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A LAS BUENAS.

- A las buenas, Martín.


- No tan buenas, José.
- ¿ Ocurre algo malo, Martín? No le veo hoy muy católico.
- Ateo estoy, muy ateo.
- No fastidie, Martín, que me asusta... Bueno, ¿ y le pongo lo de costumbre?
- No, lo de costumbre no, no esta hoy uno para vinos.
- Entonces, ¿ un cafetito, una manzanilla, tila quizás?
- ¿ Me toma usted el pelo, Sr. José? Mire que no traigo otra cosa que sapos y culebras entre los dientes...
- Dios me asista. No quería ofenderle, nuestra confianza de años vale mucho.
- No te preocupes, entonces hoy me colocas un cognac como Dios manda.
- ¿ Un cognac? Mire que lo del corazón lo tiene usted muy reciente.
- Eso ya está olvidao.
- Pero ¡ Si salió usted el lunes del hospital!
- ¿ Y a qué día estamos hoy, pues?
- A martes...
- Una eternidad, lo que le digo yo, una eternidad. Además, a mis años, poco miedo a rendir cuentas hoy o
mañana.¡Bah! Yo al menos disfruto de los cuatro raticos buenos de la vida, no como mi sobrina..
- ¿ Su sobrina? ¿ Le ocurre algo a su sobrina?
- Pues que casi, casi la podrían haber metido en la misma habitación, junto a mi cama, de haber ocurrido unos
días antes.
- ¿ Esta en el hospital? Desde luego no ganan ustedes para sustos ¿Y se puede saber que le ha ocurrido a su
sobrina?
- ¡Bah!, una enfermedad moderna de ésas de ahora. Que se les quita las ganas de comer, que se ven gordas. Y
la pobrecica de ella es un saquico roto lleno de huesos, un asco de vida. No sé, perdone, José, pero la pena
es la pena.
- Por mi no se reprima, Sr. Martín, desahóguese usted agusto. A usted se lo permito porque lo aprecio, y tiene
usted un corazón enorme, pa dar aliento y fuerzas a un regimiento. Sólo que es tan grande como sensible y
no conviene que usted lo agite. Beba, beba, que la próxima se la pago yo. No se aguante que estamos solos,
aquí tiene usted mi hombro, llore en él si lo necesita.
- Gracias, José, gracias.
- Vamos, vamos, así, suéltelo, eso está bien. ¿Y qué? ¿Cómo se encuentra ahora?
- Ligerito, muy ligerito...
- Claro, lo que yo le decía. La pena no hay que guardársela, que pesa mucho. Ni acero, ni plomo, nada pesa
tanto como la pena ¿Pues no van los deprimidos como corvados? Del peso que llevan, ya le digo.
- La chiquilla no tiene la culpa. Este mundo está loco, las vuelve tontas. Y de los chicos lo mismo. Y estos
padres, que de liberales se pasaron a irresponsables, que abandonaron toda norma y dieron pista libre; luego
también, que ahora tampoco se respeta a los padres, son muy rebeldes estos muchachos de hoy. Es que no

I
hay mesura, Sr. José, no la hay. No es ni el palo y tente en tieso de antes, ni el libertinaje de ahora. Un
término medio, Sr. José, un término medio.
- No guarde cuidaó, que entiendo que es difícil para usted, que sabe de hambre y miserias. No se puede
entender lo de ahora, enfermar por negarse a comer, estar en los huesos y verse gorda... demasiadas
películas de niñas fideo y revistas ñoñas que las engatusan ¿Y sus padres, los de la niña, cómo están?
- ¡Oh!, Figúrese, destrozados. Yo a ellos no los culpo, yo antes me dolía de las circunstancias, ¿sabe usted?.
De las circunstancias y de este mundo loco que acabará con todo.
- Perdone, debo atender a ese cliente.
- Vaya, vaya a sus tareas, no se preocupe.

- José, José, póngame otra.


- Mire, Sr. Martín, que le va a sentar mal.
- ¡Qué demontre!, Póngame otra.
- No se enfade conmigo, que si las cuentas no me fallan lleva ya cinco.
- Cuente usted mejor, porque le fallan.
- Discúlpeme pues ¿Cuántas van?
- Llevo siete y con ésta la octava.
- ¿Y le parecen pocas?
- Pocas, lo que se dicen pocas no, pero tampoco tantas. El viejo Plinio..
- No, otra vez ¡no!
- Pues sí, Plinio otra vez ¿Qué pasa? De Plinio voy a hablarle, y no sólo a usted, si me apura a todo el mundo.
La sabiduría arquetípica es algo muy serio. No es ningún juego. Por mucho que los mojigatos de la
inquisición trataran de destruirla. La ciencia del destilado que hizo posible el disfrute de estos brandys que
conocemos hoy en día, comienza con las referencias que hace Plinio sobre el mismo, en el siglo I, en su
tratado sobre la vid y el vino. No soporto las modas actuales que nos llegan de los americanos. Un día nos
venden que hay que fumar y otro que fumar es pecado. Hace unos años todo el mundo imitaba al Bogart
tomando Whisky, que por cierto, sabe a rayos. Ahora nos dicen que no, que el alcohol es venenoso. Lo
único venenoso que hay, y mata a la gente, son las fábricas. ¡Ah! Pero eso no, nadie dice que hay que
cerrarlas; trabajar como burros es sano, es de hombres responsables y respetuosos. Es de buenos padres de
familia ¿Cuántos ricos y gentes de bien le pegan al morapio y son octogenarios, cuántos, dígame?. Esos no
se mueren, no. Sacan energías de donde sean para hacer el vinagre y el cascarrabias o andar avasallando a
las sirvientas. En esa gente, que no ha dado palo al agua, los que se mueren, se mueren de aburrimiento
porque son catetos, que no saben qué hacer con su tiempo. Que son ya muchos años, José, y mucho lo
vivido. Así es que, me remito a fuentes serias, Sr. José. Plinio, Simiesio y Arquímedes, y hasta si me apura
le citaré a la mismisima cleopatra..
- En lo de Cleopatra, le creo Sr. Martín.
- ¿ Cómo dice?
- Que le creo, porque Cleopatra de destilados y esas cosas tenia que saber un porrón, porque como todos los
de su clase, como bien ha dicho usted, ésa le tenía que dar al jarrillo, seguro.

II
- Por favor, Sr. José, no me frivolice que le hablo de asuntos de incalculable valor. Sepa usted que el arte del
destilado y la alquimia eran ciencias parejas. Respecto a Cleopatra, le diré que relata en un manuscrito las
artes de una destiladora, María. A la cual sin saberlo usted, los de su profesión le deben mucho, más en
concreto el sector de la restauración.
- ¡Ah! ¿ Sí? ¿ Y cómo es eso?
- Porque a la tal María, se le atribuye la invención del famoso baño maría. El manuscrito fue encontrado en la
biblioteca de San Marcos. Simesio, al que me he referido también, tuvo la feliz idea de perfeccionar el
alambique dentro de la mejor tradición alquimista. El pobre pasaba afanado sus días y sus noches, buscando
arduamente transformar el vil metal en oro. No conforme con ello trato de descubrir el agua de la
inmortalidad, el auténtico opus de su tiempo en los asuntos de alquimia. Bueno, va esa copa o qué, se me
está secando la boca..
- Lo he intentado, pero ya veo que es imposible velar por su salud. Por mucho que me niegue a ponerle otro
cognac, sé que a la vuelta de la esquina entra en la tabernita que usted y yo conocemos y asunto arreglado.
Así es que, prefiero que se la tome aquí. ¡Ale! Aquí tiene, bébasela usted, a mi salud, que la necesito. Pero,
dígame, ¿ de dónde saca usted tanta información?
- De echar copas y más copas, de lo que me cuentan los borrachos. Es que yo tengo una presencia, sabe usté,
y entonces pues se me acercan y comparten conmigo sus grandes inquietudes intelectuales. El alcohol aviva
el espíritu y despierta otros estados de conciencia.
- No me líe, no me líe, que ya sabe usted que yo de todo eso, ni idea. No sé yo si tiene mucho sentido, pero si
lo dice así, tan rotundo, yo me callo.
- Venga, Martín, no me sea ingenuo, parece mentira que no me conozca. De echar copas no se aprenden
ciertas cosas ¿ Qué cree? ¿Qué me paso todo el día, de aquí a casa y de casa a la bodeguita otra vez?
Bibliotecas, existen bibliotecas, allí paso buenos ratos, aunque usted no me lo crea.
- No faltaría más, yo le creo.
- Se soprendería usted del terrible goce que emana de entre los libros. Puro papel impreso, pero papel vivo y
brillante en muchos casos. Y no crea que es mía la idea de que el alcohol reaviva el espíritu, es cosa de un
mallorquín. Don Raimundo Lulio. Este hombre era un filósofo y alquimista. Consideraba el alcohol como
una emanación de la divinidad, brebaje destinado a reavivar las energias en tiempos de decrepitud. No en
vano al alcohol se le llamaba Aqua Vitae.
- No lo puedo entender.
- ¿ Qué es lo que no entiende? Aqua Vitae, el agua de la vida, en latín, más o menos.
- No, no eso. Su memoria, Sr. Martín, su memoria, es envidiable.
- ¡Bah!¡ ay! José, si supiera. Esta mañana me he pasado media hora buscando mi dentadura postiza ¿ Y sabe
usted donde estaba?
- No. No me lo imagino.
- En la pecera, haciendo compañía a Lucio.
- Dios mío, cualquier cosa. Un lucio en una pecera acompañado por su dentadura postiza. No quiero pensar
en el tamaño de la pecera.

III
- No hombre, no. No tengo un lucio metido en la pecera, es que llamo así a la carpita naranja que bosteza todo
el rato, aburrida la pobre. Se la regalaron a un nieto. Un poco más y panza arriba por inanición ¿Y quién
cuida a los animales en las casas cuando se emperran los críos en comprarlos? Los abuelos, claro está. Que
para eso somos abuelos, para dar de comer a los peces, para cambiarle el agua al canario y sacar al perro a
hacer sus cositas, aunque en algunos casos no esté tan claro quien saca a quien. Hace gracia ver a esos
perrones grandotes sacando a hacer futing a esas abuelicas esmirriadicas, a galope por todo el parque; yo me
parto.
- Usted, que es un gran observador, se divierte a lo grande. Pero sigo sin comprender su brillantez de ideas,
sus recursos.
- Lo que le digo, no me acuerdo de una dentadura postiza, que he sacado de la boca para leer más cómodo y
ha ido a parar a una pecera y de todas estas cosas sí. Pero tiene una explicación, la dentadura me importa un
rábano, la dejo en la mesilla, de un empujón fortuito va a parar a donde fue y ni me entero. Ya le digo, yo
valoro otras cosas más, para ésas gozo de buena memoria, sí, señor. Ahora, lo que ya no funciona, no
funciona, y a uno se le va arrugando.
- ¡Qué me dice, si tiene usted un lustre que para sí lo quisieran otros!
- No, no es eso lo que se me arruga, no, otra cosa, ¡je!, Otra..
- Qué cosas tiene usted, Sr Martín, qué cosas, no querrá usted ahora... ¡je,je,je,je!
- Ahora ya no, porque no tiene remedio. Pero si quiere usted un consejo, tómese una copita de anís todos los
días.
- No sé a qué viene lo del anís. Empieza a ponerse usted bromista, y ya sabe que lo temo.
- No es ninguna broma.
- ¿ Una copa de anís que la tome yo todos los días? Vamos, ya sabe que no bebo y no sé con que finalidad
quiere que a estas alturas le pegue yo al anís.
- Pues peor para usted. El anís es un fantástico tónico regulador del aparato sexual.
- ¡Vaya, no fastidie! Cuente, cuente...
- Aparte de innumerables propiedades hay una que por su curidosidad destaca sobre las demás. Al anís,
Galeano lo descubrió con una frase que a nada que avive usted su atención va a comprenderla
perfectamente. Galeano, sentenció: “ Anisi semen maxime est”.
- ¡ Coño¡ ¡uy, perdone, pero me ha impresionado!
- No se avergüence y abandone esos colores, que hasta el propio Carlomagno, quedó prendado por tal
creencia. Eso creo, ya que un edicto de su época recogía curiosas observaciones. En aquellos épicos días, se
tenía por cierta, la creencia de que el anís, era útil “ Por fare avoir à femme lait y as home esperme”. Osea,
que favorecía a la mujer para su leche de pecho, y al hombre en su esperma. Así es que, ¡ale! Póngame
media de anís y usted tómese a mi cuenta una entera que puede que la necesite...
- Lo sabía, lo sabía. No puede dejar de pasar la ocasión para metenerse conmigo, leñe. Tome, tome y beba,
voy a adelantar la vajilla que se me amontona.

IV
- ¡Camarero! ¿Qué? Una de mero ¡ Una de mero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril, cinco de
mayo, seis de Junio, siete de Julio, San Fermin!, iepaa!. José, ¿qué, ya no te acuerdas de los amigos u qué?.
Ven pa ca y ponme un tintico de la tierra, que aún me arranco con una jotica ¡ ieepa, euuup!
- ¡Ay! Sr. Martín. ¡Ya la ha vuelto usted a agarrar, y luego quien responde soy yo!. No le voy a poner un
vino, no, que ya no le conviene.
- Ande, ande, no se me haga el profesional, no se me haga el poofesioná. Trae aquí ahora mismo un vinico de
esos que rellenas en la trastienda botella de aquí y de acullá.
- Por favor, no chille, tenga usted un poco de discrección y además sabe usted que eso es mentira, aquí no
rellenamos botella alguna.
- Que te lo digo por verte rabiar, José, parece mentira que no te des cuenta ¡ Se te salen unos colores, se te
pone de punta ese flequillo que tienes, que estás la mar de gracioso!
- ¡Ya me va usted a tocar las narices, hombre! Que yo no estoy aquí para hacer gracia a nadie y además...
- Sí, sí, usted es una persona muy respetable, tanto o más que cualquier señorito de mierda, que nadie tiene
porqué pensar que esto es una consulta de psicología con servicio de barra, que cada palo aguante su vela y
todas esas cosas. Un día de estos vengo con papel y boli y cambiamos entre los dos tu discurso para los
enfados, llevas cinco años con el mismo, José, y eso aburre, joer. Que tienes bastantes más luces que todo
eso ¿o no? paisano... ven pá quí, ven pá quí...
- ¡ Quieto, estése quieto! ¡No me besuquee de esa manera, que me pringa todo de babas!...pare, pare, ¡Basta!
¡Es cierto, yo le quiero, usted me quiere, nos apreciamos, pero tampoco me voy a vestir de blanco para
acompañarlo al altar!. Hay que guardar las formas, Don. Martín, hay que guardarlas.
- Ale, pues... el que tenga tienda, que la atienda. Póngame un tintico especial.
- Sr. Martin, lleva usted ya nueve copas y ahora quiere un vino, está usted, cómo diría yo. Afectado, eso es,
afectado por una intensa tarde de charla, compenetración psicológica entre dos seres permeables al donaire
de la cultura universal, magnificiencia de la sensibilidad, unívoca y consustancial a ambas personalidades.
Eso con sus palabras, para que usted me entienda.
- Hombre, José, razón no te falta, mira, por una vez veo que hoy vas pillando la idea.
- Ya, ¿a dónde quiere usted ir a parar ahora? Lo temo.
- Todo cuanto has dicho está bien, pero con una diferencia...
- A ver, ¿ cúal?
- Pues que usted esta aquí más jodido que jodido currando, produciendo, trabajando, y yo aquí estoy
pasándomelo bomba, más cocido que el arroz, ayudándome de su profunda paciencia y amistad, ¡Ele! He
dicho.
- ¡A usted yo un día, lo enveneno, lo enveneno! ¡ No hay quien lo entienda! La última borrachera que se
cogió me montó un cirio que paqué por insinuarle que estaba usted ebrio. Me soltó un discursito que yo me
aprendí de memoria para no ofenderle y decirle las cosas a su manera, y resulta que ahora me salta usted con
éstas.
- Caramba, ¿lo ve? Usted se maravillaba antes por mi memoria, pues ande que usted. Vaya memoria la suya,
qué portento de cabeza.

V
- De memoria nada, aunque cabeza toda. Me lo aprendí a la fuerza, mi cabeza es prodigiosa, oiga. Ni una
aspirina necesité tomar. Firme y fresca ante la más dura de las pruebas a la que se le someta. El discursito
de marras me lo aprendí porque fueron dos horas, dos horas de soliloquio para tratar de explicarme que lo de
usted no era borrachera, sino un estado de conciencia distinto, diferente, otra esfera relacional. Ya le digo,
impresionante. ¡ Lo que aguanta ésta que sujeta mi cuello, es pa estudiarlo, impresionante! . Entró usted en
un estado místico que para qué le cuento.
- Ahora que habla usted de misticismos, je. Me ha recordado usted a un nieto que tengo.
- Ale, cuénteme algo, que con esta próxima historieta, igual tiene para unas memorias de éxito; su familia no
tiene desperdicio.
- Pues preparese, Don José, que tengo un nieto Yogui que es un portento.
- ¿Tiene mucho pelo su nieto?.
- Perdón ¿cómo dice?
- Digo que si tiene mucho pelo, por lo del mote.
- ¿ Qué mote? ¿ Qué pelo? Ya no le creo en lo de que su cabeza es una maravilla ¿qué dice? La tiene usted
echada a perder. Le voy a traer mi jarabe para el riego, porque lo veo a usted hecho un lío. Total, yo no lo
uso, se la pongo al canario, parece que le ayuda a cantar.
- Pobre animal, en fin, a lo que íbamos ¿ No acaba de decirme usted que tiene usted un nieto al que llaman
Yogui? Yogui era un oso de la tele, el de los dibujos animaos.
- Joder, José, cómo estamos. Un nieto yogui significa un nieto que practica el Yoga.
- ¿ Y eso qué es? Cómo una gimnasia, ¿no?.
- Ya ha vuelto usted en sí, aunque no sé si del todo. De todas formas le traeré a usted el jarabe, creo que tiene
serias lagunas mentales, porque hace media hora ya que le pedí el vino.
- Ande, tome pesao, tome, cualquier cosa por no oirle meterse conmigo.
- Eso está mejor. ¡Hum! Está acorchao, este vino está acorchao.
- La lengua, la lengua de usted está ya acorchada, como la alpargata de Franco tiene usted ya la lengua. Tome,
le abro una botella y acabao. Ale, a ver ese nieto de usted y su gimnasia.
- No, no es una gimnasia exactamente.
- ¿De qué se trata entonces?
- Bueno, según mi nieto el Yoga no es una gimnasia, aunque en su practica se superan todos los efectos y
beneficios de una buena combinación de distintas disciplinas deportivas. Además, defiende entusiastamente,
que en el Yoga las lesiones son prácticamente imposibles de no ser que uno lo practique muy torpemente.
- Vaya. Interesante.
- Mucho. Ya le digo que cuando viene a casa siempre está con el asunto a vueltas y no deja de sorprenderme.
Figúrese, tanto empeño y entusiasmo ha puesto en el asunto, que una vez al año se reserva el mes de
vacaciones para viajar hasta la India, donde deben estar los mejores maestros. Allí dice vivir un
renacimiento y cada vez debe de ser distinto.
- ¡Huy, huy, huy! No estará su nieto metido en ninguna secta..
- ¡ Je, je, je!. No lo creo, imposible. Es más cabezón y tozudo que su abuelo, y si hubiera entrado en alguna se
apropia de toda y monta su propia escolástica ¡ja, ja, ja, ja! Fuera de bromas, no hay porqué identificar con

VI
sectas todo lo que no ha existido aquí durante siglos. Aunque sepa usted que fue una secta oficial la primera
en practicar el Yoga en occidente.
- ¿ A qué se refiere usted?
- A la más poderosa de las congregaciones religiosas, los Jesuitas.
- Vaya, desde luego usted es una mina, de qué cosas se entera uno, y es que de los Jesuitas se espera uno ya
cualquier cosa, aunque siendo lo listos que son ya me da qué pensar, ¡qué leñes! Igual me apunto yo ha
hacer el oso también, ¡jeje! El Yogui, vaya.
- Qué gracioso es usted cuando se pone, pero qué gracioso.
- Quite, quite, no me haga la pelota, que ya veo que quiere usted otro vinico.
- Hombre, no voy a llevarle la contraria, póngame uno que tengo un reseco. Debía de sacar tajada a mis
lecciones de cultura general. Estoy pensando en cobrarle las conferencias.
- No diga esas cosas, que ya me las conozco...
- Vaya, despúes de diez años parece que nos vamos conociendo.
- Así es, Don Martin.
- A lo que vamos. Así es que según mi nieto el Yoga no se reduce al ejercicio físico, la flexibilidad y
estiramiento de los músculos entumecidos, etc. En el yoga se aprende un estilo de vida, una filosofía,
empezando por aprender a respirar. En el Yoga se encuentra equilibrio y bienestar en distintos planos,
entendiendo la vida como un todo, por eso se obtienen beneficios mentales, intelectuales, energéticos,
emocionales, afectivos, espirituales. Potenciar el nivel de conciencia al máximo, ¿sabe usted?.
- Eso de la consciencia imagino que será estar en donde se está, en vez de siempre con pájaros en la cabeza.
- Así es. Tomar consciencia del instante, porque es lo único real lo que sucede ya y que a cada momento se
nos va. En fin, que a fin de cuentas un mareo, oiga. Lo oigo hablar agusto, pero es que hay veces que no le
entiendo. Hay una cosa en este asunto la mar de divertido, y es verlos en el asunto espiritual ese, meditar o
rezar. Lo hacen cantando una especie de coplillas sin sentido que llaman Mantras.
- ¿ Será porque lo practican sobre ellas?
- ¿Cúalo?
- Que hacen los rezos esos sobre las mantas, por eso lo llaman así, mantas.
- ¡Jesús! Qué mal anda usted del oído. Mantras, mantras, con r intercalada entre la t y la a; le voy a regalar el
sonotone, que tampoco lo uso.
- ¡Huy! Perdone, le había entendido mal, continúe, continúe.
- Pues verá, uno de estos mantras se consigue a través de la pronunciación profunda de las letras, o y m. Om.
- ¿ Y?
- Pues que se pueden pegar diez minutos seguidos, ooommm... ommmm... ooommmmm... oommmm...
- No sé, pero ¿ no le parece un poco una chaladura?.
- Quite, quite, chaladura, al revés, al revés. La primera vez que lo observé cualquier cosa menos chaladura.
Quedé impresionado.
- ¿ No me diga que usted también?

VII
- ¿ Yo? No me haga usted reír, a mis ochenta años yo no necesito ese tipo de cosas. Ya practiqué el Yoga
autóctono hace muchos años.
- ¿Yoga autóctono? ¿ Y cómo es eso?
- Sí, hombre, sí. El Yoga autóctono, es la mar de sano, se practica en plena naturaleza; el sagrado astro
esparciendo toda su energía sobre tu cocorota y tú dale que dale a las posturas yóguicas aquellas, un poco
aburridas y algo más prolongadas, pero era lo que había.
- No me tome el pelo, que lo veo venir, hable claro, hombre...
- Si está claro, yo te lo explico, véras. Hacíamos Yoga, ejercicios un poco rústicos, pero con el mismo
desarrollo a fin de cuentas. Tomar aire, arriba espalda, torso y brazos. Expulsarlo mientras vamos bajando
espalda, torso y brazos, doblando cintura. ¡Azadazo que te endiño al secarral que teníamos entre las
piernas!... Y así tres horas ¡Una maravilla, darle al yoga ese rústico, toma y toma con la azada!. No quedaba
dolor alguno en la musculación, porque ya no sentía uno ni costillas, ni ná!...
- Ja, ja, ja, ja, ja..... es tremendo, lo suyo es tremendo. Si no fuera por estos raticos que paso con usted, no sé
qué sería de mí, pero quieto, no se me entusiasme usted y se me vaya a poner besucón otra vez.
- Eso no es todo. ¡¡¡Mire, mire, como me conservo!!!
- No me haga tonterías, Don Martín, cuide... oiga, cuide, por Dios¡¡¡Ave María purísima ilustradísima del
corazón hermoso!!!
- Arf...uf...Y puedo seguir saltando hasta treinta,¡je!. Y el pobre nieto que andaba con dolores musculares. Si
es que como el yoga nuestro de entonces no lo va a encontrar.
- Es impresionante, se pega usted con los talones en el culo.
- Ale, ya ha recobrado usted la fe ¡Je, je, je! Aún tendré que enseñarle las llagas para que me crea, como el
apóstol aquel, que tuvo que ver las del Nazareno y hasta meter el dedico. Lo que pasa es que el pobre las
tenía por los clavicos. Pero mire, mire, usted, impío, incrédulo, éstas que ve son de la azada, ¡ale!, no las he
perdido nunca.
- Siempre había creído que desaparecían. Pero las de usted siguen en sus manos, se ven perfectamente. Tuvo
que ser duro, muy duro todos esos años en el campo, de sol a sol.
- Ya lo creo, ya. Tan duro como tú de mollera ¡ Je, je, je! Que no, que estas llagas que ve usted, no son de la
azada, son del bastoncico, que como ya uno no tiene carne, pues se me clava un saliente que tengo en el
mango. José, espabílese, que se las meto dobladas, todas dobladas...
- No vuelva a hacerlo, no vuelva a hacerlo, que lo dejo sin vino. Que siempre tenga que ensañarse usted
conmigo con todo lo que yo lo respesto a usté, ¡ay, ay!, Qué paciencia. Ande,siéntese, siéntese, no vayamos
a tener un disgusto después del esfuerzo..
- ¿En dónde íbamos?..
- En los mantras dichosos esos... no sé porqué, me ha comentado que se impresionó una vez con ellos...
- ¡Ah!, Bueno, sí. Vera, en una de mis recaídas el nieto se instaló en casa, para prevenir cualquier susto, ya
sabe usted que la patata a veces avisa tarde y mal y luego vienen los apuros... pues eso. Se instaló en casa
porque en aquella época a él lo había agarrado el paro y sus padres tenían bastante que hacer. Total que se
me trajo todo el ceremonial... sus bártulos para lo del yoga, vaya...
- Siga, siga, que se está poniendo de un misterioso.

VIII
- Pues eso. Se instaló en un cuarto medio vacío que tenemos en la casa, y allí extendió sus colchonetas, puso
algunos amuletos orientales de éstos que usan los yoguis, una especie de botafumeiro raro y una manta. De
una percha dejó colgada una especie de pijama blanco con el que hacía todos los días sus tisanas.
- ¿ Tisanas? Osea que también aplican los yoguis la fitoterapia. Lo que a mí me extraña es que, bueno, no sé,
no lo entiendo. Mire, su nieto me da que no está muy bien de la azotea. Porque la pedrada es de campeonato,
ya me dirá usted para que necesita un traje especial para hacer una infusión.
- ¿ Cómo dice? Qué infusión ni que puñetas... no se burle, hombre.
- Yo no me burlo, acaba de decir usted que tenía un traje para hacer sus tisanas...
- Sí, pues eso, sus tisanas, los ejercicios esos, los estiramientos...
- No, no, las tisanas son infusiones con hierbas y todo eso.
- ¡Ay!, Calle, calle, ahora que lo dice, ¡huy!, no son tisanas, no ... se le parece. Es que es un lío, oiga, y uno ya
está un poco mayor para controlar tanto embrollo. El caso es que el yoga este de las narices tiene varias
partes, con cada nombre a cuál más raro. No se, dice el nieto que hay que aprender a respirar, luego los
mantras y también relajación, y esa especie de piruetas que hacen de pie, o en el suelo, que son a las que me
refería, tisanas no son, no. Muy parecido, espere a ver... creo que ya lo tengo, ¡aja!, asanas, asanas, ya puede
perdonarme usted, pero se llaman asanas.
- De todas maneras, ¿ no será que su nieto anda metido en algún lío? Porque eso del botafumeiro también se
las trae..
- Hombre, botafumeiro, lo que se dice botafumeiro, no es. Es como una especie de tarro en el que mete una
especie de conos o barritas que le mete fuego y eso echa un pestazo que hay que abrir todas las ventanas de
la casa.
- ¡Ah!, De eso suele usar mi hermana, ¿ incienso no?
- Sí, vaya, incienso, pero me da que del malo, porque no tiene nada que ver con el de la parroquia, este otro es
asfixiante...
- Ya, pero vaya al grano, Don Martín, que me da que se nos da el tiempo de preparar el pavo de Navidad
¿Qué es lo que paso con los mantras, que ocurrió?
- ¡Ah!, sí. Aquel día estaba yo echando la siesta, y en éstas que oigo como un murmullo extraño, me levanté a
echar una meadica, y el caso es que sentí curiosidad por saber qué era aquello. Voy al cuarto estar que era de
donde procedía aquel murmullo. Me encuentro a mi nieto con la espalda doblada, los ojos semicerrados, y
creí haberlo interrumpido en medio de un mantra de esos...
- Sí, ¿ y?
- Mire por donde que yo empiezo a ponerme ciertamente nervioso. Comencé a pensar que ciertamente aquello
tenía que ser toda una experiencia, porque parecía estar en trance...
- ¿ No me diga? ¿ Y quiere usted que le crea?
- Me va a creer, no se impaciente. Así es que yo empecé a hacer conjeturas, me daban escalofríos convencido
como estaba de que era testigo de excepción de una experiencia mística de trascendencia. Mi nieto debía de
haber alcanzado las ondas Gama, Beta y Alfa de actividad neurológica del sistema nervioso-vegetativo o
como coñe le llamen al asunto ese, en su práctica de meditación y mantras...
- ¡Ostras!, ¿ y qué pasó?

IX
- Por un momento casi dejo caer alguna lágrima... permanecía inmóvil y pensé que mi nieto había alcanzado
un nivel importante en su empeño de crecimiento personal .... no se movía ni un ápice, ni un centímetro... su
gesto en el rostro ciertamente impresionaba, su tonadilla era como una letanía, su postura, ciertamente
complicada, créame...
- ¡Aja!, Pero dígame, qué pasó..qué ocurrió exactamente...
- Pasaron como unos quince minutos en ese trance, yo ya no sabía que hacer y el continuaba... ¡ayyyyyy!
Ayyyyyyyyy!¡Auuuuuumm!
- Osea, que se lo toma en serio, es disciplinado el chico...
- Pero que mucho, la verdad. Por la cuenta que le traía, estaba ciertamente quietecito... firme en su asana... y
dale que dale, dale que dale al mantra.... la postura éstatica y todo eso.... De repente me pareció que
intentaba mover la cabeza, como queriéndome decir algo, y sabe usted, yo esperaba alguna revelación, algún
mensaje místico, algún poderoso descubrimiento sobre la mente o alguna dimensión desconocida por mí que
me guiara en los caminos yermos y menguados que todavía yo tenía esperanzas por recorrer en los años que
me quedan...
- ¡ Me está poniendo nervioso ya, hombre! ¡ Suéltelo ya!
- Hermano, la paciencia es virtud de los que tienen fe y alarga la vida de quienes la convierten en hábito...
- Don. Martín, me voy a marchar a fregar platos y le dejó aquí con sus batallitas, diga lo que tenga que decir y
acabao.
- Vale, vale, no se enfade. Lo que le iba diciendo. El caso es que volvió su cabeza, hizo como un gesto de
desvarío y yo casi como que me maree esperando la dichosa revelación. ¡ Oh, sorpresa!. El mantra que había
estado yo observando era un quejido ciertamente sentido, profundo, lleno de vivencia, dotado de naturaleza
propia, pero su origen me defraudó...
- ¿A qué se refiere?
- Pues que ni mantra, ni asanas, ni narices... la ciática, la ciática le había agarrado todo el nervio y no se podía
mover ni tenía fuerzas para otra cosa que no fuera, quejarse..Naturalmente... y el otro dale que dale a eso
que yo pensaba que era un mantra y era un ¡ayyy!¡Ayyyy!....¡auy!... con todas las de la ley... le había
enganchado de tal manera que ahí estuvo aguantando un cuarto de hora...
- ¡ Lo de su familia es de libro, de veras, de libro!. Resulta que el nieto de marras, mucho yoga, mucho
cultivar mente y espíritu y luego le engancha la ciática; no le sirve de nada ni el yoga, ni el abuelo que se
queda atontao, como embobao esperando el milagro ¡ja, ja, ja, uaaaa! Me parto, yo me rompo de la risa,
Don. Martín. Ya...¡jajajaja!..Ya lo siento, pero es que no puedo evitarlo.
- A todo esto, ¿ qué hora es?
- Pues exactamente las dos y media de la tarde.
- ¡Coñoo! ¡Qué tarde se me ha hecho, mi hija me mata y todo por usted, que siempre me lía! ¡ Ale, me voy
que se enfrían las pochas!
- ¿ Cómo, qué? Ande, mire, no empecemos, no empecemos.
- No se enfade, José, no se me enfade. ¡Ah!, Y no se olvide de tomar su anís diario, ya vera que bien le
sienta...oiga, con la escoba no...no ..Tranquilícese...deje quieta la escoba...
- Ande, marche... márchese en paz del Señor... pero antes págueme...

X
- Apúntalo, apúntalo como siempre, que ya pasaré a final de mes.
- Está bien, Don. Martín. Y cuídese...
- A las buenas...
- A las buenas, Don. Eusebio. ¿ Qué se le ofrece?

XI

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