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UNA LECTURA SOBRE LAS PULSIONES EN FREUD

Texto redactado para los carteles “El imperio de las imágenes” previo al VIII encuentro de la ENAPOL 2015

José Aurelio Segales

Realizar una lectura acerca de la pulsión en los textos freudianos trae consigo de por si
algunas dificultades. Al ser la pulsión un concepto fundamental para el psicoanálisis, exige una
definición univoca, pero dentro las lecturas de los textos freudianos, se puede encontrar que la
palabra pulsión puede cobrar más de una significación, dependiendo del momento de su
concepción, y su articulación con otros conceptos que Freud desarrollaba conjuntamente. Sin
embargo a lo largo de su obra, Freud mantuvo siempre una exigencia epistemológica, a la que
permaneció fiel durante todo su desarrollo, y desde sus inicios se apoyó en un dualismo
pulsional, que le sirvió de guía, de marco referencial para recoger los datos de la práctica clínica.
No obstante el mismo Freud, con el desarrollo de las observaciones que la clínica le proponían,
tuvo que revisar y modificar en ciertos momentos lo que a nivel teórico venía desarrollando. De
tal forma se puede leer en su obra, cómo el padre del psicoanálisis realizaba criticas rigurosas
contra sus propias hipótesis de trabajo, llevándolas hasta su más allá para darles una suficiente
valides, muchas veces desde los casos clínicos, y otras tantas echando mano de analogías con
otras ramas, como la biología, la sociología, la mitología y el arte entre otros. Dicha complejidad
en su discurso teórico tiene su asidero en esta dialéctica, un recorrido siempre de ida y vuelta,
que ofrece la riqueza de conceptos clínicos que siempre plantean nuevas preguntas y posibilitan
ciertas respuestas, que sirven de estructura para así poder aprehender las nociones clínicas ahí
depositadas. La palabra misma, pulsión, aparece por vez primera en 1905 en “Los tres ensayos
para una teoría sexual”, pero la necesidad del concepto había precedido a la aparición del
término. Es así que Freud entendió rodear mediante la pulsión, la especificidad de la sexualidad
humana, pero esa especificidad requiere la distinción de la sexualidad y la necesidad biológica,
en términos del propio Freud, habría que “distinguir el hambre del amor”. Siguiendo así este
sesgo, tomando como referencia la clínica y la dialéctica freudiana, para aterrizar finalmente en
los aportes realizados por Lacan, se propone el recorrido de una lectura sobre la pulsión en la
obra freudiana, partiendo de esta distinción respecto a la sexualidad humana, en tanto la
necesidad de entender su relación, para poder así, obtener los recursos como bases para el
desarrollo de la noción de sublimación, y su relación en la creación, que es lo que subyace en
esta obra dedicada al arte.

GÉNESIS DE LA PULSIÓN

Partiendo de la práctica clínica, Freud comienza a develar, que el origen de los síntomas
de las neurosis tiene su etiología en la vida sexual infantil de cada sujeto, comenzando a esbozar
que la sexualidad infantil posee un carácter estructurante en el aparato psíquico. En su artículo de
1905 “Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las Neurosis” explica que la
histeria es la expresión de un comportamiento particular de la función sexual del individuo, y que
ese comportamiento está marcado por las influencias y vivencias que recibieron en la infancia,
como lo formalizó después en “Tres ensayos de una teoría sexual” explicando que los síntomas
neuróticos son la práctica sexual de los enfermos. Ya en 1895 Freud presentó “La etiología de la
Histeria” junto con otros textos paralelos, en los cuales propuso la hipótesis sobre las fantasías de
seducción, que destacan una vivencia traumática frente al encuentro del sujeto con la sexualidad.
Freud afirma que en el trabajo con sus pacientes histéricas, ellas decían que en algún momento
de su infancia, éstas habían sido seducidas por un adulto. Es a partir de esta interrogante que
Freud empieza a introducir el análisis de la sexualidad infantil en el ser humano, un ser
atravesado por el lenguaje y la cultura, y que por tal motivo, ha perdido toda su naturalidad.

A través de la investigación sobre la noción de la sexualidad infantil, Freud empieza a


romper con la concepción de sexualidad equiparable a genitalidad. Freud va a decir que la
sexualidad es algo constitutivo de la historia de cada sujeto y de las vicisitudes del complejo de
Edipo. Es decir que la anatomía sexual que cada uno porta en tanto seres humanos, no define la
sexualidad del sujeto, ni su elección de objeto. Ésta es definida por una elección, es decir, asumir
una posición sexuada por parte del sujeto, de acuerdo al atravesamiento del complejo de Edipo y
su consecuente estructuración. Freud realizará una dura, pero acertada crítica a la idea imperante
de la sexualidad en su época, argumentando que ésta, no es una definición científica, sino que
ésta es un concepto moral, vulgar, que no alcanza para definir correctamente lo que ocurre en la
sexualidad humana.

A raíz de los estudios realizados en los “Tres ensayos de una teoría sexual” Freud hace
algunas observaciones sobre las llamadas “desviaciones de la meta sexual”, en donde da cuenta
que un sujeto, no siempre alcanza la satisfacción a través del sexo opuesto, incluso, muchos de
estos pueden prescindir de un otro para obtener su satisfacción. Este análisis permite entender
que la sexualidad es más amplia que la genitalidad –la unión de los genitales durante el coito– ya
que se pueden observar muchas manifestaciones en los sujetos, en donde está en juego el placer
sexual y no se incluye el acto sexual en sí mismo, como refiere sobre esta divergencia sobre la
sexualidad y la genitalidad ya en la “Conferencia N° 21”: “Veo un paralelismo […] Mientras que
para la mayoría consciente y psíquico son lo mismo, nosotros nos vimos precisados a ampliar
este último concepto y a admitir algo psíquico que no es consciente, y sucede algo parecido
cuando otros declaran idénticos sexual y genital, mientras que nosotros debemos admitir que
algo sexual no es genital, ni tiene nada que ver con la reproducción”. Freud dirá que no existe,
para el ser que habla, un objeto predeterminado para su satisfacción sexual, es decir no existe una
relación complementaria entre sexos, entre la hembra y el macho de la especie humana. Así lo
observa en los fetichistas, que prescinden completamente de un otro para alcanzar la satisfacción,
y lo sustituyen por cualquier objeto que cause el deseo para obtener el fin de la sexualidad.
Desde este aspecto Freud plantea que el fin de la sexualidad, no es únicamente la reproducción,
cuestión que sí se observa en los animales que poseen ciclos de apareamiento. Para los estudios
realizados por Freud, el fin de la sexualidad es la satisfacción, y dicha sexualidad no comienza en
la pubertad, sino desde la temprana infancia. Postulados bastante revolucionarios para los años
en los que Freud comenzaba a desarrollar la teoría del psicoanálisis.

Con el análisis y estudio de la sexualidad Freud empieza a preguntarse: ¿cuál es la fuente


de las fantasías de seducción en estas neurosis? y ¿qué relación tiene la sexualidad, que lleva a
crear fantasías en estos pacientes, o porqué su elección desafía la aparente normalidad
establecida? Freud empieza a comprender a partir de esta correspondencia, que la sexualidad en
el ser humano no está determinada por un instinto, ni la necesidad biológica, sino que más bien
ésta se realiza en el ámbito psíquico. La fantasía, y la realidad en el sujeto es un producto
puramente psíquico. Ahora bien, cuando uno hace referencia a la sexualidad,
independientemente de la complementariedad, se la debe considerar desde su otra vertiente, la
del cuerpo. La sexualidad es un concepto que toca el cuerpo, el cuerpo está allí presente, pero
esto no exime de pensar que la realización sexual se da en el ámbito psíquico. Es precisamente
aquí, dónde Freud va a utilizar la noción de la pulsión, como un concepto para articular lo que
ocurre a nivel del cuerpo, con lo que ocurre a nivel del aparato psíquico respecto a la sexualidad
en el sujeto.

Las lecturas de la obra freudiana, ofrecen dos importantes definiciones del concepto de la
pulsión, que se desprenden de dos textos que pertenecen a momentos diferentes en su obra: una
de ellas de 1905, se encuentra en los “Tres ensayos de una teoría sexual” y la siguiente,
precisamente el texto dedicado a su estudio, que lleva el nombre de “Pulsiones y destinos de
pulsión” de 1915. La primera definición de pulsión de Freud que se encuentra en los tres ensayos
argumenta que se puede entender por pulsión: “El representante psíquico de una fuente de
estímulos intrasomática en continuo fluir; ello a diferencia del «estímulo», que es producido por
excitaciones singulares provenientes de fuera. Así, «pulsión» es uno de los conceptos del
deslinde de lo anímico respecto de lo corporal”. Tratando de desglosar esta definición, se puede
entender que Freud realiza una diferenciación respecto a un estímulo que en principio es
inespecífico y que se produce en el cuerpo, a la que denominará excitación endógena, así mismo
éste estímulo intrasomático, o endógeno se diferencia de los estímulos externos al cuerpo,
denominados exógenos, respecto a que estos son percibidos del mundo exterior por el cuerpo, a
través de los sentidos. En principio, la descarga del uno y del otro, intentaran ser tramitados a
través de la motilidad, pero ésta no es suficiente, al menos para los estímulos intrasomáticos, de
las cuales el sujeto no puede huir. Estas excitaciones, estos estímulos intrasomáticos, serán
entonces representados, ubicando de esta forma a las pulsiones en relación de lo psíquico y lo
corporal. Así, se tiene a la pulsión como el representante psíquico de una fuente de excitación
que proviene del propio cuerpo –zonas erógenas– es decir que la pulsión representa esos
estímulos en el cuerpo ante el aparato anímico, a causa de un deslinde de lo anímico, es decir
algo del orden de lo psíquico que trastocó lo corporal, de-marcó el cuerpo. Freud continúa en el
mismo texto: “En sí –las pulsiones– no poseen cualidad alguna, sino que han de considerarse
sólo como una medida de exigencia de trabajo para la vida anímica”. Freud hace referencia aquí,
a una cierta transformación de la energía somática en energía psíquica. En este texto plantea que
la “fuente” de la pulsión es un proceso excitador en el interior de un órgano, y su meta inmediata
consiste en cancelar ese estímulo de órgano. La pulsión exige algo a la vida anímica, y esto es,
precisamente que tramite el estímulo proveniente del propio cuerpo. Respecto a ese estimulo de
órgano con relación a la pulsión, Freud refiere que la pulsión fluye de manera continua,
indicando esa característica que tiene la pulsión, respecto a su insistencia para su satisfacción, es
decir, una exigencia permanente de la que el sujeto no puede huir. Ahora, sobre la tramitación de
dicho estimulo intrasomático, en el “Proyecto de psicología para neurólogos” Freud refiere a que
estos estímulos sólo cesan bajo precisas condiciones que tienen que realizarse en el mundo
exterior; como por ejemplo, la necesidad de alimento. Debido a que el sujeto está puesto bajo
unas condiciones que se puede definir como apremio de la vida, por lo que el sujeto tiene que
admitir un acopio para solventar las demandas de la acción específica. Esto deja establecido, que
para la satisfacción de estas excitaciones, será necesaria la asistencia de un objeto específico que
yace en el mundo exterior.
Entonces, la pulsión es una medida de exigencia de trabajo para la vida anímica, ésta,
exige en la vida anímica la tramitación de un estímulo, el cese de dicho estímulo en el cuerpo,
que se representaría a nivel subjetivo como satisfacción, pero, la vida anímica tiene un problema,
tiene a su cargo a través del sistema percepción-conciencia, el examen de realidad. Y la realidad,
muestra que el objeto adecuado para descargar el estímulo en el cuerpo, en la zona erógena, no
existe, está perdido. Entonces lo único que le queda a la vida anímica es aportar no un objeto,
sino una fantasía, una alucinación que sirva de soporte psíquico para dicha descarga.

PULSIÓN

Representante Exigencia
CUERPO APARATO PSÍQUICO
Fuente de estímulos Tramitación de estímulo
intrasomática Examen de realidad
en continuo fluir Objeto (falta) - Fantasía

Esta fantasía, esta alucinación como soporte, permite comprender cómo la vida psíquica
participa en la construcción de la realidad del sujeto, y por lo tanto su posición respecto a ésta,
así mismo se puede entender cómo la sexualidad en el ser humano, lo real del sexo en la especie,
está trastocada y mediatizada por la estructuración de la realidad psíquica, respecto al cuerpo y
su erogenizacion. Freud en el “Proyecto de psicología para neurólogos” pone una cierta
relevancia al tacto y la mirada, en la medida en que son vinculados a las experiencias
provenientes de la infancia en el contexto de lo sexual; Freud refiere que es el tacto, la acción
primaria por medio de la cual se mantiene una relación con el mundo material y se adquiere
posesión del objeto a través de la motilidad, así permite advertir la importancia de la concepción
de cuerpo para el psicoanálisis. Lo cual permite leer la superficie del cuerpo como un sitio del
que emergen simultáneamente, percepciones internas –los afectos –y las percepciones externas –
los objetos. Siguiendo con esta línea, se puede decir que a través de la percepción del cuerpo, la
función del tacto permite el reconocimiento de los objetos externos y al cuerpo en calidad de
objeto, por lo tanto a partir de esta lógica, el cuerpo es tomado como un “objeto Otro”.

Desde esta perspectiva, la intención de Freud trasciende los límites de la percepción de


los objetos, ya que no es solo la percepción en si la que interesa, sino la posición de estos objetos
desde el sentido del placer, articulándose en esta relación: lo psíquico y el cuerpo, a través de las
pulsiones. Las percepciones que se tiene de los objetos, desembocan en la formación de la
representación, por tanto, ésta se ubicará entre el sujeto que percibe y el objeto: lo representado
diferirá de cualquier objeto exterior, porque no se trata de una fiel copia de éste, sino será una
alucinación, una fantasía. Lo vivido, es el encuentro del sujeto tanto con el mundo interior como
el exterior, a partir del cual aquello no susceptible a una simbolización, aquello que represente
una pérdida para el sujeto, se constituirá en el objeto de deseo, de acuerdo al principio del placer
bajo sus propias leyes, es decir si éste objeto producirá en el sujeto placer o displacer. Por lo
tanto el individuo estará sujeto a la búsqueda de la experiencia desiderativa alucinatoria, de ese
signo que es su huella en el aparato psíquico, huella del objeto perdido para siempre debido a la
falla de transcripción. De tal manera Freud expresa que cada neurosis perturba en algún modo el
nexo del enfermo con la realidad, la neurosis es para el sujeto un medio de retirarse de la realidad
y, en sus formas más graves, importa directamente una huida de la vida real, como es el caso de
las psicosis.

Retomando la teoría de las fantasías de seducción, es decir el encuentro del sujeto con lo
real de la sexualidad, Freud explica que éste encuentro es traumático para el sujeto, y este
estímulo en el cuerpo exige su tramitación por parte de la vida anímica, vía su representante –la
pulsión – y esta tramitación, continúa Freud, se realizará a través del yo, que se encuentra al
servicio de la realidad, emprendiendo la represión de ésta moción pulsional, es decir de aquella
excitación intrasomática producida, representada ahora ante el aparato psíquico. El sujeto se
defiende de esta moción –representación– pulsional por medio de la represión, pero esta se
rebelará contra ese destino, pero el sujeto obtendrá un aflojamiento de las relaciones con la
realidad y el fragmento que ha sido sacrificado pasa a formar parte de la realidad psíquica. Lo
reprimido busca una satisfacción sustitutiva que será “el síntoma” que se impondrá al yo, el cual
verá alterada y amenazada su unidad y luchará contra el síntoma, como lo hacía con la moción
pulsional, de lo cual resultará la patología de la neurosis. En la neurosis, frente a la realidad
indeseada, frente a las mociones pulsionales que emergen del cuerpo, de la sexualidad, del
encuentro traumático con lo real del sexo, surgen en el sujeto tentativas de sustitución de ésta,
por medio de los deseos, éstos facilitados por las fantasías. Donde el neurótico elegirá apoyarse
en el material de los juegos infantiles, es decir un fragmento de la realidad distinto de aquel
contra el cual tuvo que defenderse, la alucinación, si se quiere un delirio.

En 1915 Freud ofrece la segunda definición sobre la pulsión, desarrollada en el texto


“Pulsiones y destinos de pulsión”: “La pulsión nos aparece como un concepto fronterizo entre lo
anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del
interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es
impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal”. Nuevamente Freud
destaca a la pulsión como ese representante entre el cuerpo y el aparato psíquico, como resultado
de la trabazón de éste último con lo corporal. Cabe recordar que aquello concerniente a la
excitación, a los estímulos, muestra el aspecto económico de la teoría metapsicológica freudiana,
es decir, entender el destino de las cantidades de excitación (energía / afecto) que se invierten
cuando el aparato psíquico realiza cierto trabajo para procurarle al cuerpo una satisfacción, es
decir la inscripción, y la transcripción de dicho –goce– estímulo. Los estímulos pulsionales
exigen actividades mucho más elevadas que la huida o la motilidad, ésta mueve al sujeto a
actividades complejas, dice Freud, encadenadas entre sí que modifican el mundo exterior a través
de la fantasía, de la alucinación, lo suficiente para que se satisfaga a la fuente interior de
estímulo. Y sobre todo, obligan al sujeto a renunciar a su propósito ideal de mantener alejados
los estímulos. A partir de ello, Freud infiere que las pulsiones son los motores de los progresos
que han llevado al sujeto a su desarrollo; las pulsiones “Son decantaciones de la acción de
estímulos exteriores que en el curso de la filogénesis influyeron sobre la sustancia viva,
modificándola”.

En el estudio de la comprensión de las pulsiones realizados por Freud, éste observa la


incidencia de la pulsión en la vida psíquica del sujeto, y su relación con su realidad modificada, a
partir del descubrimiento de una doble tendencia en la estructura de la pulsión. La primera de
ellas refiere a una tendencia a la fijación –fijación de goce– que ya desde los primeros estudios,
es esbozada en 1895 en el “Proyecto de psicología para neurólogos” En el tercer apartado, Freud
intenta figurar los procesos normales en los sujetos, a través de la explicación del recorrido de las
cantidades a partir de los estímulos corporales. Con esta explicación Freud da cuenta que el
proceso del curso de una cantidad “Q” a través de cualquier asociación, podría prolongarse
indefinidamente, pero éste recorrido, es discernido posteriormente por la satisfacción inherente
en ella, por lo cual la fijación de este camino y de las estaciones terminales, contendrán luego, el
discernimiento de las percepciones eventualmente nuevas. Diez años más tarde ya en los tres
ensayos, Freud afirma que la experiencia clínica ofrece las causas de ciertas patologías,
aludiendo a esta tendencia de fijación en la pulsión; Freud dirá que el perjuicio de éstas tiene por
condición que la pulsión parcial correspondiente, haya contribuido a la ganancia de placer en
medida inhabitual ya en la vida infantil, y si a esto se suman ciertos factores, éstos coadyuvaran a
la fijación, engendrando así la búsqueda de su repetición y una compulsión a que éste
determinado placer previo, se integre en la vida posterior del sujeto.

Claramente se puede entender a partir de esto la función estructurante de las pulsiones, y


su consecuente incidencia en el cuerpo y la realidad psíquica de todo sujeto. En las
“Conferencias de introducción al psicoanálisis” de 1916 el propio Freud refiere a la causación de
las neurosis a ese punto de fijación de la pulsión, que empuja y dirige al sujeto en determinadas
direcciones y elecciones, en pos de su satisfacción, aunque estas tengan inclinación al conflicto
con el desarrollo del yo: es así que siguiendo a Freud: “La fijación pulsional del adulto, lo que
hemos introducido en la ecuación etiológica de las neurosis, es representante del factor
constitucional de ésta”. No obstante de su carácter estructural, la tendencia a la fijación que
muestra la pulsión, deja entre ver ese resto irreductible propio de su esencia, resto pulsional que
no puede ser totalmente integrado a sustitución o desplazamiento, pues éstos procesos, estarán
siempre en relación a una cierta cantidad de fijación, lo que muestra que toda pulsión es
estructuralmente parcial, ligada a la pregenitalidad y a sus zonas erógenas, ecos de los residuos
de formas arcaicas de la libido.

La segunda tendencia en la estructura de la pulsión descubierta por Freud, se refiere a su


tendencia a la plasticidad, ligada a la capacidad de la pulsión para realizar su satisfacción a
través de desplazamientos. Esta característica de la estructura pulsional se evidencia con bastante
claridad en los textos de 1923 y 1938: en “El yo y el ello” Freud (1923) dirá que “Las pulsiones
eróticas nos parecen, en general, más plásticos, desviables y desplazables”; de igual manera en el
“Esquema del psicoanálisis” de 1938 refiere: “Hemos comprobado que las pulsiones pueden
alterar su meta (por desplazamiento) y que también pueden sustituirse mutuamente, unas a otras
traspasando la energía de una pulsión sobre otra”. Freud teoriza abiertamente el carácter
extraordinariamente plástico de las pulsiones, explicando que las pulsiones son
extraordinariamente plásticos, pueden sustituirse uno al otro, uno puede asumir sobre si la
intensidad del otro, si la satisfacción de uno viene frustrada por la realidad, la satisfacción de otro
puede ofrecer una plena compensación. La naturaleza de esta estructura de la pulsión, evidencia
que ésta puede darle al sujeto una manera de satisfacerse en más de un modo, y sobre todo,
dejando abierta la puerta, el camino de la sublimación.
Esta tendencia a la plasticidad de la pulsión no es suprimida ni siquiera por el supuesto
primado de la genitalidad. En el sentido en que ni siquiera la genitalidad puede reducir al Uno el
pluralismo pulsional, como planteaban algunos post-freudianos. Sin embargo la plasticidad de la
pulsión estará en relación a un monto de fijación, un límite insuperable trazado por la propia
estructura de la pulsión. La plasticidad de la pulsión queda incluida en su límite introducido por
su propia fijación, que ancla y limita el movimiento plástico de toda pulsión. De esta forma las
reflexiones freudianas invitan a leer lo pulsional desde estos dos polos tensionales, que consiste
justamente en pensar juntos a la plasticidad y la fijación, vertiente simbólico y real, en la
estructura de la pulsión.

Así mismo en el texto de 1915 Freud introduce en el estudio de la pulsión, cuatro


términos que se articulan en conexión con el concepto de pulsión, siendo estos: empuje o
perentoriedad, meta o fin, objeto, y la fuente de la pulsión. Realicemos un recorrido respecto a
que se entiende por estos términos:

Empuje (Drang): es el factor motor de la pulsión, es el factor cuantitativo de la pulsión, es decir


la suma de fuerza o la cantidad de esfuerzo de exigencia de trabajo. Éste carácter perentorio es la
cualidad de la pulsión, de acuerdo a Freud ésta constituye la esencia misma de toda pulsión.

Meta (Ziel): Freud dice que la meta de la pulsión, es cancelar el estímulo en la fuente. Como la
pulsión es una medida de exigencia de trabajo para la vida anímica, la meta solo puede ser
alcanzada por la supresión del estado de estimulación de la fuente de la pulsión. Pero Freud
agrega que la meta de toda pulsión es invariable, por lo que puede haber diversos caminos que
conduzcan a esta, de manera que para cada pulsión puede existir diferentes metas o fines,
susceptibles de ser combinados o sustituidos entre sí. Es decir que la meta de la pulsión puede
también devenir inhibida, o desviada, pero que a tales procesos se halla enlazada una satisfacción
parcial.

Objeto (Objekt): es la cosa en la cual o por medio de la cual, la pulsión puede alcanzar su
satisfacción, esto sería, que por medio del objeto se alcanzaría la meta. Sin embargo Freud
continua explicando que es el objeto lo más variable de la pulsión y lo más contingente. Éste no
se halla enlazado a la pulsión originariamente, sino está subordinado a ésta, a causa de su
adecuación al logro de la satisfacción. Sobre el objeto Freud explicita que éste puede ser una
persona, un objeto parcial, real o fantaseado, incluso, no necesariamente algo exterior al sujeto,
sino que puede ser una parte cualquiera de su propio cuerpo y es susceptible de ser sustituido por
otro en el curso de los destinos de la vida pulsional. Así mismo puede presentarse el caso de que
el mismo objeto sirva simultáneamente a la satisfacción de varias pulsiones.

Fuente (Quelle): la fuente de la pulsión es la zona –erógena– de dónde partió el estímulo que la
pulsión representa ante el aparato anímico; se desarrolla en un órgano o una parte del cuerpo.
Justamente las diferencias que presentan las funciones psíquicas de las diversas pulsiones,
pueden ser atribuidas a la diversidad de sus fuentes.

Tanto el término objeto como el de fuente presentan esa articulación de estos términos y
la pulsión con el propio cuerpo del sujeto: la fuente: como el lugar de origen de donde parte el
estímulo que la pulsión representará, y el objeto: en tanto variable, puede ser una parte del
cuerpo, por el cual la pulsión alcanzaría su satisfacción. Esto pone en evidencia la relación de la
vida pulsional con el concepto que Freud denominó “autoerotismo”, es decir aquella etapa pre-
genital y anterior a la constitución del narcisismo, en donde la satisfacción que se obtiene, es del
propio cuerpo sin mediación imaginaria o simbólica de algún objeto. En una nota en el texto
“Tótem y tabú” Freud refiere que en los tres ensayos se puede leer que los componentes
pulsionales de la sexualidad trabajan en la ganancia de placer, cada uno para sí y hallan su
satisfacción en el propio cuerpo; y esto es lo que se nombra autoerotismo. Desde esta perspectiva
se entiende que la satisfacción que busca la pulsión tendrá ese remanente autoerótico, cabe
recordar que Freud en 1914 plantea que las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales, y
refiriéndose a las etapas de la libido, propone al autoerotismo como anterior, y que por lo tanto
algo tiene que agregarse a éste, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya.
Cabria preguntarse cuáles serían los efectos de esta acción sobre el autoerotismo, esto acarrearía
consigo ¿una pérdida de satisfacción? y/o quizá ¿una renuncia de goce?

Continuando con el recorriendo de esta articulación del autoerotismo con la pulsión,


Freud propone en esta etapa de la teoría psicoanalítica, la distinción de dos grupos pulsionales
primitivos: las pulsiones del yo o pulsiones de conservación y el de las pulsiones sexuales. Es
necesario comprender que Freud en este momento, no establece una hipótesis concluyente sobre
esta división; de tal forma se verifica a lo largo de su obra, que con la incursión hacía el más allá
del principio del placer, Freud finalmente dejará establecido que la pulsión es una sola y encierra
estas construcciones auxiliares, que sirvieron para la labor descriptiva del estudio de la pulsión
en la vida psíquica del sujeto. Freud deja claro que las pulsiones sexuales tienen como fin la
consecución del placer de órgano, y estas en sus inicios se apoyan en las funciones de
autoconservación, de tal forma que la sexualidad infantil nace apuntalándose en funciones
corporales importantes para la conservación de la vida, y puesto que la satisfacción pulsional se
encuentra en el cuerpo propio, es autoerótica. En la infancia, la meta sexual se encuentra bajo el
dominio de una zona erógena, entendida como sector de la piel o de la mucosa en la que
estimulaciones de cierta clase provocan una sensación, un estímulo de determinada cualidad.
Así, Freud explica que en el caso más simple, la alimentación del infante una función importante
para la vida, está familiarizado con determinado placer en el cuerpo, comportándose los labios
como una zona erógena y la estimulación de alimentarse como una sensación placentera. De esta
manera intervienen las pulsiones de conservación y las sexuales: se puede entender que el infante
al utilizar la boca y los labios para alimentarse hace de función la pulsión de conservación, a
continuación se sustituye el seno materno por una parte del propio cuerpo, siendo estos los
labios. La pulsión sexual, en pos de la satisfacción autoerótica, se pone así en funcionamiento y
brinda la base para que ulteriormente se dirija hacia los labios del partenaire. El quehacer sexual
se apuntala primero en una de las funciones que sirven a la conservación de la vida, y solo más
tarde se independiza de ella; el placer sexual no se anuda meramente a la función de los
genitales; la boca sirve para besar tanto como para la acción de comer y la comunicación
lingüística, y de manera análoga, los ojos no sólo perciben las alteraciones del mundo exterior
importantes para la conservación de la vida, sino también ofrecen al sujeto la posibilidad de
mirar las propiedades de los objetos, por medio de los cuales puede sentir cierto placer sexual, o
tal vez éstos puedan ser elevados a la condición de una elección amorosa.

Esta lectura permite comprender que las pulsiones sexuales en su primera aparición se
apoyan en ciertas funciones de autoconservación, a los cuales Freud denomina pulsiones de
conservación, de las cuales se desprenderá posteriormente, siguiendo también en la elección de
objeto los caminos que la pulsión del yo les marcan. Freud explica que parte de ellas –pulsiones–
permanecen asociadas a través de toda la vida a las pulsiones del yo, aportándoles componentes
libidinales, sobre esto Freud refiere que en el autoerotismo las pulsiones se encontraban cada una
para sí, y que posteriormente con la fase del narcisismo, las pulsiones sexuales antes separadas
confluyen en una unidad, hallando un objeto de satisfacción: el yo propio. Sin embargo, Freud no
dice que el autoerotismo se integra al narcisismo, sino que se divide en autoerotismo y
narcisismo, que plantea la doble tendencia de la pulsión: la plasticidad de la pulsión respecto a su
capacidad de satisfacción en más de un modo, desplazándose en un objeto que ahora
encontraron: “el yo”, y aquella tendencia a la fijación, la que se satisface por un lado en su más
allá.

Ahora bien, en el curso de su desarrollo, las pulsiones sexuales experimentan distintos


destinos, que no son más que diferentes modalidades de defensa contra ellas mismas. Freud en
1915 en el texto “Pulsiones y destinos de pulsión”, presenta cuatro posibles destinos:

 La transformación en lo contrario.
 La vuelta hacia la propia persona.
 La represión.
 La sublimación.

Como primer destino se encuentra la transformación en lo contrario que en su examen se


descompone en dos procesos distintos y separados: el primero es aquel que corresponde a la
transformación de una pulsión, es decir de la actividad a la pasividad. Este proceso solo
concierne a las metas o fines de la pulsión: la meta activa es sustituido por una meta pasiva, es
decir de acuerdo a Freud, en el ejemplo del par sadismo-masoquismo sería la transformación de
una posición activa de atormentar, a una posición pasiva: ser atormentado. El segundo proceso
hace referencia a la transformación en cuanto al contenido, que Freud la explica con la
transformación del amor en odio. Freud realiza una explicación sobre la relación del sujeto con el
objeto, y refiere que en el inicio de esta relación lo exterior, el objeto, causa de displacer por
romper la satisfacción autoerótica en el sujeto, será odiado, después de haber sido indiferente;
ahora si posteriormente el objeto se revela como fuente de placer, entonces este será amado, y a
su vez incorporado al yo, de suerte que para el yo-placer purificado el objeto coincide
nuevamente con lo ajeno y lo odiado. El reconocimiento del objeto se realizará en las relaciones
de placer y de displacer, de modo que el objeto puede ser amado cuando atrae al yo por
propiciarle placer, o éste será odiado cuando produce repulsa por ser fuente de displacer.

Respecto a la vuelta hacia la propia persona, que constituye otro de los destinos de la
pulsión, consiste en un proceso por el cual se produce el cambio de objeto, pero en el que sin
embargo, la meta o el fin no cambia. Esto se puede entender a partir de reflexionar, siguiendo el
mismo ejemplo; que el masoquismo no es sino un sadismo dirigido contra el propio yo, es decir
que el masoquista comparte el goce activo de la agresión a su propia persona. De tal forma se
puede evidenciar que, la vuelta hacia la propia persona coincide con la transformación en lo
contrario desde la actividad a la pasividad, Freud explica esta relación de la siguiente forma
respecto al par sadismo-masoquismo: a) Acción violenta dirigida a otra persona como objeto
‹‹atormentar›› sadismo. La pulsión busca dominar el objeto, a través de la afirmación de poder
hacia un objeto “no-yo”, distanciado de la sexualidad pero conectado con otra meta que le ofrece
el acento sexual; b) Este objeto es sustituido por la propia persona. Con la vuelta hacia la propia
persona, se transforma la meta de la pulsión de activa en pasiva ‹‹atormentarse››. El momento
reflexivo, coincidiría, con el autoerotismo, la fantasía sustituiría al objeto pasando a ser el
“propio yo”; c) Es buscada como objeto un nuevo sujeto, que a consecuencia de la
transformación de la meta, ahora toma el papel del sujeto, y para él propio sujeto ahora se trata
de ‹‹ser atormentado›› por este nuevo sujeto. El sujeto finaliza este circuito identificado con la
figura del atormentado, donde el advenimiento de lo sexual aparece de la excitación sexual que
acompaña al dolor. El segundo momento es observable en la neurosis obsesiva: la pulsión sádica
se detiene ahí y vuelve hacia el propio sujeto, a través de autoreproches y autocastigos, sin la
pasividad hacia una nueva meta. El tercer momento es el del masoquismo propiamente dicho,
como una reversión del sadismo.

Freud deja establecido estos tres momentos de la gramática de la pulsión, explica que el
verbo activo no se convierte en pasivo, sino en un verbo reflexivo intermedio, antes de su
desenlace: “atormentar” (posición activa), “atormentarse” (posición reflexiva), “ser
atormentado” (posición pasiva). Lo fundamental, a nivel de cada pulsión es el ir y volver en que
se estructura dicha pulsión, hay en el recorrido pulsional una reversión, que resulta fundamental
por la aparición en el tercer momento de lo que Freud nombra un nuevo sujeto, este sujeto es
propiamente a lo que Lacan denominará el Otro. Cabe aclarar siguiendo a Freud, que la
transformación de las pulsiones por cambio de actividad en pasividad y por la vuelta hacia la
propia persona, nunca se realiza en la totalidad; el primitivo sentido activo de la pulsión continúa
subsistiendo en cierto grado junto al sentido pasivo ulterior, tanto la fase preliminar como la
estructura final continúan existiendo conjuntamente, y esta afirmación se hace indiscutible
cuando en lugar de los actos a que llevan las pulsiones se considera el mecanismo de la
satisfacción.

Como tercer destino o defensa contra las pulsiones sexuales está la represión, que sólo
puede surgir si se ha producido una clara escisión entre los procesos conscientes y los procesos
inconscientes. Antes de esta separación, sólo la transformación hacia lo contrario y la vuelta
hacia la propia persona eran las únicas defensas contra las mociones pulsionales. Para la
emergencia del Inconsciente fue necesaria que una contrainvestidura preconsciente, produjera
una represión primordial sobre un evento traumático, a la que se le deniega el acceso a la
consciencia a un “representante de la representación” (Vorstellungsrepräsentanz) de una pulsión,
que no puede ser tramitada por el sujeto. Entonces la pulsión se fija a este representante de la
representación reprimido, que permanece inmutable. En un segunda momento lógico de la
represión, ésta recae sobre las ramificaciones del representante de la representación reprimida,
como así también sobre otras representaciones que se han vinculado a ella. Freud señala que no
se trata sólo de la represión ejercida desde lo consciente, sino que también hay que tener en
cuenta la atracción que ejerce lo reprimido primordial sobre todo lo que entra en su conexión. A
través de su trabajo en la clínica, Freud advierte que en la represión de un representante de la
representación interviene otro elemento, denominado monto de afecto (Affektbetrag) que
representa a la pulsión y remite en general a los destinos del factor cuantitativo de la moción
pulsional y éste puede experimentar un destino completamente diverso al de la representación
reprimida desaparecida de la conciencia. Este factor cuantitativo, según muestra el desarrollo
teórico de Freud en 1915 en “Lo inconsciente”, tiene tres posibles destinos: a) El afecto persiste
en un todo o en parte –si este persiste en un todo: se presentan aquellas patologías del acto, o en
algunos sujetos la creación artística; b) Es sofocado por completo de suerte que nada se descubre
de él; c) Sale a la luz mudado como un monto de afecto cualitativamente diverso particularmente
en forma de angustia. De aquí se desprenden entonces, los otros destinos de la pulsión o modos
de defensa contra ella: la trasposición de la pulsión sexual en angustia, y finalmente el último
posible destino de la pulsión, aquello a lo que Freud denominó “sublimación”, que a grandes
rasgos consiste en el desvío de una meta sexual hacia una meta nueva socialmente valorada. A
dicho destino pulsional –la sublimación– se le dedicará para su comprensión y estudio otro
apartado, por su estrecha relación e intervención respecto al arte y la creación.

Ya en el año de 1920 Freud culmina el texto titulado “Más allá del principio del placer”,
escrito que obliga un viraje sobre la noción de la pulsión; precisamente, porque es en este texto,
en el cual Freud introduce el término “pulsión de muerte”. Freud plantea en este texto lo que
denominó “el principio de Nirvana”: una tendencia dominante de la vida psíquica que aspira a
aminorar o hacer cesar la tensión de las excitaciones internas, ya anticipado en el “Proyecto de
psicología para neurólogos”, como el principio de inercia, que hace referencia a la descarga de
excitación a cero. Dicha aspiración, plantea Freud, se manifiesta en el principio del placer, y esta
es una de la razones para plantear la existencia de la pulsión de muerte. Esta idea de hacer cesar
la tensión de la excitación interna, deja claro para Freud, que hay una tendencia en el ser vivo a
volver a la estabilidad de lo inorgánico, a un estado anterior, una tendencia a la reducción
completa de las tensiones: “Todo lo vivo muere, regresa a lo inorgánico, por razones internas [...]
la meta de toda vida es la muerte; y retrospectivamente: lo inanimado estuvo ahí antes que lo
vivo”. Esto va a fundamentar que el aparato psíquico no está regido por el principio de placer,
sino que éste, está gobernado por un más allá del principio de placer. Es en este momento de la
teoría pulsional donde Freud propone un nuevo dualismo dentro la pulsión: la pulsión de vida
(Eros) y la pulsión de muerte, como refiere Freud (1920): Uno de los grupos pulsionales se lanza,
impetuoso, hacia adelante, para alcanzar lo más rápido posible la meta final de la vida; el otro,
llegado a cierto lugar de este camino, se lanza hacia atrás para volver a retomarlo desde cierto
punto y así prolongar la duración del trayecto”. De esta forma, Freud rompe con la idea de que el
ser humano busca su bien.

En 1924 en el texto “El problema económico del masoquismo” Freud señala que la libido
se enfrenta a la pulsión de muerte y la desvía en buena parte hacia fuera, estableciendo así una de
las características de la pulsión, a la que Freud se refirió con el nombre de pulsión de
destrucción, por esa tendencia destructiva y agresiva inherente a esta; explicando así la estructura
propia del sadismo. No obstante en el mismo texto, Freud deja claro que otro sector de la pulsión
permanece en el interior del organismo y allí se liga con la libido; dilucidando que la meta del
sadismo: sería el objeto, en cambio, la meta del masoquismo: sería el autoerotismo. A ésta
primera ligadura entre pulsión de vida y pulsión de muerte, Freud la va a denominar como
masoquismo erógeno, el cual será primario respecto al sadismo; y por tanto, este masoquismo
erógeno, es constitutivo del aparato psíquico. Desde esta lógica, y las nociones desarrolladas en
estos textos, se puede leer en Freud que la satisfacción pulsional es de característica paradójica;
no solo se tratará de la satisfacción libidinal, sino también de la satisfacción en la
autodestrucción. En la teoría psicoanalítica Freud reconoció tempranamente la intervención de
tendencias agresivas en el funcionamiento del aparato psíquico. Precisamente en el capitulo
"Sueños de muerte de personas queridas", que desarrolla en la obra de 1900 “La interpretación
de los sueños” presenta por primera vez las bases de la teoría respecto al Complejo de Edipo,
describiéndolo como una conjunción de deseos tanto amorosos como hostiles. Y en el texto de
1913 “La predisposición a la neurosis obsesiva” al abordar la organización pre-genital del sujeto,
en la etapa de la libido anal-sádica, señala que en la fase anal del sujeto se hace evidente la
oposición activo-pasivo, característica de la vida pulsional. Freud explica que el componente
activo, agresivo de la pulsión sexual, es atribuido al intento de dominio de la pulsión, refiriendo
que: "La actividad es provista por la común pulsión de dominio, a la que llamamos sadismo
cuando la encontramos al servicio de la pulsión sexual" De esta forma la agresividad sexual
encontraría entonces un refuerzo en el impulso de dominio de la pulsión, la que gracias a la
motilidad, consigue dominar al objeto por la fuerza. La agresividad se perfila como una
disposición pulsional autónoma, originaria del ser humano, con objetos y metas definidos. En
este punto de la lectura freudiana, se puede inferir que la pulsión tiene como finalidad dominar o
aniquilar a los objetos, y este empuje de acuerdo a Freud sólo será frenado por la cultura, aunque
en cierta medida las metas se perfilarían como una ausencia de satisfacción vinculada, con un
goce narcisista extraordinariamente elevado. Sin embargo Freud advierte una búsqueda de
satisfacción pulsional en pleno desacuerdo con los preceptos culturales, lo que produciría un
malestar en los seres humanos, correlativo con la insatisfacción del hombre como ser de cultura.
En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino a su vez,
una tentación para satisfacer en él la agresión, en la medida en que el yo intente realizar el
cumplimiento de sus antiguos deseos de omnipotencia y su satisfacción plena. Es decir que, si
bien el sujeto renuncia al deseo para ingresar en la cultura, la renuncia a la agresividad también
impuesta por la cultura, es una exigencia constante por realizar para no perder el amor del Otro,
aceptando renunciar a satisfacer las pulsiones.

Desde esta perspectiva para Freud el sadismo surge como un componente parcial
agresivo de la pulsión, característico de la fase anal-sádica, que "se ha vuelto independiente y,
por desplazamiento, ha usurpado la posición directriz". Así mismo en “Introducción al
narcisismo” Freud postula que el odio es anterior al amor y que su origen radica en las pulsiones
del yo, en la medida en que éstas rechazan al mundo exterior al hacerlo coincidir con lo
displacentero y lo odiado, y agrega en los tres ensayos –un texto contemporáneo– la existencia
de elementos agresivos ligados a la etapa oral del desarrollo psicosexual. Es posible entonces
leer en los textos anteriores al “Más allá del principio del placer” que en esta primera etapa de la
teoría psicoanalítica, la destrucción y la agresividad ya se destacan en relación a la vida
pulsional, sin embargo, al ser la agresividad concebida como un elemento básico y fundamental
de toda pulsión, ocupa un lugar secundario en el conflicto psíquico, aunque presente tanto en las
pulsiones sexuales como en las pulsiones del yo, evidenciando ya como antecedente, una de las
características que Freud posteriormente dará a la pulsión de muerte.

Continuando con la lectura sobre la pulsión, algo que se destaca en el texto de 1920 “Más
allá del principio del placer” es lo que Freud desarrolla en los capítulos cuatro y cinco, en donde
se va ampliando la noción acerca de la pulsión. Freud plantea en el capítulo cuarto de este texto
pensar al aparato psíquico como una vesícula, es decir un apéndice débil que si se somete a los
estímulos del mundo exterior, corre el riesgo de morir. De tal forma que para protegerse de los
estímulos exteriores, la vesícula sacrificó una parte de su materia viva cercana al exterior, para
formar una barrera antiestímulo, por la cual los estímulos del exterior no pueden entrar, o si lo
hacen, lo hacen de manera atenuada. Esta atenuación de los estímulos, representa la acción de
homeostasis que realiza el aparato psíquico, de tal forma se podría leer que éste estado como
momento mítico, es el momento de la vivencia primaria de satisfacción. Allí donde hay
satisfacción plena, todo el monto de excitación que podría existir en el aparato es descargado a
cero, posteriormente el aparato manejará volúmenes de energía que le son tolerables. Ahora bien,
surge la pregunta si existiese un estímulo proveniente del exterior que podría romper dicha
barrera. Lo interesante de la lectura que propone Freud en este texto, es precisamente que el
único estímulo capaz de romper esa barrera, es la pulsión; ya que ante los estímulos exteriores,
siempre existe la posibilidad de hacer uso de la motilidad y huir, en cambio de los estímulos
interiores no se puede lograr la huida. Para entender el porqué sería la pulsión aquel estimulo
externo que rompe la barrera de protección del aparato psíquico, Freud explica que: “Talvez el
aparato trata a la pulsión cómo si viniera del exterior con el fin de protegerse” mediante la
barrera antiestímulo, y hábilmente, agrega que este es el origen de la proyección, a la que le está
reservado un papel importante en la causación de los procesos patológicos. Es decir, que es el
aparato psíquico el que proyecta la pulsión hacia afuera, porque es más fácil defenderse de los
estímulos que viene de afuera que de los internos, de tal forma que frente a un estímulo
desagradable, uno puede suponer una causa interna o externa, pero lo más tramitable para el
sujeto, es suponer la causa externa.

En 1926 en la obra “Inhibición, síntoma y angustia”, Freud va ofrecer argumentos para


entender el porqué el aparato psíquico realiza esta proyección exterior. Gracias a este texto se
puede entender la causación de la proyección, articulándolo así, con lo que Freud denominó
“complejo de castración”. Freud explica que el peligro de castración es un peligro exterior: ser
castrado por el padre es un peligro exterior del que no se puede huir; de esta forma, los deseos
incestuosos propios del sujeto, son mociones pulsionales rechazadas ahora proyectados como un
peligro exterior, el de la castración, poniendo a la luz ese matiz de evento traumático a lo
pulsional. Siguiendo la lectura de este texto, esta invasión pulsional causada por el evento
traumático amenaza con aniquilar al aparato psíquico, y si el aparato no hace nada por equilibrar
la fuerza, sucumbirá. De esta forma Freud plantea que el aparato quita las energías de todas las
funciones interiores propias del aparato, a fin de colocar allí una contrainvestidura, una energía
de sentido contrario que haga frente a la pulsión, denominada inhibición. Sin embargo la pulsión
es un estímulo constante, no hay forma de detenerla, quedará un resto que la contrainvestidura no
va a poder ligar, la energía libre, siempre va a ser de un volumen mucho mayor que la energía
ligada. Así, entendida la pulsión de esta manera, se evidencia el carácter autodestructivo de la
propia pulsión, porque si la pulsión logrará su cometido, de acuerdo a Freud, ésta tendría un
nivel de estímulo tan grande que el aparato psíquico no podría dominarlo psíquicamente, y esto
representaría su propia muerte.

Retornando al texto “Más allá del principio de placer”, específicamente revisando el


capítulo cinco; se encuentra en este, una nueva definición de pulsión: “Una pulsión sería
entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo
vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería una suerte de
elasticidad orgánica o, si se quiere, la exteriorización de la inercia en la vida orgánica”. Desde
esta perspectiva, la lectura propone entender que para la vida anímica, el estado inorgánico, sería
algo que represente la ausencia de estímulos, o sea una vivencia primaria de satisfacción, ya que
en esta habría una descarga a cero del aparato. Pero esta descarga a cero, implicaría que el
aparato psíquico se quedara sin energía para trabajar, equivalente a una muerte psíquica. En este
mismo texto Freud hace referencia que la pulsión reprimida nunca cesará de aspirar a su
satisfacción plena, y que ésta aspiración consistiría en la repetición de una vivencia primaria.
Fue a partir de la experiencia clínica que Freud empieza a fundamentar este más allá
pulsional, ubicando ciertos comportamientos en sus pacientes, que se encuentran regidos por la
compulsión a la repetición, exteriorizándose en la repetición de idénticas vivencias
displacenteras. Así Freud concebía a la compulsión a la repetición como un proceso incoercible,
de origen inconsciente en que el individuo tiende a reproducir experiencias antiguas de displacer
y dolor, cito: “Lo que la compulsión de repetición hace revivenciar no puede menos que
provocar displacer al yo, puesto que saca a luz operaciones de mociones pulsionales reprimidas
[...] es displacer para un sistema y, al mismo tiempo, satisfacción para el otro” es decir que la
compulsión de repetición devuelve al sujeto vivencias pasadas que no contienen posibilidad
alguna de placer, e incluso tampoco en aquel momento pudieron ser de satisfacciones, de esta
forma es que Freud saca a relucir en este texto, aquella satisfacción paradojal de la pulsión,
ofreciendo satisfacción para un sistema y a su vez displacer a otro.

En el trabajo realizado en este texto de 1920, se puede entender que desde la


metapsicología, la ley de la menor tensión constituye el marco teórico que deriva el principio de
placer, del principio de constancia, para así introducir una fuente independiente del principio de
placer. Retomando la metáfora de la vesícula, propuesta en el capítulo cuatro de este texto, Freud
define como un evento traumático el efecto psíquico que produciría la ruptura del escudo
protector y la consecuente invasión de la cantidad de excitación. En esta escena, desde la
economía del aparato psíquico, el principio de placer habría dejado de actuar y el organismo
tendrá que tramitar los grandes volúmenes de estímulo que le han invadido, lo que significaría
transformar psíquicamente la investidura invasora que fluye según las leyes del proceso primario
en energía ligada. Este proceso, compromete a toda la economía psíquica y sólo en la medida que
la energía libre sea ligada, se restablecerá el principio de placer. Estas ligaduras que limitan el
libre fluir de las excitaciones, funcionan en el sentido de restituir el estado de homeostasis del
cual deriva el principio del placer, en este momento del recorrido freudiano. Freud se pregunta si
este supuesto podría ser aplicado a las neurosis traumáticas (traumatischen Neurose) que estaba
trabajando paralelamente; los sueños de las neurosis traumáticas, evocan repetidas veces la
situación del trauma con la finalidad aparentemente, de prepararlos ante nuevas situaciones
traumáticas. Desde luego, la función de la repetición es la de ligar la pulsión de muerte. Sin
embargo, no es lícita tal aplicación dado que la repetición que entra en juego en las neurosis
traumáticas no obedece al principio de placer, sino a la compulsión de repetición. Lo que
propone la pregunta: ¿A qué principio obedecen las neurosis traumáticas? Siguiendo la lectura,
se puede inferir que parecería obedecer a una fase anterior al principio del placer, anterior a la
tendencia del sueño como cumplimiento del deseo y anterior también a la constitución de
sistemas que componen el aparato psíquico. En ese sentido, lo postulado en el más allá del
principio de placer y el análisis de las neurosis traumáticas, quebrarían la ley de la menor
tensión, e introduciría algo muy diferente de la adaptación y de la tensión del deseo.

La compulsión de repetición evidenciaría así, este funcionar de la pulsión en tanto


energía libre, todavía no-ligado. Esta falta de ligadura, o el exceso de energía no-ligada produce
dolor psíquico, tal dolor parece delatar nuevamente la existencia de un elemento en la cadena
asociativa no tramitado, es decir, funcionando no en oposición al principio del placer, sino
independiente de él y sin tenerlo en cuenta, denotando su más allá. Sin embargo, conviene no
olvidar que la compulsión de repetición estará vinculada también en la labor clínica, como señala
Freud en “Recordar, repetir y reelaborar”: “El principal recurso para domeñar la compulsión de
repetición del paciente, y transformarla en un motivo para recordar, reside en el manejo de la
transferencia, volvemos esa compulsión inocua y, más aún, aprovechable”. Es decir, no sólo se
presentaría el vínculo de la compulsión de repetición con la pulsión de muerte, sino también la
modalidad de su vínculo con la transferencia, en su función de engarce. La compulsión a la
repetición que Freud describe en “Más allá del principio del placer” está articulada como una
manifestación de la pulsión, caracterizada por una tendencia más elemental e independiente de la
obtención de placer, que obedece a la necesidad de repetir compulsivamente lo displacentero, y
donde no es posible encontrar el deseo de satisfacción, ni siquiera en forma de transacción o de
compromiso. De acuerdo a Freud: "La repetición trae consigo la producción de un placer de otro
tipo –un goce–, una producción más directa". Aún más: "La compulsión a la repetición nos
aparece como más originaria, más elemental, más pulsional que el principio del placer que ella
destrona", evidenciando en la pulsión, esa tendencia a la fijación a cierto goce.

Otro fenómeno que permitió dilucidar esta característica destructiva de la pulsión desde
la observación clínica, es la reacción terapéutica negativa. Freud observó un tipo de resistencia
al tratamiento psicoanalítico especialmente difícil de resolver, consistente en un agravamiento de
la sintomatología en el paciente, cada vez que a partir del progreso del análisis cabría esperar una
mejoría. De acuerdo a Freud, se trataría de una reacción "invertida", prefiriendo el paciente en
cada etapa del análisis la persistencia del sufrimiento a la curación. En 1923 en “El Yo y el Ello”
Freud describe este proceso, proponiendo la existencia de un sentimiento de culpabilidad
inconsciente a la base de él. Tres años después en “Inhibición, síntoma y angustia” Freud
relaciona la reacción terapéutica negativa con una forma de resistencia del Súper yo. Y en el año
de 1930 en el “El malestar de la cultura” Freud llegó a la conclusión que en la profundidad, todo
sentimiento de culpa surge del operar de la pulsión de muerte, dando paso así a su formulación
en “Análisis terminable e interminable” que plantea que la dificultad que presenta la reacción
terapéutica negativa al análisis, evidencia que su carácter paradójico e irreductible, se
fundamenta en la pulsión de muerte.

La descripción de la meta de las pulsiones en Más allá del principio del placer deja en
claro que no hay dos movimientos en la pulsión, sino uno, que apunta a la satisfacción parcial,
aunque ésta implique displacer, destrucción, o sufrimiento para el propio sujeto. Ya desde 1896
Freud destacaba en el “Manuscrito K” que dentro de la vida sexual, existe una fuente
independiente de desprendimiento de displacer, que la hace inconciliable con el logro de la
gratificación plena, pérdida de goce que años más tarde pasará a estar representada por la barrera
que opone la interdicción del incesto, la castración y el hecho de que el objeto de la pulsión ya no
es nunca el originario, sino sólo un subrogado de éste. Ofreciendo así la lógica para comprender
que aquellos estudios que Freud realizó sobre la pulsión en el curso de su clínica, quedan
aprehendidas en una estructura pulsional, a partir de un montaje de sus elementos y
características que la subyacen: desde su tendencia a la fijación que procura una determinada
satisfacción, paradójica, que no contempla a un sujeto del placer; la plasticidad que busca una
satisfacción desviada o sustitutiva, aunque ésta sea parcial, hasta la exigencia pulsional de cierta
satisfacción de manera directa. Definiendo a la pulsión desde una vertiente autoerótica; en tanto
es el propio cuerpo de donde parte el estímulo que la pulsión buscará satisfacer, y en tanto el
objeto sería una parte del mismo por el cual alcanzaría su satisfacción. Satisfacción siempre
parcial y paradójica, inherente a la pulsión que participa no solo en la estructuración del sujeto,
sino también, como gobernante en su realidad psíquica. Como Freud se refiere en “El esquema
del psicoanálisis" respecto a la pulsión, explicando que no se trata de limitar una u otra de las
pulsiones, ni mucho menos establecerla a una determinada provincia psíquica, sino por el
contrario, es necesario entenderla por su relación con el aparato psíquico y por lo tanto poderlas
encontrar en todas partes de la vida anímica.

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