La competencia comunicativa es entendida esta como “la capacidad de una
persona para comportarse de manera eficaz y adecuada en una determinada comunidad de habla; ello implica respetar un conjunto de reglas que incluye tanto las de la gramática y los otros niveles de la descripción lingüística (léxico, fonética, semántica) como las reglas de uso de la lengua, relacionadas con el contexto socio-histórico y cultural en el que tiene lugar la comunicación” (Centro Virtual Cervantes, 2019). En este sentido, encontramos entonces, la competencia lectora, la cual representa un papel fundamental para la formación de los estudiantes en todos los niveles. Organismos como la Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, (2016), señala que: Se considera la lectura como una competencia y se la concibe más que como un instrumento, como una manera de pensar… La lectura es la forma que tenemos para acceder a los conocimientos, a la participación activa en la sociedad (leer un contrato, leer una boleta, leer un precio, leer la hora de un pasaje, etc.), dado que vivimos en un mundo letrado cada vez más complejo. La competencia lectora sería entonces una capacidad ilimitada del ser humano, que se va actualizando a medida que la sociedad va cambiando. La competencia lectora cambia, como también lo hacen los textos, los sopor-tes, el tipo de información, el tipo de lector, etc. (p. 12). Por otra parte, Solé (2012) afirma que “siempre que leemos, pensamos y así afinamos nuestros criterios, contrastamos nuestras ideas, las cuestionamos, aún aprendemos sin proponérnoslo” (p. 50). Asimismo, Saulés (2012), expone tres dimensiones necesarias para el desarrollo de la competencia lectora: La dimensión N° 1 relacionada con los aspectos: obtención de información, interpretación de textos y reflexión y valoración. La dimensión N° 2, Textos: clasificados según cuatro características: “medio (impreso y digital); ambiente (de autor y basado en el mensaje); formato (continuo, discontinuo, mixto y múltiple); tipo (descripción, narración, exposición, argumentación, instrucción y transacción)”. Y ´por último, la dimensión N° 3, la situación, relacionada con la finalidad de la lectura que se realice: lectura personal, de estudio, etc. Ante lo expuesto vemos la importancia que posee la competencia lectora para los individuos que se desenvuelven en un mundo letrado. Sin embargo, en relación con el uso de los términos comprensión lectora y competencia lectora, Jiménez (2014) señala la no existencia de consenso en cuanto a su correcta utilización y advierte de la alternancia temporal en el uso de estos. En este ámbito podríamos añadir otro concepto que se une a tal confusión terminológica: la capacidad lectora.
Mediante la revisión de lo expuesto por autores expertos en la materia,
podemos arrojar un poco de luz ante la oscuridad que plantea la confusión entre estos términos. Díez y García (2015) conciben el concepto de capacidad lectora como aquella “manifestación individualizada de la habilidad para descodificar, identificar la información y reflexionar sobre dicha información para poder valorarla en función de los saberes previos del lector y de los intereses o finalidades de la lectura” (Díez y García, 2015, p.5).
Por otro lado, Pérez-Zorrilla (2005) en relación al concepto de comprensión
lectora, afirma que este supone “un proceso a través del cual el lector elabora un significado en su interacción con el texto. La comprensión a la que el lector llega se deriva de sus experiencias previas acumuladas, experiencias que entran en juego, se unen y complementan a medida que descodifica palabras, frases, párrafos e ideas del autor” (Pérez-Zorrilla, 2005, p.123).
Se trata de dos definiciones adecuadas para dos términos que, como
comprobamos, son sinónimos y describen una misma noción. No es posible discernir una línea fronteriza que separe ambos conceptos, que, por tanto, podemos considerar equivalentes. Capacidad/comprensión lectora evidencian una misma realidad, referencian un concepto de lectura como construcción de puentes entre los conocimientos propios del individuo y lo nuevo que aporta el texto en el acto de lectura.