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Alejandra Bermúdez Jiménez

Universidad Autónoma de Colombia


Ética Kant

VII ¿Cómo es posible pensar una ampliación de la razón pura en el aspecto práctico
sin que por ello se amplíe al propio tiempo su conocimiento como especulativa?
Antes de dar inicio a la exposición de este apartado es necesario tener en cuenta que Kant
está formulando la siguiente pregunta: Cómo es posible pensar una ampliación de la razón
pura en sentido práctico sin que, por ello, al mismo tiempo, se amplíe su conocimiento
como especulativo. Con ello, como se expuso en la sesión pasada, recordemos que para
Kant la extensión práctica de un conocimiento requiere dar de forma a priori, un fin como
objeto representado prácticamente necesario mediante un imperativo, determinante
inmediato de la voluntad. Dicho fin es el bien supremo. Pero, esto sólo es posible
presuponiendo tres conceptos teóricos, que carecen de intuición, de realidad objetiva desde
el punto de vista teórico, estos son, la libertad misma, la inmortalidad y Dios. Por tanto, la
ley práctica ordena la existencia del bien supremo en un mundo. Veamos entonces cómo se
da desarrollo a su planteamiento.

Kant inicia diciendo que para no incurrir en abstracciones excesivas dará una respuesta
inmediata a la pregunta planteada. Se hace mención sobre como para que pueda ampliarse
prácticamente un conocimiento puro, debe darse a priori un propósito, es decir, un fin como
objeto de la voluntad que, independientemente de todos los principios teóricos se representa
como prácticamente necesario por un imperativo (categórico) que determine directamente a
la voluntad, de modo que tal fin sea únicamente el bien supremo. Sin embargo, no sería
posible tal cosa sin no se presuponen conceptos teóricos para los cuales, Kant dice que no
cabe hallar una intuición correspondiente, y, por consiguiente, una realidad objetiva por la
vía teórica, porque son meramente conceptos de la razón pura; los conceptos, son los
siguientes: libertad, inmortalidad y Dios.
Por consiguiente, mediante la ley práctica, que ordena la existencia del supremo bien
posible en un mundo, se postula la posibilidad de esos objetos de la razón especulativa
pura, la realidad objetiva, que ésta razón no podía asegurarles, con lo cual si bien es cierto
que el conocimiento teórico de la razón pura recibe un incremento, éste empero sólo
consiste en que aquellos conceptos para que ella sólo serían en otro caso problemáticos
(meramente pensables) de modo que “son declarados asertóricamente como conceptos a los
cuales corresponden realmente objetos, porque la razón práctica requiere inevitablemente
de su existencia para la posibilidad de su objeto, el bien supremo, el cual es absolutamente
necesario en el sentido práctico y por lo tanto, la razón teórica queda autorizada para
presuponerlos.” (Pág. 160) Mas dicha ampliación de la razón teórica no es una ampliación
de la especulación, es decir, en el sentido de que en el aspecto teórico pueda hacerse de
ellos en lo sucesivo un uso positivo.
En efecto, Kant expone que, en el caso presentado, lo único que ha hecho la razón práctica
ha sido que aquellos conceptos sean reales y tengan realmente su objeto (posible), aunque
no se nos dé por ello nada de intuiciones de los mismos (lo cual tampoco puede exigirse),
mediante esta realidad concedida no es posible proposición sintética alguna. Por
consiguiente, esta declaración no sirve de manera alguna, en el aspecto especulativo, mas si
desde el uso práctico de la razón pura para la ampliación de este nuestro conocimiento. Las
tres ideas de la razón especulativa mencionada por el autor, no son conocimientos en sí,
estos son pensamientos trascendentes en los cuales nada imposible puede haber. No
obstante, “reciben realidad objetiva mediante una ley práctica apodíctica, como condiciones
necesarias de la posibilidad de aquello que esta ley ordena ponerse como objeto, es decir,
esta ley nos señala que tienen objetos, pero sin poder demostrar cómo su concepto se refiere
a un objeto, y esto ciertamente no es aún conocimiento de esos objetos” (Pág. 160)ya que te
tal suerte no puede juzgarse sintéticamente nada de ellos ni determinar teóricamente su
aplicación y, por consiguiente, no puede hacerse de ellos un uso teórico de la razón, que es
aquello en que consiste propiamente todo conocimiento especulativo de ellos. Y, no
obstante, si bien no se amplía el conocimiento (teórico) de estos objetos, sí se amplía el de
la razón por el hecho de que mediante postulados prácticos se dieron a esas ideas objetos,
con lo cual un pensamiento meramente problemático adquirió una realidad objetiva que
antes no tenía.
Pero, que este reino de los fines pueda ser representado por la razón sin necesidad de Dios o
la inmortalidad del alma es una posibilidad ideal, es decir, que esta idea de un reino es
posible incluso antes de considerar los postulados de la razón pura práctica. Mas no es
posible su realización práctica, ya que este Reino posee un Regidor y necesitaríamos un tipo
de existencia infinita distinta a la existencia sensible que poseemos en el mundo natural,
esto es, necesitaríamos de un alma inmortal. Como idea, un reino de los fines debe ser
inteligible para cualquier ser racional, no obstante, si se aspira a participar de tal reino se
deberá incluir la creencia de los postulados prácticos de la razón que harían más que
inteligible tal reino. (Larrota, 2019, Pág. 38)
En consecuencia, Kant asume que no fue una ampliación del conocimiento de objetos
datos, pero sí una ampliación de la razón teórica y de su conocimiento respecto de lo
suprasensible, ya que ha sido obligada a conceder que hay tales objetos, pero sin poder
determinarlos más concretamente, y, por consiguiente, sin poder ampliar este conocimiento
de los objetos (que en lo sucesivo se le dan por motivos prácticos y también sólo para el uso
práctico), acrecentamiento pues que la razón teórica pura, para la cual todas esas ideas son
trascendentes y sin objeto, sólo debe agradecer a su propia facultad pura práctica. Se sigue
en este caso estas pasan a ser inmanentes y constitutivas, dado que son los “fundamentos de
la posibilidad de realizar el objeto necesario de la razón pura práctica (el bien supremo),
mientras que sin esto son principios trascendentes y meramente regulativos de la razón
especulativa, que no le imponen a ésta admitir un nuevo objeto más allá de la experiencia,
sino sólo aproximar a la integridad su uso en la experiencia.” (Pág. 161) No obstante, una
vez que la razón tiene la posesión de este acercamiento, asevera Kant, que como razón
especulativa (propiamente con la sola finalidad de asegurarse su uso práctico) trabaja con
estas ideas negativamente, esto es, no ampliando, sino aclarando, para proceder con esas
ideas con los siguientes propósitos: por un lado, de poner límite al antropomorfismo como
fuente de superstición o aparente ampliación de esos conceptos a base de una presunta
experiencia, y, por otra, al fanatismo que la promete mediante una intuición suprasensible o
sentimientos de esa índole; todo lo cual constituye otros tantos obstáculos del uso práctico
de la razón pura y que, por consiguiente, es preciso eliminar para ampliar nuestro
conocimiento en el aspecto práctico, o contradice a éste concediendo al mismo tiempo que
la razón no ha ganado con ello lo más mínimo en el aspecto especulativo.
En consecuencia, se sigue que para cualquier uso de la razón respecto de un objeto se
requieren conceptos del entendimiento puro (categorías), sin los cuales no hay posibilidad
alguna de poder pensar un objeto. El autor alemán indica que en el uso teórico de la razón,
esto es, en el del conocimiento, estos conceptos sólo pueden aplicarse si se les da como
base al mismo tiempo una intuición (que siempre es sensible) y, en consecuencia,
solamente para representar mediante ellos un objeto de experiencia posible; también, por el
mismo motivo, se asevera que las ideas de la razón que no pueden darse en ninguna
experiencia son aquí aquello que tendríamos que pensar por medio de categorías para
conocerlo. Sin embargo, en tal caso, tampoco tenemos que ver con el conocimiento teórico
de los objetos de estas ideas, sino sólo con el hecho de que tengan objetos en general. La
anterior idea les es proporcionada por la razón pura práctica, y en este caso lo único que le
corresponde hacer a la razón teórica es limitarse a pensar estos objetos mediante categorías,
lo cual es posible como ya lo ha demostrado el autor, “sin necesidad de intuición (ni
sensible ni suprasensible), porque las |categorías tienen su sede y origen en el
entendimiento puro, independientemente y anterior a toda intuición, sólo en tanto que
facultad de pensar, y ellas significan siempre solamente un objeto en general, cualquiera
que sea el modo en que éste pueda sernos dado. “(Pág. 162)
No obstante, se anuncia que si bien es cierto que no puede darse a las categorías un objeto
en la intuición, si se pretende aplicarlas a esas ideas, lo es en cambio que tal objeto sea real;
por consiguiente, la categoría como mera forma del pensamiento no es trivial en este caso,
sino que tiene significado y, gracias a un objeto que la razón práctica le ofrece
indudablemente en el bien supremo, asegura suficientemente la realidad de los conceptos
que corresponden a los efectos de la posibilidad del bien supremo, aunque sin dar lugar
mediante este acrecentamiento a la menor ampliación del conocimiento según principios
teóricos. Con respecto a lo anterior Kant define lo siguiente:
Si además estas ideas de Dios, de un mundo inteligible (su reino) y de la inmortalidad, son
determinadas mediante predicados sacados de nuestra propia naturaleza, no se debe
considerar esta determinación ni como representación sensible de aquellas ideas puras de la
razón (antropomorfismos) ni como conocimiento exaltado de objetos suprasensibles, pues
estos predicados no son sino el entendimiento y la voluntad considerados en relación el uno
con el otro según deben ser concebidos en la ley moral, es decir, sólo en cuanto se hace de
ellos un uso práctico puro. (Pág. 163)
En consecuencia, se hace abstracción de todo lo demás inherente psicológicamente a tales
conceptos, es decir, observando de forma empírica esta nuestra facultad en su ejercicio, a
saber, Kant pone el siguiente ejemplo de referente: “por ejemplo, que el intelecto del
hombre es discursivo, que por lo tanto sus representaciones son pensamientos y no
intuiciones, que estas representaciones se suceden en el tiempo, que su voluntad depende
siempre, en cuanto a su contentamiento, de la existencia de su objeto, etc., todo lo cual no
puede ocurrir así en el ser supremo”(Pág. 163) y así, , de los conceptos mediante los cuales
pensamos un ser del entendimiento puro, no queda sino lo que se requiere francamente para
la posibilidad de pensar una ley moral y, en consecuencia, un conocimiento de Dios, pero
solamente en el aspecto práctico; con lo cual, si hacemos el ensayo de ampliarlos para su
conocimiento teórico, obtenemos un entendimiento de él que no piensa, sino que intuye,
una voluntad que se dirige a objetos de cuya existencia no depende en lo más mínimo su
satisfacción, propiedades todas ellas de las cuales no podemos hacernos ningún concepto
que sirva para el conocimiento del objeto, y de esta suerte se nos enseña que nunca pueden
usarse para una teoría de entes suprasensibles y, por consiguiente, no pueden fundar por
este lado un conocimiento especulativo, sino que limita su uso simplemente al ejercicio de
la ley moral.
Que la razón pura en su uso práctico nos conduzca al concepto de un “Ente originario
único, perfectísimo y racional, que la teología especulativa ni siquiera nos indica a partir de
fundamentos objetivos, y del que mucho menos puede convencernos” (KrV) práctico y que
dista de la teología tradicional. La teología práctica, según Kant, es plausible al
presentarnos un único Ente originario por una vía distinta a la que la tradición planteaba.
Esta solidez argumentativa que ofrece Kant para la teología moral no se basa en un
conocimiento objetivo de Dios (como pretendía la razón en el uso especulativo), sino, en
una fe que es racional al permanecer acorde a las exigencias de la ley moral. Desde esta
teología moral, un Ente supremo antecede todas las causas naturales y las hace depender de
Él. (Larrota,2019, Pág. 39)
Kant menciona que el último punto es absolutamente evidente y puede ser demostrado
claramente “se puede retar a todos los supuestos eruditos en teología natural” a que
mencionen por lo menos una propiedad del entendimiento o de la voluntad que determine
ese su objeto (más allá de los meros predicados ontológicos) en la cual no pueda exponerse
irrefutablemente que, haciendo abstracción en ella de todo lo antropomórfico, no nos queda
más que la mera palabra, sin poder enlazar con ella el menor concepto gracias al cual
cupiera esperar una ampliación del conocimiento teórico. Ahora, bien, respecto de lo
práctico, de las propiedades de un entendimiento o voluntad nos queda aún el concepto de
una relación a la cual proporciona realidad objetiva la ley práctica que pueda precisamente
determinar a priori esta relación del entendimiento con la voluntad. A saber, argumenta el
autor que una vez que se ha hecho esto, “le es dada realidad al concepto del objeto de una
voluntad determinada moralmente (al concepto del bien supremo), y con él a las
condiciones de su posibilidad, a las ideas de Dios, libertad e inmortalidad, pero siempre
únicamente en relación con el ejercicio de la ley moral (y no para un fin especulativo).”
(Pág. 164)
De ahí, que una vez sean tomadas estas observaciones, resulte sumamente sencillo para
nuestro autor hallar la respuesta a la importante cuestión de si el concepto de Dios es un
concepto perteneciente a la física (y, por consiguiente, también a la metafísica, que sólo
contiene los principios puros a priori de la primera en sentido universal) o a la moral. A
saber, explicar las disposiciones de la naturaleza o su modificación acudiendo a en Dios
como autor de todas las cosas, por lo menos no es jamás una explicación física, es de hecho
para Kant una confesión absoluta de fracaso de la filosofía propia” porque se está obligado
a admitir algo | de lo cual en lo demás no se tiene ningún concepto de por sí, para poder
formar un concepto de la posibilidad de lo que tenemos ante los ojos.” (Pág. 165) No
obstante, llegar, mediante la metafísica, del conocimiento de este mundo al concepto de
Dios y a la demostración de su existencia por medio de conclusiones seguras es imposible
porque para decir que este mundo sólo fue posible gracias a un Dios, ya que incluso
tendríamos que conocer este mundo como el más perfecto posible y, en consecuencia, que
conociéramos a este efecto todos los mundos posibles (para poder compararlos con éste), o
sea, tendríamos que ser omniscientes. En consecuencia, , conocer la existencia de ese ser a
partir de meros conceptos, es absolutamente imposible porque toda proposición existencia!,
es decir, una proposición que dice que existe un ente del cual nos hacemos un concepto, es
sintética, o sea tal que mediante ella vamos más allá de ese concepto y decimos de él más
de lo pensado en el concepto, a saber: que a este concepto en el entendimiento se pone
además correspondientemente un objeto exterior al entendimiento, lo cual, evidentemente,
es imposible deducir por medio de un raciocinio
Por consiguiente, únicamente le queda a la razón un procedimiento posible para llegar a tal
conocimiento: “que ella, como razón pura, determine | su objeto a partir del principio
superior de su uso puro práctico (porque este uso está dirigido, de todos modos, sólo a la
existencia de algo como consecuencia de la razón).” (Pág. 165) de modo que en su tarea
que es inevitable, a saber, en la dirección necesaria de la voluntad hacia el bien supremo, se
ve obligada a suponer, no sólo la necesidad de tal ente primero respecto de la posibilidad de
este bien en el mundo, sino algo de que carecía totalmente la marcha de la razón por el
camino natural, a saber, un concepto exactamente determinado de ese ente primero.
Entonces ya que como sólo conocemos en pequeña parte este mundo, y menos podemos
compararlo aún con todos los mundos posibles, fundándonos en su orden, finalidad y
grandeza podemos inferir que tiene un autor sabio, bondadoso, poderoso, mas no que éste
sea omnisciente, omnibondadoso, omnipoderoso. Por consiguiente, el autor asume que
podría decirse que es también licito suplir esta inevitable deficiencia con una hipótesis
permitida, completamente razonable: “que, si en tantas partes como las que conocemos más
de cerca, vemos brillar la sabiduría, la bondad, etc., deberá ser así en todas las demás y, por
lo tanto, es razonable atribuir toda perfección posible al autor del mundo;” (Pág. 166) mas
las anteriores no son conclusiones en virtud de las cuales se imponga algo a nuestra
comprensión, sino que son meras atribuciones que se nos puede conceder y que, no
obstante, requieren todavía otra recomendación para que podamos hacer uso de ella. Así, el
concepto de Dios sigue siendo en la vía empírica (en la física) un concepto, no determinado
exactamente, de la perfección del ente primero, para considerarlo adecuado al concepto de
una divinidad, pero con la metafísica, en su parte trascendental, nada puede conseguirse. A
saber, queda entonces relegada la idea de Dios a la siguiente función:
La función de la Idea de Dios no es la de resolver la preocupación ontológica de qué es el
Ser supremo, por el contrario, la función de la Idea de Dios y de saber de Él, por los medios
que la razón práctica nos otorga, es la de considerar un modelo por el que medimos nuestra
moralidad y la esperanza de algo que interesa a la razón como su fin último. A propósito,
Kant indica: “Pues si hay un Ser supremo que puede y quiere hacernos felices, y si hay otra
vida, entonces nuestras intenciones morales reciben por ello mayores sustento y fortaleza, y
con ello se afianza más nuestro comportamiento moral (Lecc.Fil.Rel. XXVIII:996). (Larrota
2019, Pág. 19)
En efecto, si se procurara acercar este concepto al objeto de la razón práctica, se encontraría
que el principio moral sólo lo admite como posible suponiendo un autor del mundo de
suma perfección, pues Kant asume que debe cumplir con los siguientes rasgos: “ser
omnisciente para conocer mi conducta hasta lo más íntimo de mi convicción en todos los
casos posibles y en todo el porvenir; omnipotente para dar a mi conducta las consecuencias
conforme que merece; también omnipresente, eterno, etc.” (Pág. 166) Por consiguiente,
mediante el concepto de bien supremo como objeto de una razón práctica pura, la ley moral
determina el concepto de ser primero como ser supremo, al cual no pudo llegar la marcha
física (ni la metafísica, que siguió más arriba aún), ni en consecuencia toda la marcha
especulativa de la razón. Entonces, nuestro autor arguye dado lo mencionado que el
concepto de Dios es un concepto perteneciente, originariamente, no a la física, es decir,
para la razón especulativa, sino a la moral, y lo propio puede decirse también de los demás
conceptos de la razón de los cuales ya hemos tratado antes como postulados de ella en su
uso práctico.
Se sigue, que el filósofo alemán haga alusión a la filosofía griega para postular lo siguiente:
El hecho de que en la historia de la filosofía griega, fuera de Anaxágoras, no encontramos
vestigios patentes de una teología racional pura, no se debe a que los antiguos filósofos
hayan carecido de entendimiento y comprensión para elevarse hasta ahí por la vía de la
especulación, al menos con la ayuda de una hipótesis muy racional; ¿qué cosa podría ser
más fácil, más natural que la idea que se presenta por sí misma a todos: la de suponer, en
lugar de indeterminados grados de perfección en diversas causas del mundo, una causa
única racional que tenga toda la perfección? Pero los males en el mundo les parecieron
objeciones demasiado importantes para que ellos consideraran tener el derecho a establecer
tal hipótesis. (Pág. 167)
Por consiguiente, se señala que en este punto demostraron precisamente entendimiento e
inteligencia por haberse abstenido de tal hipótesis y haber buscado más bien en las causas
naturales para ver si podían hallar en ellas la cualidad y poder requeridos para definir al ser
originario. Mas cuando ese pueblo llevaba un acumulado en sus investigaciones para tratar
filosóficamente cuestiones sobre las cuales los demás pueblos no hicieron más que charlar,
encontraron por vez primera una nueva necesidad, esta es una necesidad práctica, que no
dejaba de indicarles concretamente el concepto de ente primero, en que la razón
especulativa tenía el cuidado, y a lo sumo aún el mérito, de adornar un concepto que no
había nacido en su terreno y fomentar, desde luego no su prestigio que ya estaba fundado,
hicieron bien por medio de su brillante idea de la comprensión de la razón teórica,
valiéndose de una serie de confirmaciones a base de la contemplación de la naturaleza que
sólo entonces se pusieron de manifiesto. De modo que se hace mención a que en estas
circunstancias, el lector de la Crítica de la razón especulativa pura se podrá convencer
perfectamente de cuan necesario y provechoso era para la teología y la moral aquella
deducción de las categorías. En efecto, el autor asevera como
si las ponemos en el entendimiento puro, únicamente por esta deducción se puede impedir
considerarlas, con Platón, como innatas, y fundar sobre ellas pretensiones exaltadas con
teorías suprasensibles cuyo fin no se ve; de este modo, quedaría la teología como una mera
linterna mágica de fantasmas quiméricos; por el contrario, si las consideramos como
adquiridas, se puede impedir la restricción que hace Epicuro de todo uso de éstas, incluso en
sentido práctico, únicamente a los objetos y los fundamentos determinantes de los sentidos.
(Pág. 167)
Para finalizar, se menciona que ya que, una vez que la Crítica demostró en aquella
deducción, primero, que no son de origen empírico, sino que tienen su fuente a priori en el
entendimiento puro y, segundo, también que, refiriéndose a objetos como tales,
independientemente de su intuición, si bien sólo aplicadas a objetos empíricos producen
conocimiento teórico, pero también, aplicadas a un objeto dado por la razón práctica pura,
sirven para pensar concretamente lo suprasensible, aunque únicamente en tanto lo
suprasensible esté determinado por aquellos predicados que pertenecen necesariamente al
aspecto práctico puro, dado a priori y a su posibilidad. Limitando especulativamente la
razón pura y ampliándola prácticamente, se la lleva por vez primera a aquella relación de
igual en que la razón toda puede ser usada debidamente, y este ejemplo demuestra mejor
que cualquier otro el camino a la sabiduría, si se pretende que sea seguro y no impracticable
o extraviado, es indispensable que en los seres humanos pase através de la ciencia, aunque
para convencerse de que está conduce a aquel futuro es necesario que sea recorrido hasta el
final.

§ 87. De la prueba moral de la existencia de Dios


Siguiendo la línea argumentativa presentada por Kant en el anterior apartado, hay un
elemento necesario a tener presente para comprender esta prueba moral de la existencia de
dios, esto es que “Dios es un elemento derivado de nuestra intención de ser morales y de
participar de una recompensa proporcional a nuestra virtud. Lo que no puede darse como
probable es que hagamos el recorrido hasta el bien supremo sin considerar la existencia de Dios
como cierta. A tal comportamiento moral, que de forma ineludible reconoce la existencia de
Dios, Kant lo llama teísmo moral. “(Larrota, 2019, Pág. 45) El supuesto del conocimiento de
la necesidad de este "postulado de la existencia de Dios" es, primero, la evidencia de un
deber incondicional en el cual la razón individual se sabe obligada por la "pura razón
práctica". Pero el deber incondicional exige no sólo una conciencia en consonancia con él,
sino también su realización en el mundo sensible. La configuración general del mundo
sensible según la ley moral que obliga a todos los hombres es la meta de la pura razón
práctica. El fundamento de la prueba moral de la existencia de Dios no es una certeza
indubitable, sino un hecho de libertad absolutamente comprometida. Lo que el argumento
parece perder de esta manera en "fuerza demostrativa", lo gana, por otro lado, respecto a la
afirmación hecha al principio de que el conocimiento real de Dios sólo se puede alcanzar en
una realización de libertad.
A saber, también es pertinente a la hora de realizar la lectura de este apartado que el autor
Alemán está estableciendo la necesidad de dar un argumento contra del ateísmo, esto, lo
vemos por ejemplo, una vez establece que el ateo es aquel que se encuentra en un estado de
desesperación, este es sinónimo de irracionalidad. Lo que no obstante, no le detiene para
“exaltar el comportamiento moral de un ateo (Spinoza) al que considera como capaz de
actuar de forma religiosa según los mandatos de la razón pura” (Larrota,2009, pág. 61)
claro está, con sus respectivas críticas. Veamos entonces, como se desarrolla esto.
Acerca de la prueba moral de la existencia de dios, Kant dará inicio argumentando que hay
una teleología física que ofrece a nuestra facultad de juzgar reflexionante teórica una
prueba suficiente para admitir la existencia de una causa inteligente del mundo. En este
mismo hilo argumentativo nuestro autor ubica que también en nosotros mismos, y más aún
en el concepto de ser racional en general dotado de libertad (de su causalidad), hallamos
una teleología moral, “cual, empero, como la relación de los fines en nosotros mismos
puede ser determinada a priori con la ley de la misma, y, por consiguiente, puede ser
conocida como necesaria, no necesita en esto causa alguna inteligente fuera de nosotros
para esa conformidad a ley interna, así como tampoco nosotros, en aquello que
encontramos como conforme a fines en las propiedades geométricas de las figuras (para
toda aplicación artística posible), podemos considerar entendimiento alguno superior que
les proporcione eso a esas figuras. “(Pág. 257) Mas tal teología se aplica, no obstante, a
nosotros como seres que están enlazados con otras cosas en el mundo. Entonces esas
mismas leyes prescriben como dirigir nuestro enjuiciamiento de éstas, bien sea como fines,
o como objetos, con respecto a los cuales nosotros mismos somos el fin último.
Ahora bien, de la teología moral que hacer referencia a la relación existente de nuestra
propia causalidad con fines y hasta con un fin final que debemos proponernos en el mundo,
así como también a la relación recíproca del mundo con aquel fin moral y con la posibilidad
externa de su realización (para la cual ninguna teleología física puede darnos alguna
indicación),Kant cuestiona lo siguiente: si ella obliga a nuestro enjuiciamiento racional a ir
más allá del mundo y buscar, un principio supremo inteligente para esa relación de la
naturaleza con lo moral en nosotros, “para representarnos la naturaleza como conforme a
fines, también en relación con la legislación moral interna y su posible realización.” (Pág.
258) Por consiguiente, hay de hecho, sin duda alguna, una teleología moral; y ella está en
conexión con la nomotética de la libertad, por un lado, y por otro, con la de la naturaleza,
con tanta necesidad afirma Kant, como lo está la legislación civil con la pregunta acerca de
dónde debe buscarse el poder ejecutivo, e incluso, está implicada en todo aquello donde la
razón debe indicar el principio de la realidad efectiva de un cierto orden de cosas conforme
a fines, únicamente posible por medio de ideas. En consecuencia, el autor anuncia que
expondrá primeramente el progreso de la razón, desde esa teleología moral y su relación
con la física, hasta la teología, para después hacer consideraciones acerca de la posibilidad
y consistencia de esta manera de razonar.
Entonces, una vez se admite que la existencia de ciertas cosas, o de solo ciertas formas de
las cosas, es contingente y por tanto posible solo por medio de algo distinto en cuando
causa entonces es posible buscar para esa causalidad el fundamento supremo, y, por tanto,
el fundamento incondicionado de lo condicionado, o bien en el orden físico, o bien en el
orden teológico (según el nexu effectivo o según el finali). Se sigue, que por tal motivo,
nuestro autor pregunte lo siguiente: cuál es la causa suprema productora?, o bien, ¿cuál es
el fin supremo (absolutamente incondicionado) de las mismas, es decir, el fin final de la
producción de estas o de todos sus productos en general? Del anterior planteamiento, se
deriva que esa causa sería capaz de una representación de los fines; por tanto, es un ser
inteligente, o, por lo menos, tendría que ser pensado por nosotros como actuando según las
leyes de un ser semejante.
Así, el autor afirma que cuando se va a la busca del último orden, hay un principio
fundamental que incluso la razón humana más común está obligada a dar inmediatamente
su aprobación, este consiste en que ha de haber por todas partes un fin final que la razón
debe dar a priori, no puede ese fin final ser otro que el ser humano (todo ser racional del
mundo) bajo leyes morales, ya que, “si el mundo consistiese sólo en seres sin vida, o si
tuviera en parte seres vivos pero carentes de razón, entonces, la existencia de un mundo
semejante no tendría absolutamente valor alguno, porque no existiría en él ningún ser que
tuviera el menor concepto de un valor.” (Pág. 259) Del mismo modo, se indica que, si por
el contrario hubiera seres racionales cuya razón, sólo estuviera en la capacidad de poner el
valor de la existencia de las cosas en la relación de la naturaleza con su bienestar, pero no
de proporcionarse a sí mismo, originariamente (en la libertad), un valor semejante,
entonces, si bien habría en el mundo fines (relativos), no habría, sin embargo, un fin final
(absoluto), puesto que la existencia de esos seres racionales estaría desprovista de fin. Sin
embargo, se debe tener en cuenta que las leyes morales, en cambio, tienen la índole peculiar
de prescribir para la razón algo como fin sin condición y, por tanto, tal cual lo requiere el
concepto de un fin final, y además, la existencia de una razón tal que en la relación de fines
pueda ser para sí misma la ley suprema; en otras palabras del autor, “la existencia de seres
racionales bajo leyes morales, puede sola ser pensada como el fin final de la existencia de
un mundo. De no ser así, entonces, o no hay en el fundamento de la existencia del mundo
fin alguno en la causa, o hay fines, pero sin fin final.” (Pág. 259)
La razón conduce a la moralidad por medio de la postulación de una ley moral que es
universal y necesaria. Esta ley moral nos manda a promover el bien supremo, ya que tal es
el fin último al que se dirige la razón en general. Pero, este bien supremo no puede ser
completado por nuestra sola acción, lo que nos hace suponer que requerimos una asistencia
divina. Así las cosas, si creemos en la existencia de Dios como el único camino para la
consolidación del bien supremo, entonces, el ateísmo, además de inmoral, será una postura
irracional para Kant. El ateísmo debe atenderse desde sus dos visiones sobre Dios. Estas
visiones del ateísmo difieren bastante en su naturaleza y finalidad, siendo una de estas (el
ateísmo escéptico) una posible forma de tener religión y la otra (el ateísmo dogmático) una
contundente negación de la posibilidad de la idea de la existencia de Dios. (Larrota, 2019,
pág. 62)
A continuación, Kant da dos exigencias del fin final:
Se sigue que la ley moral, como condición racional formal del uso de nuestra libertad, nos
obliga por sí sola, sin depender de un fin cualquiera como condición material; pero nos
determina también, y ciertamente a priori, un fin final, al que ella nos hace ir
obligatoriamente: y éste es el bien supremo posible en el mundo mediante libertad.
Ahora bien, la condición subjetiva bajo la cual los seres humanos, y todo ser racional finito,
puede ponerle un fin final bajo la ley precedente, es la felicidad. En consecuencia, el
supremo bien físico posible en el mundo, y que promueve como fin final en cuanto dependa
de nosotros, es la felicidad: bajo la condición objetiva de la concordancia del ser humano
con la ley de la moralidad, en cuanto dignidad de ser feliz.
Dadas esas dos exigencias del fin final que nos es propuesto por ley moral es imposible que
logremos representar estos dos requisitos según todas nuestras facultades de la razón, como
enlazadas por medio de meras causas de la naturaleza y adecuadas a la idea del fin final
pensado. Por lo tanto, se asegura que el concepto de la necesidad práctica de un fin
semejante, por medio de la aplicación de nuestras fuerzas, no concuerda con el concepto
teórico de la posibilidad física de la realización del mismo, si no enlazamos con nuestra
libertad ninguna otra causalidad (la de un medio) que la de la naturaleza, esto, implica para
el autor lo siguiente:
Por consiguiente, tenemos que admitir una causa moral del mundo (un creador del mundo)
para proponernos un fin final conforme a la ley moral, y tan necesario como es ese fin, así
de necesario es admitir lo primero (es decir, que lo es en el mismo grado y por el mismo
fundamento), a saber, que habría un Dios. (Pág. 260)
Kant asevera que esta prueba, que fácilmente puede ser acomodada a la forma de la
precisión lógica, no quiere decir que sea igualmente necesario admitir la existencia de Dios
como reconocer la validez de la ley moral, y, por tanto, que el que no pudiera convencerse
de la primera podría juzgarse desligado de las obligaciones que impone la segunda. Sin
embargo, Sólo el mantenimiento en la mira del fin final que hay que realizar en el mundo
por medio de la aplicación de la ley moral (es decir, de una felicidad de seres racionales en
coincidencia armónica con el seguimiento de las leyes morales, como el bien supremo del
mundo) debería entonces ser suprimida. Todo ser racional, tendría que continuar
reconociéndose ligado al precepto de las costumbres, como en efecto las leyes de ésta son
formales y mandan incondicionalmente, sin atender a fines, como la materia de la voluntad.
Mas la única exigencia del fi final, tal cual es prescrita por la razón práctica a los seres del
mundo, es según Kant un fin irresistible, ya que en los seres del mundo “por su naturaleza
(como seres finitos), fin que la razón quiere someter sólo a la ley moral, como condición
inviolable, y universalizarlo, según ella; y así, la razón hace de la promoción de la felicidad,
en concordancia con la moralidad, el fin final.” (Pág. 260) Por consiguiente, la ley moral
nos ordena promover este fin final en cuanto ello esté en nuestra facultad (cosa que se
refiere a los seres del mundo); el resultado que tenga ese esfuerzo puede ser el que quiera.
El cumplimiento del deber consiste en la forma de la voluntad seria y no en las causas que
son medios del éxito.
Varios argumentos de Kant contra el ateísmo pueden ser recogidos en el señalamiento del
ateísmo como un camino seguro hacia la maldad y la depravación. Para Kant, los hombres
nacen con buenas disposiciones, aunque, también, tienen otras tantas malas si son dejados
en su propia naturaleza sensible. Esta propensión del hombre de preferir la felicidad al
deber le lleva por caminos errados hacia los vicios, como si se tratara de una tendencia de
su naturaleza. (Larrota, 2019, Pág. 63)
Para que se pueda comprender mejor lo que expuso anteriormente por el autor, se dice lo
siguiente: Si se realiza la suposición en la cual que un hombre, se convenciera movido en
parte por la debilidad de todos los argumento especulativos , en parte también por alguna
irregularidad que percibe en la naturaleza y el mundo de las costumbres, de esta
proposición: no hay Dios, sin embargo, este sería considerado como indigno, si por eso
viniera a tener las leyes del deber por meras ilusiones sin valor, que no le obligan, y
decidiera violarlas sin temor alguno. Incluso, si tal hombre pudiese convencerse de lo que
en un principio puso en duda, seguiría, sin embargo, siendo, con ese modo de pensar, un ser
humano indigno, aunque cumpliera su deber en los efectos tan exactamente como pudiera
desearse, pero sólo por temor o con la intención de obtener una recompensa y sin
convicción de respeto al deber. De forma contraria, si como creyente lo obedece a
conciencia, sinceramente, y no en provecho propio, y si, no obstante, de ensayo, supone el
caso de que pudiera alguna vez encontrarse convencido de que no hay Dios, se cree libre de
toda obligación moral, entonces es que aquella su convicción moral interna no posee una
gran firmeza e incluso, se podría afirmar que este se ve inmerso en determinado
comportamiento que no se puede bajo ningún argumento considerar moral, y sin una
posibilidad de ser moral, la posibilidad de buscar y hacer el bien supremo desaparece.
La forma en que un ser racional se puede librar de su propia maldad es apelando a su propia
razón que le indica la necesidad de la ley moral. Para Hare, una persona que esté
comprometida con una ley moral requiere de Dios para ser racionalmente estable. De lo
contrario, tal postura que no reconozca a Dios como elemento tendría un "vacío moral" que
eliminaría la estabilidad racional, tal como sucede en los ateos que consideran buenas sus
actuaciones. (Larrota, 219, pág. 64) Al respecto, Hare enuncia:
La pregunta clave sobre el ateísmo, como Kant lo veía, es si una persona está de hecho
comprometida con la ley moral y si tiene reverencia por ella. Si una persona tiene
reverencia por la ley moral, entonces sin Dios y sin la asistencia de Él, estará en lo que yo
llamo “el vacío moral”. Si ella no puede producir un esfuerzo alternativo al teísmo para
superar este vacío, su posición será racionalmente inestable de la misma manera en que
Kant decía que estaba la posición de Spinoza. Esta persona no podrá hacer consistente sus
creencias entre lo que puede hacer y lo que debe. (Hare, 2005, pág. 214)
Es entonces en este punto donde hallamos la mención de Kant a Espinoza, aquí, dice que podemos
suponer un ser humano recto como lo es Espinoza, que se encuentra firmemente convencido de que
no hay Dios ni vida futura (ya que, en consideración del objeto de la moralidad va a parar a la
misma consecuencia). Lo anterior, le permite a nuestro autor cuestionar lo siguiente ). ¿Cómo va
juzgar su propia e interior determinación final por medio de la ley moral que él, con su actividad,
reverencia? La conclusión es que Por el cumplimiento de esa ley no pide él provecho alguno para sí,
ni en este ni en otro mundo; sólo desinteresadamente quiere fundar el bien, para lo cual esa ley
sagrada da la dirección a todas sus fuerzas.
Lo anterior, refuerza el argumento de Kant sobre la necesidad de creer en la existencia de
Dios para ser morales, es decir, la necesidad de ser teístas morales. Lo que se puede poner
en duda es si todo ateo es malo y corrupto para la sociedad. Un contraejemplo es,
irónicamente, expuesto por Kant cuando menciona a Spinoza como un ateo que no es malo,
de hecho, le llama “hombre íntegro” (KU V:452). La tesis de que sin teísmo no hay
moralidad tiene con Spinoza un caso particular que anula la generalidad del vacío moral.
Esta consideración en la tradición o religión vulgar hace depender la moralidad de la
creencia en la existencia de Dios, aunque, para Kant, la moralidad incluye mucho más que
el simple teísmo e involucra un ejercicio racional, pues el concepto de religión de Kant
descansa sobre fundamentos estrictamente racionales. (Larrota, 2019, Pág. 65)
Kant asegura que, en consecuencia, su esfuerzo es limitado. Por parte demás la naturaleza
puede solo esperar una casual adhesión de vez en cuando, mas nunca una que sea de
conformidad a la ley, y según reglas constantes (como son y deben ser interiormente sus
máximas), con el fin que se siente obligado y empujado, sin embargo, a realizar. No
obstante, las inclinaciones como el engaño, la violencia y la envidia andarán siempre a su
alrededor, aunque él mismo sea recto, pacífico y benévolo. Y los otros seres humanos
justos que él encuentra además fuera de sí mismo estarán, sin embargo, sin que se considere
cuan dignos son de ser felices, sometidos por la naturaleza, que no se preocupa de eso, a
todos los males de la miseria, de las enfermedades, de una muerte prematura, exactamente
como los demás animales de la tierra, y lo seguirán estando hasta que la tierra profunda los
albergue a todos (rectos o no, que eso, aquí, es igual) y los vuelva a sumir, a ellos, que
podían creer ser el fin final de la creación, en el abismo del caos carentes de forma de la
materia de donde fueron extraídos.
Para finalizar, se argumenta que el fin, pues, que este ser humano de buenas disposiciones
tenía y debía tener ante la vista en el cumplimiento de las leyes morales, tendría que
suprimirlo, desde luego, como imposible; o bien, si quisiera aquí también permanecer fiel a
la voz de su determinación moral interna y no debilitar el respeto que la ley moral le inspira
inmediatamente para la obediencia, aniquilando el único fin final ideal adecuado a su alta
exigencia (lo cual no puede ocurrir sin que la convicción moral experimente a su vez algún
daño), entonces, con una intención práctica, es decir, para hacerse, al menos, un concepto
de la posibilidad del fin final que le es moralmente prescrito, tiene que admitir la existencia
de un creador moral del mundo, es decir un Dios, cosa que puede hacer muy bien, puesto
que ello, al menos, no es en sí contradictorio.

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