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Bertolt Brecht
Crítica de la Poética
Coincidimos con Aristóteles mientras habla (en el capítulo cuarto) en términos
generales sobre el placer de la representación imitativa -edoné- y le atribuye motivos
didácticos. Pero ya en el capítulo sexto se hace más preciso y limita el campo de las
imitaciones a la tragedia. A su juicio sólo deben recrearse las acciones que provocan
temor o compasión, y agrega otra limitación: se las debe recrear con el objeto de
liberar del temor y de la compasión.
La identificación en Aristóteles
Ciertas tendencias en las artes, como las provocaciones de los futuristas y dadaístas y
el congelamiento de la música, señalan una crisis de las emociones. La dramática
alemana de posguerra tomó un giro decididamente racionalista ya en los últimos años
de la República de Weimar. El fascismo, con su grotesco énfasis sobre lo emocional, y
quizá una cierta declinación del momento racional en la doctrina marxista, me indu-
jeron a mí mismo a enfatizar lo racional. Sin embargo, precisamente la forma más
racional, la pieza didáctica, fue la que mayor efecto emocional provocó. Me atrevo a
afirmar que en gran parte de la producción artística actual hay una decadencia del
efecto emocional como consecuencia de su divorcio de la razón, y que, por otro lado,
se ha producido un renacimiento del efecto emocional al afirmarse la tendencia
racionalista. Esto sólo puede sorprender a aquellos que tienen una imagen muy
convencional de las emociones.
Las emociones tienen siempre como elemento básico muy preciso la jerarquía social.
La forma en que se presentan está siempre delimitada y condicionada por factores
históricos y específicos. Las emociones nunca son comunes a todo el género humano ni
permanecen invariables a través del tiempo.
Parece ser que aquellas emociones que acompañan a los progresos sociales subsisten
largo tiempo en el hombre por ser emociones que en su momento estuvieron
vinculadas a sus intereses, y en las obras de arte conservan más intensidad de lo que
podría suponerse si se tiene en cuenta que en el ínterin han chocado con intereses
contrarios. Todo progreso liquida a otro progreso, ya que su progreso se registra a
partir del anterior. Un progreso pasa por encima del anterior, pero también lo utiliza y
permite que, en cierta forma, subsista en la conciencia del hombre como progreso, así
como en la vida real se mantiene vivo en sus resultados. Se produce así una
generalización muy interesante, un acto de abstracción.
EL TEATRO ÉPICO
El teatro ruso, el americano y el alemán eran muy diferentes entre sí, pero tenían
como característica común el ser modernos, es decir, el introducir innovaciones
artísticas. En cierto sentido llegaban, incluso, a mostrar analogías en el aspecto
estilístico; sin duda, porque la técnica es internacional (no sólo en aquellos aspectos de
la técnica directamente vinculados con la escena, sino también en los que ejercen
influencia sobre el teatro, como por ejemplo, el cine) y porque se trataba de grandes
ciudades progresistas ubicadas en grandes países industriales. En los últimos tiempos
el teatro de Berlín parecía marchar a la cabeza de los viejos países capitalistas. En él
se manifestaron con máxima fuerza y madurez los elementos comunes del teatro
moderno.
La última fase evolutiva del teatro de Berlín —que, como ya dijimos, sólo revelaba las
tendencias del teatro moderno en su aspecto más depurado— fue el llamado teatro
épico. Todo lo que dio en llamarse obra de actualidad, teatro de Piscator o teatro
didáctico es teatro épico.
1 - El teatro épico
No es nuestra intención entrar aquí en el detalle de las razones que atenuaron los
contrastes —durante mucho tiempo considerados como insalvables— entre la épica y la
dramática; bástenos indicar que las conquistas en el campo de la técnica permitieron
al teatro incorporar sin dificultades elementos narrativos a sus representaciones. La
posibilidad de utilizar proyecciones, la creciente capacidad de transformación del esce-
nario por medio de la mecanización y el cine perfeccionaron el equipamiento de la
escena en momentos en que ya no podían representarse con tanta simplicidad los
principales procesos humanos personificando las fuerzas vitales o subordinando los
personajes a invisibles fuerzas metafísicas.
El espectador del teatro dramático dice: "Es cierto; yo también sentí esto... Así soy
yo... Eso es perfectamente natural. .. Esto siempre será así. .. El sufrimiento de ese
hombre me conmueve, porque no hay salida para él... Así es el gran arte: aquí todo
está sobrentendido... Lloro con el que llora, río con el que ríe."
El espectador del teatro épico dice: "No había pensado en eso... No hay derecho a
obrar así... Qué notable es esto, casi diría increíble. . . Hay que acabar con eso... El
sufrimiento de ese hombre me conmueve, porque habría una salida para él... Así es el
gran arte: nada se da por sobrentendido en él... Río del que llora, lloro por el que se
ríe".
2 - El teatro didáctico
El petróleo, la inflación, la guerra, las luchas sociales, la familia, la religión, el trigo, los
frigoríficos se convirtieron en temas teatrales. Los coros aclaraban al espectador
circunstancias para él desconocidas. Las películas mostraban montajes de actualidades
de todo el mundo. Las proyecciones aportaban material estadístico. Las actitudes de
los hombres eran expuestas a la crítica, haciendo pasar a primer plano las "situaciones
de fondo". Se mostraban actitudes falsas y actitudes correctas. Se mostraban hombres
que sabían lo que hacían, y otros que no lo sabían. El teatro se convirtió en terreno
propicio para los filósofos, para aquellos filósofos que trataban no sólo de explicar sino
de transformar el mundo. En una palabra: se filosofaba, es decir, se enseñaba. ¿Y qué
se hizo del entretenimiento? ¿Había que volver a la escuela primaria? ¿A ser tratados
como analfabetos? ¿Había que aprobar exámenes y obtener certificados?
Según la opinión general, existe una enorme diferencia entre aprender y divertirse. El
estudio puede ser útil, pero sólo la diversión es agradable. Por lo tanto debemos
defender el teatro épico contra la sospecha de que se trata de algo que, en lugar de
proporcionar placer, exige esfuerzos. En realidad, sólo podemos aducir que la oposición
entre aprender y divertirse no es inamovible, no debe considerarse como algo que
siempre haya existido y que siempre tenga que existir.
Entonces, ¿para qué aprender más? Ellos ya han dicho su última palabra; pero hay
otras capas de la sociedad que todavía no "han llegado", que están disconformes con
la situación, que tienen un enorme interés práctico en el estudio, que quieren ubicarse
y orientarse a toda costa, que saben que si no estudian están perdidas. Esos son los
mejores y más ávidos aprendices. El deseo de estudiar depende, entonces, de
muchos factores; pero puede ser placentero, alegre y combativo.
El teatro siempre es teatro; aun cuando sea teatro didáctico, mientras sea buen teatro
será recreativo.
3 - Teatro y ciencia
Pero ¿qué tiene que ver la ciencia con el teatro? Sabemos muy bien que la ciencia
puede ser entretenida; pero no todo lo que es entretenido tiene cabida en el teatro.
Con frecuencia me ha ocurrido que, al señalar los inestimables servicios que la ciencia
moderna bien empleada es capaz de prestar al arte, en especial al teatro, se me
replicara que el arte y la ciencia son dos ramas de la actividad humana muy
estimables, pero completamente diferentes. Por supuesto, éste es un espantoso lugar
común y lo mejor es asentir rápidamente como con la mayoría de los lugares comunes.
El arte y la ciencia tienen un campo de acción diferente, de acuerdo. Sin embargo,
debo confesar, por absurdo que pueda parecer, que yo, como artista, no puedo
privarme del auxilio de algunas ciencias. Sé que esta confesión puede despertar serias
dudas respecto de mis dotes artísticas. Son muchos lo que acostumbran ver a los poe-
tas como seres bastante singulares, un tanto sobrenaturales, capaces de descubrir con
infalibilidad divina cosas que seres normales sólo logran captar al cabo de enormes
fatigas y largos esfuerzos. Por supuesto, es ingrato tener que confesar que no se está
entre esos seres tocados por la gracia. Pero no queda otro remedio que confesarlo.
Tampoco puede permitirse que se identifiquen esas preocupaciones científicas con un
pasatiempo para las horas del ocio. Se sabe, por cierto, que Goethe se interesaba por
las ciencias naturales y que Schiller se dedicaba a la historia; pero se supone
indulgentemente que eso no fue para ellos más que una suerte de hobby. No seré yo
quien los acuse de haber necesitado de estas ciencias para su labor creativa, y muy
lejos estoy de querer sacar partido de su ejemplo; pero debo señalar que yo necesito
de las ciencias y hasta confieso que miro con desconfianza a quienes prescinden de la
ciencia y cantan como los pájaros (o como uno se imagina que cantan los pájaros).
Con esto no quiero decir que vaya a rechazar un hermoso poema sobre el sabor de
una trucha o el placer de la navegación, sólo porque su autor nada sabe de
gastronomía o de náutica; pero creo que los procesos que se están desarrollando en el
mundo de los hombres sólo pueden captarse en toda su complejidad apelando a
cualquier medio que nos permita analizarlos. Supongamos que el teatro tiene que
representar grandes pasiones o acontecimientos que pesan sobre el destino de los
pueblos. El afán de poder, por ejemplo, se considera hoy como una gran pasión.
Supongamos que un autor "siente" ese impulso, y quiere poner en escena a un hombre
que aspire al poder. ¿Cómo conocerá el complicado mecanismo dentro del cual se
cumple hoy la lucha por el poder? Si su héroe es un político, ¿cómo funciona la
política? Si es hombre de negocios, ¿cómo funcionan los negocios? Y puesto que hay
también autores que sienten un interés mucho más apasionado por los negocios y la
política en sí que por el instinto de poder de los individuos, ¿cómo harán para
procurarse los conocimientos que necesitan? No lo conseguirán con sólo moverse un
poco y mantenerse alertas (aunque eso solo ya rendiría bastante más frutos que un
éxtasis divino). La fundación de un diario como el Volldscher Beobachter (El
Observador Popular, diario oficial del partido nazi), o de una empresa como la
Standard Oil, son asuntos bastante complicados que nadie le explica a uno así como
así.
Según Federico Schiller, el teatro debe ser una institución moral. Cuando Schiller
formuló esta exigencia no se le pasó por la cabeza que su prédica moral desde el
escenario podría espantar al público del teatro. En aquella época el público nada tenía
en contra de las prédicas moralizadoras. Fue mucho después cuando Federico
Nietzsche habló de Schiller en términos despectivos, llamándolo el predicador de
Säckingen. Para Nietzsche, ocuparse de la moral era sencillamente deplorable; a
Schiller le era grato. Para Schiller no había nada más noble y regocijante que difundir
ideales. Era la época en que la burguesía comenzaba a elaborar las ideas de nación.
Instalar su casa, ponerse un sombrero nuevo, presentar las cuentas al cobro, son
todas cosas muy gratas. Tener que hablar de la decadencia de su casa, vender su
viejo sombrero, pagar las facturas, son hechos realmente deplorables, y así veía el
asunto Federico Nietzsche un siglo más tarde. Era desagradable hablar de moral y,
por consiguiente, también era desagradable hablar del primer Federico.
El teatro épico también tuvo que enfrentar los ataques de muchos enemigos que lo
consideraban demasiado moralizador. Sin embargo, en el teatro épico el aspecto
moralizador pasaba a segundo plano. Su objetivo no era tanto la moral como el
estudio. Claro que del estudio surgía un resultado: la moraleja de la fábula. No
pretendemos afirmar, por supuesto, que nos hemos lanzado al estudio por el simple
placer de estudiar, sin otro móvil más tangible, y que luego los resultados de nuestros
estudios nos dejaron estupefactos. Sin duda existían algunas desarmonías dolorosas
en el mundo, situaciones difíciles de soportar y no sólo por razones morales. El
hambre, el frío y la opresión no sólo son difíciles de soportar por razones de índole
moral. Por otra parte, el fin de nuestras investigaciones tampoco era provocar simples
escrúpulos morales frente a determinadas situaciones (aunque no resultaría difícil
provocarlos... por supuesto, no en todos los espectadores; por ejemplo, es difícil
provocarlos en quienes se benefician con tales situaciones); lo que nosotros
buscábamos era hallar los medios de eliminar esas situaciones difíciles de soportar a
que hemos aludido. Porque no hablábamos en nombre de la moral, sino en nombre de
las víctimas. Adviértase que son dos cosas muy distintas, pues a menudo se emplean
argumentos morales para convencer a las víctimas de que se resignen a su situación.
Para estos moralistas, los hombres existen en función de la moral, no la moral en
función de los hombres.
De todos modos, a través de lo que acabamos de decir se podrá deducir hasta qué
punto y en qué sentido el teatro épico es una institución moral.
El teatro épico es el intento de mayor alcance y profundidad para llegar al gran teatro
moderno y tendrá que vencer las gigantescas dificultades que debe superar toda
fuerza viva en el campo de la política, la filosofía, la ciencia y el arte.
-Aproximadamente 1936.-