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Julio Melón: Cuando todo se derrumba: el uso publico de la historia de la URSS.

Historia y política:
La historia, útil para la conservación del statu quo, puede animar, no obstante a quienes proponen el cambio.
Todo grupo político que se precie, entiende como. Necesario formular y difundir su propia versión del pasado, para
justificar las posiciones de poder. Sobre todo en partidos que han llegado al poder por vía revolucionaria: se necesita una
nueva legitimidad.
La historia de la unión soviética:
Esta se halla condicionada por los lineamientos del PCUS. La represión, el culto a la personalidad, etc.
Un tímido antecedente: 1956.
El discurso de Nikita en el XX congreso del PCUS significo la 1º autocrítica al stalinismo.
A su manera, ambos se propusieron la generación de un apoyo social que neutralizara la oposición a los cambios en el
seno del partido y otorgara credibilidad a las promesas de democratización.
Pero reexaminar el pasado significaba poner en tela de juicio los mismos promotores del proceso en el stalinismo. El
revisionismo, por moderado que fuera no podía avanzar sin cuestionar la misma dirigencia que lo propiciaba.
Por otro lado, los logros soviéticos en distintos ámbitos inhibió por tiempo, la evaluación de los costos que pago la
población por la transformación
Crisis y apertura:
El estancamiento económico y el problema agrícola abrieron la posibilidad de actuación para quienes querían reformar
desde dentro el partido.
Gorbachov abrió las puertas. Y la Perestroika tendiente a dinamizar el socialismo requería de una glasnost (transparencia
informativa).
¿Qué razones movieron a la cabeza del estado soviético a autorizar una reapertura del pasado cuando esto implicaba el
enfrentamiento con gran parte de la jerarquía partidaria?
La crítica n se detuvo con Stalin, sino que socavo la legitimidad ya agravada por la crisis económica.
En 1986 Gorbachov nombra a reformadores en el comité central. Y allí aparecen unas obras críticas.
Señalan la discontinuidad entre la NEP y la colectivización. Le desviacionismo burocrático, que marca un corte en el 30.
Una población educada durante la época de Stalin, con dificultad podía asimilar la verdad que opacaba las
transformaciones. De cualquier manera, no fue una discusión académica, sino seguida por la prensa reformista o liberal.
Por otro lado, la propia dirigencia formulo su propia apreciación de las cosas, aunque tácitamente, ya que la misma
política de la Perestroika vedaba la restauración de controles.
¿Una nueva historia oficial?
Más que esto, se trataba de un intento de conciliar las posiciones de conservadores y liberales en el seno del partido ruso,
y de una muy limitada exposición de autocrítica ante las delegaciones extranjeras.
En 1987 Gorbachov, postulaba a la Perestroika para generar las bases para un nuevo socialismo.
En conclusión: Mientras que alarmaba los conservadores del partido, los intelectuales que pugnaban por llevar hasta sus
últimas consecuencias este ataque a los dogmas del pasado podían lamentarse públicamente de que su bisturí no llegara
hasta la medula del sistema.
La versión de la historia de la Perestroika, marcaba la rev. como la necesidad histórica y muchas acciones violentas
fueron inútiles. Ahora bien, a la muerte de Lenin, se abandonan los principios de la rev. pero ni Lenin ni los principios
son criticados.
Luego cae la URSS, y sus viejos mitos, pero ya ninguna visión del pasado podía unir a la sociedad.

La crisis del estado de bienestar: 2º parte.


La paradoja es que en aquellos países que no tienen las instituciones del estado de bienestar, quieren este tipo de estado,
mientras que los gobiernos de países acostumbrados a este modelo lo están criticando.
La crisis contemporánea se ha explicado en función de 3 tipos de causas:
a) la presión democrafica que provoca una precios fiscal, difícil de soportar.
b) La recesion ciclica que produce deséemelo y menores ingresos.
c) Analiza los problemas estructurales del E. B. y se va a centrar en ella.
Gosta Esping-Andersen parte de la consideración de que el actual E.B. es incompatible con la economía postindustrial
que ha supuesto una generación de empleo en el sector servicios y una flexibilidad de la mano de obra. La esencia del
Estado de Bienestar es armonizar el ciclo vital de la clase obrera, la infancia, vejez, enfermedad y desempleo. Aunque el
volumen de empleo queda fijado por la economía, el E.B. generaliza la seguridad frente a los riesgos. Es decir, el mercado
(la economía) cuida la fase adulta y el E.B. (la política) cuida la infancia, la vejez y la enfermedad. Por tanto, el E.B. en la
fase postindustrial debe crear empleo y ser activo en la fase vital del ciclo vital.
Los tres modelos de construcción del ciclo vital fordista:
          - El modelo americano de carácter privado, con un E.B. mínimo y privado con seguros para el segmento más
fordista de los trabajadores industriales y gran empresa.
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          - El modelo de Seguridad social europeo contributivo. Con un salario familiar y prestaciones sociales familiares. La
familia es el pilar en la reproducción, el bienestar social y con dependencia de la mujer. Exige una larga trayectoria en el
empleo para "contribuir" a las prestaciones sociales, con lo que el trabajo es una garantía social y se mantiene una rigidez
del mercado de trabajo.
          - El modelo escandinavo universal. Se trata de garantizar a la clase obrera las oportunidades de paso a la clase
media, evitando una segmentación con un sector precario y una clase obrera fordista. Se da una igualdad de sexo, el E.B.
elabora servicios de ciclo intermedio, sustituye trabajo doméstico familiar generando trabajo asalariado para la mujer,
aunque trabajo segmentado.
La necesidad de la flexibilidad. El autor plantea este elemento como fundamental. El riesgo y la oportunidad no está
ahora sólo en la infancia y la vejez, sino en la fase activa del adulto. Hay que dejar de lado el tipo de ciclo fordista lineal
garantizado.  Por un lado, se rechaza la flexibilidad de tipo americano, de crear empleo en el sector servicios a cambio de
bajos salarios, es decir, con crear empleo y desigualdad.
          Se rechaza también el modelo europeo continental con una franja de clase obrera con empleo fijo, salario familiar y
un E.B. clásico. El mantenimiento de esas prestaciones del E.B. destruirá empleo y no se creará nuevo y la flexibilidad
creará un abismo entre la clase obrera integrada y la marginal ampliándose la dualidad social. Por tanto, con el modelo
continental de E.B. se autodestruirá, en una economía mundial y global que requiere flexibilidad laboral. Este modelo
mantiene empleo y protección social para un segmento de la clase obrera y paro, y desigualdad y ausencia de protección
social para el segmento precarizado.
          El modelo escandinavo tampoco es válido. Se subvenciona los servicios y, por tanto, el empleo público para las
mujeres, pero genera una fuerte crisis fiscal. Los trabajadores del sector privado se oponen a la moderación salarial que
tira del sector público, predominantemente compuesto por mujeres, generándose el bloqueo y la crisis del E.B. que
culmina con la presión a la baja salarial en los servicios y, por tanto, a la americanización.
Las perspectivas del E.B. En términos realistas se puede prever dos dinámicas. Una la continental europea con paro y
dualidad social. Otra, la americano / escandinava con empleo pero con desigualdad salarial con el sector servicios
privados en el primer caso y con el sector servicios públicos en el escandinavo.
          Espin-Andersen nos ofrece una tercera opción, partiendo de la necesidad de la flexibilización. Admitir la
desigualdad generacional, precariedad en la juventud pero cierta garantía de movilidad dentro del sistema, sobre todo, con
la formación. ¿Este sistema de estratificación social postindustrial conduciría a una diferenciación de clase? Con la
hipótesis de ciertas garantías de movilidad y ascenso al pasar a la edad adulta y su posterior seguridad en el empleo y en
las prestaciones del E.B. este modelo se podría aceptar según él.

 MENZEL: el final del 3º mundo y el fracaso de la gran teoría.


Éxito y fracaso de las teorías globales
Generalizando se puede afirmar que existieron dos corrientes principales en la discusión sobre el desarrollo.
En el campo burgués la economía del desarrollo, formulada ya desde finales de los años cuarenta, y la teoría de la
modernización, ambas doctrinas dominantes hasta finales de los años sesenta, que atribuyeron el retraso de las antiguas
colonias esencialmente a factores internos a las propias sociedades. En consecuencia, se debía impulsar desde fuera un
cambio institucional a través de reformas decisivas, para dejar el camino libre a la fuerzas con voluntad de
modernización. Según dicha concepción la modernización se entendía como un proceso histórico-mundial de carácter
necesario y unidimensional; que captaría a todas las sociedades, aunque en momentos distintos. Se partía del supuesto de
que el cambio económico y tecnológico debía realizarse codo a codo; es decir, conjuntamente con el cambio político y
social. En este contexto, desarrollo se identificaba con incrementos de la productividad, con crecimiento económico, y
especialmente, con industrialización; estando estrechamente unido con urbanización, alfabetización, movilización social
y, finalmente, participación y democratización en el sentido de los sistemas parlamentarios de Occidente. Se propugnaba
una transformación de los sistemas políticos mediante reformas progresivas, considerándose los sistemas autoritarios,
sobre todo en las fases iniciales, como un mal necesariamente aceptable. Así, mientras que los autores procedentes de la
tradición neoclásica confiaron en las fuerzas del mercado; es decir, recomendaban una política liberal y, en el ámbito de
las relaciones económicas externas, orientada por los costes comparativos y la división internacional del trabajo: el
Keynesiamismo, predominante en aquel momento, puso sus esperanzas, por lo que el desarrollo económico se refiere, en
la intervención estatal y en una estrategia de crecimiento orientada hacia el interior, que debía ser garantizada, en lo que
respecta a las relaciones económicas externas, mediante medidas político comerciales, sin que por ello se cuestionara, en
modo alguno, la orientación de la economía hacia el mercado mundial.
Desde mediados de la década de los años sesenta se desenvolvió, en abierta contradicción a la corriente del pensamiento
anterior, en el campo crítico, liberal de izquierda, radical o neomarxista, un paradigma, que partió de un diagnóstico
opuesto. Según esta concepción se identificó como variables decisivas para la problemática del desarrollo no a factores
internos a las propias sociedades, sino a externos, principalmente a factores económicos externos.
En consecuencia, para resaltar el carácter o causación externa se emplearon conceptos como «subdesarrollo» o
«dependiente», en lugar de conceptos como «atraso», «tradicional» o «no desarrollado>. Se hizo hincapié en que los
problemas del «Tercer Mundo» no se podían atribuir a un grado demasiado bajo de modernidad (implícitamente a una
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productividad del trabajo muy pequeña), sino a un largo proceso de deformación social, exteriormente inducido, cuyas
raíces proceden de las diversas modalidades de colonización y de la violenta vinculación de sus economías a la división
internacional del trabajo.
Dichos factores siguen influyendo incluso después de la independencia formal, pero ahora se garantiza una perpetuación
del subdesarrollo no a través del dominio directo, sino mediante las diversas clases de dependencia inducidas por su
permanente vinculación a las estructuras económicas mundiales.
La teoría de la dependencia, formulada allí, enraíza con la teoría clásica del imperialismo, que se extiende hasta el cambio
de siglo y es redescubierta en los años sesenta, así como con la argumentación de Raúl Presbisch y Hans Singer sobre la
teoría del comercio exterior, que diagnosticó las desventajas estructurales para los países productores de bienes primarios
en su integración en la división internacional del trabajo. En Occidente este paradigma fue aceptado a raíz del
renacimiento del Marxismo y para enriquecer a las teorías estructuralistas neoimperialistas, a las teorías sobre el mercado
mundial y sobre el sistema mundial.
También aquí se pueden diferenciar dos corrientes de argumentación. De un lado, siguiendo la tradición ortodoxa
leninista se colocó en primer plano la explotación internacional y la salida de recursos, unida directamente a ella, como
consecuencia de la desigualdad de posibilidades de realización en el mercado mundial. Del otro lado, se acentuó la
persistente (y durante siglos) penetración externa con los resultados de deformación estructural (capitalismo
metropolitano versus periférico) y los bloqueos resultantes. En esta última argumentación se manifiesta claramente que el
estructuralismo, tanto en el campo «burgués» como en el «crítico», ha adquirido una influencia creciente.
Si, según dichas teorías, la raíz de la miseria se atribuye a las relaciones externas, la conclusión estratégica debería tender
a una modificación radical de dichas relaciones, o mejor todavía, a una ruptura completa respecto a la relación con el
mercado mundial. En la variante radical de la teoría del sistema mundial se negó la posibilidad de dicha ruptura o
desintegración total, y, en su lugar, se puso como supuesto la transformación completa del sistema mundial, dominado
por el capitalismo. Sólo sobre dicha base sería posible una reestructuración de las sociedades subdesarrolladas. Lo que
requiere nuevamente una transformación más o menos revolucionaria de aquellas sociedades, en la variante leninista
incluso la revolución mundial. El desarrollo que seguidamente se pondría en escena fue entendido, paradójicamente, de
forma similar al propuesto por la teoría burguesa, en el sentido del incremento de la productividad y la industrialización.
Las diferencias se reducen básicamente a los instrumentos de su realización y a la creación de las condiciones políticas.
El paradigma adquirió popularidad no sólo entre la izquierda occidental, sino también entre las élites dominantes del
«Tercer Mundo», a las que les agrupaba más las causas y consecuencias económico mundiales que las consecuencias o
conclusiones internas. Analógicamente el pensamiento dependentista encontró fácil acogida en las principales
organizaciones internacionales, tales como la UNTAD y sus exigencias de un Nuevo Orden Económico Mundial.
La claridad paradigmática de los años setenta comenzó a enturbiarse a la primera mitad de los ochenta. Por un lado, se
produjeron cambios de posiciones ideológicas de prominentes personalidades de ambas posiciones. En el campo burgués
gozó de poco crédito la tesis de la explotación internacional, frente a la que defiende la deformación estructural. Por el
contrario, antiguos representantes de la teoría de la dependencia, al menos de la orientación menos ortodoxa, como
Cardoso/Faletto, concedieron más importancia a los factores «internos», comenzaron a aceptar seriamente la teoría de la
modernización. Además, se iniciaron en el seno del pensamiento enconadas luchas internas. Paralelamente a los cambios
de paradigma en la política económica, ganaron terreno en el campo de la economía del desarrollo los neoclásicos y se
redujo la influencia de los Keynesianos, quienes autocríticamente admitieron que no se habían cumplido los sueños de los
años cincuenta.
De carácter decisivo fue el hecho por el que muchos autores cuestionaron los grandes paradigmas. Lo que no es aplicable
a los ortodoxos de ambas direcciones; es decir, neoclásicos y teorías del sistema mundial seguidores de
Frank/Wallerstein, pero sí para los que se pasaron a los otros campos. De una parte prominentes economistas del
desarrollo del campo Keynesiano, tales como Myrdal, Streeten o Hirschman, adoptaron una posición escéptica sobre las
estrategias recomendadas en su tiempo, en general sobre la denominada política del desarrollo.
Hirschman publicó en 1981 un estudio crítico y habló de «la derrota de la economía del desarrollo», que a mediados de
los sesenta se vio sometida a un ataque en tenaza de los neoliberales a causa de los países en el umbral de la
industrialización y de los neomarxistas debido al fracaso de la política de sustitución de importaciones, admitiendo,
finalmente, que el crecimiento no conduce, como anteriormente afirmaba, a la democratización.
Finalmente, el Banco Mundial publicó en 1984 un trabajo de recopilación, en el que famosos economistas de la teoría del
desarrollo de los años pioneros hacían un balance autocrítico.
En el campo del pensamiento de izquierdas el desengaño era mucho mas profundo, el desmontaje de las antiguas
verdades se llevó de una forma mucho más radical. Primeramente, en los primeros años de los sesenta se abrieron brechas
en la concepción dicotómica por el pensamiento estructuralista. Se pudo constatar un proceso de diferenciación en el
«Tercer Mundo», del que se extrajeron consecuencias revisionistas para la estructura del sistema mundial, del conflicto
Norte Sur, y de los aspectos externos de la teoría del desarrollo. No mucho más tarde se diagnosticó el final del «Tercer
Mundo».

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Consecuentemente se produjo una reflexión múltiple sobre el explicativo de las grandes teorías, marcándonos,
primeramente, de forma prudente sus límites Finalmente, a finales de la década de los 80 se habló «del camino hacia el
callejón sin salida». Únicamente Frank y Wallerstein se mantuvieron firmes al antiguo paradigma.
Muchas de las antiguas luchas ideológicas de hace unas décadas, después de que publicaran sus conclusiones totalmente
personales, se aproximaron hacia nuevos paradigmas, o en parte a nuevas modas. Sirva de ejemplo ilustrativo el
redescubrimiento de la Cultura que ocupó el lugar de los duros debates o análisis de economía política. O bien, se
incluyeron tema en la discusión teórica del desarrollo, tales como el feminismo29, la ecología o incluso la discusión sobre
el Fordismo, que pertenecen y proceden de otras áreas político-sociales.
Actualmente el proceso de diferenciación sigue
Comencemos con una reflexión básica, que es aplicable a cualquier clase de formación de la teoría. Si la teoría científico-
social tiene que ser (y servir) para algo mas que para explicar a posteriori por qué este o aquel desarrollo se ha producido
de esta o aquella manera; y, más bien, quiere y pretende entender el presente en base al análisis del pasado y, con ello,
quiere instruir la actuación futura, entonces se puede afirmar con todo derecho y verdaderamente que los paradigmas
globales no solamente han desembocado en una crisis, sino que de hecho han fracasado. La teoría modernista ha
fracasado porque se ha puesto de manifiesto que no se ha llegado a un cambio mundial, económico, social y político, el
cual hubiera proporcionado a los países del Tercer Mundo un perfil, que les aproximara al de los países industriales. A
excepción de muy pocos casos, el crecimiento económico, cuando se llegó a él, revistió siempre un carácter sectorial, sin
que se pueda hablar de una tendencia general a la democratización.
De hecho, desde la independencia de las colonias se puede constatar una creciente heterogeneización en el Tercer Mundo.
Por un lado, el ascendente empobrecimiento de muchos países, que se ha visto dramatizado por el acelerado e imparable
crecimiento de la población, ya que la mayoría de los países se encontraban en la fase demográfica de Transición, en la
que desciende la tasa de mortandad y permanece estancada a un nivel elevado la tasa de nacimientos.
El informe sobre el desarrollo mundial del Banco Mundial del año 1991 manifiesta para los 41 países miembros, que se
encuentran por debajo del uínbral inferior de la pobreza absoluta, reflejado por 500 $ anuales percápita, que la inmensa
mayoría refleja tasa de crecimiento constante e incluso negativas para el periodo 1965-1989. Si separamos de este grupo a
la RP China y la India, que se caracterizan por un balance del crecimiento relativamente positivo, nos encontramos con el
hecho de que cerca de 970 millones de personas se hayan afectados por dicha situación. A esta situación económicamente
dramática se deben de añadir todavía las frecuentes catástrofes ecológicas, los períodos de epidemias, las crisis de
hambre, las avalanchas de refugiados, la desertización de regiones enteras, y los centros de aglomeración urbanos
prácticamente ingobernables. Pero este cuadro del Tercer Mundo no representa la totalidad de la escena.
Por otro lado, en una serie de países se ha llegado a procesos de industrialización y modernización de la agricultura
dignos de mención. Dichos países en el umbral de la industrialización se pueden diferenciar nuevamente. Por lo que
respecta a la región de Asia Oriental y Sudoriental se podría demostrar que entre estos países, Hong-Kong. Singapur,
Taiwan, Corea del Sur se han convertido en países industriales jóvenes (de reciente industrialización), que disponen ya de
muchos atributos de las sociedades occidentales industriales y ejercen una competitividad desplazadora. La cuestión del
endeudamiento no es ya una cuestión preocupante en estos países, ya que gracias a los crecientes superávits en sus
balanzas comerciales se han trasformado en países exportadores netos de capital o, como es aplicable a Corea del Sur, an
podido reducir drásticamente la enorme carga de la deuda, que presionaba sobre sus economías hace anos.
Frente a esta clase de países existen países como Brasil, México, Argentina y la India, que son nombrados reiteradamente
en la bibliografía sobre los «países en el umbral de la industrialización», disponen de núcleos industriales integrados, y
han alcanzado elevados tasas de crecimiento, pero en los que no se han podido constatar eficientemente los esperados
efectos de ampliación y penetración descritos por la economía del desarrollo.
Aquí se puede aplicar certeramente el concepto de la heterogeneidad estructural, tanto en sentido social como regional
acuñado por la teoría de la dependencia. Es por esto que no es una casualidad que el tema de «los países en el umbral de
la industrialización» se haya convertido en todos los campos del conocimiento en tono de posibilidades o trabajos
revisionistas.
El mismo tema sirvió de motivo para el posterior desarrollo del fuego de las sumas igual a cero de la teoría del sistema
mundial, así como del renacimiento de la teoría marxista de la modernización.
Más adelante se da el grupo de países exportadores de petróleo, que abarca aproximadamente unos 600 millones de
personas, que gracias a los dos aumentos drásticos de los precios del petróleo registrados en la década de los años setenta
obtuvieron enormes incrementos en sus ingresos. De entre estos, aquellos paises que se caracterizan por una población
escasa se han transformado en verdaderos estados rentistas y han alcanzado, por término medio, un nivel o techo que ya
no les pudo dañar el descenso de los precios del petróleo en la década de los ochenta. En este grupo de países la renta per-
cápita en el área de la OECD alcanza, en parte, los puestos más elevados. Frente a éstos, los países de la OPEC altamente
poblados, considerados en conjunto, se hayan embarrancados más o menos en la crisis. Puesto que o bien han
despilfarrado los ingresos del petróleo en auténticas aventuras, en el sentido propio del término, como Irán, Irak, Libia, o
los han «invertido» en construcciones de prestigio, han sido afectados por fugas masivas de capital o no han podido
aplicar correctamente por diversas causas los ambicionados programas de desarrollo. Es por todo ello, que,

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paradójicamente, tina parte de los países exportadores de petróleo, dentro y fuera del la OPEC, se hayan visto entre los
más fuertemente afectados por el problema del endeudamiento.
Finalmente se encuentran los países con un empobrecimiento relativo, como en la parte sur de América Latina. Hace ya
de ochenta a cien años que estos países ocuparon un lugar entre el grupo de cabeza de los países acomodados, debido a la
exportación de sus riquezas naturales; sin embargo, desde la década de los 30 o más tardíamente desde los años cincuenta
permanecieron estancados en el nivel anterior, hecho que hay que atribuir esencialmente a causas internas a las propias
sociedades. Lo mismo se podría aplicar a las economías exportadoras del Mar Negro (Rumania, Ucrania), las cuales no
fueron capaces de transformar su «período crítico» entre 1880 y 1930 en una ruptura del desarrollo.
Incluso tomando como criterio de diferenciación la consideración del mundo según la división geográfica tradicional se
pone de manifiesto que existen notables diferencias.
En África, al sur del Sahara, se encuentran los pueblos más pobres de la tierra. Esto es cierto para la zona del Sahel y el
Oriente africano; mientras que en África Occidental la situación es algo menos dramática. Los países más pobres se
encuentran en la región del Himalaya y en Asia Central y también al sur e Asia; mientras que Asia Oriental
y Sudoriental alcanzan cifras relativamente altas.
Naturalmente, la cuestión apremiante es: ¿Cómo se podría explicar todo esto desde la perspectiva de las teorías globales,
expuestas en las líneas anteriores? La diferenciación conceptual del «Tercer Mundo» empleada por diversas
organizaciones de hace algunos años en países en el umbral de la industrialización o países de reciente industrialización
países de rentas bajas o medias, países exportadores o importadores de petróleo, Estados pequeños y Estados—islas
representan no sólo juegos conceptuales, sino que son la expresión más fiel del intento de captar analíticamente dicha
diferenciación, aunque no existe ninguna teoría elaborada, a excepción de la discusión en tono a los países en el umbral
de la industrialización y de los de la OPEC.
Junto a este proceso de diferenciación económica y social es digno de constatar un proceso de diferenciación política, el
cual tampoco está en armonía con las grandes teorías del desarrollo. Así, en contraposición al supuesto optimista de la
teoría modernista, según el cual casi automática o necesariamente el crecimiento económico conllevaría a la
democratización, se constata precisamente que los países con tasas de crecimiento especialmente elevadas de Asia
Oriental y Sudoriental se han caracterizado por sistemas políticos autoritarios, revocados con algunas medidas cosméticas
de liberalización; de tal forma que allí no se podría hablar de predominio de un sistema burgués (de libertades burguesas)
de carácter occidental. Por el contrario, el papel omnipresente y omnipotente de la burocracia estatal es considerado
precisamente, tanto en su actuación en el pasado como en el futuro, como una variable decisiva del éxito económico.
Sin embargo, contrariamente a todo esto, existen una serie de países con una democratización sustancial (Chile,
Argentina, Filipinas), sin que por ello se hubieran registrado en los mismo éxitos dignos de mención en lo que respecta a
la industrialización, durante los diez o veinte últimos años; suceso que representaría un problema tanto para la teoría de la
dependencia como para la modernista.
También el conjunto de los antiguos países socialistas, considerados desde esta perspectiva, producirían grandes
quebraderos de cabeza. Pues, ¿cómo se comprende que el estancamiento económico condujera en una parte de los países
a la democratización (Europa Oriental y Suroriental), en una segunda parte (en el mundo islámico de la antigua Unión
Soviética) a la teocratización de la sociedad, mientras que en una tercera parte (China, Corea del Norte, Vietnam, Cuba)
se tendieran a mantener sistemas autoritarios?
Desde hace ya muchos años se echa en falta una tipología teórica del «Tercer Mundo» que tome como punto de partida
las condiciones específicas históricas, políticas y culturales y solamente entonces se pregunta qué bloques se pueden
formar y qué oportunidades respecto al mercado mundial, así como qué dependencias se pueden producir. Partiendo de
estas tipologías se formularían teorías de alcance y madurez significativas.
3. El Fracaso de los modelos
En este apartado elaboramos un dictamen del desarrollo económico más bien práctico. En todos aquellos países donde se
practicó la política de desarrollo, siguiendo una u otra teoría, se llegó a un rotundo fracaso. En los casos en que fue
sometida a un cambio radical no pudo resistir la contradicción entre pretensión y realidad o bien tuvo que mantenerse
mediante la más descarada brutalidad.
Los países, que con posterioridad a 1945, aceptaron más o menos libremente el modelo estalinista de industrialización, se
hallan en su mayoría en la misma situación ruinosa. En relación a Europa Oriental y Sudoriental se observa, que la
antigua brecha entre Oriente-Occidente, que ha definido desde finales del Imperio Romano, al continente europeo, no ha
sido todavía superada; es decir, que el balance, después de setenta o bien cuarenta años de Socialismo, ha sido negativo
en casi todos los aspectos. Incluso países como Polonia y Hungría, ya no hablemos, de Rumania y Bulgaria, fueron
incluidos entre los países industriales demasiado apresuradamente bajo la etiqueta del «Segundo Mundo>. También este
concepto se vio sometido, como el del <(Tercer Mundo», aun cambio de significación, en el sentido de encontrarse por
debajo del umbral de la industrialización, se sobreentiende.
También los países socialistas, que intentaron su propio camino hacia el Socialismo con independencia de la antigua
URSS, y que despertaron gran fascinación en Occidente en la década de los setenta, porque habían sido capaces de llevar
a cabo una revolución independiente, se encuentran actualmente en una situación de crisis. Recordemos brevemente

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Yugoslavia, Albania, China, Vietnam, Corea del Norte, Cuba y Nicaragua, que en determinadas fases fueron rechazados,
en cuanto a modelos, y gozaron de profundas simpatías más allá de la izquierda occidental.
Lo que en estos países se practicó frecuentemente tiene poco que ver con la concepción de Socialismo concebida por los
teóricos europeos del siglo xix, y, en muchos casos, se puede entender más adecuadamente, en el sentido de Wittfogel,
con las categorías del despotismo o incluso «de una restauración asiática».
Pero situémonos en el campo opuesto; es decir, en el campo capitalista. Aquí tampoco podemos afirmar que la política de
desarrollo de aquellos países, que apostaron por el modelo capitalista, fuera coronada por un éxito arrollador. El fracaso
de la política Keynesiana de sustitución de importaciones, practicada en América Latina, ha sido objeto de múltiples
análisis y tampoco el retorno a la política neoclásica, que le siguió a aquella, puede pretender haber alcanzado un gran
éxito.
Y finalmente existe todavía el trivial capítulo de la tercera vía. Por nombrar algunos recordemos el gobierno militar de
izquierdas de Perú en la década de los 70, la llamada revolución de los claveles en Portugal, o las estrategias de
industrialización de Argelia y Libia, financiadas con los ingresos del petróleo. También en estos casos se encontraban
diversos consejeros que querían probar esta o aquella receta; también aquí se puede constatar la correspondiente crisis y,
en parte, se pueden observar cambios de estrategias extremadamente opuestos.
El fin del tercer mundo:

Referido a un grupo de naciones, este concepto se utilizaba en los años 50 para aludir a los países que en la Conferencia
de Bandung (Indonesia, 1955), en vista de un conflicto Este-Oeste en escalada, reclamaron una posición independiente de
los dos bloques de poder, y deben ser considerados como precursores del movimiento de los no alineados. El hecho de
que China, participante destacado de la Conferencia, todavía formara parte del «campo socialista», no parecía perturbar
mucho en esa época. Expresa y claramente, según su propia interpretación, América Latina no pertenecía para ese
entonces al Tercer Mundo; basándose en su cuño europeo y en su independencia de larga data se entendía muy
comprensiblemente como parte de Occidente, al cual estaba unida además contractualmente a través del pacto de Río de
1947.
El Movimiento de los No Alineados se creó en la Conferencia de Belgrado, teniendo roles determinantes países como
Yugoslavia (Tito), India (Nehrú) y Egipto (Nasser). La «no alineación» fue definida en términos de una política orientada
a la independencia frente a los bloques de poder del Este y el Oeste y a la coexistencia pacífica; en términos de una «no
participación» en alianzas militares que se derivaran del antagonismo Este-Oeste; y en términos de un apoyo a los
movimientos de independencia nacional, pues para ese momento faltaba bastante para que se diera por terminado el
proceso de descolonización. Sin embargo, esos criterios se aplicaron finalmente en forma muy elástica. Básicamente se
consideraba como no alineado a cualquier país que fuera admitido en el movimiento, aunque quisiera mantener relaciones
estrechas con uno de los bloques de poder.
Todos estos conceptos y definiciones se fueron diluyendo durante los 80, y con los cataclismos de 1989-1991 perdieron
por completo su significado. De esto hay que responsabilizar en la misma medida a los procesos reales de diferenciación
dentro de los países del Sur, los cuales, por su parte, poseen inevitables consecuencias teóricas y estratégicas para el
desarrollo, tales como las derivaciones políticas del final del conflicto Este-Oeste para la dimensión Norte-Sur del sistema
internacional.

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