO


DE LAS MINORÍAS: FEDERALISMO, SECESIÓN,
AUTONOMÍA Y DERECHOS DIFERENCIADOS

I. INTRODUCCIÓN: LAS MINORÍAS Y SU ACOMODO


A LAS INSTITUCIONES POLÍTICAS BÁSICAS
EN TÉRMINOS DE JUSTICIA

En el capítulo anterior, hemos señalado la importancia que tiene el hecho


de que los procesos de construcción de los Estados nacionales se realicen
conforme a principios normativos para el acomodo de las minorías etno-
culturales en términos de justicia y, en particular, que la construcción
que hagan los Estados liberales de la nación y de la identidad nacional
para satisfacer los principios de la justicia, integren a las diversas identi-
dades culturales que se desenvuelven dentro del Estado nacional. En este
sentido, concluíamos en el capítulo anterior que en virtud de que los
Estados nacionales seguirán presentes en el horizonte cercano y, por
consiguiente, tendrán que convivir con las minorías étnicas y nacionales
que normalmente se encuentran en su interior, se debería procurar la
construcción de naciones multiculturales y de Estados multinacionales
para dar, de esta manera, satisfacción a los dos principios de la justicia
que han normado nuestra investigación. Ahora bien, una vez visto todo
lo anterior y señalada la inevitable presencia de los Estados nacionales
en todo el futuro previsible, instituciones con las que irremediablemente
tendrán que convivir las minorías etnoculturales, debo continuar exami-
nando cómo podemos acomodar a las minorías en términos de justicia en
algunas de las principales instituciones políticas básicas que existen hoy
en día en estos Estados nacionales, como son el federalismo, la autono-
mía o los derechos diferenciados en función de grupo; incluiré también a
la secesión, que aunque no acomoda a las minorías dentro del Estado si-

95
96 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

no que crea otro Estado, su análisis es inevitable al referirnos a las mino-


rías etnoculturales. Desde luego, no sobra decir que en el presente capí-
tulo me referiré a aquellas instituciones políticas básicas que podríamos
encontrar o desarrollar en los Estados liberales, pues normalmente han
sido éstos los que, por ejemplo, han adoptado formas federales o estable-
cido un régimen mínimo de derechos para el acomodo de sus minorías.
Encontrar la forma de que las principales instituciones políticas de la
sociedad satisfagan los dos principios de la justicia es importante no sólo
debido a la inevitable convivencia que tiene y tendrá lugar entre las Esta-
dos liberales y las minorías etnoculturales, sino además, al hecho mismo
de que esas minorías normalmente desean acomodarse al Estado y a sus
instituciones en términos de justicia. En efecto, de entre todas las posibi-
lidades que tienen las minorías, casi siempre encontramos la necesidad
que tienen éstas de negociar los términos de su acomodo al Estado nacio-
nal y sus instituciones, pues como apuntaba en el capítulo anterior, la
construcción de la nación-Estado inevitablemente privilegia a los miem-
bros de la cultura mayoritaria —es decir, a los miembros pertenecientes
a la cultura del propio Estado nacional—, ya que si la lengua oficial es la
que se utiliza tanto para la economía como para las funciones del Estado,
es evidente que aquellos grupos o personas que hablen ese idioma y
compartan esa cultura poseerán una ventaja significativa con relación a
aquellos que no la hablen. Lo anterior implica que las minorías enfrentan
una severa discapacidad frente a tal proceso de construcción del Estado
nacional, pues no tendrán la capacidad de proteger su cultura ante una
cultura dominante y fuertemente promovida por el propio Estado. Como
dice Kymlicka “si todas las instituciones publicas son dirigidas y mane-
jadas en otro lenguaje, entonces las minorías enfrentan el riesgo de ser
marginadas de las instituciones económicas, políticas y académicas de la
sociedad”.129 Enfrentadas como están ante los Estados nacionales y de
acuerdo con Kymlicka, las minorías tienen básicamente las siguientes
opciones:

1) Pueden emigrar en masa, particularmente si existe cerca un Estado


próspero y poderoso que pueda asumirlos.
2) Pueden aceptar la integración dentro de la cultura mayoritaria, aun-
que quizá intenten negociar los términos de su integración.
129 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 22.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 97

3) Pueden buscar un conjunto de derechos e instituciones, entre los


que habría que destacar aquellos necesarios para mantener y repro-
ducir su propia cultura societal, es decir, aquéllos necesarios para
crear sus propias instituciones políticas, económicas y culturales en
su lengua.
4) Pueden aceptar permanecer en la marginación y buscar únicamente
que los dejen solos en las orillas de la sociedad.130

Ciertamente, cada una de las respuestas anteriores implica una estrate-


gia diferente que las minorías pueden adoptar en su proceso de acomodo
dentro del Estado nacional, así como la posibilidad o no de que se dé satis-
facción los dos principios de la justicia. La primera opción —la migración
masiva— implica la imposibilidad de siquiera considerar la aplicación de
los principios normativos de la justicia a las instituciones políticas bási-
cas, pues las minorías deciden trasladarse a otro espacio territorial exi-
miendo así al Estado de la responsabilidad de diseñar instituciones políti-
cas para su acomodo en términos de justicia, pues al ya no tener minorías
con las cuales negociar los términos de ese acomodo, no habrá necesidad
de tal diseño. En cambio, las otras tres opciones sí implican la posibili-
dad de que el Estado y las minorías pacten los términos del acomodo de
estas minorías etnoculturales a las instituciones políticas básicas, siendo
la opción dos (negociar los términos de la integración a la cultura do-
minante) y la tres (diseñar un conjunto de instituciones y derechos que
les permitan proteger su cultura) las alternativas que podrían satisfacer
los principios normativos de la justicia, en tanto que la última opción
—permanecer al margen la sociedad— implica un pacto o negociación
negativo, ya que conlleva la imposibilidad de que los principios normati-
vos apliquen en semejante acomodo institucional, pues se mantiene a las
minorías al margen de las instituciones políticas básicas. Ahora bien, pa-
ra que las opciones dos y tres puedan tener éxito, se requiere de ciertos
acomodos dentro del Estado en términos de justicia y “estos acomodos
pueden tomar la forma de políticas multiculturales, autogobierno, dere-
chos lingüísticos, tratados, otorgamiento de tierras o excepciones legales.
Diferentes derechos pueden ser otorgados según el caso particular de que
se trate”.131 Es nuestro objetivo en el presente capítulo, examinar cómo

130 Idem.
131 Idem.
98 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

pueden tener lugar algunos de estos acomodos, conforme a los dos prin-
cipios normativos.
Desde luego, los acomodos institucionales que deberán emplear el
Estado y las minorías, dependerán también de la naturaleza de las pro-
pias minorías etnoculturales de que se trate, ya que en la actualidad po-
demos encontrar minorías nacionales o grupos etnoculturales que se
ajusten bien o que podrían aceptar alguna de las cuatro opciones antes
señaladas sin ningún problema, mientras otros grupos se encuentran en
medio. Por ejemplo, dice Kymlicka

algunos grupos de inmigrantes escogen permanecer en la marginación.


Esto último parece ser cierto para los hutteritas en Canadá y los amish en
los Estados Unidos. Sin embargo, la opción de aceptar la marginación pa-
rece sólo atractiva para las sectas religiosas cuya teología les obliga a evi-
tar todo contacto con el mundo moderno. Así a los hutteritas y los Amish
no les preocupa su marginación de las universidades o las legislaturas,
pues en su opinión tales instituciones son corruptas y, por consiguiente, no
tienen ningún interés en ellas.132

También es frecuente en los Estados Unidos que ciertos grupos afroa-


mericanos y algunas otras sectas etnoreligiosas, como el sector funda-
mentalista de los mormones,133 permanezcan en los márgenes de la so-
ciedad. En México, muchos pueblos indígenas han escogido o han sido
orillados a la marginación de la sociedad dominante mexicana, como al-
gunos pueblos nahuas en la zona de la huasteca o algunos de los pueblos
indígenas que se encuentran en la zona de los Altos de Chiapas. Un
ejemplo de esta marginación extrema que llega a tener lugar en algunos
lugares de Chiapas es brillantemente ilustrada por Rosario Castellanos en
su primera novela Balun canan (1957) cuando relata el viaje de un indí-
gena de la región de los Altos a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, capital de
esa entidad federativa; así, cuando el indígena regresa de su viaje y se re-
úne con varios de los integrantes de su comunidad en los Altos, les cuen-

132 Ibidem, pp. 22 y 23.


133 Sobre los orígenes y desarrollo de la religión mormona, puede consultarse, Han-
sen, Klaus, J., Mormonism and the American Experience, Chicago Illinois, The Univer-
sity of Chicago Press, 1981. Una nota interesante sobre los comportamientos sociocultu-
rales de los mormones puede consultarse en New York Times, 15 de septiembre de 2002.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 99

ta que ha visto al presidente de México, en este momento uno de los


miembros de su comunidad le pregunta: “¿Qué es México?”.134
Sin embargo, no todas las minorías son marginadas, por el contrario,
prácticamente la mayoría de las minorías etnoculturales “buscan partici-
par en el mundo moderno y para tal efecto, procuran integrarse dentro de
la sociedad mayoritaria o buscar un autogobierno que les permita crear y
sostener a sus propias instituciones”.135 En efecto, enfrentados con la im-
posibilidad de aislarse del mundo y de evitar los contactos con otras cul-
turas y grupos étnicos, los grupos etnoculturalmente diversos han prefe-
rido pactar los términos de su convivencia con el Estado liberal y, en
consecuencia, aceptar a aquellas instituciones políticas básicas que les
permitan su integración en términos de justicia.
Dicho lo anterior, sólo me resta decir que en el presente capítulo exa-
minaré a los tres tipos de diferencias etnoculturales más significativas
que pueden encontrarse en las Estados nacionales contemporáneos: a las
minorías nacionales que se componen a su vez de naciones subestatales y
de pueblos indígenas, así como a los inmigrantes. En cada uno de esos
casos y después de evaluar si los procesos de integración que han tenido
en el pasado con esos Estados son justos, estudiaré a las instituciones po-
líticas básicas más propicias para su acomodo conforme a los principios
normativos de la justicia.

II. MINORÍAS NACIONALES

Por minorías nacionales, siguiendo a Kymlicka, me refiero a aquellos

grupos que forman sociedades completas y funcionales en sí mismas, po-


seen una cultura societal y se encuentran ubicadas en lo que podríamos

134 Castellanos, Rosario, Balún canan, México, Fondo de Cultura Económica, 1983.
Balun canan o “Nueve estrellas” es el nombre que según la tradición dieron los poblado-
res mayas al sitio donde hoy se encuentra Comitán, en el estado de Chiapas, México. Ha-
bría que agregar que esta novela conjuntamente con su libro de cuentos Ciudad Real y la
novela basada en un hecho histórico Oficio de tinieblas, ocupan uno de los lugares más
importantes dentro de la literatura sobre temas indígenas en México durante el siglo XX.
Desde mi punto de vista, la narrativa mexicana no ha tenido otra escritora tan cercana a
la problemática indígena chiapaneca de mediados de siglo, como lo ha sido Castellanos.
Véase de esta misma escritora Ciudad Real, México, Alfaguara, 1997; así como Oficio
de tinieblas, México, Joaquín Mortiz, 1962.
135 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 23.
100 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

llamar madre tierra, es decir, en el mismo espacio territorial en que se en-


contraban (o en alguno semejante), antes de ser incorporados en el Esta-
do-nación. Las minorías nacionales pueden ser subdivididas en dos catego-
rías: naciones subestatales y pueblos indígenas. Las naciones subestatales
son aquellos grupos nacionales que no poseen un Estado en el cual pudie-
sen ser ellas mismas una mayoría, pero que pudieron haber tenido un Esta-
do en el pasado, o bien pudieron haber buscado constituirlo.136

Éste es el caso de las naciones que pudieron haber sido anexadas a su


vez por un Estado más grande o por un imperio, como Quebec en Cana-
dá, “o bien cedidas por un imperio a otro, o anexados a otro por una unión
monárquica. En menor número de casos, este tipo de Estados multinacio-
nales son creados por un acuerdo más o menos voluntario, entre dos o más
grupos nacionales que desean formar una especie de federación”.137
En el caso de los pueblos indígenas, “éstos tradicionalmente han sido
despojados de sus tierras por los nuevos pobladores”, además de haber
sido forzados mediante la violencia militar o a través de tratados (aunque
se escuche paradójico) en el caso de Canadá y Estados Unidos, a incor-
porarse en los Estados nacionales que son gobernados precisamente por
quienes ellos consideran como extranjeros e invasores.

Mientras las minorías nacionales del primer tipo —naciones subestata-


les— aspiran a convertirse en lo que podríamos llamar naciones-Estados,
con instituciones sociales y económicas similares a las del Estado-nación
dominante, en cambio los pueblos indígenas normalmente buscan algo di-
ferente: la habilidad de mantener ciertas formas tradicionales de vida y
creencias propias, al mismo tiempo que pudiesen participar en la sociedad
moderna en los términos en los que ellas desean. Además de la autonomía
que buscan para poder desarrollar el tipo de proyecto que quieren llevar a
cabo, los pueblos indígenas también exigen al Estado dominante respeto y
reconocimiento a su identidad propia, así como la reparación de aquellas
afrentas de que han sido objeto a lo largo de décadas o inclusive siglos, en
las que se les ha negado su reconocimiento como ciudadanos, o bien en el
mejor de los casos, se les ha considerado ciudadanos de segunda clase,
cuando no esclavos.138

136 Idem.
137 Ibidem, pp. 22 y 23.
138 Idem.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 101

Ahora bien, el contraste entre las naciones subestatales y los pueblos


indígenas no siempre es preciso, además de que, como señala Bonfil Ba-
talla, no hay definición universal y adecuada de qué debemos entender
por pueblos indígenas.139 Un método muy útil que nos permite en princi-
pio poder distinguir entre las naciones subestatales y los grupos indíge-
nas en los contextos occidentales, consiste en precisar que “los primeros
contendieron pero perdieron la lucha en el proceso de formación de los
Estados nacionales, mientras que los segundos fueron aislados de este
proceso hasta fecha muy reciente”140 y, por consiguiente, mantuvieron
una forma de vida muy distinta de aquellos patrones modernos que trato
de imponer el Estado nacional dominante.
Podemos decir que las naciones subestatales hubiesen deseado formar
sus propios Estados pero inevitablemente perdieron la lucha política,
mientras que los grupos indígenas permanecieron fuera de este sistema
de Estados europeos. Los catalanes, los vascos, los flamencos, los esco-
ceses, los corzos, los puertorriqueños y los quebequenses pertenecen al
primer grupo, mientras los sami, los inuit, los maori, los mayas, los na-
huas y en general los indígenas americanos, pertenecen al segundo gru-
po. Aquí cabe precisar una diferencia importante: tanto en América como
en Europa, es claro que las consecuencias de la incorporación al Estado
nacional han sido mucho peores para los grupos indígenas que para cual-
quier nación subestatal, pues éstas indudablemente han tenido mayor ca-
pacidad que los pueblos indígenas para resistir el proceso de destrucción
de sus culturas que muchas veces está implícito en su incorporación al
Estado nacional.141
Ambos grupos, las naciones subestatales y los pueblos indígenas, fue-
ron incorporados al Estado y

...tradicionalmente han resistido ese proceso de construcción del Estado


nacional, al tiempo que han peleado para mantener o recrear sus propias
instituciones de autogobierno, desarrollar sus actividades públicas en su
propia lenguaje, así como tener la capacidad para vivir y trabajar en su pro-

139 Sobre las dificultades para definir a los pueblos o grupos indígenas, véase el capí-
tulo primero y segundo de Bonfil Batalla, Guillermo, México profundo. Una civilización
negada, México, SEP, 2001.
140 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 24.
141 Idem.
102 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

pia cultura. En este sentido, tales grupos solicitan mantener o recuperar


sus propias escuelas, tribunales, medios de comunicación e instituciones
políticas. Para alcanzar lo anterior, han demandado ciertas formas de auto-
nomía. En casos extremos, han exigido la secesión del Estado-nación do-
minante, aunque más frecuentemente han reclamado formas de autonomía
regional. Asimismo, tanto las naciones subestatales como los grupos indí-
genas, se han movilizado usando el lenguaje de la nacionalidad para justi-
ficar sus demandas de autogobierno.142

Por lo que respecta a los nacionalismos, éstos han sido utilizados típi-
camente para consolidar los reclamos de independencia que se han con-
siderado como el punto final de sus exigencias, sin embargo, por eviden-
tes razones demográficas y económicas, parece poco probable que todas
las minorías nacionales pudieran en la actualidad constituir Estados inde-
pendientes, esto, como se ha señalado en el capítulo anterior, es privile-
gio sólo de algunas naciones.
Ahora bien, creo que es el momento de ver caso por caso, e ir distin-
guiendo con más detenimiento la forma como las naciones subestatales y
los pueblos indígenas pueden acomodarse a los Estados nacionales, con-
forme a los principios normativos de la justicia. Para ello se hará indis-
pensable evaluar cuáles instituciones políticas son las más propicias para
esos acomodos institucionales en términos de justicia. Comencemos por
las naciones subestatales para, en el siguiente apartado, examinar el caso
de los pueblos indígenas, como subgrupo de las minorías nacionales.

1. Las naciones subestatales frente al Estado nacional.


Secesión y federalismo

Establecido lo que debemos entender por minorías nacionales y su


distinción entre naciones subestatales y pueblos indios, comencemos el
presente apartado haciéndonos la pregunta base de esta investigación y
que ha quedado asentada desde el primer capítulo: ¿cómo debe tener lu-
gar el acomodo de las naciones subestatales dentro del Estado y sus ins-
tituciones políticas básicas, conforme a los dos principios de la justicia?
De manera general, puedo decir que hay tres respuestas al problema an-

142 Idem.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 103

terior, aunque no todas ellas dan satisfacción a los principios de la justi-


cia: se ha tratado de suprimir a sus naciones subestatales o bien, se ha
optado por ceder a las presiones secesionistas de esas minorías o, se les
ha reconocido ciertos derechos de autonomía, entre cuyas formas, la más
destacada es y ha sido la organización federal. Examinemos cada uno de
estos arreglos políticos a la luz de los principios normativos de la justicia
que dirigen nuestra investigación.
Para empezar por la más común, que es la de la supresión, podríamos
decir que históricamente las democracias liberales han intentado supri-
mir tales nacionalismos minoritarios de una manera violenta, casos de
este tipo tenemos muchos, así por ejemplo,

...en varios momentos de los siglos XVIII y XIX, Francia prohibió el uso
de las lenguas vasca y bretona en las escuelas o en las publicaciones, tam-
bién proscribió cualquier organización política que promoviera cualquier
manifestación de esos nacionalismos minoritarios. De igual manera, en un
principio los británicos y los canadienses despojaron a los quebequenses
de sus derechos lingüísticos y de sus instituciones, al tiempo que estable-
cieron fronteras políticas para impedir que los quebequenses formaran una
mayoría política en cualquier provincia... Algo semejante, podemos decir,
sucedió en los Estados Unidos, que después de conquistar el sudoeste en
su guerra con México en 1848, despojó a los habitantes mexicanos de su
lengua y de sus instituciones, exigiéndoles el idioma inglés en todas sus
actividades y dificultándoles la participación en las votaciones, al tiempo
que se promovió una migración masiva de tal forma que los mexicanos o
chicanos, constituyeran una minoría en esos territorios.143

Todas estas medidas fueron diseñadas con

la intención de despojar de cualquier elemento de poder político a las mi-


norías nacionales, así como eliminar cualquier sentimiento que les permi-
tiera poseer algún tipo de identidad nacional. Muchas veces esto fue justi-
ficado con el obvio y falso pretexto de que las minorías se consideraban a
sí mismas como naciones diferentes, que podían ser desleales y potencial-
mente secesionistas.144

143 Ibidem, p. 25.


144 Idem.
104 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Desde luego, el riesgo de secesión no siempre estaba presente y era


más un pretexto del Estado nacional para imponer sus instituciones y
cultura sobre las propias naciones subestatales.
Sin embargo, no obstante la tradicional actitud de los Estados nacio-
nales para suprimir los nacionalismos subestatales que en su interior ri-
valizaban con ellos, en este momento hay que señalar que la actitud de la
mayoría de esos Estados en el presente siglo ha cambiado drásticamente.
En efecto, de manera creciente ha sido reconocido que “la supresión de
los nacionalismos minoritarios fue una estrategia equivocada tanto por
razones empíricas como normativas”.145 Empíricamente tenemos sufi-
cientes pruebas para probar que la supresión de tales nacionalismos no
funcionó y que por el contrario, generó frecuentemente una reacción vio-
lenta de esos grupos, pues los Estados occidentales equivocadamente
juzgaron la durabilidad y permanencia de las minorías nacionales. En
efecto, algunas particularidades de la identidad nacional pueden cambiar
rápidamente, por ejemplo, algunos héroes y mitos e, inclusive, algunas
costumbres tradicionales; pero la identidad en sí misma, es decir, el sen-
tido de ser una nación con su particular cultura es, por el contrario, mu-
chísimo más estable. Esto ha ocasionado que frecuentemente los Estados
liberales utilicen todas las herramientas que tienen a su disposición para
destruir ese sentido de identidad que existe entre las minorías nacionales,
mismas que van desde la prohibición de ciertas costumbres hasta, por
ejemplo, la clausura de las escuelas que imparten enseñanza en la lengua
del grupo minoritario. No obstante tales intentos de los Estados nacio-
nales y siglos de discriminación legal, prejuicios sociales e indiferencia
hacia las minorías nacionales, éstas han conservado su sentido de perte-
nencia a una distinta minoría nacional, así como su deseo de autonomía,
de tal manera que la historia nos ha probado que no importa el ferviente
deseo de algunos Estados nacionales para destruir a sus minorías, éstas
normalmente logran subsistir.146
Cuando el Estado dominante ataca el sentimiento de pertenencia de
una nación subestatal nacional, el resultado es frecuentemente su desleal-
tad. En efecto, tal parece que los intentos de la nación dominante por su-
primir a las naciones subestatales reactivan en éstas su beligerancia y de-

145 Idem.
146 Ibidem, p. 26.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 105

seo de secesión, además de que de ninguna manera alimentan el preten-


dido deseo de pertenencia a la nación mayoritaria. En efecto,

...encuestas recientes sobre conflictos etnonacionales en diversas partes


del mundo muestran que aquellos acuerdos que otorgan ciertos derechos
de autodeterminación, disminuyen las probabilidades de conflictos violen-
tos, mientras que por el contrario, el negar tales derechos de autogobierno
o rescindirlos, es probable que conduzca a la confrontación bélica.147

De esta manera, podemos sostener que conforme a la experiencia de


las democracias occidentales, empíricamente la mejor forma de asegurar
la lealtad de las minorías nacionales ha sido aceptar, más que atacar, su
sentido de pertenencia nacional.
Ahora bien, lo anterior no quiere decir que en el pasado no hubiese
habido un momento en el cual la supresión de este sentimiento de perte-
nencia a las distintas naciones subestatales no haya sido una posibilidad.
Después de todo, Francia fue más o menos exitosa en la integración de
los vascos y bretones (aunque no lo fue tanto en lo que respecta a la inte-
gración de los corzos) a lo que el Estado llegaría a denominar como na-
cionalidad francesa en el siglo XIX.148 México también fue exitoso en el
mismo siglo XIX, en la incorporación de las elites criollas yucatecas a lo
que sería la identidad mexicana, claro está, aprovechando las violencia
étnica que se generó entre esas elites y los mayas de la península.149 Sin
embargo, tales esfuerzos de supresión de las minorías nacionales, no pare-
cen viables en la actualidad ni para las democracias liberales consolidadas,
ni para aquellas democracias emergentes como México. Las razones pue-
den ser muchas, entre ellas se encuentran la mayor presión internacional
y la mejor organización de los grupos minoritarios.150 No parece aventu-

147 Idem.
148 Idem.
149 Para mayores detalles sobre la guerra de castas en Yucatán, véase, Enrique Flores-
cano, Etnia, Estado y Nación, México, Taurus, 1996, pp. 299-303, 336-341.
150 Lo mismo puede aplicar a los pueblos indígenas, así por ejemplo, es importante
destacar que los movimientos indígenas han tenido un gran impacto global, pues su esfe-
ra de influencia ha rebasado durante las tres últimas décadas las fronteras nacionales para
pasar a ocupar un espacio de atención internacional. Sobre el particular Stavenhagen co-
menta que el “crecimiento de las organizaciones indígenas en las tres últimas décadas
puede ser considerado tanto causa como efecto de las transformaciones que han ocurrido
106 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

rado afirmar que cualquiera “de los grupos nacionales que ha llegado al
presente siglo con su sentido de identidad intacto no podrá exitosamente
ser presionado para abandonar semejante deseo de identidad nacional y
de autonomía nacional. Francia fue exitosa en el siglo XIX porque utili-
zó un gran nivel de violencia contra los vascos y bretones que sería in-
concebible hoy en día”.151
De igual manera, México lo fue en la integración de los nacionalistas
yucatecos, no sólo por la coacción militar contra ellos, sino sobre todo
por la guerra étnica (guerra de castas) que explotó entre las elites criollas
yucatecas y los mayas de la península, lo que obligó a los primeros a
aliarse con el naciente Estado mexicano para obtener pertrechos militares
y apoyo logístico que les permitiera triunfar contra los indígenas en uno
de los conflictos étnicos más prolongados y sangrientos del siglo XIX en
México.152
Paradójicamente, los criollos yucatecos prefirieron en ese momento
unirse a México con tal de preservar sus privilegios amenazados por los
mayas. No obstante estos intentos de supresión de las minorías subestata-
les que han tenido lugar en muchísimas partes del mundo y de los cuales
Francia y México decimonónicos son sólo dos ejemplos, un siglo des-
pués las cosas han cambiado mucho, pues cuando similares intentos de
supresión de las minorías etnoculturales han sido utilizados en épocas re-

en la esfera pública de los pueblos indígenas de Latinoamérica. En los sesenta había sólo
un puñado de organizaciones formales creadas y dirigidas por los indígenas al tiempo
que perseguían la realización de sus objetivos. Para mediados de los noventa, había ya
muchos cientos de tales asociaciones, muchas de ellas de los más diversos tipos: organi-
zaciones de nivel local, asociaciones intercomunales y regionales, grupos de interés for-
malmente estructurados, federaciones a nivel nacional, ligas y uniones, así como alianzas
transnacionales y coaliciones con contactos y actividades internacionales muy bien desa-
rrolladas. Verdaderamente, puede decirse que las organizaciones indígenas, sus lideraz-
gos, objetivos, actividades e ideologías emergentes, constituyen un nuevo tipo de movi-
miento político y social en Latinoamérica, cuya historia y análisis, aún está pendiente de
realizarse”, véase Stavenhagen, Rodolfo, Indigenous Movements and Politics in México
and Latin America, en Curtis, Cook y Lindau, Juan D., op. cit., nota 4, pp. 76 y ss. La
traducción es mía.
Con aspectos relacionados con el impacto global de los grupos indígenas, también
recomiendo consultar el valioso estudio jurídico y político de Anaya. Véase, Anaya, Ja-
mes, Indigenous People in International Law, Nueva York, Oxford University Press,
1996, pp. 9-47.
151 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 26.
152 Florescano, Enrique, op. cit., nota 149, pp. 336-341.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 107

cientes, como sucedió en la antigua Yugoslavia o en Chechenia, tales in-


tentos han fracasado.153
Ahora bien, si empíricamente los intentos para eliminar a las naciones
subestatales han fracasado recientemente y, en consecuencia, tales políti-
cas han sido abandonadas por sus efectos contraproducentes, es impor-
tante indicar que tales intentos también han sido rechazados en virtud de
que no se encuentran bases normativas para que sean defendidos. Efecti-
vamente, después de todo,

¿sobre qué principios de justicia puede una teoría liberal-democrática jus-


tificar la supresión de las minorías nacionales, al tiempo que permite que
la nación dominante construya plenamente su Estado nacional? En este
sentido, hablando con base en principios éticos, ambos procesos de cons-
trucción nacional, tanto el de la minoría como el de la mayoría, parecen
moralmente defendibles. En efecto, si la mayoría se vincula legítimamente
a un proceso de construcción del Estado, ¿por qué no las minorías?154

Esto último puede ser particularmente importante para aquellas nacio-


nes subestatales que han sido incorporadas involuntariamente al proceso
de construcción del Estado nacional. Más aún, la supresión de las mino-
rías subestatales claramente atenta contra la satisfacción del primer prin-
cipio de la justicia, el más importante de los dos principios normativos,
ya que evidentemente la supresión de la cultura de una minoría subesta-
tal pasa por la privación parcial o total de las libertades básicas que estas
minorías ejercen en su propia cultura.
En efecto, la supresión de una minoría etnocultural implica y ha im-
plicado esencialmente el hecho de que se les impida parcial o totalmente
a esas minorías etnoculturales el ejercicio de todos o de algunos de sus
derechos y libertades políticas básicas, como el derecho a votar y ser vo-
tado, junto con la libertad de asociación y expresión, esta última normal-

153 Sobre el caso yugoslavo, véase Schöpflin, George, “The Rise and Fall of Yugos-
lavia…”, en McGarry, John y O’Leary, Brenda, op. cit., nota 5, pp. 172-203. Sobre los
chechenos y la respuesta que éstos han otorgado al Estado ruso por lo que ellos conside-
ran la negación de su identidad nacionalidad, se ha desatado desde el último tercio del
2002 y por lo menos hasta mediados del 2003, una de las oleadas terroristas más intensas
de que se tenga memoria en la ex Unión Soviética. Al respecto, sólo basta revisar la pren-
sa nacional e internacional de este periodo para confirmarlo.
154 Kymlicka y Opalsky, op. cit., nota 105, p. 27.
108 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

mente ejercida en la lengua vernácula; o que se les impida la libertad de


conciencia y la libertad de pensamiento (como en el caso de los Estados
vinculados a un dogma religioso); o que se les limite la libertad de trán-
sito junto con la libertad personal a poseer propiedad, así como la liber-
tad de no ser detenido arbitrariamente. Así, según el número de liberta-
des básicas cuyo ejercicio se impide, será más severa la supresión de ese
nacionalismo. Por ejemplo, mientras Irlanda se encontraba en su esfera
colonial, la supresión que encabezó el Reino Unido contra muchos de los
derechos y libertades básicas de los irlandeses fue muy severa, sin em-
bargo, no impidió el ejercicio de algunos de ellos, pues aunque los irlan-
deses no contaban esencialmente con los derechos y libertades políticas
básicas, en cambio, gozaban de otras como eran la libertad de tránsito y
propiedad. Una supresión más radical que implicaba prácticamente la su-
presión de todos los derechos y libertades básicas, fue la que tuvo lugar
en Alemania durante el gobierno nazi, cuando se impidió a la nación ju-
día todo tipo de libertades, lo que desembocó en un terrible genocidio.
Asimismo, los Estados nacionales no ubicados en lo que se ha denomi-
nado las democracias occidentales, como son los Estados musulmanes,
impiden sobre todo el ejercicio de la libertad de conciencia y de pensa-
miento, pues han integrado como parte de su orden constitucional alguno
o varios de los principios esenciales del Corán, lo que los hace intoleran-
tes con cualquier minoría religiosa distinta al Islam. En fin, ejemplos so-
bre este tipo de supresión puede haber muchos, lo que me interesa desta-
car es el hecho de que la supresión de las naciones subestatales pasa por
la supresión de los derechos y las libertades básicas de sus integrantes, lo
cual hace de la supresión cultural que emprende un Estado nacional con-
tra una nación subestatal, una política normativamente inviable y no
acorde con el primer principio de la justicia. Desde luego, semejante po-
lítica, al no respetar el primer principio, también traerá aparejada que no
se dé cumplimiento al segundo principio de la justicia, pues en semejante
supuesto, normalmente las naciones subestatales se encuentran en franca
desventaja socioeconómica frente a la sociedad dominante, además de que
no pueden acceder a los puestos públicos del Estado en igualdad de condi-
ciones.
Hasta aquí por lo que respecta a la supresión, examinemos ahora la
posibilidad de la secesión por parte de una nación subestatal. Ésta nor-
malmente tiene lugar cuando las naciones subestatales buscan crear las
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 109

condiciones que les permitan crear su propio Estado nacional, pues como
acertadamente señala Kymlicka “las naciones subestatales han respondi-
do a los procesos de construcción nacional a través de la búsqueda de
una mayor autonomía, misma que tratan de usar para construir su propio
Estado nacional y reproducir su cultura societal en su territorio”.155
Cuando lo han intentado, casi siempre entran en franca competencia con
el Estado nacional dominante, pues estas minorías nacionales

normalmente buscan usar las mismas herramientas que los grupos mayori-
tarios usan para su construcción estatal: por ejemplo, control sobre el len-
guaje y el currículo escolar, del lenguaje que se utiliza en el trabajo, sobre
los requerimientos de inmigración y naturalización, así como sobre la de-
finición de sus fronteras internas, entre otros.156

Podemos apreciar claramente lo anterior, por ejemplo, en el caso del


nacionalismo quebequense, que ha estado por largo tiempo preocupado
por el hecho de ganar paulatinamente y ejercitar los poderes tradiciona-
les que ejerce el Estado-nación. En este sentido, es frecuente que los ca-
nadienses anglófonos se quejen de que los quebequenses cada vez quie-
ren más los poderes que normalmente ejercita un Estado-nación y, de
esta manera, les reclaman que no sólo quieren controlar al tipo de inmi-
grantes que pueden entrar en su provincia (siempre de habla francesa),
sino además escribir sus propios libros oficiales de historia, en los cuales
se exhibe frecuentemente a los anglófonos como invasores y agresores.
Ahora bien, cuando las naciones subestatales no pueden crear su pro-
pio Estado, como en el caso de Quebec, cuando menos intentan la incor-
poración de algunas de las herramientas propias del Estado nacional para
conservar cierta autonomía, pero si aun así ello no es suficiente, pueden
llegar a plantear la posibilidad de la secesión. En este caso y como ya co-
mentábamos, aun cuando existen bases para la secesión, ésta no siempre
es posible empírica y normativamente.
En efecto, los miembros de un Estado X no tienen por qué plantear
queja alguna contra el hecho de que la secesión del Estado Y se lleve re-
cursos de ellos, a menos que lo anterior deje a X en la categoría de Esta-
do en la miseria o le provoque severos daños socioeconómicos a su po-

155 Ibidem, p. 25.


156 Idem.
110 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

blación, ya que en este supuesto no se estaría dando satisfacción a la


primera parte del segundo principio de la justicia, pues las desventajas
económicas y sociales producto de la secesión no serían en beneficio de
todos, sino solamente de los miembros de la minoría secesionista.
Si reunimos las distintas condiciones para una secesión justificada,
veremos que el principio de autodeterminación nacional sujeto a los
principios de la justicia está muy lejos de dar licencia a un separatismo
libre de hacer lo que se quiera. De manera general, parece haber tres ti-
pos de casos en los que la secesión o la construcción de un Estado para
la minoría etnocultural normativamente no tendrían éxito, por lo que ha-
bría que buscar otras alternativas para su acomodo. El primero es cuando
la minoría nacional en cuestión y/o el territorio al que aspira controlar es
muy pequeño, y no puede funcionar de forma realista de manera inde-
pendiente. Así por ejemplo, puede estar lejos de la viabilidad económica
y ser incapaz de proteger sus fronteras. Los pueblos indígenas america-
nos caen dentro de esta categoría; otros ejemplos pueden encontrarse en-
tre los habitantes de islas pequeñas, tales como los isleños de las Cook
que tienen una asociación libre con Nueva Zelanda; también los vascos
es España caen en este supuesto, pues apenas alcanzan una población de
poco más de 700 mil habitantes, lo que hace muy difícil su viabilidad co-
mo Estado nacional. En este caso, aparte de las razones económicas y
fácticas que impiden la creación de un Estado nacional, también habría
severas limitaciones normativas, pues sería difícil pensar que sociedades
políticas tan pequeñas como las que hemos mencionado puedan garanti-
zar la fortaleza institucional necesaria para que todos los ciudadanos de
ese Estado se encuentren en posibilidades de gozar del máximo de liber-
tades compatibles con las libertades de los otros a que se refiere el pri-
mer principio de la justicia. Por ejemplo, sociedades de apenas 700 mil
habitantes difícilmente contarían con los recursos suficientes para soste-
ner todo un aparato de justicia para la salvaguarda de los libertades bási-
cas, piense solamente en los salarios de los integrantes de la judicatura y
de los cuerpos policíacos, además de la preparación académica que re-
querirían sus jueces y abogados postulantes, la cual sólo puede ser otor-
gada por el sistema educativo que es regulado por el Estado.
El segundo caso se da cuando el territorio del grupo nacional que esta-
mos considerando contiene una minoría sustancial cuya afiliación nacio-
nal es la del Estado más grande. Es el caso de la provincia de Quebec
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 111

que incluye una sustancial minoría de habla inglesa, cuya aspiración a la


autodeterminación nacional sería negada si Quebec se convirtiera en un
Estado independiente. También es el caso de Irlanda del Norte que posee
casi el 50% de población de origen inglés, quienes verían igualmente
afectadas sus aspiraciones de identidad nacional si los norirlandeses con-
siguiesen su anexión a la República de Irlanda. Afectada su identidad na-
cional y su cultura, es probable que no puedan ejercer a plenitud las li-
bertades básicas a que se refiere el primer principio de la justicia, pues si
pensamos únicamente en la libertad de expresión, cabría preguntarnos
si podrían los canadienses anglófonos ubicados en Quebec realmente ex-
presar públicamente y de la misma manera su orgullo nacional en los
medios de comunicación (exhibir a sus héroes y símbolos patrios, por
ejemplo), si Quebec se separara de Canadá y formará un nuevo Estado;
es posible que quizá no lo puedan hacer.
Además, en estos casos, es muy factible que tampoco se estaría dando
cumplimiento al segundo principio de la justicia, pues es muy probable
que se afecte la igualdad de oportunidades de los que ahora son una mi-
noría en el Estado separatista y que antes pertenecían a la sociedad domi-
nante. En efecto, en este tipo de casos es muy común que al tener lugar la
separación, los que ahora son una nueva minoría vean significativamente
reducida la distribución que les correspondía de beneficios económicos y
sociales, pues buena parte de éstos pasarían a ser distribuidos entre los
separatistas, no dando satisfacción a la primera parte del segundo princi-
pio de la justicia, que establece que las desigualdades económicas y so-
ciales sólo pueden ser toleradas cuando son en beneficio de todos. Igual-
mente, se vería afectada la segunda parte de este segundo principio en lo
que respecta a la igualdad de oportunidades para ocupar cargos públicos,
ya que es muy probable que los mismos pasen a ser ocupados en su ma-
yoría, sino es que totalmente, por los separatistas. También éste ha sido,
por ejemplo, el temor permanente del Reino Unido en Irlanda del Norte,
al estimar que si accede a la separación de los norirlandeses del Reino
Unido, éstos se anexaran a la República de Irlanda, dejando entonces una
población protestante e inglesa en Irlanda que pasaría a ser ahora una mi-
norías en franca desventaja socioeconómica ante los irlandeses, quienes
además podrían tomar represalias sobre ellos.
El tercer caso en el cual la secesión no tendría éxito, tiene lugar cuan-
do muchos de los habitantes del territorio tienen identidades nacionales
112 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

que son ambivalentes. Se ven ellos mismos como portadores simultáneos


de una identidad más amplia y otra más reducida. Tómese como ejemplo
el caso de una encuesta de opinión realizada en Cataluña en 1982, en la
cual el 26% de la población se consideraba como catalana, el 40% sen-
tían una identidad dual catalana-española y el 30% se sentían principal-
mente españoles. Un cuadro parecido lo encontramos cuando se pregunta
a los escoceses acerca de su identidad escocesa y británica.157 Luego en-
tonces, por ejemplo, si Cataluña se separara de España ¿qué sucedería con
ese sector de la población que posee una identidad dual catalana-españo-
la, y con aquellos que la poseen predominantemente española? Parece
ser que, cuando menos, su identidad española se podría ver afectada, y
entonces es probable que algunas de las libertades básicas que antes te-
nían, quizá ya no las puedan ejercer, como pueden ser entre otras la li-
bertad a expresarse predominantemente en el idioma español o asociarse
en este idioma. Quizá también se encontrarían en desventaja frente a los
catalanes para acceder a los puestos públicos en igualdad de condiciones.
En fin, una secesión en estas condiciones no nos garantiza que se cumpla
con los dos principios de la justicia.
De lo anterior, se desprende que en el caso de que la secesión sea via-
ble, hay que subrayar que la teoría liberal impone límites acerca de cómo
los grupos nacionales deben construir sus Estados nacionales, ya que de
inmediato salta a la vista que semejante secesión sólo podrá ser viable si
se cumple con los principios normativos de la justicia a que hemos hecho
referencia. Así, por ejemplo, como dicen Kymlicka y Opalsky, “de inme-
diato tenemos que los principios liberales prohíben cualquier intento de
limpieza étnica, o de despojo de la ciudadanía para aquella gente que no
forme parte de su grupo nacional, así como la violación de los derechos
humanos”.158 Desde luego, este proyecto también prescribirá la necesi-
dad de que cualquier minoría subestatal respete a su vez los derechos de
las otras naciones, ya sea que pertenezcan a otra minoría o a la que era la
nación dominante antes de la separación, para que dentro de su jurisdic-
ción se proteja el derecho de éstas para crear sus propias instituciones
nacionales. Éste es, por ejemplo, el caso de los quebequenses, quienes
vis-à-vis están habilitados para poseer derechos frente al resto de los ca-

157 Miller, David, op. cit., nota 64, pp. 144-146.


158 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 27.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 113

nadienses, en la medida en la que ellos mismos respeten los derechos de


los grupos indígenas y de los anglófonos que habitan en su jurisdicción.159
Los argumentos anteriores nos llevan a sostener que cuando las mino-
rías nacionales cuenten con las posibilidades reales de crear su propio
Estado (un territorio, una población adecuadamente distribuida en él, re-
cursos naturales y económicos suficientes para tal efecto, etcétera), po-
drán tener las mismas posibilidades y contarán con las mismas herra-
mientas disponibles que la nación mayoritaria, para construir su propio
Estado nacional, siempre y cuando estén sujetos a los mismos principios
de la justicia.
Ahora bien, no siempre lo más conveniente para las naciones subesta-
tales es construir su propio Estado, en consecuencia, ¿qué formas tene-
mos para acomodarles dentro del Estado nacional en términos de justi-
cia? Para empezar podemos decir que tanto por razones prácticas como
normativas, un numero creciente de democracias occidentales y Estados
nacionales que contienen minorías nacionales, aceptan ser estados multi-
nacionales, más que Estados-nación. En tal sentido, reconocen que en su
interior se encuentran dos o tres naciones, o en ocasiones más, al tiempo
que aceptan que cada una de esas naciones constituyentes tiene un dere-
cho válido para demandar derechos lingüísticos, así como los poderes de
autogobierno necesarios para sostenerse como culturas societalmente
distintas. Este carácter multinacional es manifestado de múltiples for-
mas, según sea el caso particular, pero tradicionalmente se acepta alguna
forma de autonomía territorial para la minoría nacional, misma que pue-
de ser explícitamente reconocida en la Constitución y en las leyes secun-
darias.
Esta necesidad de autonomía territorial puede alcanzarse a través de
la adopción de un sistema federal, ya que el sistema federal permite la
creación de unidades políticas regionales controladas por las minorías
nacionales con substanciales poderes constitucionales de autogobierno.
A este tipo de sistemas federales lo podemos llamar federaciones multi-
nacionales y en ellos observamos que pueden operar los principios de la
justicia. Entre los países que han intentado este tipo de federalismo tene-
mos a Suiza, Bélgica y España.
Ahora bien, es importante distinguir este federalismo multinacional,
de aquellos sistemas federales que no fueron diseñados como una res-
159 Idem.
114 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

puesta al pluralismo subestatal o etnocultural, como pueden ser los casos


de Estados Unidos, Australia, Alemania, Brasil o México. En efecto, en
estos sistemas federales uninacionales, las unidades federales no corres-
ponden de ninguna manera con los distintos nacionalismos subestatales
que demandan autogobierno o, que cuando menos desean conservar su
particularidades culturales. El caso estadounidense es prototípico de
aquellos sistemas que no hicieron uso del federalismo para acomodar a
las minorías nacionales. Por el contrario, en su lugar, fue decidido que
ningún territorio fuese aceptado al menos que las minorías nacionales
fueran claramente superadas en numero e influencia. En algunos casos,
esto fue conseguido a través de la definición de fronteras entre la socie-
dad angloamericana y los grupos indígenas o hispánicos, hasta que éstos
fueron claramente superados, como en el caso de Florida y California; en
otros casos, tal objetivo fue conseguido mediante el retraso en la calidad
de estado miembro de la federación de aquellas unidades que no tuvieran
suficiente número de anglófonos, y no fue sino hasta que los habitantes
anglófonos superaron en numero a los habitantes nativos que tales esta-
dos se integraron a la federación, como fue el caso de Hawaii y de los es-
tados del Sudeste de los Estados Unidos.160 Podemos llamar al sistema
federal norteamericano como “una forma de territorialismo administrati-
vo”, más que propiamente un federalismo multinacional. En efecto, el fe-
deralismo norteamericano es una forma de dividir poderes sobre una ba-
se territorial dentro de una única comunidad nacional y cuyos miembros
son dominantes en cada una de las subcomunidades, lo cual no constitu-
ye, de ninguna manera, una forma de acomodar a las minorías, ni de
otorgarles en lo absoluto, alguna forma de autogobierno. Lo mismo pue-
de decirse de los sistemas federales adoptados por Brasil, Australia, Mé-
xico, o Alemania. Por lo que respecta al caso mexicano, su federalismo
fue asumido paulatinamente, sobre todo después del triunfo de los libera-
les en 1857, como una forma de crear una sola cultura nacional fuerte-
mente centralizada y con escasa independencia de las subunidades fede-
radas, desde luego sin respetar las diferencias étnicas o culturales de los
grupos indígenas ubicados en su jurisdicción, ni los nacionalistas locales,
como el de los criollos de Yucatán. A diferencia de los Estados Unidos,

160 Sobre el Sudoeste de los Estados Unidos, véase, Castillo, Pedro G. y Ríos Busta-
mante, Antonio, México en los Ángeles: una historia social y cultural, 1781-1985, Méxi-
co, Alianza Editorial Mexicana-Conaculta, 1989.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 115

donde cada una de las unidades subnacionales o territoriales gozaron de


una autonomía significativa aunque promovieran una sola cultura nacio-
nal, en el caso mexicano tales unidades subnacionales mantuvieron un
gran nivel de dependencia del poder central en detrimento de sus poderes
locales, constituyendo una cultura única que estuvo esencialmente apo-
yada por el poder central que dictaba las directrices a las cuales se debe-
rían sujetar cada una de las unidades federadas. También el federalismo
alemán es un buen ejemplo de la férrea centralización en la que puede in-
currir un sistema federal en detrimento de las particularidades culturales;
en efecto, desde el final de la Gran Guerra podemos apreciar cómo Ale-
mania ha ido paulatinamente unificando su federalismo y las decisiones
importantes de gobierno en el poder central, en particular en el legislati-
vo federal (con dos cámaras, la Bundesrat y la Bundestag), que están do-
minadas a su vez por partidos políticos nacionales y no regionales, lo
que acentúa aún más el poder central.161
En fin, ejemplos de federalismos que no fueron diseñados para aco-
modar a las minorías nacionales que conviven al interior del Estado hay
muchos en el mundo, ya que esta forma federal es, sin lugar a dudas, la
forma federal privilegiada por los Estados nacionales contemporáneos,
quienes, dicho sea de paso, han ignorado el problema que les plantea la
existencia de minorías nacionales al interior. Este federalismo que pode-
mos llamar uninacional tiene, con relación a las minorías nacionales, las
siguientes características:

1) La división territorial del Estado federal no coincide con la ubica-


ción territorial de las naciones subestatales.
2) No opone obstáculos a la existencia de ciertas formas descentraliza-
das de gobierno, como pueden ser los municipios o las provincias,
ni tampoco se oponen, en principio, a las formas de organización
política que puedan asumir las naciones subestatales, sin embargo,
en el federalismo uninacional, el Estado federal se reserva la posibi-
lidad de hacer prevalecer su voluntad por encima de esas entidades a
las que considera subordinadas. En este sentido, el Estado federal es
siempre, en menor o mayor grado, un Estado descentralizado y no

161 Sobre el sistema federal alemán, véase Grimm, Dieter, El federalismo alemán: de-
sarrollo histórico y problemas actuales, en Fleiner-Gerster, Thomas et al., Federalismo
en Europa, Barcelona, Hacer, 1993, pp. 45-83.
116 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

un Estado multinacional. Así, la federación controla mediante pro-


cedimientos de tutela las actividades de las naciones subestatales,
las cuales normalmente no pueden influir en la federación.
3) Los gobiernos de las unidades federadas no constituyen ninguna
forma de autogobierno para las naciones subestatales ubicadas en el
territorio nacional, siendo normalmente representados por los inte-
grantes de la sociedad dominante quienes no comparten la cultura,
ni hablan la lengua de los integrantes de la minoría nacional.
4) Tampoco existe ninguna forma de autonomía en las unidades de la
federación no existiendo la posibilidad de que las minorías nacio-
nales establezcan las condiciones necesarias para la reproducción
de su cultura, es decir, no tienen posibilidad de controlar el currícu-
lo escolar, ni los medios de comunicación, ni el lenguaje en el cual
se prestan los servicios públicos, ni las políticas migratorias que
tienen lugar en el territorio que ocupan, etcétera.

La imposibilidad de que en el federalismo uninacional las naciones


subestatales reproduzcan su cultura debido a la carencia de autonomía,
pues como decía, estos federalismos no son propicios, entre otras cosas,
para que esas minorías nacionales establezcan su propio sistema educati-
vo, ni para que regulen medios de comunicación o reciban los servicios
públicos esenciales en su idioma, lo cual les orilla a una situación en la
que no pueden ejercer muchos de los derechos y de las libertades básicas
propias de un Estado liberal a los que se refiere el primer principio de la
justicia, pues por ejemplo, ¿cómo pueden ejercer la libertad de expre-
sión, si no tienen posibilidades de poseer prensa, radio o televisión en su
idioma? En tal supuesto, no hay ciertamente tal posibilidad, ya que estas
libertades sólo pueden ser ejercidas si se cuenta con el contexto cultural
que da significación a las elecciones de las personas, como decíamos en
el capítulo anterior. Igualmente, se restringe la igualdad de oportunida-
des políticas a que se refiere la segunda parte del principio de la diferen-
cia, en el sentido de que todos los integrantes de las minorías nacionales
deberían tener acceso a los cargos públicos en igualdad de condiciones,
pues sin medios de comunicación que se encuentren disponibles en la
lengua propia de los integrantes de las minorías etnoculturales, no es po-
sible pensar que sus integrantes tengan siquiera la posibilidad de compe-
tir adecuadamente por ganar el voto de sus potenciales votantes, ya que
por ejemplo ¿cómo les harían saber su propuesta política?
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 117

Como se podrá desprender de lo anterior, la única manera posible de


que un arreglo federal pueda dar satisfacción los principios normativos
de la justicia para el acomodo de las minorías subestatales en un Estado
nacional es través de la adopción de una forma federal multinacional. A
contrario sensu de como pasa en el federalismo uninacional, en el fede-
ralismo multinacional la división territorial del Estado federal sí coincide
con la ubicación territorial de las naciones subestatales, al tiempo que se
acepta la autonomía de esas minorías nacionales y que los gobiernos de
las unidades federadas representen formas particulares de autogobierno
para las minorías dentro del propio pacto federal. Por lo que respecta al
autogobierno, éste se encuentra constituido por una serie de facultades
autonómicas que le permiten a las entidades federadas la expedición de
una serie de leyes para que las minorías nacionales protejan y reproduz-
can su cultura y, de esta manera, ejerzan los derechos y las libertades bá-
sicas a que se refiere el primer principio de la justicia, los cuales sólo
pueden ser ejercidos a través del sustrato cultural particular que les pro-
porciona su identidad nacional. Asimismo, el autogobierno permite el ejer-
cicio de las libertades políticas básicas a que se refiere el primer principio
de la justicia y también satisface la segunda parte del segundo principio de
la diferencia, pues los miembros de las naciones subestatales pueden ocu-
par los cargos públicos en igualdad de condiciones.
Finalmente y a diferencia del federalismo uninacional, existe en el fe-
deralismo multinacional una regla de la igualdad, pues las partes inte-
grantes del Estado federal se estiman colocadas en una posición de igual-
dad, lo cual implica que la federación no ejerce una tutela especial sobre
las naciones subestatales, ni les imponen su voluntad como si se tratara de
unidades subordinadas.162 Esta regla de la igualdad puede favorecer a los
integrantes de las naciones subestatales, sobre todo en lo relativo a la dis-
tribución de los beneficios económicos y sociales a que se refiere la pri-
mera parte del segundo principio de la diferencia, así como a la igualdad
de oportunidades que deberían tener los integrantes de las naciones sub-
estatales para ocupar los cargos de gobierno bajo un esquema justo de
oportunidades.
Entre los países que han adoptado el sistema federal multinacional pa-
ra acomodar a sus minorías nacionales tenemos a Canadá con los quebe-

162 Delpérée, Francis, El federalismo en Bélgica, en Fleiner-Gerster, Thomas, op. cit.,


nota 161, pp. 129 y 130.
118 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

quenses, Bélgica con los flamencos y valones, España con los catalanes
y vascos principalmente, y Suiza con las minorías francoparlantes y ger-
manoparlantes. En este sentido, podemos decir que Canadá ha sido un
Estado federal desde su nacimiento en 1867 y ha dotado paulatinamente
a la provincia de Quebec y a su gobierno local de un régimen cada vez
mayor de facultades autonómicas, al grado tal de que Quebec en la ac-
tualidad tiene facultades no sólo para controlar la currícula escolar, regu-
lar los medios de comunicación en idioma francés, sino además para es-
tablecer sus políticas migratorias. Asimismo, la provincia de Quebec ha
sido importante para la conformación del propio gobierno federal de
Ottawa, pues es frecuente que los cuadros políticos formados en Quebec
ocupen puestos políticos federales importantes e inclusive, con frecuen-
cia el primer ministro llega a ser de esa provincia, lo que ha provocado
que muchos canadienses en la actualidad se quejen de que Quebec goza
de una sobrerrepresentación en el gobierno central, cuando en realidad lo
que ha estado sucediendo es que en los hechos, aunque no haya sido re-
conocido constitucionalmente, Canadá ha ido adquiriendo algunos ras-
gos del federalismo asimétrico, forma federal en la cual alguna o algunas
de las unidades federadas adquieren un peso mayor o adquieren faculta-
des diferentes a la de las otras unidades federadas, con el propósito de
equilibrar la desigualdad en la que se encuentra con respecto a las otras
partes, como ha sucedido en el caso de Quebec.163
Por su parte, Bélgica evolucionó de una forma estatal unitaria a una
federal a principios de la década de los noventa, dividida en regiones y
comunidades.164 En efecto, primeramente el territorio belga se dividió en

163 Rocher, Francois et al., Recognition Claims, Partisan Politics and Institutional
Constraints: Belgium, Spain and Canadian Comparative Perspective, en Gagnon, Alain
G. y Tully, James (eds.), Multinacional Democracies, Reino Unido, Cambridge Univer-
sity Press, pp. 176 y ss.
164 Por lo que respecta al federalismo belga, en este país los partidos políticos y las
instituciones políticas han jugado un papel muy importante en la nueva estructuración fe-
deralista de las relaciones entre las comunidades flamencas y francesas. Las demandas
del movimiento flamenco y la subsecuente reacción francófona fueron institucionalizadas
en el sistema de partidos a través de la formación de partidos políticos nacionalistas y re-
gionalistas. La emergencia del movimiento flamenco está directamente conectada con el
deseo de esa comunidad para que se reconozca a su lengua como lengua oficial, al igual
que el francés que se remonta al primer tercio del siglo XIX. El movimiento flamenco,
preocupado como estaba en un principio en reclamos lingüísticos, desembocó en una
proclama de autonomía, así como en la formación de partidos políticos nacionalistas fla-
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 119

tres regiones: Walonia, Flandes y Bruselas capital. Cada una de estas tres
regiones es una colectividad política territorial, dotada de un gobierno y
una asamblea compuesta de mandatarios electos regionalmente. Este go-
bierno ejerce sus responsabilidades de manera independiente al gobierno
nacional y promulga leyes importantes en materias como urbanismo,
transporte, obras públicas y política económica. Hasta aquí Bélgica pare-
ce ser una república federal más. Lo que la hace verdaderamente original
y multinacional es que al tiempo que existe la división territorial ante-
rior, también existe una división comunitaria. Efectivamente, Bélgica se
divide en tres comunidades, la Comunidad francesa, la Comunidad fla-
menca y la Comunidad germanófona, las cuales no coinciden con las tres
regiones. Estas tres comunidades son a su vez verdaderas organizaciones
políticas con gobiernos propios y asambleas integradas por mandatarios
electos en las propias comunidades. Estas tres comunidades tienen res-
ponsabilidades en materias de particular importancia para las naciones
subestatales belgas, como la educación, la cultura, la radio, la televisión y
las materias socioculturales, sin olvidar las reglas sobre la utilización
de las lenguas. La singularidad de las comunidades, en particular la fran-
cesa y la flamenca, es que no se trata de comunidades territoriales, pues
se interlapan e inclusive pueden convivir en un territorio mixto, como es
el de Bruselas. Además estas comunidades no funcionan en razón de la
localización geográfica de las personas, sino en función de instituciones
o asociaciones (francesas o flamencas), en las que los individuos pueden
integrarse libremente. Finalmente, por lo que respecta al caso belga, pue-
do decir que las atribuciones de una comunidad o región son, casi siem-

mencos y partidos regionales (por ejemplo, el Volksunie, la Reunión de los Wallon R. W.


y el Frente Democrático de los Francófonos) durante las décadas que transcurren de los
sesenta a los ochenta, al tiempo que paulatinamente fueron sustituyendo a los partidos
políticos tradicionales, el liberal, el socialista y el social-cristiano, que finalmente colap-
saron a finales de los setenta y principios de los ochenta. Ahora bien, la fractura de los
tres principales partidos políticos, como consecuencia del surgimiento de los partidos po-
líticos nacionalistas y regionalistas que buscaban mejorar las condiciones de sus respecti-
vas comunidades-regiones dentro del Estado belga, generó tal grado de inestabilidad po-
lítica que obligó a replantear la necesidad de un nuevo orden político y constitucional en
Bélgica. Fue así como con los acuerdos de San Michael en 1993, Bélgica se transformó
en un Estado federal que provocó entre otras cosas una nueva división constitucional de
poderes entre tres diferentes niveles de gobierno: el federal, las comunidades y las regio-
nes. Inicialmente, el gobierno central ejerció todos los poderes pero progresivamente los
transfirió a las regiones y comunidades. Véase, Rocher, François et al., op. cit., nota 163,
pp. 177-184.
120 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

pre, facultades exclusivas, no las ejercen en forma compartida, ni hay ne-


cesidad de organizar un sistema de concurrencias, con lo que el principio
de autonomía halla su plena expresión. Inclusive, las comunidades pue-
den tomar parte en las negociaciones internacionales en los ámbitos de
educación y cultura, pues no obstante que no pueden firmar tratados o
acuerdos culturales por su cuenta, en cambio, cuando les concierne, tales
tratados no pueden ser ratificados por el Estado belga sin el consenti-
miento de las comunidades interesadas; facultades parecidas tienen, en
materia internacional, las regiones.165
España por su parte ofrece una experiencia distinta en cuanto a su fe-
deralismo multinacional, en el sentido de que ha adoptado un sistema en
el cual existen 17 comunidades autónomas con un grado notable de auto-
nomía.166 Por lo que respecta al federalismo español, al igual que Bélgi-
ca, España también ha visto definida su política en buena medida por los
movimientos nacionalistas de los vascos y catalanes, cuyo activismo po-
lítico después de la muerte de Franco, así como sus demandas de autogo-
bierno, hacían imposible para la élite política española involucrarse en
un proceso de transición a la democracia que ignorara semejantes de-
mandas, al tiempo que se proponían mantener un Estado fuertemente
centralizado que había sido característico desde la Guerra Civil. Tanto
vascos como catalanes tuvieron éxito en que la nueva Constitución espa-
ñola de 1978 reconociera a las “nacionalidades” y “regiones” y a las “au-
tonomías”, al tiempo que paulatinamente se modificaba la estructura del
sistema de partidos, entre cuyas características destacan los triunfos elec-
torales de los partidos regionales o nacionalistas en las regiones vasca y
catalana, que paulatinamente le darían una nueva conformación al siste-
ma de partidos. Es importante señalar que la Constitución española refle-
ja de manera importante las tentativas autonómicas, pues los poderes son
distribuidos entre el gobierno central y los gobiernos de las diecisiete co-
munidades autonómicas. La naturaleza y extensión de los poderes otor-
gados a estos gobiernos, el grado de autonomía y la forma en la ejercen,
varía de comunidad a comunidad, de manera que la Constitución españo-
la ha adoptado principios de asimetría federal que reconoce que las nece-
sidades y preferencias de las diferentes comunidades no necesariamente

165 Delpérée, Francis, El federalismo en Bélgica, en Fleiner-Gerster, Thomas et al.,


op. cit., nota 161, pp. 132-138.
166 Rocher, Francois et al., op. cit., nota 163, pp. 176-200.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 121

tienen que ser similares.167 Asimismo, el proceso de regionalización de-


bía respetar cuatro principios: la autonomía regional no debe debilitar la
unidad española; el proceso no debe afectar la habilidad del gobierno
central para mantener su estabilidad interna y externa; el proceso debe
aumentar la estabilidad regional a través de una redistribución de recur-
sos hacia las regiones más pobres y finalmente, el gobierno central debe-
rá asegurar que los gobiernos regionales obtengan los recursos fiscales
suficientes para cubrir sus necesidades. Los poderes ejercidos exclusiva-
mente por el gobierno central incluyen las materias de inmigración, mo-
neda, comercio, asuntos exteriores, planeación económica y defensa. Por
su parte, las comunidades autónomas disfrutan poderes exclusivos en lo
concerniente a la lengua y las materias culturales. Como en el caso de Bél-
gica, las presiones para descentralizar el sistema son importantes, sin em-
bargo, en España existen fuerzas poderosas que defienden la integridad
del Estado central, las que al no existir en Bélgica hacen de éste, a dife-
rencia de España, un escenario extremadamente fragmentado y frágil.168
Como se ha podido apreciar, Canadá, Bélgica y España claramente
han implementado, aunque con diferentes características, diferentes for-
mas de lo que he llamado el federalismo multinacional, formas que, co-
mo ya hemos visto, otorgan una mayor satisfacción a los dos principios
de la justicia de como lo podría hacer el federalismo uninacional. Sin
embargo, en otros Estados con presencia de nacionalismos subestatales
importantes, puede que existan razones demográficas o geográficas por
las cuales el federalismo, técnicamente hablando, no opere o no sea fun-
cional. En estos casos, podemos apreciar la emergencia de varias formas
cuasifederadas de autonomía territorial. Por ejemplo, el Reino Unido ha
adoptado recientemente un sistema cuasifederal que implica la devolu-
ción de ciertos poderes a Escocia y Gales, quienes tienen ahora sus pro-
pios Poderes Legislativos. Por su parte, Puerto Rico no es miembro del
sistema federal americano ya que no es parte de ninguno de los cincuenta
estados de la unión, pues tiene un estatus especial dentro de los Estados

167 Para algunos aspectos teóricos del federalismo asimétrico, véase Tarlton, Charles
D., “Simetría y asimetría como elementos del federalismo: una especulación teórica”, en
Requejo, Ferran y Fossas, Enric (eds.), Asimetría federal y Estado plurinacional. El de-
bate sobre la acomodación de la diversidad en Canadá, Bélgica y España, Madrid, Trot-
ta, 1999, pp. 21-37. De la misma obra también véase el artículo escrito por Ferran Reque-
jo, “La acomodación federal de la plurinacionalidad”, pp. 303-339.
168 Rocher, Francois et al., op. cit., nota 163, pp. 184-190.
122 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Unidos, como Estado libre y asociado, que para efectos prácticos signifi-
ca un régimen especial que ha permitido el autogobierno en Puerto Rico
y la ciudadanía americana de sus habitantes, formando parte asociada de
Estados Unidos, pero sin pertenecer a la Federación ni perder la identi-
dad puertorriqueña.169 De manera similar, Italia y Finlandia, que no son

169 Sobre la situación de Puerto Rico, Miquel Caminal nos dice, en síntesis, lo si-
guiente: “Puerto Rico fue una colonia invadida y arrebatada a España en 1898. En 1901
la Suprema Corte de los Estados Unidos definió a Puerto Rico como una posesión de los
Estados Unidos. Esta situación fue modificada en 1917, mediante la Ley Jones que consi-
deraba a Puerto Rico e islas adyacentes como pertenecientes a los Estados Unidos y a sus
habitantes como ciudadanos norteamericanos; así pasaba a ser un territorio no incorpora-
do, definido «como aquel que pertenece pero no forma parte de los Estados Unidos».
Ésta era una relación semicolonial en la cual se otorgaba a los puertorriqueños un estatus
de ciudadanos de segunda clase, pues aunque se les otorgaba la ciudadanía, ésta era sin
plenos derechos, como la exclusión de los “ciudadanos norteamericanos de Puerto Rico”
de la participación en las elecciones generales de la Federación.
Esta relación semicolonial se mantuvo hasta la Ley 600 o de Relaciones Federa-
les, en 1950, que daba paso a un proceso constituyente mediante el cual Puerto Rico
aprobaría su propia Constitución y definía su estatuto de relación con los Estados Uni-
dos. Así la Asamblea constituyente elaboró y aprobó la Constitución de 1952, ratificada
mediante plebiscito del pueblo de Puerto Rico. De esta manera, nacía el «Estado Libre
Asociado, cuyo poder emana del pueblo y de su voluntad, dentro de los términos del con-
venio acordado entre el pueblo de Puerto Rico y los Estados Unidos de América»”.
A primera vista, puede parecer sorprendente que no se haya insistido en la estata-
lidad de Puerto Rico, es decir, que no pasara a ser el estado cincuenta y uno de la federa-
ción estadounidense, como sí lo consiguieron las islas de Hawai en 1959. Esto tiene una
explicación: Puerto Rico era un pueblo distinto al estadounidense, de lengua y cultura
hispana, que podía romper la homogeneidad de la Federación y de sus Estados, sustenta-
da en una cultura aglosajona. En síntesis, los puertorriqueños eran ciudadanos america-
nos, pero no eran nacionales americanos. Como lo decía Luis Muñoz Marín, fundador del
Partido Popular Democrático, cofundador del Estado Libre y Asociado y gobernador de
Puerto Rico durante dos décadas: “Si se me pregunta si soy ciudadano de los Estados
Unidos contestaré que sí, sin reservas mentales. Si se me pregunta si soy americano (en
sentido de Estados Unidos), diré sin pensarlo que no, como si se me preguntara si soy ho-
landés o argentino. Como el argentino, sería, en el uso corriente, latinoamericano”.
Para Estados Unidos, Puerto Rico es un Estado culturalmente demasiado homogé-
neo y distinto a la nación estadounidense, como para integrarlo como un estado más de la
Federación (nacional); a Puerto Rico le podía interesar pertenecer a la Federación, pero
era fundamental preservar su identidad cultural. Además, como bien dice Caminal, el
creciente peso político y económico de la población hispana hace todavía más delicada la
cuestión puertorriqueña, pues podría ser usada como bandera para una concepción pluri-
nacional y multicultural de la Federación estadounidense, el que como ya hemos dicho,
no fue pensado como un federalismo propio para el acomodo de las diferencia plurina-
cional. En síntesis, el Estado Libre Asociado ha sido, para efectos prácticos, un estatuto o
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 123

federaciones, han adoptado formas especiales de autonomía territorial


para los germanoparlantes en la parte sur de Tyrol, así como para los
suecos en las islas Åland. En todos estos casos, la autonomía territorial,
que no el federalismo, permite a las minorías nacionales establecer un
gobierno y sus propias instituciones, frecuentemente operando en su pro-
pio lenguaje.170 Philip Resnick llama a estas últimas formas políticas “fe-
deraciones multinacionales” y aunque éstas no son federaciones en el
pleno sentido técnico de la palabra, como en caso de Canadá o Bélgica,
todas ellas implican un modelo de Estado en el cual las minorías nacio-
nales están federadas al Estado a través de alguna forma de autonomía
territorial y, en la cual, las fronteras internas han sido definidas y los po-
deres distribuidos de tal manera que permitan a cada minoría nacional
mantenerse como un grupo distintivo, con autogobierno y una cultura so-
cietal, dando satisfacción en la medida de los posible a los dos principios
de la justicia.171
Para finalizar el presente apartado, podemos decir que sin lugar a du-
das este movimiento hacia el federalismo ha constituido uno de los mo-
vimientos políticos más importantes de finales del siglo XX, pues ha im-
plicado un gran cambio de actitud al evitar la supresión de las minorías
subestatales, (actitud propia del siglo XIX), por una actitud más tendien-
te a acomodar a tales minorías en términos de justicia. Y aunque todavía
falta mucho por hacer, estos movimientos hacia algunas de las formas de
lo que he llamado el federalismo multinacional han significado, sin lugar
a dudas, un movimiento importante para que las naciones subestatales
que habitan en esos Estados nacionales conserven o recuperen un estatus
de igualdad con relación a la sociedad dominante, conforme a lo que dis-
ponen los dos principios de la justicia.

régimen especial que ha permitido el autogobierno en Puerto Rico y la ciudadanía ameri-


cana de sus habitantes, formando parte asociada de Estados Unidos, pero sin pertenecer a
la Federación ni perder la identidad puertorriqueña. Ahora bien, debido a que la relación
entre Puerto Rico y los Estados Unidos es tremendamente desigual y se sigue consideran-
do a los puertorriqueños como ciudadanos de segunda, el modelo de Estado Libre y Aso-
ciado no ha sido reproducido en otras partes del mundo. Véase Caminal, Miquel, op. cit.,
nota 60, pp. 118-125.
170 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 30.
171 Resnick, Philip, “Toward a Multinational Federalism”, Seeking a New Canadian
Partnership: Asymmetrical and Confederal Options, Seidle, Leslie (ed.), Montreal, Insti-
tute for Research and Public Policy, pp. 71-90, citado por Kymlicka, Will, op. cit., nota
105, p. 30.
124 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

2. Pueblos indígenas y autonomía

Examinadas las formas en como los Estados nacionales pueden inte-


grar a las naciones subestatales que conviven en su interior en términos
de justicia, ahora nos toca hacer lo mismo con los pueblos indígenas. Co-
mo ya he dicho, los pueblos indígenas son una de las subcategorías de
las minorías nacionales, ya que constituyen sociedades completas y fun-
cionales en sí mismas, poseen una cultura societal y se encuentran ubica-
das en el mismo espacio territorial en que se encontraban originalmente,
o bien en algún otro lugar al que hubiesen sido desplazados en el proceso
de colonización. También he señalado que, a diferencia de las naciones
subestatales, normalmente los pueblos indígenas no aspiran a convertirse
en naciones-Estado, bien porque se les excluyó del proceso de construc-
ción estatal, o porque no lo consideraron posible dentro de su propio pro-
ceso cultural e institucional. Buscan, más bien, la posibilidad de mante-
ner ciertas formas tradicionales de vida y creencias propias, así como
crear las instituciones que les permitan reproducir su cultura, al tiempo
que pudiesen participar en el Estado-nación dominante en términos más
justos. Para ello, tradicionalmente han buscado algún tipo de autonomía
y, al igual que las naciones subestatales, los pueblos indígenas se han
movilizado usando el lenguaje de la nacionalidad para justificar sus de-
mandas autonómicas.
En primer lugar, habrá que discutir si el término de minorías naciona-
les puede ser empleado para los pueblos indígenas. Al respecto, es im-
portante señalar que independientemente que los pueblos indígenas po-
seen los elementos característicos de una nación, como son, entre otros, la
posesión de una cultura societal común tal y como lo hemos examinado
en el capítulo anterior; usar el término nación para nombrar a los pueblos
indígenas es indiscutiblemente de la mayor utilidad, pues les ha permiti-
do, en primer lugar, ampliar el rango de las expectativas disponibles para
presentar sus demandas frente al Estado y, por otro lado, ha permitido
que el impacto de sus peticiones sea mayor en la esfera pública, pues no
es lo mismo pedir autonomía como grupos que como naciones indígenas.
En efecto, definirse como minorías nacionales, genera alrededor de los
pueblos indígenas estrategias más amplias para la consecución de sus de-
mandas. Así por ejemplo, el reclamo por un autogobierno constituye un
reto mayor para los Estados nacionales que adquiere más fuerza cuando
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 125

es sostenido por una minoría nacional que por un grupo cualquiera. Tam-
bién el lenguaje de la nacionalidad implica adquirir una visión alternati-
va de la historia que debe ser respetada por los Estados nacionales, pues
los pueblos indígenas aparecen como grupos originarios y distintos de
aquellos que fundaron a la nación-Estado dominante (quienes son vistos
frecuentemente como colonizadores). Por todas estas ventajas, en gene-
ral podemos decir que ha habido un incremento del lenguaje de la nacio-
nalidad en el discurso y las prácticas de los pueblos indígenas en las últi-
mas décadas, pues en general les ha permitido plantear sus demandas
frente al Estado nacional en condiciones de mayor igualdad.172
Sobre la utilización del término naciones por parte de los pueblos in-
dígenas, sólo habría que reflexionar que, como dice Joseph Cairns, la
forma en que

...nos definimos a nosotros mismos no es algo irrelevante. En efecto, una


etiqueta no es una teoría, ya que puede determinar nuestra forma de pen-
sar hacia el sujeto que se encuentra comprendido en la misma. Por ejem-
plo, en Canadá con el cambio en la identificación de los francófonos, de
canadienses franceses a quebequenses, la Constitución canadiense perdió
mucho de su legitimidad (y los quebequenses la ganaron para poder avan-
zar en la realización de sus demandas).173

Así también, cuando los indígenas canadienses exitosamente tomaron


la etiqueta o el nombre de Primeras naciones para su reconocimiento pú-
blico, el tradicional y marginal lugar que los pueblos indígenas habían
ocupado en el orden constitucional canadienses desapareció casi de la
noche a la mañana. En otras palabras, las etiquetas o los nombres sí son
importantes. Al menos ellos definen una situación y en ocasiones son ve-
hículos para una teoría social y política. De esta forma, “el énfasis de la
relación nación-nación como el lente a través del cual podemos obser-
var” las relaciones entre los pueblos indígenas y la nación dominante
inevitablemente coloca a los primeros en una mejor posición, en una po-
sición de igualdad o, cuando menos, en una posición de menor desigual-

172 Sobre la conveniencia de definir a los pueblos indígenas como naciones véase,
Jenson, Jane, “Naming Nations: Making Nationalist Claims in Canadian Public Discour-
se”, Canadian Review of Sociology and Antropology, Canadá, 30, 3, 1993, pp. 337-358.
173 Cairns, Alan, Citizens Plus: Aboriginal Peoples and the Canadian State, Vancou-
ver-Toronto, University of British Columbia Press, 2000, p. 7. La traducción es mía.
126 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

dad. Asimismo, tal soporte político nos lleva a ver a los Estados naciona-
les como agrupaciones políticas multinacionales, en las que nos relacio-
namos con los otros a través de las diferentes naciones a las cuales perte-
necemos.174
En la actualidad considero que los pueblos indígenas de Latinoaméri-
ca deben asegurar, como lo han hecho los indígenas canadienses, la de-
nominación de “naciones”, ya que ello les permitirá, a su vez, asegurar
con mayor éxito su existencia colectiva. En efecto, éste es uno de los
muchos esfuerzos que los pueblos indígenas han comenzado a realizar
para retomar control de su propio nombre y participación política. El tér-
mino nación “los distingue de la categoría de minorías étnicas, establece
su incorporación dentro del marco de las políticas multiculturales, y los
coloca en términos de estatus, en el nivel de las naciones fundadoras de
los Estados (en el caso de Canadá, los coloca en el nivel de los ingleses y
franceses)”.175 Además, la denominación de nación, no sólo proporciona
estatus sino que también tiene consecuencias políticas, pues justifica la
participación de los indígenas en el debate constitucional del Estado na-
cional, y facilita algunos movimientos hacia el autogobierno de los pro-
pios pueblos indígenas, algo que no está a disposición, por ejemplo, de
los inmigrantes, sean éstos de la nacionalidad que sean.176
Una vez discutido por que sí debemos considerar como naciones a los
pueblos indígenas, creo que es el momento de hacernos la pregunta clave
que planteamos para las naciones subestatales: ¿cómo podemos acomo-
dar a los pueblos indígenas en términos de justicia dentro del Estado y
sus instituciones? O, de otra manera ¿cómo podemos acomodarlos en el
Estado y sus instituciones conforme a los dos principios de la justicia?
Antes que nada, quisiera referirme a la respuesta que han otorgado los
Estados latinoamericanos ante la necesidad de tales acomodos. En pri-

174 Alan Cairns no sólo acepta el lenguaje de la nacionalidad por parte de los pueblos
indígenas, sino que inclusive propone una especie de ciudadanía diferenciada para los in-
dígenas, misma que al tiempo que sostenga su identificación con el Estado nacional do-
minante, le permita conservar su identidad indígena. Cairns estima que este tipo de ciu-
dadanías diferenciadas, que él llama citizenship-plus, permitirá integrar a la noción de
ciudadanía los elementos distintivos de una identidad indígena, al tiempo que se conser-
vará la pertenencia al Estado-nación, algo que en su opinión fue siempre negado por las
nociones individualistas y abstractas de la ciudadanía, véase Cairns, Alan, op. cit., nota
173, pp. 3-46.
175 Ibidem, p. 28. La traducción es mía.
176 Ibidem, pp. 26-29.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 127

mer lugar tendría que decir que, como en el caso de las naciones subesta-
tales, la primera reacción que los Estados nacionales han tenido hacia los
pueblos indígenas ha sido, también, el de suprimirlos. En Latinoamérica
este proceso de supresión de las identidades indígenas se remonta a la
propia Colonia, cuando los españoles y portugueses dominaron los terri-
torios americanos en el siglo XVI. En efecto, durante esta etapa inicial
los nuevos colonos pasaron por la extinción de importantes núcleos de
población indígena en las Antillas y en el nuevo continente. De esta ma-
nera, la población indígena prácticamente fue exterminada de las Anti-
llas y de algunas regiones continentales, como las que actualmente ocu-
pan países como Argentina y Uruguay. En el caso de México, el
descenso de la población indígena fue dramático, pues de una población
estimada en quince millones de indígenas, se redujo durante el primer si-
glo de la dominación española (XVI) a menos de dos millones, siendo
este terrible descenso poblacional ocasionado, en su mayor parte, por la
aparición de nuevas enfermedades entre los indígenas así como al ham-
bre, pues se fracturó sensiblemente su sistema de producción alimenticia
debido al reparto de las tierras entre los encomenderos. Apenas hasta fi-
nales del siglo XX, México recuperó la población indígena que tenía en
el momento de la conquista española, es decir, una población estimada
de quince millones.
De esta actitud inicial de supresión y extinción en América, se paso
más tarde a otra en la cual se trató de conservar lo que quedaba de la po-
blación indígena, pues los colonos europeos se dieron cuenta que era im-
posible exterminar a toda la población aborigen del nuevo continente.
Esta nueva actitud tenía su origen tanto en razones humanitarias (aquí
habrá que recordar a hombres tan notables como Fray Bartolomé de las
Casas), como en razones económicas ya que era imposible en las condi-
ciones técnicas y humanas del siglo XVI poblar totalmente con europeos
el nuevo continente, pues como Hernán Cortés le decía al rey de España
en una de sus cartas, no había que matar a todos los indios como se había
hecho las Antillas, pues se les podía utilizar para el “servicio de su ma-
jestad”.177 Fue así como la colonia española inició todo un trabajo de
protección de los indios, protección que hay que reconocer, estaba intrín-
secamente ligada a la creación de una sociedad de castas, en la cual los
grupos étnicos que poblaban los dominios españoles en América estarían

177 Cortés, Hernán, Cartas de relación, México, Porrúa, 1988.


128 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

profundamente diferenciados y había entre ellos muy amplios márgenes


de desigualdad, colocándose a los españoles y criollos en la cúspide de
esa pirámide. En efecto, el proceso colonial, lejos de constituir un estruc-
tura socioeconómica y un mercado interno generadores de tendencias
culturales integradoras, creó todas las condiciones para impedirlo, ya que
había un grupo étnico particular en la cúspide social y, por otro lado, una
fuerza de trabajo explotada de indios y esclavos. Como acertadamente
señala Díaz-Polanco “la estratificación étnica se superpone a la construc-
ción del Estado nacional, complicándolo y afirmándolo. Según la racio-
nalidad social vigente, por ejemplo los indios deben pagar tributo y apor-
tar trabajo gratuito o barato al colonizador porque son vasallos”.178 Esta
situación de acentuadas diferencias estamentales y étnicas de la sociedad
fue desarrollada durante toda la vida colonial.
La independencia de España y Portugal, así como la consecuente crea-
ción de los Estados nacionales en Latinoamérica, no significó una mejo-
ría sustancial para los indígenas. Por el contrario, significó en muchas
ocasiones el inicio de un renovado ataque a sus identidades, pues los
nuevos Estados latinoamericanos se encontraron con una sociedad pro-
fundamente diferenciada y desigual, en la cual los pueblos indígenas
ocupaban un lugar importante, lo que constituía un duro obstáculo para
la construcción de una identidad nacional homogénea a la cual aspiraban
los nacientes Estados. Todo ello terminó vinculando la creación de la nue-
va estructura nacional con un enérgico rechazo de la pluralidad etnocul-
tural. En otras palabras, la identidad etnocultural de los pueblos indíge-
nas dominados y explotados se concibió también como una de aquellas
herencias de la Colonia, que debía esfumarse en el proceso de construc-
ción nacional. Fue así como inició en Latinoamérica un nuevo ataque a
los pueblos indígenas, pues se buscaba a toda costa “integrarlos” a una
nación cuya tejido era etnoculturalmente heterogéneo, pues se considera-
ba a esta diversidad etnocultural como un estigma o un defecto de la na-
ción que debía ser superado.
En el caso de México, los intentos por suprimir a los pueblos indíge-
nas continuaron, en particular, una vez que triunfaron los liberales y se
consolidó la estabilidad en el país. Paradójica realidad histórica para los
pueblos indígenas: el triunfo de los liberales sobre los conservadores que

178 Díaz-Polanco, Héctor, Autonomía regional. La autodeterminación de los pueblos


indios, México, Siglo XXI Editores, 1999, p. 25.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 129

significó la consolidación del Estado mexicano en el siglo XIX, significó


para ellos no sólo la destrucción de aquellas protecciones a su cultura
que todavía se heredaban de la colonia española, sino también el reinicio
de las hostilidades. Recuérdese solamente la afectación que realizaron
los liberales sobre las tierras de los pueblos indios después de la Consti-
tución de 1857, o la feroz guerra que libró Porfirio Díaz (que se decía
heredero histórico de los liberales) contra los yaquis de Sonora a quienes
desterró por miles a los campos henequeneros de Yucatán, para que tra-
bajaran prácticamente como esclavos. Para los liberales éste debía ser el
precio que se tendría que pagar en aras de la consolidación de una única
identidad nacional. Haber reconocido a los pueblos indígenas “habría
implicado aceptar, de algún modo, una vida autónoma para los grupos
étnicos y, sobre todo, respetar la base de sustentación de tales grupos: las
tierras y demás recursos naturales”,179 codiciados con vehemencia por
los liberales que habían salido triunfadores en el proceso de construcción
del Estado mexicano.
En efecto, el liberalismo mexicano y latinoamericano

urgido por las constricciones socioeconómicas y políticas en que debía


desplegar su proyecto capitalista, se inclinó por una homogeneización casi
fanática. A diferencia de Europa, en Latinoamérica la nacionalidad domi-
nante criollo-mestiza se enfrentó no a otras nacionalidades con capacidad
para disputar el control del Estado o para negociar sus posiciones, sino a
un archipiélago de comunidades políticamente desarticuladas y con escasa
perspectiva nacional (grupos étnicos). Es en este contexto histórico que,
ideológicamente unidad nacional y pluralidad sociocultural devienen anti-
téticas.180

Ahora bien, esta actitud supresora de las entidades nacionales por par-
te de algunos de los nacientes Estados latinoamericanos no fue eficaz ya
que frecuentemente se encontró con la resistencia y a veces con la abier-
ta rebelión de los pueblos indígenas. Fue así como durante el siglo XX se
pasó de la abierta supresión de las identidades indígenas (incluso me-
diante las armas) a un proceso de asimilación de estos pueblos, lo que
constituyó, en mi opinión, una nueva forma de supresión cultural de los

179 Ibidem, p. 26.


180 Ibidem, p. 39.
130 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

pueblos indígenas, aunque mediante políticas más sutiles implementadas


por el Estado. En efecto, después de un periodo de importantes movi-
mientos sociales a principios de ese siglo y, en el caso de México, de una
revolución social (1910-1917), se implantó un indigenismo que trataba
de asimilar al indígena a la cultura nacional, pero desconociendo sus
particularidades culturales. Efectivamente, el indigenismo que colocaba
en el centro de su discurso “la unidad nacional” concebida como una ne-
cesaria homogeneidad cultural, intentaba integrar a los indígenas en esta
cultura común al tiempo que, frecuentemente, ignoraba sus concretas
identidades culturales. En el caso de México, la construcción del Estado
posrevolucionario después de 1917 consideraba esencial la participación
de los pueblos indígenas (o cuando menos de los indígenas en general) al
nuevo Estado social. De esta manera, la política indigenista mexicana
que tanto impacto tuvo en Latinoamérica y que dio a algunos de sus teó-
ricos e ideólogos más importantes (Gamio y Caso) emprendió todo un
proyecto para conseguir que los indígenas se sintieran parte de ese pro-
yecto nacional, que por primera vez los integraba a su discurso. Así por
ejemplo, se crearon durante el cardenismo instituciones encaminadas al
estudio y protección de los pueblos indígenas como el Instituto Nacional
de Antropología e Historia y el Instituto Nacional Indigenista, además de
que se inició un reparto agrario sin precedentes en México. Ahora bien,
el problema de toda esta política indigenista es que buscaba la asimila-
ción de los indígenas a la cultura nacional a toda costa, y asimilarlos sig-
nificaba desconocer sus particulares y concretas identidades culturales,
para que asumieran e hicieran suya toda una cultural nacional, que de
principio a fin les era ajena. Desde luego, el indigenismo asimilacionista
del siglo XX marginaba cuando no destruía a las mismas culturas indíge-
nas. De alguna manera podría decir que entre las consecuencias finales
del fracaso del indigenismo tenemos el levantamiento armado del zapa-
tismo en Chiapas el 1o. de enero de 1994, así como la serie de eventos
de solidaridad y franco apoyo al movimiento indígena en México y Lati-
noamérica que tuvo lugar durante toda la década de los noventa.
La pregunta obligada que debemos hacernos en este momento es si to-
das esas formas de supresión, desde aquellas implementadas en la época
colonial, hasta las más recientes de la asimilación cultural, han sido ade-
cuadas para acomodar en términos de justicia a las naciones indígenas,
primero al orden colonial y después a los Estados nacionales. Al respecto
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 131

diré que, como en el caso de los naciones subestatales, cualquier forma


de supresión ya sea física o cultural es completamente incompatible con
la satisfacción que a los principios liberales más esenciales debe todo
Estado nacional, principios que, dicho sea de paso, se encuentran conte-
nidos en los dos principios de la justicia que dirigen nuestra investiga-
ción. En efecto, ¿cómo podríamos esperar que los integrantes de los pue-
blos indígenas pudieran gozar de los derechos y las libertades básicas
contenidas en el primer principio de la justicia, como son las libertades
de expresión, asociación, conciencia, propiedad o a no arrestado contra
el derecho, si no cuentan con la mínima base cultural a través de las cua-
les, tales libertades puedan ser ejercidas? Como decíamos en el capítulo
segundo, sólo a través de un contexto cultural particular, los individuos
pueden ejercer sus derechos, pues es ese ambiente cultural el que propor-
ciona valor significativo a las elecciones que puedan hacer cada uno de
los miembros integrantes de los pueblos, y sólo cuando pueden escoger
entre opciones que son realmente valiosas para ellos, tales individuos
pueden ser libres.
Así por ejemplo, cuando podemos probar que las lenguas indígenas
han sido negadas como medio de comunicación en los tribunales de los
Estados nacionales, ya sea legal o fácticamente, cómo entonces podría-
mos esperar que los integrantes de los pueblos indígenas impidieran una
detención arbitraria si los jueces y los fiscales no tienen forma de com-
prender su lengua y en última instancia su defensa. Igualmente, cómo se-
ría posible que los miembros de los pueblos indígenas gocen a cabalidad
de su libertad de expresión, cuando su lengua no tiene ningún espacio en
los principales medios de comunicación y, en consecuencia, se encuentra
imposibilitada para adquirir un espacio público en el cual expresarse,
pues como ya explicaba en el capítulo anterior, el ejercicio de semejante
libertad requiere de la construcción de un espacio público en el cual sus
hablantes puedan manifestar libremente sus ideas; una lengua sin espacio
público deviene una lengua privada y, en el largo y mediano plazo, tien-
de a desaparecer. Más aún, cómo podríamos esperar una plena libertad de
conciencia, cuando las creencias religiosas de los pueblos indígenas han
sido hasta el día de hoy violentamente suprimidas por un Estado nacio-
nal que se dice laico, pero que culturalmente en las naciones occidentales
promueve discretamente los valores cristianos.
132 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Asimismo, las políticas supresivas a que nos hemos referido en los pá-
rrafos anteriores también han implicado que no se dé satisfacción al se-
gundo principio de la justicia, pues casi siempre han significado la nega-
tiva a reconocerles una base económica mínima para su subsistencia. En
efecto, desde la encomienda, pasando por la afectación de las tierras pro-
piedad de los pueblos indios que iniciaron los liberales decimonónicos,
siempre que su base económica ha sido modificada, cuando no extirpada
completamente, se les ha orillado a la marginación socioeconómica casi
siempre en beneficio de la sociedad dominante, lo que desde luego no da
satisfacción a la primera parte del principio de la diferencia, mismo que
dispone que las desigualdades económicas sólo pueden ser aceptadas
cuando son en beneficio de todos, incluidos desde luego los miembros de
los pueblos indígenas y no sólo de los integrantes de la cultura dominan-
te. Desde luego, semejantes políticas supresivas tampoco dan satisfac-
ción a lo dispuesto en la segunda parte del segundo principio de la dife-
rencia, relativo a la igualdad de oportunidades para ocupar los cargos
públicos, pues ha sido prácticamente lugar común en todos los Estados
liberales con minorías indígenas que tanto el gobierno federal como sus
gobiernos locales estén dominados por representantes que provienen de
la sociedad dominante.
Ahora bien, si las políticas de supresión y asimilación no han satisfe-
cho los principios mínimos de la justicia a que deben sujetarse los Esta-
dos liberales en el acomodo de sus minorías indígenas, entonces, ¿qué
otras opciones tenemos para su acomodo dentro del Estado y sus institu-
ciones en términos de justicia? Esencialmente el reconocimiento y cons-
titución de formas autonómicas para los pueblos indígenas, ya que es la
única que podría dar satisfacción a los dos principios de la justicia. Por
lo que respecta a la secesión y la consiguiente formación de Estados na-
cionales, ésta no ha sido, como sí lo es en el caso de las naciones subes-
tatales, una demanda común entre los pueblos indígenas. Comencemos
entonces explicando a la autonomía.
La demanda por un régimen autonómico cobra particular importancia
en el movimiento indígena durante las dos últimas décadas del siglo XX,
momento en el cual los pueblos indígenas exhibieron, por primera vez,
una gran capacidad de movilización nacional e internacional para hacer
valer sus reclamos. Así, por ejemplo, el zapatismo demostró una gran ha-
bilidad para dar a conocer a través de los diversos medios de comunica-
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 133

ción, sus demandas y exigencias; asimismo, podríamos decir que la De-


claración de la ONU sobre Cultura y Derechos Indígenas de principios
de la década de los noventa fue producto en buena medida de la moviliza-
ción de los pueblos indígenas, en particular de los indígenas norteamerica-
nos; no está de más señalar que las políticas genocidas implementadas por
el gobierno guatemalteco durante los ochenta fueron descubiertas ante la
comunidad internacional por el gran activismo internacional de persona-
jes como Rigoberta Menchú que recibió el Premio Nóbel de la paz a
principios de esa década. En fin, por primera vez en mucho tiempo, esta-
ba claro para los Estados nacionales que los pueblos indígenas habían
adquirido una capacidad de movilización nunca antes vista (diríamos una
capacidad global) para plantear sus demandas autonómicas.181
En este sentido, podemos decir que tanto por la naturaleza de sus de-
mandas, como por razones normativas, la mejor forma de acomodar a los
pueblos indígenas dentro del Estado en términos de justicia es a través
del reconocimiento de diversos grados de autonomía según las necesida-
des particulares de los pueblos. Sobre este reconocimiento, es importante
hacer énfasis en el hecho de que los regímenes autonómicos se estable-
cen en el marco de los Estados nacionales ya establecidos, pues el ente
autónomo no cobra existencia por sí mismo, sino que su conformación
en cuanto tal se realiza como parte de la vida política-jurídica de un Es-
tado.182
Así, la autonomía es un régimen político-jurídico acordado entre el
Estado y sus pueblos indígenas, mediante el cual se crea un sistema espe-
cial dentro del propio Estado, que configura un gobierno propio (autogo-
bierno) para los pueblos indígenas, mediante el que éstos se encuentren
en condiciones de escoger a sus autoridades, ejercer ciertas competencias
legalmente atribuidas para regular su vida interna y reproducir su vida
cultural, así como para administrar sus propios asuntos. Es importante
señalar que a través de estas competencias los pueblos indígenas deben
tener la capacidad suficiente para normar aquellos aspectos que les per-

181 Una explicación sobre la organización global de los movimientos indígenas ame-
ricanos puede encontrarse en Anaya, James S., Indigenous Peoples in International Law,
Estados Unidos, Oxford University Press, 1996; véase también Van Cott, Donna Lee,
The Friendly Liquidation of the Past: the Politics of Diversity in Latin America, Estados
Unidos, University of Pittsburg, 2000.
182 Díaz-Polanco, Héctor, op. cit., nota 178, pp. 150-153.
134 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

mitan reproducir su cultura societal, pues son ellos mejor que nadie quie-
nes tienen la capacidad para ello. Igualmente, este régimen autonómico
deberá dar cumplimiento a los dos principios de la justicia, como vere-
mos en seguida.
Sobra decir que la definición de la autonomía para cada caso particu-
lar deberá ajustarse a las necesidades específicas de los pueblos indíge-
nas de que se trate, pero siempre deberá estar sujeta a que no se violen
los principios liberales fundamentales. Ciertamente, sería un error tratar
de establecer principios muy generales para todos los casos de autono-
mía de una buena vez y para siempre, pues la búsqueda de una definición
más específica de la autonomía,

incurre inevitablemente en generalizaciones inadecuadas e invalidas para


la enorme variedad de situaciones que cubre el sistema autonómico. En
efecto, carece de sentido la fijación de unas características singulares que
necesariamente sean comunes a cualquier régimen de autonomía, con abso-
luta independencia de las condiciones socioculturales, económicas y políti-
cas en que tal régimen tiene lugar. Los rasgos específicos de la autonomía
estarán determinados, de una parte, por la naturaleza de la colectividad
que la ejercerá... y, de otra, por el carácter sociopolítico del régimen esta-
tal-nacional en que cobrará existencia institucional y práctica, por la pro-
fundidad de las conquistas, las facultades asignadas y, en suma, el grado de
autogobierno reconocido que en su despliegue concreto dependerán en gran
medida de la orientación política y el sistema democrático vigentes.183

En este sentido, lo que para unos pueblos indígenas puede ser de la


mayor valía para la conformación de su régimen autonómico, para otros
podría ser irrelevante. Así por ejemplo, si estamos ante la presencia de
un pueblo indígena que posee una base institucional y económica sufi-
ciente para su subsistencia, además de una población adecuada para la
reproducción de su cultura, es muy probable que el pactar facultades am-
plias, así como un régimen autonómico robusto, sean condiciones nece-
sarias de su proceso autonómico. Por el contrario, un pueblo indígena
que carezca de la capacidad tanto económica como política para hacer
frente a sus necesidades, además de una exigua población (pues hay que
recordar que sólo en México y en general en toda Norteamérica, hay mu-

183 Ibidem, pp. 151 y 152.


INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 135

chos pueblos que apenas pasan del millar de habitantes y otros son mu-
cho menores a este número), es muy posible que requiera de un régimen
menos amplio, pues muy probablemente requerirá asegurar que el Estado
nacional le otorgue ciertos subsidios o el abasto de ciertos productos pa-
ra su subsistencia, lo que inevitablemente limitará sus capacidades auto-
nómicas. En los ejemplos anteriores estamos en presencia de dos pueblos
indígenas que poseen necesidades muy distintas en cuanto al régimen de
autonomía que necesitan, pues lo que es benéfico para uno puede ser
perjudicial para el otro. Dicho de otra manera, no podemos determinar a
priori el contenido específico del régimen de autonomía para todos los
pueblos indígenas, pues habrá que observar en cada caso particular, sus
concretas características sociopolíticas y económicas.
Ahora bien, el hecho de que no se pueda determinar de manera apriorís-
tica el contenido de los sistemas autonómicos, no quiere decir que estemos
en presencia de un relativismo absoluto en la materia, por el contrario, ha-
brá siempre ciertos elementos que sí se encuentran presentes y, además
están normados por los dos principios de la justicia, nos permitirán ase-
gurar que estamos en presencia de un régimen autonómico justo, pues de
otra manera, cualquier tipo de autogestión podría ser considerado como
tal. Estos elementos deben ser los siguientes:

a) Un conjunto de derechos que garanticen la igualdad de los miem-


bros de los pueblos indígenas frente a la sociedad dominante para
el ejercicio de los derechos y las libertades básicas a que se refiere el
primer principio de la justicia, pues no hay que perder de vista que
tradicionalmente esos pueblos se han enfrentado en condiciones de
franca desventaja a la cultura dominante del Estado nacional, lo
que les ha impedido disfrutar, en igualdad de condiciones, de aque-
llos derechos y libertades básicas de que disponen los Estado libe-
rales. Entre estos derechos, los derechos lingüísticos son los que
primeramente saltan a la vista, ya que no sólo se les debe conceder
la posibilidad de hablar su propia lengua sin restricción alguna y en
un espacio público lo suficientemente amplio como para que esa
expresión sea libre, sino que inclusive se deberá otorgar a los indí-
genas la posibilidad de que reciban ciertos servicios básicos en su
idioma, como la educación o los servicios médicos, o que se exhiba
dignamente su cultura y a sus miembros a través de los principales
medios de comunicación. En efecto, los derechos lingüísticos son
136 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

de vital importancia para que se ejerzan las libertades a que se re-


fiere el primer principio de la justicia, como son las libertades de
expresión, asociación, conciencia, pensamiento e inclusive para ga-
rantizar que no se realicen arrestos contra derecho, tal y como lo he
explicado más arriba, sino además para que se ejerzan los derechos
políticos a que se refiere ese mismo principio, pues, ¿podríamos
acaso pensar en un algún gobierno que no tuviera como punto de
convergencia la lengua que todos hablasen? Desde luego, semejan-
te posibilidad no parece viable, pues cualquier gobierno (pensemos
en los gobiernos autonómicos o en los gobiernos democráticos) só-
lo puede ser posible en una lengua común, la lengua de quienes
participan de él. En fin, mediante el reconocimiento de estos dere-
chos se estarán sentando las bases para que los pueblos indígenas
puedan ejercer los derechos y las libertades básicas a que se refiere
el primer principio de la justicia.
b) Asimismo, se deberán pactar con los pueblos indígenas ciertas com-
petencias autonómicas que estén dirigidas a permitir que los pue-
blos indígenas reproduzcan su cultura societal, pues como he veni-
do señalando, la existencia de una cultura es condición necesaria
para que los integrantes de cualquier sociedad política puedan ejercer
los derechos y las libertades básicas a que se refiere el primer princi-
pio de la justicia, pues es ella la que otorga valor a las distintas op-
ciones que puede escoger un individuo en una sociedad liberal.
Ahora bien, estas competencias o facultades autonómicas deberán
no solamente abarcar todas aquellas áreas que se estimen necesarias
para que los pueblos indígenas reproduzcan su cultura (por ejem-
plo, educación, asentamientos urbanos, explotación del suelo, etcé-
tera), sino que además deberán comprender facultades para crear
tanto normas de carácter general (facultades legislativas o cuasile-
gislativas), como disposiciones tendientes a hacer cumplir esas nor-
mas de carácter general (facultades esencialmente administrativas o
cuasiadministrativas).
c) Asimismo, un régimen autonómico deberá considerar siempre una
mínima base territorial, sin la cual no estaríamos en condiciones de
permitir que los pueblos indígenas reproduzcan su cultura, pero so-
bre todo, no estaremos en posibilidades de que cuenten con la míni-
ma base económica para su sustento y desarrollo. En efecto, sin una
base territorial y, en consecuencia, sin una base económica adecua-
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 137

da, se marginaría socioeconómicamente a los pueblos indígenas


(como ha venido sucediendo), con lo que no estaríamos garantizan-
do que se diese cumplimiento a lo dispuesto por la primera parte
del segundo principio de la justicia, que dispone que las desigual-
dades económicas y sociales deben arreglarse para que sean en be-
neficio de los miembros menos privilegiados, entre los cuales se
puede encontrar a los integrantes de las minorías etnoculturales.
Ciertamente, no es posible concebir un régimen autonómico en el
que se pasen por alto las necesidades territoriales de los pueblos in-
dígenas; lamentablemente, en las democracias occidentales éste es
uno de los aspectos que más temor ha generado, pues se ha temido
que ello implique un régimen masivo de afectación a la propiedad
privada tan preciada en los Estados liberales. Creo honestamente
que tales temores son exagerados y no tienen ningún sustento, pues
la base territorial a la cual me refiero es aquella necesaria para que
los pueblos reproduzcan su cultura y mantengan una igualdad mí-
nima de oportunidades socioeconómicas a que se refiere el segun-
do principio de la justicia, pues no se trata, como algunos ingenua-
mente han sugerido, de devolver sus tierras originales a todos los
pueblos indígenas para regresar al estado que teníamos antes de la
colonización, lo cual además es, a todas luces, materialmente impo-
sible.
d) Finalmente, un régimen autonómico debe proveer el autogobierno
que es indispensable para garantizar no sólo el ejercicio de las fa-
cultades autonómicas necesarias para que los pueblos indígenas re-
produzcan su cultura, tal y como lo señalé en el inciso b anterior,
sino también para asegurar la igualdad de oportunidades en el acce-
so a los cargos públicos a que se refiere la segunda parte del segun-
do principio de la diferencia. En efecto, mientras los miembros de
la sociedad dominante ocupan principalmente los puestos públicos
que corresponden a sus gobiernos, los integrantes de los pueblos in-
dígenas ocuparán primordialmente los puestos que se abran en sus
autogobiernos, asegurando de esta manera la igualdad de oportuni-
dades a que se refiere el segundo principio de la justicia.

Empíricamente, el autogobierno puede adquirir varias formas para su


organización y constitución. Por ejemplo, aunque no es un caso muy exi-
toso que digamos, para los pueblos indígenas norteamericanos el autogo-
138 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

bierno ha estado más bien vinculado en gran medida a la administración


del sistema de tierras reservadas (conocido como “reservas” tribales en
los Estados Unidos y como “reservas para las bandas indias” en Canadá).
El gobierno federal, en ambos casos, ha transferido algunas competen-
cias a los consejos tribales y consejos que gobiernan cada una de las re-
servas y que están integrados por miembros de los pueblos indígenas. De
esta manera, las tribus y las bandas indígenas han ido aumentando su
control sobre la sanidad, la educación, el derecho familiar, la policía y
sobre el aprovechamiento de sus recursos. De hecho se han convertido en
una especie de tercer nivel de gobierno, con una serie de competencias que
han ido forjándose conjuntamente con la Federación y las jurisdicciones
estatales o provinciales. No obstante lo anterior, las dificultades políti-
co-administrativas son desalentadoras, ya que por ejemplo, el tipo de
competencias a que aspiran unas y otras tribus y bandas difiere enorme-
mente, además de estar ubicadas en los Estados o provincias existentes,
por lo que deben coordinar su autogobierno con los organismos estatales
y provinciales, no sólo con el gobierno federal. Por lo anterior, entre otras
cosas, el alcance exacto de los mecanismos de autogobierno en Estados
Unidos y Canadá no han sido del todo claros ni satisfactorios.184
Una vez que he precisado cómo los elementos que integran a la auto-
nomía deben estar normados por los dos principios de la justicia, quisiera
agregar que la autonomía misma debe concebirse como una forma de
ejercicio de la autodeterminación. Sin embargo, como acertadamente se-
ñala Canovas,185 la autodeterminación no debe entenderse de una manera
absoluta, pues como he señalado en el capítulo segundo, debe ser norma-
da por los principios de la justicia. De esta manera, usando su derecho a
la autodeterminación los pueblos pueden decidirse por una gran variedad
de caminos, que van desde la constitución de un Estado-nación propio,
hasta la conformación de regímenes autónomos en el marco de un Estado
determinado. Sin embargo y por lo que respecta a la primera opción, es
importante señalar que el movimiento indígena no ha reclamado para sí
la constitución de Estados nacionales, ya que, siendo realistas en sus de-
mandas, se han dado cuenta de que no poseen las condiciones materiales
para constituirlos, pues normalmente son pueblos poblacionalmente pe-
queños y dispersos territorialmente (por ejemplo, los mayas mexicanos

184 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15.


185 Canovan, Margaret, op. cit., nota 56.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 139

que es uno de los pueblos indígenas más grandes, apenas pasan el millón
doscientos mil habitantes y se encuentran territorialmente dispersos en
toda la península de Yucatán y se extienden, aún más, en Centroaméri-
ca). En consecuencia, no existiendo las condiciones materiales para su
constitución como unidades estatales, tampoco podríamos pensar siquie-
ra en las condiciones normativas para su existencia, pues por ejemplo, un
Estado que no posee una base territorial y económica suficiente para su
sustento, ¿cómo podría pensar en una justa distribución de los bienes so-
cioeconómicos a que se refiere el segundo principio de la justicia?, o
bien, ¿cómo podría asegurar un esquema justo de derechos y libertades a
sus integrantes, tal y como lo dispone el primer principio, si no tiene re-
cursos económicos para levantar todo un aparato de justicia?
Están en un error quienes consideran que cuando los pueblos indíge-
nas exigen autodeterminación, lo que están exigiendo es la secesión o la
independencia del Estado en el cual se encuentran ubicados. Como ya vi-
mos, la autodeterminación no tiene como única posibilidad la secesión,
en cambio, lo que los pueblos indígenas están demandando es el recono-
cimiento y la creación de las instituciones propias de la autonomía. Efec-
tivamente, hay que subrayar que cuando los pueblos indígenas han pedi-
do para ellos la posibilidad de la autodeterminación, normalmente se
refieren a la autodeterminación en su sentido de autonomía dentro del
propio Estado nacional. En particular, el movimiento indígena en Latino-
américa no ha aspirado a la secesión, pues sus líderes han sido muy
conscientes de la imposibilidad que implica para ellos competir contra el
Estado nacional en términos económicos, políticos e inclusive militares,
en su lugar, han reclamado la autodeterminación como autonomía. Un
ejemplo palpable de ello tuvo lugar cuando se celebraron las conversa-
ciones de paz entre el gobierno mexicano y el Ejército Zapatista de Libe-
ración Nacional en San Cristóbal de las Casas, durante los primeros me-
ses de 1994 y una vez que se había decretado un alto al fuego. En esos
días, el líder del EZLN, subcomandante Marcos, al final de las conversa-
ciones y cuando éstas se estaban clausurando, sacó de manera simbólica
una bandera mexicana y la extendió con sus manos frente al auditorio,
tratando de significar la unidad de los zapatistas con el país.
Asimismo, hay que señalar que en el ámbito internacional la identifi-
cación tácita entre autodeterminación e independencia ha tenido también
consecuencias perjudiciales para la causa indígena. Por ejemplo, en el
140 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

convenio sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes


(instrumento conocido como Convenio 169 que fue adoptado por la
Conferencia General de OIT el 7 de junio de 1989) se establece una se-
vera restricción a los derechos indígenas en tanto pueblos, debido a los
temores que despertó la asociación de tales derechos con la secesión. En
efecto, el artículo uno del referido convenio indica claramente: “todos
los pueblos tienen derecho a la libre determinación, en virtud de la cual
podrán establecer libremente su condición política y proveer a su desa-
rrollo cultural”. Ante la claridad de este artículo, diversos gobiernos ate-
morizados por los efectos políticos que podría provocar el uso del térmi-
no pueblo (pues la asociaban con autodeterminación e independencia),
manifestaron su recelo. Así, para calmar los temores de esos gobiernos
se introdujo un punto tres en el artículo uno del Convenio 169, que a la
letra dice: “la utilización del término pueblo en este convenio no deberá
interpretarse en el sentido de que tenga implicación alguna en lo que ata-
ñe a los derechos que pueden conferirse a dicho término en el derecho
internacional”.186
En síntesis, creo que los temores de secesión por parte de los Estados
nacionales son infundados, ya que prácticamente todas las organizacio-
nes indígenas que se han movilizado se han inclinado por un ejercicio de
la autodeterminación en el marco de los Estados nacionales en que están
insertados, o sea, por un sistema autonómico que posea un autogobierno
propio o alguna forma parecida, pues básicamente lo que desean es man-
tener y desarrollar sus propias culturas en el marco de las estructuras na-
cionales. En cualquier caso lo pueblos indígenas no están preocupados
por la separación, sino por garantizar el ejercicio de sus derechos autonó-
micos dentro del propio Estado nacional,187 prueba de ello ha sido el re-
ciente movimiento de reforma constitucional que ha tenido lugar en Lati-
noamérica.
En efecto, en esta región, según Donna Lee Van Cott, la mayor parte de
los países han incorporado, en algún grado, principios de no discrimina-
ción y multiculturalismo en sus marcos legales o a través de la adopción
de convenciones internacionales en derechos humanos. Sin embargo, pa-
ra mediados de 2001 sólo cinco países latinoamericanos habían definido
regímenes autonómicos a nivel constitucional, Colombia, Ecuador, Nica-

186 Díaz-Polanco, Héctor, op. cit., nota 178, pp. 158-159 y 161.
187 Ibidem, p. 162.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 141

ragua, Panamá y Venezuela;188 enseguida lo haría México con su refor-


ma constitucional aprobada en agosto del mismo año.
En el caso de México es importante señalar que, no obstante las con-
troversias que ha desatado la reforma constitucional de agosto de 2001,
ésta provee un nuevo estatus para los pueblos indígenas de ese país. Más
aún, es la primera vez que un estatuto especial para los pueblos indíge-
nas es creado en México al nivel de la Constitución federal, lo que signi-
fica un gran avance en la historia constitucional reciente de nuestro país.
Por la importancia que tiene esta reforma para definir la relación entre el
Estado mexicano y los pueblos indígenas, creo que es conveniente hacer
algunas observaciones sobre los aspectos sobresalientes de la misma con
base en las herramientas teóricas que nos proporcionan los principios li-
berales y los principios normativos de la justicia:

a) El artículo segundo comienza diciendo que “la nación mexicana es


única e indivisible”, lo cual me parece innecesario, pues como dije
en el capítulo segundo, para asegurar la satisfacción de los princi-
pios de la justicia se debe procurar construir una nación multicul-
tural, pues sólo así pueden estar representadas todas las culturas in-
dígenas que conviven en el Estado mexicano. En efecto, una sola
cultura promueve la exclusión de otras culturas y, en consecuencia,
que sus integrantes no puedan ejercer las libertades básicas. Asi-
mismo, empíricamente la nación mexicana no es única, sino que ha
estado integrada por diversas culturas producto de la relación de la
cultura europea y las diversas culturas americanas que se encontra-
ban antes de la Colonia. Creo que ni empírica ni normativamente la
nación mexicana puede ser única, la nación es y debe ser multicul-
tural, en cambio, lo que sí puede ser único es el Estado, es decir, un
solo Estado para diversas naciones.
b) En el párrafo segundo, por las razones normativas y empíricas a
que he hecho referencia en el inciso anterior, considero acertada la
anotación que se hace de que “la nación mexicana tiene una com-
posición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indí-

188 Van Cott, Donna Lee, “Explaining Ethnic Autonomy Regimes in Latin America”,
Studies in Comparative International Development, New Brunswick, invierno de 2001;
este artículo también se puede encontrar en la siguiente dirección electrónica: http://
www.proquest.umi.com/pqdweb?Did=000000073249533&Fmt=4&D.
142 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

genas”, y que tales pueblos conservan sus propias instituciones


sociales, económicas, culturales y políticas. Lo que me parece espe-
cialmente grave es que el propio artículo establezca que “la con-
ciencia de su identidad indígena deberá ser criterio fundamental para
determinar a quiénes se aplican las disposiciones sobre pueblos in-
dígenas”, pues, ¿qué debemos entender por conciencia de su identi-
dad indígena? No hay nada en la Constitución que lo delimite y
puede, en consecuencia, propiciar que cualquiera pueda decir que
posee esa conciencia. Estimo que la Constitución debió establecer
al respecto dos criterios básicos: un criterio cultural como el lin-
güístico y un criterio territorial, es decir, el lugar donde vive el in-
dividuo correspondiente. Coincido en este punto particular con
Ermanno Vitale en el sentido de que esta disposición sobre la con-
ciencia puede provocar, aparte de graves dificultades para su deter-
minación, la existencia de espacios en los cuales la conciencia sea
un argumento para crear lugares en los cuales no apliquen los prin-
cipios liberales esenciales.189
c) Conforme a lo que he venido señalando sobre la autodeterminación
y su sujeción a los principios de la justicia, me parece muy acertada
la parte del artículo segundo que estableció que el “derecho de los
pueblos indígenas a la libre determinación se ejercerá en un marco
constitucional de autonomía”, pues con toda claridad se establece la
imposibilidad de la secesión como posibilidad de la autodetermina-
ción y, en su lugar, se inicia con la construcción de todo un régi-
men de autonomías para el acomodo de los pueblos indígenas den-
tro del Estado mexicano.
d) El apartado A del artículo segundo es el que establece propiamente
el régimen de la autonomía en México y su contenido es, además
de muy basto, importantísimo para la formación del régimen auto-
nómico en México y establece entre otras cosas lo siguiente: que
los pueblos indígenas puedan decidir sobre sus formas internas de
convivencia y organización social, económica, política y cultural;
aplicar sus propios sistemas normativos para la resolución de sus
conflictos internos siempre sujetos al orden jurídico mexicano; ele-
gir, de acuerdo con sus normas y prácticas tradicionales, a las auto-

189 Vitale, Ermanno, “El derecho constitucional indígena. Algunas consideraciones


filosóficas”, Nexos, junio de 2004, pp. 34-41.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 143

ridades y representantes para el ejercicio de sus propias formas de


gobierno interno; preservar y enriquecer sus lenguas, conocimien-
tos y todos los elementos que constituyan su cultura e identidad;
elegir, en los municipios con población indígena, representantes an-
te los ayuntamientos, siendo las Constituciones y las leyes de la en-
tidades federativas las que regularán estos derechos en los munici-
pios; el derecho de los indígenas a ser asistidos por intérpretes en
los juicios en que sean parte. En fin, todas estas adiciones que apa-
recen en el apartado A me parecen muy apropiadas para la creación
del régimen de las autonomías en México, sólo tendría dos obser-
vaciones que hacer al respecto a este apartado:

— En su fracción VI, no establece un régimen para que los pueblos


indígenas posean una base territorial mínima, que les permita re-
producir su cultura y contar con la base económica suficiente para
su desarrollo y, de esta manera, dar satisfacción a los dos principios
de la justicia. Lo único que establece al respecto la Constitución es
un derecho de preferencia para el uso y disfrute de los recursos na-
turales de los lugares que habitan y ocupan sus comunidades, con-
forme a “las formas y modalidades de propiedad y tenencia de la
tierra establecidas en esta Constitución y a las leyes de la materia”.
Considero que lo anterior es, a todas luces, insuficiente para ga-
rantizar la base territorial necesaria para que los pueblos indígenas
reproduzcan su cultura, ya que las formas reconocidas actualmente
por la Constitución y sus leyes secundarias no disponen nada al
respecto. En consecuencia, creo que es necesario agregar a la
Constitución un apartado especial que establezca un régimen de
propiedad adecuado y suficientemente estable para que los pue-
blos indígenas reproduzcan su cultura y cuenten con la base eco-
nómica para su subsistencia futura, en caso contrario, estaremos
condenando a muchos a la extinción como pueblos.
— Tengo dos observaciones a la fracción VIII que dispone que se de-
berá garantizar el acceso pleno “a la jurisdicción del Estado, para
garantizar ese derecho en todos los juicios y procedimientos en que
sea parte, individual o colectivamente, se deberán tomar en cuenta
sus costumbres y especificidades culturales respetando los precep-
tos de esta Constitución”. Primeramente, el acceso a la jurisdic-
144 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

ción es, salvo casos excepcionales como los que se presentan en


materia laboral, un derecho individual y no colectivo, ¿a qué casos
se refiere la reforma cuando habla de los juicios en los que sean
parte colectivamente los indígenas? Creo que ésta es una grave im-
precisión de la reforma, misma que abre la puerta a severas críticas
de todos aquellos que consideramos que el ejercicio de las liberta-
des básicas es, y ha sido siempre, un derecho individual y no co-
lectivo. Segundo, creo que la reforma debió establecer con toda
precisión que los usos y costumbres que se apliquen en los proce-
dimientos en los cuales los indígenas sean parte, deberán, en todo
momento, respetar los derechos y las libertades básicas y no, co-
mo hace de manera muy imprecisa, señalar solamente que deberán
respetar los preceptos de la Constitución, pues finalmente los ele-
mentos que nos permitirán determinar si tales usos y costumbres
pueden ser válidos son y deben ser esencialmente los derechos y
las libertades fundamentales que consagra la Constitución, y no to-
dos sus preceptos, entre los que seguramente habrá muchos que
contradigan las tradiciones ancestrales de los pueblos indígenas.
Desde luego, sobra decir que si no satisfacen tales libertades bási-
cas, no podrían ser válidos en los procedimientos correspondientes.

Por lo que respecta al apartado B, éste contiene una serie de políticas


y programas a que están obligados la Federación, los estados y los muni-
cipios, para promover principalmente la igualdad socioeconómica de los
pueblos indígenas, disposiciones que obedecerían a lo dispuesto en la
primera parte del segundo principio de la justicia y que constituyen, en
esencia, un proyecto igualitario por realizar en México. En síntesis, el
nuevo artículo segundo de la Constitución mexicana, no obstante que de-
lega en buena medida la interpretación de los conceptos de autonomía y
libre determinación a las entidades federativas, además de imponer seve-
ras limitaciones a los derechos territoriales de los pueblos indígenas,
constituye sin lugar a dudas, un avance significativo en el constituciona-
lismo mexicano, pues por primera vez integra varios de los temas que
habían estado constantemente en la agenda relativa a los derechos indí-
genas, no obstante que México, como Estado-nación, posee la población
indígena más grande de América (alrededor de quince millones), misma
que no poseía un estatuto especial de derechos antes de esta reforma.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 145

III. INMIGRANTES Y DERECHOS DIFERENCIADOS

Por grupos inmigrantes debemos entender a aquellos grupos formados


“por la decisión de diversos individuos y en ocasiones de sus familias, de
dejar sus país natal o de origen, para emigrar a otra sociedad, frecuente-
mente dejando a sus amigos y familiares atrás”.190 Esta decisión es muy
frecuentemente adoptada por razones económicas, aunque en algunas
ocasiones también por razones políticas (como es el caso de los refugia-
dos), en cuyo supuesto, los inmigrantes buscan moverse a un país más li-
bre o más democrático. Con el tiempo y “después de una generación o en
subsecuentes generaciones de hijos de inmigrantes que han nacido en el
país de residencia, se crean comunidades étnicas con diferentes niveles
de cohesión y organización”.191
En este momento, es indispensable distinguir entre dos categorías de
inmigrantes, aquellos que han podido llegar a integrarse como nacionales
y/o ciudadanos y aquellos que no lo consiguen. En este capítulo, me re-
feriré al primer grupo, es decir, a aquel cuyos integrantes logran integrar-
se como nacionales y/o ciudadanos al cuerpo principal de la sociedad,
según se trate de un país cuyo régimen jurídico distinga entre nacionales
y ciudadanos, o bien sólo se refiera a la ciudadanía. En efecto, para algu-
nos Estados como los latinoamericanos, basta con que la persona obten-
ga la nacionalidad para que se le reconozcan los derechos fundamentales
que otorga la Constitución, siendo la ciudadanía una noción esencial-
mente referida a los derechos políticos. Otros órdenes normativos, en
cambio, no distinguen entre nacionalidad y ciudadanía, o más aún, sólo
se refieren a la ciudadanía como el requisito esencial para gozar de los
derechos y las libertades esenciales de la Constitución. Como acertada-
mente lo comenta Diego Valadés, ésta es una distinción que tiene su ori-
gen en Latinoamérica:

la Constitución de Estados Unidos no distingue, como en la mexicana, en-


tre nacionalidad y ciudadanía... El concepto constitucional de ciudadano
apareció en Francia, en 1791, pero la Constitución no contempló la distin-
ción entre nacionalidad y ciudadanía, como tampoco lo hizo la Constitu-

190 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 31.


191 Ibidem, p. 32.
146 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

ción gaditana de 1812. La primera Constitución que diferenció entre na-


cionales y ciudadanos fue la peruana de 1823. En México la distinción
forma parte del orden constitucional desde 1836. En la actualidad, con ex-
cepción de Argentina, Brasil y Uruguay, todas las Constituciones latinoa-
mericanas hacen la diferenciación. Se trata de una institución propia del
constitucionalismo latinoamericano, por lo que su comprensión se dificul-
ta en otros sistemas. De manera general se ha entendido por casi dos si-
glos, que la nacionalidad es un vínculo jurídico entre una persona y un
Estado, en tanto que la ciudadanía es un requisito para ejercer derechos
políticos. Los nacionales son titulares de todos los derechos fundamenta-
les que las Constituciones reconocen, excepto los de naturaleza electoral.
El constitucionalismo latinoamericano se incorporó así a la corriente de
los derechos fundamentales trazada por Estados Unidos y Francia en el si-
glo XVIII, y a la vez construyó una defensa ante la presencia de numero-
sos naturales que, se temía, seguían observando lealtad a la Corona espa-
ñola.192

Con el propósito de facilitar la lectura de la presente investigación, en


adelante no distinguiré entre ciudadanía o nacionalidad, refiriéndome só-
lo a la primera, es decir, a la ciudadanía como condición indispensable
para gozar de los derechos y las libertades fundamentales a que se refiere
el orden constitucional de un Estado, sin por ello desconocer la distin-
ción que entre nacionalidad y ciudadanía hacen algunos Estados nacio-
nales, como bien he precisado. También es importante señalar que no ha-
blaré del segundo grupo, el de aquellos que no pueden obtener la
nacionalidad y/o ciudadanía, pues entre ellos frecuentemente se encuen-
tran los inmigrantes no documentados, para los que no existe una política
migratoria especial y de los cuales quiero hablar con más detenimiento
en el capítulo siguiente.
Inmigrantes, en consecuencia, entenderemos que son aquellas perso-
nas que “arriban a un país que posee una política especial de inmigra-
ción, misma que les otorga el derecho de convertirse en ciudadanos des-
pués de un periodo relativamente corto de tiempo” (digamos tres o cinco
años, este ultimo caso es el que aplica a México), “sujetos sólo al cum-
plimiento de algunas condiciones mínimas, tales como aprender el idio-

192 Valadés, Diego, Los derechos políticos de los mexicanos en Estados Unidos, Mé-
xico, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, julio de 2004, Documento de traba-
jo, p. 12.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 147

ma oficial, así como el conocimiento de algunos aspectos básicos de la


historia y las instituciones políticas del país”.193 Ésta ha sido la política
migratoria tradicional de los países más propensos a la inmigración en el
mundo: Estados Unidos, Canadá, Australia y algunos países latinoameri-
canos como Argentina.
Tradicionalmente, los grupos de inmigrantes han respondido de manera
diferente al proceso de acomodo a que se ven envueltos en una nación-
Estado, a como lo han hecho las minorías nacionales, ya sean naciones
subestatales o pueblos indígenas. A diferencia de éstas, “la opción de in-
volucrarse en un proceso de construcción de un Estado nacional que com-
pita con el de la sociedad mayoritaria no ha sido accesible a los grupos de
inmigrantes, ni tampoco deseable”.194 Esto debido a que los grupos de in-
migrantes han sido, normalmente, muy pequeños y territorialmente se
encuentran dispersos en el territorio del Estado como para abrigar la es-
peranza de recrear su cultura societal original en el nuevo país.

En su lugar, ha sido común que ellos se integren a la sociedad que llegan,


que casi siempre es más grande. Pocos inmigrantes han objetado el reque-
rimiento que casi siempre les es impuesto, de aprender la lengua oficial
como una condición para alcanzar la ciudadanía, así como que sus hijos
tengan que aprender la lengua oficial en las escuelas.195

En cambio, han aceptado el supuesto de que sus opciones de vida, así


como las opciones de vida de sus hijos, estén irremediablemente ligadas
con la participación que pudiesen llegar a tener en las instituciones ma-
yoritarias del Estado.196
Varios Estados nacionales cuentan ahora con doscientos años de expe-
riencia en lo relativo a cómo los inmigrantes se integran a sus culturas, y
parece haber escasa evidencia de que los inmigrantes legales que poseen
el derecho de llegar a ser ciudadanos representen algún peligro para la
unidad y estabilidad de los Estados liberales. Hay pocos ejemplos de
grupos de inmigrantes que se han movilizado detrás de los grupos sece-

193 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 31.


194 Idem.
195 Idem.
196 Idem.
148 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

sionistas, que hayan ofrecido su apoyo a los partidos políticos naciona-


les, o que se hubiesen unido a los movimientos revolucionarios que tu-
viesen como objetivo el derrocamiento de los gobiernos existentes. En su
lugar, han tratado de integrarse al sistema político existente, tanto en la
esfera económica como en la social. Al respecto, es importante señalar
que en los países tradicionalmente favorables a la inmigración, los refu-
giados que obtienen asilo pueden ser considerados en esta misma catego-
ría de inmigrantes que poseen un derecho para convertirse en ciudada-
nos. Esto debido a que la política de asentamiento y naturalización de los
refugiados es virtualmente idéntica a la política aplicada a los inmigran-
tes e, históricamente, los refugiados han seguido el mismo patrón de in-
tegración voluntaria que los inmigrantes.197
En síntesis, podemos decir que los inmigrantes no han resistido las
campañas del Estado nacional para integrarse en el cuerpo principal de la
sociedad dominante. Sin embargo, lo anterior no quiere decir que los in-
migrantes no sufran injusticias como resultados de las políticas estableci-
das en el Estado. Después de todo, el Estado no es neutral con relación al
idioma y la cultura de los inmigrantes: por el contrario, establece una
gran variedad de requerimientos de facto y de derecho para que los inmi-
grantes se integren exitosamente a su cultura y sociedad. Esos requeri-
mientos son frecuentemente difíciles, costosos y muchas veces injustos
para los inmigrantes.
En efecto, si los inmigrantes no han resistido el proceso de acomodo
dentro del Estado nacional, en su lugar, lo que han intentado es renego-
ciar los términos de tal integración, negociación que debe ser normada
por los principios de la justicia a que he venido haciendo referencia en la
presente investigación. De esta forma, “en buena medida los debates re-
cientes sobre el “multiculturalismo” en los países tradicionalmente “ama-
bles” a los inmigrantes, son precisamente debates sobre la renegociación
de los términos de esa integración”,198 un buen ejemplo de ello es Cana-
dá, país que para mantener su tasa de crecimiento poblacional, necesita
en las próximas décadas recibir a millones de inmigrantes.199 Ahora bien,

197 Idem.
198 Ibidem, p. 33.
199 En efecto, no obstante que Canadá es uno de los países territorialmente más gran-
des que existe sobre el orbe, posee apenas alrededor de treinta y tres millones de habitan-
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 149

los inmigrantes han comenzado a exigir un acercamiento mucho más jus-


to o “multicultural” de las políticas que promueven su integración, de tal
manera que se les permita o facilite la posibilidad de mantener varios as-
pectos de su pasado cultural y de su herencia étnica, no obstante que se
integren a las instituciones comunes y dominantes de la mayoría. En este
sentido, los inmigrantes insisten en que es justo que se les permita

mantener algunas de sus antiguas costumbres en lo concerniente a comida,


vestido, recreación, religión, así como la posibilidad de asociarse entre
ellos para mantener tales prácticas, mismas que piden no sean vistas como
antipatrióticas. Más aún, han comenzado a pedir que las instituciones de la
sociedad mayoritaria se adapten para promover un mayor reconocimiento
y acomodo de sus identidades étnicas.200

Por ejemplo, que las escuelas y otras instituciones publicas consideren


sus días de descanso, vestido, dietas, etcétera.
Parece oportuno hacernos en este momento la pregunta esencial de la
presente investigación ¿cómo podemos acomodar conforme a los dos
principios de la justicia a la minorías etnoculturales de inmigrantes que
tienen la capacidad de obtener la ciudadanía? Esencialmente y por la na-
turaleza de sus demandas, a través del reconocimiento de ciertos dere-
chos diferenciados en función del grupo que les faciliten el reconoci-
miento y acomodo de sus identidades en términos de justicia.
Sin embargo, otra vez como en el caso de las naciones subestatales,
casi todos los Estados y no sólo los países que han sido tradicionalmente
afectos a la inmigración se han resistido a reconocer tales derechos y de-
mandas. En efecto, por lo menos hasta la década de los sesenta,

los tres mayores países receptores de inmigrantes (Estados Unidos, Cana-


dá y Australia) adoptaron un modelo apegado a lo que podríamos llamar
la “conformidad anglosajona” de inmigración. Esto quiere decir que se es-

tes y una tasa de crecimiento de apenas 1.3%, lo que implica que para mantener cuando
menos esta población durante la próxima generación, deberá recibir a millones de inmi-
grantes de manera legal. Actualmente, Canadá recibe a un cuarto de millón de habitantes
legalmente cada año, sin embargo, las autoridades migratorias han llegado a plantear la
posibilidad de aumentar cuando menos al doble semejante cifra, para compensar su redu-
cida tasa de natalidad, además de permitirles poblar extensos territorios deshabitados.
200 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 32.
150 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

peraba que los inmigrantes se asimilaran a las normas culturales preexis-


tentes y que con el tiempo, se volvieran indistinguibles de los ciudadanos
originarios tanto en su forma de hablar, vestido, cocina, actividades, nú-
mero de integrantes familiares, identidad, etcétera. Ser étnicamente dema-
siado visible en las actitudes personales era considerado como un gesto
antipatriótico.201

Estas poderosas políticas asimilacionistas fueron consideras como ne-


cesarias para asegurar que los inmigrantes fueran miembros leales y pro-
ductivos de la sociedad y fueron adoptadas por muchos otros Estados na-
cionales en el mundo.
Así por ejemplo, las prácticas asimilacionistas fueron la norma en la
Europa del siglo XIX.202 De esta forma, la Gran Bretaña no tuvo políti-
cas específicas sobre la asimilación de los irlandeses, judíos y otros in-
migrantes europeos antes del Acta de 1905, pero era una asunción subya-
cente para todos aquellos que permanecieran en el Reino Unido, que
eventualmente deberían ser absorbidos en la población, como lo habían
sido los celtas, sajones, daneses, normandos, hugonotes y judíos que ha-
bían venido antes.203 Francia, por el contrario, concientemente se propu-
so asimilar a los inmigrantes de Italia, Bélgica, Polonia y otros países eu-
ropeos, principalmente por que deseaba su fuerza de trabajo, pero
también porque los necesitaban como soldados en la lucha contra Ale-
mania.204 Cuando las nuevas migraciones comenzaron después de la Se-
gunda Guerra Mundial, tanto Francia como la Gran Bretaña enfatizaron

201 Idem.
202 Hobsbawm, Eric, The Age of Capital, Londres, Abacus Book, 1999, pp. 103-202.
203 Sobre el ambiente que imperaba en la sociedad británica en los primeros años del
siglo XX, véase James, Lawrence, The Rise and Fall of the British Empire, Abacus
Book, 2001, pp. 319-333.
204 Fue común que en Francia la construcción de lo que podríamos llamar una ciuda-
danía universal, hubiese estado ligada a su necesidad de incorporar a una gran cantidad
de franceses y extranjeros en sus ejércitos, necesidad que comienza con la propia revolu-
ción de 1789 y que se acentuara con las tremendas guerras napoleónicas de principios del
siglo XIX. Esta actitud se prolongará durante casi todo el siglo XIX hasta cuando menos
la Primera Guerra Mundial; fue así como se consolidó la idea de que un ciudadano un
soldado. Sobre el origen de este fenómeno véase, Bergeron, Francois Furet y Koselleck,
Reinhart, La época de las revoluciones europeas, 1780-1848, México, Siglo XXI, 1998,
pp. 43-166; también puede verse Hobsbawm, Eric, The Age of Revolution 1789-1848,
Londres, Abacus Book, 2000.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 151

la asimilación, como lo harían muchos otros países en Europa.205 El mel-


ting pot de los Estados Unidos durante el siglo XIX estuvo dirigido a la
asimilación y consecuente americanización de los inmigrantes europeos
y fue crucial tanto para la industrialización como para la construcción de
ese Estado nacional.206
Durante el siglo XX, los Estados Unidos continuaron con su modelo
básicamente asimilacionista, no obstante el surgimiento del movimiento
por los derechos civiles de la comunidad afroamericana en los sesenta207
y la aparición de algunas tendencias multiculturales.208 Siguieron un mo-
delo asimilacionista parecido Canadá y Australia, que alentaron princi-
palmente la inmigración británica hasta 1945, asumiendo que los otros
inmigrantes europeos, un número relativamente pequeño, podían ser ab-
sorbidos culturalmente. Cuando en los cincuenta la inmigración no britá-
nica a larga escala comenzó en estos países, todavía había políticas ex-
plicitas de asimilación. No fue sino hasta el inicio de la década de los
setenta que Canadá oficialmente adoptó políticas multiculturales hacia su
población inmigrante. Por su parte los países de Latinoamérica alentaron
la inmigración de países del sur de Europa, que podía ser fácilmente ab-
sorbida por la cultura hispánica, de ello son muestras palpables, por
ejemplo en México, los esfuerzos del gobierno de Díaz por promover la

205 Castles, Stephen y Davidson, Alastair, Citizenship and Migration. Globalization


and the Politics of Belonging, Malaysia, Macmillan Press LTD, 2000, p. 60.
206 Sobre diversos aspectos relativos a la construcción de la cultura dominante esta-
dounidense del siglo XIX, siempre será de la mayor importancia repasar lo que escribió
Tocqueville sobre los Estados Unidos, véase Tocqueville, Alexis, Democracy in Ameri-
ca, Traducida al inglés por George Lawrence, Nueva York, Perennial Classics Edition,
2000, pp. 31-60, 173-230; Kymlicka hace algunas observaciones interesantes sobre el
melt polt y la política asimilacionista estadounidense, véase Kymlicka, Will, op. cit., nota
15, pp. 25-55, pp. 77-109.
207 Si el lector desea conocer un poco más sobre algunos de los aspectos más impor-
tantes del movimiento de reivindicación de los derechos civiles de los afroamericanos,
recomiendo ampliamente la consulta de la película-documental sobre la vida de uno de
los líderes más importantes de este movimiento en los Estados Unidos: Malcom X, 1992,
Estados Unidos, 201 minutos, director: Spike Lee, productor: Spike Lee, Marvin Worth y
Ahmed Murad, guion de Arnold Perl y Spike Lee, fotografía de Ernest Dickerson y Da-
vid Golia, editor Barry Alexander Brown, con Denzel Washington, Angela Basset y
otros.
208 Glazer, Nathan, We Are All Multiculturalists Now, Cambridge, Harvard Univer-
sity Press, 1997.
152 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

inmigración europea durante el gobierno de los científicos a principios


del siglo XX.209
No obstante lo anterior, al comenzar la década de los setenta, fue cre-
cientemente reconocido que este modelo asimilacionista era irreal, innece-
sario e injusto. Era irreal porque no importara cuanta presión se ejerciera,
los inmigrantes nunca pierden completamente su distintiva identidad cul-
tural, ni sus prácticas. En efecto, los inmigrantes se integran a la cultura
dominante y aprenden la lengua oficial, pero permanecen visibles y fre-
cuentemente orgullosos de su diferencia étnica y de sus tradiciones. Es
innecesaria porque no obstante que se presione a los inmigrantes para
que se asimilen, las evidencias demuestran que los inmigrantes son, de
cualquier manera, leales al Estado nacional, independientemente de que
conserven sus rasgos distintivos, étnica y culturalmente hablando. Final-
mente, es injusta porque un proceso asimilacionista implica negar un
igual ejercicio de los derechos y las libertades básicas a que se refiere el
primer principio de la justicia, además de negar un justo esquema de
igualdad de oportunidades a que se refiere el segundo principio de la jus-
ticia.210
En efecto, asimilación significa alentar a los inmigrantes para que
aprendan la lengua nacional y tomen para sí las prácticas culturales de
las sociedades que los reciben, al tiempo que se desprenden de sus prác-
ticas e instituciones societales. El propósito subyacente en este intento ha
sido que los descendientes de los inmigrantes lleguen a ser indistingui-
bles del resto de la población. De esta manera, como la asimilación im-
plica un intento por despojar a los inmigrantes de su base cultural para
acomodarlos a la sociedad receptora, significará para los integrantes de
esa minoría la imposibilidad de asignar valor o significado a las opciones
que se les presentan socialmente; al no poder hacer elecciones significa-
tivas, entonces no podrán ser libres, lo que implicará, finalmente, la im-
posibilidad de ejercer cuando menos algunas de las libertades básicas a
que se refiere el primer principio de la justicia. Igualmente, sin una cul-
tura que sea respetada por todos, los inmigrantes se encontrarán ante una
significativa desigualdad de oportunidades para acceder a los beneficios
económicos y sociales que son distribuidos en su sociedad, así como pa-

209 Baldwin, Deborah J., Protestants and the Mexican Revolution: Missionaries, Mi-
nisters and Social Change, Chicago, University of Illionois Press, 1990.
210 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 33.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 153

ra acceder a los cargos públicos del Estado, pues por ejemplo, ¿cómo po-
drían los miembros de la sociedad dominante aceptar que uno de sus re-
presentantes proviniera de las minorías inmigrantes, si la historia de ese
país no reconociera la valiosa aportación cultural de los inmigrantes a la
cultura nacional?
Ahora bien, la demanda por ciertos derechos que les faciliten a los in-
migrantes el acomodo dentro del Estado y sus instituciones en términos
de justicia implica que los inmigrantes puedan demandar un modelo de
integración más “multicultural” y sustentado en principios normativos.
Efectivamente, si las Estados van a presionar a los inmigrantes a inte-
grarse a las instituciones de la sociedad dominante, entonces tenemos
que asegurarnos que los términos de la integración obedezcan a los dos
principios de la justicia. En efecto, el otorgamiento de tales derechos tie-
ne como propósito permitir que los inmigrantes puedan ejercer plena-
mente los derechos y las libertades básicas a que se refiere el primer
principio de la justicia, así como al disfrute de la igualdad de oportunida-
des a que se refiere el segundo principio, pues como bien dice Kymlicka,

...tenemos que reconocer que la integración [de los inmigrantes] no ocurre


de la noche a la mañana, pues es difícil y además es un proceso muy largo
que sólo ocurre intergeneracionalmente. Esto implica que son indispensa-
bles para los inmigrantes, ciertos acomodos especiales y transitorios, por
ejemplo, algunos servicios deberán ser prestados en la lengua materna de
los inmigrantes, así como el soporte que sea necesario para el estableci-
miento y desarrollo de aquellas organizaciones y grupos dentro de las co-
munidades de inmigrantes que les asistan en el proceso de asentamiento e
integración.211

Estos acomodos especiales y transitorios se traducen frecuentemente


en el reconocimiento por parte del Estado de ciertos derechos diferencia-
dos en función del grupo, a este conjunto de derechos es a lo que
Kymlicka ha denominado derechos poliétnicos.212
Estos derechos deben regular a las instituciones de la sociedad domi-
nante, para facilitar la integración de los inmigrantes a ellas en términos
de justicia, pues como dice Kymlicka:

211 Ibidem, p. 34.


212 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15, p. 26.
154 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

...tenemos que estar seguros de que las instituciones comunes dentro de


las cuales los inmigrantes son presionados para integrarse provean el mis-
mo grado de respeto, reconocimiento y acomodo a las identidades y prác-
ticas de los inmigrantes, de la misma manera que lo hacen para la sociedad
dominante. Esto, desde luego, requiere un examen detallado de nuestras
instituciones sociales, para determinar si sus reglas, estructuras y símbolos
generan desventajas para los inmigrantes. Así por ejemplo, es indispensa-
ble examinar, por exagerado que parezca, los códigos de vestir, los días
festivos e inclusive, las restricciones de peso y altura para determinar si
éstos no reproducen prejuicios sociales dirigidos contra algunos grupos de
inmigrantes. También necesitamos examinar si la forma en la cual se exhi-
be a las minorías en el currículo escolar o en los medios de comunicación
no es estereotípica, o si falla en otorgar el justo reconocimiento a las apor-
taciones de los grupos etnoculturales a la historia nacional o a la cultura
del mundo.213

Este movimiento hacia semejante modelo de integración “multicultu-


ral” a través del reconocimiento de derechos especiales ya ha alcanzado
un grado importante de difusión en algunos Estados liberales. El primer
país que oficialmente estableció tal política multicultural a un nivel na-
cional fue Canadá en 1971. Desde entonces, ha sido adoptado en varios
otros países, como Australia, Nueva Zelanda, Suiza, Gran Bretaña y Ho-
landa. Y mientras los Estados Unidos no han adoptado oficialmente tal
política multicultural al nivel federal, en muchas de sus políticas lo han
asumido implícitamente. Uno puede encontrar el “multiculturalismo” o
las políticas de la diversidad, en algunos niveles del gobierno norteame-
ricano, desde las escuelas, pasando por los hospitales, la policía y hasta
el ejército.214
Algunos pueden estar preocupados porque estas demandas multicultu-
rales no sólo no impliquen una renegociación de los términos de la inte-
gración, sino que en efecto, impliquen la posibilidad misma de evitar que
los inmigrantes se integren a la cultura y a la sociedad dominante. Sin
embargo, tales afirmaciones son en extremo incorrectas. En efecto, para
los inmigrantes buscar que se implementen políticas multiculturales con
el propósito de evitar su integración, podría ser completamente contra-

213 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 34.


214 Para un análisis de las políticas multiculturales adoptadas por los Estados Unidos,
véase Glazer, Nathan, op. cit., nota 208, pp. 1-21, 147-161.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 155

producente. Después de todo, la principal razón por la cual algunas o


muchas personas emigran es por razones económicas (obtener una mejor
vida para ellos y sus hijos). De esta forma, han decidido

dejar su sociedad y cultura originales para emigrar a otro país con la espe-
ranza de tomar ventaja de las mejores oportunidades educativas y labora-
les que ofrece el país que los recibe. Toman esta decisión conscientes de
que sólo podrán tomar ventaja de las nuevas oportunidades que se les
ofrecen si tienen la disposición de adaptarse a la nueva sociedad, aprender
su lenguaje y costumbres, así como integrarse y formar parte de las princi-
pales instituciones académicas, económicas y políticas. Si hubieran valo-
rado más su pertenencia cultural a los motivos más bien económicos, se-
guramente no hubieran emigrado.215

En consecuencia, dado que la predominante motivación de los inmi-


grantes es económica y en atención a que no tienen posibilidad de crear
una sociedad paralela en su propio lenguaje, desde luego que tiene senti-
do para los inmigrantes buscar una grupo de derechos diferenciados en
función de su grupo que les permita integrarse a la sociedad receptora
en condiciones de mayor justicia.
Lo anterior puede ser corroborado si observamos las demandas que
los grupos de inmigrantes formulan por ejemplo en Canadá,216 las cuales
se encaminan más bien a revisar los términos de la integración que a
abandonarla, lo que quieren es una integración más justa, no dejar de in-
tegrarse. En efecto, los inmigrantes

buscan cambios al interior de las principales instituciones de la sociedad


(escuelas, lugares de trabajo, tribunales, fuerzas policíacas y órganos de
asistencia social), de tal manera que sea más sencillo para ellos participar
dentro de esas instituciones. Ellos quieren reformar esas instituciones con
el propósito de obtener un mayor reconocimiento para sus identidades et-
noculturales y un mayor acomodo a sus prácticas, de tal manera que se
puedan sentir más “en casa” dentro de esas instituciones.217

215 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 35.


216 Sobre las políticas migratorias multiculturales implementadas en Canadá, véase
Kymlicka, Will, Finding Our Way, Canadá, Oxford University Press, 1999, pp. 1-59,
105-123, 127-146.
217 Kymlicka, Will, op. cit., nota 105, p. 35.
156 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

De esta manera, desean escuelas que les proporcionen mayor informa-


ción acerca de la experiencia de los inmigrantes, y centros de trabajo que
les permitan sus días de descanso y sus tradiciones. Estas políticas multi-
culturales más que impedir la integración, la facilitan.
Los gritos de alarma sobre las políticas multiculturales y sus efectos
sobre la integración de los inmigrantes son exagerados. En este sentido,
el multiculturalismo no puede ser considerado como un sustituto o un
competidor de la ciudadanía. Es más, el multiculturalismo implica el re-
conocimiento de que la integración de los nuevos ciudadanos es un pro-
ceso que debe recorrer un doble camino: así como se espera que los in-
migrantes hagan alguna aportación en favor de su nueva sociedad y
aprendan su lengua, historia e instituciones, de la misma manera la socie-
dad dominante debe expresar su interés para integrar a sus inmigrantes
y de esta manera adaptar sus instituciones, acomodar sus identidades y
prácticas a las condiciones mínimas de la justicia. En otras palabras, así
como se espera que los inmigrantes hagan del nuevo país su casa, la na-
ción que los recibe debe hacerlos sentir en casa.218

IV. ESTADOS MULTINACIONALES Y ESTADOS POLIÉTNICOS

Como corolario a lo que he dicho sobre las minorías nacionales y los


inmigrantes, usaré ahora los adjetivos multinacional y poliétnico para
aludir a los dos fenómenos principales de pluralismo multicultural a los
que me he referido en presente capítulo. En consecuencia, explicaré aho-
ra qué debemos entender por Estados multinacionales y poliétnicos, mis-
mos que se encuentran vinculados respectivamente a estos dos tipos de
pluralismo cultural. En efecto, en el presente capítulo me he concentrado
en dos de los modelos más amplios de la diversidad cultural y de la in-
corporación política de las minorías nacionales al Estado: en el primer
caso, que es el de las minorías nacionales subdivididas a su vez en nacio-
nes subestatales y pueblos indígenas, “la diversidad cultural surge de la
incorporación de culturas que previamente disfrutaban de autogobierno y
estaban territorialmente concentradas en un Estado mayor. Una de las ca-
racterísticas distintivas de las culturas incorporadas, a las que hemos de-
nominado minorías nacionales, es justamente el deseo de seguir siendo

218 Ibidem, pp. 35 y 36.


INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 157

sociedades distintas respecto de la cultura mayoritaria”219 a la que están


integradas, por lo que reclaman ciertas formas de autonomía o autogo-
bierno para seguir manteniéndose como sociedades distintas dentro del
Estado nacional en el cual se encuentran ubicadas.
En el segundo caso, la diversidad cultural surge de la inmigración, la
cual puede ser individual o familiar. Al respecto y como ya he señalado,
no obstante que estos grupos desean mantener ciertos rasgos de su cultu-
ra y pretenden que los mismos sean reconocidos por la sociedad mayori-
taria en la cual se encuentran, casi nunca aspiran a convertirse en una na-
ción distinta, pues sólo “desean modificar las instituciones y las leyes de
dicha sociedad para que ésta sea más permeable a las diferencias cultura-
les”.220 Ahora bien, un caso distinto es cuando los inmigrantes devienen
minorías nacionales y establecen competencias de autogobierno. Esto es
justamente lo que paso con los colonizadores anglófonos a lo largo del
imperio británico, con los colonizadores españoles en América y el Cari-
be y con los colonizadores franceses en Quebec. Sin embargo, estos co-
lonizadores no se consideraban inmigrantes, habida cuenta de que no te-
nían la más mínima expectativa de integrarse a otra cultura, por el
contrario, intentaban reproducir su sociedad original en las nuevas tie-
rras. Así, podemos decir que el intento de reproducir una sociedad insti-
tucionalmente completa es una de las características esenciales de la co-
lonización, algo que es, desde luego, bien distinto de la inmigración
individual y familiar, misma que no pretende reproducir sus institucio-
nes, ni adquirir autogobierno, sino sólo integrarse en términos de justi-
cia.221
En el primer caso al cual nos hemos referido, la diversidad cultural es el
producto, dentro de un determinado Estado, de más de una nación, donde
nación debe entenderse como una comunidad que comparte una cultura
societal común, con una lengua común y que posee instituciones lo sufi-
cientemente establecidas para reproducir su cultura, al tiempo que ocupa
un espacio territorial determinado. En consecuencia, un país “que contie-
ne más de una nación no es, por tanto, una nación-Estado, sino un Esta-
do multinacional, donde las culturas más pequeñas conforman a las «mi-

219 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15, p. 25.


220 Ibidem, p. 26.
221 Ibidem, p. 33.
158 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

norías nacionales»”.222 Canadá por ejemplo, es un país en el que la exis-


tencia de minorías nacionales resulta muy patente. Efectivamente, el de-
sarrollo histórico de Canadá ha implicado la federación de tres grupos
nacionales muy diferentes: ingleses, franceses y pueblos indígenas. Tam-
bién los Estados Unidos, que han sido prototipo del Estado nacional uni-
tario, poseen en su interior a muy diversos grupos nacionales, como son
aquellos de origen mexicano en el sur y sureste, a los puertorriqueños, a
diversos pueblos indígenas o a los hawaianos en el Pacífico. México
mismo, si se reconoce el carácter de naciones a sus pueblos indígenas, es
un Estado multinacional.
La segunda fuente de pluralismo, como ya he comentado, es la inmi-
gración que produce los Estados poliétnicos, es decir, Estados en los que
existe una significativa diversidad etnocultural producto principalmente
de la inmigración individual o familiar. Desde luego, destacar la existen-
cia de Estados poliétnicos coloca bajo un severo cuestionamiento la uni-
dad u homogeneidad étnica que frecuentemente se ha supuesto en los
Estados nacionales.
Podemos decir que prácticamente la mayoría de los Estados en la ac-
tualidad son poliétnicos, pues la inmigración es un fenómeno masivo y
global. En efecto, la inmigración no es un fenómeno que se presente so-
lamente en lo que se ha denominado el Nuevo Mundo o en aquellos paí-
ses que como Australia o Nueva Zelanda han sido tradicionalmente re-
ceptivos a la inmigración, pues actualmente también es un fenómeno
presente en Europa. Baste solamente revisar los fenómenos migratorios
que han tenido lugar en Francia, Alemania o Inglaterra después de la Se-
gunda Guerra Mundial para confirmar lo anterior.223 Por lo que respecta
a la inmigración internacional, en el siguiente capítulo haré una explica-
ción más extensa.
Ahora bien, un Estado puede ser al mismo tiempo multinacional y po-
liétnico. Multinacional como producto “de la colonización, la conquista
o la confederación de comunidades nacionales” y poliétnico “como re-
sultado de la inmigración individual y familiar”. Por ejemplo, todas estas
posibilidades se encuentran en un país como Canadá: “los indígenas fue-
ron invadidos por los colonos franceses y los franceses fueron conquista-

222 Ibidem, p. 26.


223 Ibidem, p. 33.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 159

dos por los ingleses, si bien la relación actual entre ellos se puede consi-
derar una federación voluntaria”.224 Asimismo, Canadá posee una de las
políticas migratorias más grandes del mundo, pues anualmente permite el
acceso legal de miles de inmigrantes (250 mil por año y se espera que es-
te número se incremente significativamente). No por nada Canadá ha si-
do pionero en los estudios multiculturales y el primero que aceptó una
política oficial multicultural en 1971.
No obstante que la mayoría de los países en el mundo son multinacio-
nales y poliétnicos, sin embargo, hay muy pocos países que pueden ad-
mitir esta realidad. En Estados Unidos casi todo el mundo acepta que el
país es poliétnico, pero difícilmente se acepta que es también multinacio-
nal y que sus minorías nacionales puedan plantear reivindicaciones con-
cretas sobre derechos culturales y de autogobierno.225 En el caso de Mé-
xico, todavía hasta hace muy poco tiempo, era inclusive extremadamente
difícil que se aceptara su naturaleza pluriétnica, pues la construcción
ideológica dominante del México mestizo como vena de la identidad na-
cional escondía frecuentemente tal naturaleza poliétnica. En efecto, hay
en México una amplia variedad de estudios que sostienen la tesis de la
homogeneidad mestiza, pues afirman que México étnicamente es un país
esencialmente mestizo. Esta tendencia tiene pensadores tan importantes
como José Vasconcelos226 y Molina Enríquez,227 quienes sentaron las ba-
ses de una identidad mexicana sustentada en el mestizaje, aunque ello
significara ignorar al resto de los grupos étnicos, principalmente indíge-
nas y blancos. Por otra parte, existe otro factor que ha hecho difícil que
en México se acepte su conformación poliétnica. Me refiero en particular
a la desigualdad de su proceso migratorio, pues al tiempo que existen mi-
norías de inmigrantes blancos tanto europeos como latinoamericanos
ampliamente favorecidas para entrar y residir en el país, encontramos
que por otro lado hay en México una significativa discriminación hacia
la migración no blanca, en particular a la inmigración indígena de otras

224 Ibidem, p. 34.


225 Ibidem, pp. 33 y 34.
226 Vasconcelos, José, La raza cósmica, México, Espasa-Calpe, 1976.
227 Véase los capítulos que hablan sobre el mestizaje en el trabajo de Molina Enrí-
quez, en Córdova, Arnaldo, La ideología de la Revolución Mexicana: la formación del
nuevo régimen, México, Era, 1973.
160 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

partes de América, así como la migración asiática y negra.228 Lo anterior


nos demuestra que, para que en la esfera pública sea aceptada una políti-
ca poliétnica, ésta debe tratar de la misma manera a todos los grupos ét-
noculturales de inmigrantes. Por lo que respecta a la multinacionalidad,
en México también ha sido muy difícil aceptar que sea un Estado multi-
nacional, pues se ha negado sistemáticamente a sus pueblos indígenas la
calidad de naciones o siquiera la posibilidad de reclamar ciertos derechos
nacionales.
En síntesis, un Estado es multinacional si sus miembros pertenecen a
naciones diferentes, y será un Estado poliétnico si posee en su interior a gru-
pos humanos que han emigrado de diferentes naciones, desde luego,
siempre y cuando ello suponga un aspecto importante de la identidad
personal y política de esos grupos nacionales o étnicos.
Finalmente, me interesa acotar que si bien la mayoría de los grupos
culturales puede situarse en alguno de los dos campos a los cuales nos

228 Para comprender el proceso migratorio en México, sobre la historia de la migra-


ción negra en México y Centroamérica consúltese Muhammad, Jameelah, Afro-Central
Americans. Rediscovering the African Heritage. México, Reino Unido, Minority Rights
Group Report, 1996, pp. 8-13; Freeland, Jane, Afro-Central Americans, Reino Unido, Mi-
nority Rights Group Report, 1996, pp. 14-19; Sobre la inmigración española en México
hay una muy amplia literatura, sugiero se consulte el excelente trabajo de Serrano Miga-
llón, Fernado, Duras las tierras ajenas. Un asilo, tres exilios, México, Fondo de Cultura
Económica, 2001; también sobre la inmigración española en México véase Fagen, Patri-
cia W., Exiles and Citizens. Spanish Republicans in México, Austin, Institute of Latin
American Studies-The University of Texas Press, 1973; Kenny, Michael, Cultural Impe-
rialism and Recycled Ethnicity among Spanish Immigrants in Mexico, en Gold, Gerald
(ed.), Minorities and Mother Country Imagery, Canadá, Institute of Social and Economic
Research-Memorial University of Newfounland, Social en Economic Papers, núm. 13,
pp. 17-34; sobre la migración libanesa en México sólo existe el interesante trabajo de
Diaz de Kuri, Martha y Macluf, Lourdes, De Líbano a México. Crónica de un pueblo
emigrante, México, 1995, p. 284; sobre la migración judía, Laikin Elkin, Judith, Jews of
the Latin American Republics, Estados Unidos, University of North Carolina Press, 1980,
p. 293; un muy buen estudio sobre la migración centroamericana en México hasta la déca-
da de los ochenta es el de Aguayo, Sergio, El éxodo centroamericano, México, Secretaría
de Educación Pública, 2000; sobre la migración asiática en México, particularmente chi-
na, véase Cinco Basurto, Mónica, “China en México: Yesterday’s Encounter and To-
day’s Discovery”, en Roshni Rustomji-Kerns (ed.), Encounters. People of Asian Descent
in the Americas, Estados Unidos, Rowman & Littlefield Publishers Inc., 1999, pp. 13-19;
algunos aspectos de la temprana migración japonesa a Latinoamérica pueden verse en
Normano, J. F. y Gerbi, Antonello, The Japanese in South América, Nueva York, Institu-
te of Pacific Relations, 1943, pp. 3-126.
INSTITUCIONES PARA EL ACOMODO DE LAS MINORÍAS 161

hemos referido, es decir, entre minorías nacionales o étnicas, desde luego


no todos los grupos etnoculturales se adaptan clara y totalmente a ellas.
Un ejemplo de ello son los afroamericanos, que no se ajustan al modelo
de los inmigrantes voluntarios ya que fueron llevados a América invo-
luntariamente como esclavos, al tiempo que se les impedía integrarse a
las instituciones de la cultura mayoritaria. Tampoco se ajustan al modelo
de la minoría nacional, puesto que en América no tienen una tierra natal
o una lengua originaria.229
Tampoco encajan en modo alguno, en el estudio de los dos tipos de di-
ferencias culturales estudiadas en el presente capítulo, la marginación de
las mujeres, los y las homosexuales y los discapacitados, pues éstos atra-
viesan fronteras étnicas y nacionales, y tiene lugar “en las culturas mayo-
ritarias y en los Estados-nación, así como dentro de las minorías nacio-
nales y los grupos étnicos, por lo que debe combatirse en todos esos
lugares”.230 Ahora bien, como los términos multinacional y poliétnico no
son útiles para referirnos a estos últimos grupos, hay quienes emplean el
términos multicultural de una manera más amplia, para englobar a toda
esa extensa gama de grupos sociales no étnicos ni nacionales, que por di-
versas razones han sido marginados de la sociedad dominante.231

229 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15, p. 43.


230 Ibidem, p. 36.
231 Ibidem, pp. 34 y 35.
CAPÍTULO CUARTO
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL

I. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
II. Asimilación y exclusión diferencial . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
III. La ciudadanía ante los principios de la justicia . . . . . . . . . . 186
IV. Los límites estatales de la ciudadanía . . . . . . . . . . . . . . . . . 192
V. Una ciudadanía incluyente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196
CAPÍTULO CUARTO

INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL

I. INTRODUCCIÓN

En el capítulo anterior me he detenido en examinar cómo los Estados li-


berales pueden acomodar conforme a los dos principios de la justicia a
las minorías nacionales que se encuentran en su interior (naciones subes-
tatales y pueblos indígenas), así como a las minorías etnoculturales que
se han formado como resultado del fenómeno migratorio de individuos y
grupos humanos que se mueven de un Estado a otro. Ahora bien, cuando
en el capítulo anterior me refería a los inmigrantes, examinaba cuáles ha-
bían sido las exigencias de éstos frente a los Estados nacionales, así co-
mo los términos de su acomodo dentro del propio Estado en cuestión de
justicia, principalmente a través del reconocimiento de derechos diferen-
ciados. Sin embargo, como señalé al iniciar ese capítulo, me referí a los
inmigrantes que en principio han sido aceptados como ciudadanos (o co-
mo nacionales, según lo que el régimen jurídico distinga entre nacionali-
dad y ciudadanía)232 o que cuentan con la capacidad de adquirir esa cate-
goría dentro del propio Estado, ya que han ingresado al Estado receptor a
través de un programa que les permite una residencia legal y una paulati-
na integración y que, en consecuencia, cuentan con la posibilidad de exi-
gir mejores términos para su acomodo dentro de la sociedad dominante.

232 En lo que resta del trabajo, me referiré sólo a la ciudadanía como el estatuto esen-
cial para el reconocimiento de los derechos esenciales de la persona, sin desconocer que,
como ya señalé en el capítulo tercero, hay órdenes jurídicos que distinguen entre la na-
cionalidad y la ciudadanía. En estos sistemas jurídicos, entre los que se encuentran los de
varios países latinoamericanos, la nacionalidad implica el reconocimiento de los dere-
chos fundamentales, mientras que la ciudadanía se refiere básicamente a los derechos po-
líticos. Hay otros órdenes jurídicos, como el varios países angloamericanos, que no dis-
tinguen y hablan únicamente de la ciudadanía. Véase Valadés, Diego, op. cit., nota 192.
163
164 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

De esta manera, dejé fuera de ese análisis inicial a todos aquellos inmi-
grantes que no obstante que han ingresado a un determinado Estado-na-
ción y han residido en él por un tiempo considerable e, inclusive se han
integrado culturalmente a la nación en la que se encuentran ubicados, sin
embargo no han sido reconocidos como ciudadanos de ese Estado-nación
o bien no cuentan con la posibilidad legal para ello, quedando absoluta-
mente imposibilitados de plantearle a éste las condiciones de su integra-
ción cultural e institucional en términos de justicia. Este tipo de inmigran-
tes han ingresado al Estado receptor sin documentos que acrediten su
estancia legal o bien, permanecen en el territorio del Estado aun cuando
su permiso temporal de residencia o visa ha expirado.
Por lo anterior, es de mi interés en el presente capítulo examinar cómo
se pueden acomodar dentro del Estado y sus instituciones, conforme a
los dos principios normativos que dirigen mi investigación, este último
tipo de inmigrantes que no tiene la posibilidad de llegar a adquirir la ciu-
dadanía, entre los que se encuentran primordialmente los trabajadores
extranjeros, los buscadores de asilo y los inmigrantes indocumentados, a
los que en lo sucesivo llamaré inmigrantes irregulares, ante la ausencia
de un mejor vocablo para denominarlos. El problema de su acomodo
normativo, es decir, en términos de justicia, proviene del hecho de que
este tipo de inmigrantes al tiempo que carecen de la ciudadanía (misma
que establece el estatuto de la relación entre el Estado y el individuo), sí
mantienen una relación con el Estado en que residen, pues normalmente
están sujetos, por paradójico que parezca, a su gobierno y a sus disposi-
ciones jurídicas. Hay que resaltar que los Estados liberales contemporá-
neos determinan a través de la ciudadanía quiénes son o no miembros de
la organización política del Estado y, también desafortunadamente por
una asociación muchas veces equivocada entre libertades básicas y ciu-
dadanía, quiénes tienen la posibilidad de exigir en términos de justicia su
acomodo institucional. En las condiciones actuales, aquellas personas
que están imposibilitadas para adquirir la ciudadanía del Estado en el que
residen no tienen la posibilidad de reclamar el ejercicio de sus libertades
y derechos básicos, conforme a lo que dispone el primer principio de la
justicia, encontrándose totalmente desprotegidos y sin la posibilidad de
plantear al Estado correspondiente los términos de su justo acomodo ins-
titucional conforme a principios normativos.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 165

De esta manera, la noción actual que poseemos de ciudadanía se ha


convertido en una institución de exclusión, que mantiene al margen de la
sociedad política y que impide a un gran número de seres humanos que
han emigrado a muy diferentes partes del mundo, el disfrute de los prin-
cipios esenciales de libertad e igualdad que se encuentran contenidos en
los dos principios de la justicia. Por ello se hace indispensable revisar la
noción que tenemos en estos momentos sobre la ciudadanía, examinar si
se ajusta o no a los dos principios normativos y, en caso de que no satis-
faga sus condiciones, proponer las modificaciones que sean necesarias
para que opere en términos de justicia.
Con base en lo anterior, en el presente capítulo me plantearé funda-
mentalmente las siguientes preguntas ¿cómo puede el Estado nacional,
en términos de justicia, acomodar a aquellas personas que residen perma-
nentemente en su territorio y a las que se les ha negado la calidad de ciu-
dadanos? ¿Son normativamente válidas las nociones que poseemos ac-
tualmente sobre la ciudadanía como para permitirnos el acomodo dentro
del Estado y sus instituciones de los inmigrantes irregulares?, ¿cómo po-
demos pensar en una ciudadanía incluyente y normada por los dos prin-
cipios de la justicia? En efecto, hemos llegado a un momento en el cual
los Estados nacionales contemporáneos, en particular aquellos que ofre-
cen mejores condiciones de trabajo y educación para su habitantes, se
encuentran con que en sus límites territoriales hay millones de seres hu-
manos que no obstante obedecer a sus gobiernos y compartir la cultura
de la sociedad dominante, no pueden gozar de los derechos y las liberta-
des básicas que ofrece esa sociedad por el solo hecho de no ser ciudada-
nos, atentando así contra el principio universal de la igualdad contenido
en los dos principios de la justicia y creando uno de los mayores apart-
heid que haya conocido la humanidad.
Ahora bien, no está dentro del objetivo de esta investigación el pro-
porcionar un análisis detallado del fenómeno migratorio internacional,
mismo que ha acentuado la diversidad cultural en muchos Estados nacio-
nales, ya que sobre ello hay muchos análisis empíricos disponibles.233 En

233 Para una introducción sobre diversos aspectos sociopolíticos del fenómeno migra-
torio, sugiero consultar las siguientes obras: Yasemin Nuhoglu Soysal, Limits of Citizens-
hip. Migrants and Postnational Membership in Europe, Estados Unidos, The University
of Chicago Press, 1994; Djajic, Slobodan, International Migration. Trends, Policies and
Economic Impact, Londres, Routledge, 2001; Castles, Stephen y Davidson, Alastair, op.
166 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

esta introducción solamente deseo esbozar algunas de las tendencias


principales de la inmigración para, a su vez, evaluar cuáles han sido las
respuestas principales que ha otorgado el Estado para su acomodo y si
tales respuestas obedecen a los dos principios normativos de la justicia.
De esta manera, a modo de ejemplo diré que pueden distinguirse con
claridad dos fases principales de la inmigración en los Estados naciona-
les desde 1945. La primera tiene su origen en el auge económico de la
posguerra que estimuló una migración laboral hacia los sectores indus-
triales de los Estados más desarrollados, desde aquellos menos desarro-
llados. Efectivamente, el crecimiento económico y la demanda laboral
fueron sostenidos por un capitalismo de consumo, así como por los siste-
mas sociales de los Estados de bienestar y la industria armamentista de la
Guerra Fría. Esta fase terminó con la crisis petrolera de 1973, para dar
lugar a una segunda fase que va desde mediados de los setenta hasta la
fecha, cuando la inversión de capital se movió de los viejos centros fi-
nancieros y la producción y distribución de las trasnacionales remodela-
ron la economía del mundo, de tal manera que los flujos migratorios que
habían comenzado a declinar, se incrementaron nuevamente. Fue así co-
mo los Estados nacionales tradicionalmente receptores de la inmigración
experimentaron nuevos tipos de ingreso, mientras que por otro lado, apa-
recieron nuevos Estados receptores de inmigrantes en el Sur de Europa,
Latinoamérica, los países petroleros del Golfo Pérsico, África y Asia.234

cit., nota 205, pp. 54-232; hay también una interesante y breve investigación que sobre la
migración internacional realizó recientemente el semanario inglés The Economist, véase
“The Longest Journey. A Survey of Migration”, The Economist, 2 de noviembre de 2002.
234 Durante la primera fase, los Estados nacionales de Europa occidental tuvieron que
absorber a millones de personas desplazadas después de la Segunda Guerra Mundial.
Adicionalmente, muchos antiguos colonos regresaron a sus países de origen provenientes
de todas aquellos Estados nacionales que se iban constituyendo como producto de la des-
colonización durante las décadas posteriores a la posguerra. No obstante estos flujos, el
fuerte crecimiento económico de la posguerra condujo a una escasez de mano de obra, y
los empleadores y gobiernos tuvieron que promover importantes migraciones laborales.
Virtualmente, todos los Estados nacionales de Europa Occidental reclutaron trabajadores
extranjeros desde las periferias menos desarrolladas del Sur de Europa, como España e
Italia, pasando por países como Finlandia, Irlanda, hasta el Norte de África y Turquía.
Algunos países como Alemania y Suiza establecieron los denominados programas de
“trabajadores huéspedes” (guestworkers), diseñados para controlar a los trabajadores e
impedir su establecimiento permanente en los Estados receptores, desde luego, negándo-
les en todo momento la posibilidad de adquirir la ciudadanía. Algunos otros Estados co-
mo Francia, Gran Bretaña y Holanda, admitieron trabajadores desde sus posesiones o an-
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 167

Efectivamente, para finales de los ochenta, Italia, España, Portugal y


Grecia ya estaban utilizando una fuerza laboral importante de países de
Europa del Este, Norte de África e inclusive Asia, para desempeñarse co-
mo trabajadores agrícolas o en servicios básicos. Por lo que respecta a
Norteamérica y Oceanía, estas naciones experimentaron una creciente in-
migración durante el mismo periodo. La entrada a los Estados Unidos
que había mantenido un promedio de 600 mil personas por año durante
la década de los ochenta cerró en un promedio de un millón por año en
los noventa. El promedio de entradas a Canadá creció de 89 mil en 1983
a un promedio de 250 mil por año durante la década de los noventa. Por
lo que respecta a Australia, los niveles permanentes de inmigración fluc-
tuaron de acuerdo a consideraciones económicas y políticas, alcanzando

tiguas colonias en África, Asia y el Caribe. En algunos de estos casos, se fue más
benévolo en el otorgamiento del estatuto ciudadano, por lo que muchas personas prove-
nientes de los países colonizados recibieron la ciudadanía como una forma de integración
a la nación receptora. Para 1970 había más de 12 millones de inmigrantes en Europa
Occidental y el proceso de constitución de las minorías etnoculturales era ya un proceso
irreversible.
Los Estados nacionales del “nuevo mundo”, también confiaron de manera impor-
tante en el auge de la migración laboral que tuvo lugar a partir de 1945. Australia, Nueva
Zelanda y Canadá, tuvieron programas de inmigración a gran escala que fueron diseña-
dos no sólo para construir a la propia población de esos países, sino también para proveer
de trabajadores a sus nacientes industrias y, normalmente, se procedió al otorgamiento de
la ciudadanía. Así, no obstante que estos países dieron preferencia a los inmigrantes bri-
tánicos, gradualmente extendieron sus programas de reclutamiento hacia los migrantes
provenientes del Este de Europa e, inclusive, del Sur del mismo continente. De forma si-
milar, en Latinoamérica países como Argentina, Chile, Brasil y Venezuela alentaron la
migración proveniente de países europeos y culturalmente semejantes como España, Por-
tugal e Italia.
En contraste, los Estados Unidos de América tuvieron políticas migratorias res-
trictivas y niveles relativamente bajos de ingreso durante buena parte del siglo XX.
Aproximadamente 250 mil personas por año fueron admitidas durante los cincuentas,
principalmente europeos. Las políticas de la Guerra Fría también aseguraron un cálido
recibimiento para los refugiados de Europa del Este y posteriormente de Cuba. Asimis-
mo, los empleadores estadounidenses reclutaron a un gran número de trabajadores tem-
porales provenientes, principalmente, de México y el Caribe, básicamente para su sector
agrícola. El número de inmigrantes se incrementó en los Estados Unidos en 1965 con las
modificaciones en el Acta de Inmigración y Nacionalidad que abolió el sistema discrimi-
natorio de cuotas nacionales de origen, de forma que la inmigración alcanzó un promedio
de 450 mil inmigrantes por año en los setenta. Una proporción creciente de los recién lle-
gados a este país venían ahora principalmente de Latinoamérica y Asia. Véase Castles,
Stephen y Davidson, Alastair, op. cit., nota 205, pp. 54-56.
168 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

un máximo de 145 mil en 1989 y luego declinando alrededor de 80 mil


por año. Mientras tanto, Nueva Zelanda trajo a muchos inmigrantes de
las islas del Pacífico, al tiempo que alentaba la migración de empresarios
y trabajadores especializados del Este de Asia. Es importante señalar que
durante los sesenta y setenta, conforme se fueron eliminando algunos
factores de discriminación racial en los Estados receptores de flujos mi-
gratorios, también se modificaría el lugar de origen de semejantes flujos
migratorios. Así, una proporción creciente de inmigrantes en todos estos
países provino de Asia, mientras en los Estados Unidos y Canadá tam-
bién recibieron importantes flujos del Caribe y Latinoamérica.235
Asimismo, desde mediados de los ochenta, los movimientos de refu-
giados y asilados se convirtieron en un nuevo tipo de inmigración dentro
de los Estados nacionales receptores, principalmente en Europa Occiden-
tal y América del Norte. En efecto, el colapso del bloque soviético pro-
vocó un reacomodo de muy diversos grupos etnoculturales en los países
de Europa Central y del Este,236 así como en los nuevos Estados naciona-
les que se crearon como consecuencia del desmembramiento de la Unión
Soviética, pues naciones como Lituania, Estonia o Ucrania conservaban
junto a su población étnica de origen, a algunos grupos etnoculturales
nuevos que se habían ido a establecer allí durante la colonización sovié-
tica, principalmente rusos o provenientes de algunas otras provincias ex
soviéticas. También habrá que hacer mención al éxodo masivo que tuvo
lugar de la antigua Yugoslavia como producto de la guerra civil que esta-
lló en ese lugar. Aunado a lo anterior, había muchos recién llegados de
África, Asia y el Medio Oriente, con lo cual los flujos anuales de asila-
dos en Europa Occidental se incrementaron de 116 mil en 1981 a 695
mil en 1992.237 Entre 1980 y 1995, aproximadamente hubo 5 millones de
aplicantes para obtener el estatus de refugiados en Europa occidental.238
Sólo con el propósito de ilustrar la magnitud de este fenómeno, pues
es imposible tratar de proporcionar una estadística más detallada en la

235 Ibidem, p. 56.


236 Lieven Dominic and McGarry John, “Ethnic Conflict in the Soviet Union and its
Successors States”, en McGarry, John and O’Leary, Brenda, op. cit., nota 5; Schöpflin,
George, The Rise and Fall of Yugoslavia, en McGarry, John and O’Leary, Brenda, op.
cit., nota 5, pp. 172-203.
237 Véase Castles, Stephen y Davidson, Alastair, op. cit., nota 205, p. 56.
238 Idem.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 169

presente investigación, diré que para 1995 la población extranjera de los


países que integraban la Organización Europea para la Cooperación Eco-
nómica y el Desarrollo, era de 19 millones de los cuales menos de 7 mi-
llones eran ciudadanos de la Unión Europea. Los residentes extranjeros
en Alemania sumaban un 9% de la población, 19% en Suiza, 6% en
Francia y 1% en Japón. Los Estados Unidos tenían 25 millones de resi-
dentes nacidos en el extranjero en 1996, 9% del total de la población (de
los cuales se estima que unos 7 millones viven en calidad de indocumen-
tados), Canadá tenía 5 millones o 17% de su población, Australia tuvo 4
millones o 23% de su población.239 Además han tenido lugar fenómenos
migratorios atípicos como el que se presenta entre México y los Estados
Unidos, pues por ejemplo, para el 2000 se estimaba que había 7,841,000
personas residentes en los Estados Unidos que habían nacido en México,
con lo que los inmigrantes mexicanos constituían en el 2000, 27.69% de
la población total estadounidense nacida en el extranjero. Asimismo, los
hispanos representan un 12% de la población estadounidense total en el
2000, de los cuales dos tercios son de origen mexicano y se estima que
representarán un 25% de la población en 2040.240
En síntesis, la creciente inmigración internacional ha sido un factor
crucial para la conformación de las minorías etnoculturales en los Esta-
dos nacionales de casi todo el mundo, pues prácticamente todos ellos han
experimentado emigración o inmigración y, frecuentemente, ambos fenó-
menos. Parece claro que no obstante los intentos para reducir la migración
y controlar las fronteras, no hay razón para pensar que este fenómeno
disminuirá en el futuro próximo.241

II. ASIMILACIÓN Y EXCLUSIÓN DIFERENCIAL

Ahora bien, ¿cómo ha respondido el Estado a estos fenómenos migra-


torios que se incrustan en su interior? Al respecto diré que, no obstante
que la memoria colectiva de la mayoría de los países de América y de
Oceanía hace énfasis en diferentes grados en la experiencia y las impor-

239 Ibidem, p. 64.


240 Huntington, Samuel P., ¿Quiénes somos?, Barcelona, Paidós, 2004, capítulo 9.
241 Castles, Stephen y Davidson, Alastair, op. cit., nota 205, pp. 58 y 59.
170 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

tantes aportaciones que han realizado a la sociedad receptora los nuevos


inmigrantes, estos Estados nacionales casi siempre (como dije en el capí-
tulo tercero) han sido hostiles a tales flujos migratorios.
En el mismo sentido, también los Estados de Europa occidental han
sido hostiles a estos flujos migratorios, aunque a diferencia de América y
Oceanía, los europeos tienen una tendencia a excluir a la migración de
sus historias, pues ello contradice sus mitos de homogeneidad nacional,
no obstante que, de hecho, también la inmigración ha jugado un impor-
tante papel en la formación y el desarrollo sus Estados nacionales. Por
ejemplo, en los Estados Unidos, grupos opositores a la inmigración lo-
graron que el Congreso norteamericano aprobara en 1996 una ley que tu-
vo como propósito duplicar el número de agentes policíacos del servicio
migratorio en la frontera con México, así como construir una barda de 14
millas en el Sur de San Diego, California. Este programa ha sido conoci-
do en México y los Estados Unidos como el Programa Guardián y ha
provocado de manera directa e indirecta el deceso de más de seiscientos
trabajadores irregulares, principalmente mexicanos, pues una de la “es-
trategias” del programa ha sido incrementar la vigilancia en los puntos
tradicionales de paso, lo que ha obligado a los emigrantes a intentar cru-
zar la frontera por lugares de alto riesgo, como son los desiertos en los
que no podrán conseguir agua ni auxilio, muriendo en consecuencia de
sed, calor o frío.242 Esta ley también negó educación y servicio de seguri-
dad social a los inmigrantes indocumentados en los Estados Unidos.

242 En este momento un gran debate se ha generado en México en torno a las muertes
de inmigrantes irregulares que atraviesan la frontera entre México y los Estados Unidos.
Sobre el particular, Bustamante señala que dos organizaciones no gubernamentales esta-
dounidenses con sede en California (American Civil Liberties of San Diego and Imperial
Countries y California Rural Legal Assistance Foundation) denunciaron desde el 9 de
mayo de 2001 al gobierno de los Estados Unidos ante la Corte de Derechos Humanos de la
OEA, bajo el argumento de que la “Operación Guardián” (Operation Gatekeeper), dise-
ñada y puesta en práctica por ese gobierno, viola el artículo primero de la Carta de Dere-
chos y Deberes del Hombre de la OEA, ya que atenta contra el derecho a la vida, que es
el derecho más importante dentro de todos los derechos humanos. Seiscientas treinta y
nueve muertes de inmigrantes sólo en el sector de California desde octubre de 1994 en
que se inició la “Operación Guardián” son imputadas a este programa. Las autoridades de
inmigración de ese país niegan tal responsabilidad con el argumento de que la “Opera-
ción Guardián” ha sido implementada dentro del derecho soberano de su país de contro-
lar sus fronteras; véase Bustamante, Jorge A., Migración internacional y derechos huma-
nos, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2002, pp. 164 y 165.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 171

Ahora bien, no obstante el evidente rechazo de los Estados nacionales


hacia estos flujos migratorios, cuando esos inmigrantes ya se han esta-
blecido en el territorio del Estado y éste no quiere o no puede conceder-
les la ciudadanía, permanece la necesidad de regular su situación. Luego
entonces, ¿cómo ha tratado el Estado nacional de acomodar a aquellas
personas que residen permanentemente en su territorio y a las que se les
ha negado la calidad de ciudadanos? En la mayor parte de los casos lo
han intentado a través de la exclusión diferencial; examinemos esta for-
ma de acomodo de los inmigrantes irregulares a la luz de los principios
normativos de la justicia.
Hay dos grupos de inmigrantes de los que no he hablado en el capítulo
tercero y a los que va dirigida la exclusión diferencial. El primer grupo
está integrado por aquellos que son admitidos sobre bases humanitarias
como los refugiados, o porque han adquirido la posibilidad individual de
inmigrar como es el caso de los trabajadores admitidos para un trabajo
específico. El segundo grupo está integrado por todos aquellos que se las
arreglan para atravesar fronteras clandestinamente, o permanecer en el
Estado-nación que los ha recibido más tiempo del que les permite su vi-
sa. Al primer grupo normalmente los Estados liberales les niega la resi-
dencia y cuando se les llega a conceder, entonces lo que se les niega es
el acceso a la ciudadanía con lo que se les mantiene al margen de la so-
ciedad. A la segunda categoría se les niega definitivamente tanto la resi-
dencia como la ciudadanía, con lo que se les mantiene excluidos de la
sociedad principal y cuando se les encuentra, se les deporta definitiva-
mente.243
La exclusión diferencial ha significado para el primer grupo aceptar a
los inmigrantes sólo dentro de límites funcionalmente estrictos y tempo-
rales: ellos son bienvenidos como trabajadores pero no como colonos o
pobladores potenciales; como residentes temporales en lo que encuentran
un Estado que les otorga asilo permanentemente; o como individuos que
van a visitar a sus familiares, pero no como familias o grupos culturales.
En cualquiera de estos casos, la exclusión diferencial implica importan-
tes violaciones a los principios de libertad e igualdad consagrados en los
dos principios de la justicia. Veamos, por ejemplo, el caso de los trabaja-
dores temporales.

243 Bauböck, Rainer; Heller, Agnes y Zolberg, Aristide R., The Challenge of Diver-
sity, Estados Unidos, Avebury, pp. 7-9.
172 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

En la actualidad, la exclusión diferencial continua empleándose con


grupos de trabajadores extranjeros a los que se les ha permitido el acceso
al Estado receptor, pero que permanecen con desventajas legales signifi-
cativas,244 producto de un sistema de contratos laborales que, por ejem-
plo, todavía existe en varios países, como Alemania y Suiza. Desde la
década de los sesenta Alemania comenzó a reclutar a miles de trabajado-
res extranjeros, principalmente turcos, para incorporarlos a su sector pro-
ductivo y con el tiempo no sólo fue renuente a otorgarles la ciudadanía,
sino que además intentó devolverlos a Turquía, cuando muchos de sus
hijos ya sólo hablaban alemán. Además de Alemania, Suiza aún emplea
trabajadores temporales en la agricultura, en la construcción y en la in-
dustria hotelera, un total de 52,000 durante 1995, quienes poseen dere-
chos muy limitados y pueden permanecer en este estatuto por años.245 Es
importante señalar que los sistemas de contratación laboral continúan ju-
gando un papel importante también fuera de Europa, especialmente en el
Medio Oriente y en las crecientes economías de Asia. Por ejemplo, el re-
clutamiento de trabajadores para los países árabes exportadores de petró-
leo tiene lugar dentro de un marco contractual y laboral muy estrecho: a

244 Los orígenes de este modelo los podemos encontrar en Alemania y Suiza desde
1870, donde fue desarrollado como una manera de reclutar y controlar a los polacos, ita-
lianos y a otros trabajadores de diversas nacionalidades que necesitaban durante sus pe-
riodos de intensa industrialización. Asimismo, Alemania continuó desarrollando tal siste-
ma para reclutar y explotar a millones de trabajadores extranjeros durante la Segunda
Guerra Mundial. En la Europa de la posguerra, el modelo de los trabajadores huésped
también jugó un papel importante en varios Estados nacionales que comenzaron a reclu-
tar trabajadores temporales de muchas naciones del Sur de Europa, para retomar el cami-
no del crecimiento económico mediante el empleo de mano de obra barata. El caso más
significativo fue, otra vez, el de Alemania, que durante las décadas posteriores al final de
la Segunda Guerra Mundial y una vez que inició su etapa de recuperación económica,
puso en marcha un modelo de reclutamiento de trabajadores para su sector industrial. De
esta manera, llegaron a Alemania miles de trabajadores procedentes de muy diversas par-
tes del mundo, muchos de ellos de Turquía, a quienes en el futuro reiteradamente se les
negaría la ciudadanía alemana, al igual que a sus hijos, muchos de los cuales habían in-
clusive nacido en la misma Alemania. También fueron frecuentes los intentos del gobier-
no germano para devolver a estos trabajadores temporales y a sus hijos a los países de los
cuales eran originarios, a lo cual se opusieron muchos de ellos pues mientras los prime-
ros ya se habían integrado a la nueva cultura, los segundos muchas veces ni conocían el
país al que se les quería enviar. Sobre el sistema de los trabajadores huésped en Europa y
en particular en Alemania, véase Yasemin Nuhoglu Soysal, op. cit., nota 233, pp. 17-22
y 61-64.
245 Idem.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 173

los trabajadores no se les permite establecerse o traer a sus familiares y,


frecuentemente son segregados en barracas. Inclusive, pueden ser depor-
tados por mala conducta y frecuentemente tienen que trabajar muchísi-
mas horas.246 Tampoco los trabajadores que se mueven de un país a otro
en Asia se encuentran en mejores condiciones, por ejemplo, en Singapur
los trabajadores no calificados pueden estar sólo por pocos años y no se
les permite traer a sus familiares; tampoco se les permite casarse con per-
sonas de este país, además de que las mujeres frecuentemente tienen que
practicarse exámenes periódicos de embarazo.
Ante la obvia desprotección legal en la cual se encuentran los trabaja-
dores extranjeros, las autoridades de algunos de los países de los que son
originarios, como Filipinas, han tratado de establecer programas encami-
nados a la protección de sus derechos mínimos, como es el caso de las
trabajadoras domésticas filipinas que se encuentran por miles en Estados
Unidos,247 sin embargo estos programas no pasan de ser meros progra-
mas informativos, pues una vez que los migrantes han llegado al Estado
receptor, éste considera como un asunto de su estricta soberanía determi-
nar su estatuto, por lo que los trabajadores se encuentran sin posibilidad
de demandar protección legal.
En general podemos decir que a todos estos trabajadores extranjeros
se les niegan de manera sistemática, algunos o todos sus derechos y li-
bertades básicas en relación con lo siguiente: a) en materia laboral hay
severas restricciones para cambiar de trabajo y ocupación, así como abu-
sos en la duración de la jornada laboral y bajos salarios en comparación
con la misma actividad que podrían desarrollar algunos miembros de la
sociedad dominante, lo que no satisface el principio de igualdad conteni-
do en la primera parte del segundo principio de la justicia, que se refiere
a la igualdad en el acceso a los beneficio económicos y sociales; b) están
impedidos para sindicalizarse, lo que no da cumplimiento a una de las li-
bertades básicas a que se refiere el primer principio de la justicia, que es
la libertad de asociación; c) por lo que respecta a la residencia, se imple-

246 Una explicación comprensiva y sucinta sobre la posición de los países exportado-
res de petróleo en la región del Golfo Pérsico puede encontrarse en “A Survey of the
Gulf States”, The Economist, 23 al 29 de marzo de 2002.
247 Sobre las nanas filipinas consúltese, Russell Hochschild, Arlie, “Global Care
Chains and Emotional Surplus Value”, en Giddens, Anthony y Hutton, Wiill (eds.), On
the Edge. Living with Global Capitalism, Londres, Jonathan Cape, 2000.
174 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

mentan importantes restricciones sobre la duración de su estancia, la mo-


vilidad dentro del país receptor y la posibilidad de reunión familiar, con
lo que también se violenta la libertad de tránsito, contenida en el primer
principio de la justicia; d) en lo relativo a la seguridad social, son exclui-
dos de ciertos tipos de beneficios, tales como el seguro del desempleo,
con lo que nuevamente se les excluye de un igual acceso a los beneficios
económicos y sociales a que se refiere la primera parte del segundo prin-
cipio de la justicia; e) en materia de participación política, las restriccio-
nes pasan desde el impedimento a votar, hasta la imposibilidad para ejer-
cer su derecho de asociación política, derechos y libertades básicas a que
se refiere el primer principio de la justicia; f) desde luego, tampoco tie-
nen derecho a elegir representantes, ni a acceder a los cargos públicos
del Estado, con lo que se quebranta la segunda parte del principio de la
diferencia, mismo que se refiere a la igualdad de oportunidades para ac-
ceder a los puestos públicos del Estado.248
Desde luego en el caso de los trabajadores extranjeros, es importante
señalar que conforme a principios normativos deberían acceder a todos
los derechos y las libertades básicas a que se refiere el primer principio
de la justicia de inmediato, desde el momento de ingreso al Estado recep-
tor, salvo en el caso de los derechos políticos, para los que estimo debe-
ría acreditarse antes una residencia mínima en el Estado receptor que los
coloque en igualdad de condiciones frente a los integrantes de la socie-
dad dominante. En caso contrario, parecería injusto para los integrantes
de la sociedad dominante el que trabajadores extranjeros pudieran votar de
inmediato, pues ello no daría satisfacción al principio de igualdad conte-
nido en el primer principio de la justicia. Igualmente, que un trabajador
extranjero pudiese acceder inmediatamente a los puestos públicos del
Estado, implicaría una grave violación al principio de igualdad para ac-
ceder a los puestos públicos contenido en la segunda parte del segundo
principio de la diferencia, pues ello colocaría en franca desventaja a los
integrantes de la sociedad dominante frente a trabajadores extranjeros.
En cambio, me parece perfectamente justo y acorde al principio de igual-
dad contenido en ese principio, que tal trabajador pudiera acceder a tales
puestos públicos después, por ejemplo, de haber pasado un umbral de
entre tres a cinco años de residencia permanente, lo que al mismo tiempo

248 Castles, Stephen y Davidson, Alastair, op. cit., nota 205, p. 70.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 175

le debería permitir acceder a la ciudadanía. Al respecto, no sobra decir


que el pleno ejercicio de las libertades políticas de los trabajadores ex-
tranjeros está supeditado a que además puedan tener acceso a la ciudada-
nía, la que tradicionalmente ha estado asociada a los derechos políticos
estatales. Finalmente, sólo me resta decir que es frecuente que los traba-
jadores extranjeros permanezcan en el territorio del Estado receptor des-
pués de que ha expirado su permiso de trabajo o de residencia temporal,
con lo que se mantienen en un estatuto de clandestinidad similar al de los
inmigrantes indocumentados, cuyas desventajas examinaremos un poco
más adelante.
Dentro de la primera categoría de personas afectadas por la exclusión
diferencial, tenemos también a los buscadores de asilo, quienes se en-
cuentran entre aquellos que padecen algunas las privaciones más graves
a sus derechos y libertades básicas, debido a las desventajas legales y so-
ciales en las que los han colocado los Estados liberales que los reciben.
En efecto, los buscadores de asilo son una categoría de inmigrantes con
derechos muy limitados, pues tienen que pasar por largos y complejos
procesos legales en los Estados receptores para comprobar que han deja-
do sus países de origen en virtud de haber sido perseguidos y, durante
estos procesos, se les priva de muchos de los derechos de libertad e
igualdad a que se refieren los dos principios de la justicia, como por
ejemplo, en las siguientes situaciones:

a) Son generalmente alojados en lugares que se encuentran apartados


de las poblaciones locales, con lo que se restringe severamente su
libertad de tránsito a que se refiere el primer principio de la justicia.
b) En muchos casos, a los que solicitan asilo no les está permitido tra-
bajar y cuando pueden conseguir trabajo, cobran bajos salarios, por
lo que son criticados por los miembros de la sociedad dominante
quienes aducen que al cobrar bajos salarios reducen los ingresos de
los demás. Con lo anterior, se priva a los buscadores de asilo de un
beneficio económico que podrían obtener durante su estancia y se
les orilla a una situación de subsistencia extrema pues no pueden
obtener un ingreso mínimo para su subsistencia, viéndose obliga-
dos a vivir de la asistencia que les proporcione el Estado receptor u
organismos no gubernamentales, los que, todos sabemos, son insu-
176 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

ficientes para una vida digna. Mediante esta restricción para traba-
jar y la necesidad en la que se ven para aceptar bajos salarios, se
impide dar cumplimiento al principio de igualdad para acceder a
los beneficios socioeconómicos a que se refiere la primera parte del
segundo principio de la diferencia, ya que las desigualdades socioe-
conómicas sólo pueden ser aceptadas si son en beneficio de todos y
no únicamente en beneficio de la sociedad dominante.
c) Cuando se les permite trabajar, sus oportunidades de organización
son muy limitadas; tampoco tienen normalmente derecho a la sindi-
calización, con lo que se quebranta su libertad y su derecho de aso-
ciación a que se refiere el primer principio de la justicia.
d) Tampoco cuentan con los derechos y las libertades políticas básicas
a que se refiere el primer principio, pues no pueden votar ni ser vo-
tados para los cargos públicos, con lo que también se infringe el
principio de igualdad para acceder a los cargos públicos bajo justas
condiciones de igualdad a que hace mención la segunda parte del
segundo principio. Aquí como en el caso de los trabajadores ex-
tranjeros y conforme a principios de justicia, se debería permitir el
acceso de los buscadores de asilo a tales derechos después de un
periodo de residencia permanente que acredite su deseo de integrar-
se a la sociedad receptora.
e) Por si fuera poco, al final del proceso legal, el cual puede tomar va-
rios años, la mayoría de las aplicaciones de residencia o ciudadanía
son rechazadas, por lo que la mayor parte de los aplicantes perma-
necen en el Estado receptor con un estatuto legal muy incierto, pues
existen obstáculos legales para su deportación. En efecto, permane-
cen en el país que les ha negado el asilo como indocumentados, sin
embargo no pueden ser deportados por razones humanitarias. Des-
de luego, este estatuto tan ambiguo impide a los buscadores de asi-
lo ejercer muchos de los derechos y de las libertades básicas a que
se refiere el primer principio de la justicia, ¿cómo podrían, por
ejemplo, ejercer la libertad de expresión a través de la prensa o los
medios masivos de comunicación, si se tienen que mantener en una
situación casi de ilegalidad?249

249 Ibidem, p. 73.


INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 177

Finalmente, la exclusión diferencial también es aplicada, aunque de ma-


nera más severa, a los trabajadores inmigrantes indocumentados que cons-
tituyen un grupo en particular desventaja, quizá el que mayores desven-
tajas posea, ya que a diferencia de los trabajadores extranjeros y de los
buscadores de asilo, carecen de cualquier derecho de residencia y de pro-
tección legal. Asimismo, el fenómeno de los inmigrantes indocumentados
constituye en la actualidad uno de los mayores problemas que enfrentan
los Estados nacionales y, en particular, las democracias contemporáneas
con relación a las minorías etnoculturales producto de la inmigración in-
ternacional, ya que sus números son impresionantes. No existen cifras
confiables en el mundo, sin embargo, se estima que solamente en Esta-
dos Unidos para 2003 debe haber entre ocho y diez millones de trabaja-
dores indocumentados, de los cuales se estimaba que 4.8 millones son
mexicanos.250 En Europa el número de inmigrantes indocumentados es
aproximado al 10% de los residentes legales extranjeros, lo cual puede
arrojar una cifra de dos a tres millones de personas en los Estados desa-
rrollados de Europa. Los Estados del Sur de Europa también tienen muy
amplias poblaciones de trabajadores indocumentados, por ejemplo, en
Grecia la mayoría de los extranjeros trabaja clandestinamente y su núme-
ro está cercano al medio millón, algo así como el 12% de la fuerza de
trabajo. De manera similar, Italia ha hecho considerable uso de trabaja-
dores indocumentados, a algunos de los cuales les ofreció un estatuto le-
gal en los programas de 1990 y 1996.251 Japón, Corea del Sur y otros
países asiáticos también tienen un número importante de trabajadores in-
documentados, en estos casos, ellos frecuentemente son portadores de
una visa de turistas que ha vencido, aunque también hay un número im-
portante de trabajadores que son introducidos sin documentos, de tal ma-
nera que el número de inmigrantes indocumentados bien podría sobrepa-
sar al de los legales. Malasia, por ejemplo, es altamente dependiente de
los trabajadores indocumentados provenientes de Indonesia y Filipinas.252
Ahora bien, el mayor número de trabajadores indocumentados se debe
encontrar en Estados Unidos, donde millones de trabajadores mexicanos
y de otros muchos países han sido empleados en la agricultura, la indus-

250 Huntington, Samuel P., “El desafío hispano”, Letras Libres, abril de 2004, p. 14.
251 Castles, Stephen y Davidson, Alastair, op. cit., nota 205, pp. 71 y 72.
252 Ibidem, pp. 70 y 71.
178 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

tria y los servicios desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y en parti-


cular desde 1965 con la ley de inmigración de ese año.253 Así por ejem-
plo, las estimaciones del número de mexicanos que logran entrar indo-
cumentados cada año a los Estados Unidos es de alrededor de 105,000,
según una comisión binacional mexicano-estadounidense, y de 350,000
por año durante la década de los noventa, según la autoridad migratoria
de los Estados Unidos. Según fuentes estadounidenses, se estima que dos
tercios aproximados de los inmigrantes mexicanos que han ingresado a
los Estados Unidos desde 1975, lo han hecho como indocumentados.
Una buena parte de este flujo migratorio mexicano a los Estados Unidos
se incorpora a la industria agrícola, la que en gran medida depende de
esos trabajadores indocumentados, ya que por ejemplo, el estado de Cali-
fornia, que aporta alrededor de un tercio de los productos agrícolas de to-
da la unión americana, depende casi en su totalidad de esa mano de obra;
es más, la competitividad de la industria agrícola de ese estado sólo pue-
de ser garantizada mediante los bajos salarios de los trabajadores indocu-
mentados mexicanos.254
Como decíamos, la exclusión diferencial que aplican los Estados a los
trabajadores indocumentados que ingresan en su territorio los coloca en
el peor de los escenarios posibles con respecto a la satisfacción de princi-
pios normativos. Así, en este supuesto estamos frente a una de las mayo-
res injusticias que se pueden cometer a la persona humana, ya que las
minorías etnoculturales producto de la inmigración indocumentada care-
cen casi de cualquiera de los derechos que proporcionan los principios
universales de libertad e igualdad contenidos en los dos principios de la
justicia, por lo siguiente:

253 Sobre los trabajadores mexicanos irregulares en los Estados Unidos puede consul-
tarse, Rivera-Batiz, Francisco L., “Illegal Immigrants in the US Economy. A Compariti-
ve Analysis of Mexican and Non-Mexican Undocumented Workers”, en Djajic, Slobo-
dan, op. cit., nota 233, pp. 180-203; Johnston, Paul, “The Emergence of Transnational
Citizenship among Mexican Immigrants in California”, en Aleinkoff, T. Alexander y
Klusmeyer, Douglas (eds), Global Perspectives and Practices, Estados Unidos, Interna-
tional Migration Publications from the Carnegie Endowment for International Peace,
2001, pp. 253-277; Levy, Daniel C.; Bruhn, Kathleen y Zebadua, Emilio, Mexico. The
Struggle for Democratic Development, Estados Unidos, University of California Press,
2001, pp. 228-243. Desde luego véase el muy comprensivo libro de Bustamante, Jorge,
op. cit., nota 242.
254 Bustamante, Jorge A., op. cit., nota 242.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 179

a) A los trabajadores indocumentados nos se les permite ningún tipo


de asociación sindical, lo cual no da satisfacción al derecho y liber-
tad de asociación a que se refiere el primer principio de la justicia.
b) También es frecuente que los trabajadores indocumentados vean
mermada su libertad de tránsito, contenida en el primer principio de
la justicia, pues es frecuente que se les recluya en zonas especiales
para realizar sus labores, sin autorización para abandonarlas por
largos periodos de tiempo, así sucede, por ejemplo, con los trabaja-
dores mexicanos agrícolas en California, como bien lo han docu-
mentado Ernesto Galarza y Jorge Bustamante.255
c) Desde luego tampoco gozan de la libertad de acudir a los tribunales
y exigir sus derechos básicos contenida en el primer principio (sean
éstos de la naturaleza que sean, civiles, políticos o sociales), pues su
estatuto de indocumentados los expone, al momento mismo de hacer
sus planteamientos, a una inminente deportación por parte de las
autoridades del Estado receptor.
d) Igualmente, me parece que la detención y posterior deportación de
un trabajador indocumentado que ha emigrado por causas económi-
cas a otro Estado que lo recibe por la sencilla razón de que existe
una demanda de fuerza de trabajo, atenta contra la libertad negativa
de no ser arrestado contra justicia y derecho, pues ¿acaso no es in-
justa la detención de una persona que se encuentra en el territorio
de un Estado en el cual encuentra suficientes ofertas de empleo, se-
gún su calificación y estatus migratorio?
e) En virtud del estado de ilicitud en el que se les mantiene dentro de
los Estados receptores, este tipo de trabajadores no puede acceder a
la prensa o a los medios de comunicación audiovisuales como la ra-
dio o la televisión, lo que les impide, en consecuencia, acceder a las
libertades básicas de expresión u opinión a que se refiere el primer
principio de la justicia.
f) Los bajos salarios que reciben estos trabajadores, así como la reite-
rada negativa de los Estados receptores para otorgar a los trabaja-
dores indocumentados servicios sociales como educación y asisten-
cia médica aun cuando paguen los impuestos correspondientes,
implica un incumplimiento de esos Estados a la primera parte del

255 Idem.
180 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

segundo principio de la justicia, en el sentido de que todos deben


tener acceso a los beneficios socioeconómicos en igualdad de con-
diciones, partiendo de la base de que las desigualdades que se gene-
ren sean en beneficio de los menos privilegiados, posición en la que
se encuentran los inmigrantes irregulares; así como están las cosas,
los únicos beneficiados son los integrantes de la sociedad dominan-
te, pues los patrones pagan bajos salarios, con lo que incrementan
su utilidad, y el Estado receptor no otorga los servicios sociales mí-
nimos a esa base inmigrante.
g) Finalmente, también los inmigrantes extranjeros indocumentados
carecen de las libertades políticas básicas (votar y ser votado) a que
se refiere el primer principio de la justicia y tampoco se encuentran
en igualdad de condiciones para acceder a los puestos públicos del
Estado. Aquí, como en el caso de los trabajadores temporales, es
indispensable que cuenten con tales libertades y garantías de igual-
dad, siempre y cuando hayan acreditado una residencia mínima en
el Estado receptor, de tal forma que no sólo puedan aprender la len-
gua de la sociedad receptora y sus principios culturales esenciales,
sino además para que no se coloque en una situación de desigual-
dad a los integrantes de la sociedad dominante, que bien podrían
alegar una desigualdad si los inmigrantes pudieran, por ejemplo,
acceder a los cargos públicos de inmediato.

Como bien se podrá comprender de lo que hasta aquí hemos dicho, es


evidente que la exclusión diferencial no ha sido adecuada para acomodar
a las minorías etnoculturales que se encuentran en las tres categorías que
hemos visto (trabajadores extranjeros, buscadores de asilo e inmigrantes
indocumentados) debido a que no da satisfacción, en diferente medida
según el grupo, a los dos principios normativos de la justicia. A lo ante-
rior habrá que agregar que atrás de la exclusión diferencial también hay
razones culturales para no integrar a estas tres categorías de inmigrantes.
En efecto, los Estados nacionales han pretendido excluir a los trabajado-
res extranjeros, buscadores de asilo e inmigrantes indocumentados del
resto de la cultura nacional pues han intentado que la tal inmigración no
provoque cambios socioculturales importantes en sus sociedades. En efec-
to, los líderes políticos de los Estados receptores han visto a la diversi-
dad etnocultural generada por la esa inmigración internacional como una
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 181

amenaza para la integridad de la nación, la cual, en su opinión, puede ser


seriamente debilitada por la inclusión de elementos extraños a lo que
consideran su “identidad nacional”. Asimismo, creen que tal diferencia
es controlable, pues consideran que este tipo de inmigrantes pueden ser
devueltos a su país de origen, tan pronto como su trabajo ya no sea nece-
sitado. Por lo que respecta a la posibilidad de conservar una sola cultura
nacional, ya explicábamos en el capítulo segundo cómo la única forma
de garantizar un sustrato cultural a todos (incluidas las minorías etnocul-
turales) que garantice las libertades básicas y los derechos de igualdad
contenidos en los principios normativos de la justicia, era a través de una
nación multicultural que integrara también las culturas de las minorías,
sin las cuales éstas no estarían en posibilidades de ejercer, por ejemplo,
sus libertades básicas, ya que es presupuesto para ello que su identidad
cultural sea respetada, en virtud de que es su cultura la que otorga valor
y contexto a sus elecciones. Además, una cultura homogénea sólo era
posible (si es que lo fue algún día) en un tiempo en que los transportes y
las comunicaciones eran lentos y las fronteras bien definidas, pues la po-
sibilidad de que las minorías etnoculturales conservaran fuertes vínculos
con sus lugares de origen no se consideraba posible a largo o mediano
plazo. Pero conforme las comunicaciones han acelerado el movimiento
de las personas y que éstas puedan ir y regresar en poco tiempo, así co-
mo la posibilidad de que éstas mantengan fuertes vínculos con las cultu-
ras de sus lugares de origen a través del tiempo, hacen imposible mante-
ner estos modelos tan rígidos de pureza cultural.256
Ahora bien, es claro que en las condiciones actuales mantener estas
políticas de supresión y rechazo a la identidad cultural de los inmigrantes
irregulares tanto por parte de los Estados nacionales tradicionalmente re-
ceptores de inmigrantes (Estados Unidos o Canadá), como de los nuevos
países receptores (Japón),257 no sólo no satisfacen los principios normati-

256 Castles, Stephen y Davidson, Alastair, op. cit., nota 205, pp. 60 y 61.
257 Este intento por excluir a los inmigrantes, sean éstos indocumentados o no, no es
sólo un fenómeno propio de los Estados nacionales que han sido tradicionalmente recep-
tores de la inmigración, también ha sido seguido por aquellos Estados donde la inmigra-
ción es un fenómeno reciente, como en Asia, donde a veces más que en occidente, se ha
intentado mantener la mayor homogeneidad etnocultural posible. Como un buen ejemplo
de un Estado asiático por conservar una férrea homogeneidad etnocultural, tenemos el
caso de Japón, país al que miles de coreanos y coreanas fueron llevados contra su volun-
tad por el ejército japonés en los años previos a la Segunda Guerra Mundial para realizar
182 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

vos de la justicia, sino que también empíricamente han fracasado, pues


los inmigrantes conservan sus rasgos culturales distintivos frente a la
cultura de la sociedad dominante. Efectivamente, empíricamente el fenó-
meno de la migración internacional es, sin lugar a dudas, uno de los as-
pectos más impactantes de la globalización258 sobre la conformación pre-
sente y futura de los Estados nacionales, entendiendo por globalización
más un proceso que un punto de llegada, como lo hace Habermas cuando
dice que emplea

el concepto de globalización para la descripción de un proceso, no de un


estado final. Este concepto caracteriza el creciente volumen e intensidad
del tráfico, la comunicación y los intercambios más allá de las fronteras
nacionales. De la misma forma que en el siglo XIX el ferrocarril, la nave-
gación a vapor y el telégrafo hicieron más denso y más rápido el movi-
miento de bienes y personas, así como el intercambio de informaciones,

trabajos forzados en condiciones de práctica esclavitud. Todavía es el momento en que el


Estado japonés no les reconoce la calidad de ciudadanos no sólo a este primer grupo que
fue obligado a emigrar, sino tampoco a sus hijos, ni a sus nietos, quienes no obstante ha-
ber nacido ya en Japón en primera y segunda generación, por el sólo hecho de ser des-
cendientes de coreanos no poseen la calidad de ciudadanos, ni los derechos que ello im-
plica.
Este último caso me fue expuesto durante mi estancia de investigación en Queen’s
University en el año de 2002, por una joven coreano-japonesa que se encuentra en esta
situación, ya que es nieta de una mujer coreana que fue obligada por el ejército japonés a
emigrar forzosamente a este país. Jamás les fue otorgada la calidad de ciudadanos japo-
neses ni a ella ni a sus descendientes, no obstante que ya todos nacieron en Japón.
Actualmente esta joven está buscando la posibilidad de emigrar a los Estados Unidos,
pues no obstante que posee una posición económica media en Japón, no cuenta con múl-
tiples derechos que para ella son importantes, como el derecho a votar en las elecciones
japonesas.
258 Dos obras generales que recomiendo ampliamente consultar sobre diversos aspec-
tos de la globalización son Giddens, Anthony, Runaway World. How Globalization is
Reshaping our lives, Nueva York, Routledge, 2000, pp. 30-60; Bauman, Zygmunt, Glo-
balization. The Human Consecuences, Gran Bretaña, Polity Press, 1998; asimismo, sobre
aspectos específicos de la globalización, como son, entre otros, la migración internacio-
nal, la información, las finanzas y la tecnología, consúltense los siguientes trabajos con-
tenidos en Giddens, Anthony and Hutton, Wiill (eds.), On the Edge. Living with Global
Capitalism, Jonathan Cape, Londres, 2000; Castells, Manuel, Information Technology
and Global Capitalism, pp. 52-74; Soros, George, The New Global Financial Architectu-
re, pp. 86-91; Beck, Ulrich, Living your Own Life in a Runaway World: Individualisa-
tion, Globalisation and Politics, pp. 164-174; sobre aspectos ecológicos de la globaliza-
ción véase en la misma obra Shiva, Vandana, “The World on the Edge”, pp. 112-130.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 183

así también la técnica hoy de satélites, la navegación aérea y la comunica-


ción digital crean de nuevo redes más amplias y densas... El término
—globalización— se usa para definir muchos fenómenos: tanto la exten-
sión intercontinental de las telecomunicaciones, el turismo de masas o la
cultura de masas, como los riesgos que traspasan todas las fronteras...259

Entre esos fenómenos que traspasan las fronteras nacionales, la inmi-


gración internacional es, indiscutiblemente, uno de los más importantes.
De esta manera, en el amanecer del siglo XXI, se está haciendo cada vez
más difícil sostener una doctrina sobre la exclusión de la diferencia etno-
cultural, ya que la efervescente movilidad de la población mundial fo-
menta, precisamente, la presencia de nuevas minorías étnicoculturales y,
en consecuencia, la emergencia de sociedades multiculturales ha pasado
a constituir un factor de la mayor importancia para los Estados nación
que tanto se han empeñado en la conformación de culturas únicas y ho-
mogéneas. En síntesis, el otro, llámese trabajador extranjero, buscador
de asilo o un inmigrante indocumentado, no puede ser lisa y llanamente
excluido, como han pretendido los Estados-nación, en virtud de que esta
forma tradicional de responder a la inmigración no es viable ni normati-
va (pues no satisface las condiciones universales de libertad e igualdad
contenidas en los dos principios de la justicia) ni empíricamente.
Luego entonces, si la exclusión diferencial no constituye una forma
normativamente adecuada para el acomodo de estas minorías etnocultu-
rales producto de los flujos migratorios internacionales, entonces, ¿cómo
hacerlo? Desde luego, una primera respuesta tendrá que ser replantear
los términos para la obtención de esa ciudadanía para estos grupos de
personas. En efecto, como se habrá podido apreciar en la exposición he-
cha en el presente capítulo, los mecanismos de marginalización de estas
minorías etnoculturales de inmigrantes en los países receptores o huéspe-
des, están compuestos de prácticas muy diversas al interior de la socie-
dad dominante, desde la discriminación en los medios de comunicación
hasta bajos salarios; sin embargo, la principal causa de exclusión es la
imposibilidad que tienen para obtener la ciudadanía. Es también intere-
sante examinar que en los tres casos que nos ocuparon se niega el dere-
cho de residencia después de haberse concedido temporalmente, como
sucede con los trabajadores extranjeros y los buscadores de asilo, o tal

259 Habermas, Jürgen, La constelación posnacional, Barcelona, Paidós, p. 90.


184 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

derecho se niega desde el inicio, como sucede con los inmigrantes indo-
cumentados, no obstante que en todos los casos los inmigrantes residen
permanentemente en el Estado receptor, una residencia que es de facto y
no de iure ya que no se les reconoce como legítima. En consecuencia,
habrá que encontrar en el presente caso la relación que existe entre el de-
recho de residencia y la ciudadanía. Esta relación entre residencia y ciu-
dadanía ha sido particularmente resaltada por Ferrajoli: “Tomar en serio
estos derechos significa... en concreto, transformar en derechos de la per-
sona los dos únicos derechos que han quedado hasta hoy reservados a los
ciudadanos: el derecho de residencia y el derecho de circulación en nues-
tros privilegiados países”.260
Como decíamos, el camino más obvio para obligar a ciertas minorías
etnoculturales a entrar en un estatuto inferior dentro de la sociedad domi-
nante es a través de la discriminación legal de su estatuto. Esta práctica
tiene una larga tradición: sistemas de discriminación institucionalizada
tales como la esclavitud, el trabajo no regulado y el apartheid han sido
centrales en los tiempos modernos. Actualmente, es a través de la negati-
va de los Estados nacionales a otorgar la ciudadanía y los derechos que a
ella van asociados, lo que ocasiona que diversas categorías de personas
en el mundo no disfruten de las condiciones mínimas para desarrollar su
personalidad en términos de justicia.261 En efecto, como explicaré un po-
co más adelante, la ciudadanía constituye en la actualidad un requisito
indispensable en los Estados nacionales, para que las personas gocen de
los derechos y las libertades básicas de todo Estado liberal debe conce-
der. En consecuencia, la persistencia de los Estados en negarles la ciuda-
danía a millones de trabajadores extranjeros, buscadores de asilo y traba-
jadores indocumentados y, consecuentemente, la negativa a reconocerles
los más esenciales derechos y libertades básicas, contradice el primer
principio de la justicia de Rawls que establece que cada persona debe te-
ner un igual derecho para gozar de la más extensa libertad básica que sea
compatible con una libertad similar para los otros. Desde luego, también
niega el fundamento universal de la igualdad contenido en el segundo
principio o principio de diferencia de Rawls.262

260 Ferrajoli, Luigi, Derechos y garantías. La ley del más débil, Madrid, Trotta, 2002,
p. 17.
261 Castles, Stephen y Davidson, Alastair, op. cit., nota 205, pp. 69 y 70.
262 Rawls, John, op. cit., nota 39, pp. 60 y 61.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 185

Es por ello que se hace indispensable reflexionar normativamente so-


bre la ciudadanía como factor de integración al Estado nacional de la di-
versidad etnocultural generada por la inmigración, ya que sin haber reali-
zado este primer paso, es decir, sin determinar en qué caso procede o no
conceder la ciudadanía conforme a los principios de la justicia, no esta-
ríamos en condiciones de seguir la discusión sobre el justo acomodo de
los millones de seres humanos que residen pacífica y productivamente
en los Estados nacionales del mundo, sin la mínima posibilidad de ad-
quirir la ciudadanía del Estado. Para ello se hace indispensable pregun-
tarnos si son normativamente válidas las nociones que poseemos actual-
mente sobre la ciudadanía como para permitirnos el acomodo dentro del
Estado y sus instituciones de estos inmigrantes irregulares y cómo po-
dríamos pensar en una ciudadanía incluyente y normada por los dos prin-
cipios de la justicia. Es urgente integrar en la sociedad a los más vulnera-
bles y ello parece posible sólo si reflexionamos en la ciudadanía.
Ciertamente, es éste uno de los puntos más controvertidos actualmen-
te de la teoría política y del derecho contemporáneos, pues hasta el mo-
mento no se ha reflexionado o no se ha querido reflexionar sobre cómo
acomodar a estos grupos al interior del Estado nacional, pues la primera
respuesta que surge es que son “inmigrantes ilegales” o “trabajadores
temporales”, luego entonces, para qué acomodarlos si no son miembros
del Estado, ni comparten su cultura y sobre todo, se dice, han violado las
leyes del Estado receptor. Creo que semejante necesidad de penalizar es
hoy por hoy uno de los argumentos más falsos, huecos y graves que se
pueden encontrar en los círculos académicos, ya que semejantes afirma-
ciones lo único que están haciendo es evitar la realidad, en virtud de que
los trabajadores “temporales” o “indocumentados” pasan muy frecuente-
mente a adquirir una residencia permanente en el Estado receptor e in-
clusive alcanzan a llevar a sus familias, además de que adquieren con el
tiempo rasgos culturales de la sociedad que los recibe. Lo mismo sucede
con los estudios que poseemos en la teoría multicultural, pues normal-
mente cuando se trata de acomodar la diversidad cultural, sólo se piensa
en acomodar a aquellos inmigrantes que son ciudadanos, esto lo corrobo-
raba el propio Will Kymlicka, quien me hacía ver la ausencia de estudios
teóricos sobre el estatuto de los trabajadores indocumentados como fuente
de diversidad cultural, por la sencilla razón de que los estudiosos de la
teoría se habían concentrado en lo que ellos llamaban la inmigración “le-
186 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

gal” o “regulada”. Entonces, ¿acaso los trabajadores extranjeros, los bus-


cadores de asilo y los inmigrantes indocumentados no tienen derecho a
ser acomodados en términos de justicia dentro del Estado nacional en el
cual forman minorías etnoculturales significativas? Desde luego que sí, y
para hacer esto, deberemos comenzar por replantear qué debe ser la ciu-
dadanía en los Estados democráticos que poseen una creciente diversidad
etnocultural producto de la inmigración irregular. De otra manera, si no
existiera la posibilidad de integrarlos en la ciudadanía ¿dónde estaría la
legitimidad de las instituciones políticas si ellas no pueden estar basadas
en los principios de igualdad que se encuentran contenidos en los dos
principios de la justicia? ¿Sería justo un Estado cuyo gobierno pretenda
gobernar incluso sobre los trabajadores extranjeros, los buscadores de
asilo y los inmigrantes indocumentados (quienes están sujetos a ese go-
bierno), pero no les concediera a éstos la posibilidad de adquirir la ciuda-
danía una vez que hayan cumplido con las condiciones mínimas de igual-
dad? Para algunos tales preguntas pueden parecer desestabilizadoras para
el Estado-nación en la época actual, pero es apremiante intentar una res-
puesta teórica. Así las cosas, reflexionemos sobre lo que es y debe ser la
ciudadanía conforme a los dos principios de la justicia para, de esta for-
ma, integrar a los inmigrantes irregulares que hemos examinado en este
capítulo en términos de justicia al Estado y sus instituciones, pues el he-
cho de poseer una noción insuficiente de la ciudadanía ha sido causa de
las más profundas desigualdades e injusticias que sobre ciertos grupos
humanos podamos dar registro en la época contemporánea.263

III. LA CIUDADANÍA ANTE LOS PRINCIPIOS DE LA JUSTICIA

Antes de examinar cómo la ciudadanía puede constituir una institu-


ción que nos permita el acomodo de la diversidad etnocultural generada
por la migración de trabajadores extranjeros, buscadores de asilo e inmi-
grantes indocumentados, es importante hacer una breve reflexión sobre
lo que es la noción de ciudadanía y lo que significa ser ciudadano. Para
ello examinemos lo que es la ciudadanía y, de manera particular, exami-
nemos tal noción a la luz de los dos principios normativos que guían mi
investigación. Siguiendo a Bauböck, la primera respuesta que puedo

263 Castles, Stephen y Davidson, Alastair, op. cit., nota 205, p. 83.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 187

ofrecer es que la ciudadanía significa “lo opuesto de ser un simple suje-


to”, pues implica una relación “del individuo con el Estado y sus autori-
dades, mediante la cual los gobernados disfrutan de derechos básicos”.264
Bajo esta primera respuesta (que por cierto equivale a la noción de na-
cionalidad en algunos de los sistemas jurídicos latinoamericanos), el in-
dividuo deja de ser un objeto y se transforma en un sujeto de derechos,
pues a través de la ciudadanía la persona adquiere las libertades básicas a
que se refiere el principio de la justicia. Bajo este sentido apreciamos có-
mo la ciudadanía se ha convertido en requisito indispensable para que las
personas adquieran, en los Estado nacionales, los derechos y las liberta-
des básicas que todo Estado liberal debe reconocer; entre tales libertades
una muy importante por el tipo de inmigrantes que examinamos en este
capítulo es la libertad de regresar al país de origen o al país receptor una
vez que se ha estado fuera de él, así como el derecho de residencia.
Siguiendo a Bauböck, en segundo lugar, la ciudadanía también signi-
fica “que las personas puedan ejercitar control sobre los gobiernos direc-
ta o indirectamente, ya sea a través de su participación en las deliberacio-
nes políticas, o a través del voto en temas específicos o mediante la
elección de sus representantes”. En este segundo sentido, la ciudadanía,
sobre todo, está relacionada con los derechos y las libertades políticas
(votar y ser votado) a que se refiere el primer principio de la justicia y,
también, al derecho de igualdad para acceder a los cargos públicos a que
se refiere la segunda parte del segundo principio de la justicia.
Una tercera respuesta a lo que significa la ciudadanía y que no es me-
nos importante, es que la ciudadanía también puede significar “que las
personas son iguales como miembros de una entidad política determina-
da”.265 En este tercer sentido, diríamos que la ciudadanía aparece ligada
al principio de igualdad a que se refieren los dos principios de la justicia:
igualdad de todos, incluidos los integrantes de las minorías etnocultura-
les, para disfrutar de los derechos y las libertades básicas (primer princi-
pio de la justicia), igualdad de todos para acceder a los beneficios so-
cioeconómicos e igualdad de todos para acceder a los puestos públicos
del Estado. Como se podrá desprender de las anteriores consideraciones,
la ciudadanía se ha convertido en un presupuesto institucional indispen-

264 Bauböck, Rainer, Transnational Citizenship. Membership and Rights in Interna-


tional Migration, Reino Unido, Edward Elgar Publishing, 1994, p. VII.
265 Idem.
188 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

sable para que las personas puedan gozar de las libertades básicas y de
los derechos de igualdad a que se refieren los dos principios de la justi-
cia. Examinemos con más detenimiento cada uno de estos tres sentidos
de la ciudadanía a la luz de los principios de la justicia.
En efecto, en su primer sentido todos estos inmigrantes, por carecer
del estatuto ciudadano, se han convertido en seres humanos sin las liber-
tades y derechos básicos a que se refiere el primer principio de la justicia
en diversos grados: los trabajadores extranjeros y los buscadores de asi-
lo, mientras duran sus permisos de residencia, sólo tienen algunos de
ellos, mientras que para los inmigrantes indocumentados y los dos pri-
meros, una vez que han expirado sus permisos de residencia y pasan a
engrosar las filas de la “ilegalidad”, ninguna libertad o derecho básico
puede existir, pasando a ser estos últimos simples objetos del Estado que
los ha recibido, algo que ciertamente tenemos que lamentar en el estado
actual de nuestra civilización. En efecto, no obstante que conforme a los
principios universales de los derechos humanos estas minorías etnocultu-
rales gozan de todos los derechos y las libertades básicas conforme al de-
recho positivo del Estado receptor que atribuye esos derechos sólo a los
ciudadanos, de facto no gozan de tales libertades y derechos, pues por
ejemplo, ¿cómo podrían los inmigrantes indocumentados plantear, frente
al Estado receptor, la defensa jurídica de cualquiera de sus libertades bá-
sicas? En este caso y no obstante que sí podemos hablar de un Estado re-
ceptor que ha recibido a esos inmigrantes indocumentados por causas
económicas ya que los necesita para integrar su fuerza laboral a bajo cos-
to, en cuanto quisieran acudir a los tribunales, serían expulsados de ese
Estado nacional, deportados simple y llanamente. Pocas veces podemos
apreciar que, de manera tan cruda, los Estados nacionales, muchos de los
cuales se dicen liberales, violen las libertades básicas contenidas en el
primer principio de la justicia.
En segundo lugar, y al examinar lo que es la ciudadanía en su segun-
do sentido, el hecho de que los trabajadores extranjeros, los buscadores
de asilo y los inmigrantes indocumentados carezcan de toda posibilidad de
controlar al gobierno al que efectivamente se encuentran sujetos, pues no
tienen ninguna posibilidad de votar, ni de elegir a sus representantes, ni
de participar en las deliberaciones políticas que les son de interés, atenta
contra las libertades políticas a que se refiere el primer principio de la
justicia y el derecho de igualdad para acceder a los cargos públicos a que
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 189

se refiere la segunda parte del segundo principio de la justicia. Más aún,


además atenta contra los presupuestos esenciales de cualquier Estado de-
mocrático pues, ¿qué democracia puede existir en un Estado cuyos go-
bernados no pueden participar de ese gobierno, ni influir en su destino?
Finalmente y en tercer lugar, la ciudadanía es importante porque reco-
noce un estatuto de igualdad a todos los que la poseen. Este estatuto de
igualdad no sólo es indispensable para el goce de las libertades básicas y
para participar en el gobierno de los Estados liberales, sino que además
es necesario, incluso, para acceder a mejores salarios y a los beneficios
que ofrece la seguridad social. Este ha sido, por ejemplo, el lamentable
caso de los Estados Unidos a finales de la década de los noventa, en el
cual se expidieron varias leyes que negaban cualquier servicio social a
los inmigrantes indocumentados y a sus familiares, a los que por no ser
ciudadanos, sencillamente se les negaban estos beneficios no obstante
que pagaban los impuestos correspondiente. Tal situación crea una situa-
ción de franca desigualdad frente a la sociedad dominante que sí es ciu-
dadana, ya que los trabajadores indocumentados se ven obligados a ga-
nar bajos salarios y carecer de seguridad social.
También Ferrajoli ha llamado la atención sobre esta asociación que
existe en la actualidad entre ciudadanía y libertades básicas (que él llama
derechos fundamentales) con los derechos de igualdad, cuando nos habla
de la crisis en la que se encuentra precisamente la ciudadanía, debido a
las aporías o incompatibilidades que percibe entre el derecho internacio-
nal y el derecho estatal:

así se explica la segunda antinomia ya indicada: aquella entre el universa-


lismo de los derechos fundamentales y los límites estatales impresos a la
ciudadanía. Aunque estos derechos, hecha la excepción de los políticos,
siempre han sido proclamados como “universales” —desde la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1798, y después por las
sucesivas Constituciones y por los mismos códigos civiles (El Código Na-
poleónico estableció en el artículo 7o. que el ejercicio de los derechos ci-
viles es independiente de la calidad de ciudadano)— su universo jurídico
ha terminado por coincidir con el ordenamiento interno de cada Estado.
La antinomia se ha hecho patente en los últimos años con la explosión del
fenómeno migratorio. Estos derechos fueron proclamados como universa-
les sin ningún costo cuando aún la distinción entre hombre y ciudadano no
creaba ningún problema, no siendo verosímil que los hombres y mujeres
190 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

del Tercer Mundo pudieran llegar a Europa y pedir que se cumplieran esos
derechos... Pero hoy el universalismo de los derechos humanos ha sido
puesto a prueba por la presión ejercida sobre nuestras fronteras, por masas
de personas hambrientas, la cualidad de persona ha dejado de ser suficien-
te como su presupuesto —de los derechos fundamentales— y también es-
tos derechos son tranquilamente considerados como derechos de la ciuda-
danía según la clásica caracterización de Marshall. Por otro lado, siendo la
ciudadanía el presupuesto del derecho de acceso y residencia en el territo-
rio del Estado, de hecho se ha transformado en su naturaleza. Es así como
la ciudadanía ha cesado de ser base de la igualdad. Mientras al interior se
ha hecho una división entre ciudadanías desiguales, correspondiendo a
una nueva diferencia de estatus, entre ciudadano optimo iure; semiciuda-
dano con permiso de estancia; refugiados irregulares y clandestinos. Al
exterior, ella funciona ahora como privilegio y fuente de exclusión y dis-
criminación, con relación a los no ciudadanos.266

Merece especial atención la crítica que hace Ferrajoli de la clásica


concepción de la ciudadanía de T. H. Marshall en su ensayo pionero de
1949 y que tanta influencia ha tenido en los estudios posteriores sobre el
tema,267 pues si como dice Ferrajoli, en la actualidad, lisa y llanamente
las libertades fundamentales son asociadas a la ciudadanía y ésta es de-
negada a los inmigrantes no regulares, la ciudadanía se ha convertido en-
tonces en un factor de la más grave desigualdad:

La primera simplificación afecta al propio concepto de «ciudadanía». La


definición de Marshall se compone de dos partes: la ciudadanía, afirma, es
«un estatus atribuido a quienes son miembros de pleno derecho de una de-

266 Ferrajoli, Luigi, “Más allá de la soberanía y la ciudadanía. Un constitucionalismo


mundial”, Revista Alegatos, México, núm. 31, septiembre-diciembre de 1995, p. 539.
267 Véase, Marshall, T. H., Citizenship and Social Class, Londres, Pluto Press, 1992,
pp. 3-51. Para un examen detallado de la obra fundamental de Marshall y una teoría de la
ciudadanía y de los derechos sociales, véase Bottomore, Tom, “Citizenship and Social
Class, Forty Years On”, en Marshall, T. H., op. cit., supra, pp. 55-92; en Martin Bulmer
y Anbthony M. Rees (eds.), Citizenship Today: The Contemporary Relevance of T. H.
Marshall, Londres, UCL Press, 1996, pueden consultarse los siguientes artículos: Gid-
dens, Anthony, “T. H. Marshall, the State and Democracy”, pp. 65-80; Dahrendorf, Ralf,
“Citizenship and Social Class”, pp. 25-40; Runciman, W. G., “Why Social Inequealities
are Generated by Rights?”, pp. 45-63; Mann, Michael, “Ruling Class Strategies and Citi-
zenship”, pp. 125-144.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 191

terminada comunidad». Esta acepción no difiere, salvo por su mayor carga


comunitaria, de la noción jurídica análoga de la ciudadanía, identificada
esencialmente con la «ciudadanía política», como presupuesto de los dere-
chos políticos, a su vez vinculados a la soberanía del Estado. El punto en
el que aparecen las divergencias con los usos jurídicos se encuentra en la
segunda parte de la definición de Marshall, que resulta mucho más impor-
tante: la ciudadanía sería el estatus al que asocian ex lege todos los dere-
chos, de forma que ésta se convierte en denominación omnicomprensiva y
en presupuesto común de todo ese conjunto de derechos que él llama «de
ciudadanía»: los derechos civiles, los derechos políticos y los derechos so-
ciales.268

Ahora bien, si esta asociación entre ciudadanía y libertades fundamen-


tales impera en la mayoría de los Estados liberales, lo cual parece ser
cierto con hacer una somera revisión al panorama internacional, la nega-
tiva a otorgar la misma a los trabajadores extranjeros, buscadores de asi-
lo o inmigrantes indocumentados implica, como ya bien he señalado an-
tes, una violación al los dos principios de la justicia que guían nuestra
investigación. En consecuencia y ante la creciente movilidad de la pobla-
ción mundial entre los Estados nacionales, estamos obligados a plantear-
nos lo que debe ser ahora la ciudadanía, ya que ésta no puede seguir en-
tendiéndose en los mismos términos que antes de la explosión del gran
fenómeno migratorio de finales del siglo pasado, pues si nosotros adop-
táramos la interpretación de que el Estado liberal debe ser una asociación
política inclusiva y de miembros iguales entre sí, “que extiende los dere-
chos básicos a todos aquellos que se encuentran sujetos a las decisiones
de sus gobiernos, entonces la distinción entre derechos de los no ciuda-
danos y los ciudadanos será cada vez más problemática”.269 De esta for-
ma, tendremos que superar la dicotomía existente entre las libertades y
los derechos fundamentales de que deben gozar todos las personas y los
estrechos parámetros que han determinado los Estados nacionales para el
otorgamiento de la ciudadanía. En otras palabras, si la ciudadanía se ha
convertido en presupuesto para el reconocimiento de las libertades fun-
damentales, entonces tendremos que pensar en una noción de la ciudada-

268 Ferrajoli, Luigi, Derechos y garantías. La ley del más débil, Madrid, Trotta, 2002,
pp. 98 y 99.
269 Bauböck, Rainer, op. cit., nota 264, p. VIII.
192 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

nía que satisfaga los dos principios de la justicia y, en particular, revisar


si las reglas que adoptan los Estados para el otorgamiento de la ciudada-
nía cumplen con tales principios normativos.

IV. LOS LÍMITES ESTATALES DE LA CIUDADANÍA

Ciertamente la determinación de las reglas para el otorgamiento de la


ciudadanía sigue todavía hoy monopolizada por los Estados nacionales,
no obstante el intensísimo movimiento de la población mundial. En efec-
to, es evidente que la diversidad etnocultural producto de la presencia en
esos Estados de los trabajadores extranjeros, los buscadores de asilo o
los inmigrantes indocumentados, pone en evidencia la tensión que se ge-
nera conforme “los Estados se hacen territorialmente más rígidos y las
sociedades humanas, a su vez, más móviles a través de las fronteras”.270
Esta tensión repercute en la organización de la membresía dentro de los
propios Estados nacionales, pues son éstos quienes determinan quiénes
deben ser sus miembros, así como las condiciones para ello. En el mun-
do premoderno, “sólo las pequeñas repúblicas y las ciudades-Estado pu-
dieron desarrollar un sistema legal y un sentido de pertenencia a una
membresía, que en algún sentido se podría parecer a la contemporánea
concepción de la ciudadanía”.271 En la etapa moderna, este tipo de con-
trol de la membresía sólo puede ser ejercitado por los Estados sobre sus
poblaciones, a través de los mecanismos que determinan la membresía,
lo que normalmente es independiente de si el Estado es democrático, au-
toritario, o totalitario.272
El que los Estados nacionales posean hoy en día todavía la posibilidad
básica de determinar su membresía, hace del sistema internacional una
estructura segmentada que se ha vuelto más un obstáculo para la migra-
ción internacional, pues ésta ha incrementado su movilidad en las últi-
mas décadas como producto del desarrollo de los medios de comunica-

270 Rundell, John y Bauböck, Rainer (eds.), Blurred Boundaries: Migration, Ethni-
city, Citizenship, Hungría, Ashgate Publishing Limited-European Centre Vienna, 1998,
p. 32.
271 Idem.
272 Idem.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 193

ción y de los flujos internacionales de mercancías y dinero.273 De esta


manera, el sistema internacional permanece subdividido en unidades po-
líticas esencialmente similares pero diferenciadas entre sí, como son los
Estados nacionales, mismos que no han flexibilizado sus criterios territo-
riales para hacer frente a la creciente inmigración. No trataré de resolver
el problema de determinar si el Estado-nación es un sobreviviente ana-
crónico de una modernidad temprana que será eventualmente superado
por una federación mundial de Estados, ni tampoco explicaré por que es-
tos dos tipos de sociedades políticas (la global y la estatal) son esencial-
mente distintas, por no ser el objetivo propio de la presente investiga-
ción. Lo que me interesa destacar es que parece cierto que en el futuro
próximo seguirán siendo las naciones Estado los sitios donde los proble-
mas relativos a la ciudadanía deberán resolverse. En efecto, parece inevi-
table que en el futuro previsible se siga considerando al Estado nacional
como la unidad política esencial y la arena más importante de la discu-
sión política, el mismo John Rawls en la Teoría de la justicia parte de
este supuesto y Will Kymlicka también comparte la misma opinión.274
Ciertamente, esta hipótesis sobre la futura presencia de los Estados
nacionales como la arena esencial sobre la definición de lo que debe ser
la ciudadanía, obedece a un proceso que tiene antecedentes históricos re-
motos. En efecto, cuando las sociedades políticas eran nómadas, éstas
podían mover sus instituciones políticas básicas de un lugar a otro con
relativa facilidad, como el Imperio Mongol. El lugar de la autoridad polí-
tica y del gobierno estaba donde el cuartel general del emperador se ubi-
caba. En cambio, como bien sostiene Gellner, las sociedades agrícolas
sedentarias se organizaron de diferente manera y sobre bases territoria-
les.275 Fue así como para los gobiernos,

273 Norberto Bobbio también comparte la idea de que no obstante que los Estados se
encuentra cada vez más interconectados, en el orden internacional todavía predomina una
estructura fragmentada que carece de una autoridad política común a los distintos Esta-
dos nacionales, véase Bobbio, Norberto, “Democracia y sistema internacional”, Revista
Internacional de Filosofía Política, México, 4, 1994, pp. 5-21.
274 Kymlicka, Will, “The Prospects for Citizenship: Domestic and Global”, en Cour-
chene, Thomas J., The Nation State in a Global/Information Era: Policy Challenges, Ca-
nadá, The Bell Canadá Papers on Economic and Public Policy-Queen’s University Press,
1996, pp. 315-325.
275 Gellner, E., op. cit., nota 82, pp. 22-63.
194 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

la rigidez territorial de las instituciones estatales y de las fronteras ha lle-


gado a ser indispensable para lidiar con la creciente movilidad interna de
la población. Ahora bien, esto no implica que las fronteras externas sean
necesariamente más estables que en periodos anteriores, tampoco significa
que ellas están destinadas a suprimir el movimiento internacional de per-
sonas y bienes.276

Sin embargo, no obstante que las naciones Estado contemporáneas si-


guen siendo unidades políticas rígidamente territorializadas, ahora se en-
cuentran confrontadas con un movimiento migratorio internacional que
escapa a su control político y que viene a ser el origen de la presencia de
algunas de las minorías etnoculturales que se encuentran en su interior.
En efecto, estos flujos migratorios deben obligar a los Estados a abando-
nar algunos elementos de su concepción clásica de la ciudadanía, me-
diante la incorporación de algunos nuevos elementos a esta noción, para
de esta manera permitir el acomodo en términos de justicia de las mino-
rías etnoculturales producto de la inmigración. No hacerlo nos llevaría a
enfrentarnos a lo que podría ser, en términos de David Held, una disfun-
ción más de la globalización, pues por un lado tendríamos el dominio
formal de la autoridad política de los Estados liberales y democráticos y,
por otro lado, tendríamos una de las formas mediante las que las estruc-
turas de poder internacional, regional y global condicionan las actuales
prácticas de los Estados nacionales, en este caso esa forma sería la movi-
lidad internacional de personas.277
Ahora bien, en virtud de que la ciudadanía seguirá “territorializada”
dentro de los Estados en el futuro próximo y de que es urgente acomodar
en términos de justicia a los millones de trabajadores extranjeros, busca-
dores de asilo e inmigrantes indocumentados que residen en esos Estados
nacionales, se hace indispensable pensar en una institución de ciudadanía
que nos permita integrar a esas minorías conforme a los dos principios
de la justicia. Pero sobre todo, se hace indispensable pensar que las re-
glas que posen los Estados nacionales para la asignación de la ciudada-
nía, satisfagan los dos principios normativos de la justicia de tal manera
que podamos expandir lo que la ciudadanía ha significado para esos gru-

276 Bauböck, Rainer, op. cit., nota 264, p. 17.


277 Held, David, La democracia y el orden global. Del Estado moderno al gobierno
cosmopolita, Barcelona, Paidós, 1995, pp. 125-175.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 195

pos. Es síntesis, si en el futuro próximo continuarán siendo los Estados


nacionales los que determinen quienes serán sus ciudadanos, me parece
entonces indispensable que se considere a la ciudadanía como un meca-
nismo institucional para el acomodo de las minorías generadas por la in-
migración en términos de justicia. Esto sólo será posible si pensamos a
la ciudadanía y a sus reglas de asignación conforme a los dos principios
de la justicia. En términos de justicia, es claro que los Estados liberales
deben considerar seriamente la posibilidad de que los derechos y privile-
gios alguna vez reservados para los ciudadanos sean codificados y otor-
gados a las minorías etnoculturales que se han formado como consecuen-
cia del fenómeno migratorio internacional.
Aplicar los dos principios normativos de la justicia a la ciudadanía y a
sus reglas de asignación para el acomodo de los inmigrantes que hemos
examinado en este capítulo nos ayudaría, además, a resolver una grave
paradoja: que mientras la fuente de legitimidad de los derechos básicos
está cada vez más localizada en un orden internacional y pluriestatal, la
ciudadanía continúa siendo organizada diferencialmente, Estado por
Estado; dicho de otra manera, mientras los derechos y los reclamos que
sobre ellos se hacen son cada vez más universales y abstractos, todavía la
identidad ciudadana quiere seguir siendo concebida como particular y
sujeta a características nacionales, étnicas o regionales determinadas por
los Estados nacionales.278 Aplicar los principios de la justicia a la ciuda-
danía y a sus reglas de asignación nos ayudaría a resolver tal paradoja
entre lo universal y lo estatal o, si se quiere, entre lo abstracto y lo par-
ticular, por la sencilla razón de que estaríamos aplicando principios ge-
nerales y universales (los de la justicia) a una institución particular (la
ciudadanía y sus reglas de asignación) para el acomodo de minorías et-
noculturales en términos de justicia.
Creo importante señalar que mi acercamiento no necesita adoptar una
perspectiva radicalmente cosmopolita, para la cual un Estado global sea
el último objetivo, ya que en un Estado cosmopolita, la membresía per-
dería su cualidad distintiva pues todos llegarían a ser miembros de una
única sociedad universal y, en consecuencia, ninguno se podría identifi-
car a sí mismo como miembro de una entidad distinta.279 En efecto, aun-
que que tengamos que adoptar algún tipo de cosmopolitismo para aco-

278 Yosemin Nuhoglu Soysal, op. cit., nota 233, pp. 1-12.
279 Bauböck, Rainer, op. cit., nota 264, pp. VIII-IX.
196 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

modar la diversidad etnocultural, éste tiene que pasar por el reconoci-


miento de que en el futuro próximo los Estados nacionales y sus límites
territoriales seguirán siendo las unidades políticas que deberán mediar o
negociar con las minorías etnoculturales los términos justos de su aco-
modo institucional.

V. UNA CIUDADANÍA INCLUYENTE280

Para plantear los términos de una ciudadanía que nos permita incluir
en condiciones de justicia a los trabajadores extranjeros, a los buscadores
de asilo, a los trabajadores indocumentados y a todos aquellos inmigran-
tes a los que les ha sido negada la ciudadanía después de un periodo lar-
go de residencia, creo que se hace indispensable examinar conforme a
los dos principios normativos de la justicia y aunque sea de manera bre-
ve, los modelos de la ciudadanía que normalmente son utilizados por los
Estados nacionales, para así contrastarlos con el que propongo.
Podemos decir que el estatuto legal de la ciudadanía puede ser defini-
do a través de tres diferentes concepciones: una nacional, una republica-
na y la nuestra, que llamaré incluyente. Según Bauböck, en la concep-
ción nacional o nacionalista, “la sociedad humana a ser incluida en la
ciudadanía tiene su propia vida cultural de manera independiente al Esta-

280 Aunque en algunas de las líneas centrales que desarrollo en el presente apartado
sigo a Baubauck, esta sección también se ha nutrido de un seminario que sobre teoría de la
ciudadanía tomé entre agosto y diciembre de 2002 en Queen’s University bajo la supervi-
sión de la profesora Abigail B. Bakan, a sugerencia del profesor Will Kymlicka. Entre las
numerosas lecturas que alimentaron el seminario y esta sección, puedo mencionar:
Kymlicka, Will y Norman, Wayne, Citizenship in Diverse Societies, Gran Bretaña,
Oxford University Press; Taylor, Charles, “Democratic Exclusion (and its Remedies?)”,
en Cairns, Alan et al., Citizenship, Diversity and Pluralism, Montreal-Kingston,
McGill-Queen’s University Press, pp. 265-287; Cairns, Alan, “Empire, Globalization and
the Fall and Rise of Diversity”, en Cairns, Alan et al., op. cit., supra, pp. 23-51; Adam,
Heribert, “The Purchased Revolution”, en Cairns, Alan et al., op. cit., supra, pp.
231-246; Callan, Eamonn, “Discrimination and Religious Schooling”, en Kymlicka, Will
y Norman, Wayne, Citizenship in Diverse Societies, op. cit., supra, pp. 45-67; Leary,
Virginia, Citizenship, Human Rights and Diversity, Cairns, Alan et al., op. cit., supra, pp.
247-264; Smith, Lynn, “Is Citizenship a Gender Concept”, en Kymlicka, Will y Norman,
Wayne, op. cit., supra, pp. 137-162; Bhabha, Jacqueline, “Embodied Rights: Gender Per-
secution, State Sovereignty and Refugees”, en Yuval Davis, Nira y Werbner, Pnina
(eds.), Women, Citizenship and Difference, pp. 178-191.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 197

do en el cual está organizada”,281 pues existe una comunidad cultural, de


lenguaje, religión o descendencia común en el imaginario colectivo,282 o
bien una experiencia histórica compartida. Normalmente, esta cultura
constituirá una cultura dominante dentro del propio Estado y que será
impuesta como hegemónica a las culturas minoritarias. De esta forma, la
ciudadanía se considera como

accesible a todos aquellos que reclamen la membresía en semejante cultu-


ra nacional dominante, independientemente de dónde vivan y del Estado
en el que se encuentren. Mas aún, en este tipo de modelo las reglas de
transmisión de la ciudadanía a través de las generaciones generalmente re-
flejan un ideal de la auto-reproducción de la membresía nacional, en la
que se considera al principio de descendencia (ius sanguinis) como la me-
jor aproximación.283

Aunque el principio territorial (ius soli) también ocupa un lugar im-


portante. Así las cosas, la concepción nacionalista da lugar a la creación
de la interpretación según la cual la afinidad cultural e histórica se puede
sintetizar en una homogénea identidad nacional, de tal manera que el
Estado como entidad política tendrá que adoptar y promover esa cultura
nacional dominante; en ocasiones este modelo uninacional puede reque-
rir, según el lugar donde se reproduzca, de una raza o de una religión
predominantes. Ahora bien, donde la cultura nacional, la descendencia
étnica, la religión o la raza, marcan las fronteras de la sociedad receptora
y los límites de la ciudadanía, los inmigrantes serán preseleccionados,
para efectos de adquirir la ciudadanía, con base en estos criterios, motivo
por el cual permanecerán excluidos o internamente segregados; asimis-
mo, donde una lengua nacional o las tradiciones culturales compartidas
sean invocadas, los inmigrantes serán requeridos para asimilarse con el
propósito de calificar como ciudadanos plenos, lo que implicará para las
minorías etnoculturales un amplio costo en términos del respeto a sus de-
rechos diferenciados. Como se podrá observar, este modelo, al fomentar

281 Rundell, John y Bauböck, Rainer (eds.), op. cit., nota 270, p. 33.
282 Sobre esta idea de una comunidad imaginada como base la identidad nacional, ya
hemos comentado que Anderson tienen una poderosa influencia en la literatura angloa-
mericana, véase, Anderson, B., Imaged Communities: Reflections on the Origin and
Spread of Nationalism, Londres, New Left Books, 1983.
283 Rundell, John y Bauböck, Rainer (eds.), op. cit., nota 270, p. 33.
198 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

una sola identidad nacional basada en una cultura única, implicará el


desconocimiento de las identidades nacionales y culturales de los inmi-
grantes, por lo que no dará satisfacción a los dos principios de la justicia.
En efecto, por lo que respecta al primer principio, como señalaba desde
el capítulo segundo, la existencia de la base cultural de las minorías es
indispensable para que éstas puedan ejercer en igualdad de condiciones
los derechos y las libertades básicas a que se refiere ese principio. Si la
cultura de los inmigrantes no es respetada, valorada socialmente y al fin
reconocida como parte de la cultura del Estado nación, es muy difícil
que éstos puedan hacer elecciones significativas, es decir, se hace muy
difícil determinar qué es lo realmente valioso para un individuo y, sin la
posibilidad de hacer elecciones significativas, no se puede ser libre, en
consecuencia, no se pueden ejercer los derechos y las libertades básicas
que debería ofrecer un Estado liberal. Por ejemplo, ¿cómo podría un in-
migrante mexicano en los Estados Unidos, que habla deficientemente el
inglés, reclamar ante los tribunales el respeto de sus libertades y dere-
chos básicos, si el tribunal no le da la posibilidad de comparecer y defen-
derse en idioma español? Ciertamente esa persona no podría gozar de
tales derechos y libertades básicos, por carecer del mínimo contexto cul-
tural para desenvolverse.
Desafortunadamente la tradición liberal ha favorecido frecuentemente
esta concepción nacional de la ciudadanía, pues ha sido común que los
liberales (como ya dije en el segundo capítulo) privilegien aquellas posi-
ciones que favorecen la creación de un marco uninacional estatal como
única referencia a la sociedad política, desconociendo cualquier posibili-
dad para crear una nación multicultural y pasando por alto las identida-
des culturales de las minorías nacionales y etnoculturales. Entre los par-
tidarios de este modelo nacional tenemos por ejemplo el viejo caso de
John Stuart Mill284 y, recientemente destaca (aunque nunca tan importan-
te como Mill), Samuel Huntington, quien se ha convertido en uno de los
ideólogos más recalcitrantes de este modelo en un país que, como los Es-
tados Unidos, tiene millones de personas a las que no le son respetados
sus libertades y derechos básicos por la sencilla razón de que, sistemáti-

284 Mill, John Stuart, Considerations on Representative Government, en Utilitaria-


nism, Liberty, Representative Government, Williams, Geraint y Everyman, J. M. Dent,
(eds.), Londres, 1993, pp. 391-428. Hay varias traducciones al español, por ejemplo:
Consideraciones sobre el gobierno representativo, Madrid, Alianza, 2001.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 199

camente, se les niega la posibilidad de ser ciudadanos; veamos los que


dice este furibundo autor contra la inmigración mexicana:

La continuidad de los elevados niveles de inmigración mexicana e hispana


en general unida a las bajas tasas de asimilación de dichos inmigrantes a la
sociedad y a la cultura americanas podrían acabar por transformar Estados
Unidos en un país de dos lenguas, dos culturas y dos pueblos. Pero no só-
lo transformaría Estados Unidos. También acarrearía profundas conse-
cuencias para los hispanos, que estarían en Estados Unidos pero no serían
de Estados Unidos. Lionel Sosa termina su libro The Americano Dream
(una obra llena de consejos para los hispanos que aspiren a hacerse em-
presarios) con las palabras siguientes: “¿El sueño americano? Existe, es
realista y cualquiera de nosotros puede compartirlo”. No es cierto. No
existe tal sueño americano (Americano Dream). Sólo hay un único sueño
americano (American Dream), creado por una sociedad angloprotestante.
Los mexicoamericanos compartirán ese sueño y esa sociedad sólo si sue-
ñan en inglés.285

Como se puede observar en las líneas anteriores, los llamados de Hun-


tington a la asimilación de los hispanos a una única cultura parece más
un grito de alarma que el argumento racional de un autor que se dice li-
beral. En todo su alegato, no aparece ningún llamado a principios norma-
tivos, sólo simples apelaciones a esa única y ficticia nación angloprotes-
tante (en la actualidad la iglesia más grande de ese país es la iglesia
católica) que sólo él y sus ingenuos seguidores quieren seguir defendien-
do, no obstante que ello implique la violación de las más elementales li-
bertades y derechos básicos de millones de personas y la puesta en entre-
dicho de su democracia. A autores “liberales” como Huntington les haría
mucho bien salir intelectualmente de su provincialismo nacionalista y
pensar más con base en principios normativos y generales.
En contraste con la concepción nacionalista de la ciudadanía, la con-
cepción republicana hace referencia esencialmente “a la sociedad políti-
ca que toma prioridad sobre otro tipo de afiliaciones como pudieran ser
las afiliaciones étnicas, religiosas” o sobre cualquier tipo de vínculos
culturales. Esta concepción “alienta las virtudes patrióticas y cívicas, a la
vez que activa la participación política, por lo que la ciudadanía es consi-
derada entonces más como una práctica de tomar parte en los asuntos pú-

285 Huntington, Samuel P, “El desafío hispano”, Letras Libres, abril de 2004, p. 20.
200 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

blicos del Estado, que como un estatuto legal”.286 Uno de los problemas
de la concepción republicana es que privilegia los derechos y las liberta-
des políticas sobre cualquier otro tipo de libertades, con lo que no se da
entera satisfacción al primer principio de la justicia, pues sólo le intere-
san algunos derechos y libertades básicas, no todos. Así, esta concepción
no otorgaría mayor relevancia para efectos de la ciudadanía, por ejem-
plo, a la residencia de una persona dentro la sociedad política de que se
trate (como es el caso de los trabajadores extranjeros, de los buscadores
de asilo o de los inmigrantes indocumentados), en cambio consideraría
plenamente ciudadanos a aquellas personas que participan o han partici-
pado activamente en la política del Estado. La concepción republicana
tampoco es una concepción adecuada para valorar las diferentes culturas
que pudiesen convivir al interior de un Estado nacional, por el contrario,
trata en todo momento de superar cualquier identidad cultural, étnica o
religiosa para el reconocimiento de la ciudadanía; en otras palabras, para
esta concepción cualquier cultura es irrelevante (mientras que para la
concepción nacionalista, sólo una cultura es relevante).
Ahora bien, el negar valor a la cultura como en el caso anterior, aten-
taría contra la satisfacción del primer principio de la justicia, ya que la
cultura proporciona el contexto para que el individuo pueda realizar elec-
ciones significativas y de esta manera, pueda ejercer sus libertades bási-
cas. Asimismo, para este modelo es también irrelevante una distribución
igualitaria de los bienes socioeconómicos, con lo que no se da satisfac-
ción a la primera parte del segundo principio de la justicia. Peor aún, la
concepción republicana ha tendido con frecuencia a ser elitista; por
ejemplo, en el mundo antiguo y en la etapa temprana de la modernidad,
las ciudades Estado asumieron concepciones republicanas de la ciudada-
nía que generalmente combinaban un elemento republicano con otro eli-
tista (como podía ser la propiedad) para definir a la sociedad política.
Así, la concepción republicano-elitista sólo reconocía como ciudadanos
a aquellos que estaban calificados, es decir, que tenían propiedad y esta-
ban dispuestos a participar activamente en la política, excluyendo de la
ciudadanía a los esclavos, a las clases trabajadoras, a las mujeres y cual-
quier minoría etnocultural. Desde luego, una concepción de esta natura-
leza es poco afecta a la igualdad de oportunidades para acceder a los
puestos públicos del Estado.

286 Rundell, John y Bauböck, Rainer (eds.), op. cit., nota 271, p. 33.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 201

A diferencia de las dos concepciones anteriores, la que llamaré con-


cepción incluyente de la ciudadanía es más flexible, ya que reconoce la
posibilidad de otorgar la ciudadanía a la población que está sujeta por un
periodo constante de tiempo al poder de un Estado. De esta manera, esta-
rían en posibilidad de adquirir la ciudadanía todos aquellos inmigrantes,
indocumentados o no, que acrediten una residencia mínima en el Estado
receptor que haga presuponer su deseo de permanecer en él, así como ha-
ber iniciado su proceso de integración a la sociedad receptora. A diferen-
cia de las dos concepciones anteriores que son más amables para los in-
tegrantes de la sociedad dominante, esta concepción es la única que
permitiría acomodar a aquellas minorías etnoculturales que han sido ge-
neradas por la inmigración irregular.
En efecto, ya que la organización de los Estados modernos está sus-
tentada en las fronteras internas que normalmente están bien delimitadas,
una ciudadanía así concebida es casi idéntica con la población residente
en el Estado, siendo en consecuencia el único de los tres modelos que
permitiría incluir a los trabajadores extranjeros, a los buscadores de asilo
y a los inmigrantes indocumentados.287 Semejante modelo daría cumpli-
miento a los dos principios de la justicia, ya que si en las condiciones ac-
tuales la ciudadanía se ha transformado en un presupuesto jurídico para
el disfrute de los derechos y las libertades básicas, sólo un concepción
que reconozca esa ciudadanía a todos los que residen permanentemente
en el territorio de un Estado, desde luego, incluyendo a aquellos inmi-
grantes irregulares que han acreditado un tiempo mínimo de residencia;
sería la forma más aproximada para que éstas minorías gozaran de un
justo esquema de derechos y libertades en igualdad de condiciones a los
integrantes de la sociedad dominante. Igualmente, el reconocimiento de
la ciudadanía para estos grupos les permitiría acceder a los beneficios so-
cioeconómicos y a los puestos públicos del Estado, en mejores condicio-
nes de igualdad frente a los integrantes de la sociedad dominante.
Ahora bien, como se podrá apreciar, las tres concepciones de la ciuda-
danía tienen diferentes implicaciones y respuestas para resolver la ten-
sión existente entre la rigidez territorial del sistema estatal y la movilidad
territorial de los grupos etnoculturales. La posición nacionalista “siempre
lleva implícito un reclamo territorial, donde la colectividad podrá plena-
mente ejercitar su soberanía política”, al tiempo que reconoce la regla

287 Idem.
202 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

del ius sanguinis como esencial para el reconocimiento de la ciudadanía.


En la posición nacionalista, también puede suceder que la colectividad
nacional se extienda más allá de sus fronteras presentes o supuestas, a
través de la inclusión dentro de su comunidad nacional, de poblaciones
que viven en exilio en otros territorios nacionales. De esta manera, “es
claro que una concepción nacionalista introducirá una fuerte distinción
entre diferentes categorías de ciudadanos: en un extremo estarán aquellos
que demandan una membresía en la comunidad nacional y que disfrutan
de un derecho moral para ser admitidos tanto en el territorio, como en la
ciudadanía de su nación”;288 en el otro extremo estarían los extranjeros y
todos los grupos etnoculturales que se hubiesen incorporado tardíamente
a la cultura nacional dominante, hubiesen llegado posteriormente al terri-
torio del Estado o no posean los vínculos de ius sanguinis, todos los cua-
les sólo podrían ser admitidos sobre una base temporal y con fines limi-
tados, pero nunca aceptados como miembros plenos.
Como dijimos arriba, las concepciones nacionalistas de la ciudadanía
también atribuyen una “cuasimembresía” para todos aquellos que de al-
guna manera son parte de la amplia colectividad nacional o de la cultura
dominante, la cual puede ser transformada en un estatuto legal cuando la
necesidad lo requiera. Semejante concepción permite “organizar e instru-
mentalizar el exilio con base en propósitos nacionales”,289 como cuando
se les permite votar a los nacionales en el extranjero e inclusive influir
en la política nacional a distancia.290 Es decir, en una concepción nacio-
nalista, la migración internacional crea comunidades que se extienden
más allá de las fronteras territoriales y de la ciudadanía.291
En cambio, las concepciones republicanas de la ciudadanía general-
mente “son más abiertas en lo interno para la naturalización” de lo que
pueden ser las nacionalistas, pues estas últimas tienden a rechazar a
aquellos que no comparten la cultura dominante. Asimismo, en las con-
cepciones republicanas el deseo y la capacidad para contribuir al bien
común de la sociedad política son normalmente recompensados mediante
el reconocimiento de la ciudadanía a aquellos inmigrantes que han reali-

288 Ibidem, p. 34.


289 Idem.
290 “The View from Afar. Emigration also Affects those Left Behind. The Longest
Journey. A Survey of Migration”, The Economist, 2 de noviembre de 2002.
291 Rundell, John y Bauböck, Rainer (eds.), op. cit., nota 270, p. 34.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 203

zado ciertos esfuerzos para integrarse. De esta manera, las concepciones


republicanas permiten a los individuos atravesar algunas barreras que se-
paran a los ciudadanos de los residentes extranjeros y de los inmigrantes.
En este sentido, semejante modelo para el reconocimiento de la ciudada-
nía es, en consecuencia, más benévolo para acomodar en términos de
justicia a los inmigrantes. Sin embargo, el problema con el modelo repu-
blicano es que como prerrequisito para otorgar la ciudadanía a aquellos
que hubiesen demostrado haberse integrado a la sociedad política, siem-
pre exige la estancia “legal” en el territorio del Estado, pues “los republi-
canos son generalmente hostiles a la transmisión de la ciudadanía a las
generaciones que han nacido fuera del país y que no han sido educados
como ciudadanos”,292 pues en su opinión tales personas, al no haber par-
ticipado en la vida pública del Estado, no tienen derecho a afectar con
sus decisiones a los ciudadanos del Estado.
A diferencia de las dos anteriores, una concepción incluyente de la
ciudadanía será nuevamente la más abierta para resolver la tensión exis-
tente entre la rigidez estatal y la movilidad territorial de los inmigrantes
irregulares, “ya que soportará tanto el umbral más bajo para atravesar los
límites de la ciudadanía, como la desaparición de tales límites”. En efec-
to, “este modelo obviamente favorecerá la transmisión de la ciudadanía a
través del ius soli para los hijos de inmigrantes que hayan nacido en el
territorio del Estado, en segunda o tercera generaciones. Asimismo, para
los inmigrantes de la primera generación, adquirir la ciudadanía depen-
derá de un periodo de residencia más que de la asimilación”, periodo en
el cual deberán aprender la lengua dominante y adquirir rasgos esencia-
les de la cultural nacional del Estado receptor. No obstante lo anterior,
todavía en este modelo la “naturalización deberá implicar un acto de li-
bre voluntad (documentada normalmente por una aplicación individual),
más que ser otorgada automáticamente por el Estado receptor”.293 El
principio de residencia permite que la separación entre ciudadanos y to-
dos aquellos grupos de inmigrantes que han sido objeto de la exclusión
diferencial y que han sido considerados por largo tiempo como extranje-
ros sea, si no suprimida, cuando menos debilitada a través de la exten-
sión de los derechos que habían sido prerrogativas de la ciudadanía for-

292 Ibidem, p. 34.


293 Ibidem, p. 35.
204 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

mal a esas minorías etnoculturales que todavía no se han naturalizado y


que acrediten el tiempo de residencia que exija el Estado receptor. De es-
ta forma, la diferencia entre ciudadanos y residentes extranjeros será re-
ducida a aquel conjunto de derechos (por ejemplo el derecho de voto) a
través de los cuales todavía se pueda distinguir a la sociedad política en
la cual ya podrán estar incluidos los inmigrantes residentes, de aquel gru-
po de extranjeros más amplio que no podrá llegar a adquirir la ciudada-
nía, como son los turistas, los diplomáticos acreditados, los residentes
esporádicos, los hombres de negocios o los estudiantes extranjeros.
Es importante señalar que el principio de residencia contenido en
nuestro modelo inclusivo opera en estos casos como un corrector del
principio territorial, de ahí su importancia para el acomodo de los inmi-
grantes irregulares en términos de justicia.
En efecto, para la determinación de cualquier ciudadanía tendremos
siempre que obtener reglas y la regla más simple, como puede ser el
principio territorial sencillo que dispone que “se podrá convertir en ciu-
dadanos a todos los que vivan en un territorio y privar de la ciudadanía a
todos los que salgan del territorio”, sería una regla que no daría satisfac-
ción a los principios normativos de la justicia. Por ejemplo, si una perso-
na saliera del territorio de su Estado y por esa sola razón se le privara de
sus derechos políticos, ello cuando menos implicaría la imposibilidad
de votar y ser votado, con lo que no se estaría dando cumplimiento al pri-
mer principio de la justicia en el sentido de que todos deben gozar de to-
dos los derechos y las libertades básicas; asimismo, al no ser votado, no
podría competir en igualdad de condiciones para acceder a los puestos
públicos, lo que tampoco daría satisfacción al principio de igualdad, ra-
dicado en la segunda parte del segundo principio de la justicia. Lo ante-
rior es así debido a que no obstante que la “soberanía da a los Estados el
derecho a usar de manera exclusiva los recursos naturales que se encuen-
tren en el territorio, la gente no está sujeta al territorio de esta mane-
ra”.294 El pueblo se puede mover a través del territorio y atravesar inclu-
sive sus fronteras, por lo que determinar la ciudadanía sólo a través de un
principio territorial sería no únicamente injusto conforme a los dos prin-
cipios normativos, sino que también haría muy inestable la relación entre
los individuos y los Estados.

294 Bauböck, Rainer, op. cit., nota 264, p. 31.


INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 205

Asimismo, un principio territorial sencillo “sería también problemáti-


co desde la perspectiva de la ciudadanía individual. Esto es así debido a
que los derechos sustantivos de ciudadanía corresponden a intereses y
necesidades sustantivas, sin embargo la gente no puede mover todos sus
intereses fundamentales en el espacio, de la misma manera que mueve
sus cuerpos”,295 es por ello que una vez que los inmigrantes se establecen
en el Estado receptor y comienzan a echar raíces en él, normalmente les
será muy difícil volver a mover todos sus intereses (trabajo, escuela, fa-
milia, etcétera). En efecto, “los movimientos territoriales de la gente y
los cambios territoriales de sus intereses, solamente pueden estar com-
pletamente sincronizados en las sociedades nómadas. En las sociedades
modernas, la movilidad territorial implica movimiento en el espacio y en
el tiempo, entre locaciones relativamente estables y largos periodos de
residencia”, pues las identidades y los intereses básicos de las personas
no se mueven a través de las fronteras nacionales, ya que se encuentran
relacionadas “de manera importante a sus redes sociales y culturales, las
cuales permanecen fijas en sus lugares de origen y/o en los Estados re-
ceptores”.296 Para efectos de nuestro examen normativo, lo anterior es
particularmente claro con el derecho básico para adquirir propiedad a
que se refiere el primer principio de la justicia, pues un Estado en el que
un individuo perdiera todos los derechos que tiene sobre su propiedad
por el sólo hecho de salir temporalmente del territorio del Estado no es-
taría dando satisfacción al primer principio de la justicia.
Puestas así las cosas, se puede apreciar cómo un principio territorial
sencillo no nos ayudaría a resolver el problema que enfrentamos. En
consecuencia, un modelo como el que proponemos dentro de una estruc-
tura territorial de la ciudadanía, tal y como está determinada actualmen-
te, tendría que tomar en cuenta que “la relación entre el Estado-nación y
la población puede ser estabilizada a través de dos criterios: nacimiento en
el territorio y residencia permanente”.297 La primera regla que es la muy
conocida regla del ius soli, produce un ciudadano de toda la vida, opera
siempre que se haya nacido en el país y para la mayoría de la población
del Estado. Desde luego, esta regla da satisfacción a los dos principios de

295 Ibidem, p. 32.


296 Idem.
297 Idem.
206 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

la justicia para la población que compone la sociedad dominante. La se-


gunda regla, en cambio, reconocerá como ciudadano a todo aquel que se
ha establecido para vivir en el territorio del Estado o hubiese vivido ahí
por un cierto tiempo y aplicaría principalmente para los inmigrantes; só-
lo de esta manera se estaría en posibilidades de acomodar en términos de
justicia a los trabajadores extranjeros que se quedan en el territorio del
Estado más allá de lo que establecen sus permisos temporales de residen-
cia, a los buscadores de asilo y a los inmigrantes indocumentados no
temporales. Mientras la primera regla deriva la ciudadanía desde el inicio
de la vida de la persona y está así orientada hacia el pasado, la segunda
regla puede ser vista como orientada hacia el futuro e implica un acto de
voluntad de aquellas personas que han decidido trasladarse a un país re-
ceptor en el que deciden establecerse.298
No está de más insistir: sólo una regla que reconozca la residencia
permanente como generada de derechos para la adquisición de la ciuda-
danía podrá dar cumplimiento a los dos principios de la justicia. Aplican-
do estos dos principios normativos a la regla de residencia, tales princi-
pios podrían quedar de la siguiente manera. Primer principio: todos los
que residen permanentemente en el territorio de un Estado deben gozar
de un esquema justo de derechos y libertades básicas. Segundo principio:
todos los que residen permanentemente en el territorio de un Estado deben
gozar de los beneficios socioeconómicos de la misma o, de otra manera,
las desigualdades socioeconómicas sólo pueden ser toleradas cuando son
en beneficio de todos los que radican permanentemente en el territorio
del Estado; finalmente, todos los que acrediten un periodo de residencia
mínimo en el territorio de un Estado deben tener el derecho de acceder,
en igualdad de condiciones, a los puestos públicos. Ésta sería la manera
más aproximada de acomodar en términos de justicia a los inmigrantes
irregulares, que lo único que poseen ciertamente es una residencia, y no
como quieren los modelos nacional o republicano, que les exigen una
pertenencia a una cultura dominante, a la que apenas se están integrando,
o una serie de ejercicios políticos que no han podido realizar por haber
sido marginados.
Por lo que respecta a la regla de ius soli, ésta determinará la ciudada-
nía nominal de una manera inequívoca para los integrantes de la socie-

298 Idem.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 207

dad dominante, debido a que el lugar de nacimiento de cada uno se en-


cuentra en un Estado y sólo en uno. Ciertamente, la gran simplicidad de
esta regla la hace inflexible, pero no necesitamos más para los integran-
tes de la sociedad dominante. En cambio, no obstante que el principio de
residencia o ius domicili es una regla más flexible para la asignación de la
ciudadanía, hay que tener presente que puede provocar algunas anoma-
lías. Por ejemplo, los menores de edad

...que se encuentren debajo de la edad correspondiente para el criterio de


residencia y, todas las personas que no han permanecido el tiempo sufi-
ciente en un país para convertirse en ciudadanos, permanecerían sin ciuda-
danía si esta regla fuera estrictamente aplicada a ellas. Asimismo, aparte
de producir algunas personas sin ciudadanía, el ius domicili también puede
producir ciudadanías múltiples. En efecto, si el criterio de residencia es
usado sólo como una regla para adquirir pero no para perder la ciudada-
nía, nos llevaría a una acumulación potencial de ciudadanías sólo por el
hecho de permanecer en un país el tiempo prescrito como tiempo de resi-
dencia, para luego moverse hacia otro país.299

En efecto, múltiples ciudadanías o personas sin Estado pueden resultar


si los criterios de admisión y expatriación no son exactamente simétricos.
De esta forma el Estado A puede otorgar la ciudadanía a un inmigrante
después de diez años de residencia, mientras el Estado B, es decir, el
Estado de su ciudadanía previa, todavía puede considerar a esa persona
como un ciudadano que vive en el extranjero o, alternativamente puede
expatriarlo después de cinco años de vivir fuera.300 Al respecto, podemos
decir que no hay una manera natural de determinar el umbral de lo que
debe entenderse por residencia permanente, ni tampoco una autoridad
que pueda pasar por alto la soberanía de los Estados como para imponer
semejante criterio. No obstante los anomalías que pueda provocar el ius
domicili o principio de la residencia, me parece aún la regla más adecua-
da para conceder la ciudadanía a los inmigrantes irregulares conforme a
los dos principios de la justicia.
Así las cosas, un modelo incluyente que combina las dos reglas “pue-
de aliviar los problemas que resultan de una exclusiva aplicación ya se

299 Ibidem, p. 33.


300 Ibidem, pp. 33 y 34.
208 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

del ius soli o del ius domicili”.301 Como sólo el ius soli cumple con el
criterio básico de producir un orden nominal completo, debe seguir sien-
do considerado como una regla esencial para la asignación de la ciudada-
nía para los individuos integrantes de la sociedad dominante. En cambio,
el ius domicili puede ser usado para corregir la asignación en términos de
justicia de la ciudadanía hecha por el ius soli, cuando hay una permanen-
te discrepancia entre el lugar de nacimiento y el país de residencia, como
es el caso de todos los inmigrantes que han sido objeto de la exclusión
diferencial y que residen por largo tiempo en el Estado receptor.
De esta manera y conforme a los principios de la justicia, la regla
maestra de la ciudadanía debe ser siempre una de transmisión automáti-
ca de la ciudadanía de una generación a la siguiente, es decir, determina-
da por el nacimiento para los integrantes de la sociedad dominante y para
los hijos de los inmigrantes que nazcan en el territorio del Estado recep-
tor. Una regla de modificación podría ser el principio de residencia que
normara lo que podríamos llamar admisión secundaria, es decir, un cam-
bio de la ciudadanía (incluida la admisión de personas sin Estado) para
aquellos inmigrantes irregulares que así lo requieran y que, además, hu-
biesen residido permanentemente en el Estado receptor.302 Sólo así este
tipo de inmigrantes podrían adquirir la ciudadanía correspondiente y en
consecuencia, gozar de las libertades y de la igualdad consagrados en los
dos principios de la justicia.
Como ya decía, la combinación del ius soli y del ius domicili no nece-
sariamente excluye completamente las irregularidades consistentes en la
existencia de las personas sin ciudadanía o de ciudadanía múltiple, sin
embargo, reducirá de manera importante los problemas que surgen de la
grave situación en la que se encuentran muchos de los trabajadores indo-
cumentados y refugiados, pues al poder acreditar éstos una residencia sufi-
ciente en el país receptor, bien pueden ser reconocidos como ciudadanos.
Desde luego, hay que reconocer que al no existir un criterio definitivo
para todos los Estados sobre lo que deben entender por residencia per-
manente, los Estados receptores pueden fácilmente manipular los permi-
sos de residencia de tal manera que no se permita a los inmigrantes per-

301 Ibidem, p. 34.


302 Idem.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 209

manecer el tiempo suficiente para llegar a ser ciudadanos, lo cual podría


ser motivo de fundadas injusticias.303
Asimismo, el ius domicili o principio de residencia funciona como
una regla correctora para el ius sanguinis o principio de descendencia
tan propio de los modelos nacionalistas. En efecto, mientras el principio
de residencia “implica una demanda por una ciudadanía inclusiva para
todos los que viven bajo un mismo gobierno, el principio de descenden-
cia puede ser manipulado para crear fronteras internas de la ciudadanía,
diferentes de aquellas que determina la soberanía territorial”.304 Cierta-
mente, una ciudadanía basada en la descendencia permite a los miembros
de la nación ser distinguidos con claridad de otros que viven dentro del
mismo Estado. No obstante lo anterior, aún en la interpretación más in-
clusiva, cuando la ciudadanía puede ser heredada de cualquiera de los
padres, “el ius sanguinis será siempre una regla muy exclusiva para el
acomodo de las minorías etnoculturales” y, desde luego, siempre impedi-
ría a éstas la adquisición de la ciudadanía y, en consecuencia el goce en
condiciones de igualdad de los derechos y las libertades básicas a que se
refiere el primer principio de la justicia y de la igualdad estipulada en el
segundo principio.
Como un correctivo al ius sanguinis, se puede emplear la regla de ad-
misión familiar que permite el acceso “con un poco de mayor flexibili-
dad, ya que cuando menos acepta a aquellos que aun cuando no son
miembros de la nación de origen, pueden llegar a serlo al integrarse a la
unidad reproductiva básica de la comunidad de descendencia”,305 es de-
cir, al integrarse a la familia; semejante integración normalmente tiene
lugar a través del matrimonio. Sin embargo, para la integración de los in-
migrantes, éste es un correctivo mucho menos eficaz de lo que es la regla
de residencia para el ius sanguinis, ya que sólo unos pocos inmigrantes
irregulares están en condiciones de contraer matrimonio con alguna per-
sona de la sociedad dominante, en virtud de lo cual un número sustantivo
de ellos permanecerían excluidas de la ciudadanía.
Los efectos de exclusión del ius sanguinis son desde luego el princi-
pal objetivo de nuestra crítica, pues el ius sanguinis “opera simétrica-

303 Idem.
304 Ibidem, p. 42.
305 Ibidem, p. 44.
210 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

mente en la reproducción tanto de los que son miembros, como de los


que no lo son. Cualquiera que nazca de padres que no son ciudadanos
heredará este estatus”.306 Es esta transferencia intergeneracional de la no
membresía lo que hace del ius sanguinis una regla estricta, incompatible
con los Estados democráticos y los principios normativos de la justicia,
ya que conforme a esta regla sólo quienes puedan cumplir con el derecho
de sangre podrían ejercer en igualdad de condiciones los derechos y las
libertades básicas a que se refiere el primer principio de la justicia y ac-
ceder a los beneficios socioeconómicos y a los cargos del Estado en
igualdad de condiciones, como lo dispone el segundo principios de la
justicia.
Asimismo, el ius sanguinis es tremendamente injusto con las subse-
cuentes generaciones de inmigrantes, ya que aunque es frecuente que la
primera generación de inmigrantes no está interesada en adquirir la ciu-
dadanía del país que los hospeda o bien están en posibilidades de com-
pensar esta carencia de ciudadanía en el Estado donde residen a través de
reorientar sus preferencias hacia sus países de origen, en cambio, los in-
tereses fundamentales de las generaciones subsecuentes que han nacido
en familias de inmigrantes irregulares o no, es decir, la segunda y poste-
riores generaciones, están mucho más interesados en mantenerse vincu-
lados al Estado donde han crecido.307 Privarlos de esta ciudadanía y for-
zarlos a adquirir la de sus padres sólo puede ser justificada desde un
punto de vista no liberal y no daría satisfacción a los dos principios de la
justicia.
No obstante mi crítica al ius sanguinis, es indudable que el principio de
la descendencia es esencial para determinar la ciudadanía de la mayor par-
te de la población de un Estado, de lo que he llamado la sociedad domi-
nante, por lo que conviene señalar las ventajas que tal principio puede te-
ner desde una perspectiva liberal y democrática. Al respecto, se puede
asegurar que “hay una ventaja esencial en la adopción de la ciudadanía
inherente en este principio: crea una membresía política que es indepen-
diente del ejercicio del poder político”;308 es decir, existe una asociación
de individuos identificados cultural y étnicamente con independencia del

306 Idem.
307 Idem.
308 Ibidem, p. 45.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 211

poder de un Estado. Igualmente, hay otra justificación todavía más im-


portante para los efectos de nuestro estudio: “mientras el principio de re-
sidencia soporta diferentes formas de la ciudadanía para los inmigrantes, el
principio de descendencia puede respaldar la ciudadanía emigrante”.309
En este sentido, su efecto es que aquellos que han dejado su país de ori-
gen, no pierdan automáticamente su ciudadanía original en virtud de pa-
sar a obedecer las leyes de un gobierno extranjero. De esta manera, con-
servan su derecho a regresar y reestablecerse como ciudadanos plenos en
su país de origen, en tanto no adquieran otra nacionalidad. El ius sangui-
nis, inclusive permite a aquellos que han nacido en el extranjero obtener
la ciudadanía del país de sus padres. En este sentido, todos aquellos que
obedezcan a un gobierno extranjero temporalmente por residir en el terri-
torio de su Estado no perderían por el ius sanguinis su ciudadanía y, en
consecuencia, podrían disfrutar en su país de origen de las libertades y los
derechos de igualdad a que se refieren los dos principios de la justicia.
Una vez que hemos llegado a este punto, aparece el problema de de-
terminar si un Estado puede expatriar a cualquiera de sus nacionales, por
el simple hecho de que hubiesen adquirido cualquier otra ciudadanía. Al
respecto, me parece importante señalar que en este caso debe considerar-
se al consentimiento de la persona como un elemento muy importante
para tal expatriación, pues en un Estado liberal parece que no pudiera ser
de otra manera.
Así las cosas, el principio del consentimiento puede ser manifestado
expresamente cuando el emigrante renuncia a su ciudadanía de origen, o
puede ser interpretado de la siguiente manera: naturalización en otro
Estado más un periodo largo de residencia en el extranjero pueden ser in-
terpretados prima facie como una evidencia tácita de que un emigrante
no está interesado más en conservar su ciudadanía de origen. En este su-
puesto, el Estado de origen no está ciertamente obligado a conservar la
membresía para aquellos que no lo necesitan o no la quieran más. Éste
puede ser un argumento suficiente para justificar la necesidad de pregun-
tar a los emigrantes que han sido naturalizados en el extranjero después
de algunos años de residencia fuera, si quieren renovar su antigua ciuda-
danía, así como para desnaturalizar a aquellos que tácita o expresamente
renieguen de esta oferta de renovación. Lo anterior me parece perfecta-

309 Ibidem, p. 48.


212 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

mente compatible con los dos principios de la justicia, pues desde el


punto de vista del país de origen, si se aceptara que un emigrante que ya
reside permanentemente en el extranjero y ha adquirido otra ciudadanía
y además manifiesta expresa o tácitamente que reniega de su anterior
ciudadanía, pero no obstante lo anterior aún pudiera conservar la ciuda-
danía de origen, ello significaría una situación de privilegio para ese
emigrante en relación con el resto de los integrantes de la sociedad polí-
tica del país de origen. En efecto, ese emigrante, sobre todo por lo que a
los derechos políticos se refiere, podría votar en dos Estados y acceder
a cargos de públicos en ambos, algo que todos los demás integrantes de
su país de origen no podrían realizar; también sería un factor de desi-
gualdad para con los integrantes de la sociedad dominante, si ese emi-
grante utilizara recursos económicos o de cualquier otra naturaleza, pro-
venientes del Estado donde reside para ganar en el otro, pues ello que
devendría en una competencia desigual. Lo anterior no daría satisfacción
al principio de igualdad contenido en los dos principios de la justicia.
Así las cosas y desde una perspectiva liberal, la ciudadanía a través del
principio de la descendencia puede proveer de un rationale para los de-
rechos de los inmigrantes, pero para que satisfaga los dos principios de
la justicia tiene que ser fuertemente modificada por elementos de resi-
dencia y consentimiento de las personas.310
En síntesis, puedo decir que el principio de residencia contrastado
contra los principios territorial (ius soli) y de descendencia (ius sangui-
nis) tiene la ventaja decisiva, para los inmigrantes irregulares, de que re-
duce las incongruencias potenciales entre la población sobre la cual se
ejerce correctamente una soberanía territorial y la colectividad de aque-
llos que formalmente son reconocidos como ciudadanos.311 En efecto, el
principio de residencia propio de la concepción incluyente de la ciudada-
nía nos provee de una adecuada estructura para acomodar en términos de
justicia a las minorías etnoculturales producto de la inmigración irregu-

310 Ibidem, pp. 48 y 49.


311 En efecto, la victoria final de los reyes como soberanos internos sentó las bases de
lo que posteriormente serían los territorios nacionales y consolidó a las servidumbres me-
dievales, en las cuales la relación de los individuos con las autoridades estatales fue media-
da a través del absolutismo. La justificación básica para la determinación del ius soli co-
mo una situación de sujeción es que el control del soberano sobre el territorio se extiende
a cualquier persona que hubiese nacido sobre tal territorio, véase Bauböck, Rainer, op.
cit., nota 264, pp. 35 y ss. También consúltese, Skinner, Quentin, op. cit., nota 86.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 213

lar, pues lo que llamaré norma de inclusión, sostiene el amplio punto de


vista de que los derechos ciudadanos deben ser distribuidos de manera
igual entre la población residente, independientemente de su estatuto de
ciudadanía anterior, dando con ello cumplimiento al primer principio de la
justicia postulado por Rawls, en el sentido de que todos deben de gozar
del máximo de derechos y libertades que sean compatibles con las liber-
tades de los otros; en este sentido, se entiende por todos no sólo los ciu-
dadanos sino toda la población con una residencia permanente en el
Estado nacional. De esta manera, el principio de residencia nos puede
proporcionar un rationale para el reconocimiento de la ciudadanía a
aquellos inmigrantes que carecen de ella, pero que residen de manera
permanente en un Estado receptor.312 Una aclaración importante en este
punto: cuando me refiero a la residencia como un criterio para recibir la
ciudadanía por parte de un Estado nacional, me refiero desde luego a lo
que llamaré la residencia real, es decir, el tiempo de residencia que un
inmigrante haya permanecido efectivamente dentro del territorio estatal,
con independencia de que el Estado correspondiente le haya permitido
tal residencia, pues de otra manera estarían desprotegidos no sólo los tra-
bajadores indocumentados sino también los trabajadores extranjeros y
los refugiados cuyo permiso para permanecer en el país ha expirado y que,
sin embargo, permanecen en él. Desde luego, no sobra decir que la resi-
dencia estará sujeta a que no contravengan los principios liberales bási-
cos y que la misma sea pacífica.
Desde mi punto de vista, la concepción incluyente de la ciudadanía
debe ser la piedra de toque para acomodar en términos de justicia a las
minorías etnoculturales producto de la inmigración irregular dentro del
Estado y sus instituciones nacionales. En efecto, las versiones nacional y
republicana deben ser rechazadas por dos razones empíricas y normati-
vas: empíricamente porque “descansan sobre una descripción irreal y mí-
tica de las fronteras societales en la época actual”, pues las sociedades
humanas han probado con creces su alta movilidad en el sistema interna-
cional de Estados. Normativamente porque, como he explicado, no da
satisfacción a los dos principios de la justicia o, en palabras de Rundell y
Bauböck “al excluir de la sociedad política y de los derechos de la ciuda-
danía a sectores importantes de su población residente, mismos que están

312 Bauböck, Rainer, op. cit., nota 264, pp. 32-38.


214 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

sujetos al poder político estatal, mina los fundamentos democráticos y li-


berales de los Estados nacionales”.313
No obstante las ventajas de este modelo y como ya he adelantado,
creo que una concepción liberal tendrá que agregar algo al principio de
residencia: “una norma voluntaria para aplicar por la naturalización, más
que una atribución automática de ésta después de cierto tiempo de resi-
dencia, la cual les deberá proporcionar a los inmigrantes la posibilidad
de elegir entre estatutos legales diferentes”.314 Este aspecto normativo y
consensual para el otorgamiento de la ciudadanía es lo que puede distin-
guir a un Estado liberal y democrático de uno que no lo es. Consideraré,
en consecuencia, a este principio consensual como una norma básica li-
beral de la ciudadanía.
En efecto, cuando Sidgwick identificaba los tres principios fundamenta-
les para determinar la ciudadanía, señalaba entre ellos al consentimiento.
Al respecto, decía “hay dos alternativas obvias, 1) nacimiento, y 2) con-
sentimiento. El primero se subdivide a su vez en dos, conforme al cual
nacimiento es entendido ya sea como «nacimiento de los padres miem-
bros o nacimiento dentro del territorio»”.315 Normalmente las legislacio-
nes estatales adoptan estos tres principios fundamentales o una variación
de los mismos para efectos de otorgar la ciudadanía: territorio, descen-
dencia y consentimiento. Los dos primeros “tienen en común que ambos
son mecanismos de atribución de la ciudadanía más que de elección”, ya
que el nacimiento y territorio, tanto como la descendencia de padres ciu-
dadanos, son entendidos de una manera objetiva e independiente del
consentimiento, para determinar la ciudadanía de una persona.316 En
cambio, el principio del consentimiento levanta cuestiones mucho más
fundamentales para el acomodo de las minorías dentro del Estado nacio-
nal. En primer lugar, es un principio que permite que la imagen de la so-
ciedad política organizada como Estado sea la de

una organización humana y social basada en derechos y obligaciones so-


bre los cuales cada uno de los miembros ha otorgado su consentimiento (o

313 Rundell, John y Bauböck, Rainer (eds.), op. cit., nota 270, p. 35.
314 Ibidem, p. 36.
315 Sidwick, Henry, “The Elements of Politics”, 2a. ed., Londres, Macmillan, 1897,
p. 230, en Bauböck, Rainer, op. cit., nota 264, pp. 23 y ss.
316 Bauböck, Rainer, op. cit., nota 264, p. 30.
INMIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y ESTADO NACIONAL 215

racionalmente podría consentir). Segundo, esta comunidad política es en-


tendida como una asociación en la que cada miembro ha consentido afir-
mativamente sobre su membresía (o racionalmente podría hacerlo).317

Esto es particularmente importante para los inmigrantes, pues ellos, al


poseer de origen una membresía y afiliaciones culturales distintas, ten-
drán que otorgar su consentimiento para cambiarla. Tercero, que aque-
llos que han llegado a ser miembros a través del consentimiento, “lo que
comparten como miembros del Estado es que ellos son gobernados a tra-
vés de su propio consentimiento”,318 lo cual otorga una poderosa base de
legitimidad al mismo Estado. Más importante aún, no tomar el consenti-
miento como regla para la asignación de la ciudadanía a los inmigrantes
irregulares implicaría no considerar el principio de libertad a que se re-
fiere el primer principio de la justicia, ya que en el sustrato de toda la li-
bertad subyace la autonomía del individuo, como quedo asentado esen-
cialmente desde Kant.
Ahora bien, alguien podría alegar que en última instancia la determi-
nación de la membresía en las democracias liberales no puede ser total-
mente consensual. Estoy de acuerdo, de hecho no lo es, pues la mayoría
de los ciudadanos determina sus membresía al Estado nacional por cau-
sas que ellos no han decidido, ya sea porque nacieron en el territorio de
ese Estado o porque sus padres poseen tal membresía, sin embargo, éste
no es el caso de las minorías etnoculturales producto de la inmigración
irregular. Es por esto que la autonomía y, en última instancia, la posibili-
dad de elegir si se pertenece o no a un Estado determinado debe ser
siempre una posibilidad y, en consecuencia, las reglas para entrar y salir
de un Estado nacional deben considerar seriamente a la elección indivi-
dual entre las diferentes opciones de la membresía. Esto último no obs-
tante que las opciones disponibles de la membresía política para la ma-
yoría de los individuos de la sociedad dominante estén ampliamente
determinadas por factores biográficos y sociales, tales como el lugar de
nacimiento, la residencia actual, los vínculos familiares y las afiliaciones
étnicas.319

317 Idem.
318 Idem.
319 Idem.
216 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

De esta manera, concluyo señalando que el objetivo de un Estado li-


beral y democrático no es crear Estados perfectos en los cuales toda la
gente comparta de manera idéntica un modelo nacional dominante, pues
como acertadamente dice Parekh, actualmente el concepto de ciudadanía
“es mucho más diferenciado y mucho menos homogéneo de lo que supo-
nen los expertos en teoría política”,320 el objetivo es más bien crear un
Estado que brinde iguales libertades básicas y derechos a todos los resi-
dentes que comparten ciertos rasgos culturales comunes, al tiempo que
otorga la oportunidad de participar políticamente a todos aquellos que es-
tén sujetos al mismo gobierno aun cuando existan entre ellos diferentes
afiliaciones culturales. Frente a los enormes flujos migratorios que tienen
lugar en la actualidad, el principal papel de las fronteras territoriales de
los Estados nacionales no es controlar la movilidad humana, lo cual pa-
rece a todas luces inevitable, sino más bien la organización de esas po-
blaciones en sociedades democráticas, en las cuales los ciudadanos ten-
gan la posibilidad de participar y controlar al poder político al cual están
sujetos. Esto requiere, entre otras cosas, del acomodo de los inmigrantes
excluidos de la ciudadanía mediante un modelo incluyente que incorpore
un cierto periodo de residencia como condición sine qua non para el
otorgamiento de la ciudadanía, todo esto inclusive si vivieran en los már-
genes sociales y no participaran en las instituciones de la cultura mayori-
taria, pues aun así tendrían que ser considerados como miembros de esta
cultura pues su residencia es prueba tácita de que a ella se están integran-
do. Sobre todo, el principio de residencia, como hemos visto, es él único
que nos permitiría integrar a los inmigrantes irregulares en condiciones
de justicia y conforme a los dos principios normativos. No hacerlo pon-
dría en riesgo los fundamentos sociales de la democracia liberal.

320 Parekh, Bhikhu, Rethinking Multiculturalism. Cultural Diversity and Political


Theory, Cambridge, Harvard University Press, 2000, pp. 295-334.
CAPÍTULO QUINTO
MINORÍAS Y DEMOCRACIA

I. Introducción: minorías y teoría democrática . . . . . . . . . . . . 217


II. La democracia consensual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226
III. Democracia consensual frente a democracia mayoritaria . . . 230
1. Coalición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
2. Veto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 238
3. Sistema proporcional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242
4. Sistema multipartidista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245
5. Consideraciones a favor de la democracia consensual . . . 252

IV. Representación de grupo o derechos especiales de represen-


tación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 256
1. Su importancia y el argumento de la igualdad . . . . . . . . . 256
2. ¿Quiénes deben gozar de una representación de grupo? . . 261
3. Las cuotas de representación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 266
CAPÍTULO QUINTO

MINORÍAS Y DEMOCRACIA

I. INTRODUCCIÓN: MINORÍAS Y TEORÍA DEMOCRÁTICA

Cuando concebimos a la ciudadanía como el estatuto a través del cual se


reconocen a las personas los derechos políticos fundamentales y la con-
frontamos a su vez con las minorías etnoculturales producto de la inmi-
gración irregular que se encuentran territorialmente ubicadas en los Esta-
dos nacionales, mismas que no poseen ese estatuto ciudadano y que, en
consecuencia, se encuentran sujetas a la contradicción de vivir goberna-
das por un gobierno que no los reconoce como ciudadanos y en el cual
tampoco pueden participar, semejante realidad nos confronta con uno de
los más graves problemas que enfrentan los Estados liberal-democráti-
cos: ¿cómo puede ser realmente democrático un Estado que en su inte-
rior posee semejante contradicción, es decir, posee una población divi-
dida entre quienes tienen derechos políticos y quienes no los tienen?
¿Podríamos llamar democrático a un Estado cuyo gobierno, no obstante
que es obedecido por sus minorías nacionales y etnoculturales, éstas no
tienen la mínima posibilidad de participar en su control o en su confor-
mación? Lo que hemos examinado en el capítulo anterior me ha permiti-
do introducirme ya en el problema de la democracia y de las minorías en
los Estados nacionales.
En consecuencia y sólo para adentrarnos en el tema, haré una breve
explicación de las principales transformaciones de la democracia, para
después pasar a explicar las características particulares que debe asumir
en las sociedades multiculturales conforme a principios de justicia. En
primer lugar y por lo que respecta al camino que ha tomado la democra-
cia desde que apareció en el mundo de la teoría política, puedo decir que
las modernas ideas y prácticas democráticas son el producto de dos trans-

217
218 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

formaciones fundamentales en la vida política. La primera, se introdujo


“en Grecia y Roma antiguas en el siglo V a. C., y desapareció del Me-
diterráneo antes del comienzo de la era cristiana. Un milenio más tarde,
algunas de las ciudades-Estado en la Italia medieval se transformaron
asimismo en regímenes de gobierno populares, que sin embargo, fueron
retrocediendo durante el transcurso del Renacimiento”, en ambos casos,
los gobiernos populares “fueron a la postre sumergidos por regímenes
imperiales u oligárquicos”.321
La segunda gran transformación, de la cual todavía somos herederos,
se inició durante el siglo XIX con el desplazamiento gradual de la idea
de la democracia desde su sede histórica en la ciudad-Estado y adquirió
gran impulso en Europa y en el mundo de habla inglesa. Ya en el siglo
XX y principalmente después del final de la Segunda Guerra Mundial, la
idea de la democracia dejó de ser, como era hasta entonces, una doctrina
sólo abrazada en occidente por algunos Estados nacionales, para ser asu-
mida paulatinamente por cada vez más Estados.
En efecto, “aunque lejos de haber abarcado al mundo, en el último
medio siglo la democracia, en el sentido moderno de la palabra, ha co-
brado fuerza casi universal como idea política”.322 En particular, desde el
final de la década de los ochenta, hemos presenciado un incremento con-
siderable en el número de Estados nacionales que han asumido esta for-
ma de gobierno o que aspiran a ella.
Este segundo gran movimiento histórico de la teoría y la práctica de-
mocráticas ha modificado profundamente la forma en que se concibe al
proceso democrático. La causa principal de este cambio, aunque no la
única,

es el desplazamiento de la sede de la ciudad-Estado al Estado nacional.


Durante más de dos mil años, desde la Grecia clásica hasta el siglo XVIII,
fue una premisa dominante del pensamiento político que el tamaño de la
ciudadanía y el territorio del Estado debían ser pequeños. Se suponía que

321 Dahl, Robert, La democracia y sus críticos, Barcelona, Paidós, 1992, p. 20; para
una explicación sobre el resurgimiento del pensamiento democrático en las ciudades ita-
lianas durante el final del renacimiento, véase, Skinner, Quentin, op. cit., nota 86; hay
traducción al castellano: Los fundamentos del pensamiento político moderno, México,
Fondo de Cultura Económica, 1993.
322 Dahl, Robert, op. cit., nota 321, pp. 20-34.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 219

el gobierno democrático o republicano sólo se adecuaba a un Estado de


escasa extensión. Lo anterior fue modificado dramáticamente cuando la
sede pasó a ser el Estado-nación.323

Ahora bien, más allá de esta segunda transformación y ante la profun-


da modificación de que están siendo objeto los Estados nacionales, esta-
mos entrando en una tercera etapa de la democracia y de su construcción
teórica, pues fenómenos tales como el intenso desarrollo de los medios
electrónicos de comunicación, los flujos internacionales de capital, el
riesgo ecológico global y sobre todo, la migración internacional y la pre-
sencia cada vez más intensa de sociedades multiculturales al interior de
los Estados, están modificando significativamente los fundamentos de las
instituciones democráticas. De esta manera, los Estados nacionales se en-
frentan a fenómenos nunca antes experimentados que han provocado que
la teoría democrática del Estado nacional tienda a considerar nuevos pro-
blemas, como el acomodo de las minorías etnoculturales en términos de
justicia.
El tema de la democracia no sólo repercute en aquellas minorías etno-
culturales que se encuentran despojadas de la ciudadanía como lo suelen
ser las minorías producto de la inmigración irregular, tal y como lo he
señalado en el capítulo cuarto, sino que también es de la mayor importan-
cia para todas aquellas otras minorías que se encuentran en los Estados
democráticos, como son las minorías nacionales (ya sean éstas naciones
subestatales o pueblos indígenas), las minorías etnoculturales producto
de todo tipo de inmigración, o ciertos grupos en desventaja como pueden
ser las mujeres, los discapacitados o los homosexuales.
Siguiendo la pregunta esencial de la presente investigación, el objeti-
vo primordial a desarrollar en este capítulo será examinar de qué manera
podemos acomodar a las minorías dentro del Estado democrático y sus
instituciones políticas en términos de justicia. Planteado el problema de
otra manera, podríamos preguntarnos ¿qué mecanismos nos proporciona
la teoría democrática para el acomodo de las minorías dentro del Estado
conforme a los dos principios de la justicia?, ¿de qué manera podemos
ubicar a las minorías dentro del gobierno de un Estado y sus institucio-
nes democráticas conforme a los dos principios normativos que dirigen
mi investigación? Con la intención de otorgar una respuesta a estas pre-

323 Ibidem, pp. 20-34.


220 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

guntas, comencemos por examinar el lugar de los temas relativos al aco-


modo de las minorías etnoculturales en términos de justicia dentro de la
teoría democrática.
Como bien hemos señalado en el capítulo primero, el tema de las mi-
norías etnoculturales es un tema reciente en la teoría liberal (ya que co-
mienza a tener un desarrollo importante durante la década de los noven-
ta), pero también lo es dentro de la propia teoría democrática, la cual ha
explorado el problema de las minorías y la democracia de manera insufi-
ciente y, mucho menos, se ha planteado el problema del acomodo de las
minorías en términos de justicia. En efecto, hay que tener presente que es
hasta hace relativamente poco tiempo que los asuntos de las minorías
culturales han planteado un reto importante a la teoría democrática.324
Al respecto, no hay que olvidar que la teoría democrática tiene un
gran impulso sobre todo en la década de los setenta, momento en el cual
los temas de las minorías etnoculturales aún no obtenían la relevancia
que poseen actualmente. Sin embargo, la década de los noventa ha sido
ampliamente reconocida por los estudiosos de los fenómenos democráti-
cos como la década de la democratización,325 momento que coincide, co-

324 La democracia, o lo que Robert Dahl denomina poliarquía, es aquel sistema que
denota a un gobierno que cumple de manera más o menos acabada con las siguientes
condiciones: a) Participación efectiva, es decir, que en todo proceso de adopción de deci-
siones obligatorias para la sociedad, los ciudadanos cuenten con oportunidades apropia-
das y equitativas para expresar sus preferencias con respecto a la resolución final y para
incorporar temas al programa de acción. b) Igualdad de votos en la etapa decisoria, a tra-
vés de garantizar a todos los ciudadanos, igualdad de oportunidades para expresar una
opción, cuyo peso se considerará igual al de las opciones expresadas por cualesquiera
otros ciudadanos; esta igualdad de votos es indispensable para asegurar la igualdad in-
trínseca de los ciudadanos. c) Comprensión esclarecida, es decir, que cada ciudadano
cuente con iguales y apropiadas oportunidades para descubrir o convalidar la elección de
los asuntos a ser debatidos. d) Control del programa de acción, esto se presenta cuando el
pueblo cuenta con la oportunidad de resolver qué cuestiones y de qué manera se ordena-
rán dentro del programa de acción. e) Una sociedad política inclusiva, es decir, una ciu-
dadanía lo más extensa posible que incluya a todos los miembros adultos de la asocia-
ción, incluyendo desde luego a los integrantes de las minorías culturales, excepto a los
residentes transitorios en el país y a las personas que carezcan de autonomía, como los dis-
capacitados mentales. Dahl, Robert, op. cit., nota 321, pp. 131-158.
325 Esta opinión es compartida por muchos estudiosos de los fenómenos democratiza-
dores contemporáneos, para muestra véase los que al respecto dice Lijphart, Arend,
“Forms, Performance, and Constitutional Engineering”, European Journal of Political
Research (Revista Europea de Investigación Política), 25, 1994, p. 12.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 221

mo ya he señalado, con el resurgimiento de los problemas teóricos plan-


teados por las minorías etnoculturales. Ambos fenómenos generados en
buena medida por la liberalización de los países que se desprendieron del
bloque socialista, así como de todos aquellos Estados nacionales que
transitaron hacia la construcción de sistemas democráticos, como fue el
caso de varios países en Latinoamérica, siendo México uno de los casos
más tardíos. Ahora bien, estos fenómenos de transición a la democracia
que también tuvieron lugar en Asia y África estuvieron acompañados por
la intensa aparición en la escena política de aquellas minorías culturales
que reclamaban espacios políticos en esas incipientes democracias. Asi-
mismo, por lo que respecta a las democracias liberales ya establecidas
con anterioridad a la década de los noventa, es decir, a las que podríamos
llamar democracias de viejo cuño, esta década también ha sido el mo-
mento de la aparición de las minorías etnoculturales que han reclamado
espacios dentro de esas viejas democracias, ya sea para cuestionar su su-
puesta legitimidad democrática o bien para renegociar los términos de su
relación con esas democracias. En síntesis, es un hecho que la necesi-
dad de acomodar en términos de justicia a las minorías etnoculturales
dentro de las instituciones democráticas es una necesidad reciente.
Más aún, no obstante que la teoría de la democracia liberal es, sin lu-
gar a dudas, una de las áreas de más extensa investigación en la teoría
política contemporánea y tiene ya, cuando menos, unas tres décadas de
desarrollo, todavía parece incipiente dentro de esta área de investigación
el examen de las instituciones básicas de la democracia a la luz de princi-
pios normativos. Efectivamente, es lugar común en la teoría de la demo-
cracia que sus estudios se encaminen, sobre todo, a procurar más la esta-
bilidad política que la validez de los principios normativos de la justicia.
Es por ello que, en el presente capítulo, me interesa examinar de qué ma-
nera el tema de las minorías etnoculturales puede ser tratado dentro de
una teoría democrática que tome en cuenta los dos principios de la justi-
cia o, dicho de otra manera, cómo podríamos acomodar dentro de las ins-
tituciones propias de la democracia a esas minorías conforme a esos dos
principios normativos.
Ahora bien, en virtud de que las minorías etnoculturales han sido ex-
cluidas de los procesos democráticos de los Estados nacionales, básica-
mente se ha afectado el principio de la igualdad contenido en los dos
principios de la justicia, pues si partimos del supuesto de que en las so-
222 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

ciedades con diversidad etnocultural hay un segmento de la población


que no vota o que no puede ser votada, mientras el grueso de la pobla-
ción sí puede, entonces se aprecia que: a) esas minorías no pueden gozar
de las libertades políticas básicas en igualdad de condiciones a la socie-
dad dominante, como lo dispone el primer principio de la justicia.
En este sentido, recuérdese que el primer principio de la justicia al
disponer que todos deben gozar de todos los derechos y las libertades bá-
sicas está estableciendo el principio igualitario en la primera regla de la
justicia; b) los integrantes de esas mismas minorías no pueden acceder a
los cargos públicos del Estado en igualdad de condiciones a como lo po-
drían hacer los miembros de la sociedad dominante, como lo dispone la
segunda parte del segundo principio de la justicia. Ahora bien, esta afec-
tación al principio de la igualdad contenida en los dos principios de la
justicia no es, de ninguna manera, una afectación menor a la democracia
como forma de gobierno, pues para ésta ha sido fundamental el desarro-
llo del principio de igualdad. En efecto, ya Locke atribuía a los hombres
una especie de igualdad intrínseca que, si bien a todas luces era irrele-
vante en muchas situaciones, era en cambio decisiva para ciertos fines,
en particular para los del gobierno, ya que Locke “comparte con mu-
chos la creencia fundamental de que, al menos en las cuestiones que exi-
gen una decisión colectiva, «todas las personas» son iguales en cierto
sentido, o así deberían ser considerados”.326
En efecto, la democracia sería poco más que una fantasía filosófica, si
no fuese por la amplia y persistente influencia de la idea según la cual
los seres humanos son intrínsecamente iguales en un sentido fundamen-
tal. Desde Kant hasta Rawls, se suele adoptar la premisa de la igualdad
como fundamental para una sociedad política democrática. De esta ma-
nera, dice Dahl, la persistencia y generalidad

de los supuestos de la igualdad intrínseca en las argumentaciones morales


sobre la democracia podrían atribuirse a la existencia de una norma tan
profundamente arraigada en la teoría democrática que no podríamos re-
chazarla sin negar a la democracia misma, pues parece que existe una gran
imposibilidad para encontrar racionalmente cualquier otra alternativa.327

326 Dahl, Robert, op. cit., nota 321, pp. 105-107.


327 Idem.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 223

En otras palabras, sin igualdad no hay democracia plena o cuando me-


nos la democracia se ve significativamente mermada. En consecuencia,
es de la mayor importancia dentro de los Estados contemporáneos, el
acomodo de sus minorías etnoculturales conforme a los dos principios de
la justicia, mismos que aseguran el principio de la igualdad.
Asimismo, la imposibilidad que tienen muchas de las minorías etno-
culturales para acceder a las instituciones democráticas de los Estados
nacionales en los cuales se encuentran ubicadas, no sólo ha significado
que no se cumpla el principio de la igualdad consagrado en los dos prin-
cipios normativos de la justicia, sino además que no puedan gozar de los
derechos y las libertades políticas básicas a que se refiere el primer prin-
cipio de la justicia que son la libertad para votar y ser votado, así como
de todas aquellas libertades básicas que se encuentren asociadas a esas
libertades políticas, como son la libertad de expresión y la libertad de
asociación política, tan indispensable esta última, por ejemplo, para la
formación de partidos políticos, conjuntamente con la libertad de con-
ciencia y la libertad de pensamiento, indispensables para la selección de
las mejores opciones políticas existentes en una sociedad política. Efecti-
vamente, desde hace mucho tiempo, tanto los defensores de la democra-
cia como sus opositores, han admitido el vínculo que la democracia
guarda con la libertad y que difiere sustancialmente del que guarda con
cualquier otro régimen, ya que, como dice el mismo Dalh:

ciertas libertades y oportunidades son esenciales para el desenvolvimiento


del proceso democrático; en la medida en que este proceso existe, también
deben existir forzosamente tales derechos, libertades y oportunidades.
Ellos incluyen los derechos de expresión, organización política, oposición,
elecciones imparciales y libres. Así pues, no sólo como idea sino como
práctica efectiva el proceso democrático está rodeado de una penumbra de
libertad personal.328

En síntesis, tendremos que examinar de qué manera podemos acomo-


dar a las minorías etnoculturales dentro de las instituciones democráticas
del Estado, asegurando que tales instituciones satisfagan los dos princi-
pios de la justicia. En efecto, al momento de pensar en el acomodo insti-
tucional de las minorías debemos tener en cuenta que las instituciones

328 Ibidem, p. 110.


224 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

democráticas encargadas de ello satisfagan, de la mejor manera posible,


por una parte el principio de igualdad para gozar de los derechos y las li-
bertades básicas (primer principio) y el principio de igualdad de oportu-
nidades para acceder a los puestos del Estado (segunda parte del segundo
principio), al tiempo que se garantiza el ejercicio de las libertades políti-
cas básicas (primer principio).
Sólo si las instituciones políticas básicas dan cumplimiento a estos
dos principios normativos, podremos resolver uno de los problemas más
graves que enfrenta cualquier régimen democrático: el consistente en
descubrir el modo en que los miembros de una asociación política pue-
den tomar decisiones obligatorias para todos, para la sociedad dominante
y para las minorías etnoculturales. En efecto, es importante señalar que
no obstante que autogobernarse y obedecer leyes elegidas por ellas mis-
mas son finalidades deseables para las minorías, éstas no pueden alcan-
zar semejantes objetivos viviendo aisladas del resto de la sociedad políti-
ca de un Estado, por el contrario, tienen que asociarse con los miembros
de la sociedad dominante para su consecución, o pactar con ellos los tér-
minos de su acomodo. Por lo que respecta a los miembros de la sociedad
dominante, la asociación con las minorías etnoculturales les exige forzo-
samente obedecer decisiones colectivas obligatorias para todos los miem-
bros del Estado nacional, sean éstos integrantes de la sociedad dominante
o de las minorías. El problema, como se podrá apreciar, consiste en des-
cubrir el modo en que los miembros de una asociación pueden tomar deci-
siones obligatorias para todos y, aún así permitir, por ejemplo, el autogo-
bierno de las minorías, es decir, buscar la forma en la que la democracia
maximice las oportunidades de autodeterminación entre los distintos in-
tegrantes de una asociación política.329
También hay otro motivo de fondo para valorar la importancia de que
los dos principios de la justicia apliquen normativamente a las institucio-
nes propias la democracia, que tiene relación con la libertad de autogo-
bernarse para tener la posibilidad de alcanzar otros fines: es el valor de la
autonomía moral en sí misma. Efectivamente, entendemos por una per-
sona moralmente autónoma “aquella que decide sus propios fines y todo
lo que significativamente pueda depender de ellos, mediante un proceso
de reflexión, deliberación, examen y consideración atentos. Ser moral-
mente autónomo es equivalente a autogobernarse en el ámbito de las

329 Ibidem, pp. 110 y 111.


MINORÍAS Y DEMOCRACIA 225

elecciones significativas”.330 En este sentido, sólo un sistema democráti-


co sujeto a los dos principios normativos puede maximizar los alcances
factibles de la autodeterminación para los integrantes de las minorías et-
noculturales y los grupos en desventaja.
Ahora bien, existe un problema más sobre la democracia y sus institu-
ciones al que ya he tratado de dar una respuesta en el capítulo anterior: si
democracia significa gobierno del pueblo y para el pueblo, luego enton-
ces, ¿quiénes deben estar incluidos en ese pueblo? En efecto, como decía
en el capítulo cuarto, también el argumento de la igualdad contenido en
los dos principios de la justicia parecería sustentar la conclusión de que
todos los individuos sujetos a un gobierno democrático deberían estar in-
cluidos en la ciudadanía, sin embargo, las minorías etnoculturales pro-
ducto de la inmigración irregular no lo están. Tampoco están incluidos
los niños y, hasta bien avanzado el siglo pasado, “la mayoría de los de-
fensores de la democracia suponía que era lógico vedarles a las mujeres
el sufragio, o sea, excluirlas del demos. Fue así como en la mayoría de
los países las mujeres sólo pudieron votar en este siglo y, en muchos ca-
sos, sólo después de la Segunda Guerra Mundial”,331 Suiza, por ejemplo,
les otorgó el derecho de voto hasta apenas en 1971. De hecho, no fue si-
no hasta el siglo XX que la teoría y la práctica de la democracia empezó
a reflejar la creencia de que todos los adultos tenían derecho a ser parte
del demos, y no fue sino hasta finales de la década de los noventa que la
teoría política comenzó a considerar seriamente la posibilidad de que las
minorías etnoculturales participaran en el gobierno de la sociedad domi-
nante y a cuyas decisiones normalmente se encuentran sujetas.
Es probable que no haya en todo el ámbito de la teoría y la práctica de
la democracia un problema más difícil que el que plantea el problema
de la inclusión o exclusión en la ciudadanía, pues este tema no sería tan
grave, si los que son considerados como ciudadanos sólo sancionasen
normas que fuesen obligatorias para ellos, pero frecuentemente sancio-
nan normas que obligan a quienes no forman parte de esa ciudadanía, co-
mo suelen serlo los trabajadores extranjeros, los buscadores de asilo y
los inmigrantes indocumentados. Así las cosas, o bien todos los miem-
bros son ciudadanos, en cuyo caso la asociación resulta plenamente in-
clusiva y sus miembros participan en la elección del gobierno, o bien hay

330 Ibidem, p. 114.


331 Ibidem, p. 143.
226 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

un grupo humano dentro de una sociedad política que no es considerado


dentro de la ciudadanía y, por consiguiente, no participa de la elección
de su gobierno; en este caso diríamos que tal régimen no podría conside-
rarse democrático y que no satisface la regla de la igualdad contenida en
los dos principios de la justicia. Si algunas personas, pese a estar exclui-
das de la ciudadanía de un Estado, tienen que obedecer sus leyes, ¿no es-
tarán acaso justificadas en reclamar la pertenencia a esa sociedad políti-
ca, o de lo contrario que se les absuelva de la obligación de respetar las
leyes? ¿Hay criterios para estipular cuándo es legítima la exclusión o es
obligatoria la inclusión? ¿Qué grado de inclusividad debe poseer una
ciudadanía dentro del Estado?332 Remito al lector al capítulo cuarto don-
de he tratado de dar una respuesta a tan grave problema de las democra-
cias contemporáneas.
Dicho lo anterior, creo que hemos llegado al momento en que es con-
veniente preguntarnos de qué manera podemos, en un régimen democrá-
tico, acomodar en términos de justicia a las minorías etnoculturales den-
tro del Estado y sus instituciones políticas básicas. Al respecto y no
obstante que los desarrollos son todavía muy incipientes, podemos decir
que, aparte de la ciudadanía, hay básicamente dos mecanismos: la demo-
cracia consensual y la representación de grupo (que Kymlicka ha deno-
minado derechos especiales de representación).333 Me referiré a estas
dos instituciones políticas básicas a continuación.

II. LA DEMOCRACIA CONSENSUAL

La democracia es una noción que desafía prácticamente cualquier de-


finición. Baste por el momento decir que será usado aquí como sinónimo
de lo que Dahl denomina como poliarquía. En este sentido, no es un sis-
tema de gobierno o un proceso político que comprenda todos los ideales
democráticos, sino uno que se aproxima a ellos de una manera razona-
ble.334
Hay muchas maneras de organizar a la democracia y una gran varie-
dad de instituciones democráticas, pero como Arend Lijphart ha señala-

332 Ibidem, pp. 143-144, 147.


333 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15, pp. 53-55.
334 Dahl, Robert, La poliarquía, participación y oposición, Madrid, Tecnos, 1989.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 227

do,335 las instituciones tienden a agruparse en dos tipos principales de de-


mocracia: la democracia mayoritaria y la democracia consensual. Para
explicar lo que significa cada una de ellas, pensemos en la famosa defini-
ción de la democracia como un gobierno del pueblo y para el pueblo336 y
entonces preguntemos ¿cómo opera la democracia cuando la gente está
dividida y tiene intereses divergentes, como suele suceder en las demo-
cracias? Una respuesta a este problema es cuando la democracia opera
por mayoría y el “pueblo” quiera significar la mayoría de ese pueblo.
Una respuesta alternativa es incluir tanta gente como sea posible en el
proceso de toma de decisiones y en este caso, el “pueblo” significaría un
segmento de ese pueblo. La primera respuesta nos lleva al tipo de demo-
cracia mayoritaria, que concentra el poder político en manos de la mayo-
ría. La segunda respuesta nos dirige a la democracia consensual, la cual
trata de arribar a un consenso lo más amplio posible a través de limitar la
regla de la mayoría, así como de compartir, dispersar y limitar el poder
político.
Antes de pasar a examinar cuál de estas dos formas de la democracia
satisface mejor los dos principios de la justicia para el acomodo de las
minorías etnoculturales a las instituciones políticas básicas de la socie-
dad, creo que es necesario explicar las características esenciales de cada
una de ellas. Así, podemos decir que la democracia mayoritaria se carac-
teriza por lo siguiente: “un Ejecutivo que está dominado por el partido
mayoritario; un Ejecutivo que predomina sobre el Legislativo; un siste-
ma bipartidista; un sistema de partidos unidimensional, es decir, en el cual
los dos principales partidos difieren básicamente en asuntos socioeconó-
micos y en todo lo demás tienen una plataforma común; un sistema elec-
toral desproporcionado y un sistema donde coexisten una pluralidad de
intereses grupales”. El Reino Unido y Nueva Zelanda proporcionan los
ejemplos empíricos más claros al respecto, los Estados Unidos también
se encuentran es este espectro.

Las democracias consensuales tienen las seis características opuestas: un


Ejecutivo formado por una coalición multipartidista; un equilibrio entre el
Legislativo y el Ejecutivo; un sistema multipartidista; un sistema partidista

335 Lijphart, Arend, “Forms, Performance, and Constitutional Engineering”, op. cit.,
nota 325, pp. 1-3.
336 Esta famosa definición de la democracia es atribuida a Abraham Lincoln.
228 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

multidimensional, es decir, en el cual los partidos difieren en asuntos dis-


tintos a los socioeconómicos como son por ejemplo, los religiosos, urba-
nos, rurales y en la política exterior; normalmente incluyen el principio de
proporcionalidad; y finalmente poseen un sistema de intereses grupales
corporativos.337

Suiza se acerca lo más posible al ideal de la democracia consensual.


La distinción entre los dos tipos básicos de democracia, mayoritaria y
consensual, no es de ninguna manera una nueva invención de la teoría
política. En efecto, Lijphart toma prestados estos dos términos de Robert
G. Dixon (1968), de Hans Hattenhauer y Werner Kaltefleiter (1986)
quienes también contrastan el “principio de mayoría” con el consensual;
de Jürg Steiner (1971) que yuxtapone los principios de mayoría y pro-
porcionalidad y de G. Bingham Powell (1982) que distingue entre for-
mas de democracia mayoritaria y ampliamente “representacional”. Simi-
lares contrastes han sido diseñados por Robert Dahl (1956) que distingue
entre democracia populista y democracia madisoniana; Jane Mansbridge
(1980) por su parte contrasta democracia unitaria contra democracia de
adversarios y, finalmente, S. E. Finer gusta de distinguir entre política ad-
versarial y política centrista o coalitiva.338 Por lo que respecta a la pre-
sente investigación, me referiré a ellas como democracia mayoritaria y
democracia consensual, de la forma en que lo hace Lijphart en sus últi-
mos estudios, no obstante que a la democracia consensual acostumbraba
llamarla, en sus primeras investigaciones, democracia consociativa, tér-
mino este último que retoma Robert Dahl en uno de sus estudios princi-
pales.339
Establecidos los dos tipos básicos de democracia, cabe preguntarse
¿cuál de los dos modelos es más adecuado para facilitar el acomodo de
las minorías etnoculturales a las instituciones políticas básicas conforme
a los dos principios de la justicia? Ciertamente, la democracia consensual
nos proporcionará un mejor modelo para el acomodo en términos de jus-

337 Lijphart, Arend, “Democracies: Forms, Performance, and Constitutional Enginee-


ring”, op. cit., nota 325, pp. 1-3.
338 Lijphart, Arend, Patterns of Democracy, Estados Unidos, Yale University Press,
1999, pp. 5 y 6.
339 Lijphart, Arend, Democracy in Plural Societies, Estados Unidos, Yale University
Press, 1977; Dahl, Robert, op. cit., nota 321, pp. 305-311.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 229

ticia de las minorías etnoculturales y para una mejor protección de sus


intereses. En efecto, mientras más dividido sea un país y más plural sea
su sociedad, más consensual deberán ser sus formas de democracia.340
Los ejemplos más significativos de democracias consensuales que han
persistido hasta el día de hoy lo ofrecen Suiza, Bélgica, Austria y Holan-
da, todas ellas naciones multiculturales que se han visto obligadas a ne-
gociar los términos del acomodo de sus diferentes naciones y minorías
etnoculturales.341
A continuación realizaré un breve análisis de los principales institu-
ciones de la democracia mayoritaria y de la democracia consensual con-
forme a los dos principios de la justicia, para de esta manera probar co-
mo este último modelo es el más apropiado para integrar a las minorías
etnoculturales al Estado y sus instituciones políticas básicas en términos
de justicia. Desde luego, no es mi intención hacer un examen detallado de
cada una de estas formas democráticas, pues semejante análisis podría
ser motivo de una investigación distinta. Sólo me interesa examinar, a la
luz de los dos principios de la justicia, aquellos elementos de ambos mo-
delos que nos pudieran ser útiles para hacer frente a la diversidad et-
nocultural de las sociedades contemporáneas y así, determinar cuál de

340 Lijphart, Arend, “Forms, Performance, and Constitutional Engineering”, op. cit.,
nota 325, pp. 3 y 4.
341 De manera muy general, podemos decir que los suizos han constituido un pueblo
muy fragmentado tanto en materia religiosa como lingüística; además, salvo unas pocas
excepciones, sus veinticinco cantones tienen gran homogeneidad interna en estos dos as-
pectos, motivo por el que el país, en su conjunto, está muy dividido según líneas territo-
riales. Los belgas, por su parte, están escindidos lingüísticamente entre los flamencos de
habla alemana y los valones de habla francesa. Si bien la mayoría de los belgas son no-
minalmente católicos, las divisiones lingüísticas entre ellos tienden a coincidir con ten-
dencias católicas y anticlericales. Además, los flamencos católicos y los valones francó-
fonos, más anticlericales que aquéllos, están muy concentrados territorialmente —si se
exceptúa la región de Bruselas—. Por su parte, Austria estuvo dividida a lo largo de su
historia en tres lager o “campos” antagónicos creados en torno del problema ideológico,
reforzado en buena medida por las respectivas concepciones religiosas y en alguna medi-
da por el lugar de residencia (carácter rural o urbano, y región del país), y aglutinados bá-
sicamente en tres partidos. En Holanda, los cruzamientos religiosos e ideológicos dieron
lugar a cuatro bloques o zuilen distintos (católicos, calvinistas, liberales y socialistas), ca-
da uno de los cuales congrega a una subcultura muy nítidamente definida, con sus pro-
pias creencias, lazos de parentesco y amistad, periódicos, escuelas, partidos políticos, or-
ganizaciones sindicales, emisoras de radio y televisión y asociaciones voluntarias con
muy diversos fines. Véase Dahl, Robert, op. cit., nota 321, pp. 307 y 308.
230 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

estas dos formas cumple mejor con los dos principios normativos para el
acomodo de esas minorías.
Una aclaración antes de continuar: las democracias consensuales son
muy apropiadas para atender el acomodo político de las minorías nacio-
nales, ya sea que se trate de naciones subestatales o de pueblos indíge-
nas, pero no parece muy adecuada para el acomodo de otros grupos en
desventaja, como es el caso de los inmigrantes, las mujeres o los disca-
pacitados. Como se verá a continuación, no todos los mecanismos de la
democracia consensual pueden ser utilizados en favor de estos últimos
grupos, por lo que es recomendable examinar, en su caso, la representa-
ción de grupo.

III. DEMOCRACIA CONSENSUAL FRENTE A DEMOCRACIA


MAYORITARIA

La democracia consensual modifica la asunción común en la teoría


política de que toda forma de gobierno para ser posible necesita poseer
una sociedad integrada por miembros homogéneos, esta última más pro-
pia de las democracias mayoritarias. En efecto, ya Aristóteles señalaba
que “un Estado debe procurar ser, tan lejos como pueda conseguirlo, una
sociedad compuesta de miembros iguales”.342 Por lo demás es evidente
que la homogeneidad no basta para generar una democracia, ni mante-
nerla. Que no la produce automáticamente es dable apreciarlo en los
ejemplos de Corea del Norte y del Sur, países ambos que han sido gober-
nados por regímenes no democráticos aunque se encuentran, desde el
punto de vista cultural, entre los más homogéneos del mundo.
A diferencia de la democracia mayoritaria, la democracia consensual
procura alcanzar y mantener un gobierno democrático en una sociedad
con diversidad etnocultural y tiene principalmente las siguientes caracte-
rísticas. El primer y más importante elemento es el gobierno de una gran
coalición de los líderes políticos de todos los segmentos significantes de
una sociedad multicultural. En contraste, la democracia mayoritaria tiene
un Poder Ejecutivo dominado por un partido mayoritario. Las institucio-
nes básicas de la democracia consensual son, en segundo lugar, el veto

342 Aristóteles, Politics (La política), Reino Unido, Oxford University Press, 1958,
p. 181.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 231

mutuo en el gobierno, que puede servir como una protección adicional


de los intereses de las minorías; tercero, la proporcionalidad como el
principio estándar de la representación política para la designación de los
puestos del servicio público y la canalización de los fondos públicos;343
cuarto, un sistema multipartidista, y quinto lugar, la autonomía y el fede-
ralismo, instituciones estas últimas que ya hemos examinado en el capí-
tulo tercero de la presente investigación y sobre las que sólo agregaré
que tanto el federalismo como la autonomía son factores favorables para
la democracia consensual, pues en ésta, tanto el federalismo territorial
como los regímenes autonómicos no territoriales, han jugado un papel
importante. En efecto, donde las minorías culturales están segmentadas,
geográficamente dispersas pero sus intereses interconectados, una auto-
nomía puede ser mejor opción que un sistema federal, así, Austria aun-
que es formalmente una república federal, su sistema de autonomía es
principalmente una forma no territorial. Especialmente en el área de los
asuntos culturales educativos y lingüísticos, la autonomía ha tenido una
gran extensión en Holanda, Austria y Bélgica.344 En fin, a continuación
examinaré cada una de estas instituciones a la luz de los principios nor-
mativos de la justicia, con excepción de la autonomía y el sistema federal
que ha sido objeto de nuestro estudio en el capítulo tercero.

1. Coalición

Como decía arriba, el primer y más importante elemento de una de-


mocracia consensual es la formación de un Poder Ejecutivo a través de
una gran coalición de los líderes políticos de todos los segmentos signifi-
cantes de la sociedad, tanto de parte de la sociedad dominante como de
las minorías etnoculturales. En contraste, la democracia mayoritaria tiene
un Poder Ejecutivo dominado por un partido mayoritario, partido que
normalmente excluye a los distintos segmentos que conforman a una na-
ción multicultural. La característica primaria de la democracia consen-
sual es que los líderes políticos de todos los grupos etnoculturales signi-
ficantes, tanto de la cultura dominante como de las minorías, puedan
cooperar en una gran coalición para gobernar al país, lo que contrasta
con el tipo de democracia mayoritaria en la cual los líderes están dividi-

343 Lijphart, Arend, op. cit., nota 339, p. 25.


344 Ibidem, pp. 43 y 44.
232 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

dos en un gobierno que posee una simple mayoría frente a una gran opo-
sición en la cual pueden estar o no las minorías etnoculturales y, donde,
la mayoría frecuentemente no se ve obligada a cooperar con la oposición
ya que tiene la posibilidad de conducir por sí sola a todo el gobierno; la
democracia británica es uno de los ejemplos más significativos de un go-
bierno de mayoría. Por el contrario, el tipo de liderazgo de la democracia
consensual propia del acomodo de las minorías es de fundición y agrupa-
miento; en el modelo británico, en cambio, tenemos un modelo competi-
tivo o de adversarios.345
Como se podrá desprender de lo anterior, es la democracia consensual
y no la democracia mayoritaria la que garantiza mejor el cumplimiento
de los dos principios de la justicia por lo siguiente:

a) En virtud de que la democracia consensual puede incluir a aquellas


minorías etnoculturales significantes en la conformación de los go-
biernos correspondientes, mientras que las democracias mayorita-
rias las excluyen, la primera tiende a asegurar que todos, incluidas
las minorías, puedan gozar de los derechos y las libertades políticas
básicas a que se refiere el primer principio de la justicia.
b) Asimismo, también la democracia consensual en contraste con la
mayoritaria, a través del gobierno de coalición que puede incluir en
su interior a los representantes de las minorías etnoculturales signi-
ficativas, será la única que garantizará el principio de igualdad para
acceder a los puestos públicos del Estado a que se refiere el segun-
do principio de la justicia.

Es importante señalar que en las democracias consensuales se tiene la


característica particular de que las “ventajas comunes” juegan un papel
importante, de tal manera que la condición suma cero propia de los go-
biernos de mayoría no aplica. Pero, ¿qué es la condición suma cero? Ésta
puede ser entendida si la ubicamos, a manera de ejemplo, “en los juegos
realizados por amigos cercanos, quienes consideran que el juego es sola-
mente eso, un simple juego y, en consecuencia, no tienen ninguna difi-
cultad en aceptar las condiciones de suma cero, es decir, ganar o perder
todo; pero en cambio, los grupos en los cuales sus integrantes son perso-
nas que se conocen poco, no tienden a percibir el juego como uno de su-
345 Ibidem, p. 25.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 233

ma cero, pues existen consideraciones importantes para mantener, por


ejemplo, la solidaridad del grupo o la lealtad de los miembros a éste y,
en consecuencia, tienen a formar alianzas o coaliciones”,346 pues no pue-
den apostar a perderlo todo. En este sentido, la condición suma cero im-
plica un límite, es decir, que ningún resultado pueda desintegrar al gru-
po; en otras palabras, no se puede tomar una decisión en la cual los
perdedores preferirían renunciar antes que condescender.
La metáfora del juego puede ser utilizada para caracterizar a las de-
mocracias de mayoría: en virtud de que la cultura política en estos países
“se presupone homogénea y pragmática, el proceso político toma de al-
guna manera, la atmósfera de un juego de suma cero”.347 Así las cosas,
un juego es un buen juego cuando el resultado está en duda y cuando las
apuestas no son muy altas, cuando los rivales se parecen entre sí (como
es el caso de los sistemas bipartidistas). En estas formas democráticas el
estilo controversial o de adversarios es adecuado, pues como dijimos, se
presume que la sociedad es una sociedad homogénea y que los adversa-
rios no son muy diferentes entre sí, por lo cual las apuestas que pueden
hacer en el juego tampoco son muy diferentes. Pero cuando la sociedad
está compuesta por integrantes diferentes entre sí, como es el caso de los
Estados multinacionales con minorías etnoculturales significativas, el to-
no cambia, pues al poseer intereses tan distintos las apuestas “son dema-
siado altas y se puede pasar de la excitación a la ansiedad, pues cualquie-
ra de las partes puede perderlo todo; en consecuencia, ya no es posible
un juego de suma cero”.348 En efecto, debido a que las apuestas políticas
son demasiado altas en una sociedad plural, es recomendable no condu-
cir la política como si fuera un juego: una gran coalición, es en conse-
cuencia, más apropiada que el modelo gobierno versus oposición. Así las
cosas, por ejemplo, un juego de suma cero como es propio de las demo-
cracias mayoritarias podría dejar sin representación a los integrantes de
las minorías etnoculturales en los gobiernos de mayoría correspondien-
tes, lo cual no daría satisfacción al principio de igualdad de oportunida-
des para acceder a los puestos públicos del gobierno a que se refiere la
segunda parte del segundo principio de la justicia; asimismo, al no poder
acceder a los puestos públicos de gobierno, tampoco se daría satisfacción

346 Idem.
347 Ibidem, p. 27.
348 Idem.
234 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

al primer principio de la justicia, en particular, en aquella parte que esta-


blece que todos deberán gozar de los derechos y las libertades políticas
básicas, siendo la más afectada la libertad de ser electo.
Así las cosas, un amplio acuerdo de la mayoría con todas las minorías
etnoculturales para que éstas participen del gobierno, como sucede en las
democracias consensuales, parece más democrático que una simple ma-
yoría para asegurar el cumplimiento de estos dos principios de la justicia.
Sin embargo, todavía hay un problema: se podría correr el riesgo de ob-
tener, en su lugar, un gobierno de las minorías, lo que a su vez atentaría
contra los principios de libertad e igualdad a que se refieren esos dos
principios y que deben operar también a favor de los integrantes de la so-
ciedad dominante. En efecto, ¿qué sucedería si en un momento determi-
nado quedan mejor representados los intereses de la minorías etnocultu-
rales frente a los intereses de los integrantes de la sociedad dominante?
Ciertamente lo anterior podría colocar, ahora, en una posición de desi-
gualdad a los integrantes de la sociedad dominante, lo cual no daría sa-
tisfacción al principio de igualdad contenido en los dos principios nor-
mativos de la justicia.
Una forma de resolver este dilema es mediante la prescripción de la
regla de la mayoría para las transacciones normales de gobierno y siem-
pre y cuando las apuestas no sean muy altas, al tiempo que se deberán
establecer mayorías extraordinarias o mayorías severas para las decisio-
nes más vitales y que, normalmente, son las que pueden modificar de
manera significativa los intereses esenciales de los integrantes de la so-
ciedad dominante y/o de las minorías etnoculturales, sólo así se podría
dar cumplimiento al principio de igualdad y libertad contenido en los dos
principios de la justicia. De esta forma, se sigue la recomendación de
Rousseau en el sentido de que “entre más grave e importante sea la cues-
tión discutida, la opinión que prevalezca deberá estar lo más cerca posi-
ble de unanimidad”.349
Pero no sólo hay razones normativas para preferir a la democracia
consensual sobre la democracia mayoritaria para el acomodo de las mi-
norías etnoculturales en términos de justicia, también existen razones
empíricas para ello. En efecto, en la práctica, las democracias mayorita-
rias trabajan bien sólo cuando las opiniones están distribuidas de manera

349 Rousseau, Juan Jacobo, “El contrato social”, en Lijphart, Arend, op. cit., nota 339,
p. 27.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 235

homogénea, en otras palabras, cuando hay un consenso considerable de-


bido a que la mayoría y la minoría no están, de hecho, muy alejadas una
de otra. Pero en sistemas políticos que claramente tienen segmentos na-
cionales, étnicos o culturales distintos y potencialmente hostiles entre sí,
casi todas las decisiones son percibidas como riesgosas y poseedoras de
muy altos costos, por lo que una mayoría simple sólo pondría en tensión
la cooperación entre los distintos grupos y, en consecuencia, la viabili-
dad del sistema democrático. En las democracias de mayoría es una prác-
tica aceptada que, en tiempos de emergencia, los partidos políticos olvi-
den sus diferencias y se unan para formar un gobierno nacional o de
unidad, como sucedió con los partidos Laborista y Conservador en el
Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. En cambio, en las so-
ciedades plurales está en la naturaleza de ellas mismas la existencia de
crisis constantes dentro de su propio sistema político, en consecuencia,
este tipo de sociedades políticas requieren de grandes coaliciones casi
permanentes o que se extiendan por periodos prolongados de tiempo, en
lugar de que éstas se presenten sólo en situaciones eventuales o de emer-
gencia.350
Para asegurar la participación de las minorías nacionales y etnocultu-
rales en el gobierno y, en consecuencia, satisfacer los dos principios de
la justicia, el gobierno de coalición puede asumir varias formas: el gabi-
nete de coalición es el mecanismo consensual prototípico, pero hay otras
formas que pueden servir para la misma función, pues la característica
esencial de la coalición no es tanto algún arreglo institucional particular,
como la participación de los grupos minoritarios en el gobierno de una
sociedad multicultural. De esta manera, la coalición puede tomar diferen-
tes formas, tales como un gabinete de coalición en un sistema parlamen-
tario, un “gran” consejo o comité con funciones consultivas importantes
o una coalición con un presidente y otros oficiales mayores que repre-
sentan a las minorías dentro de un sistema presidencial.
Suiza y Bélgica ofrecen los mejores ejemplos de un gran gabinete de
coalición en su forma prototípica. En los años recientes el cuerpo ejecuti-
vo federal suizo de siete miembros, el Consejo Federal, ha estado com-
puesto por los miembros de los tres partidos principales en proporción a
su fuerza electoral: demócratas cristianos, social demócratas y demócra-
tas radicales, cada uno de los cuales posee aproximadamente un cuarto

350 Lijphart, Arend, op. cit., nota 339, pp. 27-29.


236 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

de los asientos en la cámara baja. Además, estos tres partidos conjunta-


mente con el Partido del Pueblo Suizo, que tiene algo así como un octa-
vo de los asientos, se dividen las siete posiciones ejecutivas de manera
proporcional y de acuerdo con la llamada “fórmula mágica” de 2:2:2:1,
establecida en 1959. Un criterio adicional es que los grupos lingüísticos
estén representados en proporción a su tamaño: cuatro posiciones para
los de habla alemana, una para los de habla francesa y, frecuentemente,
un italoparlante.351
La Constitución belga, por su parte, ofrece un buen ejemplo de un re-
querimiento formal para que el ejecutivo incluya representantes de los
grupos lingüísticos predominantes. En efecto, por muchos años había si-
do costumbre formar los gabinetes con un número igual de ministros re-
presentantes de la mayoría de habla alemana y de la minoría francopar-
lante. Esto llegó a ser una regla formal en 1970, cuando una nueva
Constitución estipuló que “con la posible excepción del primer ministro,
el Consejo de los Ministros (Gabinete) incluirá a tantos miembros fran-
coparlantes como germanoparlantes”. Tal regla no aplica en lo relativo a
la composición partidista del gabinete, y además desde 1980 todos los
gabinetes han sido coaliciones de entre cuatro y seis partidos.352
En Bélgica y Holanda las coaliciones en los gabinetes fueron comple-
mentadas por grandes coaliciones en otros organismos colegiados: con-
sejos y comités ad hoc, con funciones no sólo formales y consultivas, si-
no frecuentemente con influencia en la toma de decisiones. Los ejemplos
más sobresalientes son el Consejo Social y Económico Holandés (uno de
los pocos ejemplos de un parlamento económico poderoso y efectivo) y
las coaliciones temporales de los líderes partidarios que concluyeron, por
ejemplo, con los “pactos de escuela” que resolvieron el problemático
asunto del financiamiento estatal a las escuelas religiosas en Holanda y
Bélgica. Inclusive, se puede dar el caso de que cuando el gabinete es una
gran coalición, puede no ser el órgano consociativo más importante. En
Austria, las decisiones cruciales eran tomadas no por la gran coalición
del gabinete sino por pequeñas coaliciones extra constitucionales (Koali-
tions-Ausschuss, Comités de Coalición) en las cuales los líderes católicos
y socialistas mayores estaban representados equitativamente; un comité
parecido a los anteriores fue el Perka en el periodo de entre guerras en

351 Ibidem, p. 31; véase también, Lijphart, Arend, op. cit., nota 338, pp. 34 y 35.
352 Lijphart, Arend, op. cit., nota 338, p. 35.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 237

Checoslovaquia. Comenzó como coalición de líderes de los cinco princi-


pales partidos checos y después se convirtió en un gabinete interior.
Estos últimos ejemplos muestran que las grandes coaliciones no siempre
tienen que tomar necesariamente la forma de gabinetes.353
Finalmente, es importante agregar que no todos los arreglos institucio-
nales permiten la formación de grandes coaliciones con igual facilidad.
Al respecto, dos de las tipologías tradicionales de los regímenes democrá-
ticos deben ser examinados en esta conexión: los sistemas parlamentarios
frente a los sistemas presidenciales. Así, en virtud de que un régimen pre-
sidencial implica el predominio de un solo líder que normalmente repre-
senta los intereses de un solo partido, dicho sistema es menos adecuado a
un gobierno consensual que uno parlamentario que posea un gabinete co-
legiado, en el cual varias o algunas de las minorías etnoculturales pueden
ser representadas al interior del gabinete. En consecuencia, los sistemas
parlamentarios al otorgar la posibilidad de que las minorías accedan al
gobierno a través de los gabinetes de coalición en los cuales pueden ob-
tener alguna representación tienen la posibilidad de dar satisfacción al
principio de igualdad de oportunidades para acceder a los cargos públi-
cos a que se refiere la segunda parte del segundo principio de la justicia,
algo que no se encuentran en posibilidades de realizar los sistemas presi-
denciales. Así por ejemplo, Suiza, ante la imperiosa necesidad de intro-
ducir elementos parlamentarios en su sistema que le permitan acomodar
en mejores condiciones a sus minorías nacionales, ha diseñado un siste-
ma político que no es por completo presidencial, precisamente por la
introducción de elementos de tipo parlamentario, aunque tampoco es to-
davía plenamente parlamentario. Así, la relación entre el Ejecutivo repre-
sentado por el Consejo General y el Legislativo se explica por una divi-
sión de poderes suficiente que permite equilibrar a los dos poderes: los
miembros del Consejo son electos individualmente por un término de
cuatro años, mientras que el Legislativo no puede emitir un voto de con-
fianza sobre su gestión durante ese periodo. De esta manera, si una pro-
puesta del gobierno es derrotada por el parlamento, no es necesario para
ninguno de los miembros que promovió la medida o, para el Consejo co-
mo cuerpo colegiado, que renuncie.354

353 Lijphart, Arend, op. cit., nota 339, pp. 32 y 33.


354 Lijphart, Arend, op. cit., nota 338, p. 35.
238 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

2. Veto

La gran coalición en alguna de sus formas, como el método más im-


portante del gobierno consensual para el acomodo de las minorías etno-
culturales conforme a los dos principios normativos de la justicia, puede
ser complementada por otros instrumentos o acuerdos institucionales se-
cundarios: el veto, el sistema proporcional y el multipartidismo. Cual-
quiera de éstos se encuentra estrechamente asociado con el resto e impli-
can desviaciones de la regla de la mayoría pura para el acomodo de las
minorías etnoculturales en términos de justicia. Comencemos por expli-
car el veto.
El veto puede representar una regla que llamaré negativa para el aco-
modo de las minorías etnoculturales conforme a los dos principios nor-
mativos de la justicia, pues no obstante que la participación en las coali-
ciones ofrece una protección política importante para las minorías, no
constituye una absoluta e infalible protección a las decisiones que tienen
que ser tomadas dentro de las coaliciones sobre los intereses de las mino-
rías etnoculturales, pues tales decisiones normalmente son tomadas a tra-
vés de un voto mayoritario. En estos casos, aunque la presencia de las
minorías culturales en las coaliciones nos dé una oportunidad para pre-
sentar su caso a los compañeros de la coalición, puede sin embargo, ser
ignorada por la mayoría cuando ésta exprese su voto. En algunos casos,
cuando tales decisiones afecten los intereses vitales de las minorías, se-
mejante derrota puede ser considerada como inaceptable y, en conse-
cuencia, poner en riesgo la cooperación dentro de la misma coalición. En
estos casos, un veto de la minoría etnocultural puede agregarse al princi-
pio de la coalición, ya que sólo a través de ese veto puede proporcionarse
a cada una de las minorías etnoculturales interesadas una garantía com-
pleta de protección política y la seguridad de que se respetarán los prin-
cipios de igualdad y libertad contenidos en los principios de la justicia.
En efecto, el veto de las minorías debe considerar la protección de las
libertades básicas y de sus intereses socioeconómicos como su objetivo
principal, y consiste en proporcionar a las propias minorías etnocultura-
les el poder de protegerse a sí mismas, colocando esos derechos y liber-
tades básicos, así como los derechos socioeconómicos esenciales para su
desarrollo y subsistencia, en el único lugar donde pueden estar plena-
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 239

mente resguardados, bajo su propia custodia.355 Que es un mecanismo


institucional excelente para asegurar la satisfacción de los principios de
igualdad y libertad contenidos en los dos principios de la justicia, queda
muy bien ejemplificado con el caso de los pueblos indígenas.
En efecto, ¿cuántas veces no hemos visto que en los países america-
nos, desde Norteamérica hasta la Patagonia, se expiden leyes y decretos
que afectan las tierras en las cuales se encuentran asentados los pueblos
indígenas y de las que depende su sostenimiento socioeconómico? Como
ya hemos comentado sobre todo en el capítulo tercero, al modificarse el
régimen de propiedad de estas tierras no sólo se atenta contra la igualdad
de oportunidades socioeconómicas a que se refiere la primera parte del
segundo principio de la justicia, sino que también se pone en riesgo la
existencia misma de esos pueblos indígenas, pues se les arrebata un ele-
mento esencial para la reproducción de su cultura que, como también ya
dijimos, es condición necesaria para que gocen de los derechos y las li-
bertades básicas a que se refiere el primer principio de la justicia, pues
sin un contexto cultural particular, no es posible que se realicen eleccio-
nes significativas. Luego entonces, parece indispensable que se otorgue a
los pueblos indígenas el veto sobre todas aquellas leyes que afecten su
base territorial mínima, pues con ello daríamos cumplimiento a los dos
principios de la justicia. Igualmente, creo que en términos de justicia es
necesario que se otorgue el veto a los pueblos indígenas en algunas ma-
terias legislativas indispensables para su desarrollo, como pueden ser las
materias educativa, lingüística o alimenticia. Con ello, por ejemplo, se
podría garantizar que, en materia lingüística, los servicios públicos esen-
ciales que ofrece el Estado también se pudieran otorgar en sus lenguas
vernáculas, pues sin tribunales que entiendan el idioma de estos pueblos,
no hay posibilidad alguna de que ellos accedan a los derechos y las liber-
tades básicas a que se refiere el primer principio de la justicia, ni tampo-
co a que accedan en igualdad de condiciones a los beneficios socioeconó-
micos, como dice la primera parte del segundo principio de la justicia. En
síntesis, a través del veto las minorías etnoculturales (no sólo los pueblos
indígenas) estarían en condiciones de negociar con el Estado nacional los
términos de su acomodo institucional en condiciones de justicia.

355 Ibidem, p. 36.


240 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Como en el caso del gobierno de coalición, es importante señalar que


el gran peligro en el veto de las minorías etnoculturales es que tal meca-
nismo nos pueda llevar a la tiranía de las minorías o a alguna forma pare-
cida. Semejante hecho puede tensar la cooperación dentro de la coalición
entre los representantes de la sociedad dominante y los de las minorías
culturales tanto como lo puede hacer el hecho de que las minorías no
sean consideradas en el voto mayoritario, pues en ese supuesto no esta-
ríamos dando satisfacción al principio de igualdad contenido en los dos
principios de la justicia, mismo que también debe operar en favor de los
integrantes de la sociedad dominante. No obstante lo anterior, hay tres
razones por las cuales este peligro no es tan serio como parece y por lo
cual no debemos exagerar el riesgo de la tiranía de las minorías. Primero,
el hecho de que el veto esté disponible como una arma potencial, propor-
ciona a la minoría un sentimiento de seguridad que hace que éstas lo
usen con mucha cautela, o que su uso sea improbable pues prefieren no
desgastar su efectividad. En otras palabras, a través de proporcionar a ca-
da una de las minorías el poder de la autoprotección, cualquier disenso o
lucha entre ellas por una posición superior puede ser prevenida y, en
consecuencia, cualquier sentimiento dirigido a debilitar la seguridad de
tales minorías, suprimido. Segundo, cada una de las minorías etnocultu-
rales debe reconocer el peligro existente de provocar al mismo Estado un
grave problema de inmovilismo y de llegar a un punto muerto en políti-
ca, si usa de manera irresponsable su derecho de veto. Esto seguramente
resultará en un uso restringido y cuidadoso del veto. Así, constreñidos
por la imperiosa necesidad de prevenir la suspensión de las actividades
del gobierno, cada una de las minorías etnoculturales puede considerar el
sacrificio que tendrá que hacer al abandonar sus particulares intereses en
aras de asegurar el interés propio y el de la sociedad dominante, lo cual
no es nada comparado con los prejuicios que pueden ser inflingidos a to-
dos, incluidas ellas mismas, si se adhirieran a una línea de acción irres-
ponsable.356 Esto constituye una inmejorable forma de hacer partícipe a
las minorías etnoculturales de los intereses generales y no sólo de los su-
yos propios. Tercero y el más importante para efectos de mi investiga-
ción: el derecho de veto de que gocen las minorías etnoculturales deberá
recaer sólo sobre aquellas materias que sean de especial interés e impor-
tancia para que las minorías etnoculturales gocen plenamente de los de-

356 Lijphart, Arend, op. cit., nota 339, pp. 36-38.


MINORÍAS Y DEMOCRACIA 241

rechos y las libertades básicas a que se refiere el primer principio, así co-
mo de las condiciones de igualdad a que hacen mención los dos prin-
cipios de la justicia. Por ejemplo, parece completamente congruente con
los principios normativos de la justicia que los pueblos indígenas tengan
un derecho de veto sobre todas aquellas leyes o decretos que afecten direc-
ta o indirectamente su base territorial, por las razones a que hemos hecho
referencia un poco más arriba, sin embargo, no hay bases normativas pa-
ra que esas mismas minorías posean un derecho de veto, por ejemplo, so-
bre cualquiera de las leyes comerciales que expida ese Estado nacional o
sobre los tratados internacionales que en materia comercial celebre con
otros Estados, ya que éstos no estarían afectando sus derechos y liberta-
des básicas, pues si tuviesen la posibilidad de vetar semejantes leyes o
tratados comerciales, ello podría significar una afectación al ejercicio de
los derechos y las libertades básicas de los integrantes de la sociedad do-
minante y los pondrían en condiciones de franca desigualdad frente a las
minorías etnoculturales, lo que desde luego, no daría satisfacción a los
dos principios normativos de la justicia. Como podemos apreciar, hay ra-
zones tanto empíricas como normativas que nos permiten concluir que el
veto para las minorías nos puede ayudar a acomodarlas en términos de
justicia dentro del Estado y sus instituciones.
Ahora bien, el veto puede ser una regla que es formalmente reconoci-
da en la Constitución o bien, un entendimiento informal y no necesaria-
mente escrito. Holanda y Suiza son ejemplos de la aplicación informal
del veto. Por ejemplo, en Austria fue formalmente sostenida por los líde-
res de los partidos socialista y católico, antes de que cada coalición go-
bernante fuera formada, pues en el Comité de Coalición todas las deci-
siones tienen que tomarse por unanimidad. En Bélgica, el veto no había
sido más que un principio informal entre católicos y socialistas, pero re-
cibió reconocimiento constitucional con respecto a los asuntos relativos
a los grupos lingüísticos. En 1970 este punto de vista fue integrado en
una reforma constitucional: así, las leyes que afectaran los intereses cul-
turales y educativos de los grupos lingüísticos podrían ser sólo aproba-
das si tanto la mayoría francoparlante como la mayoría de habla germana
en el parlamento otorgaban su aprobación, lo que sin lugar a dudas, otor-
gaba un poder de veto formal para los grupos lingüísticos.357

357 Ibidem, pp. 36-38.


242 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

3. Sistema proporcional

Durante el siglo XIX las elecciones fueron decididas simplemente a


través de determinar qué candidatos en lo individual obtenía más votos
en las elecciones locales, normalmente a través de distritos uninomina-
les. En cambio, una de las reformas electorales más importantes del siglo
XX fue la introducción de la representación proporcional, la cual fue
adoptada por muchas democracias para remediar la distribución inequita-
tiva que se hacía de los puestos públicos según los votos obtenidos. De
manera muy general por lo que respecta a los sistemas electorales, puedo
decir que ha sido común dividirlos en dos amplias categorías, sistemas
de mayoría y sistemas proporcionales. Los de mayoría normalmente se
caracterizan por poseer distritos que sólo tienen un único representante,
mismos que son electos con base en la regla de la mayoría (o en ocasio-
nes, cuando es necesario, mediante una fórmula de mayoría en segunda
vuelta), y tiende a otorgar mayor representación a los dos partidos que
reciben más votos. En cambio, el sistema proporcional emplea distritos
en los que se puede elegir a más de un representante a través de las lla-
madas listas de partidos y, generalmente, produce una representación
parlamentaria que refleja la división del voto entre los múltiples partidos
que compiten en el sistema.358
Como decía, en los sistemas electorales de mayoría o predominante-
mente de mayoría, los dos partidos mayoritarios se distribuyen entre sí
todos los escaños, por los que las minorías nacionales y etnoculturales
que se encuentran representadas en los partidos minoritarios o que reci-
ben menos votos, no alcanzan a obtener escaños en un sistema de esta
naturaleza. En cambio, en los sistemas proporcionales, estas minorías et-
noculturales pueden obtener un número de escaños que sea proporcional
al número de votos que hayan obtenido ya sea a nivel regional o nacio-
nal, garantizando de esta manera, su acceso a los gobiernos, generalmen-
te a los órganos legislativos. De esta forma, los sistemas proporcionales

358 Shugart, Matthew y Wattenberg, Martin P., Mixed-Member Electoral Systems.


The Best of Both Worlds, Estados Unidos, Oxford University Press, 2002, p. 9; también
para algunos aspectos muy generales del sistema proporcional, el lector puede revisar
Sartori, Giovanni, Teoría de la democracia. El debate contemporáneo, México, Alianza
Editorial Mexicana, 1991, t. I; véase del mismo autor ¿Qué es la democracia?, México,
Taurus, 2003.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 243

satisfacen de manera muy especial el principio de igualdad contenido en


la segunda parte del segundo principio de la justicia, en lo relativo a que
todos, incluidos los integrantes de las minorías etnoculturales, deben po-
der acceder a los puestos públicos en igualdad de condiciones. En cam-
bio, un Estado que tenga en su interior significativas minorías etnocultu-
rales, no podrá dar satisfacción a este principio a través de la adopción de
un sistema de mayoría sustentado en distritos uninominales, en el que so-
lamente podrán estar representados los partidos más poderosos y que
normalmente representan los intereses de la sociedad dominante.
Como ya señalaba, los sistemas de representación proporcional tuvie-
ron un desarrollo importante durante el siglo XX, particularmente en Eu-
ropa continental y en Latinoamérica. En algunos países europeos y lati-
noamericanos han servido para acomodar principalmente a sus minorías
nacionales, aunque también han sido utilizados frecuentemente para aco-
modar a las minorías partidistas que poseen líneas ideológicas muy dis-
tintas a las de la sociedad dominante:

A título ilustrativo, no es ciertamente casual que los regímenes democráti-


cos de buena parte de Europa continental evolucionaran en la dirección de
los sistemas parlamentarios, si no de regímenes de asamblea, en tanto que
en Inglaterra (donde el gobierno parlamentario es una expresión inexacta
de un gobierno de gabinete) o en los Estados Unidos, no se produjo un de-
sarrollo similar. De igual modo no es seguramente fortuito que todas las
democracias continentales europeas hayan abandonado (o no hayan adop-
tado nunca) el sistema de distrito uninominal y se hayan decidido por sis-
temas electorales de representación proporcional.359

Como se podrá observar, el principio de proporcionalidad en los siste-


mas de democracia consensual nos puede auxiliar para acomodar a las
minorías etnoculturales en condiciones de justicia frente a la sociedad
dominante (que se acomoda mejor a un sistema de mayoría), ya que re-
presenta una desviación significativa de la regla de la mayoría, como
también lo hace el veto. Ahora bien, el problema no es apartarse de la re-
gla de mayoría sino que esta regla normalmente no toma en cuenta el
principio de igualdad para que las minorías accedan a los cargos públi-
cos, algo que es esencial en la regla de la proporcionalidad.

359 Sartori, Giovanni, op. cit., nota 358, t. I, p. 80.


244 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

Además, la regla de la proporcionalidad puede tener dos importantes


funciones: la primera, como ya lo señalamos, es que es un método para
asignar puestos a las minorías etnoculturales en el servicio público, con-
forme a la votación que hayan obtenido, con lo cual se garantiza el prin-
cipio de igualdad contenido en la segunda parte del segundo principio de
la justicia; la segunda es que puede ser también un excelente método pa-
ra destinar recursos financieros entre las diferentes minorías culturales.
De esta manera, también se estaría asegurando el acceso de esas minorías
a los beneficios socioeconómicos que genera su sociedad política en la
misma proporción (o cuando menos cercana) a su fuerza numérica, con
lo cual daríamos también satisfacción a la primera parte del segundo
principio de la justicia, que se refiere a que todos deben tener igual acce-
so a los beneficios socioeconómicos en igualdad de condiciones.
Hay un punto fino que todavía debe ser considerado para que la regla
de la proporcionalidad opere en términos de justicia hacia las minorías
etno-culturales: el mínimo de votos requeridos para que se asignen pues-
tos públicos o recursos financieros. En efecto, este mínimo debe operar
conforme a las condiciones particulares de cada Estado nacional, en tér-
minos de justicia. Pongamos un ejemplo. Una sociedad que exigiera mí-
nimo de 8% de la votación (ya sea regional o nacional) para asignar
puestos públicos a las minorías etnoculturales, quizá las dejaría total-
mente fuera de esa posibilidad, con lo que no se daría satisfacción al
principio de igualdad contenido en los dos principios normativos de la
justicia. Aunque normalmente las democracias establecen un mínimo
que va de 1.5% a 7% de la votación general para comenzar a asignar
puestos de representación proporcional,360 al respecto, hay que subrayar
que no hay aquí una regla definida, pues este límite dependerá de cada
caso particular. Por ejemplo, en aquellos países donde las minorías cuen-
tan con muy escasos recursos para competir electoralmente y han sido
marginadas de las instituciones democráticas por largo tiempo, lo que les
exige de un inevitable proceso de adaptación, este límite deberá ser pe-
queño, no más del 1.5% de la votación, ya que de otra manera se les es-
taría impidiendo el acceso a los puestos públicos ante la inequidad en la
que se encontrarían en la competencia electoral, no dando satisfacción al
principio de igualdad contenido en el segundo principio de la justicia. En

360 Shugart, Matthew y Wattenberg, Martin P., op. cit., nota 358, pp. 20 y 21.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 245

cambio, en aquellos Estados en los cuales las minorías nacionales o etno-


culturales posean mayores recursos, experiencia en las contiendas electo-
rales o presencia dentro de la sociedad dominante, ese mínimo podría ser
mayor, según sus propias necesidades.
Así las cosas, el modelo proporcional es aquel en el cual las minorías
pueden asegurar su acceso a los puestos del gobierno y a los recursos so-
cioeconómicos en proporción a su fuerza numérica, lo cual satisface me-
jor el segundo principio de la justicia en comparación con los sistemas
de mayoría. Ahora bien, una distribución generalmente proporcional de
la influencia que los grupos pueden tener en los asuntos públicos, sólo
puede ser asegurada si la decisión es negociada sobre la participación de
todos ellos. Además, la proporcionalidad, cuando va unida al principio
de la coalición, puede agregar un punto fino a esta institución: no sólo
todas las minorías etnoculturales importantes deben estar representadas
en las coaliciones de gobierno, sino que también deben estar representa-
das en forma proporcional. Un buen ejemplo de esto es la “formula má-
gica” de los suizos para la composición de su Consejo Federal y que he-
mos comentado un poco más arriba.361
También la proporcionalidad será una regla muy útil para asegurar la
satisfacción de los principios normativos de la justicia en todos aquellos
casos en que sea conveniente la representación especial de grupo y las
cuotas de representación que examinaré un poco más adelante, pues pa-
rece evidente la necesidad de que aquellos grupos en desventaja que re-
quieran de estas formas especiales de representación en los órganos de
gobierno del Estado participen en su integración de una manera propor-
cional.

4. Sistema multipartidista

Frecuentemente se afirma que una oposición poderosa es el sine qua


non de la democracia contemporánea, y que el propósito primario de cual-
quier oposición es llegar a ser gobierno. Desde luego, este punto de vista
está basado en la asunción de que la democracia implica un sistema bi-
partidista constituido de dos partidos o bloques opositores que se alter-
nan en el gobierno, tal y como ocurre en las democracias mayoritarias,

361 Lijphart, Arend, op. cit., nota 339, pp. 38-40.


246 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

por ejemplo el Reino Unido o los Estados Unidos. Semejante opinión pe-
ca de simplista, sobre todo, si hablamos de una sociedad multicultural,
pues un sistema de dos partidos poderosos que normalmente representan
los intereses de la sociedad dominante dejaría fuera de la competencia
electoral a aquellos partidos que representen a las minorías etnocultura-
les, con lo que no daríamos satisfacción al principio de igualdad de opor-
tunidades para acceder a los cargos públicos a que se refiere el segundo
principio de la justicia. Además, esa afirmación no toma en cuenta que
los gobiernos con sistemas más consensuales y multipartidistas tienden a
ser coaliciones y que un cambio en el gobierno de estos sistemas normal-
mente significa un cambio parcial y no total en la composición partidista
del gobierno, como sí sucede en las democracias mayoritarias en las que
la oposición puede llegar al poder y, consecuencia, excluir completa-
mente del gobierno y del diseño de nuevas políticas públicas al partido
perdedor.362
En cambio, un sistema multipartidista, al permitir la competencia elec-
toral a partidos minoritarios que representen los intereses de las minorías
etnoculturales, puede facilitar que éstas accedan a los puestos públicos
del gobierno, con lo cual se daría satisfacción al principio de igualdad de
oportunidades para acceder a los cargos públicos a que se refiere la se-
gunda parte del segundo principio de la justicia. En efecto, una democra-
cia consensual será más propicia si existe un sistema multipartidista, ya
que en una sociedad multicultural con elecciones libres, las divisiones
culturales pueden trasladarse o, cuando menos, reflejarse mejor en un
sistema de múltiples partidos donde algunos de los partidos políticos
pueden ser las manifestaciones políticas de las minorías etnoculturales,
actuando como sus representantes políticos y proveyendo un buen méto-
do para la selección de los líderes de las minorías que participarán en las
coaliciones, en las asambleas o en los parlamentos nacionales. En este
sentido, los partidos políticos se encuentran entre los medios institucio-
nales más importantes que existen para colocar en el escenario político y
en los cargos públicos, las exigencias de los distintos grupos etnocultura-
les que conforman una sociedad multicultural, siendo de la mayor impor-
tancia la relación entre el sistema de partidos y las minorías culturales
dentro de un Estado nacional, pues mientras más dividida se encuentre la

362 Lijphart, Arend, op. cit., pp. 5 y 6.


MINORÍAS Y DEMOCRACIA 247

sociedad, más indispensable será que el sistema multipartidista pueda in-


tegrar a las minorías etnoculturales a la competencia electoral.363 Desa-
fortunadamente, esto no siempre sucede, pues es común que los sistemas
multipartidistas se resistan a integrar los intereses de las minorías etno-
culturales como es el caso de México, en donde ninguno de los partidos
políticos existentes ha integrado en su plataforma política los intereses de
los pueblos indígenas, ni ha fungido como plataforma para la elección
de sus candidatos.
Sin embargo, no obstante lo anterior, los sistemas multipartidistas, a
diferencia de los bipartidistas, son mejores para facilitar el acceso de los
representantes de las minorías etnoculturales a los cargos públicos. Así
por ejemplo, el sistema de partidos múltiples en Bélgica y Holanda ha
canalizado democráticamente las diferencias religiosas que existen en su
interior; efectivamente, durante el periodo que examina Lijphart, los ca-
tólicos practicantes en Bélgica y Holanda le dieron durante algún tiempo
un apoyo abrumador al partido católico, preferencia que coincidía con
las divisiones lingüísticas de esos países. El mismo fenómeno tuvo lugar,
aunque no con la misma fuerza, en Suiza, donde los protestantes suizos
generalmente apoyan a los socialistas, mientras los protestantes holande-
ses otorgaron un fuerte apoyo al partido Antirrevolucionario Protestante
y a la Unión Cristiana.364
Asimismo, el caso belga ofrece una de las mejores oportunidades para
comparar las consecuencias de las diferentes formas que tienen los parti-
dos políticos para representar a las diferentes culturas que existen en un
Estado nacional. Así, en Bélgica hay dos formas muy claras de relación
entre los partidos y sus divisiones culturales: una división institucional
(religión) y una división no institucional (lenguaje). De esta manera, si
comparamos la resolución del problema escolar (un conflicto religioso),
con el fracaso para encontrar una solución al problema lingüístico, pode-
mos concluir que los partidos belgas pudieron alcanzar un compromiso
en el asunto de las escuelas debido, en buena medida, a la “institucionali-
zación” de tal división a través de una fuerte organización partidaria, es
decir, debido a la casi perfecta coincidencia de las divisiones propias del
sistema de partidos con las divisiones religiosas. Por el otro lado, un diá-

363 Ibidem, p. 61.


364 Ibidem, p. 81.
248 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

logo institucional en lo relativo a la materia lingüística no había podido


ser desarrollado debido a que las divisiones lingüísticas no habían sido
históricamente traducidas en el sistema de partidos. En efecto, los intere-
ses prácticos y culturales de los principales grupos lingüísticos no habían
sido articulados efectivamente debido que no existían representantes mu-
tuamente reconocidos y calificados para formular demandas, negociar, y
cumplir con sus propósitos, debido, como dijimos, a la ausencia de insti-
tucionalización en materia lingüística.365
Ahora bien, si el sistema multipartidista facilita el acceso de las mino-
rías culturales a los puestos públicos, con lo que da satisfacción al segun-
do principio de la justicia, en cambio, existe el peligro de que este siste-
ma pueda llegar a ser extremadamente fragmentado y, en consecuencia,
ingobernable, pero sobre todo que deje de representar los intereses de la
sociedad dominante ¿Qué solución podemos encontrar a este problema?
Las respuestas que han proporcionado los estudiosos de los sistemas de
partidos han sido múltiples. En efecto, es muy difícil y poco recomenda-
ble derivar una única regla acerca del número ideal de partidos, ya que
esto depende de manera importante de la estructura social y de los arre-
glos institucionales particulares de cada Estado. Asimismo, debido a que
el sistema de partidos es un mecanismo institucional no sólo para la re-
presentación, sino también para el arreglo de conflictos, lo que parece
más importante es que el sistema de partidos se adapte y compenetre de
la diversidad etnocultural imperante, y que también se articule de manera
coherente con otras instituciones políticas.
No obstante esto último, sólo quisiera señalar, a manera de ejemplo y
para acotar el tema, la tipología que sobre el número de partidos elaboró
Sartori, misma que es una de las más conocidas. Él divide a los sistemas
multipartidistas en moderados y extremos. Si consideramos sólo a los
partidos mayores (aquellos con un potencial de coalición o de negocia-
ción) y omitimos a los pequeños y marginales, Sartori dice que tres o
cuatro partidos es un número adecuado de partidos en un sistema multi-
partidista moderado. Para un sistema extremo, al menos cinco partidos
son requeridos. Asimismo, Sartori considera que tanto el sistema biparti-
dista como el multipartidista moderado son centrípetos, mientras un mul-
tipartidismo extremo es centrífugo. Cuando la dirección del sistema polí-

365 Ibidem, p. 86.


MINORÍAS Y DEMOCRACIA 249

tico es centrípeta, uno puede hallar una política moderada, mientras las
políticas extremas e inmoderadas reflejan la prevalencia de fuerzas cen-
trífugas.366 En sus escritos posteriores, Sartori modifica la línea divisoria
entre sistemas multipartidistas extremos y moderados, poniendo el punto
de transición de un sistema de cuatro a uno de cinco partidos. Así, por
ejemplo, define al sistema moderado como uno en el cual los partidos re-
levantes pueden ser hasta cinco.367 En fin, de cualquier manera parece di-
fícil determinar a priori cuál es el número adecuado de un sistema multi-
partidista, pues en todo caso siempre se deberá atender a las condiciones
concretas de la sociedad de que se trate y a sus particulares divisiones et-
noculturales.
Sin embargo, podríamos decir que un sistema multipartidista modera-
do presenta condiciones más favorables para la democracia consensual.
Sin embargo, hay que agregar que el multipartidismo moderado es un fac-
tor favorable sólo bajo la condición de que todos los partidos sean partidos
minoritarios, es decir, que no haya uno que predomine sobre los otros o
que, cuando menos, existan los equilibrios suficientes entre los partidos
minoritarios y el predominante.368 En efecto, en caso de que alguno o al-
gunos de los partidos predominen sobre los otros y los partidos pequeños
se encuentren en condiciones de franca desventaja en la competencia
electoral, es recomendable que los partidos mayoritarios incluyan a miem-
bros de las diferentes minorías culturales para asegurar su participa-
ción.369 La India y Botswana, por ejemplo, tienen un sistema de partido
dominante en el cual los partidos gobernantes incorporan y agregan una
amplia variedad de intereses étnicos y culturales para garantizar los equi-

366 Sartori, Giovanni, “European Political Parties. The Case of Polarized Pluralism”,
en Lijphart, Arend, op. cit., nota 339, pp. 62 y 63.
367 Sartori, Giovanni, Parties and Party System: A Framework for Analysis, Cam-
bridge University Press, 1976, pp. 119-216; en Lijphart, Arend, op. cit., nota 339, pp. 63.
368 Lijphart, Arend, op. cit., nota 339, pp. 61-64.
369 Powell señala, derivado de su observación empírica de veintinueve democracias,
que un sistema de partidos representativo en el cual numerosos partidos exhiben ligas y
relaciones hacia distintos grupos sociales puede contribuir a la estabilidad democrática,
ya que facilita el envolvimiento de los grupos descontentos con la política legítima, siem-
pre y cuando los grupos extremistas no estén en condiciones de obtener un apoyo signifi-
cativo, Powell, G. Bingham, Contemporary Democracies, Cambridge, Harvard Univer-
sity Press, 1982, pp. 154-157, 206, 222 y 223; en Diamond, Larry et al., Politics in
Developing Countries. Comparing Experiences with Democracy, Reino Unido, Lynne
Rienner Publishers, 1990, pp. 25 y 26.
250 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

librios que las minorías necesitan y que no podrían ser garantizados de


otra manera. Por su parte, Papua Nueva Guinea, tiene un sistema multi-
partidista moderado en el cual dos partidos son dominantes, mismos que
también agregan en su interior a las minorías culturales.370
De igual manera, si en lugar de un sistema multipartidista el sistema
constitucional es designado para inducir un sistema bipartidista (como
normalmente sucede con un sistema presidencial con elección de legisla-
dores en distritos uninominales, por simple mayoría y voto único), es al-
tamente recomendable que los dos partidos incorporen en su interior a
las minorías etnoculturales y a sus intereses; sin embargo, esto sucede
pocas veces, por lo que tendrá sentido recurrir a otros arreglos institucio-
nales para establecer canales de comunicación con las minorías etnocul-
turales, tales como el federalismo o, inclusive como sucede en Nigeria, a
través de leyes específicas que permitan establecer comunicación entre
las organizaciones, bases y símbolos con los distintos grupos culturales;
si lo que se busca es un sistema representativo, la representación propor-
cionalidad puede ayudarnos.371
En síntesis y como se podrá desprender de lo anterior, para que un sis-
tema multipartidista no sea excesivamente fragmentado y pueda repre-
sentar también los intereses de la sociedad dominante, éste deberá permi-
tir siempre en igualdad de condiciones el acceso de los representantes de
la sociedad dominante, para lo cual es mejor que todos los partidos polí-
ticos de un sistema multipartidista integren en su plataforma y de manera
proporcional la representación de las minorías culturales al tiempo que
garantizan la participación de los que serán representantes de la sociedad
dominante. De esta manera se garantizaría que tanto los integrantes de la
sociedad dominante como los de las minorías estén representados en pro-
porción a su fuerza numérica en las instituciones de gobierno, lo cual da-
ría satisfacción al principio de igualdad de oportunidades para acceder a
los cargos públicos como dice la segunda parte del segundo principio de
la justicia. Desde luego, esto sólo sería posible si todos los partidos pu-
diesen integrar en su interior y de manera proporcional los intereses de la
sociedad dominante y los intereses de las minorías culturales. Sin embar-
go, hay ocasiones en que los partidos políticos se resisten a representar a
ambos, siendo los partidos mayoritarios los que tienden a representar los

370 Véase, Larry Diamond et al., op. cit., nota 369, p. 26.
371 Ibidem, pp. 25 y 26.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 251

intereses de la sociedad dominante y los partidos minoritarios los intere-


ses de la o las minorías etnoculturales. En este último caso, creo que para
dar satisfacción al principio de igualdad contenido en los principios nor-
mativos de la justicia, los partidos dominantes deberían incluir a las mi-
norías etnoculturales, al tiempo que se permite la formación de todos
aquellos partidos políticos minoritarios que representen los intereses de
las minorías etnoculturales significativas, los cuales siempre serían parti-
dos minoritarios y claramente identificados por sus líneas políticas y cul-
turales.
Es importante señalar que un sistema multipartidista con relativamen-
te pocos partidos y pocas divisiones etnoculturales, digamos tres o cua-
tro, constituye una base más favorable para la democracia consensual
que una con relativamente muchos segmentos importantes y altamente
fragmentada. La razón es que la cooperación entre los grupos se hace
más difícil conforme aumenta el número de participantes. Sin embargo,
es importante destacar que una configuración moderada y múltiple es
preferible a una dual, en virtud de que los equilibrios derivados de los
sistemas multipartidistas moderados no nos llevan tan fácilmente a una
interpretación de la política como un juego de suma cero, lo que sí suce-
de en los sistemas bipartidistas y que nos puede conducir a una situación
en la cual la sociedad dominante se preocupe sólo de sus propios intere-
ses y nadie considere los costos de sus decisiones.372 En otras palabras, el
acceso de todos en igualdad de condiciones a los cargos públicos, tanto de
los integrantes de la sociedad dominante como de las minorías etnocultu-
rales, como dice el segundo principio de la justicia, se realiza mejor en
una democracia consensual con un sistema multipartidista moderado,
que un sistema bipartidista con un balance dual del poder o con una he-
gemonía por parte de uno solo de los grupos, como sucede en las socie-
dades más homogéneas o en los sistemas de mayoría. Esto debido a que
en una sociedad con dos segmentos de aproximadamente el mismo tama-
ño, los líderes de ambos grupos pueden esperar alcanzar, a través de la
mayoría, dominar a los otros grupos más que cooperar con las minorías
culturales, lo que muy probablemente los aleje de la posibilidad de nego-
ciar con ellas y de permitirles el acceso al gobierno.373

372 Ibidem, p. 56.


373 Idem.
252 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

5. Consideraciones a favor de la democracia consensual

En este apartado me gustaría dar una respuesta más empírica que nor-
mativa a las críticas que frecuentemente son dirigidas contra la democra-
cia consensual, especialmente formuladas por aquellos que favorecen las
ideas de la democracia mayoritaria y que consideran a la democracia
consensual como una forma menor.
En primer lugar, sus críticos consideran que la presencia de una oposi-
ción fuerte es un ingrediente esencial de la democracia, en consecuencia,
la democracia consensual, piensan sus críticos, es por definición menos
democrática que la democracia mayoritaria, pues las grandes coaliciones
de gobierno propias de las democracias consensuales necesariamente im-
plican oposiciones relativamente pequeñas y débiles o la ausencia de
cualquier oposición dominante en las asambleas o legislaturas. Al res-
pecto, es importante señalar que esta objeción no es justa: el ideal de una
oposición política vigorosa sólo puede ser realizado en buena medida en
sociedades homogéneas, por lo cual no se puede usar como un estándar
para evaluar el desempeño político en sociedades multiculturales, las que
por su propia naturaleza no son homogéneas y requieren de sistemas
multipartidistas y de oposiciones que no sean predominantes. En conse-
cuencia y bajo las circunstancias propias de las sociedades en las que
existen diversos grupos etnoculturales, la democracia consensual, aun-
que lejos del ideal abstracto, es empírica y normativamente el mejor tipo
de democracia que podemos esperar en las sociedades plurales.
La siguiente objeción que realizan sus críticos también es equivocada:
la presunción de que los partidos deben alternarse en el gobierno y en la
oposición. En efecto, como se ha podido apreciar, en las sociedades con
fuerte diversidad etnocultural es frecuente que las divisiones culturales y
étnicas tiendan a ser inflexibles y a no permitir mucho movimiento de los
votos entre los partidos, consecuentemente no puede esperarse que los par-
tidos siempre se alternen en el poder, como sucede en las democracias de
mayoría. Desde luego, esto no implicará que se excluya permanentemente
a una de las minorías o a ciertas minorías en la participación del gobierno,
pues como hemos tratado de explicar, los mecanismos de la democracia
consensual como pueden ser una gran coalición o la representación pro-
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 253

porcional, no excluyen completamente a la oposición, ya que siempre


habrá formas para que ésta se encuentre representada en su interior.374
Hay, sin embargo, una crítica más seria sobre la democracia consen-
sual: su potencial riesgo de fracasar en la consecución y mantenimiento
de la estabilidad política. En este sentido, se señalan algunos argumentos
que nos pueden llevar a la ineficacia e indecisión en los sistemas consen-
suales: a) los gobiernos de coalición significan que las decisiones serán
lentas; b) el veto implica el peligro adicional de que la toma de decisión
pueda quedar completamente inmovilizada; c) la proporcionalidad como
un estándar para el reclutamiento de los servidores públicos necesita de
una importante membresía en cada uno de los grupos minoritarios, lo
cual iría en detrimento del mérito individual y, en consecuencia, de la
eficiencia administrativa.375
De todos, el problema más grave parece ser el inmovilismo y la lenti-
tud en la toma de decisiones. Al respecto, debe señalarse en favor de la
democracia consensual que las características de esta forma democrática
hacen muchas veces de estas supuestas desventajas, sólo desventajas
aparentes y que, por el contrario, pueden tener funciones positivas con
respecto al ritmo y la efectividad en la toma de decisiones. Por ejemplo,
en Suiza y en virtud de su estructura consensual, las demandas están di-
vididas en diferentes niveles políticos, lo que contribuye a que haya rela-
tivamente pocas demandas en el nivel nacional y, consecuentemente, se
alivia una gran carga en la toma de decisiones en ese nivel, lo que cierta-
mente puede evitar las probabilidades del inmovilismo.376
Más aún, debe ser dibujada una distinción entre la efectividad a corto
plazo y a largo plazo. En el corto plazo, un sistema mayoritario puede
ser más decisivo y efectivo que una democracia consensual, aunque la
evidencia empírica no lo comprueba como veremos más adelante. Pero
el precio que probablemente se tenga que pagar por este resultado favo-
rable es un creciente antagonismo y desconfianza de aquellas minorías
etnoculturales a las cuales se les haya negado la participación en el go-
bierno y que se sientan injustamente tratadas, independientemente de que
tengan razón o no. Así, la supuesta eficiencia en el corto plazo es conse-
cuencia probable de una quiebra en el largo plazo. Contrariamente, la de-

374 Ibidem, pp. 47 y 48.


375 Ibidem, pp. 50 y 51.
376 Ibidem, p. 52.
254 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

mocracia consensual puede parecer lenta y ponderativa en el corto plazo


pero tiene una mayor oportunidad de producir decisiones efectivas en el
tiempo, ya que obtiene la cooperación de todas aquellas minorías intere-
sadas.377
Finalmente, con relación al supuesto inmovilismo e ineficacia de la
democracia consensual que, aunque el propio Lijphart tendía a reconocer
en sus primeros estudios como una de sus debilidades, en sus investiga-
ciones finales ha demostrado que tal defecto se ha exagerado y que tien-
de a ser mucho menor de lo que realmente parece. En efecto, Lijphart es-
tablece dos indicadores básicos para medir la eficiencia de los gobiernos:
a) el control de la violencia y b) la funcionalidad macroeconómica. So-
bre la base de estos dos indicadores básicos, realiza una investigación
empírica en 18 democracias tanto consensuales como mayoritarias para
ver cómo se han comportado. Los resultados al respecto son sorprenden-
tes: Lijphart señala que la evidencia empírica no acredita que aquellos
países con democracias mayoritarias superen a aquellos que poseen siste-
mas consensuales ni en lo relativo al control del orden y la paz, ni de la
dirección macroeconómica. Por el contrario, la democracia consensual
ha demostrado un alto nivel de eficiencia tanto en el control de la violen-
cia, como en la funcionalidad macroeconómica, e inclusive llega a supe-
rar en algunos indicadores particulares a los sistemas de mayoría. En vir-
tud de lo anterior, podemos concluir con Lijphart que es equivocada la
asunción, muy común, de que hay una evidente superioridad del sistema
mayoritario sobre la democracia consensual en lo relativo a estos rubros.
A lo anterior habría que agregar que el récord de la democracia consen-
sual con respecto a la representación de las minorías y cobertura de sus
intereses es mucho mayor.378
Por otra parte, hay una crítica que ha formulado Anne Phillips a la de-
mocracia consensual que me parece digna de considerar. En su opinión,
la democracia consensual se preocupa básicamente de aquellas divisio-
nes etnoculturales que están presentes en la actividad política o, dicho de
otra manera, de aquellas diferencias que pueden ponerse en la arena pú-
blica “cuando existe la posibilidad de formar partidos políticos”. En este
sentido, Phillips señala que la pregunta de la democracia consensual “no
es como dar poder a los grupos que han sido excluidos de la política, si-

377 Idem.
378 Lijphart, Arend, op. cit., nota 325, pp. 1-17.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 255

no más bien como operar con aquellas minorías que han generado sus
propias organizaciones políticas”.379
La observación anterior nos debe poner alerta, pues si ella es válida, la
democracia consensual sólo tendería a reconocer como importantes a
aquellos grupos que han sido capaces de producir a sus propios partidos
políticos, algo que han realizado sólo muy pocas minorías etnoculturales.
En efecto, es evidente que muchos de los grupos culturales que enfrentan
en franca desventaja frente a la sociedad dominante no tienen la capaci-
dad para crear sus propios partidos políticos (en particular los pueblos
indígenas han carecido de semejante posibilidad), y que sólo algunas mi-
norías nacionales y en algunos países como Canadá (los quebequenses),
España (los vascos y catalanes), Bélgica (los flamencos y valones) y la
India, han formado partidos atravesados por líneas culturales. En aque-
llos países dónde semejante institucionalidad partidista no exista o sea
muy frágil, creo que antes de crear un sistema de democracia consensual,
se deberían crear las condiciones necesarias para que las minorías cultu-
rales formen, si es el caso, sus propias organizaciones políticas para la
competencia electoral, esto como tránsito a la consolidación de un mode-
lo consensual, pues sólo ello daría satisfacción al principio de igualdad
de oportunidades para acceder a los cargos públicos a que se refiere el
segundo principio de la justicia. En caso de que aún semejante posibili-
dad no sea posible, debe explorarse la representación de grupo.
Asimismo, contra quienes pudieran señalar que no es posible una de-
mocracia consensual en aquellos países en los que no ha existido una tra-
dición en este sentido, quisiera decir que si una cultura consensual puede
llevarnos a la adopción de instituciones consensuales, estas instituciones
también tienen, por su parte, el potencial de hacer que las culturas ini-
cialmente basadas en la rivalidad puedan ser menos adversarias y más
consensuales. En efecto, democracias consensuales como Suiza y Aus-
tria muy probablemente tengan hoy en día culturas consensuales, pero no
siempre las han tenido: los suizos pelearon cinco guerras civiles desde el
siglo XVI hasta mediados del siglo XIX, y los austriacos pelearon una
breve pero sangrienta guerra civil apenas en 1934. A finales de los no-
venta, Bélgica, India, Israel, Irlanda del Norte, México y muchos de los
países que han transitado a la democracia recientemente, claramente ne-

379 Phillips, Anne, Democracy and Difference, Estados Unidos, The Pennsylvania
State University Press-University Park Pennsylvania, 1993, pp. 152 y 153.
256 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

cesitan instituciones consensuales aunque no tengan culturas consensua-


les, no obstante que la mayoría de esos países puedan ser descritos como
poseedores de culturas altamente competitivas y conflictivas.380
Ahora bien, si no fuera posible establecer una plena democracia con-
sensual en estos países, pues muchos de ellos provienen de formas de go-
bierno férreamente centralizados, cuando menos creo que es indispensa-
ble integrar en sus nuevas instituciones democráticas algunos de los
mecanismos propios de las democracias consensuales que nos permitan
dar acceso a la vida política a las minorías culturales.381
De esta manera, por ejemplo, aunque las nacientes democracias esco-
gieran un sistema presidencial como está sucediendo en Latinoamérica
(no obstante que el récord de este sistema en los países en vías de demo-
cratización exhibe problemas muy característicos, además de que es un
sistema propio de las democracias mayoritarias), creo que cuando menos
deberían integrar en su nuevo orden constitucional a aquellas institucio-
nes propias de la democracia consensual que sus características particu-
lares les requieran para el acomodo de las minorías etnoculturales con-
forme a los dos principios normativos de la justicia.

IV. REPRESENTACIÓN DE GRUPO O DERECHOS ESPECIALES


DE REPRESENTACIÓN

1. Su importancia y el argumento de la igualdad

Si conforme a las condiciones particulares de las divisiones etnocultu-


rales en los Estados nacionales, así como de su sistema democrático, no
fuera posible desarrollar una democracia consensual o implementar algu-
nas de sus instituciones, en su lugar podría examinarse la posibilidad de
explorar la representación especial de grupo, aunque en algunos casos,
una combinación de ambas podría ser apropiada. En efecto, mientras tra-
dicionalmente el interés de las minorías nacionales, ya sean naciones
subestatales o pueblos indígenas, ha sido el desarrollo de la democracia
consensual o de algunos de sus instrumentos (coaliciones, veto, propor-
cionalidad, multipartidismo, federalismo o autonomía), en cambio los in-

380 Lijphart, Arend, op. cit., nota 338, p. 306.


381 Lijphart, Arend, op. cit., nota 325, p. 12.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 257

migrantes y otros grupos no étnicos pero si claramente culturales como


pueden ser las mujeres, los discapacitados o los homosexuales, que care-
cen de la posibilidad que negociar con el Estado la implementación de
las instituciones de la democracia consensual, sí pueden pactar la repre-
sentación de grupo como una forma más propicia para su acomodo insti-
tucional en términos de justicia. De manera muy general, puedo decir
que a través de la representación de grupo, las minorías etnoculturales
podrían asegurar un porcentaje mínimo de representantes en los órganos
de gobierno, principalmente en las asambleas legislativas; dicho porcen-
taje puede estar determinado proporcionalmente a la fuerza numérica de
la minoría que se desea representar o, mediante un porcentaje fijo que
permita una presencia adecuada de esas minorías en condiciones de justi-
cia, para que puedan avanzar sus intereses dentro del Estado y sus insti-
tuciones.
Asimismo, la representación de grupo puede ser de mucha utilidad pa-
ra aliviar un problema cada vez más visible en las democracias contem-
poráneas: el que está vinculado con un proceso democrático que no es
representativo, es decir, que no consigue reflejar la diversidad cultural de
la población, ya que en la mayoría de los países los órganos legislativos,
por ejemplo, están dominados por miembros de la sociedad dominante y,
en muchos otros casos, como casi siempre ocurre en las democracias oc-
cidentales ya establecidas, tales cuerpos colegiados están controlados por
hombres de clase media, que no padecen ninguna discapacidad y no tie-
nen ningún tipo de relación con los miembros de las minorías etnocultu-
rales. En consecuencia, la desproporción en la representación de tales
minorías y las minorías etnoculturales es ya un fenómeno general: así
por ejemplo, en los Estados Unidos y Canadá, la mujeres, las minorías
religiosas y los pueblos indígenas apenas representan un tercio de los es-
caños que les corresponderían conforme a su peso demográfico.382 Méxi-
co, por ejemplo, no obstante que posee la población indígena más grande
del continente americano, no tiene ningún tipo de representación de este
tipo, pues no existe, en lo absoluto, la representación indígena en sus ór-
ganos legislativos. En consecuencia, una democracia que no integra a sus
minorías etnoculturales a sus instituciones de gobierno, no satisface en
manera alguna los principios de igualdad contenidos en los dos princi-

382 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15, pp. 53 y 54.


258 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

pios de la justicia y, en particular, no da satisfacción al principio de


igualdad de oportunidades para acceder a los cargos públicos del Estado.
Hay varias formas de modificar esta desventaja y promover la repre-
sentación especial de grupo; una sería constreñir a los partidos políticos
para que incluyeran entre sus candidatos a los integrantes de las minorías
etnoculturales. Otra podría ser establecer algún tipo de representación
proporcional o cuotas en los cuerpos legislativos nacionales. En cual-
quiera de estos casos, el principal argumento en favor de la representa-
ción de grupo está encaminado a satisfacer el principio de igualdad con-
sagrado en los dos principios normativos de la justicia, pero sobre todo
el principio de igualdad de oportunidades para acceder a los puestos pú-
blicos del Estado a que se refiere la segunda parte del segundo principio
de la justicia, para los integrantes de ciertas minorías etnoculturales. En
efecto, normalmente la democracia liberal tiende sólo a considerar la
igualdad en el voto de los ciudadanos y el derecho que tienen para com-
petir en las elecciones, abstrayéndose de las condiciones culturales que
harían de la igualdad un principio efectivo. Quienes asumen lo anterior
desde luego pasan por alto la diferencia etnocultural o de género, así co-
mo el desigual acceso a los recursos económicos, al conocimiento, a la
información y a las habilidades políticas, que hacen de los integrantes de
una sociedad política desiguales entre sí y que, en consecuencia, les im-
pide acceder a los puestos públicos y a los recursos económicos en igual-
dad de condiciones al resto de la sociedad dominante.
La promesa de la igualdad política a que se refiere el segundo princi-
pio de la justicia nos enfrenta a preguntas importantes dentro del debate
actual de las minorías etnoculturales y de los grupos en desventaja: ¿Es
acaso el diferente tratamiento político que se hace de las minorías, parte
integrante de una lamentable historia de las democracias liberales? ¿Aca-
so las democracias liberales tienen que convertirse en otra cosa (algo dis-
tinto a la democracia) para poder resolver el problema de la desigualdad
de las minorías etnoculturales y los grupos en desventaja? ¿Pueden tales
desigualdades dentro de las democracias liberales ser resueltas y así, dar
satisfacción al segundo principio de la justicia? Al respecto, creo que ta-
les problemas pueden ser resueltos dentro de la propia teoría de la demo-
cracia liberal y, en este sentido, la representación de grupo nos puede
proporcionar una herramienta institucional valiosísima para dar satisfac-
ción al principio de igualdad de oportunidades para acceder a los cargos
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 259

públicos a que se refiere el segundo principio de la justicia y así, acomo-


dar a estas minorías etnoculturales dentro del Estado y sus instituciones
en términos de justicia.
En efecto, la democracia implica igualdad, pero cuando es impuesta
sobre una sociedad desigual, permite que algunas personas o grupos pe-
sen o tengan más beneficios que otros. Si lo que deseamos es la igual-
dad, la representación de grupo es potencialmente una manera de alcan-
zarla y puede, en principio, ayudar a equilibrar el peso de los grupos y
culturas menos favorecidos con aquellos que son dominantes. Así, cuan-
do nos enfrentamos a grupos definidos por su etnicidad, por su cultura o
por su género, es decir, por aspectos de los que difícilmente podemos ser
responsables o sobre los que no podemos hacer nada en particular, mien-
tras que, por otra parte nuestras democracias están significativamente
afectadas por una representación de hombres pertenecientes a la sociedad
dominante quienes integran de manera abrumadora la mayoría de órga-
nos de representación y determinan lo que forma parte de nuestra agenda
política, ¿no deberíamos pronunciarnos a favor de una mayor representa-
ción formal de los intereses culturales de las minorías y de los grupos en
desventaja, con la intención de dar cumplimiento al principio de igual-
dad de oportunidades a que se refiere el segundo principio de la justi-
cia?383
Desde luego que sí, sin embargo, el problema para aceptar la repre-
sentación de grupo radica en que la institucionalización de este tipo de
representación parece entrar en conflicto con lo que ha sido el movi-
miento tradicional hacia la democracia, el cual se encuentra típicamente
alejado de los temas de la representación grupal pues los considera un
privilegio y no instituciones de igualdad, por lo que prefiere un ideal
abstracto de la representación y de la ciudadanía en el que los individuos
cuenten, de manera igual, como un solo voto y un solo individuo. En
efecto, la Revolución Francesa desperdigó el principio de la representa-
ción en los Estados Nacionales y tal principio siempre reclamó en los
países que aspiraban a una democracia representativa el sufragio univer-
sal, al tiempo que insistió en la eliminación de las distintas facciones
grupales (ya sea que éstas fueran determinadas a través de la educación,
la propiedad, el sexo o la raza, etcétera), que se habían organizado pre-

383 Phillips, Anne, op. cit., nota 379, p. 90.


260 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

viamente a la distribución del poder. La democracia con una noción abs-


tracta y universal de la representación, en este sentido, siempre fue hostil
a una representación especial de grupo.384
Sin embargo, esta versión de la democracia posee obvias contradiccio-
nes cuando se le compara con los destrozos generados por la complacen-
cia de las sociedades “democráticas” durante el siglo XX, que señalaban
que la política era y debería ser siempre un asunto de la competencia ex-
clusiva de los ciudadanos y que la democracia estaba suficientemente ga-
rantizada, si se aseguraba a los ciudadanos, la posibilidad de competir en
el proceso político con un voto por ciudadano y sin tomar en cuenta sus
diferencias etnoculturales. Sin embargo, permanece abierto al cargo que
normalmente se hace a tales democracias: atención insuficiente al princi-
pio de igualdad política para las minorías culturales y la negativa a reco-
nocer que estas minorías buscaran la forma de promover su propia repre-
sentación.385
Éste es el mensaje central de Iris Young, quien llama a las democra-
cias a establecer procedimientos que aseguren una representación adicio-
nal para todos los grupos oprimidos. Los mecanismos que ella propone
incluyen, “financiamiento público que permita a tales grupos agruparse y
formular sus programas; el derecho para tales grupos de formular sus
propias propuestas políticas y que éstas sean consideradas por quienes
elaboran las leyes y las reglas en una sociedad plural”.386 También, Iris
Young pugna por el otorgamiento de poderes de veto a tales grupos sobre
materias en las cuales las minorías etnoculturales y los grupos en desven-
taja tengan un particular interés, o se les pueda afectar de manera signifi-
cativa. Dos ejemplos que ella sugiere de esto son, por una parte, el poder
de veto de las mujeres sobre la legislación que afecta los derechos repro-
ductivos de la mujer y, por otro lado, el poder de veto de los grupos indí-
genas americanos sobre el uso de las tierras que les fueron otorgadas como
reservaciones. Desde luego, Iris Young tiene en mente a muchos grupos,
en su lista se incluyen, para el caso de los Estados Unidos, a las mujeres,
a los negros, a los indígenas americanos, a los chicanos, a los puertorri-

384 Ibidem, p. 92.


385 Ibidem, pp. 92 y 93.
386 Young, Iris Marion, “The Ideal of Imparciality and the Civic Public”, Justice and
the Politics of Difference, Estados Unidos, Princeton, Princeton University Press, 1990,
p. 183.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 261

queños, a los hispanos, a los asiáticos, a los y las homosexuales, a los po-
bres, a los ancianos y a los discapacitados física y mentalmente.387
En síntesis, podemos decir que el argumento crucial para la represen-
tación de grupo se refiere a la necesidad de satisfacer, a favor de las mi-
norías culturales, el principio de igualdad contenido en los dos principios
de la justicia en las sociedades democráticas, sobre todo la igualdad de
oportunidades para acceder a los puestos públicos del Estado, así como
asegurar el derecho de todos para gozar de los derechos y las libertades
políticas, en particular del derecho y la libertad de ser votado a que se re-
fiere el primer principio de la justicia. En efecto, la igualdad política no
es garantizada por el simple derecho de voto que es considerado igual
para todos los ciudadanos, ni tampoco por la denominada neutralidad de
género, de raza o de credo religioso derivada de la abstracción que reali-
za el liberalismo individualista. Esto debido a que el individualismo abs-
tracto impone una concepción unitaria de las necesidades humanas así
como de sus preocupaciones, lo que frecuentemente margina a aquellos
grupos que pueden diferir culturalmente de los intereses del grupo domi-
nante.388

2. ¿Quiénes deben gozar de una representación de grupo?

Ahora bien, si el principio de la igualdad me orilla a pronunciarme a


favor de la representación de grupo ¿podríamos afirmar que siempre que
haya un grupo que se sienta oprimido o discriminado, habrá prima facie
que garantizar que ese grupo forme algún tipo especial de representa-
ción? Desde luego, una interpretación correcta de la representación espe-
cial me obliga a responder que no siempre estará justificada semejante
representación con base en principios normativos. En efecto, ¿qué suce-
dería si el procedimiento se vuelve contraproductivo, fortaleciendo más
que debilitando la división entre los diferentes grupos etnoculturales?
Nigeria por ejemplo, ha experimentado de manera frecuente el sistema

387 Young, Iris Marion, op. cit., nota 386, pp. 183-191; también véase Young, Iris
Marion, “Polity and Group Difference: A Critique of the Ideal of Universal Citizenship”,
Ethics, 99, 1989, p. 261.
388 Young, Iris Marion, op. cit., nota 386, pp. 157-182; también Phillips, Anne, op.
cit., nota 379, p. 95.
262 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

de cuotas y las estructuras federales con el propósito de balancear las de-


mandas de los diferentes grupos étnicos e, inclusive, ha intentado una
forma de competición tripartita que ha sido reproducida por los tres par-
tidos principales; sin embargo, en la misma Nigeria hay un cuerpo de
opinión importante que considera esto como una forma de perpetuar la
división étnica dentro del país. Así por ejemplo, los grupos más peque-
ños estuvieron colocados en condiciones de seria desventaja en la prime-
ra Constitución, y la subsiguiente federalización del Estado sólo intensi-
ficó lo que Richard Jones describe con una “política de la prebenda”, una
insana búsqueda de recursos, puestos públicos y poder.389 En efecto,
donde las sociedades están divididas entre grupos en ventaja y grupos en
desventaja, parece crucial establecer mecanismos que vayan a equilibrar
el balance de poder y aseguren el principio de igualdad entre la sociedad
dominante y las minorías etnoculturales, de otra manera, tales mecanis-
mos sólo pueden perpetrar el problema y no crear los elementos suficien-
tes para adaptarse a las necesidades de la sociedad multicultural. Nadie
que yo conozca estaría a favor de dar marcha atrás a las prácticas de la
democracia liberal actuales, o que se sustituyera a la representación ge-
neral de los partidos políticos por una estricta representación de grupo,
pues siendo los partidos políticos los principales representantes de la so-
ciedad dominante, dejarlos fuera o mermar significativamente su capaci-
dad de canalizar representantes a los puestos públicos no daría satisfac-
ción a los principios de igualdad de oportunidades para los integrantes de
esa sociedad dominante. El problema no es sustituir a la representación
general de partidos por la representación especial de grupo, el problema
es más bien de complementaridad, pues se debe aceptar el acceso de las
minorías etnoculturales a los puestos del gobierno en condiciones de
igualdad, tal y como Iris Young propone cuando sugiere que hay que
fortalecer la participación de las minorías dentro de las propuestas públi-
cas que hacen los Estados.390
Cualquier llamado en favor de crear un estatuto especial llama la aten-
ción por la dificultad que significa establecer cuales son los grupos rele-

389 Richard A. Jones, Democracy and Prebendal Politics in Nigeria, Cambridge,


Cambridge University Press, 1987; Phillips, Anne, op. cit., nota 379, p. 97; véase tam-
bién Diamond Larry, “Pluralism, Statism, and the Struggle for Democracy”, en Diamond,
Larry et al., op. cit., nota 379, pp. 351-409.
390 Young, Iris Marion, op. cit., nota 386, p. 277.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 263

vantes, lo cual inevitable nos debe obligar a sostener una aproximación


muy cautelosa, pues de otra manera podrían caber todos los grupos en
desventaja. De esta forma, podemos decir que si por una parte parece ha-
ber un poderoso argumento en favor de los procedimientos encaminados
a consultar a los grupos que se han mantenido tradicionalmente en des-
ventaja en la distribución actual del poder político, hay en cambio un dé-
bil argumento a favor de que, en tales casos, se proporcione a los grupos
un poder definitivo o desproporcionado, que coloque en franca desigual-
dad a la sociedad dominante o a otras minorías culturales.391 Al respecto,
coincido con lo que dice Kymlicka en relación a que los derechos espe-
ciales de representación, en la medida en que se consideran una respues-
ta a la opresión o a las carencias sistémicas, resulta más plausible que se
contemplen como medidas temporales en tránsito hacia una sociedad en la
que ya no exista la necesidad de una representación especial, algo así co-
mo una especie de “acción positiva” en materia política.392 Sin embargo,
en todos aquellos casos en los cuales la desigualdad etnocultural persista,
parece inevitable afirmar que la representación especial deberá seguir
existiendo como un mecanismo de equilibrio para las minorías, hasta en
tanto semejante desigualdad no desaparezca.
Por lo que respecta a la determinación de los grupos relevantes podría
decir que, por ejemplo, en una sociedad con una alta proporción de indí-
genas como la mexicana, éstos podrían pedir una representación especial
en el gobierno central o federal, en atención a su situación de desventaja,
así como diversas competencias de autogobierno en atención a su condi-
ción de pueblos o naciones. Sin embargo es importante aclarar que estos
derechos y estos grupos no siempre y necesariamente deben ir juntos, ya
que ello depende de las condiciones particulares. En efecto, un grupo
oprimido como el de los discapacitados puede aspirar a una representa-
ción especial, pero carece de una base para reclamar derechos de autogo-
bierno. Así también, mientras se afirma que los grupos de inmigrantes
carecen de derechos de autogobierno, se discute ampliamente si deben
tener derechos de representación especial. Sobre este último punto
Kymlicka opina que no,393 mientras que Parekh Bhikhu piensa que sí son

391 Phillips, Anne, op. cit., nota 379, p. 97.


392 Kymlicka, Will, op. cit., nota 15, p. 54.
393 Ibidem, p. 55.
264 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

necesarios los derechos de representación394 para los inmigrantes, opi-


nión esta última que comparto ya que considero que en aquellos Estados
nacionales con fuertes flujos migratorios y un segmento importante de su
población compuesta de esta manera, se hace cada vez más indispensable
asegurar, en términos de justicia, la representación de aquellos inmigran-
tes que se han integrado de manera importante a su sociedad.
Por otra parte, están aquellos casos en los que algunos grupos por su
amplia presencia dentro de una región pueden reclamar ciertos derechos
de autonomía, pero por la propia naturaleza del grupo, semejante peti-
ción resulta completamente inoperante en una política siquiera a media-
no plazo. Éste fue el caso de los grupos homosexuales en la ciudad de
San Francisco, que llegaron a plantear la posibilidad de crear una “re-
pública lésbico-gay”, es decir, una especie de autonomía para la ciudad e
inclusive algún tipo de representación especial para la ciudad por su con-
dición particular; el problema para realizar tal proyecto es que era insos-
tenible una propuesta de esta naturaleza por la imposibilidad de la co-
munidad homosexual de reproducir a su propia comunidad cultural. En
efecto, muchos de los homosexuales tenían hijos, pero éstos normalmen-
te no adoptaban los patrones de conducta homosexual, es decir, eran he-
terosexuales, lo que hacía insostenible cualquier tipo de autonomía o es-
tatuto especial para la ciudad.395
Entonces ¿cuáles son exactamente los grupos que debemos tomar en
cuenta para la representación especial? El caso estándar contra la repre-
sentación de grupo es el que consiste en sostener que la lista de minorías
culturales o grupos en desventaja se amplíe lo más posible, es decir, el
que pretende que la lista siga y siga como sucedió en Nigeria, hasta frag-
mentar al Estado de una manera irremediable. Sin embargo, siempre hay
una forma de establecer límites a la representación especial: el mismo
principio de igualdad de oportunidades para todos en el acceso a los
puestos públicos del Estado, tanto para miembros de la sociedad domi-
nante como para los integrantes de las minorías culturales, conforme a la
política particular de cada Estado nacional que debe definir los límites y
las categorías pertinentes. Por ello reclamos tan radicales como los que
realizaba en un principio el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en
México, en el sentido de que todos los mexicanos eran indios, generaban

394 Parekh, Bhikhu, op. cit., nota 320, p. 368.


395 Kymlicka, Will, op. cit., nota 216.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 265

tanta desconfianza, pues culturalmente no todos los mexicanos lo eran,


sólo entre el 10 o 15% de la población podrían ser ubicados en esa cate-
goría. En consecuencia, elevar una de esas minorías a categoría única,
significaba, cuando menos en el plano del discurso, colocar a la sociedad
dominante en un plano de desigualdad frente a esas minorías, algo que
no da satisfacción a los principios normativos de la justicia. Desde luego,
mantener las condiciones actuales de la representación en México tam-
poco da satisfacción a esos principios, pues actualmente no existe la re-
presentación de grupo para los pueblos indígenas mexicanos, algo que
debería comenzar a implementarse en nuestro país para permitir el acce-
so de esos pueblos a los órganos de gobierno y, muy especialmente, a las
asambleas legislativas de las entidades federativas y del Poder Legislati-
vo federal. En semejantes asambleas debería prevalecer un principio pro-
porcional para ello, así por ejemplo, la asamblea legislativa federal debe-
ría poseer una representación especial para los pueblos indígenas de no
menos del 10% para garantizar su acceso en términos de justicia, mien-
tras que los estados de la federación deberían permitir su representación
de la manera proporcional en que se encuentren representados numérica-
mente esos pueblos. El problema más serio sería en el caso de aquellas
entidades federativas que posean importantes núcleos de población indí-
gena como Oaxaca, Chiapas, Hidalgo o Yucatán, en los cuales aplicando
semejante principio, la representación especial indígena podría ser muy
grande y generar una gran fragmentación al interior de los congresos lo-
cales; en estos casos sería más recomendable recurrir a fórmulas de auto-
nomía para asegurar el acomodo de los pueblos indígenas en términos de
justicia, como lo hemos visto en el capítulo tercero, al tiempo que se per-
mite una representación moderada de los pueblos indígenas en las asam-
bleas legislativas locales, en porcentajes que varíen según las necesida-
des de cada estado pero sin constituir nunca una mayoría dentro de las
asambleas.
Desde luego, hay que tener en cuenta que no siempre es fácil determi-
nar con claridad la paridad que existe entre las diferentes minorías et-
nocultuales y la sociedad dominante, para promover su acomodo en tér-
minos de justicia. Esto es relevante inclusive para las categorías que
parecen más permanentes, como es el caso de la paridad entre hombres y
mujeres, aunque este caso particular ha tenido, por el momento, un éxito
mayor que los casos paralelos de paridad entre las diferentes minorías et-
266 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

noculturales. En efecto, mientras la noción de género parece clara (hom-


bre-mujer), hay otras que no lo son tanto, por ejemplo, la noción general
de “la gente negra” se disuelve rápidamente en una distinción entre dife-
rentes subgrupos, pues en el Reino Unido o en los Estados Unidos, la co-
munidad negra se puede subdividir en los subgrupos africanos, asiáticos
y afrocaribeños, y éstos a su vez entre un número mayor de muy diferen-
tes y pequeños grupos subétnicos. Algo parecido podemos decir de los
pueblos indígenas, pues en todo el continente americano cada Estado na-
cional tienen múltiples y muy variados pueblos, por ejemplo, México tie-
ne más de sesenta grupos étnicos, algunos grandes como los nahuas, ma-
yas o zapotecos, que están alrededor del millón de habitantes, y algunos
grupos muy pequeños como los cakchiquel, cochimí o pápago que ape-
nas rebasan el ciento de personas.396 Ahora bien, no obstante los proble-
mas existentes, se deberá siempre hacer un esfuerzo para acomodar a esa
minorías en términos de justicia y garantizando al mismo tiempo los
principios de igualdad para los integrantes de la sociedad dominante. Y
hay que insistir, en todos los casos se deberá atender a las particularida-
des de cada Estado nacional, ya que cualquier intento por establecer esos
acomodos de antemano, lo único que conseguiría es petrificar tales cate-
gorías de manera prematura y antes de una discusión concreta.397

3. Las cuotas de representación

En el caso particular de las mujeres, si consideramos el desequilibrio


que existe entre la proporción de mujeres que como ciudadanas votan
(alrededor de 50%) y la proporción de las que son electas para cargos de
poder, se puede observar con toda claridad la desproporción y la manera
en que está afectado su derecho a ser electas y la desigualdad de oportu-
nidades para acceder los cargos públicos a que se refiere el segundo prin-
cipio de la justicia.398 Por ejemplo, en 1993 la Gran Bretaña tenía sólo el
9.2% de mujeres en sus órganos legislativos, en Estados Unidos era del
10.8%, España tenía un 16% y Alemania poseía un porcentaje de cerca
del 20%; Francia, dentro de las democracias occidentales, era para 1996

396 Programa Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas 2001-2006,


Instituto Nacional Indigenista, www.ini.gob.mx/pdpim/pndpi_1_6.htm.
397 Phillips, Anne, op. cit., nota 379, p. 100.
398 Ibidem, p. 106.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 267

la más atrasada en cuanto a la representación de la mujer se refiere, pues


apenas tenía un 5.5% de representantes femeninos en la Asamblea Na-
cional y 4.9% en el Senado;399 por lo que respecta a Latinoamérica, Mé-
xico tenía para el 2005, un 20% de presencia femenina en sus asambleas
legislativas federales.
Las cuotas de representación nos pueden ayudar a equilibrar este gra-
ve desajuste entre la proporción de quienes votan y su representación en
las asambleas legislativas. En efecto, una de sus recomendaciones políti-
cas más desarrolladas por la teoría feminista es aquella que propugna por
el sistema de cuotas de representación para alcanzar paridad entre los se-
xos (en los parlamentos, en los partidos políticos, en las uniones sindica-
les, en las estructuras corporativas, etcétera), las cuales no necesitan (co-
mo argumentaré más adelante) descansar en una noción de lo que se ha
llamado “representación de grupo”,400 además de que este sistema de
cuotas de representación puede hacerse extensivo a otras minorías etno-
culturales o grupos en desventaja, si el caso particular lo requiere y con
las modificaciones que sean necesarias.401

399 Lipovetsky, Gilles, La tercera mujer, 5a. ed., España, Anagrama, 2002, p. 258.
400 Phillips, Anne, op. cit., nota 379, pp. 91 y 92.
401 En efecto, los argumentos desarrollados para las mujeres no pueden ser iguales
para el resto de las minorías etnoculturales o grupos en desventaja. En el caso de las mu-
jeres podemos decir que la igualdad en la participación es, en efecto, el objetivo princi-
pal. Una vez que las mujeres lleguen a integrar la mitad de las legislaturas nacionales (en
el hipotético caso), no habrá necesidad de ningún medio adicional para la representación
especial de las mujeres. En cambio, en el caso de las minorías etnoculturales, la igualdad
en la participación puede no ser suficiente para producir una igualdad en tal representa-
ción. Por ejemplo, el feminismo ha sometido a una severa crítica la noción de comunidad
que ha llegado a ser parte significativa del discurso político de otros grupos, pues las mu-
jeres frecuentemente han señalado que las comunidades religiosas o étnicas tienden a ser
representadas por líderes que no están preocupados por los problemas de las mujeres.
Por otra parte, como bien lo ilustra el ejemplo de la Gran Bretaña, muchos mu-
sulmanes en este país han reclamado financiamiento público para sus escuelas, ya que
por un lado, parece injusto que ciudadanos anglicanos, católicos o judíos puedan enviar a
sus hijos a escuelas religiosas que poseen financiamiento público, mientras esta posibili-
dad ha sido negada a los ciudadanos musulmanes (por lo menos hasta 1998). Así, mien-
tras las minorías religiosas exigen financiamiento público para sus escuelas, las mujeres
han manifestado su preocupación sobre el tipo de educación que tiene que ser ofrecida a
las niñas en el contexto de tal tipo de escuelas que son, cuando menos potencialmente,
fundamentalistas en materia religiosa. De esta forma, los feministas han tendido a favore-
cer una educación laica y apartada de toda enseñanza religiosa. Véase, Phillips, Anne,
op. cit., nota 379, pp. 135 y 136.
268 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

El caso de las cuotas de género ha sido perseguido con particular éxito


por las mujeres activas en los partidos políticos en los países nórdicos,
en su mayoría, aunque no exclusivamente, por los partidos que se en-
cuentran a la izquierda del espectro político. De esta forma, en el curso
de la década de los setenta, un número cada vez mayor de partidos adop-
taron el principio de poseer al menos un 40% de su representación con
integrantes de cualquiera de los sexos, así como para cualquiera de los
niveles en las delegaciones electas de los partidos. Esto fue realizado por
los partidos Liberal y Socialista suecos en 1972, el partido Liberal No-
ruego en 1974 y el partido Socialista de Izquierda en 1975 y el partido
danés Socialista en 1977. En la década siguiente hubo un fuerte impulso
para extender tal principio en el nivel de la representación de las mujeres
en los parlamentos nacionales. Ya en 1980 los partidos políticos, tanto en
Noruega como en Suecia, propusieron una legislación dirigida a que to-
dos los partidos políticos introdujeran un mínimo de 40% de candidatu-
ras para cualquiera de los sexos en sus listas electorales. Aunque la pro-
puesta no tuvo éxito, muchos partidos la introdujeron unilateralmente.402
El resultado probó ser más bien espectacular: mientras las democra-
cias occidentales han incorporado apenas entre el 3 y el 12% de mujeres
en sus asambleas legislativas, los países nórdicos permanecen como un
paraíso relativo para las mujeres dedicadas a la política. Para 1984 las
mujeres habían tomado el 15% de los asientos parlamentarios en Islan-
dia, 26% en Noruega y Dinamarca; 28% en Suecia y 31% en Finlandia.
En 1985 Noruega alcanzó uno de los niveles más altos en lo relativo a la
representación de las mujeres, esto como resultado de la cuota introduci-
da por el Partido Laborista Noruego y el hecho de que ese partido ganó
la elección general, lo que hizo que las mujeres integraran el 34.4% de
los asientos parlamentarios, dieciocho puestos ministeriales, 40.5% de la
membresía en los consejos de los condados y 31.1% de la membresía en
los consejos municipales.403
Con respecto a las cuotas políticas, podemos decir que aunque las fe-
ministas han empleado una gran variedad de argumentos en su favor, el
argumento principal no debe descansar en una noción de representación
de grupo, sino más que nada, es un argumento que debe descansar en re-
clamos de igualdad política, es decir, en una demanda para que se satis-

402 Ibidem, pp. 98 y 106


403 Ibidem, p. 99.
MINORÍAS Y DEMOCRACIA 269

faga principalmente el principio de igualdad de oportunidades para acce-


der a los cargos públicos a que se refiere el segundo principio de la jus-
ticia.
Asimismo, para que el argumento a favor de las cuotas políticas des-
canse en una noción de representación adecuada, sería indispensable de-
terminar qué es los que debemos entender por “representar” a un grupo,
sin embargo, hay muy pocos mecanismos para establecer qué es lo que
un grupo desea y, en consecuencia, para determinar qué sería la repre-
sentación en este caso. Por ejemplo, no podemos decir que teniendo más
mujeres elegidas en las asambleas locales o nacionales, habremos asegu-
rado la representación de las mujeres. Esto debido a que los políticos no
son electos por distritos o circunscripciones de mujeres, además de que
tales políticos normalmente forman su opinión dentro de sus propios par-
tidos, por lo que no tienen una base para decir que han sido electos “por
las mujeres”.404 Semejantes afirmaciones crearían el riesgo de congelar
lo que son las identidades múltiples y cambiantes, e impondría severos
límites sobre la noción de representación de grupo. En cambio, cuando
en la composición de las asambleas legislativas se puede apreciar que las
mismas se encuentran integradas de manera desigual e inequitativa con
relación a la cultura, al grupo étnico o al género de los miembros que in-
tegran tal sociedad, ésta puede ser una clara evidencia de que ciertas mi-
norías etnoculturales o grupos en desventaja han sido marginados del
proceso político en cuestión y de que no hay igualdad para ellos en el ac-
ceso a esos puestos públicos, conforme a lo que dispone la segunda parte
del principio de la diferencia. En consecuencia, un argumento a favor de
las cuotas de representación que tenga como objetivo corregir estas in-
justicias debe descansar en un argumento que pugne por la igualdad de
oportunidad de todos para acceder a los cargos del Estado, más que en
supuestas nociones de representación de grupo, pues en este último caso,
nunca es posible determinar con precisión cómo se integra un “grupo” y
qué es lo que quiere.
En efecto, si no hubiera obstáculos sustanciales para las minorías cul-
turales hacia una participación igualitaria, entonces los puestos públicos
serían distribuidos al azar entre esas minorías y la sociedad dominante.
El hecho de que esta distribución esté lejos de ser justa e igualitaria, nos
debe alertar acerca de los obstáculos y sobre la necesidad de dar satisfac-

404 Ibidem, pp. 97 y 98.


270 MINORÍAS ETNOCULTURALES Y ESTADO NACIONAL

ción, en las sociedades que se llaman “democráticas”, al principio de


igualdad de oportunidades para acceder a los puestos públicos del Esta-
do. De cualquier manera, mi argumento normativo puede ser fortalecido
si se agrega que la composición de las asambleas legislativas se puede
enriquecer al poseer una mayor variedad de opiniones, intereses y preo-
cupaciones en su interior. Por el contrario, el argumento no resulta forta-
lecido y, sí acaso, seriamente debilitado, al favorecer una noción más
sustancial de lo que puede ser “representar” a una minoría o a un grupo
nuevo, pues ante la ausencia de procedimientos adecuados para estable-
cer lo que un grupo quiere o piensa y en consecuencia, para exigir cuen-
tas a los representantes, no podríamos hablar de manera productiva de la
representación política.405
La aceptación de las cuotas de representación implica una modifica-
ción y una defensa de la democracia liberal tal y como la conocemos,
pues estoy convencido de que es peligroso ignorar los rasgos particulares
de los individuos y de los grupos, como son la raza, la cultura o el géne-
ro, y así pedirle a los ciudadanos que se despojen de sus diferencias cul-
turales y se sumerjan en una noción abstracta de la representación que ha
marcado, frecuentemente, una pauta de desigualdad para los integrantes
de las minorías etnoculturales. Tal complacencia dejaría a la democracia
a merced de las relaciones de poder dominantes en una sociedad determi-
nada. Insisto, no obstante que la composición de la representación políti-
ca sí es importante, debemos alejarnos de aquellos argumentos que favo-
recen la representación especial de las minorías y de los grupos en
desventaja que descansan en una noción de representación como grupos
en sí, para adoptar, en cambio, argumentos soportados por el principio de
igualdad contenido en los dos principios normativos de la justicia. En
otras palabras, las minorías etnoculturales y los integrantes de los grupos
en desventaja deben tener, de manera genuina, igualdad de oportunida-
des con los integrantes de la sociedad política dominante para llegar a ser
nuestros representantes políticos. Se puede, inclusive, ir un poco más
adelante con el argumento a favor del sistema de cuotas, diciendo que la
igualdad de oportunidades no será cumplida hasta que haya un resultado
más justo en la elección de los candidatos, entre los que debemos contar
a los integrantes de las minorías etnoculturales. Esto no quiere decir, por
ejemplo, que las mujeres representarán los intereses de las propias muje-

405 Ibidem, p. 99.


MINORÍAS Y DEMOCRACIA 271

res, debido principalmente a que en su calidad de representantes, son


electas por electores que forman parte de una sociedad que también está
integrada por hombres.406 Por el contrario, mi argumento es más un argu-
mento a favor de la igualdad individual que de la articulación de las
preocupaciones de grupo. Así por ejemplo, si pudiéramos concebir a una
Suprema Corte que estuviera compuesta de manera igualitaria por hom-
bres y mujeres y cuya composición etnocultural reflejara la de la socie-
dad, con dificultad podríamos decir que ese órgano colegiado estaría in-
tegrado inequitativamente; pero tampoco podríamos esperar que esos
jueces realizaran sus juicios como “representantes” de esta o aquella mi-
noría, o de este o aquel género, sino que sus decisiones fueran en benefi-
cio de toda la sociedad, tanto de los integrantes de la sociedad dominante
como de los integrantes de las minorías etnoculturales y de los grupos en
desventaja, y ello sólo sería posible si a su vez tales decisiones estuvie-
ran soportadas por los principios de la justicia.407

406 Ésta es una de las críticas que con más fuerza dirigen los liberales que se oponen a
una teoría liberal de los derechos de las minorías. Por ejemplo, Brian Barry critica con
extrema severidad la posibilidad de que las mujeres representen los intereses de las muje-
res, o los negros los intereses de su grupo étnico. Creo que Barry no examina con cuida-
do sus argumentos y no contempla con seriedad la posibilidad de la representación de
grupo se sustente en principios de igualdad. Véase, Barry, Brian, op. cit., nota 23.
407 Phillips, Anne, op. cit., nota 379, pp. 100 y 101, 133 y 134.
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Worth y Ahmed Murad, guion de Arnold Perl y Spike Lee, fotografía
de Ernest Dickerson y David Golia, editor Barry Alexander Brown,
con Denzel Washington, Angela Basset y otros.
Sobre algunos aspectos culturales del nacionalismo judío en Israel véase:
Kadosh sagrado, Francia-Israel, 1999, director: Amos Gitai, actores:
Yoram Hattab, Maitel Barda, Uri Ran-Klausner, Leo Koening.
Sobre algunos aspectos del nacionalismo armenio y el genocidio arme-
nio en Turquía, véase: Ararat, Canadá-Francia, 2002, director: Atom
Egoyan, actores: Christopher Plummer y Arsinée Khanjian.
Sobre algunos aspectos para el estudio sobre la discriminación y la vio-
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rector: Kymberly Peirce, productor: Jeffrey Sharp, John Hart y Eva
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Kolodner, guión: Kymberly Peirce y Andy Bienen, actores: Hilary


Swank, Chloe Sevigny entre otros.
Sobre algunos aspectos para el estudio de la situación de discriminación
y desventaja que tiene la mujer en México, véase el siguiente docu-
mental sobre las desaparecidas de Ciudad Juárez: Señorita extraviada,
Estados Unidos-México, 2001, producción y dirección: Lourdes Por-
tilla.
ÍNDICE ANALÍTICO

acción positiva en materia política como autonomía para los pueblos


263 indígenas 139
África 51, 55, 62, 166, 168, 221 como requisito indispensable para
del Norte 167 que operen los principios de la
afroamericanos 56, 98, 151, 161 justicia 89
Alemania 41, 53, 55, 108, 114, 150, de los pueblos indígenas 138, 139,
158, 172, 266 140, 142
población extranjera en 169 diferentes formas de ejercer el de-
Alto Comisionado para las Minorías recho a la 90-93, 138
Nacionales 24, 25 imposibilidad para considerar la
América 62, 101, 157, 161, 169, 170 autodeterminación como dere-
amish 98 cho absoluto 89-94
Anderson, B. 83 transformación de la noción de 91
Antillas 127 y secesión 110
apartheid 184 autodeterminación nacional, derecho
aplicaciones de residencia y ciudada- a la 86
nía 176 autogobierno 41, 97, 99, 113, 137
Argentina 22, 127, 146, 147 de los pueblos indígenas 133, 137,
asambleas legislativas 45, 46 138
Asia 51, 55, 166, 167, 168, 172, 173, distinción entre autogobierno y au-
221 todeterminación 86, 87
asilo, buscadores de 44 federalismo multinacional y auto-
asimetría federal 120 gobierno 117
asimilación 150, 151, 152, 169 y ss. autonomía
desventaja del modelo asimilacio- autonomías españolas 120
nista 152 como forma de autogobierno 3, 28,
Australia 114, 147, 149, 151, 154, 38, 41, 92, 102, 231
158, 167 individual 11, 12, 14, 16, 17, 19,
población extranjera en 169 71, 83, 215, 224
Austria 229, 255 territorial 4, 113, 123
autodeterminación 38, 39, 40, 82, 87, vínculo con la cultura 14, 70
88, 90, 105 autonomías indígenas 132-144
293
294 ÍNDICE ANALÍTICO

Barry, Brian 17, 18, 53 causa de exclusión social, de la


Bauböck, Rainer 186, 187, 196, 213 183, 184
Bélgica 41, 81, 113, 118-121, 123, ciudadanías desiguales 190
150, 229, 235, 247, 255 como requisito indispensable para
Berlin, Isaiah 53, 88 el reconocimiento de los dere-
Bhikhu, Parekh 216, 263 chos y las libertades fundamen-
Bonfil Batalla, Guillermo 101 tales 187
Botswana 249 concepción incluyente o multicul-
Brasil 22, 114, 146 tural de la 201, 203, 216
bretones 105 aspectos territoriales de la 203
buena vida 14-16, 70 frente a la concepción naciona-
buscadores de asilo 164, 175, 183, lista y republicana 213, 214
184, 188, 201, 213 concepción nacionalista de la 196-
limitaciones a los derechos y liber- 199, 201, 202, 209
tades de los 175, 176 aspectos territoriales en la 201,
Bustamante, Jorge 179 202
concepción republicana de la 199,
Cairns, Joseph 125 200, 202
California 114, 170 elitismo en la 200
Caminal, Miquel 50, 80, 92 naturalización en la 202
Canadá 1, 9, 41, 74, 81, 83, 98, 100, crisis de la noción de 189, 190,
111, 117, 121, 123, 125, 126, 138, 191
147-149, 151, 154, 155, 158, 159, distinción entre ciudadanía y na-
167, 168, 181, 255, 257 cionalidad 145, 146
población extranjera en 169 emigrante 211
Canovan, Margaret 48, 49, 54, 57, incluyente 165
59, 138 límites estatales a la 192-196
Caribe 157, 168 múltiple 207
Casas, Bartolomé de las 127 necesidad de revisar la noción de
Castellanos, Rosario 98 165, 183-185, 191, 192
catalanes 1, 9, 41, 101, 118, 255 noción de la 186-188
Cataluña 112 personas sin 207, 208
celtas 150 personas y grupos que han sido
Centroamérica 78, 139 excluidos de la 225
Chechenia 107 perspectiva cosmopolita de la 195
chechenos 64, 72 principio del consentimiento para
Checoslovaquia 237 adquirir la 211, 212, 214, 215
Chiapas 9, 130, 139 principios para adquirir la v. ius
Chile 22 soli, ius sanguini y ius domicili.
ciudadanía 3, 4, 28, 38, 43, 175 regla de admisión familiar para ad-
aporías de la 189, 190 quirir la 209
ÍNDICE ANALÍTICO 295

regla de admisión secundaria de la Declaración sobre los Derechos de


208 las Minorías Nacionales, de la
regla de transmisión automática de 24
la 208 conflictos nacionalistas 72
tres modelos de la 196-204 Consejo de Europa 25
tres principios para adquirir la, se- Carta de Europa para las Lenguas
gún Sidgwick 214 Regionales o Minoritarias, de
y democracia 188 la 25
y estatuto de igualdad 188 Constitución gaditana de 1812, 146
y libertades básicas 189-191 Constitución mexicana de 1857, 129
ciudadanos, diferencia con residentes Constitución mexicana vigente 141-
extranjeros 204 144
coalición 230, 231, 233 comentarios a las reformas al ar-
diversas formas que puede asumir tículo 2o. de la 141-144
el gobierno de 235 Constitución peruana de 1823, 146
gobierno de coalición en Austria Constitución política 30
236 Convenio 169 de la OIT 140
gobierno de coalición en Bélgica Convenciones Internacionales en De-
236 rechos Humanos 140
gobierno de coalición en Holanda Corán 108
236 Corea del Sur 177
gobierno de coalición en Suiza corzos 101
235, 236 crisis petrolera de 1973, 166
gobiernos de coalición frente a los cuasifederalismo 121
sistemas presidenciales y parla- en España 120, 121
mentarios 237 Cuba 22, 88
Código napoleónico 189 cultura 4
Colombia 140 capacidad de cambiar la 16
colonialismo, derrumbe del 55 como contexto para el ejercicio de
colonización 157 derechos y libertades 83
competencias autonómicas 136 contexto de la 15, 16
comunidades belgas 119 definición de la 83
comunitaristas 11, 12, dominante 4
su idea sobre la autonomía 12 incentivos para la formación de la
conciencia nacional, elementos de la 65, 66, 73
59, 60 lengua y 16
condición suma cero 232, 233, 251 libertad para desenvolverse en la
confederación 92 propia 16
Conferencia sobre Seguridad y Coo- minoritaria 4, 85
peración en Europa 24 nación y 62
296 ÍNDICE ANALÍTICO

nacional 65, 66, 67 partidos políticos de las minorías


proceso de construcción de la etnoculturales en las demo-
cultura nacional 67-70, 72 cracias consensuales 255
relación con la autonomía 70 presencia de oposiciones fuertes
v. autonomía vínculo con la cultura en la democracia consensual
societal 14, 15, 16, 80, 82 252
vínculo con la autonomía 14 razones empíricas y normativas
culturas contemporáneas, proceso de para preferir a la democracia
construcción de las 65 consensual 234, 235
culturas, espacio público de las 40 contraste entre democracia mayo-
culturas homogéneas, posibilidades ritaria y consensual 230, 231
de mantener 181 definición de 227
en Grecia y Roma antiguas 218
Dahl, Robert 222, 223, 226, 228 en la Italia Medieval 218
daneses 150 mayoritaria 45, 227, 229
Debate aspectos del Poder Ejecutivo en
entre individualistas y colectivis- las democracias mayoritarias
tas 11 230
entre liberales y comunitaristas 11, en tiempos de emergencia 235
12 necesidad de examinar los temas
Declaración de la ONU sobre Cul- del multiculturalismo en los es-
tura y Derechos Indígenas 133 tudios sobre la 220, 221
Declaración de los Derechos del principales transformaciones de la
Hombre y del Ciudadano de 217-219
1798, 189 transición a la 9
democracia 3, 28, 38 y autonomía moral 224
consensual 4, 46, 226-229, 232 y libertad 223
alternancia política en la demo- y minorías etnoculturales 219
cracia consensual 252 y principio de igualdad 223, 243,
características de la democracia 259
consensual 227, 228 democratización, procesos de 8
consideraciones a favor de la de- deportación 176
mocracia consensual 252-256 derecho a
eficacia de las democracias con- ejercer la propia cultura 88
sensuales 253, 254 expresar públicamente la identi-
estabilidad política en la demo- dad nacional 88
cracia consensual 253 la ciudadanía 184
necesidad de incorporar institu- la libertad de expresión 24
ciones de la democracia con- la movilidad y libre circulación 24
sensual en Latinoamérica 256 ser votado 107
ÍNDICE ANALÍTICO 297

votar 24, 107 diversidad sexual 5, 264


derecho al autogobierno 86 Dworkin, Ronald 17, 29
derecho de residencia 183, 184
derechos autonómicos de los pueblos Ecuador 140
indígenas 140 educación pública 81
derechos de autonomía 103 elecciones significativas 15, 16, 70
derechos de las minorías etnocultura- encomienda 132
les 7, 8 Enríquez, Molina 159
compatibilidad con el liberalismo esclavitud 184
19 escoceses 84, 101, 112
en el comunitarismo 11-13 Escocia 121
en el liberalismo 12, 13 espacio público 82, 84, 85, 87, 135
futuro de los estudios sobre los 26 España 1, 9, 41, 81, 88, 110, 112,
y derechos humanos 23 113, 118, 120, 121, 128, 167, 255,
derechos diferenciados 3, 17, 153- 266
156 esquimales 22
v. derechos multiculturales Estado, distinción entre nación y 57-
compatibilidad con los principios 60,
liberales 18 Estado europeo 87
derechos especiales de representación Estado liberal y nacionalismo 50
256-261 Estado liberal y religión 76
derechos humanos y derechos de las Estado mexicano 66
minorías 24, 25, 188 Estado multicultural 40
derechos lingüísticos 43, 72, 97, 113, Estado multinacional 40, 75, 81, 95,
135 113, 156-161
derechos multiculturales 38, 43, 153- Estado (o Estado nacional) 38, 39, 66
156 acomodo de las minorías en el 28,
v. derechos diferenciados 38
derechos poliétnicos 153 ausencia de estudios sobre el 54
desventaja lingüística de los pueblos distinción entre Estado y nación
indígenas 80 57-60, 64
Díaz-Polanco, Héctor 128 diversidad cultural y 52
Dinamarca 268 futuro del 52, 95, 96
diplomáticos acreditados 204 imposibilidad de constituir tantos
discapacidad 161 Estados como naciones en el
discapacitados, derechos especiales mundo 102
de representación de los 257 liberalismo y 47, 49, 50, 51, 54
distribución de los derechos y obliga- neutralidad del 40, 68, 76, 77, 82
ciones entre las minorías etnocul- neutralidad en materia religiosa
turales 30, 31, 33 77, 78, 79
distribución natural 37 número de 63
298 ÍNDICE ANALÍTICO

orígenes del 63 asimétrico 41, 118


proceso de construcción del 4, 43, belga 118, 119, 120
51, 69, 75, 81, 95, 96 movimiento internacional hacia el
Estado receptor 44 federalismo a finales del siglo
Estado religioso 56 XX, 123
Estados musulmanes 108 multinacional 41, 113, 114, 117,
Estados nacionales 133 121, 123
relación con las minorías etnocul- regla de igualdad en el federalis-
turales 26, 27, 28 mo multinacional 117
Estados poliétnicos 156, 157, 158, uninacional 115, 116, 121
159, 160, 161 fenómeno migratorio internacional
Estados Unidos 1, 21, 22, 25, 41, 51, 165, 182
56, 74, 75, 79, 85, 98, 100, 103, Ferrajoli, Luigi 184, 189, 190
114, 121, 122, 138, 146, 147, 149, Filipinas 173, 177
151, 154, 158, 159, 167-170, 178, Finlandia 122, 268
181, 198, 227, 246, 257, 266 flamencos 101, 255
hispanos en los 56 Florida 22, 114
melting pot, en los 151 flujos migratorios internacionales 168
población extranjera en 169 Francia 55, 56, 103, 105, 106, 145,
Sudoeste de los 22, 114, 158 146, 150, 158, 266
Estonia 168 musulmanes en 56
estudiantes extranjeros 204 población extranjera en 169
Europa 25, 62, 172, 218, 243 fraternidad, principio de la 36
Central 168 fronteras nacionales 62
del Este 167, 168 fronteras territoriales 62
del Sur 166, 177
inmigrantes indocumentados en Galarza, Ernesto 179
177 Gales 121
Occidental 168 Gellner, Ernest 58, 61-63, 65, 66, 69,
Oriental 10, 25 72, 73, 92, 193
población extranjera en 169 Giddens, Anthony 51
exclusión diferencial 171, 172, 175, globalización 2, 26, 52, 182
176, 180, 183 definición de la 182, 183
exilio con propósitos nacionales 202 disfunciones de la 194
Golfo Pérsico 166
facultades autonómicas 117 Grecia 167, 177
fascismo 53 Greenfeld, Liah 55
federalismo 3, 4, 28, 38, 41, 103, Guatemala 78, 79, 133
113, 231 Guerra Fría 21, 23
alemán 115 Gutman, Amy 20
ÍNDICE ANALÍTICO 299

Habermas, Jürgen 182 laboral durante y después de la


Hart, H. L. A. 32 posguerra 166
Hawai 114 tendencias actuales de la 165, 170
hawaianos 22, 158 inmigrantes 4, 145-156
Hayek, Friedrich 48, 49 asimilación, políticas de los 150-
Held, David 194 152
Hernán, Cortés 127 v. asimilación
Holanda 154, 229, 247 con capacidad de adquirir la ciu-
hombres de negocios 204 dadanía 163
homogeneidad cultural 66, 70 definición de 145-147
homosexuales 161 derechos de representación de los
derechos especiales de representa- 263
ción de los 257, 264 indocumentados 44, 164, 171,
hugonotes 150 176, 183, 184, 188, 201, 208,
Huntington, Samuel 198 213
huteritas 98 ausencia de estudios sobre los
inmigrantes indocumentados
identidad cultural 16 185
sacrificio de la 73 en los Estados Unidos 177, 178
identidad indígena en la Constitución limitaciones a los derechos y li-
mexicana 142 bertades fundamentales de los
identidad multinacional y multicultu- inmigrantes indocumentados
ral 76 178-180
identidad nacional 16, 40, 49, 103, integración al Estado liberal de los
104, 128 43
ambivalente 11-112 irregulares 164, 186
consecuencias de atacar el senti- v. trabajadores extranjeros, buscado-
miento de 104 res de asilo e inmigrantes indocu-
estudios modernos sobre la 53 mentados
transformación de la 52 modelos multiculturales de inte-
Imperio Mongol 193 gración de los 153
imperios coloniales 21 principales categorías de 145, 163
India 249, 255 sin capacidad de adquirir la ciuda-
indígena, movimientos de reivindica- danía 163, 164
ción 8 instituciones políticas básicas 1, 3,
indígenas americanos 101 27, 28, 31, 33, 38, 39
indígenas norteamericanos 137 integración 96
indigenismo 22, 130 integración internacional 26
Indonesia 177 inuit 101
inmigración 157 Irán 56
fases de la 165 Irlanda 108, 111
300 ÍNDICE ANALÍTICO

Irlanda del Norte 111, 255 Lenguas indígenas 131


irlandeses 150 lenguas, número de 61
Islam 56, 108 liberal
Islas, Åland 123 culturalista 17
Israel 62, 85, 255 teoría política 5
israelíes 72 liberalismo
Italia 53, 122, 150, 167, 177 compatibilidad con el multicultu-
ius domicili o ius residenci (principio ralismo 5
de residencia) 203-209, 216 desinterés sobre las diferencias
como norma de inclusión de la culturales 20
concepción incluyente de la ciu- Estado Nacional y 47, 49, 50, 51
dadanía 213 nacionalismo y 50, 54, 55
contrastado contra los principios neutralidad del 76
territorial y de descendencia su noción de la autonomía 12
212, 213 vínculo con la cultura 14
ius sanguinis (principio de descen- liberalismo-cultural 17
dencia) 197, 202, 208-210, 212, crítica al 17, 18
214 liberalismo mexicano 80, 129
como regla estricta para adquirir libertad
la ciudadanía 210 de asociación 43, 72, 107
ventajas del 210, 211 de conciencia 108
ius soli (principio territorial) 197, de expresión 43, 72, 107
203-206, 208, 214 de pensamiento 108
de poseer propiedad 108
Japón 177, 181 libertad individual, debate sobre la 11
población extranjera en 169 Lijphat, Arend 226, 228, 247
Jones, Richard 262 listas de partidos 242
Juana de Arco 63 Lituania 168
judíos 150 Lock, John 222
Justicia, concepción pública de 31 Lyotard, François 5

Kant, Emmanuel 71, 215, 222 Malasia 177


Kuhn, T. S. 29 maori 101
Kukhatas, Chandran 19 marginación 97
Kymlicka, Will 5-7, 10, 13-15, 17- Marshall, T. H. 190
19, 24, 26, 27, 29, 57, 70, 80, 81, marxismo 5
83, 98, 99, 109, 112, 153, 185, mayas 101, 105, 266
193, 226, 263 medidas diferenciadas en función de
grupo 16
Latinoamérica 22, 25, 74, 128, 130, Medio Oriente 62, 168, 172
139, 166, 168, 221, 243, 256 medios de comunicación 65
ÍNDICE ANALÍTICO 301

Menchú, Rigoberta 133 mujeres 4, 5, 161


México 1, 9, 22, 41, 66, 75, 83, 98, cuotas de representación de las
99, 103, 105, 106, 114, 127, 128, 266-268
130, 134, 141, 144, 146, 151, 158, derecho de veto para las 260
159, 169, 170, 221, 247, 255, 257, derechos especiales de representa-
264, 265 ción de las 257
migración masiva 96, 97 multicultural
Mill, John Stuart 5, 15, 198 primera etapa del debate 11, 12,
Miller, David 14, 52, 70 13
minorías etnoculturales segunda etapa del debate13-26
acomodo institucional de las 26 y las tres etapas de su debate 10
con mayor organización política 3 multiculturalismo, debate filosófico
criterios de selección de las 3 sobre sus alcances 8, 10
definición del término 4, 7 municipios indígenas 143
grupos que no encuadran en la de-
finición de 161 nación 39, 47, 50, 51, 53, 59
necesidad que tienen de integrarse como comunidad imaginaria 82
a la sociedad mayoritaria 96-99 como proceso de construcción 57,
producto de la inmigración 4 59, 64, 65, 67, 95
riesgo de obtener un gobierno de cultura y nación 61
las minorías etnoculturales en distinción entre Estado y nación
las democracias 234 57-60, 64
y los términos de su acomodo en distinción entre pueblo y nación 60
el Estado nacional 96 elementos que componen a la 59,
minorías nacionales 4, 41, 99, 103, 65
105, 124, 156 judía 62
definición de las 99 orígenes de la 63
deseo de autonomía de las 104 nacionalismo 38, 39, 48, 49, 50, 53,
intentos de supresión de las 105 54, 62, 65
minorías protestantes latinoamerica- ausencia de estudios sobre el 54
nas 78 como proceso de construcción 57,
minorías religiosas 77 67
Modood, Tariq 77 estudios recientes sobre el 57
monopolio de la violencia legítima fin del 53
58 imposibilidad de suprimir el 104
mormones 98 liberalismo y 50, 54, 55
movimiento indígena religioso 56
en México 130 vertiente cívica del 55, 56
internacional 132 vertiente idealista del 55, 56
movimientos de refugiados y asilados naciones
168 multiculturales 76, 81, 83, 95
302 ÍNDICE ANALÍTICO

número de 60, 62, 63 Panamá 141


sin Estado 64 Papua Nueva Guinea 250
naciones subestatales 3, 4, 41, 102, partidos políticos
156 de las minorías etnoculturales en
acomodo de las naciones subesta- las democracias consensuales
tales según principios de justi- 255
cia 102 tipología sobre el número de 247,
diferencia entre pueblos indígenas 248, 249
y las 100, 101 Patagonia 239
necesidad de que respeten los de- personas discapacitadas 5
rechos de otras naciones 112 educación especial para las 35
posibilidad para construir su pro- pertenencia cultural 71
pio Estado 113 Phillips, Anne 254
proceso de incorporación al Esta- población extranjera en Europa 169
do de las 101, 102 Poder Ejecutivo 45
supresión de las 103, 106, 107 poliarquía 226
Naciones Unidas 25 Polonia 150
Declaración Universal sobre los Popper, Karl 53
Derechos Indígenas 25 Portugal 128, 167
discusión de la Declaración sobre posmodernismo 5
los Derechos de las Personas Primera Guerra Mundial 20, 58
Pertenecientes a las Minorías principio de la diferencia 34, 36, 40
Nacionales o Etnicas, Religio- principios de la justicia 2, 4, 28-33,
sas y Lingüísticas 25 37, 38, 40, 41, 86, 135, 138, 153,
nahuas 101, 266 164, 171, 180, 186, 188, 191, 194,
Napoleón 68 198, 201, 205, 206, 210, 212, 223,
nazismo 53, 56 225-227, 234, 239, 242, 251, 265
Nicaragua 140 Estado nacional y los 50, 52
Nigeria 261, 262, 264 la cultura en relación con los 70
norirlandeses 1, 72 orden serial de los 34
normandos 150 y autonomía de los pueblos indí-
Norteamérica 134, 167, 168, 239 genas 133, 134
Noruega 268 principios liberales, soportes institu-
Nueva Zelanda 110, 154, 158, 168, cionales para que operan los 48, 49
227 primer principio de la justicia 32, 40,
41, 44, 45, 71-73, 85, 90, 107,
Oakeshott, Michael 49 116, 117, 121, 135, 136, 139, 152,
Oceanía 167, 169, 170 164, 174, 176, 184, 187, 200, 204,
Opalsky 112 205, 213, 215, 222, 224, 232, 234,
241
palestinos 72, 84 proceso colonial 128
ÍNDICE ANALÍTICO 303

proceso educativo 67 Quebec 1, 9, 72, 100, 110, 118, 157


programa guardián en la frontera Mé- quebequenses 41, 101, 112, 117, 118,
xico-Estados Unidos 170 125, 255
protecciones externas 19
consistencia con los principios li- Rawls, John 2, 3, 5, 15, 17, 20, 29,
berales 19 33, 36, 37, 38, 44, 54, 90, 184,
pueblo 60 193, 213, 222
definición de 227 Raz, Joseph 5, 14, 17, 20, 70, 83
pueblos indígenas 4, 22, 41, 64, 66, reciprocidad, concepción de 36
74, 75, 102, 110, 141-144, 156, refugiados 145, 171, 208
158, 239, 255 que obtienen asilo 148
acceso a la jurisdicción de los 143, regla de la mayoría para las transac-
144 ciones políticas normales 234
acomodo de los pueblos indígenas reglas para la cooperación social 30
en términos de justicia, 126 y Reino Unido 1, 9, 55, 56, 77, 108,
ss. 111, 121, 150, 154, 158, 227, 235,
asimilación de los 129-131 246, 266
autonomía de los 132-140 irlandeses católicos en el 56
base territorial mínima de los 136, Renacimiento 63
143, 239 representación de grupo 46, 226,
conveniencia de utilizar el término 255-271
minorías nacionales para los v. derechos especiales de representa-
pueblos indígenas 124-126 ción.
definición de los 100 complementaridad de la represen-
derecho de veto en los 239, 260 tación de grupo con la represen-
diferencia entre naciones subesta- tación general de partidos 262
tales y los 100, 101 de los indígenas mexicanos 265
intento de suprimir a los 127-129, diferentes formas de promover la
131 258
negativa de los pueblos indígenas titulares de la 261
para convertirse en Estados 124, y principio de igualdad 258-260,
132, 138 268-271
proceso de incorporación al Esta- reservas indígenas 74, 138
do 101, 102 residencia mínima en el Estado re-
representación de los 132, 257, ceptor 174, 180, 201, 203
263 residencia permanente, umbral para
y autonomía 124 determinar la ciudadanía, 207, 208,
y discurso nacionalista 124 216
Puerto Rico 121, 122 residentes esporádicos 204
puertorriqueños 22, 101, 158 Resnick, Philip 123
304 ÍNDICE ANALÍTICO

restricciones internas 19 extremo 248, 249


Rousseau, Juan Jacobo 234 moderado 248, 249, 251
Rundell, John 213 sistema proporcional 231, 238, 242,
Rusdie, Salman 56 243, 244, 245
Rusia 55, 72 características del 242
como mecanismo para la asigna-
sami 101 ción de recursos financieros o
Sartori, Giovanni 248 puestos públicos 245
secesión 3, 4, 94, 102, 104, 105, 108- sistemas electorales de mayoría, ca-
114 racterísticas 242
autodeterminación y 110 socialista, caída del bloque 1, 9, 64,
daños socioeconómicos causados 168
por la 109 sociedad bien ordenada 31
imposibilidad de secesión para los sociedad cerrada 53
pueblos indígenas 139 sociedad de castas 127
tres tipos de casos en los que la se- sociedades industriales
cesión no tendría éxito 110-112 educación en las 66
sectas religiosas 98 la ciudadanía en las 66
Segunda Guerra Mundial 21, 23, 48, Suecia 268
53, 54, 150, 158, 178, 218, 225, Suiza 41, 81, 113, 118, 154, 172,
235 225, 228, 229, 235, 247, 253, 255
segundo principio de la justicia 32, población extranjera en 169
45, 73, 86, 108, 110, 111, 116,
117, 121, 132, 137, 144, 176, 184, Tamir, Yael 7, 14, 70, 83-86, 88-90
187, 200, 204, 222, 224, 232, 233, Taylor, Charles 20
237, 239 243, 245-246, 250, 251, teología de la liberación 79
255, 258, 259, 269, 270 teoría política
v. principio de la diferencia desarrollo en el siglo XX, 21
servicios públicos en el idioma de la estudios contemporáneos de la 9
minoría 35 terrorismo 1
Sidgwick, Henry 214 totalitarismo 53, 54
sikhs 84 trabajadoras domésticas filipinas 173
Singapur 173 trabajadores extranjeros 164, 171,
sionismo israelí 56, 62 172, 174, 183, 184, 188, 201, 213
sistema bipartidista 250, 251 limitaciones a los derechos y liber-
sistema cuasifederal 121 tades básicas de los 173, 174
sistema educativo 65, 66, 69 trabajadores mexicanos irregulares en
sistema multipartidista 231, 245, 246, Estados Unidos 177-179, 199
247, 248, 249, 250, 251 trabajadores temporales 171
como medio favorable para la de- trabajo no regulado 184
mocracia consensual 251 turistas 204
ÍNDICE ANALÍTICO 305

Turquía 172 derecho de veto de los pueblos in-


Tyrol 123 dígenas 260
diferentes maneras de formalizar
Ucrania 168 el 241
Unión Soviética 1, 168 en Holanda, Suiza y Bélgica 241
Uruguay 127, 146 materias sobre las que deberá ver-
sar el 240
mecanismos de protección del 240
Valadés, Diego 5, 145
Vitale, Ermanno 142
valones 118, 255
Van Cott, Donna Lee 140
Vasconcelos, José 159 Waltzer, Michael 76, 77, 79, 80
vascos 1, 9, 41, 72, 101, 105, 110, Weber, Max 58
118, 255
Venezuela 141 yaquis 129
veto 230, 238, 239 Young, Iris Marion 20, 260, 262
como regla negativa para el aco- Yucatán 114, 129, 139
modo de las minorías etnocul- Yugoslavia 1, 64, 107, 168
turales 238
derecho de veto de las mujeres zapatismo 130, 132, 139, 264
260 zapotecas 266
derecho de veto de los pueblos in-
dígenas 260

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