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VII ¿Cómo es posible pensar una ampliación de la razón pura en el aspecto práctico
sin que por ello se amplíe al propio tiempo su conocimiento como especulativa?
Antes de dar inicio a la exposición de este apartado es necesario tener en cuenta que Kant
está formulando la siguiente pregunta: Cómo es posible pensar una ampliación de la razón
pura en sentido práctico sin que, por ello, al mismo tiempo, se amplíe su conocimiento
como especulativo. Con ello, como se expuso en la sesión pasada, recordemos que para
Kant la extensión práctica de un conocimiento requiere dar de forma a priori, un fin como
objeto representado prácticamente necesario mediante un imperativo, determinante
inmediato de la voluntad. Dicho fin es el bien supremo. Pero, esto sólo es posible
presuponiendo tres conceptos teóricos, que carecen de intuición, de realidad objetiva desde
el punto de vista teórico, estos son, la libertad misma, la inmortalidad y Dios. Por tanto, la
ley práctica ordena la existencia del bien supremo en un mundo. Veamos entonces cómo se
da desarrollo a su planteamiento.
Kant inicia diciendo que para no incurrir en abstracciones excesivas dará una respuesta
inmediata a la pregunta planteada. Se hace mención sobre como para que pueda ampliarse
prácticamente un conocimiento puro, debe darse a priori un propósito, es decir, un fin como
objeto de la voluntad que, independientemente de todos los principios teóricos se representa
como prácticamente necesario por un imperativo (categórico) que determine directamente a
la voluntad, de modo que tal fin sea únicamente el bien supremo. Sin embargo, no sería
posible tal cosa sin no se presuponen conceptos teóricos para los cuales, Kant dice que no
cabe hallar una intuición correspondiente, y, por consiguiente, una realidad objetiva por la
vía teórica, porque son meramente conceptos de la razón pura; los conceptos, son los
siguientes: libertad, inmortalidad y Dios.
Por consiguiente, mediante la ley práctica, que ordena la existencia del supremo bien
posible en un mundo, se postula la posibilidad de esos objetos de la razón especulativa
pura, la realidad objetiva, que ésta razón no podía asegurarles, con lo cual si bien es cierto
que el conocimiento teórico de la razón pura recibe un incremento, éste empero sólo
consiste en que aquellos conceptos para que ella sólo serían en otro caso problemáticos
(meramente pensables) de modo que “son declarados asertóricamente como conceptos a los
cuales corresponden realmente objetos, porque la razón práctica requiere inevitablemente
de su existencia para la posibilidad de su objeto, el bien supremo, el cual es absolutamente
necesario en el sentido práctico y por lo tanto, la razón teórica queda autorizada para
presuponerlos.” (Pág. 160) Mas dicha ampliación de la razón teórica no es una ampliación
de la especulación, es decir, en el sentido de que en el aspecto teórico pueda hacerse de
ellos en lo sucesivo un uso positivo.
En efecto, Kant expone que, en el caso presentado, lo único que ha hecho la razón práctica
ha sido que aquellos conceptos sean reales y tengan realmente su objeto (posible), aunque
no se nos dé por ello nada de intuiciones de los mismos (lo cual tampoco puede exigirse),
mediante esta realidad concedida no es posible proposición sintética alguna. Por
consiguiente, esta declaración no sirve de manera alguna, en el aspecto especulativo, mas si
desde el uso práctico de la razón pura para la ampliación de este nuestro conocimiento. Las
tres ideas de la razón especulativa mencionada por el autor, no son conocimientos en sí,
estos son pensamientos trascendentes en los cuales nada imposible puede haber. No
obstante, “reciben realidad objetiva mediante una ley práctica apodíctica, como condiciones
necesarias de la posibilidad de aquello que esta ley ordena ponerse como objeto, es decir,
esta ley nos señala que tienen objetos, pero sin poder demostrar cómo su concepto se refiere
a un objeto, y esto ciertamente no es aún conocimiento de esos objetos” (Pág. 160)ya que te
tal suerte no puede juzgarse sintéticamente nada de ellos ni determinar teóricamente su
aplicación y, por consiguiente, no puede hacerse de ellos un uso teórico de la razón, que es
aquello en que consiste propiamente todo conocimiento especulativo de ellos. Y, no
obstante, si bien no se amplía el conocimiento (teórico) de estos objetos, sí se amplía el de
la razón por el hecho de que mediante postulados prácticos se dieron a esas ideas objetos,
con lo cual un pensamiento meramente problemático adquirió una realidad objetiva que
antes no tenía.
Pero, que este reino de los fines pueda ser representado por la razón sin necesidad de Dios o
la inmortalidad del alma es una posibilidad ideal, es decir, que esta idea de un reino es
posible incluso antes de considerar los postulados de la razón pura práctica. Mas no es
posible su realización práctica, ya que este Reino posee un Regidor y necesitaríamos un tipo
de existencia infinita distinta a la existencia sensible que poseemos en el mundo natural,
esto es, necesitaríamos de un alma inmortal. Como idea, un reino de los fines debe ser
inteligible para cualquier ser racional, no obstante, si se aspira a participar de tal reino se
deberá incluir la creencia de los postulados prácticos de la razón que harían más que
inteligible tal reino. (Larrota, 2019, Pág. 38)
En consecuencia, Kant asume que no fue una ampliación del conocimiento de objetos
datos, pero sí una ampliación de la razón teórica y de su conocimiento respecto de lo
suprasensible, ya que ha sido obligada a conceder que hay tales objetos, pero sin poder
determinarlos más concretamente, y, por consiguiente, sin poder ampliar este conocimiento
de los objetos (que en lo sucesivo se le dan por motivos prácticos y también sólo para el uso
práctico), acrecentamiento pues que la razón teórica pura, para la cual todas esas ideas son
trascendentes y sin objeto, sólo debe agradecer a su propia facultad pura práctica. Se sigue
en este caso estas pasan a ser inmanentes y constitutivas, dado que son los “fundamentos de
la posibilidad de realizar el objeto necesario de la razón pura práctica (el bien supremo),
mientras que sin esto son principios trascendentes y meramente regulativos de la razón
especulativa, que no le imponen a ésta admitir un nuevo objeto más allá de la experiencia,
sino sólo aproximar a la integridad su uso en la experiencia.” (Pág. 161) No obstante, una
vez que la razón tiene la posesión de este acercamiento, asevera Kant, que como razón
especulativa (propiamente con la sola finalidad de asegurarse su uso práctico) trabaja con
estas ideas negativamente, esto es, no ampliando, sino aclarando, para proceder con esas
ideas con los siguientes propósitos: por un lado, de poner límite al antropomorfismo como
fuente de superstición o aparente ampliación de esos conceptos a base de una presunta
experiencia, y, por otra, al fanatismo que la promete mediante una intuición suprasensible o
sentimientos de esa índole; todo lo cual constituye otros tantos obstáculos del uso práctico
de la razón pura y que, por consiguiente, es preciso eliminar para ampliar nuestro
conocimiento en el aspecto práctico, o contradice a éste concediendo al mismo tiempo que
la razón no ha ganado con ello lo más mínimo en el aspecto especulativo.
En consecuencia, se sigue que para cualquier uso de la razón respecto de un objeto se
requieren conceptos del entendimiento puro (categorías), sin los cuales no hay posibilidad
alguna de poder pensar un objeto. El autor alemán indica que en el uso teórico de la razón,
esto es, en el del conocimiento, estos conceptos sólo pueden aplicarse si se les da como
base al mismo tiempo una intuición (que siempre es sensible) y, en consecuencia,
solamente para representar mediante ellos un objeto de experiencia posible; también, por el
mismo motivo, se asevera que las ideas de la razón que no pueden darse en ninguna
experiencia son aquí aquello que tendríamos que pensar por medio de categorías para
conocerlo. Sin embargo, en tal caso, tampoco tenemos que ver con el conocimiento teórico
de los objetos de estas ideas, sino sólo con el hecho de que tengan objetos en general. La
anterior idea les es proporcionada por la razón pura práctica, y en este caso lo único que le
corresponde hacer a la razón teórica es limitarse a pensar estos objetos mediante categorías,
lo cual es posible como ya lo ha demostrado el autor, “sin necesidad de intuición (ni
sensible ni suprasensible), porque las |categorías tienen su sede y origen en el
entendimiento puro, independientemente y anterior a toda intuición, sólo en tanto que
facultad de pensar, y ellas significan siempre solamente un objeto en general, cualquiera
que sea el modo en que éste pueda sernos dado. “(Pág. 162)
No obstante, se anuncia que si bien es cierto que no puede darse a las categorías un objeto
en la intuición, si se pretende aplicarlas a esas ideas, lo es en cambio que tal objeto sea real;
por consiguiente, la categoría como mera forma del pensamiento no es trivial en este caso,
sino que tiene significado y, gracias a un objeto que la razón práctica le ofrece
indudablemente en el bien supremo, asegura suficientemente la realidad de los conceptos
que corresponden a los efectos de la posibilidad del bien supremo, aunque sin dar lugar
mediante este acrecentamiento a la menor ampliación del conocimiento según principios
teóricos. Con respecto a lo anterior Kant define lo siguiente:
Si además estas ideas de Dios, de un mundo inteligible (su reino) y de la inmortalidad, son
determinadas mediante predicados sacados de nuestra propia naturaleza, no se debe
considerar esta determinación ni como representación sensible de aquellas ideas puras de la
razón (antropomorfismos) ni como conocimiento exaltado de objetos suprasensibles, pues
estos predicados no son sino el entendimiento y la voluntad considerados en relación el uno
con el otro según deben ser concebidos en la ley moral, es decir, sólo en cuanto se hace de
ellos un uso práctico puro. (Pág. 163)
En consecuencia, se hace abstracción de todo lo demás inherente psicológicamente a tales
conceptos, es decir, observando de forma empírica esta nuestra facultad en su ejercicio, a
saber, Kant pone el siguiente ejemplo de referente: “por ejemplo, que el intelecto del
hombre es discursivo, que por lo tanto sus representaciones son pensamientos y no
intuiciones, que estas representaciones se suceden en el tiempo, que su voluntad depende
siempre, en cuanto a su contentamiento, de la existencia de su objeto, etc., todo lo cual no
puede ocurrir así en el ser supremo”(Pág. 163) y así, , de los conceptos mediante los cuales
pensamos un ser del entendimiento puro, no queda sino lo que se requiere francamente para
la posibilidad de pensar una ley moral y, en consecuencia, un conocimiento de Dios, pero
solamente en el aspecto práctico; con lo cual, si hacemos el ensayo de ampliarlos para su
conocimiento teórico, obtenemos un entendimiento de él que no piensa, sino que intuye,
una voluntad que se dirige a objetos de cuya existencia no depende en lo más mínimo su
satisfacción, propiedades todas ellas de las cuales no podemos hacernos ningún concepto
que sirva para el conocimiento del objeto, y de esta suerte se nos enseña que nunca pueden
usarse para una teoría de entes suprasensibles y, por consiguiente, no pueden fundar por
este lado un conocimiento especulativo, sino que limita su uso simplemente al ejercicio de
la ley moral.
Que la razón pura en su uso práctico nos conduzca al concepto de un “Ente originario
único, perfectísimo y racional, que la teología especulativa ni siquiera nos indica a partir de
fundamentos objetivos, y del que mucho menos puede convencernos” (KrV) práctico y que
dista de la teología tradicional. La teología práctica, según Kant, es plausible al
presentarnos un único Ente originario por una vía distinta a la que la tradición planteaba.
Esta solidez argumentativa que ofrece Kant para la teología moral no se basa en un
conocimiento objetivo de Dios (como pretendía la razón en el uso especulativo), sino, en
una fe que es racional al permanecer acorde a las exigencias de la ley moral. Desde esta
teología moral, un Ente supremo antecede todas las causas naturales y las hace depender de
Él. (Larrota,2019, Pág. 39)
Kant menciona que el último punto es absolutamente evidente y puede ser demostrado
claramente “se puede retar a todos los supuestos eruditos en teología natural” a que
mencionen por lo menos una propiedad del entendimiento o de la voluntad que determine
ese su objeto (más allá de los meros predicados ontológicos) en la cual no pueda exponerse
irrefutablemente que, haciendo abstracción en ella de todo lo antropomórfico, no nos queda
más que la mera palabra, sin poder enlazar con ella el menor concepto gracias al cual
cupiera esperar una ampliación del conocimiento teórico. Ahora, bien, respecto de lo
práctico, de las propiedades de un entendimiento o voluntad nos queda aún el concepto de
una relación a la cual proporciona realidad objetiva la ley práctica que pueda precisamente
determinar a priori esta relación del entendimiento con la voluntad. A saber, argumenta el
autor que una vez que se ha hecho esto, “le es dada realidad al concepto del objeto de una
voluntad determinada moralmente (al concepto del bien supremo), y con él a las
condiciones de su posibilidad, a las ideas de Dios, libertad e inmortalidad, pero siempre
únicamente en relación con el ejercicio de la ley moral (y no para un fin especulativo).”
(Pág. 164)
De ahí, que una vez sean tomadas estas observaciones, resulte sumamente sencillo para
nuestro autor hallar la respuesta a la importante cuestión de si el concepto de Dios es un
concepto perteneciente a la física (y, por consiguiente, también a la metafísica, que sólo
contiene los principios puros a priori de la primera en sentido universal) o a la moral. A
saber, explicar las disposiciones de la naturaleza o su modificación acudiendo a en Dios
como autor de todas las cosas, por lo menos no es jamás una explicación física, es de hecho
para Kant una confesión absoluta de fracaso de la filosofía propia” porque se está obligado
a admitir algo | de lo cual en lo demás no se tiene ningún concepto de por sí, para poder
formar un concepto de la posibilidad de lo que tenemos ante los ojos.” (Pág. 165) No
obstante, llegar, mediante la metafísica, del conocimiento de este mundo al concepto de
Dios y a la demostración de su existencia por medio de conclusiones seguras es imposible
porque para decir que este mundo sólo fue posible gracias a un Dios, ya que incluso
tendríamos que conocer este mundo como el más perfecto posible y, en consecuencia, que
conociéramos a este efecto todos los mundos posibles (para poder compararlos con éste), o
sea, tendríamos que ser omniscientes. En consecuencia, , conocer la existencia de ese ser a
partir de meros conceptos, es absolutamente imposible porque toda proposición existencia!,
es decir, una proposición que dice que existe un ente del cual nos hacemos un concepto, es
sintética, o sea tal que mediante ella vamos más allá de ese concepto y decimos de él más
de lo pensado en el concepto, a saber: que a este concepto en el entendimiento se pone
además correspondientemente un objeto exterior al entendimiento, lo cual, evidentemente,
es imposible deducir por medio de un raciocinio
Por consiguiente, únicamente le queda a la razón un procedimiento posible para llegar a tal
conocimiento: “que ella, como razón pura, determine | su objeto a partir del principio
superior de su uso puro práctico (porque este uso está dirigido, de todos modos, sólo a la
existencia de algo como consecuencia de la razón).” (Pág. 165) de modo que en su tarea
que es inevitable, a saber, en la dirección necesaria de la voluntad hacia el bien supremo, se
ve obligada a suponer, no sólo la necesidad de tal ente primero respecto de la posibilidad de
este bien en el mundo, sino algo de que carecía totalmente la marcha de la razón por el
camino natural, a saber, un concepto exactamente determinado de ese ente primero.
Entonces ya que como sólo conocemos en pequeña parte este mundo, y menos podemos
compararlo aún con todos los mundos posibles, fundándonos en su orden, finalidad y
grandeza podemos inferir que tiene un autor sabio, bondadoso, poderoso, mas no que éste
sea omnisciente, omnibondadoso, omnipoderoso. Por consiguiente, el autor asume que
podría decirse que es también licito suplir esta inevitable deficiencia con una hipótesis
permitida, completamente razonable: “que, si en tantas partes como las que conocemos más
de cerca, vemos brillar la sabiduría, la bondad, etc., deberá ser así en todas las demás y, por
lo tanto, es razonable atribuir toda perfección posible al autor del mundo;” (Pág. 166) mas
las anteriores no son conclusiones en virtud de las cuales se imponga algo a nuestra
comprensión, sino que son meras atribuciones que se nos puede conceder y que, no
obstante, requieren todavía otra recomendación para que podamos hacer uso de ella. Así, el
concepto de Dios sigue siendo en la vía empírica (en la física) un concepto, no determinado
exactamente, de la perfección del ente primero, para considerarlo adecuado al concepto de
una divinidad, pero con la metafísica, en su parte trascendental, nada puede conseguirse. A
saber, queda entonces relegada la idea de Dios a la siguiente función:
La función de la Idea de Dios no es la de resolver la preocupación ontológica de qué es el
Ser supremo, por el contrario, la función de la Idea de Dios y de saber de Él, por los medios
que la razón práctica nos otorga, es la de considerar un modelo por el que medimos nuestra
moralidad y la esperanza de algo que interesa a la razón como su fin último. A propósito,
Kant indica: “Pues si hay un Ser supremo que puede y quiere hacernos felices, y si hay otra
vida, entonces nuestras intenciones morales reciben por ello mayores sustento y fortaleza, y
con ello se afianza más nuestro comportamiento moral (Lecc.Fil.Rel. XXVIII:996). (Larrota
2019, Pág. 19)
En efecto, si se procurara acercar este concepto al objeto de la razón práctica, se encontraría
que el principio moral sólo lo admite como posible suponiendo un autor del mundo de
suma perfección, pues Kant asume que debe cumplir con los siguientes rasgos: “ser
omnisciente para conocer mi conducta hasta lo más íntimo de mi convicción en todos los
casos posibles y en todo el porvenir; omnipotente para dar a mi conducta las consecuencias
conforme que merece; también omnipresente, eterno, etc.” (Pág. 166) Por consiguiente,
mediante el concepto de bien supremo como objeto de una razón práctica pura, la ley moral
determina el concepto de ser primero como ser supremo, al cual no pudo llegar la marcha
física (ni la metafísica, que siguió más arriba aún), ni en consecuencia toda la marcha
especulativa de la razón. Entonces, nuestro autor arguye dado lo mencionado que el
concepto de Dios es un concepto perteneciente, originariamente, no a la física, es decir,
para la razón especulativa, sino a la moral, y lo propio puede decirse también de los demás
conceptos de la razón de los cuales ya hemos tratado antes como postulados de ella en su
uso práctico.
Se sigue, que el filósofo alemán haga alusión a la filosofía griega para postular lo siguiente:
El hecho de que en la historia de la filosofía griega, fuera de Anaxágoras, no encontramos
vestigios patentes de una teología racional pura, no se debe a que los antiguos filósofos
hayan carecido de entendimiento y comprensión para elevarse hasta ahí por la vía de la
especulación, al menos con la ayuda de una hipótesis muy racional; ¿qué cosa podría ser
más fácil, más natural que la idea que se presenta por sí misma a todos: la de suponer, en
lugar de indeterminados grados de perfección en diversas causas del mundo, una causa
única racional que tenga toda la perfección? Pero los males en el mundo les parecieron
objeciones demasiado importantes para que ellos consideraran tener el derecho a establecer
tal hipótesis. (Pág. 167)
Por consiguiente, se señala que en este punto demostraron precisamente entendimiento e
inteligencia por haberse abstenido de tal hipótesis y haber buscado más bien en las causas
naturales para ver si podían hallar en ellas la cualidad y poder requeridos para definir al ser
originario. Mas cuando ese pueblo llevaba un acumulado en sus investigaciones para tratar
filosóficamente cuestiones sobre las cuales los demás pueblos no hicieron más que charlar,
encontraron por vez primera una nueva necesidad, esta es una necesidad práctica, que no
dejaba de indicarles concretamente el concepto de ente primero, en que la razón
especulativa tenía el cuidado, y a lo sumo aún el mérito, de adornar un concepto que no
había nacido en su terreno y fomentar, desde luego no su prestigio que ya estaba fundado,
hicieron bien por medio de su brillante idea de la comprensión de la razón teórica,
valiéndose de una serie de confirmaciones a base de la contemplación de la naturaleza que
sólo entonces se pusieron de manifiesto. De modo que se hace mención a que en estas
circunstancias, el lector de la Crítica de la razón especulativa pura se podrá convencer
perfectamente de cuan necesario y provechoso era para la teología y la moral aquella
deducción de las categorías. En efecto, el autor asevera como
si las ponemos en el entendimiento puro, únicamente por esta deducción se puede impedir
considerarlas, con Platón, como innatas, y fundar sobre ellas pretensiones exaltadas con
teorías suprasensibles cuyo fin no se ve; de este modo, quedaría la teología como una mera
linterna mágica de fantasmas quiméricos; por el contrario, si las consideramos como
adquiridas, se puede impedir la restricción que hace Epicuro de todo uso de éstas, incluso en
sentido práctico, únicamente a los objetos y los fundamentos determinantes de los sentidos.
(Pág. 167)
Para finalizar, se menciona que ya que, una vez que la Crítica demostró en aquella
deducción, primero, que no son de origen empírico, sino que tienen su fuente a priori en el
entendimiento puro y, segundo, también que, refiriéndose a objetos como tales,
independientemente de su intuición, si bien sólo aplicadas a objetos empíricos producen
conocimiento teórico, pero también, aplicadas a un objeto dado por la razón práctica pura,
sirven para pensar concretamente lo suprasensible, aunque únicamente en tanto lo
suprasensible esté determinado por aquellos predicados que pertenecen necesariamente al
aspecto práctico puro, dado a priori y a su posibilidad. Limitando especulativamente la
razón pura y ampliándola prácticamente, se la lleva por vez primera a aquella relación de
igual en que la razón toda puede ser usada debidamente, y este ejemplo demuestra mejor
que cualquier otro el camino a la sabiduría, si se pretende que sea seguro y no impracticable
o extraviado, es indispensable que en los seres humanos pase através de la ciencia, aunque
para convencerse de que está conduce a aquel futuro es necesario que sea recorrido hasta el
final.