Sei sulla pagina 1di 4

Lo que eres, soledad

Fracasada soledad deja ya mi alma vivir en paz,


Veo que nunca termina la tertulia tenaz.
Eres pasión y también temor,
Y en ese recóndito espacio se enciende mi amor.

Corres apresurada por causa de la equivocación,


Pero aun no te falla la dulce canción,
Con la que destruyes mi calma y me enseñas a estar,
En la tibia tarde de un fatal despertar.

No eres necia ni mucho menos grotesca,


Eres sensata y muy escasa.
Te escondes tras rayos dorados,
Con la brillantez pura de tus bellas manos.

Sofocante es la despedida.
La contemplación, estúpida.
Y, sin embargo, lo hecho ya está hecho;
No busco lágrimas hipócritas, sólo descansar en aquel lecho.
La muerte
Grandiosa magia serena que espera por mí.
Viajera inhóspita que emerge sin fin.
Paseas a menudo por mi sangrienta faz
Como la lágrima que brota de mí al suspirar.

Has conseguido atraparme en tu nido infantil,


En la ceguera manifiesta de una vida infeliz.
Perpetua, la pena en la tumba central,
Del cuerpo estrechado por la falsedad.

Surreal te hayas, detrás de mí.


Me socorres callada, inquieta y sutil.
Mueves tus manos, cuan ritmo infernal;
Atando mi espíritu en la tempestad.

Ha pasado un tiempo desde que presentí,


Aquel sentimiento con el que mentí,
A mi propia alma y a mi soledad,
A la pena mía y a mi destino fatal.
Hay…
Hay belleza en la creación,
Porque no hemos nacido para otro fin,
Más que el ser o no,
Buenos o malos con tan grandiosidad.

Hay fantasía en la mente infantil,


Porque los pensamientos son puros a temprana edad,
Pero son distorsionados cada vez por una sociedad,
Que se ha encargado de manchar su espíritu.

Hay gracia en las acciones humanas,


Como ayudar a los demás o encontrar felicidad,
Como construir valor en la existencia misma o en las perspicacias sencillas y sin compromiso.

Hay incertidumbre en las cosas y situaciones de una vida cotidiana,


Tal vez por la equívoca percepción nuestra,
De satisfacer el vacío de evolución al que pertenecemos;
Aunque muchas veces lo llenamos con eso que llamamos amor.

Hay cierto desatino en acertar,


No porque no podamos hacerlo sino porque dudamos al hacerlo.

Hay. Sí hay todavía cierta posibilidad de encestar en la canasta del deseo.


Sí hay aún una mínima posibilidad de ser lo que quiero.
Sí hay la probabilidad de convertirnos en algo,
A lo que no tengamos miedo,
A lo que muchos aspiran pero no consiguen,
A lo único que nos vuelva seres libres.
Hay…
Desdenes del alma
Hoy planté a mi árbol preferido. Pequeño y callado descansaba en aquella pendiente, buscaba
reconocer algún aspecto con el que ya había convivido antes y no pudo. Tal vez trataba de
recordar cómo fue que acabó en ese lugar inhóspito y frívolo, pero no pudo pensar con
sobriedad y únicamente lloraba. Sólo vi su rostro y alcancé a oír efímeros sonidos de su boca
que estaban acompasados por la brisa de aquella mañana, decían: Mi cumpleaños, no olvides mi
cumpleaños.
Regresé a casa y, mientras las lágrimas caían de mis ojos, pensé en cuanta falta me iba a hacer
el único amigo que me escuchaba cuando no había nadie en casa. El pequeño árbol que me
enseñó a callar y a soñar, ya no estaba. No he sido capaz de olvidar sus gritos desesperados
porque le dieran su agua después de un sol arrollador o abrigo por el frío que provenía de un
invierno desapacible.
Aquel día, en el que tuve que dejarlo solo, tembloroso y desprotegido, me sentí el ser humano
más asqueado y avergonzado por haber dado por hecho que ese arbolito estaba ya preparado
para lidiar con extrañas situaciones. Mi vana experiencia terrena me había defraudado, de tal
forma que llevaba un peso en mi conciencia, difícil de afrontar. Por ello, día tras día por casi dos
semanas, iba a verlo y a hablar con él apenas amanecía. Enojado consigo mismo, desconfiado
del ser que lo cuidó, esperaba sereno a que se fuera. No le gustaban las visitas. El dolor y el
sufrimiento lo habían hecho tan seco y duro que muy pocas cosas le importaban.
Un día cuando mi padre estaba a punto de llegar a casa, salí a su encuentro con la esperanza de
haber conmovido alguna parte de él y que hubiese pensado en lo que le habíamos hecho cierta
mañana a esa criatura en la ladera desolada. Entramos y le serví un whisky y yo me preparé un
vaso de agua con hielo para enfriar una calentura incontenible por la rabia irresoluta nacida por
aquel hecho, ya sentados en el sillón más viejo de la casa en el que siempre tenemos
conversaciones serias, me dijo lo apenado que se sentía, no por haber dejado al árbol a la
intemperie sino por haberme lastimado. Apenas había escuchado su frase de consolación, paré
su cadena de ideas para aclararle el contexto verdadero en el que estaba involucrado. Lloró. Y
hasta el día de hoy no entiendo por qué fue tan bochornosa la realidad que me afligía a mí
solamente. Algún triste pasado tendría mi padre que le hizo caer en una angustia con causa
desconocida. Por otro lado, la conversación se transformó en algo que no tuvo sentido y aunque
no abordamos el conflicto real, algo se dijo.
Habían pasado ya muchos años pero ningún día, después de esas dos semanas en las que lo
visité, me acordé de mi amigo. Pienso que mi irremediable juventud me cegó tanto a tal grado
que pude superar mi problema superficialmente a través de mentiras de esta sociedad
tecnológica. Un iPod, una portátil y un PlayStation 4 reemplazaron al incondicional y latente
compañero al cual le debía gran parte de mi crecimiento personal.
Un 15 de marzo, recuerdo, acompañe a mi padre a realizar unas encuestas a unos trabajadores.
Tenían que construir un hotel, por mala suerte, justamente en el sitio en el que había plantado a
mi pequeño árbol. Vi, ya no a un huérfano espécimen sino a un ser hecho y derecho. No pude
soportar la idea de verlo destruido, hecho un despojo. Hincado, pedía perdón a algún ser
espiritual por haber terminado la poca confianza que me tuvo alguna vez ese árbol. Cómo no
recordar cuando cortaban sus ramas, caían sus hojas y mi alma se desgarraba. Cómo no
acordarme de la caída de mi árbol preferido y de su deceso, si aquel día fue su cumpleaños.

Potrebbero piacerti anche