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de Felisberto Hernández
Federico López-Terra
CCHS – CSIC, Madrid
Resumen
Felisberto Hernández, un autor desestimado durante décadas, viene mereciendo
la atención de la crítica especializada desde hace ya algunos años. Son múltiples
y proficuos los trabajos sobre su obra, principalmente dedicados a su particular
estética, pero todavía pocos los que tratan de vincular el texto con el contexto de
producción. El presente artículo se propone poner en relación la semiótica felisber-
tiana con la crisis de los mitos fundantes de la nación como contexto simbólico de
producción. A partir de tres de sus obras más emblemáticas – ‘Nadie encendía las
lámparas’, ‘El balcón’ y ‘El acomodador’ – se intenta delinear una estética del vacío
y del margen como contrapunto de la semiótica simbólica nacional para concluir
que el fenómeno de que se trata es la apropiación de los modos de significación de
dicha semiótica subvirtiendo la intencionalidad mitificadora y poniendo en crisis
desde el concepto de texto hasta la noción de identidad.
Abstract
Felisberto Hernández, an author whose work was for decades regarded dismissively,
has nevertheless deserved the attention he has received from critics for some years
now. The studies of his work, mainly dedicated to his particular aesthetics, are
numerous and fruitful, but there are still few trying to relate the text to the context
of its production. This article intends to link the Felisbertian semiotics to the crisis
of the foundational myths of the nation as a symbolic context of production. From
three of his most emblematic works – ‘Nadie encendía las lámparas’, ‘El balcón’
and ‘El acomodador’– we attempt to delineate an aesthetics of the margin and
the vacuum as a counterpart of the national symbolic semiotics. The conclusion
is drawn that the author appropriates the modes of significance of this semiotics,
subverting the mystifying intention and destabilizing the concept of text, as well
as the notion of identity.
La Garra Charrúa
mi nostalgia del año
mil novecientos treinta
(‘Eso’, Idea Vilariño)
1 El año 1930 es uno de los ‘períodos-bisagra’ más importantes de la historia del Uruguay.
Casi podría afirmarse que se trata de una tercera fundación nacional pero inversa, esto
es, sobre la base de la demolición de los símbolos nacionales, o de la conciencia agónica
de su vacuidad significante. Este proceso de refundación nacional es producto de una
bhs, 90 (2013) El vacío fundante en la estética de Felisberto Hernández 67
fuerte conciencia crítica, pero también de la reedición de una idea de nación perimida;
una suerte de aggiornamento de la nación que, no pocas veces, ha conducido a hablar de una
idea posmoderna de la nacionalidad uruguaya. Para algunos de los conceptos claves véase
Caetano y Rilla 2004.
2 Su tesis fundamental es que la noción de ‘uruguayidad’ y la construcción de una segunda
idea de nación están ligadas a la reconfiguración del Estado moderno.
3 Emir Rodríguez Monegal, representante de esta generación, sintetiza muy bien el espíritu
de su generación al abrir años más tarde la revista literaria Mundo Nuevo, en cuyo primer
número (1966) propone que la cultura latinoamericana se inserte en un contexto a la vez
internacional y actual, ‘que permita escuchar las voces casi siempre inaudibles o dispersas
de todo un continente y que establezca un diálogo que sobrepase las conocidas limitaciones
de nacionalismos, partidos políticos […], capillas más o menos literarias y artísticas’.
68 Federico López-Terra bhs, 90 (2013)
drán son extensibles a la casi totalidad de su obra. Las referencias aquí traba-
jadas funcionan, esencialmente, a modo de ejemplo de una propuesta exegética
mucho más amplia.
Este lugar desplazado que ocupó Felisberto Hernández está presente también
en sus personajes, que se construyen, curiosamente, desde una dinámica en la que
todos apuntan al biografismo pero, al mismo tiempo, reniegan de él. Se ubican en
una doble condición de marginalidad que, de algún modo, constituye su primer
impulso vital/ ficcional. La primera condición marginal a la que aludíamos es el
posicionamiento ambiguo en una zona oscura desde la que se induce continua-
mente a una lectura en clave autobiográfica: la narración en primera persona
y su condición de pianista forman parte de esta constante que implicaría una
interpretación desde la marginalidad vital; ‘Me pidieron que tocara el piano’
(NEL; Hernández 1967: 58), ‘El teatro donde yo daba los conciertos’ (EB; 1967:
59) o, incluso, la menos orientada ‘Yo era acomodador de un teatro’ (EA; 1967:
75), son ejemplo de ello. Es interesante observar que, en este sentido, los relatos
funcionan de manera solidaria como un todo, por lo que en ‘El acomodador’, aun
cuando el protagonista no desempeña la función de pianista, la orientación de la
lectura ya ha quedado instituida en clave autobiográfica por el resto de relatos.
Sin embargo, no es menos cierto que los mismos reniegan, de manera ambigua
también, de este autobiografismo. La acumulación de sucesos incomunes, más
allá de su particular focalización, generan un clima enrarecido – lo fantástico en
Felisberto Hernández requiere, claramente, un capítulo aparte (cfr. D’Argenio
2006) – que rechaza la simple aceptación de un modelo unívoco, y tranquili-
zador, de lectura. Esta indeterminación se trasvasa a sus personajes en general, y
a sus protagonistas en particular. Con relación a esta indeterminación Englekirk
y Ramos señalan que:
Mejor quizá que nadie en el país, Hernández supo presentar ciertos estados de
conciencia ultranormales que colocan a sus personajes en ese clima de misterio
característico de la zona intermedia entre la normalidad y la locura. Ya desde sus
primeros intentos narrativos, el ‘yo’ introspectivo del autor actúa en un terreno
psíquico o de evocaciones biográficas o de ‘estados mórbidos de la vigilia’ que dan
del mundo una imagen extrañadamente espectral. (Englekirk y Ramos 1967: 92–93)
Esta zona intermedia en la que se mueven todos los relatos es la que anula
las correspondencias unívocas. Se trata de una característica recurrente en
esta narrativa, donde cada elemento implica y engendra su contrario. Esta
ambigüedad se traduce en la imposibilidad de alcanzar cualquier certeza sobre
el estatus del autor, los personajes o incluso el lector y la lectura.
La segunda marginalidad de los personajes no tiene que ver con una posible
identificación biográfica, sino que es estrictamente narrativa. Nos referimos
a la condición marginal que viven todos los protagonistas con relación a la
sociedad en la que se encuentran inmersos y de la que participan siempre de
forma incidental, o incluso accidental. Esta marginalidad adquiere las formas
más diversas. Frecuentemente esta no pertenencia se traduce en su condición de
turistas o viajeros: ‘Había una ciudad que a mí me gustaba visitar en verano. En
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esa época casi todo un barrio se iba a un balneario cercano’ (EB; Hernández 1967:
59), donde la marginalidad está doblemente reforzada por el desplazamiento,
en este caso físico, de la casi totalidad de los habitantes. A esto debe sumarse su
condición de invitado: ‘Usted podrá venir a cenar a mi casa cuando quiera’ (61),
lo que acaba distanciándolo en tres grados de la centralidad. En ‘El acomodador’
no se trata de un simple turista sino de un inmigrante que se traslada a vivir
a la ciudad: ‘Apenas había dejado la adolescencia me fui a vivir a una ciudad
grande’ (75), pero, aunque la condición pudiera parecer a priori menos precaria
y el desplazamiento pudiera verse invertido – del campo a la ciudad: del margen
al centro –, el relato continúa:
Yo […] parecía un ratón debajo de muebles viejos. Iba a mis lugares preferidos como
si entrara en agujeros próximos y encontrara conexiones inesperadas. Además, me
daba placer imaginar todo lo que no conocía de aquella ciudad. (EA; Hernández
1967: 75)
La comparación de la ciudad moderna con una ratonera deja en evidencia la
condición degradada del protagonista como consecuencia de un mundo también
degradado, al que no consigue sobreponerse. Pero su condición marginal es al
mismo tiempo marginada, voluntaria y, por consiguiente, no puede hablarse de
un desplazamiento invertido: el protagonista rehúye toda condición hegemónica
y elige moverse en el mundo de lo desconocido, o lo que es lo mismo, de manera
ex-céntrica.4
La negación no es solo un elemento recurrente sino un principio fundante: se
trata de un ser que no es, actuando como si lo fuera, con las consecuencias que esto
trae aparejado. La situación precaria, por lo circunstancial, e incluso accesoria,
en la que se encuentran inmersos los protagonistas se trasvasa en los relatos en
una condición de precariedad del personaje mismo como ser que adolece de una
carencia o falta crónica. Carencia que suele manifestarse como agresión desde
el afuera en términos de despojo o de mutilación, antes que como inherente al
personaje mismo.
Todos los personajes de Felisberto ostentan esta carencia crónica que se
trasluce – en términos generales – en su carácter esencialmente asocial. Se trata
de seres que quedan relegados del centro al que se adscriben generalmente por
el doble mecanismo de autoexclusión y de expulsión, que interactúan de manera
conjunta. Esta marginación se vuelve contradictoria con su condición textual
protagónica y de este antagonismo surge la matriz textual del relato.
La carencia y su consecuente impulso restitutorio están claramente vincu-
5
lados con las nociones de negación y de fetiche propuestas por Freud, cuyos
Entonces, una vez que se vuelve innecesario el fetiche, este pierde su valor
mágico y desaparece:
En los días que siguieron tuve mucha depresión y me volvieron a echar del empleo.
[…] Además fui perdiendo la luz: apenas veía el dorso de mi mano cuando la pasaba
por delante de los ojos. (92)
8 Esta hipótesis es análoga a la que apunta González Laurino (2001) como clave para entender
la noción de ‘uruguayidad’: en la conciencia de esta condición discursiva del mito se ubica
la crisis del concepto mismo y la idea de nación como relato.
9 Para el tema de la espectacularidad en la narrativa felisbertiana véase Díaz 1991.
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contemplación y se deje fuera del mismo la narración del final del relato de
la suicida. Sabemos que se ha enunciado porque, al volver sobre la escena, los
personajes están discutiendo a propósito de este final, sin llegar a saberse nunca
cuál ha sido: ‘Al terminar mi cuento se encendió el barullo y la gente me rodeó’
(55), es todo lo que se dice.
Esta lectura funcionará a su vez como mise en abîme del final del relato principal
que también se/nos frustra. Luego de las continuas alusiones de carácter sexual
10
que el relato propone en clave psicoanalítica, y que tienden a hacer pensar al
lector que la narración decorrerá en torno a la relación del protagonista con una
joven muchacha sobrina de las anfitrionas, el final vuelve a quedar fuera:
Yo me iba entre los últimos, tropezando con los muebles, cuando la sobrina me
detuvo:
– Tengo que hacerle un encargo.
Pero no me dijo nada: recostó la cabeza en la pared del zaguán y me tomó la manga
del saco. (NEL; Hernández 1967: 59)
Se termina el relato cuando parecería que algo está por comenzar, como si,
empecinado en frustrar las expectativas del lector, el relato optara siempre por
el vacío y por lo no dicho.
Pero así como se suspende el final, lo mismo ocurre con la utilización de los
tiempos verbales, suspensión prefigurada también desde el título. La utilización
del pretérito imperfecto como tiempo inconcluso se conjuga con la del pretérito
perfecto como el tiempo centrado, concreto y tangible: el tiempo del mundo
exterior, del mundo objetivo; el tiempo de los otros. Se trata de una utilización
absolutamente consciente que permite la distinción de espacios claramente
delimitables: el tiempo de la conciencia individual y el tiempo de la conciencia
objetiva.
La diferenciación se ve claramente en la escena que el personaje contempla a
través de la ventana. Esta digresión de la que hablábamos antes es narrada en su
casi totalidad mediante el pretérito imperfecto. Todo esto provoca la sensación
de que se trata de un mundo paralelo – el del co-pretérito en términos de Bello
– en el que el tiempo se encuentra suspendido y, por lo mismo, dominado por
una atmósfera mítica que permite la intromisión de lo fantástico como elemento
natural, no extraño:
Aunque seguía leyendo, pensaba en la inocencia con que la estatua tenía que repre-
sentar un personaje que ella misma no comprendería. Tal vez ella se entendería
mejor con las palomas: parecía consentir que ellas dieran vueltas por su cabeza
y que se posaran en el cilindro que el personaje tenía recostado al cuerpo. (NEL;
Hernández 1967: 54)
Pero además, el uso del pretérito imperfecto para este mundo, en contraste con
el uso del pretérito perfecto, que domina las descripciones en paralelo de, por
ejemplo, las escenas del salón, adscriben claramente cada tiempo con relación
a un espacio, y unas pautas de funcionamiento determinadas, que admiten o
rechazan determinados acontecimientos o propuestas narrativas. De hecho, cada
tiempo pone en juego distintas formas del pacto ficcional; lo que sería admisible
en un plano, no lo sería en el otro.
El procedimiento verdaderamente subversivo, sin embargo, consiste en el
trastrocamiento de los valores de un mundo por los del otro, violentando así
todos los parámetros hasta ahora estables. En el relato esta inversión se produce
cuando el protagonista intercala sistemáticamente la visión de la estatua con la
de la joven recostada en la pared. Así, mediante un claro proceso metonímico,
los valores de la centralidad quedan desplazados hacia los márgenes y viceversa,
dotando, por un lado, de vida al mundo inanimado – la estatua adquiere la vida
de la joven – y disecando – cosificando – el mundo humano que se presenta
hostil al protagonista. Se desplaza la centralidad fuera y la marginalidad dentro,
a través del uso verbal. Una vez conseguida la identificación plena entre ambas
figuras – la joven sobrina y la estatua –, se lleva a cabo un cambio en la utili-
zación de estos tiempos, reservando ahora el pretérito perfecto para referir
a la estatua y el imperfecto para referir a la muchacha. El trasvase temporal
funciona como forma de cooptación de los espacios narrativos – ya que no de
los narrados –, y viabiliza la consumación de lo fantástico como usurpación
del mundo convencional en la narración. Pero también se trata de la conquista
de un mundo sobre otro, lo que permite al personaje la manipulación como
mecanismo restitutorio.
A modo de conclusión
Obras citadas
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Pre-Textos).
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