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Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las
prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.
Mateo 25:3, 4.
Muchos aceptan rápidamente la verdad, pero, al no ser asimilada, sus efectos son
neutralizados. Se parecen a las vírgenes necias que quedaron sin la provisión de
aceite para sus lámparas. El aceite es símbolo del Espíritu Santo, que llega hasta el
corazón gracias a la fe en Cristo. Quienes escudriñan las Escrituras con diligencia y
mucha oración, y confían en Dios con una fe firme y obedecen sus mandamientos,
están representados por las vírgenes sabias. Las enseñanzas de la Palabra de Dios
no son sí o no; sino sí y amén.
Las exigencias del evangelio están más allá del alcance humano. El apóstol dice: “Y
todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor
Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”. Colosenses 3:17.
“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”.
El aceite, tan necesario para los que están representados por las vírgenes necias, no
es algo que deba ser dejado de lado. El creyente debe traerlo al santuario de su ser
para que lo limpie, lo refine y lo santifique. No es teoría lo que se necesita; son las
sagradas enseñanzas de la Biblia, las que no constituyen doctrinas inciertas y sin
sentido sino verdades vitales que comprometen intereses eternos centrados en
Jesús. En él reside todo el sistema de verdades divinas. La salvación de los
creyentes, mediante la fe en Cristo, es el pilar fundamental de la verdad.