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LIBRO SEGUNDO- CAPÍTULO 52

De cómo la doncella de Dinamarca fue en busca de Amadís, y acaso de ventura,


después de mucho trabajo, aportó a la Peña Pobre, donde estaba Amadís, que se
llamaba Beltenebros.

[…] A esta sazón, Beltenegros estaba en la fuente debajo de los árboles que ya oísteis,
donde aquella noche albergara, y era ya su salud tan allegada al cabo que no esperaba
vivir quince días, y del mundo llorar, junto con la de su gran flanqueza, tenía el rostro
muy descamado y negro, mucho más que si de gran dolencia agraviado fuera, así que no
había persona que conocerlo pudiese, y desde que hubo mirado una pieza la nave y vio
que la doncella y los dos escuderos subían suso la Peña, como ya su pensamiento en ál
no estuviese sino en demandar la muerte, todas las cosas que hasta allí había tratado con
mucho placer, que era ver personas extrañas, así para las conocer como para las
remediar en sus fortunas aquéllas y todas las semejantes de él con mucha desesperación
eran aborrecidas, y partiéndose de allí a la ermita se fue, y dijo al ermitaño:
-Gente me parece que de una fusta salen y se vienen para vos.

Puedes visualizar este vídeo editado por la Biblioteca Nacional Española sobre la
obra "Amadís de Gaula", con motivo del 500 aniversario de las novelas de caballerías.
(Año 2008)

Libro del caballero Zifar (1300)


Libro del caballero Zifar, Madrid, Ed. Cátedra, 1983, págs. 100-1
Y el caballero Zifar tomó la lanza, que él traía su espada muy buena, e dijo al otro
caballero que estaba muy airado: «Ruégovos por amor de Dios que nos dejéis en paz, y
que nos permitáis descansar aquí esta noche. Y os hago pleito y homenaje que nos iremos
mañana, si Dios quisiere.» «Por cierto», dijo el caballero, «ir os conviene, y defendeos».
Y el caballero Zifar dijo: «Defiéndanos Dios que puede.» «¿Pues tan desocupado está
Dios», dijo el otro, «que no ha que hacer sino acudiros a defender?». «Por cierto», dijo el
caballero Zifar, «para Dios no es ninguna cosa grave, y siempre tiene tiempo para hacer
el bien, y aquel es ayudado y socorrido y defendido a quien quiere él ayudar y socorrer y
defender». Y dijo el otro cauallero: «¿Con palabras me queréis detener?» E hincó las
espuelas al caballo y dejose venir para él, y el caballero Zifar para el otro. Y tal fue la
ventura del caballero armado que erró de la lanza al caballero Zifar, y él fue herido muy
mal, de manera que cayó en tierra muerto, y el caballero Zifar fue a tomar el caballo del
muerto por la rienda, e trájolo de la rienda a la dueña, que estaba cuitada, pero rogando a
Dios que guardase a su marido de mal.

Tirant lo Blanc (en catalán: 1490; en castellano: 1511)


Capítulo 330 (Tirant lo Blanc en África)

Y el dicho fraile era natural de España La Baja, de una ciudad que se llama Valencia, la cual
ciudad fue edificada en próspera fortuna de ser pomposa y polada de valentísimos caballeros y
de todo bien fructífera; excepto de especias, de todas las otras cosas muy abundosa, de la cual
ciudad salen más mercaderías que de ciudad que en el mundo haya. La gente de allí naturales
son muy femeniles, no muy hermosas, mas son de muy buena gracia y más atractivas que todas
las restantes del mundo, que con su gracioso gesto y con la bella elocuencia cautivan a los
hombres.
Esta noble ciudad vendrá por tiempo en gran decaimiento por la mucha maldad que en los
habitadores de aquella habrá. Y de esto será la causa como será poblada de muchas gentes de
diversas naciones, que como serán mezclados, la labor que de ellos saldrá será tan malvada que
el hijo no fiará del padre, ni el padre del hijo, ni el hermano del hermano.

El Quijote (1605)

"Hoy es el día más hermoso de nuestra vida querido Sancho; los obstáculos más grandes,
nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros
mismos; la cosa más fácil, equivocarnos, la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor
derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más
gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser imperfectos, y sobre todo, la
disposición para hacer el bien y combatir donde quiera que estén.

(...)

En esto, le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la
camisa, que andaba colgando, y diole once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le
sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías. Y lo que le
fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesara y con quien confesarse; y
así, se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los
árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en
alabanza de Dulcinea.

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