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Teología cristiana
TOMO I
H. ORTON WILEY
Título original:
Christian Theology, Vol. 1
Por H. Orton Wiley
Primera edición
ISBN 978-1-56344-663-4
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de la vesión Reina-
Valera 95. Derechos reservados, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Usada con permiso.
Todos los derechos reservados.
ÍNDICE
DEDICAT ORIA ................................ ................................ ......... 7
INTRODUCCIÓN ................................ ................................ ....... 9
PREFACIO ................................ ................................ ........ 11
PARTE 1: INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA
CAPÍTULO 1: CONCEPTOS Y RELACION ES
DE LA T EOLOGÍA ................................ ........... 15
CAPÍTULO 2: LAS FUENTES DE LA TEOLOGÍA .................. 33
CAPÍTULO 3: SISTEMAS Y MÉTODOS ................................ 51
CAPÍTULO 4: LA TEOLOGÍA EN LA IGLESIA ...................... 61
CAPÍTULO 5: LA RELIGIÓN CRISTIANA ............................. 93
CAPÍTULO 6: LA REVEL ACIÓN CRISTIANA ...................... 115
CAPÍTULO 7: LA INSP IRACIÓN DE LA BIBLIA .................. 151
CAPÍTULO 8: EL CANON ................................ ................... 167
PARTE 2: L A DOCTRINA DEL PADRE
CAPÍTULO 9: LA EXIST ENCIA Y NATURALEZA
DE DIOS ................................ ....................... 195
CAPÍTULO 10: LOS NOMBRES Y PREDICADOS
DIVINOS ................................ ...................... 217
CAPÍTULO 11: DIOS COMO REALIDAD ABSOLUTA .......... 231
CAPÍTULO 12: DIOS COMO EFICIENCIA INFINITA ........... 253
CAPÍTULO 13: DIOS COMO PERFECTA
PERSONALIDAD ................................ .......... 265
CAPÍTULO 14: LOS ATRIBUTOS DE DIOS .......................... 293
CAPÍTULO 15: LA TRINIDAD ................................ .............. 359
CAPÍTULO 16: COSMOLOGÍA ................................ ............ 401
APÉNDICE A
DIVISIONES DE LA TEOLOGÍA ................................ ............ 443
DEDICATORIA
Este libro se dedica afectuosamente a los jóvenes, tanto hombres
como mujeres, que al sentir el llamado de Dios a la obra del ministerio,
deseen tener “cuidado… de la doctrina”, con el fin de poder dirigir a
otros en el camino que conduzca a Dios y a la vida eterna.
INTRODUCCIÓN
Tan temprano como en 1919, los que estábamos sirviendo en el
Departamento General de Educación de la Iglesia del Nazareno, senti-
mos la urgente necesidad de una obra sobre teología sistemática de
suficiente alcance y profundidad como para servir de norma doctrinal
en el desarrollo de la literatura de nuestra Iglesia y de nuestro movi-
miento, por lo que le solicitamos al doctor H. Orton Wiley que em-
prendiera la producción de dicha obra. Las presiones de las innumera-
bles responsabilidades como rector universitario, y las que durante
algún tiempo le trajeron el servicio como jefe editorial del Herald of
Holiness (El heraldo de santidad), hicieron imposible que el doctor
Wiley le dedicara a la obra el pensamiento y el tiempo requeridos para
la pronta terminación. A veces pensábamos que él no progresaba lo
suficiente en la tarea como para darnos esperanza de que viviera para
completarla. Pero el retraso resultó provechoso, ya que durante todo
ese tiempo el doctor Wiley pudo acumular material, reordenar su pen-
samiento, y crecer en arrojo en lo concerniente a la estupenda tarea que
se le había puesto por delante. Y ahora, en meses recientes, le ha sido
posible dedicar más tiempo y pensamiento directamente a esta tarea
con el fin de desempeñarse mejor que lo que de otra manera hubiera
sido posible. Así que, ganamos con esperar.
Estoy feliz de contarme entre los que desde el principio animaron al
doctor Wiley. No se me escapó oportunidad alguna para urgirlo a que
permaneciera en la tarea de escribir una teología normativa para nues-
tra iglesia, aun cuando tuviera que hacerlo a expensas de otros deberes.
Sentía que sería a través de este canal que él haría la más grande y per-
manente contribución de su vida. Ahora que se apresta a entregar su
primer tomo a la casa publicadora, y habiéndolo yo mismo examinado,
estoy más convencido que nunca de que él ha realizado una obra que
pocos de nuestra generación se hubieran encontrado capaces de realizar,
y que nos ha dado una teología tan fundamental y confiable para la
erudición que la misma permanecerá como norma para nosotros du-
rante un considerable número de años.
El doctor Wiley es un erudito, pero es más que eso. Es un predica-
dor ungido, y también un administrador. Se ha visto compelido a
comprobar sus teorías en la escuela de la vida, y a probar sus reclamos
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1
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PREFACIO
Hace casi veinte años el Departamento de Educación de la Iglesia
del Nazareno, del cual el doctor J. B. Chapman era presidente, me soli-
citó que preparara una obra de teología sistemática para usarse en el
curso de estudios para ministros licenciados. De inmediato me di a la
tarea, pero el alcance de lo que preví me resultó demasiado estrecho.
Encontré que descubría de manera constante nuevas verdades, y que
cada nuevo descubrimiento demandaba su lugar en el plan de la obra.
Ahora, después de casi veinte años de continuo estudio y enseñanza, le
presento a la iglesia el resultado de esos esfuerzos en la obra que he titu-
lado, Teología cristiana. Y la ofrezco con la oración de que encuentre un
lugar, por pequeño sea, en la preparación de jóvenes, tanto mujeres
como hombres, que anhelen la obra del ministerio. No he pretendido
hacer contribución nueva alguna a la ciencia moderna de la teología.
Mi propósito y fin ha sido repasar, de la manera más sencilla posible, el
campo de la teología, para que el tema pueda ser manejado por aquellos
que, al entrar al ministerio, deseen estar informados acerca de las gran-
des doctrinas de la iglesia.
Deseo reconocer que estoy en deuda con el reverendo Paul Hill, de
Lynbrook, Nueva York, quien ha sido mi colaborador en la prepara-
ción de esta obra, y quien también me ha hecho numerosas y útiles
sugerencias y críticas. Tengo una especial deuda de gratitud con los
superintendentes generales de la Iglesia, los doctores John W. Good-
win, R. T. Williams y James B. Chapman, por la ayuda e inspiración
continuas durante los abrumadores años de preparación de la obra.
Tengo una deuda especial con el doctor Chapman por haber escrito la
Introducción de esta obra. El doctor Olive M. Winchester ha revisado
las referencias hechas a los textos hebreos y griegos, y el doctor L. A.
Reed ha provisto el paralelo entre el relato de la creación de Génesis y
de la ciencia moderna. A todos los antes mencionados les expreso mi
sincero aprecio por la ayuda que me han dado.
Son diversas las casas publicadoras que me han otorgado el privile-
gio de citar de sus libros, por lo cual les estoy profundamente agradeci-
do. Reconozco mi deuda con las siguientes: Funk and Wagnalls, por el
permiso de citar de, The Institutes of the Christian Religion (Institutos de
la religión cristiana), por Gerhart; Pilgrim Press, por una selección del
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1
libro, Christ and the Eternal Order (Cristo y el orden eterno), escrito
por mi honorable ex profesor, John Wright Buckham; Cokesbury
Press, por el permiso de citar de su obra, Systematic Theology (Teología
sistemática), por el doctor Summers; Methodist Book Concern, por las
selecciones de Systematic Theology (Teología sistemática), por el doctor
Miley, de System of Christian Doctrine (Sistema de doctrina cristiana),
por el doctor Sheldon, y de Foundations of the Christian Faith (Funda-
mentos de la fe cristiana), por el doctor Rishell; Scribners, por las refe-
rencias a Present Day Theology (Teología del día presente), por el doctor
Stearns, y a An Outline of Theology (Un bosquejo de la teología), por el
doctor William Newton Clarke; Longmans, por la referencia a su obra
titulada, A Theological Introduction to the Thirty-nine Articles (Una in-
troducción teológica a los Treinta y Nueve Artículos), por el doctor
Bicknell; y a los demás que no he mencionado pero cuyas obras me han
provisto inspiración y ayuda en la preparación de este trabajo.
Estoy especialmente en deuda con la Casa Nazarena de Publicacio-
nes por la publicación de esta obra que ahora se presenta a la iglesia. El
gerente, M. Lunn, y el gerente auxiliar, el reverendo P. H. Lunn, le han
ofrecido todo tipo de aliciente al escritor, y han sido pacientes con sus
numerosas fallas. Tanto el escritor como la iglesia están en deuda con la
casa publicadora por la espléndida forma en la que el libro se ha
presentado.
Sería ciertamente ingrato si en esta, la publicación de mi primer libro,
no rindiera un delicado tributo a mi esposa, Alice M. Wiley, quien du-
rante todo el tiempo ha mantenido un infatigable interés en la prepara-
ción de la obra, siendo mi constante fuente de ánimo y de bendición.
H. Orton Wiley,
Pasadena, California
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PARTE 1
INTRODUCCIÓN
A LA TEOLOGÍA
CAPÍTULO 1
CONCEPTOS Y
RELACIONES
DE LA TEOLOGÍA
El término introducción, en el sentido técnico, es un concepto de ex-
tensa aplicación. Cada rama del conocimiento científico requiere de
investigación preliminar, a fin de determinar apropiadamente sus fron-
teras y contenido en relación a otros campos de investigación. Tiene
que haber un “reconocimiento de la totalidad orgánica de las ciencias”,
dice Schelling, y esto “debe preceder a la búsqueda definida de una es-
pecialidad. El erudito dedicado a un estudio en particular tiene que
informarse de la posición que éste ocupa con respecto a la totalidad,
cuál es su propósito y cómo se desarrolla para lograr la unión armónica
con la totalidad. De ahí la importancia del método con que evaluará su
ciencia, para que no la considere con espíritu servil sino de manera
independiente y tomando en cuenta la totalidad”. La palabra introduc-
ción ha remplazado a los términos prolegómeno y propedéutica, emplea-
dos anteriormente en la filosofía y teología. Los términos enciclopedia y
metodología, usados con frecuencia como una ciencia distinta, tienen
que considerarse todavía como parte importante del currículo general.
No obstante, una verdadera introducción incluirá: (1) una enciclopedia
formal o sistemática —o una presentación de la información necesaria
para estudiar los diversos departamentos o áreas de la teología;
(2) metodología —o dirección en cuanto a los mejores métodos de
estudio teológico; y (3) una historia de la teología tal como se ha siste-
matizado en la iglesia. Este primer capítulo tratará de los conceptos y
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RELACIONES DE LA TEOLOGÍA
Pope dice: “La teología universal, en un sentido, se ocupa simple-
mente de la relación de todas las cosas con Dios; si mantenemos con
cuidado nuestro propósito, podemos hacer que esta proposición inclu-
ya lo inverso: la relación de Dios con todas las cosas. La relación, por
supuesto, debe ser mutua, pero en este asunto es difícil separar la idea
de dependencia de la de relación. El Eterno es el Ser no condicionado.
Cuando estudiamos su naturaleza, sus perfecciones y obras, debemos
recordar siempre que Él es el Ser perfecto, independiente de todo obje-
to creado y de todo pensamiento respecto a Él. Pero, no existe doctri-
na, ni rama o desarrollo de alguna doctrina, que no sea puramente la
expresión de alguna relación de sus criaturas con la Primera Causa su-
prema. De ahí que todas las ramas de esta ciencia son sagradas. Es un
templo que está lleno de la presencia de Dios. Desde su santuario ocul-
to, en el cual ningún sumo sacerdote tomado de entre los hombres
puede entrar, arroja una luz que no deja oscuridad en ninguna parte,
excepto donde esté oscuro por el exceso de gloria. Por tanto, todos los
estudiantes competentes son adoradores a la vez que estudiantes” (Po-
pe, Compendium of Christian Theology, I:4-5). Pero, aparte de la Fuente
divina de la teología, ésta sostiene tres relaciones importantes y vitales:
(1) con la religión; (2) con la revelación; y (3) con la iglesia.
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CONCEPTOS Y RELACIONES DE LA TEOLOGÍA
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CONCEPTOS Y RELACIONES DE LA TEOLOGÍA
DIVISIONES DE LA TEOLOGÍA
El campo completo de la teología se puede dividir ampliamente en
(1) teología cristiana y (2) teología étnica. La teología étnica se refiere a
las enseñanzas de las religiones paganas, contrarias a la revelación de
Dios en Cristo. La gente no cristiana, sea instruida o no, tiene sus pro-
pias doctrinas acerca de Dios, o de los dioses y de las cosas que conside-
ran sagradas. Éstas deben clasificarse como teologías. Para los cristianos,
el valor de la teología étnica es mayormente informativo, puesto que
expone las diferencias sobresalientes y fundamentales entre el cristia-
nismo y el paganismo. A la luz de este contraste, vemos que el cristia-
nismo no es tan solo una religión que ha alcanzado un nivel superior de
desarrollo natural, sino que es única por ser la revelación de Dios al
hombre, en vez de originarse en el hombre en su estado de barbarie.
Sin embargo, posee valor exegético, porque las grandes doctrinas del
cristianismo se comprenden mejor al verlas al lado de las ideas erróneas
del paganismo.
Otra división, más popular entre los teólogos de la antigüedad que
en el presente, es la de (1) la teología natural y (2) la teología revelada.
La teología natural usa como fuente los hechos de la naturaleza, inclu-
yendo el ejercicio de la razón y la iluminación de la conciencia. La teo-
logía revelada usa como fuente la Santa Biblia, aceptándola como la
revelación autorizada de Dios al hombre. La teología cristiana no con-
sidera que la teología revelada sea contraria a la teología natural, sino
que se complementan. La ve como la recolección de la revelación pri-
maria de Dios, a través de la naturaleza y de la constitución del hom-
bre, para llegar a la revelación personal, suprema y perfecta de Dios en
Cristo.
La teología cristiana, como ciencia didáctica o positiva, por lo gene-
ral se clasifica en cuatro divisiones principales: teología bíblica (o exegé-
tica), histórica, sistemática y práctica. Esta división cuádruple es la que
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 1
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CONCEPTOS Y RELACIONES DE LA TEOLOGÍA
TEOLOGÍA EXEGÉTICA
La teología exegética, llamada también teología bíblica, es el estudio
del contenido de las Escrituras, comprobado y clasificado de acuerdo
con las doctrinas. Entre los griegos, el término exegeta se refería a aquel
cuyo oficio era enseñar o interpretar los oráculos a los laicos, a fin de
que los comprendieran y aceptaran. La teología exegética abarca un
campo extenso de interpretación, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, y comúnmente se divide en dos áreas principales: (1)
introducción bíblica y (2) exégesis o interpretación bíblica.
1. Introducción bíblica. Esta área incluye todos los estudios preli-
minares que sirven como introducción al trabajo de exégesis. Antigua-
mente se empleaba el término isagoge para designar esta división, inclu-
yendo cuatro ramas: (a) la arqueología bíblica, o el estudio auxiliar de
usos y costumbres de los pueblos antiguos; (b) los cánones bíblicos, o la
discusión acerca del canon de la Biblia desde el punto de vista de los
judíos antiguos, los primeros cristianos, la iglesia romana y la iglesia
protestante; (c) la crítica bíblica, que incluye la crítica baja o textual —
cuyo objetivo es la interpretación correcta del texto— y la crítica alta
—que a menudo se confunde como crítica destructiva, y estudia la
paternidad literaria, la fecha y la autenticidad de los libros de la Biblia,
las circunstancias bajo las cuales se escribieron, su ocasión y propósi-
to—, y (d) la hermenéutica bíblica, o la ciencia de las leyes y los princi-
pios que constituyen la base para la interpretación correcta.
2. Exégesis bíblica. Bajo esta división se incluyen la interpretación,
la exposición y la aplicación de la Biblia. Dos elementos son esenciales:
(a) Conocimiento de la interpretación en la filología sagrada y afín, y
una comprensión apropiada de la arqueología oriental. La Biblia fue
escrita originalmente en hebreo, caldeo y griego helénico, y es esencial
conocer estos idiomas para realizar una exégesis válida. Luego están el
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 1
TEOLOGÍA HISTÓRICA
La teología histórica a veces se expande para incluir todo el campo
de la historia eclesiástica, pero en el sentido más estricto se refiere sólo
al desarrollo histórico de la doctrina cristiana y a su influencia en la
vida de la iglesia. Incluye dos secciones: (1) bíblica, que se limita a las
porciones históricas de las Sagradas Escrituras; y (2) eclesiástica, que
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CONCEPTOS Y RELACIONES DE LA TEOLOGÍA
TEOLOGÍA SISTEMÁTICA
La teología sistemática organiza en orden lógico los materiales que
suministran la teología exegética y la histórica; y lo hace para promover
el estudio más completo y la aplicación práctica. Por tanto, se puede
definir como “la presentación científica y unificada de la doctrina cris-
tiana en su relación con la fe y la moral”.
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 1
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CONCEPTOS Y RELACIONES DE LA TEOLOGÍA
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 1
que cada individuo llegue a ser como Cristo. (2) La ética filosófica par-
te de la autodeterminación moral del hombre, mientras que la ética
cristiana considera al Espíritu Santo como el poder determinante me-
diante el cual se escribe la ley de Dios en el corazón del hombre. (3) La
ética filosófica trata de las relaciones del hombre con el mundo, en tan-
to que la ética cristiana tiene que ver principalmente con las relaciones
que él sostiene con el reino de Dios. Por tanto, no debemos considerar
la ética cristiana como un catálogo de deberes y virtudes impuestos a la
persona en forma externa; el elemento positivo no consiste en la letra
autoritativa de la ley, sino en una forma de vida que se introduce en las
condiciones humanas y que se hace realidad en Cristo. Esta nueva vida
es por medio del Espíritu, continúa en la comunidad de creyentes y,
por tanto, determina sus estándares éticos.
3. Apologética. La tarea de la apologética cristiana consiste en de-
mostrar la verdad de la religión cristiana ante el tribunal de la razón
humana. Además, debe probar que la religión cristiana es la única ma-
nifestación perfecta y verdadera de Dios al hombre en la persona de
Jesucristo. Aunque a veces se le considera como una rama separada de
la teología, el tema de la apologética se trata frecuentemente en cone-
xión con la dogmática. En estrecha relación con la apologética se hallan
dos ramas similares de la teología: (1) la polémica o el estudio de las
diferencias doctrinales y (2) el irenismo o el estudio de las armonías
doctrinales para promover la unidad cristiana. En su obra Polemik,
Sack distingue estos términos de la manera siguiente: “La dogmática es
la doctrina cristiana adaptada para pensadores cristianos, esperando
cordialidad de su parte; la apologética es la doctrina cristiana en una
forma adaptada para pensadores no cristianos, suponiendo hostilidad
de su parte; y la polémica adapta la doctrina al estado de los pensadores
cristianos herejes, basándose en la suposición de que están insatisfechos”.
TEOLOGÍA PRÁCTICA
La teología práctica se ocupa de la aplicación de las verdades descu-
biertas en las ramas del estudio teológico antes mencionadas, y de sus
valores prácticos en la renovación y santificación de los hombres. Vinet
la define como “un arte que presupone ciencia, o como una ciencia que
se transforma en arte. Es el arte de aplicar en el ministerio, de manera
útil, el conocimiento adquirido en las otras tres divisiones de la teología
que son puramente científicas”. Ebrard sostiene que la teología práctica,
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CONCEPTOS Y RELACIONES DE LA TEOLOGÍA
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. La creación en su totalidad revela al Verbo. En la naturaleza Dios muestra su poder; en la
encarnación, su gracia y verdad. La Biblia da testimonio al respecto pero no es la Palabra
esencial. En verdad comprendemos la Biblia y la hacemos nuestra cuando en ella, y por
medio de ella, vemos al Cristo vivo y presente. La Biblia no compromete a los hombres
consigo misma sino que los dirige a Cristo, de quien testifica. Cristo es la autoridad. En
las Escrituras Él nos guía a sí mismo y demanda que pongamos nuestra fe en Él. Esta fe,
una vez iniciada, nos lleva a apropiarnos de la Biblia de una nueva forma, pero también a
evaluarla de una nueva manera. En la Biblia vemos a Cristo más y más, pero la juzgamos
también más de acuerdo con el estándar que hallamos en Él (Dorner, Hist. Prot. Theology,
1:231-264).
2. La organización de temas en la división cuádruple que sigue la mayoría es la que propuso
Schaff en su Propedéutica teológica: (1) Teología exegética, que incluye: (a) filología bíblica;
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 1
(b) arqueología bíblica; (c) exégesis bíblica o introducción histórica crítica, que incluye la
crítica baja o textual, y la crítica alta o histórica; (d) hermenéutica bíblica. (2) Teología his-
tórica, que incluye historia bíblica y eclesiástica en el sentido más amplio. (3) Teología sis-
temática, que incluye: (a) apologética; (b) teología bíblica; (c) teología dogmática; (d) sim-
bolismo, polémica e irenismo; (e) ética, geografía y estadísticas eclesiásticas. (4) Teología
práctica, que incluye: (a) teoría del ministerio cristiano; (b) ley de la iglesia y gobierno de
la iglesia; (c) liturgia; (d) homilética; (e) catequesis; (f) teología pastoral; (g) evangelismo.
Crooks y Hurst, en su Theological Encyclopedia and Methodology (Enciclopedia y meto-
dología teológica), presentan el siguiente orden: (1) Teología exegética, que incluye arqueo-
logía, filología, exégesis, cánones, crítica bíblica, hermenéutica e interpretación. (2) Teolo-
gía histórica, que incluye historia del dogma, historia de la iglesia, patrística, simbolismo y
estadísticas. (3) Teología sistemática, que incluye doctrina, dogmática, apologética, polémi-
ca, irenismo, teología (en el sentido más limitado del término), antropología, cristología,
soteriología, escatología y ética. (4) Teología práctica, que incluye catequesis, liturgia,
homilética y teología pastoral.
La organización de la división cuádruple que vimos anteriormente también se puede
explicar de la siguiente manera: “Vale afirmar que todo conocimiento se basa en la obser-
vación personal (física o mental) o en la información y tradición; por tanto, es teórico (fi-
losófico) o histórico. El conocimiento histórico, sin embargo, se obtiene mediante investi-
gación, para lo cual es necesario conocer los idiomas y la crítica filológica; el conocimiento
teórico, por otro lado, conduce a su aplicación práctica. De la misma manera, en su carác-
ter positivo, el cristianismo es tanto historia como doctrina. No obstante, su historia se
basa en la Biblia, la cual, en primer lugar, debe ser examinada exegéticamente; y su doc-
trina no es mero conocimiento sino algo que se pone en práctica. La verdad de la revela-
ción ha de aplicarse en la iglesia y en sus diversas áreas de actividad, de lo cual se ocupa la
teología práctica. Las dos áreas de aprendizaje se encuentran, pues, entre dos campos de
arte aplicado: el exegético inicialmente y el práctico al final” (Crooks y Hurst, Th. Encycl.
and Meth., 139).
3. La teología bíblica es producto del protestantismo y sólo puede prosperar en el terreno
libre y fértil del mismo. La historia de su origen y desarrollo, hasta llegar a ser una rama
distintiva y reconocida de la ciencia teológica, es un capítulo muy interesante en la histo-
ria interna de la iglesia moderna. Pero, aun cuando la libertad y la actividad protestante le
han dado al mundo ésta y muchas otras fases del estudio bíblico y teológico, conviene a
los protestantes tener en cuenta vívidamente que la libertad no es licencia. ... Sería triste
para la iglesia, y por consiguiente para el mundo, que el protestantismo, en su creciente li-
bertad y anhelo de revelar la verdad, se desligara de todos los acontecimientos históricos
importantes, y que la palabra tradicional llegara a ser sólo una palabra de censura, sin mos-
trar respeto por las canas del pasado que una vez fue poderoso. El camino intermedio es el
más seguro, y el estudio bíblico protestante —ya sea en su sentido más limitado o en el
más inclusivo— debe continuar en él para lograr los mejores resultados para la iglesia y el
mundo.
4. Al parecer, la Reforma surgió principalmente por causas morales, y no en forma directa
por razones doctrinales. Pero, pronto hubo un cambio y se dio más importancia a la defi-
nición de puntos doctrinales. Se podría decir que la atención, con toda propiedad, se en-
focó en especial a establecer la verdad concerniente a la fe, puesto que las obras son resul-
tado de la fe. El problema fue que casi no se comprendía la fe desde el aspecto dinámico
sino del teórico, confundiéndose el conocimiento de la fe con tendencias en cuanto a las
creencias, y la comprensión de la fe, con su poder. Así, la ética cristiana por mucho tiem-
po no recibió un trato justo. Por tanto, no es extraño que Calixtus aceptara la idea de
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CONCEPTOS Y RELACIONES DE LA TEOLOGÍA
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CAPÍTULO 2
LAS FUENTES
DE LA TEOLOGÍA
La pregunta respecto a las fuentes de la teología es un tema que el
teólogo enfrenta en el umbral mismo de su ciencia. Por tanto, antes de
entrar al templo de la verdad para investigar su riqueza y magnificencia
interiores, será útil considerar debidamente este tema. Aquí hallamos
puntos de vista muy diferentes —católico romano, evangélico protes-
tante, místico y racionalista— y cada uno demanda cierta atención.
Además, con frecuencia se considera a la razón y a la revelación como
fuentes de la teología. Para nuestro propósito, no obstante, empleare-
mos la clasificación que las organiza en dos divisiones principales:
fuentes autoritativas y fuentes secundarias.
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LAS FUENTES DE LA TEOLOGÍA
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LAS FUENTES DE LA TEOLOGÍA
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 2
concilio general lo adoptó, pero fue aceptado en el siglo VII como uno
de los símbolos ecuménicos. Los luteranos colocaron el Credo de los
Apóstoles, el Credo Niceno y el Credo Atanasiano en el Liber Concor-
diae; mientras que el octavo artículo de los Treinta y Nueve Artículos
anglicanos declara que “los tres credos —el Credo Niceno, el Credo
Atanasiano y el comúnmente llamado Credo de los Apóstoles— debían
ser recibidos y creídos, porque se pueden verificar por medio de las
pruebas más veraces de la Santa Biblia”. Al comparar la excelencia de
los tres credos, por lo general se reconoce que el Credo de los Apóstoles
supera en antigüedad tradicional al de Nicea en cuanto a la situación
dogmática formal, y al de Atanasio en cuanto a la abundancia de decla-
raciones explícitas. El credo es demasiado extenso para el uso común y
la Iglesia Episcopal Protestante de Estados Unidos lo omitió en su li-
turgia. El siguiente texto procede de la revisión del credo que se insertó
en la liturgia anglicana.
QUICUNQUE VULT
1. Todo el que quiera salvarse, debe ante todo mantener la fe católica.
2. El que no guarde esa fe íntegra y pura, sin duda perecerá
eternamente.
3. Y la fe católica es esta: que adoramos a un solo Dios en Trinidad, y
Trinidad en unidad.
4. Sin confundir a las Personas, ni dividir la sustancia.
5. Porque es una la Persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del
Espíritu Santo.
6. Mas la Divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es toda
una, igual la gloria, coeterna la majestad.
7. Así como es el Padre, así el Hijo y así el Espíritu Santo.
8. Increado es el Padre, increado es el Hijo e increado el Espíritu
Santo.
9. Incomprensible es el Padre, incomprensible es el Hijo, e
incomprensible es el Espíritu Santo.
10. Eterno es el Padre, eterno es el Hijo y eterno es el Espíritu Santo.
11. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno.
12. Tampoco son tres incomprensibles ni tres increados, sino un solo
increado y un solo incomprensible.
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LAS FUENTES DE LA TEOLOGÍA
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 2
34. Quien, aunque sea Dios y Hombre, sin embargo, no es dos, sino
un solo Cristo;
35. Uno, no por conversión de la Divinidad en carne, sino por la
asunción de la Humanidad en Dios;
36. Uno totalmente, no por confusión de sustancia, sino por unidad de
Persona.
37. Pues como el alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y
Hombre es un solo Cristo;
38. El que padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos,
resucitó al tercer día de entre los muertos.
39. Subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, Dios
todopoderoso, de donde ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
40. A cuya venida todos los hombres resucitarán con sus cuerpos y
darán cuenta de sus propias obras.
41. Y los que hubieren obrado bien irán a la vida eterna; y los que
hubieren obrado mal, al fuego eterno.
42. Esta es la fe católica, y quien no la crea fielmente no puede salvarse.
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LAS FUENTES DE LA TEOLOGÍA
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 2
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LAS FUENTES DE LA TEOLOGÍA
idea del testimonio perpetuo la transmiten las figuras del día que sigue
a otro día y la noche que sigue a otra noche, como testigos en sucesión
continua... La ausencia de expresión verbal, lejos de debilitar el testi-
monio, lo fortalece. Aun sin discursos o palabras, los cielos testifican de
Dios a todos los hombres”.
El apóstol Pablo, en su discurso en Listra (Hechos 14:15-17) y tam-
bién al dirigirse a los atenienses (Hechos 17:22-34), aclara que la natu-
raleza revela a Dios de manera suficiente como para conducir a los
hombres a ir en pos de Él y adorarlo. Pero, en la introducción de su
Epístola a los Romanos nos ofrece su declaración más clara sobre la
revelación natural, definiendo también sus limitaciones: “Porque lo que
de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó: Lo invi-
sible de él, su eterno poder y su deidad, se hace claramente visible desde
la creación del mundo y se puede discernir por medio de las cosas he-
chas. Por lo tanto, no tienen excusa, ya que, habiendo conocido a Dios,
no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se
envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebreci-
do” (Romanos 1:19-21). A la luz de esto no se puede dudar que Dios
se revela de manera suficiente a través de sus obras, dejando en la natu-
raleza un fundamento seguro para la teología. Pero, en cuanto al alcan-
ce, limita esta revelación al conocimiento de “su poder y deidad”, es
decir, a su existencia y personalidad. La naturaleza puede llevar a las
personas a buscar a Dios conscientemente, pero sólo por medio de la
revelación adicional de su Palabra pueden hallarlo en el conocimiento
de la salvación. Los racionalistas afirman que la luz de la naturaleza es
suficiente para la salvación, pero todas las ramas de la iglesia histórica
niegan esto. Nadie puede decir lo que es necesario para la salvación, ni
siquiera que la salvación es posible, sin la revelación sobrenatural.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. La posición católica romana respecto a la Biblia difiere de la protestante en dos aspectos
importantes: (1) Desde el tiempo de Agustín ha incluido los libros apócrifos en el canon
del Antiguo Testamento, considerándolos inspirados y con autoridad infalible. Estos li-
bros fueron declarados canónicos en los concilios de Hippo (393 d.C.) y de Cartago (397
d.C.). Tiempo después el Concilio de Trento (1542-1564) confirmó esta acción, con la
excepción de los dos libros de Esdras y la Oración de Manasés. La versión Douay del An-
tiguo Testamento (1609) contenía 46 libros. (2) Difiere de la posición protestante en
cuanto al tema de la inspiración. El protestantismo considera que sólo los textos originales
en hebreo y griego fueron inspirados, mientras que la Iglesia Católica Romana, por medio
de una bula papal, sostiene que la versión conocida como Vulgata Latina también fue
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 2
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LAS FUENTES DE LA TEOLOGÍA
creado; de la misma naturaleza del Padre; por quien todo fue hecho, en el cielo y en la tie-
rra; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, se encarnó y se
hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día; subió a los cielos y volverá para juzgar a vi-
vos y a muertos. Y en el Espíritu Santo. Pero la iglesia santa, católica y apostólica maldice
[anatematiza] a los que dicen que hubo un tiempo cuando Él no existía, o que no existía
antes de ser engendrado, o que fue creado de la nada, o a los que mantienen que el Hijo
de Dios era de otra naturaleza o sustancia [que el Padre], o creado, o sujeto a cambio o
conversión”.
El texto del Credo Niceno-Constantinopolitano de 381 d.C. es esencialmente como el
que se incluye en el cuerpo del texto, con la excepción de que comienza con la primera
persona del plural en lugar del singular. La cláusula del bautismo parece haberse dirigido
contra los novacianos que rebautizaban. La iglesia oriental u ortodoxa reconocía el
bautismo hereje como válido.
Las siguientes notas acerca de los términos técnicos del credo, tomadas de diversas
fuentes, quizá sean útiles para comprenderlos:
Dios de Dios. Se considera a Cristo como Dios derivado de Dios.
Luz de luz. Esta metáfora era muy apreciada en el siglo IV.
Engendrado y no creado. Esta declaración se dirigió contra la enseñanza arriana de que
Cristo había sido creado.
De la misma naturaleza del Padre. Aquí se considera que la divinidad de Cristo es igual a la
del Padre porque hay una sola divinidad.
Por quien todas las cosas fueron hechas. Esto se refiere al Hijo, como en las formas prenice-
nas. El Verbo es el agente de Dios en la creación. Por medio de quien es mejor que por
quien. El término expresa el significado de Dios en la naturaleza y luego como hombre.
Descendió del cielo. Forma metafórica o mística.
El Espíritu Santo, el Señor y dador de la vida. Los términos griegos para Señor y dador de la
vida están en neutro, usando el género gramatical para que concuerde con la palabra
Espíritu.
Adorado y glorificado juntamente con [el Padre y el Hijo]. Más literalmente, es coadorado y
coglorificado.
Una iglesia católica y apostólica. Aquí se omite la palabra santa que aparece en el Credo de
los Apóstoles y en el texto más antiguo del Credo Niceno. Sin embargo, debería incluirse
antes de católica porque eis aparece antes de mian, y hagian se refiere tanto a la iglesia
como a católica.
4. La filosofía debe ser la acompañante constante de la teología, pero cada una ha de retener,
sin intercambio ni confusión, su propio campo particular. Su trabajo no consiste en el
proceso meramente lógico de interrelacionar (arreglar) ideas, ni en el ejercicio de la crítica
ocasional (razonamiento); sino más bien en combinar la gran variedad de temas en una
unidad mayor para el conocimiento. Esto se puede hacer sólo después que la experiencia y
la historia suministran el material desde afuera. La filosofía no puede inventar el material
necesario ejerciendo su propia autoridad, ni destruirlo o cambiarlo a través de una supues-
ta transformación o proceso de idealización (Crooks y Hurst, Th. Encycl. and Meth., 74).
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CAPÍTULO 3
SISTEMAS Y MÉTODOS
Los diversos sistemas teológicos, como fuentes secundarias, no son
menos importantes que los credos y las confesiones. Puesto que repre-
sentan las diversas agrupaciones de las grandes doctrinas del cristianis-
mo, están ordenados de acuerdo con ciertos principios de organización
que el autor considera centrales e inclusivos. Frecuentemente estos sis-
temas constituyen intentos de relacionar a la teología con la filosofía de
la época, justificando así sus afirmaciones ante el tribunal de la razón.
W. B. Pope escribió un párrafo que establece, quizá de manera más
clara que cualquier otro, el valor del sistema en la teología. Dice: “Es
muy importante que la mente esté imbuida desde el principio con una
percepción de las posibilidades y los beneficios de un sistema bien for-
mulado. En la unidad orgánica de la verdad cristiana, cada una de las
doctrinas tiene su lugar, mientras que todos los sistemas menores giran
alrededor de su centro común. Uno de los frutos del estudio teológico
es permitir que el estudiante localice de inmediato cada tema. Además,
existe una armonía rica y profunda entre estas verdades; y al tener cada
doctrina su lugar propio, se relaciona también con casi todas las demás;
la rápida comprensión de esas relaciones es otro fruto de la investiga-
ción dedicada y seria. Al unir esos dos frutos, el gran objetivo del exper-
to en este estudio será descubrir todas las afinidades y conexiones de las
verdades del sistema cristiano. Podría decirse que la teología, la ciudad
de Dios, está edificada sobre siete colinas, las cuales son las grandes
doctrinas que se pueden considerar fundamentales. Estas colinas del
Señor no están muy separadas una de la otra pero apuntan en todas
direcciones, por lo que resulta difícil ver dónde termina un campo de la
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 3
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SISTEMAS Y MÉTODOS
MÉTODOS DE SISTEMATIZACIÓN
Trataremos brevemente aquí de los diversos métodos de sistematiza-
ción que han adoptado los teólogos de la iglesia, como ilustraciones de
sistemas desarrollados sobre una verdad central, los cuales el autor con-
sidera lo suficientemente amplios como para mostrar el alcance total de
la doctrina cristiana.
El método trinitario. Al estudiar los tres credos ecuménicos indi-
camos que el método trinitario de sistematización parece haber sido el
más antiguo que adoptó la iglesia. Esta forma de sistematización conti-
núa hasta el día de hoy. El obispo Martensen realizó su monumental
contribución a la dogmática cristiana bajo tres títulos: Doctrinas del
Padre, Doctrinas del Hijo y Doctrinas del Espíritu Santo. John Dickie,
teólogo erudito de la Iglesia Presbiteriana de Nueva Zelandia, siguió el
mismo plan en su Organism of Christian Truth (Organismo de la ver-
dad cristiana); y poco después Joseph Stump, del Seminario Teológico
Luterano Noroccidental, adoptó el mismo orden. Uno de los represen-
tantes más antiguos de este sistema en la teología moderna fue Ley-
decker (1642-1721), ferviente exponente de las doctrinas de la Iglesia
Reformada.
El método analítico. Este fue el método de Calixtus (1586-1656),
teólogo de la Iglesia Luterana de Alemania. Él principia con la suposi-
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CAPÍTULO 4
LA TEOLOGÍA EN LA
IGLESIA
Después de haber tratado acerca del material y los métodos de la
teología, nuestra tarea ahora consiste en seguir el desarrollo de la teolo-
gía sistemática en la iglesia. Las discusiones doctrinales no sólo surgen a
causa de las fuentes originales y elaboradas, sino de los escritos más
simples de los Padres de la iglesia primitiva. La historia de la dogmáti-
ca, no obstante, se ocupa principalmente de los intentos para estructu-
rar una representación ordenada y sistemática de la verdad cristiana
como totalidad, y sólo puede atender de manera secundaria las discu-
siones que han promovido o estorbado el desarrollo de una teología
sistemática.
Hagenbach encuentra cinco tendencias en el desarrollo de la doctri-
na cristiana. (1) Era de la apologética, cuando el principal esfuerzo del
pensamiento teológico consistió en defender al cristianismo contra la
infidelidad fuera de la iglesia. Se extendió desde la era apostólica hasta
la muerte de Orígenes (70-254). (2) Era de la polémica o las controver-
sias, cuando el principal esfuerzo del pensamiento teológico se dedicó a
proteger al cristianismo contra las herejías dentro de la iglesia. Se ex-
tendió desde la muerte de Orígenes hasta Juan Damasceno (254-730).
(3) Era de la sistematización de los resultados pasados o del escolasticismo,
en el sentido más amplio de la palabra. Se extendió desde Juan Damas-
ceno hasta la Reforma (730-1517). (4) Era de controversia sobre el credo.
Se extendió desde la Reforma hasta la filosofía de Leibnitz y Wolff
(1517-1720). (5) Era de la filosofía acerca del cristianismo. Este período
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EL PERÍODO PRIMITIVO
El período primitivo se puede subdividir en: (1) Período apologético,
desde la era apostólica hasta la muerte de Orígenes (70-254); y (2) Era
de la polémica, desde la muerte de Orígenes hasta Juan Damasceno
(254-730). El período primitivo es en particular el de los Padres de la
iglesia. Éstos, defendiendo al cristianismo contra el paganismo exterior
y participando en controversias contra herejías internas, mediante pa-
ciente perseverancia y a menudo a precio de martirio, elaboraron mate-
riales que los doctores de períodos posteriores sistematizaron con diver-
sos métodos, dando como resultado la dogmática cristiana.
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PERÍODO MEDIEVAL
El período medieval cubre cerca de 700 años, extendiéndose desde
la muerte de Juan Damasceno hasta el principio de la Reforma (754-
1517). Es preeminentemente el período de los doctores o eruditos, por
lo que se le llama período escolástico. Turner, en su Historia de la filoso-
fía, y Kurtz, en su Historia de la iglesia, subdividen este período en cua-
tro épocas principales: “Desde el siglo X, desprovisto casi de todo mo-
vimiento científico —el soeculum obscurum—, surgieron los primeros
brotes de erudición pero sin ninguna marca distintiva de escolasticismo
en ellos. En el siglo XI el escolasticismo comenzó a manifestarse como
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EL PERÍODO DE LA REFORMA
La era precedente se caracterizó por la sistematización de los resulta-
dos del período polémico. Sin embargo, la Reforma constituyó un nue-
vo período de controversias y formulaciones del credo, marcando así la
transición del mundo medieval al moderno. La Reforma como tal fue
resultado del Renacimiento. De hecho, fue una continuación del Rena-
cimiento que afectó asuntos religiosos, especialmente en Alemania e
Inglaterra. A Reuchlin y a Erasmo se les conoce como los dos ojos de
Alemania, uno por su conocimiento de la lengua y literatura hebreas; el
otro, debido a su conocimiento del griego y sus obras en ese idioma.
Un escritor trazó el desarrollo del pensamiento a través de cuatro Jua-
nes —Juan Duns Escoto, Juan Tauler, Juan Huss y Juan Wesley— y
luego añadió un quinto y un sexto —Juan Wessel y Juan Reuchlin.
El evento más importante de este período, y el que permitió el desa-
rrollo de dos tipos de teología radicalmente diferentes, fue la división
de la iglesia en dos ramas principales: el catolicismo romano y el protes-
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LA TEOLOGÍA EN LA IGLESIA
los pietistas negaban toda posición neutral, en tanto que sus opositores
afirmaban que existían doctrinas neutrales.
5. Controversia sinergística (1543-1580). Se ocupó de la relación en-
tre el elemento humano y el divino en la salvación. Los seguidores de
Melanchthon afirmaban que había cooperación entre lo divino y lo hu-
mano; los flacianos negaban que el pecador pudiera tener otro papel
excepto uno pasivo. La Fórmula de Concordia favoreció esta última po-
sición. El calvinismo en esencia es monergista, mientras que el arminia-
nismo es estrictamente sinergista.
6. Controversia osiándrica (1549-1552). En esta controversia acerca
de la naturaleza de la justificación, Osiander (1498-1552) sostuvo que
ésta consistía en la infusión de justicia esencial o de la naturaleza divi-
na. Aunque Osiander era un fiel protestante, su posición mostraba la
confusión entre la justificación y la santificación que se ve en la teología
católica romana. Este punto de vista de la justificación jamás halló
aceptación en la teología protestante.
7. Segunda controversia eucarística (1552). Surgió entre Lutero y
Zwinglio y ayudó a desarrollar y esclarecer las diferencias entre las igle-
sias luterana y reformada. Zwinglio negó: (a) que comer el cuerpo de
Cristo corporalmente confirme o pueda confirmar la fe; (b) que comer
el cuerpo de Cristo corporal o naturalmente perdone o pueda perdonar
pecados; (c) que el cuerpo de Cristo se halle corporalmente presente en
la eucaristía tan pronto como se declaran las palabras “esto es mi cuer-
po” respecto a los elementos. Lutero jamás enseñó lo siguiente: (d) que
el cuerpo de Cristo pueda estar corporalmente presente en los elemen-
tos. Lutero, por otro lado, afirmaba: (a) que en la eucaristía Cristo está
presente sólo por la fe; (b) que todo el que acepta el milagro de la en-
carnación no tiene razón para dudar de la presencia de Cristo en y con
los elementos; (c) que Cristo no está aprisionado en el cielo. Zwinglio
jamás enseñó lo siguiente: (d) que es necesario que el cuerpo y la sangre
de Cristo estén presentes en la eucaristía para que el creyente tenga la
seguridad del perdón de los pecados.
8. Controversia mayorística (1559). Trató de la naturaleza de las
buenas obras. Mayor declaró que las buenas obras eran esenciales para
la salvación, en tanto que Amsdorf, quien dirigió la oposición, declaró
que eran perjudiciales. La disputa se resolvió con la Fórmula de Con-
cordia que adoptó la posición intermedia, poniendo las bases para la
doctrina protestante generalmente aceptada, esto es, que las buenas
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LA TEOLOGÍA EN LA IGLESIA
EL PERÍODO CONFESIONAL
Los siglos XVII y XVIII (ap. 1600-1800) representan el período
confesional en el desarrollo teológico. Durante este tiempo se organiza-
ron en forma sistemática las declaraciones doctrinales de los principales
grupos cristianos, y fueron entregados a la iglesia como diferentes tipos
de dogmática cristiana. A los teólogos de este período con frecuencia se
les clasifica como escolásticos protestantes, puesto que siguieron esen-
cialmente los mismos principios de sistematización que observaron los
antiguos eruditos. Dos aspectos de este tema demandan nuestra aten-
ción: los diversos tipos de confesiones, y las diferentes formas que
adoptó la teología debido a la influencia de circunstancias externas.
Veremos estas divisiones desde el punto de vista genético.
Tipos de confesiones
Los diferentes tipos de teología se encuentran en el Nuevo Testa-
mento mismo y marcan el inicio de lo que aconteció en períodos poste-
riores de la historia de la dogmática. Pedro representó la tendencia
práctica; Santiago, una combinación de lo práctico y lo filosófico, ha-
biéndonos dejado la literatura sapiencial del Nuevo Testamento; Pablo,
lógico y sistemático, nos legó la teología sistemática del Nuevo Testa-
mento; en tanto que Juan fue principalmente un profeta que anunció
de manera dogmática lo que había visto por intuición. Las característi-
cas distintivas de estos tipos de teología se observarán mejor al estudiar
los contrastes presentados en orden cronológico en la historia de la
iglesia: las iglesias de oriente y occidente; las iglesias católica romana y
protestante; las iglesias luterana y reformada; y las iglesias reformada y
arminiana.
Las iglesias de oriente y occidente. El oriente y el occidente tienen
en común los tres credos ecuménicos y las decisiones de los cuatro con-
cilios ecuménicos: Nicea (325); Constantinopla (381); Éfeso (431); y
Calcedonia (451). Las iglesias se separaron por la controversia que cau-
só la inserción de la palabra filioque en el credo, pero quizá la separa-
ción se haya debido más a razones políticas y eclesiásticas que al punto
doctrinal sobre la procedencia única o doble del Espíritu Santo. Había
dos pontífices rivales, uno en Constantinopla en el oriente y otro en
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EL PERÍODO MODERNO
Se puede decir que Schleiermacher, el “padre de la teología moder-
na”, introdujo en el pensamiento moderno la vitalidad de la enseñanza
evangélica, tanto como lo hizo su contemporáneo Juan Wesley en el
campo de la religión. En contraste con las ideas de los racionalistas,
comprendió la fe cristiana como algo dado, no sólo de manera externa,
sino establecido en la conciencia. Por tanto, no era consecuencia del pen-
samiento racionalista sino que se originaba en el corazón. La religión era
un “sentimiento de dependencia”, siendo Cristo y su redención el centro
de su sistema teológico. En cuanto al alcance de su influencia, se ha
comparado a Schleiermacher con Agustín y Calvino. Debido a lo extensa
que es la historia de la dogmática en el período moderno, sólo podremos
mencionar a los principales teólogos de cada escuela. Consideraremos el
desarrollo teológico de este período bajo la siguiente división: (1) la
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mo de una obra mayor que planteó sus ideas. Ritschl rechazó la posi-
ción escolástica y, en realidad, toda la filosofía, sosteniendo que la filo-
sofía y la teología no tenían un vínculo válido entre sí. Fue un firme
seguidor del movimiento histórico y, por ello, defendió fuertemente el
reconocimiento del Cristo histórico y la aceptación de la Biblia como
registro de la revelación. Su teoría del conocimiento fue empírica y creó
confusión cuando intentó unir los elementos ideales y reales del cono-
cimiento, los cuales tomó prestados de Kant y de Lotze. El término
“juicios de valor” pertenece particularmente a Ritschl y a su escuela.
Este término se refiere a los juicios que son verdaderos e importantes
sólo en tanto tengan valor para producir efectos emocionales o de otra
clase en la conciencia de aquel que los emite. Esto dio origen a ciertas
fases de la crítica alta con sus tendencias destructoras, tales como la idea
de que los milagros quizá no hayan sido eventos históricos, pero puesto
que producen el efecto de poder omnipotente, poseen “valor” para la
religión. Algunos de los seguidores más radicales de esta posición ex-
tendieron el juicio de valor a Cristo mismo, afirmando que el valor
religioso podría disociarse del trasfondo histórico.
Entre los teólogos clasificados como ritchslianos están Gottschick
(n. en 1847); Hermann de Marburg (n. 1846); Hermann Schultz (n.
en 1836); y quizá Adolph Harnack (n. en 1851). Julius Kaftan (n. en
1848), el sucesor de Dorner en Berlín, modificó la posición de Ritschl,
abandonando las distinciones entre el conocimiento científico y el reli-
gioso; y Theodor Haering (n. en 1848), más que cualquier otro de los
ritschlianos, se acercó nuevamente a la Iglesia Ortodoxa.
5. Teología de Inglaterra y los Estados Unidos. Los primeros escri-
tos metodistas de carácter doctrinal fueron los Sermones de Wesley, que
juntamente con sus Notas y los Veinticinco artículos constituyen las
normas doctrinales del metodismo. Juan Fletcher, quien en cierto sen-
tido fue el apologista del metodismo, era miembro de la iglesia estable-
cida y vicario de Madeley. El primer escritor metodista que formuló un
sistema completo de doctrina fue Richard Watson (1781-1823), quien
publicó Theological Institutes (Institutos teológicos) en 1823. Esta obra
fue revisada por Wakefield, quien la incluyó con material adicional en
Christian Theology (Teología cristiana). William Burton Pope (1822-
1903), con su Compendio de teología cristiana publicado en tres tomos,
fue el primer escritor británico a quien se comparó favorablemente con
Richard Watson. En los Estados Unidos, Miner Raymond (1813-
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Entre las frases más notables, McGiffert ofrece las siguientes: “Es mejor guardar silencio y
ser, que hablar y no ser”. “Es apropiado que no sólo se nos llame cristianos sino que lo
seamos también”. “Cuando hay más lucha hay mayor ganancia”. “Un cristiano no tiene
autoridad sobre sí mismo excepto para darle su tiempo a Dios”. “El cristianismo es una
cuestión de poder cuando es odiado por el mundo”. “Yo soy trigo de Dios, molido por los
dientes de bestias salvajes para ser hallado como pan puro” (McGiffert, History of
Christian Thought, I:37).
2. En su epístola a la iglesia romana, Ignacio informa a los cristianos del lugar acerca de su
llegada, suplicándoles que no hagan nada para obtener la liberación de él o impedir su
martirio. Consideraba como “el mayor privilegio y honor supremo morir por el nombre
de Cristo”. Él escribió: “Sed pacientes conmigo. Sé lo que me conviene. Ahora estoy co-
menzando a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible envidie yo para que pueda
alcanzar a Jesucristo. ¡Venga el fuego, la cruz y las luchas contra bestias salvajes, disloquen
mis huesos, mutilen mis extremidades, destruyan todo mi cuerpo! ¡Vengan las torturas
crueles del diablo para atacarme! Lo único que quiero es alcanzar a Cristo”. “Los dolores
de un nuevo nacimiento están sobre mí. Sed pacientes conmigo, hermanos. No me impi-
dan vivir; no deseen mi muerte. No hagan que permanezca en el mundo uno que desea
ser de Dios, ni lo seduzcan con cosas materiales. Permitidme recibir la luz pura. Cuando
llegue a mi meta, entonces seré hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi
Dios” (Ireneo, Epístola a los Romanos, 5-6).
Quizá el noble testimonio de Policarpo se haya citado más que cualquier otra palabra de
los Padres: “Ochenta y seis años he servido a mi Señor y Rey y Él jamás me ha hecho
daño. ¿Cómo puedo negarlo?”
3. “Los discípulos de Rabanus —dice Briggs— que enseñaban en varios monasterios del
norte y occidente de Europa, mejoraron grandemente la educación teológica”. De Alcuin
se dijo que distribuía “la miel de los escritos sagrados”, “el vino de la antigua erudición” y
“las manzanas de la sutileza gramatical”.
Rabanus escribió este interesante párrafo: “Si alguien desea conocer a fondo la Biblia,
debe primero investigar diligentemente la historia, alegorías, anagogías y tropos que pu-
dieran haber en el pasaje bajo consideración, porque existen cuatro sentidos en las Escritu-
ras: el histórico, el alegórico, el tropológico y el analógico, a los cuales llamamos hijas de la
sabiduría. A través de éstas la sabiduría nutre a sus hijos. A los que son jóvenes y comien-
zan a aprender, ella les da la leche de la historia; a quienes han avanzado en la fe, el pan de
la alegoría; a los que están verdadera y constantemente haciendo el bien de modo que
abundan en eso, ella los satisface con la carne apetitosa de la tropología; y finalmente, a
quienes desprecian las cosas terrenales y desean ardientemente las celestiales, los llena a
plenitud con el vino de la anagogía” (Schaff, Hist. Christian Church, IV:719).
4. Entre los primeros seguidores de Melanchton se hallan Strigel (1514-1569), Loci Theologi-
ci; Chemnitz (1522-1586), Loci Theologici; y Selneccer (1530-1592), Institutio Relig.
Christ. Juntamente con Calvino, otros dos teólogos suizos dignos de mención son Ursinus
(1534-1583) y Olevianus (1536-1587), autores del Catecismo de Heidelberg.
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CAPÍTULO 5
LA RELIGIÓN CRISTIANA
La teología cristiana, como ciencia de la religión cristiana, nos lleva
de inmediato a considerar su primer postulado básico: la naturaleza
fundamental de la religión. La palabra religión, del latín religio, se deri-
va de religere que significa literalmente examinar de nuevo o meditar
cuidadosamente. En la traducción libre de MacPherson significa “consi-
deración cuidadosa, reflexión, entrega de la mente y de todas las facul-
tades al estudio de lo que parece demandar investigación respetuosa y
reverente”. Lactancio afirmaba que la palabra se derivaba de religare, o
volver a unir, siendo significativo en la relación del ser humano y su
Creador. Siguiendo a Cicerón, la mayoría de los etimologistas rechazan
esta definición. Sin embargo, Pope utiliza ambas explicaciones para
describir la naturaleza de la religión. De acuerdo con Lactancio, reli-
gión significa “el vínculo eterno que une al ser humano con Dios”; por
tanto, es la relación de la criatura humana con el Creador supremo,
como se reconoce y se da testimonio en todas las formas de enseñanza
teológica y de adoración. Por otro lado, según Cicerón, religión significa
el ejercicio de la mente humana para meditar y considerar asuntos divi-
nos; por tanto es, por así decirlo, una aspiración instintiva de la naturale-
za humana y entretejida en ella, corregida, purificada y dirigida hacia sus
puntos más decisivos en la fe verdadera. De esta manera, las relaciones
objetivas y subjetivas del ser humano se unen en la religión, que es uno
de los términos más importantes y profundos que enfrentamos (Pope,
Compendium, I:1).
En el Nuevo Testamento hay otras dos palabras que expresan la idea
de religión. La primera es eusebeía (¼ĤÊš¹¼À¸֖ que se emplea en el
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 5
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LA RELIGIÓN CRISTIANA
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LA RELIGIÓN CRISTIANA
sea común a todas las religiones; y no son las religiones inferiores las
que explican a las superiores; por el contrario, la religión superior expli-
ca a todas las religiones inferiores” (Caird, Fundamental Ideas of Chris-
tianity, I:25). El origen de la religión se remonta a la constitución ori-
ginal del ser humano. Éste fue creado para tener comunión personal
con Dios y, según las cualidades que recibió originalmente, poseía inte-
gridad personal y suficiente conocimiento de Dios para mantenerse en
el estado en que fue creado. Pero, por la caída y debido a la entrada del
pecado, la comunión con Dios se rompió, y la mente del hombre se
oscureció al perder la luz espiritual que forma el verdadero principio de
iluminación en las cosas de Dios. Por ello, al igual que Stump, debe-
mos considerar que la religión natural es “un recuerdo atenuado y di-
luido de la constitución y capacidad original del ser humano”. Es cierto
que esas religiones poseen ciertos elementos de verdad, pero han perdi-
do mucho de la revelación original y carecen del conocimiento salvífico
de Dios.
La Biblia considera que la degeneración de la religión es consecuen-
cia directa del pecado del hombre, en el que éste se apartó voluntaria-
mente del conocimiento más puro de Dios y del servicio a Él. El após-
tol Pablo describe los pasos en ese descenso de la manera siguiente: (1)
Rechazo del Dios verdadero. “Ya que, habiendo conocido a Dios, no lo
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se envane-
cieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Pre-
tendiendo ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cua-
drúpedos y de reptiles” (Romanos 1:21-23).2 Aquí se indica: (a) La
negativa directa a ofrecer adoración a Dios. El rechazo es ético. Al de-
clarar: “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’”, el salmista no se
refiere a negar la existencia de Dios sino a rechazarlo ética y espiritual-
mente: “Yo no quiero ningún Dios”. (b) Al rechazar a Dios y elevarse a
sí mismo, el ser humano creyó poseer una falsa independencia que des-
truyó la razón de la gratitud. (c) Al perder al objeto de su adoración, el
ser humano no perdió su anhelo de Dios, por lo que sus vanas imagi-
naciones lo impulsaron a proponer objetos de adoración para sí. (d)
Esos objetos de adoración adoptaron el carácter del corazón corrupto
del hombre. (e) Profesando poseer la sabiduría del mundo, elaboraron
sistemas religiosos que incluían a seres humanos, aves, cuadrúpedos y
animales que se arrastran. (f) Evidentemente Pablo desea mostrar la
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nos; (5) el misticismo como filosofía religiosa: William Inge; (6) la filo-
sofía ética de la religión: Martineau; (7) la filosofía religiosa del acti-
vismo: Eucken; (8) el pragmatismo como filosofía religiosa: William
James; (9) el idealismo personal: Rashdall. Estudiar todas las tendencias
resultaría extenso; además, no es nuestro objetivo.
Schleiermacher (1768-1834) preparó el camino para las tendencias
posteriores en la filosofía de la religión. Waterhouse declaró: “Donde-
quiera que se encuentra una filosofía de la religión que nace de la sico-
logía de la experiencia religiosa, existe una línea directa que, atravesan-
do muchas conexiones de senderos convergentes, llega a la ferviente
especulación de Schleiermacher”. Él fue el primero en analizar y evaluar
la religión como disciplina independiente. Antes de su tiempo se cono-
cía muy poco del carácter intrínseco de la religión, excepto entre los
místicos; desde su época, ninguna filosofía o teología se reconoce como
tal sin él. Schleiermacher creció entre los moravos en Halle y desde
muy joven vivió experiencias religiosas profundas. Tanto su sistema de
teología como su filosofía estuvieron dominados por el deseo de expre-
sar la obra de la gracia divina en su propia alma. Pero, arraigado en esta
intensa experiencia religiosa, se dejó llevar por los campos de la especu-
lación filosófica, por lo que se le ha descrito apropiadamente como “la
unión de un alma piadosa con una mente filosófica”. Por tanto, la in-
fluencia morava no sólo creó un avivamiento religioso a través de Wes-
ley, sino un avivamiento de la filosofía religiosa mediante su contempo-
ráneo Schleiermacher.5 El avivamiento evangélico, y la nueva época en
la filosofía introducida por éste, se pueden considerar con justicia como
dos aspectos de un mismo evento.
Según Schleiermacher, la religión es “un sentimiento de dependen-
cia”.6 No busca como la metafísica determinar y explicar el universo, ni
como la moral, desarrollar y perfeccionar el universo mediante el poder
de la libertad. El sentimiento de dependencia conduce de inmediato a
la idea de Dios de la cual debe depender el alma. El conocimiento reli-
gioso, por tanto, es “la consciencia inmediata de la existencia universal
de todo lo finito en el Infinito y por medio de Él, y de todo lo tempo-
ral en el Eterno y por medio de Él”. Significa tener vida y conocerla en
un sentimiento inmediato. Cuando se experimenta esto, se satisface la
religión; cuando se esconde, hay desasosiego, angustia, adversidad y
muerte (Reden, 36). La filosofía de la religión es resultado del conoci-
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LA NATURALEZA DE LA RELIGIÓN
Después de haber examinado los resultados de la ciencia de la reli-
gión y los desarrollos filosóficos basados en la historia y en la sicología
de la religión, ahora podemos determinar en forma más completa la
verdadera naturaleza de la religión en el sentido más general. Existen
cuatro características fundamentales; éstas se ven tanto en las formas de
religión más elementales y primitivas así como en el cristianismo, la
religión suprema y última. Ninguna forma o grado de religión carece
de ellas. Primero, existe la idea de un poder sobrenatural —Dios— en
la religión de revelación, o dioses en las religiones naturales. Segundo, se
siente una necesidad que busca satisfacción de parte de ese poder so-
brenatural. Tercero, está presente la idea de guardar reverencia y que se
debe honrar en adoración y rendir obediencia voluntaria a lo sobrena-
tural. Cuarto, hay cierto tipo de seguridad en cuanto a la manifestación
de Dios. Es evidente que las primeras tres características dependen de la
relación existente entre Dios y el ser humano, en tanto que la cuarta, la
revelación, se considera como un favor divino especial.
Al examinar estas características comprendemos que son necesarias
en la religión. Lo sobrenatural, por ejemplo, puede entenderse como
los dioses en el politeísmo, o incluso como los poderes inferiores en el
animismo, totemismo y chamanismo. En el cristianismo existe una
clara idea del Dios personal como Padre. La necesidad sentida, asimis-
mo, puede llegar a las formas más bajas de las necesidades físicas, en las
que se busca la ayuda divina mediante prácticas supersticiosas y para
fines viles. La tercera característica también varía, conduciendo a sacri-
ficios idólatras en unos casos, o a momentos elevados de oración y ala-
banza en la adoración cristiana. La cuarta tiene que ver con lo que dis-
tingue a la religión cristiana, porque sólo en el Antiguo y Nuevo
Testamentos, entregados al judaísmo y al cristianismo como partes de
una sola revelación, hallamos la verdadera manifestación de Dios, la
cual a su vez depende de Cristo como la Palabra eterna hecha carne,
dándole así al ser humano la imagen gloriosa y clara del Padre.
Desde el tiempo de Bernabé —el apologista primitivo— hasta la
época de Kant, la iglesia acostumbraba trazar una clara línea demarca-
dora entre la religión cristiana y las religiones étnicas, declarando que la
primera era verdadera y que las demás eran totalmente falsas. Se pasaba
por alto que las otras religiones tenían mucho de verdad. Al desarrollar-
se la ciencia de la religión surgió una actitud diferente, reconociéndose
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 5
la perspectiva paulina que estuvo oculta por mucho tiempo: que las
religiones gentiles eran “ramas de olivo silvestre”, a diferencia de las
“ramas naturales” del judaísmo. No obstante, Pablo tampoco acepta la
posición sincretista moderna de que el cristianismo es una entre mu-
chas religiones, las que son expresiones igualmente beneficiosas de la
profunda naturaleza religiosa del ser humano. Aunque admite que hay
verdad en todas las religiones étnicas, establece una marcada distinción
entre éstas y el cristianismo basándose en dos factores: (1) la diferencia
en cuanto a la calidad ética; y (2) la diferencia en cuanto al carácter del
Fundador. El primer factor se observa en su condenación de las religio-
nes paganas, un hecho que confirman los que conocen el bajo nivel
moral de la religión primitiva y de las llamadas religiones universales.
Éstas constituirán la base de la siguiente sección.
Desde el punto de vista histórico, nuestro argumento acerca de la
supremacía de la religión cristiana sobre las religiones étnicas se basa en
su carácter inclusivo. El cristianismo es distintivo y, por tanto, exclusi-
vo, puesto que es absolutamente inclusivo. “No es una amalgama de
otras religiones —dice Matheson— sino que tiene lo mejor y lo más
verdadero de las demás religiones. Es la luz blanca que contiene todos
los rayos de colores. Dios pudo haber revelado verdades fuera del ju-
daísmo, como lo hizo a través de Balaam y Melquisedec. Pero, aunque
otras religiones tienen una excelencia relativa, el cristianismo es la reli-
gión absoluta que contiene todas las excelencias”. Este método, pues,
proporciona bases más firmes respecto a la singularidad y verdad supre-
ma de la religión cristiana, lo que no es posible si la consideramos como
una religión entre muchas, o como una contra muchas, preservando lo
verdadero de ambas posiciones.
El cristianismo es la religión distintiva y verdadera. Después de ha-
ber examinado las religiones falsas, es evidente que hay y puede haber
sólo una religión que abarque toda la verdad en sí misma. “El ser hu-
mano es un ser religioso que posee la capacidad para la vida divina. Sin
embargo, es realmente religioso sólo cuando entra en esta relación vi-
viente con Dios. Las religiones falsas son las caricaturas que los seres
humanos hacen del pecado, o imaginaciones que, al buscar a tientas la
luz, se forman de esta vida del alma en Dios” (Strong, Syst. Th., I:23).
Resumimos nuestros argumentos sobre el cristianismo como la religión
distintiva y verdadera con las siguientes proposiciones:
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Desde el punto de vista objetivo, la religión es la relación del hombre con lo infinito, y
desde el subjetivo, es la determinación de la vida humana mediante esa relación (Hase,
Dogmatik).
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2. Al estudiar la historia del mundo pagano antiguo, nos sorprende la precisión con que
Pablo lo describe en el primer capítulo de Romanos. Afirma que “cambiaron la gloria del
Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de
reptiles” (1:23). “Ofrecían adoración como a dioses a los bueyes, cocodrilos, aves y repti-
les. Convirtieron a las bestias en dioses y, a su vez, transformaron a sus dioses en bestias
atribuyéndoles embriaguez, lascivias innaturales y los vicios más repugnantes. Adoraban la
embriaguez bajo el nombre de Baco y la lascivia bajo el nombre de Venus. Momus era pa-
ra ellos el dios de la calumnia, y Mercurio, el dios de los ladrones. Incluso a Júpiter, su
dios principal, lo consideraban adúltero. La adoración de seres reconocidos como malig-
nos prevaleció entre ellos, de ahí que muchos de sus ritos fueran crueles y obscenos. Las
fiestas florales que celebraban los romanos en honor a Flora, la diosa de las flores, duraban
cuatro días en los que practicaban los actos más vergonzosos y el libertinaje más desenfre-
nado” (Wakefield, Chr. Th., 33-34).
3. Para mencionar algunos ejemplos de entre muchos, los ritos de la diosa Cibeles se caracte-
rizaron tanto por su lujuria como por su crueldad; tales ritos se extendieron ampliamente
llegando a formar parte de la adoración pública de Roma. Los afrodisíacos, o festivales en
honor a Venus, se realizaban con ceremonias lascivas en muchas partes de Grecia; Strabo
relata que en Corinto había un templo tan rico que mantenía a más de mil prostitutas sa-
gradas a su servicio (Wakefield, Chr. Th., 33-34; véase Storr, Christian Religion; Seiss,
Apoc. Churches; otras referencias sobre religiones primitivas).
4. Respecto a su teoría ilusionista de la religión, Feuerbach dice: “El hombre —este es el
misterio de la religión— proyecta su ser en objetividad, y luego otra vez se hace objeto de
esta imagen proyectada de sí mismo y convertida así en sujeto... Ya que Dios no es sino la
naturaleza del ser humano purificada de lo que al individuo humano, sea en sentimiento o
pensamiento, le parece una limitación del mal”.
5. Al igual que Wesley, Schleiermacher consideró necesario separarse de los hermanos mora-
vos, pero la brecha se debió a su independencia intelectual y no al deseo de rebelarse con-
tra el espíritu o los métodos de ellos. Las cartas que se escribieron él y su padre en el tiem-
po cuando decidió separarse de los hermanos, suplicando que le permitieran entrar a la
esfera más amplia de la Universidad, muestran claramente la agonía que sufrió (Selbie,
Schleiermacher, 16-17).
6. Waterhouse sostiene que, para Schleiermacher, el nacimiento de la religión ocurrió en ese
momento misterioso inmediatamente previo al brote de la consciencia, un instante tan
momentáneo que casi no se puede describir como instante —un término que implica al
menos una fracción de tiempo cuando el sentido y el objeto son uno e indistinguibles,
cuando surge el primer contacto de la vida universal con un individuo y, como declara
Schleiermacher, “yaces directamente en el seno del mundo infinito”. Se debe tomar en
cuenta que, para él, el sentimiento significa primordialmente la unidad de consciencia, en
la que la oposición del conocimiento pasa por medio del sentimiento a la voluntad, y la
voluntad pasa por medio del sentimiento al conocimiento, y la relación común con el sen-
timiento forma el vínculo de conexión entre ellos. El campo de la religión se encuentra en
este elemento unificador del sentimiento. Por tanto, considera al pecado como el conflicto
y a la salvación como la reconciliación entre la consciencia de Dios y la consciencia del
mundo, y esto lo realiza Cristo, quien poseía la consciencia de Dios en medida absoluta,
estableciendo así su perfección y su divinidad.
7. William Adams Brown señala que la súbita caída del hegelianismo es uno de los hechos
más sorprendentes de la historia de la filosofía. Existían dos tendencias: una relacionaba a
la religión con la filosofía, resultando en un movimiento crítico; la otra se aproximaba a
las posiciones de la teología tradicional. Personas como Daub y Marheinecke intentaron
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 5
presentar al cristianismo como la síntesis final, pero los elementos más radicales finalmen-
te vencieron a los conservadores. Brown indica que Essence of Christianity (Esencia del
cristianismo), de Feuerbach, es la más clara expresión de esta tendencia destructiva.
8. Para completar su argumento, Martineau ofrece tres razones para identificar la Voluntad
que ha descubierto detrás de los fenómenos con el Dador de la ley revelado por la con-
ciencia: (1) En nuestra persona se unen la sujeción a la ley moral y la sujeción a la ley físi-
ca que están inseparablemente entrelazadas. (2) El mundo externo estimula nuestras ac-
ciones; la información de la conciencia se halla en la vida y en la humanidad, y sus
problemas son planteados por la condición que ellas imponen. (3) La disciplina que re-
quiere la ley moral es implementada por la ley física... Sin embargo, estos dos aspectos —
el físico y el moral— están separados sólo en el temor humano, no en la existencia divina
(Martineau, Study of Rel., 26ss.).
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CAPÍTULO 6
LA REVELACIÓN
CRISTIANA
La teología cristiana se basa en la revelación de Dios en Cristo, cuyo
relato —tanto en la etapa preliminar como en la perfecta— se encuen-
tra en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Para remitir al lector a nues-
tras presuposiciones básicas acerca de la relación entre la palabra escrita
y la Palabra personal y eterna, la cual vimos al tratar de la Biblia, po-
demos aquí, a modo de introducción, hablar de la revelación y la fe
cristiana como las formas objetiva y subjetiva de la revelación de Dios
al hombre. Pero la revelación las relaciona con Dios como el Revelador,
en tanto que la fe cristiana considera que son recibidas por el hombre.
Debemos tener esto en mente en nuestra discusión para preservar intac-
tos los principios formales y materiales de la revelación. Lo que a Dios
le complace dar a conocer, llega a ser la fe del ser humano cuando éste
lo acepta. Tanto la revelación como la fe cristiana concuerdan con la
Biblia. No decimos que sean idénticas, porque la teología cristiana
siempre debe presentar a Cristo —la Palabra viva y eterna— como la
suprema revelación de Dios. Pero la Biblia, como el registro verdadero
e inerrante de la Palabra personal y el medio de expresión continua
mediante el Espíritu Santo, debe convertirse en un sentido real y pro-
fundo en el aspecto formal de la revelación verdadera y perfecta. Por
tanto, respecto a la Biblia como la regla de fe formal, nuestro objeto de
estudio se divide naturalmente en tres partes principales: (1) la natura-
leza de la revelación cristiana, o revelación; (2) el origen de la revelación
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 6
REVELACIÓN GENERAL
Al hablar de revelación general en teología, nos referimos a la forma
en que Dios se muestra a sí mismo a los seres humanos: en la naturale-
za, por medio de la mente, y en el progreso de la historia humana. Con
frecuencia ciertos teólogos tienden a considerar la revelación como el
aspecto divino de lo que, desde el plano humano, se ve como procesos
de aprendizaje comunes. Así, Lipsio declara que toda revelación, tanto
en forma como en contenido, es sobrenatural y natural; sobrenatural,
por ser el efecto del Espíritu divino en el hombre, y natural, porque
opera tanto sicológica como históricamente a través de la consciencia,
considerada como parte de la naturaleza espiritual del ser humano.
MacPherson denuncia esta falacia y nos advierte que viene a ser prácti-
camente una teoría deísta de Dios y del universo. Otras perspectivas
más modernas respecto a la inspiración, que difieren en grado pero no
en clase, han impedido también tener un concepto correcto de la Bi-
blia. Desde el punto de vista bíblico, no obstante, los dos términos —
ÒÈÇÁŠÂÍÐÀË o revelación y θŚÉÑÊÀË o manifestación o dar a conocer—
se aplican sólo a los misterios de la religión, y no a descubrimientos que
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REVELACIÓN ESPECIAL
La revelación especial tiene que ver con el propósito redentor de
Dios manifestado en Cristo Jesús, en contraposición a la revelación más
general de su poder manifestado en las obras de la creación. Algunos
han objetado que la idea de una revelación especial equivale a despre-
ciar la sabiduría de Dios porque, al parecer, lo presenta enmendando o
complementando las primeras revelaciones de sí mismo. No es válida
tal objeción. Dios creó la tierra como escenario para las actividades de
los hombres como seres personales, quienes, en lo concerniente a su
cuerpo son parte integral de la naturaleza, pero en cuanto a su ser espi-
ritual, son superiores a la naturaleza y pueden establecer una comunión
espiritual. La revelación general es básica y fundamental, pero por la
naturaleza de los hechos, implica una revelación superior y personal.
Uniendo estas dos formas de revelación, llegamos a conocer a Dios, no
sólo como ley o una fuerza que obra a través de la ley, sino como una
Personalidad suprema que no sólo es capaz de entablar compañerismo
con el ser humano, sino que lo ha creado específicamente para que
tenga comunión con Él. Una vez más vemos que, puesto que el hom-
bre fue creado para disfrutar de comunión personal con Dios, es lógico
suponer que Él se haya dado a conocer a través de la personalidad hu-
mana, además de las revelaciones que realizó por medio de la naturaleza
restringida e impersonal. Finalmente, por la entrada del pecado en el
mundo después de la creación, se necesita una revelación especial para
que las personas comprendan la actitud de Dios respecto al pecado y
darles a conocer eficazmente su plan redentor. Como corolario, se ne-
cesita la revelación especial porque la enseñanza divina tiene que luchar
contra las consecuencias anormales del pecado, tales como la apatía, la
perversidad y la confusión espiritual que caracterizan a la mente huma-
na. Sheldon declara: “Una sola mirada a la tragedia del pecado e insen-
satez humanos debería disipar la ficción de que la naturaleza brinda una
revelación adecuada al ser humano en su condición actual. Quizá sea
suficiente para despertar cierto grado de responsabilidad, pero no basta
para suplir el poder para las motivaciones más elevadas o la guía más
eficiente” (Sheldon, Syst. of Chr. Doct., 75).
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EL LIBRO CRISTIANO
En toda discusión acerca de la revelación cristiana, el primer tema
tiene que ser necesariamente el Libro cristiano, pues sólo allí se encuen-
tran sus documentos históricos. Esto nos conduce de inmediato a con-
siderar la naturaleza y función de las Escrituras como el oráculo de
Dios. Cristo, la Palabra personal, fue la revelación plena y final del Pa-
dre. Sólo Él es el verdadero Revelador. No sólo sus palabras y hechos,
sino Él mismo manifestado en sus palabras y hechos. Se puede decir en
este sentido que “el Oráculo y los oráculos son uno”. Entonces, para
comprender correctamente la naturaleza y función de la Biblia, debe-
mos entender que ocupa una posición intermedia entre la revelación
primaria de Dios en la naturaleza y la revelación perfecta de Dios en
Cristo, la Palabra personal. Si colocamos en el centro de la revelación la
idea del Verbo eterno, formando alrededor una serie de círculos con-
céntricos, el primero y más cercano representa al Verbo encarnado o la
revelación de Dios en Cristo, la Palabra personal. El segundo círculo,
más alejado, representa a la Biblia como la Palabra escrita. En este sen-
tido, la Biblia es a la vez la Palabra de Dios y el registro permanente de
esa Palabra. Los evangelios nos fueron dados por los evangelistas, quie-
nes, bajo la inspiración del Espíritu Santo, registraron las palabras y los
hechos del Cristo encarnado. El libro de Hechos, las Epístolas y Apoca-
lipsis fueron dados por el poder directo del Espíritu, cumpliendo el
propósito de Cristo de conceder a la iglesia las Escrituras del Nuevo
Testamento, a fin de suplementar y completar el Antiguo Testamento.
Es evidente, pues, que la relación entre la Biblia y la Palabra Viva y
personal es la misma que existe entre nosotros y nuestras palabras ha-
bladas y escritas. El círculo tercero y externo representa la revelación de
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LA FE CRISTIANA
La fe cristiana —el siguiente tema en nuestro estudio de la revela-
ción— se puede definir como la aceptación, de parte del ser humano,
de la revelación de Dios dada en Cristo y relatada en la Biblia. Por tan-
to, constituye el cuerpo de la revelación externa que creen y aceptan
con certeza los cristianos, porque están seguros de sus evidencias y la
han adoptado como la base de su confianza personal. Es más que una
revelación meramente externa; es la verdad revelada e incorporada en la
vida personal, y hecha vital y dinámica al llegar a formar parte de la
personalidad humana. El cuerpo de la verdad cristiana apela primor-
dialmente a la fe y sólo de manera secundaria a la razón. Apelando al
principio universal de la naturaleza humana, la facultad de creer, ese
cuerpo de la verdad constituye la fe cristiana. Y ante la razón presenta
sus credenciales para ser aceptada por aquellos que buscan la verdad.
El cuerpo de la verdad que apela a la fe. El principio de la fe per-
tenece a la naturaleza humana al igual que la razón. La fe es el máximo
ejercicio del hombre como ser personal, poniendo en acción todas sus
facultades: la comprensión de la mente, el amor del corazón y las capa-
cidades de la voluntad. Es aquella facultad de la personalidad profun-
damente asentada en su constitución espiritual, por cuyo medio es ca-
paz de aceptar la verdad que se le presenta con suficiente evidencia, sea
ésta la consciencia, la intuición o el testimonio. La revelación de Dios
es personal.4 El Espíritu muestra la verdad al intelecto, a los sentimien-
tos y a la voluntad. Además, la revelación divina siempre se dirige fi-
nalmente al entendimiento. Esto no siempre sucede de inmediato, por-
que con frecuencia se comunica por medio de los sentimientos o la
voluntad. Sin embargo, no se puede decir en ese caso que la revelación
es totalmente personal. Si en nuestro conocimiento de Dios hacemos
resaltar los sentimientos, damos origen al misticismo, que puede ser
verdadero y fuerte mientras el ser humano busque la comunión inme-
diata con Dios en sus experiencias conscientes. Su principal error es
que trata de limitar la experiencia religiosa al área de las emociones, sin
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me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Pa-
dre está en mí y yo en el Padre” (Juan 10:38). O cuando declaró: “Si yo
no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no ten-
drían pecado” (Juan 15:24). En relación con la deidad de Cristo, el
término da a entender que lo que los hombres consideraban como ma-
ravillas que requerían gran poder, para el Señor eran simplemente
obras. En sus manos no requerían de un esfuerzo mayor del que era
común para Él como Dios. Al respecto, Trench dice: “Debido a que Él
era un ser superior, tenía que realizar necesariamente estas obras, mayo-
res que las del hombre. Ellas constituyen la periferia del círculo del cual
Él es el centro. El gran milagro es la encarnación; todo lo demás, por
decirlo así (Isaías 9:6), son obras prodigiosas; lo único asombroso sería
que no las realizara. El sol en los cielos es una maravilla; pero no es una
maravilla que siendo lo que es, irradie emanaciones de luz y calor.12
Estos milagros son el fruto que el árbol divino produce según su espe-
cie; por tanto, con profunda veracidad podemos llamarlos ‘obras’ de
Cristo, sin ninguna adición ni explicación” (Trench, The Miracles, 6).13
Donne señala que en cada milagro hay también una silenciosa llamada
de atención al mundo, y una reprensión tácita para aquellos que de-
mandan o necesitan milagros. Si los milagros no tuvieran otro objetivo
sino testificar de la libertad de Dios, cuya voluntad se declara habi-
tualmente en la naturaleza pero es superior a ésta; o si se realizaran tan
solo para romper un eslabón en la cadena de causa y efecto a la que, de
otro modo, pondríamos en el lugar de Dios, y que por tanto veríamos
como algo inexorablemente forzoso, los milagros cumplirían un gran
propósito en la vida religiosa de la humanidad.
Comúnmente se definen los milagros como manifestaciones de lo
sobrenatural cuyo escenario se da en el campo de las percepciones sen-
soriales. Fisher define “milagro” como el hecho que ocurre en relación
con una enseñanza religiosa y que las fuerzas de la naturaleza, incluso
las facultades naturales del humano, no pueden producir por sí mismas,
y que por ello debe referirse a un agente sobrenatural. La definición de
Dorner es similar: “Los milagros son hechos sensorialmente conocibles,
que no se comprenden en base a la causalidad de la naturaleza y del
sistema natural establecido como tal, sino esencialmente sólo en base a
la acción libre de Dios” (Dorner, Syst. of Chr. Doct., sección 55).14
Consideremos ahora la naturaleza de los milagros como credenciales
y examinemos en qué radica su valor como evidencias. En general, la
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ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos y de casas de
prisión a los que moran en tinieblas” (Isaías 42:7), palabras que Jesús se
aplicó a sí mismo en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4:18-21). Jeremías
compartió la misma esperanza con los otros profetas y exclamó: “Vie-
nen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará
como Rey, el cual será dichoso y actuará conforme al derecho y la justi-
cia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y
este será su nombre con el cual lo llamarán: ‘Jehová, justicia nuestra’”
(Jeremías 23:5-6). Miqueas y Zacarías declararon profecías que se usa-
ron durante la vida terrenal de Jesús como evidencias de la predicción
profética: “Pero tú, Belén Efrata, tan pequeña entre las familias de Ju-
dá, de ti ha de salir el que será Señor en Israel; sus orígenes se remontan
al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad” (Miqueas 5:2).
“¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén!
Mira que tu rey vendrá a ti, justo y salvador, pero humilde, cabalgando
sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zacarías 9:9). Sin em-
bargo, fue Daniel quien presentó el cuadro de la majestad de Cristo y
profetizó que el reino comenzaría con Él, extendiéndose al futuro
cuando todas las cosas se sujetarán a Él y Dios será todo en todos. “Mi-
raba yo en la visión de la noche, y vi que con las nubes del cielo venía
uno como un hijo de hombre; vino hasta el Anciano de días, y lo hicie-
ron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para
que todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran; su dominio es
dominio eterno, que nunca pasará; y su reino es uno que nunca será
destruido” (Daniel 7:13-14).
Sin embargo, la grandeza de la persona de Cristo sobrepasa a las
predicciones proféticas. Su manifestación histórica excede en gloria a
todo lo que el corazón humano pudiera concebir, o a lo que los profe-
tas mismos podían comprender plenamente, incluso cuando hablaban
bajo la inspiración del Espíritu Santo. Tenemos que identificarnos con
Herman Schultz que en su comentario sobre Isaías 53 dice: “Él empie-
za con la figura histórica real de quien ha hablado tan a menudo. Pero
es elevado por encima de sí mismo. La figura que contempla está en-
carnada en una figura ideal, en la que ve la salvación consumada y re-
sueltos todos los enigmas del presente. Si alguna vez se puede declarar
lo siguiente respecto a la historia de la poesía y la profecía, se puede
hacer aquí: que el escritor, lleno del Espíritu, dijo más de lo que perso-
nalmente quería decir, y más de lo que él mismo entendía” (Schultz,
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. En esta aplicación más general se utilizan otras palabras además de ĮʌȠțȐȜȣȥȚȢ o revela-
ción, tales como ÎÑÌţ½¼ÀÅ o la luz del Hijo en la razón humana, que ilumina a todo hom-
bre que viene al mundo; θżÉÇÍÅ o declaración de la gloria divina en el universo, y del
testimonio del Supremo a todo ser humano que se pueda manifestar (Romanos 1:19) y de
la guía providencial de los gentiles ante quienes Él no quedó sin testigo, ÇĤÁ ¸ÄŠÉÌÍÉÇÅ
(Hechos 14:17). Todas estas revelaciones y métodos de revelación inferiores, más limita-
dos o impropios se encuentran a través del libro de Apocalipsis (Pope, Compendium, I:36-
37).
2. MacPherson recalca que aun cuando la revelación es una comunicación espiritual al hom-
bre, no se ocupa del conocimiento natural; por tanto, no toma en cuenta detalles de orden
metafísico o sicológico, sino sólo los hechos que tienen que ver con la relación del ser hu-
mano con Dios (MacPherson, Chr. Dogm., 20).
3. Watson dice que la revelación provee información sobre los temas que conciernen más
directamente con el gobierno divino. Por consiguiente, (1) debe contener información
explícita sobre los temas importantes en los que la humanidad ha cometido errores mayo-
res y fatales. (2) Debe concordar con los principios de revelaciones pasadas, dadas a los
hombres en el mismo estado de culpa e incapacidad moral en que se encuentran hoy. (3)
Debe contar con una autenticación externa satisfactoria. (4) Debe tener provisiones para
promulgarse eficazmente entre toda clase de personas. La revelación cristiana, por tanto,
debe proporcionarnos conocimiento de la voluntad de Dios, del Mediador entre Dios y la
humanidad, de la Providencia divina, del principal bien del ser humano, su inmortalidad,
responsabilidad y estado futuro (Watson, Institutes, I:62-63).
Los escritores del período medieval hacían la siguiente distinción: La religión natural
provee verdades que la razón puede comprender sin ayuda; la revelación se ocupa de ver-
dades que están más allá de la capacidad de la razón natural. No obstante, la teología na-
tural generalmente ha ido demasiado lejos: (1) afirmando que sus argumentos ofrecen
pruebas más sólidas y poderosas de lo que realmente son; y (2) la presuposición de que la
revelación es completamente ajena al campo de la razón. Tomás de Aquino sostenía que la
revelación opera mediante una luz interior, que eleva la mente para que perciba aquello
que no puede alcanzar por sí misma. Por tanto, así como la inteligencia está segura de lo
que sabe gracias a la iluminación de la razón, en el campo de la revelación tiene certeza
mediante esta luz interna sobrenatural.
4. Tenemos razón, por tanto, al sostener que las Escrituras de revelación y el cristianismo,
como la fe cristiana, cubren el mismo terreno y coinciden fielmente... Sólo nos interesa el
hecho general de que en toda teología sana, la Biblia y Cristo están vinculados insepara-
blemente. No es que sean idénticos: podemos suponer que en el mundo puede estar pre-
146
LA REVELACIÓN CRISTIANA
sente un Revelador encarnado sin la mediación de la Palabra escrita. De hecho, como vi-
mos, tenemos que suponer que en el mundo existe una revelación más amplia de la Pala-
bra que la que cubre la Biblia. Además, podemos aseverar que la revelación que Cristo ha-
ce de sí mismo es, aun en relación con las Escrituras, más o menos independiente de la
Palabra. Pero, como base de la ciencia de la teología, la Biblia es sinónimo de cristianismo.
Dios ha querido, desde el principio, conducir el desarrollo del gran misterio mediante do-
cumentos que contienen los hechos comprobados, las doctrinas autenticadas y las predic-
ciones selladas de expansión del Volumen del Libro. Ese Libro es el fundamento del cris-
tianismo; el Señor de la Biblia y la Biblia son indisolublemente la Roca sobre la cual está
basado. No tenemos otra religión cristiana excepto aquella que está unida con sus docu-
mentos y registros; no poseemos documentos y registros que no paguen tributo directa-
mente a la religión cristiana; y no existe revelación, en ningún campo de verdad, de la que
se pueda decir lo mismo. Toda revelación es idéntica al cristianismo y se resume en ella.
De ahí que por lo general, y considerando la Biblia sólo como un todo, podamos decir
que el carácter del cristianismo es el carácter de la Biblia; las afirmaciones y credenciales de
uno son las afirmaciones y credenciales de la otra. Mediante una fácil transición, esta ob-
servación nos conducirá a la compañera de la revelación: la fe cristiana (Pope, Compen-
dium, I:41).
5. Daniel Steele describe como fanático a quien “rechaza y desprecia esa chispa del Logos
eterno: la razón humana. Tal persona extingue esta antorcha encendida —puesta en ma-
nos del ser humano para guiarlo en ciertos asuntos— a fin de exaltar ostensiblemente la
luz del Señor, el Espíritu Santo, pero en realidad lo hace para elevar la lámpara de su pro-
pia imaginación fluctuante. La razón es un regalo de Dios que merece nuestro respeto.
Debemos aceptarla como la guía más segura en su medio apropiado. Fuera de éste, debe-
mos buscar la luz de la revelación y guía del Espíritu. El fanático desprecia un don perfec-
to del Padre de luz para magnificar otro. Ambas luces, la razón y el Espíritu Santo, son
necesarios para recibir una guía perfecta. Rechazar uno de ellos significa que creemos ser
más sabios que Dios. Él expondrá airadamente tal insensatez presuntuosa. Quien desdeña
al Espíritu quedará en oscuridad, fuera de la estrecha esfera de la razón; y a aquel que me-
nosprecia a la razón se le permitirá seguir las alucinaciones de su imaginación enardecida,
en lugar de los dictados del sentido común”.
“Es la razón lo que nuestro gran Maestro valora;
Son los derechos violados de la razón los que causan su ira;
Fue la voz de la razón lo que su gloriosa corona obedeció;
Para darle vida a la razón perdida, Él derramó su vida;
Cree y muestra la razón humana;
Cree y prueba el placer de un Dios.
Sólo por heridas de la razón puede morir tu fe”.
6. En el conocimiento de Dios existen, pues, tres elementos que denominamos experimental,
histórico y racional o ideal. El conocimiento teológico consiste en comprender los tres
elementos en una unidad o síntesis de pensamiento. El elemento histórico es el medio pa-
ra la síntesis del experimental y racional... Esta síntesis es necesaria porque el pensamiento,
que reconoce sólo a uno o dos de los elementos, produce graves errores. Cuando la creen-
cia experimental se concentra en sí misma, resulta en misticismo. Cuando lo racional o
ideal se aísla, el primer resultado es dogmatismo y, el final, racionalismo. En cada uno de
esos casos, la Biblia como registro de la revelación de Dios pasa a segundo término y fi-
nalmente es descartada. Cuando se aísla lo histórico, se produce una crítica árida y no es-
piritual de la Biblia, y de la investigación antropológica y arqueológica (Harris, Self-Rev. of
God, 122).
147
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 6
148
LA REVELACIÓN CRISTIANA
12. Si miramos un incendio a través de cristal ahumado, vemos que los edificios caen pero no
vemos fuego. De esa manera la ciencia ve los resultados, pero no el poder que los produce;
ve la causa y el efecto, pero no ve a Dios (George Adam Smith, Isaías 33:14).
13. “Los milagros, entonces, sin estar contra la naturaleza —aunque pueden hallarse fuera y
más allá de ella—, no son de ninguna manera desaires contra sus obras cotidianas; más
bien, si se contemplan de modo correcto, las honran con el testimonio que dan de la fuen-
te de la cual proceden todas originalmente, porque Cristo, al sanar a un enfermo con su
palabra, declara que es el Señor y Autor de todos los poderes sanadores que han ejercido
su influencia benéfica en los cuerpos de los seres humanos, y dice: ‘Probaré esta realidad
que siempre pierdes de vista, que en mí, el poder original —que surge en un millar de cu-
raciones graduales— reside y se manifiesta en esta ocasión sólo pronunciando una palabra
y restaurando al hombre a perfecta salud’; no separa así de su persona las otras sanidades
más graduales, sino que las vincula verdaderamente con él. Por ello, cuando multiplicó los
panes, cuando transformó el agua en vino, tan solo dijo: ‘Soy yo y no otro, quien median-
te los rayos solares y la lluvia, mediante el tiempo de siembra y de cosecha, proveo alimen-
to para el consumo del ser humano; y aprenderás esto —que siempre olvidas con ingrati-
tud— por el testimonio de uno o dos, o si no hay testimonio, por haberse repetido
siempre en tus oídos: que es mía la esencia de las cosas, que el pan se multiplica en mis
manos; que el agua, no vertida en el vino ni transmutada lentamente en el jugo de la uva,
sino sólo ante mi mandato, se transforma en vino. Los hijos de este mundo ofrecen sacri-
ficios a sus redes y queman incienso a su rastra, pero soy yo quien, dándoles en un mo-
mento la gran cantidad de peces que por mucho tiempo procuraron atrapar inútilmente,
les haré recordar quién los guía por las sendas del océano y permitirá que ustedes trabajen
por mucho tiempo sin obtener nada, o coronará su labor con una pesca rica e inesperada
en la temporada’. Incluso el único milagro que muestra un aspecto de severidad, el de la
higuera seca, expresa ese lenguaje porque el mismo Señor de gracia declara: ‘Son míos los
azotes —con los que castigo tus pecados y te llamo al arrepentimiento— que continua-
mente no cumplen su propósito, o necesitan repetirse vez tras vez; y esto se debe princi-
palmente a que ustedes ven en ellos sólo accidentes dañinos de una naturaleza ciega; pero
les mostraré que soy yo y nadie más quien castiga a la tierra con maldición, quien no sólo
tiene poder sino que envía estos azotes para castigar los pecados de los seres humanos’. Y
podemos percibir por qué esto era necesario. Porque, si en un sentido las obras ordenadas
de la naturaleza revelan la gloria de Dios (Salmos 19:1-6), en otro, esconden de nuestros
ojos esa gloria; ellas deberían hacer que lo recordemos a Él continuamente, pero existe el
peligro de que nos lleven a olvidarlo, hasta que el mundo a nuestro alrededor ya no sea un
medio translúcido a través del cual podamos contemplarlo, sino una cortina gruesa e im-
penetrable, ocultándolo por completo de nuestra vista” (Trench, Miracles, 15-16).
14. Un universo creado, tan perfectamente organizado en sí mismo que no admitiera la entra-
da de la intervención directa de Dios... sería una barrera para Dios y, en consecuencia,
una criatura muy imperfecta (Richard Rothe).
El gran filósofo Lotze no considera el universo como algo completo al que no se puede
añadir nada en cuanto a fuerza. Lo ve, más bien, como un organismo plástico al que pue-
de impartir nuevos impulsos Aquél de cuyo pensamiento y voluntad es una expresión.
Una vez impartidos, estos impulsos permanecen en el organismo y, por tanto, están suje-
tos a su ley. Aunque estos impulsos proceden de adentro, no provienen del mecanismo fi-
nito sino del Dios inmanente. “Él hace que la posibilidad del milagro dependa de la estre-
cha e íntima acción y reacción entre el mundo y el Absoluto personal; como consecuencia,
los movimientos del mundo natural se llevan a cabo sólo mediante el Absoluto, con la po-
149
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 6
sibilidad de una variación en el curso general de las cosas, de acuerdo con los hechos exis-
tentes y el propósito del Gobernante divino” (Strong, Syst. Th., I:123).
15. Ningún acto divino puede contradecir a la justicia divina. Por veredicto de la Biblia,
ningún obrador de prodigios que sea impuro tiene derecho a que se crea en él. Todas las
maravillas, en la medida en que no muestren una relación evidente con propósitos santos,
están sujetas a duda, mientras que aquellas que son antagónicas a los intereses morales son
sólo milagros falsos, productos del fraude humano o diabólico. En general se puede afir-
mar que se demanda más del testimonio cuando un supuesto caso de milagro no satisface
alguna de las otras dos pruebas (Sheldon, Syst. of Chr. Doct., 107ss.).
16. Entonces, ¿no ocupan los milagros un lugar entre las pruebas para tener certeza de lo que
hemos creído? Por el contrario, su lugar es muy importante. Sentiríamos su ausencia si no
aparecieran en la historia sagrada porque pertenecen a la idea misma de un Redentor, la
cual estaría incompleta sin ellos. No podríamos —sin debilitar y empobrecer esa idea infi-
nitamente— concebir que Él no hiciera tales obras; y aquellos a quienes se lo presentára-
mos podrían muy bien responder: “Parece extraño que alguien viniera a liberar a los hu-
manos de la esclavitud de la naturaleza que los estaba destruyendo, pero que Él mismo
estuviera sujeto a sus leyes más severas; que fuera maravilloso, pero que su presencia no es-
tuviera acompañada de maravillas similares en la naturaleza; que declarara ser la Vida, pe-
ro que se encontrara impotente al enfrentar la muerte; que hiciera muchas promesas, pero
que jamás las cumpliera; que no diera nada como preparación, ninguna primicia de poder
ni la promesa de las cosas venideras mayores”. ¿Y quién diría que no tienen razón al pen-
sar así... que si Él iba a satisfacer las necesidades de los humanos, debía mostrar que era
poderoso, no únicamente en palabras sino en hechos? Si objetamos el uso que se da a me-
nudo a estas obras, se debe a que se les ha separado del conjunto total de la vida y doctrina
de Cristo, presentando milagros a la gente aparte de éstas; y porque aun cuando en su ca-
beza hay “muchas coronas”, sólo se presenta una para probar que Él es Rey de reyes y Se-
ñor de señores. Se habla de los milagros como si no recibieran ningún apoyo de las verda-
des que confirman (en cambio, las verdades se apoyan totalmente en los milagros), cuando
en realidad ambos permanecen unidos en la Persona de Aquél que declaró las palabras y
realizó las obras (Trench, Miracles, 73-74).
17. Las obras escritas sobre profecía son numerosas. Ralston considera el tema bajo tres enca-
bezamientos principales: (1) profecías respecto a los judíos; (2) profecías respecto a Níni-
ve, Babilonia y Tiro; y (3) profecías mesiánicas. Watson afirma que existen más de cien re-
ferencias al Mesías en las diversas profecías y discute varias ampliamente. En su obra
Messianic Prophecy (Profecía mesiánica), Riehm cita referencias tales como 1 Reyes 22:17-
36, donde se predice que los sirios derrotarían a Acab y a Josías; Isaías 7:18-25; 8:5-7,
donde se dice que Rezín y Peka no lograrían conquistar a Jerusalén; Isaías 7:18-25 tam-
bién dice que Asiria afligiría a Judá; y en 14:24-27 se anuncia la destrucción del ejército
de Senaquerib. Jeremías predijo el derrocamiento del reino judío (5:15-18) y el retorno
después de 70 años (25:12) (A. Keith, su obra Evidences from Prophecy [Evidencias profé-
ticas] es antigua pero autorizada en cuanto al tema. Otra obra antigua y clásica es Intro-
duction to the Scriptures [Introducción a las Escrituras], por Horne, que en el Apéndice in-
cluye una gran colección de profecías y su cumplimiento).
150
CAPÍTULO 7
LA INSPIRACIÓN
DE LA BIBLIA
Como hemos visto, la religión y la revelación indican el área parti-
cular donde se debe buscar el material de la teología. Por tanto, aplica-
das a la fe religiosa, son más inclusivas que la teología cristiana. Pero
debemos considerarlas en el sentido más amplio de la fe religiosa en
general, no en el de la teología cristiana. Ésta, como la ciencia del cris-
tianismo, se basa en los archivos documentarios de la revelación de
Dios mismo en Jesucristo. Todas las escuelas reconocen las Escrituras
como fons primarius o la verdadera fuente de la teología cristiana.
Constituyen los documentos de la religión cristiana y el depósito de la
revelación. Es evidente, pues, que debemos dirigir nuestra investigación
a la naturaleza y autoridad de la Biblia, la cual contiene tanto los relatos
del desarrollo histórico como el resultado final de la revelación divina.
Posee tal autoridad por ser la revelación inspirada de Dios al hombre.
Su origen es divino: producto de la inspiración del Espíritu Santo. En-
tonces, en el sentido teológico, la inspiración se comprende como la
operación del Espíritu Santo sobre los escritores de los libros de la Bi-
blia, de manera que el producto de su trabajo es la expresión de la vo-
luntad divina. Por este medio la Biblia viene a ser la Palabra de Dios.
Definiciones de inspiración. Después de hablar de la inspiración de
modo general, la definiremos más específicamente recalcando los dis-
tintos usos del término. “Inspiración” se deriva de la palabra griega
theopneustos, que significa literalmente “la respiración de Dios” o “insu-
flar en”, siendo por ello “la agencia extraordinaria del Espíritu Santo
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 7
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LA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 7
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LA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA
TEORÍAS DE LA INSPIRACIÓN
Varias teorías han surgido intentando armonizar y explicar la rela-
ción entre el elemento divino y el humano en la inspiración de la Bi-
blia. El cristianismo, sin embargo, se basa en la realidad de la inspira-
ción y no depende de ninguna teoría sobre el origen de sus escritos
sagrados. Las explicaciones racionalistas dan excesiva importancia al
elemento humano, en tanto que las teorías supranaturalistas lo minimi-
zan, sosteniendo que los escritores sagrados estaban tan poseídos por el
Espíritu Santo que fueron instrumentos pasivos en lugar de agentes
activos. La teoría dinámica se presenta como punto medio entre los dos
extremos y es la que más acepta la iglesia en general. Debemos aclarar
155
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 7
que las teorías erróneas no son calificadas como tales por estar esen-
cialmente equivocadas, sino porque al hacer excesivo énfasis en un ele-
mento en particular, no explican de modo adecuado el amplio alcance
de los fenómenos bíblicos. Clasificaremos esas teorías de la siguiente
manera: (1) la teoría mecánica o de dictado, que recalca el elemento
sobrenatural; (2) la teoría de la intuición y la de la iluminación, que
recalcan el elemento humano; y (3) la teoría dinámica o de mediación.
Teoría mecánica o de dictado. Esta teoría destaca el elemento so-
brenatural al grado de que la personalidad del escritor queda de lado;
bajo la dirección del Espíritu Santo, él viene a ser un simple amanuense
o escribiente. Como representante de esta posición extrema, Hooker
dice: “Ellos no hablaron ni escribieron ninguna palabra por sí mismos,
sino que expresaron sílaba por sílaba lo que el Espíritu ponía en sus
labios”.7 A fin de explicar las peculiaridades de la expresión individual
en esta teoría, Quenstedt dice: “El Espíritu Santo inspiraba a sus ama-
nuenses las expresiones que hubieran empleado de habérseles permitido
hacerlo solos”. Después del exilio se desarrolló entre los judíos una doc-
trina extravagante acerca de la inspiración mecánica, la cual prevalecía
aún en el tiempo de Cristo. Algunos talmudistas sostenían que Moisés
había escrito todo el Pentateuco, incluyendo la descripción de su pro-
pia muerte que escribió derramando lágrimas. La mayoría de los tal-
mudistas atribuían a Josué los últimos ocho versículos. La libertad con
que Cristo usó las Escrituras muestra cuánto había superado Él la escla-
vitud a la letra. Si afirmaba: “Escrito está”, también declaraba: “Pero yo
os digo”. Podemos argumentar las siguientes objeciones contra esta
teoría débil: (1) Niega la inspiración de las personas, afirmando que
sólo los escritos eran inspirados; pero la Biblia enseña que “los santos
hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2
Pedro 1:21). Por ello I. A. Dorner, en System of Christian Doctrine (Sis-
tema de doctrina cristiana, I:624), la denomina “teoría docética” por-
que los escritores sólo lo eran en apariencia, cumpliéndose todo efecto
secundario en medio de la pasividad de los instrumentos. (2) La teoría
mecánica no concuerda con los hechos. La Biblia misma da evidencia
de que los escritores actuaron de diversas maneras pero bajo la inspira-
ción de un solo Espíritu. Algunas revelaciones de la verdad se entrega-
ron en forma audible: “Cuando entraba Moisés en el Tabernáculo de
reunión para hablar con Dios, oía la voz que le hablaba de encima del
propiciatorio que estaba sobre el Arca del testimonio, de entre los dos
156
LA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA
querubines. Así hablaba con él” (Números 7:89). En Hechos 9:5 Pablo
también exclama: “¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien
tú persigues”. Estos pasajes bíblicos sólo pueden referirse a una revela-
ción audible (Éxodo 3:4; 20:22; Hebreos 12:19; Daniel 4:31; Mateo
3:17; 17:5; Apocalipsis 19:9; 1:10-11). No obstante, en varias ocasio-
nes los escritores mencionan fuentes, utilizan su conocimiento histórico
o relatan sus propias experiencias. Tal es el caso del Evangelio de Lucas
y de Hechos de los Apóstoles. (3) El tercer argumento, y quizá el más
fuerte contra esta teoría, es que no concuerda con la manera conocida
en que Dios obra en el alma humana. Mientras más elevadas y exalta-
das sean las comunicaciones divinas, mayor es la iluminación del alma
y más plenamente toma posesión el ser humano de sus facultades natu-
rales y espirituales. La teoría mecánica tal vez se aplique en algunos
casos, pero es muy limitada e insuficiente como para establecer una
teoría general acerca de la inspiración.
Teoría de la intuición. Según esta teoría, la inspiración es sólo el
conocimiento natural del ser humano, elevado a un plano superior de
desarrollo. Es racionalista en extremo y prácticamente niega el elemen-
to sobrenatural de la Biblia. Su debilidad radica en que la comprensión
humana de la verdad está contaminada por un intelecto confuso y por
afectos equivocados. “El hombre natural no percibe las cosas que son
del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede enten-
der, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
Por tanto, no puede por sí mismo penetrar los misterios divinos y nece-
sita una comunicación directa de la verdad mediante el Espíritu. Shel-
don declara: “La teoría de la intuición menosprecia la idea de la opera-
ción directa del Espíritu Santo, dando a entender que las aptitudes
intelectuales de los escritores bíblicos, por virtud propia, les permitió
conocer toda la verdad que transmitieron”.
Teoría de la iluminación. Esta teoría difiere de la anterior porque
habla de una elevación de las percepciones religiosas, no de las faculta-
des naturales. Se ha dicho que es semejante a la iluminación espiritual
que todo creyente recibe del Espíritu Santo en la experiencia cristiana.
Según esta teoría, la inspiración de los escritores de la Biblia difiere sólo
en grado, no en clase, de la que les pertenece a todos los creyentes.
Aunque la iluminación mediante la intensificación de la experiencia
puede preparar la mente para recibir la verdad, no es en sí la comunica-
ción de esa verdad. Se verá que el elemento de la “elevación” se expan-
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. “Por inspiración entendemos la energía activa del Espíritu Santo, con cuya guía los me-
dios humanos elegidos por Dios han proclamado oficialmente la voluntad divina en forma
oral, o han escrito las diversas porciones de la Biblia” (Field, Handbook of Chr. Th., 53).
2. “La doctrina común de la iglesia es, y siempre ha sido, que la inspiración fue una influen-
cia del Espíritu Santo en la mente de algunos hombres escogidos, haciéndolos instrumen-
tos de Dios para la comunicación infalible de los pensamientos y voluntad divinos. Fue-
ron instrumentos de Dios al grado de que, lo que ellos decían, lo decía Dios” (Hodge,
Syst. Th., 154).
3. William Lee pregunta: “¿De dónde proviene el título Sagradas Escrituras?” “En la fuente
original vemos que se usa el término porque aquí las ideas de Verbo Eterno y Espíritu Di-
vino son, en cierto grado, correlativas. El Verbo, divina y eternamente creador, tiene al
Espíritu como el principio divina y eternamente vivificador en Él y consigo mismo. Por la
164
LA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA
agencia del Espíritu divino se introducen el significado y la voluntad del Verbo Eterno en
la existencia misma. Toda actividad divina en el mundo es orgánica. Así también la orga-
nización de la revelación de Dios conforma un sistema que abarca todas las áreas; que
ayuda a llevar luz a la oscuridad; cuyo centro es Cristo, a quien debe referirse toda revela-
ción de los primeros tiempos, y de quien ha procedido toda revelación de períodos poste-
riores en virtud del Espíritu Santo impartido por Él al mundo. Esta agencia del Espíritu
Santo, por la fuerza misma del término, forma la esencia de la idea de inspiración; por
tanto, los dos conceptos indicados —el del Verbo Eterno como la Persona divina que re-
vela, y el del Espíritu Santo como la Persona divina que inspira— son los pilares sobre los
que debe basarse toda teoría respecto a la Biblia y su origen para que sea digna de aten-
ción” (Lee, Insp. of Scr., 25-26).
4. En Dios como Logos están unidos siempre el Verbo y la Acción: “Él dijo, y fue hecho; él
mandó, y existió” (Salmos 33:9).
La transición a un documento escrito, compuesto de acuerdo con la voluntad de Dios,
de ninguna manera resta el poder y la eficacia de su Palabra. Sobre esta presuposición se
basa toda la idea de la inspiración (Rudelbach; Lee, Insp. of Scr., 25).
5. Si a los santos evangelios les quitamos la idea del Espíritu inspirador que guió la pluma del
escritor sagrado en cada oración, palabra y letra, entonces desaparece la unción celestial, el
poder divino del Libro. Ya no seguimos el relato del cielo ni escuchamos la voz de Dios.
La shekinah ha salido del propiciatorio; el sacrificio divino ya no arde en el altar y la gloria
ha abandonado el templo cristiano (Ralston, Elem. of Div., 600).
6. Es razonable pensar que el Ser supremo mismo sugirió a la mente de los escritores las ideas
y doctrinas formuladas en la Biblia. Éstas son totalmente dignas del carácter divino y
promueven los intereses supremos del ser humano; mientras más importante sea la comu-
nicación y más cuidado se tenga para preservar a las personas de error, animándolas a se-
guir la santidad y guiándolas a la felicidad, más razonable es esperar que Dios realice la
comunicación libre de todo error. En realidad, el concepto de inspiración entra esencial-
mente en nuestra idea acerca de la revelación de Dios, así que negarla significaría afirmar
que no hay revelación (Wakefield, Chr. Th., 72).
7. Según Filón, “un profeta no dice nada por sí mismo sino que en todas sus declaraciones
actúa como intérprete al impulso de otro; mientras está bajo la inspiración, permanece en
ignorancia, la razón se retira de su lugar y rinde la fortaleza de su alma cuando el Espíritu
divino entra y mora en él, tomando control del mecanismo de la voz y expresando clara-
mente a través de ella lo que profetiza”. “Josefo sostiene que incluso los relatos históricos
se obtuvieron por inspiración directa de Dios”, de manera que como decían los rabinos,
“Moisés no escribió ni una palabra basado en su propio conocimiento”.
Charles Hodge, quien sostiene que la inspiración de la Biblia se extiende a las palabras,
dice que “esto está incluido en la infalibilidad que el Señor atribuye a las Escrituras. El
simple informe o relato humano de una revelación divina será necesariamente no sólo fa-
lible, sino más o menos erróneo. Las ideas se hallan en las palabras. Las dos son insepara-
bles. Si las palabras sacerdote, sacrificio, rescate, expiación, propiciación por la sangre y
otras similares no tienen autoridad divina, entonces la doctrina que expresan no posee tal
autoridad divina”. Sin embargo, si la declaración de Hodge es verdadera, es evidente que
tiene que ver con la teoría dinámica de la inspiración más que con la teoría mecánica.
8. Algunos autores que han defendido la teoría de la iluminación son: E. G. Robinson: “El
oficio del Espíritu en la inspiración no difiere del que realizó para los cristianos en el
tiempo cuando se escribieron los Evangelios”; Ladd: “La inspiración, como la condición
subjetiva de la revelación bíblica y el predicado de la Palabra de Dios, es específicamente
165
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 7
la misma obra iluminadora, vivificante, inspiradora y purificadora del Espíritu Santo que
se lleva a cabo en las personas de la comunidad de creyentes”.
A. A. Hodge rechaza la teoría de la iluminación, diciendo: “La iluminación espiritual es
un elemento esencial de la obra santificadora del Espíritu Santo de la que pueden partici-
par todos los cristianos verdaderos. Jamás conduce a conocer una verdad nueva sino sólo a
discernir la belleza y poder espirituales de la verdad ya revelada en la Biblia” (Hodge,
Outlines of Th., 68).
9. Cristo hizo plena provisión para preservar su doctrina perfecta. En una gran promesa nos
dio todo lo que necesitamos para dar seguridad a nuestro corazón, declarando que sus
afirmaciones serían reavivadas con unidad inquebrantable en la memoria de sus discípu-
los: “Él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Lo que
Cristo aún no podía decir de sí mismo, su Espíritu lo revelaría: “Él os guiará a toda la ver-
dad... y os hará saber las cosas que habrán de venir”. El Espíritu en realidad era Él mismo,
volviendo a declarar sus palabras por medio de su Agente, revelando su persona y obra y
cumpliendo su profecía del futuro. Finalmente, la sanción de nuestro Señor hace que la
Escritura sea la revelación terminada que jamás ha de ser remplazada. Claramente se dice
que el Espíritu Santo comunicaría a los apóstoles todo lo que el Revelador tenía que decir-
le al mundo, no como revelación adicional de parte del Espíritu, sino para consolidar la
enseñanza del Salvador en perfecta unidad y desarrollar su significado perfecto. Ninguna
corriente futura de revelación sería superior al manantial de la verdad abierto en Él. Por
eso, respecto al Libro, podemos repetir lo dicho en cuanto a la enseñanza de nuestro Se-
ñor: la Biblia quiere decir toda la revelación, y toda la revelación quiere decir la Biblia
(Pope, Compendium, I:40-41).
166
CAPÍTULO 8
EL CANON
Hemos visto el tema de la revelación, de manera objetiva, como un
apocalipsis o una demostración divina de la verdad, y de manera subje-
tiva, como la fe que recibe el ser humano; además, consideramos la
manera divina y humana en que esta revelación se puso por escrito me-
diante la inspiración del Espíritu. Nos resta completar el estudio viendo
más detalladamente el carácter específico de la Biblia, como el libro que
contiene los documentos de la fe cristiana autorizados por Dios. Esto
nos conduce directamente a estudiar el canon de la Biblia, que hemos
de considerar no sólo como la regla cristiana de fe y práctica, sino tam-
bién como la norma crítica y fundamental del pensamiento cristiano.
Al decir que un libro es canónico, nos referimos a su derecho de
ocupar un lugar en la lista de escritos sagrados. Canon (Á¸ÅŪÅ֖ significa
literalmente vara recta o caña para medir. Se utiliza en sentido activo y
pasivo: en el activo, como prueba o medida estándar; en el pasivo, apli-
cado a lo que se mide. Con este sentido dual se aplica la palabra canon a
la Santa Biblia. En el sentido objetivo, los libros canónicos son los que
están a la altura de las medidas estándar. En el sentido subjetivo, los
libros aprobados o canónicos llegan a ser la regla de fe de la iglesia. Esto
parece indicar Gálatas 6:16, donde el apóstol Pablo pronuncia una
bendición para “todos los que anden conforme a esta regla”. Según
Semler y otros, originalmente canon significaba lista, empleándola los
primeros escritores eclesiásticos para designar un catálogo de cosas que
pertenecían a la iglesia. Se aplicaba así a la colección de himnos que
cantaban en ocasiones festivas y, a veces, a la lista de nombres de los
miembros de la iglesia. En particular se aplicaba a la lista de libros
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año 300 a.C. La referencia más antigua a los Profetas como lista defini-
tiva la hallamos cerca del 200 a.C. En Eclesiástico (ap. 180 a.C.) hay
una referencia a los “doce profetas”, como paralelo a Jeremías y Eze-
quiel (Eclesiástico 49:10), y una referencia en Daniel que cita a Jere-
mías como libro autoritativo (Daniel 9:2).2 Por tanto, podemos consi-
derar que esta división del canon se cerró por el año 200 a.C.
La tercera división, o los Hagiógrafos, resulta aun más desconocida.
Como lo indica el nombre, contenía escritos de carácter diverso. La
primera referencia que tenemos de ella se encuentra en el prólogo de
Eclesiástico (130 a.C.), donde se utiliza la expresión “la Ley, los Profe-
tas y los otros escritos”. En 1 Macabeos (7:17) se hace referencia al sal-
mo 79 como Escritura. Podemos considerar que esta sección del canon
se cerró cerca del año 100 a.C. Wakefield opina que el canon del Anti-
guo Testamento se originó más o menos de la siguiente manera: Cuan-
do los judíos retornaron de Babilonia y restablecieron la adoración a
Dios, reunieron los libros inspirados que aún poseían, comenzando así
una biblioteca sagrada como la que habían formado antes con la Ley. A
esta colección se agregaron los escritos de Zacarías, Malaquías y otros
profetas y sacerdotes distinguidos que escribieron durante el cautiverio
o poco después; y también los libros de Reyes, Crónicas y otros escritos
históricos, compilados de los antiguos archivos de la nación. Llegó el
momento cuando se consideró completa esta colección, y a los libros
que la componían se les llamó Sagradas Escrituras, o la Ley y los Profe-
tas. A veces utilizaban también la división triple, como se señaló pre-
viamente, refiriéndose a las Escrituras como “la Ley, los Profetas y los
Salmos”.
Las autoridades judías reconocían que el canon del Antiguo Testa-
mento, como lo conocemos hoy, ya existía en el tiempo de Cristo. Jose-
fo dice: “Son solamente 22 los libros de los cuales podemos confiar que
tienen autoridad divina; cinco de ellos son los de Moisés. Desde su
muerte hasta el reinado de Artajerjes, rey de Persia, los profetas —que
fueron los sucesores de Moisés— escribieron 13 libros. Los cuatro res-
tantes contienen himnos de alabanza a Dios y documentos de vida para
edificación humana” (Contra Apión 1:8). Nuestra Biblia actual cuenta
con 24 libros porque separa a Rut de Jueces y a Lamentaciones de Je-
remías. Filón de Alejandría jamás cita libros apócrifos, aunque cita casi
todos los libros del canon hebreo. La resolución tomada por el Concilio
de Jamnia, en 90 d.C., puede considerarse como la etapa final para
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canon actual. Bicknell ubica esta lista en una fecha anterior a la de Eu-
sebio (307 d.C.) y afirma que el canon de Epifanio, en su obra sobre
herejías, también es idéntico al nuestro. La lista de Cirilo de Jerusalén
(340 d.C.) y la del Concilio de Laodicea (364 d.C.) incluían todos los
libros del Nuevo Testamento excepto Apocalipsis, que fue rechazado
también por Gregorio Nacianceno (375 d.C.) y Anfiloquio de Iconio.
Filostro, obispo de Brescia (380 d.C.), excluyó Apocalipsis y la Epístola
a los Hebreos; pero Jerónimo (382 d.C.), Rufino (390 d.C.) y Agustín
(394 d.C.) tienen las listas completas de los libros reconocidos del
Nuevo Testamento. Podemos mencionar también que el manuscrito
Vaticano y el Sinaítico son de mediados del siglo 4 (ap. 325-350 d.C.).
El primero incluye todos los libros excepto Filemón, Tito, 1 y 2 Timo-
teo, Hebreos y Apocalipsis. El último incluye todos los evangelios, to-
das las epístolas y Apocalipsis.
Homologoumena y antilogoumena. La lista de Eusebio, como se
mencionó previamente, incluye todos los libros que aceptaban sus con-
temporáneos, pero los organiza en dos clases: los libros reconocidos,
homologoumena (ĝÄÇÂǺÇŧļŸ֖, y los libros cuestionados, antilogou-
mena (ÒÅÌÀÂǺŦļŸ֖; y añade una tercera clase: los libros espurios o
rechazados, notha (ÅŦ¿¸֖. En la lista de los reconocidos están: los cuatro
evangelios, Hechos, las epístolas de Pablo, 1 Pedro y 1 Juan, y mencio-
na Apocalipsis con cierta vacilación. En la lista de los cuestionados es-
tán: Santiago, Judas, 2 y 3 Juan y 2 Pedro; aquí incluye Apocalipsis de
nuevo. No menciona Hebreos, pero probablemente esté entre las epís-
tolas paulinas. Sin embargo, admite que la iglesia romana debate su
autoría. En el grupo de los rechazados menciona los Hechos de Pablo,
Hermas, Apocalipsis de Pedro, Epístola de Bernabé y la Didajé o Ense-
ñanzas de los Apóstoles. Parece asimismo que incluye Apocalipsis, aun-
que es dudoso. Esto muestra que no se había clasificado definitivamen-
te el libro de Apocalipsis. Los siete libros clasificados como
antilogoumena no eran obras rechazadas, sino sujetas a juicio pendiente,
porque no se había establecido con certeza la autoría, como en el caso
de la Epístola a los Hebreos; algunos escritos se dirigieron a los cristia-
nos en general y no estaban bajo la protección de una iglesia en particu-
lar, mientras que otros se dirigieron a individuos, y por esa razón no
fueron aceptados de inmediato. En épocas posteriores se clasificó a los
antilogoumena como deuterocanónicos. Los libros de la tercera clase, o
los rechazados, no eran considerados espurios por no ser verdaderos,
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ción de sexo. No puede ser nada menos que la “ley de la fe” (Romanos
3:21-28). De igual manera, los ritos ceremoniales cumplieron su pro-
pósito instruyendo apropiadamente a quienes los cumplían. En verdad
apuntaban hacia Cristo como su cumplimiento perfecto. Por eso Pablo
afirma que “cuando éramos niños estábamos en esclavitud bajo los ru-
dimentos del mundo. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo,
Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para redi-
mir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción
de hijos” (Gálatas 4:3-5). “De manera que la Ley ha sido nuestro guía
para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe.
Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo un guía” (Gálatas
3:24-25).
En cuanto a la ley moral, Cristo no la abolió; más bien declaró su
propósito de profundizarla y vivificarla. Y lo hizo porque la ley moral es
la voluntad de Dios para todo ser humano, sin ocuparse necesariamen-
te de los detalles de las ceremonias religiosas o de las obligaciones civi-
les. Pertenece a la naturaleza humana; es la ley del ser de Cristo mismo
y no podría abrogarse sin destruir los aspectos espirituales más elevados
del ser humano. Por otro lado, el cristiano es inspirado por la nueva ley
del amor como un poder impulsor interno, lo cual supera a la obedien-
cia obligatoria a una ley impuesta externamente. De ahí que en la Bi-
blia se exhorte al cristiano para que ande como es digno de su vocación,
en amor y obediencia a la ley moral (Romanos 13:9; Efesios 6:2; San-
tiago 2:10).
EVIDENCIAS DE LA REGLA DE FE
Habiendo visto brevemente las evidencias que apoyan el lugar de los
libros de la Biblia como canónicos, mencionaremos ahora las que apo-
yan a la Biblia como la regla autoritativa de fe y práctica en la iglesia.
Estas evidencias pertenecen propiamente al campo de la apologética,
que por el amplio alcance de su estudio e investigación es considerada
ahora como una rama separada de la ciencia teológica. Debido a los
ataques de los incrédulos en el pasado y a la crítica destructiva en los
tiempos modernos, este campo es en extremo difícil. Demanda la aten-
ción de estudiantes maduros con preparación académica apropiada para
este trabajo, y que además tienen acceso a libros que traten de la inves-
tigación moderna. Esta literatura se encuentra en las numerosas intro-
ducciones a la ciencia bíblica, en historias del canon y en el campo ge-
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Shedd se refiere a la declaración de Coleridge de que “recibimos los libros atribuidos a
Juan y a Pablo como suyos basándonos en el criterio de hombres, sin afirmar que éstos
poseen discernimiento milagroso. ¿Creeremos en éstos menos que en Juan y Pablo? La
iglesia moderna no recibe como canónicos el Evangelio de Juan y las epístolas de Pablo
por el ‘criterio’ o la decisión de la iglesia primitiva respecto al contenido de las obras, sino
por su testimonio acerca de la paternidad literaria de los autores” (Shedd, Dogm. Th.,
142).
2. Pond declara: “No hay motivo suficiente para suponer que se ha perdido algún libro
canónico de la Biblia. No concuerda con nuestra idea sobre la sabiduría y la bondad de
Dios pensar que haya permitido que eso aconteciera; tampoco es probable que Él lo haya
hecho. Es cierto que en el Antiguo Testamento se mencionan escritos que ya no existen,
como ‘el libro de Jaser’ (Josué 10:13) y ‘el libro de las batallas de Jehová’ (Números
21:14). Pero no hay evidencia de que alguno de éstos estuviera incluido en el canon judío
o que calificara para estar en él. Lo mismo se puede decir respecto al ‘libro de las crónicas
de los reyes de Israel’, mencionado a menudo en 1 Reyes. No se refiere al libro de Cróni-
cas que tenemos en la Biblia, sino a los archivos autorizados del reino de Israel, redactados
y conservados por los escribas de los reyes. Era el archivo de lo que llamaríamos el Minis-
terio de Relaciones Exteriores. Los 3,000 proverbios y 1,005 cantos de Salomón, junta-
mente con sus libros de botánica e historia natural, sin duda serían muy interesantes si tu-
viéramos copias auténticas de ellos; pero no hay prueba de que alguna vez hayan sido
declaradas como obras inspiradas, o que fueron aceptadas en el canon sagrado de los ju-
díos” (Pond, Lectures, 53).
3. Los únicos libros del Nuevo Testamento que se cuentan como perdidos son: una epístola
de Pablo a los corintios, que supuestamente precedió a la que consideramos ahora como
su primera epístola, y su epístola a los laodicenses (Colosenses 4:16). Pero la carta que Pa-
blo menciona en 1 Corintios 5:9 era sin duda la misma epístola que estaba escribiendo. El
pasaje se traduce mal en nuestra versión; no “os he escrito por carta”, sino “os he escrito
en la carta”, es decir, en esta carta —el escrito que les envío ahora... Se ha considerado,
con razón, que la carta a los laodicenses no es otra sino la epístola a los Efesios. Como Éfe-
so era la ciudad principal de Asia proconsular, esta epístola bien pudo haberse preparado
para todas las iglesias de la provincia, entre las que se hallaba la iglesia de Laodicea. En el
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siglo V hubo una Epístola de Pablo a los Laodicenses, pero era claramente una falsifica-
ción y jamás se incluyó en el canon sagrado (Pond, Lectures, 53).
4. La presión de la persecución contra los escritos sagrados resultó en la ratificación final;
pero indudablemente se realizó bajo la especial supervisión del Espíritu Santo. Hasta aquí
el paralelo (con la formación del canon del Antiguo Testamento) está completo. Pero hu-
bo algunas diferencias en el caso de la nueva lista. El evangelio se había diseminado por el
mundo y cada iglesia protegía sus libros sagrados, mientras que cada provincia del cristia-
nismo primitivo tenía su propia selección especial de Escrituras; también había innumera-
bles herejías que multiplicaban sus obras espurias. Debido a estas dos circunstancias, el
acuerdo al que llegó la iglesia cristiana para aceptar los escritos del Nuevo Testamento fue
más notable que la unanimidad de la iglesia judía respecto al Antiguo Testamento (Pope,
Compendium, I:199).
Desde el principio los cuatro evangelios se distinguieron de los libros apócrifos. Justino
Mártir (163 d.C.) habla de “memorias” de Cristo que eran obra de los evangelistas. Ireneo
(202 d.C.) cita pasajes de los cuatro evangelios canónicos. Clemente y Tertuliano (220
d.C.) hacen lo mismo. Tatiano (172 d.C.) y Ammonio (200 d.C.) prepararon armonías
de los cuatro evangelios. Teodoreto (457 d.C.) halló 200 copias de la armonía de Tatiano
en las iglesias sirias y se las quitó porque contenían herejías. Neander supone que Tatiano
mezcló ciertas secciones de los apócrifos con los evangelios canónicos. Orígenes (250
d.C.) escribió un comentario sobre Mateo y Juan. Estos datos muestran que antes de 250
d.C. había una aceptación general de los cuatro evangelios como canónicos. Pero la iglesia
no había tomado una decisión al respecto en un concilio general (Shedd, Dogm. Th.,
146).
Como evidencia de la legitimidad de los escritos del Nuevo Testamento, encontramos
citas de Clemente en el siglo I, así como de Ignacio, Policarpo, Justino Mártir, Ireneo,
Atenágoras y Teófilo de Antioquía. Eusebio coleccionó testimonios, en especial de escrito-
res eclesiásticos de los primeros tres siglos, desde Ignacio hasta Orígenes, y los publicó
desde el año 325 d.C. Se hallan en su Historia (III, xxv; VII, xxv) y también en su obra ti-
tulada Demonstratio Evangelica.
Otra evidencia de la legitimidad de los libros canónicos del Nuevo Testamento son las
versiones antiguas. La traducción Siriaca o Peshito se hizo alrededor del 175 d.C., y la An-
tigua Versión Latina o Ítala, aproximadamente en la misma fecha. Las dos versiones egip-
cias se hicieron por el año 250 d.C. y la etiópica cerca de 350 d.C.
5. En Lectures on Christian Theology (Conferencias sobre teología cristiana), Enoch Pond da
los siguientes argumentos contra la inspiración de los libros apócrifos: (1) No se encuen-
tran en la Biblia hebrea. No se escribieron originalmente en hebreo sino en griego, un
idioma que no era común —quizá ni siquiera conocido— entre los judíos sino hasta des-
pués del cierre del Antiguo Testamento. (2) Jamás se incluyeron los libros apócrifos en el
canon sagrado judío. Son escritos antiguos del pueblo judío pero éste jamás los ha consi-
derado inspirados. (3) En el Nuevo Testamento jamás se citan los libros apócrifos ni se les
menciona como si poseyeran autoridad divina. (4) La evidencia interna es decisiva. (5) El
escritor de Macabeos niega que sean inspirados al decir: “Concluiré aquí mi relato. Si mi
trabajo ha sido bueno, ese era mi deseo; pero si es deficiente y pobre, sólo eso pude lo-
grar”.
Como evidencia interna contra los libros apócrifos, Pond dice: “Inculcan doctrina
errónea y una moralidad falsa y no cristiana. En 2 Macabeos leemos: ‘Pero creían firme-
mente en una valiosa recompensa para los que mueren como creyentes; de ahí que su in-
quietud era santa y de acuerdo con la fe. Esta fue la razón por la cual Judas ofreció este sa-
crificio por los muertos; para que fueran perdonados de su pecado’ (12:44-46, La Biblia
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mente recibirse sus preceptos civiles en ningún estado, no obstante, no hay cristiano al-
guno que esté exento de la obediencia a los mandamientos que se llaman morales.
9. Obras antiguas de apologética: Nelson, The Cause and Cure of Infidelity; William Lee,
The Inspiration of Holy Scripture: Its Nature and Proof; Rawlinson, The Historical Evi-
dences of the Truth of the Scripture Records; Gleig, The Most Wonderful Book in the
World (1915); Horne, Introduction to the Holy Scriptures. Véanse también las obras so-
bre evidencias de Paley, Whately, McIlvaine, Conybeare, Cudworth y Lardner.
10. Obras sobre la paternidad literaria del Pentateuco: Green, The Higher Criticism of the
Pentateuch (1895), The Unity of the Book of Genesis (1895); Bissell, The Pentateuch: Its
Origin and Structure (1885); Naville, The Higher Criticism in Relation to the Penta-
teuch (1923); Clay, The Origin of Biblical Traditions (1923); Griffith, The Problem of
Deuteronomy (1911), The Exodus in the Light of Archeology (1923); MacDill, Mosaic
Authorship of the Pentateuch; Finn, The Author of the Pentateuch (1931); Pilter, The
Pentateuch: A Historical Record (1928); Orr, The Problem of the Old Testament (1911);
Wiener, The Origin of the Pentateuch (1910); Pentateuchal Studies (1912); McKim, The
Problem of the Pentateuch (1906); Bartlett, The Veracity of the Hexateuch (1897).
Obras sobre arqueología: Ramsay, The Bearing of Recent Discovery on the Trustwor-
thiness of the New Testament; Barton, Archeology and the Bible (1933); Clay, Light on
the Old Testament from Babel (1906); Conder, The Tel el Amarna Tablets; The Bible
and the East; The Hittites and Their Language; Davies, The Codes of Hammurabi and
Moses (1905); Grimme, The Law of Hammurabi and Moses; Kyle, The Deciding Voice
of the Monuments (1921); Moses and the Monuments (1920); The Problem of the Pen-
tateuch (1920); Naville, The Discovery of the Book of the Law Under Josiah (1911); Ar-
cheology and the Old Testament (1913); Price, The Monuments and the Old Testament
(1925); Sayce, The Higher Criticism and the Monuments; The Hittites; Fresh Light from
the Ancient Monuments; Tompkins, The Life and Times of Joseph in the Light of Egyp-
tian Lore; Urquhart, Archeology’s Solution of Old Testament Problems (1906).
11. Véase Spencer, Did Moses Write the Pentateuch After All? (1901); Finn, The Mosaic
Authorship of the Pentateuch; Thomas, The Organic Unity of the Pentateuch (1904).
12. Obras sobre apologética general: Fisher, Grounds of Theistic and Christian Belief (1911);
Ingram, Reasons for Faith and Other Contributions to Chistian Evidences (1910-1914);
McGarvey, Evidences of Christianity (1912); Cairns, The Reasonableness of the Christian
Faith; Bissell, The Historic Origin of the Bible (1889); Lindberg, Apologetics: A System
of Christian Evidences (1917); Luthardt, Fundamental Moral and Saving Truths of
Christianity (3 tomos); Rishell, The Foundations of the Christian Faith (1899); Wright,
Scientific Aspects of Christian Evidences (1906); Wells, Why We Believe the Bible
(1910); Stewart, Handbook of Christian Evidences; Row, A Manual of Christian Evi-
dences; Ebrard, Christian Apologetics or the Scientific Vindication of Christianity (3 to-
mos); Christlieb, Modern Doubt and Christian Belief (1874); Robertson, The Bible at
the Bar (1934); Shiner, The Battle of Beliefs (1931); Short, The Bible and Modern Re-
search (1932).
13. Lecturas adicionales: Mullins, Why Is Christianity True?; Stearns, The Evidences of
Christian Experience (1890); Wright, Scientific Aspects of Christian Evidences (1906);
Kreitzmann, The New Testament in the Light of a Believer’s Research (1934); Marston,
New Bible Evidence (1934); Robertson, Luke the Historian in the Light of Research
(1920); Machen, The Origin of Paul’s Religion (1921); Noesgen, The New Testament
and the Pentateuch (1905); Watson, Defenders of the Faith: The Christian Apologists of
the Second and Third Centuries (1899); Carrington, Christian Apologetics in the Second
Century (1921); Cobern, The New Archeological Discoveries and Their Bearing on the
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New Testament (1917); Ramsay, Was Christ Born in Bethlehem? The Bearing of Recent
Discoveries on the Trustworthiness of the New Testament.
14. Wakefield resume así las evidencias de la credibilidad de los escritores: (1) Eran personas
de virtud intachable y ejemplar. (2) Sus circunstancias les permitió saber con certeza que
era verdad lo que relataban. (3) Los apóstoles no estaban influenciados por intereses mun-
danos. (4) Su testimonio fue en sumo grado circunstancial (Wakefield, Chr. Th., 68-71).
Pond ofrece las siguientes leyes para determinar si un testimonio es válido: (1) Debe
haber un número adecuado de testigos. (2) Los testigos deben haber tenido la capacidad y
los medios para formarse un juicio correcto. (3) Deben ser personas de carácter moral
irreprochable. (4) Han de ser imparciales. (5) Deben testificar usando términos sencillos,
coincidiendo en todos los puntos esenciales. (6) El testimonio debe darse de modo que se
detecte si el testigo ha mentido. (7) Otras evidencias no deben contradecir sino confirmar
el testimonio (hasta donde sea razonablemente posible). (8) Los testigos deben actuar en
conformidad con su testimonio. Pond aplica estas leyes a la Biblia en un argumento de
especial sabiduría y fortaleza: “El cristianismo aún puede ser atacado, pero saldrá de cada
nueva prueba como ha salido de las anteriores, fortalecido en sus evidencias y no debilita-
do; victorioso y no derrotado” (Pond, Lectures, 97-105).
15. “En ciertos períodos los copistas judíos fueron excesivamente, y casi diría supersticiosa-
mente, exactos. Notaban los versículos donde supuestamente algo se había olvidado, pala-
bras que creían que se habían cambiado y letras que al parecer estaban de más. Compro-
baban cuál era la letra central en el Pentateuco, la cláusula y letra centrales de cada libro, y
cuántas veces aparecía cada letra del alfabeto en las Escrituras hebreas. Decían que alef
aparece 42,377 veces; bet, 32,218 veces. Menciono estos datos para demostrar el cuidado
excesivo y la singularidad de los copistas antiguos, y cuán improbable es que ocurriera al-
gún cambio considerable en sus manos” (Pond, Lectures, 89).
16. Los tárgumes eran paráfrasis hebreas del Antiguo Testamento. El término targum significa
“interpretación”. El Talmud, que significa “instrucción”, es un comentario del Antiguo
Testamento. El Talmud se compone de dos partes: Mishná, que es el texto mismo ya sea
en babilonio o en palestino, y Guemará, que es el comentario acerca del texto. Estas ayu-
das son de gran valor para comprender y preservar el texto. La Septuaginta es la traducción
griega del Antiguo Testamento, realizada en Egipto por judíos alejandrinos alrededor del
año 287 a.C., aunque algunos la ubican en 280 a.C. y otros en 250 a.C.
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PARTE 2
LA EXISTENCIA Y
NATURALEZA DE DIOS
La tarea principal de la teología es establecer y explicar la doctrina
de Dios. La existencia de Dios es un concepto fundamental en religión
y, por consiguiente, un factor determinante en el pensamiento teológi-
co. La naturaleza que le atribuimos a Dios afecta nuestra percepción de
todo el sistema. Fallar aquí significa fallar en todo el alcance de la ver-
dad. Sin embargo, difícilmente se puede esperar que la teología aporte
una prueba demostrativa de la existencia de Dios, porque la creencia no
surge del todo de los argumentos lógicos. La existencia de Dios es una
primera verdad y tiene que preceder lógicamente y condicionar toda
observación y razonamiento. Las personas llegan a una convicción so-
bre esta materia independientemente de la discusión científica. Para la
gran mayoría de las personas los argumentos teístas son desconocidos, y
para muchos otros éstos no conllevan la certeza de la convicción. Estos
argumentos, por tanto, serán presentados como pruebas confirmatorias
de la existencia de Dios, y serán útiles para demostrar la aproximación
de la mente humana en su intento de comprender y explicar su fe en la
divina existencia. También debemos tener en mente que la mejor apo-
logética es una aseveración clara de las doctrinas que estableceremos.
Una vez que la posición cristiana se entiende claramente, muchas de las
objeciones que se levantan en su contra llegarán a ser irrelevantes. Te-
nemos que buscar, pues, otras causas que han convertido a la fe en Dios
en una idea general y persistente entre los hombres.
La definición de Dios. Puesto que la mente tiene que definir por
medio de la limitación el objeto de su pensamiento, es evidente que la
mente humana nunca puede formarse una adecuada concepción de
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LA EXISTENCIA DE DIOS
Entre los teólogos más antiguos, los aspectos filosóficos de la doctri-
na de Dios eran comúnmente tratados bajo el encabezado del teísmo.
Con esto se quiere expresar una creencia en un Dios personal, creador y
preservador de todas las cosas, que es a la vez inmanente en la creación
y trascendente, o que se halla encima y separado de ella. Opuesto a este
punto de vista se puede mencionar el deísmo, que sostiene la personali-
dad de Dios, pero niega su inmanencia en la creación y su soberanía
providencial del universo. Es un énfasis exagerado sobre la separación
de Dios de sus obras creadas, e históricamente ha negado la Biblia co-
mo una revelación divina. El panteísmo, por el otro lado, es un énfasis
exagerado de la relación de Dios con el universo, y destaca su inmanen-
cia al punto que desaparece su trascendencia. Al eliminar la distinción
entre Dios y la creación, el panteísmo, en contraposición con el teísmo,
niega la personalidad de Dios. El teísmo filosófico, con sus varias teo-
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divina. Ulrici sostiene que “las pruebas para la existencia de Dios coin-
ciden con las bases para la creencia en Dios; ellas son simplemente las
verdaderas bases para la creencia, establecidas y expuestas de una mane-
ra científica. Si no existen tales pruebas, no puede haber tales funda-
mentos —si son del todo posibles, no puede haber creencia propiamen-
te, sino una opinión arbitraria, de propia manufactura, subjetiva. Se
tiene que reducir al nivel de mera ilusión”. Si esto es verdad, se sigue
entonces que las pruebas de la existencia de Dios tienen que ser sim-
plemente revelaciones confirmatorias, las manifestaciones por las cuales
Él se da a conocer a sí mismo en la consciencia y en el mundo externo.6
Como revelaciones confirmatorias, es evidente que los grandes ar-
gumentos teístas tienen que ser menos que un punto de vista plena-
mente cristiano. Existe un límite a su poder de demostración, y en
realidad, a la luz de esto, ellos son considerados más propiamente como
argumentos probables que demostrativos. Pero, en cualquiera de los
casos, requieren de la fuerza de la influencia del Espíritu Santo como
credenciales divinas, y tienen que derivar en cada caso su fortaleza de la
revelación adicional de Dios respecto a su propia esencia y perfecciones.
Aunque las más tempranas objeciones a los argumentos se impulsa-
ron sobre la base de que eran formalmente inválidos desde el punto de
vista silogístico, ya que contenían la falacia lógica de asumir aquello que
se profesa demostrar, la crítica tardía señala que aun cuando se lleven
hasta la conclusión lógica, ellos dan paso a un resultado que no es ple-
namente cristiano. Se debe mantener en la mente que el período de la
Edad Media donde los escolásticos desarrollaron los argumentos teístas,
se caracterizó por un énfasis en la antítesis entre la razón y revelación.
La razón o la teología natural tiene que ser suplementada por la revela-
ción. Originalmente los argumentos teístas fueron diseñados para de-
mostrar que la idea cristiana de Dios era imposible para la teología na-
tural o razón, y tenía que apoyarse en la Biblia o revelación. Tenían
como función demostrar que la razón revelaba algunas cosas sobre
Dios, pero no lo suficiente para el conocimiento de la salvación. El
método racional estaba apoyado por la autoridad. Pero con el cambio
de actitud hacia la razón y la revelación, y la tendencia a considerar la
vida como una unidad, la experiencia llegó a ser el factor dominante en
el conocimiento de Dios y debió suplir el contenido distintivamente
cristiano.
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tiempo que el famoso argumento del reloj de Paley era inválido y que
había perdido su importancia por completo. Pero en LeConte, Drum-
mond y otros, el argumento reaparece en una nueva forma —ya no
como el diseño particular, sino como el diseño universal. Kant presentó
la objeción de que “el argumento del diseño en el mejor de los casos
prueba que hay un arquitecto solamente, no un Creador”, pero esta
objeción pierde su fuerza cuando se ve que el origen y el diseño van
juntos.
El argumento ontológico. El germen de este argumento se encuen-
tra en la discusión de san Agustín sobre la Trinidad (Trinity , VII, iv)
donde dice: “es más fácil pensar en Dios que describirlo, y Éste existe
con mayor certeza que lo que se piensa de Él”. William G. T. Shedd,
comentando sobre esto dice: “Ésta es una de aquellas proposiciones
impregnadas tan característica de los Padres Latinos, que comprime
una teoría en unas cuantas palabras... La existencia de Dios es aún más
real que lo que nuestra concepción de Él es para nuestra propia mente;
y nuestra concepción, debemos confesarlo, es una realidad en nuestra
propia consciencia... La idea subjetiva de Dios en lugar de ser más real
que Dios es menos real. La 'cosa' en esta ocasión tiene más existencia
que el 'pensamiento' de ello”. Sin embargo, fue Anselmo el que dio
primero su construcción en forma silogística al argumento ontológico,
y con todas las modificaciones a las que ha sido sujeto, quizá la declara-
ción original todavía es la más clara y más fuerte. “La idea de perfección
incluye existencia, porque aquello que no existe será menos que perfec-
to; por tanto, debido a que tenemos la idea de un ser perfecto, ese ser
tiene que existir porque la idea incluye su ser o sería menos que perfec-
to”.9
El agudo y poderoso intelecto de Anselmo poseía esa intuición me-
tafísica que veía tanto el centro de la expiación como el corazón de la
existencia divina. Gaunilio, un contemporáneo de Anselmo, escribió
un tratado titulado “Liber pro Insipiento”, o “Una defensa del necio”,
donde planteó una objeción al argumento que se ha repetido una y otra
vez. Sostuvo que tenemos la idea de un árbol, pero no sigue de esto que
existe un árbol en la realidad; o tenemos la idea de un león alado, pero
esto no nos asegura que tal criatura existe. Pero la respuesta a este ar-
gumento, y a todos aquellos de naturaleza similar, es que el punto vital
del argumento —el de la existencia necesaria— ha sido ignorado por
completo. Una idea es de un ser perfecto y necesario— la otra, de un
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LA EXISTENCIA Y NATURALEZA DE DIOS
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 9
miento absoluto. Dios tiene que ser el fin lo mismo que el principio de
todas las cosas.
El argumento moral. La revelación más elevada de Dios es la reve-
lación de lo recto. La tendencia del pensamiento especulativo es volver-
se de la naturaleza al hombre. No es que la naturaleza no tenga que
revelar algo, sino que la revelación más profunda es a través del ser hu-
mano. El ser humano es a la imagen divina; la naturaleza es secundaria.
El argumento, sin embargo, es sólo otra aplicación del principio de
causa —uno aplicado al mundo de lo moral en lugar del natural. Un
mundo así está tan ordenado y lleno de propósito como lo está el mun-
do físico, y puede explicarse sólo por una causa de la misma naturaleza
que éste. El hecho central de la esfera moral es la consciencia; pero la
consciencia no hace la ley moral. La ley moral es independiente del ser
humano y no varía de época a época. Sus leyes son inexorables, y su
existencia no sólo demanda un Autor, sino que la esfera moral revela su
carácter como el amigo de la justicia y el enemigo de la injusticia. Por
tanto, fue la aportación distintiva de Enmanuel Kant presentar este
argumento en su extensión plena y con gran relieve. Lo consideró co-
mo el único argumento suficiente para Dios. “Dos cosas existen –dijo
Kant– que producen maravilla incesante — los cielos estrellados arriba
y la ley moral adentro”. Kant tiene tres postulados: la libertad, la in-
mortalidad, y Dios. En el problema práctico de la razón pura y la bús-
queda necesaria del bien más alto, se postula una conexión entre la
felicidad y la moralidad, proporcionada a la felicidad. El hombre ha de
buscar el bien más alto, y por tanto, el bien más alto tiene que ser posi-
ble. Tenemos que postular, entonces, la causa de la naturaleza como
distinta de la naturaleza, y es esta causa la que es capaz de vincular la
moralidad con la felicidad. El bien más alto no puede existir excepto si
Dios existe —tiene que haber por tanto un bien más alto porque nues-
tra razón moral lo demanda. Algún bien más alto existe, por tanto Dios
existe. El deber es una gran palabra para Kant. Implica que existe en el
bien más alto un Ser que es la causa suprema de la naturaleza, y quien
es la causa o Autor de la naturaleza a través de su inteligencia o volun-
tad —esto es, Dios. Como la posibilidad del bien más alto está insepa-
rablemente conectada con éste, y es moralmente necesario sostener la
existencia de Dios, uno no puede sino preguntarse por qué Kant no
encontró la existencia de Dios en la ley moral en lugar de deducirla de
ella. El deber no es algo de por sí separado de las personas, sino vincu-
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LA EXISTENCIA Y NATURALEZA DE DIOS
lado con ellas y reconocido por ellas. Es porque existe una Persona Su-
prema que reconocemos un bien supremo, un deber supremo, una ley
moral.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Por intuición queremos dar a entender esa habilidad del alma de recibir conocimiento
independientemente de los cinco sentidos aunque no contraria a ellos (Paul Hill).
2. Existen algunas facultades de la mente que determinan la manera en que se dan nuestras
ideas. Algunas las obtenemos a través de la percepción de los sentidos. La experiencia de
los sentidos subraya todas esas percepciones. No podemos de este modo alcanzar la idea
de Dios. Muchas de nuestras ideas se logran a través de la razón lógica. Son inferencias ga-
rantizadas de los hechos verificados o deducciones de los principios autoevidentes. A tra-
vés de la misma facultad recibimos muchas ideas, con una convicción de su verdad, sobre
la base del testimonio humano. También existen verdades intuitivas, conocimientos in-
mediatos de la razón primaria. La convicción de la verdad en estas ideas viene con su co-
nocimiento intuitivo. ¿A través de qué medios se puede obtener la idea de Dios? No a tra-
vés de la percepción de los sentidos, como se declaró previamente. Más allá de esto no está
limitado necesariamente a ningún modo de proceder mental: no a la facultad intuitiva,
porque puede ser producto de la razón lógica o una comunicación de la revelación a la ra-
zón lógica; ni a este modo, porque puede ser una verdad inmediata de la razón primaria...
La idea de Dios como un sentido o convicción de esta existencia es producto de la facul-
tad intuitiva. Existe una facultad intuitiva de la mente, la facultad del discernimiento in-
mediato en la verdad. Un análisis cuidadoso encuentra tal facultad tan ciertamente como
encuentra las otras bien conocidas facultades, tales como la manifiesta, la representativa y
la lógica. Abandonar estas distinciones de la facultad es abandonar la psicología. Sostener
otras sobre la base de tales distinciones implica admitir una facultad intuitiva (Miley, Sys-
tematic Theology, I:60, 62).
A. A. Hodge, cuando habla de lo innato de la idea de Dios, dice: “No es innata en el
sentido de que la persona nazca con una idea correcta de Dios perfectamente desarrolla-
da, o que, independiente de la instrucción, cualquier persona pueda llegar, sólo por el
desarrollo de sus poderes naturales, a un conocimiento correcto de Dios... Por otro lado,
independientemente de toda instrucción, es natural al ser humano un sentido de depen-
dencia y de responsabilidad moral. Éstos involucran lógicamente el ser de Dios, y cuando
el carácter intelectual y moral de un individuo o raza se desarrolla en algún grado, éstos
invariablemente sugieren la idea e inducen a la creencia de un Dios. Por ello se puede de-
cir que el ser humano es tan universalmente religioso como racional. Y en cualquier oca-
sión que se ofrezca como un hecho la existencia y el carácter de Dios como providencial y
regidor moral, entonces cada alma humana responde a ello como verdad, vista en su pro-
pia y autoevidente luz, en la ausencia de toda demostración formal” (A. A. Hodge, Outli-
nes of Theology, 12-13).
3. La existencia de Dios, sólo Dios puede revelarla. Él ha forjado esta verdad suprema en la
constitución de la naturaleza humana como su Creador. La Biblia, que nunca prueba la
existencia del ser Supremo, apela a esta consciencia; también da razón de su disturbio, y
así por anticipación soslaya la fuerza de cada argumento en su contra... Todos los procesos
de este argumento descansan finalmente sobre el análisis de esa consciencia original de
Dios que el ser humano tiene por derecho de nacimiento como criatura: por lo cual se de-
rivan, primero, de una apelación a la naturaleza del espíritu humano mismo; segundo, de
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 9
una consideración de la relación entre la mente humana y el fenómeno del universo; y ter-
cero, del teísmo universal de la raza como resultado de ambos... La forma más simple del
argumento debe buscarse en la constitución moral del hombre, que en razón o consciencia
proclama la existencia de un Supremo Dador de la Ley, y, en sus deseos y aspiraciones, la
existencia de un Objeto Supremo para la comunión con el cual fue hecho. Estos son ele-
mentos de nuestra naturaleza y no resultado de la educación; son primarios, intuitivos y
universales; que rechazan desde el principio todo argumento sobre su origen. Si la cons-
ciencia es la consciencia moral —su única recta definición— implica por necesidad un
mundo espiritual en el que el hombre nace, así como la consciencia en general implica el
mundo natural. Si es la razón o corazón o personalidad central del hombre, da testimonio,
supremo en el alma, de un Poder que rige con justicia y aborrece la iniquidad. La ley ra-
cional de nuestra naturaleza es su ley moral. Apunta a un Gobernador Santo, a quien su-
giere, o a quien apela, por encima de un mundo visible en el que nada es capaz de excitar
sus emociones. Y el sentimiento universal de dependencia de un Ser o una Persona más
elevada que nosotros mismos refuerza este argumento: el mismo corazón del hombre que
tiembla ante una Autoridad sobre él, anhela poder tner la capacidad de confiar en Él. A
esto se le puede llamar demostración moral (Pope, Compend, Christian Theology, I:234-
236).
4. La Biblia “ciertamente declara al menos esto: que la vida misma de la criatura dependiente
está vinculada con la idea de su Fuente Independiente; que el pensamiento mismo de
Dios en la mente del hombre —para anticipar un futuro argumento— asume que Dios
es. Se eleva más todavía, si es posible. Declara que el Logos eterno o Palabra, al venir al
mundo, es “la verdadera luz que alumbra a todo hombre”. Y esto precede, en orden de
tiempo y pensamiento, a esa revelación más alta que sigue: “A Dios nadie le ha visto a
Dios jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer”
(Juan 1:18). Él es en sí mismo la manifiestación del Dios invisible, pero sólo al revelarse a
sí mismo a una consciencia preparatoria de la humanidad. <Á¼ėÅÇË ëƾºŢʸÌÇ: él ha ex-
puesto en una exégesis final el texto original implantado en la naturaleza humana univer-
sal” (Pope, Compend, Christian Theology, I:235).
5. “La palabra intuición es un término valioso para establecer el hecho de que la mente, en
ciertas ocasiones, de su propia energía inherente da origen a ciertos pensamientos”. Por
una acomodación del lenguaje tales pensamientos son en sí mismos llamados intuiciones;
el poder que la mente tiene de dar origen a tales pensamientos se conoce como facultad
intuitiva. La misma idea en ocasiones se expresa con los términos, la naturaleza o la cons-
titución de la mente, es decir, la mente se concibe como un algo cuya naturaleza es dar
origen a pensamientos cuando se dan las condiciones apropiadas. Lo mismo se pretende
cuando se habla de una clase de ideas que son innatas, no que las ideas estén en las mentes
de los infantes en su nacimiento, sino que las ideas nacen en la mente cuando se dan las
condiciones de su nacimiento. Ahora, debe ser manifiesto que una investigación del géne-
sis del pensamiento tiene que ser referida, en todos los casos, en última instancia a la natu-
raleza de la mente misma; por ejemplo, en cualquier instancia de percepción, si inquiri-
mos, ¿cómo llegó la mente a tomar posesión de la idea, supongamos del color, como
blanco o negro? La respuesta común es: por el sentido de la vista; pero esta respuesta no
está completa, porque pudiera todavía inquirirse: ¿cómo da la vista tales ideas? y la res-
puesta tiene que ser: es la naturaleza de la mente ser impresionada de esa manera cuando
se ejercen los órganos de la vista... La afirmación de que la idea de Dios es intuitiva, es la
afirmación de que la idea surge en la mente precisamente de la misma manera como lo
hacen las ideas del tiempo, espacio, sustancia y todas las otras ideas correspondientes a esa
clase de pensamientos. De nuevo, el hombre, al venir a la existencia, lo hace en una con-
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LA EXISTENCIA Y NATURALEZA DE DIOS
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 9
está a la mano antes de que la filosofía o la teología principien a poner en orden sus prue-
bas (Sheldon, Sys. Chr. Doct., 53-54).
Significaría sobrevalorar la argumentación teísta suponer que es competente, en el
sentido estricto del término, para demostrar la existencia de una Persona Divina. La de-
mostración propia pertenece a la esfera de las cantidades y relaciones ideales, donde la in-
formación es de una manera y de otra por hipótesis, y no se tiene que tomar en cuenta
ninguna inseguridad e imperfecciones de observación o experiencia. Por tanto, no puede
aplicarse a la esfera de la realidad objetiva. En este dominio, una preponderancia abruma-
dora de las bases en favor de una conclusión particular es lo más que se puede obtener. Es-
to es suficiente para las necesidades prácticas, y la especulación llega a ser intemperante
cuando pide más de eso, ya sea en la ciencia física o en la teología (Sheldon, Syst. Chr.
Doct., 54).
8. Aunque estos diversos argumentos no conducen necesariamente al ignorante al conoci-
miento de Dios, sin embargo, cuando se le ofrece aunque sea una pista de la existencia di-
vina, la razón y la naturaleza ofrecen corroboración abundante. Una cosa es hacer una sín-
tesis de todas las enseñanzas de la naturaleza y la razón y declarar que el Dios antes
desconocido sea un resultado necesario, y otra cosa considerablemente diferente es que,
habiéndose ofrecido la existencia de Dios como una proposición para prueba, se reúnan
las evidencias de ella. No existe prueba de que el primer hallazgo lo haya producido algu-
na vez alguna nación o individuo. El descubridor de Dios, aunque fuera un genio más
grande que Euclides o Newton, no ha escrito su nombre en la historia (Summers, Syst.
Th., 69).
9. Knapp da el argumento ansélmico de esta forma: “El ser más perfecto es posible y por
tanto, existe en realidad; porque la existencia es una realidad o perfección, y la existencia
necesaria es la perfección más elevada. Como consecuencia se tiene que predecirse la exis-
tencia necesaria del ser más perfecto (Knapp, Christian Theology, 86).
Miley, citando del Proslogium, da la siguiente declaración del argumento: “Tenemos la
idea del Ser más perfecto, un Ser sobre el cual no se puede concebir uno más grande o
perfecto. Esta idea incluye y tiene que incluir la existencia real, porque la existencia real es
el contenido necesario de la idea de lo más perfecto. Un ser ideal, sin importar qué tan
perfecto sea en la concepción, no puede responder a la idea del Ser más perfecto. Este Ser
más perfecto es Dios. Por tanto, Dios tiene que existir” (Miley, Systematic Theology,
II:74).
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CAPÍTULO 10
LOS NOMBRES Y
PREDICADOS DIVINOS
La revelación progresiva de Dios al hombre que vemos en la Biblia
se origina y desarrolla con el uso de los nombres divinos; a través de
éstos, Dios ha comunicado en diversos grados algo del misterio inson-
dable que rodea su Ser. Dos de esos nombres, Elohim y Jehová o Yahvé,
vistos en la unidad del Antiguo Testamento, declaran que el ser de
Dios es absoluto y necesario. Existen muchos otros nombres que se
aplican a la Deidad, pero estos dos son supremos y se encuentran a
través de todo el período de revelación más antiguo. Otros nombres
como El Shaddai —combinación de El y Shaddai— y Adonai —
especialmente al usarse en plural con Elohim y Jehová— son de sufi-
ciente importancia como para demandar atención especial. Todos estos
nombres continúan en el Nuevo Testamento, y su culminación es la
revelación de Dios en Aquél cuyo nombre es “sobre todo nombre que
se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero” (Efesios
1:21).
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Respecto a God, la palabra Dios en inglés, Adam Clarke dice: “Es puramente anglosajona
y, entre nuestros ancestros, denota no sólo al Ser divino a quien esa palabra designa ahora,
sino también bueno [good], ya que, según lo comprendían, parecía que God [Dios] y good
[bueno] eran términos correlativos. Cuando pensaban en Dios o hablaban de Él, sin duda
la palabra misma los guiaba a considerarlo como el Ser bueno, una fuente de infinita be-
nevolencia y bondad hacia sus criaturas”.
2. En Handbook of Christian Theology (Manual de teología cristiana, 10), Field incluye los
siguientes nombres y sus usos:
1) Elohim, “adorable”, “fuerte”. Este nombre por lo general está en plural o se usa con
adjuntos plurales. Según los Padres de la iglesia, esto indicaba pluralidad de personas
en la Deidad, una creencia que parece estar bien fundada.
2) Jehová (o Yahvé), “Señor”, “existente por sí mismo”, “el Ser”, “Yo soy”, “Yo soy el
que soy” (Éxodo 3:14). Este nombre sólo se usa en relación con el Ser divino.
3) El-Shaddai o Shaddai, “el Fuerte”, “el Poderoso”, “Todopoderoso”, “Todo suficien-
te”.
4) Adoni o Adon, “Señor”, “Sustentador”, “Juez”, “Amo”.
5) El-Elyon, “el Altísimo”, “el Supremo”.
6) Elyeh, “Yo soy”, “Yo seré”.
3. “Este nombre doble expresa lo que el panteísmo ha procurado en vano expresar en el
curso de sus muchas evoluciones, pero impide el error en el que ha caído aquel. Afirma
que en la esencia eterna existe una plenitud infinita de vida y posibilidad, pero lo asigna
todo a la voluntad controladora de una Persona. La Biblia rara vez aborda la idea de una
entidad abstracta; invariablemente presenta a Elohim y Jehová como sujetos de intermina-
bles predicados y atribuciones predicativas: ‘En él vivimos, nos movemos y somos’ (He-
chos 17:28); en Él, una Persona a quien se debe buscar y encontrar. De hecho, la persona-
lidad de Dios como Espíritu de individualidad autoconsciente, autodeterminante e
independiente se halla estampada tan profundamente en su revelación de sí mismo como
lo está su existencia. Somos creados a su imagen; nuestro Arquetipo tiene, en la realidad
eterna, el ser que poseemos como sombras suyas; Él posee en verdad eterna la personali-
dad que nosotros sabemos que es característica nuestra, aunque la mantenemos por su fi-
delidad. Tu Dios es la Palabra divina; mi Dios, la respuesta humana a través de las páginas
de la revelación. Ninguna sutileza de la filosofía moderna ha igualado jamás la definición
del absoluto YO SOY; en nuestro idioma, las palabras comunican el significado correcto
del original sólo cuando recalca el SOY respecto al ser esencial, y el YO como la persona-
lidad de ese ser” (Pope, Compendium, I:253-254).
4. Los atributos de Dios son aquellas características distintivas de la naturaleza divina que
son inseparables de la idea de Dios, y que constituyen la base y el fundamento de sus di-
versas manifestaciones a las criaturas. Las llamamos atributos porque somos compelidos a
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LOS NOMBRES Y PREDICADOS DIVINOS
atribuirlas a Dios como cualidades o capacidades fundamentales de su ser, a fin de dar una
explicación racional de ciertos hechos constantes de la revelación de Dios mismo (Strong,
Syst. Th., I:244).
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CAPÍTULO 11
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 11
de Aristóteles era estático. Para Platón, Dios era la idea del bien, o como
se expresa en terminología moderna, el ideal que constituía la suprema
realidad del universo. Para Aristóteles, Dios era el primer motor del uni-
verso, siendo Él mismo el motor inmóvil. Los estoicos consideraban a
Dios de manera panteísta, como una especie cuasi material, el alma del
universo. Para los epicúreos, los dioses eran trascendentes y ajenos a los
asuntos de los humanos. Los neoplatonistas siguieron una idea agnósti-
ca que ha sido la base de mucho del agnosticismo moderno. Para ellos
Dios era absolutamente trascendente y, por tanto, impasible, más allá
de todo predicado, pero mediado a través de su Mente en una serie de
emanaciones. Cada religión de misterio tenía su propio Kyrios o Señor,
pero lo consideraban más como el Señor de una religión o secta en vez
del Dios del universo. Eran seres finitos, no el Infinito.
El cristianismo arribó al mundo en un tiempo cuando éste se encon-
traba bajo el influjo del deísmo, por un lado, y del panteísmo por el
otro; y éstos requerían que se considerara el problema de la inmanencia
y la trascendencia. Además, estaban las preguntas éticas sobre el pecado
y la gracia, relacionadas fundamentalmente con las de la inmanencia y
trascendencia, ya sea que se refirieran a la creación o la providencia. Las
filosofías griega y romana entraron en conflicto con el concepto cris-
tiano desde sus inicios. “Algunos filósofos de los epicúreos y de los es-
toicos disentían” con el apóstol Pablo (Hechos 17:18) en la plaza de
Atenas, dando ocasión para su gran discurso en el Areópago (Hechos
17:22-31). De estas falsas filosofías surgió la herejía de Colosas, una
forma de gnosticismo contra la cual Pablo dirigió su epístola a los Co-
losenses. También Juan, en su primera epístola, ataca esa herejía. La
doctrina cristiana quizá nunca sería sometida a una prueba más severa
que la de los primeros siglos de la iglesia, en especial en el período in-
mediatamente antes del tiempo de Agustín. El mitraísmo, el gnosticis-
mo, el maniqueísmo y el neoplatonismo se combinaron para robarle a
la iglesia la sencillez de su concepto de Dios como el Padre de nuestro
Señor Jesucristo. Por ello Pablo advirtió a los colosenses en cuanto a
“filosofías y huecas sutilezas” (Colosenses 2:8), y le aconsejó a Timoteo
que evitara “los argumentos de la falsamente llamada ciencia” (1 Timo-
teo 6:20). No obstante, los apologistas de la iglesia conocían profun-
damente los fundamentos de la fe y se dedicaron a propagar la idea
correcta de Dios, comprendiendo que de ella dependían todas las de-
más doctrinas. Sostuvieron que Dios estaba relacionado históricamente
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DIOS COMO REALIDAD ABSOLUTA
en algunos casos, también lo han aceptado aquellos que basan sus doc-
trinas del Infinito y el Absoluto en la limitación de la inteligencia hu-
mana. En el desarrollo del agnosticismo se observan tres etapas previas
a su culminación plena y quizá final: la teoría de la evolución naturalis-
ta. Generalmente se le atribuye la primera etapa a Kant, cuya filosofía,
sabemos, le debe a Locke y a Hume su inspiración, si no su contenido.
La filosofía crítica de Kant intentó determinar hasta qué punto se obtie-
ne conocimiento de la experiencia, y cuánto se debe a la contribución
de la mente misma. Él no hablaba de esto en el sentido de conocimien-
to real, sino de las formas necesarias que determinan las posibilidades
de conocimiento. Por tanto, Kant atribuyó todo conocimiento a tres
facultades cognoscitivas: la sensación, el juicio y la razón. La sensación
nos permite percibir los fenómenos del juicio, un conocimiento más
elaborado que se agrupa bajo las categorías de cantidad, calidad, rela-
ción y modalidad; mientras que la razón nos da aquellas ideas que regu-
lan el sistema del conocimiento: el alma, el universo y Dios. Cuando
Kant dice que el conocimiento termina con la razón, considera a ésta
como la facultad o el principio que regula el juicio, y consecuentemen-
te, como la capacidad máxima de la inteligencia humana. La materia
del conocimiento son los fenómenos y se perciben por medio de los
sentidos; la mente misma proporciona la forma; por tanto, las catego-
rías y las ideas, el espacio y el tiempo, el alma, el universo y Dios sólo
regulan el procedimiento mental pero no proveen el conocimiento de
existencias reales. La base para el agnosticismo, sin embargo, sólo se
encuentra en su Crítica de la razón pura. En su Crítica de la razón prác-
tica destaca el imperativo categórico de la ley moral y establece su doc-
trina de la existencia de Dios, basada en la fe antes que en la razón.
La segunda etapa se encuentra en las filosofías de William Hamilton
y Henry Longueville Mansel. Hamilton sostenía que “la mente puede
concebir, y por consiguiente conocer, sólo lo limitado y lo condicio-
nalmente limitado. Lo incondicionalmente limitado, ya sea el Infinito
o el Absoluto, no puede ser interpretado de modo positivo por la men-
te; sólo se puede concebir mediante abstracciones o alejándose de las
condiciones bajo las cuales se realiza el pensamiento; por tanto, la idea
de lo incondicionado es negativa —la negación de lo concebible”
(Hamilton, Discussions on Philosophy, 13). El deán Mansel, de la Cate-
dral de San Pablo (1820-1871), aceptó la filosofía de Hamilton y pro-
curó aplicarla como apologética en la teología. Lo hizo en sus famosas
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primeros sirven para nuestros propósitos casi igual o tan bien como los
últimos —son simplemente señales abreviadas que sustituimos en vez
de las más elaboradas, que son nuestro equivalente de los objetos
reales... Así abrimos la puerta a algunos que profesan apoyar cosas co-
nocidas, pero que en realidad apoyan lo que no es posible conocer de
ninguna manera” (First Princ., 28-29). Luego, sin ninguna base cientí-
fica ni religiosa, incluye todas las ideas fundamentales de la ciencia y la
religión en la clase de lo Desconocido, y, mediante el análisis, intenta
demostrar que la Realidad tras las apariencias es desconocida y siempre
debe serlo. Todo conocimiento para él es relativo, es decir, un conoci-
miento de relaciones, pero sin llegar jamás a la finalidad de las cosas.
Desde esta perspectiva, no se puede conocer el fundamento del mundo
del cual dependen todas las cosas finitas, ni se puede conocer a Dios
como el Absoluto, el Infinito o la Primera Causa.2 En oposición a esta
teoría agnóstica, el teísmo sostiene que aunque sea inadecuado el cono-
cimiento que el ser humano tiene de Dios, aun así es positivo y no tan
solo una abstracción negativa.
¿En qué radica la falacia del agnosticismo? Primero, intenta definir al
Absoluto a partir de una mera idea a priori. De la presuposición de que
el Absoluto es enteramente no-relacionado, de que es el ilimitado, el
incondicionado o el independiente, nada se puede desarrollar sino una
serie de negaciones sin contenido positivo. Hamilton y Mansel repre-
sentan este tipo de pensamiento. Segundo, no sólo es imposible formu-
lar una doctrina del Absoluto a partir de una idea a priori, sino que en
algunos tipos de agnosticismo existe un falso concepto de esa idea a
priori. Se le define como aquello que está ajeno a toda relación y, por
tanto, es “incognoscible”. El error consiste en suponer que el Absoluto
no se relaciona. El Absoluto ciertamente no está condicionado por el
universo como una relación necesaria, pero sí condiciona al universo;
por tanto, no está ajeno a toda relación. En ocasiones esto adopta la
forma de la “cosa en sí misma” que propuso Kant, y a veces es un in-
tento de resolver lo universal en cualidades indeterminadas, pero ambos
llevan directamente al agnosticismo. Tercero, supone que toda defini-
ción limita; por tanto, si se conoce y define al Absoluto, cesa de ser el
Absoluto y el Infinito se vuelve finito. Contra esta posición, tan domi-
nante en la filosofía moderna, Harris presenta un argumento que con-
sideramos incontestable: “La máxima de que toda definición limita es
pertinente para una idea lógica general o para el total de una suma ma-
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DIOS COMO REALIDAD ABSOLUTA
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como las ninfas y las náyades que poblaban la naturaleza entera, tam-
bién el filósofo griego veía en toda la naturaleza una manifestación de la
Deidad. Por lo tanto, el panteísmo y el politeísmo son dos formas de la
misma creencia fundamental; el primero busca de manera filosófica la
unidad entre los fenómenos individuales, y el último casi los personifi-
ca. Por esta razón el panteísmo, tanto religioso como filosófico, siempre
se encuentra asociado con las formas politeístas de religión.
Sin tomar en cuenta las falacias religiosas del panteísmo que vere-
mos después, es imposible sustentar científicamente al panteísmo como
una teoría del Absoluto en relación con el fundamento del mundo.
Primero, se basa en presuposiciones que no han sido demostradas y que
no se pueden demostrar. Así como el materialismo se basa en la suposi-
ción de la eternidad de la materia, también Spinoza —el modelo del
panteísmo moderno— usa como fundamento la suposición de una
sustancia universal que él identifica con Dios. Él no investiga esta idea
de Dios. Más bien usa una proposición universal lógica que abarca
todas las ideas individuales; pero no comprende que es tan solo una
idea subjetiva, no una existencia real. Esta confusión del pensamiento
con la existencia, esta imaginaria unidad de ideas en nuestra conscien-
cia con el orden objetivo existente, es la falacia en la que se basa la ma-
yor parte del pensamiento moderno respecto a la naturaleza del Absolu-
to. Dice Spinoza: “Mis opiniones respecto a Dios y la naturaleza son
enteramente diferentes de aquellas que los cristianos modernos acos-
tumbran vindicar. En mi mente, Dios es inmanente, no la Causa tras-
cendente de todas las cosas; es decir, la totalidad de los objetos finitos
se sitúa en la esencia de Dios, no en su voluntad. La naturaleza, consi-
derada per se, es una con la esencia de Dios”. Segundo, el panteísmo no
explica el origen de la materia cósmica. Al afirmar que el mundo y Dios
poseen una esencia idéntica, es inconcebible que Él pueda crearla de la
nada anterior. Spinoza intenta explicarlo en base a una natura naturans,
o una “naturaleza que engendra”, la cual desde la eternidad constante-
mente está engendrando y produciendo los fenómenos del mundo (na-
tura naturata).3 Para explicar esta eterna plenitud de vida, Spinoza sos-
tiene que la naturaleza engendrada reacciona ante la naturaleza
engendradora, estableciéndose así la armonía. Frente a tales absurdos, la
idea bíblica de la creación como milagro tiene que parecer mucho más
razonable. Tercero, el panteísmo no alcanza a realizar totalmente su idea
del Infinito, porque la realidad del Infinito siempre se encuentra en lo
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como “la suma del altruismo del ser humano”. Este es el aspecto idea-
lista de Dios. Tercero, la idea de Dios como Ser supremo o Entidad
independiente. Este es principalmente el concepto religioso, en contras-
te con los conceptos filosóficos antes mencionados. Puede abarcar des-
de el concepto más bajo de Dios que mantienen las religiones primiti-
vas, hasta el más alto concepto cristiano del Dios trino y uno.
Según el primer aspecto, el cósmico, para nosotros Dios tiene que
ser al menos tan real como las cosas físicas o las personas humanas. Este
argumento se fundamenta en la naturaleza de la consciencia, en la cual
debe encontrarse la idea de dependencia. No importa qué tan libres
seamos como personas morales, estamos conscientes de que esta liber-
tad es limitada. Por tanto, fundamentalmente dependemos de un Ser
independiente a quien los filósofos cósmicos llaman Dios. Sin embar-
go, la idea es escueta porque no define el contenido de ese Ser.
Hoffding comprendió que la religión no sólo incluye el sentido de de-
pendencia, sino también el de los valores. Estos valores se encuentran
en una personalidad moral. Dios, pues, es el protector de los valores y,
por consiguiente, de las personas. En el segundo aspecto de Dios, el
idealista, se ve al Ser supremo como el Ideal o aquello que incluye la
verdad, la belleza y la bondad. Se afirma que estos ideales tienen auto-
ridad absoluta o divina, de manera que la verdad es la palabra divina, y
el deber es la ley divina. Cuando se considera la religión como aspira-
ción, el Ideal adquiere nuevo significado. Los filósofos idealistas sostie-
nen que este ideal no existe como necesidad, sino que subsiste de ma-
nera trascendente como una Realidad progresivamente permanente.
Pero, como se ha visto, sin el concepto unificador de la voluntad moral,
es difícil armonizar la Realidad absoluta con una Idea trascendente que
está en eterno devenir. Esto nos lleva al tercer aspecto de Dios como
Entidad independiente, un Ser personal. Si Dios se distingue por la
personalidad, su carácter puede ser absolutamente Ideal pero su volun-
tad perfecta quizá aún no se realice en el mundo objetivo. Como Ser
personal, es posible confiar en Él y adorarle, dejando lugar al mismo
tiempo para el imperativo moral, que llama al ser humano a compartir
la tarea y la oración que nuestro Señor enseñó a sus discípulos: “Venga
tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tie-
rra” (Mateo 6:10).
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DIOS COMO REALIDAD ABSOLUTA
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Los neoplatonistas enseñaban que el fundamento y la fuente original de todas las cosas era
un ser simple, sin vida ni consciencia, del que nada se podía conocer excepto que existe.
Daban por hecho una cantidad desconocida, de la cual nada podía afirmarse. El seudo
Dionisio llamó Dios a este fundamento original de todas las cosas, enseñando que él era
tan solo un ser sin atributos de ninguna clase; que no sólo era incognoscible para el hom-
bre sino que no había nada que conocer de él; como ser absoluto en el lenguaje de la filo-
sofía moderna, era Nada; nada en sí mismo, y sin embargo era el »ŧŸÄÀË ÌľÅ ÈŠÅÌÑÅ
(causa de todas las cosas). El universo procede del ser original, no por algún ejercicio de
poder o voluntad consciente, sino por un proceso de emanación... A las emanaciones pri-
marias del fundamento de todo ser, que los paganos llamaban dioses; los neoplatonistas,
espíritus o inteligencias; y los gnósticos, eones, el seudo Dionisio los llamó ángeles. A éstos
los dividió en tres tríadas: (1) tronos, querubines y serafines; (2) potestades, señoríos y au-
toridades; (3) ángeles, arcángeles y principados” (Hodge, Syst. Th., I:71-72; véase Colo-
senses 1:16).
2. Spencer rechaza la posición de Hamilton y Mansel, considerando que cuestiona la impo-
sibilidad de afirmar la existencia positiva de cualquier cosa fuera de los fenómenos, mien-
tras que para él existe lo que define como “un Poder, la Primera Causa, absoluta e infinita,
y capaz de manifestarse por sí misma”; insiste en que “su existencia positiva es un dato ne-
cesario de la consciencia y, mientras ésta perdure, no podemos librarla por un instante de
este dato; así, la creencia que este dato constituye, tiene una garantía mayor que cualquier
otra” (First Princ., 98).
3. “Si demandamos el origen del mundo real, es decir, de la ‘naturaleza engendrada’, se nos
dice que la ‘naturaleza engendradora’ es la causa última; y si demandamos el origen de és-
ta, de nuevo se nos refiere a la ‘naturaleza engendrada’, es decir, al hecho mismo del cual
buscamos explicación” (Christlieb, Modern Doubt and Christian Belief, 116).
Lo totalmente erróneo del panteísmo se manifiesta en esto: El monismo que sostiene
determina que todas las existencias finitas son sólo modos de la sustancia infinita única,
sólo fenómenos sin ninguna existencia real en sí mismos. El universo físico se vuelve in-
sustancial, como en la forma extrema del idealismo. La mente se vuelve igualmente irreal.
Así, no se puede eliminar ninguno del campo de la existencia sustancial. En el universo fí-
sico hay un ser muy real. No todo es mera apariencia. Y cada mente personal tiene su
propia consciencia, la prueba absoluta de que existe en sí misma. La mente personal no es
un simple fenómeno. El monismo del panteísmo constituye una doctrina totalmente falsa
(Miley, Syst. Th., I:115-116).
El panteísmo, al igual que el materialismo, llevado a sus consecuencias lógicas, destruiría
todo pensamiento. Empieza con la contradicción de los hechos fundamentales de la cons-
ciencia. Si no sabemos que existimos como agentes personales y libres, no sabemos nada.
Porque negar esto es negar el ego, en contraste con el cual sólo conocemos el no-ego. Así
que, tanto el ser como el no-ser son eliminados a la vez. Pero si estamos tan terriblemente
engañados en cuanto a los hechos primordiales de la consciencia, en aquello que está más
accesible al pensamiento, cómo podemos confiar en nuestras conclusiones respecto a asun-
tos más remotos (Rishell, Found. of Chr. Faith, 102).
4. Existe incluso una forma de panteísmo, o más bien de semipanteísmo, que preserva hasta
cierto punto la personalidad de Dios y ve el mundo como un flujo de la Deidad; por tan-
to, considera que tiene su esencia aunque no es una coextensión de Él. Un ejemplo es la
doctrina de las emanaciones de los Vedas de la India. Pero aquí, también, la personalidad
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de Dios incluye peligrosamente la necesidad del proceso natural en el que se realizan esas
emanaciones (Christlieb, Mod. Doubt and Chr. Belief, 163).
5. Al pensar en Dios, el panteísta tiene que escoger entre alternativas de las que ningún genio
ha encontrado escape aún. El panteísta debe afirmar que Dios es, literalmente, todas las
cosas; Dios es todo el universo material y espiritual; es la humanidad en todas sus manifes-
taciones; por inclusión, es cada agente moral e inmoral; toda forma y exageración de mal
moral, así como toda variedad de excelencia y belleza moral, forman parte del movimiento
de su vida universal que todo lo penetra y abarca. Si se deja de lado la horrenda blasfemia,
el Dios del panteísmo tiene que ser la abstracción más vacía del ser abstracto; como en el
caso de los pensadores alejandrinos, ese Dios es una abstracción tan exagerada que tras-
ciende la existencia misma; debe imaginarse totalmente irreal, sin vida e inexistente; mien-
tras que los únicos seres reales son estas formas finitas y determinadas de existencia de las
que se compone la “naturaleza”. Este dilema surge continuamente en todas las transfor-
maciones históricas del panteísmo, en Europa como en el oriente, hoy al igual que hace
dos mil años. El panteísmo tiene que afirmar que su Dios es el único ser cuya existencia
absorbe el universo y la humanidad y se identifica con ellos; de lo contrario, debe admitir
que Él es la abstracción más extraña e irreal que se pueda concebir; dicho sin rodeos, que
no existe en absoluto (Liddon, Bampton Lectures).
6. Con el término “fundamento del mundo” nos referimos a la realidad básica del mundo.
El materialismo ve esta realidad básica como “materia”; el idealismo, como “pensamien-
to”; y las filosofías personalistas modernas, como “personal”.
El teísmo significa la existencia de un Dios personal, creador, preservador y gobernante
de todas las cosas. El deísmo igualmente significa la personalidad de Dios y su obra crea-
dora, pero niega su providencia en el sentido del teísmo. Estos términos se utilizaban más
o menos como sinónimos; no obstante, desde principios del siglo XIX, se ha denominado
deísmo mayormente a la corriente que no acepta la providencia divina ni a la Biblia como
revelación de Dios. Eso lo distingue ahora del teísmo. El panteísmo difiere del teísmo
porque niega la personalidad divina. Con esta negación, el panteísmo no puede referirse
propiamente a la obra de creación o providencia. El agnosticismo filosófico, que propone
al Infinito como el fundamento de la existencia finita pero niega su personalidad, partici-
pa de tal negación con el panteísmo. Distinguir el teísmo de estos términos opuestos
muestra su propio significado con más claridad (Miley, Syst. Th., I:57).
7. Julius Kaftan favorece el uso del término Absoluto en teología. Sin embargo, sostiene que
debe emplearse, no meramente en el sentido etimológico, sino con el significado que ha
adquirido por su uso en el lenguaje. Dice: “Nunca debemos olvidar que con la expresión,
‘Dios es el absoluto’, no pretendemos hacer una afirmación fundamental respecto a la
esencia de Dios, sino tan solo expresar la importancia que tiene para nosotros la idea de
Dios” (Kaftan, Dogmatics, 162).
8. La enseñanza bíblica respecto a Dios se basa en el concepto teísta, es decir, el que mantie-
ne a la vez su carácter supramundano y el intramundano; uno por su naturaleza y esencia,
el otro por su voluntad y poder. Porque, aunque el teísmo por un lado considera al Theos
como un Ser personal —por tanto, esencialmente distinto del universo creado y del hom-
bre—, por el otro, lo presenta como Aquél que siempre vive y opera en su relación perso-
nal inmediata con el hombre y el universo, por la doctrina de la providencia divina uni-
versal (Christlieb, Mod. Doubt and Chr. Belief, 210).
9. “Si el ateísmo es verdadero, entonces el hombre no está de acuerdo con la verdad”. Esta es
una anomalía, ¿y cómo podemos explicarla? El ateísmo dice que no hay Dios, que no hay
una primera causa sobrenatural; pero el ser humano tiene dentro de sí la convicción intui-
tiva de que hay un Dios, y esta convicción es tan universal como la familia humana. Si el
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supremo, era solo uno entre muchos. Platón identificó a Dios con la
Idea del Bien, pero al mismo tiempo admitió otras ideas igualmente
existentes por sí mismas y eternas. Para Aristóteles, Dios era el “Motor
inmóvil”, absolutamente independiente del mundo, pero, para él, el
mundo era igualmente autoexistente y eterno.2 En tiempos modernos,
la idea de un Dios finito está estrechamente asociada con el escepticis-
mo de David Hume, pero se le dio una forma más definida en la filoso-
fía de John Stuart Mill. Aquí la idea no es tanto ontológica como ética,
y surge del intento de armonizar la creencia en la bondad infinita de
Dios con el problema de la existencia del mal. Hume sostuvo que es
imposible “reconciliar mezcla alguna de mal en el universo, con atribu-
tos infinitos”. Adopta, por tanto, la idea de un Dios finito con el pro-
pósito de explicar el mal, que piensa está afuera y más allá del Dios de
la religión como lo conocemos. En esta teoría, la infinitud no es necesa-
ria para crear, sino que “la benevolencia regulada por la sabiduría, y
limitada por la necesidad, puede producir un mundo tal como el pre-
sente”. Mill es igualmente específico en negar la posibilidad de “recon-
ciliar la benevolencia y la justicia infinitas con el poder infinito en el
Creador de un mundo como éste”. La idea de finitud ha asumido dife-
rentes formas. Primero, está la idea agnóstica representada en tiempos
modernos por Samuel Butler y H. G. Wells, quienes sostienen que
existe una Realidad no revelada detrás del Dios de la religión que lo
llamó a existencia. Esta teoría está estrechamente relacionada con el
gnosticismo y el neoplatonismo del primer siglo cristiano, contra los
cuales San Pablo advirtió a los colosenses, y San Juan escribió su Prime-
ra Epístola. Segundo, está la idea de un Dios finito, la cual está conteni-
da en la teoría comunitaria del Absoluto. Tanto el doctor Rashdall co-
mo A. E. Taylor sostienen que el Absoluto no debe identificarse con
Dios, sino que debe incluir a Dios en una más amplia comunidad de
otras consciencias. “El Ser Último es un poder singular,” dice Rashdall,
“manifestado en una pluralidad de consciencias, una consciencia que es
omnisciente y eterna, y muchas consciencias que tienen un conoci-
miento limitado, las cuales tienen un principio, y algunas de las cuales,
es posible, o probable, tienen un fin”. Tercero, y estrechamente relacio-
nada a la anterior, está la idea de un Dios que crece o se desarrolla. La
misma está representada en la filosofía de Henri Bergson y sus seguido-
res, y también por William James en su Pluralistic Universe [Universo
pluralista] y su Varieties of Religious Experience [Variedad de experien-
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DIOS Y EL UNIVERSO
Después de haber indicado las posiciones del teísmo especulativo
moderno respecto a la relación causal de Dios al mundo, y habiendo
señalado también algunos de los intentos de armonizar al absoluto de la
filosofía con el Dios de la religión, ahora tenemos que tratar más direc-
tamente la relación volitiva de Dios al mundo, reservando para un capí-
tulo posterior las varias teorías que se han presentado para explicar la
naturaleza de la creación.
La iglesia fue forzada desde muy temprano a intentar una explica-
ción del universo en su relación con Dios. La filosofía del momento, de
estoicos y neoplatónicos, hizo necesario que la iglesia presentara su
punto de vista cristiano de Dios y el mundo. La ocasión inmediata para
esto fue el desarrollo de las sectas herejes comúnmente conocidas como
gnósticas. Éstas varían ampliamente, pero sus teorías son generalmente
clasificadas como gnosticismo oriental o siriaco, y gnosticismo occiden-
tal o alejandrino. Los representantes del primero fueron Saturnino de
Antioquía, Bardesanes de Edesa, Marción de Sínope y Tatiano de Asi-
ria. Todos ellos pertenecieron al segundo siglo, y se les conoce como los
gnósticos antijudaicos. Los representantes de la última clasificación
fueron Basílides y Valentino, frecuentemente conocidos como los gnós-
ticos judaizantes. Las varias sectas del gnosticismo tenían estas cosas en
común: (1) Todas estaban de acuerdo que el mundo no procedía in-
mediatamente del Ser upremo. Es este respecto eran agnósticos a pesar
de su nombre. Valentino consideraba al ser Supremo como el Abismo
insondable, y Basílides como el Innominable. (2) Todas relacionaban el
mundo a Dios por el proceso de emanación. (3) El mundo procedente
de la esencia de Dios era, por tanto, de la misma esencia que Él. Es este
respecto eran panteístas. (4) Ellos creían en la eternidad tanto del espí-
ritu como de la materia, del bien y el mal, de la luz y las tinieblas, y por
tanto eran dualistas. La distinción entre el panteísmo y el dualismo se
puede expresar así: el panteísmo sostiene que Dios está en todas las
cosas en el sentido de que Dios es todo; el dualismo sostiene que Dios
se mueve en todas las cosas ya sea como su alma, o como el armoniza-
dor de sus discordanacias. El agnosticismo y el panteísmo han sido
considerados previamente en conexión con la idea de Dios como el
absoluto; ahora tiene que darse atención a las teorías dualistas que se
han presentado en oposición a la eficiencia infinita de Dios.
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Si “Dios fuera simplemente naturaleza viviente”, dice J. A. Dorner, “y no el amo de sí
mismo, y por tanto no verdaderamente todopoderoso, por él ser no otro que él mismo,
podría crear, pero sólo alcanzaría trabajarse y producirse a sí mismo por necesidad física.
Toda la cosmogonía sería, pues, teogonía. Por el contrario, si su naturaleza es la sierva de
su voluntad, entonces, sin perjuicio a su poder original o su omnipotencia, quedaría lugar
para el mundo, y para un mundo libre, por virtud solo del cual la acción recíproca sería
posible entre Dios y éste, y en donde la Ley de la Causalidad encontraría de nuevo su per-
fección. Dios no puede, es verdad, estar limitado desde afuera, sino que solo puede condi-
cionarse por sí mismo; pero si él es Todopoderoso, por virtud de su omnipotencia, y sin
que nada lo limite, podría libremente determinar la condición de su acción por causalida-
des en el mundo que él ha formado, sobre el cual otorga la posibilidad de una determina-
ción libre. Una declaración más completa se puede admitir solamente en las categorías
más altas de la idea divina, y especialmente de los atributos éticos de Dios” (Dorner, Sys-
tem of Christian Doctrine, 261).
2. Qué Dios sea finito en lugar de infinito, tiene sus raíces en la filosofía griega. Para Pláton
Dios era la Idea o Bien supremo, pero habían otras ideas igualmente autoexistentes, como
los cuerpos celestes en relación al sol; además, Él no es el autor de todas las cosas; Dios no
es el autor del mal sino solamente del bien (República, II:380). Aristóteles concebía a
Dios como una autoconciencia perfecta; cuyo ser era absolutamente independiente del
mundo que era, igualmente con Dios, autoexistente y eterno (Windelband, History of
Philosophy, 689).
3. La razón demanda para el universo unidad de dependencia en algún fundamento o causa
original común, unidad de orden y ley, de inteligibilidad y significado común, y de fin ra-
cional; y el teísmo enfrenta y satisface estas demandas. Presenta como el fundamento ab-
soluto o causa de donde todas las cosas se originan, a la Razón absoluta que se ejerce por sí
misma y se dirige por sí misma. En el análisis final de la fuerza física, la ciencia siempre
encuentra un poder que la trasciende, y que propone el poder de voluntad. En todas sus
exploraciones de la naturaleza y las explicaciones de ella según las leyes naturales, la ciencia
nos lleva a divisar el misterio del infinito, el cual ninguna ley natural puede explicar... La
constitución del sistema físico es el pensamiento que pertenece al arquetipo de Dios ex-
presado en ese sistema. Sus secuencias factuales invariables, llamadas leyes de la naturaleza,
las cuales constituyen su uniformidad y continuidad, están de acuerdo con las verdades,
leyes, ideales y fines que son eternos en la Razón absoluta (Samuel Harris, Self-revelation of
God, 288ss).
4. La doctrina sublime de la relación del Hijo eterno a la criatura es el único secreto de la
continuidad que se enseña, el único puente entre el Creador y la criatura. Él es el Media-
dor —si se puede permitir el uso de tal término— entre el Infinito y lo finito, entre Dios
y la criatura... San Pablo contradice las especulaciones gnósticas respecto al demiurgo; to-
do el pleroma de la deidad, y no una emanación, habitó en él, y descendió sobre él corpo-
ralmente y no en semblanza. Y Él que fue el “Primogénito de toda la creación”, era el
ÉÏŢ o Principio, en quien y a través de quién la creación principió. “En él fueron creadas
todas las cosas; como si en él, el Dios Absoluto o el Padre, originara la existencia de la
criatura, la sostuviera y la administrara; por una encarnación antes de la Encarnación. No
podemos concebir cómo el universo creado puede tener esta relación específica con el Hi-
jo, y cómo en Él el Infinito se hizo finito antes de que Dios se hiciera carne; pero tenemos
que recibir el misterio y adorarlo. Nuestro Señor fue el Primogénito de la nueva creación
cuando la vida de ésta principió en sí mismo; y Él es el Primogénito, o principio de la
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creación de Dios que en Él tuvo su origen (William Burton Pope, Compend. Chr. Th.,
I:384-385).
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“¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar?”, divide
la última en dos, las cuales encuentra que son: “¿Qué puedo llegar a
ser?” y “¿Qué puedo adquirir y gozar?” Encuentra, así, cuatro normas
en lugar de tres, las cuales considera realidades últimas, conocidas a
través de la intuición racional. Éstas son (1) lo verdadero, que es el pa-
trón moral o norma de lo que el hombre puede conocer; (2) lo justo,
que es la norma de la actividad humana; (3) lo perfecto, que es la norma
de lo que el ser humano puede llegar a ser; y (4) lo bueno, que es la
norma de lo que un ser humano puede adquirir y gozar. Una breve
discusión de éstos nos dará una idea de la riqueza de la Personalidad
perfecta, que forma la meta espiritual de los seres humanos finitos y el
fin supremo de todas las cosas.
La primera realidad última es lo verdadero. Por lo “verdadero”
queremos decir aquellas verdades universales o principios primitivos de
la mente que regulan todo conocimiento. Estas verdades de la razón
tienen realidad objetiva como principios o leyes de las cosas en el senti-
do de que son los elementos constitutivos de la razón absoluta. No
puede haber verdad aparte de la realidad del fundamento del mundo,
así como no puede haber leyes de la naturaleza aparte del Autor o
Creador. Dice A. H. Strong: “Por verdad queremos decir ese atributo
de la naturaleza divina en virtud del cual el ser de Dios y el conoci-
miento de Dios eternalmente se conforman uno al otro” (Strong, Sys-
tematic Theology , I:260). Así que, como una perfección divina, tene-
mos que considerar la verdad como la correspondencia absoluta de la
revelación con la realidad. Samuel Harris aprueba la posición de Platón
con respecto a las ideas arquetípicas cuando son tocadas, como dice él,
por el teísmo cristiano. Estas ideas arquetípicas de lo verdadero, lo jus-
to, lo perfecto y lo bueno existen eternamente y como arquetipos en el
Dios que es la Suprema Razón. Éstas y todas las otras formas e ideales
compatibles con ellas estaban en la mente de Dios como un universo
ideal antes de que llegaran a existir en el universo físico como nosotros
ahora lo percibimos. A éstas Él les da expresión en el tiempo y el espa-
cio, y bajo otras limitaciones de los seres finitos. También creó a los
seres humanos como seres racionales finitos que en su desarrollo nor-
mal llegan no sólo a conocerse a sí mismos, pero también a conocerse a
sí mismos a la luz de Otro, y así surge el sistema moral y ético en el que
Dios da expresión a pensamientos arquetípicos aún más altos.
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deba representarse como la misma persona que el juez, sería una repre-
sentación absurda de un tribunal; en un evento tal, por necesidad, el
acusador siempre perderá su caso. Por tanto, la conciencia como juez
debe representarse a sí misma como alguien que no sea ella, a menos
que quiera arribar a una contradicción consigo misma”. También en-
cuentra que la conformidad o falta de conformidad a la ley como lo
recto resulta en dos tipos conflictivos de carácter. A uno él le aplica el
término virtud, y al otro vicio. Sin embargo, más remotamente, en-
cuentra que una es santa y la otra pecaminosa, y esto en directa relación
al Amo, conocido y sentido en la conciencia. Dios como Personalidad
perfecta tiene que, por tanto, ser santo y justo, y como tal demanda
santidad y justicia de sus súbditos. Dice William Newton Clarke: “La
santidad es la plenitud gloriosa de la excelencia moral de Dios, sosteni-
da como un principio de su propia acción y la norma para sus criatu-
ras” (Clarke, Outline of Christian Theology, 89).
La tercera realidad última es lo perfecto. Por perfección se quiere
decir la correspondencia de la acción externa con la norma racional
interna. Cuando la mente se imagina un objeto perfecto, esa creación
de la imaginación se llama un ideal. Por tanto, los ideales no se obtie-
nen por imitación, o por copiar objetos observados, sino que son crea-
ciones de la mente misma. La belleza y la armonía no dependen de
material alguno, sino que pueden ser imágenes espirituales puras. La
belleza es, principal y originalmente, forma pura. No surge de la mate-
ria, sino que es una forma impresa sobre la materia. Las cosas materiales
como las encontramos en la naturaleza se vuelven hermosas a través del
entrelace de estas formas. Además, este principio formativo tiene que
ser capaz de fijarse en el pensamiento, no meramente como una ley
externa de belleza o armonía, sino como un principio de la Esencia
misma. La ley de lo bello, de armonía y orden, de perfección, tiene que,
por tanto, pertenecer a la naturaleza de Dios y ser parte de la Esencia
absoluta. Si como Dios es el Ser supremo, o el Ser de seres, así su per-
fección es una suprema perfección, o una perfección de todas las per-
fecciones. Por tanto, pertenece a Dios imprimir el cuño de su propio
ser sobre todas las obras divinas, y consecuentemente sus obras son
perfectas. Fue por esta razón que Agustín se deleitaba en pensar de
Dios como belleza y armonía principalmente. Dice: “Dios es amable
como lo bello, porque nosotros solamente podemos amar lo bello; pero
lo verdaderamente hermoso es lo suprasensible, es la verdad inmuta-
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Existen dos factores en el autoconocimiento humano: (1) un sentimiento directo del yo
de uno; y (2) una concepción del yo o de los poderes y propiedades del yo. Esta concep-
ción del yo de uno es desarrollada, pero el sentimiento del yo está presente desde el prin-
cipio. El niño tiene poca o ninguna concepción de sí mismo, pero tiene la experiencia más
vívida de sí mismo. Esta experiencia del yo es muy independiente de toda antítesis del su-
jeto y objeto, y no es derivada. Pero, permitiendo todo lo que puede reclamarse para el
desarrollo de nuestra autoconsciencia, no está en la noción de la autoconsciencia que ésta
tenga que desarrollarse. Un yo eterno es metafísicamente tan posible como un no-yo
eterno. Decir que porque nuestra autoconsciencia se desarrolla toda autoconsciencia tiene
que ser desarrollada, es tan racional como decir que todo ser tiene que tener un principio
porque nosotros lo tenemos. Es transferir a lo independiente todas las limitaciones de lo
finito, que es exactamente lo que el panteísmo reclama aborrecer (Borden Parker Bowne,
Studies in Theism, 274).
Se nos dan no pocas pistas en el rango humano de que la mente es intrínsecamente el
poder de iniciación, el resorte original de la energía. De igual manera, no es una temeri-
dad especulativa concebir que la mente infinita, a pesar de la ausencia de estímulo ex-
terno, puede estar viva, enérgica, inclusiva de todos los sentimientos y propósitos subli-
mes, y así tener medios abundantes de consciencia propia. En realidad, existe buena razón
para concluir con Lotze que la autoconsciencia completa, o la personalidad en el sentido
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más alto, se puede predicar solamente del infinito (Henry C. Sheldon, System of Christian
Doctrine, 37).
2. Lotze reúne los resultados de esta investigación en las siguientes propuestas: (1) El yo, la
esencia de toda personalidad, no depende de ninguna oposición que haya presentado o es-
té presentando el Ego al No-Ego, sino que consiste en una existencia propia inmediata
que constituye la base de la posibilidad de ese contraste en dondequiera que aparezca. La
autoconsciencia es la elucidación de esta autoexistencia que se da por medio del conoci-
miento, y ello, incluso, de ninguna manera está necesariamente atado a la distinción del
Ego del No-Ego, a lo cual se le opone sustancialmente. (2) En la naturaleza de la mente
finita como tal se encuentra la razón de por qué el desarrollo de su consciencia personal
puede tomar lugar sólo a través de las influencias de esa totalidad cósmica que el ser finito
mismo no es, esto es, a través de la estimulación que viene del No-Ego, no porque necesi-
te el contraste con algo ajeno para tener existencia propia, sino porque, en este respecto,
como en todo otro, no contiene en sí mismo las condiciones de su existencia. No encon-
tramos esta limitación en el ir del Infinito: por lo cual, para él solo existe la posibilidad de
la existencia propia, que ni necesita ser iniciada ni ser continuamente desarrollada por algo
que no sea él mismo, pero que se mantiene a sí mismo dentro de sí mismo con acción es-
pontánea que es eterna y no tiene principio. (3) La Personalidad Perfecta está en Dios so-
lamente; a todas las mentes finitas se les dota sólo de una pálida copia; la finitud de lo fi-
nito no es una condición productora de esta Personalidad, sino un límite y un estorbo de
su desarrollo (Para estudio adicional, compárese con Herbert M. Relton, Christology, 116,
167).
Si no estoy equivocado, todo el sistema de este razonamiento descansa sobre un error
común del escepticismo y el panteísmo, que anteriormente desvió, y todavía engaña, mu-
chas mentes superiores. Este error consiste en sostener que toda determinación es una ne-
gación. Omnis determinatio negatio est, dice Hamilton siguiendo a Spinoza. Nada puede
ser más falso o más arbitrario que este principio. Surge de la confusión de dos cosas esen-
cialmente diferentes, es decir, los límites de un ser, y sus características determinadas y
constitutivas. Yo soy un ser inteligente, y mi inteligencia es limitada; estos son dos factores
igualmente ciertos. La posesión de inteligencia es la característica constitutiva de mi ser,
que me distingue del ser bruto. La limitación impuesta sobre mi intelecto, que puede ver
solo un número pequeño de verdades a la vez, es mi límite, y esto es lo que me distingue
del Ser absoluto, de la Inteligencia perfecta que ve toda verdad a la vez. Lo que constituye
mi imperfección no es, ciertamente, el que sea inteligente; al contrario, ahí precisamente
está la fortaleza, la riqueza y la dignidad de mi ser. Lo que constituye mi debilidad y mi
nada es que esta inteligencia se encuentra encerrada en un círculo estrecho. Así, en cuanto
soy inteligente, participo en el ser y la perfección; en cuanto soy inteligente sólo dentro de
ciertos límites, soy imperfecto (Saisset, Modern Pantheism, II:69-72).
3. Que la meta del universo es espiritual y que se encuentra en la Personalidad perfecta se le
ha dado expresión definitiva y hermosa en estas palabras de San Pablo: “Luego el fin,
cuando entregue el Reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda
autoridad y todo poder. Preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos
debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte, porque todas las
cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a
él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero, luego que todas las
cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él to-
das las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15:24-28). “Os digo un mis-
terio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un
abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán
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ser de Dios tener realidad aparte de sus atributos. Los atributos son
simplemente las cualidades que se nos han revelado, y como tal perte-
necen a la personalidad de Dios, y le son inseparables.
PRINCIPIOS DE CLASIFICACIÓN
Una de las formas más simples de clasificación es la doble división
en atributos absolutos y relativos, o los attributa absoluta y attributa
relativa de los teólogos antiguos. Esta doble división en ocasiones se
expresa en otros términos, como comunicables e incomunicables, tran-
sitivos e inmanentes, positivos y negativos, morales y naturales, éticos y
metafísicos. No importa el término que se utilice, el principio de clasi-
ficación es el mismo. El obispo Martensen adopta la doble clasificación,
pero rechaza los términos absoluto y relativo por asistirles dificultades,
ya que no hay atributos que no sean relativos o transitivos, esto es, que
no expresen una relación con el mundo; ni hay ninguno que no sea
reflexivo, esto es, que no regrese de nuevo a Dios. “Obtenemos un
principio más determinado de división”, dice, “cuando consideramos la
doble relación que Dios sostiene con el mundo. Es decir, una relación
de Dios con el mundo que, por un lado, es relación de unidad, y por el
otro, relación de diversidad o antítesis. Ciertamente, nuestra vida reli-
giosa, con todas las moralidades y estados, se mueve entre estos dos
polos —el de unidad y el de diversidad, el de libertad y el de depen-
dencia, el de reconciliación y el de separación” (Martensen, Christian
Dogmatics, , 93). En su consideración de los atributos, por tanto, en-
cuentra necesario dar una consideración a la momenta tanto de unidad
como de diversidad. Por el otro lado, William Burton Pope objeta a los
términos incomunicable y comunicable sobre la base que aquellos
nombrados comunicables pueden ser semejantes a los atributos de
Dios, pero considerados estrictamente como atributos, no son comuni-
cables. Puede haber similitud, pero uno le pertenece a Dios, y el otro a
la personalidad humana finita.1
Otro método de clasificación sigue la analogía de la personalidad
humana. Ésta, de acuerdo con John Miley, es la verdadera clasificación,
ya que el método de la ciencia siempre da atención al factor más de-
terminado, que en esta instancia es la personalidad. “La personalidad es
la concepción más determinada de Dios”, dice, y por tanto, “el sentido
más verdadero y más profundo en el que se lo puede ver como sujeto
de sus propios atributos”. Siendo que el hombre está consciente de la
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sigue: “Solo hay un Dios vivo y verdadero, eterno, sin cuerpo, partes o
pasiones”.6
El término “pasiones” en la declaración anterior se hizo muy tem-
prano causa de desacuerdo en la iglesia, y los obispos de la Conferencia
de 1787 la eliminaron. Originalmente, la palabra pasión se refería a
pasividad, y por lo tanto, no siendo Dios una criatura del ambiente, ni
una sobre la que se actúa desde afuera, el credo le negaba una naturale-
za pasiva. Pero con el tiempo la palabra llegó a significar una emoción o
una manifestación de sentimiento. Negar el término pasión, entonces,
parecía dar la idea que Dios estaba desprovisto de una naturaleza afecti-
va. Aquellos que sostenían el primer punto de vista, insitieron que las
referencias a Dios como poseído de emociones eran puramente metafó-
ricas. Richard Watson, el teólogo del metodismo temprano, se opuso a
este punto de vista. Dice: “Se asume que la naturaleza de Dios es esen-
cialmente diferente de la naturaleza espiritual del hombre. Esta no es la
doctrina de la Biblia. . . La naturaleza de Dios y la naturaleza del hom-
bre, no son la misma; pero son similares porque conllevan muchos
atributos en común, aunque en la parte de la naturaleza divina, en un
grado de perfección que excede infinitamente” (Watson, Institutes ,
I:389). Por tanto, debemos concebir el conocimiento y el amor como
siendo lo mismo en Dios que en el hombre, solo que en Dios se en-
cuentran libres de todas las imperfecciones.
Infinidad. Por infinidad queremos decir que no hay bardas o lími-
tes a la Naturaleza Divina. El término aplica solamente a Dios, y es
peculiarmente aplicable a los atributos personales de la sabiduría, el
poder y la bondad. Es por esta razón que las declaraciones del credo
que se encuentran en los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia Angli-
cana y los Veinticinco Artículos del metodismo, incluyen las palabras “de
infinito poder, sabiduría y bondad”. Los teólogos modernos del tipo
arminiano han tendido a absorber la doctrina de la infinidad en los
otros atributos. Richard Watson, Samuel Wakefield, Miner Raymond,
Thomas N. Ralston ni Thomas O. Summers lo mencionan entre los
atributos. Field lo menciona brevemente, y Banks lo trata como sabi-
duría infinita. Solo William Burton Pope le da un trato extenso. Por el
otro lado, el Catecismo de Westminster define a Dios como “Un Espí-
ritu, infinito, eterno e inmutable en su ser, poder, santidad, justicia,
bondad y verdad”. Como consecuencia, encontramos a los teólogos
reformados tendiendo al extremo opuesto de absorber los otros atribu-
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ca, 8) que “Dios está en todas las cosas, no como parte de su esencia, ni
como un accidente, sino de la manera que un agente está presente en
aquello sobre lo que trabaja”.
Hay tres maneras en que se puede considerar que Dios es omnipre-
sente en el universo. Primero, la presencia actual de la Deidad en cada
porción del universo creado. “¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la
tierra?” (Jeremías 23:24). Con esto no se quiso decir que la esencia de
Dios se extienda o se difunda en un sentido panteísta, ya que el Espíri-
tu no es una sustancia extendida. Más bien, es en el sentido dinámico o
espiritual, como acabamos de indicar.17 Ni puede en este sentido estar
ausente de alguna porción del universo, o de ningún acto de los seres
que Él ha creado, y todavía considerarse omnipresente. John Dickie
piensa que esto simplemente significa que Dios no está limitado por las
relaciones espaciales, como lo estamos nosotros. Rudolph Otto sostiene
que la relación de Dios al espacio no es la abstracción metafísica de la
omnipresencia, sino que Dios está donde quiere estar, y no está donde
no quiere estar. William Burton Pope sostiene que esta posición con
todas sus inevitables consecuencias es su omnipresencia absoluta o na-
tural. Segundo, por omnipresencia se quiere decir la presencia de toda
criatura ante Dios, como parece indicarse con la declaración, “en él
vivimos, nos movemos y somos” (Hechos 17:28). Visto desde un pun-
to de vista práctico, esta cita bíblica tiene como intención fijar en los
hombres la idea de que en la presencia de Dios, toda criatura vive y se
mueve, cada pensamiento se concibe y cada hecho se hace, de tal mane-
ra que nada se esconde de los ojos de Aquél con quien tenemos que ver.
Pero se puede ver también en un sentido metafísico. La creación como
una potencialidad se encuentra en las profundidades mismas del Ser
eterno, pero se vuelve una actualidad solamente cuando hay una exis-
tencia diferente y separada de la de Dios, en la cual vive y se mueve. Es
verdad que Dios todo lo llena, pero no en el sentido panteísta, como ya
hemos indicado. En este sentido la divina omnipresencia significa sim-
plemente que cada criatura está directamente presente ante Dios, y que
corre delante de Él el curso establecido. Tercero, por omnipresencia se
quiere decir el ejercicio del poder de Dios, que lo relaciona aún más
estrechamente con la actividad divina. “¿A dónde me iré de tu espíritu?
¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (Salmos 139:7). Este pasaje, cuando
se toma en su contexto, indica que Dios está presente en donde quiera
que haya una manifestación de su poder. A la luz de nuestra discusión
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lante de él todos los habitantes del mundo!, porque él dijo, y fue hecho;
él mandó, y existió” (Salmos 33:8-9). El profeta Jeremías declaró: “Él
hizo con su poder la tierra, con su saber puso en orden el mundo... A
su voz se produce un tumulto de aguas en el cielo; él hace subir las nu-
bes del extremo de la tierra, trae los relámpagos con la lluvia y saca el
viento de sus depósitos” (Jeremías 10:12-13).
El Nuevo Testamento es igualmente explícito en su enseñanza res-
pecto a la omnipotencia de Dios, pero aquí la importancia religiosa es
aún más marcada que en el Antiguo Testamento. Se entiende bien que
en los credos griegos la palabra pantokrator (ȸÅÌÇÁÉŠÌÑÉ֖, traducida
al latín como omnipotens, significa el que gobierna todo; y es en este
sentido que se emplea mayormente por los escritores del Nuevo Testa-
mento. En su aplicación a la obra de salvación, Jesús declaró: “Para los
hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mateo
19:26). Refiriéndose al poder preservador y protector que ejerce hacia
su pueblo, Jesús dijo a los judíos en el pórtico de Salomón: “Mi Padre,
que me las dio, mayor que todos es, y nadie las puede arrebatar de la
mano de mi Padre” (Juan 10:29). El apóstol Pablo en una referencia a
Abraham, habla de Dios, “el cual da vida a los muertos y llama las cosas
que no son como si fueran” (Romanos 4:17). Más tarde, en una atribu-
ción de alabanza, dice: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las
cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos,
según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en
Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén”
(Efesios 3:20-21). El último libro del Nuevo Testamento nos da una
visión de Dios como el “Alfa y Omega, principio y fin... el que es y que
era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8). Y también
dice: “Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque
tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”
(Apocalipsis 4:11). Así el atributo de la omnipotencia se convierte en el
cimiento, por un lado, de la profunda y permanente adoración religio-
sa; y por el otro, en el fundamento y apoyo firme para la quieta con-
fianza y seguridad.
Es evidente que aún la omnipotencia tiene que ser condicionada por
la sabiduría y bondad de Dios. William Newton Clarke señala que es
fácil caer en el error de considerar la omnipotencia como la habilidad
de hacer todo lo que se puede pensar, pero el poder divino siempre
tiene que operar en armonía con la naturaleza divina. No puede hacer
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amor de parte de sus criaturas, deleite que Él comunica a los que res-
ponden a su amor. Es estrechamente afín a la paz y el gozo que Cristo
comunica a sus discípulos aparte de la dicha que brota de circunstan-
cias favorables. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el
mundo la da” (Juan 14:27); y “Estas cosas os he hablado para que mi
gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo” (Juan 15:11). La
bienaventuranza también está estrechamente ligada al “reposo de la fe”
(Hebreos 4:3) o el “guardar el reposo” (Hebreos 4:9), pero la idea de
reposo tiene que distinguirse agudamente del eudaimonia o gozo pere-
zoso atribuido a los dioses del paganismo. (2) La idea de la ira divina.
Existen dos posiciones que se han tomado en la iglesia respecto al asun-
to de la ira divina. El punto de vista común es que la ira no es incom-
patible con el amor divino, y que esto tiene el apoyo de la Biblia. Los
teólogos especulativos, para poder evadir las dificultades que le atañen a
este asunto, han buscado explicarla como un mero modo de lenguaje
humano sin ninguna realidad en la naturaleza de Dios. El punto de
vista común fue disputado muy temprano en la iglesia, debido sin duda
a la influencia de la filosofía pagana. Los neoplatonistas y los estoicos,
con sus puntos de vista panteístas de Dios y el mundo, sostuvieron que
Dios no podía estar sujeto a ninguna emoción, porque ello necesitaba
pasividad. Por tanto, la ira era imposible para Dios. A esta posición,
Lactancio (c. 320 d.C.) objetó, sosteniendo que Dios tiene que ser ca-
paz de resentimiento justo, o su carácter sería imperfecto. Agustín pare-
ce revelar la influencia de la filosofía en su propio pensamiento cuando
identifica la ira de Dios con la sentencia que pronuncia en contra del
pecado. Dice: “El enojo de Dios no inflama su mente, ni incomoda su
tranquilidad inmutable”. Durante el período deísta en Inglaterra,
cuando el amor divino se vio reducido a una indulgencia complaciente,
el obispo Butler enfrentó los argumentos de los deístas en sus sermones
sobre Resentment [El resentimiento] y The Love of God [El amor de
Dios], que generalmente se consideran los clásicos ingleses sobre este
asunto. Ritschl, cuyo análisis del amor ya hemos citado, intentó una
posición mediadora, sosteniendo que la ira de Dios era puramente esca-
tológica, y consistía en la sentencia final en contra del pecado que éste
pronunciaría al fin del mundo.
La posición cristiana en general es que la ira es el lado inverso del
amor, y necesaria para la perfección de la Personalidad divina, o incluso
para el amor mismo. Dios se reveló a sí mismo en Jesucristo como
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. El método favorito ha sido hacer una división en dos clases en contraparte. Por lo tanto,
son distribuidos como natural y moral por una distinción que el significado de ninguna
de estas palabras permitiría; ambas son inapropiadas para la Deidad, y la aspereza no es
removida si se substituyen metafísico y ético. La objeción instintiva que sentimos respecto
a estos términos no se siente tocante a los correlativos de absoluto y relativo, inmanente y
transitivo, interno y externo: estas distinciones proveen la clave correcta y son sólidos has-
ta donde puedan; pero no sugieren aquellas manifestaciones especiales de Dios que dan su
gloria peculiar a la teología cristiana. Es peligroso hablar de los atributos positivos y nega-
tivos porque, aunque no hay excelencias positivas en la Deidad que no impliquen nega-
ción o su opuesto, las ideas negativas de la infinitud y otras son en realidad y verdadera-
mente positivas. Finalmente, cuando se clasifican como comunicables e incomunicables,
se tiene que recordar que, como atributos, todos son igualmente incomunicables a las cria-
turas (Pope, Compend. Chr. Th. [Compendio de teología cristiana], 290).
2. Drury (Outlines of Doctrinal Theology, 143) piensa que la clasificación mejor garantizada
es la ofrecida por Samuel Harris, aunque previamente desarrollada y utilizada en parte por
otros. Esta clasificación es como sigue:
Existencia propia
Inmensidad
Absolutos….... Eternidad
Plenitud
Atributos divinos…..
Omnipresencia
Amor
Personales…... Sensibilidad divina ................
Santidad
Omnipotencia
El doctor Harris no ofreció las subdivisiones de amor y santidad, pero el doctor Drury
las usó al adaptar el esquema.
3. Richard Watson clasifica los atributos como sigue: (1) unidad; (2) espiritualidad; (3)
eternidad; (4) omnipotencia; (5) omnipresencia; (6) omnisciencia; (7) inmutabilidad; (8)
sabiduría; (9) bondad; (10) santidad.
Samuel Wakefield: (1) unidad; (2) espiritualidad; (3) eternidad; (4) omnipotencia; (5)
omnipresencia; (6) omnisciencia; (7) inmutabilidad; (8) sabiduría; (9) verdad; (10) justi-
cia; (11) santidad; (12) bondad.
Miner Raymond: (1) unidad; (2) espiritualidad; (3) eternidad; (4) inmutabilidad; (5)
omnipotencia; (6) omnipresencia; (7) omnisciencia; (8) sabiduría; (9) bondad.
Thomas N. Ralston: (1) unidad; (2) espiritualidad; (3) eternidad; (4) omnisciencia; (5)
sabiduría; (6) omnipotencia; (7) omnipresencia; (8) inmutabilidad; (9) santidad; (10) ver-
dad; (11) justicia; (12) bondad.
John Miley: (1) omnisciencia; (2) sensibilidad divina; (3) omnipotencia. El doctor
Miley trata la eternidad, la unidad, la omnipresencia y la inmutabilidad como predicables
pero no distintivamente atributos.
4. La idea que tenemos de lo que el Espíritu divino es, se deriva de nuestra idea de lo que el
espíritu humano es; esto involucra la existencia actual de una entidad real, una sustancia,
una sustancia individual, simple, capacitada con poder para conocer, para sentir y para
decidir, una persona consciente del yo y del no yo, capaz de acciones morales y susceptible
del carácter moral. Estos elementos del ser, concebido como sin limitación o defecto, con
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todas las otras perfecciones posibles conocidas y desconocidas, infinito en grado, hace
nuestra idea de Dios; y ésta, a la luz de nuestras intuiciones conscientes, confirmadas, ilus-
tradas y ampliadas por la revelación, estamos confiados en que es, hasta donde se puede,
una idea verdadera; nuestro conocimiento de Dios es en el mejor de los casos excesiva-
mente limitado e imperfecto, pero aún así es un conocimiento positivo; no podemos ra-
zonablemente dudar de la espiritualidad, y, consecuentemente, de la personalidad auto-
consciente (Raymond, Syst. Th., I:314).
5. Tres de los atributos más esenciales de Dios —es decir, su autoexistencia, su existencia
eterna, y su literal independencia— todos están involucrados en la idea misma de Él como
la primera causa originadora. Así que, si Él es la primera causa de todas las cosas, entonces
Él es en sí mismo sin causa. Y si no hay causa para su existencia fuera de sí mismo, enton-
ces tiene que tener los fundamentos, los elementos de la existencia, dentro de sí mismo;
que es simplemente decir que Él es autoexistente (Pond, Chr. Th., 49).
Sigue también que Dios es un Ser simple, no solamente como no compuesto de elemen-
tos diferentes, sino también como no admitiendo distinción entre sustancia y accidentes.
A Dios no se le puede añadir o quitar nada. En este punto de vista la sencillez, así como
los otros atributos de Dios, son de un orden más sublime que los atributos correspondien-
tes de nuestra naturaleza espiritual. El alma del hombre es una sustancia simple, pero está
sujeta al cambio. Puede ganar o perder conocimiento, santidad y poder. En este punto de
vista, éstos son accidentes en nuestra sustancia. Pero en Dios, ellos son atributos, esencia-
les e inmutables (Hodge, Syst. Th., I:379).
6. Nada de naturaleza material o corporal puede pertenecer al espíritu. La materia no posee
poder de pensamiento o voluntad, y es gobernada por leyes enteramente diferentes de
aquellas que prevalecen en la esfera del espíritu. La primera es gobernada por la ley de la
necesidad, el último por la de la libertad. Si esto es así, y el espíritu es totalmente diferente
a la materia, no puede ser compuesto, y por tanto es simple (compárese con Juan 4:24).
Aquí pertenecen aquellos textos que enseñan que Dios no se puede representar (Isaías
40:25; Éxodo 20:4) (Knapp, Chr. Th., 98).
7. Cuando se dice que Dios es eterno, la idea primaria es que su existencia no tiene principio
y no tendrá fin; pero evidentemente las representaciones de la Biblia y el pensamiento filo-
sófico involucran algo más que la mera idea de duración: la eternidad se considera como
un atributo de Dios; esto es, Él es eterno en el sentido que es su naturaleza existir (Ray-
mond, Syst. Th., I:315).
Cuando se considera como sin un principio, los escolásticos hablaban de la eternidad
como a parte ante; cuando se consideraba como no teniendo fin, se le llamaba a parte post.
A esta última con frecuencia se le llamó inmortalidad, y se le consideró necesaria, lo cual
no sucede con las criaturas finitas.
8. En la doctrina bíblica de Dios, sin embargo, no sólo encontramos declarado que Dios no
tiene principio, sino que no tendrá fin... Ninguna criatura puede, sin contradicción, su-
ponerse haber estado desde la eternidad; pero aún una criatura puede suponerse que con-
tinúe existiendo para siempre. Su existencia, sin embargo, siendo originalmente depen-
diente y derivada, tiene que continuar siendo así. No está, por decir así, en su naturaleza
vivir, o jamás hubiera sido no existente; y lo que no tiene de sí mismo, lo ha recibido, y
tiene que, a lo largo de cada momento de su actual existencia, recibirla de su Hacedor
(Watson, Theolog. Institutes).
9. La pregunta de la eternidad de Dios ha sido un terreno fructífero para el debate entre los
teólogos. Se resuelve en esto: ¿Existe sucesión en la conciencia divina? Algunos lo afirman,
otros lo niegan. Aquellos que lo afirman hacen que la eternidad consista en la duración o
continuación del ser; aquellos que la niegan mantienen un nunc stans o eterno “Ahora”.
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De la primera clase, Richard Watson dice: “La duración como se aplica a Dios, no es más
que una extensión de la idea como aplicada a nosotros mismos, y que se nos exhorte a
concebirla como algo esencialmente diferente, es requerirnos concebir lo inconcebible”,
Charles Hodge dice: “Por tanto, si Dios es una Persona, o un Ser pensante, no puede no
tener tiempo; tiene que haber sucesión; un pensamiento o estado tiene que seguir a otro.
Negar esto, dicen, es negar la personalidad de Dios. Por tanto, el dictamen de los escolás-
ticos, y de los teólogos, de que la eternidad excluye la sucesión —que es un Ahora persis-
tente inamovible— de acuerdo con esto, queda repudiado (Hodge, Syst. Th., I:388ss).
Thomas O. Summers critica esta posición defendida por el doctor Dwight como abierta a
seria objeción.
La explicación parece estar en una concepción más verdadera de la naturaleza de la
personalidad. Existe un ser que tiene que ser supratemporal al fluir temporal de la con-
ciencia, o no podría haber concepción de este fluir. Sin un observador externo o por en-
cima del fluir temporal, ¿cómo se podría conocer la sucesión? Así también en el hombre
como una personalidad finita, existe un elemento permanente que se constituye a sí mis-
mo uno y el mismo, sin importar la multiplicidad de cambios a su propia conciencia.
Ahora, ¿pudiera no ser posible que aquellos teólogos mencionados arriba, que insisten tan-
to en la sucesión, y que consideran la eternidad como mera duración, se estén refiriendo
más bien al contenido de la conciencia con su multiplicidad y cambio, mientras que aque-
llos que se refieren al nunc stans o Ahora eterno, consideren la eternidad como aquello que
está detrás de la idea de sucesión, y la condiciona? Thomas O. Summers parece admitir es-
to cuando dice que quizá la objeción a la sucesión en duración surge de confundirla con el
cambio en sustancia. Nosotros cambiamos por el fluir del tiempo; pero podemos concebir
una esencia o sustancia que no cambie, aunque haya un fluir o sucesión en su duración.
La simple duración no tiene nada que ver con la mutabilidad o inmutabilidad; es compa-
tible con la primera cuando se afirma de nosotros, y con la última cuando se afirma de
Dios (compárese con Summers, Syst. Th., I:78).
10. Miner Raymond toma una clara y fuerte posición. Refiriéndose a tales citas bíblicas como
Isaías 44:5 y 57:15, dice: “En ocasiones se dice que estas afirmaciones tan evidentemente
ciertas son equivalentes a la afirmación de que con Dios no hay pasado o futuro, sino des-
de la eternidad hasta la eternidad un eterno ahora. Si esto es una negación de que Dios ve
las cosas y los eventos en sucesión, es objetable; porque evidentemente los eventos ocurren
en sucesión, y Dios ve las cosas como lo que son; no que Él es más viejo ahora que ayer; ni
que Él es un océano estancado, eternamente, inmutablemente el sujeto de una y la misma
sola conciencia. Él ve todas sus criaturas como teniendo un presente, un pasado y un futu-
ro, como haciendo esto ahora y aquello después. Para sí mismo, sus propios pensamientos,
propósitos y planes pudieran ser tan eternos como Él mismo; y en este sentido quizá la
concepción de un ahora eterno pudiera ser válida; pero para todas las cosas que no son
Dios, tiene que concebirse que Dios las considera como existiendo ayer, hoy y mañana.
De la verdad del pensamiento primario respecto a la eternidad de Dios, es decir, que su
existencia no tiene principio ni tendrá fin, y también de la concepción de la existencia ne-
cesaria y por tanto eterna, no puede haber duda razonable; más allá de esto, probablemen-
te el silencio es más sabio que la especulación (Raymond, Syst. Th., I:316ss).
William Burton Pope toma una posición definitiva en favor del nunc stans. Dice: “La
idea perfecta de la eternidad, como existe en la mente humana, no puede tolerar duración
o sucesión de pensamientos como necesaria a la conciencia divina. Y ésta es la perplejidad
profunda de nuestro intelecto humano, el cual, sin embargo, tiene que aceptar el profun-
do significado del YO SOY como enseñando un eterno ahora que abraza y rodea la exis-
tencia sucesiva del tiempo. El Jehová Personal una vez y una vez solamente declaró su
351
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 14
352
LOS ATRIBUTOS DE DIOS
de Dios, quien es el Ser en el que cada atributo tiene su suprema existencia y manifesta-
ción. Así como le pertenece esencialmente a Dios en sí mismo, también imprime su es-
tampa sobre todas las obras divinas, y tiene que proveer la ley para todos nuestros puntos
de vista teológicos de su carácter (Pope, Compend. Chr. Th., I:304).
A. H. Strong relaciona la perfección a los atributos morales, haciéndola no lo cuantitati-
vamente completo sino lo cualitativamente excelente. La acción correcta entre los hom-
bres presupone una organización moral perfecta, un estado normal de intelecto, afecto y
voluntad. Así la actividad de Dios presupone un principio de inteligencia, de afecto, de
volición, en su ser más interno, y la existencia de un objeto digno de cada uno de estos
poderes en su naturaleza. Pero en la eternidad pasada no hay nada que exista fuera o apar-
te de Dios. Él tiene que encontrar en sí mismo, como de hecho lo hace, el objeto suficien-
te de intelecto, afecto y voluntad. Existe un autoconocerse, un autoamarse, y una autovo-
luntad que constituye su absoluta perfección. La consideración de los atributos
inmanentes es, por tanto, propiamente concluida con una declaración de esa verdad,
amor, y santidad, que hacen a Dios enteramente suficiente en sí mismo (Strong, Syst. Th.,
I:260).
15. Existe otro predicado al que tiene que dársele consideración antes de pasar de los atributos
absolutos a los relativos, y es el de la libertad divina, que tenemos que colocar en oposi-
ción al panteísmo como una razón suficiente de por qué cualquier cosa que no sea Dios
exista del todo. Pero, al atribuir voluntad a Dios, hemos llevado nuestro estudio a una
consideración de su naturaleza espiritual a la luz de la nuestra como no lo hemos hecho
antes. Pero el Espíritu como se aplica a Dios tiene que abarcar conocimiento, sensibilidad
y voluntad. La personalidad tiene sus factores esenciales, autodeterminación, y autoeva-
luación. El Apóstol, en la Epístola a los Efesios (1:11), resume esta idea de la voluntad
como expresada en el propósito, y como resultante en el acto: “Conforme al propósito del
que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Aquí tenemos ¿¼Âĸ o volun-
tad en el ejercicio; ¹Ç; o determinación de esa voluntad; y el resultado en acción como
¼Å¼ÉºÇÍÅÌÇË. Es, por tanto, uno de los atributos que, con la omnisciencia divina, forma un
eslabón entre las perfecciones absolutas y aquellas perfecciones relacionadas a la criatura.
Esto necesita entenderse, porque significa que el acto de Dios dirigido hacia sus criaturas
debe buscarse sólo en sí mismo; la voluntad es en realidad la necesidad de su esencia, co-
mo los atributos ya considerados, pero no está en sí mismo bajo ninguna necesidad (Pope,
Compend. Chr. Th. , I:308).
16. Albert C. Knudson trata el atributo de la omnipresencia como una especificación bajo la
omnipotencia. E. G. Robinson considera la omnipresencia como un compuesto de omni-
potencia y omnisciencia. Foster considera la inmensidad y la omnipresencia juntas, to-
mándolas como el mismo atributo bajo diferentes aspectos. Hace esta distinción al consi-
derar la omnipresencia como limitando la esencia divina a las fronteras de la creación,
mientras que la inmensidad conlleva el pensamiento que la esencia no tiene límites más
allá de las fronteras de la creación. Samuel Wakefield define la omnipresencia o ubiquidad
de Dios como su estar presente en todo lugar al mismo tiempo.
No debemos concebir la omnipresencia de Dios, sin embargo, como una extensión
universal y material, de tal manera que una parte de él esté en un lugar y otra parte en
otro; porque, siendo un espíritu, Dios no se divide en partes. Además, aquí, y en todas
partes, algo más que una parte de Dios se necesita para hacer las obras divinas (Pond, Chr.
Th., 50).
17. Turretin dice: “Se concibe que los cuerpos existen en el espacio circunscriptivamente
porque ocupan cierta porción del espacio; están limitados por el espacio por todos lados.
Los espíritus creados no ocupan ninguna porción del espacio, ni están encerrados por
353
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 14
ninguna. Ellos están en el espacio definitivamente aquí y no allá. Dios está en el espacio
plenamente, porque de una manera trascendente su esencia llena todo espacio”.
18. Fue sobre este principio que el Apóstol argumentó cuando disputó con los educados
atenienses. Dios “no está lejos de cada uno de nosotros”, esto es, está íntimamente cerca y
presente con nosotros; “porque en él vivimos, nos movemos y somos”. Si las cosas viven,
Dios está en ellas y les da vida. Si las cosas se mueven, Dios les imparte su movimiento. Si
las cosas poseen ser, ese ser está en Dios. Cada objeto aparece a nuestra vista en la superfi-
cie de la tierra, o en la expansión sobre nosotros, anuncia su presencia. Por Él, el sol brilla,
el viento sopla, la tierra está vestida con vegetación, y las olas del océano se levantan y
caen. En todas partes Él existe en la plenitud de la perfección. El universo es un magnífico
templo, edificado por sus propias manos, donde se manifiesta a sí mismo a sus criaturas
inteligentes. El Habitante divino lo llena, y cada parte brilla con su gloria (Wakefield,
Chr. Th., 150).
19. A. Hahn declara que, de la historia de las varias opiniones que han prevalecido respecto a
la omnipresencia de Dios, parece que la mayoría de los errores han surgido al confundir
las ideas del cuerpo y la sustancia. Al hacer esto nuestro autor ha seguido el ejemplo de
Reinhard, Morus, Doederlein y otros, quienes adoptaron la filosofía de Leibnitz y Wolf.
Al negarle a Dios un cuerpo, y así evitar los errores del panteísmo, parece que al mismo
tiempo, inconscientemente, le niegan sustancia, y lo transmutan a un pensamiento no
esencial, y luego lo ubican de alguna manera más allá de los límites del universo, desde
donde Él mira y ejerce su poder sobre todas sus obras; en ellas, pues, Él no está presente
excepto por su conocimiento y agencia (Knapp, Chr. Th., 106).
Georg Christian Knapp señala que algunos de los teólogos antiguos sostuvieron más que
otros la posición bíblica que tanto la presencia sustancial como eficiente de Dios estaban
involucradas en su omnipresencia. La tendencia a separar las dos, si se pudiera, lleva al én-
fasis equivocado. Así John Miley ve solamente en la omnipresencia la eficiencia divina, y
tiende a minimizar la noción de una esencia divina omnipresente como el fundamento
necesario de la omnisciencia y la omnipotencia. Sostiene que la agencia personal es para
nosotros la única realidad vital de esta presencia. Es a esta posición que el doctor Hills ob-
jeta, sosteniendo que esta omnipresencia no debe entenderse como una mera presencia en
conocimiento y poder, sino una omnipresencia de la esencia divina. Sin embargo, esto de
ninguna manera ha de interpretarse en el sentido panteísta (compárese con Hills, Fund.
Th., I:230ss). Miner Raymond, con su típico y abarcador entendimiento de la verdad,
reune ambas fases de ésta en la siguiente declaración: “Aquellas ideas que son inconsisten-
tes con las representaciones de la Biblia y los entendimientos comunes tienen que recha-
zarse. Por ejemplo, si se afirma que Dios está en todas partes presente por extensión o di-
fusión, de tal manera que pudiera decirse que una parte de Dios está aquí y una parte de
Dios allá; o si se dice que Dios está presente en todas partes solamente por su conocimien-
to y su poder; tales puntos de vista tienen que rechazarse, porque la verdad requiere que
nosotros concibamos que la esencia divina es ilimitada tan plena y tan perfectamente co-
mo lo son los atributos divinos. Dios, como todo lo que es Dios, está en todas partes
siempre; la esencia infinita es incapaz de división y separación; la esencia y el atributo, in-
mutablemente inseparables, llenan la inmensidad; el todo Dios que está en todas partes es
una verdad percibida tanto por la piedad como por la sana filosofía” (Raymond, Syst. Th.,
I:328).
20. Procediendo de este principio, podemos abundar en unas cuantas inferencias importantes.
(I) La omnipotencia de Dios es la base y secreto de toda eficiencia, o lo que llamamos cau-
salidad. Ningún argumento, no importa que tan plausible sea, nos puede robar de la con-
vicción indestructible de que existe un poder en la naturaleza de las cosas que llamamos
354
LOS ATRIBUTOS DE DIOS
causa; que hay una conexión entre los eventos que es más que secuencia. Respecto a casi
todo atributo de Dios, pero en este caso con más claridad que lo común, percibimos en
nosotros mismos el reflejo finito del Infinito. Estamos conscientes de producir efectos de
los cuales somos su causa. De eso, recordando dos cosas, nos levantamos a la Omnipoten-
cia Divina. (II) El alcance de nuestra causación directa es excesivamente limitado: muy
decisivo hasta donde se extiende, pronto alcanza su término. En la economía interior de
nuestra naturaleza espiritual es comparativamente grande; en el gobierno de nuestra cons-
titución corporal, menos; en nuestra acción sobre otros ha disminuido rápidamente; y en
nuestra acción sobre la naturaleza externa, se ha ido. . . (III) Todo poder en nosotros se
deriva de Él: Él es la fuente absoluta de toda causación. No es simplemente que Él puede
hacer todas las cosas; sino que todas las cosas que se hacen son hechas por la operación de
causas que le deben su eficiencia a Él, aunque en muchos casos la eficiencia es contraria a
su voluntad (Pope, Compend. Chr. Th. , I:311-312).
En la explicación de la paradoja anterior, William Burton Pope dice: “En la sabiduría
infinita de Dios, cosas contrarias a su voluntad, en un sentido, se permiten por su volun-
tad en otro. Esto lleva al misterio original de que el Todopoderoso creó seres capaces de
caer de Él; y de nuevo al misterio presente que la omnipotencia sostiene en ser criaturas
que se oponen a su autoridad; y luego al mismo misterio en su forma consumada, que la
omnipotencia preservará en el ser, no en realidad a rebeldes activos en contra de su auto-
ridad, sino a espíritus separados de Él mismo. Es la solemne peculiaridad de este atributo,
en común con la sabiduría y bondad, que es estorbado y contrariado, por decir así, por las
criaturas que le deben su origen. Pero los mismos tres atributos son conspicuos en la eco-
nomía redentora (Pope, Compend. Chr. Th., I:313).
21. Dios no puede hacer aquello que le es repugnante a cualquiera de sus perfecciones. No
puede mentir, o engañar, o negarse a sí mismo, porque hacerlo sería injurioso a su ver-
dad. No puede amar al pecado, porque esto sería inconsistente con su santidad. No puede
castigar al inocente, porque esto destruiría su bondad. Sin embargo, esto no es una impo-
sibilidad física, sino moral, y no es, por tanto, una limitación de la omnipotencia; pero
atribuir un poder a Dios que es inconsistente con la rectitud de su naturaleza, no es mag-
nificarlo, sino rebajarlo (Wakefield, Chr. Th., 148-149).
22. Respecto a la distinción entre potentia absoluta y potentia ordinata, como él expresa estos
términos, Charles Hodge dice: “Esta distinción es importante, porque traza la línea entre
lo natural y sobrenatural, entre aquello que se debe a la operación de las causas naturales,
sostenidas y guidas por la eficiencia providencial de Dios, y lo que se debe al ejercicio in-
mediato de su poder. Esta distinción, ciertamente, es rechazada por la filosofía moderna”.
La filosofía moderna sostiene que Dios, al crear y sostener al mundo, lo hace como un to-
do. Por tanto, nada está aislado y consecuentemente no hay actos individuales sino sola-
mente la eficiencia general de parte de Dios. Nada se refiere a su agencia inmediata. Todo
es natural, y por tanto, los milagros así como las providencias especiales se rechazan (com-
párese con Hodge, Syst. Th., I:410.)
23. Miner Raymond dice, sobre las representaciones de la Biblia respecto al poder divino, que
ellas son “incomparables en su perspicuidad y su sublimidad; perspicuas porque están es-
critas por la inspiración del Todopoderoso, quien solo puede comprender la medida de su
poder; y sublimes porque la cosa descrita es en sí misma la perfección de la sublimidad.
Estas no son palabras inventadas por una fantasía poética, sino las palabras de verdad y
sobriedad, literalmente presentando el pensamiento intencionado (Raymond, Syst. Th.
I:320ss).
Foster afirma que, aparte del primer capítulo de Génesis, quizá la mejor descripción de
la omnipotencia física sea la que se encuentra en Job 38.
355
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 14
24. William Newton Clarke intenta una explicación parecida a la de William Burton Pope al
sostener un doble aspecto de la omnisciencia, un conocimiento del universo según existe
eternamente como su propia idea, y un conocimiento de ese universo como existe en el
tiempo y el espacio, y por tanto como un proceso perpetuo del devenir. Esto vuelve a la
idea del Logos como un pleroma. El doctor Clarke ofrece esto a manera de una explica-
ción de cómo Dios puede tener a la misma vez la presciencia de las cosas bajo el orden
temporal y un conocimiento simultáneo en el orden eterno (compárese con Clarke,
Outline of Chr. Th., 82).
25. Dice Charles Hodge: “Toda esta dificultad surge de suponer que la contingencia es esen-
cial a la agencia libre. Si un acto puede ser seguro que acontezca, y sin embargo libre res-
pecto al modo de su acontecimiento, la dificultad se desvanece. Es claro que los actos li-
bres pueden ser absolutamente seguros, porque han sido predichos en una multitud de
casos. Era seguro que los actos de Cristo serían santos, y sin embargo serían libres. La san-
tidad continua de los santos en el cielo es segura, y sin embargo es perfectamente libre. La
presciencia de Dios es inconsistente con una falsa teoría de la agencia libre, pero no con la
verdadera doctrina al respecto. Después de Agustín, el punto de vista común de enfrentar
la dificultad de reconciliar la presciencia con la libertad, era presentarla como meramente
subjetiva. La distinción entre el conocimiento y la presciencia está solamente en nosotros”
(Hodge, Syst. Th., I:401).
26. Georg Christian Knapp expresa el argumento como sigue: “La presciencia de Dios, la cual
se contiende, invade la libertad de la voluntad en el hombre y otros seres morales. Porque
si Dios conoce de antemano todas las cosas, y es infalible en su conocimiento, cualquier
cosa que Él sepa que tiene que tomar lugar, por tanto, es necesaria, y ya no depende de la
libertad del hombre. Pero este argumento es falaz; porque el hombre no desempeña una
acción u otra porque fue conocida de antemano por Dios; más bien, Dios conoció de an-
temano la acción, porque el hombre, en el ejercicio de su libre albedrío, la desempeñaría”
(Knapp, Chr. Th., 104).
El gran argumento de Richard Watson se puede resumir como sigue: “La gran falacia en
el argumento de que la segura presciencia de una acción moral destruye su naturaleza con-
tingente está en suponer que la contingencia y la seguridad están opuestas una a la otra. . .
Sin embargo, si el término contingente en esta controversia tiene algún significado defini-
do, como aplicado a las acciones morales de los seres humanos, tiene que significar su li-
bertad, la cual se opone no a la seguridad, sino a la necesidad. . . Las acciones libres cono-
cidas de antemano, por tanto, no cesarán de ser contingentes. Pero ¿cómo permanece el
caso respecto a su seguridad? Precisamente sobre el mismo cimiento. La seguridad de una
acción necesaria conocida de antemano no resulta del conocimiento de la acción, sino de
la operación de la causa necesaria; y de igual manera, la seguridad de una acción libre no
resulta del conocimiento de ella, lo cual en lo absoluto es su causa, sino de la causa volun-
taria, esto es, la determinación de la voluntad. No altera el caso en lo mínimo decir que la
acción voluntaria pudo haber sido de otra manera. Si hubiera sido de otra manera, el co-
nocimiento de ella hubiera sido de otra manera; pero así como la voluntad que da a luz la
acción no depende del conocimiento previo de Dios, sino del conocimiento de la acción
sobre la previsión del escogimiento de la voluntad, ni la voluntad ni el acto están contro-
lados por el conocimiento, y la acción, aunque prevista, todavía es libre y contingente. La
presciencia de Dios, entonces, no tiene influencia sobre la libertad o la seguridad de las
acciones, porque esta razón llana es el conocimiento y no la influencia; y las acciones pue-
den ser ciertamente conocidas previamente, sin que se conviertan en necesarias por ese
conocimiento previo (Watson, Institutes, I:379ss).
356
LOS ATRIBUTOS DE DIOS
27. Richard Watson ofrece los siguientes signos de la sabiduría: (1) El primer carácter de la
sabiduría es actuar para fines dignos. Actuar con diseño es carácter suficiente de la inteli-
gencia; pero la sabiduría es el ejercicio correcto y propio del entendimiento. (2) Es otro
signo de la sabiduría que el proceso por el cual alguna obra se logra sea simple, pero que
muchos efectos se produzcan de uno o pocos elementos. “Cuando cada esfuerzo diverso
tiene una causa particular separada, ello no resulta placentero para los espectadores, puesto
que no se le descubre su designio; pero una obra es contemplada con admiración y delicia
como resultado de una deliberación profunda, complicada en sus partes, y sin embargo
simple en su operación, cuando una gran variedad de efectos se ven brotar de un principio
que opera uniformemente” (Abernathy sobre Atributos) (compárese con Watson, Institu-
tes, I:405ss.)
28. Richard Watson presenta una discusión interesante y útil sobre este asunto cuando ofrece
el punto de vista antiguo, con porciones algo extensas de Natural Theology de Paley, Ori-
gin of Evil de King, Testimony of Natural Philosophy to Christianity de Gisborne, y Remarks
on the Refutation of Calvinism de Scott. El tono de la apología es colocar la naturaleza en
una mejor luz que lo que comúnmente se hace por aquellos que, al verla bajo la maldición
y consecuencias del pecado, no encuentran nada bueno en ella.
En tiempos recientes, The Philosophy of the Christian Religion, por A. M. Fairbairn,
rector de la Universidad Mansfield, en Oxford, es un intento sincero y reverente de pre-
sentar una verdadera filosofía de la religión cristiana. Cualquiera que sea el juicio que pu-
diera formarse respecto a sus conclusiones, todos admitirán que en cuanto a erudición y
candor, el libro es de un alto nivel.
29. Dios es la síntesis de todo bien por virtud de su ser mismo; Él es la perfección tanto meta-
física como ética (Kubel).
30. El Dios cuya gloria llenaba el templo, y revelaba la falta de santidad de todos aquellos que
se acercaban a Él, sin embargo invitaba a los no santos a acercarse y ser santificados. ¿Fue
entonces por los rayos de su santidad brillando sobre ellos y a sus alrededores? De seguro
que no. El misterio de esa paradoja fue este: que el atributo que separaba a Dios de los pe-
cadores, y a Él mismo, se resolviera solamente por el sistema de la expiación de los sacrifi-
cios que tipificaba la gran expiación, a través de la cual la satisfacción ofrecida a la justicia
divina abría el compañerismo de amor entre Dios y el hombre (Pope, Compend. Chr. Th.
I:334).
31. La bien conocida pregunta: ¿Es el bien, bien, porque Dios lo quiere, o Dios lo quiere
porque es bien?, no está propiamente planteada. La pregunta no es respecto a lo que Dios
quiere, sino respecto a su esencia. El bien es bien por la simple razón de que es un fluir,
una automanifestación del mismísimo Dios. Esto también responde a la pregunta de la
base para la justicia. Dios es la justicia; una criatura hace justicia cuando armoniza con
Dios —esto es, cuando cumple el fin fijado divinamente para su ser. Las definiciones de la
santidad y la justicia divina son de un mismo carácter. La santidad de Dios es aquel atri-
buto en virtud del cual Él toma su propio yo absolutamente perfecto como la norma de
toda su actividad. Su santidad, como se revela al ser humano, y como la que revela al ser
humano el propósito de Dios en crearlo, constituye la justicia de Dios y del hombre”
(Summers, Systematic Theology, 99).
32. Julius Mueller en su doctrina de la Trinidad declara que “Su significado más íntimo es
que Dios tiene en sí mismo el objeto de su amor eterno y totalmente adecuado, indepen-
diente de toda relación con el mundo. “Me has amado desde antes de la fundación del
mundo” (Juan 17:24). Esto requiere igualmente la unidad de la esencia, y lo distintivo de
las Personas. Porque sin la distinción de las Personas, sin un Yo y un Tú, no puede haber
amor. De nuevo, sin la unidad de la esencia, seguiría del amor de Dios una relación nece-
357
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 14
saria con una esencia distinta de la de Dios. Por tanto, ambas están implicadas en lo que
se dice del Logos en el principio del evangelio de Juan” (Mueller, The Chr. Doct. of Sin,
II:136ss).
33. William Burton Pope declara que, si tomamos las palabras, “me has amado desde antes de
la fundación del mundo”, y las conectamos con aquellas que inmediatamente las prece-
den, “los has amado a ellos como también a mí me has amado”, y luego, con la garantía
de, “como el Padre me ha amado, así yo os he amado”, y éstas, una vez más, con el man-
damiento, “Que os améis unos a otros; como yo os he amado”, aflorará cuán perfecta es la
identidad en clase entre el amor finito e infinito, entre el reflejo en nosotros y la realidad
en la Trinidad esencial, y qué tan profundo es el significado de estas palabras: “El amor es
de Dios”, una forma de expresión que no se utiliza de ninguna otra gracia. Dice: “Así que,
podemos repetir confiadamente que cosas más gloriosas no se dicen de ninguna otra que
de la perfección divina del amor” (Pope, Compend. Chr. Th., 344-345).
34. La aplicación de Ritschl de estos principios está viciada por dos cosas: (1) hace que el
amor resida solamente en la voluntad, y por tanto ve al amor de Dios como voluntad sin
contenido emocional; (2) su falta de una concepción propia de la Trinidad le hace impo-
sible proveer fundamento verdadero alguno, ya sea para el amor o la santidad. Fracasa en
ver que el amor de Dios está principalmente dirigido al Hijo y sólo secundariamente hacia
la comunidad cristiana, y como consecuencia ignora la Trinidad inmanente o esencial.
35. Este afecto o sentimiento en Dios, originando y dirigiendo la economía de redención, no
se reveló plenamente hasta que el Señor mismo lo reveló. Y cuando lo reveló, se reservó
para un servicio: presidir en la cruz y en la recuperación de la humanidad. Ningún récord
o registro de las perfecciones divinas, relacionado al universo creado como tal, contiene la
del amor. Se alude con frecuencia a su bondad y misericordia como la aproximación más
cercana al atributo que nunca se vuelve hacia nada sino los objetos del amor redentor. Pe-
ro finalmente vino el tiempo para la nueva revelación, o a lo menos la revelación más
completa, del atributo que gobierna todo el resto: aquel que, para adoptar la palabra del
apóstol Santiago, es la ley real en Dios y en el ser humano (Pope, Compendium of Chris-
tian Theology, I:345ss).
358
CAPÍTULO 15
LA TRINIDAD
La doctrina evangélica de la Trinidad afirma que la deidad es una
sola sustancia, y que en esta sustancia hay una triplicidad de personas.
Quizá la declaración más simple de esta verdad se encuentre en el Cre-
do Niceno, que expresa: “Hay un solo Dios vivo y verdadero... Y en la
unidad de esta Deidad hay tres Personas, de una sustancia, poder y
eternidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”. La doctrina de la Tri-
nidad es una de las más profundas, y más sagradas, en el sistema cris-
tiano. Stearns señala que San Agustín, al principiar uno de los libros en
su tratado sobre la Trinidad, musita la siguiente oración: “Imploro
primero ayuda para entender lo que explicar intento, y pido perdón, si
en algo yerro, a Dios nuestro Señor, en quien siempre debemos pensar
dignamente, y a quien en todo tiempo debemos bendición de alabanza,
sin que haya palabra capaz de darle a conocer” (De Trininate, v. i, 1).
No necesitamos inquirir si Dios se hubiera o no revelado a sí mismo
como Trinidad si el hombre hubiera permanecido sin pecar. Pero sa-
bemos que es en el misterio de la redención que esta verdad adquiere
una clara visión. La razón pudo haberla sospechado, pero sólo en el
Cristo redentor se hizo visible. Y es que no podemos entrar en este sa-
cratísimo santuario de la fe cristiana por el sendero del conocimiento
humano, sino sólo a través de Cristo, quien es el Camino, como tam-
bién la Verdad y la Vida.
La base experimental de la doctrina. La doctrina de la Trinidad en
la Biblia es como aire húmedo. La refrescante ola de reflexión a través
de la cual la iglesia pasó, condensó su pensamiento y precipitó lo que
durante todo el tiempo había estado diluido. Aunque existen nociones
359
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 15
360
LA TRINIDAD
EL DESARROLLO DE LA DOCTRINA
EN LA ESCRITURA
Es a la Biblia que tenemos que volver como el fundamento para
nuestra fe tanto en la unidad como en la triunidad de Dios. Así como
Dios puede ser conocido sólo a través de su propia revelación, así tam-
bién las distinciones trinitarias que se relacionan a la vida interna de la
Deidad sólo se pueden conocer de la misma manera (compárese con 1
Corintios 2:10-12).
La unidad de Dios. Que el Señor nuestro Dios es un solo Señor, es
una verdad aseverada o implicada a través de todo el cuerpo de la Escri-
tura. Desde los tiempos más primitivos el israelita confesaba su fe, co-
mo lo hace ahora, con las palabras: “Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios,
Jehová uno es” (Deuteronomio 6:4). En medio de las formas más se-
ductoras del politeísmo, era necesario que el israelita fuera meticulosa-
mente instruido en la unidad divina. El primero y fundamental man-
damiento, por tanto, era: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”
(Éxodo 20:3). Por lo cual encontramos tales declaraciones como:
“Jehová es Dios y... no hay otro fuera de él” (Deuteronomio 4:35;
compárese con 1 Reyes 8:60). De Jehová, dice Isaías: “¡Yo, Jehová, este
es mi nombre! A ningún otro daré mi gloria, ni a los ídolos mi alaban-
za” (Isaías 42:8), y “Yo soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí
361
TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 15
no hay Dios” (Isaías 44:6). “¡No hay Dios sino yo! ¡No hay Roca, no
conozco ninguna!” (Isaías 44:8). En el Nuevo Testamento encontramos
las mismas declaraciones explícitas. “Jesús le respondió: El primero de
todos los mandamiento es: ‘Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor
uno es’” (Marcos 12:29). “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan
17:3). “¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de
los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles” (Romanos 3:29).
“No hay más que un Dios. Aunque haya algunos que se llamen dioses,
sea en el cielo o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos seño-
res), para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual
proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos; y un Señor,
Jesucristo, por medio del cual han sido creadas todas las cosas y por
quien nosotros también existimos” (1 Corintios 8:4-6). “Y el mediador
no lo es de uno solo; pero Dios es uno” (Gálatas 3:20; compárese con
1 Timoteo 1:17; 2:5; Santiago 2:19).
La triunidad de Dios. Que Dios es igualmente considerado como
una Trinidad, está también claro en la Biblia. La prueba generalmente
se deriva de la teofanía al tiempo del bautismo de Cristo; y del hecho
que en la Biblia, los nombres divinos, los atributos divinos, las obras
divinas y la adoración divina son atribuidos respectivamente al Padre,
al Hijo y al Espíritu Santo. La fórmula bautismal es el texto fundamen-
tal en el que dos Personas se unen con el Padre de una manera que no
se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia. “Por tanto, id y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Estrechamente asociadas
con la fórmula bautismal están las bendiciones que unen los tres nom-
bres de la Deidad: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén” (2 Co-
rintios 13:14); y también los dones del Espíritu como en 1 Corintios
12:4-6: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el
mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y
hay diversidad de actividades, pero Dios, que hace todas las cosas en
todos, es el mismo”. Siendo que aquellos que reconocen la existencia de
un Dios personal nunca cuestionan su paternidad, es evidente que la
pregunta respecto a la Trinidad se resuelve en la prueba de la deidad
del Hijo y del Espíritu Santo.
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tales como “el ángel de Jehová”, “la Palabra o Sabiduría”, y las descrip-
ciones del Mesías. El “ángel de Jehová” se refiere directamente al Logos
eterno, quien, aunque distinto de Jehová, sin embargo es Jehová mis-
mo. “Llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el
cielo, y le dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová” (Génesis 22:15-
16). Aquí el “ángel de Jehová” es claramente identificado con Jehová.
Fue el “ángel de Jehová” quien llamó a Moisés desde la zarza ardiendo
y dijo: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque
tuvo miedo de mirar a Dios” (Éxodo 3:6; compárese con Génesis
16:9-11; 48:4; Éxodo 23:20-21; Jueces 13:20-22). El segundo indicio
de la divina filiación se encuentra en el uso de los términos “palabra” y
“sabiduría”, los cuales aluden de una manera más clara al Logos divino
que habría de encarnarse a la semejanza de los hombres. La “Palabra”
aparece en forma velada en el tercer versículo de Génesis: “Dijo Dios:
‘Sea la luz’. Y fue la luz” (Génesis 1:3). El vocablo “dijo” es el primer
indicio del Logos o Palabra. Esto aparece de una forma más clara en la
personificación de la Sabiduría que encontramos en Proverbios, capítu-
lo 8, y parte del 9. Aquí la dama Sabiduría aparece en contraste con la
“mujer necia” (Proverbios 9:13-18). “¿Acaso no clama la Sabiduría...?
Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras...
con él estaba yo ordenándolo todo. Yo era su delicia cada día y me re-
creaba delante de él en todo tiempo” (Proverbios 8:1, 22, 30). Por tan-
to, podemos decir que la Palabra aparece al principio de forma abstrac-
ta, luego personificada, y finalmente como el Verbo que “se hizo carne”
(Juan 1:1-18). Es en las descripciones del Mesías que encontramos la
visión más clara de la Segunda Persona de la Trinidad como el Hijo
Divino.2 “Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el
principado sobre su hombro. Se llamará su nombre ‘Admirable conse-
jero’, ‘Dios fuerte’, ‘Padre eterno’, ‘Príncipe de paz’” (Isaías 9:6). “Pero
tú, Belén Efrata, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti ha de salir
el que será Señor en Israel; sus orígenes se remontan al inicio de los
tiempos, a los días de la eternidad” (Miqueas 5:2). “Tu trono, Dios, es
eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino. Has
amado la justicia y aborrecido la maldad; por tanto, te ungió Dios, el
Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros” (Salmos
45:6-7; compárese con Hebreos 1:8-9). “‘Yo envío mi mensajero para
que prepare el camino delante de mí. Y vendrá súbitamente a su Tem-
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cos 2:8; Lucas 6:8; 9:47; 10:22; Juan 1:48; 2:24-25; 10:15; 16:30;
21:17; Colosenses 2:3; Apocalipsis 2:23); omnipotencia (Mateo 28:18;
Lucas 21:15; Juan 1:3; 10:18; 1 Corintios 1:24; Efesios 1:22; Filipenses
3:21; Colosenses 2:10; Apocalipsis 1:18); inmutabilidad (Hebreos
1:11-12; 13:8). (4) A Cristo se le atribuyen obras divinas: crea (Juan
1:3, 10; 1 Corintios 8:6; Colosenses 1:16; Hebreos 1:10); sostiene y
preserva todas las cosas (Colosenses 1:17; Hebreos 1:3); perdona peca-
dos (Marcos 2:5-10; Lucas 5:20-24; 7:47-49; Hechos 5:31); da el Espí-
ritu Santo (Lucas 24:49; Juan 16:7; 20:22; Hechos 2:33); da paz (Juan
14:27; 16:33; Romanos 15:33; 16:20; 2 Corintios 13:11; Filipenses
4:9; 1 Tesalonicenses 5:23; Hebreos 13:20); da luz (Juan 1:4-9; 8:12;
9:5; 12:35, 46; 1 Juan 1:5-7; Apocalipsis 21:23); da vida eterna (Juan
17:2) y confiere dones espirituales (Efesios 4:8-13). (5) A Cristo se le
ofrece adoración divina: “Lo adoraron, diciendo: Verdaderamente eres
Hijo de Dios” (Mateo 14:33; compárese con Lucas 24:51-52; Hechos
1:24; 7:59-60; Hebreos 1:6; Apocalipsis 5:13). Aquí se pueden men-
cionar también las doxologías, las atribuciones de alabanza, y las bendi-
ciones: “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2
Pedro 3:18). “Al que nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados con
su sangre y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre, a él sea glo-
ria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 1:5-6).
“Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”
(Romanos 1:7). “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios
13:14).
La personalidad y deidad del Espíritu Santo no requieren una discu-
sión tan extensa como la deidad del Hijo, puesto que muchos de los
principios involucrados ya han sido considerados. Que la Persona del
Espíritu Santo es distinta de la del Padre y del Hijo se enseña claramen-
te en la Biblia. Se le llama “el Espíritu”, “el Espíritu de Dios”, “el Espí-
ritu Santo”, “el Espíritu de gloria”. Nuestro Señor lo llama “el Conso-
lador” u “otro Consolador”. Que el Espíritu Santo es más que un
atributo o una influencia se desprende claramente de estas palabras de
nuestro Señor: “Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para
que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). “Pero el Consolador,
el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseña-
rá todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan
14:26). Aquí se declara expresamente que el Espíritu Santo es la tercera
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sentido abstracto, existían como las formas arquetípicas en las que las
existencias creadas aparecerían. En el segundo y personal sentido, espe-
cialmente en su desarrollo tardío, el Logos era la manifestación propia
de Dios, que en la creación tuvo su nacimiento y fue enviado o proyec-
tado, como dando forma y vida a todas las cosas. Era divino pero
subordinado, divinidad pero no deidad, excepto en un sentido limitado
y acomodado.8 Aquellos que sostenían el principio monarquiano inten-
taron explicar la Trinidad sobre la base de un Dios velado o escondido,
revelándose a sí mismo por dos Poderes que manaban como rayos de
luz del sol. Uno era un Poder iluminador, el Logos o Razón Divina,
existiendo primero como la razón reflexiva de la Deidad por la cual Él
es capaz de inteligencia racional (ÂŦºÇË ëÅ»ÀŠ¿¼ÌÇË֖ y segundo, como la
obra de aquella razón autoexpresiva de sí misma por la cual Él crea y se
comunica con su creación (ÂŦºÇË ÈÉÇÊÎÇÉÀÁŦË֖. Así como el Logos era
el Poder iluminador, así el Espíritu Santo era el Poder vivificador, pero
ninguno era considerado como hipóstasis, sino solamente emanaciones.
Justino Mártir, Tatiano y Teófilo, por el otro lado, aplicaban el tér-
mino Logos a Cristo, pero en el sentido de hipóstasis, y por tanto afir-
maban su personalidad. Justino, en su Apología (I:13), declara: “Noso-
tros adoramos al Creador de este universo... De nuevo, hemos
aprendido que Aquél que nos enseñó estas cosas, y quien para este fin
nació, es decir, Jesucristo... era el Hijo de Aquél que es verdaderamente
llamado Dios; y nosotros lo valoramos en segundo lugar. Y que, con
razón, honramos al Espíritu profético en el tercer rango, enseguida lo
demostraremos”. Aunque Cristo era exaltado por este medio sobre to-
das las criaturas, no satisfizo las demandas de la conciencia cristiana,
puesto que hacía de la divinidad de Cristo una esencialmente subordi-
nada, y su generación premundanal, pero no eterna. Los cristianos vie-
ron que, apesar de toda distinción entre el Dios escondido (ĝ ¼ŦË֖ o
Dios en sí mismo, y el Logos (¼ŦË֖ o Dios en naturaleza, el subordi-
nacionismo no era sino una reconstrucción del panteísmo pagano que
hace al universo una manifestación de la existencia de Dios.
Es en este punto que la obra de Orígenes principia, siendo sus de-
ducciones de tal importancia que marcan una época en la historia del
trinitarianismo. Orígenes elevó la doctrina del Logos a un plano más
alto, e introdujo en su pensamiento especulativo la idea de la genera-
ción eterna. Tertuliano había identificado al Logos con el Hijo, y tanto
él como Ireneo diferían de Justino porque empleaban la palabra “Hijo”
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con más frecuencia que el término “Logos”. Con esto ellos trajeron más
del elemento personal a la doctrina. Pero Orígenes captó más plena-
mente que sus predecesores la idea de la filiación y su importancia. Esto
lo llevó a afirmar que el Hijo era tan verdaderamente una hipóstasis
como el Padre, y que, a cualquiera de los dos, los pronombres persona-
les se podían aplicar estrictamente. Él asoció al Espíritu Santo en dig-
nidad con el Padre y el Hijo, pero sostuvo que Él no tenía la misma
relación inmediata con el Padre como la tenía con el Hijo, aunque te-
nía conocimiento directo y escudriña las cosas profundas de Dios. Orí-
genes buscó armonizar la trinidad de Personas con la unidad de esencia
al emplear la idea de la generación eterna. Con esto quería decir, la
generación eterna del Hijo por la voluntad del Padre. Existen dos mo-
mentos aquí, primero, una subordinación de la hipóstasis del Hijo a la
del Padre respecto a la esencia, y segundo, una creación como opuesta a
una emanación. Orígenes se opuso a la idea de que el Logos era mera-
mente pre-mundano y que advino a la expresión plena a través del na-
cimiento en la creación, afirmando en su lugar una existencia eterna del
Logos. Objetó a la posición de los emanacionistas en que el Hijo es
generado de la esencia del Padre, y sostuvo que la generación del Hijo
procede eternamente de la voluntad del Padre. Estaba preocupado
principalmente con la personalidad del Hijo, al contrario del monar-
quianismo, pero interpretó esta relación como para hacer al Hijo
subordinado en la esencia. Basando su discusión sobre Juan 1:1, hace
una distinción entre Dios (¼ŦË֖como divinidad, y el Dios (ĝ ¼ĚË֖
como deidad. Usa, por tanto, el artículo cuando se refiere al Padre o
Dios como no engendrado, y lo omite cuando el Logos o el Verbo es
denominado Dios. Esto lo lleva a adoptar esa forma de subordinacio-
nismo que sostiene que el Hijo no participa en la sustancia autosubsis-
tente de la Deidad, y por tanto no es propio utilizar el término ho-
moousios (ĝÄÇÇŢÊÀÇË֖ para el Hijo como consustancial con el Padre.
Esto proveyó la base sobre la cual Arrio más tarde desarrolló su idea de
la calidad de criatura del Cristo. Sin embargo, al mismo tiempo, Orí-
genes negó que Cristo era una criatura, insistiendo que él es de la natu-
raleza que está “entre medio de aquella de lo increado y aquella de to-
das las criaturas”. Esta distinción entre el Hijo y el universo creado,
sostiene, descansa en lo siguiente, que el Hijo deriva su divinidad
(¼ĚË֖ inmediatamente de la absoluta Deidad (ĝ ¼ĚË֖, mientras que
el universo deriva su ser inmediatamente a través del Hijo, que es el
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LA DOCTRINA EVANGÉLICA
La doctrina evangélica de la Trinidad se expresa mejor en los credos
antiguos y en los artículos de fe. El Credo de Atanasio tiene la declara-
ción más explícita. Dice: “Adoramos a un solo Dios en la Trinidad, y a
la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar la sus-
tancia. Porque una es la Persona del Padre, otra la del Hijo, y otra la
del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen
una sola Deidad, gloria igual y coeterna majestad”. El artículo I de los
Treinta y nueve Artículos como fueron revisados por Juan Wesley y los
obispos metodistas de 1789, lee como sigue: “Hay un solo Dios vivo y
verdadero, eterno, sin cuerpo o partes; de infinito poder, sabiduría y
bondad; el hacedor y preservador de todas las cosas, visibles e invisibles.
Y en la unidad de esta Deidad, hay tres personas de una sustancia, po-
der y eternidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” (Artículo I,
Twenty-five Articles of Methodism). Podemos decir, por tanto, que la
doctrina evangélica afirma que la Deidad es de una sola sustancia, y que
en la unidad de esta sustancia hay tres susbsistencias o Personas; y ade-
más, que esto tiene que sostenerse de cierta manera que no divida la
sustancia o confunda las Personas. Por tanto, resumiremos nuestra de-
claración de la doctrina bajo cuatro encabezados como sigue: (1) la
unidad de la esencia; (2) la trinidad de personas; (3) la monarquía divi-
na y (4) la circumincesión.10
La unidad de la esencia. El término unidad se aplica a la esencia o
sustancia de Dios, y el de trinidad, a su personalidad. En ocasiones se
afirma que la unidad y la trinidad son términos contradictorios, pero la
iglesia nunca ha utilizado el uno y el tres en el mismo sentido. No en-
seña que las tres Personas son una en el mismo sentido que son tres; ni
enseña que la una sustancia es tres en el mismo sentido que es una. No
hay una trinidad de esencia o ser, sino una trinidad de Personas, una
pluralidad dentro del solo ser de Dios. Esta es la concepción más sim-
ple posible. Al afirmar que la sustancia es numéricamente una y la
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tad de Dios en lugar de su esencia, que el Hijo se volvió una mera cria-
tura, del cual afirmaron que hubo un tiempo cuando no era.
El tercer paso en el argumento para la doctrina evangélica de la San-
tísima Trinidad se preocupa de la naturaleza del Espíritu y su relación
con el Padre y el Hijo. Es evidente que si la revelación del Padre hubie-
ra terminado en el Hijo, esta relación hubiera sido una de necesidad y
no de libertad. Es la obra del Espíritu que procede del Padre y el Hijo,
glorificar esta relación necesaria convirtiéndola en una de libertad y
amor. La relación existente entre el Padre y el Hijo es por tanto ética así
como metafísica. La relación de Dios con el mundo, entonces, no es
meramente una de contemplación, como los panteístas enseñan, sino
una de creación motivada por el amor divino.
La doctrina evangélica de la Trinidad, por tanto, satisface perfecta-
mente el principio unificador de la mente humana. La energía autore-
veladora de Dios se revela también como actividad personal en el Lo-
gos, manifestada desde la fundación del mundo, y alcanza su clímax en
el Verbo hecho carne. La encarnación es, entonces, el enfoque de la Luz
personal que alumbra a todo ser humano que viene al mundo. La pre-
existencia de Cristo no sólo es una verdad religiosa sino también filosó-
fica, en la que el ser humano y Dios se unen, tanto en las relaciones
naturales como morales. “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas
resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucris-
to” (2 Corintios 4:6). Así, en esta segunda hipóstasis, tenemos al Verbo
como la “imagen exacta” o verdadera revelación del Padre, y también al
Verbo como el Revelador, la “efulgencia” o resplandor de su gloria. La
tercera hipóstasis, o el Espíritu, tiene referencia, no a la energía autore-
veladora, sino a la energía autoinspiradora de Dios, que, de igual mane-
ra, es una actividad personal. A la medida que la autorevelación de
Dios avanza, se da un incremento constante en el despliegue de la ener-
gía autoimpartidora del Espíritu Santo. Por esta razón el Verbo divino
tenía que llegar a la expresión plena en la encarnación, antes que el
Espíritu Santo pudiera venir en la plenitud de la gloria del Pentecostés.
A la medida que la energía autoreveladora de Dios encontró su perfec-
ción en la personalidad única de Jesucristo el Hijo; así la energía auto-
impartidora de Dios alcanzó su expresión más elevada en la presencia
personal del Espíritu Santo. Ahí reside el significado profundo y per-
manente de las palabras de nuestro Señor: “Os conviene que yo me
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La sola esencia es Dios con esta relación, que genera o engendra, ha-
ce la Persona del Padre: la misma esencia con esta relación, que es en-
gendrada, hace la Persona del Hijo: la misma esencia con esta relación,
que procede, hace la Persona del Espíritu Santo.
Las dos emanaciones son, ser engendrado y proceder o ser exhalado;
las tres personas son Padre, Hijo y Espíritu Santo; las tres relaciones,
engendrar, ser engendrado, y proceder, o ser espirado. Las cuatro pro-
piedades son: la primera inasibilidad e inemanabilidad; la segunda es
generar —ésta pertenece al Padre: la tercera es ser engendrado; y ésta
pertenece al Hijo: la cuarta es proceder o ser espirado; y ésta pertenece
al Espíritu Santo. Las cinco nociones son: la primera, inasibilidad; la
segunda, engendrar; la tercera, ser engendrado; la cuarta, spiratio passi-
va, o ser espirado; la quinta, spiratio activa, o espirar: y esta noción le
pertenece al Padre y al Hijo por igual, porque Pater et Filus spirant Spi-
ritum Sanctum”.
La palabra emanación como se utiliza arriba no es el concepto orien-
tal de la finitud que procede de la infinitud, sino un uso acomodado
del término en el sentido cristiano. Pero siempre volvemos al pensa-
miento de que el Ser de Dios, como lo designa San Pablo, es un miste-
rio (ÄÍÊÌŢÉÀÇÅ֖, y que se nos pide adorar a la “Unidad en la Trinidad y
a la Trinidad en la Unidad”, y no necesariamente a entenderla. Dice
Ralston: “La doctrina bíblica de la Trinidad es uno de esos misterios
sublimes y gloriosos que la mente del ser humano, a lo menos mientras
esté amortajada en barro, no puede penetrar. Podremos estudiar y me-
ditar hasta que nos perdamos en el pensamiento, sin embargo, jamás
podremos comprender el modo y la naturaleza del ser divino” (Ralston,
Elements of Divinity, 65). William Burton Pope nos advierte respecto a
la terminología científica de la doctrina que “es bueno familiarizarse
con los términos que expresan la relación del Uno a los Tres-en-Uno.
Ningún estudiante pensante los descartará o rebajará. La Deidad es la
esencia o sustancia o naturaleza divina; los tres son subsistencias, hipós-
tasis y personas... En ninguna parte la precisión es más necesaria que en
el orden de la fraseología de la adoración. La mente y la lengua tienen
que ser educadas al punto de evitar el lenguaje manchado del triteísmo
o del sabelianismo o del error arriano. Uno de los resultados del estudio
cuidadoso y reverente será la disciplina que hará que cada palabra sea
fiel al honor igual de cada una de las tres personas adorables en la uni-
dad de las otras dos, y en la unidad de la Deidad, adorando y orando a
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cada una con esta sagrada excepción. Pero, después de todo, tenemos
que recordar que la iglesia antigua nunca se cansó de imponer lo rela-
cionado a este asunto; la naturaleza de Dios es ÔĢģ¾ÌÇË inefable, inson-
dable e inexpresable; la Deidad solo se puede conocer por el que es
¼Ç»ţ»¸ÁÌÇË, enseñado por Dios; y ese conocimiento es y será eterna-
mente sólo ëÁ ÄšÉÇÍË, en parte” (Pope, Compendium of Christian Theo-
logy, I:286). ¿Es sorpresa, entonces, que la iglesia no sólo nos dio una
declaración de la Trinidad en el credo, sino que implantó su enseñanza
en la música por medio de una incomparable doxología como la “Glo-
ria Patri”? En esta doxología se resumen todas las enseñanzas respecto a
la Trinidad como se deben emplear en el servicio de adoración. “Gloria
demos al Padre, al Hijo, y al Santo Espíritu; como eran al principio,
son hoy, y habrán de ser, eternamente. Amén”.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. La doctrina de la Trinidad, como cualquier otra, tiene en el misterio de la educación
divina en la iglesia, su desarrollo lento. Recordando la ley de que el progreso de la doctri-
na del Antiguo Testamento tiene que trazarse a la luz del Nuevo Testamento, podemos
discernir a través de los escritos antiguos un preindicio del Tres-Uno, listo para revelarse
en el último tiempo. Ninguna palabra del antiguo texto debe estudiarse como si existiera
por sí sola, sino de acuerdo con la analogía de la fe, que no es otra cosa que la sola verdad
que reina en el todo orgánico de la Biblia (Pope, Compendium of Christian Theology,
I:260).
2. A través de los evangelios, desde el testimonio de Gabriel al ángel mayor que él, en adelan-
te, no hay duda que el ángel de Jehová es Jehová mismo, y que Jehová mismo, muy fre-
cuentemente, aunque no exclusivamente, vuelve a aparecer en el nombre Señor. No solo
Isaías, sino todos los escritores del Antiguo Testamento, “vieron su gloria y hablaron acer-
ca de él” (Juan 12:41). Pero el ministro increado de la voluntad de Jehová no es en general
anunciado de antemano en el Antiguo Testamento como el Hijo, más que lo que Jehová
es revelado como el Padre. Sin embargo, esto no quiere decir mucho. El eslabón que en
las Escrituras más antiguas conecta al Ángel de la Faz con el Hijo, en las Escrituras poste-
riores es triple. En los salmos y la profecía Él es expresamente conocido como el Hijo, la
Palabra u oráculo de Dios, o la Sabiduría hipostasiada; y se le llama Adonai o Señor, el
Dios todopoderoso. Pero estos testimonios un tanto ocasionales fluyen hacia una repre-
sentación más general del futuro Mesías, y como tal deberán reservarse para una exhibi-
ción más completa de la Trinidad Mediadora y la Persona de Cristo (Pope, CCT, I:263).
3. Al considerar estos pasajes, A. H. Strong señala que ningún escritor judío antes de Cristo
había tenido éxito en construir de ellos una doctrina de la Trinidad. Sólo a la luz del Nue-
vo Testamento muestran su significado real. Su conclusión es que ellos por sí mismos no
producen suficiente base para la doctrina de la Trinidad, pero contienen el germen de ella,
y se pueden utilizar en confirmación de la misma cuando su verdad es sustancialmente
demostrada a partir del Nuevo Testamento (Strong, Systematic Theology, I:322).
4. En la creación lo vemos moviéndose sobre la faz del caos, y sujetándolo a la belleza y el
orden; en la providencia, renovando la tierra, adornando los cielos, y dando vida al ser
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tamos con el mismo hecho en la arena más amplia de la iglesia universal. La experiencia
cristiana es una y la misma en todas las épocas y períodos, pero la habilidad para hacer una
declaración científica de las doctrinas que son recibidas por el alma que cree, varía con las
demandas peculiares de tales declaraciones, y la intensidad con la que, en emergencias pe-
culiares, la mente teológica se dirige hacia ellas (Shedd, History of Christian Doctrine,
I:246-247).
6. La tradición más antigua no sólo hablaba de Jesús como ÁŧÉÀÇÊ, ÊÑÌŢÉ y »À»ŠÊÁ¸ÂÇË sino
como ĝ ÅÀġË ÌÇı ¼Çı, y este nombre se adhirió firmemente en las comunidades cristianas
gentiles. Siguió de inmediato de esto que Jesús pertenece a la esfera de Dios, y que, como
se dijo en la predicación más temprana que conocemos, uno tiene que pensar de Él ŪË
̼Éţ ¼Çı (Harnack, Hist. of Dogma, I:186).
7. Los escritores durante los primeros tres siglos de la iglesia se pueden clasificar como sigue:
(1) La doctrina católica de la Trinidad: Justino Mártir, Teófilo de Antioquía, Atenágoras,
Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano, Orígenes, Dionisio de Alejandría, Cipriano,
Novaciano y Dionisio de Roma. (II) Monarquianos o unitarios: Teodoto, Artemón y Pa-
blo de Samosata. (III) Patripasionistas o sabelianos: Praxeas, Noeto, Berilo de Bostra y Sa-
belio.
8. Los cristianos eruditos del segundo siglo redujeron su discusión de la Trinidad en gran
parte al Logos, un término aplicado en el Nuevo Testamento a Cristo. Estos cristianos fi-
losóficos vincularon en general dicha idea con el término Logos como lo hizo Filón y los
otros platonistas, y como consecuencia, en muchas ocasiones, se alejaron de la concepción
joanina. Los neoplatonistas concebían por el término Logos como el entendimiento infi-
nito de Dios, lo cual pensaban como una sustancia que emanaba, con sus funciones, de
Dios. Ellos suponían que pertenecía desde la eternidad a su naturaleza como un poder,
pero que, en acuerdo con la voluntad divina, como Justino lo expresa, principió a existir
fuera de la naturaleza divina, y por tanto es diferente de Dios su Creador y Padre, y, sin
embargo, como engendrado por Él, es enteramente divino. El Espíritu Santo fue mencio-
nado más raramente por estos primeros padres, y sus puntos de vista respecto a Él eran
menos claramente expresados que respecto al Hijo (compárese con Knapp, Christian
Theology, 149).
9. Hall clasifica los términos trinitarios como sigue: Hay una Naturaleza, dos procesiones (el
Hijo del Padre, el Espíritu del Padre a través del Hijo); tres propiedades (paternidad, filia-
ción y procesión); cuatro relaciones (paternidad, filiación, espiración y procesión); y cinco
nociones (notiones) (inasibilidad, paternidad y espiración, que le pertenecen al Padre, filia-
ción y espiración al Hijo, y procesión al Espíritu).
10. Aunque es obvio, por un lado, que ningún lenguaje humano puede expresar este misterio,
la teología, tanto científica como práctica, demanda que la fraseología trinitaria sea orde-
nada con cuidadosa precisión a lo menos para salvaguardar la verdad del acercamiento del
error. Después que se haya dicho todo sobre lo inadecuado de las palabras humanas, y la
ausencia de definiciones en la Biblia, todavía sigue siendo verdad que muchas otras, ade-
más de aquellas del Nuevo Testamento, se tienen que usar en la enseñanza y la adoración.
Respecto a la terminología científica de la doctrina, sería bueno estar familiarizados con
los términos que expresan las relaciones del uno con el Tres-en-Uno. Ningún estudiante
pensante puede descartarlos o subestimarlos (Pope, CCT, I:285-286).
11. Es imposible definir la unidad de Dios: la palabra unidad en el lenguaje humano no ofrece
una noción adecuada, puesto que apenas sirve para defender la doctrina de cada error que
se le opone. Luego, es nuestra sabiduría estudiarla a la luz de su exhibición en la Biblia:
marcando los usos a los que la doctrina se aplica, el método bíblico de expresarla, y las
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confirmaciones de las verdades que se pueden encontrar en todas partes en la sola y uni-
forme economía de la naturaleza (Pope, CCT, I:255).
12. Porque si Dios en realidad es Trinidad en la unidad, entonces hay toda razón para supo-
ner que las obras de su manos deban, a lo menos en algún grado, reflejar su naturaleza, y
especialmente que el ser humano, que es creado a la imagen de Dios, deba dar evidencia
en su naturaleza de ciertas analogías que indiquen un Creador trino. ¡Y qué abundancia de
tales indicaciones aparece ante nuestros ojos, con tal que olvidemos que no podemos espe-
rar encontrar dentro de los límites de la vida creada analogías que perfectamente corres-
pondan con la que es incomparable y única! Los pensadores cristianos, aún en tiempos an-
tiguos, descubrieron trazas de la Trinidad en la vida del espíritu humano; y de aquí que
Agustín y otros hablen de una trinidad humana, consistiendo en la triple función del sen-
timiento, el pensamiento y la voluntad. Y en realidad, estas facultades principales del espí-
ritu nos presentan, por decir así, una triple cuerda, los hilos de la cual son distintos y sin
embargo uno, y nos dan alguna idea de la cooperación unida y armoniosa de las tres divi-
nas Personas. Ninguna de estas funciones de sentimiento, pensamiento y voluntad en par-
ticular se puede ejercer sin la actividad simultánea de las otras... De igual manera, el pro-
ceso de nuestro pensamiento nos explicará en algún grado la preexistencia del Hijo como
el Logos o Verbo del Padre. En nuestra conciencia humana, un cierto pensamiento siem-
pre produce simultáneamente la palabra correspondiente; podemos solamente pensar en
concepciones y palabras, porque nuestro pensamiento es un habla interna. Así también, el
pensamiento de Dios respecto a sí mismo necesita la expresión de la Palabra que represen-
ta este pensamiento original; pero la expresión divina es al mismo tiempo un acto real; de
aquí que esta Palabra interna en Dios sea un ser igual a Él. Es verdad que en nuestra auto-
consciencia humana no producimos, porque nosotros lo concibamos, un segundo yo: to-
do el tiempo sólo tenemos un ego. Pero nosotros somos sólo criaturas, no la fuente crea-
dora de la vida; y nuestra conciencia humana sigue siendo imperfecta. Pero el caso es
diferente con Dios, quien es la fuente eterna y todopoderosa de la vida y el poder. Su au-
toconsciencia es absolutamente perfecta, y por tanto, la imagen intelectual de sí mismo,
que Él ha concebido, se vuelve un antetipo sustancial real del Padre. De cualquier manera,
tenemos una analogía de la Trinidad en el pensamiento, su producto la palabra, y la uni-
dad de ambas, el espíritu” (Christlieb, Modern Doubt and Christian Belief, 275-276).
13. Nitzsch sostiene que el Ego divino, para poder tener una personalidad viviente, no sólo
debe ver su segundo “otro yo” como un objeto, sino también revertirse a sí mismo, por un
acto adicional, como un tercer sujeto, ya que intuye su “álter ego” como la imagen real de
sí mismo. Así que, si Dios se concibe como el Ego original, y de esta base engendra un ál-
ter Ego objetivo, la tesis y la antítesis todavía permanecerían separadas o incompletas hasta
que un tercer Ego procediera de la esencia Divina por medio del segundo, y así consumara
plenamente la personalidad.
14. Henry C. Sheldon piensa que una declaración inteligible de la Trinidad está esencialmen-
te comprimida en una fórmula como ésta: “Correspondiendo a la triple manifestación del
Padre, Hijo y Espíritu, subsisten en la Deidad, en un cierto orden lógico, distinciones
eternas y necesarias que entran en la consciencia divina y determinan la perfección de la
vida divina. Afirmar menos que esto es dejar de hacer justicia a los datos totales del asun-
to. Afirmar mucho más es recurrir a categorías ininteligibles, o a una combinación ininte-
ligible de categorías” (compárese con Sheldon, Syst. Chr. Doct., 227).
15. La Trinidad es la principal piedra del ángulo del sistema cristiano. Elimine esto, con lo
que lógicamente le sigue, y no queda nada sino lo que es común a todos los sistemas teís-
tas de religión que se conocen entre los seres humanos. En tanto que el cristianismo tenga
algún reclamo de que se le considere, en tanto que contiene excelencias confesamente su-
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 15
periores a cualquier sistema de religión que existe entre los seres humanos, en tanto que se
demuestra su autenticidad con pruebas indubitables como la revelación de la voluntad de
Dios, en tanto que el hombre tiene razón para recibir la Biblia como su sola y autorizada
regla de fe y práctica, será aún más obligatorio sobre uno que desea conocer a Dios y hacer
su voluntad, inquirir diligente, honestamente y sin prejuicio, sin temor o favor, si la Biblia
enseña o no la doctrina de la iglesia de la Santa Trinidad (Raymond, Systematic Theology,
I:392).
De todo esto sigue que la doctrina de la Trinidad es la consumación y la única perfecta
protección del teísmo. Ya hemos demostrado que la concepción teísta de Dios es la única
verdadera; y ahora podemos añadir, que si esta concepción teísta ha de ser efectivamente
protegida en contra del ateísmo, panteísmo, dualismo y deísmo, tiene que expandirse a la
idea trinitaria (Christlieb, Mod. Doubt and Chr. Belief, 271).
16. Refiriéndonos de nuevo al Credo de Atanasio podemos decir que, “La fe católica es ésta:
que adoramos un solo Dios en la Trinidad, y la Trinidad en la unidad; sin confundir las
Personas ni dividir la substancia. Porque hay una Persona del Padre, otra del Hijo, y otra
del Espíritu Santo. Pero la Deidad del Padre, la del Hijo, y la del Espíritu Santo, es toda
una—la gloria, igual; la majestad, coeterna”.
17. Los padres ilustraron su idea de este acto eterno y necesario de comunicación por el ejem-
plo de un cuerpo luminoso, que necesariamente irradia luz todo el período de su existen-
cia. Así se define al Hijo en las palabras del Credo Niceno: “Dios de Dios, Luz de Luz”.
Así la radiación del sol es coeva con su existencia, y de la misma esencia de su fuente. Con
esta ilustración ellos intentaron indicar su creencia en la identidad y consecuente igualdad
de las Personas divinas respecto a la esencia, y la relativa subordinación de la segunda a la
primera, y de la tercera a la primera y segunda tocante a la subsistencia personal y orden
consecuente de operación (compárese con A. A. Hodge, Outlines of Theology, 155).
El obispo Pearson sostiene que la preeminencia consiste en esto: “Que Él es Dios no de
ninguno otro sino de sí mismo, y que no hay otra Persona que es Dios si no es Dios de sí
mismo. No es mengua para el Hijo decir que Él es de otro, porque su mismo nombre lo
conlleva; pero sería una mengua para el Padre hablar así de sí mismo; y tiene que haber al-
guna preeminencia, donde hay lugar para derogación. Lo que el Padre es, lo es de nin-
guno; lo que el Hijo es, lo es de Él; lo que el primero es, lo da; lo que el segundo es, lo re-
cibe. El primero es Padre, en realidad, por razón de su Hijo, pero Él no es Dios por razón
de Aquél; en cambio, el Hijo no es tal solo respecto al Padre, sino también Dios por razón
del mismo” (Pearson, On the Creed, 35).
Los maestros arrianos y semiarrianos primitivos pusieron bastante énfasis en el ¼ÀŦ̾Ë
o divinidad de los dos Seres subordinados. Fueron considerados como el vínculo, o más
bien los eslabones intermediarios, entre el Absoluto y lo condicionado, el Infinito y lo fi-
nito: mirando hacia la criatura, eran primogénitos, o más bien los primeramente creados
antes de los mundos; pero mirando a la Deidad, eran más directamente emanaciones de la
mónada que la criatura. La doctrina era una substitución especulativa de los errores gnós-
ticos de la emanación aeónica... El arrianismo primitivo también ha sido esporádico. Ha
moldeado la opinión muy extensamente en la cristiandad tardía: nunca integrando un
formulario o fundando una secta, pero influenciando los pensamientos de muchos pensa-
dores y dando color a los sentimientos de la poesía, e infundiéndose a sí mismo en las de-
vociones de muchos que casi no están conscientes de su error. La historia de la tendencia
arriana en Inglaterra es importante e instructiva: trae algunos grandes nombres en nuestra
literatura filosófica y teológica; pero muestra que el sentido común saludable de los lecto-
res de la Biblia nunca ha aceptado este acomodamiento, ni lo aceptará. O se tiene que re-
chazar al Nuevo Testamento como la autoridad final y aceptar al racionalismo deísta del
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LA TRINIDAD
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 15
Persona, que representa el deleite mutuo del Padre y el Hijo, el uno en el otro; y esta Per-
sona es el Espíritu Santo. Cuando el Padre se expresó a sí mismo, engendró al Hijo, el
Verbo eterno. Pero ninguna palabra toma lugar sin hálito, y el hálito de ese Verbo habla-
do fue hipostasiado en el Espíritu, que representa el deleite del amor divino (Christlieb,
Modern Doubt and Christian Belief, 273).
400
CAPÍTULO 16
COSMOLOGÍA
El estudio de la cosmología puede abarcar el universo entero en su
alcance, o como comúnmente se trata, puede dividirse en (1) cosmolo-
gía, que se aplica al reino de la naturaleza aparte del hombre; y (2) an-
tropología, que estudia la ciencia del hombre. Aún cuando el hombre,
desde el punto de vista físico, pertenece al reino animal, la amplia di-
vergencia entre la personalidad y los órdenes no personales es suficiente
para garantizar esta división. Dentro de la ciencia de la antropología,
como se trata en el estudio teológico, se hace una división adicional,
limitándose la antropología al hombre en su estado original, y añadién-
dose la hamartiología como tratamiento del hombre en su estado caído
o pecaminoso.
El significado del término “mundo”. Con el término “mundo” en
el sentido filosófico, queremos decir todo lo que es extrínseco a Dios,
sea animado o inanimado, sea racional o irracional. Los pueblos anti-
guos tenían una concepción escasa del mundo como tal, considerándo-
lo generalmente de existencia accidental o necesaria. No existía un tér-
mino único que pudiera emplearse para hablar sobre el universo. Con
el desarrollo del período de reflexión los hombres primero volvieron su
atención a la tierra sobre la cual vivían, y a los cielos que veían encima
de ellos. Así “los cielos y la tierra” llegaron a ser la expresión más primi-
tiva para el universo creado (compárese con Génesis 1:1; 2:1; Salmos
115:15). Las naciones, sin embargo, que vivían cerca del mar, con fre-
cuencia hablaban de “el cielo, la tierra y el mar” (compárese con Salmos
146:6; también Hechos 17:24, que evidentemente es una cita, y la im-
plica aunque no menciona la palabra mar). Esta también era la concep-
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COSMOLOGÍA
TEORÍAS DE LA CREACIÓN
La iglesia se vio forzada desde muy temprano a intentar una explica-
ción del universo con miras a cerrar la brecha entre lo finito y el Infini-
to. Con el avance de la ciencia moderna, muchos de sus descubrimien-
tos entraron aparentemente en conflicto con el relato bíblico de la
creación. Sin embargo, este conflicto era sólo aparente, porque a la
medida que la teoría científica se ha vuelto más exacta, ha habido un
acercamiento más estrecho a las posiciones bíblicas. El asunto demanda
sólo una breve atención.
La teoría mecánica. Esta teoría sostiene que el mundo fue formado
de una manera puramente externa y formal. Enfatiza el pensamiento de
la trascendencia e ignora totalmente la inmanencia divina. Esa nunca
fue la teoría de la iglesia primitiva. La misma ha surgido sólo en tiem-
pos modernos, y ha resultado de la protesta en contra del racionalismo
extremo del movimiento crítico-histórico. Ireneo habla de la creación
de esta manera. “Pero Él mismo, siguiendo un patrón que jamás po-
dremos describir ni concebir, predestinó todas las cosas y las formó
como quiso”. “Tú creaste el cielo y la tierra”, dice Agustín, “cosas de
dos clases; una cercana a ti, la otra cercana a nada”. De nuevo dice: “Tú
creaste cielo y tierra, pero no de ti mismo, de lo contrario hubieran sido
iguales a tu unigénito Hijo, y por lo tanto igual a ti también”. Atanasio
enseñó que la creación ocurrió a través del Logos o el Verbo divino.
La teoría física o materialista de la creación. Esta teoría está es-
trechamente relacionada al dualismo, ya que presupone la eternidad de
la materia. Rechaza, sin embargo, la idea arquitectónica de un creador
en el sentido de un demiurgo o forjador de este material en las formas
creadas que nosotros conocemos, substituyéndola con la teoría de la
generación espontánea. Sostiene que la materia tiene en sí misma el
poder de asumir nuevas funciones y, bajo las condiciones propias, desa-
rrollarse en formas orgánicas. Por tanto asume que todas las cosas pue-
den explicarse sobre la base de cambios materiales. La teoría es mera-
mente una aplicación de la filosofía materialista a la idea de la creación,
y brotó del racionalismo de principios del siglo diecinueve. Fue soste-
nida por Feuerbach, Vogt, Moleschott, Buchner, Bastian y Owen. Es-
trechamente relacionada a esta teoría está el resurgimiento del hylozois-
mo griego antiguo, que reconoce un principio formativo en el mundo,
aunque considera este principio como confinado a la materia misma, y
como una característica de su verdadera naturaleza. Considera a la ma-
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COSMOLOGÍA
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COSMOLOGÍA
EL HIMNO DE LA CREACIÓN
El libro de Génesis abre con un salmo inspirado, en ocasiones cono-
cido como el “himno de la creación”, y en otras, como el “poema de la
aurora”. Pero con esto no se quiere decir que el relato es alegoría o fic-
ción, sino una descripción histórica verdadera, poéticamente expresada.
Es propio que la armonía de la creación, en la que las estrellas de la
mañana cantaron juntas, y todos los hijos de Dios gritaron de gozo, se
nos revelara en las armonías de la descripción poética. John Miley niega
la forma poética del capítulo, y cita al doctor Terry diciendo que “todo
verdadero erudito hebreo sabe que en el Antiguo Testamento completo
no hay una narrativa en prosa más simple y directa que este primer
capítulo de Génesis” (Miley, Syst. Th., I:298). Podemos admitir que no
está escrito en forma poética, pero el ritmo balanceado, el movimiento
majestuoso, los estribillos recurrentes, y la mezcla de belleza y poder,
todo indica que pertenece a la naturaleza de la poesía. “El carácter rít-
mico del pasaje”, dice Daniel Whedon, “su estilo imponente, sus para-
lelismos, sus estribillos, su unidad en sí mismo, todo se combina para
mostrar que es un poema”. B. F. Cocker sostiene que contiene la mis-
ma unidad del salmo 104, o del Padrenuestro, o de la parábola de los
labradores de la viña. Thomas C. Porter dice que “para el que pueda
entender la poderosa idea y tomarla toda como una sola visión, la crea-
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COSMOLOGÍA
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COSMOLOGÍA
LA COSMOGONÍA MOSAICA
El “himno de la creación” que ofrece la base de la cosmogonía mo-
saica ha sido interpretado de varias maneras. (1) La interpretación mito-
lógica. Los críticos modernos consideran el primer capítulo de Génesis
como un relato mitológico escrito por un israelita altamente culto que
ofrece sus reflexiones respecto al origen de todas las cosas. Pero ni el
tono ni el contenido garantizan esta construcción. Tanto Jesús como
los apóstoles tratan el capítulo como historia sagrada (compárese con
Mateo 19:4). (2) La interpretación alegórica. Debido a la influencia de
la escuela alejandrina, muchos de los escritores cristianos primitivos
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COSMOLOGÍA
esta idea tuvo vigencia. Previo a esto, un punto de vista más profundo
era enseñado por los líderes reconocidos de la iglesia. Así Agustín dice:
“Nuestros siete días se asemejan a los siete días del relato del Génesis en
que son una serie, y en que tienen las vicisitudes de la mañana y la tar-
de, pero son multum in pares”. Les llama naturœ (naturalezas o naci-
mientos), y morœ (retrasos o pausas solemnes). Por lo cual, son días
divididos por Dios en contraste con días divididos por el sol; son días
inefables (dies ineffabiles), siendo trascendentes en su verdadera natura-
leza, mientras que los días divididos por el sol (vicissitudines cœli) se
deben meramente a los cambios en los movimientos planetarios. Por
tanto, afirma que la palabra día no aplica a la duración del tiempo, sino
a los límites de grandes períodos. Ni es un significado metafórico de la
palabra, sino el original, que significa “poner períodos a” o denotar un
tiempo auto completado. Orígenes, Ireneo, Basilio y Gregorio Nacian-
ceno enseñaron la misma doctrina durante el período patrístico, como
hicieron también muchos de los ilustrados doctores judíos fuera de la
iglesia cristiana. Los escritores posteriores que sostuvieron este punto de
vista fueron Hahn, Hensler, Knapp, Lee, Henry More, Burnett y otros.
De los escritores más recientes podemos mencionar a Hodge, Pope,
Miley, Cocker y Stearns. Algunos escritores, reconociendo que la pala-
bra para “día” como se encuentra en el texto hebreo puede significar un
período de tiempo definido lo mismo que indefinido, dejan la pregunta
abierta. Samuel Wakefield sostiene la teoría de los días solares, mientras
que un número de teólogos consideran el asunto de la creación como
perteneciente al campo de la ciencia en lugar de la teología, y lo men-
cionan brevemente o lo omiten por completo.
Creación y cosmogonía. El relato de la creación del Génesis estable-
ce una distinción entre la primera producción de la materia en el senti-
do de origen, y la creación secundaria, o la formación de esa materia
por subsiguiente elaboración en un cosmos. Estas distinciones general-
mente son conocidas como creación primaria y secundaria, o inmediata
y mediata. Mientras que la creación primaria es de origen directo, la
creación secundaria siempre es indirecta, es decir, que se logra por me-
dio de una Ley detrás de otras leyes. El término creación mediata ex-
presa mejor el pensamiento, y expresa la idea de que Dios crea a través
de la creación misma. El obispo Martensen señala que está implícito en
la creación el que Dios no produce algo muerto, sino algo vivo, y con-
secuentemente capaz de reproducirse a sí mismo. Por tanto, hay una
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COSMOLOGÍA
EL ORDEN DE LA CREACIÓN
Al considerar el orden de la creación como se nos da en el relato del
Génesis, tres cosas demandan atención, primero, la creación primaria u
origen; segundo, la creación secundaria o formación; y tercero, la crea-
ción gradual y acumulativa.
Creación primaria u origen. La palabra “crear” se utiliza tres veces
en el relato del Génesis, y es una traducción de la palabra bara, que
significa originar, o crear de novo. Esta palabra ocurre en los tres si-
guientes versículos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”
(Génesis 1:1). “Y creó Dios los grandes monstruos marinos” (Génesis
1:21). “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”
(Génesis 1:27). B. F. Cocker declara que un estudio cuidadoso de éste
y el siguiente capítulo lo llevó a la conclusión que había algo funda-
mental y distintivo en la palabra bara que no le atañe a las palabras
yetsar y aysah. Dice: “Es en realidad la distinción entre origen de novo, y
formación a partir de materiales preexistentes. Existen tres ocasiones en
las que bara ocurre en Génesis 1. Estamos plenamente convencidos que
en cada caso denota el origen de una nueva entidad —una adición real
a la suma de la existencia” (Cocker, Theistic Conception of the World,
157). John Miley cuestiona esta posición y cita Isaías 43:7, en donde
las tres palabras ocurren y son aplicadas al mismo acto divino. No es
que niegue que el acto primitivo de la creación fuera el origen de la
materia misma, sino que insiste en que no existe prueba conclusiva de
ello sobre bases puramente filológicas (compárese con Miley, Systematic
Theology, I:283). Adam Clarke arroja el peso de su autoridad del lado
de la primera posición. Interpreta la palabra bara como el causar de que
algo exista que, previo a este momento, no tenía existencia. Dice: “Los
rabinos, que son los jueces legítimos en un caso de crítica verbal de su
propio lenguaje, son unánimes en asegurar que la palabra bara expresa
comienzo de la existencia de una cosa, o su egresión de la no entidad a
la entidad. En su significado primario no denota la preservación o nue-
va formación de cosas que ya habían existido previamente, como algu-
nos se imaginan, sino creación, en el sentido propio del término, aun-
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 16
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COSMOLOGÍA
creó” (Génesis 1:27). Así como el segundo origen fue el de la vida indi-
vidualizada caracterizada por la conciencia, así el tercer origen es otra
individualización más, la cual se puede caracterizar como autoconscien-
cia. Entonces, si entendemos por alma el principio que individualiza la
vida, el alma tiene que asumir el carácter de la vida así individualizada.
Podemos considerar el alma de un animal, pues, como una consciencia
que domina un campo de instinto; en cambio, el alma del hombre es
un yo que domina un campo de consciencia. El hombre no sólo cono-
ce, sino que sabe que conoce, y es así como se vuelve responsable de sus
acciones. Es esta cualidad la que constituye al hombre en un agente
moral libre, y así lo hace semejante a Dios. Esta es la imagen de Dios
en el hombre.
Podemos decir, entonces, que las tres entidades creadas que la pala-
bra bara expresa son materia, alma y espíritu, o materia, vida y mente.
También, de igual modo, puede expresar bien las palabras materia,
consciencia y yo.
Creación secundaria o formación. Así como es de profundo el mis-
terio de la creación en el sentido primario, no lo es menos en el sentido
secundario de formación. Dios no origina el material de la creación, y
luego de una manera externa lo forma en objetos individuales sin nin-
guna relación uno con el otro, excepto el de un forjador o arquitecto
común. Él crea a través de la creación misma. Crea lo que tiene vida en
sí mismo y consecuentemente el poder de propagación propia. Así el
mundo tiene un principio tanto sobrenatural como natural. Es un
cosmos donde la totalidad de las partes que componen el todo están
arregladas con orden y belleza. No están desconectadas, sino que una
emerge de la otra al mandato de Dios de manera tal que todas las cosas
están relacionadas tanto en naturaleza como en consecuencia de su
origen sobrenatural. No hay lugar en el relato para la teoría de genera-
ción espontánea. Esta es la falacia de la hipótesis evolutiva. Si ahora
notamos las varias etapas que se introducen por el fiat creativo “Sea”, y
concluyen con el estribillo “Y vio Dios que era bueno”, tendremos de-
lante de nosotros los siete actos formativos de Dios como se encuentran
en el relato del Génesis. Éstos constituirán la serie séptupla de los co-
mienzos naturales o nacimientos a partir de la materia preexistente y
preparada que, a través del Verbo divino o Logos, transformó el mundo
del caos al cosmos y unió el universo en una verdadera cosmogonía.
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COSMOLOGÍA
LA ERA INORGÁNICA
1er. día —Luz cósmica
2do. día —El firmamento —agua y atmósfera
3er. día —Tierra seca (o la delimitación de la tierra y los mares)
Creación de la vegetación (transicional y profética)
LA ERA ORGÁNICA
4to. día —Las luminarias
5to. día —Los animales inferiores —peces y aves
6to. día —Animales terrestres
Creación del hombre (transicional y profética)
La creación de la vegetación que por razones físicas pertenece al ter-
cer día, es la culminación de la era inorgánica y la profecía de la era
orgánica que sigue inmediatamente. Podemos decir también que el
hombre, la culminación de la obra del sexto día, es de igual manera
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COSMOLOGÍA
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año y el magnetismo de las varias esferas los estructura al atraer los pla-
netesimales a sí mismo. Todo esto encaja hermosamente con Génesis
1:2, que dice: ‘La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban
sobre la faz del abismo’. Y así los planetas fueron formados de estas
masas sin forma. Entre más pequeñas las nebulosas más rápida la con-
tracción, lo cual podría explicar por qué la tierra se menciona como
creada antes del sol, ya que éste no hubiera empezado a funcionar hasta
que la tierra hubiera estado lo suficiente bien formada como esfera. La
tierra también precedió a la luna, ya que los satélites debieron cobrar
existencia a través de la fuerza centrífuga, y se la mencionó en relación
con el sol como para ‘alumbrar sobre la tierra’. Así, en el primer día esta
luz nebulosa era la iluminación universal. El carácter de esta luz es de
alguna manera un misterio, pero los astrónomos piensan que era eléc-
trica y fosforescente. Baste decir que en el tratamiento de la explicación
(o hipótesis) planetesimal, el que se incluya la luz antes de la mención
del sol y la luna apoya científicamente el reclamo del relato de la crea-
ción”.
Una vez uno se orienta respecto al primer día de la creación, enton-
ces los otros días siguen en orden científico exacto. Estos períodos de
tiempo nunca han sido arreglados por los científicos de ninguna otra
manera excepto como los arregla el primer capítulo de Génesis. La evi-
dencia paleontológica apoya el orden y arreglo de la vida como se expli-
ca en Génesis. El acto creativo, en su triple expresión en el primer capí-
tulo de Génesis, es suficiente explicación para la existencia tanto
inanimada como animada, y con los descubrimientos continuos de la
ciencia, dicha explicación es verificada cada día por las mentes más
grandes del mundo.
La teoría de la restauración. Con el propósito de explicar los
grandes períodos geológicos se ha sostenido más o menos extensamente
en la iglesia que el primer versículo del relato de la creación es una de-
claración introductora sin referencia a un orden temporal; y que entre
éste y los siguientes versículos pasó un inmenso intervalo de tiempo.
Así William G. T. Shedd hace la aseveración de que entre el simple
acto inclusivo de la creación de los ángeles y la materia caótica mencio-
nada en Génesis 1:1, pasó un intervalo de tiempo; y además declara
que éste era el punto de vista común entre los padres y los escolásticos.
De esta manera se explican los grandes períodos creativos que la geolo-
gía demanda sin tener que considerar los días de Génesis como diferen-
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COSMOLOGÍA
tes a los días solares de veinticuatro horas cada uno. Escritores moder-
nos como John W. McGarvey y G. Campbell Morgan toman esta po-
sición, separando los dos versículos introductorios como expresiones de
un período inmensamente largo de tiempo. Esto fue seguido por una
gran catástrofe donde todo en la tierra fue destruido. Después de esto
Dios creó de nuevo la tierra y la vivificó de nuevo en una semana de
seis días solares. En apoyo de esto se citan las palabras de Isaías: “Él es
Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso. No la creó en
vano [i.e., no la creó baldía], sino para que fuera habitada la creó”
(Isaías 45:18). El doctor Coggins llama la atención a las palabras he-
breas tohu wabohu, las cuales implican esa gran catástrofe, pues la pri-
mera significa “desierto”, y la última “vaciedad” o “vacuidad”.
EL PROPÓSITO DE LA CREACIÓN
Hemos considerado el mundo como cosmos; resta ahora dirigir nues-
tra atención al mundo como aeon. Con esto queremos decir esa suce-
sión de épocas y períodos que corren a través del curso de las edades, y
que implican tanto los aspectos físicos como éticos del mundo. El pri-
mer aeon es pasado, el segundo aeon es la época presente, y tenemos la
promesa de una era venidera. Lo que está más allá de esto no lo sabe-
mos, aunque San Pablo se refiere a “los siglos venideros” (Efesios 2:7).
El primer aeon en el nivel físico es esa época indefinida que antecede los
cielos y tierra presentes (Génesis 1:1). El segundo aeon es la presente
economía. Así como el aeon prehistórico fue suplantado por la acción
de fuerzas persistentes, que al mandato de Dios resultaron en el aeon
presente, así las observaciones de los naturalistas y las palabras de la
revelación divina enseñan que ahora existen poderosas agencias que
están detenidas, que anticipan tremendas convulsiones, y que cuando el
cumplimiento del tiempo venga, irrumpirán en un nuevo cielo y una
nueva tierra. “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche.
Entonces los cielos pasarán con gran estruendo, los elementos ardiendo
serán deshechos y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.
Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas [ÂÍ¿ŢÊÇÅÑ̸À], ¡có-
mo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, espe-
rando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los
cielos, encendiéndose, serán deshechos [ÂÍ¿ŢÊÇÅ̸À], y los elementos,
siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus
promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 16
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COSMOLOGÍA
cirá la nueva era que será. Entonces la idea del mundo con la que se ha
luchado a través de las épocas llegará a su perfección. Este es el miste-
rio, que de acuerdo con San Pablo ha estado escondido desde los siglos
y generaciones, pero que ahora se ha manifestado. Cristo es tanto el
misterio como la manifestación. El nuevo aeon, en el aspecto físico,
encontrará su expresión en un nuevo cielo y una nueva tierra; en el
plano ético y moral, será una era donde morará la justicia —una era
libre de pecado y de todo desorden moral.
El reino de Dios. Podemos decir, entonces, que la teología encuen-
tra el propósito de la creación en el reino de Dios. Este reino es a la vez
una posesión presente y una esperanza futura. Jesús era en sí mismo la
encarnación perfecta de los principios sobre los cuales el reino descansa.
A través de su obra redentora los hombres pueden ahora ser liberados
del pecado; con la fruición plena de esta obra, su pueblo será liberado
de las consecuencias del pecado. La realización completa de este ideal
requiere otras condiciones que las que se obtienen durante el presente
aeon. Aquí hay una experiencia redentora interior de “justicia, paz y
gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17); luego, con la aparición
del Señor en gloria, el reino se establecerá como la realización plena de
los ideales éticos y espirituales más altos del hombre, y el medio perfec-
to de la realización de todas sus aspiraciones y esperanzas.
Hay tres interpretaciones históricas del reino de Dios, cada una de
las cuales contiene cierta verdad que debe ser conservada. Estos concep-
tos del reino son, primero, el milenario; segundo, el eclesiástico; y terce-
ro, el individual. Ellos solamente demandan una mención breve en este
momento.
El concepto milenario del reino. Este es un término que se usa para
describir aquella clase de teorías que anticipan que el reino será inaugu-
rado por una transformación repentina del presente orden, en la venida
de Cristo. Ya que de acuerdo con esta teoría la venida precede al mile-
nio, a los creyentes en esta teoría se les conoce regularmente como
premilenarios. El término usado en la iglesia primitiva para expresar
este concepto era “chiliasmo”. El equivalente latín del griego ÏÀÂÀŠË es
mille, o mil, de donde nuestra palabra milenio se deriva. Los comienzos
de esta doctrina datan de algo tan distante como el ideal escatológico
del judaísmo tardío, y fueron revivificados y fortalecidos en la iglesia
primitiva a través del estudio de la literatura apocalíptica judía. Aunque
esta enseñanza no fue universal en la iglesia primitiva, sin embargo fue
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 16
ÁNGELES Y ESPÍRITUS
La Biblia claramente enseña que existe un orden de inteligencias
más alto que el de los hombres; y además asegura que estas inteligencias
están conectadas con el hombre tanto en providencia como en la eco-
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COSMOLOGÍA
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COSMOLOGÍA
para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación”. Los ángeles, sin
embargo, decían a gran voz: “El Cordero que fue inmolado es digno de
tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria
y la alabanza”. Mientras, al universo creado se le escucha decir: “Al que
está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria
y el poder, por los siglos de los siglos”. (Apocalipsis 5:9, 12-13.)
Los atributos adscritos a los ángeles generalmente incluyen la indivi-
sibilidad, inmutabilidad, ilocalidad y agilidad. Siendo indivisibles e
inmutables, se puede describir a los ángeles como invisibles, incorrup-
tibles e inmortales. Su relación al espacio es la de illocalitas, i.e., no son
omnipresentes, pero siempre están presentes en algún lugar. El atributo
de agilidad se refiere más especialmente al poder de los ángeles de mo-
verse con la más grande celeridad. Los ángeles también tienen que con-
siderarse como individuos y no como componiendo una raza. Se decla-
ra expresamente que no son varón y hembra y no propagan su clase
(Mateo 22:30). Sin embargo, parece que hay grados o rangos entre los
ángeles, tales como querubín (Génesis 3:24), serafín (Isaías 6:2), tro-
nos, dominios, principados, potestades (Colosenses 1:16; Efesios 3:10;
Romanos 8:38), y arcángeles (1 Tesalonicenses 4:16; Judas 9). Es in-
teresante notar que en los órdenes inferiores de la creación, las especies
predominan y el individuo no es nada, en el hombre la especie y el
individuo se mezclan, mientras que en el mundo superior se pierde la
especie y el individuo está solo delante de Dios. Ya sea en la iglesia o el
estado, la estructura social tiene la intención divina de cuidar y preser-
var al individuo, pero en última instancia el individuo tiene que com-
parecer por sí mismo delante de Dios para responder por las obras he-
chas en el cuerpo.8
El ministerio de los ángeles. El más alto ejercicio de los ángeles es
esperar en Dios. La expresión: “Jehová de los ejércitos” se refiere al
Señor que es asistido por sus ángeles. Cuando se dice que “se regocija-
ban todos los hijos de Dios” (Job 38:7), la referencia es a los ángeles
como hijos. Su principal tarea es ministrar a los herederos de la salva-
ción. Los ángeles estuvieron presentes en la creación, en la entrega de la
ley, en el nacimiento de Cristo, después de la tentación en el desierto,
en el Getsemaní, en la resurrección y en la ascensión. Por esto el autor a
los Hebreos inquiere: “¿No son todos espíritus ministradores, enviados
para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?” (He-
breos 1:14). Fueron preparados por un período probatorio para este
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 16
libre servicio. Tanto Adam Clarke como William Burton Pope consi-
deran a los querubines como formas simbólicas en lugar de descripti-
vas, y significan las fuerzas del universo creado como asistentes de Dios.
De igual manera, los serafines representan la criatura delante de Dios, y
son los vigilantes, ardiendo con el amor divino. Los escolásticos dividie-
ron a los ángeles en tres jerarquías: (1) tronos, querubines y serafines
que asisten de inmediato a Dios; (2) dominios, virtudes y potestades,
que operan en la naturaleza y en la guerra; y (3) principados, arcángeles
y ángeles, que cumplen misiones especiales y ministran a los herederos
de la salvación.
Ángeles buenos y malos. Los ángeles en su estado original eran seres
santos, dotados de libre voluntad y sujetos a un período de prueba.
Debían escoger el servicio voluntario a Dios, y así estar preparados para
el libre servicio a los herederos de la salvación. No todos mantuvieron
su primer estado, sino que algunos cayeron en pecado y rebelión contra
Dios. Por lo tanto, leemos de “la condenación del diablo” (1 Timoteo
3:6), de donde deducimos de la Biblia que era la cabeza del grupo de
los ángeles que cayeron. Por esta razón a Satanás se le llama el “príncipe
de la potestad del aire” (Efesios 2:2), y se habla de sus “huestes espiri-
tuales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). También po-
demos creer que después del período probatorio, los buenos ángeles
fueron confirmados en santidad y admitidos a un estado de gloria —un
estado de indefectibilidad donde siempre contemplan el rostro de Dios
(Mateo 18:10). De igual manera, los malvados fueron confirmados en
su estado de miseria. Su caída no fue debido a ninguna necesidad in-
terna, o ninguna compulsión externa, sino que debe considerarse como
una apostasía voluntaria. Se concluye que su pecado fue el orgullo (1
Timoteo 3:6). Como consecuencia de su pecado, han sido puestos bajo
la condenación de Dios (2 Pedro 2:4), y serán castigados eternamente
(Mateo 25:41). Siendo que Dios es un Dios de amor, podemos inferir
que los ángeles no eran salvables, o Él hubiera hecho provisión para su
salvación. Su disposición hacia Dios es una de enemistad, concentran-
do este propósito maligno en Satanás que es su cabeza.
Satanás. Satanás es un ser personal, la cabeza del reino de los espíri-
tus malos. Es el anticristo esencial. Se le aplican dos nombres principa-
les, y ambos expresan su carácter. Es Satanás o adversario, y diablo
(diabolus) o calumniador. Nuestro Señor lo describe como el que siem-
bra semillas de error y duda en la iglesia (Mateo 13:39), y como menti-
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COSMOLOGÍA
LA PROVIDENCIA
El Dios de la creación también es el Dios de la providencia. Él sos-
tiene y cuida el mundo que hizo, y sus tiernas misericordias están sobre
todas sus obras. La providencia envuelve los atributos de Dios, siendo
los más prominentes su bondad, sabiduría y poder. Incluye a la Trini-
dad con sus varias misiones y economías. La providencia se atribuye al
Padre (Juan 5:17), al Hijo (Juan 5:17; Colosenses 1:17; Hebreos 1:3),
y al Espíritu Santo (Salmos 104:30). Como Padre, Dios descansó de su
obra de creación, pero la continúa en providencia. El sábado divino,
por tanto, es un descanso perfecto lleno de perfecta actividad — no en
una nueva obra creadora, ni siquiera en creación continua, sino en la
preservación y sustentación de todas las cosas con la palabra de su po-
der. También hay una economía especial de providencia que pertenece
al Hijo en la administración de la redención —la del oficio real de la
economía de mediación (Mateo 28:18; Efesios 1:22; Hebreos 1:2-3).
Además, hay una economía del Espíritu Santo como el Señor y dador
de la vida. Es especialmente el Dios de la providencia cristiana en la
administración de la redención. Sin embargo, la providencia está con-
vencionalmente atribuida al Padre. Siendo que Dios como creador es
trascendente e inmanente en su relación con el mundo, estamos bajo la
obligación de guardarnos en contra de los errores del deísmo y del pan-
teísmo en cualquier discusión del asunto. Estas posiciones han sido
previamente discutidas, por lo que aquí necesitan solamente una breve
mención.
La providencia se puede definir como la actividad del Dios Trino
por la cual conserva, cuida y gobierna al mundo que hizo. El asunto
puede ampliamente dividirse en providencia general, con lo cual se quie-
re decir el cuidado de Dios por el mundo como un todo y por cada
cosa que hay en él; y providencia especial, que se refiere más particular-
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aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que con-
forme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Respecto al modo
de la providencia, sus eventos son tan sobrenaturales como los mila-
gros, aunque no poseen la manifestación abierta. Los milagros tienen
un oficio peculiar en demostrar la autoridad de profetas y apóstoles,
pero, como John Miley señala, los eventos providenciales no tienen tal
oficio y por tanto no necesitan tal manifestación. Es evidente que el
asunto de la divina providencia es de largo alcance en su visión, e in-
cluye, como lo hace, no sólo el gobierno del mundo en general, sino
también preguntas como la existencia del mal en el mundo, y el lugar y
la importancia de los milagros, la eficacia de la oración, y todo el pro-
blema de la teodicea. Estos asuntos serán considerados en su propio
lugar.
Uno de los mejores resúmenes acerca de la divina providencia se en-
cuentra en el Compendium of Christian Theology , de William Burton
Pope (I:456). Dice: “Todavía se hace necesario algunas cuantas obser-
vaciones generales para completar este examen de la providencia. Ob-
viamente es el término más inclusivo en el lenguaje de teología; es el
trasfondo, misterioso en su brillo u oscuridad, de todos los departa-
mentos de la verdad religiosa. Más bien, penetra y llena todo el especio
de las relaciones del hombre con su Hacedor. Conecta al Dios invisible
con la creación visible, y la creación visible con la obra de la redención,
y la redención con la salvación personal, y la salvación personal con el
fin de todas las cosas. No hay tópico que ya haya sido discutido, ni
alguno que espere discusión, que no rinda tributo a una doctrina de la
providencia que todo lo abarque y que a todo rodee. La palabra misma
—se nos ha de señalar de nuevo— en un aspecto traslada nuestros pen-
samientos a ese propósito supremo que estaba en el principio con Dios,
y en otro lleva nuestros pensamientos al fin previsto o consumación de
todas las cosas; a la vez incluye entre éstos toda la variedad infinita de
los tratos de Dios con el hombre. Silenciosamente, pues, acompaña a la
teología a todas sus regiones de estudio y meditación; la toca literal-
mente en cada punto, y derrama su gloria, opresiva a la razón pero re-
constituyente para la fe, sobre todas las ramas de su investigación. Debe
ser el gran reconciliador de los que contienden en defensa de la predes-
tinación y la elección condicional. El reclamo de los primeros tendrá
todos los derechos legítimos de la prothesis (ÈÉŦ¿¼ÊÀË֖; a los últimos no
se les usurpará de los derechos de la prognosis (ÈÉŦºÅÑÊÀË֖; mientras
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COSMOLOGÍA
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TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 1, CAPÍTULO 16
9. Tú dices que permites una providencia general, pero niegas una particular. ¿Y qué es lo general, o
de la clase que sea, que no incluya los particulares? ¿No es cada general necesariamente compuesta
de sus varios particulares? ¿Puedes decirme de algún general que no sea así? Dime de algún género,
si puedes, que no contenga especies. ¿Qué es lo que constituye un género, sino tantas especies aña-
didas juntas? Te insto, ¿qué es un todo que no contenga partes? Mero sin sentido y contradicción.
Cada todo tiene, por la naturaleza de las cosas, que hacerse de varias partes; en tanto que no tenga
partes, no puede ser un todo (Juan Wesley, Sermón sobre la providencia).
Una providencia general y especial no pueden ser dos modos diferentes de operación divina. La
misma administración providencial es necesariamente al mismo tiempo general y especial, por la
misma razón, porque alcanza sin excepción igualmente a cada evento y creación en el mundo.
Una providencia general es especial porque asegura resultados generales por el control de cada
evento, grande y pequeño, que lleva a ese resultado. Una providencia especial es general porque
especialmente controla todos los seres y acciones individuales. Todos los eventos están tan ínti-
mamente relacionados como un sistema concatenado de causas y efectos y condiciones, que una
providencia general que no es al mismo tiempo especial es tan inconcebible como el todo que no
tiene partes o una cadena que no tiene eslabones (A. A. Hodge, Outline of Theology, 266).
10. “Sigue de lo que se ha observado”, dice Jonatán Edwards, “que el que Dios sostenga la sustancia
creada, o que cause su existencia en cada momento sucesivo, es del todo equivalente a una produc-
ción inmediata de la nada; ello es así debido a que su existencia en este momento no es sólo par-
cialmente de Dios, sino totalmente de Él, y en ninguna parte o grado procedente de su existencia
antecedente. Porque suponer que su existencia antecedente concurra con Dios en eficiencia, para
producir alguna parte del efecto, le asisten todos los mismos absurdos que se han demostrado que
le asisten a la suposición de que la produzca totalmente. Por tanto, la existencia antecedente no es
nada en cuanto a alguna influencia propia o asistencia en los proyectos; y consecuentemente, Dios
produce el efecto tanto de la nada al igual que si no hubiera habido nada antes. Así que, este efecto
no difiere en nada de la primera creación, sino sólo circunstancialmente, ya que en la primera crea-
ción no hubo tal cosa como un acto y efecto previo del poder de Dios; mientras que, cuando Él da
después la existencia, la siguen los actos y los efectos precedentes de la misma clase en un orden es-
tablecido” (Edwards, Works, II:489).
11. John Miley declara que es el sentido de la Biblia que la vida debía perpetuarse a través de la ley de
la propagación, pero que no significa que la vida en sí misma, que se inicia de tal manera, sería su-
ficiente para todo el futuro de este reino. Más bien debemos encontrar en los hechos la prueba de
una agencia divina antes que la suficiencia intrínseca de la vida misma para tan maravilloso resul-
tado (Miley, Syst. Th., I:326).
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APÉNDICE A
DIVISIONES DE LA TEOLOGÍA
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Teología cristiana
Teología cristiana
TOMO II
H. ORTON WILEY
Publicado por:
Casa Nazarena de Publicaciones
17001 Prairie Star Parkway
Lenexa, KS 66220 EUA
Título original:
Christian Theology, Vol. 2
Por H. Orton Wiley
Copyright © 2013 Global Nazarene Publications
Primera edición
ISBN 978-1-56344-664-1
Traductores: Juan Enriquez, Fredi Arreola y Juan R. Vázquez Pla
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de la versión
Reina-Valera 95. Derechos reservados, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995.
Usada con permiso. Todos los derechos reservados.
ÍNDICE
PARTE 2: LA DOCTRINA DEL PADRE (CONTINÚA)
CAPÍTULO 17: LA ANTROPOLOGÍA ........................................ 8
PARTE 2
LA DOCTRINA
DEL PADRE
(CONTINÚA)
CAPÍTULO 17
LA ANTROPOLOGÍA
El término antropología, como indica su composición, se refiere a la
ciencia del hombre, del griego anthropos, hombre y logos, ciencia. Se usa
tanto en sentido teológico como científico. Como ciencia, la antropo-
logía trata con el problema del hombre primitivo, la distinción de razas,
su distribución geográfica, y los factores que intervienen en el desarrollo
y progreso humano. En el sentido teológico, el término se limita al
estudio del ser humano en su aspecto moral y religioso. Se puede decir,
sin embargo, que estos dos puntos de vista no se excluyen mutuamente.
La creación del ser humano tiene que ser por necesidad una cuestión de
estudio científico lo mismo que de reflexión religiosa; y cuestiones
teológicas como la caída del hombre y el pecado original no pueden
entenderse sin un estudio cuidadoso y científico del estado original del
ser humano. La antropología, pues, en su acepción más fiel, ha de
considerarse como el estudio del ser humano en el sentido más amplio
posible; y su empleo teológico debe formar el fundamento de las
diversas doctrinas que de éste dependen.
Aparte de la revelación, las teorías que el ser humano ha sostenido
respecto a su origen no han sido sino vagas y mitológicas. Las mismas
han cobrado la forma de poesía o mitología religiosa, y se han relacio-
nado generalmente con las concepciones materialistas y panteístas de la
filosofía antigua. Los seres humanos se consideraban por lo regular a sí
mismos como terrigenæ o nacidos de la tierra, emanados de la tierra, de
las piedras, de los árboles, o de los animales salvajes. Los pueblos
antiguos que supusieron que la raza humana provenía de los dioses
fueron relativamente pocos. Las teorías científicas y filosóficas moder-
nas referentes al origen del ser humano son, en cierto sentido, una mera
repetición de las enseñanzas antiguas ahora expresadas en terminología
10 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
16 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
ELEMENTOS CONSTITUTIVOS
DE LA NATURALEZA HUMANA
La posición dual del ser humano como parte de la naturaleza y a la
vez un espíritu libre que trasciende la naturaleza, levanta intrincadas
cuestiones con respecto a los elementos que constituyen su personali-
dad.2 Se pueden mencionar como principales entre aquellas las teorías
de la dicotomía y la tricotomía, las cuales consideran al ser humano
como de un aspecto doble o triple, y establecen el fundamento para una
amplia divergencia de opiniones en el estudio posterior de la teología.
La teoría de la dicotomía. La dicotomía sostiene que el ser humano se
compone de dos clases de esencia--una porción material (el cuerpo), y
una porción inmaterial (el espíritu o alma). El cuerpo es material
debido a que es formado de la tierra. El espíritu o alma, como resultado
del soplo divino, constituye la porción inmaterial del ser humano. El
dicotomista, por tanto, sostiene que el ser humano consiste de dos, y
solo dos, elementos o sustancias distintivas--materia y mente, o lo
material y lo espiritual. No existe un tertium quid, o tercera sustancia
que no sea ni materia ni mente. Sin embargo, se suele hacer una
distinción entre sustancia y facultades--considerándose la sustancia
inmaterial como espíritu bajo un aspecto, y como alma bajo otro. De
aquí que Godet diga que “el espíritu es el hálito de Dios considerado
como independiente del cuerpo; el alma es ese mismo hálito en tanto le
da vida al cuerpo” (Godet, Biblical Studies of the Old Testament, 32).
William Burton Pope asume la misma posición. “La distinción
sobresaliente de la naturaleza humana”, dice, “estriba en que es una
unión de los dos mundos del espíritu y la materia, un reflejo de las
inteligencias espirituales en la creación material. El principio inmaterial
es el alma o psyqué en tanto se conecta con la materia por medio del
cuerpo, y es el espíritu o pneuma en tanto se conecta con el mundo
superior. En el registro original existe una afirmación evidente referente
a los dos elementos de la naturaleza humana” (William Burton Pope,
Compendium of Christian Theology, I:422). Quizá la manera más
sencilla de definir el alma es considerándola meramente como espíritu
en relación al cuerpo.3 De esta manera Alvah Hovey sostiene que el
alma es espíritu según lo modifica la unión con el cuerpo; mientras que
A. A. Hodge dice que “lo que queremos decir con alma es solo una
cosa, a saber, un espíritu encarnado, un espíritu con un cuerpo. Es por
esto que nunca hablamos de las almas de los ángeles. Estos son espíritus
puros que no tienen cuerpo” (A. A. Hodge, Popular Lectures, 227). Esta
LA ANTROPOLOGÍA 17
posición más escueta parece estar en mayor armonía con las representa-
ciones escriturales de los elementos constitutivos del ser humano que
aquellas hipótesis que se desarrollan de manera más elaborada.
La teoría de la tricotomía. Hay otra clase de pasajes bíblicos, espe-
cialmente en las epístolas del Nuevo Testamento, que parecen indicar
que la naturaleza del ser humano es triple o tricótoma.4 Este uso se
derivó de la filosofía platónica heredada por la iglesia, la cual conside-
raba al ser humano como de esencia triple. Pitágoras, y tras él Platón,
enseñó que el ser humano consiste de tres elementos constitutivos: el
espíritu racional (nous o pneuma, en latín, mens), el alma animal
(psyqué, en latín, anima), y el cuerpo (soma, en latín, corpus). Esta
clasificación fue tan generalmente aceptada por los filósofos griegos y
romanos posteriores, que su uso quedó plasmado en el lenguaje popular
para indicar la naturaleza total del ser humano. Por tanto, cuando San
Pablo quiso destacar el ser humano como ser total, implora que “todo
vuestro ser--espíritu, alma y cuerpo--sea guardado irreprochable” (1
Tesalonicenses 5:23). Al hacer hincapié en el poder penetrante de la
palabra de Dios, el escritor sagrado habla de que “penetra hasta partir el
alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos” (Hebreos 4:12). “La
manera en que los apóstoles utilizaron estos términos”, dice A. A.
Hodge, “no prueba otra cosa sino que usaron vocablos de sentido
popular vigente para expresar ideas divinas. El vocablo pneuma designa
un alma respecto a la cual se destaca su cualidad racional. El vocablo
psyqué designa esa misma alma respecto a la cual se destaca su cualidad
como principio vital y vivificador del cuerpo. Ambos se usan de manera
conjunta para referirse popularmente al ser humano total” (A. A.
Hodge, Outlines of Theology, 299-300). Esta es la posición por lo
general aceptada, especialmente en la teología occidental.
La iglesia oriental en general sostuvo la teoría de la tricotomía; la
occidental hizo lo propio con la dicotomía. Pero la tricotomía en el
Oriente condujo la iglesia a cierto número de errores graves, lo cual
sirvió para que el Occidente fortaleciera su posición dicotómica.5
Podemos resumir estos errores como sigue: (1) Los gnósticos conside-
raron el espíritu del ser humano como una emanación de Dios y, por lo
tanto, como parte de la esencia divina. De ahí que sostuvieran que el
espíritu del ser humano fuera incapaz de pecar. (2) Los apolinarianos
aplicaron a Cristo su concepción tripartita del ser humano, por lo cual
sostuvieron que, al asumir la naturaleza humana, éste participó solo del
cuerpo (soma) y del alma (psyqué); pero que el espíritu del ser humano
18 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
en Cristo fue suplantado por el Logos divino. Luego, según esta teoría,
Cristo no tuvo sino una naturaleza humana deficiente. (3) Los semipe-
lagianos embarazaron en demasía la controversia sobre el pecado
original, ya que mantuvieron que se transmitía por medio del alma. (4)
Placeo, cuyo nombre se asocia generalmente con la teoría de la
imputación mediada, enseñó que solo el pneuma fue creado directa-
mente por Dios. Consideró al alma como simple vida animal, creada
con el cuerpo, y perecedera con él. (5) Julio Mueller enseñó que el
psyqué se deriva de Adán, pero consideró que el pneuma era preexisten-
te. Este escritor explicará la doctrina de la depravación mediante la
suposición de que estos espíritus preexistentes que cobran cuerpo al
nacer se habían corrompido previamente. (6) Existe la doctrina de los
anihilistas posteriores quienes sostuvieron que el elemento divino,
soplado en el ser humano en su creación, se perdió en la caída. La
muerte es interpretada como aniquilación del alma, la cual puede ser
restaurada a su existencia solo por la regeneración. La inmortalidad, por
tanto, es condicional, y solo la poseen los regenerados.
Tenemos, pues, que concluir que la Biblia sostiene la teoría de la
dicotomía en cuanto a los elementos esenciales del ser humano se
refiere, es decir, que es cuerpo y espíritu, una esencia material e
inmaterial que se liga para formar una persona.6 Pero tenemos también
que admitir una tricotomía práctica tanto en el habla vulgar como en la
terminología bíblica. “Entonces será obvio para los que sopesan bien los
enunciados de la Biblia que, partiendo de que los elementos constitu-
tivos originales son solo dos, la historia religiosa total del ser humano
requiere cierta distinción entre el alma y el espíritu; el alma es la que
conecta su personalidad con el mundo de los sentidos, y el espíritu es el
que la conecta con el mundo de la fe. Pero el alma y el espíritu forman
una persona” (William Burton Pope, Compendium of Christian
Theology, I:435). Aunque el ser humano está compuesto de una porción
material y una inmaterial, la terminología bíblica exacta percibe esta
última de una manera doble. Cuando se considera como la facultad que
vivifica el organismo físico se le llama psyqué o alma; cuando se
considera como un agente racional y moral, esta misma porción
inmaterial se conoce como pneuma o espíritu. En la manera en que San
Pablo lo utiliza, el pneuma es la parte más elevada del ser humano en
relación a las cosas espirituales; el psyqué es esa misma parte elevada
pero en relación a las cosas corporales. Por tanto, el espíritu o pneuma
es la parte más elevada del ser humano que mira hacia Dios. Luego, es
LA ANTROPOLOGÍA 19
LA UNIDAD DE LA RAZA
Cualquier correcta consideración de la unidad de la raza implica dos
puntos: (A) La comunidad de origen, y (B) La unidad de las especies.
Ambos son esenciales para la correcta comprensión del asunto. Cuando
las plantas o los animales se derivan de un mismo tronco se les consi-
dera como pertenecientes a la misma especie. Pero si Dios, como parece
declarar la Biblia, creó por un simple fíat, en un momento, la vegeta-
ción de toda la tierra, y en otro, las miríadas de animales, estos también
serían considerados como pertenecientes al reino vegetal o al animal,
pero sin provenir de un parentesco común. El primer asunto, por tanto,
debe considerarse desde el punto de vista histórico; el segundo es de
naturaleza más filosófica.
La Biblia afirma tanto la unidad de la raza humana como su comu-
nidad de origen. Hemos señalado anteriormente que la creación del
hombre conllevó tanto el aspecto individual como el genérico. La
palabra “Adán” era el nombre de un individuo y a la vez de una
familia--el nombre personal del primer hombre y el nombre genérico
de la humanidad. El registro divino declara que el hombre es uno, y
que surgió de un origen común (Génesis 1:27). Ello lo confirma aún
más la declaración paulina de que Dios, “de una sangre ha hecho todo
el linaje de los hombres para que habiten sobre toda la faz de la tierra”
(Hechos 17:26). Esto, como hemos expuesto, lo demuestra el relato del
Génesis hasta el extremo de que Eva misma fue tomada de Adán para
venir a ser “la madre de todos los vivientes”. La raza, por consiguiente,
no comenzó originalmente de una sola pareja, sino del Adán genérico.
Tenemos que creer, partiendo del establecimiento de la primera pareja,
que todas las razas de la humanidad han descendido de este parentesco
común (Génesis 3:20).
20 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
procede del latín, traducere, que significa trasladar, como lo que se hace
con el renuevo de una vida con el propósito de que se propague. Es, por
tanto, una analogía con cosas vivas, y supone que las almas nuevas se
desarrollan del alma de Adán, como lo hacen los vástagos (traduces) de
una vida o de un árbol. La teoría parece haber sido propuesta primero
por Tertuliano en su De anima, en la que la discute, y en donde el
vocablo tradux se utiliza repetidas veces. Ha tenido apoyo amplio en la
iglesia protestante, entre cuyos teólogos Strong y Shedd son sus más
capaces representantes. La teoría implica que la raza fue creada
inmediatamente en Adán tanto en lo que respecta al cuerpo como al
alma, y que ambos se propagan por generación natural. Su fundamento
bíblico normalmente se encuentra en la aseveración de que Adán
“engendró un hijo a su semejanza”, la que se interpreta como querien-
do decir que es el ser humano en su totalidad el que engendra y es
engendrado. La teoría recibe un marcado apoyo teológico en la medida
en que parece proporcionar una explicación para la transmisión del
pecado original o la depravación. Henry B. Smith piensa que, en
términos generales, el traducianismo ha sido la teoría más ampliamente
difundida.11
y por el otro algo previo a la acción moral. Esta santidad creada consiste
en una inclinación o tendencia espontánea hacia el bien--una disposi-
ción subjetiva que responde siempre a lo justo. Es más que inocencia.
El ser humano fue creado no solo negativamente inocente, sino
positivamente santo, con un entendimiento iluminado respecto a Dios
y a las cosas espirituales, y con una voluntad inclinada enteramente a
éstas. Al hablar, pues, de la santidad adánica, nos referimos sencilla-
mente a la inclinación espontánea o disposición positiva que le
pertenece en virtud de su creación. Si se argumentara que esta posición
difiere poco de la que sostuvieron los pelagianos, y más tarde los
socinianos, respondemos que hay una vasta diferencia entre el alma que
se produce con una naturaleza libre de virtud lo mismo que de pecado,
y un alma que se crea con una dirección positiva hacia el bien. Las
implicaciones doctrinales son también además tales que conducen a
sistemas de teología enormemente diferentes. El pelagianismo niega por
obligación la depravación heredada en los descendientes de Adán; el
agustinianismo sostiene por su lado con igual obligación que los
descendientes de Adán eran no solo depravados sino culpables.20
El arminianismo se opone no únicamente al error del pelagianismo
sino también al error opuesto del agustinianismo. Aunque sostiene que
el reciente estado en el que Adán fue creado era uno de santidad, no
obstante niega que ese estado con todo y su excelencia tuviera cualidad
ética verdadera alguna. Por tanto, no podía estimarse como meritorio
ni recompensable. El agustinianismo desarrollado por los reformadores
sostuvo que la santidad fue concreada, según lo hemos indicado
anteriormente, y que por lo tanto no era algo súper añadido, sino una
cualidad de la naturaleza original del ser humano. Su error estribó en lo
siguiente: que consideraron el estado original del ser humano uno de
justicia ética lo mismo que de santidad interior. Era por tanto una
santidad ética, o una obligación bajo la ley moral; y, como cualidad de
la naturaleza original del ser humano aún previo a toda acción personal,
se consideró que poseía el valor moral de la justicia ética. Por eso J. J.
Van Oosterzee va a aseverar que no debemos, “con la iglesia romanista,
asumir que la imagen de Dios en el primer ser humano fuera algo
meramente adicional (accidens), de lo que fue dotado a consecuencia de
una comunicación sobrenatural, sin que perteneciera a la esencia de su
naturaleza. Los reformadores asumieron con mayor propiedad, en
oposición a este enfoque mecánico, que la justitia originalis era un
elemento original y actual de nuestra naturaleza, pues que provenía de
LA ANTROPOLOGÍA 39
del Predicador: “He aquí, solamente esto he hallado; que Dios hizo al
hombre recto, pero él se buscó muchas perversiones”. Esto no puede
referirse a la conducta del ser humano subsecuente a su creación, por lo
que tendrá que referirse a la rectitud de la naturaleza moral del ser
humano por razón de la creación. Hay dos textos en el Nuevo Testa-
mento, que también suelen citarse, los cuales tienen implicaciones
respecto a la naturaleza original del ser humano. “Y vestíos del nuevo
hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”
(Efesios 4:24); “y revestido del nuevo. Este, conforme a la imagen del
que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses
3:10). Estos textos se discutirán más extensamente en relación a la
santidad como un estado de gracia, por consiguiente será suficiente
señalar aquí, (1) que la transformación de gracia así declarada es algo
más profundo que la vida de acción personal, y necesita por tanto
incluir la renovación de la naturaleza moral; (2) que se indica que esta
transformación tiene lugar por la operación del Espíritu Santo--una
purificación de la naturaleza moral; (3) que se indica que esta renova-
ción ha de ser una restauración de la imagen original en la que el ser
humano fue creado; por tanto (4) que el ser humano tiene por necesi-
dad que haber sido creado santo--dado que esta santidad parte de la
imagen original de Dios en la que fue creado. En los próximos
capítulos consideraremos algunas de las implicaciones de esta enseñanza
para la cual hemos establecido tan cuidadosamente el cimiento en este
capítulo.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. “Enós significa hombre, no lo mismo que Adán, que también significa hombre, pero que
en el hebreo se emplea indistintamente para hombre o mujer; y al así estar escrito, ‘Hom-
bre y mujer los creó; y los bendijo, y les puso por nombre Adán el día en que fueron
creados’ (Génesis 5:2), no da lugar a dudas que aunque la mujer fue llamada distintiva-
mente Eva, todavía el nombre Adán, que significa hombre, les fue común a ambos. Pero
Enós quiere decir hombre en un sentido tan estricto que los lingüistas hebreos nos dicen
que no puede aplicarse a la mujer” (Agustín, City of God, XV:17). San Pablo declara que
“el varón no procede de (ek) la mujer, sino la mujer del (ex) varón” (1 Corintios 11:8).
2. Dios formó el cuerpo del hombre del polvo de la tierra, y sopló en él aliento de vida, y
vino a ser un alma viviente. Ello se entiende que enseña que hay dos, y solo dos, elementos
en la constitución humana--uno material y otro espiritual--el primero materia y el otro
mente. Estos dos son sustancias, entes, cosas que existen realmente, unidas al pensamiento
humano de una manera inescrutable, misteriosa, incomprensible, pero todavía realmente
unidas, y tan unidas que constituyen una naturaleza--una naturaleza individualizada, una,
pero material tanto como espiritual. Es solo por lo vigente de tal unión que ciertos hechos
LA ANTROPOLOGÍA 43
de lo consciente pueden ser pensadamente posibles, como sería el dolor de la carne herida.
Un espíritu no puede ser punzado con un alfiler, y aunque un cuerpo muerto sea punza-
do, no habría dolor. La materia es indispensable para el fenómeno, y la mente para la
consciencia que produce. El ser humano no es mente materializada, ni materia espiritua-
lizada, ni es algo que sea ninguno--o algo entre ambos; antes, es ambos, material en cuanto
a su cuerpo, espiritual en cuanto a su mente, misteriosamente unido durante su existencia
terrenal en una persona individual (Raymond, Systematic Theology, II:24).
3. El espíritu del ser humano, además de sus dotes superiores, puede poseer poderes
inferiores que vivifiquen en cuerpo humano la materia muerta. El que el alma principie a
existir como una fuerza vital no requiere que deba siempre vivir como una fuerza tal, o
vinculada con un cuerpo material (Porter, Human Intellect, 39).
Los animales irracionales pueden tener vida orgánica y sensibilidad, pero aun así
permanecen sumergidos en lo natural. No es la vida y la sensibilidad lo que eleva al ser
humano por sobre la naturaleza, sino la característica distintiva de la personalidad (Harris,
Philosophical Basis of Theism, 547).
La importancia de estas preguntas para la teología se señala así por el doctor Charles
Hodge. “La doctrina bíblica de la naturaleza del ser humano como espíritu creado en
unión vital con un cuerpo organizado, que consiste, por tanto, de dos y solo dos elemen-
tos o sustancias distintivas, materia y mente, es una que reviste gran importancia. Está
vinculada íntimamente con algunas de las doctrinas más importantes de la Biblia; con la
constitución de la persona de Cristo, y consecuentemente con la naturaleza de su obra
redentora y su relación con los hijos del hombre; con la doctrina de la caída, del pecado
original y la regeneración; y con las doctrinas del estado futuro y la resurrección. Es debi-
do a este vínculo, y no porque interese como una cuestión de la psicología, que la idea
verdadera del ser humano demanda la investigación cuidadosa del teólogo (Hodge, Syste-
matic Theology, II:48).
Las referencias bíblicas utilizadas para apoyar la posición dicotómica son las siguientes:
(1) Génesis 2:7, donde se establece que el cuerpo se formó de la tierra, y el alma por el
soplo del Espíritu divino, vale decir, vivificada por un principio único. (2) Génesis 41:8
compárese con Salmos 42:6; Juan 12:27 compárese con 13:21. Estas referencias y muchas
otras utilizan de manera intercambiable los términos alma y espíritu. Mateo 10:28 com-
párese con 1 Corintios 5:3; 6:20, en donde el alma y el cuerpo se mencionan juntos,
conformando al ser humano completo.
John Miley establece que la posición dicotómica se da claramente en la Biblia, pero que
siendo que no es la modalidad de los escritores sagrados ser siempre analíticos, temas
como estos deben solo considerarse siguiendo las líneas generales y haciendo las distincio-
nes más prominentes. Compárese con John Miley, Systematic Theology, I:400.
4. Los pasajes bíblicos que se usan para apoyar la teoría tricotómica son 1 Tesalonicenses
5:23 y Hebreos 4:12. Los argumentos se derivan adicionalmente de aquellos pasajes que se
refieren por separado al espíritu y el alma, y de la manera característica en que aparecen.
5. En la historia temprana de la iglesia, la tricotomía floreció mayormente en la escuela de
Alejandría, y se introdujo a la teología cristiana por medio de la filosofía platónica. Pareció
por un tiempo que se encaminaba lo suficiente hacia la común aceptación, pero influen-
cias adversas frenaron su progreso y la llevaron al descrédito. Tertuliano se le opuso te-
nazmente, y ejerció una enorme influencia. Aún la aparente indiferencia de Augusto se le
tornó indirectamente contraria, ya que su influencia era tan grande en todas las cuestiones
doctrinales, que nada que no tuviera su abierto apoyo podía mantener una posición de
principal favor en el pensamiento más ortodoxo de la iglesia (Miley, Systematic Theology,
I:399).
44 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
6. La primera parte, el espíritu, es la parte más elevada, profunda y noble del ser humano. Lo
capacita para comprender las cosas eternas, y es, para abreviar, la casa en la que habita la fe
y la palabra de Dios. La otra, el alma, es el mismo espíritu de acuerdo con la naturaleza,
aunque en otra clase de actividad, a saber, la que anima el cuerpo y obra por su medio; y es
su método no captar las cosas incomprensibles, sino solo lo que la razón puede investigar,
conocer y medir (Lutero).
7. La doctrina de la unidad original de la raza humana no es en manera alguna asunto de
indiferencia para la vida religiosa y moral. Por ella es probada la alta nobleza de la huma-
nidad (Hechos 17:28), por ella se demuestra la igualdad original y el deber del amor
fraternal (Mateo 7:12; Lucas 10:30-37), por ella se declara el origen y la completa univer-
salidad del pecado (Romanos 5:12), por ella se anuncia la armonía entre el dominio de la
creación y la redención (1 Corintios 15:21-22), y por ella se asegura la verdad de que el
reino de Dios vendrá a todos, ya que el evangelio, sin distingo alguno, tendrá que ser
llevado a todo ser humano (Efesios 1:10; Mateo 28:19) (Van Oosterzee, Christian Dog-
matics, I:364).
8. John Miley piensa que el grado intelectual del ser humano primitivo necesita ser juzgado
en función de una interpretación racional de hechos relativos. Considera las posiciones
extremas respecto al estado intelectual del ser humano como formadas tras las extravagan-
cias de Milton, antes que tras la moderación de Moisés. Cita a Robert South quien declara
que “un Aristóteles no es sino el escombro de un ser humano”, si se juzga por la posición
exaltada del ser humano en su estado de integridad. También señala que Juan Wesley
suponía que Adán, en su estado no caído, razonaba con precisión inequívoca, si es que en
realidad necesitaba del todo razonar (Miley, Systematic Theology, I:403). Charles Hodge
asume también la posición de que “es del todo probable que nuestra naturaleza, en virtud
de la unión con la naturaleza divina en la persona de Cristo, y en virtud de la unión del
redimido con su Redentor exaltado, sea en lo sucesivo elevada a una dignidad y gloria
mucho mayor que aquella en la que Adán fue creado o la que jamás hubiera alcanzado”
(Hodge, Systematic Theology, II:92).
No decimos que las facultades del ser humano estén ahora en el mismo estado en que
estuvieron antes de la caída, o en el mismo que hubieran estado si nunca hubiera caído.
Sin duda que se han deteriorado bajo la influencia desmerecedora y embrutecedora del
pecado. El entendimiento ha sido debilitado y obscurecido; las sensibilidades se han
aminorado y desconcertado; la conciencia, en cierta medida, ha perdido su poder. Nues-
tras facultades todas puede que hayan sido más o menos debilitadas. Aun así, no parece
que ninguna de ellas se haya perdido. En número como en clase, permanecen igual que lo
que eran en el paraíso (Pond, Christian Theology, 354).
9. En la antigua discusión entre realistas y nominalistas surgió la pregunta de si no habrá en
la mente divina, y en el pensamiento humano como un reflejo de la mente divina, una
realidad de la naturaleza humana, de la cual cada viviente es una expresión, y la representa.
Así como hay un theiótes abstracto, del cual las Tres Personas son representativas, también
hay una naturaleza humana que la Segunda Persona representó en la encarnación, sin que
llegara a ser un ser humano personal e individual. Asumiendo la verdad de este misterioso
principio--no menos verdadero porque no lo podamos comprender--, cada ser humano
que desciende de Adán exhibe su propia individualización personal de aquel carácter
genérico que su Creador estampó sobre la humanidad; y recibe para sí el mal genérico del
pecado original, que es el pecado de la raza en Adán (Pope, Compendium of Christian
Theology, I:436).
10. Minor Raymond afirma que “por mucho, la porción mayor de los pensadores cristianos, o
no han estimado opinión alguna respecto al origen de las almas, por no encontrar, según
su mente, nada decisivo en la revelación, y por no pretender ser más sabio que lo escrito, o
LA ANTROPOLOGÍA 45
se han dividido entre creacionistas y traducianistas. Por un lado se concede que si uno
puede sostener la doctrina de la creación inmediata, sin afirmar que Dios cree almas
pecaminosas, sin negar la depravación heredada, y sin suponer que Dios sancione de
manera o grado alguno todo los actos de procreación con los que su poder creador está
conectado, su teoría, aunque sea un error, probablemente no le causará ningún daño. Por
otro lado, se concede que si uno puede sostener la doctrina del traducianismo sin que
afirme la unidad numérica de la substancia de todas las almas humanas, sin que afirme
tampoco la abscisión y división de la esencia del alma humana (esto es, que afirme que la
persona humana sea solo una parte de la común humanidad--una porción individualizada
de la humanidad), y sin que afirme culpa ni pecado en la humanidad de Jesucristo, luego,
probablemente, aunque el traducianismo sea un error, sería en cuanto a él sin perjuicio
(Raymond, Systematic Theology, II:35-36).
11. Turretin, en sus “Institutos”, indica que “Algunos son de la opinión de que las dificultades
pertenecientes a la propagación del pecado original se resuelven mejor mediante la doc-
trina de la propagación del alma; una posición sostenida por no pocos de los padres de la
iglesia, y hacia la cual Agustín parece frecuentemente inclinarse. Y no hay duda que me-
diante esta teoría toda dificultad parece removerse; pero siendo que no concuerda con la
Biblia, ni con la sana razón, y siendo que se expone a grandes dificultades, no pensamos
que se debe recurrir a ella”. Esto representa una fuerte posición creacionista, y una admi-
sión de que la misma explica mejor la doctrina de la depravación original.
La posición de Tertuliano, según la ofrece Neander, es como sigue: “Era su opinión que
nuestro primer padre llevó dentro de sí el germen sin desarrollar de toda la humanidad;
que el alma del primer ser humano fue la fuente de donde procedieron todas las almas
humanas, y que todas las variedades de la naturaleza humana individual no son sino
modificaciones de aquella sola substancia espiritual. Por consiguiente, la naturaleza toda se
corrompió en el padre original de la raza, y la pecaminosidad se propagó a la misma vez
que las almas. Aunque este modo de comprender el asunto, en Tertuliano, está vinculado
a sus hábitos sensorios de concepción, aun así no es en modo alguno un vínculo necesa-
rio”.
12. Que Dios hizo al ser humano condicionalmente inmortal no se puede, en mi estimación,
negar con sensatez. Aunque fue formado del polvo de la tierra, su Hacedor sopló en su
nariz el aliento de vida, y vino a ser un alma viviente; y siendo que no hubo entonces nada
impetuoso, nada fuera de lugar, ningún agente demasiado débil o lento por un lado; o
demasiado poderoso o activo, por el otro; por tanto, todas las operaciones de la naturaleza
se llevaron a cabo cabalmente en tiempo, cantidad y poder de acuerdo con las exigencias
de los fines a lograrse. Ello para que, en número, peso y medida, todo existiera y actuara
conforme a la sabiduría y habilidad inequívoca del Creador omnipotente. Por tanto, no
pudo haber ninguna corrupción o degeneración; ninguna tiesura indebida ni solución o
solubilidad preternatural de porción material alguna; ningún desconcierto en la tierra; ni
nada nocivo o insano en la atmósfera. La vasta masa era toda perfecta: igualmente lo eran
todas las partes de la cual estaba compuesta. Como las creó, así sostuvo todas las cosas por
la palabra de su poder: y como creó todas las cosas, así por él todas las cosas subsisten; y
entre ellas, el hombre (Clarke, Christian Theology, 87).
13. El ser humano fue creado como ser personal, y fue esa personalidad la que lo distinguió
del animal irracional. Por personalidad queremos decir el doble poder de conocerse a sí
mismo en lo relacionado al mundo y a Dios, y de determinarse a sí mismo con miras a
fines morales. Por virtud de esta personalidad, al ser creado, el ser humano pudo escoger
cuál de los objetos de ese conocimiento--su yo, el mundo, o Dios--debía ser la norma y el
centro de su desarrollo. Esa semejanza natural con Dios es inalienable, y por cuanto
constituye una capacidad para la redención, da valor a la vida aun en el no regenerado
46 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
(Génesis 9:6; 1 Corintios 11:7; Santiago 3:9). Ese primer elemento de la imagen divina no
puede perderse en el ser humano hasta que cese de ser humano. Bien dijo San Bernardo,
que no puede quemarse ni aun en el infierno. Es por eso que la naturaleza humana ha de
ser reverenciada (Strong, Systematic Theology, II:515).
14. Por tanto, esta imagen tendrá que pertenecer a su más íntima constitución como criatura.
Como tal, sería esencial e indestructible: la personalidad autoconsciente y autodetermi-
nante del ser humano, por ser un espíritu que lleva el sello de la semejanza de Dios y es
capaz de inmortalidad, era el reflejo de la naturaleza divina en el ser humano. Aunque
todas las criaturas hasta llegar al ser humano reflejen las perfecciones de su Creador, es
distinción del ser humano, lo cual se destaca en el acto de su creación, que solo él lleve su
imagen. Esta, por tanto, es el cimiento de su dignidad, y aunque dicha dignidad perte-
nezca a su naturaleza como un todo, aquella se ubica por necesidad en la parte que es
imperecedera. De principio a fin el registro sagrado considera esta imagen como que no se
borra ni se puede borrar, y que todavía existe en cada ser humano (Pope, Compendium of
Christian Theology, II:423-424).
15. Para el observador superficial, todo este asunto puede verse como de importancia
subordinada, pero cuando se examina más de cerca resulta de valor teológico y antropoló-
gico preponderante. Porque trata, en otras palabras, sobre el asunto de la existencia y el
derecho de un conocimiento natural de Dios; y aún si esto se dejara de un lado, es de
inmediato aparente que, desde el punto de vista de la iglesia romanista, la caída solo se
vuelve más enigmática, no pudiendo considerarse en ningún caso como una decadencia,
así llamada, que corresponda a la naturaleza humana misma. Además, la concepción toda
de un donum superadditum es extraña a la Biblia, y se origina en la concepción no bíblica
de que solo el primer ser humano llevaba la imagen de Dios, y que la perdió por el pecado
(Van Oosterzee, Christian Dogmatics, I:376-377).
La antropología tridentina es una mezcla de pelagianismo y agustinianismo. Dios creó al
ser humano en puris naturalibus, sin santidad ni pecado. Este acto creador, el cual dejó al
ser humano desprovisto de carácter, Dios lo siguió con otro acto por medio del cual dotó
de santidad al ser humano. La santidad es algo sobrenatural y que no está contenida en el
primer acto creador. La creación es, por tanto, imperfecta, pero mejorada gracias a una
consideración tardía (Shedd, Dogmatic Theology, II:96).
La santidad concreada es uno de los rasgos distintivos del agustinianismo. El
pelagianismo niega que la santidad sea concreada. Afirma que la voluntad del ser humano,
por creación, y en su primera condición, carece de carácter. Su primer acto será para
originar la santidad o el pecado. … La posteridad de Adán es nacida como él fue creado,
sin santidad y sin pecado. … El semipelagianismo sostiene la misma opinión, excepto que
confiere la transmisión de una naturaleza física viciada, lo cual el pelagianismo niega. En
cuanto a la naturaleza racional y voluntaria del ser humano se refiere, el semipelagiano
afirma que la santidad, lo mismo que el pecado, será originada por cada individuo (Shedd,
Dogmatic Theology, II:96).
De modo que se pueda señalar la importancia de las diferencias doctrinales, digamos
como repaso breve que el pelagianismo se adhirió al indeterminismo de la voluntad,
contrario al agustinianismo, que se adhirió al determinismo; es decir, que el primero
consideró la voluntad como el simple poder de escogimiento, en tanto que el segundo la
consideró como poseedora de un carácter que determinaría los escogimientos. El pelagia-
nismo sostuvo que el pecado original no fue transmitido por Adán a su posteridad, en
tanto que el agustinianismo sostuvo que los descendientes de Adán no solo nacieron
depravados, sino que la depravación conllevó culpa. El pelagianismo sostuvo que las almas
nacen puras, y que el pecado se origina en el entorno; el agustinianismo sostuvo que la
depravación del ser humano es tal que no puede pensar ni tampoco actuar aparte de la
LA ANTROPOLOGÍA 47
gracia divina. La gracia, como la veía Pelagio, era sencillamente instrucción externa,
mientras que con Agustín estaba estrechamente asociada con el llamado interior o eficien-
te. Por tanto, la salvación con Pelagio era sinergística, o a través de la gracia cooperadora,
mientras que con Agustín la salvación era monergística, es decir, una gracia operada a
través de la predestinación y la elección. En consecuencia, Pelagio se adhirió a la idea de
una expiación universal; Agustín a una expiación limitada. Así, pues, surgieron dos siste-
mas de teología vastamente diferentes, solo como consecuencia de que ciertas doctrinas
fundamentales fueron llevadas hasta puntos extremos e indefendibles. El arminianismo
surgió como un sistema mediador de teología, que intenta conservar la verdad de cada uno
de los sistemas anteriores.
16. Así, pues, distinguimos dos aspectos de la santidad en Adán. Primero está la santidad que
es el resultado del acto creador. El escogimiento creador, el proceso creador y el producto
creador eran santos con una santidad garantizada por la santidad absoluta de Dios. El
producto creador en el caso de Adán era un ser santo, sin pecado, a la imagen de Dios, una
criatura de clase distinta a Dios pero que depende de él y que es inmortal en su duración.
Esto era la santidad como resultado de la creación. Segundo está el aspecto de la santidad
que resulta del escogimiento moral adánico. La santidad ética principia con el primer
ejercicio correcto del escogimiento moral. Esto no anula la santidad creada, sino que,
como principal deber de la personalidad humana, confirma la santidad creada y edifica
sobre ella. Por el ejercicio del escogimiento moral en armonía con esa santidad que pro-
viene del escogimiento y proceso divino, la persona creada se fortalece por ella, y por ese
escogimiento testifica que se ha posesionado de una comprensión de los valores morales, y
que reconoce el valor del temor. De esa manera empieza el desarrollo del carácter santo. Al
continuar, el carácter santo se expande y se confirma en la justicia (Hill, The Man in the
Garden, 18ss).
17. El pelagianismo no es tanto la enseñanza de un solo individuo cuanto un sistema moral y
religioso completo que tomó su nombre de Pelagio, un monje británico, quien llegó a
Roma durante la primera parte del siglo quinto. Por agustinianismo se representa la forma
de doctrina desarrollada por los reformadores y sostenida principalmente por las iglesias
calvinistas. Tanto la Iglesia Católica Romana como los reformadores ciertamente edifica-
ron sobre las enseñanzas de Agustín, pero desarrollaron unos sistemas de teología consi-
derablemente diferentes.
18. La declaración del doctor Taylor aparenta haber sido influenciada por la filosofía de John
Locke, la cual sostenía que el alma de un niño es una tabula rasa o una hoja de papel en
blanco, sobre la que ha de escribirse, por elección personal, lo que la haga buena o mala.
Esta, ya se verá, es la suposición básica de mucha de la educación religiosa del tiempo
presente--una suposición que pasa por alto la distinción fundamental entre la actividad
personal y aquella cualidad de la naturaleza que la subyace.
Agustín cita lo siguiente del primer libro de Pelagio sobre el libre albedrío: “Todo bien o
mal, por el cual seamos alabados o culpados, no se origina junto con nosotros, sino que es
hecho por nosotros. Nacemos capaces de hacerlo, pero sin ser llenos ni del uno ni del otro.
Y siendo que estamos elaborados sin virtud, tampoco lo estamos sin vicio; y antes de la
acción de su propia voluntad, lo que existe en el hombre es solo lo que Dios hizo”. Esto,
dice John Miley, niega cualquier cambio en el estado moral de la raza como consecuencia
de la caída adánica. Respecto a su naturaleza moral el ser humano es el mismo que res-
pecto a su constitución original. A Adán se le dotó de libertad y se le colocó bajo la ley del
deber, pero era moralmente indiferente entre el bien y el mal. Esta negación de la santidad
primitiva no es sencillamente un error especulativo. El principio de esta negación trae
consigo la negación de la caída adánica y la depravación de la raza, lo cual deja sin lugar a
la teología evangélica (Miley, Systematic Theology, I:417).
48 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
19. La posición pelagiana se expresa en la siguiente declaración: “Cuando cada ser humano
nace, su facultad voluntaria, lo mismo que la de Adán, no está determinada ni para el
pecado ni para la santidad. Estando así desprovisto de carácter, sin una voluntad decidida
ni para el bien ni para el mal, ni tampoco en lo más mínimo afectado por la apostasía de
Adán, cada ser humano individual empieza su ejecutividad después de nacer, y origina su
propio carácter y decide su propio destino al elegir lo bueno o lo malo”.
20. Convendría en este punto distinguir entre inocencia y santidad, aunque ambas fueron al
principio posesiones adánicas, y ambas el resultado del acto divino de la creación. La
inocencia se refiere a la ausencia de la culpabilidad del mal obrar; la santidad se refiere a la
actitud positiva del alma que favorece lo bueno y antagoniza lo malo. La inocencia no
requiere un ejercicio tenaz de la voluntad; la santidad presupone la inclinación positiva de
la voluntad hacia el bien y en contra del mal. Un niño recién nacido es inocente, pero
desde la caída ninguno nace santo. La inocencia infantil permanece hasta que el niño, por
un acto de desobediencia, se alía definitivamente con el pecado, momento en el cual
pierde la inocencia. Estaba primero conectada con la santidad creada, en la creación, y más
tarde, por el ejercicio de la libre elección, se hizo ética (Hill, The Man in the Garden, 19).
21. Podemos suponer un ser, como Adán, creado con un alma perfectamente justa. Sus
sentimientos preferenciales anteriores a la acción se conforman a la ley divina. Sus sensibi-
lidades, de tal manera bajo el fácil control volitivo, su mente tan clara y pura, que todo en
su imperturbable estado primitivo es bueno. Su voluntad, capaz de mantener todo su ser
subordinado al imperativo moral. Un ser que, en su grado, es perfectamente excelente; y
que su excelencia no es meramente mecánica o estética, sino ética. Es una excelencia
moral, y perfecta en su clase, pero absolutamente sin mérito alguno (Whedon, Freedom of
the Will, 391).
22. Una santidad adánica primitiva no tiene que ser una imposibilidad porque Adán no
pudiera, como sencillamente creado, ser santo en algún sentido estrictamente ético o
meritorio. En las distinciones fundamentales de la santidad encontramos un modo que se
aplica a la naturaleza, a diferencia del agente personal. Yace en la tendencia espontánea a
hacer el bien. La disposición subjetiva le responde al bien cuando éste se presenta. Res-
ponde en la forma de una inclinación espontánea o impulso hacia la acción santa. Esto es
todo lo que queremos decir con la naturaleza de la santidad adánica o primitiva (Miley,
Systematic Theology, I:412).
23. Pero esta doctrina está incompleta sin que se le añada el don sobrenatural del Espíritu
Santo, si es que puede llamarse sobrenatural aquello que perteneció a la unión de Dios con
su criatura elegida. La Santa Trinidad debe vincularse a cada etapa de la historia de la
humanidad. Así como el protoplasma fue formado a la imagen de la imagen eterna--un
hijo de Dios a la semejanza del unigénito Hijo, así lo estuvo bajo el gobierno espiritual y
natural del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. Aquél que se movió sobre el
caos, y presidió sobre todas las dispensaciones sucesivas de la vida en sus etapas progresivas
hacia la perfección, y fue la vida suprema soplada en la criatura suprema, tomó posesión
completa de esa nueva criatura. No le añadió la imagen moral, sino que guio los principios
de acción del alma del ser humano creada a esa imagen. Esto soluciona la dificultad que a
veces se expresa en cuanto a la creación de un carácter que, según se dice, tiene por nece-
sidad que formarse por el que lo lleva. El ser humano fue dirigido por el Espíritu, quien
era el poder del amor en su alma ya desde su primera etapa, como lo es ahora en su última.
Cuánto duró está disciplina santa no se nos es dado a conocer, pero sí sabemos que la
caída fue la manera en que cesó su educación libre y perfecta. Esto explica también las
maravillosas dotes de Adán, que le permitieron razonar, formar su idioma, y entender y
darle nombre a las criaturas que lo acompañaron. El Señor Dios del huerto era el Espíritu
Santo en el alma humana. El Espíritu en el espíritu del ser humano no debe, sin embargo,
LA ANTROPOLOGÍA 49
confundirse con la imagen de Dios como tal: el don fue distinto, y verdadero comple-
mento y perfección de todos los demás dones. Esto es, como veremos más tarde, el secreto
de la tricotomía del cuerpo, el alma y el espíritu en la naturaleza humana (Pope, Compen-
dium of Christian Theology, 427).
CAPÍTULO 18
LA DOCTRINA
DEL PECADO
La doctrina del pecado o hamartiología se considera en muchos
casos como una rama de la antropología. En los tales, la doctrina del ser
humano se considera habitualmente bajo dos encabezados principa-
les--el status integritas o el ser humano antes de la caída, y el status
corruptionis o el ser humano después de la caída. Dada la importancia
de esta doctrina, preferimos considerarla bajo un encabezado por
separado. La palabra “hamartiología” se deriva de uno de los varios
términos que se emplean para expresar la idea del pecado--el de
hamartía, que significa una desviación del fin o del modo señalado por
Dios. El término se aplica al pecado, ya sea como acto, o como estado o
condición. Como doctrina estará estrechamente entretejida con todas
las etapas posteriores de la teología, razón por la cual resulta de
importancia fundamental para todo el sistema de verdad cristiana. “En
toda religión”, decía el piadoso Fletcher, “existe un principio de verdad
o de error que, como el primer eslabón de una cadena, arrastra
necesariamente tras sí todos los componentes con los que está esen-
cialmente vinculado”.1 En la teología cristiana, dicho primer eslabón es
el hecho del pecado. Dado que el cristianismo es una religión de
redención, el mismo está grandemente influenciado por las diversas
posiciones sobre la naturaleza del pecado. Cualquier tendencia a restarle
seriedad al pecado tiene como consecuencia un punto de vista menos
exaltado de la persona y obra del Redentor. Los tres grandes temas de la
Biblia--Dios, pecado y redención--están entrelazados de tal manera que
los puntos de vista que se sostienen sobre cualquiera de ellos influye
profundamente en los otros dos.
52 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
sostiene que la serpiente era un animal creado de los de más alto rango,
el cual Satanás utilizó como instrumento para asegurar la atención de
Eva, y hacer posible la conversación con ella. Aparte de cualquier otra
enseñanza que esa figura entrañe, hay dos que resultan claramente
evidentes: primero, que la tentación del ser humano provino de un ser
espiritual que le era ajeno; y segundo, que esta figura mística propor-
cionó el instrumento por medio del cual el tentador obtuvo acceso a
nuestros primeros padres.6
La necesidad del estado probatorio del ser humano. Si Dios iba a ser
glorificado por el servicio voluntario de su criatura, la misma tenía que
ser puesta a prueba, sujeta a tentación, y ello al costo inevitable de la
posibilidad de pecado. La tentación fue permitida porque de ninguna
otra manera pudo probarse y perfeccionarse la obediencia humana.
¿Cómo fue posible que un ser santo pecara?, surge de inmediato la
interrogante, la que tendrá que verse como desprendida de un desa-
cierto referente a la naturaleza original del ser humano. La pregunta
implica que la voluntad del ser humano no fue hecha libre, o que lo fue
en el sentido eduardiano de estar bajo el control de móviles dominan-
tes. Esto último es, después de todo, una teoría de necesidad bajo la
apariencia de libertad. En efecto, Adán fue creado santo, pero no de
manera indefectible, es decir, que su voluntad, aunque se conformaba a
la ley moral, era mutable por no ser omnipotente. Es así como en Dios,
por ser infinito, la autodeterminación voluntaria no podía revertirse al
punto de que una caída entrara en consideración; pero en el caso de los
hombres o de los ángeles, por cuanto son seres finitos, la caída es
posible. Decimos con William G. T. Shedd que, “Una voluntad
determinada para el bien, que tenga energía omnipotente, no está sujeta
a cambio, pero una voluntad determinada para el bien que tenga fuerza
finita y limitada, sí lo está. Adán, por razón del poder restringido de su
voluntad creada, podía perder la justicia con la que fue creado, aunque
no estaba en la necesidad de hacerlo. Su voluntad poseía suficiente
poder para que continuara en santidad, pero no el poder suplementa-
riamente suficiente como para hacer imposible una caída en pecado”
(cf. Shedd, Dogm. Th., II:149). La posición protestante está adecuada-
mente enunciada en la Confesión de Westminster, que dice: “Dios creó
al hombre varón y hembra, con justicia y verdadera santidad, teniendo
la ley de Dios escrita en sus corazones y con potestad para cumplirla,
pero con todo, bajo una posibilidad de transgresión, pues que se les
dejó a la libertad de su propio albedrío, el cual estaba sujeto a cambio”.
56 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA DOCTRINA DEL PECADO 61
62 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA DOCTRINA DE SATANÁS
El ser humano fue tentado por un ser sobrehumano que la Biblia
llaman el diablo o Satanás. Luego, el mal debe haber existido antes del
origen de la raza humana, y desde su exterior. La Biblia representa el
conflicto entre el bien y el mal esencialmente como un conflicto entre
poderes sobrehumanos, al cual el ser humano es atraído por medio de la
tentación. Esta es la razón por la que leemos que la iglesia es llamada a
luchar contra “principados, contra potestades, contra los gobernadores
de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en
las regiones celestes” (Efesios 6:12). Satanás es comúnmente conside-
rado como uno de los ángeles caídos, y como consecuencia es costum-
bre estudiarlo bajo ese encabezado. Pero nos parece que tal cosa no hace
justicia a la importancia del tema.16 Satanás no es meramente uno entre
muchos representantes del mal. Es el mal in persona. No es meramente
el mal en esta o aquella relación, sino que lo es en sí mismo y por sí
mismo. Presentemos, pues, la enseñanza bíblica sobre este tema, y
hagámoslo bajo los siguientes cuatro encabezados: (1) Satanás y su
relación con la creación; (2) Satanás en oposición a Cristo; (3) Satanás
y la obra redentora de Cristo; y (4) El reino de Satanás.
Satanás y su relación con la creación. En nuestro estudio de la crea-
ción hemos visto que la posición cristiana sostiene que hay una
68 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
todos los impíos (asebeis) de todas sus obras impías (asebeías) que han
hecho impíamente (isebisai), y de todas las cosas duras que los pecado-
res impíos (asebeis) han hablado contra él’” (Judas 14-15).
Las definiciones del pecado. Los teólogos han definido el pecado de
diferentes maneras, pero raramente han pasado por alto que el pecado
exista como un acto al igual que como un estado o condición. Esa
definición es importante en todo sistema de teología en el que el
principio evangélico de la salvación por la fe recibe prominencia.
Hemos citado ya la definición de William Burton Pope de que, “el
pecado es la separación voluntaria del alma de Dios”. Esa definición
implica, primero, el establecimiento de la ley de la actividad del yo, o
del pecado actual; y segundo, el entregarse a la confusión interna o
pecado original. Jacobo Arminio define el pecado como “algo que se
piensa, se habla o se hace contra la ley de Dios, o la omisión de algo que
ha sido ordenado por esa ley para que se piense, se hable o se haga”. La
definición de pecado de Juan Wesley, de que es “una transgresión
voluntaria de una ley conocida”, resulta familiar en la teología armi-
niana. De acuerdo con John Miley, “el pecado es desobediencia a una
ley de Dios, que se condiciona a la agencia moral libre y a la oportuni-
dad de que se conozca esa ley”. Miner Raymond destaca la naturaleza
dual del pecado. Dice: “La idea primaria designada en la Biblia para el
término pecado es la falta de conformidad a la ley, una transgresión de
la ley, el hacer aquello que es prohibido o dejar de hacer aquello que es
requerido. En un sentido secundario, el término se aplica al carácter; no
a lo que uno hace sino a lo que uno es” (Raymond, Syst. Th., II:54-55).
J. J. Van Oosterzee define el pecado como “una negación positiva de
Dios y su voluntad en la medida en que coloque algo enteramente
diferente en el lugar de esa voluntad. En el pecador, no solo hay
carencia (defectus) de lo que se debe hallar en él, pero también una
inclinación, una tendencia, un esfuerzo (affectus) que no debe existir en
él” (Van Oosterzee, Chr. Dogm., II:395). William Newton Clarke
piensa que la teología no puede ofrecer una definición a priori del
pecado, sino que la debe derivar de la experiencia, a la luz de la
revelación cristiana. Son cinco los aspectos bajo los que él nos presenta
ese asunto, los cuales pueden resumirse de esta manera: (1) El pecado
puede verse a la luz de su propio carácter--entiéndase, pues, como
maldad; (2) puede verse en relación con la naturaleza del ser hu-
mano--entiéndase, pues, como anormal; (3) puede verse en relación
con la norma del deber--entiéndase, pues, como alejamiento del deber;
LA DOCTRINA DEL PECADO 77
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. En toda religión existe un principio de verdad o de error que, como el primer eslabón de
una cadena, arrastra necesariamente tras sí todos los componentes con los que está esen-
cialmente vinculado. Ese principio dominante en el cristianismo, distinto del deísmo, es la
doctrina de nuestro estado corrupto y perdido; pues que si el ser humano no está reñido
con su Creador, ¿qué necesidad hay de un Mediador entre él y Dios? Si no es una criatura
depravada, en ruinas, ¿qué necesidad hay de un Restaurador y Salvador tan maravilloso
como el Hijo de Dios? Si no está contaminado, ¿por qué necesita ser lavado en la sangre
inmaculada del Cordero? Si su alma no está dolida, ¿qué ocasión habría para tan singular
Médico divino? Si no es indefenso y miserable, ¿por qué se le invita perpetuamente a que
se asegure de la ayuda y el consuelo del Espíritu Santo? Y, en una palabra, si no nace en
pecado, ¿por qué Cristo declara con la más solemne aseveración que el nuevo nacimiento
es tan absolutamente necesario que sin éste nadie podrá ver el reino de Dios? (Fletcher de
Madeley).
2. Una proporción considerable de los patriarcas de la iglesia (por ejemplo, Justino, Ireneo,
Teófilo, Tertuliano, Agustín y Teodoreto), y también la mayoría de los más antiguos
teólogos de la iglesia protestante, permanecerían unánimes en la opinión de que este pasaje
no debe explicarse como alegoría, aunque defirieran entre ellos respecto a la interpretación
de expresiones particulares. Sin embargo, estuvieron mayormente de acuerdo en conside-
rar la serpiente como algo más que una mera serpiente natural, al igual que lo hicieron
Josefo y otros intérpretes judíos. Algunos afirman que la serpiente era sencillamente el
diablo--una opinión justificadamente impugnada por Vitringa, dadas las grandes dificul-
tades que encierra. Otros, junto a la mayor parte de los intérpretes judíos más antiguos,
supusieron que la serpiente de la que aquí se habla era el instrumento que el espíritu malo
empleó para seducir a la humanidad. De igual manera lo explicó Agustín, quien fue
seguido al respecto por Lutero y Calvino, y esa opinión, desde el tiempo de los tales, fue la
que prevaleció entre los teólogos protestantes hasta mediados del siglo diez y ocho (George
Christian Knapp, Chr. Th., 267).
No insistiríamos tan marcadamente en una exégesis literal al punto de decir que sería
imposible que el relato fuera figurado, pero, por otro lado, sí insistiríamos en que no
habría necesidad de considerarlo así, ni ventaja alguna si lo hiciéramos. El libro de Génesis
es histórico en todas sus características; no pretende, ni parece ser otra cosa, que un regis-
tro literal de eventos que en realidad ocurrieron (Miner Raymond, Syst. Th., II:52, 53).
3. Es precisamente debido a que el paraíso se encuentra fuera de las condiciones de nuestra
presente experiencia, que sea tarea tan fácil para la crítica demostrar lo imposible que nos
resulta forjarnos un cuadro del primer Adán. Existe cierta analogía entre la representación
del paraíso en lo que respecta a las primeras condiciones de la vida humana, y la represen-
tación de las últimas condiciones de la vida humana, es decir, de la vida futura. Ambas se
encuentran igualmente más allá de las condiciones de la experiencia presente, lo cual es
razón para que haya tantas personas que las estimen como meros cuadros de la imagina-
ción. Pero porque no seamos capaces de tener una intuición empírica del paraíso de
nuestro pasado ni de nuestro futuro, no por eso estamos menos obligados a pensarlo, pues
que también lo vemos en fe, como en un espejo en oscuridad. Por consiguiente, aunque el
primer Adán permanece como figura en el trasfondo de la raza humana, oculto en una
84 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
nube, y de contorno indefinido, una vaga memoria, no más clara que el recuerdo de la
primera vez que cada individuo cobró consciencia de sí mismo, con todo, lo consciente de
la especie, cuando se dirige sobre sí, regresa por necesidad a esta vaga memoria, pues que
sin ella lo consciente de la especie estaría completamente carente de unidad y vínculo
(Martensen, Chr. Dogm., 153, 154).
4. El doctor Pope dice, en relación a los dos árboles del huerto, que son símbolos o señales
acompañadas de profundo sentido espiritual. “Recordarlo sirve de dos propósitos. Sugiere
que nuestros primeros padres estaban ligados a su Creador por una religión que hacía
sacramentales todas las cosas a su alrededor, unas más especialmente que otras. Además,
protege los detalles sencillos del huerto contra el desdén de los incrédulos, quienes ven en
ellos solo lo que aparece en la superficie de la narración. El agua del bautismo, y el pan y el
vino eucarísticos, son comunes y diminutos en relación a las asombrosas realidades que
representan. Pero el espíritu infiel no encuentra nada como tal en estos símbolos contra lo
cual pueda objetar. Luego, ¿por qué habría de considerarse como increíble que los dos
árboles del paraíso dieran fruto sacramental? (Pope, Comp. Chr. Th., II:11)
5. Hay diferentes opiniones sobre el agente de la tentación. Samuel Wakefield dice que, “El
agente visible en la seducción del hombre fue la serpiente, pero el verdadero tentador era
ese espíritu malo llamado el diablo y Satanás. Se desprende obviamente de los atributos y
propiedades adscritas a la serpiente, que un ser superior se identificaba con ella en la
transacción. … Sin que tengamos que abandonar el sentido literal de la historia, aquí
tenemos que ver más allá de la letra, y considerar la serpiente solo como el instrumento de
un tentador sobrehumano. De igual manera, en la sentencia pronunciada contra la ser-
piente, aunque entendamos que se emite literalmente contra el animal, habrá que consi-
derar que enseña más de lo que la letra expresa, razón por la cual sus términos se conside-
rarán de naturaleza simbólica. La maldición de la serpiente era el símbolo de la maldición
que cayó sobre el diablo, quien era el verdadero agente de la tentación; entre tanto, la
predicción respecto a que la simiente de la mujer heriría la serpiente en la cabeza, era
indicación de que nuestro Señor Jesucristo redimiría al ser humano de la maldad y el
poder de Satanás. La interpretación simbólica del pasaje se confirma por las siguientes dos
consideraciones: (1) Si la serpiente era solo un simple instrumento empleado por Satanás,
como obviamente era el caso, la justicia requería que la maldición cayera con su mayor
peso sobre el verdadero seductor. Si interpretáramos la historia de manera simplemente
literal, limitaríamos el castigo tan solo a la serpiente, por lo que dejaríamos al principal
autor de la ofensa sin parte alguna de la maldición. (2) Sería ridículo suponer dentro de
estas circunstancias que la predicción respecto a que la serpiente sería herida en la cabeza,
no podría entenderse sino solo en sentido literal” (Wakefield, Chr. Th., 285, 286).
6. El extremo del literalismo sobre el relato de la tentación de parte de la serpiente, encuentra
la mejor ilustración en la posición de George Christian Knapp, de Halle. Dice así: “Lo
propio y consistente del relato de la tentación por medio de la serpiente lo pueden ilustrar
los siguientes señalamientos. La serpiente era empleada por casi todas las naciones antiguas
como símbolo de prudencia, habilidad y astucia. Eva ve una serpiente en aquel árbol
prohibido, que comía probablemente de su fruto, lo que no sería dañino para una ser-
piente. Es muy natural que sea la mujer la que primero lo observe. … De lo que sigue
entendemos muy naturalmente que Eva reflexionó sobre lo que había visto, y expresó sus
pensamientos en palabras. ‘La serpiente es un animal muy avisado e inteligente; con todo,
come del árbol que nos ha sido prohibido. Ese fruto, por tanto, no puede ser tan dañino, y
puede que la prohibición no lo sea en realidad’. Estas son las mismas falacias con las que
los seres humanos todavía se engañan a sí mismos cuando los objetos de los sentidos los
atraen y arrastran. El hecho por observado por la mujer en el sentido de que la serpiente
comía el fruto del árbol prohibido sin sufrir daño, estimuló el pensamiento que en los
LA DOCTRINA DEL PECADO 85
versos 4 y 5 aparece representado como palabras de la serpiente, dando por bueno comer
del fruto. Este no parecía que causaba muerte, antes bien, parecía que impartía salud,
vigor e inteligencia, de lo cual era prueba el ejemplo de la serpiente, que permaneció
saludable e inteligente aun después de comerlo’. ‘Fíjate en mí’, pudo haberle dicho la
serpiente a Eva, ‘cuan enérgica, sensata y astuta soy’. Dado que la mujer no conoce ser
alguno que supere al humano en conocimiento, excepto Dios solo, supone en su ingenui-
dad que si se hacía más sabia que lo que era, sería como Dios. Entre tanto, el deseo por lo
que era prohibido se hizo cada vez más irresistible. Tomó del fruto y comió. El hombre
que, típico de él, era lo suficientemente débil e inconstante como para ceder a la petición
de su esposa, recibió de ella el fruto, y con ella comió (Knapp, Christian Theology, 269).
Adam Clarke dice: “Tenemos aquí una de las más difíciles, y a la vez, una de las más
importantes narraciones en todo el libro de Dios”. La palabra nachash, pide Clarke que
notemos, se traduce como serpiente, como lo hace la Septuaginta. Siguiendo una elabora-
da argumentación, él adelanta la teoría de que en lugar de que la palabra nachash se tradu-
jera como serpiente, debió haber sido traducida como simio. Llega a esa conclusión sobre
las bases de que la palabra árabe chanas o khanasa significa “partió, se retiró, fue puesto,
seducido, se escurrió”, a la vez que las palabras de la misma raíz, akhnas, khanasa o khanoos
significan simio, o satirio, o cualquier criatura del género simio o cuadrumano. “¿No es
extraño”, pregunta, “que el diablo y el simio tuvieran el mismo nombre, derivado de la
misma raíz, y que esa raíz fuera tan similar a la palabra del texto?” Por tanto, arguye que
nachash, quienquiera fuera, tenía las siguientes características: (1) era la cabeza de todos los
animales inferiores; (2) era de caminar erecto; (3) estaba dotado con el don del habla; (4)
estaba también dotado con el don de la razón; (5) y que todas estas cualidades eran típicas
de la criatura, por lo cual Eva no mostró sorpresa.
Richard Watson sigue la misma línea de argumentación cuando dice: “No tenemos
razón de suponer, como de manera casi uniforme hacen extrañamente los comentaristas,
que este animal tuviera forma de serpiente de modo o grado alguno antes de que se trans-
formara”.
John Miley, junto a la mayoría de los teólogos arminianos, asume la posición de que la
serpiente como animal era sencillamente el instrumento de la tentación, pero que el hecho
de la inteligencia que se le adscribe, es muestra de la presencia de un agente superior.
7. El estatuto probatorio era un precepto positivo antes que un mandato moral. La diferencia
entre ambos descansa principalmente en lo siguiente: que en un mandamiento positivo, su
razón está escondida, mientras que la naturaleza misma de un mandamiento moral abarca
algo de su conveniencia. William G. T. Shedd, haciendo referencia a Anselmo, llama la
atención a ese hecho, y señala que el estatuto del Edén fue por tanto una mejor prueba de
fe y obediencia implícita que lo que un estatuto moral hubiera sido, ya que requeriría
obediencia por ninguna otra razón que la de la voluntad soberana de Dios. A la misma
vez, su desobediencia implicaría una violación de la ley moral, puesto que era un desdén
de la autoridad, un no creerle a Dios pero creerle a Satanás, una inconformidad con el
presente estado, una impaciente curiosidad de conocer, un orgullo y una ambición (cf.
Shedd, Dogm. Th., II:153, 154).
La sola y absoluta ley tenía una forma negativa y otra positiva, vinculada a los dos
árboles simbólicos del huerto: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia. Comer del pri-
mero era una condición positiva de vida prolongada, y de todo beneficio de la creación;
abstenerse del otro era la condición negativa (William Burton Pope, Compend. Chr. Th.,
II:14).
Sobre la prohibición contra comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal,
Adam Clarke dice: “La prohibición tuvo por intención ejercitar esa facultad en el ser
humano, de tal modo que le enseñara constantemente esta lección moral: que había unas
86 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
cosas propias que hacer y otras que no lo eran; y que en referencia a ese punto, el árbol
mismo debe ser un maestro y moderador constante. Comerlo no hubiera acrecentado esa
facultad moral, pero la prohibición tenía como intención ejercitar la facultad que ya se
poseía. Ciertamente no hay nada de irrazonable en esta explicación, y visto bajo su luz, el
pasaje pierde bastante de su oscuridad. Vitringa favorece particularmente esta interpreta-
ción” (Adam Clarke, Comm., Génesis 1:9).
8. No ha de suponerse que los árboles tuvieran virtud inherente alguna, que uno sostuviera
eternamente la vida, y que el otro envenenara y corrompiera la naturaleza del ser humano.
Comer solemnemente del fruto del árbol de la vida no era sino un sacramento de inmor-
talidad: comerlo era para todo árbol del huerto lo que la Santa Cena es para toda otra
comida. El comer fatal del árbol de la ciencia era solo la señal visible y externa de un
pecado que, por la ley divina labrada en la naturaleza humana, hubiera sido seguido por la
vergüenza, y la culpa, y el temor, aun si un árbol tal no hubiera existido. Al ingerir su
fruto, el ser humano llegó al verdadero conocimiento del bien y el mal, al conocimiento de
su miseria, conocimiento que lo relacionó con el poder que él mismo tenía sobre su propio
destino--como si fuera su propio dios--y a la misma vez le enseñó que su poder, en inde-
pendencia de Dios, era su ruina (Pope, Compend. Chr. Th., II:14).
9. Este párrafo es una compilación de referencias de William Burton Pope, William G. T.
Shedd y John Miley, aunque podrían citarse otros teólogos quienes sostienen las mismas
posiciones. Las siguientes referencias prueban esas posiciones.
“Separarse de la voluntad suprema fue algo que se consumó adentro, antes de que se
exhibiera la acción. El principio más íntimo del pecado se da cuando el yo se separa de
Dios; el principio de la maldad humana se dio, por consiguiente, en el momento en que se
le dio consideración a la pregunta, ‘¿Conque Dios os ha dicho?’ En esto consistió el primer
pecado formal, aunque no se mencione así en la Biblia. El acto externo respecto del árbol
se hizo mirada de concupiscencia, lo cual tenía en sí mismo culpa de participación, tras lo
cual siguió la participación como acto. Es por esa razón que el principio de la desobedien-
cia se destacará en todas las referencias del Nuevo Testamento al pecado original” (Pope,
Compend. Chr. Th., II:15).
“La única susceptibilidad subjetiva en Adán a la que Satanás pudo dirigirse, fue al deseo
natural e inocente por el fruto de un árbol de la ciencia que era considerado ‘bueno para
comer y agradable a los ojos’ (Génesis 3:6). El otro deseo del fruto, el que los haría ser
‘como Dios, conocedores del bien y el mal’, era un deseo prohibido, y el deseo prohibido
es pecado. … Adán no fue creado con el deseo de un conocimiento del bien y el mal que
lo haría ser como ‘los dioses’, es decir, como Satanás y sus ángeles. Un conocimiento tal es
falsedad, no verdad, y desearlo es erróneo y pecaminoso. … Ese tipo de deseo rebelde y
desobediente requería haber sido originado por Adán mismo, dado que no tenía existencia
previa en su corazón sumiso y su voluntad obediente. Dios no había implantado un deseo
de maldad tal. Esa lascivia orgullosa y egoísta en pos de un conocimiento falso y prohibido
tenía que haberlo originado Adán mismo como algo enteramente nuevo y original”
(Shedd, Dogm. Th., II:155).
“Las sensibilidades del hombre primitivo daban pie a la tentación. En función de esas
sensibilidades se darían incitaciones y apetencias que surgirían, no directamente inclinadas
a la acción pecaminosa como tal, pero hacia formas de acción que podrían ser pecamino-
sas, o que se supiera que lo eran. Tenemos un ejemplo en el caso de Eva. Se despiertan las
apetencias por el fruto prohibido al presentársele a la luz falsa de la tentación. En la me-
dida en que estas sensibilidades activas fueran puramente espontáneas, lo serían también
inocentes, y enteramente consistentes con la santidad primitiva. El pecado podría surgir
solo si se les daba indebida atención a las incitaciones de las sensibilidades, o si las mismas
conducían a alguna infracción voluntaria de la ley del estado probatorio. Pero aunque
LA DOCTRINA DEL PECADO 87
“complejo de la manada”, el cual se transmite de los antepasados animales del ser humano.
Las teorías de ese tipo se quedan cortas ante el hecho de que el pecado consiste en la
autoseparación de la voluntad del ser humano de la voluntad de Dios. Esta posición
únicamente provee un lugar adecuado para el pecado y la culpa que se le debe adscribir.
15. La manera en que los sistemas racionalistas de filosofía dan cuenta del pecado es
escasamente menos cristiana que las teorías de las religiones paganas antiguas. Así, pues,
Hegel considera que el pecado representa meramente otra etapa en el desarrollo humano;
Schleiermacher, Ritter, Lipsius y otros, lo representan como consecuencia de la debilidad
humana de espíritu y voluntad; Ritschl considera que el pecado es ignorancia; por su lado,
la teoría evolucionista moderna lo ve como simplemente una etapa en el desarrollo bioló-
gico y moral.
16. Se han hecho esfuerzos para demostrar que, anterior al periodo de la cautividad
babilónica, no se puede detectar las huellas de la doctrina de Satanás en el Antiguo Tes-
tamento. Si esto ha de entenderse como que signifique que los judíos no supieran de
ángeles malos con antelación a ese periodo, la Biblia se encargaría fácilmente de refutarlo.
Aparte de la sola referencia de Zacarías 3:1-2, quizá no se encuentre otra referencia a
Satanás en la Biblia post-babilónica, aunque las hay numerosas en los libros anteriores.
(Compárense Job 1:6; 1 Crónicas 21:1; Salmos 109:6 y 106:37.) También existen nume-
rosas referencias a ángeles malos bajo la designación de “espíritus malos”, como en Jueces
9:23, 1 Samuel 16:14, y así por el estilo. El Nuevo Testamento desarrollará esta doctrina
de manera más plena. Si incluimos tanto la forma singular como la plural del vocablo
diabolus, encontraremos que el Nuevo Testamento lo utiliza cuarenta y dos veces, el
vocablo Satanás, veinte y tres veces, espíritu malo, ocho veces, espíritu mudo, tres veces, y
espíritu de adivinación, una vez.
El obispo Martensen, en su Christian Dogmatics, 186-203, nos ofrece una atractiva e
interesante presentación de este tema. Se le ha acusado de sostener un punto de vista
meramente impersonal de Satanás como “el principio cósmico”, sujeto a creación y de otra
manera sin existencia. Pero nos parece que no es cierta esa aseveración sobre su posición.
Algunos de sus planteamientos, es cierto, aparentan no salvaguardarse con la suficiente
diligencia, por lo que si se extraen de la discusión como un todo y se interpretan por sí
mismos, parecerían indicar que Satanás no es otra cosa que dicho principio impersonal, el
cual en ese caso vendría a ser el mal último. El obispo Martensen tiende hacia el punto de
vista cosmológico antes que soteriológico de la teología.
17. La tentación desde afuera estaba más que simbolizada por el instrumento de aquella
antigua serpiente--caída también ahora de su primer estado, al igual que el verdadero
tentador--llamada diablo, y Satanás, quien engañaba a todo el mundo. Lo distintivo de
este registro es de gran importancia. El mismo establece la diferencia entre el pecado
original de la tierra y el pecado original del universo. De hecho, no tenemos que asumir
que los ángeles que cayeron fueron tentados solo desde adentro; hay sobrada razón para
pensar que, como por la envidia que se le tuvo al diablo entró la muerte al mundo, así
también por la misma envidia, estimulada por algún otro objeto en el cielo, la muerte
entró a los ángeles. No puede ser que el pecado haya tenido su origen dentro del espíritu
de una criatura de Dios independientemente de una incitación desde afuera. Pero en el
caso del ser humano, la agencia de Satanás adquiere prominencia desde el principio de la
Biblia hasta el final, no para empequeñecer la culpa de la primera transgresión, sino para
mitigar su castigo, y sugerir por lo menos que existe una diferencia entre el pecado de los
ángeles y el de la raza humana (Pope, Compend. Chr. Th., II:14).
18. A. H. Strong señala algunos contrastes entre el Espíritu Santo y el espíritu de maldad
como sigue: (1) La paloma y la serpiente; (2) el padre de mentira y el Espíritu de verdad;
(3) seres humanos que son poseídos por espíritus mudos y seres humanos a quienes se les
LA DOCTRINA DEL PECADO 89
da hablar en diversos idiomas; (4) homicida desde el principio, y Espíritu que da vida,
regenera el alma y resucita nuestros cuerpos mortales; (5) el adversario y el Consolador; (6)
el acusador y el abogado; (7) Satanás que zarandea y el Maestro que avienta; (8) inteligen-
cia y maldad organizada del mal, y la combinación que hace el Espíritu Santo de todas las
fuerzas de la materia y el espíritu para edificar el reino de Dios; (9) el hombre fuerte que se
arma totalmente y el que lo supera en fuerza; (10) el mal que obra solo maldad, y el
Espíritu Santo que es el autor de la santidad en los corazones de los seres humanos. La
oposición de los ángeles malos desde el principio y siempre, a partir de su caída, puede ser
una razón por la que sean imposibles de redimir (Strong, Syst. Th., II:454).
19. El apóstol Pedro nos dice que los ángeles que apostataron fueron arrojados al infierno. La
palabra que se usa aquí es “tartarus”, que es donde únicamente ocurre en el Nuevo Tes-
tamento. John Dick dice que “por tartarus se entendía la más baja de las regiones inferna-
les, el lugar de oscuridad y castigo, donde eran confinados los culpables de impiedad hacia
los dioses y grandes crímenes contra los seres humanos. La palabra, tal y como la adopta el
Apóstol, transmite la misma idea general”.
Si aquí se propusiera la pregunta, “¿Por qué no se hizo provisión para la recuperación de
los ángeles caídos como se hizo para el ser humano?”, no se podría dar una respuesta
decisiva. Con todo, existen ciertas circunstancias vinculadas con la historia de los ángeles
caídos, y con la de nuestra raza, las cuales merecen consideración, ya que pueden arrojar
alguna luz sobre ese misterioso tema. (1) Estos eran sin duda superiores al ser humano en
dotes intelectuales, y por consiguiente menos propensos a ser engañados. (2) Dado que el
ser humano era en parte material y sujeto a la influencia de los sentidos, pudo ser que su
atención hubiera sido desviada, y su juicio torcido, por las seducciones que se les dirigían.
Pero los ángeles eran seres puramente espirituales, por lo que no podían estar propensos a
semejantes tentaciones. (3) El progenitor de la raza humana sostenía una relación federada
con toda su posteridad. En él ella permanecía o caía. Pero los ángeles eran individualmen-
te responsables, por lo que tal relación entre ellos era inexistente. (4) El hombre pecó en el
paraíso terrenal mediante la sutileza de un tentador, pero los ángeles pecaron en el paraíso
celestial sin que hubiera un tentador. Porque aunque no tenemos una historia de su
apostasía, sabemos que no fueron incitados por un ser de astucia superior, como lo fue con
el ser humano, ya que eran los únicos habitantes del cielo” (Wakefield, Chr. Th., 260).
Aunque no fueron tentados por uno fuera de su número, parece claro de lo que antecede
que, en efecto, cayeron mediante uno de su propio número.
20. Contra el argumento que con frecuencia se adelanta en el sentido de que Jesús y los
apóstoles meramente se acomodaron al lenguaje y las creencias de su día, Richard Whately
dice: “Tampoco puede decirse que Jesús y sus apóstoles simplemente dejaron a las perso-
nas a sus creencias, pensando que no valía la pena desengañarlos, y confiando que con el
tiempo ellos mismos descubrirían por su cuenta sus errores. Al contrario, nuestro Señor y
sus seguidores confirmaron tajante y rotundamente la doctrina a través de un número
expreso de declaraciones. Por ejemplo, nuestro Señor, en su explicación de la parábola del
trigo y la cizaña, dice explícitamente que el enemigo que siembra la cizaña es el diablo. Y
de nuevo, al explicar la parte de la parábola del sembrador en la que se dice que las aves se
comieron la semilla que cayó junto al camino, señala que ‘viene el malo y arrebata lo que
fue sembrado en su corazón’. Si, por lo tanto, la creencia en los espíritus malos es un error
completamente vulgar, no es ciertamente un error que Jesús y sus apóstoles sencillamente
se descuidaron en corregir, o que meramente toleraron, sino que concluyentemente in-
culcaron”.
21. “La Biblia enseña clara y enfáticamente la existencia separada, distinta y personal del
diablo, y de una hueste innumerable de espíritus malos comúnmente llamados demonios.
Aunque, en la propiedad estricta del lenguaje bíblico, hay solo un diablo--el príncipe de la
90 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
potestad del aire--, un Belial--un adversario--, a él se le une una hueste de espíritus malos
que participan de la misma naturaleza, y se ocupan de la misma obra que el padre de
mentira. … Los que niegan la existencia personal del diablo, tienen métodos extrañamente
distintos de interpretar la Biblia. Unos dicen que el diablo personifica cierto principio de
mal; otros dicen que es el propender del corazón al mal; aún otros dicen que el diablo
significa enfermedad, locura o demencia. Unos pocos preclaros pasajes bíblicos demostra-
rán lo absurdo de ese método de interpretar la Santa Palabra de Dios. Los escritores
sagrados no eran tan descuidados como para utilizar vagamente su lenguaje. Si no existe
un diablo personal, ¿cómo hemos de entender el caso del hombre que habitaba en los
sepulcros, según se registra en Marcos 5:2-16 y Lucas 8:27-38? Este hombre estaba poseí-
do por muchos demonios. Esos demonios ‘lo atormentaban’. ‘Salieron’ de él. ‘Entraron en
los cerdos’. Esos demonios tenían una existencia personal separada, y aparte, del hombre
del cual fueron expulsados. Entraron en el hombre y salieron de él. Existían antes de que
entraran en él, y continuaron existiendo después que salieron. Las acciones que se les
adscriben a estos demonios son tales, que solo pertenecen a seres personales reales”
(Obispo Weaver, Christian Theology, 106-107).
22. A. B. Bruce dice: “Para entender el paulinismo debemos notar cuidadosamente la
distinción entre hamartía y parábasis. Hamartía es objetivo y general; parábasis es subjeti-
vo y personal. Hamartía conlleva ciertos resultados malos, pero es preciso parábasis para la
culpa y la condenación” (compárese con MacPherson, Chr. Dogm., 247).
Olive M. Winchester llama la atención al hecho de que, en los vocablos anteriores para
pecado, la terminación abstracta ßá denota “estado” o “cualidad”. Así, hamartía, en sin-
gular, denota pecado como estado o calidad, y en plural, “pecados”. Hay también otro
sustantivo de este verbo, hamartema, un nombre concreto antes que abstracto, lo cual, por
tanto, denota una cosa o un acto.
“El pecado y la desobediencia son términos intercambiables. El pecado no es una
concepción arbitraria. Es la afirmación de la voluntad egoísta contra la autoridad suprema.
La persona que peca viola esencialmente la ‘ley’ para la que fue creado que cumpliera, pero
no lo hace solo por accidente ni como pormenor aislado. Esa ‘ley’, que expresa el ideal
divino de la constitución y crecimiento del ser humano, tiene tres aplicaciones principales.
Está la ‘ley’ de cada ser humano en su ser personal; está la ‘ley’ de su relación con las cosas
fuera de él; y está la ‘ley’ de su relación con Dios. Violar cualquier parte de esa ley triple es
pecado, ya que todas las partes son divinas” (Santiago 2:10; Westcott, Comm., 1 Juan
3:4).
El doctor Westcott también señala que Santiago considera el pecado como egoísmo
(1:14ss). Juan sostiene que “la injusticia”, o el fracaso en cumplir nuestras obligaciones
con los demás, es también pecado (1 Juan 3:4).
23. La definición del apóstol Juan es importante, puesto que señala la diferencia entre el acto
de infracción y el estado de infracción. Los términos que utiliza significan que el acto es el
resultado del estado, y que el estado es igualmente el resultado del acto. El pecado es solo
el acto de una voluntad primitiva transgresora, pero esa voluntad conforma el carácter
detrás de la voluntad futura, y determina sus fines. Esa declaración final del Apóstol puede
dividirse en sus dos bifurcaciones, cada una de las cuales arrojará luz sobre la terminología
general de la Biblia. El pecado es la separación voluntaria del alma de Dios: esto implica el
establecimiento de la ley de la actividad del yo, y en lo pasivo, la entrega a la confusión
interna (Pope, Compend. Chr. Th., II:30).
24. William Adams Brown señala que las consecuencias del pecado deben representarse de
acuerdo al punto de vista desde el cual se vea el pecado. Así, si se mira desde el punto de
vista moral, el pecado resulta en culpa; desde el punto de vista religioso, en enajenación;
LA DOCTRINA DEL PECADO 91
desde el punto de vista del carácter y los hábitos propios del ser humano, en depravación;
desde el punto de vista del gobierno divino, en castigo (cf. Chr. Th. in Outline, 277).
25. La conciencia del ser humano provee su propio y claro testimonio. Esa facultad de nuestra
naturaleza, o ese representante del Juez dentro de nuestra personalidad, es, en relación con
el pecado, simplemente el registrador de su culpa. Es la conciencia moral que fielmente
asume, antes por instinto que por reflexión, aunque siempre de ambas maneras, la res-
ponsabilidad personal del pecado, y que anticipa sus consecuencias. Ese es el significado
bíblico de la palabra. No lo es la norma del bien y el mal establecida en la naturaleza
moral. De esta norma el apóstol Pablo escribirá que estaba escrita en el corazón universal
del ser humano: los gentiles muestran “la obra de la Ley escrita en sus corazones” (Roma-
nos 2:15). El apóstol añadirá que la conciencia de los gentiles da “testimonio” al acusarlos
o defenderlos, lo que sin duda dirige la mirada hacia arriba, hacia un Juez, y hacia delante,
hacia un juicio. Lo que el apóstol Pablo llama sunéidesis, el apóstol Juan lo llama kardía,
queriendo referirse, sin embargo, no al corazón en el que Pablo ubica el asiento de la ley,
sino a la conciencia del ser humano interior. La conciencia es el yo de la personalidad, la
que en la humanidad universal nunca excusa pero siempre acusa, la que es “conciencia de
pecado” (Hebreos 10:2). Basta que establezcamos esa distinción entre la norma del bien y
el mal, la cual puede ser defectuosa, lo que no sería propiamente conciencia, y la concien-
cia moral, la cual unirá infaliblemente la falta y sus consecuencias dentro de la conciencia
del pecador (Pope, Compend. Chr. Th., II:34).
26. El vínculo entre el pecado y la miseria se deja sentir universalmente, cosa que nadie que
sea serio lo disputa. … Este vínculo es directo, ya que el pecado nos separa de Aquél, solo
en quien está nuestra felicidad, razón suficiente para que nos haga sumamente miserables;
esta relación es recíproca, pues que si la miseria emana del pecado, así, de nuevo, el pecado
emana continuamente de la miseria. El pecado es la semilla, y la miseria es la cosecha, pero
ésta trae continuamente consigo los granos para el semillero; de hecho, el pecado, no
meramente produce, sino que es en sí mismo la más grande de las miserias. El pecado
excede todavía más infinitamente en miseria toda tristeza que parcialmente cause, que
parcialmente aumente, que parcialmente prolongue. Hemos de considerar como su
amargo fruto, no solo la pesadumbre que venga directamente de Dios, sino el dolor que
los seres humanos infligen los unos sobre los otros, y hasta la calamidad que nosotros
mismos provocamos. La consciencia de pecado acrecienta, por un lado, cada carga de la
vida, y disminuye, por el otro, el poder para sobrellevarla con tranquilidad. Por la simple
razón de que el pecado es un mal mucho más general, vergonzoso y pernicioso que cual-
quiera otra plaga, deberá llamársele la causa más grande de lamentación (Van Oosterzee,
Chr. Dogm., II:434).
27. La culpa tiene otro significado. Es la obligación segura de castigo, o lo que a veces se
denomina el reatus poenæ. Debemos recordar que aquí se le considera como absoluta, sin
referencia a provisión expiatoria alguna; que es el castigo de un alma viviente y no una
aniquilación; y que es el castigo del espíritu humano que informa un cuerpo humano. El
alma que peca es culpable de muerte, o de ser separada del Espíritu Santo de vida: la
muerte del espíritu separado de Dios, que incluye la separación del alma del cuerpo, y esto
por la eternidad. Duro es decirlo así, si se toma aisladamente, pero su mitigación vendrá a
su debido tiempo (Pope, Compend. Chr. Th., II:36).
La Sagrada Escritura recapitula todas las perturbaciones de la vida humana, las cuales
son el resultado y castigo del pecado, al designarlas “muerte”. “La paga del pecado es
muerte” (Romanos 6:23 y Santiago 1:15; Romanos 5:12). Hay varias clases de muerte.
Con ese término la revelación querrá significar, no solo la muerte vinculada a la vida
interior--el parecido espiritual de la vida, el ser fingido que el pecador carga, separado de
Dios; no solo el estado dividido del ser humano interior, el resquebrajamiento y el
92 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
desmembramiento de los poderes espirituales, lo cual resulta del pecado; sino también la
muerte que abarca la vida exterior, toda la andanada de enfermedades y plagas que pasan
por la raza humana, y “todos los distintos males de los que la carne es heredera”, que se
consuman en la muerte, en la separación del alma y el cuerpo (Martensen, Chr. Dogm.,
209).
28. A pesar de que una explicación plena y satisfactoria de los oscuros relatos de la naturaleza
puede que resulte imposible dentro de los límites actuales de nuestra experiencia, con todo
una manera espiritual y moral de ver la naturaleza siempre volverá a las palabras del
Apóstol, en el sentido de que la criatura está sujeta a vanidad, y que gime por su redención
(Martensen, Chr. Dogm., 214).
La muerte física es el castigo del pecado humano, sin embargo, no en sí misma, sino por
su vinculación con la muerte espiritual, vinculación que en cierto sentido resulta de la
misma privación del Espíritu Santo, cuya habitación en la persona regenerada es la pro-
mesa de la resurrección física, así como el principio de la resurrección del espíritu a la vida.
De que es el castigo por el pecado del ser humano, es algo que se declara expresamente,
pues que fue por su causa que se le sujetó a la vanidad que recibieron en suerte las criaturas
inferiores, que se le negó acceso al árbol de la vida, y que se le entregó a la disolución que
ya pertenecía a la terminación natural de la existencia de los órdenes inferiores de los
habitantes de la tierra. … Todavía más, la muerte física en el sentido de aniquilación de
toda la naturaleza del ser humano, que es alma y espíritu, es algo a lo cual nunca se alude a
través de la Biblia. En la Biblia, morir, nunca significa extinguirse (Pope, Compend. Chr.
Th., II:39).
A. Weismann dice que el organismo no debe ser visto como una pila de material
inflamable, que se reduzca completamente a cenizas en un momento dado, y cuya dura-
ción se determine por su tamaño y el ritmo en que se quema; antes debe compararse a un
fuego al que se le puede añadir combustible fresco, y el que, sea que se queme rápida o
lentamente, puede mantenerse ardiendo tanto tiempo como sea necesario. … La muerte
no es una necesidad primaria, sino que es algo adquirido secundariamente, como por
adaptación (Weismann, Heredity, 8, 24).
29. La segunda consecuencia es, por tanto, la muerte espiritual, ese estado moral que surge de
la privación de la comunicación de Dios con el alma humana, la cual se había contami-
nado, y de aquella influencia que es la única fuente y origen de la justa y vigorosa direc-
ción y empleo de los poderes en los que consiste su rectitud; una privación de la que la
depravación, subsiguiente y necesariamente, proviene. Tal cosa, como ya hemos visto, fue
incluida en la amenaza original, y si Adán era una persona pública, un representante, la ha
transmitido a sus descendientes, quienes en su estado natural, se les considera que están
“muertos en sus delitos y pecados”. Es de esa manera que el corazón resulta engañoso
sobre todas las cosas, y desesperadamente malo; y que todo mal “de él procede”, como lo
hacen las corrientes corrompidas que de un manantial corrompido proceden (Watson,
Institutes, II:55).
CAPÍTULO 19
EL PECADO ORIGINAL
O LA DEPRAVACIÓN
HEREDADA
Hemos visto que la paga del pecado es la muerte. Hemos visto tam-
bién que los efectos del pecado no se pueden limitar al individuo, sino
que deben incluir igualmente en su alcance las consecuencias sociales y
raciales. Es a esas consecuencias que la teología aplica las expresiones de
pecado original y depravación heredada. Siguiendo nuestro procedi-
miento habitual, primero examinaremos la Biblia misma, de modo que
podamos establecer el hecho de la depravación humana; y partiendo de
ese hecho, ya establecido, intentaremos construir una doctrina que esté
en armonía tanto con la Biblia como con la experiencia humana.1 Hay,
pues, dos preguntas que surgen inmediatamente. La primera, ¿se ligarán
esas consecuencias a Adán como la cabeza federal o representante oficial
de la raza; o se considerarán sencillamente como las consecuencias
naturales de la relación de la raza con Adán? La segunda, ¿en qué
sentido deben esas consecuencias ser vistas como pecado, y en qué
sentido como depravación heredada? Dado que el término, pecado
original, parece proveer una vinculación más directa con el asunto que
se discutió en el capítulo anterior, examinaremos primero los pasajes
bíblicos que tratan con el pecado original, y luego los que tratan con la
depravación heredada.
Respecto al pecado original, la Biblia enseña que la presencia de la
muerte en el mundo, con todos los males que la asisten, se debe al
pecado del ser humano. “Por tanto, como el pecado entró en el mundo
por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron. Antes de la Ley ya había pecado en
94 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
EL PECADO ORIGINAL O LA DEPRAVACIÓN HEREDADA 95
universalidad del pecado. En una ocasión decía que “cada uno de los
miembros de la raza humana, la cual desde Adán cayó bajo el poder de
la muerte y el engaño de la serpiente, ha cometido transgresión
personal”; pero en otra ocasión, hablando de la posteridad de Adán,
decía que, “ellos, por ser como Adán y Eva, obraron para sí su propia
muerte”. Parece que Clemente sostuvo la posición que se conocería más
tarde como pelagianismo. Repudió la idea de cualquier corrupción por
herencia. Los teólogos griegos posteriores, quienes siguieron general-
mente a Orígenes, asumieron la misma posición. Sostuvieron que el
pecado original era meramente corrupción física, por lo que no se le
podía en realidad considerar merecedor de culpa. El pecado, por tanto,
no tuvo su origen en Adán, sino exclusivamente en la voluntad
humana. Así, respecto al pecado original, Cirilo diría que, “cuando
venimos al mundo, no tenemos pecado, mas ahora lo tenemos por
nuestro escogimiento”. Crisóstomo sostuvo una posición similar. Por
tanto, en términos generales, podemos decir que la iglesia oriental
consideraba el pecado original como ligado solo a la naturaleza física y
sensible, pero no a la volitiva y racional. El pecado original, pues, fue
suplantado con la creencia de la maldad original.
La controversia pelagiana. La controversia entre Pelagio y Agustín fue
en realidad la concentración de la atención de dos grandes sistemas de
teología que se oponían mutuamente--el del oriente y el del occidente.
Pelagio puso extremadamente de relieve la autodeterminación del
individuo para el bien o el mal, pero negó que el pecado de Adán
afectara a alguien que no fuera a Adán mismo.3 Por tanto, negó que
hubiera depravación heredada o pecado racial alguno. Los descendien-
tes de Adán nacieron en condiciones idénticas a aquellas en las que
Adán fue creado, y como él, pecaron por transgresión directa. El
pecado prevalece, decía Pelagio, debido al mal ejemplo. Agustín, por su
lado, destacaría el pecado racial o la depravación, al punto de excluir
toda libertad individual verdadera. Adoptó un realismo extremo al
mantener que Adán y la raza a una pecaron--toda la raza estuvo en
Adán cuando este pecó, por tanto, todos en realidad pecaron en él. El
pecado racial que comenzó en Adán tenía la naturaleza de concupiscen-
tia, la ascendencia de la carne sobre el espíritu. Fue esto lo que intro-
dujo la necesidad de pecar, y fue la naturaleza que Adán transmitió a
sus descendientes lo que los hizo, no solo depravados, sino culpables en
sí mismos, como lo fue Adán. El semipelagianismo procuró mediar
entre los dos extremos, por lo que sostuvo que el pecado original era
EL PECADO ORIGINAL O LA DEPRAVACIÓN HEREDADA 99
EL PECADO ORIGINAL O LA DEPRAVACIÓN HEREDADA 103
EL ORIGEN Y LA TRANSMISIÓN
DEL PECADO ORIGINAL
Si concedemos que el pecado original tiene su origen en el pecado
de Adán, lo que procede ahora es considerar la manera en que se
transmite a los miembros individuales de la raza, y el carácter que le
atañe. Las teorías al respecto se conocen generalmente como “modos de
transmisión”, o, en la teología calvinista, “teorías de imputación”.
Existen tres teorías principales. La primera es la del modo realista, la
cual considera a Adán la cabeza natural de la raza, e identifica a su
104 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
EL PECADO ORIGINAL O LA DEPRAVACIÓN HEREDADA 109
112 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
sostenían que esa pena era remitida por el don gratuito impartido a
todos los seres humanos como primer beneficio de la expiación hecha
por el Cordero inmolado desde la fundación del mundo. Los arminia-
nos tardíos, debido a sus tendencias pelagianas, arribaron a la misma
conclusión, pero de manera menos bíblica, puesto que negarían que las
consecuencias del pecado de Adán fueran de naturaleza penal. Sus
diferentes posiciones respecto a la naturaleza de la depravación
heredada, reflejan la misma aparente contradicción. Tanto el arminia-
nismo temprano como el tardío sostenían que la culpa, en sentido de
falta o demérito, no le atañía a la depravación heredada. Aquí también
el arminiano se distingue del calvinista. No obstante, el arminianismo
temprano sostendría que la depravación heredada posee la naturaleza de
pecado, y que la culpa le atañía originalmente, solo que había sido
remitida por el don de la gracia. El arminianismo tardío consideraría la
depravación heredada como meramente herencia natural, sin demérito
o culpabilidad. De nuevo, el arminianismo temprano consideraría al ser
humano incapaz por sí mismo para la fe en Dios, y para invocarlo, pero
también consideraría que esa carencia de capacidad natural era
restaurada en la forma de una capacidad de gracia.
EL PECADO ORIGINAL
EN SUS RELACIONES GENERALES
Hemos visto que el vínculo entre el pecado original y la doctrina
cristiana de salvación es fundamental y universal. El pecado de Adán,
sus consecuencias para la raza, la expiación de Cristo, y la gracia del
Espíritu, todos son cuestiones intrincadamente enlazadas. Cualquier
posición que se asuma respecto a una, sea teológica o práctica, las
afectará a todas. Pero surgen varias preguntas generales a las que se les
debe dar consideración, que son: (1) ¿Cuál es la condición moral del ser
humano cuando nace? (2) ¿En qué sentido es esclavo del pecado? (3)
¿Es posible conocer la mente carnal aparte de sus manifestaciones? (4)
Y, ¿cuál es la diferencia entre el pecado original y la flaqueza humana?
La naturaleza corrupta del ser humano. La naturaleza del ser humano,
cuando viene al mundo, está corrupta, alejada en demasía de la justicia
original, en aversión contra Dios, sin vida espiritual e inclinada al mal,
y esto de continuo. Sin embargo, debido a que no se es responsable de
esa naturaleza depravada, a la misma no le atañe culpa o demérito
alguno. Pero esto no es por razón de que la depravación no sea
condenable, sino porque, por medio de la gracia de nuestro Señor
EL PECADO ORIGINAL O LA DEPRAVACIÓN HEREDADA 123
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. El tratado de Juan Wesley sobre el pecado original ha sido caracterizado como una de las
reflexiones más fieles y rigurosas de esa doctrina bíblica conocidas en nuestro idioma. Su
sermón sobre “El Pecado en los Creyentes” es igualmente fiel a los hechos de la experien-
cia cristiana. Ese sermón fue el resultado de su conflicto con los moravos. Después de
emerger de su laberinto de dudas y perplejidades, hizo una declaración de los siguientes
principios, según Harrison los resume. “Aunque el alma principia una nueva vida en la
hora de la conversión, queda en uno no solo la capacidad para pecar, sino la tendencia a
hacerlo. El viejo Adán del pecado activo, de la resistencia a Dios, y del antagonismo a la
santidad, se ha ido: ha sido sepultado con Cristo por la gracia regeneradora del Espíritu
Santo. Pero la caída adánica es más que un ordenamiento de vida, y el nuevo nacimiento
es más que un cambio de un conjunto de móviles a otro. Después que hemos pasado de
muerte a vida, permanecemos conscientes de la naturaleza moral enferma, cuyos aliados
son la carne y la sangre; y aunque estas son conquistadas, no son aniquiladas por el cambio
que nos hace hijos de Dios. … La mente sagaz de Wesley analizó su propia experiencia, y
siendo que se encontró que en realidad no estaba libre de la guerra entre el bien y el mal,
escudriñó la Biblia, y ellas lo guiaron a las cosas profundas de Dios. Las aspiraciones de su
alma por una vida elevada habían sido acentuadas por las dudas en las que había caído; y
cuando se arrojó una vez más a la misericordia de Dios en Cristo Jesús, el Espíritu de
poder y de amor y de una buena conciencia, se le manifestó en su pureza, y de nuevo fue
abrigado con un espíritu de regocijo, y poseído de una paz que el mundo no puede dar ni
puede quitar” (Harrison, Wesleyan Standards, I:256-257).
2. La iglesia cristiana primitiva exhibe la verdad como la ha extraído de la Biblia, aunque con
el germen de cada error que subsecuentemente aquí y allá aparecería. Antes de la herejía
pelagiana, ya los padres griegos y latinos sostenían generalmente el Vitium Originis, lla-
mado así primero por Tertuliano, aunque todos harían hincapié en la cooperación de la
voluntad humana, iluminada por la enseñanza y la gracia. Los latinos serían más enfáticos
en cuanto a ambas (Pope, Compend. Chr. Th., II:74).
Tertuliano (200) propuso la teoría de la depravación natural, la que parecía estar
estrechamente ligada a sus puntos de vista sobre la traducción de las almas. Al él se le
atribuye generalmente la autoría de la doctrina del “pecado original”, la cual formuló de la
126 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
siguiente manera: “Además del mal que viene a un alma por medio de la intervención de
los espíritus malos, existe un antecedente de maldad, que en cierto sentido es natural, el
cual surge de su origen corrupto”. Esa doctrina la elaborarían más tarde Cipriano y Agus-
tín, pero daría origen a agrias controversias (Crispen, Hist. Chr. Doct., 90).
3. Según Wiggers los presenta, los siete puntos del pelagianismo son como sigue: (1) Adán
fue creado mortal, de modo que hubiera muerto aun si no hubiera pecado; (2) el pecado
de Adán hirió, no a la raza humana, sino solo a Adán; (3) los infantes, cuando nacen, se
encuentran en las mismas condiciones que Adán antes de la caída; (4) la raza humana
como un todo, ni muere por causa del pecado de Adán, ni se levanta por causa de la
resurrección de Cristo; (5) los infantes, aunque no se hayan bautizado, obtienen la vida
eterna; (6) la ley es un medio de salvación tan útil como el evangelio; y (7) antes de Cristo,
hubo personas que vivieron sin cometer pecado. (Estas personas fueron Abel, Enoc, José y
Job; y entre los paganos, Sócrates, Arístides y Numa.) Los errores del pelagianismo pueden
refutarse tanto por la Biblia como por la historia. El pelagianismo ha sido considerado por
la iglesia como una herejía, y los individuos que lo han sostenido solo lo han hecho espo-
rádicamente.
El pelagianismo, en su relación con la negación del “pecado original”, y de la muerte
como el efecto del pecado, fue formalmente condenado como herético por el Concilio
General de Éfeso en 431 d.C. Pero la controversia no terminó. El agustinianismo nunca
fue aceptado completamente por los teólogos de oriente, quienes rechazaban la predesti-
nación para adherirse a la doctrina del pecado original, lado a lado con la libertad humana.
Fue en occidente donde el agustinianismo alcanzó el favor. Algunos de los monjes de
Hadrumento fueron hasta el extremo de declarar que Dios había predestinado hasta los
pecados de los malos.
4. El dogma que se definió en el Concilio de Trento combinó la identificación realista que el
agustinianismo hacía de Adán y la raza, con la idea negativa semipelagiana de los efectos
de la caída. A Adán, creado a la imagen de Dios, y dotado de libre albedrío y de perfecta
armonía tocante a los elementos puramente naturales, se le había añadido el don de la
justicia original: conditus in puris naturalibus, lo hacía in justitia et sanctitate constitutus. La
justicia original era un don sobrenatural añadido, pero la pérdida de este refrenamiento
añadido arrojó la raza de vuelta a su condición creada de contrariedad entre la carne y el
espíritu. En el bautismo se quita la culpa de la ofensa original que provocó la pérdida, pero
no la concupiscencia que resultó de la transgresión y que lleva a la transgresión, aunque ya
aquella no tenga en sí misma la calidad esencial de maldad. … Todas las confesiones
reformadas protestaron contra esa posición, pues que afirmaban que la concupiscencia
tenía en sí misma la naturaleza del pecado. Por lo demás, la teoría romana admite que la
caída ha nublado la imagen natural, que la naturaleza total del ser humano ha sido herida,
y que así se propaga (Pope, Compend. Chr. Th., II:77).
5. Melanchthon definió el pecado original como una corrupción de la naturaleza que fluye
de Adán, pero sostuvo la imputación mediata antes que inmediata de ese pecado a la raza.
Decía: “Por razón de esa corrupción, los seres humanos nacen culpables, e hijos de ira, es
decir, condenados por Dios, a menos que se obtenga remisión. Si alguien desea añadir que
los seres humanos nazcan culpables por razón de la caída de Adán, no objetaré”. Entre los
teólogos luteranos, Calixto negaría que la culpa ataña al pecado original. Tanto Gerhard
como Quensted favorecieron la imputación mediata.
6. El orden de los decretos en el sistema arminiano es como sigue: (1) permitir la caída del
hombre; (2) enviar el Hijo para que sea plena satisfacción por los pecados de todo el
mundo; (3) remitir, sobre esas bases, todo el pecado original, y dar una gracia tal que
capacite a todo el mundo en la obtención de la vida eterna; (4) ordenar para salvación a
todos los que hacen valer esa gracia y perseveran hasta el fin.
EL PECADO ORIGINAL O LA DEPRAVACIÓN HEREDADA 127
128 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
el caso en donde se ha fusionado bajo formas de un alto monismo panteísta (Hodge, Syst.
Th., II:221-222).
10. John Miley, en su comentario sobre ese pasaje de Owen, dice que, “una inspección
estrecha le descubrirá serias deficiencias lógicas, las cuales, al señalárselas, demostrarán aún
más lo infundado de la teoría. El argumento principia con la presuposición de una exis-
tencia rudimentaria de todos los seres humanos en Adán, tanto en lo que respecta al alma
como al cuerpo. Que el alma haya existido de esa manera en Adán, todavía permanece una
pregunta abierta para los teólogos. Agustín mismo la tuvo siempre en serias dudas. Cal-
vino la rechazó, y con él, la mayoría de los teólogos reformados. No ha tenido lugar en el
credo de la iglesia. Cuando un principio tan dudoso ocupa el lugar de una premisa lógica,
no puede haber fuerza en el argumento como un todo. A partir de una existencia que se
asume así en Adán, el argumento es como sigue: ‘puede decirse que su voluntad era la
nuestra’. ¡Puede decirse! ¡Cuántas cosas pueden decirse sin la debida garantía para decirlas!
La debilidad de esa teoría queda de manifiesto cuando el mejor apoyo que se le atribuye es
una premisa dudosa y una inferencia meramente hipotética” (Miley, Systematic Theology,
I:490-491).
11. El profesor Moses Stuart caracteriza muy hábilmente esta teoría como una de “culpa
ficticia pero de condenación verdadera”. El doctor Baird dijo: “Aquí tenemos un pecado
que no es crimen, sino una mera condición que nos considera y trata como pecadores; y
una culpa que está desprovista de pecaminosidad, y que no implica demérito moral o
vileza”. Hollaz sostuvo que Dios trata a los seres humanos de acuerdo a lo que previó que
harían, si estuvieran en el lugar de Adán (compárese con Strong, Syst. Th., II:615).
12. Henry C. Sheldon, al referirse a la teoría de la imputación inmediata, dice: “¿Qué es esta
sino la apoteosis de un artificio legal? El mismo Dios cuya mirada penetrante quema cada
artificio con el que un hombre pueda cobijarse, y que de inmediato expone la realidad
desnuda, aquí se representa como alguien que ata su juicio a un gigantesco artificio, en el
sentido de que considera culpables a incontables millones de una transgresión que sabe
que se cometió antes de que personalmente existieran, pero que les era tan imposible de
prevenir como imposible les hubiera sido impedir el fíat de la creación. Si eso es justicia,
entonces no se conoce el significado del giro justicia. Los seres humanos que están en sus
cabales condenan el salvajismo de una tribu que trate a toda una nación como enemiga
porque uno o más de sus representantes la hayan ofendido. ¿Podrán, entonces, los seres
humanos que estén en sus cabales concebir que un Dios santo condene por adelantado a
una raza antes de que existiera, a causa del pecado de uno?” (Sheldon, Syst. of Chr. Doct.,
320).
Esta teoría niega toda participación directa de la raza, ya sea en el acto o en el demérito
del pecado de Adán. En esto se distingue de la teoría realista, la cual, en su alta forma, en
ambos caso la afirma. Por cuanto la raza no tuvo parte en la acción de Adán, su pecar no
pudo haber tenido consecuencia inmediata de demérito y culpa sobre aquella, como la
tuvo sobre él. Por tanto, antes del acto judicial de imputación inmediata, todos debieron
de hecho ser inocentes, y así debieron aparecer a la vista de una justicia divina que proce-
dió a protegerlos de la culpa de un pecado extraño, un pecado que en ningún sentido les
pertenecía, tras lo cual, con motivo de esa culpa gratuita, la condena de la depravación
moral y de la muerte les fue infligida. Así, aunque de hecho inocente, a la raza se le hace
objeto de culpa y castigo (Miley, Syst. Th., II:503).
13. Lo arbitrario del sistema del pacto se demuestra en el hecho de que se propone de más de
una manera. Coccio, quien originó el sistema, y Burmann, uno de sus seguidores inme-
diatos y exponente capaz del sistema, sostenían que el pacto de gracia era entre Dios y los
elegidos, y que el oficio de Cristo era meramente el de mediador. Herman Witsius soste-
nía que el pacto de gracia era primariamente un pacto eterno entre el Padre y el Hijo, y de
EL PECADO ORIGINAL O LA DEPRAVACIÓN HEREDADA 129
manera solamente secundaria, un pacto entre Dios y los elegidos. Francis Turretin y
Charles Hodge, quienes defendieron el esquema pacto-imputación, sostenían que en el
pacto de las obras estaban Dios y el primer Adán, y en el de la gracia, Dios y el último
Adán.
E. C. Robinson piensa que es perfectamente cierto que Jonatán Edwards no se acogiera
a la doctrina de imputación inmediata, y que no hay evidencia decisiva de que se acogiera
a la imputación mediata de Placio. Su creencia era en “una unión real entre la raíz y las
ramas del mundo de los seres humanos, establecido por el Autor del sistema total del
universo”; en “el pleno consentimiento de los corazones de la posteridad de Adán a la
primera apostasía”. Por tanto, el pecado de la apostasía no es de ellos meramente porque
Dios se lo haya imputado, sino que lo es, verdadera y propiamente de ellos, y es sobre esa
base que Dios se lo imputa (Agustín, Original Sin. Compárese con Robinson, Christian
Theology, 155).
14. La naturaleza sensible, como utilizamos aquí el término, es bastante más amplia que la
naturaleza física, y es el asiento de muchas más sensibilidades que las apetencias conside-
radas más especialmente físicas. Estos sentimientos múltiples tienen sus funciones corres-
pondientes en la economía de la vida humana. Si la naturaleza sensible goza de un tono
saludable y un estado normal, estos sentimientos se subordinarán al sentido de la pruden-
cia y de la razón moral, cumpliendo así sus funciones en consistencia con la vida espiritual.
Cuando la naturaleza sensible esté en un estado desordenado, las sensibilidades serán
irregulares. De ahí surgirán las malas tendencias, y los impulsos y apetencias viciosas, y las
formas de sentimiento desordenadas, y así todo lo que pueda incluirse en “los deseos de la
carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16). El estado desorde-
nado de la naturaleza sensible se demuestra claramente en los muchos casos de sensibili-
dades desordenadas y pervertidas de la vida humana. Este estado desordenado es parte de
la depravación de la naturaleza humana. La naturaleza moral es el asiento de lo consciente,
y de la razón moral. Así como lo hay de la naturaleza sensible, también puede haber un
estado desordenado de la naturaleza moral; un estado en el que la razón moral se oscurece
o pervierte, y la conciencia queda muda y prácticamente impotente. Dios, o no se verá, o
se verá de manera tan tenue, que verlo tendrá poco o ningún poder gobernante; porque,
aunque en la realidad de su existencia Dios todavía puede ser aprehendido por la razón
lógica o intuitiva, es solo en la aprehensión de la conciencia moral que Él llega a ser una
presencia viviente (Miley, Systematic Theology, I:443-444).
15. La expresión, “pecado original”, como se conoce habitualmente, denota “la corrupción
inherente en la que nacen todos los seres humanos desde la caída”. En la ciencia, distinto
de la teología, el término correspondiente es “herencia”, como sea que la entienda la
ciencia, y en la medida en que, según ese conocimiento, la entienda correctamente. Noso-
tros debemos ir, más allá de la ciencia, a la Biblia, y afirmar que esa corrupción de la
herencia no es una mera “viciosidad no condenable”. Si esa corrupción de la herencia cae
en alguna medida bajo la lupa de un Dios que se considera un Ser moral, la tendrá que
juzgar o agradable o detestable. Si lo primero, entonces no es corrupción moral, lo cual
sería contrario a nuestra hipótesis; pero si lo segundo, entonces será condenable. El go-
bierno moral de Dios, y de aquí, su plan de redención, no tiene nada que ver directamente
con una mera viciosidad o corrupción física. Concluimos, por tanto, que el pecado origi-
nal no es meramente corrupción de herencia, sino que le atañe la calidad de condenación
(Foster, Theology, 406).
16. La posición de Arminio es como sigue: “Dado que el tenor del pacto en el que Dios entró
con nuestros primeros padres fue este: que si continuaban en el favor y la gracia de Dios,
por razón de la observancia de ese precepto y de otros, las bondades que les habían sido
conferidas se transmitirían a su posteridad, en virtud de la misma gracia divina que habían
130 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
en él. La aspiración que pone más de manifiesto esa vida nueva es la de la comunión y
relación continuas con Dios; y dado que esa es la fuente de la nueva vitalidad, esa renova-
da vitalidad se expresa a sí misma en un “asirse al Señor” con un “propósito de corazón”
siempre más vigoroso. En una palabra, que la santidad del cristiano depende totalmente
de la presencia del Santificador. Podemos ocuparnos en nuestra propia salvación solo en la
medida en que Dios produzca en nosotros “así el querer como el hacer” (Watson, Theolo-
gical Institutes, II:80).
19. Watson, Raymond, Field y Banks se inclinan más hacia la imputación inmediata; Pope,
más hacia la idea de que es mediata. “Y por cuanto Adán era una persona pública, un
representante, este estado de muerte, de separación de Dios, se ha traspasado a sus des-
cendientes, quienes, en su estado natural, se señala que están, por consiguiente, ‘muertos
en delitos y pecados’, ajenos a Dios, y por consecuencia, llenos de maldad” (Field, Hand-
book Chr. Th., 151). “La transmisión de la culpa, en el sentido restricto ya explicado, es
perfectamente justificable, si justificable es el principio representativo o federal en lo
moral, y en esferas similares. Luego, pues, la transmisión de la culpa se convierte en la base
para la transmisión de la naturaleza corrupta” (Banks, Manual of Chr. Doct., 139). “La
imputación del pecado de Adán a su posteridad se confina a sus resultados legales. Si un
hombre comete traición, y por esa causa pierde sus bienes, su crimen es imputado de
suerte tal a sus hijos que, con él, se ven obligados a sufrir la pena de su ofensa. No quere-
mos decir, sin embargo, que el acto personal del padre se les inculpe a los hijos, sino que
esa culpa o sujeción al castigo por el pecado de aquel, les es transferida de una manera tal
que hasta sus consecuencias legales sufren” (Raymond, Chr. Th., 293).
Ha de observarse que la Biblia nunca separa la condenación de la depravación; la una
está siempre implícita en la otra, a la vez que ambas están generalmente vinculadas con la
gran salvación. Es imposible concebir estas dos como separadas entre sí; sin embargo, la
precisión del lenguaje bíblico sugiere que los que nacen con una tendencia pecaminosa
están por consiguiente condenados, y que el hecho de que lo estén, los hace por necesidad
depravados. Hay un pasaje que lo ilustra de manera sugestiva. El Apóstol habla de que los
convertidos efesios estaban bajo el dominio de la carne, en el sentido pleno en que se ha
señalado anteriormente, demostrando así que eran por naturaleza hijos de ira. Aquí se
juntan la depravación y la condenación del estado natural: es el caso solitario en el que se
señala que la naturaleza del ser humano está bajo ira; pero la ira está sobre los que viven
sujetos a esa naturaleza, antes que sobre la naturaleza en sí; y a ambos se les trae en estre-
cha vinculación con Cristo, la luz de cuya venida ya alumbra, aunque todavía la oscuridad
no haya pasado (Pope, Compend. Chr. Th., II:54).
20. Es un hecho notable, el cual no debe pasarse por alto, que casi todos los teólogos
calvinistas que han intentado determinar la doctrina arminiana sobre este asunto, han
derivado sus puntos de vista de las nociones semipelagianas de Whitby, en lugar de deri-
varlas de Arminio mismo, o de los que lo apoyan. Por ejemplo, veamos lo que el doctor
Dick afirma respecto a los arminianos: “Ellos no admiten que el efecto de la caída fuera
una pérdida total de lo que llamamos la justicia original”. También los representa como
sosteniendo que, aunque el ser humano “cayó de un estado de inocencia e integridad, y su
apetito estaba ahora más inclinado a la maldad que antes”, con todo, “no cayó en un
estado de impotencia moral, ni perdió completamente su poder para hacer el bien”. Que
algunos que se llamen arminianos discurran de esa manera, no lo negaremos; pero adscri-
bírselo a Arminio, o a alguno de sus auténticos seguidores, es palpablemente una falsa
representación. El primer pecado, de acuerdo al gran teólogo, trajo sobre los ofensores el
desagrado divino, la pérdida de aquella santidad y justicia primitiva en las que fueron
creados, y la sujeción a una muerte dual. “Por tanto”, dice, “cualquier castigo que vino
sobre nuestros primeros padres, ha penetrado y acosado igualmente a su posteridad; por lo
132 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
tanto, todos los hombres ‘son por naturaleza hijos de ira’ (Efesios 2:3), sujetos a condena-
ción, y a la muerte tanto temporal como eterna. También están privados de la santidad y
la justicia original. A menos que no hubieran sido liberados por Jesucristo, hubieran
permanecido eternamente oprimidos por esos males”. Debe, por consiguiente, ser eviden-
te para toda mente imparcial, que tanto los arminianos como los calvinistas sostienen la
doctrina de la total depravación del ser humano (Wakefield, Christian Theology, 299).
21. Esto, por tanto, es la base general de la justificación. Por el pecado del primer Adán, quien
no solo fue el padre, sino también el representante de todos nosotros, todos quedamos
destituidos del favor de Dios; todos vinimos a ser hijos de ira; o, como los expresa el
Apóstol, “el juicio vino sobre todos los hombres para condenación”. Con todo, por el
sacrificio por el pecado hecho por el segundo Adán, como representante de todos noso-
tros, Dios está a tal punto reconciliado con todo el mundo, que les ha dado un nuevo
pacto; y dado que así, de una vez, la clara condición se había cumplido, “no hay más
condenación” para nosotros, sino que “somos justificados gratuitamente por su gracia, por
medio de la redención que es en Cristo Jesús” (Wesley, Sermon: Justification by Faith).
La enseñanza de este último pasaje, el apóstol Pablo la resumen y confirma al proponer
que Jesucristo, el segundo Adán, fue dado a la raza humana como la fuente de una justicia
original que ayuda a cancelar, y más que cancelar, los efectos del pecado original en el caso
de aquellos que serían su simiente espiritual. Por tanto, ese don primitivo era una provi-
sión objetiva para todos los descendientes del primer pecador, cuyos beneficios se aplica-
rían a aquellos que abrazaran con su fe al Salvador. Pero es importante recordar que el
mismo asumió la forma de un don gratuito original para la raza entera, antes de iniciada la
transgresión, y que ha afectado en muchos respectos el carácter del pecado original: sus-
pende el pleno vigor de su condenación, y, hasta cierto grado, contrarresta su depravación
(Pope, Compend. Chr. Th., II:55).
22. Las “objeciones al antinomianismo” que presentó Fletcher bien podrían denominarse
clásicas en la teología wesleyana. En su “tercera objeción”, él adelanta los cuatro grados
que componen la justificación eterna de un santo glorificado. Son como sigue: (1) la
justificación de la infancia; (2) la justificación o perdón de los pecados actuales, como
resultado de haber creído; (3) la justificación por obras, de la epístola de Santiago; y (4) la
justificación del día del juicio.
“Todos esos grados de justificación”, dice él, “es Cristo quien los hace igualmente
meritorios. Nada hacemos para merecer el primero, puesto que nos encuentra en estado de
total muerte. En pro del segundo, creemos, pero lo hacemos por el poder que se nos da
libremente en el primero, y por el auxilio adicional de la palabra de Cristo y la agencia del
Espíritu. En pro del tercero, obramos por fe. En pro del cuarto, continuamos creyendo en
Cristo, y colaborando con Dios, según tengamos oportunidad.
“Predicar distintivamente estos cuatro grados de la justificación del santo glorificado,
tiene ventajas particulares. La primera justificación capta la atención del pecador, estimula
su fe, y atrae con amor su corazón. La segunda hiere al fariseo que se justifica a sí mismo,
el cual obra pero no cree, a la vez que ata el corazón del publicano arrepentido, quien no
tiene otro ruego que el de, ‘Dios, se propicio a mí, pecador’. La tercera detecta la hipocre-
sía y destruye las vanas esperanzas de todos los antinomianos, quienes, en lugar de ‘mos-
trar su fe por sus obras, niegan con las obras al Señor que los rescató, y le traen abierta
vergüenza’. Y, en tanto que la cuarta hace que hasta ‘un Félix tiemble’, hace también que
los creyentes ‘pasen aquí el tiempo de su peregrinación en temor humilde’, y alegre vigi-
lancia.
“Aunque todos estos grados de justificación se encuentran en los santos glorificados,
violentamos la Biblia si pensamos... que son inseparables. Como sucedió con Faraón, caen
del primero todos los malos que ‘contristan el Espíritu que convence’, los cuales son
EL PECADO ORIGINAL O LA DEPRAVACIÓN HEREDADA 133
finalmente entregados a una mente reprobada. Caen del tercero, y, como Himeneo, Fileto
y Demas, pierden el segundo, todos los que ‘reciben la simiente entre espinas’, todos los
que ‘no perdonan a sus consiervos’, todos los que ‘comienzan por el Espíritu y terminan
por la carne’, y todos los que ‘se apartan’ y vienen a ser hijos e hijas ‘de perdición’. Y nadie
participa del cuarto, sino solo los que ‘llevan fruto para perfección’, según una u otra de las
dispensaciones divinas: ‘cual a treinta por uno’, como entre los paganos, ‘cual a sesenta por
uno’, como entre los judíos, y cual ‘a ciento por uno’, como entre los cristianos.
“Tal parece que, a partir del todo, aunque no podemos hacer absolutamente nada en
favor de nuestra justificación, decir que ni la fe ni las obras se requieren para los otros tres
grados, es una de las aseveraciones más atrevidas, antibíblicas y peligrosas del mundo,
puesto que deja de un lado lo mejor de la Biblia, mientras que permite que el oleaje del
antinomianismo crudo arrope totalmente la iglesia” (Fletcher, Works, I:161-162).
23. Pero la justicia que se confirió a la raza antes de que el curso de su historia comenzara,
tenía la naturaleza de una provisión que contrarrestara los efectos del pecado, una vez el
pecado original llegara a ser actual. No abolió de inmediato los efectos de la caída en la
primera pareja, cuyo pecado original era también en ese caso transgresión actual; no los
colocó en un nuevo estado probatorio, ni excluyó la posibilidad de una raza futura de
pecadores. La gran expiación ahora se había hecho necesaria: tan necesaria para estos
padres de la raza como lo sería después que se diseminaran en multitudes incontables. El
Redentor ya era el don de Dios para el ser humano; pero todavía era “el que vendría”,
como el apóstol Pablo una vez lo llamó con relación a ese mismísimo hecho: hizo del
primer pecado el primer tipo del Salvador del pecado. La expiación no quita el pecado por
lo soberano de una gracia arbitraria, sino por la virtud de una gracia que perdona y sana a
todos los que creen. La casa de una nueva humanidad se había comenzado a edificar de
inmediato--la simiente espiritual del segundo Adán--siendo el mismo primer Adán la
primera piedra viviente del nuevo templo. Y al referirse a la vida que se le otorga a esa
nueva raza, el apóstol Pablo no escatima palabras para demostrar cuánto más sobreabunda,
cuánto más sobrepasa el efecto de la caída (Pope, Compend. Chr. Th., II:56).
24. En cuanto al caso de Adán y sus descendientes adultos, se verá que todos quedaron sujetos
a la muerte corporal. Aquí había justicia. Pero por medio de la expiación, la cual declara
eficazmente la justicia de Dios, esa sentencia queda revertida por una resurrección glorio-
sa. De nuevo, cuando Dios, la fuente de la vida espiritual, se retrajo de Adán, éste murió
una muerte espiritual y se corrompió en lo moral; y, dado que “lo que es nacido de la
carne, carne es”, toda su posteridad está en la misma condición. Aquí hay justicia. Luego,
la vida espiritual visita al ser humano desde otro lugar y por otros medios. El segundo
Adán es un “espíritu vivificante”. Gracias a la expiación hecha por éste, al ser humano se le
ha dado el Espíritu Santo, quien podrá de nuevo infundir la vida celestial en su naturaleza
corrupta, y regenerarla y santificarla. Aquí hay misericordia. Y en cuanto a un estado
futuro, se promete vida eterna a todos los que creen perseverantemente en Cristo, quien
revierte la sentencia de muerte eterna. Aquí, de nuevo, encontramos la manifestación de la
misericordia (Wakefield, Christian Theology, 294).
25. Pero, para la interposición del plan de redención, ningún otro resultado pudo haber
seguido a la primera transgresión, como al menos parece evidente a la luz del pensamiento
racional, que la muerte inmediata de la primera pareja. La muerte temporal, o del cuerpo,
habría de terminar con su existencia, y la segunda muerte se sucedería de manera instan-
tánea. Que la muerte del cuerpo hubiera hecho la propagación imposible, es algo dema-
siado de evidente para que requiera una declaración particular. Dado que la naturaleza
humana es lo que es, sería demasiado descabellado siquiera permitirse por un momento la
idea de que almas sin cuerpos pudieran propagarse. La única noción admisible en el caso
es que, a no ser por la redención, la raza se hubiera extinguido en las personas de nuestros
134 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
padres. Toda la humanidad debe su existencia, y las bendiciones que la acompañan, a las
agonías del Getsemaní, a la crucifixión y a la muerte de nuestro Señor Jesucristo. La
muerte de nuestro Salvador compró toda consciencia de pensamiento, de emociones, de
volición, todos los placeres del conocimiento, el amor y la esperanza, y todo lo que somos
o esperamos ser, y todo lo que tenemos y disfrutamos. ¿Concibe alguien aquí alguna
incongruencia al llamar la existencia una bendición, un don benévolo, resultado de una
interposición clemente, en el caso de aquellos cuya existencia acaba en muerte eterna?
(Raymond, Systematic Theology, II:308-309).
Es bien conocido el hecho de que la doctrina metodista de la expiación, y la universali-
dad de su gracia, modifica considerablemente su doctrina de pecado. Hemos sostenido
siempre la doctrina de una depravación originaria común, que esa depravación es en sí
misma una ruina moral, y que no hay en nosotros, por naturaleza, el poder para una vida
buena. Pero, por medio de una expiación universal, existe una gracia universal: la luz y el
auxilio del Espíritu Santo en cada alma. El que nazcamos con una naturaleza corrupta
como descendientes de Adán, hace que recibamos nuestra existencia bajo una economía de
redención, con una cierta medida de la gracia de Cristo. Con esa gracia, la cual, si se
aprovecha adecuadamente, recibe crecimiento, podemos tornarnos al Señor y ser salvos.
Estas doctrinas de depravación originaria y gracia universal, conllevan para cada alma la
lección más profunda de responsabilidad personal por el pecado, y de la necesidad de
Cristo para la salvación y para la vida buena (Miley, Systematic Theology, I:532-533).
26. La doctrina de la depravación natural afirma la total incapacidad del ser humano de
volverse a la fe y de invocar a Dios. Postulado esto de esa manera, la afirmación de que
todos tiene una probatoria justa implicará la doctrina de una influencia benévola, asegu-
rada incondicionalmente como común herencia de la raza; esa influencia benévola está así
asegurada: la misma sangre que compró una existencia consciente para la humanidad,
obtuvo a su favor toda la gracia que se necesita para las responsabilidades de esa existencia
(Raymond, Syst. Th., II:316).
27. Richard Watson, al hablar del rechazo del remedio para el pecado, dice lo siguiente: “De
rechazarlo, la persona se sujeta a la pena total, al castigo de pérdida por las consecuencias
naturales de su naturaleza corrupta que hace a esa persona incapaz del cielo: y podemos
decir, sin ser injustos, un castigo de igual dolor por la ofensa original que el adulto, cuan-
do los medios de su liberación habían sido provistos por Cristo, por sus transgresiones
actuales consiente con toda rebelión contra Dios, y con la de Adán mismo; y por la pena
de su propia transgresión actual, la cual se ha agravado por haber hecho liviano el evange-
lio” (Watson, Institutes, II:57).
28. La influencia universal del Espíritu califica al pecado original, ya que, en cada alma
responsable, es el Espíritu quien recuerda el estado perdido, quien provoca el deseo de
Dios y de recuperar la comunión que es ansia inextinguible de la humanidad, según lo
demuestra toda su historia. No permite que el espíritu del ser humano se olvide de su gran
pérdida. Es por medio de esa influencia universal preliminar que, en el ser humano, la
culpa se avergüenza naturalmente de su deformidad... Pero la conciencia sugiere, por lo
menos en el ser humano, la idea de recuperación; puesto que es el mismo Espíritu que en
la conciencia incita hacia Dios, bien por miedo, bien por esperanza, y quien hurga uni-
versalmente las fuentes secretas de la voluntad. El pecado original es impotencia total para
el bien; es en sí mismo una cautividad dura y absoluta. Pero no se le deja por su cuenta.
Cuando el Apóstol dice que los gentiles tiene la ley escrita en sus corazones, y que miden
conscientemente su conducta según esa norma, y que pueden hacer por naturaleza las
cosas contenidas en la ley, nos enseña claramente que en lo más recóndito de la naturaleza
está el misterio secreto de la gracia, la cual, si no se resiste ni contrista, provoca al alma a
desear a Dios, y le ofrece aquellos comienzos secretos e inexplicables que la pondrán en
EL PECADO ORIGINAL O LA DEPRAVACIÓN HEREDADA 135
marcha hacia un bien que una gracia mayor pueda asir. De hecho, la capacidad misma de
salvación prueba que la pecaminosidad innata del ser humano ha sido hasta cierto punto
restringida; que su tendencia a la maldad absoluta ha sido detenida; y que la capacidad
natural y la capacidad moral, si se permite utilizar el lenguaje de controversia, se hacen una
por medio de una gracia que opera misteriosamente detrás todo mal humano (Pope,
Compend. Chr. Th., II:60).
29. La naturaleza humana caída es carne o sarx: el ser todo del ser humano, el cuerpo y el
alma, el alma y el espíritu, separado de Dios, y sujeto a la criatura... Se puede asumir que
el disturbio de la esencia misma de la naturaleza humana afecta la personalidad entera del
ser humano como un espíritu que actúa en un cuerpo. El ser humano ha nacido con una
naturaleza que, aparte tanto del Malo, externamente, y, también externamente, del poder
renovador de la Nueva Creación, está bajo la esclavitud del pecado. A esa esclavitud se le
puede relacionar con la naturaleza baja que pone en servidumbre a la alta, y con la natu-
raleza alta esclavizada (Pope, Compend. Chr. Th., II:65).
PARTE 3
CAPÍTULO 20
LA CRISTOLOGÍA
Al abordar el tema de la cristología se nos debe permitir hacer hin-
capié en el hecho de que, en este departamento, llegaremos al corazón
mismo del cristianismo. Aquí nos encontraremos con aquellas doctrinas
que marcan el cristianismo como único y universal, contrastándolo con
las religiones étnicas en todas sus formas. En nuestra discusión de la
religión señalábamos el doble fundamento sobre el que diferenciábamos
el cristianismo de las religiones paganas, y que consistía, primero, en la
diferencia de la calidad ética, y segundo, en el carácter de su fundador.
Por un lado, el apóstol Pablo reconoció la verdad que había en las
religiones étnicas, pero las condenó debido a su bajo tono moral. No
valoraban ni a la criatura ni a su Creador. Por otro lado, hemos
anticipado la superioridad del cristianismo tal y como fue fundado por
Jesucristo, el Hijo del único, vivo y verdadero Dios, y como una
religión de poder redentor y vida interior. Ahora consideraremos las
doctrinas distintivas acerca de Cristo de manera más amplia y crítica.
La cristología (Christon logos) es el departamento de la teología que
trata con la persona de Cristo como el Redentor de la humanidad. A
veces el tema se amplía para incluir tanto la persona como la obra de
Cristo, pero, por lo general, el término soteriología se aplica a esto
último, en tanto que el término cristología se limita a lo primero. El
advenimiento de Cristo es el hecho central de toda la historia, y a éste
se liga toda la obra de la creación y la redención. Por medio de Cristo,
Dios sostiene una relación doble con la humanidad: una, constituida
por la Palabra creadora, al formar al ser humano a su propia imagen; la
otra, como consecuencia de la entrada del pecado al mundo por medio
de la tentación y la caída de Adán. Por tanto, una concepción propia
del advenimiento implica los dos términos, Dios y hombre, y su relación
recíproca. Siendo que el advenimiento no puede referirse solo a Dios, o
140 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA CRISTOLOGÍA 143
LA CRISTOLOGÍA 145
Pero una sana cristología debe sostener que, para Jesús, la circunci-
sión era más que un rito religioso hueco, desprovisto de significado y de
poder espiritual. Para Él, era un pacto de gracia en el cual la relación de
Dios con el ser humano, y la del ser humano con Dios, se elevaba a un
nivel único y exaltado. Para Él, era la comunión de dos naturalezas en
una persona: la divina y la humana. Por lo tanto, en esa comunión
exaltada con el Padre por medio del Espíritu, fue posible que el niño
Jesús pasara desde lo inmaculado y puro de su niñez, y a través de una
juventud perfecta, hasta una adultez incorrupta e incontaminada. En
Él, la inocencia inconsciente, se transformó en obediencia consciente, y
la santidad de su naturaleza nunca conoció la contaminación o la
experiencia del pecado. Podemos decir, entonces, que la comunión
personal de Dios con el ser humano prometida a Abraham, recibió su
perfecto cumplimiento en Cristo sin error ni deficiencia; y es así que
leemos que Jesús “crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con
Dios y los hombres” (Lucas 2:52).
El desarrollo normal de Jesús. La porción de la vida de Jesús desde la
circuncisión hasta el bautismo, un periodo como de 30 años, hay que
considerarla como preparación para su gran obra mediadora. No
debemos asumir que haya sido un periodo de inactividad, aun cuando
la Biblia no mencione nada aparte del relato de la visita de Jesús a
Jerusalén para hacerse un hijo de la ley. Debió ser uno de desarrollo
físico, ético y espiritual, puesto que cuando nuestro Señor se hizo de
nuestra humanidad, la asumió bajo la ley del desarrollo natural típico
de la naturaleza humana. Pudo haberla asumido con toda la gloria de la
transfiguración, pero en su lugar escogió traer a la comunión consigo
mismo el germen de todo lo que se llama hombre, para que en Él la
naturaleza humana pudiera develarse separada del pecado, y, como
consecuencia, ser traída a su gloriosa perfección por medio de la
resurrección y la ascensión. Temprano en la historia de la iglesia, Ireneo
escribiría que Cristo “no menospreció o evadió condición de humani-
dad alguna, ni dejó de un lado en su persona aquella ley que Él había
señalado para la raza humana, sino que santificó toda las edades por
medio del periodo correspondiente que le perteneció a sí mismo.
Porque vino para salvarlos a todos por su propio medio, a los infantes, a
los niños, a los adolescentes, a los jóvenes y a los viejos… Por último,
llegó a la muerte misma, para poder ser ‘el primogénito de entre los
muertos, para que en todo tenga la preeminencia’, el Príncipe de vida,
quien existió antes de todo y quien partió antes que todos”.
146 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
verdad; no solo fue aceptado como justo, sino que era justo; no solo era
relativamente santo, sino que era “el santo ser” que nacería para ser el
redentor de la humanidad.
La obediencia, pasión y muerte de Cristo. La humillación perfecta de
Cristo se ha de encontrar en las circunstancias de su muerte, particu-
larmente en que su muerte fuera en la cruz. Ello marca el cumplimiento
de su perfecta obediencia. Es evidente que no se puede trazar una clara
línea de demarcación entre la justicia activa, y la pasiva, de Cristo, ya
que aún su muerte fue la consecuencia de su propia y libre determina-
ción. De su vida misma, Él dice, “Nadie me la quita, sino que yo de mí
mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para
volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:18).
Aun cuando los sufrimientos de Cristo puedan distinguirse de su
manera precisa de morir, ella de por sí no puede separarse de la
crucifixión. Fue “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fili-
penses 2:8). “Por lo tanto, la cruz no fue otra cosa para nuestro Sumo
Sacerdote que la terrible forma que su altar asumió: ‘...quien llevó él
mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero’ (1 Pedro 2:24).
[Isaac, como] el tipo más influyente del Hijo eterno encarnado, cargó el
madero sobre sus hombros hasta su calvario, y ese madero vino a ser el
altar sobre el cual, figuradamente, fue muerto, y del que, también
figuradamente, fue de nuevo levantado… Pero, aunque la cruz sobre la
cual la malignidad humana mató al Santo sea realmente el altar sobre el
cual se ofreció a sí mismo, y olvidemos el madero en el altar en el cual
fue transformado, la cruz permanece como la expresión sagrada de la
maldición que cayó sobre el pecado humano, según lo representó el
Justo. ‘Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para
que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él’” (William Burton
Pope, Compendium of Christian Theology, II:162). La pasión y muerte
de Jesús proveyeron la base para su obra redentora, y se considerarán en
mayor detalle en nuestro estudio de la expiación.
Es un hecho significativo que Lucas, en su introducción a los He-
chos, hable de su escrito anterior como uno que comprendía “todas las
cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue
recibido arriba”. De esa manera circunscribe la vida terrenal de Jesús,
no a su muerte, sino a su ascensión. El descenso, la resurrección y la
ascensión son en sí eventos en la vida del Eterno. El estado de la
humillación terminó con, “Consumado es”, el grito tras el cual vino de
inmediato la muerte. Los eventos que acabamos de mencionar, el
150 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
EL DESARROLLO DE LA CRISTOLOGÍA
EN LA IGLESIA
Dado que el tema de la cristología está estrechamente relacionado
con el de la Trinidad, no necesitamos referirnos en este momento a las
controversias por medio de las cuales la deidad de Cristo como la
segunda persona de la Trinidad fue firmemente establecida. Sin
embargo, tras las controversias trinitarias surgieron otras, las cuales se
preocuparon especialmente de la integridad de las dos naturalezas, y de
su unión en una persona. Después de repasar brevemente el periodo
primitivo, consideraremos el tema bajo la triple división de la cristolo-
gía nicena, calcedonia y ecuménica.
El periodo primitivo. Este periodo incluye el pensamiento de los
padres antenicenos, desde los tiempos más tempranos hasta el Concilio
de Nicea (325 d.C.). Dicho periodo se interesa principalmente en la
realidad de las dos naturalezas en Cristo.
1. Los ebionitas negaban la realidad de la naturaleza divina de Cris-
to. Esa secta judía se dice que derivó su nombre del vocablo hebreo que
significaba “pobre”, lo cual se presume que hacía referencia a la pobreza
que tanto caracterizaba la iglesia de Jerusalén. Aceptaban el mesianismo
de Jesús pero rechazaban su deidad, y sostenían que, en el momento del
bautismo, se le concedió una plenitud sin medida del Espíritu, lo cual
lo consagró para el oficio mesiánico.
2. Los docetas toman su nombre del vocablo griego dokeo, que
significa “parecerse” o “aparecer”. Fueron grandemente influenciados,
como secta, por el gnosticismo y el maniqueísmo, y, por consiguiente,
negaban la realidad del cuerpo de Cristo. Siendo que el gnosticismo
sostenía que la materia era esencialmente mala, argumentaban así que el
cuerpo de Cristo debió haber sido meramente un fantasma o una
apariencia. El ebionismo resultó de la influencia del judaísmo en el
cristianismo, en tanto que el docetismo resultó de la influencia de la
filosofía pagana.
La cristología nicena. La cristología nicena data desde el Concilio de
Nicea (325 d.C.) hasta cerca de 381 d.C., o el tiempo del Segundo
Concilio Ecuménico de Constantinopla. Tras el mismo, surgieron
controversias que demandaron una declaración adicional, la cual fue
hecha en Calcedonia. La cristología nicena fue el resultado de las
LA CRISTOLOGÍA 151
LA CRISTOLOGÍA 157
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. El obispo Pearson declara que, “Así como el Espíritu Santo no moldeó la naturaleza
humana de Cristo para que procediera de la propia sustancia de Él como Espíritu, así
tampoco debemos creer que formara parte alguna de su carne de alguna otra sustancia que
no procediera de la Virgen. En efecto, Él procedió de los padres de acuerdo a la carne,
puesto que fue, como tal, totalmente hijo de David y de Abraham” (Pearson, On the
Creed, 253).
2. El Credo de Antioquía es como sigue: “Nosotros, por lo tanto, reconocemos a nuestro
Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el Unigénito, completo Dios y completo hombre, de un
alma y un cuerpo racional, engendrado por el Padre antes de las edades de acuerdo a (su)
divinidad, pero en estos últimos días… de la virgen María de acuerdo con (su) humani-
dad. Por cuanto ha tenido lugar la unión de las dos naturalezas, nosotros confesamos a un
Cristo, un Hijo, un Señor. De acuerdo a esta concepción de la unión inconfundible,
reconocemos a la santa Virgen como la madre de Dios, porque el Logos divino se hizo
carne y se volvió hombre, y de la concepción de ella unió él consigo mismo el templo que
recibió de ella. Reconocemos las declaraciones evangélicas y apostólicas concernientes al
Señor, las cuales hacen que existan en una misma persona los caracteres del Logos divino y
del hombre común, pero distinguiéndolas como dos naturalezas, y las cuales enseñan que
las características divinas son de acuerdo a la divinidad de Cristo, y que las características
160 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
CAPÍTULO 21
LA PERSONA DE CRISTO
Nuestra aproximación histórica al asunto de la cristología demuestra
que la doctrina de la persona de Cristo no siempre se ha delimitado ni
definido adecuadamente. Hemos visto que debe hacerse una distinción
marcada entre las dos “naturalezas” y la sola “persona”, y que no debe
haber una división de la persona ni una confusión de las naturalezas.
También hemos visto que la iglesia, por medio de sus concilios, buscó
proteger cuidadosamente la enseñanza ortodoxa en contra de las
opiniones herejes, siendo las declaraciones autorizadas la cristología
calcedonia, la atanasia y la del Tercer Concilio Ecuménico. La recta fe
es, de acuerdo con el símbolo atanasiano, “que nuestro Señor Jesucris-
to, hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios engendrado de la sustancia
del Padre antes de los siglos, y es hombre nacido de la madre en el siglo:
perfecto Dios, perfecto hombre, subsistente de alma racional y de carne
humana; igual al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la
humanidad. Más aún cuando sea Dios y hombre, no son dos, sino un
solo Cristo, y uno solo no por la conversión de la divinidad en la carne,
sino por la asunción de la humanidad en Dios; uno absolutamente, no
por confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque
a la manera que el alma racional y la carne es un solo hombre; así Dios
y el hombre son un solo Cristo”. Por tanto, la doctrina incluye las
siguientes verdades a las que ha de dársele la debida consideración: (1)
la deidad de Cristo; (2) la humanidad de Cristo; (3) la unidad de la
persona de Cristo; y (4) la diversidad de las dos naturalezas.
LA DEIDAD DE CRISTO
Cuando se discutió la Trinidad, se consideró ampliamente la deidad
del Hijo como eterna en la esencia de la Deidad. Ahora nos correspon-
de tratar la deidad del Hijo en la persona de Cristo. En la historia de la
164 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
de las esenciales e infinitas personas del Dios trino? La Biblia, así como
las acciones conciliares de la iglesia, afirman que Jesús de Nazaret era el
Cristo, el Hijo del Dios viviente. Jesús, hablando de sí mismo, dijo,
“Antes de que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58); y, “Nadie subió al
cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en
el cielo” (Juan 3:13). Isaías lo llamó, “Padre eterno” (Isaías 9:6), y
Pablo declara que, “él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él
subsisten” (Colosenses 1:17).
No obstante, el sencillo hecho de la existencia no conlleva necesa-
riamente la evidencia de la deidad.1 No provee una prueba contra el
arrianismo, el cual mantiene que Cristo era de una misma esencia con
el Padre, pero no idéntico en esencia, y, por consiguiente, no verdade-
ramente Dios. Tampoco el hecho de la preexistencia provee prueba en
contra de las así llamadas “teorías idealistas” modernas. Una de esas
teorías sostiene que la preexistencia de Cristo fue solo ideal, un
principio de potencia impersonal que se personalizó en Jesús. Otra de
esas teorías mantiene que Cristo no fue un ser eterno, sino un ser
premundanal, creado, una imagen espiritual perfecta de Dios, y el
prototipo de la humanidad. Por eso Otto Pfleiderer, quien sostuvo que
Cristo existió en otra forma previamente a su estado terrenal, consideró
esa preexistencia, no como un principio abstracto y personal, sino como
una personalidad concreta, una imagen de Dios, y, por tanto, un Hijo
creado de Dios. Dicho autor no consideraba a ese Cristo preexistente
como una verdadera deidad en sentido alguno, sino como hombre: un
hombre “espiritual” preexistente. Es evidente que esas teorías se
relacionan estrechamente con el antiguo arrianismo, por lo que hay que
clasificarlas entre las formas del unitarianismo moderno. El hecho de la
preexistencia, no obstante, sí refuta al socinianismo y a todas las
concepciones puramente humanitarias de Cristo.
La Biblia enseña, y la iglesia lo ha creído, que el Uno preexistente no
fue otro que el Hijo eterno de Dios, la segunda persona de la Trinidad.
La cristología, por lo tanto, está vitalmente relacionada con el trinita-
rismo. “El movimiento antitrinitario de tiempos recientes”, dice Isaac
A. Dorner, “ha hecho meridianamente claro que, como consecuencia,
solo queda la alternativa de pensar sobre Dios de forma unitaria, y, en
tal caso, ver a Jesús en sí mismo como un simple hombre, o, de si está
supuesto a ser el Dios-hombre, verlo con distinción eterna en Dios, y,
por consiguiente, dedicarse a probar que la unidad de Dios es conside-
rablemente consistente con tales distinciones” (Isaac A. Dorner, A
166 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA HUMANIDAD DE CRISTO
Cristo se encarnó de forma tal que lo hizo hombre. La Biblia nos
dice, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan
1:14); y, “por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él
también participó de lo mismo” (Hebreos 2:14). Luego, debemos
considerar su naturaleza humana como verdadera y completa, sin que
admitiera defecto alguno en sus elementos esenciales, ni adquiriera
adición alguna en virtud de su conjunción con la Deidad. Más aún, la
naturaleza humana de nuestro Señor fue asumida bajo condiciones que
pertenecen propiamente al hombre, y se sujetó a un proceso de
desarrollo común a los demás seres humanos, con la excepción del
pecado. Por tanto, en Él, el desarrollo fue natural y normal, pero libre
de los prejuicios de la depravación heredada o de la influencia restricti-
va del pecado. Por esa razón se le llama “el Hijo del Hombre”, la
realización perfecta de la eternal idea de la humanidad.
La naturaleza humana de Cristo. La encarnación no significó mera-
mente que se asumiera un cuerpo humano, puesto que la naturaleza
humana no consiste en la sola posesión de cuerpo, sino en la posesión
LA PERSONA DE CRISTO 169
unigénito” del Padre, pero también es “el santo ser” que fue engendra-
do del Espíritu Santo y nacido de la virgen María. Los socianistas
supusieron que algunos de los elementos de su cuerpo fueron provistos
por la virgen, y otros por el Espíritu Santo, por lo cual fue llamado
Hijo de Dios. Pero el obispo John Pearson dice que, “Así como Él fue
hecho de la sustancia de la virgen, así no fue hecho de la sustancia del
Espíritu Santo, ya que su esencia no puede ser de manera alguna hecha.
Y siendo que el Espíritu Santo no lo engendró comunicándole su
esencia, no es por tanto su padre, aunque lo haya concebido. No hubo
elementos materiales en la persona de Cristo excepto aquellos que
recibió de ella”. Thomas O. Summers añade: “No hay nada en lo que la
Biblia sea más explícita que en esto: que así como su divinidad fue
concebida sin una madre, desde la eternidad, así también su humani-
dad fue concebida sin un padre. Fue engendrado del Espíritu Santo, no
por comunicación alguna de su esencia, como lo sería en una paterni-
dad humana, sino por una operación milagrosa que capacitó a la virgen
para hacer las funciones de la maternidad, pero sin dejar de ser virgen”
(Systematic Theology, I:203).
La unión hipostática. La unión de la naturaleza divina y la humana
en Cristo es de tipo personal, es decir, que ambas descansan en su
posesión permanente de un ego o yo interno común, el del Logos
eterno. A esto se le llama en la teología, la unión hipostática, término
que se deriva del uso de la palabra hypostasis, la cual marca la distinción
entre las subsistencias personales en la Deidad, y su sustancia o esencia
común. Las dos naturalezas se encuentran, y tiene comunión la una con
la otra, únicamente por medio del yo que les es común a ambas. El
término, así entendido, persigue salvaguardarnos de dos errores: el de la
confusión de las dos naturalezas en una tercera esencia que no sea ni
divina ni humana, y el de una conjunción o afiliación de naturalezas
que pueda considerarlas como separadas la una de la otra. La posesión
de las dos naturalezas no conlleva una doble personalidad, ya que la
base de la persona es el Logos eterno, y no la naturaleza humana.
Cristo, por tanto, va a hablar uniformemente de sí mismo en la persona
singular. Siempre, y en todo lugar, el agente es uno. Nunca habrá un
intercambio entre el “yo” y el “tú”, como en la Trinidad. Los varios
modos de consciencia pasan rápidamente de lo divino a lo humano,
pero la persona es siempre la misma. De aquí que Jesús diga, “Yo y el
Padre uno somos” (Juan 10:30), pero después diga, “Tengo sed” (Juan
19:28). En el primer caso, la forma de consciencia es divina; en el
LA PERSONA DE CRISTO 173
“es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Romanos 9:5);
que “en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”
(Colosenses 2:9); que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los
siglos” (Hebreos 13:8); y, sobre todo, que tenemos “un gran sumo
sacerdote que traspasó los cielos” (Hebreos 4:14-15).
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Cada vez que se hace un esfuerzo por llevar la cristología a una conclusión lógica, o por
formularla, se presenta la dificultad de evadir o el ebionismo o el docetismo, o el nestoria-
nismo o el monofisisismo, ya que estos se colocan a cada lado, como Sicilia y Caribdis, y
obligan a la historia de las doctrinas a acomodarse de la mejor manera para repeler el error
antagonista, y así defenderse del ataque de esas varias formas de herejía. Sin embargo, la
razón para que se dé tal situación no descansa en la doctrina en sí, cuyo significado es
infinito, sino en las limitaciones humanas que afectan la dogmática de cada caso en parti-
cular (Crooks y Hurst, Encycl. and Meth., 431).
2. Aquí el profeta describe la venida del Mesías no solo como el mensajero del pacto, sino
también como el Señor y dueño del templo judío, y por consiguiente, como un divino
príncipe o gobernador --
Él “vendrá súbitamente a su templo”. El señor de un templo es la divinidad a quien se
consagra la adoración. El templo de Jerusalén, del cual habla aquí el profeta, estaba con-
sagrado al Dios verdadero y viviente, por lo cual tenemos el testimonio expreso de Mala-
LA PERSONA DE CRISTO 177
quías de que el Cristo, el libertador, cuya venida se ha anunciado, no era otro que el
Jehová del Antiguo Testamento (Miner Raymond, Christian Theology, 94).
3. Hay varios relatos antiguos acerca de la apariencia personal de nuestro Señor, pero
ninguno puede considerarse como completamente digno de confianza. El primero, según
se informa, fue compuesto por Publio Lentulo, un oficial romano, entre tanto que el otro,
descubierto por Tischendorf, se dice que fue escrito en griego, por Epifanio. Ofrecemos
aquí solo el primero, según se tradujo del latín: “Era un hombre de alta estatura, de buena
apariencia, y de semblante tan venerable que inspiraba amor y asombro en el que lo
contemplaba. Su cabello estaba peinado de forma curva, y era riso, pero más oscuro que
claro, y caía sobre sus hombros, con partidura por el medio, conforme al estilo de los
nazarenos. Su frente era suave y perfectamente serena, su cara estaba libre de arrugas y de
manchas, y era hermosa, aunque un tanto tosca, pero su nariz y boca eran perfectas. Su
barba, que no era larga sino partida, tenía un color castaño parecido al de su pelo. Sus ojos
eran claros y vivaces. Su aspecto era terrible cuando reprendía, placentero y amigable
cuando amonestaba, alegre pero sin perder la solemnidad: era una persona que nunca se le
veía reír, pero a menudo sí llorar”. (Para ambos relatos véase Potts, Faith Made Easy,
206-207).
“¡Encontradnos una mejor respuesta a las preguntas de nuestros espíritus que la que
Cristo ha provisto! ¡Mostradnos un mejor ideal de humanidad que el que Él ha provisto!
¡Ofrecednos mejor testimonio de la vida más allá del sepulcro que la que Él ofreció! ¡Ah!,
por cuatro mil años el mundo ha tratado en vano de regresar a Dios, y ahora que Él
mismo ha venido para ser el camino, no accederemos a negación alguna” (William M.
Taylor, D.D.).
4. Aunque la persona encarnada es el Dios-hombre, o la manifestación de Dios en la carne,
la personalidad divina le corresponde solo al Hijo, la segunda persona de la Trinidad.
Como una persona distintiva en la Deidad, trae a la humanidad la naturaleza divina
entera, y prolonga por siempre su personalidad eterna por medio de los procesos de su
desarrollo y de su obra mediadora (William Burton Pope, Compendium of Christian
Theology, II:113).
La prueba plena de la encarnación no está contenida en la noción de una simple unión
de la naturaleza divina con la humana. El asunto de la encarnación no era una mera
naturaleza, sino una persona: el Hijo personal. La naturaleza divina les es común a las
personas de la Trinidad, por lo que cualquier limitación que la encarnación le imponga a
la naturaleza divina le negaría al Hijo toda porción distinta o peculiar que le pertenezca.
Ello contradeciría el sentido más abierto y uniforme de la Biblia. El Padre y el Espíritu
Santo no tuvieron una parte en la encarnación como la del Hijo. La profunda verdad y
realidad de la encarnación tampoco provee la unión de la simple naturaleza divina con la
naturaleza humana. No significaría nada para la personalidad única de Cristo; nada para la
realidad y la suficiencia de la expiación (John Miley, Systematic Theology, II:17).
5. Necesitamos tener en consideración que la naturaleza divina no asumió una persona
humana pero sí asumió una naturaleza humana, y que de las tres divinas personas, no fue
ni la primera ni la tercera la que asumió esa naturaleza, sino la persona del medio, la que
sería el del medio (el mediador), pues se encargaría de la mediación entre Dios y nosotros.
Si la plenitud de la Deidad hubiera habitado en una persona humana, se hubiera añadido
a la Deidad una cuarta persona, y si cualquiera otra de las tres personas aparte de la se-
gunda hubiera nacido de una mujer, hubiera habido dos Hijos en la Trinidad. Pero,
siendo que el Hijo de Dios y el Hijo de la bienaventurada virgen son solo una persona, es,
por consiguiente, solo un Hijo, por lo que no se efectúa alteración alguna en las relaciones
de las personas de la Trinidad (Usher, Incarnation, I:580).
178 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
CAPÍTULO 22
EL ESTADO DE HUMILLACIÓN
La Biblia presenta a Cristo en condiciones de marcado contraste.
Los profetas lo vieron como sujetándose a las más grandes indignidades,
y como sentado en los más elevados tronos. Los exégetas judíos,
incapaces de reconciliar tales contrastes, han afirmado la necesidad de
180 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
186 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
todos los seres humanos podrían llegar a ser participantes de la vida que
es en Cristo, y esto lo hace posible la fe, aun separada de la eucaristía.
2. Zinzendorf fue el fundador de la vecindad de Herrnhut, y el líder
de los hermanos moravos. Juan Wesley fue profundamente influencia-
do por las experiencias espirituales de Los Hermanos, pero reaccionó
vivamente en contra de sus peculiares doctrinas. Zinzendorf refleja
marcadamente la influencia del anterior misticismo encontrado en
Weigel (1533-1588) y Boehme (1575-1624). Sostuvo que el alma
humana de Jesús fue soplada por el Hijo mismo como una sustancia
gloriosa, santa, casta y divina. Sin embargo, esto se dio de modo tal que
su humanidad fue hecha un sujeto de su divinidad, siendo su alma
parte de la esencia divina. Jesús es, por consiguiente, el Hijo natural de
Dios. Esta idea de familia de Zinzendorf fue también aplicada a la
Trinidad y a la iglesia.10
3. Oetinger interpretó el texto, “A lo suyo vino” (Juan 1:11), como
indicando que el hombre fue modelado según el patrón de la humani-
dad del Cristo pretemporal, y, por lo tanto, la encarnación es un venir
literal a lo suyo en el sentido físico. De aquí que él diga, “Puesto que la
sabiduría, antes de la encarnación, era la imagen visible del Dios
invisible, también el Hijo, en comparación con el Ser de todos los seres,
es algo relativamente incorpóreo, aunque Él también es espíritu puro.
La humanidad celestial, la cual Él tuvo como el Señor del cielo, estaba
invisiblemente presente aun con los israelitas. Ellos tomaron de la
roca”. Es, pues, la humanidad celestial de Jesús la que toma o asume
para sí misma un cuerpo terrenal.
Resumen y declaración crítica. Las teorías que se están discutiendo se
entenderán mejor si las consideramos en su relación con el desarrollo
del pensamiento moderno. El luteranismo antiguo, debido a su realce
extremo de la deidad de Cristo, prácticamente había ignorado su
humanidad. Como dice Philip Schaff, ese luteranismo había llegado al
borde del docetismo. El racionalismo que surgió a finales del siglo
XVIII fue una reacción en contra de esa cristología escolástica y
confesional, trayendo un énfasis renovado en la humanidad de Cristo.
Sin embargo, el racionalismo se fue al otro extremo. Ignoró la natura-
leza divina, cayendo más tarde en un Cristo ebionístico o puramente
humano. Con la llegada de la fe evangélica a Alemania, se puso de
relieve de nuevo el elemento humano, lo cual fue seguido por modifi-
caciones originales y reconstrucciones de la cristología ortodoxa. Se
pueden notar dos tendencias, la humanista y la panteísta, la primera
LOS ESTADOS Y OFICIOS DE CRISTO 187
EL ESTADO DE EXALTACIÓN
La exaltación es el estado en el cual Cristo deja a un lado las debili-
dades de la carne, según su naturaleza humana, para asumir de nuevo
su majestad. Así como en la humillación hubo estados de descenso,
también en la exaltación habrá estados de ascenso. Estos estados son
como sigue: (1) El descensus, o descenso al Hades; (2) la resurrección;
(3) la ascensión; y (4) la sesión.
El descenso al Hades.12 El breve intervalo entre la muerte de Cristo y
la resurrección, en la historia de la redención, se conoce como el
descensus ad inferos, o descenso al Hades. Ese término no se encuentra
en la Biblia sino en los credos, y es ahí que se expresa de esta manera:
“descendió al infierno”. La doctrina del descensus, sin embargo, se basa
en pasajes tales como Salmos 16:10, el cual el apóstol Pedro cita en su
sermón de Pentecostés: “Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni
permitirás que tu Santo vea corrupción… viéndolo antes, habló de la
resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su
carne vio corrupción” (Hechos 2:27, 31). Estrechamente relacionado
LOS ESTADOS Y OFICIOS DE CRISTO 189
con este pasaje está otro por el mismo Apóstol, el cual declara que “fue
y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobede-
cieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de
Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir
ocho, fueron salvadas por agua” (1 Pedro 3:19-20). El vocablo griego
Hades, y su complemento hebreo, Sheol, significa el lugar velado o
impalpable, es decir, el reino de los muertos. El término no contiene
referencia al que se sufra castigo mientras se esté en ese estado invisible.
Fue a ese reino de los muertos al que el Señor entró durante el tiempo
que su cuerpo estuvo oculto en el sepulcro, “ese representante del
Hades invisible al que Él entró como alma”.13
El descensus se debe considerar como la primera etapa en la exaltación.
Las iglesias reformadas en general lo consideran la última etapa de la
humillación, aunque no lo han convertido en artículo de fe. Los
catecismos de Calvino y Heidelberg consideran la expresión de los
credos, de que “descendió al infierno”, como refiriéndose a la intensidad
de los sufrimientos de Cristo en la cruz, en donde se puede decir que
experimentó los dolores del infierno por los pecadores. Los pensadores
de Westminster sostuvieron que la expresión sencillamente significaba
que Cristo continuó muerto, para propósitos de este mundo, por un
periodo de tres días. La Iglesia Luterana, por su lado, sostenía que el
descensus pertenece a la exaltación de Cristo, y que es un elemento
constitutivo de su obra redentora.14 Esto es lo que enseña la Fórmula de
la Concordia (Artículo ix., 2). Los teólogos más antiguos basaban su
doctrina principalmente en las palabras del apóstol Pedro (1 Pedro
3:18-19), y también consideraban el descenso como la primera etapa en
la exaltación. El descenso tuvo lugar, de acuerdo a la creencia de ellos,
inmediatamente después de la vivificación en la tumba, y justo antes de
la resurrección visible. Luego, sería seguro creer que, cuando nuestro
Señor exclamó, “Consumado es”, terminó la humillación y, en ese
mismo instante, empezó la exaltación. Su muerte fue su triunfo sobre la
muerte, por lo que la muerte no tendría más poder sobre Él (Romanos
6:8-9). Por consiguiente, cuando entró en el reino de los muertos lo hizo
como conquistador. Al descender a las partes más bajas de la tierra
(Efesios 4:8-9), “llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres”.
“Vivificado en espíritu”, fue y predicó a los espíritus encarcelados (1
Pedro 3:18-19), pasaje bíblico este que, “Indica, sin ninguna otra posible
interpretación, que en el intervalo el redentor afirmó su autoridad y
señorío sobre la vasta región donde la congregación de los muertos
190 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LOS ESTADOS Y OFICIOS DE CRISTO 193
LOS ESTADOS Y OFICIOS DE CRISTO 195
cruz (Filipenses 2:5-11). Siendo que ese oficio fue voluntario, e implicó
que se cumpliera con una comisión, su condescendencia y humillación
fueron merecedoras de recompensa. “Por lo cual Dios también le exaltó
hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que
en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).
Más aún, dado que el oficio de mediador fue asumido, tendrá término
en el siguiente sentido: que habrá un tiempo en que la obra de reden-
ción cesará. Y si bien el Dios-hombre existirá por siempre, y las
relaciones de su pueblo con el Padre serán mediadas eternamente por
medio de Él, la obra de redimir a los pecadores tendrá que ser suplan-
tada por el juicio de todas las cosas. “Y de la manera que está estableci-
do para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el
juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los
pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el
pecado, para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:27-28).
3. A Cristo se le representa como el mediador de un pacto. En sen-
tido estricto, puede haber solo dos formas de pacto, la legal y la
evangélica. La primera se basa en la justicia, y la segunda en la miseri-
cordia. Por el hombre haber pecado en la caída, la primera forma se
tornó inoperante, estableciéndose como consecuencia solo el pacto
evangélico. A este, unas veces se le llama el pacto de la redención, y
otras el pacto de la gracia. El pacto evangélico existió primero bajo la
antigua dispensación, y se le conoció como “el primer pacto” (Hebreos
8:6-13). Ahora existe en una segunda forma bajo el Nuevo Testamento,
y se le conoce como “el nuevo” o “el mejor pacto” (compárese también
con Hebreos 8:6-8). El primero era más externo, y se administraba por
medio de sacrificios de animales, y por tipos y símbolos visibles. El
segundo es un pacto interno de vida, y por lo tanto espiritual y
universal. En el primer pacto, al pueblo se le pronunciaron las palabras
en la forma de una ley externa; en el nuevo pacto, la ley está escrita
adentro, en el corazón y las mentes del pueblo (Hebreos 8:8-13;
10:16-18).
4. Cristo, como el mediador de un nuevo pacto, descarga tres ofi-
cios: el de profeta, sacerdote y rey. Bajo el Antiguo Testamento, Samuel
era profeta y sacerdote; David, profeta y rey; y Melquisedec, sacerdote y
rey. Solo Cristo reúne en sí mismo un triple oficio. Su oficio profético
se menciona en Deuteronomio 18:15 y 18: “Porque Moisés dijo a los
LOS ESTADOS Y OFICIOS DE CRISTO 197
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. No hay un método para estudiar la teología de la redención que sea a la vez tan interesante
y tan eficaz como aquel que la conecte con las etapas sucesivas de la historia de nuestro
Señor. Sin embargo, ello no requiere la presentación de lo que comúnmente se denomina
la vida de Jesús… Aun así, hay un repaso histórico de la carrera del Salvador que puede
constituirse en la base del sistema entero de la teología evangélica. La vida de nuestro
Señor fue la manifestación de su persona y de su obra, comenzada aquí abajo y continuada
allá arriba. Y, recordando que los Hechos y las epístolas y el Apocalipsis suplementan los
evangelios, así como el Antiguo Testamento es su prefacio, perseguiremos nuestro estudio
del ministerio mediador en estricto vínculo con las etapas y procesos de la historia de
nuestro Señor en la tierra y en el cielo, antes, en y después del cumplimiento del tiempo
(William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:140).
La obra de Cristo forma un todo en sí misma, completada en lo que respecta a su
principio cuando dejó la tierra (Juan 17:4). Pero lo que en su conciencia era inseparable,
deberá dividirse en nuestra presentación, por razón de la extensión y dignidad del asunto.
Una marcada línea de separación entre las diferentes partes llevaría a la parcialidad; pero
ser correcto en la distinción es aquí uno de los requisitos. Luego, el modo de la vieja
dogmática de hablar de un estado doble (dúplex status), en el que el Señor logró su obra
redentora, ha de aprobarse en principio, y no podemos sorprendernos de que trazas del
mismo se presenten aún en los primeros padres (J. J. Van Oosterzee, Christian Dogmatics,
II:540).
2. Quizá la mejor manera de traducir Filipenses 2:6-8 es como sigue: “…el cual, siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó
a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz”. El Emphatic Diaglot [versión interlineal en inglés] contiene la siguiente
traducción: “Quien, aunque siendo en forma de Dios, no consideró la usurpación de ser
igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de un esclavo, habiendo
sido hecho a la semejanza del hombre; y estando en la condición de hombre, se humilló a
sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, incluso la muerte de cruz”. Rotheram, en
su “Nuevo Testamento Enfatizado”, ofrece este texto en la siguiente forma de translitera-
ción: “Quien en forma de Dios subsistente, nada consideró suficiente como para querer
ser igual a Dios, sino que se vació a sí mismo tomando forma de siervo, para hacerse
semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente en cuanto a la muerte se refiere, sí, a la muerte en una cruz”.
3. Hay un sentido en el que la persona encarnada como tal era incapaz de la humillación.
Asumir una naturaleza puramente humana, por la cual el centro de su ser, es decir, su
personalidad, no fue cambiada, constituyó un acto de condescendencia infinita, pero no
de humillación estrictamente hablando. El acto de determinación propia, o de limitación
propia de la Deidad, al crear todas las cosas, no puede considerarse como degradación, ni
tampoco lo fue el de la unión específica de la Deidad con la humanidad. Pero, como
veremos en lo que sigue, el descenso al Hades fue el momento que unió la más profunda
humillación y la más elevada dignidad de Cristo, así como el momento de la encarnación
en el vientre de la virgen unió la más gloriosa condescendencia de la segunda Persona con
su más profundo oprobio. Su obra empezó como la del redentor sufriente, al someterse a
la concepción y el nacimiento. Por tanto, la persona y la obra no pueden separarse. Y la
humillación a la que se sujetó el Redentor debe considerarse como la humillación del
Dios-hombre. La asumió, así como asumió la naturaleza que la hizo posible (William
Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:164).
200 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LOS ESTADOS Y OFICIOS DE CRISTO 201
muerte de Cristo en la tierra fue a la misma vez su ascensión al cielo, y su elevación sobre
las limitaciones de la existencia terrenal.
La crítica que se insta en contra de la doble revelación del Logos y revelación del Cristo,
del obispo H. L. Martensen, es que, en esa teoría, él no pudo explicar más claramente la
unidad de la persona de Cristo que lo que hace el credo ortodoxo con las dos naturalezas.
En cuanto a la idea progresiva de Dorner, si se entiende que hizo de Cristo una persona
más y más teantrópica, tenemos que rechazarla. A Cristo se le debe considerar como una
persona teantrópica desde Su concepción y nacimiento; y su desarrollo normal, como
hemos señalado anteriormente, debe ser la ley del desarrollo natural bajo el cual asume la
verdadera naturaleza humana.
12. Se han sostenido varios puntos de vista en lo que concierne al descensus. Se ha sostenido
(1) que Cristo, en su propia persona, predicó a los buenos en el mundo de los espíritus.
Ese criterio se atribuye a Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano, Orígenes y Gregorio
el Grande. También fue defendido por Anselmo, Alberto y Tomás de Aquino. Zuinglio
sostuvo que Cristo predicó el evangelio de redención a “los espíritus en prisión”, es decir, a
los santos del Antiguo Testamento, quienes no podían ser admitidos en el cielo propia-
mente hablando antes de que la muerte de Cristo ocurriera. Esa es sustancialmente la
posición de la Iglesia Católica Romana. (2) Cristo les predicó tanto a los buenos como a
los malos. Ese criterio fue sostenido por Atanasio, Ambrosio, Erasmo y Calvino. (3) Cristo
les predicó solo a los malos, anunciándoles su final condenación. Así lo han sostenido
muchos de los pensadores luteranos. (4) Cristo, en la persona de los apóstoles, predicó a
los espíritus en prisión, es decir, a los que todavía estaban presos en cuerpo o carne. Así lo
veía el célebre Grocio, y también Socinio. (5) Cristo predicó, en la persona del antiguo
Noé, a los que estuvieron vivos en la tierra en su día. Esa posición la han sostenido un
número de eminentes expositores, tantos antiguos como modernos.
13. Cremer dice que “thanatos no es un acontecimiento aislado o un simple hecho, sino que es
también un estado, así como la vida es un estado: es el estado del ser humano sujeto a
juicio. Es la antítesis de la vida eterna que Dios ha propuesto para el ser humano, y que la
puede obtener por medio de Cristo. … Encontramos que, de acuerdo al contexto, la
referencia a thanatos es una referencia a la muerte como la sentencia objetiva y el castigo
asignado del ser humano, o a la muerte como el estado en que el ser humano se encuentra
en condenación por el pecado (compárese con Romanos 6:23 y 1 Juan 3:14-16)” (Lexicon
of New Testament Greek).
La humillación de Cristo, después de su muerte, consistió en haber sido enterrado, y en
continuar en el estado de los muertos, y bajo el poder de la muerte hasta el tercer día, lo
cual ha sido expresado así: “y descendió al infierno” (Larger Westminster Catechism, pre-
gunta 50).
Nosotros sencillamente creemos que la persona completa de Cristo, incluyendo su
naturaleza divina tanto como humana, después de ser sepultada, descendió al infierno (ad
inferos), conquistó a Satanás, derrocó el poder del infierno, y destruyó toda la fortaleza y el
poder del diablo. Pero en qué manera Cristo lo hizo, no es posible que nosotros lo afir-
memos, ya sea por argumentación o por sublimes imaginaciones (Fórmula de la Concordia,
Artículo ix. 2).
La Iglesia Católica Romana sostiene que Cristo descendió a un estado intermedio
conocido como el limbus patrum, con el propósito de libertar a los muertos justos, a
quienes llevó a las alturas como cautivos cuando ascendió, después de la resurrección. Esa
posición asume que las ordenanzas de salvación en el Antiguo Testamento no fueron
eficaces, ni que ningún santo del Antiguo Testamento pudo haber sido admitido al cielo
sobre las bases de un Cristo que todavía no había venido.
LOS ESTADOS Y OFICIOS DE CRISTO 203
14. La palabra Hades se deriva de a, que significa “no”, y eidos, que significa ver, por lo que
etimológicamente significa “lo no visto”. Ocurre diez veces en el Nuevo Testamento:
Mateo 11:23; 16:18; Lucas 10:15; 16:23; Hechos 2:27, 31; y Apocalipsis 1:18; 6:8;
20:13, 14.
Calvino mantuvo que, “si Cristo hubiera muerto una simple muerte corpórea, la misma
no hubiera logrado ningún fin. Era requisito que también sintiera la severidad de la ven-
ganza divina a fin de aplacar la ira de Dios y satisfacer su justicia. Por lo tanto, fue necesa-
rio que contendiera con los poderes del infierno y el horror de la muerte eterna” (compá-
rese con Calvino, Institutes, II, xvi:10). Pero esa posición hace que el descensus sea parte de
la humillación, de lo cual los teólogos arminianos por lo general protestan.
Godet, en su comentario de Romanos 14:9, dice lo siguiente: “Con miras a asegurar la
posesión de lo suyo, fueran vivos o muertos, Jesús empezó resolviendo en su propia per-
sona el contraste entre la vida y la muerte. Lo hizo, muriendo y reviviendo. ¿Para qué es
alguien levantado de nuevo excepto para que un muerto viva? Así, Él reina simultánea-
mente sobre los dos dominios del ser por medio de los cuales los suyos son llamados a
pasar, y para que pueda cumplir con la promesa que les hizo (Juan 10:28, ‘ni nadie las
arrebatará de mis manos’)”.
Bengell señala, en relación a Apocalipsis 1:18, que Jesús pudo haber dicho, apethanon,
“morí”, pero con singular elegancia lo que dices es, egenomin nekros, “estuve muerto”, para
denotar la diferencia en tiempos, y la de los eventos dentro de los tiempos.
15. En su sola persona, mantuvo inviolado su cuerpo humano, el cual no pasó por la
disolución material en sus elementos, no porque, como se dice a veces, fuera liberado de la
tumba antes de que la corrupción tuviera tiempo para afectar su sagrada carne, sino por-
que la obra de la muerte fue detenida en el instante preciso en que el alma y el cuerpo se
separaron. Así como su espíritu no moriría jamás, tampoco su cuerpo vería corrupción. La
carne inviolada de nuestro Señor quedó contenida en el momento en que le fue vigorizada
la silenciosa declaración de una perfecta victoria: su divinidad nunca abandonó su cuerpo,
como tampoco olvidó a su espíritu, al pasar al mundo de los espíritus (William Burton
Pope, Compendium of Christian Theology, II:168).
16. La negación del milagro de la resurrección no es, por tanto, la negación desnuda de un
sencillo hecho histórico; es la negación de la totalidad del aspecto profético del mundo
que presenta el cristianismo, el cual de hecho encuentra su principio en la resurrección.
Una visión del mundo que haga perpetuo el presente orden de cosas, y que considere lo
eterno como solo la continuación del presente, no tendrá espacio, por su misma naturale-
za, para la resurrección de Cristo, la cual es una interrupción del orden de ese mundo de
parte del orden superior de la creación todavía futura, y la cual es un testigo de la realidad
de una vida futura (H. L. Martensen, Christian Dogmatics, 319).
17. Todos los cuatro relatos de la resurrección en los evangelios parecen introducir dos
representaciones contrastadas de la naturaleza del cuerpo resucitado del Señor. El Resuci-
tado parece vivir una vida humana natural, en un cuerpo como el que tenía antes de su
muerte. Tiene carne y huesos; y come y bebe. Pero, por el contrario, parece que tiene un
cuerpo de una clase espiritualmente trascendente, el cual es independiente de las limita-
ciones del tiempo y el espacio. Entra a través de puertas cerradas; se aparece de repente en
medio de los discípulos, y de repente se les hace invisible. Esta contradicción, la cual
ocurre en las apariciones del Salvador resucitado durante los cuarenta días, puede expli-
carse bajo la suposición de que, durante ese intervalo, su cuerpo estaba en un estado de
transición y de cambio, dentro de los linderos de ambos mundos, y poseía el cuño o
carácter de este mundo tanto como del otro. No fue hasta el momento de su ascensión
que podemos suponer que su cuerpo haya sido plenamente glorificado y librado de todas
204 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
las limitaciones y necesidades terrenales, como el cuerpo espiritual del que habla Pablo (1
Corintios 15:44) (H. L. Martensen, Christian Dogmatics, 321).
18. En la resurrección se anticipa el perfeccionamiento del mundo. En la resurrección del
Señor se revela idealmente aquella regeneración, incluyendo la renovación y la glorifica-
ción, que la humanidad y toda la creación ven con anticipación como la consumación del
desarrollo del mundo, en el que el espíritu y el cuerpo, y la naturaleza y la historia, se
reconcilian perfectamente, y la naturaleza humana es glorificada en templo para el Espíritu
Santo, y la naturaleza material es traída a la gloriosa libertad de los hijos de Dios, esa
regeneración que necesariamente incluye y demanda la fe de que la contradicción entre lo
físico y lo ético, entre el reino de la naturaleza y el de la gracia, no continuarán, por no ser
eternos e indisolubles. La resurrección del Señor no es una simple señal de esa regenera-
ción, sino que es en sí el real comienzo de ella. Es el punto sagrado en el que la muerte ha
sido vencida en la creación de Dios, y desde ese punto… procede la resurrección espiritual
tanto como la corporal. Ahora, por primera vez, puede Cristo, como el Salvador resucita-
do, convertirse en el verdadero Señor y en la cabeza de su iglesia. Ahora que el perfeccio-
namiento del mundo ha sido idealmente alcanzado en su persona, Él viene a ser el que en
realidad perfeccione al mundo, y pueda reabastecer este mundo presente con las energías
del mundo futuro (H. L. Martensen, Christian Dogmatics, 318).
Compárese también con Romanos 8:18-23; 1 Corintios 15:24-28 y 49-57; Efesios
1:9-10; Colosenses 1:16-20.
19. El don pentecostal del Espíritu Santo fue a la misma vez la prueba inmediata de la
veracidad de la ascensión, y la demostración de la autoridad a la cual conducía. La predic-
ción del salmista, de que “tomaste dones para los hombres, y también para los rebeldes,
para que habite entre ellos Jehová Dios”, fue interpretada por nuestro Señor, así como por
el apóstol Pablo, como refiriéndose al don supremo del Espíritu Santo (Salmos 68:18).
“Os lo enviaré” (Juan 16:7), fue la promesa antes de que el Salvador partiera, y fue con-
firmada después de su resurrección, y cumplida de una vez y para siempre el día de Pen-
tecostés… El don en sí mismo fue la demostración de la sesión de Cristo a la diestra de
Dios (Hechos 2:33; Efesios 4:8, 12). Pero la gran profecía en los salmos (Salmos 68:18),
“para que habite entre ellos Jehová Dios”, tuvo su cumplimiento pleno cuando el Espíritu
Santo bajó como la Shekhiná, el símbolo de Dios manifestado en la carne, reposando
sobre la iglesia, y habitando en ella como la continua habitación de la divina Trinidad.
Luego, la gloria dentro del velo, y el candelabro afuera, símbolos del Hijo y del Espíritu, se
mezclaron en una y la misma plenitud de Dios cuando el velo fue removido (William
Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:182).
20. Los nombres y títulos de nuestro Señor. En nuestra discusión de “Los divinos nombres y
predicados”, señalábamos el valor práctico del estudio de los nombres por los cuales Dios
se había revelado a sí mismo, y así también el mal uso de ese tema de parte de la así lla-
mada “crítica alta” de los tiempos modernos. De igual manera, hay un valor práctico en el
estudio de “Los nombre y títulos de nuestro Señor”. “Es el método divino para enseñarnos
las doctrinas de la economía de la redención. El que entienda la derivación, los usos y la
importancia del rico agregado de términos, especialmente en sus símbolos hebreos y
griegos… no tendrá escaso conocimiento de esta rama de la teología, y de la teología como
un todo. Sí, porque ese estudio tenderá a dar precisión al lenguaje del teólogo, y especial-
mente al del predicador, quien observará con cuánta exquisita propiedad cada epitafio es
empleado por los evangelistas y los apóstoles en su relación con la persona y la obra y las
relaciones del Redentor. No puede haber mejor ejercicio teológico que el estudio de la
doctrina evangélica basada en los títulos de Jesús. No hay estudio que, seguramente, mejor
exalte a nuestro Señor. No podemos darle pensamiento a los inmensurables nombres
dados por la inspiración a nuestro adorable Maestro, sin sentir que no haya lugar digno de
LOS ESTADOS Y OFICIOS DE CRISTO 205
Él bajo las alturas, y que Él no pueda ser menos que Dios para nuestra fe y reverencia y
devoción y amor” (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:261).
Pope clasifica los nombres y títulos bajo los siguientes seis encabezados: (1) los nombres
del ser suprahumano que se hizo hombre; (2) los nombres que expresan la unión de lo
divino y lo humano; (3) los nombres que expresan los aspectos oficiales de Cristo; (4) los
nombres que designan los oficios específicos del Redentor; (5) los nombres que resultan de
los cambios y combinaciones de los títulos de Redentor; y (6) los nombres que se refieren
a las relaciones del Señor con su pueblo.
Las diversas ayudas para el estudio de la Biblia ofrecen por lo general las listas de
nombres, títulos y oficios de Cristo. (Las que se encuentran en las biblias de Oxford son
excelentes.) La siguiente lista no pretende ser exhaustiva, sino que desea proveerle al
estudiante de una clasificación y guía para el estudio directo de la Biblia.
Adán, el último, 1 Corintios 15:45, 47; abogado, 1 Juan 2:1; el Alfa y la Omega,
Apocalipsis 1:8; 22:13; el Amén, Apocalipsis 3:14; autor y consumador de nuestra fe (o el
que la perfecciona), Hebreos 12:2; el principio de la creación de Dios, Apocalipsis 3:14;
bienaventurado y solo soberano, 1 Timoteo 6:15; renuevo, Zacarías 3:8; 6:12; pan de
Dios, Juan 6:33; pan de vida, Juan 6:35; capitán de nuestra salvación, Hebreos 2:10; santo
hijo, Hechos 4:27; niño, Isaías 11:6; Cristo, Mateo 16:16; Marcos 8:29; Lucas 9:20; Juan
6:69; piedra angular, Efesios 2:20; 1 Pedro 2:6; consejero, Isaías 9:6; David, Jeremías
30:9; la aurora, Lucas 1:78; libertador, Romanos 11:26; el deseado de todas las naciones,
Hageo 2:7; Emanuel, Isaías 7:14; Mateo 1:23; Padre eterno, Isaías 9:6; testigo fiel, Apoca-
lipsis 1:5; el primero y el último, Apocalipsis 1:17; el primogénito (el nacido primero) de
entre los muertos, Apocalipsis 1:5; Dios, Isaías 40:9; 1 Juan 5:20; Dios bendito para
siempre, Romanos 9:5; el buen pastor, Juan 10:11; gobernador, Mateo 2:6; gran Sumo
Sacerdote, Hebreos 4:14; Sumo Sacerdote, Hebreos 5:10; el santo hijo Jesús, Hechos
4:27; el Santo, Lucas 4:34; el santo ser, Lucas 1:35; el cuerno de la salvación, Lucas 1:69;
el Yo Soy, Éxodo 3:14; la imagen de Dios, 2 Corintios 4:4; Jehová, Isaías 26:4; Jesús,
Mateo 1:21; 1 Tesalonicenses 1:10; el justo, Hechos 3:14; rey de Israel, Juan 1:49; rey de
los judíos, Mateo 2:2; rey de reyes, 1 Timoteo 6:15; cordero de Dios, Juan 1:29, 36; el
dador de la ley, Isaías 33:22; la vida, Juan 14:6; la luz del mundo, Juan 8:12; la luz verda-
dera, Juan 1:9; el león de la tribu de Judá, Apocalipsis 5:5; piedra viva, 1 Pedro 2:4; Señor,
Mateo 3:3; Señor Dios todopoderoso; Apocalipsis 15:3; Señor de todos, Hechos 10:36; el
Señor de gloria, 1 Corintios 2:8; Señor de señores, 1 Timoteo 6:15; el Señor nuestra
justicia, Jeremías 23:6; mediador, 1 Timoteo 2:5; el Mesías, Daniel 9:25; Juan 1:41; Dios
fuerte, Isaías 9:6; el poderoso de Jacob, Isaías 60:16; nazareno, Mateo 2:23; pascua, 1
Corintios 5:7; sacerdote para siempre, Hebreos 5:6; príncipe, Hechos 5:31; príncipe de
paz, Isaías 9:6; príncipe de los reyes de la tierra, Apocalipsis 1:5; profeta, Deuteronomio
18:15; Lucas 24:19; redentor, Job 19:25; el justo, 1 Juan 2:1; la raíz y el renuevo de
David, Apocalipsis 22:16; la raíz de David, Apocalipsis 5:5; soberano de Israel, Miqueas
5:2; el mismo ayer, hoy, y por los siglos, Hebreos 13:8; salvador, Lucas 2:11; Hechos
5:31; Pastor y Obispo de nuestras almas, 1 Pedro 2:25; el gran pastor de las ovejas, He-
breos 13:20; Siloh, Génesis 49:10; un hijo, Hebreos 3:6; el Hijo, Salmos 2:12; mi hijo
amado, Mateo 3:17; hijo unigénito, Juan 3:16; hijo de David, hijo de Dios, Mateo 8:29;
Lucas 1:35; Hijo del hombre, Mateo 8:20; Juan 1:51; hijo del Altísimo, Lucas 1:32; la
estrella reluciente de la mañana, Apocalipsis 22:16; estrella y cetro, Números 24:17; la
verdad, Juan 14:6; la vid verdadera, Juan 15:1, 5; el camino, Juan 14:6; el testigo, Apoca-
lipsis 3:14; admirable, Isaías 9:6; el Verbo, Juan 1:1; el Verbo de Dios, Apocalipsis 19:13.
CAPÍTULO 23
LA EXPIACIÓN: SU BASE
BÍBLICA Y SU HISTORIA
Con el fin de preparar la mente para un estudio satisfactorio de la
expiación, será necesario hacer algunas observaciones generales. (1) Es
importante incluir en este estudio las varias fases de la presentación
bíblica, como serían la expiación, la propiciación, la redención, la
reconciliación y fases semejantes. Dado que el tema puede abordarse
desde muchos ángulos, nuestro conocimiento del mismo puede resultar
carente de balance, y fragmentario, a menos que le demos la debida
consideración al amplio registro de material que se encuentra en el
Nuevo Testamento. (2) Es importante velar en contra de las falacias
que surgen de los procesos abstractos de pensamiento. No existe una
idea principal de este importante tema de la que no se hayan extraído
abstracciones infructuosas. Así, por ejemplo, la idea de la penalidad se
ha presentado de tal forma que ha hecho necesario considerar a Cristo
un pecador. La idea de la sustitución se ha concebido de tal forma que
ha hecho de la expiación una simple transacción comercial. De igual
modo, han surgido errores al abstraer un atributo de Dios de entre los
demás, tratándolo como si fuera la total naturaleza divina. El socianis-
mo exaltó la voluntad de Dios, en tanto que el calvinismo hizo lo
propio con la justicia de Dios. (3) Se debe hacer una distinción
marcada entre el hecho de la expiación, y las teorías vicarias que se
adelantan para explicarla. Algunos han cuestionado el valor de todo
esfuerzo que formule una teoría de la expiación, pero la palabra teoría,
como se emplea aquí, expresa sencillamente significado, sin el cual
ningún hecho moral podría relacionarse debidamente con ser inteli-
gente alguno. De otro modo, la cábala vendría a ser el factor dominante
208 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
de la religión. Pero no hay que olvidar que se nos manda poder dar
razón de la esperanza que hay en nosotros. El cristianismo debe
fomentar la inteligencia, antes que abjurarla. (4) La literatura acerca de
este tema es enorme y, si se le priva de los hechos básicos, se vuelve
confusa e inútil. Por lo tanto, deberemos dar atención primaria al tema
como se presenta en la Biblia; y tras ello, deberemos estudiar sus
diversas explicaciones, tal y como se encuentran en la historia de la
doctrina cristiana.
Prefiguras de la expiación en el Antiguo Testamento. La doctrina de la
expiación fue develada gradualmente al mundo. Se pueden mencionar
tres etapas principales en su desarrollo: (1) los sacrificios primitivos; (2)
los sacrificios de la ley; y (3) las predicciones de los profetas.
1. Los sacrificios caracterizaron por doquier el periodo primitivo. En
la historia patriarcal, el altar siempre tiene prominencia. Se le considera
como un elemento esencial para todo acercamiento a Dios. Aunque la
Biblia no nos ofrece una explicación del origen de los sacrificios, sí nos
ofrece un testimonio escrito de la adoración sacrificial, partiendo de la
alborada misma de la historia, hasta el tiempo en que la obra expiatoria
de nuestro Señor Jesucristo puso fin a los sacrificios. Podemos notar
aquí, pues, lo siguiente: (1) El origen divino de los sacrificios. Esto se
evidencia por la naturaleza del sacrificio en sí, y también por el hecho
de que, anterior al diluvio, a los animales se les clasificaba como limpios
e inmundos. Sin embargo, el argumento más enérgico tenemos que
encontrarlo en el testimonio histórico de los sacrificios particulares. El
primero es el de Caín y Abel. “Caín trajo del fruto de la tierra una
ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus
ovejas, de lo más gordo de ellas” (Génesis 4:3-4). Este pasaje bíblico, si
se enlaza con Hebreos 11:4, revela dos hechos: uno, que el sacrificio fue
ofrecido en fe; el otro, que fue divinamente aprobado. El segundo es el
sacrificio de Noé, quien lo ofreció inmediatamente después de aban-
donar el arca. “Y edificó Noé un altar a Jehová, y tomó de todo animal
limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en el altar. Y percibió
Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a
maldecir la tierra por causa del hombre” (Génesis 8:20-21). Aquí se
afirma que el sacrificio tuvo el sello de la aprobación divina. El tercer
sacrificio patriarcal es el de Abraham, según se registra en el sugestivo
relato encontrado en Génesis 15:9-21. Aquí se declara expresamente
que Abraham ofreció sacrificios de animales en obediencia al mandato
de Dios. La “antorcha de fuego” que pasó por entre los animales, y los
LA EXPIACIÓN: SU BASE BÍBLICA Y SU HISTORIA 209
que redime, ya que dio su vida “en rescate [lutron] por muchos” (Mateo
20:28); y, “el cual se dio a sí mismo en rescate [antilutron] por to-
dos…” (1 Timoteo 2:6). Aquí la idea de sustitución es claramente
evidente: se paga una cosa por otra, “la sangre de Cristo” por la
redención de seres humanos cautivos y condenados.
3. Reconciliación viene de los verbos katallasso, o apokatallasso, y
ambos se traducen como “reconciliar”. Denotan principalmente el
cambio de un estado a otro, pero de la manera en que se usa en la
Biblia, el cambio es de un estado de enemistad a un estado de reconci-
liación y amistad. El apóstol Pablo emplea el término repetidas veces.
“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos
por su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios
por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la
reconciliación [katallagin]” (Romanos 5:10-11); “Y todo esto proviene
de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el
ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando
consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados,
y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corintios
5:18-19); “y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo
cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:16); “y por medio
de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra
como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de
su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y
enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconci-
liado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros
santos y sin mancha e irreprensibles delante de él” (Colosenses
1:20-22). Aquí es evidentemente claro que la reconciliación entre Dios
y los seres humanos la efectúa Cristo. Pero la reconciliación significa
más que simplemente dejar a un lado nuestra enemistad con Dios. La
relación es de tipo judicial, y es esta disparidad judicial entre Dios y el
ser humano a la que se es referida en la idea de reconciliación. Más aún,
la reconciliación se efectúa, no por dejar de lado nuestra enemistad,
sino porque nuestras transgresiones no nos son imputadas. Esta
reconciliación previa del mundo con Dios mediante la muerte de su
Hijo, también la debemos distinguir de “la palabra de la reconcilia-
ción”, la cual se ha de proclamar al culpable, y por la que se les ruega
que se reconcilien con Dios.
LA EXPIACIÓN: SU BASE BÍBLICA Y SU HISTORIA 219
224 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
esto sobre las bases de que Cristo no fue un súbdito de la ley, sino su
Señor. Los socinianos, en oposición a las iglesias luteranas y reformadas,
revivieron la teoría de Abelardo, y, en cierta medida, la de Juan Escoto.
Los socinianos encuentran su expresión moderna en las numerosas
teorías de la influencia moral. Los arminianos trataron de dar con un
término medio entre los extremos de las teorías de la satisfacción penal y
la influencia moral. Grocio argumentó, en contra de Escoto, que Dios
castiga el pecado, no como un acto de desagravio, sino como el gober-
nador del universo, para que su gobierno prevalezca. Discutiremos estas
teorías en nuestra próxima división.
puede relajar sus demandas. Pero fue esta posición sobre el relajamiento
de las demandas de la ley la que lo sujetó a la crítica.24 El término que
introdujo, acceptilatio, el cual Juan Escoto había empleado contra la
posición ansélmica, hizo que lo acusaran de concederles demasiado a los
socinianos. El acceptilatio, en la ley romana, se refería a la absolución de
una obligación por la palabra, sin que mediara un pago real. Grocio, sin
embargo, insistió en que su teoría de la satisfacción iba más allá que el
acceptilatio de la jurisprudencia romana, y que, aunque era de valor
infinito, no era un equivalente preciso. Por tanto, los reclamos de la ley
se relajaban en un sentido pero no en otro. William Burton Pope hace
un señalamiento en el sentido de que “la teoría ansélmica más rigurosa
debe admitir el principio tocante a la aceptación de un sustituto se
refiere; pero, ¿por qué no llevar el principio un poco más lejos y hacer
del acto de interferencia algo que se extienda hasta el valor de la cosa
sustituida, y también hasta el principio de la sustitución, especialmente
cuando el valor aquí es infinito?” (William Burton Pope, Compendium
of Christian Theology, II:313). John Miley atribuye el acceptilatio a la
posición ansélmica más bien que a la de Grocio, sosteniendo que esta
última no admite una teoría de la expiación basada en un sentido tal de
deuda y pago.25
Richard Watson (1781-1823) enseñó una forma modificada de
teoría gubernamental. Sostuvo que la expiación era una satisfacción de
la naturaleza ética de Dios, así como un expediente para sostener la
majestad de su gobierno. Basó su posición en que no debía haber un
abismo moral entre las leyes y la naturaleza de Dios, y que lo que
satisface a ésta es aceptable para las otras. Watson establece su posición
de la siguiente manera: “La muerte de Cristo es, entonces, la satisfac-
ción aceptada, y siendo así la justicia satisfecha, es decir, siendo esta una
consideración que satisface a Dios como un ser esencialmente justo, y
como quien le tiene un respeto estricto e inflexible a la justicia de su
gobierno, es por causa de esa muerte, o por medio de ella, que perdona,
lo cual, como consecuencia, se vuelve ‘una declaración de la justicia de
Dios’ como el único método señalado para la remisión del castigo del
culpable; y si este es el caso, la satisfacción no respeta… el honor de la
ley de Dios, sino su autoridad, y el soporte del carácter justo y santo del
Dador de la ley, y de su administración, de la cual esa ley es la expresión
visible y pública. Esto no ha de considerarse un expediente simplemen-
te sabio y apropiado de gobierno, un punto al que hasta el mismo
Grocio se inclinó demasiado, sin excluir a muchos otros teólogos… por
LA EXPIACIÓN: SU BASE BÍBLICA Y SU HISTORIA 233
puede ser una sustitución del castigo como la pena merecida por el
pecado, puesto que ello sería una expiación absoluta. La sustitución, por
tanto, es en el sufrimiento, pero sin el elemento penal. (4) La expiación
debe estar relacionada con la justicia pública. Como es el caso con la teoría
de la satisfacción, en la rectora, los sufrimientos de Cristo son una
expiación por el pecado solo si en algún sentido toman el lugar del
castigo. En una, toman su lugar como un sustituto penal, cumpliendo así
el oficio de la justicia en el castigo actual del pecado; en la otra, toman el
lugar del cumplimiento de su oficio en lo que concierne a los intereses
del gobierno moral. (5) Lo remisible de sus penalidades. No hay suficiente
razón para que el pecado sea castigado solo sobre las bases de su deméri-
to. El perdón de un pecador, como una verdadera remisión del castigo
en el momento de su justificación y aceptación en el favor divino, es una
prueba positiva de lo contrario. (6) El lugar de la expiación. Ahora el
camino está abierto para una provisión sustitutiva que pueda tomar el
lugar del presente castigo impuesto sobre el pecado. La teoría de la
satisfacción en realidad no deja lugar para la expiación vicaria. Su
principio más fundamental y permanentemente afirmativo, a saber, que
el pecado como tal debe ser castigado, hace del castigo del pecador una
necesidad absoluta. Pero, siendo que las penalidades son remisibles en lo
que toca a una justicia puramente retributiva, teniendo así un fin especial
que sea de interés para un gobierno moral, dichas penalidades pueden
dar lugar a cualquier medida sustitutiva que obtenga ese fin. Y ahí, pues,
se tiene el lugar para la expiación vicaria. (7) La naturaleza de la expia-
ción. La naturaleza de la expiación en los sufrimientos de Cristo se deriva
necesariamente del principio arriba mencionado. No puede derivarse de
la naturaleza requerida por los principios de la teoría de la satisfacción. Al
afirmar lo absoluto de la justicia divina en su elemento puramente
retributivo, la teoría excluye la posibilidad de una sustitución penal en
expiación por el pecado. Por consiguiente, los sufrimientos de Cristo no
son, ni pueden serlo, una expiación por medio de la sustitución penal.
Pero, aunque sus sufrimientos no pueden tomar el lugar de la pena en el
castigo presente del pecado, sí pueden, y lo hacen, tomar el lugar en su
fin estrictamente rector. De esta manera se establece que la expiación
consista en los sufrimientos de Cristo, como un sustituto provisional de
la pena, en el interés del gobierno moral. (Systematic Theology,
II:155-156.)
Las objeciones a esta teoría recibirán consideración en nuestro tra-
tamiento constructivo de la expiación. Aquí será suficiente mencionar,
LA EXPIACIÓN: SU BASE BÍBLICA Y SU HISTORIA 235
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Un tipo, en el sentido teológico, es una señal o ejemplo preparado y diseñado por Dios
para prefigurar alguna persona o cosa futura. Se requiere que represente ese futuro objeto
con más o menos claridad, ya sea por algo que tenga en común con el antetipo, o porque
es el símbolo de alguna propiedad que posea; que sea preparado y diseñado por Dios para
así representar su antetipo, circunstancia que lo distingue de un símil o un jeroglífico; que
dé lugar al antetipo tan pronto como aparezca; y que la eficacia del antetipo exista en el
tipo, pero solo en apariencia, o en menor grado (Samuel Wakefield, Christian Theology,
352).
2. Fue el propósito de Dios al asignar estos sacrificios, (a) que eximieran ciertos crímenes de
su castigo civil. Cometer un crimen lo hacía a uno indigno de la comunidad del pueblo
santo, y lo excluía de ella. Ofrecer un sacrificio era el medio por el que la persona era
externamente readmitida a la comunidad judía, haciéndola externamente pura; sin em-
bargo, la persona no obtenía, por razón del sacrificio, el perdón de Dios por su pecado. La
intención era que todos los que ofrecían un sacrificio hicieran, por ese acto, una confesión
pública de su pecado, y a la vez vieran ante ellos, en el sacrificio, el castigo que hubieran
merecido, final este al que se reconocían haberse expuesto. De aquí que se dijera que los
pecados se depositaban sobre la víctima, y que se los llevaba cuando era sacrificada. (b)
Otro fin de los sacrificios asignados por Moisés, como se nos enseña en el Nuevo Testa-
mento, fue señalarle el futuro a los israelitas, y prefigurarles, por medio de tipos, una
LA EXPIACIÓN: SU BASE BÍBLICA Y SU HISTORIA 243
mayor provisión divina para la recuperación de la raza humana, y para despertar en los
israelitas un sentimiento de la necesidad de tales provisiones (George C. Knapp, Christian
Theology, 381).
3. Hay otra aplicación de la suma función sacerdotal de nuestro Señor a la cual es importante
referirnos en este lugar, aunque sea ligeramente. El esquema entero de la expiación cris-
tiana pertenece a este oficio del Mesías. No es como maestro ni como gobernante que
salva al mundo, a menos que sea enseñando los principios de su obra sacrificial, y admi-
nistrando las bendiciones que ha comprado. Se demostrará aquí cuánto la doctrina de la
expiación está ligada al gobierno de un dador de la ley que administra su ley en una nueva
corte, la corte mediadora. En ella, él demanda y recibe lo que el lenguaje teológico deno-
mina satisfacción. Pero siempre se debe recordar que el templo es la verdadera esfera del
sacrificio expiatorio. La sala evangélica del juicio no es otra que la corte del templo. Y es
algo más que una imaginación mística la que considera el velo como separación entre el
santuario exterior, donde se ofrece la oblación que satisface la justicia, y el lugar santísimo,
en donde se presenta para la aceptación divina. La expiación de nuestro Señor es la obe-
diencia sacrificial, o el sacrificio obediente que ha quitado el pecado: la obediencia se
ofreció en el patio exterior, en donde la sangre reina para muerte, pero el sacrificio se
ofreció en el santuario interior, en donde la misericordia reina para vida. En Cristo todas
estas cosas son una. Y la unidad es el principal fin de la discusión evangélica de la Epístola
a los Hebreos (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:247-248).
4. Es por tanto evidente que el profeta Isaías, seiscientos años antes del nacimiento de Jesús,
que Juan el Bautista, en el comienzo de su ministerio, y que Pedro, su amigo, compañero
y apóstol, subsecuente a la transacción, hablen de la muerte de Cristo como una expiación
por el pecado bajo la figura de un cordero sacrificado (Watson, Dictionary).
5. Cristo, nuestra pascua, fue sacrificado por nosotros, creemos, en el día 14 de Nisán, y
resucitó como primicias, creemos, en el 16 de Nisán, y lo hacemos tomando en cuenta
que los sinópticos hablan del día de la crucifixión como el de la preparación para el gran
sábado del 15 de Nisán, y no como el día de la fiesta en sí, por lo que somos llevados a
concluir que la última cena, como lo registra Juan, fue antes de la fiesta de la pascua, y que
la crucifixión tomó lugar el viernes, 14 de Nisán. Los discípulos, quienes de acuerdo con
los sinópticos, en el primer día de la fiesta de los panes sin levadura, hicieron esta pregun-
ta: ‘¿Dónde quieres que preparemos la pascua?’, prepararon la cena el 14 de Nisán, pero
antes de que el 13 hubiera terminado, es decir, en la noche del jueves, el 13 de Nisán, y en
esa misma noche el Señor anticipó la pascua, la cual tanto deseaba comer con ellos. El día
exacto de la redención del mundo, casi aproximándonos con absoluta certeza, se le puede
asignar al viernes, 18 de marzo, 14 de Nisán, en el año de Roma 782, año 29 d.C. (Wi-
lliam Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:160).
6. El segundo Adán también toma el lugar de la humanidad, y su obra sacrificial debe verse
como la obra actual de la humanidad misma (satisfactio vicaria). Pero nuestra consciencia
interior demanda que la justicia y la obediencia rendidas, no solo sean sin nosotros en
otro, sino que se hagan personalmente las nuestras. Luego, esta demanda se satisface por el
hecho de que Cristo es tanto nuestro redentor como nuestro reconciliador: nuestro salva-
dor, quien remueve el pecado dando una vida nueva a la raza al establecer una comunión
viviente entre él y la humanidad. Toda confianza simplemente externa, y no espiritual, en
la expiación surge del deseo de recibir a Cristo como reconciliador sin recibirle como
redentor y santificador. El evangelio, “Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo”, no deberá separarse del siguiente llamado, “¡Reconciliaos con Dios!”, es decir,
“¡Aprópiense de la reconciliación lograda en Cristo por el poder sanador y purificador,
vivificante y santificador que emana de Cristo!” (Obispo H. L. Martensen, Christian
Dogmatics, 807-808).
244 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
7. En referencia al uso de las preposiciones griegas que se traducen “por”, Samuel Wakefield
hace la siguiente declaración: “Todo eso puede concederse, sin embargo es cierto que hay
numerosos textos de la Biblia en los que las partículas pueden interpretarse solo cuando se
toman como queriendo decir ‘en lugar de’, o ‘en el lugar de’. Cuando Caifás dijo, ‘ni
pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación
perezca’, enseñó claramente que o Cristo o la nación debían perecer, y que hacer morir al
primero sería causar que muriera en lugar del último. En Romanos 5:6-8, el sentido en
que ‘Cristo murió por nosotros’ está indudablemente fijado por el contexto” (Christian
Theology, 359).
8. Los primeros padres siguieron muy de cerca las palabras de la Biblia en lo que se refiere a
la expiación. Así, Clemente de Roma, a veces identificado con el Clemente que Pablo
menciona en Filipenses 4:8, dice, “Por razón del amor que Jesucristo nos tuvo, dio su
sangre por nosotros por la voluntad de Dios, su carne por nuestra carne, y su alma por
nuestras almas” (capítulo xlix). La doctrina de Pablo es fielmente reproducida también en
la Epístola de Bernabé, en donde se declara que, “El Señor soportó entregar su cuerpo a la
muerte para que nosotros pudiéramos ser santificados por la remisión de los pecados, que
es el derramamiento de esa sangre” (Epístola, 5). Ignacio (c. 116), el discípulo de Juan
apóstol, declara que “tenemos paz por medio de la carne y la sangre y la pasión de Jesu-
cristo” (Ad Ephesos, 1). Policarpo (c. 168), quien también conoció al Apóstol, es más
específico. “Cristo es nuestro salvador, porque por gracia somos justos, no por obras; por
nuestros pecados, tomó sobre sí hasta la misma muerte; se ha hecho el siervo de todos, y
por su muerte por nosotros, nuestra esperanza, y la promesa de nuestra justicia. El más
grave pecado es no creer en Cristo; su sangre será demandada de los incrédulos; para
aquellos a quienes la muerte de Cristo, que obtiene el perdón de pecados, no les resulte la
base de la justificación, les resultará la base de la condenación” (Ad. Philippos, 1, 8).
9. La posición de Ireneo (c. 200) se da aquí en sus propias palabras: “El Verbo de Dios (el
Logos), omnipotente y sin carencia de justicia esencial, procedió con estricta justicia, aun
en contra de la apostasía o del reino mismo de maldad (apostasiam), redimiéndolos (ab ea),
aquellos que eran originalmente suyos, no usando la violencia, como lo hizo el diablo en el
principio, sino la persuasión (secundum suadelam), como convenía a Dios, de modo que ni
la justicia fuera infringida, ni la creación original de Dios pereciera” (Adversus Hæreses
i.1). William G. T. Shedd señala que dos interpretaciones de esta fraseología son posibles.
La “persuasión” puede referirse a Satanás o al hombre; y los “reclamos” a los que se alude,
pueden considerarse como los del diablo, o como los de la ley y la justicia. En oposición a
la primera interpretación, la cual ha sido adelantada por la escuela racionalista, Shedd, en
común con la mayoría de los escritores ortodoxos, mantiene que la segunda interpretación
es, sin duda, la correcta.
Frecuentemente se hace referencia al sacrificio de Cristo como ofrecido a Dios por una
propiciación. Eusebio dice, “Para que como una víctima de Dios, y un gran sacrificio,
pudiera ser ofrecido por todo el mundo al Altísimo”. Basilio también dice, “El Hijo
unigénito, que da vida al mundo, siendo que se ofreció a sí mismo como una víctima y
una oblación por nuestros pecados, es llamado el Cordero de Dios”. “La sangre de Cristo”,
dice Ambrosio, “es el precio pagado por todos, por el cual el Señor Jesús, quien por sí solo
ha reconciliado al Padre, nos ha redimido”. “Éramos enemigos de Dios por el pecado, y
Dios había decretado que el pecador muriera. Por lo tanto, una de dos cosas eran necesa-
rias: o Dios, por ser verdadero, debía destruirlos a todos, o, por usar de clemencia, debía
anular la sentencia emitida. Pero he aquí la sabiduría de Dios. Mantuvo tanto la sentencia
como el ejercicio de su bondad. Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo en el madero,
de modo que, por medio de su muerte, muertos al pecado, viviéramos para la justicia”
(Cirilo de Jerusalén).
LA EXPIACIÓN: SU BASE BÍBLICA Y SU HISTORIA 245
10. Henry C. Sheldon piensa que es una burda y asombrosamente persistente falsedad que por
mil años la iglesia no conociera alguna otra teoría de la obra redentora que la que enseña el
pago de un rescate a Satanás. Sheldon dice que tanto en las iglesias griegas como en las
latinas, la relación de la obra redentora con Satanás fue solo un aspecto entre los muchos
que recibieron atención (compárese con History of Christian Doctrine, I:121-124, 251-257
y 362-367).
11. La iglesia en general, como en el periodo anterior, consideraba la predestinación, en la
medida en que estuviera conectada con el destino moral del ser humano, como condicio-
nada por el conocimiento previo. El mismo Agustín una vez defendió claramente esta
posición, diciendo que Dios escogió a los que conoció de antemano que creerían, y unió a
esta declaración que creer estaba al alcance de la facultad humana. Primero el ser humano
cree, decía, y luego Dios da gracia para las buenas obras (Henry C. Sheldon, History of
Christian Doctrine, I:258).
12. A. A. Hodge expresa la doctrina de la expiación de Anselmo de la siguiente manera:
“Enseñó que el pecado es una deuda (una culpa); que, bajo el gobierno de Dios, es abso-
lutamente necesario que la deuda deba pagarse, i.e., que la pena incurrida por la culpa del
pecado deba sufrirse; que esta necesidad tiene su fundamento en las perfecciones infinitas
de la naturaleza divina; que la pena debe infligirse sobre el pecado en persona, a menos
que se pueda encontrar un sustituto que tenga todas las calificaciones legales para ese
oficio. Esto solo se logró en Jesucristo, una persona divina que abrazó la naturaleza hu-
mana”.
Henry C. Sheldon expresa la teoría en estas palabras: “Cristo encarnado, entonces,
aparece como Dios perfecto y hombre perfecto. Como un ser sin pecado, no está bajo la
obligación de morir. Por consiguiente, al rendirse voluntariamente a la muerte, establece
un mérito: un mérito en proporción a la dignidad de su persona, y completamente ade-
cuado para remediar el demérito del ser humano. Un tan grande mérito merecía una
recompensa extraordinaria. Pero Cristo, siendo ya el poseedor de todas las cosas, no
necesitaba un regalo para sí. Lo que correspondía era que se le permitiera elegir al ser
humano para que recibiera los beneficios que habían sido comprados con su sacrificio
(History of Christian Doctrine, I:363).
13. Henry C. Sheldon dice que Abelardo no descartó del todo el aspecto sacrificial de la obra
de Cristo, o la idea del mérito imputado. Reconoció, en cierto sentido, una eficacia vicaria
en el mérito adquirido por Cristo en tanto y en cuanto vino a suplementar, a los ojos de
Dios, la deficiencia del mérito en los elegidos, o la imperfección de ese amor al que se les
llama por la revelación del amor divino. Pero esta es una consideración subordinada. El
amor que se revela y que atrae la reciprocidad de ese amor: esta es en esencia la teoría de
Abelardo de la obra redentora de Cristo. “Nuestra redención”, dice Abelardo, “es ese amor
supremo obrado en nosotros por la pasión de Cristo, la cual no solo nos libra de la escla-
vitud del pecado, sino que adquiere para nosotros la verdadera libertad de los hijos de
Dios, a fin de que cumplamos todos los requisitos por amor antes que por temor a Aquél
que ha exhibido hacia nosotros una tan grande gracia, una gracia sin igual, y que, de
acuerdo con su testimonio, ninguna igual puede encontrarse” (History of Christian Doc-
trine, I:365).
Abelardo fue el principal opositor de Anselmo, y, podría decirse que fue el fundador de
la teoría de la expiación que excluye el misterio más profundo de la cruz. Refirió la reden-
ción cristiana solamente al amor de Dios como su fuente, y enseñó que no podía haber
nada en la esencia divina que requiriera de forma absoluta una satisfacción por el pecado.
La redención, al igual que la creación, fue un fíat: igualmente segura, igualmente libre, e
igualmente independiente de cualquier otra cosa en la criatura. La influencia de la obra de
Cristo, como se logró en la cruz, y se llevó a cabo en su intercesión, es moral, subyugando
246 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
to, con todo lo que es castigable y todo lo que merece dejarse atrás, ¿cómo puede el sufri-
miento redentor que padeció ser el castigo merecido del pecado?” (Systematic Theology,
II:146-147).
18. John Miley, en su crítica de esta teoría, expresa “que la satisfacción necesaria de la justicia,
como se mantiene en esta teoría, respeta no simplemente una disposición punitiva en
Dios, sino especial y principalmente una obligación de su justicia para castigar el pecado
de acuerdo a su demérito, y sobre esas bases. Es porque el castigo del pecado resulta en una
necesidad en la rectitud de la justicia divina, que la única posible expiación es por sustitu-
ción penal” (Systematic Theology, II:143).
Ebrard dice, “Si llevo el castigo de otro por él, el mismo sufrimiento que para él hubiera
tenido la cualidad moral de un castigo, no hubiera tenido para mí, que soy inocente, la
cualidad moral de ese castigo. La noción de castigo contiene, además del elemento objeti-
vo del sufrimiento causado por el juez, también el elemento subjetivo del sentido de culpa
o de una consciencia mala sufrida por el culpable, o la relación entre el acto malo cometi-
do y el consecuente sufrimiento causado” (compárese con J. J. Van Oosterzee, Christian
Dogmatics, 603).
19. Richard Watson sostiene que el diseño de Dios en el don de su Hijo es “que Él muriera en
el lugar de todos los hombres, y por ellos, como una oblación sacrificial, siendo así hecho
satisfacción por los pecados de todo individuo, de modo que los mismos se hagan remisi-
bles sobre las bases de los términos del pacto evangélico, i.e., sobre la condición de la fe”
(Theological Institutes, II, capítulo 25).
A. A. Hodge dice que, “el punto de vista arminiano difiere del calvinista en dos puntos.
Mantiene que Cristo murió, primero, para la liberación de todos los seres humanos;
segundo, para hacer posible su salvación. Sostenemos, por otro lado, que Cristo murió,
primero, por sus elegidos; segundo, para hacer cierta su salvación” (Outlines of Theology¸
313).
20. La siguiente declaración de A. A. Hodge confirma la posición arriba mencionada. Dice,
“Si está implícito en la naturaleza misma de la expiación… que todas las responsabilidades
legales de aquellos por los que murió fueron puestas sobre Cristo, y si sufrió la mismísima
pena que la justicia divina les requería, entonces sigue por necesidad que todos aquellos
por los que murió están absueltos, ya que la justicia no puede demandar dos satisfacciones
perfectas, ni infligir el mismo castigo una vez sobre el sustituto y de nuevo sobre el prin-
cipal” (Outlines of Theology, 313).
21. S. J. Gammertsfelder ofrece las siguientes objeciones a la teoría penal: (1) Sostiene que la
justicia yace más profundamente en la naturaleza de Dios que el amor y la misericordia,
puesto que la Biblia, al igual que la razón, nos enseña que el amor, y no la justicia, fue la
causa motora de la redención. (2) Viola el principio moral que sostiene que la culpa y el
castigo no son transferibles. La salvación es un proceso ético y no puede determinarse por
principios meramente comerciales, gubernamentales o jurídicos. El demérito del pecado
no puede ser transferido; así tampoco la justicia. (3) Otra objeción a la teoría es que no
deja lugar para el perdón. Ahora bien, si los pecados son removidos por sustitución penal,
no queda lugar para el perdón. Si se paga una deuda, no hay lugar para la remisión. Si
Dios debe castigar, lo debe hacer de acuerdo con la justicia absoluta, siendo imposible que
castigue por ficción. El perdón y el castigo se excluyen mutuamente. (4) La cuarta obje-
ción se encuentra en la calidad de irrealidad del procedimiento como un todo. El simple
sufrimiento físico nunca podrá expiar por el pecado, ya que el castigo es más que el sufri-
miento físico. Todos los elementos de tristeza, vergüenza y constricción deben entrar en
consideración, y estos no son transferibles (Systematic Theology, 277-279).
248 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA EXPIACIÓN: SU BASE BÍBLICA Y SU HISTORIA 249
destino. Una cosa es ser arrastrado por una fuerza irresistible pero completamente ciega, y
otra es ser guiado por la mano de nuestro Padre celestial.
4. La benevolencia, justicia y gracia de Dios. La justicia, al igual que la benevolencia, es
una propiedad esencial y última de la naturaleza divina, y, por consiguiente, de ella se
derivan las voliciones divinas, determinando su carácter. Por la perfección de su carácter,
Dios es siempre benevolente con el inocente, pero es igualmente cierto que, por ello, él
está determinado a castigar al culpable. De esta manera, él ha ejercido tanto la justicia
como la benevolencia: justicia con el pecado y la ley, y benevolencia con el pecador, una
benevolencia que es inmerecida en la gracia soberana.
5. El efecto de la apostasía de Adán sobre la raza. El órgano de volición, el agente que
decide, es el alma entera con sus facultades constitucionales y hábitos adquiridos. Ésta
posee la propiedad inalienable de la determinación propia, el carácter moral del cual
depende que la habite el Espíritu Santo, y necesita, por tanto, la ayuda divina para decidir
correctamente. Adán fue creado en comunión con Dios, y, por lo tanto, con una santa
tendencia en el corazón, con pleno poder para no pecar, pero también, por un periodo
limitado de prueba, con poder de pecar; y cuando pecó, el Espíritu Santo se alejó de la
raza, y él y sus descendientes perdieron el poder original para no pecar, adquiriendo la
necesidad de pecar; en otras palabras, la inhabilidad moral total… Por lo tanto los calvi-
nistas sostienen (1) que el pecado humano, habiéndose originado en la libre apostasía de
Adán, merece la ira y la maldición de Dios, y la justicia inmutable demanda que las sufra.
(2) Esa, aún más, es la relación que subsiste entre Adán y sus descendientes, y cada perso-
na que llega a existir, Dios justamente la considera y trata igualmente digna de castigo de
ese pecado, retirando consecuentemente de ella su comunión dadora de vida. Por tanto,
toda la raza, y cada individuo incluido en ella, está bajo la justa condenación de Dios; y,
así, el don de Cristo, y el esquema completo de la redención, sea en su concepción, ejecu-
ción o aplicación, es enteramente y de toda forma un producto de su gracia soberana. Dios
era libre de proveerla a pocos o a muchos, para todos o para ninguno, según se placiera; y
en cada caso en que se aplicara, los móviles que determinaban a Dios no podían encon-
trarse en el objeto, sino solo en el beneplácito de la voluntad del Agente divino. (3) En
cuanto al pecado original, ya que toda persona viene al mundo en una condición antenatal
confiscada, por razón de la apostasía de Adán, dicha persona está judicialmente excluida
de la energía moralmente vivificante del Espíritu Santo, empezando así a pensar, sentir y
actuar sin una inclinación espontánea al bien moral. (4) Pero, siendo que la obligación
moral es positiva, y que el alma es esencialmente activa, la misma desarrollará instantá-
neamente, en la acción, una ceguera y muerte espiritual respecto a las cosas divinas, y una
inclinación positiva al mal. Esto encierra la corrupción de toda la naturaleza; y la impo-
tencia absoluta de la voluntad para hacer el bien resulta, humanamente hablando, irreme-
diable, tendiendo necesariamente al incremento indefinido tanto de la depravación como
de la culpa. De aquí que se diga que la misma es total.
6. La naturaleza y la necesidad de la gracia regeneradora. La gracia es el favor gratuito y
soberano para el que no lo merece. Los calvinistas distinguen entre (1) “la gracia común”,
o la influencia moral y persuasiva del Espíritu en el alma, actuando por medio de la ver-
dad, como resultado de la obra de Cristo, la cual tiende a reprimir las malas pasiones,
aunque puede resistirse, y, en la persona no regenerada, resistirse persistentemente a (2) “el
llamado eficaz”, el cual es un acto único de Dios, que cambia el carácter moral de la
voluntad del sujeto, y que implanta una tendencia preponderante a cooperar con la gracia
futura en toda forma de obediencia santa. El alma, por razón de la nueva energía creadora
dentro de ella, abraza espontáneamente a Cristo y se vuelve a Dios. Después, esta misma
energía divina continúa ayudando al alma, y preparándola, y aprobándola para toda buena
250 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
obra. El alma regenerada ahora coopera perseverantemente con esta gracia, pero a veces se
resiste, hasta que el estado de la gracia sea suplantado por el estado de la gloria.
7. La aplicación del plan de redención. La predestinación, o el propósito de Dios de
asegurar la salvación de algunos seres humanos, pero no de todos, se ha considerado
popularmente como la característica distintiva del calvinismo, y una de las más repugnan-
tes para la sensibilidad moral. Algunos calvinistas, razonando hacia abajo desde la natura-
leza de Dios como absoluta, han desarrollado esta doctrina de manera estrictamente
especulativa, haciéndola el cimiento de su sistema. Estos, por necesidad, la han concebido
en el sentido alto y lógicamente coherente del supralapsarianismo (la elección antes de la
creación, y el decreto de crear al ser humano, y de permitirle caer, a fin de llevar a cabo su
salvación o perdición predestinada), el cual ha sido rechazado por la mayor parte de los
teólogos reformados, ya que la consideran no bíblica y repulsiva al sentido moral. La vasta
mayoría de los calvinistas, no obstante, son influenciados por las consideraciones prácticas,
no especulativas, sosteniendo así un punto de vista infralapsariano (elección después de la
creación). Dios, dicen estos, elige a su pueblo de entre la masa de pecadores culpables, y
les provee redención, asegurándoles fe y arrepentimiento, para que sean salvos. Por lo
tanto, estos dones no pueden ser condiciones para la salvación, como sostiene Arminio;
antes, son sus resultados predeterminados y bondadosamente efectuados. Gottschalk
enseñó una doble predestinación: los elegidos para salvación, y los reprobados para con-
denación. Pero esta teoría no la enseñan las normas reconocidas del calvinismo. Dios, por
libre gracia, elige a aquellos que quiere salvar, y de hecho los salva; mientras, aquellos que
no elige, son dejados sencillamente bajo la operación de la ley de juicio exacto, sea este el
que sea. El “particularismo” calvinista admite los resultados presentes de la salvación en su
sentido más amplio, y los refiere todos al bondadoso propósito y poder de Dios, sin
restringirlos a los límites determinados por los hechos mismos.
23. La teoría de Grocio fue adoptada en Inglaterra por Richard Baxter (1615-1691) y Samuel
Clarke (1675-1729). Su primera obra, publicada en 1617, fue traducida al inglés por F.
H. Foster, el historiador de la teología de Nueva Inglaterra, y se publicó en Andover en
1889. Foster demuestra, sin embargo, que los escritos teológicos de Grocio ya se encon-
traban en la biblioteca del Colegio de Yale en 1733. Los mismos fueron publicados en
cuatro tomos paginados, en Londres y Ámsterdam, en 1679, y en Basilea en 1732. La
teoría fue defendida por los teólogos de Nueva Inglaterra desde los días de Jonatán Ed-
wards, aunque ha sido difícil determinar hasta qué punto. Muchos de ellos defendieron
solo las demandas gubernamentales para una expiación, haciendo de esto el punto de
partida para una demanda adicional. John Dickie expresa que los teólogos de Nueva
Inglaterra desarrollaron su doctrina de la expiación basados en Grocio, de forma algo así
como los escolásticos usaron las Sentencias de Lombardo, terminando ambos grupos
perdidos en la neblina de la especulación. Las principales discusiones de Nueva Inglaterra
fueron coleccionadas y publicadas en Boston, con un ensayo introductorio por E. A. Park,
de Andover. Los puntos de vista de R. W. Dale y J. Scott Lidgett no son otra cosa que una
modernización de la teoría grociana.
24. Pero Grocio, su posterior representante, no estuvo de acuerdo con la teología arminiana
cuando limitó la satisfacción a la dignidad de la ley, el honor del Dador de la ley, la pro-
tección de los intereses del universo, y la exhibición de un ejemplo amonestador. Grocio
estableció lo que se ha llamado la teoría gubernamental o rectora de la expiación, la cual se
detiene demasiado exclusivamente en la necesidad de la vindicación de la justicia de Dios
como soberano sobre todo. Sin mencionar la repugnancia irreductible sentida por toda
mente reverente respecto a la idea de que nuestro Señor fuera hecho en realidad un espec-
táculo del universo, esta teoría yerra al hacer de una subordinada el propósito supremo
(William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:313).
LA EXPIACIÓN: SU BASE BÍBLICA Y SU HISTORIA 251
que estos pasajes bíblicos enseñan que la expiación es una satisfacción real de las demandas
de la naturaleza divina, y que esto es consistente con la verdadera doctrina arminiana de la
expiación, aunque en Miley encontremos lo contrario (Summers, Systematic Theology,
I:272).
28. John J. Tigert dice, “Es extraño que todos estos teólogos metodistas (refiriéndose a
Richard Watson, William Burton Pope, y Thomas O. Summers), algunos de los cuales
ciertamente poseen tanta destreza exegética, discernimiento metafísico, y poder lógico
como los manifestados por John Miley en cualquier parte de su tratado, deban todos
haberse ubicado en una posición de mitad de camino, no científica e indefendible, inca-
paces de ver que si abandonaban la teoría calvinista de la sustitución comercial, sus prin-
cipios debían llevarlos a la teoría gubernamental de la expiación. John Miley tiene la
libertad de tratar de rescatar al metodismo, y a estos teólogos, de una doctrina inconsis-
tente, pero, sin duda, toda la base debe ser cuidadosamente revisada antes de que se le
permita dominar el campo sin que se le rete” (Thomas O. Summers, Systematic Theology,
I:273).
29. Alvah Hovey caracteriza las teorías de la influencia moral como “aquellas que afirman que
la expiación hecha por Cristo beneficia y salva a los seres humanos por su influencia moral
sobre sus caracteres, y solo por ello”.
De acuerdo a las enseñanzas del socinianismo temprano, en contraste con las del
unitarianismo moderno, el oficio sacerdotal del Salvador era solo de carácter figurado aquí
en la tierra, habiendo comenzado en el cielo, en donde usa su autoridad exaltada para
rogar por la humanidad. “El oficio sacerdotal consiste de esto: que así como Él puede, por
su autoridad real, ayudarnos en todas nuestras necesidades, así también lo puede en su
carácter sacerdotal; y al carácter de la ayuda se le llama, como figura, su sacrificio”. Pero
podría decirse que al perdón nunca se le representa como otorgado, a menos que no sea
por medio de un sacrificio real: Dios en Cristo reconciliando consigo al mundo; y por
causa de Cristo perdonando los pecados que solo el espíritu obtenido por la expiación nos
capacita para confesar y olvidar (William Burton Pope, Compendium of Christian Theo-
logy, II:311).
En la teoría sociniana, Cristo es un profeta, un maestro. Salva a su pueblo como el
maestro salva a sus alumnos: los salva del mal de la ignorancia, y los bendice con las
inmunidades y beneficios del conocimiento, por medio de la instrucción. Cristo enseña la
voluntad de Dios y el camino al cielo, salvando así a los que hacen caso de sus instruccio-
nes… Pero el ser humano tiene otras necesidades además de la instrucción… El Salvador
de la humanidad debe ser más que un maestro, más que un profeta; debe ser un sacerdote,
un rey; ciertamente, debe ser el todo para el ser humano. El ser humano es un pecador
perdido; y en cuanto a sus propios recursos se refiere, perdido irremediablemente. Sin un
Salvador, no es nada, no tiene nada, ni puede hacer nada (Miner Raymond, Systematic
Theology, II:222-224).
30. En la teoría de Irving, las malas inclinaciones no son pecaminosas. Lo pecaminoso solo
pertenece a los malos actos. La conexión suelta entre el Logos y la humanidad tiene sabor
a nestorianismo. La tarea de la persona estriba en liberarse de algo en la humanidad que de
veras la haga no pecaminosa. Si la persona de Jesús no fue hecha pecaminosa por poseer
una naturaleza pecaminosa, lo mismo debe ser cierto de nosotros, lo cual es un elemento
pelagiano, revelado también en la negación de que necesitemos a Cristo como un sacrificio
expiatorio para nuestra redención. No es necesaria una encarnación completa para que
Cristo asuma una naturaleza pecaminosa, a menos que el pecado sea esencial a la natura-
leza humana. Desde el punto de vista de Irving, la muerte del cuerpo de Cristo obra la
regeneración de su naturaleza pecaminosa. Pero esto sería hacer del pecado una cosa
meramente física, y del cuerpo la única parte del ser humano que necesite la redención. El
LA EXPIACIÓN: SU BASE BÍBLICA Y SU HISTORIA 253
mismo, una agobiante tristeza representativa que deberá hacer suya añadiéndole la cons-
ciencia personal de culpa. Esta última idea liga consigo la doctrina romanista de la expia-
ción humana adicional; y, en cuanto a la primera, una tristeza representativa que no
experimente la ira de Dios en contra del pecado, cae inmensurablemente por debajo de las
ilustraciones bíblicas de la pasión expiatoria en la que nuestro Señor fue hecho maldición
por nosotros (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:312).
32. La teoría de la influencia moral de Horace Bushnell, tal y como la presenta en su
“Sacrificio vicario”, no puede satisfacer su mente, por lo que en su “Perdón y ley”, sostuvo
que la “reconciliación”, no solo se aplica a lo que sucede en los seres humanos, sino tam-
bién, en cierta medida, a lo que se aplica a la actitud divina hacia esos seres humanos. Es
decir, que así como nosotros, para hacer las paces con nuestro enemigo, tenemos que
vencer nuestra resistencia a perdonar, así también Dios, al entrar en un sacrificio por los
pecadores, llega, en su propio sentimiento, a estar en paz consigo mismo, extendiéndoles
la gracia.
33. Lo que sigue es un resumen de los principios de la Escuela de Andover: (1) Cristo es el
mediador universal, por lo cual debe aparecer en dondequiera haya necesidad de su ayuda,
en cualquier fracción del universo; (2) Cristo probablemente hubiera venido como el
encarnado, aun cuando no hubiera habido algún pecado que redimir; (3) la obra de Cristo
cambió la relación de Dios con el ser humano, y, por consiguiente, la relación del ser
humano con Dios; (4) no hay imputación en la obra de la expiación, ni de los pecados del
ser humano sobre Cristo, ni de la justicia de Cristo sobre el ser humano; (5) Cristo, como
el sustituto de la raza, se acerca a Dios como un representante del ser humano, por medio
de una unión mística, por lo tanto ofrece un sufrimiento vicario y un arrepentimiento
adecuado; (6) el sufrimiento sustituto, sin embargo, no está disponible fuera del arrepen-
timiento del propio ser humano; (7) los sufrimientos y muerte de Cristo solo se pueden
considerar vicarios en el sentido de que expresaron plenamente el aborrecimiento de Dios
por el pecado; (8) la aplicación del evangelio se hace por el Espíritu que regenera a los
seres humanos, pero no sin que antes lo conozcan y lo experimenten personalmente; (9) la
justicia, por el propio amor de Dios, requiere que el evangelio se predique a todo pecador;
(10) el juicio no vendrá hasta que el evangelio se predique a todas las naciones. Este
último principio se interpreta como, no meramente una proclamación de la verdad dentro
de ciertos linderos geográficos, sino como cuando, en realidad, todos los individuos de
todas las naciones lo hayan conocido. (Para un estudio adicional, compárese con James P.
Boyce, Abstract of Systematic Theology, 298ss.)
34. A. H. Strong sostiene que la culpa que Cristo tomó sobre sí por su unión con la
humanidad fue: (1) no la culpa del pecado personal, la cual pertenece a todo miembro
adulto de la raza; (2) ni la culpa de la depravación heredada, la cual pertenece a los infan-
tes, y a los que no han alcanzado la consciencia moral; sino (3) solamente la culpa del
pecado de Adán, la cual pertenece, previo a la transgresión personal, y aparte de la depra-
vación heredada, a cada miembro de la raza que ha derivado su vida de Adán. Este pecado
original y esta culpa heredada, mas sin la depravación que ordinariamente las acompaña,
Cristo los toma, y así los quita. Puede justamente llevar la pena porque hereda la culpa. Y
siendo que esta culpa no es su culpa personal, sino la culpa de ese pecado en el cual “todos
pecaron”, la culpa de la transgresión común en Adán, la culpa del pecado-raíz del cual
todo otro pecado ha surgido, Él, que es personalmente puro, puede vicariamente llevar el
castigo que le corresponde al pecado de la caída (Systematic Theology, II:757-758).
CAPÍTULO 24
LA EXPIACIÓN:
SU NATURALEZA
Y EXTENSIÓN
Habiendo considerado la base bíblica de la expiación, y también el
desarrollo de sus principales ideas en la historia de la iglesia, estamos
listos para considerar de manera más completa su naturaleza y exten-
sión. La palabra expiación ocurre solo una vez en el Nuevo Testamento
(Romanos 5:11), y el término griego del cual procede, katallagin, por lo
regular se traduce como reconciliación. Sin embargo, el vocablo ocurre
frecuentemente en el Antiguo Testamento, y viene de kaphar, que
significa principalmente cubrir o esconder. Este es el sentido que le da
la mayoría de los críticos lexicográficos. En el idioma español, se
emplea para cubrir un amplio ámbito de pensamiento. (1) Denota lo
que junta y reconcilia las partes distanciadas, haciéndolas “expiadas”, o
de un mismo sentir. (2) Denota también el estado de reconciliación, o
de una misma mente, que caracteriza las partes reconciliadas. (3) A
veces se emplea en el sentido de una disculpa o amende honorable. Aquí
se trata de una confesión penitencial, como sería, por ejemplo, el
sufrimiento ligado a la muerte de un ser querido, por nosotros no haber
podido hacer “expiación” por los males que le hicimos mientras estaba
con nosotros. (4) La palabra se emplea mayormente en el sentido de un
sustituto del castigo: una víctima que se ofrece como propiciación a
Dios, y, por lo tanto, una expiación por el pecado. (5) La idea del
Antiguo Testamento, como se ha indicado, es la de cubrir, por lo cual
se aplica a cualquier cosa que oculte de Dios los pecados de un ser
humano. (6) Alcanza su máxima expresión en el Nuevo Testamento,
empleándose para significar la ofrenda propiciatoria de Cristo.
256 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA NATURALEZA DE LA EXPIACIÓN
En esta división consideraremos, (1) las definiciones de la expiación;
(2) la base u ocasión de la expiación; (3) el principio vital de la
expiación; y (4) los aspectos legales de la expiación.
Definiciones de la expiación.1 Richard Watson define la expiación
como sigue: “Es la satisfacción ofrecida por la justicia divina, por medio
de la muerte de Cristo por los pecados de la humanidad, en virtud de la
cual todos los verdaderos penitentes que crean en Cristo son personal-
mente reconciliados con Dios, hechos libres del castigo de sus pecados,
y hechos dignos de la vida eterna” (Dictionary, 108). La definición de
Thomas O. Summers es similar en su significado, pero más específica:
“La expiación es la satisfacción hecha a Dios por los pecados de la
humanidad, el original y los presentes, por medio de la mediación de
Cristo, especialmente por su pasión y muerte, a fin de concederles el
perdón a todos, a la vez que las perfecciones divinas se mantienen
armoniosas, la autoridad del Soberano se sostiene, y los móviles más
fuertes son requeridos de los pecadores para guiarlos al arrepentimiento,
a la fe en Cristo, a las condiciones necesarias de perdón, y a una vida de
obediencia, por medio de la ayuda bondadosa del Espíritu Santo”
(Thomas O. Summers, Systematic Theology, I:258-259).
La definición de John Miley es como sigue: “Los sufrimientos vica-
rios de Cristo son una expiación por el pecado como sustituto condi-
cional de la pena, cumpliendo, por el perdón de pecados, la obligación
de la justicia y el oficio de la penalidad en el gobierno moral” (John
Miley, The Atonement in Christ, 23). William Burton Pope no ofrece
una definición concentrada de la expiación, pero resume su posición en
la siguiente declaración: “La enseñanza de la Biblia sobre este tema
puede sintetizarse como sigue: La obra consumada, lograda por el
Mediador mismo, en su relación con la humanidad, es su obediencia
divino-humana, considerada como un sacrificio expiatorio: la expiación
propiamente hablando. Luego, puede estudiarse en términos de los
resultados para Dios, para Dios y el ser humano, y para el ser humano.
Primero, es la suprema manifestación de la gloria y la consistencia de los
atributos divinos; y, en lo que le concierne, se le denomina la justicia de
Dios. Segundo, en lo que respecta a Dios y al ser humano, es la
reconciliación, una palabra que encierra dos verdades, o más bien una
verdad bajo dos aspectos: se declara la propiciación de la desazón divina
contra el mundo; y, por consiguiente, el pecado del mundo deja de ser
un obstáculo para la aceptación. Tercero, en su influencia sobre el ser
LA EXPIACIÓN: SU NATURALEZA Y EXTENSIÓN 257
Hijo agradara más al Padre que en su muerte vicaria por los pecadores.
(4) De esa manera, cumplió los reclamos del amor y, a su vez, los de la
justicia.
2. Cristo nos libera de la ley. ¿Pero en qué sentido? Ciertamente no
en el sentido antinomiano de abrogar todas las leyes. ¿Por qué abrogar
lo que él vino a cumplir? El apóstol Pablo nos provee el verdadero
sentido: “…Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley,
para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la
adopción de hijos” (Gálatas 4:4-5). Por lo tanto, la expiación no
elimina la ley, sino que libera al ser humano de su consciencia legal,
haciéndose la base de la justificación. Así, la idea de la justificación en el
Nuevo Testamento es elevada por encima del simple legalismo externo,
y ahora es “por fe”. La justificación por la fe es el plan de Dios para
habilitar a los pecadores para que puedan pasar de la consciencia legal a
la filial -- a una redención de la ley, con el fin de ser adoptados como
hijos. Esta es la manera de Pablo concebir la liberación del legalismo
judío. El principio de la fe transforma el lado formal y legal de la
justificación en algo vital y espiritual. La unión-viviente-vital se
combina así con la declaración formal, y todo el proceso es elevado del
plano inferior de esclavitud legal, al plano nuevo y superior de ser un
hijo espiritual.
LA EXPIACIÓN VICARIA9
A lo que nos referimos con el sufrimiento o castigo vicario no es
meramente al que se sufre en beneficio de otros, sino al que una
persona sufre en el lugar de otra. Las dos ideas, la de sustitución y
satisfacción, pertenecen por necesidad al vocablo en su acepción
común. Ya hemos visto, tanto en la Biblia como en la historia de la
doctrina cristiana, que la idea de la satisfacción descansa sobre la
naturaleza doble de Cristo como un ser teantrópico. Fue sobre esa base,
la de la entrega y la obediencia de Cristo, que los escolásticos desarro-
llaron la teoría del mérito. Como reacción a la posición exagerada de la
iglesia en el catolicismo romano, los reformadores protestantes
regresaron de nuevo a las enseñanzas de la Biblia y de los primeros
padres, haciendo de Cristo el principio central de la redención. La
satisfacción, por tanto, la rindió uno que era tanto Dios como hombre.
Su naturaleza humana implicó el sufrimiento penal del cual era incapaz
la divina; y la Persona divina le dio valor infinito al sacrificio. A la culpa
se le dio una magnitud infinita, en el sentido de que era una ofensa
264 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
Dios, (2) en relación con Dios y el ser humano, y (3) en relación con el
ser humano. La propiciación trata con el aspecto divino de la expiación;
la reconciliación trata con el aspecto doble de su relación orientada
hacia Dios y hacia el ser humano; y la redención, con el aspecto
orientado hacia el ser humano. En nuestra discusión del aspecto
propiciatorio de la expiación quisimos demostrar que la obra de sumo
sacerdote de Cristo sirvió como la sola y grande oblación tanto para la
remisión de los pecados como para la satisfacción de los reclamos de la
justicia divina. Ahora debemos considerar la expiación como un hecho
consumado, es decir, como reconciliación y redención.
La expiación como reconciliación. La reconciliación es el aspecto de la
obra consumada que expresa la comunión restaurada entre Dios y el ser
humano. Por consiguiente, en las relaciones, la misma debe verse en su
orientación hacia Dios tanto como en su orientación hacia los seres
humanos. Pero, siendo que fue Dios quien proveyó la expiación u
ofrenda propiciatoria, éste debe considerarse el reconciliador tanto
como el reconciliado. El ser humano también debe considerarse como
reconciliado, pero dicho aspecto de la expiación será mejor tratarlo bajo
el encabezado de la redención.
1. Dios es el reconciliador y el reconciliado. Algunas veces se objeta
el que Dios demande y a la vez provea una expiación, pero esa objeción
es solo aparente. El ser humano fue creado como dependiente de Dios,
al igual que como criatura libre y responsable. La expiación satisface
ambas relaciones. La Biblia es específica en este punto. “Y todo esto
proviene de Dios, quien nos reconcilió [katallaxantos] consigo mismo
por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación [katallages]: Dios
estaba en Cristo reconciliando [katallasson] consigo al mundo, no
tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a
nosotros la palabra de la reconciliación [katallages]” (2 Corintios
5:18-19). Aquí se indica que, no solo Dios mismo ha provisto la
ofrenda propiciatoria, sino que ha asociado a su pueblo consigo mismo
en la proclamación, habiéndoles encargado la palabra de la reconcilia-
ción. Pero es en este punto en donde hay que cuidarse de dos errores.
(1) No debemos considerar que Dios haya estado enojado con nosotros
en el sentido de una hostilidad que haya que vencer por medio del
sacrificio de una víctima inocente, ya que Dios mismo es el reconcilia-
dor. (2) No debemos suponer que Dios haya sido inducido a sentir
compasión por los seres humanos solo después de que Jesús, por sus
sufrimientos, cumpliera las demandas de la ley violada. Fue por amor
LA EXPIACIÓN: SU NATURALEZA Y EXTENSIÓN 271
que Dios dio a su Hijo, “para que todo aquel que en él cree no se
pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). El amor nunca ha
actuado con más libertad que cuando proporcionó, por medio de la
encarnación y la expiación, la demolición de toda barrera entre el ser
humano y Dios. Aquí lo que tenemos es “un amor que ama más que el
amor”, una gracia que sobreabundó en donde el pecado abundó.
2. La reconciliación también se refiere al estado de paz que existe
entre Dios y el ser humano. En este sentido, algunas veces se usa como
uno de los títulos de la obra de nuestro Señor. “También nos gloriamos
en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido
ahora la reconciliación [o la expiación]” (Romanos 5:11). Así como
Cristo es denominado “el Señor de nuestra justicia”, así también es
conocido como nuestra “reconciliación” o nuestra “paz” (Efesios
2:14-16). Podemos, entonces, decir que, en el Antiguo Testamento, se
estableció una amnistía, “a causa de [Dios] haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados” (Romanos 3:25); mas en el Nuevo
Testamento, esta amnistía se vuelve una paz establecida. Pero hemos de
entender, aún más, que por medio de los sufrimientos vicarios y la
muerte de Jesucristo, Dios reconcilió al mundo consigo mismo,
quitándole, como mundo, su desagrado. Fue así como se estableció una
paz general como la base para Dios aceptar al creyente dentro de los
derechos y privilegios del nuevo orden. La reconciliación de los
creyentes individuales es por la aceptación, por medio de la fe, de esa
reconciliación general, y, por lo tanto, siempre se le considera como la
revelación de la misericordia de Dios en el alma de los creyentes. Así lo
enseña definitivamente el apóstol Pablo: “Porque, si siendo enemigos,
fuimos reconciliados [katellagemen] con Dios por la muerte de su Hijo,
mucho más, estando reconciliados [katallagentes], seremos salvos por su
vida” (Romanos 5:10). Por lo tanto, cuando la reconciliación se recibe
en fe, se convierte en un estado personal de justicia y paz.
La expiación como redención. El término redención, de lutroo, com-
prar de vuelta, y lutron, un precio de compra, representa a Cristo como
comprando de nuevo o pagando un precio de compra por la liberación
de los seres humanos de la esclavitud del pecado. Al igual que con la
reconciliación, la redención también tiene sus aspectos objetivos y
subjetivos. Objetivamente, la raza entera es redimida, por cuanto el
precio de compra ha sido pagado a nombre de toda la humanidad.
Subjetivamente, en su aplicación al individuo, la redención es provi-
sional, y se hace efectiva solo por medio de la fe en la sangre expiatoria.
272 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA EXTENSIÓN DE LA EXPIACIÓN
La expiación es universal. Esto no significa que toda la humanidad
será incondicionalmente salvada, sino que la ofrenda sacrificial de
Cristo satisfizo a tal punto los reclamos de la ley divina que hizo de la
salvación una posibilidad para todos. La redención es, pues, universal o
general en el sentido provisional, pero especial o condicional en su
aplicación al individuo. Es por esta razón que, al aspecto universal, a
veces se le conoce como la suficiencia de la expiación. Aunque los
reclamos de la razón anticipen la universalidad de la expiación, es a la
Biblia a la que hemos de tornarnos como nuestra autoridad final. Hay
dos textos que, tomados en su mutua relación, se destacan con peculiar
distinción. El primero es la declaración de nuestro Señor de que, “el
Hijo del hombre no vino… sino para… dar su vida [psujen] en rescate
[lutron] por todos [pollon]“ (Mateo 20:28). El segundo se considera
generalmente la última declaración de Pablo sobre el asunto, y es,
evidentemente, una cita del texto bíblico anterior: “[E]l cual se dio a sí
mismo [eanton] en rescate [antilutron] por todos [panton]…” (1
Timoteo 2:6). Nótese que cada palabra principal se da dentro de una
connotación cada vez más fuerte: la vida se vuelve la suya propia, el
precio de la compra, el redentor personal, y los “muchos” [RV60], los
todos.
Los pasajes bíblicos que tienen que ver con este asunto ya se han
presentado de manera general, por lo que no necesitamos dar aquí sino
solo referencias adicionales. Los agruparemos siguiendo el siguiente y
sencillo bosquejo: (1) Los pasajes bíblicos que hablan de la expiación en
términos universales: Juan 3:16-17; Romanos 5:8, 18; 2 Corintios
5:14-15; 1 Timoteo 2:4; 4:10; Hebreos 2:9; 10:29; 2 Pedro 2:1; 1 Juan
2:2; 4:14. (2) Los que se refieren a la proclamación universal del
evangelio y sus alcances: Mateo 24:14; 28:19; Marcos 16:15; Lucas
24:47; compárense también Marcos 1:15; 16:16; Juan 3:36; Hechos
17:30). (3) Los que declaran distintivamente que Cristo murió por los
que pueden perecer: Romanos 14:15; 1 Corintios 8:11; Hebreos 10:29.
El arminianismo, con su énfasis en la libertad moral y la gracia
preveniente, siempre se ha adherido a la universalidad de la expiación,
es decir, a su provisión para la salvación de todos los seres humanos,
LA EXPIACIÓN: SU NATURALEZA Y EXTENSIÓN 275
nosotros. Es a este rico campo de los oficios y la obra del Espíritu Santo
a los que ahora dirigiremos nuestra atención.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. La idea de la expiación puede definirse propiamente como la solución de una cierta
antítesis en la vida misma de Dios, como se le revela al ser humano, o la aparente oposi-
ción entre el amor de Dios y la justicia de Dios. Aunque estos atributos son esencialmente
uno, con todo, el pecado ha producido en la mente divina una tensión o aparente variante
entre esos dos puntos. Aunque Dios ama eternamente al mundo, su actual relación con
éste no es una relación de amor, sino de santidad y justicia, una relación de oposición, ya
que la unidad de sus atributos ha sido menoscabada, restringida. También existe una
contradicción entre las relaciones presentes y esenciales de Dios con la humanidad, una
contradicción que se puede remover solo por medio de la destrucción del principio inter-
puesto del pecado (H. L. Martensen, Christian Dogmatics, 303).
E. H. Johnson resume la expiación de esta manera: “El Señor Jesús, por lo que fue y es,
por lo que hizo y llevó, hizo toda provisión requerida por la naturaleza santa de Dios y el
estado caído del ser humano, para librarlo del pecado, de su castigo y de su poder”
(Outline of Systematic Theology, 223).
2. Tenemos en nuestro poder un artículo titulado, “La doctrina metodista de la expiación”,
por John J. Tigert, que se publicó en Methodist Quarterly Review, en abril de 1884. El
mismo ofrece una de los mejores estudios comparativos que hemos visto acerca de la
expiación. Tigert compara la teoría de John Miley con la sostenida por Thomas O. Sum-
mers y William Burton Pope. En el artículo se hacen las siguientes comparaciones o
contrastes. En su definición de la expiación, Summers la llama una satisfacción hecha a
Dios, una forma de expresión que Miley no solo excluye, sino que evita cuidadosamente,
oponiéndosele estrictamente, ya que Miley identifica la teoría de la satisfacción con la
teoría de la sustitución penal. De nuevo, Summers le confiere a la expiación una relación
con el pecado original tanto como actual, como se hace en el segundo artículo del credo.
La definición de Miley la ignora, y su ensayo como un todo no toca la cuestión excepto
cuando le echa un vistazo a la relación de la expiación con la salvación de los infantes. Más
aún, Summers hace que la expiación consista de la mediación total de Cristo, especial-
mente de sus sufrimientos y muerte, mientras que Miley habla solo de los sufrimientos
vicarios, aunque sin duda debe estar de acuerdo con Summers, evidencia de lo cual es su
tratamiento magistral del gran pasaje del segundo capítulo de Filipenses.
Miner Raymond establece su posición como sigue: “La muerte de Cristo es declarativa;
es una declaración de que Dios es un ser justo y un Soberano justo. Satisface la justicia de
Dios, tanto la esencial como la rectora, por cuanto las proclama y las vindica satisfacto-
riamente al asegurar sus fines de manera plena: la gloria de Dios y el bienestar de sus
criaturas” (Systematic Theology, II:259).
3. Hay tres maneras de percibir la expiación en la Biblia. Algunas veces se le considera como
el resultado de un misterio que ha sido transado en la mente divina antes de su manifesta-
ción en el tiempo. De nuevo, algunas veces se presenta como una demostración del amor
de Dios por la humanidad, y de su propio sacrificio en Cristo por causa de ella: como si se
pretendiera mover los corazones de los seres humanos para que odiaran el pecado y desea-
ran responder a tanta misericordia. Esto, estrictamente hablando, no se da como una
explicación de la expiación. El Nuevo Testamento no sanciona la idea de que el propio
sacrificio de nuestro Señor sea un modo de argumentar con los pecadores… Por último, se
presenta como un expediente para sostener la dignidad del Soberano del universo y el
LA EXPIACIÓN: SU NATURALEZA Y EXTENSIÓN 279
administrador de la ley. Estos tres puntos de vista, o para emplear el lenguaje moderno,
estas tres teorías de la expiación, se encuentran combinadas en la Biblia: ninguna de ellas
se elabora aparte del resto. La doctrina perfecta las incluye todas. Todo error surge de la
exageración de uno de estos elementos a expensas de los otros (William Burton William
Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:280).
4. La expresión, la “ira de Dios”, encarna sencillamente esta verdad: que las relaciones del
amor de Dios para el mundo no han sido satisfechas ni cumplidas. La expresión no es
meramente antropopática, sino que es una descripción apropiada del pathos divino nece-
sariamente implícito en la concepción de la revelación de un amor que es refrenado,
despojado, pero mantenido con todo y la injusticia. Porque esta ira es amor santo en sí
mismo, sintiéndose desolado por haberse alejado de su bendita influencia aquellos que
hubiera recibido en su comunión. Esta manifestación reprimida de amor, la cual en un
aspecto puede designársele ira, en otro aspecto se le llama dolor, o tristeza, en el Espíritu
Santo de amor; así la ira se torna en compasión. Es solo cuando la ira de Dios es permitida
que es posible hacer mención de su compasión (H. L. Martensen, Christian Dogmatics,
303).
5. Thomas O. Summers presenta esta fase de la expiación en la siguiente vigorosa
declaración: “La humanidad constituye una especie: todos son ‘hechos de una sola sangre’;
a todos se les percibe como solidarios; todos los seres humanos estuvieron seminalmente
contenidos en la primera pareja. Cuando nuestros primeros padres cayeron, la especie
calló. Si la penalidad de la ley hubiera sido puesta en rigor, la especie hubiera sido extir-
pada. A fin de prevenir ese desastroso resultado, la expiación fue provista. Ello aseguró la
permanencia de la especie, pero no surtió el efecto de que la posteridad de Adán no hu-
biera nacido en pecado. Todos participaron de su naturaleza caída. La depravación de la
humanidad se hereda, es inherente, y es universal. Pero siendo que hubiera sido injusto y
cruel haber traído a la existencia a múltiples millones de seres responsables e inmortales,
miserable como es esta condición, sin haberles provisto un remedio, se delineó una expia-
ción de tal manera que supliera todas las demandas del caso. No hay una depravación
heredada ni inherente en el ser humano para la que no se haya hecho expiación por medio
de Cristo. Pero con la naturaleza que poseen, y las influencias a las que están sujetos, las
transgresiones presentes y personales ciertamente se cometerán, y esta responsabilidad por
el pecado permanecerá por el tiempo que permanezcan en su estado probatorio. Luego, les
hubiera sido mejor nunca haber nacido — que todo el mundo hubiera muerto seminal-
mente, puesto que habían pecado seminalmente en Adán — que haber sido traídos al
mundo con esta responsabilidad por el pecado actual, si no se hubiera hecho provisión
para limitar el caso; por lo tanto, se hace la expiación ‘no solo por la culpa original, sino
también por los pecados presentes de los seres humanos’” (Systematic Theology,
I:261-262).
6. Henry C. Sheldon señala que la teoría gubernamental tiene gran ventaja sobre la judicial
porque sostiene que la obra de Cristo, en lugar de satisfacer la justicia distributiva para
algún ser humano o cierto número de estos, establece simplemente una base provechosa
para la oferta de la salvación a todos las personas en iguales condiciones. Pero Sheldon
también indica que es del todo posible empujar la teoría demasiado lejos. Insiste en que
no hay ocasión para una desconexión entre lo personal y lo gubernativo en Dios. Consis-
tente consigo mismo, Dios está en un plano idéntico, bien como Soberano moral que
como Persona divina. Lo que se conforma a sus sentimientos en un carácter, se conforma a
esos sentimientos en el otro. Si los fines de un buen gobierno prohíben una demostración
incondicional de indulgencia, también lo hacen su santidad y justicia. Concluye que la
teoría gubernamental debe modificarse en la medida en que dé lugar a una concepción
antropomórfica de Dios que lo haga uno en su posición gubernamental y otro distinto en
280 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
su naturaleza intrínseca, o que haga laxa la conexión entre ambas posiciones (Systematic
Christian Doctrine, 399-400).
7. Gisle Johnson indica que, aun cuando no tengamos que sentirnos embarazados por el
realismo especulativo de los escolásticos, hay, no obstante, un realismo científico que ve en
la naturaleza humana la base común para toda la existencia humana, un universalia in re,
un realismo que encuentra en el hecho de que Cristo haya asumido nuestra naturaleza, la
condición para llevar nuestra maldad, y hasta para estrechar más íntimamente aquel
temprano vínculo divino, en virtud de lo cual pudiera ocupar personalmente nuestro lugar
ante Dios… La ciencia natural es esencialmente realista. El que los individuos desciendan
de un origen común testifica que la especie es más que una sucesión de individuos; es una
entidad perpetuada por medio de individuos. La existencia real de la especie recibe un
testimonio positivo en la persistencia del tipo, pero negativo por la falta uniforme de
habilidad de parte de los animales híbridos para perpetuar el tipo alterado. Esta evidencia
física a favor de la entidad de la raza la corrobora el sentimiento moral de solidaridad. Pero
no se tiene que descansar solamente en el hecho físico de un origen común. Se reconocería
como ser humano a una criatura justamente como nosotros proveniente de cualquier otro
mundo. Es un sentimiento prudente, porque las más elevadas y mejores de nuestras
facultades como seres terrenales son las facultades sociales cuyas acciones nos unen. Somos
prácticamente nada si no fuéramos partes del todo. La naturaleza humana, pues, es capaz
de recibir el Logos divino, por ser ella propia de que la asuma, y esto no en un sentido
nebuloso y especulativo, sino en una realidad consciente y sentida. Al asumirla, las rela-
ciones preexistentes del ser de Cristo con nosotros hicieron imposible que fuera un simple
espécimen de hombre, o menos que el Hijo del hombre, el segundo Adán, el verdadero
representante de toda la humanidad (Outline of Systematic Theology, 230ss).
8. El segundo Adán también toma el lugar de la humanidad, y su obra sacrificial deberá verse
como la obra presente de la humanidad misma (Satisfactio vicaria). Pero nuestra más
íntima consciencia demanda que la justicia y la obediencia rendida no solo deban estar
fuera de nosotros, en otro, sino que también deban volverse personalmente nuestra. Y es
esta la demanda que es satisfecha por el hecho de que Cristo sea nuestro redentor, y a la
vez nuestro reconciliador: nuestro Salvador, quien remueve el pecado dándole una vida
nueva a la raza, y estableciendo una comunión viviente entre sí y la humanidad. Toda
confianza meramente externa y no espiritual en la expiación, surge del deseo de tener a
Cristo como reconciliador sin tenerlo como redentor y santificador (H. L. Martensen,
Christian Dogmatics, 307).
9. E. H. Johnson asume la posición de que Cristo llevó nuestros pecados: (I) Históricamente,
porque al venir para la recuperación de una raza en rebelión, declaró plenamente la ley de
Dios, recibiendo como consecuencia la fuerza total de la oposición del pecado. Fue un
llevar de todos los pecados, no por demandarle cuenta a Cristo por nuestros diversos actos
de pecado, sino por el hecho de que el principio de pecado como antagonismo contra
Dios se vino totalmente contra Él como el enviado de Dios (compárese con Juan 6:29;
3:18). (II) Éticamente, porque Cristo llevó el pecado del mundo. (1) Cristo aceptó los
males morales que fueran compatibles con su paternidad como una de las limitaciones
impuestas por lo humano sobre lo divino en su persona. El único tipo de esta clase de mal
del cual tenemos evidencia fue el de la tentación. Notemos cuán extremas fueron las
renovadas tentaciones en el desierto hacia el final de su misión, cada una correspondiendo
a la otra, al sugerir que la copa pasara de Él, sabiendo que doce legiones de ángeles estaban
listas para librarlo; y en el reto satánico específico cuando los sacerdotes y escribas dijeron,
“…descienda ahora de la cruz…” (Mateo 27:42). Que fuera tentado de esa forma, nadie
puede dudar que haya sido inconcebiblemente doloroso. Él “padeció siendo tentado”
(Hebreos 2:18). (2) Pero esa unión que impuso limitaciones a lo divino, incrementó a tal
LA EXPIACIÓN: SU NATURALEZA Y EXTENSIÓN 281
punto los poderes de lo humano, que Cristo, por su clemencia, pudo llevar la carga del
pecado humano a un extremo imposible para el ser humano. Cristo sintió la extensión de
la calamidad que buscaba reparar. (3) Una calamidad de la cual no podemos rendir cuenta
con certeza, y que hasta a Él mismo le causó asombro, profundiza el misterio de su muer-
te. Perdió el sentido de la presencia de su Padre. Las explicaciones que se han intentado no
afectan el hecho. Ciertamente su alma estaba llena del horror de “las tinieblas de afuera”.
Los pecados de los seres humanos, en todo caso, lo ocasionaron. La culpabilidad humana
no le podía poner mayores cargas. Había probado la segunda muerte, y había completado
el sacrificio (Outline of Systematic Theology, 230ss).
10. La necesidad de la propiciación surge de la separación que el pecado produce entre Dios y
los seres humanos. Y siendo que esa separación concierne ciertamente a Dios tanto como
al hombre, la necesidad de la propiciación no es solo humana sino también divina… La
acción viviente del amor de Dios en su mundo ha sido obstruida e interrumpida por el
pecado; como consecuencia, se cierne sobre la santidad y la rectitud divinas como una
demanda que no ha sido satisfecha en el mundo de la injusticia; un requisito que encuen-
tra expresión en lo siguiente: que el amor divino, el cual ha de manifestarse activamente,
deberá permanecer suspendido; que Dios debe retener la revelación de su amor en las
profundidades de la posibilidad, en vez de permitirle que fluya libremente… Pero aunque
también enseñamos que la esencia de Dios es amor incambiable, a la misma vez mante-
nemos que la vida activa del amor de Dios en el mundo debe haber sido interrumpida por
el pecado, y que un amor, cuyos reclamos santos y justos no podían ser lastimados y
heridos, no sería verdadero amor. Una noción de la grandeza de Dios que lo considere
demasiado de elevado como para requerir la expiación, no difiere en nada de la noción de
que es demasiado de elevado como para dolerse por el pecado, que como la expiación no
lo afecta, tampoco el pecado lo afecta. Nosotros, por el contrario, creemos que el pecado
es contra Dios, que a Él le importa, que perturba sus relaciones divinas con nosotros, por
lo cual no podemos estar satisfechos con esa aparente reconciliación que se efectúa en la
tierra pero no en el cielo. Tiene una percepción solamente superficial del pecado aquella
persona que puede permanecer satisfecho con el mismo (H. L. Martensen, Christian
Dogmatics, 302, 305).
11. Al hablar de la muerte de Cristo como un expediente gubernativo, Miner Raymond dice:
“Esta teoría es objetable, no porque enseñe que la muerte de Cristo sea una medida gu-
bernamental, sino porque enseña solo eso, e implica que es uno de varios expedientes que
pudieron haberse adoptado. Más allá de toda cuestión, la muerte de Cristo asegura fines
gubernamentales: los mismos fines que serían asegurados por la ejecución de la pena, los
asegura tan plena y eficazmente como lo haría la ejecución real de la pena, si no más. Pero
la demostración de que el gobierno de Dios es un gobierno justo, o que Dios es un go-
bernador justo, no es necesariamente en sí misma una declaración completa y adecuada de
la justicia de Dios. Él es justo en la administración de la ley, pero también es esencial-
mente justo en el carácter inherente” (Systematic Theology, II:253-254).
La obra expiatoria de Cristo, vista como la suya propia, fue una obediencia espontánea,
y un sacrificio espontáneo, a la voluntad que el Padre le impuso. Los dos términos pueden
considerarse, en su diferencia y en su unidad, como constituyendo el acto y la virtud de la
expiación. Su valor, o lo que a veces se denomina su mérito, la conecta con la raza huma-
na, y depende de otras dos verdades: no era por Él, sino que era el acto de infinita caridad
por el ser humano; y ese acto era divino, tanto en su valor como en su eficiencia. La
ofrenda del Redentor poseía una eficacia infinita para la raza humana (William Burton
Pope, Compendium of Christian Theology, II:265).
12. Los atributos de Dios son glorificados por la mediación del Encarnado, tanto de manera
sencilla y unida, como de manera trascendente. Esto ciertamente está incluido en el
282 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
significado de la oración de que el nombre de Dios sea glorificado en su Hijo; porque ese
nombre no es solo su nombre trino, sino el ensamblaje de sus perfecciones divinas. A
través del Antiguo Testamento, y del Nuevo Testamento, las glorias divinas, especialmen-
te aquellas que en esta conexión pueden llamarse las glorias de los atributos morales, se
condensan sobre el propiciatorio: y de este reciben su más alta ejemplificación. Aquí existe
una demostración gradual de la majestad eterna (William Burton Pope, Compendium of
Christian Theology, II:277).
13. En la Biblia, propiciación, de prope, cercano, indica que el favor y el deleite le son atraídos
al pecador por la mediación de Jesús. Él es la propiciación, porque en Él Dios es traído
más cerca al ser humano pecador que incluso al ser humano no caído. El que la ira santa
haya sido alejada por medio de la satisfacción expiatoria, es un secreto detrás de la encar-
nación en la esencia misma del Dios trino (William Burton Pope, Compendium of Theo-
logy, II:275).
14. James H. Fairchild, un teólogo calvinista, asume la siguiente posición en la cuestión de la
salvación de infantes: “El caso de infantes que mueren antes de que la agencia moral se
inicie, no se presenta en la Biblia. Nuestras ideas sobre el asunto deberán ser totalmente
especulativas, inferidas de nuestra filosofía ética. En primer lugar, podemos afirmar, sin
temor a equivocarnos, que tal infante no es un pecador, y que no puede necesitar perdón;
con todo, puede beneficiarse de la expiación de diversas maneras… Si la raza se hubiera
propagado sin una expiación, hubiera sido una raza destinada al fracaso. Nadie pudo
haber sido castigado sin pecar; pero todos, una vez alcanzaran la responsabilidad, hubieran
caído en pecado y hubieran muerto sin esperanza. Podemos concebir que los beneficios de
la expiación alcancen al infante en el otro mundo. El infante pasa a ese mundo sin un
carácter de justicia establecido; se encuentra a sí mismo en la sociedad de los redimidos, de
los que en esta vida se han recobrado del pecado y han sido perdonados por medio de la
expiación. El carácter y la expiación de estos santos podrían ser ventajosos para el infante;
podría criarse en justicia bajo su cuidado, viniendo así a ser directamente participante de la
expiación… Sin la expiación, el cielo hubiera sido para los infantes lo que el Edén fue para
la raza humana: un lugar en el que se carecería de experiencia, y en el que las influencias
morales serían escasas; pero, a estos infantes, una vez recibidos en la familia de los redi-
midos en el cielo, se les rodea de todas las experiencias y las fuerzas morales que se han
acumulado en la iglesia acá abajo, y en la iglesia allá arriba. De esa manera, el infante que
muere antes de que se inicie la agencia moral, puede tener parte en el cántico de Moisés y
del Cordero” (Elements of Theology, 165-166).
PARTE 4
LA DOCTRINA
DEL ESPÍRITU SANTO
CAPÍTULO 25
sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Romanos 9:4, 5). La
familia llamada fue la ecclesia o la iglesia en germen; y por ello el primer
inicio histórico de una comunidad religiosa.
La tercera etapa en las operaciones del Espíritu hemos de hallarla en
la concesión de la ley. Por tanto, a las luchas internas se le añadió un
modo externo de apelación. La ley moral dentro de la naturaleza del ser
humano demandaba un estímulo objetivo para revivir sus operaciones y
expresarla de una manera más clara. De ahí que san Pablo declare que
la ley fue añadida “a causa de las transgresiones, hasta que viniera la
descendencia a quien fue hecha la promesa; y fue dada por medio de
ángeles en manos de un mediador” (Gálatas 3:19). En el proceso de la
historia, la luz interior se volvió débil y variable, y la Familia Electa se
esclavizó y degradó. Por ello, Dios envió a Moisés para liberar a su
pueblo de la esclavitud social y darles la guía de una ley escrita para
colaborar con el trabajo interior de la conciencia, que ya no más
operaba con fuerza y precisión. Esta ley fue moral, ceremonial y
judicial. Se dice que la porción conocida como los Diez Mandamientos
fue concedida por “el dedo de Dios”, una expresión que es intercam-
biable con la de “el Espíritu de Dios” (compárense Mateo 12:28 y
Lucas 11:20). La ley sirvió para lograr la permanencia del ideal moral.
Además, su violación implicaba culpa, porque el conocimiento del
pecado viene por medio de la ley (Romanos 3:20). Dios concedió la ley
mediante su voz desde el cielo, lo que hizo que el pecado no solo se
hallara en conflicto con el sentido de justicia interior, sino también con
la voz externa de la ley. Por tanto se convierte, en un sentido manifies-
to, en una ofensa contra Dios. El sentido de pecado del ser humano se
había entorpecido, por lo que Dios le dio en la ley una copia escrita de
su propia naturaleza moral. El cuarto y último método de las operacio-
nes del Espíritu en la dispensación preparatoria lo hallamos en la voz de
los profetas, “los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados
por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). La ley fue un instrumento fijo, y
las personas pronto comenzaron a darle mayor atención a sus formas
externas que a su espíritu interno. De ahí surgieron los profetas que
apelaban a las esperanzas y temores de los seres humanos, y con ello
dieron contenido interior a las formas externas. Aunque estas revela-
ciones eran transitorias, concedidas en otros tiempos y de diversas
maneras, el cuerpo de profecía misma fue acumulativo y extenso. Por
consiguiente, el orden profético marcó un avance distinto al apelar a la
ley, al aportar una literatura devocional y especialmente al dirigir la
LA PERSONA Y OBRA DEL ESPÍRITU SANTO 289
294 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
nació solo por la muerte; y solo por la resurrección de los muertos pudo
Él establecer un pueblo nuevo, único y espiritual. Por tanto, él fue “el
primogénito de entre los muertos”, uniendo en sí mismo, como lo hizo
el primer Adán, tanto al individuo como a la raza.
Si ahora hacemos referencia brevemente a la cuestión del pecado
original, que ya se ha discutido, podemos notar que el pecado de Adán
no solo acarreó castigo, sino que trajo consecuencias tanto para sí
mismo como para su posteridad. A la primera transgresión le siguieron
dos efectos: un acto criminal y un cambio subjetivo. Cuando el ser
humano consintió al pecado, Dios retiró la comunión de su presencia
mediada por el Espíritu. Privado de la vida, solo permaneció la
corrupción y la impureza. Esta naturaleza caída continuó en la posteri-
dad de Adán como “pecado innato” o “depravación heredada”, un
elemento completamente extraño al carácter y vida original del ser
humano. Por tanto, el pecado existe en dos formas, como un acto y
como un estado o condición detrás de ese acto; y aunque no se le
adscribe culpa a ese estado, el mismo no obstante de naturaleza
pecaminosa. En Adán la depravación es consecuencia del pecado; en su
posteridad el pecado existe como una naturaleza antes que resulte en
pecado como acto. Como estado o cualidad que es herencia racial de
cada uno de los seres humanos que nacen en este mundo, el pecado es
la raíz o la esencia de toda impureza y corrupción espiritual. Es la
primera causa de toda transgresión y la fuente de todas las actividades
no santas, aun cuando no se deba confundir con estas actividades, o
con cualquiera de ellas. Es la naturaleza subyacente del acto, la idea
genérica o racial del pecado, al cual hace referencia san Juan cuando
dice: “Toda injusticia es pecado” (1 Juan 5:17); y de nuevo: “la sangre
de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). A esto
hacía referencia Juan el Bautista cuando exclamó y dijo: “¡Éste es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). San
Pablo utiliza la palabra en el mismo sentido cuando dice: “Así también
vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11); y se refiere al mismo antago-
nismo elemental con la santidad cuando utiliza los términos “cuerpo de
pecado”, “el viejo hombre” o la “mente carnal”.
Hemos de sostener firmemente el hecho de que en las enseñanzas de
Cristo hay una condición moral antecedente al acto del pecado. “No
puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos
buenos” (Mateo 7:18). Existe, por tanto, no solo la personalidad
LA PERSONA Y OBRA DEL ESPÍRITU SANTO 303
humana como agente libre y responsable, sino que hay una naturaleza o
carácter que se atribuye a este agente, el cual al menos en pensamiento
es distinguible de él, esto es, la persona puede ser buena o mala, puede
existir en el estado de santidad o en el estado de pecado. Si se nos
permite utilizar los términos técnicos aplicados usualmente solo a la
Trinidad, podemos decir que como sucede en la deidad, las tres
Personas subsisten en una naturaleza divina; y así como los ángeles
subsisten en una naturaleza angélica, así también los seres humanos son
personas que subsisten en la naturaleza humana. Antes de la caída, el
ser humano subsistía en una naturaleza humana santa; a partir de
entonces subsiste en una naturaleza humana caída y depravada. Como
persona, y por la misma naturaleza de la personalidad, cada ser humano
está separado por siempre y es distinto de los demás; como miembro de
una raza común cada individuo posee una naturaleza común con cada
uno de los demás individuos, y esto proporciona el vínculo común de la
unión racial. “Porque ¿quién de entre los hombres conoce las cosas del
hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo,
nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios
2:11). Es evidente, entonces, que Cristo como persona teantrópica
aporta la fuente de vida tanto para la persona como para la raza. Toda
vez que en Él la naturaleza humana se conjuntó en una unión vital con
la divina, esta nueva vida se convierte en la administración del Espíritu
Santo en el principio de regeneración respecto a la persona; y debido a
que Cristo no solo murió por el pecado sino al pecado, su sangre
derramada se convierte en el principio de santificación en lo que
respecta a la naturaleza pecaminosa heredada de Adán. A este asunto le
daremos atención más tarde cuando se consideren los estados de gracia;
aquí, ahora, ha de considerarse en relación a la iglesia como el cuerpo
de Cristo.
El Espíritu Santo y la iglesia. El Pentecostés fue el nacimiento de la
iglesia cristiana. Así como Israel fue redimido de Egipto, y fue consti-
tuido en una iglesia-estado por medio del don de la ley en el Sinaí; así
también con individuos redimidos por Cristo nuestra Pascua, el
Espíritu Santo formó la iglesia en Pentecostés.17 La concesión de la
nueva ley escrita en los corazones y mentes de los redimidos completa
este proceso. Así como el cuerpo natural está compuesto de una vida
común que vincula a los miembros en un organismo común; así el
Espíritu Santo establece a los miembros en el cuerpo espiritual como Él
quiere, uniéndolos en un organismo único bajo Cristo su Cabeza
304 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. William Newton Clarke dice que “Dios en el ser humano” sería una manera práctica de
definir el Espíritu Santo. Es el Dios que obra en el espíritu del ser humano con miras a
alcanzar los resultados que se buscan en la misión y la obra de Cristo. (William Newton
Clarke, Outline of Cristo. Th., 369).
2. De acuerdo a William Adams Brown, desde el punto de vista histórico la doctrina del
Espíritu Santo es una herencia de Israel. Originalmente denotaba la energía de Dios que
viene sobre los seres humanos para capacitarlos para un trabajo especial vinculado con la
edificación del reino divino (Éxodo 31:3; Jueces 6:34; 14:6), concibiéndose después al
Espíritu como la vida inmanente de Dios en el alma del ser humano. Su marca distintiva
llegó a ser preeminentemente ética y espiritual, y la prueba convincente de su presencia es
un carácter aceptable a Dios. La concepción del Espíritu de Dios como una presencia
permanente se desarrolló posteriormente en el cristianismo, y halla su expresión más clara
en los escritos de Juan y Pablo. (William Adams Brown, Chr. Th., in Outline, 397.)
3. George G. Stevens nos dice que, en el caso de las versiones de habla inglesa, traducir o
parakletos como “el Consolador” se remonta a las traducciones de Wycliffe, y se ha perpe-
tuado casi en todas las versiones posteriores de la Biblia, incluyendo nuestra Versión
Revisada. “Consolador” está formado del latín con y fortis, confortare, y significa “alguien
que fortalece”. Aunque las diversas versiones traducen la palabra parakletos como “Conso-
lador” en el Evangelio de Juan, en la Primera Epístola de Juan la traducen como “aboga-
do” (2:1), hecho que se debe probablemente a una variación similar hallada en la traduc-
ción de las diversas versiones antiguas. (Stevens, Johannine Theology, 190.)
4. Paraeus, en sus Notes on the Athanasian Creed, ofrece las siguientes razones para la
encarnación de la segunda persona de la Trinidad, en lugar de la primera o la tercera.
Primero, que por medio de la encarnación los nombres de las personas divinas deberían
permanecer sin cambios para que ni el Padre ni el Espíritu Santo tuvieran que tomar el
nombre de un Hijo. Segundo, que era apropiado que los seres humanos se convirtieran en
hijos adoptados de Dios mediante la encarnación por medio de Él que es el Hijo natural
de Dios. Tercero, que era apropiado que el ser humano, que ocupa una posición interme-
dia entre los ángeles y las bestias en la escala de las criaturas, fuera redimido por la Persona
intermedia de la Trinidad. Por último, que era apropiado que la naturaleza caída del ser
humano que fue creado por la Palabra (Juan 1:3) fuera restaurado por Él. Además de estas
tres razones, es evidente que era más propio que un padre comisionara y enviara a un hijo
con una diligencia de misericordia, que un hijo comisionara y enviara a un padre. (Com-
párese con Shedd, Dogm. Th., II:266.)
LA PERSONA Y OBRA DEL ESPÍRITU SANTO 307
5. Durante su vida terrenal, Cristo estuvo bajo la guía del Espíritu Santo antes que bajo la
agencia independiente de su personalidad divina. El Espíritu que se le dio sin medida
selló, consagró y enriqueció la naturaleza humana de nuestro Señor con una perfección
siete veces perfecta. Esta subordinación particular cesó cuando el Redentor puso su propia
vida, y por medio del Espíritu Santo, su divinidad esencial, ofreciéndose personalmente a
Dios por nosotros. Sin embargo, hasta ese momento el Hijo como tal no actuaba única-
mente a través de su naturaleza humana. Su supremacía divina personal se halla latente, y
como representante del ser humano, Él es, al igual que nosotros, conducido por el Espíritu
(William Burton Pope, Compend. Chr. Th., II:155).
6. Existe un sentido en el cual el Pentecostés introdujo una nueva dispensación: la del
Espíritu Santo, como la revelación final de la Santa Trinidad. El Dios único, conocido en
el Antiguo Testamento como Jehová, un nombre común para las tres personas, se dio a
conocer luego en la tercera Persona: el Padre es el Señor, el Hijo es el Señor, el Espíritu es
el Señor (2 Corintios 3:17). De ahí que la gloria del día de Pentecostés aventaja en gloria a
cada una de las primeras manifestaciones del Ser supremo. La Shekhiná, el antiguo sím-
bolo de la futura encarnación del Hijo que pone su tabernáculo en la carne, se convierte
en fuego del Espíritu Santo repartido en lenguas y sin velo, reposando sobre toda la iglesia.
El Dios perfecto se revela perfectamente, pero se reveló en la Trinidad de la redención, la
Trinidad dispensacional. La iglesia es la “morada de Dios en el Espíritu” [Efesios 2:22].
Desde ese día en adelante el Espíritu Santo es esencial para cada una de las exhibiciones de
Dios como son reveladas entre los seres humanos (William Burton Pope, Compend. Chr.
Th., II:326).
7. Cuando nuestro Señor exclamó, “¡Consumado es!” declaró que su obra expiatoria estaba
completa. Pero estaba completa solo como provisión para la salvación de los seres huma-
nos. La aplicación de su beneficio sería administrada por el Espíritu desde los cielos, cuyo
rol y oficio supremo es realizar cada uno de los designios de la dispensación o empresa
redentoras. Así como el Espíritu de Cristo había administrado desde la fundación del
mundo las preparaciones evangélicas, así ahora Él actúa en favor del Cristo plenamente
revelado. Nuestro Señor continúa a través de ese Espíritu su oficio profético: el Espíritu
Santo es el inspirador de las nuevas Escrituras y el maestro supremo en la nueva dispensa-
ción. Mediante Él nuestro Señor perpetúa su oficio sacerdotal en este otro sentido: el
ministerio de la reconciliación es una ministración del Espíritu. Y mediante Él, el Señor
administra su autoridad regia (William Burton Pope, Compend. Chr. Th., II:328.
El Espíritu Santo es denominado abogado debido a que tramita junto a nosotros la
causa de Dios y de Cristo, nos explica la naturaleza y la importancia de la gran expiación,
nos muestra su necesidad, nos aconseja recibirla, nos instruye sobre cómo afianzarnos en
ella, vindica nuestro reclamo de ella, e intercede por nosotros con gemidos indecibles.
Nuestro Señor intercede por nosotros como nuestro amigo y agente por medio de la
negociación y la gerencia de todos los asuntos pertenecientes a nuestra salvación. Pero el
Espíritu de Dios intercede por los santos, no por suplicar a Dios a nombre de ellos, sino
por dirigir y cualificar sus súplicas de la manera debida, por medio de su agencia e in-
fluencia en sus corazones, lo cual, según el esquema del evangelio, es la obra y el oficio
peculiares del Espíritu Santo. De esa manera Dios, de quien es el Espíritu, sabe lo que éste
quiere decir cuando guía a los santos a expresarse en palabras, deseos, gemidos, suspiros o
lágrimas, leyendo Dios en todo esto el idioma del Espíritu Santo y preparando la respuesta
en conformidad con la petición (Adam Clarke, Cristo. Th., 174).
8. La palabra glossa o glotta significa “lengua” y también se traduce así en Santiago 1:26 y
3:5-8. La palabra glottai o glossai o “lenguas” es por tanto un lenguaje, como en Hechos
2:11 y 1 Corintios 13:10, 28. “El pensamiento de un hombre”, dice Kuyper, “es el pro-
ceso imperceptible, escondido e invisible de la mente. El pensamiento tiene alma, pero no
308 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA PERSONA Y OBRA DEL ESPÍRITU SANTO 309
Santo en la iglesia, el cual solo el Espíritu de Dios puede ocupar sin atrevida blasfemia
alguna (Gordon, The Ministry of the Spirit, 130-131).
Abraham Kuyper menciona la presencia del Espíritu Santo de tres maneras: (1) la
omnipresencia del Espíritu Santo en el espacio, lo mismo en el cielo, en el infierno, entre
Israel y entre las naciones; (2) la operación espiritual del Espíritu Santo de acuerdo a su
escogimiento, que no es omnipresente: activo en el cielo, pero no en el infierno: entre
Israel, pero no entre las naciones; y (3) la operación espiritual sea desde afuera, impar-
tiendo dones perecederos, o desde adentro, impartiendo el don de la salvación. (Kuyper,
Person and Work of the Holy Spirit, 119-120.)
11. Adam Clarke hace referencia al paralelo que el obispo Lightfoot establece entre las oficios
y los dones mencionados en 1 Corintios 12:8-10, 28, 29, 30, al arreglar estos textos en tres
columnas. Clarke hace luego la observación de que si el lector piensa que esa es la mejor
manera de explicar los diversos oficios y dones, él la adoptaría, en cuyo caso consideraría:
(1) Que la palabra o doctrina de la sabiduría procede de los apóstoles; (2) la doctrina del
conocimiento, de los profetas; (3) la fe, por medio de los maestros; (4) que el obrar mila-
gros incluye los dones de sanidad; (5) que a la profecía, con el significado de predicación
que frecuentemente tiene, se le asignan las ayudas como paralelo; (6) que el discernimien-
to de espíritus es lo mismo que gobiernos, los que Lightfoot supone que implican una
mente profundamente comprehensiva, sabia y prudente; (7) que en cuanto al don de
lenguas, no hay variación en ninguno de los tres lugares. (Adam Clarke, comentario sobre
1 Corintios 12:31.)
12. George B. Stevens declara que los dones de ministerio que aquí se mencionan deberán
presentar la base de la unidad antes que una descripción de los varios oficios en la iglesia.
La profecía o predicación, ese don de exposición clara y luminosa de la verdad cristiana
bajo la influencia del Espíritu Santo, era la dotación que Pablo más apreciaba, conside-
rándola de mayor servicio a la iglesia (1 Corintios 14:1-5, 24, 25). La alusión a otros
charismata es más incidental, como lo es la “palabra de sabiduría” y la “palabra de cono-
cimiento” (1 Corintios 12:8), términos estos que no son fáciles de definir pero que sin
duda se refieren a la enunciación y aprehensión de profundas verdades y misterios como lo
sería el sacrificio de Cristo (1 Corintios 1:22-24), algo que constituye la verdadera sabidu-
ría cristiana enseñable a los espiritualmente maduros (1 Corintios 2:6), pero que la mente
carnal y mundana no puede recibir (1 Corintios 2:14). Pablo también menciona “los que
ayudan”, lo cual lo más natural es que se refiera a los deberes del diaconado, y “los que
administran”, lo cual se entiende mejor como contraparte de “los que ayudan”, designan-
do así las funciones de gobierno que ejercitarían los presbíteros u obispos de una iglesia
local. (Stevens, Pauline Theology, 326-327.)
Quesnel observa que hay tres tipos necesarios de dones para la formación del cuerpo
místico de Cristo. (1) Dones de poder, para la operación de milagros, en referencia al
Padre. (2) Dones de obra y ministerio, para el ejercicio de gobierno y otros oficios, en
referencia al Hijo. (3) Dones de conocimiento para instruir a la gente, en referencia al
Espíritu Santo. (Adam Clarke, Com., 1 Corintios 12:31).
13. Aunque el bautismo con el Espíritu se considera usualmente como el acto mediante el cual
los seres humanos son santificados, a veces también se utiliza en el sentido más amplio del
estado de santidad que brota de ese acto. La primera exposición parece más exacta.
14. Ahora bien, este bautismo con el Espíritu Santo es “la bendición del evangelio de Cristo”
de la que se habla en el texto. Alguien puede incluso preguntar “¿Por qué se conoce como
‘la bendición del evangelio de Cristo’?” Porque así es; “¿y por qué es así?” Es la gloria
culminante de la obra de la salvación del alma. Todo lo que haya sucedido anteriormente
solo fue preparatorio de ello. ¿Hablaron y escribieron los profetas; se quemaron los sacrifi-
cios; se presentaron las ofrendas; murieron los mártires; Jesús dejó a un lado su gloria;
310 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
enseñó y oró y extendió sus manos en la cruz; resucitó de los muertos y ascendió a los
cielos; está a la diestra de Dios? Todo eso fue preparación para el bautismo. Los seres
humanos son convencidos de pecado, son nacidos de nuevo y son nuevas criaturas para
que puedan ser bautizados con el Espíritu Santo. Esto completa la salvación del alma.
Jesús vino a destruir el pecado, la obra del diablo, lo cual es hecho por el bautismo con el
Espíritu Santo. Jesús procuró personalmente el compañerismo, la comunión y la unidad
con las almas humanas; por medio de este bautismo Él se entroniza en el ser humano y se
le revela (P. F. Bresee, Sermon: The Blessing).
La Biblia nos enseña claramente que el ser humano deja de pecar después que se
arrepiente; también que Dios perdona libremente al pecador arrepentido y que los hijos de
Dios salen con Jesús fuera de la puerta llevando su reproche, y, poniendo los brazos de la
fe bajo la voluntad de Dios, cree en Dios y el hombre viejo es crucificado por el poder de
Dios: es eliminada la fuente heredada del mal y el nuevo hombre Cristo Jesús se convierte
en la fuente de vida. Esto termina con el pecado en el alma (P. F. Bresee, Sermon: Death
and Life).
15. A. J. Gordon dice que la inscripción del sello, “Apártese de maldad todo aquel que invoca
el nombre de Cristo”, en hebreo es esencialmente lo mismo que se hallaba en la frente del
sumo sacerdote, “Santidad a Jehová”. (Gordon, The Ministry of the Spirit.)
También se dice que el sello hace referencia a una costumbre de los sacerdotes judíos,
que cuando examinaban los sacrificios que se ofrecían para la adoración, marcaban los que
eran aceptables. “Pero cualquiera que sea la fuente de la figura”, dice Asbury Lowrey,
“representa uno de los preciosos oficios del Espíritu Santo. Él personalmente viene al
corazón y nos da gracia, una prenda de gloria, o más bien, nos da una parte de la gloria
como prenda de la totalidad”. (Lowrey, Possibilities of Grace, 363.)
16. Asbury Lowrey dice que la unción es “una luz interior, evidente y permanente, que sirve
como guía segura a la verdad, un discernimiento espiritual de las cosas espirituales. No
hace a un lado la Palabra, ni tampoco los medios ordinarios de edificación, pero sí detecta
y rechaza mucho de lo que pretende ser ideas e instrucciones religiosas. Discrimina entre
la paja y el trigo, entre la forma y el poder; entre el ‘amor que nunca deja de ser’ y el ‘metal
que resuena o címbalo que retiñe’. Acompaña a la entera santificación, y es una con ella, y
en gran medida es inseparable de ella; y aun puede ser, por decirlo así, una nueva aplica-
ción del aceite de la unción. Esta unción instala en el oficio y confiere autoridad y poder.
Es la luz que llena de investidura al ser humano con los derechos ministeriales, y lo hace
eficaz. Un ser humano que no ha recibido por medio de tal unción las credenciales del
Espíritu Santo no tiene parte en el ministerio. A los apóstoles se les mandó ‘permanecer en
Jerusalén’ hasta que recibieran esta investidura de poder. Con todo y un mundo que
perecía a su alrededor, debieron detenerse hasta ser investidos de poder de lo alto”
(Lowrey, Possibilities of Grace, 370).
Los efesios comprenderían particularmente la alusión al sello como garantía de compra,
porque Éfeso era una ciudad marítima, donde los dueños de barcos de los puertos vecinos
desarrollaban un extenso comercio maderero. El método de compra era éste: El comer-
ciante, después de seleccionar la madera, la estampaba con su sello, el cual se reconocía
como señal de su pertenencia. El comerciante a menudo no se llevaba su posesión en el
momento; la dejaba en el puerto con otras flotas madereras; pero la había escogido, com-
prado y sellado; y a su debido tiempo el comerciante enviaba un agente de confianza con
el sello, quien al encontrar la madera que llevaba la impresión correspondiente, la recla-
maba y la llevaba para el uso de su señor. De esa manera el Espíritu Santo imprime la
imagen de Jesucristo sobre el alma ahora: y ésta es la garantía segura de la herencia eterna
(Bikersteth, The Spirit of Life, citado en Gordon, The Ministry of the Spirit).
LA PERSONA Y OBRA DEL ESPÍRITU SANTO 311
17. El Espíritu tiene dos clases de oficio como intermediario entre el Salvador y el alma
individual: una más externa y otra más interna. Y estas funciones las realiza en relación a
dos tipos de seres humanos: Los que no están en Cristo y aquellos que están unidos a Él
por la fe. (1) Su función externa tiene que ver con dar testimonio o aplicar la verdad a la
mente: en los no convertidos, para convicción de pecado, el despertamiento de un deseo
por Jesús y su salvación, y la revelación de las promesas de la gracia a los penitentes; en los
creyentes, para la seguridad de la aceptación, para la revelación del conocimiento de
Cristo, para la aplicación de las diversas promesas de la gracia y todas aquellas que perte-
necen a su instrucción personal y guía mediante la Palabra. (2) Su función interna consiste
en el ejercicio del poder divino en el corazón, o dentro del alma: en los no convertidos,
para la infusión de la gracia de la penitencia y el poder de la fe que desemboque en una
conversión interna efectiva; en los creyentes, para la renovación del alma por medio de la
comunicación de una nueva vida espiritual, y para llevar adelante toda la obra de la santi-
ficación a su máximo resultado (Pope, Comp. Chr. Th., II:329).
18. Emblemas del Espíritu Santo
Así como los nombres que se aplican a Cristo son muchos y variados, de la misma
manera también los emblemas que se utilizan en la Biblia para describir la función y obra
del Espíritu Santo se presentan en una gran variedad de formas. Podemos hablar breve-
mente de ellos, pero un estudio adicional compensará los esfuerzos de quienes hagan el
estudio.
1. La paloma es el símbolo del Espíritu tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. Génesis 1:2 dice que el Espíritu “se cernía” (movía) sobre las aguas, para traer
orden y hermosura al caos. Existe un paralelo interesante entre la paloma en el caso de
Noé y la aparición como de una paloma en el bautismo de Jesús. (a) Cuando la paloma
fue enviada por primera vez regresó porque no había lugar para reposar. Así también en el
Antiguo Testamento el Espíritu no encuentra lugar para reposar en los corazones de los
seres humanos debido a su pecaminosidad. (b) En la segunda ocasión la paloma regresó
con una hoja de olivo “arrancada”: esta palabra significa en otros casos una muerte vio-
lenta. De ahí que el Espíritu traiga esperanza al mundo en la muerte violenta de Cristo en
la cruz. (c) En el bautismo de Jesús el Espíritu descendió como una paloma sobre Él
(Mateo 3:16); o como se relata en el Evangelio de Juan, el Espíritu “reside” en Él (Juan
1:32). El Espíritu halla en Jesús un lugar permanente, y se le concedió sin medida. La
paloma es principalmente el símbolo de paz y significa la apacibilidad de las operaciones
del Espíritu (Mateo 10:16; Filipenses 2:15). Se dice que la paloma no tiene bilis y por
consecuencia indica la falta de amargura. La paloma era constante en el amor (Cantares
5:12); con alas rápidas y fuertes (Salmos 55:6); y limpia por naturaleza. Algunos han
escrito que bajo este emblema el Espíritu Santo es el Espíritu de verdad que santifica (Juan
14:17); el Espíritu de gracia que embellece (Hechos 6:5-8); el Espíritu de amor que inten-
sifica (Colosenses 1:6); el Espíritu de vida que fructifica (1 Pedro 1:11), el Espíritu de
santidad que purifica (Hechos 15:9); el Espíritu de luz que esclarece (Efesios 1:17); y el
Espíritu de profecía que testifica (Romanos 1:4).
2. El Señor utilizó el agua como emblema del Espíritu. Habló de un manantial de agua
que salta para vida eterna (Juan 4:14). Aquí hallamos la señal de efectividad y suficiencia
(Juan 4:13, 14). Jesús indicó la abundancia del espíritu como “ríos de agua viva”, es el
agua viva que se halla conectada incluso con la fuente (Juan 7:38-39). La lluvia hace
alusión a las influencias renovadoras y vivificadoras del Espíritu (Deuteronomio 32:2;
Salmos 72:6; Oseas 6:3; Zacarías 10:1). El rocío representa las influencias endulzadoras y
enriquecedoras del Espíritu (Isaías 18:4; Oseas 14:5). Ezequiel expone particularmente el
bautismo con el Espíritu Santo bajo el símbolo del “derramamiento de agua limpia” y de
la impartición del Espíritu (Ezequiel 36:25-27).
312 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
3. El fuego fue uno de los emblemas del Pentecostés. Juan profetizó acerca de Jesús
diciendo: “Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Mateo 3:11). Sin duda que
la columna de nube y fuego en el Antiguo Testamento era un símbolo profético del
Pentecostés. Ésta es una referencia a la antigua costumbre de los ejércitos de llevar antor-
chas encendidas cuando cruzaban el camino del impresionante terror de los enemigos. En
el día de Pentecostés se posaron lenguas como de fuego sobre cada uno de los discípulos,
indicando con ello que habían de ir como ejército de llamas vivientes. El fuego significa la
influencia purificadora, penetrante y dadora de poder del Espíritu Santo (Malaquías 3:1-2;
Mateo 3:11, 12).
4. La atmósfera es también un emblema del Espíritu Santo. En el día del Pentecostés
hubo un sonido como de un rugiente viento poderoso, que marcó la venida del Espíritu
Santo. Dios sopló vida en el rostro del ser humano en su creación (Génesis 2:7); y Jesús
sopló sobre los discípulos y dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (Juan 20:22). Así como la
atmósfera es necesaria para sustentar la vida, así en los credos se denomina al Espíritu
Santo “el Señor y Dador de Vida”. La atmósfera ejerce una presión de aproximadamente
quince libras por pulgada cuadrada, o cerca de 32,000 libras sobre un hombre ordinario.
Así se dice que el Espíritu descendió sobre los discípulos, un término que indica presión
(compárese con Hechos 8:16; 10:44; compárese con Marcos 3:10). El balance de la
presión interior y exterior mantiene un equilibrio apropiado. Sin la presión interna del
Espíritu, las presiones externas de la vida aplastarían a los seres humanos; con la verdadera
fuerza interior del Espíritu, las personas requieren de tareas externas que desafíen sus
esfuerzos. La atmósfera es el medio de comunicación, de ahí que exista la comunión del
Espíritu. La atmósfera revive la tierra al derramar vastos almacenamientos de agua que
retornan en aguaceros refrescantes.
5. El aceite es un símbolo de la unción oficial del Espíritu para el servicio. Los profetas,
sacerdotes y reyes fueron instalados en su oficio mediante una ceremonia de unción con
aceite. La fórmula de la unción con aceite la ofrece Éxodo 30:23-33, y es como sigue: (1)
La mirra de la excelencia del Espíritu; (2) el cinamomo dulce de la gracia del Espíritu; (3)
el dulce cálamo de la palabra del Espíritu; (4) la casia de la justicia del Espíritu; y (5) el
aceite de oliva de la presencia del Espíritu. También estaba el shekel de la palabra del
Espíritu, las medidas exactas para la composición de la fórmula. La unción con aceite no
se podía utilizar para fines profanos, y constituía un acto criminal falsificarla. El aceite
jamás debería colocarse bajo la carne, a menos que la carne hubiera sido tocada previa-
mente con la sangre del sacrificio. Así también el aceite de la presencia del Espíritu debería
seguir a la unción del sacrificio de Jesucristo.
El Antiguo Testamento ofrece muchos otros emblemas del Espíritu tales, como la
espada ardiente en el jardín del Edén, el sello, las arras o prenda y otros de igual naturale-
za. El conocimiento de los emblemas concedidos divinamente en el Antiguo Testamento
añadirá significado y valor a muchos de los pasajes del Nuevo Testamento.
CAPÍTULO 26
LOS ESTADOS
PRELIMINARES
DE LA GRACIA
La expiación acabada de Jesucristo se vuelve efectiva para la salva-
ción de los seres humanos solo cuando el Espíritu Santo la administra a
los creyentes. Lo primero se conoce en la ciencia teológica como la
soteriología objetiva, lo último, como soteriología subjetiva. La obra
que el Espíritu Santo realiza en nosotros es tan necesaria para la
salvación como la obra que Cristo hizo por nosotros. Pero sería mejor
decir que la redención que Cristo realizó por nosotros en la carne se
hace efectiva solo cuando Él obra en nosotros a través del Espíritu. Es
un error ver la obra del Espíritu Santo como una obra que remplaza a la
de Cristo; hemos de verla mejor como una continuación de esa obra en
un plano nuevo y más elevado. Ahora hemos de considerar la naturaleza
de esta obra, y después volveremos nuestra atención a lo que se conoce
en teología generalmente como los beneficios de la expiación. Hemos
de considerarla primero en su forma objetiva como las palabras del
pacto, y luego en su aspecto subjetivo como la gracia interior del pacto.
Nuestros temas de estudio serán entonces: (I) La vocación o llamado; y
(II) la gracia preveniente. Tras esto consideraremos el (III) arrepenti-
miento, (IV) la fe y (V) la conversión.
Esto es elección. Del plan lleno de gracia por medio del cual se ha de
llevar a cabo la predestinación se dice: “nos predestinó para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de
su voluntad”. De esa manera la predestinación es el plan general y lleno
de gracia de Dios para salvar a los seres humanos, al adoptarlos como
hijos a través de Cristo; la elección pertenece a los escogidos que son
santos y sin mancha delante de Él en amor. La prueba de la elección no
se halla en los designios secretos de Dios, sino en los frutos visibles de la
santidad. La elección es el fundamento de la iglesia, y la predestinación
es la base de la providencia. La iglesia es no solo predestinada sino
elegida: lo primero hace referencia al plan de redención como se
manifiesta en el llamado universal; lo último hace referencia a los
elegidos o escogidos que se han rodeado de las ofertas de misericordia.
Los elegidos son escogidos no por decreto absoluto2 sino por la
aceptación de las condiciones del llamado. Y como el carácter de los
elegidos está compuesto de santidad y de la condición de ser sin
mancha delante de Él en amor, así la elección por esos medios justifica
y santifica a los seres humanos. De ahí que nuestro Señor diga: “Yo os
elegí del mundo” (Juan 15:19). Pablo lo explica diciendo: “que Dios os
haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santifica-
ción por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Tesalonicenses 2:13). La
enseñanza de Pedro va en la misma dirección: “elegidos según el previo
conocimiento de Dios Padre en santificación del Espíritu, para
obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Pedro 1:2).3
La teología arminiana ha considerado el tema de la elección bajo los
siguientes tres aspectos: (1) La elección de individuos para realizar
algún servicio particular. De esa manera Moisés fue escogido para sacar
a Israel de Egipto y Aarón para ser el sacerdote del santuario. Ciro fue
elegido para ayudar en la reedificación del templo, Cristo escogió a
doce como apóstoles, y Pablo fue escogido como apóstol de los gentiles.
Estos oficios estaban destinados para asistir a los demás, no para
excluirlos de la gracia salvífica. (2) La elección de naciones y otros
grupos de seres humanos para privilegios religiosos especiales. Así Israel
fue escogido como el primer representante de la iglesia visible en la
tierra. A esto hace referencia Pablo en Efesios 1:11-13. Las palabras
“nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo” hacen
referencia al Israel creyente; mientras que las palabras del verso
siguiente, “En él también vosotros… habiendo creído en él”, hace
referencia a la extensión de los privilegios judíos a los gentiles. El
LOS ESTADOS PRELIMINARES DE LA GRACIA 317
GRACIA PREVENIENTE
Antes de retomar la discusión sobre la gracia preveniente, sería
bueno llamar la atención al hecho de que la gracia de Dios en sí misma
es infinita, y por lo mismo no se puede limitar a su obra redentora,
LOS ESTADOS PRELIMINARES DE LA GRACIA 321
EL ARREPENTIMIENTO
La doctrina del arrepentimiento es fundamental en el sistema cris-
tiano, y debe ser estudiada cuidadosamente a la luz de la Palabra de
Dios. Cristo dijo de sí mismo: “porque no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9:13). Tanto Juan el
330 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LOS ESTADOS PRELIMINARES DE LA GRACIA 331
LA FE SALVADORA
El arrepentimiento conduce inmediatamente a la fe salvadora, la
cual es al mismo tiempo condición e instrumento de la justificación.
Por tanto, la fe constituye el vínculo de unión entre la gracia preve-
niente y el estado inicial de salvación. La expresión “fe salvadora”, sin
embargo, se utiliza en un sentido particular, y deberá distinguirse por
un lado del principio de fe que pertenece generalmente a la naturaleza
humana, y por el otro, de la seguridad de la fe la que fluye la vida
cristiana. Consideraremos entonces: (1) La naturaleza de la fe en
general; (2) La fe salvadora, o fe como condición o instrumento de la
salvación; y (3) La fe como una gracia de la vida cristiana.
La naturaleza de la fe en general. La fe se ha definido como “el cré-
dito que se le da a la verdad”, o “un asentimiento pleno de la mente a
una declaración o promesa por causa de la autoridad de la persona que
las hace” (compárese con Jonathan Weaver, Christian Theology, 156).
Es ese principio de la naturaleza humana que acepta lo invisible como
existente, y que admite como conocimiento aquello que recibe en base
a evidencia o autoridad. Este principio general de la fe, cuando se dirige
al evangelio y se ejercita bajo la gracia preveniente del Espíritu, se
convierte en fe salvadora. Las raíces de la idea cristiana de la fe se
originan en el Antiguo Testamento, pero también han sido modificadas
por el uso y costumbre de griegos y romanos. En su forma simple, la
palabra hebrea traducida como fe significa “apoyar, mantener o
sostener”. En su forma pasiva significa “ser firme, estable y fiel”. El uso
de la palabra conlleva casi en cada caso, la idea de confianza en la
persona del Jehová del antiguo pacto. Por esta razón Oehler define la fe
como se utiliza en el Antiguo Testamento, a saber, “el acto de hacer que
el corazón sea firme, inmutable y seguro en Jehová”. La palabra griega
336 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
mover más a veces por falsos juicios que por la verdad. Aquí se halla lo
engañoso del corazón humano. Pone a gran distancia el día malo.
Vende su primogenitura por un potaje guisado. Solo la gracia puede
despertar la mente a la verdad como se halla en Jesús. Fue bajo la
iluminación del Espíritu que Pablo escribió: “no mirando nosotros las
cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18). (3)
Existen grados en la fe. Esto obedece no solo a una percepción limitada
de la verdad, sino también a los diversos grados de la fuerza de la fe
misma. Nuestros Señor les dijo a sus discípulos: “hombres de poca fe”
(Mateo 6:30), mientras que a la mujer cananea le dijo: “¡Mujer, grande
es tu fe!” (Mateo 15:28). Pablo habla asimismo de “el que es débil en la
fe” (Romanos 14:1); y de nuevo, de la justicia de Dios que se revela
“por fe y para fe”, lo que solo puede significar, de un grado de fe a otro.
A sus hermanos en Tesalónica les dice: “vuestra fe va creciendo en
abundancia” (2 Tesalonicenses 1:3). Así también hallamos a los
discípulos pidiéndole al Señor, “Auméntanos la fe” (Lucas 17:5). A la
luz de esto entendemos que debemos admitir diferentes grados de fe en
el progreso de la vida cristiana.20
La fe salvadora. Con la expresión “fe salvadora” no damos a entender
una clase diferente de fe, sino la fe vista como la condición e instrumento
de salvación. Hemos observado que el elemento principal de la fe es la
confianza; de ahí que la fe salvadora sea una confianza personal en la
persona del Salvador. Podemos decir en esta conexión que la causa
eficiente de esa fe es función del Espíritu Santo, y que la causa instru-
mental es la revelación de la palabra respecto a la necesidad y posibilidad
de la salvación.21 En este punto estamos en deuda con Juan Wesley en
cuanto a la idea clara no solo de un planteamiento teológico correcto,
sino de una interpretación práctica que resulta vital en la experiencia de
los seres humanos. En su sermón sobre “El camino bíblico de la salva-
ción”, él aborda el tema de la fe en relación tanto a la justificación como
a la santificación. Dice: “La fe es una evidencia y convicción divinas no
solo de que ‘Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo’, sino
también de que Cristo me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Richard
Watson establece que “la fe en Cristo, que en el Nuevo Testamento está
vinculada con la salvación, es claramente de esta naturaleza, esto es,
combina el asentimiento con la seguridad, la creencia con la confianza”.
“La fe por la cual ‘los antiguos obtuvieron buen testimonio’, le unió el
asentimiento de la verdad de las revelaciones de Dios a una noble
338 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien
les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?... Así que la fe es
por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:14-15, 17).
Por consiguiente, Dios concede a la humanidad, a través de su provi-
dencia y de su gracia, el fundamento de la verdad salvadora en su eterna
e inmutable Palabra.24 Asimismo Él concede las influencias llenas de
gracia del Espíritu Santo, para despertar, convencer y conducir el alma
a Cristo. Pero la Palabra no debería comprenderse en el sentido solo de
la letra, que se nos ha dicho que mata; sino en el Espíritu que da vida.
De esa manera una creencia firme en la revelación cristiana conduce al
alma a confiar en Cristo quien es el objeto de esa revelación. Podemos
decir entonces que el ideal de fe apropiado y definitivo es una Persona
divina. “Cuando surge una fe viva en una Persona divina”, dice Henry
C. Sheldon, “como consecuencia necesaria sigue una confianza en lo
que tiene garantía racional por considerarse representativo del pensa-
miento o buena voluntad de esa Persona divina. La fe en la Biblia
puede ser solo superficial o convencional previa a la confianza en Dios
quien se halla detrás de la Biblia. Lo mayor incluye aquí lo menor. La
confianza de corazón primero en Dios prepara para una genuina
confianza en sus oráculos. A través de una autorendición confiada a una
voluntad personal somos preparados para confiar en todo lo que
aprobamos como una auténtica manifestación de esa voluntad” (Henry
C. Sheldon, System of Christian Doctrine, 438-439). En este sentido, la
creencia a menudo se perfecciona por medio de la confianza personal; y
la confianza personal es el medio de fortalecimiento de esa misma
creencia.
5. La fe salvadora se halla vitalmente relacionada con las buenas
obras. La relación entre la fe y las obras ha sido objeto de considerable
controversia en la historia de la iglesia. Muy frecuentemente los
calvinistas, en su insistencia en la salvación solo por la fe, han negado
las obras, como mérito tanto como condición. Los arminianos niegan el
mérito de las buenas obras, pero insisten en ellas como condición de la
salvación. La fórmula de Juan Wesley era: “obras, no como mérito, sino
como condición”. Pero se debe tener en mente que las obras de las que
él habla son consideradas no como que tienen su origen en una
naturaleza humana no asistida, sino en la gracia preveniente del
Espíritu. Esa posición se plantea en el Artículo X del metodismo, el
cual con pocos cambios verbales, es el mismo que el Artículo XII de la
Confesión Anglicana.25 “Aunque las buenas obras que son frutos de la
LOS ESTADOS PRELIMINARES DE LA GRACIA 341
LA CONVERSIÓN
Conversión es el término que se utiliza para designar el proceso por
el cual el alma se vuelve del pecado a la salvación. Comúnmente se
utiliza en un sentido más estrecho en teología, pero en el discurso
LOS ESTADOS PRELIMINARES DE LA GRACIA 343
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Samuel Wakefield analiza las enseñanzas de Westminster sobre la elección de la siguiente
manera: (1) Que los decretos de Dios son eternos, a los que se denomina “su propósito
eterno”, (2) Que la predestinación es omnicomprensiva en lo que respecta a sus objetos, e
incluye “cualquier cosa que suceda en el tiempo”. (3) Que “algunos seres humanos y
ángeles son predestinados a la vida eterna, y otros están predestinados a la muerte eterna”.
(4) Que el decreto tanto de la elección como de la reprobación es personal y definitivo, ya
que sus objetos están “particularmente diseñados y su número seguro”. (5) Que la elección
a la vida eterna es incondicional, por cuanto es “sin ninguna previsión de fe o buenas
obras o de algo más en la criatura”. (6) Que Cristo hizo expiación solo por quienes estaban
ordenados a la vida eterna, y (7) Que la fe y la obediencia son frutos de la elección, mien-
tras que la incredulidad y el pecado resultan de la reprobación. (Wakefield, Christian
Theology, 389.)
Un párrafo de las conferencias del Hill ilustra muy bien hasta qué punto llevaron los
primeros teólogos calvinistas la creencia en la reprobación. Él dice: “De la elección de
ciertas personas, necesariamente se sigue que todo el resto de la raza de Adán son abando-
nados en la culpa y en la miseria. El ejercicio de la soberanía divina respecto a quienes no
son electos se conoce como reprobación; y siendo que la condición de todos ha sido
originalmente la misma, a la reprobación se le llama absoluta en el mismo sentido que la
elección. Los calvinistas distinguen cuidadosamente dos actos en la reprobación. A uno se
LOS ESTADOS PRELIMINARES DE LA GRACIA 345
le conoce como preterición, el pasar por alto a quienes no son elegidos, y el impedirles los
medios de gracia que se han provisto para los elegidos. Al otro se le conoce como conde-
nación, el acto de condenar a quienes han sido pasados por alto por los pecados que
cometen. En el primer acto, Dios ejercita su buena voluntad, dispensando sus beneficios
como él quiere; en el último, Él aparece como juez, decretando la sentencia que merecen
sus pecados. Sí Él les hubiera concedido la misma ayuda que preparó para los demás, se les
hubiera preservado de esa sentencia; pero como sus pecados procedieron de su propia
corrupción, son considerados, por ello, dignos de castigo, y la justicia del Gobernador
Supremo se manifiesta al condenarlos, así como su misericordia se manifiesta al salvar a los
elegidos”. (Hill, Lectures IV:7.) Los remonstrantes objetaron contra tales posiciones, y los
teólogos arminianos desde ese tiempo han levantado sus voces de protesta.
2. Juan Wesley publicó un panfleto titulado, “Serias Consideraciones Sobre la Predestina-
ción Absoluta”, donde establece sus puntos de vista sobre el tema de la siguiente manera:
“1. Dios no se deleita en la muerte del pecador, sino que quiere que todos vivan y sean
salvos, y ha dado a su Hijo para que todo el que crea en Él sea salvo. Él es la verdadera luz
que ilumina a cada ser humano que ha venido al mundo. Y esta luz obrará la salvación de
todos, si no se resisten.
“2. Pero algunos afirman que Dios por medio de un decreto eterno e inmutable ha
predestinado a perdición eterna a la gran mayoría de la humanidad, y de manera absoluta,
sin tomar en cuenta sus obras, sino solo por la demostración de la gloria de su justicia; y
que para llevar a cabo esto, Él ha decidido que almas miserables caminen necesariamente
en sus caminos malvados, para que su justicia pueda recaer sobre ellos.
“3. Esta doctrina es nueva. En los primeros cuatrocientos años después de Cristo,
ningún escritor, grande o pequeño, hace mención de ella en ninguna parte de la iglesia
cristiana. Sus bases aparecen en los escritos de Agustín, cuando escribe imprudentemente
contra Pelagio. Posteriormente fue enseñada por Dominico, un fraile papista, y los monjes
de su orden, y al final, fue infelizmente retomado por Juan Calvino. Principalmente, esta
doctrina es una injuria contra Dios, debido a que lo convierte en autor de todo pecado.
En segundo lugar, injuria a Dios, debido a que lo representa como alguien que se deleita
en la muerte de los pecadores, expresamente contrario a su declaración personal (Ezequiel
33:11; 1 Timoteo 2:4). Tercero, esta doctrina es altamente ofensiva a Cristo, nuestro
mediador, y a la eficacia y excelencia de su evangelio. Supone que su mediación no tiene
necesariamente ningún efecto sobre la gran mayoría de la humanidad. Cuarto, la predica-
ción del evangelio es una mera burla o engaño, si muchos de quienes reciben la predica-
ción no reciben ningún beneficio de ella debido a un decreto irrevocable. Quinto, esta
doctrina hace que la venida de Cristo y su sacrificio en la cruz, en vez de ser el fruto del
amor de Dios hacia el mundo, sea uno de los actos más severos de la indignación de Dios
contra la humanidad: ordenada solo --de acuerdo a esta doctrina-- para salvar a muy
pocos, y para el endurecimiento y el incremento de la perdición de la gran mayoría de la
humanidad, a saber, de aquellos que no creen, siendo la causa de esta incredulidad, de
acuerdo a esta doctrina, el designio y el decreto de Dios. Sexto, esta doctrina es altamente
perjudicial para la humanidad; porque los ubica en peor condición que los demonios en el
infierno. Porque éstos tuvieron en alguna ocasión la capacidad de mantenerse. Pudieron
haber conservado su estado de felicidad, pero no lo quisieron. Mientras que, de acuerdo a
esta doctrina, muchos millones de personas son atormentados para siempre, quienes jamás
fueron felices, jamás lo pudieron ser, ni pueden serlo. De nuevo, los demonios no serán
castigados por descuidar una gran salvación, pero las criaturas humanas sí. En oposición a
esto, afirmamos que Dios ha querido que todos sean salvos; y ha dado a su unigénito Hijo,
para que todo el que crea en Él pueda ser salvo. Difícilmente puede haber otro artículo de
la fe cristiana que se afirme tan frecuente, plena y positivamente como éste. Es el que
346 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
convierte la predicación del evangelio en ‘buenas noticias para todos’ (Lucas 10:2), de otra
manera, si esta salvación hubiera estado absolutamente confinada a unos pocos, habría
sido ‘tristes noticias de gran dolor para la mayoría de la gente’. Léase Colosenses 1:28; 1
Timoteo 2:1-6; Hebreos 2:9; Juan 3:17--12:47; 2 Pedro 2:3, 9; Ezequiel 33:11; 1 Juan
2:1-2; Salmos 17:14; Isaías 13:11; Mateo 18:7; Juan 7:7-8, 26; 12:19; 14:17; 15:18-19;
18:20; 1 Corintios 1:21; 2:12; 6:2; Gálatas 6:14; Santiago 1:27; 2 Pedro 2:20; 1 Juan
2:15; 3:1; 4:4-5".
3. Nada es más perjudicial en la teoría de la predestinación que la manera en que
oscurece el amor de Dios. Entre el amor como naturaleza o disposición y una elección
arbitraria de sus beneficiarios existe una posición irreconciliable. Asignar al amor su direc-
ción por mandato implica desplazar la misma noción del amor, y poner el capricho en su
lugar. Supóngase que un padre que se halla en el timón de un barco viera a sus hijos
combatiendo con el mar, en el inminente peligro de ahogarse. No hay base para la discri-
minación en el mérito o dignidad de los hijos. El padre tiene amplios medios para salvar-
los a todos, porque tiene a la mano abundancia de salvavidas. Pero en lugar de salvarlos a
todos arroja medios de rescate a solo dos de cuatro, y deja a la mitad de sus hijos que se
hundan en las profundidades. ¿Quién atribuye amor paterno a un padre semejante? Su
conducta desnaturalizada niega la misma concepción, y deja a la vista solo el capricho
insensato y la pasmosa excentricidad. No es de la naturaleza del amor santo estar sujeta a
la arbitrariedad como no es de la naturaleza de la luz solar llenar solo porciones selectas de
una expansión abierta (Sheldon, Syst. Chr. Doct., 432-433).
4. El impulso para volverse a la comunión con Dios depende del impacto de la agencia
divina en el espíritu humano. Esta agencia inicial se puede describir mediante el término
despertamiento, que denota así una presión del lado divino que los seres humanos no
buscan, pero cuyo intento pueden seguir o resistir. El despertamiento no es tanto regene-
ración sino una preparación para la misma. Es verdad que algunos teólogos, especialmente
de la escuela estrictamente calvinista, han preferido entender la regeneración como el
primer acto de Dios en la recuperación espiritual del ser humano, en el cual el poder
omnipotente opera en un sujeto puramente pasivo, creando en él una nueva sensibilidad
espiritual. Pero esa perspectiva, como se mostrará más adelante, no está en armonía con la
representación de la Biblia, que asume una agencia condicional en el ser humano, o un
consentimiento, en lugar de un sujeto puramente pasivo de regeneración. La función del
despertamiento es producir el sentimiento de necesidad y la cantidad de aspiración y deseo
que son requisitos para convertir a alguien en un sujeto dispuesto a la consumación de su
filiación espiritual (Sheldon, Syst. Chr. Doct., 453-454).
5. En la Biblia no hay traza de una vocatio interna, como distinta de la vocatio externa: el
llamado interno y el llamado eficaz son frases que no se utilizan nunca. La distinción
implica una diferencia tal que se habría establecido claramente si hubiera existido; y todo
lo que implica el llamado interno halla su expresión, como veremos, en las funciones del
Espíritu Santo de iluminación, convicción y conversión. Cada uno de estos términos tiene
el significado de un llamado externo que se hace eficaz mediante la gracia interior; pero
jamás en el sentido de que se niegue la gracia interior suficiente a algunos. Se puede decir
que la verdadera vocación interna es la elección en el sentido estricto (Pope, Compend.
Chr. Th., II:345).
6. Agustín y los teólogos de su tiempo distinguían cinco tipos de gracia, como se
presentan a continuación: (1) La gracia preveniente que removía la incapacidad natural e
invitaba al arrepentimiento; (2) La gracia de preparación que reducía la resistencia natural
y disponía la voluntad para aceptar la salvación por fe; (3) La gracia operante que confería
el poder de creer y encendía el fuego de la fe justificadora; (4) La gracia cooperadora que
LOS ESTADOS PRELIMINARES DE LA GRACIA 347
seguía a la justificación y servía para promover la santificación y las buenas obras; y (5) La
gracia conservadora, por cuyo medio se conservaban y confirmaba la fe y la santidad.
Más tarde en la historia del pensamiento cristiano, los teólogos consideraron que la fe
estaba integrada de las siguientes cuatro funciones: (1) Avivadora, o el despertamiento al
conocimiento del pecado; (2) Didáctica, o instrucción en el camino de la salvación; (3)
Pedagógica, o la conversión del pecador; y (4) Consoladora, o la consolación y fortaleci-
miento de los convertidos.
El Espíritu Santo en este punto es el autor de la gracia preliminar; esto es, del tipo de
influencia preparatoria que se imparte afuera del templo del cuerpo místico de Cristo, o
más bien en el atrio exterior de ese templo. Cuando Él concede la plenitud de las bendi-
ciones de la salvación personal que resultan de la unión con Cristo, simplemente Él y solo
Él es el administrador y dador: el objeto de esta gracia en la naturaleza de las cosas solo
puede recibir. El perdón, la adopción y la santificación necesariamente son actos divinos:
nada puede ser más absoluto que la prerrogativa de Dios para conferir estas bendiciones.
Esto no implica que las influencias que preparan al alma para estos actos de gracia perfecta
no sean solo de una fuente divina. Se debe recordar que es “la gracia de nuestro Señor
Jesucristo” la que fluye y revela el “amor de Dios” que se ofrece incluso al mundo exterior
en la comunión del Espíritu Santo. Pero también es bueno recordar que esta influencia
preveniente está literalmente comprometida con el uso que los humanos hagan de ella, y
fuera de ese uso no tiene significado; además, que por sí misma no es salvación, aunque es
para salvación. La presente área de la teología está rodeada de dificultades peculiares, y ha
sido el campo de batalla de algunas de las controversias más intensas (Pope, Compend.
Chr. Th., II:345).
7. El que sigue es el orden que se supone tenían los decretos de acuerdo al sistema de teología
calvinista. I. De acuerdo a los supralapsarianistas: (1) El primer decreto era el de la predes-
tinación, esto es, la salvación de algunas personas y ángeles y la perdición de otras. (2) A
fin de lograr el primero, le sigue el decreto de la creación. (3) Luego entonces, la caída es
decretada. (4) Después de esto se decreta que exista el plan de redención para completar la
salvación de algunos. II. De acuerdo a los supralapsarianistas, el orden de los decretos es el
siguiente: (1) El decreto de la creación; (2) el decreto que permite la caída; (3) el decreto
de la redención; (4) el decreto de la predestinación; y (5) la vocación, o el decreto del
llamado de los predestinados.
8. La Confesión de fe de Westminster plantea la doctrina de la predestinación como sigue:
“Por decreto de Dios para la manifestación de su gloria, algunas personas y ángeles están
predestinadas a vida eterna y otras están preordenadas a muerte eterna.
“Estas personas y ángeles, predestinados y preordenados de esa manera, están particular
e inmutablemente designados, y su número es tan cierto y definitivo que no se puede
incrementar ni disminuir.
“Las personas de la humanidad que están predestinados a la vida desde antes de la
fundación del mundo, de acuerdo a su propósito eterno e inmutable y conforme al desig-
nio secreto y buen deleite de su voluntad, Dios los escogió en Cristo para gloria eterna,
por su pura gracia y amor libre, sin tomar en cuenta su fe y buenas obras o perseverancia
en cualquiera de ellas, o en cualquiera otra cosa en la criatura, como condiciones o causas
que lo muevan a Él para hacerlo, y todo para la alabanza de su gloriosa gracia.
“Así como Dios destinó a los elegidos a la gloria, así Él ha preordenado, por el propósito
eterno y libre de su voluntad, todos los medios para ese fin. Por lo mismo, los que fueron
elegidos, por estar caídos en Adán, son redimidos por Cristo; son eficazmente llamados a
la fe en Cristo por su Espíritu que obra a su debido tiempo, son justificados, adoptados,
santificados y guardados por su poder por medio para la salvación. Ningún otro es redi-
348 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
10. La doctrina de la depravación natural establece la total incapacidad del ser humano de
volverse por sí mismo a la fe y al llamado de Dios. Habiéndose postulado tal cosa, la
afirmación de que todos tienen una probatoria justa incluye la doctrina de una influencia
clemente incondicionalmente asegurada como herencia común de la raza: así se asegura
esa clemente influencia; la misma sangre que compró para la humanidad una existencia
consciente, procuró para ellos toda la gracia necesaria para las responsabilidades de esa
existencia (Raymond, Syst. Th., II:316).
11. El arminianismo sostiene “que existe un estado natural que se distingue del estado de
gracia y del estado de gloria, siendo ese estado natural, no obstante, de por sí un estado de
gracia, de gracia preliminar, que se disemina por todo el mundo y visita a todos los hijos
de los hombres: no únicamente al remanente de lo bueno que no fue afectado por la caída,
sino al remanente como efecto y don de la redención. La gracia especial de iluminación y
conversión, y arrepentimiento y fe, solo es preveniente, no alcanzando la regeneración;
pero sí fluye en la vida regenerada. Por tanto, afirma en cierto sentido el principio de la
continuidad de la gracia en el caso de aquellos que son salvos. Pero en su doctrina, toda la
gracia no es la misma gracia en sus resultados, aunque toda es la misma en su propósito
divino. Distingue entre las medidas y grados de la influencia del Espíritu y los beneficios
más universales y comunes de la expiación en la vida y sus ventajas, hasta la consumación
de la energía del Espíritu Santo que capacita para la visión de Dios. Rechaza el invento de
la gracia común que no es cáris sotérios; y se niega a creer que influencia alguna del Espíri-
tu divino asegurada por la expiación sea impartida sin referencia a la salvación final. La
doctrina de la continuidad de la gracia, que fluye en ciertos casos ininterrumpidamente de
la gracia de un nacimiento cristiano, sellada en el bautismo, y hasta la plenitud de la
santificación, es lo único consistente con la Biblia”. (Pope, Compend. Chr. Th., 390.)
12. Dios no obliga al ser humano mediante la fuerza mecánica, sino que lo acerca y lo mueve
hacia Él por medio del poder moral de su amor. En ninguna parte de la Biblia o de la
historia de la iglesia se enseña que el pecador es completamente pasivo cuando inicia su
arrepentimiento. La voz que grita ¡despierta! no llega a cadáveres, sino a los espiritual-
mente muertos, en los que permanece la capacidad o recepción para vida, aun donde no
podamos pensar en espontaneidad sin la influencia de la gracia de preparación de Dios. La
gracia de Dios conduce al pecador a la fe, pero siempre de manera que el creer de éste al
rendirse a Cristo es su propia acción personal (Van Oosterzee, Chr. Dogm., II:622).
13. El calvinismo, con su creencia en la predestinación, considera necesario hacer una
distinción entre las diferentes clases de gracia y por ello rompe la continuidad de las
manifestaciones del Espíritu. Considera que lo bueno en el ser humano antes de la con-
versión se debe a la “gracia común”, pero también cree que ésta jamás puede llegar a
convertirse en gracia salvadora. La gracia común pertenece a todos, la gracia eficaz solo a
los elegidos. “Tal distinción”, dice E. J. Banks, “jamás se puede reconciliar con la Biblia,
con la justicia divina o con la responsabilidad humana”. (Banks, Manual Chr. Doct., 228.)
14. Nevin dice que, “El verdadero arrepentimiento consiste en el quebrantamiento del
corazón de uno por el pecado y como resultado del pecado”. Mason señala: “El arrepen-
timiento comienza con la humillación del corazón y termina con la transformación de la
vida”. Field dice que las dos palabras que se traducen como “arrepentirse” y los dos sus-
tantivos correspondientes que se derivan de ellas significan “preocupación-posterior” y
“pensamiento-posterior”. “Preocupación-posterior” a causa de algo que ha sido impropio;
y “pensamiento-posterior” significa un cambio o alteración tal de la mente en cuanto
implica un retorno a las perspectivas correctas, sentimientos correctos y conducta correcta.
15. Creemos que el arrepentimiento, que es un cambio sincero y completo de la mente
respecto al pecado, con el reconocimiento de culpa personal y la separación voluntaria del
pecado, se exige de todos los que por acción o propósito han llegado a ser pecadores contra
350 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
Dios. El Espíritu de Dios da a todos los que quieran arrepentirse la ayuda benigna de la
contrición de corazón y la esperanza de misericordia para que puedan creer a fin de recibir
perdón y vida espiritual (Manual, Artículo VIII).
16. El arrepentimiento, al igual que la conversión, es genérico, inclusivo en carácter; se ocupa
del pecado como pecado. Es imposible arrepentirse de un pecado particular sin arrepen-
tirse del pecado como tal: de todo el pecado. El arrepentimiento puede comenzar con un
pecado particular, y así probablemente lo haga a menudo; pero cuando se abandona el
pecado, debe abandonarse como pecado; y esto implica la renuncia de todo el pecado, esto
es, de la mente carnal que es la esencia de todo pecado. ... De ahí que en el arrepenti-
miento puede no ser necesario recordar todos los pecados pasados; tal arrepentimiento
sería imposible. Se renuncia a la mente pecaminosa, a la voluntad autoindulgente, y por
ello se repudia todo pecado, incluso el acto de pecado particular que no se recuerde en ese
momento (Fairchild, Elements of Theology, 250).
17. La impenitencia es el estado opuesto a la penitencia. Es la persistencia en el pecado, en un
propósito y vida no benevolentes; es más bien un estado y no un acto; el estado del peca-
dor bajo la luz y motivos que lo inducirían al arrepentimiento pero no lo hacen (compá-
rese con Romanos 2:4-5). La impenitencia no implica alguna emoción especial o senti-
miento positivo de resistencia o repugnancia u oposición a Dios. Todo lo que involucra
necesariamente es la mera inmovilidad bajo motivos que deberían volver el alma del
pecado, de la mundanalidad. Cada pecador tiene motivos ante sí que lo debían conducir al
arrepentimiento. Cada pecador persistente es un pecador impenitente (Fairchild, Elements
of Theology, 251).
18. Aunque se dice mucho en la Biblia respecto a la fe, solo hay un pasaje en el cual se define
particularmente. Es el de Hebreos 11:1: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no se ve”. Como esta es la única definición inspirada de la fe, sería
apropiado examinar con la debida atención los términos en que se expresa. La palabra
upóstasis, que se traduce como certeza, significa literalmente algo puesto debajo, una base o
fundamento. Pero en su aplicación metafórica significa cierta persuasión, una expectación
segura, una anticipación confiada. Pensamos que el último sentido, “anticipación confia-
da”, es el verdadero significado de la palabra en el pasaje que tenemos ante nosotros, pues
el Apóstol la vincula con “lo que se espera”. Así también, en Hebreos 3:14, el mismo
término se traduce como “confianza”. El término elégco, que se traduce como “retener
firme”, significa principalmente cualquier cosa que sirve para convencer o refutar un
argumento, prueba o demostración. Pero cuando se utiliza en forma de metonimia, signi-
fica refutación o convicción, persuasión firme. Esto último lo tomamos como el verdadero
significado de la palabra en el presente caso. La definición del Apóstol, por tanto, se puede
expresar así: Fe es la anticipación confiada de lo que se espera, la firme persuasión de lo
que no se ve (Wakefield, Chr. Th., 481-482).
19. Daniel D. Whedon dice que la fe es la “creencia del intelecto, el consentimiento de los
afectos y el acto de la voluntad, por cuyo medio el alma se pone personalmente bajo la
custodia de Cristo como su gobernador y Salvador”... es, por tanto, “nuestro autocom-
promiso con Dios y con toda bondad”.
Fairchild dice, “que se pueden distinguir tres elementos en el ejercicio general que
denominamos fe: (1) El elemento intelectual, esto es, una percepción y convicción de la
verdad, de cierta verdad que involucra obligación. (2) La aceptación moral de esa verdad,
tratarla voluntariamente como verdad. (3) Los resultados emocionales, la paz y seguridad y
la confianza que siguen a la sumisión del corazón a la verdad”. (Fairchild, Elements of
Theology, 255-256.)
20. Juan Wesley dice que en Hebreos 11:1, la palabra griega elégco significa literalmente una
evidencia y convicción divina. ... Implica tanto una evidencia sobrenatural de Dios como
LOS ESTADOS PRELIMINARES DE LA GRACIA 351
las cosas de Dios; un tipo de luz espiritual que se muestra al alma y una visión o percep-
ción sobrenatural de eso... “Por esta fe somos salvados, justificados y santificados”. “La fe
es la condición, y la única condición de la justificación. Es la condición: ninguno es
justificado hasta que cree: sin fe ninguna persona es justificada. Y es la única condición:
ella sola es suficiente para la justificación. Toda persona que cree es justificada, no importa
lo que tenga o no tenga. En otras palabras: nadie es justificado hasta que cree; cada una de
las personas cuando cree es justificada”. En lo que respecta al arrepentimiento y sus frutos
dice: “estos son solo remotamente necesarios; necesarios para la fe; en tanto que la fe es
inmediata y directamente necesaria para la justificación. Sostenemos que la fe es la única
condición que es inmediata y próximamente necesaria para la justificación. (Wesley,
“Sermon on the Scripture Way of Salvation”).
21. El ser humano vive y se mueve y tiene su existencia, como criatura espiritual, en un
elemento de fe o confianza en lo invisible; en ese sentido también, “por fe andamos, no
por vista”. La creencia es una condición principal de todo conocimiento y de todo razo-
namiento sobre el conocimiento. Se puede decir que sin ella no se le puede dar pleno
asentimiento a ninguna proposición que tenga que ver con otra cosa que no sea la materia
del sentido. De ahí lo apropiado del crede ut intelligas de Anselmo, en oposición al intellige
ut credas de Abelardo; las dos palabras claves de la fe cristiana y del racionalismo respecti-
vamente (Pope, Compend. Chr. Th., II:377).
Quien no cree hasta que recibe lo que él denomina una razón para hacerlo, es posible
que jamás logre salvar su alma. La razón más elevada y más soberana que se puede ofrecer
para creer, es que Dios lo ha mandado (Adam Clarke, Chr. Th., 135).
La fe ha de considerarse una forma de conocimiento. Tiene que ver con lo invisible, en
tanto que la ciencia trata con el mundo natural y visible. Sin embargo, esto no implica
contradicción alguna entre la fe y el conocimiento. Los principios fundamentales de la
ciencia, tales como la uniformidad de la naturaleza y la ley de la causalidad, no son, des-
pués de todo, conocimientos que se puedan demostrar, sino grandes actos de fe. La fe en
las cosas espirituales trata con realidades de manera tan real como lo hace la ciencia física.
Es por fe que conocemos a Dios y entramos en unión con él a través de Cristo. Ninguna
forma de conocimiento puede ser más genuina que ésta.
Fairchild señala que la oposición de la fe respecto a la razón es completamente
injustificada. La fe depende de la razón y solo sigue la evidencia razonable; cualquier
creencia que se halle más allá de esto es presunción arbitraria, o prejuicio, pero no fe. El
único fundamento para la idea de tal oposición es que al ejercitar la fe recibamos revela-
ción divina, y por ello lleguemos a una verdad que se halle más allá de la razón. Aceptamos
la Palabra de Dios, y tomamos como verdad lo que nos enseña, en vez de depender de
nuestra razón sin ayuda. Al hacer esto no abandonamos a la razón, o nos oponemos a ella;
la seguimos. La razón nos lleva a Dios; aceptamos su Palabra como verdad, debido a que
tenemos razón para hacerlo por la evidencia que tenemos de su verdad. Un hijo que
adopta la sabiduría de su padre como su guía está siguiendo la razón. Quien rechaza una
sabiduría más elevada y afirma que camina solo por la suya propia, usualmente se le
conoce como racionalista, lo único que tal persona no está siguiendo a la razón (compárese
con Fairchild, Elements of Theology, 257).
22. Harrison, en su obra “Wesleyan Standards”, resume la enseñanza sobre la fe de Juan
Wesley de la siguiente manera: (1) Una evidencia o convicción divinas de que Dios ha
prometido esto en su Santa Palabra. (2) Una evidencia y convicción divinas de que lo que
ha prometido es capaz de realizarlo. (3) Una evidencia y convicción divinas de que Él es
capaz y que está dispuesto a realizarlo ahora. (4) Una evidencia y convicción divinas de
que Él lo hace. En que en este momento se ha realizado. (Harrison, Wesleyan Standards,
II:340).
352 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
En la Biblia se nos presenta la fe bajo dos perspectivas principales. La primera tiene que
ver con el asentimiento o la persuasión; la segunda, con la confianza y la creencia. Es claro
que la primera se puede separar de la última, aunque la última no puede existir sin la
primera. La fe, en el sentido de asentimiento intelectual de la verdad, se permite que
pueda ser poseída por los demonios. También se puede suponer o declarar que una fe
inoperante y muerta sea poseída por los malvados que profesen el cristianismo (compárese
con Mateo 25:41-46). Así como se enseña esta distinción en la Biblia, así también se
observa en la experiencia, que acepta que las verdades de la religión revelada pueden ser el
resultado de examen y convicción, aun cuando el espíritu y la conducta puedan no ser
renovados y ser completamente mundanos (Watson, Institutes, II:245).
23. El obispo Weaver simplifica esta posición al decir que tenemos el poder para caminar; ese
poder es don de Dios. Tenemos el poder para ver; éste también es don de Dios. Pero Dios
no camina en nuestro lugar ni ve por nosotros. Podemos negarnos a caminar o podemos
cerrar nuestros ojos (compárese con Weaver, Chr. Th., 158). Ralston utiliza prácticamente
la misma ilustración, limitando el “don de Dios” a lo que él denomina un “arreglo mise-
ricordioso” no independiente de, sino en conexión con, la libre agencia moral del ser
humano. En este sentido, Dios es “el autor y consumador de nuestra fe” debido a que a
través de este arreglo misericordioso y por medio de la ayuda de la gracia divina impartida,
somos capaces de creer. Podemos decir entonces que en estas acepciones la fe es un don de
Dios; pero esto no significa admitir que la fe en ningún sentido es una acción de la cria-
tura (compárese con Ralston, Elements of Divinity, 358).
24. Fairchild define la fe “como la aceptación voluntaria de la verdad que demanda acción
moral, o el tratar la verdad como verdad, el respetar como verdad lo que tenemos razón
para creer como verdad respecto a Dios y a nuestras relaciones con Él o con cualquier
obligación moral. La verdad debe pertenecer a Dios, y a la obligación, ya que la aceptación
de ninguna otra verdad toca el carácter moral o puede tener efecto alguno sobre nuestra
aceptación ante Dios”. En esta conexión, él señala que la fe en su naturaleza moral subje-
tiva involucra no tanto alguna forma particular o cantidad de la verdad incluida, cuanto la
disposición para conocer y poner en práctica la verdad. Los demonios tienen más verdad
en su conocimiento que muchos santos; ellos “creen y tiemblan”, pero ellos no tienen fe;
ellos no tratan a la verdad como verdad, no se ajustan a la verdad en su actitud voluntaria;
la resisten y la rechazan. Pilato y Herodes sabían mucho acerca de Jesús. Pilato sabía que
Él era una persona justa; pero no actuó en correspondencia a su conocimiento. No es
cuestión de mayor o menor luz o conocimiento, sino una disposición para obedecer la luz.
La luz más débil que es consistente con la función moral pone las bases para la fe. No es
necesario conocer el evangelio en su revelación más elevada, para la posibilidad y obliga-
ción de la fe (compárese con Fairchild, Elements of Theology, 254-255).
25. Juan Wesley omitió sabiamente el Artículo XIII del Credo Anglicano que le sigue a éste y
que se titula “De las Obras Antes de la Justificación”. Éste se escribió probablemente en
oposición a la doctrina romana del mérito, y dice lo siguiente: “Las obras que se realizan
antes de la gracia de Cristo, y de la inspiración de su Espíritu, no son agradables a Dios,
puesto que no son el resultado de la fe en Jesucristo: ni hacen aptas a las personas para
recibir la gracia, o, como los autores de esa escuela dicen, merecen la gracia de la con-
gruencia; más bien, porque no se han realizado como Dios ha querido y demandado que
se realicen, no dudamos que ellas tengan la naturaleza de pecado”.
Fletcher, en sus “Checks to Antinomianism”, nos ha dado quizá el argumento más
poderoso en cuanto a las buenas obras como condición de la salvación. No han de enten-
derse como salvación meritoria; ni han de considerarse como condición inmediata de
salvación, para lo cual tanto Fletcher como Wesley sostienen que es la fe sola. No obstan-
te, ellas son condiciones remotas, y se oponen a la posición antinomiana, que el pecador
LOS ESTADOS PRELIMINARES DE LA GRACIA 353
no ha de hacer nada por su salvación. Él dice: “Tenga usted el agrado de responder las
siguientes preguntas, fundado en las declaraciones expresas de la Palabra de Dios. ‘Al que
ordene su camino, le mostraré la salvación de Dios’ [Salmos 50:23]. Ordenar nuestro
camino, ¿es un no hacer nada? ‘Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros
pecados’ [Hechos 3:19]. ¿No valen nada el arrepentimiento y la conversión? ‘Venid a mí
todos los que estáis... cargados, y yo os haré descansar’ [Mateo 11:28] --yo os justificaré.
¿Es el venir un no hacer nada? ‘Dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien… Venid
luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados sean como la grana, como
la nieve serán emblanquecidos’ [Isaías 1:16-18] --seréis justificados. ¿Es dejar de hacer el
mal y aprender a hacer el bien un no hacer nada? ‘Buscad a Jehová mientras puede ser
hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino y el hombre inicuo
sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, al Dios nuestro, el
cual será amplio en perdonar’ [Isaías 55:6-7]. ¿Es buscar, llamar, dejar el camino de uno y
volverse al Señor sencillamente nada? ‘Pedid y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se
os abrirá’ [Mateo 7:7]. Sí, tomad el reino de los cielos por la fuerza. ¿Es buscar, pedir y
llamar y tomar por la fuerza absolutamente nada? Cuando hayáis respondido a estas
preguntas, lanzaré cien o doscientas más de las mismas en vuestro camino”.
26. Pope, en su Catecismo Mayor, expresa la relación entre la fe y las obras de la siguiente
manera:
(1) La fe se opone a las obras como meritorias, y la fórmula es: “Un ser humano no es
justificado por medio de las obras de la ley, sino solo a través de la fe en Jesucristo” (Gála-
tas 3:16).
(2) La fe vive solo en sus obras, y la fórmula es: “La fe sin obras es muerta” (Santiago
2:26).
(3) La fe es justificada y aprobada por las obras, y la fórmula es: “Yo te mostraré mi fe
por mis obras” (Santiago 2:8).
(4). La fe se perfecciona en la obras, y la fórmula es: “la fe se perfeccionó por las obras”
(Santiago 2:22). (Compárese con Pope, Higher Catechism, 233.)
27. Respecto a la seguridad, Juan Wesley dice: “¿Pero es ésta la fe de seguridad, o la fe de
adherencia? La Biblia no menciona tal distinción. El Apóstol dice: Hay ‘una… esperanza
de vuestra vocación; …una sola fe’, una fe cristiana salvadora; así como hay ‘un solo
Señor’, en quien creemos, y ‘un solo Dios y Padre de todos”. Y es verdad, esta fe necesa-
riamente implica la seguridad (que aquí solo es otra palabra para evidencia, siendo difícil
establecer la diferencia entre ellas) de que Cristo me amó y se dio a sí mismo por mí.
Porque ‘el que cree’ con la fe verdadera y viva ‘tiene el testimonio en sí mismo’; ‘el Espí-
ritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios’. ‘Y por cuanto
sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba,
Padre!’, y le da la seguridad de que es así, y una confianza como de niño en Él. Pero
obsérvese que en la misma esencia de las cosas, la seguridad va antes de la confianza.
Porque el ser humano no puede tener una confianza infantil en Dios hasta que sepa que es
hijo de Dios. Por tanto, la confianza, la fe, la dependencia, la adherencia o comoquiera
que se le llame, no es primero, como algunos han supuesto, sino que es la segunda rama o
acto de la fe”. (Wesley “Sermon: The Scripture Way of Salvation”.)
28. El término conversión aquí representa unos pocos equivalentes en hebreo y griego que
expresan la misma idea religiosa: el cambio por el cual el alma se vuelve del pecado a Dios.
El hecho de que sea común a los dos Testamentos le concede gran importancia. Es una
descripción general de la restauración del pecador lo que corre a través de la Biblia; y por
lo mismo, se ha considerado muy a menudo como que incluya mucho más que la mera
crisis del cambio moral y religioso. A veces se ha pensado que representa todo el curso, a
través de todas sus etapas, del retorno del alma a Dios: éste es el caso especialmente en las
354 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
obras de los escritores místicos, y de algunos que no lo son. Por ejemplo, para quienes no
reconocen ninguna influencia salvadora antes de la regeneración, de la que fluyan el
arrepentimiento y la fe, es necesario que la conversión incluya todas las bendiciones mo-
rales del estado de gracia; de hecho, deberá tener un significado muy indeterminado en
todo sistema calvinista. La teología que se puede denominar sacramentalista generalmente
considera la conversión como el proceso de restauración de un estado en el cual la gracia
regeneradora que se confiere en el bautismo se ha descuidado y al parecer pudo haberse
perdido. Algunas veces, mediante un uso muy indefinido del término, se ha convertido en
sinónimo de la experiencia del perdón y la seguridad de la reconciliación. Pero debemos
tener en mente que significa simplemente el punto de cambio de la vida religiosa: el
cambio de un camino de pecado al comienzo de la búsqueda de Dios. De ahí que la crisis
que marca no es en la vida religiosa de un creyente, sino en la vida del alma, ciertamente
redimida, pero que todavía no es una nueva criatura en Cristo (Pope, Compend. Chr. Th.,
II:367-368).
CAPÍTULO 27
LA JUSTIFICACIÓN
La justicia cristiana o la justificación por la fe es una doctrina cardi-
nal de la teología, haciéndola ocupar una posición dominante en todo
el sistema cristiano. La misma se refiere a ese punto particular de la
gracia salvadora en que el alma es traída a una relación aceptable con
Dios por medio de Cristo, siendo esa relación la que determina todos
los avances adicionales dentro de la vida cristiana. Martín Lutero habló
de la justificación como el articulus stantis aut cadentis ecclesiae, o “el
artículo de una iglesia que permanece o cae”.1 “Ésta extiende su
influencia vital a través de toda la experiencia cristiana, y opera en cada
aspecto de la piedad 7práctica”. El obispo S. M. Merrill, en su libro,
Aspects of Christian Experience, expone adecuadamente la importancia
práctica de esta verdad como sigue: “Aquí su vida, su espíritu y su
poder entran en contacto eficaz con las conciencias despertadas y los
corazones penitentes, trayendo los latidos de una nueva vida y el
destello de un nuevo día al alma perdida en tinieblas y pecado. Destruir
este eslabón de la cadena es hacerla totalmente inservible. El nombre de
Cristo, si se retiene, habrá perdido todo su encanto. Se le robará a su
sangre la eficacia meritoria, y su Espíritu será reducido a un sentimiento
o estado de ánimo carente de poder para despertar el alma a la vida de
justicia. Junto a este desplazamiento de Cristo vendrá una indebida
exaltación de las virtudes humanas, y la disminución de la vileza del
pecado, hasta que la presencia de la culpa deje de alarmar, y la necesi-
dad de humillarse se vuelva imaginaria. Así, la pompa de la adoración
tomará el lugar del gemido interior por la salvación, y a los servicios del
santuario se les requerirá encantar los sentidos, ministrar a los gustos
estéticos, y nutrir la vanidad del corazón, pero sin que se perturben las
356 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
el asunto, a fin de que se capte tan claramente como sea posible la luz
bajo la que la inspiración divina la ha presentado. Hay variedad en los
términos que se usan, aunque todos tengan sustancialmente la misma
connotación, pero con varios matices de significado: justificación,
justicia, la no imputación del pecado, considerar justo o atribuir justicia,
y así por el estilo. El pensamiento germinal de la nueva y divina justicia
se nos da en las siguientes palabras de nuestro propio Señor: “Mas
buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33). Este
pensamiento fue desarrollado más tarde por el apóstol Pablo. Los
siguientes son los pasajes más importantes. (1) “Sabed, pues, esto,
hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que
de todo aquello de que no pudisteis ser justificados por la Ley de Moisés,
en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39). Es aquí
evidente que el perdón y la justificación son términos sinónimos, en
donde uno explica el otro, pero con una leve diferencia. (2) “[Y] son
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en
Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en
su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto,
en su paciencia, los pecados pasados, con miras a manifestar en este
tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es
de la fe de Jesús” (Romanos 3:24-26). A este se le considera uno de los
pasajes clásicos de la justificación, y presenta la posición paulina en una
variedad de términos. Otro pasaje también considerado clásico es el
siguiente: (3) “[Pero] al que no trabaja, sino cree en aquel que justifica al
impío, su fe le es contada por justicia. Por eso también David habla de la
bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras,
diciendo: ‘Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y
cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor
no culpa de pecado” (Romanos 4:5-8). La Epístola de San Pablo a los
Gálatas también trata con el tema de la justificación, pero destaca
especialmente la relación de la fe y las obras.
LA NATURALEZA DE LA JUSTIFICACIÓN
El término justificación tiene varias aplicaciones. Primero, se aplica a
aquel que es personalmente justo o recto, y a quien no se le ha hecho
ninguna acusación. Esta es la justificación personal, o la justificación
sobre las bases de la obediencia perfecta o el mérito personal. El vocablo
dikaióo se emplea frecuentemente en el Nuevo Testamento en ese
sentido forense de declarar a una persona justa o recta. Así, se dirá,
358 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
362 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
EL FUNDAMENTO DE LA JUSTIFICACIÓN
Al tratar la naturaleza de la justificación, hemos encontrado que se
hace necesario asumir constantemente que el fundamento de la fe
justificadora es la obra mediadora de Jesucristo. Estos dos temas están
tan estrechamente ligados que es imposible trazar una línea clara de
demarcación entre ambos. Uno le da por necesidad carácter al otro. El
plan evangélico de la justificación del impío descansa sobre tres cosas:
primero, la plena satisfacción de la justicia divina por medio de la
ofrenda propiciatoria de Cristo como el representante del ser humano;
segundo, el honor divino puesto sobre los méritos de Cristo en virtud de
su obra redentora; y tercero, la unión de estas dos en una economía justa
y benévola en la cual se hace posible que Dios como gobernador y juez
muestre misericordia en el perdón de pecados según los términos
consistentes con la justicia. La sola base de la justificación, de acuerdo
con el plan evangélico, es la obra propiciatoria de Cristo recibida en fe.
Esto ya ha sido planteado en nuestra discusión de la expiación, pero
ahora necesita enunciarse de nuevo en referencia inmediata a la obra de
la justificación.
Por ser la fe en la sangre de Cristo como ofrenda propiciatoria la sola
base de la justificación, hay que excluir de inmediato todas las teorías
que la basen en la justicia personal por medio de las obras de la ley.
Primero, hay que excluir el socianismo, el cual sostiene una forma de
justificación, no sobre el fundamento de la fe en Cristo como condición
para el perdón, sino como un acto de suma obediencia. El unitarianis-
mo y el universalismo, los cuales consideran generalmente el arrepen-
timiento como base suficiente en sí misma para el perdón, habrán de
ser igualmente excluidos por ser en esencia intentos de justificación por
las obras. Segundo, hay que excluir también la teoría católica romana de
366 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
368 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA JUSTIFICACIÓN 369
LA JUSTIFICACIÓN 371
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. “Los primeros reformadores consideraban la justificación por la fe como la cuestión
central en su monumental asalto contra la cristiandad corrupta, el cual, inicialmente, fue
inducido por el abuso de las indulgencias pero, en última instancia, por el ferviente estu-
dio de la doctrina de la justicia en Pablo. Hicieron de la misma el punto de partida de
toda controversia, y la remoción de cada abuso dependía de su resolución” (William
Burton Pope, Compendium of Christian Theology, II:439).
2. Richard Watson habla de la justificación como “el perdón de pecado por una sentencia
judicial de la Majestad ofendida del cielo, bajo una benévola constitución” (Richard
Watson, Theological Institutes, II:215.
Samuel Wakefield cita con aprobación la definición de Schmucker de que la
“justificación es aquel acto judicial de Dios por el cual un pecador que cree, en considera-
ción de los méritos de Cristo, es liberado del castigo de la ley, y declarado con derecho al
cielo” (Christian Theology, 406).
Entre las definiciones calvinistas se pueden mencionar las siguientes: A. H. Strong
define la justificación como “aquel acto judicial de Dios por el cual, a causa de Cristo, con
quien el pecador es unido por la fe, declara que el pecador ya no está expuesto al castigo de
la ley sino a ser restaurado a su favor” (Systematic Theology, III:849). James P. Boyce la
define como “un acto judicial de Dios por el cual, a causa de la obra meritoria de Cristo,
imputada al pecador y recibida por él por medio de la fe que lo unifica vitalmente a su
sustituto y Salvador, Dios declara a ese pecador libre de las demandas de la ley, y con
derecho a la recompensa debida a la obediencia de ese sustituto” (Abstract of Systematic
Theology, 395). De acuerdo a James H. Fairchild, la justificación como un hecho bajo el
evangelio, es “el perdón del pecado pasado; y la doctrina de la justificación es sencilla-
mente la doctrina del perdón de pecado” (Elements of Theology, 277). E. Y. Mullins define
la justificación como “un acto judicial en el que Él declara al pecador libre de la condena-
ción, y lo restaura al favor divino” (The Christian Religion in Its Doctrinal Expression, 389).
3. La declaración wesleyana, tal y como se encuentra en el Artículo IX de los Veinticinco
Artículos, es la siguiente: “Somos tenidos por justos delante de Dios solo por los méritos
de nuestro Señor y Salvador Jesucristo mediante la fe, y no por nuestras propias obras o
por nuestro merecimiento. Por lo cual la doctrina de que somos justificados solamente por
la fe es saludable en grado sumo y conforta en gran manera”. Es igual que el Artículo XI
de los Treinta y Nueve Artículos, pero se omiten las palabras, “como se expresa más
ampliamente en la homilía de la justificación”. El Catecismo Metodista contiene la si-
guiente declaración: “La justificación es un acto de la libre gracia de Dios en el cual Él
perdona todos nuestros pecados y nos acepta como justos ante su vista, solo por causa de
Cristo”.
4. Juan Wesley declara que “la sencilla noción bíblica de la justificación es el perdón de
pecados”. “Es ese acto de Dios el Padre por el cual, por causa de la propiciación hecha por
la sangre de su Hijo, Aquél muestra su justicia (o misericordia) al remitir los pecados
pasados’. Esa es la connotación fácil y natural que Pablo le da a través de toda esta epísto-
la” (Sermon: Justification by Faith).
George C. Knapp asume la posición de que “el que es culpable, se dice que es justificado
cuando es declarado y tratado como exento del castigo, o inocente, o cuando el castigo de
sus pecados le es remitido. A esto se le denomina justificatio externa. Los términos justifi-
cación, perdón, y contado por justicia ocurren en este sentido en la Biblia con más fre-
cuencia que en ninguno otro, por lo que son sinónimos del perdón de pecado” (Lectures
on Christian Theology, 387).
372 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
“Las palabras perdón y remisión tienen cada una, a veces, un sentido específico. La
palabra perdón a veces es específicamente sinónimo de remisión, y a veces equivale tanto a
perdón como a remisión. Cuando la parte agraviada perdona al agresor, lo considera, se
siente hacia él, y lo trata como si nunca lo hubiera lastimado. Tal cosa puede ocurrir entre
individuos privados en aquellos casos en los que la ofensa no es una violación de la ley
pública, no teniendo el agraviado la autoridad para infligir castigo. La remisión tiene que
ver, no con los sentimientos del agraviado, o con los sentimientos personales del magis-
trado, sino con el castigo acarreado por la transgresión. Remitir el pecado es liberar de la
obligación del castigo; es ordenar autorizadamente la no ejecución de la pena” (Miner
Raymond, Systematic Theology, II:323).
5. La justificación cambia nuestra relación con la ley: quita la condenación, aun cuando no
cambie nuestra naturaleza ni nos haga santos. “Esto lo hará la santificación (o en su estado
incipiente, la regeneración), la cual es ciertamente el fruto inmediato de la justificación; no
obstante, es un don distinto de Dios, y de una naturaleza totalmente diferente” (Thomas
N. Ralston, Elements of Divinity, 371).
“Así como la justificación se distingue de la santificación, así también lo hace de la
regeneración, la cual, en realidad, no es otra cosa que el inicio de la santificación. La
justificación es aquel acto benigno de Dios como gobernador moral del mundo por el cual
somos liberados de la culpa y del castigo del pecado; la regeneración es una obra del
Espíritu Santo en la que experimentamos un cambio de corazón, siendo hechos ‘partici-
pantes de la naturaleza divina’, y ‘creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales
Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas’” (Samuel Wakefield, Christian
Theology, 409).
6. En anticipación de nuestra discusión acerca de la entera santificación podemos decir que
el término santificación, como Juan Wesley lo utilizaba, y como se utiliza generalmente en
la teología, alude a la obra completa interior de limpieza del pecado. En lo que toca a la
limpieza de la culpa y de la depravación adquirida, se le conoce como santificación “ini-
cial”, y como tal, es concomitante con la justificación, la regeneración y la adopción; en lo
que toca a la limpieza del pecado innato, es una obra subsecuente, conocida en la teología
wesleyana como “entera” santificación. Por lo tanto, cuando el término santificación se
emplea en contraposición con el de justificación, este último, como indica Wesley, “im-
plica lo que Dios hace por nosotros por medio de su Hijo; el otro, lo que Él obra en
nosotros por su Espíritu”. Este uso del término deberá mantenerse claramente en mente.
“¿Es la santidad una condición para la justificación? Si lo fuera, el individuo sería santo
antes de que fuera justificado. ¿Qué, pues, haremos con pasajes tales como los siguientes:
Gálatas 2:17 y Romanos 5:10: ‘…siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo’? De nuevo, ¿cómo puede alguien volverse santo, si no es por medio de
Cristo? No deberá suponerse que las personas sean justificadas y continúen siendo enemi-
gas de Dios. Su estado moral es cambiado en el momento de la justificación. La santidad
no precede la justificación, pero un estado mental así es inducido en el pecador a fin de
que sea consistente el que Dios lo perdone” (J. J. Butler y Ransom Dunn, Lectures on
Systematic Theology, 249).
“Los padres en el ministerio de la Iglesia Metodista, en su discurso público, acostum-
braban frecuentemente hablar de la salvación en tres sentidos: primero, salvación de la
culpa del pecado; segundo, del poder reinante del pecado; y tercero, del pecado inherente. A
lo primero le llamaban justificación; a lo segundo, regeneración, o santificación inicial; y a
lo tercero, entera santificación. Que así ellos lo pensaron, por la obligación de castigo del
pecado, no admite duda alguna; ciertamente, no hay otro sentido en el que un ser hu-
mano pueda ser salvo de la culpa del pecado. … Una vez realizado el acto, nunca se
aceptará que no fue realizado; ni se negará la responsabilidad y el demérito del que lo
LA JUSTIFICACIÓN 373
realizó. Salvar al pecador de la culpa del pecado es eximirlo del castigo merecido, de la
pena incurrida. Justificar es ordenar, por la autoridad que se tiene, la no ejecución de la
pena: solo esto, y nada más” (Miner Raymond, Systematic Theology, II, 326).
“El gran objeto de nuestra redención fue lograr la salvación humana, y el primer efecto
de la expiación de Cristo, sea que se anticipara antes de su venida como ‘el Cordero que
fue inmolado desde la fundación del mundo’, o se efectuara por su pasión, fue colocar al
ser humano en una nueva relación de la cual la salvación del ofensor pudiera ser derivada”
(Samuel Wakefield, Christian Theology, 404).
7. Las controversias de los siglos cuarto y quinto llevaron a una confusión general de la fe con
la ortodoxia. Juan Damasceno (750 d.C.) fue el primer teólogo que percibió claramente la
distinción entre “la fe que viene por el oír”, o el afirmar un credo, y “la fe como la sustan-
cia de las cosas que se esperan”, o la aplicación personal con miras a producir los frutos de
la fe. Hugo de San Víctor, en el occidente, también distinguió entre la fe como una forma
de conocimiento y la fe como un afecto.
Agustín dijo: “Nosotros le adscribimos la fe, de donde toda justicia obtiene su origen…
no a la voluntad humana, ni a mérito alguno que la preceda, sino a que confesamos que es
el don gratuito de Dios”. Su catena o cadena de la gracia es como sigue: “La fe es el primer
eslabón de la benévola cadena que lleva a la salvación. Por la ley viene el conocimiento del
pecado, por la fe la obtención de la gracia en contra del pecado; por la gracia, la sanación
del alma de la mancha del pecado; por la sanación del alma, la plena libertad de la volun-
tad; por la voluntad libertada, el amor por la justicia; y por el amor por la justicia, el
cumplimiento de la ley”.
8. “Los anatemas son como sigue: ‘Si alguien dijere que el pecador es justificado solo por la
fe, en el sentido de que ninguna otra cosa es requerida que pueda cooperar para el logro de
la gracia de la justificación, ni que el pecador tenga que estar preparado y dispuesto por la
acción de su propia voluntad: que sea maldito. Si alguien dijere que los seres humanos son
justificados, o por la sola imputación de la justicia de Cristo, o por la sola remisión del
pecado, con exclusión de la gracia y la caridad que se derraman en los corazones por el
Espíritu Santo, y que se adhieren a ellos, o si dijere que la gracia por la que somos justifi-
cados es solo y sencillamente el favor de Dios: que sea maldito. Si alguien dijere que la fe
que justifica no es sino confianza en la misericordia divina que remite el pecado por causa
de Cristo, o que esta fe es la sola cosa por la cual somos justificados: que sea maldito’.
“Fue así cómo la justificación fue desposeída de todo lo que era forense, volviéndose
actio Dei physica: justicia infundida, la que hace al ser humano justo en vez de injusto. Por
lo tanto, la justificación nunca podría ser considerada como un acto terminado ni fijo de
Dios, ni nunca como un asunto de certera seguridad para el que la poseyera. La justifica-
ción, en este sistema que se confirmó en Trento, es el proceso de una transmutación a
partir de un estado de justicia en virtud del cual el justificado puede lograr obras con
derecho a la vida eterna” (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology,
II:424).
9. El mejor recuento del desarrollo de la doctrina medieval [de la justificación] lo ofrece
William Burton Pope (II:425). Dice: “La presente y eterna aceptación del pecador solo
por causa de Cristo, aunque nunca fue rechazada totalmente, sí fue negada por implica-
ción: la supremacía absoluta de los méritos del Salvador se reservó para la falta original de
la raza; para el pecado cometido después de su primer beneficio imputado, la expiación
humana sería demandada. Segundo, la peculiaridad del término apostólico de la justifica-
ción como una referencia a la relación del pecador con la ley, fue casi enteramente abolida.
La justificación, se dijo, hace del pecador un santo, y apto para el cielo, sirviendo así para
la renovación y la entera santificación del alma. Se olvidó que, dado que la ley, aparte de
Cristo, por siempre presentará cargos en contra del pecador, éste invariablemente deberá
374 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
ser justificado por la gracia por medio de la fe. Tercero, el dogma fatal de la supereroga-
ción, basado en la invención de un posible y superfluo mérito adquirido por la observancia
de los Consejos de Perfección, estableció la base amplia y extrema de la indulgencia. Esto
afectó profundamente la doctrina de la justificación, sea que se viera como perdón, o
propiamente como justificación. Cuarto, y este fue el clímax del error medieval, el solo
sacrificio eterno y consumado de Cristo le fue quitado a la administración directa del
Espíritu Santo, siendo sustituido por un sacrificio ofrecido por la iglesia por medio de sus
sacerdotes, con lo cual se conformó su aplicación especial a la intención del administrador
humano. La combinación de todas estas influencias introdujo gradualmente otro evange-
lio, uno que ya no se predicaría a una fe que no trajera ni dinero ni precio” (Compendium
of Christian Theology, II:425).
“Están equivocados en la medida en que niegan que haya una distinción entre la
aceptación por causa de Cristo, y la aceptación de la obra interior de la santidad operada
por su Espíritu. La Biblia enseña lo que el sentido común confirma: que la aceptación
presente, continua y final de un pecador deberá ser una sentencia de justicia pronunciada
por causa de Cristo independiente del mérito de las obras” (William Burton Pope, Com-
pendium of Christian Theology, II:432).
10. “La justificación es el acto judicial divino que aplica los beneficios de la expiación al
pecador que cree en Cristo, librándolo de la condenación de su pecado, introduciéndolo a
un estado de favor, y tratándolo como una persona justa. Aunque la fe que justifica es un
principio operativo que por medio de la energía del Espíritu Santo consigue la conformi-
dad interior y perfecta con la ley, vale decir, la justicia interna, es el carácter imputado de
la justificación el que regula el uso que el Nuevo Testamento le da al vocablo. La justicia
inherente está conectada más estrechamente con la perfección de la vida regenerada y
santificada. En este sentido más limitado, la justificación es lo mismo el acto de Dios que
el estado del ser humano” (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology,
II:407).
“El término justificación, por referirse al perdón de pecado por medio de la sentencia
judicial de la Majestad ofendida del cielo bajo una benévola constitución, no da base para
la noción de que signifique imputación, o el que se nos adjudique la justicia activa y pasiva
de Cristo, como si se nos hiciera justos tanto relativa como positivamente” (Richard
Watson, Institutes, II:215).
Juan Wesley, en su sermón titulado, “La justicia de nuestro Señor”, trata de la siguiente
manera con el asunto de la imputación: “Pero, ¿cuándo es imputada esta justicia? Cuando
creen. En esa hora la justicia de Cristo es de ellos. Es imputada a todo el que cree, tan
pronto como cree. ¿Pero en qué sentido es esta justicia imputada a los que creen? En este:
que todos los creyentes son perdonados y aceptados, no por causa de nada en ellos, ni por
nada que jamás ellos hicieran, hagan, o puedan hacer, sino solo por causa de lo que Cristo
ha hecho y sufrido por ellos. Pero quizá algunos afirmen que la fe se nos imputa para
justicia. Pablo afirma esto y, por lo tanto, yo también lo afirmo. La fe es imputada para
justicia a todo creyente, a saber, la fe en la justicia de Cristo, aunque esto es exactamente
lo mismo que se ha dicho antes, por cuanto con esta expresión significo ni más ni menos
que somos justificados por fe, no por obras, o que cada creyente es perdonado y aceptado
sencillamente por causa de lo que Cristo hizo y sufrió”.
Ralston señala que Calvino enseñó la imputación en el sentido estricto: que la
obediencia de Cristo nos fue aceptada como si fuera nuestra; pero Wesley enseña una
imputación en un sentido acomodado: que es la justicia de Cristo la que se nos imputa en
sus efectos, es decir, en sus méritos. Somos justificados por fe en los méritos de Cristo.
(Thomas N. Ralston, Elements of Divinity, 385.)
LA JUSTIFICACIÓN 375
CAPÍTULO 28
LA REGENERACIÓN
Y LA ADOPCIÓN
La relación de hijo en el cristianismo, lo cual implica tanto la rege-
neración como la adopción, está vitalmente ligada a la justificación
cristiana. Sin embargo, existen puntos reales de diferencia entre estas
doctrinas.1 La necesidad de la justificación yace en el hecho de la culpa
y el castigo, entre tanto que la de la regeneración se debe a la deprava-
ción moral de la naturaleza humana después de la caída. La primera
cancela la culpa y remueve la pena; la última renueva la naturaleza
moral y restablece los privilegios de hijo. Ambas, sin embargo, son
coincidentes en el tiempo, pues se alcanzan en respuesta al mismo acto
de fe. Podemos decir, pues, que la justificación cristiana y la filiación
cristiana encerradas en la justificación, la regeneración, la adopción y la
santificación inicial, son concomitantes en la experiencia personal, es
decir, se ofrecen como bendiciones inseparables pero ocurren al mismo
tiempo. La persona regenerada es justificada, y la persona justificada es
regenerada. Sin embargo, los términos no son sinónimos, por lo cual
han sido gradualmente definidos de manera cada vez más precisa en el
desarrollo del pensamiento teológico, limitando la justificación a un
cambio de relaciones, y la regeneración a un cambio en el estado moral.
La regeneración y la adopción son términos más cercanamente
correlativos que la regeneración y la justificación. Lo primero describe
la relación de hijo como refiriéndose al carácter filial, mientras que lo
último la presenta desde el punto de vista del privilegio filial. No
obstante, estos términos no se relacionan como causa y efecto, sino que
encuentran su unión en el hecho común de ser hijo. Nuestro estudio,
pues, abarcará los siguientes temas: (1) regeneración, (2) adopción, y
(3) el testimonio del Espíritu.2
378 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA REGENERACIÓN
El término regeneración se deriva del vocablo griego paliggenesía,
compuesto de palin, “de nuevo” y genesis, “ser”, de aquí que regenera-
ción signifique literalmente “ser de nuevo”. La misma deberá, pues,
entenderse como una reproducción o restauración. Los teólogos y los
comentaristas bíblicos, por lo general, han aplicado estos términos al
cambio moral al que la Biblia denomina “nacer de nuevo” (Juan 3:3, 5,
7; 1 Pedro 1:23); “nacer de Dios” (Juan 1:13; 1 Juan 3:9; 4:7; 5:1, 4,
18); “nacer del Espíritu” (Juan 3:5-6); “dar vida” (Efesios 2:1, 5;
Colosenses 2:13); y “pasar de muerte a vida” (Juan 5:24; 1 Juan 3:14).
El Señor Jesús, en la conversación con Nicodemo, empleó las palabras
gennethe anothen, lo cual significa literalmente “ser nacido de arriba”. El
evangelista Juan también indica que el cambio obrado por el Espíritu
en la regeneración, como es el caso con la justificación y la adopción,
está condicionado por la fe. Por eso, “a todos los que lo recibieron, a
quienes creen en su nombre, les dio potestad [exousía o autoridad] de
ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Pablo empleó términos menos
directos que Juan, pero con igual significado: “De modo que si alguno
está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17). “Y a vosotros,
estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os
dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados” (Colo-
senses 2:13). Este Apóstol, en todas sus epístolas, destaca la fe como la
sola condición de la salvación.3
La palabra regeneración ocurre solo dos veces en el Nuevo Testa-
mento. Su primer uso aparece en la conversación de nuestro Señor
sobre las recompensas futuras, en la cual le dice a sus discípulos: “De
cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se
siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también
os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”
(Mateo 19:28). Los comentaristas, por lo general, admiten lo correcto
de la puntuación de este pasaje en la versión autorizada de la Biblia,
conectando la palabra regeneración con lo que sigue inmediatamente.
En lo que difieren, no obstante, es en su aplicación: algunos la conectan
con el estado del milenio, y otros con la resurrección o el juicio general.
Thomas N. Ralston la conecta con la dispensación perfeccionada del
evangelio. No importa cómo se interprete el pasaje, es imposible que
uno pueda hacerlo referirse a la renovación moral y espiritual por la
cual los seres humanos son constituidos hijos de Dios. El segundo uso
del término se encuentra en la declaración de Pablo de que los seres
LA REGENERACIÓN Y LA ADOPCIÓN 379
384 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
“pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26);
y “arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados;
para que vengan de la presencia del Señor tiempos de consuelo”
(Hechos 3:19). Por tanto, siendo que la doctrina calvinista de la
regeneración entra en conflicto con la doctrina bíblica de la gracia
preveniente, nos es imposible admitirla como verdadera. (2) En
estrecha relación con esta objeción está la de que el calvinismo identifi-
ca la regeneración con la gracia incipiente, en vez de hacerla concomi-
tante con la justificación y la adopción. Mantiene que el primer acto de
gracia en el corazón del pecador lo regenera. Es a ese acto al que le sigue
la fe, el arrepentimiento y la conversión. Así que, de acuerdo con ese
sistema, tenemos a una persona regenerada la cual todavía no se ha
arrepentido, no ha sido perdonada, y, por consiguiente, es todavía un
pecador. La simple enunciación de esta posición es su propia refuta-
ción. (3) Hay una objeción adicional, y es a la idea calvinista de la
pasividad. Que la regeneración sea la sola obra del Espíritu nadie lo
niega, pero que sea absolutamente así, aparte de toda otra condición,
no está de acuerdo con la Biblia. A nosotros se nos manda a buscar, a
pedir, a arrepentirnos, a abrir nuestros corazones, y a recibir a Cristo.
Esos son requisitos que no pueden cumplirse aparte de la agencia
humana. No puede haber regeneración sin ellos, aun cuando no les
sean posibles a los recursos no auxiliados de la naturaleza humana
caída. Esa ayuda es conferida clementemente sobre el ser humano por el
Espíritu, pero con cada comunicación de la gracia salvadora deberá
haber cooperación de parte de la voluntad humana. Un alma puede
resistirse y perderse, o puede aceptar y ser nacida del Espíritu. Ese es el
testimonio uniforme de la Biblia. (4) Negar todas las condiciones
requeridas para la regeneración es ligar esta doctrina con la elección
incondicional. Es de aquí que los cinco puntos del calvinismo se
suceden de inmediato: predestinación, expiación limitada, inhabilidad
natural, gracia irresistible y perseverancia final. Creemos que ya hemos
discutido esos puntos lo suficiente en conexión con la expiación y la
gracia preveniente. (5) Hay una objeción final la cual se deriva de
consideraciones prácticas. Si a los seres humanos se les hace sentir que
no hay condiciones que cumplir para la regeneración, serán llevados lo
mismo al descuido que a la desesperación. Solo ha sido posible
promover el avivamiento y cumplir con la obra de salvación cuando los
seres humanos han sido hechos sensibles a la presencia del Espíritu
Santo, y a la necesidad de la obediencia a sus influencias de convicción
388 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
miento incipiente del cual crecen todos los demás actos espirituales, en
tanto que los últimos la consideran como esa obra del Espíritu por la
cual la gracia preveniente otorgada emite una nueva vida espiritual para
el alma individual. Los calvinistas confunden la regeneración con la
gracia preveniente y, por tanto, niegan esta última. Rechazan la idea de
una obra preparatoria que preceda la regeneración y, como consecuen-
cia, la consideran como conferida incondicionalmente sobre el elegido
por un decreto de Dios. Los arminianos se mantienen firmes en la
doctrina de la gracia preveniente y, por lo tanto, considerarán la
regeneración como otorgada condicionalmente por medio del instru-
mento de la fe a los penitentes misericordiosamente asistidos.18
4. La regeneración es una obra completa y, por lo tanto, perfecta en
su clase. Es concomitante con la justificación y la adopción, pero, aun
así, es distinta de ellas. La justificación es una obra que Dios hace por
nosotros en el perdón de nuestros pecados, y en el cambio de la relación
que sostenemos con Él; la regeneración es la renovación de nuestra
naturaleza caída cuando la vida es conferida sobre las bases de esa nueva
relación; por su lado, la adopción es la restauración de los privilegios de
hijo en virtud del nuevo nacimiento. La necesidad de la justificación
yace en el hecho de la culpa, la de la regeneración en el hecho de la
depravación, y la de la adopción en la pérdida del privilegio. El
arminianismo sostiene que las tres, aunque sean distintas en naturaleza
y perfectas en su clase, son conferidas, aun así, por el mismo acto de fe,
y por consiguiente concomitantes en la experiencia personal.19
5. La regeneración se logra por medio de ese instrumento que es la
Palabra. El Espíritu Santo emplea medios, puesto que Santiago declara
específicamente que, “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra
de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18).
Necesitamos cuidarnos de un error que ha sido frecuentemente común
en la iglesia, a saber, que es solo el poder de la verdad el que regenera.
Necesitamos captar y mantener claro en nuestra mente que lo que
regenera no es la verdad aparte de la operación del Espíritu, ni la acción
del Espíritu aparte de la verdad, e independiente de ella. Está establecido
claramente en la Biblia que el Espíritu utiliza la verdad como instru-
mento tanto para la regeneración como para la santificación (compárense
Hechos 16:14; Efesios 6:17; 1 Pedro 1:23). Quizá una de las mejores
afirmaciones de cautela en cuanto a cómo se relacionan el Espíritu y la
verdad en la regeneración, es la de Daniel Fiske, publicada en Bibliotheca,
en 1865. Dice: “En la regeneración de los seres humanos, Dios actúa en
390 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA REGENERACIÓN Y LA ADOPCIÓN 393
LA ADOPCIÓN
La adopción es el acto declaratorio de Dios por el cual, tras ser
justificados por fe en Jesucristo, se nos recibe en la familia de Dios, y se
nos restaura a los privilegios de hijo.23 La adopción, como lo hemos
indicado previamente, es concomitante con la justificación y la
regeneración, pero en el orden de pensamiento, lógicamente las sucede.
La justificación remueve nuestra culpa, la regeneración imparte vida
espiritual, y la adopción nos recibe, en efecto, en la familia de Dios. Al
igual que el término regeneración, la adopción tiene una aplicación más
amplia en la Biblia que la que tiene que ver con la inmediata restaura-
ción del individuo. Pablo utiliza el término de manera amplia para
expresar: (1) la elección especial de los israelitas de entre las naciones,
“de los cuales son la adopción…” (Romanos 9:4); (2) el propósito de la
encarnación, “a fin de que recibiéramos la adopción de hijos” (Gálatas
4:5); y (3) la plena seguridad de una herencia futura, “esperando la
adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23). Deberá
notarse que este último pasaje contiene una estrecha relación con
Mateo 19:28, donde nuestro Señor habla de la regeneración final de
todas las cosas. Ambos términos hacen referencia a la restauración del
ser humano a su estado original. La palabra adopción es característica de
Pablo, y se usa para expresar los privilegios a los que la regeneración
introduce a aquellos que creen, aunque bajo los términos del nuevo
pacto. Para la adopción del cristiano, Pablo emplea lo mismo la palabra
uios que teknon, entre tanto que Juan, a quien lo que le preocupa es la
comunidad de vida, emplea solo teknon, reservando el vocablo uios para
Cristo como hijo. El término uiothesía o adoptio significaba, en su uso
ordinario, el acto en el que un ser humano traía a su casa como suyos
los hijos que no había engendrado. La adopción civil, no obstante,
siempre requería el consentimiento, demandado y expresado pública-
mente, de la persona que iba a ser adoptada.24
Los beneficios de la adopción. Las bendiciones que nacen de la adop-
ción en la familia de Dios son muchas y deseables. Las mismas se
pueden resumir como sigue: (1) Los privilegios de ser hijo. Nos
volvemos “hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26); “Y si
hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”
(Romanos 8:17); “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya
no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por
medio de Cristo” (Gálatas 4:6-7). El reino celestial ha sido descrito
394 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
398 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA REGENERACIÓN Y LA ADOPCIÓN 399
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. “La regeneración y la adopción son las principales bendiciones concomitantes con la
justificación, y acerca de ellas podemos en general observar que debemos distinguirlas
como diferentes la una de la otra, y de la justificación, pero sin separarlas. Ocurren al
mismo tiempo y todas entran a la experiencia de la misma persona, de modo que ningún
individuo es justificado sin que sea regenerado y adoptado, ni ningún individuo es rege-
nerado ni hecho hijo de Dios si no es justificado. Por consiguiente, cada vez que la Biblia
las menciona, se sigue que se incluyen y se implican unas a otras” (Richard Watson,
Theological Institutes, II:266).
“No hay términos más estrictamente correlativos que la regeneración y la adopción.
Describen la misma bendición bajo dos aspectos: el primero hace referencia al carácter
filial, y el último al privilegio filial. Pero, no están por ello conectadas con una cercanía de
causa y efecto, sino que están coordinadas, y el eslabón entre ellas consiste en lo común de
ser hijo. La seguridad de la adopción filial no produce la vida regenerada, ni la infusión de
la vida perfecta de la regeneración inviste por sí misma a los hijos de Dios con todas las
prerrogativas de un heredero. Más aún, son tan diferentes de las otras bendiciones princi-
pales en la economía de la gracia como los son tan unidas. El estado justificado no encierra
400 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
por necesidad los privilegios especiales de la adopción, ni la regeneración como tal implica
la relación específica con Dios representada en la santificación. Los dos términos ahora
considerados abrazan en su unidad un departamento enteramente distinto de la adminis-
tración que el Espíritu hace del nuevo pacto: nos llevan a la familia de la fe y a la familia
de Dios. Pero aunque tocan en muchos puntos esos otros departamentos, siguen siendo
no obstante perfectos y completos en sí mismos” (William Burton Pope, Compendium of
Christian Theology, III:3-4).
2. Jonathan Crowther, al pintarnos su cuadro sobre la posición de los wesleyanos, dice: “Que
todos los que se arrepienten y creen son: (1) justificados, y tienen paz con Dios; que somos
considerados justos, pero solo por medio del sacrificio y la intercesión de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. Pero aunque la fe que se recibe y yace en Cristo es la sola condición y
el instrumento de la justificación, aun así, esta fe en la persona justificada ‘obra por el
amor’, y produce santidad interior y exterior. Creen que, (2) todas las personas que son así
justificadas, son adoptadas en la familia de Dios, tienen derecho a todos los privilegios de
sus hijos, y pueden acercarse confiadamente al trono de la gracia; reciben el espíritu de
adopción y se les capacita para clamar, Abba, Padre; y, como hijos suyos, son amados,
compadecidos, castigados, protegidos y sustentados; son herederos de Dios, y coherederos
con Jesucristo; y que, al continuar en este estado, heredarán todas las promesas y obten-
drán la vida eterna. También creen que (3) los que son justificados, son hechos hijos de
Dios, y así se les asegura; y que esta bendita seguridad surge del ‘Espíritu de Dios que da
testimonio a sus espíritus, de que son hijos de Dios’. Creen que ninguna persona, bajo la
dispensación del evangelio, es excluida de este privilegio, excepto por incredulidad, tibieza,
amor del mundo, o algún otro pecado. … Pero creen que toda persona que posee esta
justificación, y esta adopción, y este testimonio del Espíritu, tiene hambre y sed de justi-
cia” (Portraiture of Methodism¸ 171-172).
3. “La regeneración, al igual que la justificación, es una parte vital de la soteriología cristiana.
Y así debe ser, ya que la depravación original es una realidad, y la regeneración una nece-
sidad de la vida verdaderamente espiritual. De aquí que una doctrina verdadera de la
regeneración deba ser de profunda importancia. Sin embargo, respecto a dicha doctrina,
ha prevalecido ampliamente el error, para enorme perjuicio de la vida cristiana. No obs-
tante, entre los sistemas evangélicos, la doctrina de la regeneración ha sido un problema
mucho menor que el de la justificación, mayormente debido a que se concibe de manera
menos directa en el cuadro doctrinal de la expiación” (John Miley, Systematic Theology,
II:327).
4. William G. T. Shedd señala que el término “regeneración” se ha usado en un sentido
amplio, y en uno estricto. “Puede significar la totalidad del proceso de salvación, inclu-
yendo la obra preparatoria de la convicción y la obra final de la santificación. O puede
denotar solo la impartición de la vida espiritual en el nuevo nacimiento, con exclusión de
los procesos preparatorio y final. La iglesia romana considera la regeneración como algo
que lo abarca todo en la transición desde el estado de condenación en la tierra hasta el
estado de salvación en el cielo, y confunde la justificación con la santificación. La doctrina
luterana, según se establece en la Apología de la Confesión de Augsburgo, y en la Fórmula
de la Concordia, emplea regeneración en el sentido amplio, pero distingue cuidadosa-
mente entre la justificación y la santificación. En la Iglesia Reformada, el término regene-
ración también se emplea en su significado amplio. Al igual que los luteranos, los teólogos
reformados hicieron la distinción entre justificación y santificación, pero colocaron bajo el
término ‘regeneración’ todo lo que pertenece al desarrollo tanto como al origen de la
nueva vida espiritual. Luego, la regeneración no solo incluyó el nuevo nacimiento, sino
todo lo que de él se desprendía”. “El uso amplio del término pasó a la teología inglesa. Los
teólogos del siglo diecisiete no distinguen generalmente lo suficiente entre regeneración y
LA REGENERACIÓN Y LA ADOPCIÓN 401
conversión, sino que los usan como sinónimos”. “Pero este uso amplio del término rege-
neración llevó a una confusión de ideas y perspectivas. Como consecuencia, surgió gra-
dualmente un uso más estricto del término regeneración, discriminándolo de la conver-
sión. Turretin define dos clases de conversiones, según se empleaba este término en su día.
La primera era la conversión ‘habitual’ o ‘pasiva’. Representa la producción de un hábito o
disposición del alma. La segunda clase es la conversión ‘actual’ o ‘activa’. Consiste en
ejercer en fe y arrepentimiento ese hábito o disposición implantados”. Esto demuestra la
manera en que el calvinismo fue llevado a adoptar una diferencia considerablemente
marcada entre la regeneración y la conversión. (Compárese con William G. T. Shedd,
Dogmatic Theology, II:41-49.)
5. “El cambio de la regeneración consiste en la recuperación de la imagen moral de Dios en
el corazón a fin de que, vale decir, lo ame supremamente y le sirva, en última instancia,
como nuestro fin más elevado, y para que lo agrade superlativamente como nuestro bien
mayor. … La regeneración consiste en el principio que es implantado, en la obtención del
dominio ascendente, y en el prevalecer habitualmente sobre su opuesto. … Todo se afecta
por la palabra de verdad, o el evangelio de la salvación, el cual consigue entrar en la mente,
por medio de la enseñanza divina, para poseer el entendimiento, someter la voluntad, y
controlar los afectos. En una palabra, lo que constituye la nueva criatura, el ser humano
regenerado, es la fe que obra por el amor. … La regeneración ha de distinguirse de nuestra
justificación, aun cuando estén conectadas. Todo el que es justificado es también regene-
rado; pero lo uno nos coloca en una nueva relación, mientras que lo otro, en un nuevo
estado moral” (Watson, Dictionary, artículo sobre la regeneración).
6. Julius Kafton dice: “La regeneración es la entrada de la vida nueva asociada con la
iniciación de la fe cristiana. Esta es la concepción de la regeneración en el sentido más
estrecho. En el sentido más amplio, incluye la justificación y la santificación”. Esta defini-
ción contiene dentro de sí algo de la confusión que acompaña la posición católica romana,
especialmente en su aspecto más amplio. Kafton por lo regular es clasificado como ritschi-
liano en su teología.
La posición calvinista se demuestra en la siguiente declaración: “La regeneración es ese
acto de Dios por el cual la disposición que gobierna el alma es hecha santa, y por medio de
la cual, con la verdad como instrumento, se asegura el primer ejercicio santo de esa dispo-
sición” (A. H. Strong). “La regeneración puede definirse como esa obra del Espíritu Santo
en el ser humano por medio de la cual se inicia una vida nueva de amor santo semejante a
la vida de Dios” (William Newton Clarke).
A. M. Hills define la regeneración como “la obra de Dios, con la cooperación del ser
humano, por la cual el ser humano se vuelve resueltamente de la vida de gratificación
propia, haciendo del vivir para la gloria de Dios y el bien del ser su supremo escogimiento,
habiendo sido previamente incitado por la influencia convincente e iluminadora del
Espíritu Santo, el cual lo inclinó benévolamente al amor de Dios y a la santidad” (Funda-
mentals of Christian Theology, II:200).
7. El profesor Nathanael Burwash dice que lo que Juan Wesley considera específicamente
como el “nuevo nacimiento” es la entrada del alma a la vida nueva. En la última parte del
sermón él reconoce que la expresión “nuevo nacimiento” se usa en todas los cánones de la
Iglesia de Inglaterra en un sentido diferente a este, ya que designa la nueva relación en la
que se coloca al ser humano ante Dios y la iglesia en la ordenanza del bautismo. Pero no
importa lo que haya sido su interpretación de lo formulado por la iglesia, él lo pondrá a un
lado, y solo predicará la doctrina arminiana del nuevo nacimiento, que es “un cambio
interior de la naturaleza, inseparablemente asociado con un cambio de relación con Dios,
y una profunda crisis de experiencia religiosa”. El profesor Burwash también sostuvo que
fue a “esta perspectiva de la regeneración, con las correspondientes perspectivas de la
402 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
rior, la controversia entre los monergistas y los sinergistas queda reducida a límites estre-
chos, y confinada a una sola perspectiva. El monergismo afirma que la obra de la regene-
ración es la sola obra del Espíritu. El sinergismo afirma que la voluntad del ser humano
coopera en esta obra. Ahora, claro, la posición es idéntica en afirmar que el Espíritu hace
lo que hace; hasta ahí no hay controversia. También es igualmente evidente que lo de
crear de nuevo es obra divina, y que la única agencia competente para efectuar el cambio
que llamamos regeneración es la voluntad omnipotente de Dios. Todos los cristianos
evangélicos están de acuerdo en este punto. El punto de la controversia se encuentra en la
pregunta, ‘¿Está la obra de la regeneración condicionada a volición alguna de la mente
humana, o es totalmente incondicionada?’ La obra es divina, totalmente divina, pero la
pregunta es si el obrarla, el hecho de ser obrada, depende solamente de la voluntad sobe-
rana de Dios, enteramente separada de la voluntad humana e independiente de ésta, o si es
hecha en dependencia del consentimiento cooperador de la voluntad divina tanto como la
humana. La agencia humana no es empleada en la obra de la regeneración, pues esta es la
obra de Dios, pero sí lo es en cumplir con las condiciones antecedentes, en el escuchar la
Palabra y ponerle la debida atención, en el arrepentirse del pecado y hacer obras que
convengan al arrepentimiento, y en el creer y confiar en la gracia y la misericordia de Dios
por medio de Jesucristo” (Miner Raymond, Systematic Theology, II:356-357).
15. “A través de todo el proceso de salvación, el ser humano recibe gracia por gracia; la gracia
de la fe es dada cuando la gracia del arrepentimiento ha sido perfeccionada; y el poder para
creer que da la gracia, cuando se ejerce, trae la justificación, la regeneración, y la adopción;
cada condición en esta sucesión está condicionada al debido perfeccionamiento de la
gracia antecedente. El ser humano se ejercerá externamente en aquello en lo que Dios se
ha ejercido internamente, creciendo así en la gracia a partir de la primera iluminación del
entendimiento, y hasta la plena culminación de la preparación para el cielo” (Miner
Raymond, Systematic Theology, II:358).
16. William Burton Pope, en su Higher Catechism, resume así algunos de los errores menos
sobresalientes concernientes a la regeneración. (1) La antigua herejía gnóstica, todavía
presente en su sutil influencia, la cual sostiene que el espíritu en el ser humano no fue
afectado por el pecado, y que solo el alma sensual es renovada. (2) La teoría moderna de
que la regeneración es en sí la dádiva de un espíritu por medio del Espíritu: aquí, en
oposición al error anterior, la pérdida del espíritu es la que se considera haber sido el
efecto del pecado, lo cual reduce al ser humano literalmente a simple cuerpo y alma. Estos
dos errores se pueden refutar juntamente como sigue: “La regeneración es el espíritu de
vida nueva impartida por el Espíritu a la personalidad y a la naturaleza entera del ser
humano”. (3) Otro error es el de aquellos que suponen que el Espíritu Santo da una
ascendencia tal al espíritu renovado que no hay pecado que quede en el regenerado, lo cual
supone que preserve su unión con Cristo. Esto es refutado por “el testimonio del Apóstol,
de que el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el Espíritu [el Espíritu Santo en nuestros
espíritus, o nuestro espíritu bajo el Espíritu Santo] es contra la carne” (Romanos 7:23; 8:2;
[Gálatas 5:17]). Y esto no se ha de interpretar como un simple conflicto entre el estado de
convicción y el de regeneración. “En el estado de gracia preliminar, el conflicto se da entre
la carne y ‘la ley de mi mente’ que permanece en esclavitud; en el estado de regeneración
es entre la carne y ‘el Espíritu’ que ‘libra de la ley del pecado y de la muerte’”. (Compárese
con William Burton Pope, Higher Catechism, 248.)
17. La regeneración no consiste en un cambio de la sustancia del alma. La iglesia ha rechazado
universalmente tal idea como maniqueísta, puesto que la considera inconsistente con la
naturaleza del pecado y de la santidad. Ese antiguo error fue reavivado por Flacio
(1510-1575), quien sostenía que el pecado original consistía en la corrupción de la sus-
tancia del alma, y que la regeneración era el cambio de tal sustancia a fin de restaurar el
LA REGENERACIÓN Y LA ADOPCIÓN 405
Es quizá en referencia a esas enseñanzas que William Burton Pope ofrece los siguientes
párrafos. “En ciertos esquemas americanos, los cuales representan la regeneración como el
escogimiento correcto último del alma, hay algunos errores que deberán notarse. (1) Este
escogimiento es una convicción y un deseo previo a la regeneración, y se le puede llamar
conversión; o, en su forma más elevada de la entera consagración de la voluntad, es el
fruto de la renovación. No puede ser la regeneración en sí misma. (2) El estado del alma
ante Dios es más que su simple y presente voluntad y acto o ejercicio: posee una disposi-
ción o carácter que lo subyace, con el cual tiene que ver mayormente el nuevo nacimiento.
(3) Por lo tanto, en común con casi todos los errores sobre este asunto, esos semipelagia-
nos, antes que teorías arminianas, lo que implican es un fracaso en distinguir entre la
gracia preliminar de la vida, y la vida de la regeneración”. “El error en toda teoría semipe-
lagiana consiste en olvidar que el Espíritu Santo termina, al igual que también siempre
empieza, la obra de bondad en el ser humano sin el auxilio humano. La empieza antes de
que la cooperación lo asista; y la cooperación deberá cesar en el momento de la crisis en
donde Él termina la obra” (Compendium of Christian Theology, III:24-25).
19. “Es cierto que algunos teólogos, especialmente los de la escuela calvinista estricta, han
preferido entender por regeneración el acto primario de Dios en la recuperación espiritual
del ser humano, en cuyo acto opera el poder omnipotente sobre un sujeto puramente
pasivo, creando en él una nueva sensibilidad espiritual. Pero esa posición, como se verá un
poco más adelante, no está en armonía con lo que presenta la Biblia, la cual asume una
agencia condicional en el ser humano, es decir, un consentimiento, más bien que un
sujeto de regeneración puramente pasivo. La función del despertamiento deberá producir
el sentido de necesidad y la medida de aspiración y deseo requeridos para hacer de alguien
un sujeto dispuesto en la consumación de su relación espiritual de hijo” (Henry C. Shel-
don, System of Christian Doctrine, 454).
“La regeneración no deberá ser confundida con el despertamiento, aunque haya una
similitud marcada entre ambas, y las mismas a menudo se mezclen en la vida real. El
despertamiento precede a la regeneración, pero no la constituye. El despertamiento es
ciertamente una obra de gracia que afecta la personalidad entera del ser humano, elevando
su conciencia a un estado religioso más exaltado, un estado hasta el cual él no puede
elevarse por sus propios poderes naturales. El ser humano que ha sido despertado, hasta
ahí lo ha sido por gracia, aun cuando no haya sido actualmente dotado de esa gracia: es
todavía uno de los llamados, pero no de los escogidos. Todavía le falta la resolución
decisiva de su parte. El despertamiento como tal es solo un estado de angustia religiosa, un
patetismo en el cual el ser humano es involuntariamente influenciado; deberá verse como
análogo a esas circunstancias felices en la vida de una persona las cuales no han de identi-
ficarse con su propia y libre discreción y acción. La gracia no podrá avanzar hacia su meta
excepto por un acto voluntario de entrega de parte del ser humano mismo” (H. L. Mar-
tensen, Christian Dogmatics, 384).
Juan Wesley dice que “la justificación se relaciona con esa gran obra que Dios hace por
nosotros al perdonar nuestros pecados; y la regeneración se relaciona con la gran obra que
Dios hace en nosotros al renovar nuestra naturaleza caída”.
20. William Burton Pope expone como sigue la relación de la regeneración con el orden de la
gracia y demás privilegios: (1) En cuanto a la vida cristiana en general, la regeneración
asume el lugar medio entre la vida librada de la condenación y la vida eterna que sigue a la
resurrección. (2) En cuanto a la gracia preliminar, la regeneración no es meramente su
pleno desarrollo, sino un nuevo don de vida en Cristo para el cual esa gracia prepara: la
preparación puede confundirse con el don, dado el hecho de que manifiesta de por sí
muchas señales de vida. (3) En cuanto al pecado original, la regeneración trae entera
libertad de su poder: “porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la
LA REGENERACIÓN Y LA ADOPCIÓN 407
ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). (4) A la justificación y la santificación se les
relaciona de la misma manera que la vida nueva se relaciona con la justicia y la santidad de
esa vida. (5) Es el sustrato de toda ética, lo cual en esta relación se percibe como el creci-
miento del nuevo hombre, o los frutos de una nueva naturaleza, o la renovación gradual
de la imagen original de Dios que se perdió o se mutiló por medio del pecado. En cuanto
a las condiciones y los medios de la regeneración, Pope ofrece lo siguiente: “(1) La gracia
preliminar de arrepentimiento y fe, usada bajo la influencia del Espíritu, es la condición.
(2) La causa eficaz es el uso de la Palabra de Dios por parte del Espíritu. (3) Los sacra-
mentos son los sellos y las promesas de la nueva vida: el bautismo, de su otorgamiento, y la
eucaristía, de su continuación y acrecentamiento. No son canales, estrictamente hablando.
(4) Pero la causa formal es la formación de Cristo en el alma como el principio y el ele-
mento de su nueva vida” (William Burton Pope, Higher Catechism, 244-245).
21. “No podemos repasar los varios aspectos de la vida nueva sin que nos impresione el sentir
de que es en cierta manera la bendición central del pacto cristiano. La justificación es para
vida, y esta vida se dedica a Dios en santificación. Pero la vida, por ser vida que está en
Jesús, es la unidad del todo. … Esta bendición específica se relaciona con la justificación y
la santificación, de la misma manera que el Hijo se relaciona con el Padre y con el Espíritu
Santo. … Aquél que es el Logos para la creación en general, es el Hijo para la creación
filial. Pero esa relación especial con el Hijo se extiende hasta los dos aspectos de la relación
de hijo, como es la adopción y la regeneración. Somos adoptados en la relación que el
Hijo ocupa eternamente: de aquí que el término que expresa esa prerrogativa sea uiothesio,
siendo uios preservada como la sola palabra que jamás se empleará para significar la rela-
ción del Hijo con el Padre. Somos regenerados por la vida de Cristo impartida por medio
del Espíritu: de ahí que ésta sea paliggenesia, y que nosotros seamos tekna, como si los dos
términos reprodujeran en su momento la generación eterna. Nuestra regeneración res-
ponde al Unigénito eterno, y nuestra adopción, al eternamente Amado” (William Burton
Pope, Compendium of Christian Theology, III:4, 11).
22. El obispo S. M. Merrill busca explicar el cambio en el alma hecho por la regeneración
haciendo una distinción en el uso técnico entre “alma” y “espíritu”. Asume la unidad de
nuestra naturaleza espiritual y la singularidad de nuestra individualidad esencial. El ego al
que la conciencia le es inherente no es un agregado de sustancias o esencias distintas, sino
que es simple y no compuesto. A esa entidad le llamamos alma, y es el alma la que re-
cuerda, desea e imagina. Es el alma la que actúa en diferentes direcciones, o ejercita sus
diferentes poderes. Así que, todas las facultades, atributos y poderes del alma tienen una
naturaleza, una esencia y un ser común. Ahora bien, dice Merrill, es posible concebir el
alma como existente, con todos sus atributos naturales y, a la vez, como destituida de
carácter moral. No es que el alma exista de esa forma como tal, pero cuando la concebi-
mos así por abstracción mental, todo lo del alma que le da carácter, lo que la deja solo
poseída de sus atributos naturales, queda en posesión de la totalidad de lo que la palabra
“alma” expresa cuando esa palabra se emplea en conexión con la palabra “espíritu”, requi-
riendo así en pensamiento una distinción entre alma y espíritu. Pero siendo que el alma no
existe sin algo que le dé carácter, deberemos reconocer como perteneciente a ella un juego
diferente de poderes, o de atributos, distintos pero a la vez no separados, en calidad y
manifestación. Esos poderes son morales, y determinan el carácter, ya que proveen la
encorvadura o inclinación de todos los poderes del alma, y determinan la vida y la con-
ducta de la persona en lo que se refiere a la bondad o la maldad. Son cualidades en las
facultades naturales, a las cuales les dan tono, inclinación, impulso y afinidad. Son al alma
lo que el temple es al acero, o la fragancia a la flor, o el calor a la luz del sol. Las describi-
mos como pasiones, impulsos, deseos y afectos. No son el alma sino su vestido, su tono, su
carácter. Cualquier cambio en ellas es un cambio en el alma, puesto que ellas son las
408 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
propiedades del alma. Por ser distintas del “alma”, constituyen el “espíritu”. “¿Sostiene la
Biblia esta distinción?”, pregunta Merrill. “Cuando la palabra ‘alma’ ocurre en la Biblia sin
la palabra ‘espíritu’, o sin ningún otro término que se le una requiriéndole una limitación
en significado o sentido exacto, la misma expresará todo lo que pertenece a nuestra natu-
raleza espiritual, con la inclusión de los atributos naturales y las cualidades y disposiciones
morales. De igual manera, cuando la palabra 'espíritu’ ocurra sola, o sin estar conectada
con el alma, ni con ninguna otra palabra que sugiera o requiera la limitación de su signi-
ficado más específico, expresará todo lo que esté incluido tanto en el alma como en el
espíritu. Denota, entonces, toda la naturaleza nuestra que no sea material o expresada por
la palabra cuerpo. Pero cuando las dos palabras se presentan juntas en una misma oración,
cada una tiene su propio significado, y deberá restringirse a su sentido específico. La
palabra ‘alma’ significará el yo consciente, el sustrato del ser, incluyendo los atributos
naturales; y el ‘espíritu’ significará el tono o la disposición del alma, con sus inclinaciones,
aversiones y afinidades, en referencia a la ley eterna de justicia”. Merrill también señala
que las palabras “mente” y “corazón” se usan de la misma manera, en donde cualquiera de
los términos, cuando se usen solos, se referirán a la parte material de nuestra naturaleza,
mas cuando se usen juntos, la palabra “mente” se referirá más especialmente a los poderes
intelectuales, y “corazón” a los elementos morales y pasionales dentro de nosotros. Por
consiguiente, Merrill argumenta que el cambio se dará en el “espíritu” y en el “corazón”,
los cuales son el sujeto de la limpieza, la renovación y el cambio. “El alma, con sus atribu-
tos naturales, permanece la misma a través de todas las experiencias de pecado y de per-
dón, de contaminación y lavamiento, o de muerte y vida, reteniendo su identidad y sus
aptitudes y poderes esenciales; pero el espíritu, el asiento y la esfera de la depravación, y de
las influencias de la renovación y de la santificación, pasa a través de esos cambios de
carácter y condición, determinando siempre el estado moral del ser humano. Un alma
nueva es imposible, pero un corazón nuevo y un espíritu nuevo son claramente prometi-
dos y gloriosamente realizados”. (Compárese con S. M. Merrill, Aspects of Christian Expe-
rience, 117ss.)
23. “La adopción es un acto de la libre gracia de Dios, en el cual, una vez los pecados son
perdonados, se nos recibe, con todos los derechos, en el número de los hijos de Dios”
(Wesleyan Catechism). “La adopción es el término que se usa ocasionalmente para signifi-
car el acto declaratorio de Dios por el cual, los que son aceptados en Cristo, son reinstau-
rados, por causa del Hijo encarnado, a los privilegios de hijo que habían perdido. Tam-
bién se refiere al estado al cual pertenecen esos privilegios” (William Burton Pope, Com-
pendium of Christian Theology, III:13). La adopción es “ese acto de la gracia libre de Dios
por el cual, tras haber sido justificados por la fe en Cristo, se nos recibe en la familia de
Dios y se nos concede la herencia celestial” (Thomas N. Ralston, Elements of Divinity,
435).
“En el gobierno civil, ser hijo por adopción es ser hijo por provisión de ley y no sobre la
base de parentesco. En ausencia de esa base, la adopción es el único modo de volverse hijo.
Ahora bien, hay un sentido en el que estamos alienados de Dios, fuera de nuestra relación
filial con Él. Por lo tanto, al ser vistos como sujetos de una filiación benévola, nuestra
relación de hijo bien puede ser propiamente representada como en el modo de la adop-
ción. Sin embargo, nunca realmente se es de hecho. El nuevo nacimiento siempre subya-
cerá esta relación de hijo” (John Miley, Systematic Theology, II:337-338).
24. Samuel Wakefield, en su tratamiento de este tema, incluye el siguiente interesante
recuento de la ceremonia de la adopción. Dice: “Entre los romanos, la ceremonia de la
adopción consistía en comprarle a sus padres, por una suma de dinero dado y recibido
formalmente, el niño que iba a ser adoptado. Las partes comparecían ante el magistrado,
en la presencia de cinco ciudadanos romanos, y el padre adoptivo le decía al niño: ‘¿Estás
LA REGENERACIÓN Y LA ADOPCIÓN 409
dispuesto a ser mi hijo?’, a lo que el niño respondía, ‘Estoy dispuesto’. Luego, el que
adoptaba, sosteniendo el dinero en una mano, sujetaba al niño mientras decía, ‘Declaro a
este niño ser mi hijo de acuerdo a la ley romana, y con este dinero él es comprado’, entre-
gándole luego el dinero al padre como el precio de su hijo”. “Así que, la relación se for-
maba de acuerdo con la ley, y el hijo adoptado entraba a la familia de su nuevo padre,
tomaba su nombre, se sujetaba a su autoridad, y era hecho heredero legal de toda la he-
rencia, o de parte de ella, si había otros hijos”. “De la misma naturaleza es la transacción
dentro de la economía divina, pues en ella los seres humanos son reconocidos como hijos
de Dios. Podemos, pues, definir la adopción, según el sentido bíblico del término, como
el acto bondadoso de Dios por el cual se nos reconoce entre el número de los hijos de
Dios, y con derecho a todos sus privilegios” (Christian Theology, 483).
“Entre la adopción civil y la sagrada”, dice John Flavel, “existe un acuerdo y un
desacuerdo doble. Están de acuerdo en esto: que ambas manan del placer y buena volun-
tad del que adopta. Y en esto otro: que ambas confieren el derecho de privilegios que no
tenemos por naturaleza. Pero difieren en esto: una es un acto que imita la naturaleza, la
otra trasciende la naturaleza; la una se instituyó para el consuelo de aquellos que no tenían
hijos, la otra para el consuelo de aquellos que no tenían Padre. La adopción divina en la
Biblia, lo mismo se toma como el acto o la sentencia de Dios por la cual somos hechos
hijos, que como los privilegios de los cuales el adoptado es investido. Perdimos nuestra
herencia por la caída de Adán; la recibimos por la muerte de Cristo, la cual nos la restaura
de nuevo por medio de un título nuevo y mejor”.
25. Acerca de esta doctrina, Juan Wesley escribió: “Concierne claramente más a los metodistas
traer a colación, entender meridianamente, y explicar y defender la doctrina, debido a que
es una gran parte del testimonio que Dios les ha encargado que den a toda la humanidad.
Es por medio de su peculiar bendición sobre ellos mientras escudriñan la Biblia, y por la
confirmación de la experiencia en sus hijos, que esta gran verdad evangélica ha sido recu-
perada, la cual había estado casi perdida y olvidada por muchos años” (Works, tomo I:93).
La enseñanza directa de Juan Wesley sobre este asunto se encuentra en el Sermón X
sobre el testimonio del Espíritu, escrito en 1747. El Sermón XII, sobre el testimonio de
nuestro propio espíritu, fue escrito en 1767, veinte años después. El Sermón XI, también
sobre el testimonio del Espíritu, el cual fue escrito en 1771, y puesto entre los sermones X
y XII, presenta el aspecto del estado continuo de seguridad que surge de la seguridad
inicial descrita en el Sermón X. Richard Watson trata largamente con esta doctrina en sus
Institutes, y con “la seguridad”, en su Theological Dictionary. Adam Clarke destaca el
testimonio del Espíritu en su Christian Theology y en sus comentarios.
26. “Nunca debí haber buscado el ‘testimonio del Espíritu’ si no hubiera encontrado
numerosos pasajes bíblicos que lo afirman de manera muy positiva, o lo sostiene como
una necesaria inducción; ni tampoco si no hubiera encontrado que todos los verdadera-
mente piadosos, de toda secta y partido, poseen la bendición, una bendición que es el
común derecho de nacimiento de todos los hijos e hijas de Dios. Dondequiera que he
estado entre gente profundamente religiosa, he encontrado esta bendición. Todos los que
se han vuelto de la injusticia al Dios viviente, y han buscado redención por la fe en la
sangre de la cruz, se han regocijado en esta gracia. Y no fue nunca visto por ellos como un
privilegio con el cual fueran bendecidas ciertas almas peculiarmente favorecidas: se le
conocía, a partir de la Biblia y de la experiencia, como la suerte común del pueblo de
Dios. No eran personas de un temperamento peculiar las que lo poseían, sino que todos
los verdaderamente religiosos lo tenían, fueran sanguíneos, melancólicos o mixtos en sus
disposiciones naturales. Me encontré con esta experiencia entre los más sencillos y analfa-
betos, como también entre los que tenían toda clase de ventaja que la alta cultura y el
profundo conocimiento pudiera ofrecerles. Quizá podría decir, con la más estricta verdad,
410 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
que en los cuarenta años que he estado en el ministerio, me he encontrado con por lo
menos cuarenta mil personas que han tenido una clara y plena evidencia de que Dios, por
causa de Cristo, ha perdonado sus pecados, dándoles testimonio el Espíritu mismo a sus
espíritus de que eran los hijos y las hijas de Dios” (Adam Clarke, Christian Theology, 163).
27. “Debe ser evidente, de lo que ya se ha dicho, que al hecho de nuestra adopción, habrá que
permitírsele dos testigos y un testimonio doble. Pero la principal consideración es si el
Espíritu Santo da su testimonio directamente a la mente por impresión, sugestión o por
algún otro medio, o mediatamente por nuestro propio espíritu, de un modo como el que
ha sido descrito por el obispo Bull en el extracto ofrecido anteriormente, es decir, por ‘la
iluminación de nuestro entendimiento, y el que nuestra memoria sea asistida en el descu-
brimiento y recuerdo de los argumentos de esperanza y consuelo dentro de nosotros’, los
cuales surgen de ‘las bondades que Él ha creado en nosotros’. Nosotros objetamos a esta
formulación de la doctrina por cuanto hace, de hecho, del testimonio del Espíritu Santo,
algo en nada diferente del testimonio de nuestro espíritu; y porque al proponer un solo
testigo, contradice al apóstol Pablo quien, como hemos visto, sostiene que son dos. Al no
admitirse otro testimonio que el dado por nuestra propia conciencia acerca de ciertos
cambios morales que han ocurrido, se hace que sea, por lo tanto, un solo testimonio.
Tampoco se implica al Espíritu Santo en ningún otro sentido excepto para calificar nues-
tro espíritu para que dé testimonio” (Samuel Wakefield, Christian Theology, 437).
28. “Entonces, pues, que se observe que no quiero decir aquí que el Espíritu de Dios testifique
esto por medio de voz exterior alguna, no, ni tampoco todas las veces por una voz interna,
aunque a veces lo haga. Ni tampoco que se suponga que Él siempre aplique al corazón
(aunque pueda a menudo hacerlo) uno o más textos de la Biblia. Pero Él obra de tal
manera sobre el alma por su influencia inmediata, y por medio de una fuerte aunque
inexplicable operación, que hace que los vientos tormentosos y las olas turbulentas se
aquieten, y que haya calma, y que el corazón descanse en los brazos de Jesús, y que el
pecador esté claramente satisfecho de que Dios ha sido reconciliado, y de que todas sus
‘transgresiones han sido perdonadas y cubiertos sus pecados’. … Ahora, ¿cuál es la cues-
tión que se disputa acerca de esto? No si hay un testigo o un testimonio del Espíritu, ni si
el Espíritu testifica a nuestros espíritus de que somos hijos de Dios, puesto que nadie
podría negar esto sin que contradijera llanamente la Biblia y acusara a Dios de haber
mentido” (Juan Wesley, Sermons, II:94).
29. Adam Clarke, al referirse al gemido del Espíritu en nuestra alma, dice que “‘gemido’ no es
solo el participio del tiempo presente, lo cual denota la continuación de la acción, sino que
por ser neutro, es consistente con el Espíritu del Hijo, de modo que es el Espíritu divino el
que continúa gimiendo, ‘¡Abba, Padre!’ en el corazón del verdadero creyente. Y vale la
pena siempre recalcar que cuando la persona es infiel a la gracia que se le ha dado, o cae en
alguna clase de pecado, no tiene poder para expresar este gemido. ¡El Espíritu ha sido
contristado y se ha alejado, por lo cual el gemido se ha perdido! Si la persona quisiera
pronunciar ese gemido con sus labios, su corazón se lo negaría” (Christian Theology, 161).
“Suponer que, por medio del amor infinito de Dios, el Logos eterno se encarnara,
sufriera y muriera; que el Espíritu eterno haya visitado al ser humano con iluminación,
santificación, guía, consuelo e influencias salvadoras; que los santos ángeles sean comisio-
nados a ministrarles a los seres humanos; que la Biblia haya sido divinamente inspirada;
que el ministerio cristiano haya sido divinamente designado; y que la iglesia, con todas sus
ordenanzas y medios, sea divinamente operada (todo para el logro de la salvación personal
del ser humano); pero que a la misma vez haya que suponer que, a lo sumo, el resultado de
todo esto en la mente del ser humano no sea otra cosa que una dudosa impresión (la base
para solo una esperanza incierta), es, cuando menos, una gran incongruencia, y exacta-
LA REGENERACIÓN Y LA ADOPCIÓN 411
dice Pablo a todos los cristianos, ‘en plena certidumbre de fe’” (Richard Watson, Institutes,
II:407-408).
CAPÍTULO 29
LA PERFECCIÓN
CRISTIANA O ENTERA
SANTIFICACIÓN
La perfección cristiana o entera santificación son términos que ex-
presan la plenitud de salvación del pecado, o lo perfecto de la vida
cristiana. La entera santificación se ha definido como una expresión
integral que hace puente entre el infierno y el cielo, el pecado y la
santidad, y la culpa y la glorificación. Para entender el significado
espiritual de esta obra de gracia se tiene que experimentar, porque las
cosas espirituales solo pueden conocerse por la experiencia. La santidad
ha sido llamada “la idea central del sistema cristiano y el logro culmi-
nante del carácter humano”.1 Todo el sistema levítico del Antiguo
Testamento se presenta con arreglo a dar a la mente del ser humano las
riquezas de esa gracia. Los términos usados abarcan el altar y sus
sacrificios, el sacerdocio, el ritual con sus rociamientos y lavamientos,
las ceremonias de presentación y dedicación, el ungimiento y el sello, y
los ayunos y fiestas: todo apunta a esta norma de piedad neotestamen-
tario.
Aunque este tema es una doctrina fundamental del cristianismo, y
de gran importancia para la iglesia, hay pocos temas en la teología con
mayor variedad de opinión. Todos los cristianos evangélicos sostienen
que es una doctrina bíblica, que incluye la libertad del pecado, que se
recibe por los méritos de la muerte de Cristo, y que es la herencia de los
ya creyentes. Hay mucha diferencia, sin embargo, acerca de su natura-
leza y el tiempo de su consecución. Hay cuatro posiciones al respecto:
(1) que la santidad es concomitante con la regeneración, posición esta
conocida frecuentemente como la teoría zinzendorfiana. (2) Otra
414 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
adjetivo teleios. Adam Clarke dice: “El verbo señala la idea de nuestro
ser siendo llevado inmediatamente a la experiencia (de santidad)”.
Daniel D. Whedon hace una declaración similar: “Cuando Hebreos
6:1 es aducido como una exhortación a avanzar a un carácter cristiano
perfecto, no se le está citando de manera equivocada”.
Tiempos gramaticales en el Nuevo Testamento griego. Daniel Steele, en
su Milestone Papers, tiene un excelente capítulo sobre este importante
asunto (compárese con Daniel Steele, Milestone Papers, capítulo 5). Él
señala el contraste entre el uso del tiempo presente, como en “escribo”,
y el imperfecto, el cual indica la misma continuidad en el pasado, como
en “escribía”, y el tiempo aoristo, el que en el indicativo expresa una
ocurrencia momentánea de una acción en tiempo pasado, como en
“escribí”. En todos los demás modos, el aoristo carece de tiempo, lo que
se conoce con la expresión de “sencillez de acto”. Cuando, por tanto, se
usa el tiempo presente, se denota acción continua; pero cuando se usa
el aoristo, se denota un acto momentáneo completado, sin referencia al
tiempo. En el español carecemos de un tiempo gramatical como ese,
por lo que los traductores de la Biblia han encontrado dificultad en
traducir el aoristo sin caer en la circunlocución. Entender esto nos
ayudará de manera considerable en la interpretación de textos impor-
tantes. Mencionaremos solo algunos de ellos. (1) “Santifícalos [aoristo
imperativo] (una vez para siempre) en tu verdad: [esto es, por la fe en el
oficio y la obra distintivos del Consolador]. ... Por ellos yo me santifico
[tiempo presente, me estoy santificando o consagrando] a mí mismo,
para que también ellos sean santificados en la verdad [o verdaderamente
santificados]” (Juan 17:17, 19). C. J. Fowler señala que en el texto
griego, el versículo 17 dice en tei aletheia, por medio de la verdad, o en
el uso de la verdad, entre tanto que el versículo 19 omite el artículo tei,
para decir, en aletheia, que significa “en la verdad”, ya que omitir el
artículo lo hace equivalente a un adverbio. (2) “Purificando [aoristo,
instantáneamente] sus corazones por la fe” (Hechos 15:9). “Este
versículo”, dice Daniel Steele, “es la clave para la obra santificadora
instantánea del Espíritu Santo efectuada en los corazones de los
creyentes el día de Pentecostés, siendo que las palabras, ‘lo mismo que a
nosotros’ en el versículo anterior, se refieren a esa ocasión. (3) “Por lo
tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis
[aoristo, un acto sencillo que no necesita ser repetido] vuestros cuerpos
como sacrificio vivo” (Romanos 12:1). (4) “Al contrario, vestíos
[aoristo, un acto definitivo sencillo] del Señor Jesucristo, y no satisfa-
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 419
gáis [tiempo presente, esto es, dejen de satisfacer] los deseos de la carne”
(Romanos 13:14). (5) “Y el que nos confirma [presente, el que
continuamente nos establece] con vosotros en Cristo, y el que nos
ungió [aoristo, como un acto sencillo definitivo], es Dios, el cual
también nos ha sellado [aoristo], y nos ha dado [aoristo, dado como un
acto sencillo definitivo], como garantía, el Espíritu en nuestros
corazones” (2 Corintios 1:21-22). Aquí la confirmación es constante o
continua, mientras que el ungimiento, el sello y la garantía del Espíritu
son actos instantáneos y consumados de la sola experiencia de la entera
santificación. (6) “Pero los que son de Cristo han crucificado [aoristo,
un sencillo acto definitivo y consumado] la carne [sárx, no sóma o
cuerpo] con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). Aquí se hace una
distinción entre la mente carnal como el principio de pecado, y las
obras de la carne que fluyen de ella. El creyente se despoja de las obras
de la carne en la conversión. Pero ahora ha de crucificar (de staróo, que
implica una destrucción acompañada de intenso dolor) la mente carnal
como el principio subyacente del pecado (la carne o sárx con sus afectos
y tendencias indebidas, los cuales, aunque existen, no se les permite
expresarse en obras, o en pecado presente). (7) “En él también vosotros,
habiendo... creído en él [aoristo], fuisteis sellados [aoristo] con el
Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13). Aquí tanto el creer como
el ser sellado son actos definitivos y consumados. (8) “Haced morir
[aoristo, matar en el acto], pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses
3:5). “Que no haya nada viviendo contrario a tu vida escondida en
Cristo. Mata inmediatamente [aoristo] los órganos y medios de un vida
simplemente terrenal” (Obispo Ellicott; compárese con Daniel Steele,
Milestone Papers, 80). (9) “Y revestido [aoristo] del nuevo [hombre]”
(Colosenses 3:10). “Vestíos [aoristo]… como escogidos de Dios... de
entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de
paciencia” (Colosenses 3:12). Daniel Steele dice que todas estas
excelencias de carácter se reciben en el momento por la venida del
Consolador. Esto representa el lado positivo de la entera santificación,
al igual que la mortificación representa el negativo. (10) “Que el mismo
Dios de paz os santifique [aoristo] por completo; y todo vuestro ser
--espíritu, alma y cuerpo-- sea guardado [aoristo inicial, para señalar el
principio del poder que ha de guardar al creyente]” (1 Tesalonicenses
5:23). (11) “Por lo cual también Jesús, para santificar [aoristo] al
pueblo mediante su propia sangre, padeció [aoristo] fuera de la puerta”
(Hebreos 13:12). (12) “Si confesamos [tiempo presente] nuestros
420 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
(m. 386), quien dijo: “No salgáis de la ciudad de Jerusalén hasta que
seáis investidos de poder de lo alto. Si lo recibís en parte ahora, lo
tendréis entonces en su plenitud. Porque el que recibe a menudo el
don, lo posee solo en parte, pero al que se le inviste con él, su manto lo
envuelve completamente”. Macario el Egipcio (300-391 d.C.) escribió
una serie de homilías de la experiencia cristiana en las que la idea del
amor perfecto ocupa un lugar prominente. Dice: “De la misma manera,
los cristianos, aunque tentados en lo exterior, en su interior están llenos
de la naturaleza divina, por lo cual nada los daña. Si algún ser humano
alcanza estos grados, habrá llegado al amor perfecto de Cristo y a la
plenitud de la Deidad” (Homilía 5). “Por razón del amor superabun-
dante y de la dulzura de los misterios escondidos, la persona llega a
grados de perfección que la hacen pura y libre de pecado. Y el que es
rico en gracia en toda ocasión, sea de noche o de día, continúa en un
estado perfecto, libre y puro” (Homilía 14).
3. Los místicos, a pesar de sus numerosos errores y extravagancias,
preservaron la religión evangélica durante la Edad Media. Su contribu-
ción a este departamento de la teología ha sido peculiarmente rica al
afirmar que la idea central de todo misticismo es la entera consagración
a Dios. Esto demanda una separación de la criatura y perfecta unión
con el Creador en amor. J. L. Mosheim, el historiador, dice: “Si alguna
chispa de piedad real subsistió bajo este imperio déspota de supersti-
ción, había de hallarse solo entre los místicos; porque esta secta,
renunciando a la sutileza de las escuelas, al vano contender de los
doctos, y a todas las sectas y ceremonias de adoración externa, exhorta-
ron a sus seguidores a que su meta fuera nada más que santidad interior
de corazón y comunión con Dios, el centro y fuente de la santidad y la
perfección” (J. L. Mosheim, Ecclesiastical History, 390). Hubo formas
del misticismo que fueron influenciadas por el neoplatonismo,
asumiendo tendencias panteístas, lo que las hace ser clasificadas más
paganas que cristianas.5
4. La doctrina católica romana ha sido ecléctica, existiendo de varias
formas, como han sido la de los jansenistas, los místicos, los ascéticos y
los padres escolásticos de la Edad Media. La doctrina ha tomado las
formas del semipanteísmo alemán, el quietismo francés, y el iluminis-
mo español. La iglesia asentó un buen cimiento para dicha doctrina en
su credo, pero erró grandemente al edificar sobre ella una falsa superes-
tructura. Fue así que los Decretos Tridentinos, al referirse a la obedien-
cia perfecta, sostuvieron que, negativamente, no hay barrera para una
422 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 423
vimos que los seres humanos son justificados antes de ser santificados,
aunque todavía buscábamos la santidad, una santidad interna y externa.
Dios entonces nos lanzó a la tarea de levantar un pueblo santo”.6 Dos
años antes de su muerte, Wesley escribió: “Esta doctrina es el gran
depósito que Dios les ha encargado a los llamados metodistas, y parece
que principalmente para su propagación Él nos ha levantado”. Juan
Wesley fue el fundador del metodismo, y sus Sermones y Notas, junto a
sus Veinticinco Artículos de Fe, forman las normas de su doctrina. Carlos
Wesley fue el himnólogo del movimiento, y Juan Fletcher, miembro de
la Iglesia Anglicana, su principal apologista. Los nombres de Thomas
Coke y Francis Asbury son prominentes en la organización del
metodismo norteamericano. Durante el siglo XIX, se le dio mayor
ímpetu a la doctrina y a la experiencia de la santidad gracias a las
grandes reuniones campestres en los Estados Unidos. La Conexión
Metodista Wesleyana fue organizada en 1843, la Iglesia Metodista
Libre en 1860, y la Asociación Nacional para la Promoción de la
Santidad, en 1866. A fin de promover y conservar la verdad de la
santidad, el último periodo del siglo vio la organización de la Iglesia del
Nazareno por P. F. Bresee, la Asociación Pentecostal de Iglesias en el
este del país, y un número de movimientos de santidad en el sur. Estos
se combinaron más tarde en un cuerpo conocido como la Iglesia del
Nazareno. Ese periodo fue testigo también de la combinación de un
número de grupos en lo que ahora se conoce como la Iglesia de
Santidad de los Peregrinos. Estas iglesias han tratado de conservar la
doctrina y la experiencia de la entera santificación, y se han opuesto
persistentemente a los diversos grupos fanáticos que han oscurecido la
verdad pura y han traído mala reputación a la gloriosa doctrina y
experiencia de la plena salvación.
8. Además del wesleyanismo, entre los desarrollos modernos se
pueden mencionar los siguientes: (1) la posición de Oberlín; (2) la
teoría de los Hermanos Plymouth; y (3) la teoría Keswick.
(1) La posición de Oberlín es representada por Asa Mahan, presi-
dente de la Universidad de Oberlín, por Carlos Finney, y por James H.
Fairchild, otro de sus presidentes. De acuerdo con esta teoría, hay una
simplicidad de acción moral que hace que el pecado consista solamente
en un acto de la voluntad, y consecuentemente sostiene que es imposi-
ble que el pecado y la virtud existan en el mismo corazón al mismo
tiempo. Solo una definición de pecado fue aceptable, a saber, que “el
pecado es la transgresión de la ley”. Varias posiciones erróneas se
426 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
SANTIFICACIÓN PROGRESIVA
El término “progresivo”, en conexión con la santificación, tiene que
definirse claramente. En el sentido wesleyano solo significa el aspecto
temporal de la obra de gracia en el corazón a medida ocurre en etapas
sucesivas. Cada uno de esas etapas está marcada por un acercamiento
gradual y una consumación instantánea en la experiencia, marcando las
etapas juntas el alcance completo de la gracia santificadora. Así que, “al
administrar la gracia santificadora, el Espíritu Santo procede por
grados. Hay términos de progreso que se aplican a cada departamento
de esa obra en el la persona santa; en otras palabras, que la meta de la
438 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros
y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan
1:7). Aquí hay (1) un acto definitivo e instantáneo de santificación por
el cual el alma es limpiada de todo pecado; (2) una santificación
progresiva, por la cual aquellos que andan en la luz son los recipientes
de los méritos continuos de la sangre expiatoria.28 Visto desde el punto
de vista del Espíritu, los que son santificados por su agencia como un
acto instantáneo son, por la morada del Espíritu, hechos recipientes de
su gracia santificadora continua. Hay un grado maravilloso de armonía
entre este texto y el de 1 Pedro 1:2: “Elegidos según el previo conoci-
miento de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser
rociados con la sangre de Jesucristo”. Aquí es claro (1) que la salvación
es por medio de la santificación del Espíritu; (2) que la santificación
como acto instantáneo limpia de todo pecado y trae al creyente a un
lugar de obediencia, interna y externa; (3) que al andar en esta obe-
diencia, el elegido mora continuamente bajo el rociamiento de la sangre
expiatoria y santificadora.29 La santificación como acto instantáneo nos
limpia de todo pecado y nos lleva a un lugar de obediencia; y por andar
en la luz de la obediencia somos los recipientes de una santificación
progresiva o continua, la cual hace incluso de nuestra obediencia algo
aceptable a Dios. Es importante tener en mente, por tanto, que somos
limpiados por la sangre expiatoria solo cuando (1) somos traídos a una
relación correcta con Jesucristo; y (2) que somos limpiados continua-
mente, o guardados limpios, solo si mantenemos esta correcta relación.
Somos santificados por Cristo, pero no por separado sino en y con Él; y
no solo por la sangre de la limpieza, sino bajo el rociamiento de la
sangre. La fe es el eslabón vital de unión con Cristo, y los puros de
corazón permanecen en Él solo por una fe continua. Si esta conexión se
corta, la vida espiritual cesa de inmediato. Si ahora analizamos cuida-
dosamente esta posición veremos que, como en la justificación hubo un
acto judicial o declarativo que puso al alma en relación correcta con
Dios, y concomitantemente con ella en experiencia, aunque lógica-
mente subsecuente, una limpieza interior por el Espíritu de la culpa y
de la depravación adquirida, de igual manera en la entera santificación
hay una santificación judicial, o un acto declarativo que pronuncia al
alma santa, pero asistido por la gracia concomitante del Espíritu que
limpia de todo pecado. Este acto es en ocasiones conocido como
santidad posicional o imputada. Pero sostener que un alma puede ser
posicionalmente santa sin la obra interior del Espíritu que la haga
442 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA ENTERA SANTIFICACIÓN
La entera santificación es un término aplicado a la plenitud de la
redención o la limpieza del corazón de todo pecado. “Podemos dar
comienzo a nuestra definición de este gran don afirmando que la obra
de gracia, de la cual el corazón es el sujeto, se inicia, progresa y se
consuma en esta vida. Esa consumación es la entera santificación”
(Asbury Lowery, Possibilities of Grace, 209). Es esa consumación de la
experiencia la que ahora nos ocupa, esa “entera conformidad del
corazón y la vida a la voluntad de Dios como se da a conocer en su
Palabra” (Samuel Wakefield, Christian Theology, 446). Consideraremos
tres fases del tema como sigue: (1) La entera santificación como una
purificación del pecado; (2) la entera santificación como devoción
positiva a Dios; y (3) los elementos divinos y humanos en la entera
santificación.
La entera santificación como una purificación del pecado.31 Como
vimos, el verbo santificar viene del latín sanctus (santo) y facere (hacer);
por tanto, cuando se usa en el modo imperativo, significa literalmente
hacer santo. En el griego tenemos el mismo significado, derivado del
verbo agiázo, que a su vez se deriva de ágios, santo, y, por tanto,
también significa “hacer santo”. Podemos decir, entonces, que el
primer elemento esencial en la entera santificación es la purificación del
corazón del creyente del pecado innato o depravación heredada.32 En
nuestra discusión del tema notaremos (1) el aspecto dual del pecado
original; y (2) el alcance de la limpieza como lo presenta la Biblia.
1. El pecado original debe verse bajo un aspecto dual. (1) Es el
pecado común que infecta a la raza, considerada ésta de manera
general; y (2) es una porción de esa herencia general individualizada por
separado en las personas que componen la raza. En el primer caso, o
sea, en el sentido genérico, el pecado original no será abolido sino hasta
el tiempo de la restauración de todas las cosas. Hasta entonces, algo de
la pena permanece sin quitarse; así también queda algo de la posibilidad
de la tentación, o la susceptibilidad al pecado, esencial al estado
probatorio. Pero en el segundo sentido, la mente carnal o el pecado que
mora en ese mí del alma, ese principio en el ser humano que tiene
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 443
LA PERFECCIÓN CRISTIANA
La perfección cristiana en el sentido crítico representa el aspecto
positivo de la experiencia que se conoce teológicamente como entera
santificación o perfección cristiana. Sin embargo, la entera santifica-
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 449
derivada. Así también, solo Dios es perfecto, aunque sus criaturas sean
también perfectas en un sentido relativo, de acuerdo a su naturaleza y a
su clase. (2) No es perfección angelical. Los santos ángeles son seres no
caídos y, por tanto, retienen sin defectos sus facultades nativas. No son
capaces de cometer errores, como es el caso con el ser humano en su
presente estado de debilidad y flaqueza, y por consiguiente tienen una
perfección que le es imposible a la humanidad. (3) No es perfección
adámica. El hombre fue hecho un poco menor que los ángeles, y sin
duda que en su estado prístino poseyó una perfección desconocida al
ser humano en su presente estado de existencia. (4) No es una perfec-
ción en el conocimiento. En la caída, no solo se pervirtió la voluntad del
ser humano y sus afectos fueron alienados, sino que también su
intelecto se oscureció. De aquí que de su entendimiento defectuoso
emanen opiniones erróneas respecto a muchos asuntos, llevándolo a
juicios falsos y a prejuicios equivocados en los afectos. (5) No es
inmunidad de la tentación o de la susceptibilidad al pecado. Ambas
cosas son esenciales a un estado de probación. Nuestro Señor Jesucristo
fue tentado de la misma manera que nosotros, pero sin pecado.36
Implicaciones de la doctrina. Antes de considerar el significado bíbli-
co de la perfección cristiana, también será bueno dar atención a algunas
implicaciones de la doctrina. (1) Esta perfección es evangélica por
cuanto se opone a una perfección legal, “--pues la Ley nada perfeccio-
nó-- y se introduce una mejor esperanza” (Hebreos 7:19). La perfección
cristiana es, entonces, de gracia en el sentido de que Jesucristo trae a su
pueblo a la terminación o perfección bajo la presente economía. Juan
Wesley nunca usó el término “perfección sin pecado” debido a su
ambigüedad. Los que son justificados son salvos de sus pecados; los que
son enteramente santificados son limpios de todo pecado; pero los que
son así justificados y santificados pertenecen a una raza que se encuen-
tra todavía bajo la maldición del pecado original, y llevará las conse-
cuencias de ese pecado hasta el fin de las edades. El término perfección,
sin embargo, es propio, ya que “ahora, aparte de la Ley, se ha manifes-
tado la justicia de Dios... la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para todos los que creen en él” (Romanos 3:21-22). Esta
justicia es forense, pero en correlación con ella el pecado es purgado del
alma y el amor perfecto de Dios es derramado en el corazón por el
Espíritu Santo. Esto también es un acto completo o perfecto aun
cuando el amor así impartido sea capaz de crecimiento eterno. Además,
el término perfección es propio porque somos conformados a la imagen
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 451
de su Hijo, esto es, somos hechos hijos por un acto terminado, y como
hijos podemos ser hechos limpios de toda enfermedad espiritual. El
resultado de esto es un estado de perfección de gracia, o evangélica. (2)
El término perfección cristiana es relativo. Frecuentemente se les acusa
a los que usan este término de rebajar su significado con el fin de
hacerlo conformarse a la experiencia de aquellos que profesan la
bendición. Nosotros negamos que sea rebajar la norma, aunque
libremente admitimos que es un “acomodamiento”, para usar el
término de William Burton Pope, el acomodamiento que lleva el sello
de la condescendencia y benignidad de Dios. Es una perfección que,
cuando se considera en relación a la perfección absoluta de Dios, nunca
puede alcanzarse, ya sea en esta vida o en la venidera; pero cuando se
considera en relación a la economía presente, marca una finalidad en el
sentido de que significa la libertad de la naturaleza espiritual de la
contaminación del pecado. Es verdad que este espíritu redimido y
perfecto habita en un cuerpo que es miembro de una raza pecadora,
pero su espíritu puede ser elevado de la obscuridad a la luz, aun cuando
su cuerpo permanezca en la “lodosa vestidura decadente” que tenía
antes de que su espíritu fuera redimido. Por consecuencia, está todavía
plagado de flaquezas en el sentido de que el alma está bajo la influencia
de las cosas materiales, y permanecerá así hasta que la criatura misma
sea revestida de incorrupción y de inmortalidad. (3) La perfección
cristiana es probatoria. Es un estado que siempre está bajo la ley ética y,
por lo tanto, deberá ser protegido por la contante vigilancia, y conser-
vado por gracia divina. Sin embargo, mientras estemos en esta vida, no
importa qué tan profunda sea nuestra devoción, o cuán ferviente
nuestra vida religiosa, habrá fuentes de peligro dentro de nosotros. En
nuestra naturaleza, y como elementos esenciales de ella, existen apetitos,
afectos y pasiones sin los cuales no estaríamos capacitados para este
presente estado de existencia. Son inocentes en sí mismos, pero siempre
tienen que mantenerse bajo el control de la razón, la conciencia y la
gracia divina. La tentación original fue una apelación sagaz a elementos
humanos no depravados sino frescos de la mano de Dios. El deseo por
la comida placentera no es pecaminoso en sí mismo, ni lo es el gusto
artístico que se delita en las hermosas formas y colores. Tampoco
podemos condenar el deseo del desarrollo intelectual o de adquirir
conocimiento. Estos son elementos originales y esenciales de la
naturaleza humana, y si no hubieran existido antes de la caída, la
tentación hubiera sido imposible. El mal estuvo en la perversión de las
452 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio, pues como
él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino
que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí
castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1
Juan 4:17-18).38
El apóstol Pablo usa una ilustración que tiene que ver directamente
con este tema: “Pero también digo: Entre tanto que el heredero es niño,
en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo, sino que está bajo
tutores y administradores hasta el tiempo señalado por el padre”
(Gálatas 4:1-2). Aquí tenemos que distinguir la diferencia entre dos
cosas: (1) el crecimiento y desarrollo del niño por el que es llevado a un
grado relativo de madurez; y (2) una promulgación legal que declara
oficialmente que ha entrado en su herencia. Haber hecho esta declara-
ción sin un periodo propio de preparación hubiera sido disipar la
herencia; haber omitido la declaración hubiera dejado su estado legal
indefinido e incierto. No es el mero hecho de crecer el que le da al
joven el derecho pleno de ciudadanía. Un grado relativo de madurez, el
cual en la esfera natural solo puede venir por crecimiento físico y
mental, puede ser la base del acto judicial, pero él llega a la madurez, o
cesa de ser un menor de edad y alcanza su mayoría de edad, solo en un
tiempo señalado y en conformidad con la ley. En ese momento llega
legalmente a ser adulto, con todos los derechos y privilegios de
ciudadanía en la mancomunidad. Así también en el ámbito espiritual
hay un periodo de crecimiento subsecuente a la regeneración que
precede a su madurez plena; y habrá crecimiento aún más acelerado
después, pero el crecimiento no lleva a la perfección cristiana. Esta se
logra por una declaración judicial. Es un acto declarativo, efectuado por
el Espíritu por medio de la fe. Así como en la justificación hay un acto
judicial en la mente de Dios acompañado por una obra del Espíritu que
imparte vida al alma, de igual manera en la perfección cristiana hay un
acto declarativo acompañado por la obra purificadora del Espíritu
Santo. Entonces, ¿cuándo es ese tiempo señalado por el Padre, el
tiempo cuando el niño llega a la adultez, cuando deja de ser un menor y
llega a la mayoría de edad? Cuando se somete al bautismo con el
Espíritu Santo (Mateo 3:11-12; Hechos 1:5) que purifica el corazón de
pecado (Hechos 15:9) y lo llena con el amor divino (Romanos 5:5). No
se necesita aquí un tiempo prolongado. Solo se requiere que el creyente
sienta su necesidad y vea sus privilegios en Cristo Jesús.39 En Hebreos
5:12-14 se nos dice que, por medio del ejercicio de sus sentidos, el
454 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 455
privilegio sino un deber. (3) Debe haber una sumisión perfecta del alma
a Dios conocida comúnmente como consagración, y debe ser seguida
por un acto de fe sencilla en Cristo, una confianza segura en Él para la
bendición prometida.47 “La voz de Dios a tu alma es: Cree y sé salvo. La
fe es la condición, y la única condición, de la santificación, exactamente
como lo es de la justificación. Ningún ser humano será santificado
hasta que crea; y todo ser humano cuando crea será santificado” (Juan
Wesley, Works, II:224). “Pero ¿qué es esa fe por la cual somos santifi-
cados, salvos del pecado y perfeccionados en amor? Esa fe es la eviden-
cia divina o convicción de que (1) Dios ha prometido esta santificación
en la Biblia. (2) Es una evidencia divina o convicción de que lo que
Dios ha prometido, lo puede hace. (3) Es una evidencia divina o
convicción de que Él puede y quiere hacerlo ahora mismo. (4) A esta
confianza en que Dios puede y está dispuesto a santificarnos ahora
mismo, se necesita añadir una cosa más: una evidencia o convicción de
que Él lo hace” (Juan Wesley, Sermons, I:390). Los primeros teólogos
definían la fe como el asentimiento de la mente, el consentimiento de la
voluntad, y la reclinación con una confianza indudable en los méritos
expiatorios de Jesucristo. Como hemos indicado previamente, la fe es
incompleta sin el elemento de la confianza.48
Evidencias de la perfección cristiana. Es el testimonio uniforme de los
que creen y enseñan la doctrina wesleyana de la perfección cristiana que
el Espíritu da testimonio de esta obra de gracia en el corazón exacta-
mente de la misma manera que da testimonio de la doctrina cristiana
de la adopción como hijos. Dice Juan Wesley: “Nadie debe creer que la
obra es hecha hasta que se haya agregado el testimonio del Espíritu que
testifique de su entera santificación tan claramente como de su
justificación. … Lo sabemos por el testimonio y por el fruto del
Espíritu (Juan Wesley, A Plain Account, 79, 118). J. Glenn Gould dice:
“Esta seguridad interna se compone de tres distintas fases. Esto es, son
lógicamente distintas, aunque la experiencia que el pecador tenga de
ellas parezca instantánea. Las fases son: (1) el testimonio del propio
corazón del que busca la experiencia; (2) el testimonio de la Palabra de
Dios; y (3) la iluminación interna del Espíritu Santo” (J. Glenn Gould,
The Spirit’s Ministry, 8). El alma santificada puede saber por el
testimonio de su propio espíritu y el del Espíritu Santo que la sangre de
Jesucristo la ha limpiado de todo pecado. Aquí tenemos el testimonio
de la conciencia, el cual no podemos dudar, como imposible es dudar
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 459
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. El obispo Foster dice de la santidad que ella “respira en la profecía, truena en la ley,
murmura en la narrativa, susurra en las promesas, suplica en las oraciones, destella en la
poesía, resuena en las canciones, habla en los tipos, brilla en las imágenes, da voces en el
lenguaje y arde en el espíritu de todo el esquema, desde el alfa hasta la omega, desde su
inicio hasta su final. ¡Santidad! ¡Santidad necesitada! ¡Santidad necesaria! ¡Santidad ofreci-
da! ¡Santidad alcanzable! ¡Santidad, una obligación presente, un privilegio presente, un
disfrute presente: ese es el progreso y la integridad de su tema maravilloso! Es una verdad
que brilla intensamente en todo, entretejiéndose a través de toda la revelación; es la glo-
riosa verdad que brilla y susurra, que canta y grita en toda su historia, y biografía, y poesía,
y profecía, y precepto, y promesa, y oración; la gran verdad central del sistema. Lo asom-
broso es que no todos vean, o que alguien se levante a cuestionar una verdad tan evidente,
tan gloriosa, tan llena de consuelo" (Foster, Christian Purity, 80).
Phineas F. Bresee consideraba la santidad como el objetivo del proceso de redención.
Decía: "Ahora este bautismo con el Espíritu Santo es 'la bendición de Cristo' de que se
habla en este texto. … Es la suprema gloria de la obra de la salvación del alma. Todo lo
que le antecedió le fue preparatorio. ¿Hablaron y escribieron los profetas; se quemaron
sacrificios; se hicieron ofrendas; murieron mártires; dejó Jesús a un lado la gloria; enseñó y
oró y abrió sus manos en la cruz; se levantó de entre los muertos y ascendió al cielo; está a
la diestra de Dios?: todo fue preparatorio para este bautismo. Los seres humanos son
convencidos de pecado, nacen de nuevo y son hechos nuevas criaturas a fin de que puedan
ser bautizados con el Espíritu Santo. Esta obra completa la salvación del alma" (P. F.
Bresee, Sermons, 100).
2. La doctrina de una limpieza de pecado en el purgatorio, como lo sostiene la Iglesia
Católica Romana, es a veces incluida en las teorías de la liberación del pecado. La doctrina
del purgatorio, sin embargo, está tan distanciada del pensamiento protestante, que aquí no
hay que tenerla en cuenta.
"Que esta es una experiencia del aquí y el ahora, es algo que no necesito defenderlo. La
dispensación del Nuevo Testamento descansa sobre ella. Ella es la piedra de coronación
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 461
bre, por medio de Jesucristo nuestro Señor”. “Concédenos guardarnos sin pecado en este
día, y concédele a tu pueblo la gracia de resistir las tentaciones del mundo, de la carne y
del diablo, y de seguirte con corazones y mentes puras”.
7. Carlos Finney niega que haya algún pecado o depravación moral que permanezca en el
alma después de la regeneración, pero al hacerlo tiene que negar que los estados de la
sensibilidad, en la cual ellos batallan contra las correctas determinaciones de la voluntad,
clamando por indulgencias que la voluntad no puede permitir sin pecar, encierren pecado
o depravación moral. Esto obliga a que la discusión se vuelque sobre el solo nombre por el
que un estado mental es denominado, y no sobre el hecho de la existencia de ese estado.
Que tales estados de sensibilidad existan después de la regeneración, es algo que todos
deben admitir, pero mientras que los hombres de la antigua escuela los llaman deprava-
ción que permanece después de la regeneración, Finney niega que sean pecado, o deprava-
ción moral, afirmando que es depravación física, lo cual es una manera de referirse al
mismo estado mental que otros llaman el pecado que permanece después de la justifica-
ción. … Niega que a las sensibilidades del alma le pertenezcan cualidad moral alguna, por
lo cual no incluye en su idea de la entera santificación la subyugación de las pasiones a la
voluntad santificada, con la excepción del simple hecho de que la voluntad no sea gober-
nada por ellas, ni que endose o ejecute ninguno de sus irregulares movimientos. Estas son
las palabras de Finney: “Es evidente que la santificación bíblica, y lo que le es propio al
sentido del término, no consiste en un simple sentimiento de clase alguna. No es un
deseo, ni un apetito, ni una pasión, ni una propensión, ni una emoción, ni tampoco
ninguna clase o grado de sentimiento. No es un estado o fenómeno de la sensibilidad. Los
estados de la sensibilidad, al igual que los de la inteligencia, son estados puramente pasivos
de la mente, como se ha demostrado repetidas veces. Y estos, por supuesto, no pueden
tener carácter moral en sí mismos. Los escritores inspirados emplean evidentemente los
términos traducidos por el vocablo inglés santificar para designar un fenómeno de la
voluntad o un voluntario estado de la mente” (compárese con Finney, Syst. Th., II:200).
Luther Lee, al comentar las anteriores declaraciones, dice: “Si todo lo anterior es cierto,
parece inevitable concluir que todo ser humano es enteramente santificado en el momento
en que quiera lo que es recto, y siendo que el señor Finney defiende la libertad de la
voluntad, y que el ser humano posee el poder natural para querer lo que es recto, todos
pueden santificarse a sí mismos en el momento por el acto de su voluntad. … La posición
del señor Finney sobre la santificación, como ha sido arriba presentada, aparenta ser
defectuosa. … El punto de vista del señor Finney sobre la santificación difiere demasiado
materialmente de los sostenidos comúnmente por las otras escuelas de teología. Difiere de
ellas por cimentarse en la negación de que la depravación moral se extienda al estado de la
inteligencia y la sensibilidad del alma, confinando enteramente la depravación al estado de
la voluntad. Difiere, en efecto, al hacerla incluir, de acuerdo al punto de vista arriba, solo
un estado recto de la voluntad, entre tanto que otros sostienen que incluye un estado recto
de todos los poderes y susceptibilidades del alma” (Luther Lee, Elements of Theology,
212-213).
8. Con todo y lo útil que fue ese amado hombre de Dios, el presidente Finney, no puedo
sino pensar que hubiera guiado a muchos más a la experiencia de la santificación si hubie-
ra sostenido una filosofía diferente. Él mismo había experimentado un maravilloso bau-
tismo con el Espíritu Santo que lo hizo un ejemplo de “santidad y poder” para el mundo.
Pero cuando trataba de guiar a otros a una experiencia similar a la suya, algo se interponía
en su camino. El presidente Mahan dice de Finney: “Nadie disciplinaba a los creyentes
más severamente, ni con más intensa e inagotable paciencia que el hermano Finney.
Consternado por los que se apartaron tras su avivamiento, hizo los más fervientes esfuerzos
para provocar entre los creyentes la permanencia en la vida espiritual. Reunía a sus estu-
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 463
más ni menos santos hasta el día de nuestra muerte, siendo la entera santificación y la
entera justificación dadas en uno y el mismo instante; (6) que el creyente nunca es santi-
ficado o santo en sí mismo, sino solo en Cristo, y que no tiene nada de santidad en sí
mismo, siendo toda su santidad imputada, no inherente; (7) que si la persona considera la
oración o el escudriñar la Biblia o el comulgar un asunto de deber, que si se juzga a sí
mismo como obligado a hacer estas cosas, o si se perturba cuando no las hace, está en
esclavitud, no tiene fe alguna, sino que busca la salvación por las obras de la ley”.
En respuesta a lo anterior, Wesley ofrece lo siguiente como refutación a esos errores:
“Creemos que la primera de estas proposiciones es ambigua, y que el resto son falsas hasta
lo sumo. (1) ‘Cristo ha hecho todo lo que era necesario para la salvación de la humani-
dad’. Aquí hay ambigüedad. Cristo no ha hecho todo lo que es necesario para la absoluta
salvación de toda la humanidad, puesto que, a pesar de todo lo que Cristo ha hecho, el
que no cree ya es condenado. Luego, Él ha hecho todo lo que era necesario para la salva-
ción condicional de toda la humanidad, es decir, si creen, por cuanto a través de sus
méritos todos cuantos crean hasta el final, con la fe que obra por el amor, serán salvos’.
(2-3) ‘Hay ahora solo un deber, y solo un mandamiento, a saber, creer en Cristo’. Casi
cada página en el Nuevo Testamento prueba la falsedad de esa afirmación. (4) ‘Cristo ha
quitado todos los demás mandamientos y deberes, habiendo abolido la ley en su totali-
dad’. ¡Cuán absolutamente contrario es eso a su propia declaración!: ‘No penséis que he
venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir sino a cumplir’. (5) ‘Somos
santificados enteramente en el momento en que somos justificados, y no somos ni más ni
menos santos hasta el día de nuestra muerte, puesto que la entera santificación y la entera
justificación son dadas en uno y el mismo instante’. Exactamente lo contrario parece
desprenderse tanto del tenor de la Palabra de Dios como de la experiencia de sus hijos. (6)
‘El creyente nunca es santificado o santo en sí mismo, sino solo en Cristo. No posee nada
de santidad en sí mismo, siendo toda su santidad imputada, no inherente’. La santidad
bíblica es la imagen de Dios, la mente que estaba en Cristo, el amor a Dios y al prójimo, la
mansedumbre, la bondad, la templanza, la paciencia, la castidad. ¿Y afirmáis vosotros
fríamente que todo esto es solo imputado al creyente, y que no tiene nada de esa santidad
en sí mismo? ¿Es la templanza acaso imputada a aquel que sigue siendo un borracho, o la
castidad a aquella que sigue siendo una prostituta? Antes, el creyente es realmente casto y
templado, y si ese es el caso, hasta ahí es santo en sí mismo” (Juan Wesley, Works, VII:22).
11. Juan Wesley hizo este epítome de los Aforismos de Baxter sobre la justificación donde
presenta de manera admirable la total cuestión de la relación del creyente con la Ley. “Así
como hay dos pactos con sus distintas condiciones, así también hay una doble justicia, y
ambas necesarias para la salvación. Nuestra justicia del primer pacto (bajo la ley adámica,
carente de un remedio, y sin Cristo) no es personal por no consistir en acción alguna que
prefiramos, puesto que nosotros nunca personalmente satisfacemos la ley (de la inocencia),
sino que es totalmente sin nosotros, en Cristo. En ese sentido todo cristiano renuncia a su
propia justicia, o a sus propias obras. Solo en Cristo serán legalmente justos por creer y
obedecer al evangelio, siendo así ellos evangélicamente justos en sí mismos. Aunque Cristo
cumplió con las condiciones de la ley (de inocencia paradisiaca) e hizo satisfacción por
nuestro no cumplimiento, ahora nosotros debemos por nosotros mismos cumplir con las
condiciones del evangelio. Estas dos (últimas) proposiciones me parecen tan claras que me
sorprende que teólogos capaces las puedan negar. Pienso que deben ser artículos de nues-
tro credo, y parte del catecismo infantil. Afirmar que la justicia evangélica o del nuevo
pacto sea en Cristo, y no en nosotros, o cumplida por Cristo y no por nosotros, es una
pieza tan monstruosa de antinomianismo que no hay ser humano que conozca la natura-
leza y la diferencia de los pactos que la pueda aprobar” (Baxter, Aphorisms, Pro. 14-15).
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 465
12. El Ejército de Salvación, y en especial sus primeros líderes, han sido aptos representantes
de la doctrina de la entera santificación. El general William Booth y esposa fueron parti-
cularmente específicos en su enseñanza. Las obras del comisionado Brengle son reconoci-
das como literatura normativa de santidad.
13. La entera santificación no se trata de la destrucción de ninguna facultad, afecto o pasión,
sino de la purificación, la santificación y la preservación de todo los que es esencialmente
humano hasta la vida eterna (1 Tesalonicenses 5:23).
C. J. Fowler dice que la palabra santificación en la Biblia se usa de manera intercambia-
ble con justificación, regeneración, adopción, conversión y así por el estilo, pero no en
esos sentidos solamente. A los corintios se les llama “santificados en Cristo Jesús” pero a la
vez se niega su entera santificación, ya que se les llama “aún carnales”, y se les exhorta a
perfeccionar “la santidad en el temor de Dios”. En una de las epístolas de Pablo a los
tesalonicenses se ofrece oración para que sean santificados “por completo” (compárese con
Fowler, Sermon on Double Cure, 103).
14. No podemos pasar sin una definición de la palabra “purificar”. Es la misma palabra de la
cual obtenemos nuestro derivado español “catártico”. Literalmente significa purgar, puri-
ficar, quitar la escoria y eliminar lo que es extranjero. Es idénticamente la misma palabra
que se usa en 1 Juan 1:7. No significa nada más o nada menos que la limpieza presente de
la naturaleza del ser humano del virus de una disposición pecaminosa. Déjese que los
hombres desacrediten la verdad y con resolución clamen la herejía, pero la declaración
clara e inequívoca de Pedro, a quien el Espíritu Santo mismo le ordenó hablar, fue que el
sentido medular de Pentecostés entonces --y ahora-- era y es la limpieza del corazón del
pecado innato. Este testimonio claro de Pedro es vigorosamente atestiguado por la Biblia,
y las vidas de multitudes felizmente lo declaran. Este, entonces, es el privilegio de cada
cristiano (H. V. Miller, When He Is Come).
La inclinación de las almas santificadas es nombrar la bendición por sus sensaciones
principales, las cuales armonizan con sus experiencias emocionales. (1) Una persona
percibe principalmente un notable aumento de la fe, y la llama “el descanso de la fe”. (2)
Otra está consciente de un descanso profundo y dulce en Cristo y la llama “descansar en
Dios”. (3) Otra se impregna con un sentido de la presencia divina y de la llenura de un
éxtasis maravilloso, y la llama “la plenitud de Dios”. (4) Otra siente su corazón sometido,
derretido, refinado y lleno de Dios, y la llama “santidad”. (5) Otra percibe principalmente
un río del amor dulce, santo, que fluye a través del alma, y la llama “amor perfecto”. (6)
Otra queda postrada bajo el poder del Espíritu Santo que refina y mata el pecado, y la
llama “el bautismo con el Espíritu Santo”. (7) Otra percibe principalmente un cielo de
dulzor en su sumisión completa a Dios, y la llama “entera santificación”. (8) Mientras que
otra puede sentirse clara y fuertemente consciente de la conformidad completa a toda la
voluntad de Dios y la llama “perfección cristiana”. De ser genuina, la obra hecha en cada
caso es esencialmente la misma (Wood, Perfect Love, 125).
15. La literatura del metodismo temprano sobre el tema de la entera santificación es
peculiarmente rica y prolífica. Daremos algunas de las declaraciones más excepcionales
sobre este tema. "A partir de los primeros años de mi ministerio he estado de acuerdo con
Adam Clarke, Richard Watson, John Fletcher y Juan Wesley en que la regeneración y la
santificación son separadas y distintas una de la otra y por lo tanto se reciben en tiempos
diferentes. Ambas son recibidas por la fe, y la última es el privilegio de cada creyente, al
igual que la primera es el de cada penitente” (Obispo Mallalieu). La regeneración "es un
estado moral mixto. La santificación se parece a la escarda del suelo, o al acopio de las taras
y su incineración, a fin de que nada quede por crecer sino la buena semilla. ... La entera
santificación las quita, las desarraiga del corazón, dejándolo como un suelo puro" (Obispo
Hamline, Beauty of Holiness, 264). “En el estado simplemente justificado no somos com-
466 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
pletamente puros. ... Pero con la obra de la entera santificación todas estas impurezas son
lavadas de modo que seamos totalmente salvados del pecado, de su contaminación inte-
rior” (Obispo Jesse T. Peck, Central Idea of Christianity, 52). “La regeneración quita cierto
pecado o contaminación, pero la entera santificación quita la corrupción que permanece
después de la regeneración. Esto se advertirá en las autoridades que aportan a la idea
wesleyana de la santificación" (Obispo Foster, Christian Purity, 122). “El nivel de pecado
original que permanece en algunos creyentes, aunque no sea una transgresión de una ley
conocida, sigue siendo pecado, y debe ser quitado antes de que uno vaya al cielo, siendo el
retiro de este mal lo que queremos decir con la santificación plena" (Obispo Hedding,
Sermons). “Con santidad me refiero al estado del alma en la cual todo su distanciamiento
de Dios y toda su aversión por una vida santa son quitados” (Obispo McCabe).
De los comentaristas tenemos las definiciones siguientes: "Este término (santificar) tiene
el sentido del Antiguo Testamento de separar para un servicio sagrado, y el del Nuevo
Testamento de purificación espiritual" (Jacobus, Notes on John 17:17). "La santificación es
tener el alma, el cuerpo y el espíritu, y cada sentido, miembro, órgano y facultad, comple-
tamente purificados y fiel al servicio de Dios" (Scott, Commentary). "La religión verdadera
consiste en la pureza de corazón. Aquellos que son interiormente puros, se muestran estar
bajo el poder de la religión pura e inmaculada. El cristianismo verdadero está en el cora-
zón, en la pureza del corazón, en que éste sea lavado de la maldad" (Matthew Henry,
Notes on Matthew 5:8).
16. Principalmente, la santificación tiene que ver con la naturaleza interior o condición del ser
humano, así como la justificación tiene que ver con su conducta externa. En pocas pala-
bras, cuando un hombre se convierte es perdonado y restaurado al favor de Dios. El poder
del pecado es roto, "el hombre viejo" de pecado es conquistado, el poder de la nueva vida
dentro de él es mayor que el poder de la naturaleza caída. Esta tendencia heredada, o
"tendencia a vagar", esta oposición interior a la ley de Dios, no es destruida, sino con-
quistada en la regeneración. Es en la santificación que es destruida, absolutamente aniqui-
lada (R. T. Williams, Sanctification, 17).
Un hecho glorioso, sin embargo, nos queda pendiente de considerar. ... La venida del
Espíritu Santo al corazón y vida en su exquisita plenitud limpia y confiere poder y protege
y guarda de tal manera que el riesgo de fracaso espiritual será traído a su mínimo en esta
tierra. ... A cada alma que se rinde al Espíritu Santo, Él vendrá con un dominio amoroso y
santo que echará del corazón todo antagonismo a toda la voluntad de Dios. Asegurará
entonces la entrada al alma con su propia e incansable presencia. Siempre que el enemigo
intente entrar como torrente, el Espíritu Santo mismo levantará estandarte contra él.
Cultivará el alma con habilidad. Dirigirá la vida con agilidad. Construirá profundamente
principios fijos de vida moral dentro del ser de modo que la insinuación más leve de
Satanás sea fácilmente reconocida y se rechace. Entrenará las propensiones debilitadas y
los apetitos de una raza quebrantada hasta que la cultura bíblica se haga el instinto del
alma. Así fortalecida y equipada, el riesgo de fracaso será traído a un evidente mínimo (H.
V. Miller, When He Is Come, 28).
Ser santificado no es nada más ni nada menos que la siguiente sola cosa: la remoción
completa del corazón de aquello que es enemistad contra Dios, que no está sujeto a la ley
de Dios ni en efecto puede estarlo, la cual permite que la vida sea totalmente dedicada a
Dios. Sin tener en cuenta cuán perfecta pueda ser la consagración, ningún cristiano es
realmente santificado por Cristo hasta que el corazón sea hecho puro por su sangre. Esto
es una experiencia definida, una obra poderosa de la gracia, hecha por Dios en respuesta a
la fe del cristiano consagrado en Cristo el santificador. Esta experiencia marca una segunda
crisis definida en la vida espiritual, es la perfección de una relación espiritual con Dios, la
limpieza de todo pecado, al Dios obrar dentro de nosotros la fidelidad que Él desea. ... La
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 467
fidelidad a Dios, la santificación, también incluye una plenitud consciente del Espíritu
Santo morando interiormente como el poder de nuestro amor, permitiéndonos vivir en
compañerismo con Cristo y en la plena obediencia a Él, dándonos la victoria gloriosa en
los muchos conflictos de la vida. ... La santidad como fidelidad a Dios implica la subordi-
nación de todos los otros objetivos a un solo y gran objetivo: la aceptación alegre y el hacer
feliz de la voluntad de Dios (D. Shelby Corlett, Holiness: the Central Purpose of Redem-
ption, 22-23).
He llamado a la santidad el corazón de la experiencia cristiana porque la misma se da vía
la plena realización de lo que Dios nos ha prometido en términos de las crisis. La regene-
ración y la entera santificación son las dos crisis en las cuales Dios trata con el problema
del pecado en nosotros, y por las que nos saca del pecado para luego sacar el pecado de
nosotros. Después de esto la vida cristiana es un camino de proceso y progreso, pero no
hay más crisis hasta que la glorificación venga cuando Jesús vuelva a este mundo. Hay un
espacio completo para el crecimiento después de la santificación, pero no hay más lugar
para las crisis. No hay ningún estado de gracia más allá de un corazón puro lleno del
Espíritu Santo. Pero de tal corazón fluirán las fases pasivas y activas de la vida cristiana
como el agua fluye de un manantial. La santidad es pureza, no madurez. La santidad es el
objetivo solo en cuanto a que prepara a uno para lo que sea que haya de vida cristiana: es
la "bendición capacitadora" que cada cristiano necesita (J. B. Chapman, Holiness, the
Heart of Christian Experience, 10.)
El Espíritu Santo se relaciona vitalmente con todo la obra de la salvación. La Biblia
claramente presenta dos operaciones u obras distintas del Espíritu Santo como obras de
crisis de la salvación. La primera es nacer del Espíritu (Juan 3:6). El nacimiento es un acto,
y un acto de crisis. Nacer es ser traído a la vida. En este caso es "nacer de nuevo" (versículo
7), para restaurar una vida que se ha perdido; es un nuevo nacimiento espiritual, una
regeneración; es nacer a la vida como un bebé en Cristo; es una nueva vida perdonada y
liberada de la culpa del pecado. La segunda de éstas es ser bautizado con el Espíritu Santo
(Lucas 3:16). El bautismo es un acto, y un acto de crisis. El bautismo es algo completa-
mente diferente del nacimiento y no puede ser posible sino hasta después del nacimiento;
hay que nacer antes de poder ser bautizado. Estas dos figuras que aquí se aplican a la vida
espiritual requieren dos experiencias de crisis, una que siga a la otra. Con este bautismo
tenemos la entera santificación, la limpieza del estado interior del pecado (E. P. Ellyson,
Bible Holiness, 89-90).
17. La justificación tiene referencia a la disposición y a la piedad de Dios hacia el pecador
arrepentido; la regeneración tiene referencia a los oficios del Espíritu Santo de acuerdo con
la administración del perdón. La justificación exonera de la condena; la regeneración quita
la muerte e inspira la vida. La justificación trae libertad; la regeneración suministra poder
(Lowry, Possibilities of Grace, 185).
18. La generación denota la producción de la vida natural, y la regeneración la producción de
la vida espiritual. Ahora bien, la fuerza de esta ilustración se ve en los detalles siguientes:
(1) El alma en su estado natural está "muerta": "muerta" en delitos y pecados. Es así
porque "el ocuparse de la carne es muerte". (2) La vida natural es el producto del solo
poder divino, y la vida espiritual también lo debe ser. La generación expresa la operación
de ese poder en un caso, y la regeneración en el otro. Una relación similar existe entre las
ideas representadas por las palabras "criatura" y "nueva criatura," "nacido" y "nacido de
nuevo". (3) La generación y el nacimiento producen nuevos poderes y funciones naturales
que demuestran la omnipotencia de su Creador; la regeneración y el nuevo nacimiento
producen poderes y funciones espirituales completamente nuevos que demuestran igual-
mente la divinidad de su origen. (4) El resultado de la generación es la vida natural con sus
accidentes, el resultado de la regeneración es la vida espiritual con sus accidentes; el nivel
468 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
ficación o no? Esta es la pregunta sobre la cual gira toda la creencia en la santificación. Es
locura tratar de pasar como un creyente en la santidad y al mismo tiempo poner en duda
la doctrina de la erradicación. No puede haber tal cosa como la santidad en su análisis
final sin la erradicación del pecado. La santidad y la supresión son términos incompatibles.
"El hombre viejo" y su contrarresto hacen de la doctrina de la santidad algo pálido y
enfermizo. Es santidad y erradicación o no es en lo absoluto santidad (R. T. Williams,
Sanctification, 16-17).
¿Cuándo comienza la santificación interior? En el momento en que una persona es
justificada. Pero aun así el pecado permanece en la persona, sí, la semilla de todo pecado,
antes de que sea santificada en todas sus partes” (Wesley, A Plain Account, 48).
La regeneración, también, siendo lo mismo que el nuevo nacimiento, es el principio de
la santificación, aunque no la finalización de ella, o no la entera santificación. La regene-
ración es el principio de la purificación; la entera santificación es la terminación de esa
obra (Obispo Hedding, Conference Address).
La implantación de la vida espiritual no destruye la mente carnal; aunque su poder sea
roto, no deja de existir. Aunque el nuevo nacimiento es el principio de la purificación, es,
quizá, más el proceso de impartición o engendramiento de la vida espiritual que el proceso
de refinamiento o de purificación, que en la entera santificación es la extracción de la
impureza restante de la naturaleza humana regenerada (J. A. Wood, Purity and Maturity,
112).
Que existe una distinción entre un estado regenerado y un estado de entera y perfecta
santidad, es algo generalmente admitido (Watson, Institutes, II, capítulo 29).
21. El substrato de toda la gracia experimental subsecuente a la justificación sigue siendo el
mismo. Es el amor, perfecto o imperfecto. Del horizonte al cenit, del crepúsculo al res-
plandor del día, la sustancia es el amor, el amor a Dios y a nuestro prójimo (Lowrey,
Possibilities of Grace, 225).
Que este amor perfecto o entera santificación sea expresamente un nuevo estado, y no la
mejora de un antiguo estado, o de la regeneración, claramente se deduce de la Biblia
(Obispo Hamline, Beauty of Holiness, 264).
22. Comentamos, en primer lugar, que la entera santificación no es por lo general, si alguna
vez, contemporánea con la regeneración. La regeneración es, en la mayoría de los casos de
la experiencia cristiana, si no en su totalidad, la santificación inicial (no una renovación
completada, perfecta). La persona regenerada no es, en el momento de su regeneración,
"totalmente santificada"; no nace en el reino de Dios un ser humano adulto; su nueva
creación no es a la estatura de la plenitud de Cristo; tampoco es un niño nacido en vida y
salud espirituales perfectas. En un sentido propio se puede figuradamente decir, como a
menudo se dice, que es un niño perfecto; pero tan agradable como esta figura de lenguaje
pueda ser, no se debe llevar más allá de la verdad; aunque es un niño perfecto, y muestra
buena salud, todavía hay en su naturaleza moral susceptibilidades, riesgos, quizá actuali-
dades de enfermedad que se pueden desarrollar en una muerte rápida, y, a menos que todo
esto sea contrarrestado por gracia adicional, le causará seguramente la muerte. Si alguien
pregunta polémicamente, ¿trae Dios a su reino a niños enfermizos?, debemos contestar
que seguramente lo hace. Muchos tales nacen naturalmente así, y hay muchos tales entre
los hijos espirituales de Dios, niños que requieren considerable cuidado a fin de guardarlos
con el aliento de vida (Raymond, Systematic Theology, II:375).
23. He estado pensando últimamente y de manera considerable en un punto en donde, quizá,
todos hemos fallado. No hemos hecho una regla de que tan pronto las personas sean
justificadas se les recuerde continuar “adelante a la perfección". Este, en efecto, es un
tiempo preferible a todos los demás (Wesley, Letter to Thomas Rankin).
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 471
24. Edward F. Walker reduce los elementos necesarios de la salvación a siete causas, así: (1) La
primera causa es el Padre santo (Judas 1); (2) la causa que la procura es el Hijo santo
(Efesios 5:26); (3) la causa eficiente es el Espíritu Santo (1 Pedro 1:2); (4) la causa que la
determina es la voluntad divina (Hebreos 10:10); (5) la causa meritoria es el sacrificio de
Jesús (Hebreos 13:12); (6) la causa instrumental es la verdad de Dios (Juan 17:17); y (7) la
causa condicional es la fe en Cristo.
25. C. J. Fowler indica que la santificación es un doble término usado para la obra parcial de
la salvación y para la obra completa de la salvación. Esto es una distinción que se tiene que
tener presente a fin de evitar la confusión en el pensamiento. Por esa razón sugiere que el
calificativo "entera" siempre debería emplearse cuando uno quiere decir santificación
completa, aunque no sea necesario hacerlo así en el interés de una declaración exacta
(compárese con Double Cure, 103).
Alguien ha definido la regeneración como una ingeneración de la vida divina, un
proceso repentino por el cual la persona pasa de muerte espiritual a vida espiritual a través
del poder vivificador del Espíritu Santo de Dios. Como se ha declarado, en la regeneración
uno pasa de un estado de muerte a un estado de vida espiritual, de un estado de culpa a un
estado de "perdón", de un estado de contaminación, esto es, la contaminación adquirida
por sus propias acciones de desobediencia contra las leyes de Dios, a un estado de limpieza
consciente, es decir, una limpieza de la contaminación adquirida. Así, la regeneración
contiene limpieza, no de la corrupción moral heredada a través de la caída, sino limpieza
de esa contaminación moral adquirida por sus propias acciones de desobediencia (R. T.
Williams, Sanctification, 13-14).
26. Parece que la verdad es esta, que el trabajo condicional, preparatorio, hecho en el alma
bajo la dirección del Espíritu puede ser un proceso más o menos largo, según sea el que
busca la santificación más o menos receptivo y flexible a la influencia del Espíritu. Pero
cuando ese trabajo preparatorio está finalmente completado, y el alma está sumisa y
abierta para Dios, "vendrá súbitamente a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis", a
su corazón, a su ser entero, y llenará de sí mismo ese ser, y reinará allí sin rival (A. M.
Hills, Holiness and Power, 215).
La santificación es "distinta, en oposición a la idea de que es una mera regeneración; es
algo más y adicional, instantáneo, en oposición a la idea del crecimiento gradual hacia la
madurez, o la maduración consiguiente al crecimiento gradual, ya que es por la agencia
directa del Espíritu Santo, y operada al instante, no importa lo largo del tiempo que el
alma pueda haber progresado hacia ella" (Foster, Christian Purity, 46).
Aquellos que enseñan que hemos de crecer gradualmente hacia un estado de santifica-
ción, sin nunca experimentar un cambio instantáneo del pecado innato a la santidad,
deben ser rechazados como poco sólidos, antibíblicos y antimetodistas (Nathan Bangs, en
Guide to Holiness).
Aunque el aproximarse a la pureza sea gradual, la misma se otorga instantáneamente
(Obispo Hamline).
27. De esto podemos deducir dos principios. En primer lugar, la tendencia general o carácter
del alma es positivamente alienada cada vez más del pecado y fijada en el bien; y, propor-
cionalmente, la susceptibilidad a la tentación o la afinidad con el pecado se hace negati-
vamente menos y menos evidente en su ser consciente. Hay en el sano progreso del cris-
tiano una confirmación constante de la voluntad en su escogimiento último, y un au-
mento constante de su poder de hacer lo que quiere: el punto de convergencia de la per-
fección en la voluntad se debe fusionar completamente en la voluntad de Dios. ... La parte
positiva, la de consagración por el Espíritu de amor, también es un proceso, un proceso
gradual. ... De ahí que el derramamiento del amor de Dios por el Espíritu Santo admita
aumento. Suficiente es citar la oración del Apóstol de que "vuestro amor abunde aún más
472 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
y más" (Filipenses 1:9). Esto, en armonía con el tenor uniforme de la Biblia, se refiere al
crecimiento de amor hacia Dios y el ser humano. … ¿Es entonces el proceso de santifica-
ción simplemente terminado gracias a un logro que recompense el esfuerzo humano? Sin
duda no; el Espíritu Santo termina la obra a su propio tiempo, y de su propio modo,
como su acción propia, y en la supremacía absoluta si no en la soberanía absoluta de su
propio y clemente carácter (Pope, Compend. Chr. Th., 37, 38, 42).
28. Hay una consumación de la experiencia cristiana que, se puede decir, introduce la
perfección, cuando el Espíritu exclama "¡Consumado es!" en el creyente. El momento en
el que el pecado expira, el cual es conocido solo por Dios, es la victoria divina sobre el
pecado en el alma: este es el solo oficio del Espíritu. El momento en que el amor se hace
supremo en su predominio, un momento conocido solo por Dios, es el triunfo del Espí-
ritu en la consagración del alma: esto también es completamente su obra; y cuando esa
madurez de experiencia cristiana y vida se alcance, y por la cual el Apóstol ora tan a me-
nudo, lo será únicamente a través de la operación del mismo Espíritu. Está siendo llena de
toda la plenitud de Dios y esto a través de ser fortalecida con poder por su Espíritu en el
hombre interior (Efesios 3:16-19) (Pope, Compend. Chr. Th., III:43).
El hecho de que el pecado innato sea una unidad, un principio maligno o corrupción
que infecta nuestra naturaleza, y que no pueda quitarse por partes, y más que su antago-
nismo, el principio de vida en Cristo, pueda ser impartido gradualmente en nuestra
regeneración, es prueba de que la santificación es instantánea (J. A. Wood, Perfect Love).
La salvación en todas sus etapas es por la fe y por la fe sola. Esto hace de la santificación
no solo algo instantáneo, sino que crea una necesidad de que la debiéramos recibir como
un bondadoso regalo, otorgado en oposición a un producto trabajado o que resulte del
desarrollo y el crecimiento (Asbury Lowrey).
29. Observe aquí lo siguiente: (1) El pecado existe en el alma de dos modos o formas: en la
culpa, la cual requiere perdón; y en la contaminación, la cual requiere limpieza. (2) La
culpa, para que sea perdonada, se debe admitir; y la contaminación, para que sea limpiada,
también se debe admitir. A fin de encontrar misericordia, una persona debe saber y sen-
tirse pecador y que puede pedir fervorosamente a Dios el perdón. A fin de obtener un
corazón limpio, una persona debe saber y sentir su depravación, y reconocerla y deplorarla
ante Dios a fin de ser totalmente santificado. (3) Pocos son perdonados, porque no sien-
ten ni admiten sus pecados; y pocos son santificados o limpiados de todo pecado, porque
no sienten ni admiten su propia llaga ni la plaga de sus corazones. (4) Así como la sangre
de Jesucristo, el mérito de su pasión y muerte, aplicada por la fe, purga la conciencia de
todas las obras muertas, así también limpia el corazón de toda injusticia. (5) Así como
toda injusticia es pecado, así todo el que es limpiado de toda injusticia es limpiado de todo
pecado. El que intente evadir esto y abogue por la continuación del pecado en el corazón,
a través de toda la vida, es un ingrato, malévolo y hasta blasfemo, ya que “si decimos que
no hemos pecado, lo hacemos a [Dios] mentiroso", quien ha declarado lo contrario a
través de cada parte de su revelación; y el que dice que la sangre de Cristo no puede lim-
piarnos o no nos limpiará de todo pecado en esta vida, también hace mentiroso a su
Hacedor, quien ha declarado lo contrario, y así demuestra que la Palabra, la doctrina de
Dios, no está en él (Adam Clarke, Com. 1 Juan 1:7-10).
30. George Peck, en Christian Perfection, declara que la santificación implica tanto la muerte
del pecado como la vida de justicia. Cuando, por lo tanto, hablamos de la santificación en
cuanto a la primera parte de ella, decimos que se puede alcanzar inmediatamente: es una
obra instantánea. ... Pero con relación a la última parte, que es la vida de justicia, la misma
se considera como completamente progresiva. La destrucción del pecado en el alma y el
crecimiento de la santidad son dos cosas distintas. ... Uno es instantáneo, otro gradual, y
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 473
de ahí que a veces digamos con propiedad que la obra de la entera santificación es tanto
gradual como instantánea (George Peck, Christian Perfection).
¿Qué es lo que limpia el alma y destruye el pecado? ¿No es el magnífico poder de la
gracia de Dios? ¿Qué es lo que guarda el alma limpia? ¿No es el mismo poder morando en
nosotros? Como un efecto no puede subsistir sin su causa, tampoco un alma santificada
puede permanecer en santidad sin que el Santificador la habite (Clarke, Christian Theo-
logy, 187).
Decir que la doctrina de la perfección cristiana reemplaza la necesidad de la sangre de
Cristo no es menos absurdo que afirmar que la perfección de navegación hace del pro-
fundo mar una inútil retención de agua (Fletcher, Last Check, 574).
31. "Pero si no hay tal segundo cambio; si no hay cambio instantáneo alguno después de la
justificación; si no hay ninguna excepto la obra gradual de Dios, permaneceremos hasta
donde podamos llenos de pecado hasta la muerte". "En cuanto a la manera, (que haya una
obra gradual nadie lo niega), entonces debemos estar contentos, puesto que creo que esta
perfección siempre es obrada en el alma por un simple acto de fe, y por consiguiente en un
instante". "Seguramente la santificación (en el sentido apropiado) es una liberación ins-
tantánea de todo el pecado" (Wesley, Sermons).
El velo sobre los ojos de una persona rendida a Dios es su pecado, pero no un pecado
que haya cometido sino el pecado de su condición como un hijo de Adán. Enturbia la
visión, esconde a Dios del alma (Bresee, Sermons, 135).
El logro de la libertad perfecta del pecado es algo a lo que son llamados los creyentes
durante la vida presente; y es necesario para que sean completadas la santidad y aquellas
gracias activas y pasivas del cristianismo por medio de las cuales son llamados a glorificar a
Dios en este mundo y edificar la humanidad. ... Todas las promesas de Dios que no son
expresamente, o por su orden, una referencia al tiempo futuro, son objetos de confianza
presente; y su realización ahora es hecha condicional solo por nuestra fe. No pueden, por
lo tanto, invocarse en vano en nuestras oraciones, si lo hacemos con una confianza entera
en la verdad de Dios. A esta fe se darán las promesas de la entera santificación que, en la
naturaleza del caso, suponen una obra instantánea que seguirá inmediatamente a una fe
entera y constante (Watson, Institutes, II:455).
32. El pecado original o el pecado como genérico y perteneciente a la raza en su constitución
federal en la tierra no se abole hasta el tiempo en que se diga, "Yo hago nuevas todas las
cosas " (Apocalipsis 21:5); así que, al igual que algo de la pena permanece sin ser quitada,
así también permanece algo de la concupiscencia peculiar o la desventaja de la tentación o
la afinidad con el mal que asedia al ser humano en este mundo. El santo librado del
pecado personal todavía está relacionado con el pecado por su propio pasado: su perdón se
considera como permanentemente renovado hasta el acto final de misericordia. ... De ahí
que no es habitual hablar del pecado original como absolutamente abolido en Cristo. La
raza tiene un pecado que fácilmente la asedia (Hebreos 12:1), su euperistaton amartian, y
debemos dejar de pertenecer al linaje de Adán antes de que nuestro estado que no peca se
vuelva sin pecado. Aun así, el pecado original en su calidad del pecado que mora en el mí
del alma, como el principio en el ser humano que tiene la afinidad actual con la transgre-
sión, como la fuente y la ley del pecado que está en mis miembros, como el alma que
anima el cuerpo de esta muerte (Romanos 7:20, 23-24), y finalmente, como la carne con
sus afectos y lujurias, sí es abolido por el Espíritu de la santidad que habita en el cristiano
cuando su gracia purificadora ha tenido su obra perfecta (Pope, Compend. Chr. Th., III:
47).
33. La santificación va aún más profundo que la contradicción del hábito incorrecto o la mala
conducta. Ataca no solo nuestras costumbres y nuestros ideales sino que va al asiento de
los afectos incorrectos. Exige la muerte de cada afecto incorrecto y de cada sentimiento
474 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 475
Juan Wesley dice: "En el año 1764, según una revisión del tema como un todo, anoté
en las siguientes cortas proposiciones la suma de lo que había observado:
1. Hay tal cosa como la perfección, ya que una y otra vez se menciona en la Biblia.
2. No ocurre tan temprano como en la justificación, ya que las personas justificadas
deben ir “adelante a la perfección" (Hebreos 6:1).
3. No es tan tarde como en la muerte, ya que el apóstol Pablo hablaba de personas vivas
que eran perfectas (Filipenses 3:15).
4. No es absoluta. La perfección absoluta pertenece no al ser humano, ni a los ángeles,
sino solo a Dios.
5. No hace a un ser humano infalible; nadie es infalible mientras permanece en el
cuerpo.
6. ¿Es una perfección libre de pecado? No vale la pena contender por un término. Es
‘salvación del pecado’.
7. Es ‘amor perfecto’ (1 Juan 4:18). Esto es la esencia de la perfección; sus propiedades o
frutos inseparables son regocijarse siempre, orar sin cesar y en todo dar gracias (1 Tesalo-
nicenses 5:16ss).
8. Es mejorable. Está muy lejos de descansar en un punto indivisible, de ser incapaz de
crecer, puesto que alguien perfeccionado en amor puede crecer en la gracia mucho más
rápido de lo que lo hizo antes.
9. Es perecedera, capaz de perderse, de lo cual tenemos numerosos casos. Pero no
estábamos convencidos a fondo de esto hasta hace cinco o seis años.
10. Es constantemente precedida y seguida de una obra gradual.
11. ¿Pero es en sí misma instantánea o no? Al examinar esto, vayamos paso a paso. Un
cambio instantáneo se ha obrado en algunos creyentes. Nadie puede negar eso. Desde ese
cambio disfrutan de amor perfecto; sienten esto y esto solo; se regocijan siempre, oran sin
cesar, y en todo dan gracias. Así que eso es todo que quiero decir con la perfección; por lo
tanto, ellos son testigos de la perfección que predico. Pero en algunos este cambio no fue
instantáneo. No percibieron el instante cuando se hizo la obra. A menudo es difícil perci-
bir el instante en que la persona muere, pero aun así hay un instante cuando la vida cesa. Y
si el pecado cesa, debe haber un último momento de su existencia, y un primer momento
de nuestra liberación de él. ... Por lo tanto, todos nuestros predicadores deberían esforzarse
en predicar la perfección a los creyentes, constantemente, vigorosamente, y explícitamen-
te; y a todos los creyentes debería importarles esta sola cosa, y continuamente agonizar por
ella" (Juan Wesley, Christian Perfection, 283-285).
37. La experiencia muestra, junto a esta convicción de pecado que permanece en nuestros
corazones, y aferrada a todas nuestras palabras y acciones así como a la culpa que en
consideración de ello incurriríamos si no estuviéramos continuamente rociados por la
sangre expiatoria, que hay una cosa más que se implica en este arrepentimiento, a saber, la
convicción de nuestra impotencia (Juan Wesley, Sermon: Scripture Way of Salvation).
38. La frase afesin amartioon o remisión de pecados, significa simplemente quitar los pecados,
y esto no se refiere sencillamente a la culpa del pecado, sino también a su poder, naturaleza
y consecuencias. Todo lo que se implica en el perdón de pecado, en la destrucción de su
tiranía y en la purificación de su contaminación, está aquí previsto; es incorrecto restringir
tales operaciones de misericordia a solo el perdón (Adam Clarke, Com. Hechos 10:43).
Aquí están las preguntas que humildemente se les proponen a aquellos que niegan que la
perfección es alcanzable en esta vida:
1. ¿No ha habido una medida mayor del Espíritu Santo dada bajo el evangelio que bajo
la dispensación judía? Si no, ¿en qué sentido no se dio el Espíritu antes de que Cristo fuera
glorificado? (Juan 7:39).
476 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
2. ¿Eran esas "glorias” que vendrían tras “los sufrimientos de Cristo" (1 Pedro 1:11),
glorias externas o internas, a saber, las glorias de la santidad?
3. ¿Nos ha mandado Dios en alguna parte de la Biblia más de lo que nos ha prometido a
nosotros?
4. ¿Son las promesas de Dios respecto a la santidad para que se cumplan en esta vida, o
solo en la venidera?
5. ¿Está un cristiano bajo algunas otras leyes que no sean las que Dios promete "escribir
en nuestros corazones"? (Jeremías 31:31-33; Hebreos 8:10).
6. ¿En qué sentido es "la justicia de la Ley” cumplida “en nosotros, que no andamos
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”? (Romanos 8:4).
7. ¿Es imposible para alguien en esta vida amar a Dios con todo su corazón, con toda su
alma y con toda su mente? Y, ¿está el cristiano bajo alguna ley que no sea cumplida en ese
amor?
8. ¿Efectúa el alma que sale del cuerpo su purificación del pecado que mora?
9. De ser así, ¿acaso no es otra cosa que lo hace, y no “la sangre de Jesucristo” que “nos
limpia de todo pecado"?
10. Si su sangre nos limpia de todo pecado entre tanto el alma y el cuerpo están unidos,
¿no ocurre ello en esta vida?
11. Y cuando esa unión cese, ¿no tendrá que ser la limpieza en la vida venidera? Pero,
¿no será ya demasiado tarde?
12. Si es en el momento de la muerte; ¿en qué situación está el alma cuando no está ni
en el cuerpo ni fuera de él?
13. ¿Nos ha enseñado Cristo en alguna parte a orar por algo que nunca intentó darnos?
14. ¿No nos ha enseñado Él a orar, "Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también
en la tierra"? ¿Y no se hace ella perfectamente en el cielo?
15. De ser así, ¿no nos está enseñando a también orar por la perfección en la tierra? Y si
ese es el caso, ¿acaso no intenta darla?
16. ¿No oró el apóstol Pablo según la voluntad de Dios cuando oró que los tesalonicen-
ses pudieran ser santificados "por completo”, y guardados (en este mundo, no en el si-
guiente, a menos que estuviera orando por los muertos) irreprochables en alma, cuerpo y
espíritu, “para la venida de nuestro Señor Jesucristo"?
17. ¿Desea sinceramente usted liberarse en esta vida del pecado que mora?
18. Si ese es el caso, ¿no le ha dado Dios ese deseo?
19. De ser así, ¿acaso se lo dio para burlarse de usted, ya que es imposible que se cumpla
alguna vez?
20. Si no tiene la sinceridad suficiente siquiera para desearlo, ¿no está acaso discutiendo
sobre asuntos demasiado altos para usted?
21. ¿Ha orado usted alguna vez que Dios "limpie los pensamientos de su corazón" a fin
de que "le pueda amar perfectamente"?
22. Y si usted ni desea lo que pide, ni lo cree alcanzable, ¿no ora acaso como ora el
tonto?
Que Dios lo ayude a considerar tranquila e imparcialmente estas preguntas” (Juan
Wesley, Christian Perfection, 239-241).
39. En nuestra discusión de la gracia preveniente (capítulo 26) señalamos la necesidad de un
periodo preparatorio de obra en el corazón precedente al estado pleno de la salvación.
Negar esto es negar la gracia cooperativa y hacer que la salvación dependa exclusivamente
de la predestinación y la gracia irresistible. De eso es que trata el monergismo de la posi-
ción calvinista, contra la cual el arminianismo siempre se ha afirmado. Negar el periodo
preparatorio en el cual el creyente es hecho consciente de la atrocidad del pecado innato, y
en el que su deseo de que sea removido es estimulado, es rendirse a la idea de una mera
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 477
"santidad posicional" y negar el trabajo subjetivo del Espíritu. El obispo Hedding dice:
"Esa fe que es la condición de esta entera santificación la ejercita solo un corazón peniten-
te, un corazón dispuesto a separarse de todo pecado para siempre, y decidido a hacer la
voluntad de Dios en todas las cosas".
El corazón regenerado normal es uno donde el yo es restringido por la ley divina,
aunque el yo siga existiendo. En ese corazón hay dos centros de gravedad, yo y Cristo. Dos
leyes existen en conflicto, una ley terrenal horizontal y una ley piadosa perpendicular. En
un corazón tal el "hombre nuevo, creado en Cristo Jesús" reina, pero no sin un rival: uno
mismo. Es así como el regenerado tiene una doble naturaleza: la naturaleza divina im-
plantada en la regeneración, y la naturaleza de uno, siendo la primera activa y dominante,
y la última restringida y suprimida. Aquí la voluntad debe ejercerse constantemente, y la
más esmerada atención debe darse a fin de que "ninguna raíz de amargura [el yo] surja" y
dé problemas y la naturaleza pecaminosa entre otra vez en ascenso (Floyd W. Nease,
Symphonies of Praise, 143).
40. "¿Qué es la perfección cristiana? Amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y
fuerza. Esto implica que ningún mal genio, ninguno contrario al amor, permanece en el
alma; y que todos los pensamientos, palabras y acciones se rigen por puro amor". "La
perfección que yo enseño es amor perfecto; amar a Dios con todo el corazón, recibir a
Cristo como profeta, sacerdote y rey, a fin de que reine único sobre todos nuestros pen-
samientos, palabras y acciones" (Juan Wesley).
Cualquiera que sea el tiempo, ya sea largo o corto, cualesquiera que sean las manifesta-
ciones de tristeza, sean gemidos o lágrimas (estas cosas pueden variar), hasta que el pecado
no sea purgado del alma por un acto instantáneo del Espíritu en respuesta a la fe sencilla
en el Jesús que limpia, esa persona no tiene lo que llamamos la entera santificación. Por
otra parte, pretender una crucifixión del pecado en el alma, sin contar previamente conque
ese pecado sea clavado en la cruz en convicción profunda y penetrante y en renuncia de
uno mismo, es desarrollar un tipo superficial de experiencia. Fe, con la finalidad de que
sea ejercitada, presupone un cierto estado de la mente y los afectos, y sin ellos no puede
existir: su existencia misma los incluye, es decir, en los términos más breves, supone el
conocimiento del pecado y la tristeza por éste, y el conocimiento de que hay un Salvador y
una disposición a abrazarlo (Obispo Foster, Christian Purity, 121).
41. ¡Pureza y madurez! Las palabras son similares en sonido pero muy distintas en significado.
La pureza puede encontrarse en los primeros momentos después de que el alma encuentre
el perdón y la paz con Dios. Pero la madurez implica tiempo y crecimiento y ensayo y
desarrollo. El cristiano puro puede incluso ser un cristiano débil. Porque no es tamaño o
fuerza lo que se acentúa, sino solo la ausencia del mal y la presencia del bien elemental. La
pureza se obtiene como una crisis, la madurez viene como un proceso. Uno puede ser
hecho puro en un abrir y cerrar de ojos; es dudoso que alguien en este mundo deba clasi-
ficarse como realmente maduro. El crecimiento continúa mientras dure la vida, y quién
sabe si pueda continuar por toda la eternidad. Más fe, más amor, más esperanza y más
paciencia inclina a uno a pensar que en algún momento indefinido no tendremos ninguno
de los opuestos de estos. Pero el crecimiento no es un proceso de purificación. El creci-
miento suma, la purificación resta. Y aunque uno pueda acercarse a la santidad por un
proceso muy gradual, deberá haber un último momento para la existencia del pecado y un
primer momento cuando éste se haya ido totalmente, lo cual significa que en realidad la
santificación debe ser instantánea. En este o en cualquier momento, cada cristiano está
libre de pecado o no está libre de pecado. No puede haber ningún sentido en el que él sea
realmente santo y al mismo tiempo todavía de alguna manera esté contaminado (J. B.
Chapman, Holiness: The Heart of Christian Experience, 23-24).
478 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
cumplido la Ley; porque “el cumplimiento de la Ley es el amor” (ver Romanos 13:10).
Ahora bien, los errores y cualquier flaqueza que se derive necesariamente del estado co-
rruptible del cuerpo, no son de ninguna manera contrarios al amor, ni, por lo tanto, en el
sentido de la Biblia, pecado" (Juan Wesley, Plain Account, 42-43”).
44. George Peck dice: "En primer lugar, supongo que todos admitirán que cuando la
tentación logra la concurrencia de la voluntad, el sujeto contrae culpa. No puede haber
duda aquí. En segundo lugar, es igualmente evidente que cuando la tentación engendra en
la mente un deseo por el objeto prohibido, el sujeto entra en tentación y entonces peca
contra Dios. En tercer lugar, también está claro que la tentación no puede ser invitada o
prolongada innecesariamente sin la indicación de una tendencia pecaminosa hacia el
objeto prohibido, y por lo tanto, tal curso no solo implica la ausencia de la entera santifi-
cación sino que implica al sujeto en culpa presente" (George Peck, Christian Perfection,
435).
Si fuéramos a discutir el problema largamente haríamos esta pregunta: ¿Cómo pudieron
Adán y Eva jamás caer siendo completos en santidad? La respuesta se encuentra en el
simple reconocimiento del hecho de la humanidad de Adán. Fue cierto entonces, y toda-
vía lo es, que el camino real de Satanás al corazón del ser humano es a través de sus natu-
rales apetitos y deseos. La tentación siempre se basa en el deseo. Es sobre este hecho que él
opera hasta que ha producido un acto de desobediencia, sembrando otra vez la semilla de
iniquidad en el corazón del ser humano. Pero persiste la pregunta, ¿cómo puede el pecado
realmente volver al corazón del ser humano después de haber sido eliminado una vez? La
respuesta se encuentra en el adecuado reconocimiento de lo que es realmente el pecado
como un principio. Aquí es donde nuestro lenguaje humano de nuevo se confunde en sus
esfuerzos de describir las relaciones espirituales. Hablamos del pecado como una sustancia
debido a la mendicidad del lenguaje. Se le llama el hombre viejo, el cuerpo de pecado.
Pero estos términos son simplemente figuras retóricas. El pecado como un principio
después de todo no es una sustancia, es una cualidad moral. Es la contaminación de la
corriente sanguínea de la naturaleza moral. De haber sido el pecado una sustancia o una
cosa, seguramente nunca hubiera podido colocarse de nuevo en la naturaleza una vez
hubiera sido quitado. Pero el pecado no es una sustancia, es una condición moral. Y al
igual que la corriente sanguínea de un individuo, habiendo sido una vez limpiada con
purgantes, podría otra vez ser descuidadamente contaminada por contaminantes, así el
corazón del ser humano puede otra vez contaminarse por la desobediencia e indolencia
espiritual (H. V. Miller, When He Is Come, 27-28).
45. Santiago indica que el pecado comienza en la lujuria o en los afectos desordenados:
"…sino que cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido". En
alguna parte en el proceso el deseo legítimo da paso al afecto indebido, y ahí comienza el
pecado. "Entonces la pasión [o el afecto desordenado], después que ha concebido [el
hecho interno del pecado], da a luz el pecado [o la manifestación externa de una condi-
ción pecaminosa interna] y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte" (Santiago
1:14, 15).
Olin A. Curtis en su libro, Christian Faith, sostiene que el carácter puede ser
absolutamente fijado por el libre uso de los motivos. Dice: "En la motivación de cada
persona moral hay, al principio de la prueba, dos grupos antagónicos de motivos, los
buenos y los malos. Es decir, cualquier interés personal que pueda deberse en lo absoluto a
la conciencia es necesariamente bueno o malo. Mediante el uso del motivo en cualquiera
de los grupos, el motivo así utilizado se hace más fuerte, y también el motivo opuesto, si
existe, se hace más débil. O, al rechazar un motivo, éste se hace más débil, y también el
contrario se hace más fuerte. Es decir, si usted tiene un interés y lo expresa en una volun-
tad específica, usted aumentará ese interés y disminuirá los intereses opuestos, o viceversa.
480 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
De esa manera, bajo la ley del uso, un motivo puede ser vaciado de toda urgencia. ... El
agotamiento de cualquier motivo en particular tiende a agotar todos los motivos en el
mismo grupo. La vida moral está de tal manera relacionada que si usted toca cualquier
parte deberá influir el conjunto. Por ejemplo, nadie puede perder todo interés en la ho-
nestidad y no empezar a perderle consideración a la verdad. Cuando todo el grupo, sea el
de motivos buenos o el de motivos malos, se agota, entonces el carácter moral de la per-
sona se fija más allá de cualquier posibilidad de cambio" (Curtis, Christian Faith, 49-50).
La tentación y la prueba, entendidas correctamente, tienden a agotar los motivos para
pecar y a fortalecer los que establecen el carácter en la justicia. Por otra parte, el constante
rechazo de lo bueno y la aceptación de lo malo tienden a fijar el carácter en el pecado y en
la injusticia. Cuando todos los motivos para el bien han sido agotados al punto de que el
Espíritu Santo no tenga base adicional de apelación al corazón, se dice que el individuo "se
ha pasado de la raya" o ha cometido el pecado contra el Espíritu Santo. Puede que exista
un acto final y sin duda lo habrá, pero será tan solo el acto final de una serie que ha resul-
tado en el endurecimiento del corazón contra toda apelación del Espíritu Santo.
46. Entre los diversos términos que se han utilizado para indicar la experiencia de la entera
santificación, esta expresión, "abundancia de la bendición" (Romanos 15:29), es una que
ha encontrado su lugar. ... Al buscar la derivación de la palabra griega, descubrimos que se
trata de un verbo que tiene dos sentidos, uno el de llenar y el otro el de cumplir, comple-
tar, perfeccionar, lograr. Aunque ambos significados están presentes en el uso del término
en el Nuevo Testamento, sin embargo los últimos predominan en una proporción de
cuatro a uno. Si traemos este segundo significado hasta el sustantivo, algo que se funda-
menta no solo por el hecho de que el verbo más a menudo lleva este sentido y también por
la terminación del sustantivo, entonces la idea que transmite es lo que se ha completado,
es decir, el complemento, el relato completo, el número o la cantidad entera, la plenitud,
la perfección. Es cierto que el término tenía un sentido general, y así se utiliza en los
evangelios, sin embargo, en los escritos paulinos es evidente que ha pasado en su mayor
parte a un significado definitivo, teológico y doctrinal. Se convirtió en una palabra que
tenía una connotación muy definida. ... Entre los cristianos de aquel día, la palabra había
encontrado su manera de expresar el pensamiento de una completa experiencia cristiana
relativa a la santidad de corazón, como la expresión "segunda bendición" lo hizo en los
círculos metodistas en una fecha mucho más posterior, y como lo hace ahora entre noso-
tros (Olive M. Winchester).
47. No puede ser perfecta consagración a la entera voluntad de Dios hasta que ha habido un
arrepentimiento sincero del doble ánimo y de la voluntariedad y de la terquedad y del
amor al mundo, todo lo cual son las marcas de un corazón no santificado. La tristeza del
alma por su pecado interno debe ser tan profunda y conmovedora como lo fue la tristeza
por sus pecados externos. El uno es tan repugnante a los ojos de Dios como los otros, y es
una barrera igualmente eficaz al perfecto disfrute de gracia y favor. Luego, al acercarse al
trono de Dios con esta más profunda necesidad, hay un punto donde el que busca satisfa-
cerla sabe que su tristeza y arrepentimiento por su depravación de corazón han alcanzado
su máxima profundidad; que su consagración a la voluntad de Dios es completa y final;
que las posesiones, el tiempo, los talentos y las ambiciones, las esperanzas, los deseos, y los
seres queridos y amigos, todos han sido rendidos para siempre a Cristo; que el gran futuro
desconocido ha sido puesto audazmente y con confianza en las manos de Dios a fin de que
Él lo controle y lo revele como y cuando le plazca hacerlo; que un querido Isaac ha sido
amarrado y colocado en el altar y el cuchillo levantado sin pensar en que habrá mano
divina que intervenga, de modo que se pueda decir de nosotros, como de Abraham, que
por la fe realmente lo hemos ofrecido a Dios. Uno sabe más allá de toda duda en esa hora
que su sacrificio es completo; que no hay nada que podría agregarle y nada que podría
LA PERFECCIÓN CRISTIANA O ENTERA SANTIFICACIÓN 481
quitarle. Y en ese instante glorioso, el que lo busca tiene el testimonio de su propio cora-
zón de que toda condición humanamente posible de satisfacer ha sido satisfecha (J. Glenn
Gould, The Spirit’s Ministry, 9-10).
48. Búsquela cada día, cada hora, cada momento. ¿Por qué no en esta hora, en este momento?
Ciertamente usted puede buscarla ahora, si cree que es por la fe. Y hay un sentido en que
seguramente sabrá si usted la busca por la fe o por las obras. Si por las obras, usted quiere
que primero se haga algo, antes de ser santificado. Usted piensa así: Yo debo ser o hacer así
y así. Y si ese el caso, usted está buscándola por obras hasta este día. Pero si la busca por la
fe, usted la espera como usted es, y si como usted es, pues la espera ahora. Es importante
observar que existe una conexión inseparable entre estos tres puntos: esperarla por la fe,
esperarla como usted es, y esperarla ahora. Negar uno es negarlos todos (Juan Wesley,
Sermons, I:391).
Así como por haberlo pagado todo usted se considera libre frente a su acreedor o a su
anfitrión, así ahora considérese libre ante Dios. Jesús lo ha pagado todo, y Él lo ha pagado
por usted: ha comprado su perdón y su santidad. Por lo tanto, es ahora el mandato de
Dios: "consideraos muertos al pecado”; y usted está vivo para Dios desde esta hora. Oh,
comience, comience a considerarse así ahora; no tema; crea, crea, crea y siga creyendo en
cada momento. Así continuará libre, puesto que esto se conserva como se recibe, solo por
la fe (Fletcher de Madeley).
Los escritores sobre este tema desde la mitad hasta el final del siglo XIX estaban
acostumbrados a utilizar el término "fe desnuda". J. A. Wood explica el término como
sigue: "Por fe sencilla se quiere decir tomarle a Dios su palabra sin dudar o razonar; y por
fe desnuda se quiere decir fe independiente de todo sentimiento, despojada de toda otra
dependencia excepto solo de Cristo. El piadoso Fletcher dice que una fe desnuda es una
"fe independiente de todas las sensaciones", una fe en una promesa desnuda, trayendo
nada consigo, excepto un corazón endurecido, sacudido, distraído y descuidado, un
corazón como el que usted tiene ahora" (J. A. Wood, Perfect Love, 104).
49. "Pero ¿no brilla la santificación por su propia luz?" "¿Y no lo hace así también el nuevo
nacimiento? A veces lo hace, como también lo hace la santificación; otras veces es lo
contrario. En la hora de la tentación, Satanás nubla la obra de Dios e inyecta ciertas dudas
y razonamientos, especialmente en aquellos que tienen entendimientos muy débiles o muy
fuertes. En tales momentos, hay una absoluta necesidad de ese testimonio sin el cual la
obra de santificación no solo no podría discernirse, sino que tampoco podría subsistir. Si
no fuera por esto, el alma no podría permanecer en el amor de Dios, y mucho menos
podría regocijarse siempre y en todo dar gracias. En estas circunstancias, por lo tanto, un
testimonio directo de que somos santificados es necesario en sumo grado" (Juan Wesley,
Plain Account, 75-76).
50. William Burton Papa, al hacer hincapié en la fase positiva de la perfección cristiana, dice:
"Es una perfección que no es otra cosa que una vida perfecta, la autoaniquilación en
Cristo, una unión perfecta con su pasión y su resurrección, y el perfecto disfrute del valor
de su nombre, Jesús, que es salvación del pecado. Es la perfección de ser nada en uno y
todo en Él. Es una perfección que los elegidos a una voz han añorado, desde los apóstoles
hacia abajo; ni más ni menos que el gimiente deseo de los hijos de Dios en todas las
edades; la aspiración común, profunda, con solamente una nota más enfática que la que
siempre se ha escuchado, aunque ella nunca haya estado ausente: la destrucción del pecado
innato de nuestra naturaleza. El que escudriña el corazón siempre ha conocido la mente
del Espíritu, aun cuando no se haya pronunciado claramente su deseo más profundo.
Todavía, pues, nos atrevemos a creer que quitará las últimas cadenas que atan las aspira-
ciones de sus santos y les dará un solo corazón y una sola voz en la búsqueda de la des-
482 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 2
trucción del cuerpo de pecado así como en la mortificación de sus miembros" (Pope,
Compend. Chr. Th., II:99).
Teología cristiana
Teología cristiana
TOMO III
H. ORTON WILEY
PARTE 5
LA DOCTRINA DE LA IGLESIA
CAPÍTULO 31: LA IGLESIA: SU ORGANIZACIÓN
Y SU MINIST ERIO ......................................... 103
PARTE 6
LA ESCATOLOGÍA O DOCTRINA DE LAS ÚL TIMAS COSAS
CAPÍTULO 33: LA MUERT E, LA INMORTALIDAD
Y EL ESTADO INTERMEDIO ......................... 203
LA DOCTRINA DEL
ESPÍRITU SANTO
(CONTINÚA)
CAPÍTULO 30
LA ÉTICA CRISTIANA
O LA VIDA DE SANTIDAD
Habiendo considerado el asunto de la santidad como doctrina y
como experiencia, es natural que pasemos ahora a considerarlo en sus
aspectos prácticos o éticos. Hemos visto que un corazón santo es la
condición fundamental para vivir santamente. Es específicamente
establecido que “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduvié-
semos en ellas” (Efesios 2:10). Sin embargo, cuando pasamos de la
consideración de la experiencia cristiana a la vida que resulta de dicha
experiencia, estamos tornándonos en cierto sentido del campo de la
dogmática al de la ética. La dogmática le presta atención a las doctrinas,
respondiendo a la pregunta: ¿Qué debemos creer? La ética busca
responder a la pregunta: ¿Qué debemos hacer? La teología arminiana ha
prestado siempre mucha atención a la moral y a las costumbres
cristianas, como lo demostrará el examen de las obras de Juan Wesley,
Richard Watson, Adam Clarke, William Burton Pope, Minor Ray-
mond, Thomas O. Summers, Thomas N. Ralston y Samuel Lee. John
Miley también le pone atención a la necesidad de un gobierno moral,
pero considera el asunto como relacionado a su teoría gubernamental
de la expiación. Sin embargo, nuestro propósito no es considerar el
campo de la ética general o filosófica, y ni siquiera el campo de la ética
cristiana considerada como ciencia, sino solo examinar de manera más
inmediata la vida de santidad como relacionada a la doctrina y la
experiencia de la entera santificación. Después de una breve considera-
ción de la relación de la teología con la ética, de la revelación como la
fuente de la ética cristiana, y de la base bíblica de la ética, le prestaremos
nuestra atención a lo siguiente: (I) El desarrollo de la teoría ética en la
11
12 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
todos los hombres que vienen a este mundo. (2) La ley positiva es
aquella que depende de la voluntad libre de Dios, y, por consiguiente,
puede conocerse solamente por medio de la revelación. Debe notarse,
sin embargo, que lo que en un respecto es asunto de la ley natural, en
otro puede existir como ley positiva. De aquí que la ley natural revele la
necesidad de cierto periodo de reposo cada semana como algo esencial
para la mayor eficiencia del ser humano en el servicio; pero esto
también está declarado por la ley positiva en la institución del sabbat, lo
cual consiste en separar un día de cada siete como santo al Señor. En
estrecha conexión con esto, la razón también da a conocer la necesidad
de la adoración divina; pero que el tiempo deba ser un día completo, y
ello en un día fijo de la semana, es revelación de la ley positiva. De
manera similar, el decálogo, con sus “diez palabras”, todas las cuales
están basadas en la relación del ser humano con Dios, con otros, y
consigo mismo, también es accesible a la razón. Sin embargo, debido a
que la consciencia del ser humano está opacada por su fracaso en
caminar en la verdad, el decálogo, como una transcripción de la ley
escrita en los corazones de los hombres, también fue dado por decreto
positivo. Por tanto, podemos decir del decálogo que sus preceptos, en
cuanto a su sustancia, pertenecen a la ley natural; pero en cuanto a la
manera de su manifestación, son parte de la ley positiva o revelada.
La revelación como fuente de la ética cristiana. Ahora se nos trae a la
posición en la que la ética cristiana deberá extraer de la revelación
cristiana lo que será su material inmediato. Puede que admitamos, y de
hecho lo hacemos, que la luz de la conciencia natural provea testimonio
corroborativo en la medida en que su débil luz penetre, pero hemos de
afirmar también que la naturaleza sola no puede proveerle al cristia-
nismo de un sistema de ética o de moralidad más que lo que puede
proveerle de un sistema de doctrinas. Si el dogma trata acerca de Dios y
de la verdad por la cual se logra la salvación, así también la ética trata
con las normas por las cuales se ordena la vida cristiana, y con los
medios por los cuales se le da su debida expresión. Por lo tanto, es lo
moral o lo ético del cristianismo lo que completará la ciencia de la
religión, ya que es solo por medio de una combinación del dogma y de
la ética que el plan de salvación puede revelarse en su perfección. Sin
embargo, el hecho de que haya una mayor unanimidad de pensamiento
en lo que respecta a las normas de moralidad que en lo concerniente al
dogma, puede atribuírsele a la mayor luz que la vida moral recibe de la
razón natural. El dogma, por su lado, es puramente un asunto de
14 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será
llamado grande en el reino de Dios” (Mateo 5:17-19).
Las enseñanzas éticas de los evangelios se centran en la idea del
reino, la entrada al cual será solamente sobre las bases del arrepenti-
miento y la fe. La aceptación del llamado de Dios implica la subordi-
nación de toda las demás lealtades. “No os afanéis, pues, diciendo:
¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? … Mas buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas” (Mateo 6:31, 33). Al Sermón del Monte se le ha llamado la
Carta Magna del reino. En éste la verdadera interioridad de su natura-
leza se nos presenta como una actitud del espíritu: de pensamiento, de
sentimiento y de voluntad, la cual encuentra su máxima expresión en la
palabra y la obra. La descripción que Jesús nos presenta no es la de
ciertos hechos, sino la de cierto tipo de carácter. La verdadera fuente de
la obediencia se encuentra en el amor divino.4 Cuando a Jesús se le
preguntó acerca del más grande mandamiento de la ley, Él replicó:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, …y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos
depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40). Los hijos del
reino deberán ser “prudentes como serpientes, y sencillos como
palomas” (Mateo 10:16); no resistirán “al que es malo” (Mateo 5:39); y
temerán “a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de
echar en el infierno” (Lucas 12:5). Según Jesús, la prueba suprema del
amor es esta, “que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Y
en estrecha conexión con lo anterior está la aplicación práctica de que
“todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su
vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas 9:24).
ción del corazón del pecado para una devoción completa de todo el ser
a Jesucristo. La gracia deberá expresarse primero en la experiencia
cristiana; y de la nueva vida y el nuevo amor que se desprenden de esta
experiencia, se formarán las nuevas normas de la vida diaria. Puede que
la doctrina no siempre resulte en una experiencia, pero si la experiencia
va a ser mantenida, siempre deberá resultar en vivencia cristiana. Toda
doctrina, por lo tanto, no solo tendrá su fase de experiencia, sino
también su expresión ética. Dios es una persona, y el ser humano es una
persona; por lo tanto toda relación entre ambos deberá ser ética. Siendo
que la nota dominante de la perfección cristiana es la de una completa
devoción a Dios, dicha devoción se convertirá en el principio funda-
mental de la ética cristiana. La devoción se ejerce hacia Cristo en su
naturaleza divino-humana y como persona mediadora, y ello tanto
como creador que como redentor. Como creador, su ley está escrita en
la naturaleza y constitución del ser humano, cosa que comúnmente se
conoce como la ley de la conciencia. Como redentor, su entera vida e
historia le provee la satisfacción a la voluntad divina. Por lo tanto, no
puede haber falta de armonía entre la nueva ley de Cristo y la vieja ley
de una conciencia plenamente redimida e iluminada. Pero lo mediador
no podrá ser propiamente entendido a menos que se vea que el dador
supremo de la ley, y el ejemplo perfecto de su presencia, se unen en la
deidad y la humanidad del Dios hombre. A fin de que Cristo le diera a
su pueblo un nuevo mandamiento, y una ley perfecta de libertad por
medio de la cual ese mandamiento pudiera cumplirse, Él mismo recibió
un nuevo mandamiento, y aprendió la obediencia por las cosas que
sufrió. Y al aprender la obediencia, se presentó como el dador perfecto
de la ley y, a su vez, como el ejemplo perfecto de sus propios preceptos.
Aquí encontramos la inescrutable unidad de sus dos naturalezas en un
agente personal que investirá el asunto de la ética cristiana al igual que
inviste la dogmática cristiana. Sin embargo, la obligación moral de
Cristo no podía ser compartida, ya que el misterio de sus sufrimientos
fue doble, por el pecado en nosotros, y por medio de la tentación a lo
imposible del pecado en Él mismo. Por esta razón el apóstol Pablo dijo
que, “al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios
vive” (Romanos 6:10). En esta muerte al pecado Él nos aseguró para
siempre a nosotros, (1) la ley de la libertad por la cual somos librados
del principio del pecado; y (2) la ley del amor como móvil para la
justicia. Aquí, pues, tenemos el cumplimiento del “juramento que hizo
a Abraham nuestro padre, que nos había de conceder que, librados de
26 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
LA ÉTICA PRÁCTICA
La ética práctica es la aplicación de los principios morales en la
regulación de la conducta humana. Habiendo discutido ya esos
principios, ahora consideraremos su aplicación cristiana específica en las
múltiples y complejas situaciones de la vida. Aquí, como en otros
departamentos de la teología, los métodos de clasificación son variados.
Pero, por lo general, el arreglo del tema sigue la doble división de (1)
los deberes para con Dios, y (2) los deberes para con el hombre; o la
triple clasificación de (1) los deberes para con Dios; (2) los deberes para
consigo mismo; y (3) los deberes para con los demás. En cuanto al
orden que aquí hemos adoptado para tratar el tema, diremos que,
siendo que Dios es el fundamento de toda obligación moral, la ética
teísta, naturalmente, viene primero. Estrictamente hablando, toda
obligación deberá ser para con Dios como el gobernador moral, y todo
deber deberá ser, por lo tanto, un deber para con Dios. Aquí hay que
señalar el paralelo de la verdad de la dogmática de que todo pecado se
comete en última instancia contra Dios. Los deberes para consigo
mismo vienen en segundo lugar, por ser esenciales para la formación
del carácter cristiano. Lo obliga así un sistema que sostiene que el árbol
deberá primero ser bueno si su fruto va a ser bueno (Mateo 12:33); y
que, además, no se podrá llevar fruto a menos que el pámpano
permanezca en la vid (Juan 15:4-5). El carácter cristiano se desarrollará
solo en leal relación con lo divino. Por último, está la regulación de la
conducta externa hacia los demás, la cual tiene su fuente en el carácter
del individuo, y de él fluye. En nuestro tratamiento de la ética práctica
hemos, pues, de seguir el siguiente bosquejo: (I) La ética teísta o los
deberes para con Dios; (II) La ética individual o los deberes para
consigo mismo; y (III) la ética social o los deberes para con los demás.
Luego le daremos una breve atención a las instituciones del cristianismo
como parte de la ética social, aunque las mismas sean diferentes en el
sentido de que son específicamente de carácter corporativo más que
individual. En ese contexto mencionaremos (1) el matrimonio, y los
deberes de la familia; y (2) el estado, y los deberes ciudadanos. Esto nos
traerá a la consideración de la iglesia, la cual formará el tema de los
siguientes dos capítulos.
I. La ética teísta o los deberes para con Dios
Las tres virtudes teístas son la fe, la esperanza y la caridad. Estas, sea
que se consideren por sí mismas, por su efectos, o por su crecimiento y
perfección, ocupan el primer lugar en la vida cristiana. De ellas
32 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
dependen todas las demás virtudes. Comparadas con las así llamadas
virtudes cardinales (la prudencia, la justicia, el valor y la templanza), las
virtudes teístas constituyen el fin u objetivo de la vida cristiana, en
tanto que las virtudes cardinales son el medio por el cual esa vida se
adquiere, o las consecuencias que de ella se desprenden. La virtudes
teístas también son superiores en el sentido de que, por medio de ellas,
nos unimos a Dios: a Dios como verdad, por la fe; a Dios como fiel,
por la esperanza; y a Dios como el bien supremo, por el amor. Si se ven
desde el punto de vista ético, podemos analizar estas virtudes como
sigue: (1) La fe es un acto y, a la misma vez, un hábito; un acto porque
es el ser total de uno alcanzando a otro en un ejercicio consciente; y un
hábito porque es el reposar consciente en los méritos de otro. La fe a
veces se distingue del conocimiento en que la fe descansa en la autori-
dad o en el testimonio de otro, mientras que el conocimiento surge de
la percepción de la verdad en el objeto en sí mismo. Los pecados contra
la fe son la infidelidad, la herejía y la apostasía. La infidelidad es no
serle fiel a Dios; la herejía es no serle fiel a la verdad o persistir en el
error; y la apostasía, en su sentido más estricto, es la defección de la
religión. (2) La esperanza es aquella virtud que provee el móvil gracias
al cual confiamos con confianza inquebrantable en la Palabra de Dios, y
anticipamos la obtención de todo lo que Dios nos ha prometido. Al
igual que la fe, la esperanza se puede ver lo mismo como un acto que
como un estado, y en cualquiera de estos casos, el móvil y el objetivo
son los mismos. La esperanza se relaciona con el futuro y, por consi-
guiente, implica expectación, aun cuando no toda expectación se pueda
clasificar como esperanza. Solo pueden esperarse aquellos objetos que
son deseables. Los pecados contra la esperanza pueden ser de dos clases:
o desesperanza y difidencia por un lado, o presunción y falsa confianza
por el otro. La desesperanza es el abandono de toda esperanza de
salvación. La difidencia consiste en esperar sin la debida confianza. La
presunción es aprovecharse de la bondad de Dios para cometer pecado,
mientras que la falsa confianza es esperar de manera desordenada. (3)
La caridad o el amor divino es la virtud por la cual nos damos total-
mente a Dios como el bien soberano. Es una virtud infundida divina-
mente, cuyo motivo es la bondad de Dios, y cuyo objeto es tanto Dios
como nuestro prójimo. La caridad, considerada como una virtud ética
en su sentido más amplio, significa complacencia en lo que es bueno.
En un sentido más estricto, es aquel afecto que desea el bien, o que
ansía lo que es bueno para la otra persona. Si deseamos el bien para el
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 33
pasaje de 1 Juan 5:16, el cual nos sirve de guía para cierta oración de
intercesión. En este pasaje, el apóstol Juan sustituye aitesei por epotese
en lo que toca a no pedir por el pecado de muerte: “Hay pecado de
muerte, por el cual yo no digo que se pida”. Hemos de pedir confia-
damente por cualquier otro pecado, pero en cuanto a este pecado,
hemos de dejarle la epotan a Cristo. La oración intercesora no tiene un
término que exprese nuestra idea precisa de ella. Se nos exhorta
generalmente a la “súplica por todos los santos” [Efesios 6:18], y “por
todos los hombres” [1 Timoteo 2:1], siguiendo así el ejemplo de
intercesión del Señor. En lo referente a la exhortación de oración a
Timoteo [1 Timoteo 2:1], el apóstol Pablo emplea, entre otros, el
vocablo enteuxeis, peticiones, el cual significa oraciones conocidas y
confiadas, por provenir del vocablo entunjanein, que significa literal-
mente encontrarse con alguien y comenzar a hablar sobre temas que les
son familiares a ambos. También se nos manda a interceder, o a hablar
confiadamente con Dios a favor de otros, en la fuerza de la intercesión
de Cristo, con la excepción de la limitación mencionada arriba. La
oración intercesora deberá armonizar con todas nuestras súplicas”
(Compendium of Christian Theology [Compendio de teología cristiana],
III:228-229).
El deber general de la oración se divide por lo regular como sigue:
(1) La oración repentina, (2) la oración privada, (3) la oración familiar
o social, y (4) la oración pública.
1. La oración repentina17 es el término que se aplica a “esos anhelos
secretos y frecuentes del corazón con Dios por bendiciones generales o
particulares, los cuales pueden ser expresados mientras estamos
ocupados en los asuntos cotidianos de la vida, gracias al sentido de
nuestra dependencia habitual en Dios, y al de nuestras carencias y
peligros” (Samuel Wakefield). Denota una actitud devocional de la
mente y del corazón, con la cual se mantiene un constante espíritu de
oración. Incluye todas esas expresiones repentinas de oración y alabanza
que fluyen de corazones que han sido cultivados para estar “siempre
gozos”, y orar “sin cesar”, y dar “gracias en todo” (1 Tesalonicenses
5:16-18). Esta forma de oración, aunque fue considerada por los padres
de la iglesia como marca distintiva de genuina piedad, es un hábito que
necesita protegerse de toda formalidad que dé la impresión de irreve-
rencia.
2. La oración privada la encarece expresamente nuestro Señor con
estas palabras: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la
36 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
suprema. Los énfasis diversos sobre las diferentes fases del amor
encontrados en este mandamiento dan lugar a las anomalías de la
experiencia cristiana que tan frecuentemente se observan en la iglesia.
Están los que su bondad es incuestionable, pero quienes, aún así, son
indebidamente estrechos en el alcance de su visión. Están los de
brillantes capacidades intelectuales, pero que casi carecen de profundi-
dad de emociones; y están los que son tanto buenos como inspiradores,
pero que nunca han pensado detenidamente las doctrinas que tanto
aman.
1. El desarrollo del intelecto es esencial para una vida cristiana útil.
El deseo de conocer es humano y lo ha dado Dios, y la experiencia
cristiana lo intensifica.21 La ignorancia no es parte de la santidad.
Notemos que, (1) Cristo es la verdad, y que por tanto los seguidores de
Cristo serán “discípulos” o estudiantes. El que no ama la verdad, sea
esta científica, filosófica o cultural en naturaleza, no apreciará lo
suficientemente las obras maravillosas de Dios que han sido creadas por
medio de Cristo, el Logos eterno. El que no tiene un deseo ardiente por
la verdad espiritual, deberá también cuestionar seriamente todo reclamo
del don del Consolador prometido, el cual se indica claramente que es
el Espíritu de verdad. (2) Es el intelecto o el entendimiento lo que le da
visión al alma. Por tanto, solo podrá haber un enriquecimiento de la
naturaleza afectiva, y una profundización de la vida espiritual, cuando
los horizontes intelectuales sean ampliados, y se penetre espiritualmente
en la verdad. Claro está que, en su relación más inmediata con la vida
espiritual, esta gracia es administrada por la verdad en respuesta a la fe,
y se efectúa por el Espíritu.22 (3) Con frecuencia, los discernimientos
del corazón también son comunicados a la mente. T. K. Doty señala
que “la doctrina de la santidad, que antes era una jerga, ahora se ha
vuelto más razonable y clara, debido a que los procesos de la razón se
llevan a cabo desde el punto de vista del impulso de otra experiencia.
De igual manera, las prácticas semimundanas, sujetadas a un poco de
instrucción, y a menudo sin ella, se vuelven detestables y son descarta-
das. También es cierto que la mente, anteriormente mal dirigida por los
afectos pecaminosos, ahora en ocasiones es impedida por los afectos
purificados, ya que estos últimos se inclinan hacia las cosas que se
supone sean propias y justas. Suposiciones como estas previenen
mediblemente la libertad de investigación” (T. K. Doty, Lessons in
Holiness [Lecciones en la santidad], 86). (4) La amplitud de entendi-
miento también produce estabilidad de carácter. Las indecisiones y la
44 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
individuo, pues, cultivar las más altas normas de vida ética, y observar
conscientemente toda regla de obligación moral. (2) La disciplina de la
voluntad se efectúa solo por medio de escogimientos controlados.27 El
ser humano aprende a hacer haciendo, y adquiere destrezas solo por la
constante acción. El deber, de primera intención, costará la negación de
sí mismo, y será determinado únicamente por medio del conflicto
severo. Deberá haber esfuerzo vigoroso y vigilancia perpetua. Sin
embargo, con cada deber cumplido, se adquirirá una nueva fortaleza en
virtud de la ley del hábito, y la senda del deber se volverá más fácil y
brillante.28 Es como la senda de los justos, que “va en aumento hasta
que el día es perfecto” (Proverbios 4:18). La esfera de la disciplina, sea
la de uno o la de los demás, es extremadamente importante. Sin ella
nunca podrá desarrollarse esa fortaleza de propósito y firmeza de
carácter que conviene a los verdaderos soldados de la cruz. Demasiadas
veces, por razón de un amor mal encausado, a los jóvenes se les protege
de la responsabilidad de tomar sus propias decisiones, lo cual los hace
sufrir de falta de desarrollo. Ello se manifiesta no solo en la falta de
disciplina propia, sino en el fracaso de apreciar las obligaciones justas
que les deben a los demás. Esta es la razón por la que se nos exhorte a
no menospreciar la disciplina del Señor, ni a desfallecer cuando Él nos
reprenda, “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que
recibe por hijo. … Es verdad que ninguna disciplina al presente parece
ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de
justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:6, 11).
4. El ser humano posee también una naturaleza estética, la cual
requiere cultivo. Las varias fases de la personalidad, como lo es el
intelecto, la sensibilidad y la voluntad, no solo deberán dársele aten-
ción, sino que el carácter cristiano demandará que las mismas sean
desarrolladas en proporción tal que resulten en una personalidad
balanceada, armoniosa y bien integrada. Fue por esto que el salmista
oró diciendo: “Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu
verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre” (Salmos 86:11).
El mundo no solo tiene un aspecto al cual llamamos verdad, pero
también tiene uno al cual llamamos belleza (cf. tomo I). Dios se revela
por medio de este último como lo hace por medio del primero. “Poder
y gloria” hay en su santuario, y se nos manda a que adoremos a Jehová
“en la hermosura de la santidad” (Salmos 96:6, 9). Lo bello y lo
sublime, ya sea en la naturaleza o en las obras de arte, están designados
por Dios para elevar y ennoblecer el alma. Por tanto, la insensibilidad
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 47
divino al hacer sus votos de fidelidad mutua ante Dios; y (4) a partir del
hecho adicional de que su existencia con anterioridad al origen de la
sociedad civil en su sentido más amplio, lo prueba como institución
divina. Siendo que la esencia del contrato matrimonial consiste en los
votos mutuos tomados ante los ojos de Dios y en presencia de testigos,
no deberá asumirse ligeramente, “sino reverente y discretamente, y en el
temor de Dios”. La ceremonia deberá ser administrada por un ministro
de Cristo, puesto que solo él o ella están autorizados para representar la
ley de Dios, y para recibir y hacer el registro de los votos hechos en la
presencia divina. Por haber sido Dios quien instituyó el matrimonio en
el principio, es claramente el deber de las personas en general vivir en el
estado del matrimonio. Aún así, habría base para la excepción en casos
particulares.40
2. El matrimonio también es un contrato civil. Esto surge de su
conexión con la sociedad civil en los siguientes o similares casos. (1) Un
estado cristiano reconoce el matrimonio como un asunto de moral
pública, y fuente de paz y fortaleza civiles. La paz de la sociedad es
promovida de manera especial por la separación de un hombre y una
mujer el uno para el otro, y la ley civil los protege en sus derechos y
obligaciones mutuos. (2) El matrimonio distribuye la sociedad en
familias, y así la ley lo reconoce, pues, en considerable medida, hace
responsable al que es cabeza de la familia de la conducta de los que
están bajo su influencia. (3) También hay derechos de propiedad
ligados al matrimonio y a sus términos, los cuales el estado deberá
asegurar. (4) El estado, por consentimiento moral común, tiene la
prerrogativa de determinar los matrimonios que son legales, de requerir
la publicación del contrato, y de prescribir los varios reglamentos que le
conciernan. Es evidente, por las razones anteriores, que el matrimonio
no puede dejársele enteramente a la religión, lo que excluiría el
reconocimiento y el control del estado. Pero tampoco puede dejársele
enteramente al estado. El matrimonio es un acto solemne, y los votos
son hechos ante Dios, siendo que, cuando el rito es debidamente
entendido, las partes acuerdan regirse por todas las leyes con las que Él
protege esta institución.
3. El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. Por tanto,
no solo se opone a la poligamia, sino a toda otra forma de promiscui-
dad. El que la forma cristiana de matrimonio sea monógama tiene
como base las siguientes consideraciones: (1) Que Dios constituyó el
matrimonio en el principio como la unión de un hombre con una
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 57
mujer (Génesis 2:18, 21-24). (2) Que los fines principales del matri-
monio son protegidos mejor por la monogamia, como es el afecto
mutuo, los intereses mutuos en los hijos, y la provisión de su debida
instrucción. (3) Que cualquiera otra forma de matrimonio divide los
afectos de los padres, y reduce a las mujeres, que son esposas y compa-
ñeras, a esclavas y siervas. Pero la más alta autoridad que la iglesia tiene
para su creencia en el matrimonio monógamo se encuentra en las
palabras confirmatorias de nuestro Señor mismo, cuando dijo, “¿No
habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y
dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y
los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola
carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo
19:4-6).
4. El matrimonio es una institución permanente, y solo puede ser
disuelta naturalmente por la muerte de una de las partes. No obstante,
hay métodos no naturales por medio de los cuales esta relación puede
ser rota. (1) Puede ser disuelta por el adulterio. La enseñanza de Cristo
en este punto es específica: “Pero yo os digo que el que repudia a su
mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que
se casa con la repudiada, comete adulterio” (Mateo 5:32). (2) El
protestantismo, por lo regular, ha interpretado generalmente que el
apóstol Pablo enseña que la deserción intencional también disuelve el
vínculo matrimonial. Dice el Apóstol: “Pero si el incrédulo se separa,
sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en
semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios” (1 Corintios 7:15). D.
S. Gregory señala, sin embargo, que “Es probable, por la tenacidad con
que la Biblia se adhiere en otras partes al adulterio como la base propia
para el divorcio, que la deserción justifica el divorcio solo si implica
adulterio, siendo que las dos sin duda se daban juntas en esa licenciosa
época” (D. S. Gregory, Christian Ethics, 273). Parece claro, entonces,
que el evangelio no permite el divorcio excepto por la sola causa del
adulterio.41 En cuanto a las consideraciones positivas en favor de la
permanencia del matrimonio, podemos notar lo siguiente: (1) Deberá
ser permanente a fin de lograr las metas morales y espirituales de los
individuos que entran en dicho pacto. (2) Se demanda la permanencia
a fin de que se establezcan relaciones atrayentes e influyentes entre los
hijos reconocidos y sus padres, de donde deberán resultar los más puros
y encantadores afectos. (3) Es necesaria, además, para la debida
instrucción de los hijos en la obediencia y en las virtudes dentro del
58 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
Los deberes de los amos y los siervos. Los términos amo y siervo se
aplican, en su más amplio sentido, a las varias formas de trabajo
voluntario desempeñado en respuesta a cierta consideración. En el
Antiguo Testamento, los siervos asalariados eran considerados parte de
la familia; y en el tiempo cuando el apóstol Pablo escribía, la esclavitud
existía en el imperio romano. Esto explica su alusión al esclavo y al libre.
Los términos patrón y empleados, como se emplean en los tiempos
modernos, expresan la misma idea bíblica. Dada las diversas formas de
labor especializada, y el crecimiento de grandes corporaciones capitalis-
tas, esta relación se ha vuelto extremadamente compleja y difícil en los
tiempos modernos. Para nuestros fines, sin embargo, es suficiente
mencionar los principios subyacentes dados en la Biblia, los cuales, si se
observan debidamente, sin duda contribuirán de manera considerable a
la solución de algunos de los problemas más agudos del tiempo
presente. A los siervos o empleados, el apóstol Pablo les da las siguientes
instrucciones: “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor
y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no
sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino
como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios;
sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres,
sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea
siervo o libre” (Efesios 6:5-8). El cristianismo, pues, considera el más
humilde servicio como digno de recompensa, si se desempeña con
alegría y fielmente, como para el Señor. A los amos o empleadores, les
dice, “Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amena-
zas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que
para él no hay acepción de personas” (Efesios 6:9). Aquí se hace
imperativo el deber de ejercer el control en el espíritu de bondad
fraternal. El espíritu cristiano prohíbe la rudeza o la crueldad, sean
brutales o refinadas, y toda medida tiránica o demanda injusta, y toda
amenaza o represalia. Por el contrario, demanda que a los empleados se
les den sus justos derechos y prerrogativas, un ambiente adecuado y
saludable como condiciones de trabajo, y salarios justos, en proporción
a las destrezas del obrero y al costo de vida.
II. El estado o gobierno civil
El designio principal del estado es proveerle al ser humano una
esfera más amplia de actividad social. Siendo que la naturaleza moral
del ser humano se encuentra en desorden, su desarrollo no regulado
deberá necesariamente llevar a la interferencia injusta con los derechos
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 65
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Ha de ser evidente que la vida exterior o ética del cristiano deriva su carácter de la calidad
de la vida interior o espiritual. Por lo tanto, la vida de santidad es sencillamente la expre-
sión de un corazón santo. Lo que es esta santidad, el Superintendente General Orval J.
Nease lo describe como sigue: “El término santidad, cuando se emplea como refiriéndose
a la experiencia del creyente, por necesidad implica el acto, lo cual es la santificación, y el
Agente, el cual es el Espíritu Santo. Por tanto, empleamos el término santidad en su uso
práctico como un término todo inclusivo, para denotar el acto cumplido de la gracia
divina. La santidad es limpieza. Es esa voluntad del Padre, esa provisión del Hijo, y ese
acto del Espíritu Santo por el cual el corazón del creyente, es decir, sus móviles, sus afec-
tos, su voluntad, su naturaleza entera, son limpiados de la contaminación y de la tendencia
a pecar. La santidad es armonía. La armonía interior completa no es alcanzada en la
regeneración. La Biblia y la experiencia están de acuerdo en que el corazón no santificado
es un corazón dividido, un doble corazón. La derrota exterior es ocasionada por la falta de
armonía interior. La santificación libera el alma del enemigo de adentro, mientras que
alinea las fuerzas de la naturaleza moral contra el enemigo de afuera. La santidad es aban-
dono. Los padres de la iglesia se referían al acto de la cooperación humana en la santifica-
ción como ‘la crucifixión del yo’, como ‘la consagración de lecho de muerte’. Lo que
querían decir con esto era darse la totalidad de la vida de uno al plan y a la autoridad de la
Deidad. La persona santificada es la que se da a Dios de esa manera. Cada lazo, cada
influencia, cada reserva que vaya a desviar a uno de la completa e irrestricta participación
de la comunión con Dios, y en su servicio, serán cortados. La santidad es poder. El poder
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 67
el principio y el amor es el fin” de la vida cristiana. Entre las más importantes de sus
máximas están estas: “Que haya una oración en común, una súplica, una esperanza, en el
amor y en el gozo intachables”; “Huye de las divisiones como el principio de todo mal”;
“Que todo sea hecho para la honra de Dios”. Policarpo, en su Epístola a los Filipenses,
apela a las palabras de Jesús como sancionadoras. La fe, la esperanza y el amor eran lo
esencial de la vida cristiana. Consideraba la herejía como el deseo de vivir de otra manera
que no fuera de acuerdo con la verdadera fe. Advertía especialmente en contra de la codi-
cia, siendo “el amor al dinero el principio de todo problema”. La Didaké y la Epístola de
Bernabé tenían algunas semejanzas. Al cristianismo se le consideraba como un nuevo
pacto que traía a Dios y al hombre a la comunión religiosa. El Pastor de Hermas hacía
hincapié en la lucha que se requiere para mantener los estándares cristianos, por lo cual era
necesario depender de la misericordia y la gracia divinas. Pero fue a la alegría a la que se le
dio énfasis especial. “Alejad de vosotros la tristeza”; “Vestíos de alegría, la cual siempre
tiene el favor de Dios, le es aceptable a Él, y en ella Él se regocija”; “Porque toda persona
alegre obra el bien, y piensa el bien, y desprecia la tristeza; pero la persona triste siempre
continúa en pecado”. La Epístola de Diogneto realza el principio espiritual que anima a
los cristianos y les impide ser absorbidos por las cosas del mundo. Dios es la fuente del
ideal cristiano: “Al amarlo, serás un imitador de su bondad”.
6. I. A. Dorner señala que los montanistas aceptaban el súbito prorrumpir del entusiasmo
individual como el verdadero medio por el cual el Espíritu Santo se comunicaba con la
congregación, por lo cual demandaban la absoluta obediencia a los dictados de la profecía
extática como la condición para la comunión entre el Espíritu y el individuo. Los nova-
cianos, por el otro lado, encontraron el verdadero vehículo de comunión espiritual en la
iglesia en sí misma, considerada en su totalidad como una organización del sacerdocio
universal bajo las formas del presbiterio, por lo cual, como consecuencia, la iglesia era
rigurosa en lo tocante a la admisión de miembros.
7. Cuando la Reforma asumió su posición final sobre la Biblia, no solo escapó de los grandes
errores de la Edad Media, sino que también tuvo éxito en establecer los verdaderos princi-
pios de la ética cristiana. Con las nuevas doctrinas de la fe, y de la justificación por la fe,
las ideas éticas fundamentales del deber, la virtud y el bien supremo fueron, por así decir-
lo, derretidas y fundidas de nuevo. Apareció así una nueva ética, la cual llevó las marcas
características del desarrollo doble del principio protestante o evangélico: la Iglesia Lute-
rana, con su talento para la representación plástica, el arte, la himnología y la ciencia; y la
Iglesia Reformada con su talento para la acción práctica, la disciplina, las misiones y los
asuntos de estado. Ni Lutero, ni Calvino, escribieron sobre ética, en el sentido propio de
la palabra, pero ambos trataron ocasionalmente varios de los temas de la ética, especial-
mente en la forma de exposiciones acerca del decálogo en el catecismo. El catecismo es, de
hecho, la forma primitiva de la ética evangélica. Así como el dogma evangélico surgió de la
regula fidei y del symbolum apostólico, así la ética evangélica se derivó del decálogo (I. A.
Dorner, art. “Ethics”, Schaff-Herzog, Encyclopedia of Religious Knowledge).
8. Acerca de la verdadera idea de la libertad espiritual. Sobre este tópico, Thomas C.
Upham nos ofrece la siguiente excelente discusión en la obra titulada, The Principles of the
Interior Life. La presentaremos en una forma considerablemente abreviada. Dice así:
“Muchas personas probablemente han llegado a observar que existe una forma o modifi-
cación de la experiencia religiosa denominada ‘libertad’. Por consiguiente, en el lenguaje
religioso común, no es poco frecuente el caso de que oigamos de personas que están ‘en la
libertad’ o en ‘la verdadera libertad’. Estas expresiones indican sin duda una verdad reli-
giosa importante, la cual no ha escapado del todo a la atención de los que escriben sobre la
vida religiosa. La explicación que ofrece Francisco de Sales sobre ‘la libertad del espíritu’ es
la que ‘consiste en mantener el corazón totalmente desligado de toda cosa creada, a fin de
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 69
disgusta su desempeño religioso, o cualquier otro desempeño, aun cuando sepamos que
está haciendo lo mejor que puede. Podemos añadir debidamente aquí que, el que encuen-
tra faltas, especialmente el que se da al hábito confirmado de encontrar faltas, no es al-
guien de espíritu libre. De igual manera, los que frecuentemente se quejan del ministro, de
los hermanos de la iglesia, del tiempo y de la manera de las ordenanzas, y de muchas otras
personas y cosas, encontrarán, al examinarse cuidadosamente, que están demasiado llenos
de sí mismos, demasiado fuertemente movidos por sus criterios e intereses personales, para
conocer la verdadera y plena importancia de esa ennoblecedora libertad que el Salvador da
a los que son verdaderamente sus santificados.
“(6) La persona que se molesta y que es impaciente cuando los sucesos se dan de ma-
nera diferente a lo que esperaba o anticipaba, no disfruta de la verdadera libertad espiri-
tual. De acuerdo con la gran idea de la soberanía perfecta de Dios, la persona de espíritu
religioso libre considera todos los eventos que tienen lugar, con la excepción del pecado,
como expresión, bajo las circunstancias existentes, de la voluntad de Dios. Y su unión con
la voluntad divina es tal que hay una aquiescencia inmediata en el evento, cualquiera sea
su naturaleza, sin importar cuanta aflicción personal conlleve. Su mente ha adquirido, por
así decirlo, una flexibilidad divina, en virtud de la cual se acomoda, con sorprendente
facilidad y presteza, a todos los desarrollos de la providencia, sean prósperos o adversos.
“(7) Aquellos que disfrutan de verdadera libertad son pacientes ante las tentaciones
interiores, y en toda prueba mental interior. Pueden bendecir la mano que los hiere inter-
na como externamente. Sabiendo que todo buen ejercicio viene del Espíritu Santo, no
están dispuestos a prescribirle a Dios cuál ha de ser la naturaleza particular de esos ejerci-
cios. Si Dios considera conveniente probar y fortalecer su espíritu de sumisión y paciencia
trayéndolos a un estado de gran pesadez y tristeza, bien por sujetarlos a tentaciones severas
del adversario de las almas, o por poner sobre ellos la carga de un profundo dolor por un
mundo impenitente, o por cualquiera otra manera, sienten que todo es justo y está bien.
Ruegan por el pan de cada día, sea el espiritual o el temporal; y con alegría reciben lo que
Dios considera conveniente enviarles.
“(8) La persona que disfruta de la verdadera libertad de espíritu es la más deliberada y
cautelosa en hacer lo que más desea hacer. Esto surge del hecho de que teme en demasía
estar fuera de la línea de la voluntad y el orden de Dios. Desconfía, y examina estrecha-
mente, todos los fuertes deseos y sentimientos en general, especialmente si agitan su mente
y la dejan de alguna manera incontrolable; no principal ni simplemente porque los senti-
mientos sean fuertes; esa no es la razón; sino porque hay razón para temer, por el simple
hecho de su fuerza y tendencia agitadora, que algo del fuego de la naturaleza, el cual la
verdadera santificación apaga y destruye, se ha mezclado con la santa y apacible llama del
amor divino.
“(9) A la persona que está en la verdadera libertad de espíritu, la oposición no la alte-
rara fácilmente. El poder de la gracia le da fortaleza interior, siendo la naturaleza de la
verdadera libertad ser deliberado. Así pues, cuando sus criterios son disputados, no se
apresura a responder. No es indiferente, pero responde calmada y consideradamente.
Tiene confianza en la verdad, porque tiene confianza en Dios.
“(10) La persona de espíritu verdaderamente liberado, aunque siempre está lista a
cumplir su deber, espera pacientemente hasta el tiempo propicio para la acción. No
prefiere un tiempo que no sea el indicado por la providencia de Dios. El Salvador mismo
no pudo actuar hasta que su ‘hora no hubo llegado’… Una mente esclavizada, aunque esté
en parte religiosamente dispuesta, con frecuencia adoptará un curso de acción precipitado
y no deliberado, lo cual no es consistente con amar humildemente el orden divino. Una
persona así piensa que la libertad consiste en hacer las cosas a su manera, mientras que la
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 71
verdadera libertad consiste en hacer las cosas de la manera correcta; y la manera correcta es
la manera de Dios.
“(11) El poseedor de la verdadera libertad religiosa, cuando ha cumplido su deber de
manera sumisa y consciente, no se perturba por una ansiedad indebida relacionada con los
resultados. Puede pensarse como una máxima que aquel que afirma que ha dejado todas
las cosas en las manos de Dios, pero a la vez demuestra perturbación y agitación de espí-
ritu en lo que toca a los resultados de esas cosas (con la excepción de aquellos movimientos
agitados que sean puramente instintivos), demuestra abundante evidencia, por el hecho de
esta agitación de espíritu, que no ha hecho realmente la entera rendición que profesa haber
hecho. Los alegados hechos se contradicen uno al otro, y los dos no pueden existir a la
misma vez.
“(12) Finalmente, en vista de lo que se ha dicho, y a manera de resumen, podemos
destacar que la verdadera libertad de espíritu se encuentra en aquellos, y solo en aquellos
que, en el idioma de De Sales, ‘mantienen el corazón totalmente desligado de toda cosa
creada, a fin de poder seguir la voluntad conocida de Dios’. En otras palabras, se encuen-
tra en aquellos que pueden decir con el apóstol Pablo, que están muertos, y que su vida
‘está escondida con Cristo en Dios’. El móvil que gobierna en el pecho de la persona de
espíritu religioso libre es que puede, en todo caso y en toda ocasión, hacer la voluntad de
Dios. En esa voluntad su vida ‘está escondida’. La supremacía de la voluntad divina, en
otras palabras, el reino de Dios en el corazón, tiene por necesidad una operación directa y
poderosa sobre los apetitos, las propensiones, y las afecciones, manteniéndolas, cada una y
todas, en su debido lugar. Otra cosa que se puede decir afirmativa y positivamente es que
aquellos que son espiritualmente libres son guiados por el Espíritu de Dios. Una persona
que sea realmente guiada por sus apetitos, sus propensiones, o aún sus afectos, su amor por
la patria, o por cualquiera otra cosa que no sea el Espíritu de Dios, no podrá decir que es
guiada por ese espíritu divino. El Espíritu de Dios, si gobierna en el corazón, no tolerará la
presencia de ningún rival, de ningún competidor; es decir, que en todos los casos de
acción voluntaria, no hará nada bajo el impulso ni la guía de solo el placer natural o el
escogimiento natural. Su libertad consiste en ser libre del yo; en ser librado del dominio
del mundo; en descansar quieta y sumisamente en las manos de Dios; en abandonarse,
como el barro en las manos del alfarero, para ser moldeado y formado por la voluntad
divina. … La libertad espiritual implica, con el hecho de la entera sumisión a Dios, la gran
y preciosa realidad de la emancipación interior. El que es espiritualmente libre es libre en
Dios. Y puede, quizá, decir que es libre en el mismo sentido en que Dios lo es, el cual es
libre de hacer todo rectamente, y nada equivocadamente.
“Esto es verdadera libertad. Esta es la libertad con la que Cristo hace libre. Esta es la
emancipación que inspira los cánticos angelicales, una libertad que la tierra no puede
comprar, ni el infierno puede encadenar” (56-62).
9. Así como la ciencia significa conocimiento, así la conciencia etimológicamente significa
conocimiento de uno mismo. En el ser moral, la conciencia es la reina de todo impulso
interior de acción, y la voluntad es su súbdito; y así como toda función legislativa, y toda
autoridad judicial delegada, emana del soberano, así también la conciencia es, objetiva-
mente, la ley no escrita del corazón, fundada en esos principios eternos de lo recto y lo
equitativo y lo verdadero, los cuales son como rayos provenientes del trono de Dios; y,
subjetivamente, pasa juicio sobre los pensamientos del corazón y las acciones del cuerpo.
Si se obedece la conciencia, ella aprueba, y por lo tanto es pura; pero si no se honra y su
voz es ignorada, tal deslealtad puede solo acumular materiales para el remordimiento. Este
principio autoritativo de la mente y el alma del ser humano puede tener solo como refe-
rencia el don original de la vida moral y espiritual del alma del hombre. “A semejanza de
Dios lo hizo” [Génesis 5:1], y así como la consciencia mental es nuestra evidencia de la
72 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
con asuntos morales. Curtis también señala que en la conciencia propiamente hablando
hay tres rasgos: la distinción moral, la obligación moral y el acuerdo moral. Con distinción
moral se quiere decir el conocimiento intuitivo de que existe lo bueno y lo malo. La
obligación moral le sigue inmediatamente, ya que tan pronto como se hace esta distinción,
lo bueno dice, “Debes hacerlo”. Cuando se analiza este sentido de obligación se encontrará
que contiene tres momentos: la obligación de alianza, la obligación de escudriñamiento, y
la obligación de acción. El acuerdo moral viene tras una volición personal bajo el sentido
de obligación. Si la volición de la persona va en contra de su obligación, tendrá aflicción
de espíritu; si ha cumplido con su obligación, tendrá un rayo de contenido moral (Orlin
A. Curtis, The Christian Faith, 31-33).
12. William Whewell, en Elements of Morality, ofrece las siguientes dos reglas como
indispensable para la acción saludable de la conciencia. (1) Nunca deberemos tomar
acción alguna de contenido moral, y mucho menos embarcarnos en curso alguno de
acción, sin primero obtener un claro pronunciamiento de la conciencia que afirme o
derogue la legitimidad moral de tal acción. No deberemos permitirnos actuar por una
simple y probable opinión, ni dudar respecto a lo bueno o lo malo de la acción. “Pero el
que duda sobre lo que come, es condenado” (Romanos 14:23). (2) Es una regla absoluta,
de observancia universal, que nunca actuemos contrario a los dictados de nuestra concien-
cia, aun si estuvieran torcidos por el error o el prejuicio. El tono moral de toda acción
depende de su estrecha dependencia de la regla interior; y la moralidad del agente man-
tiene una proporción relativa con respecto a la decisión de la conciencia, y una determina-
ción honesta de seguirla hasta su legítima conclusión. Actuar contrario a la conciencia será
siempre malo, sin importar el bien o el mal abstracto de la acción, ya sea que el mal pueda
corregirse o no. Esto es así debido a que la cultura moral es el deber permanente de la
persona; nuestra posición en el día de hoy no deberá tomarse como un punto fijo, sino
como un estado de transición hacia algo mejor. La ley de la mente deberá siempre traerse
de manera gradual a una conformidad mayor con la ley de Dios, la cual es absolutamente
“santa y justa y buena”, y que “convierte el alma” [Salmos 19:7], en la proporción en que
busca asimilar su enseñanza. La conciencia nunca será formada, sino que siempre estará en
camino de formación. Por lo tanto, aunque por el presente erremos por seguir la guía de
una conciencia errada, es mejor errar por un momento en esta dirección, que ser desleal a
la regla interior, lo cual solo debilitará el que ella nos advierta de nuestras acciones cuando
la conciencia se vuelva más completamente informada por la regla suprema. No ejercitar la
conciencia será siempre inmoral. Aquel, pues, cuya conciencia sea nublada por el error,
deberá vivir con la consecuencia de tal error, pero no pecará por sencillamente haber
seguido su conciencia. Sin embargo, aquel cuya conciencia tiene la dirección equivocada,
la cual podría ajustarse con las debidas angustias y consideraciones de la verdad, peca
cuando actúa de acuerdo a sus dictados” (275).
13. La reverencia es el deber y la gracia supremos y eternos del espíritu creado. Es tanto la
fuente como el fin de toda piedad. Los siguientes tres pasajes, el de Salmos 111:9, “santo y
temible es su nombre”, el de Mateo 6:9, “santificado sea tu nombre”, y el de 1 Pedro 3:15,
“santificad a Dios el Señor en vuestros corazones”, cuando se combinan, nos enseñan,
primero, lo temible que es Dios en sí mismo, luego, que la venida de su reino es el reco-
nocimiento universal de su majestad, y finalmente, que esta reverencia deberá ser el sen-
timiento más íntimo de nuestros corazones individuales. La reverencia es el temor atem-
perado por el amor. En el Antiguo Testamento predominaba el temor, y en el Nuevo
Testamento, el amor; sin embargo, el sentimiento de reverencia llena toda religión en la
tierra y en el cielo. Ya sea como aprensión sagrada o como temor amoroso, es un senti-
miento que siempre está presente. Como ánimo forjado por la religión, la reverencia es
universal en su influencia. Es ese sentido habitual de la presencia de Dios lo que le da
74 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
dignidad a la vida, y lo cual hace venerable el carácter del que lo cultiva. Se extiende a
todas las cosas divinas así como al nombre mismo de Dios: a su Palabra, a sus ordenanzas,
a su templo creado del mundo, y a todo lo que le pertenece. En su presencia, más particu-
larmente, es temor reverente (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology,
III:225-226).
14. La superstición no es un exceso de religión, por lo menos en el sentido ordinario de la
palabra exceso, como si alguien pudiera tener demasiado de la verdadera religión, sino la
guía equivocada de un sentimiento religioso cualquiera, que se manifieste lo mismo en
demostrar veneración o consideración religiosa a objetos que no la merecen, es decir, en la
adoración de dioses falsos propiamente hablando, o, en la asignación de tal grado, o de tal
clase de veneración religiosa a cualquier objeto, el cual objeto, aunque digno de alguna
reverencia, no lo merece; o en la adoración del Dios verdadero por medio de instrumentos
rituales o ceremoniales impropios. … La superstición puede surgir de un sentido de culpa,
de una indisposición del cuerpo, o de un razonamiento erróneo (Richard Whately).
La impiedad es ateísmo práctico, o vivir como si no hubiera Dios. Cuando la misma
está acompañada de un conocimiento y un reconocimiento de la existencia y los reclamos
de Dios, es el último y el peor de todos los vicios, por dirigir intencionalmente el golpe
mortal al ser más elevado del ser humano y su misión. La perversión de la cultura religiosa,
tal y como se manifiesta en la conducta, es quizá más ofensiva que lo que se percibe. La
hipocresía encubre la ausencia de la verdadera reverencia a Dios al jugar un papel y vestirse
de todo el despliegue de piedad exterior. El fingimiento de piedad es la hipocresía exhibida
en lenguaje y tono. La intolerancia es la manifestación de una parcialidad irracional y ciega
por particulares credos o personas. El fanatismo añade a la parcialidad ciega de la intole-
rancia un odio igualmente ciego por los que se oponen, y una pretensión de inspiración.
Todos estos son vicios religiosos del más insidioso y peligroso carácter; la hipocresía y el
fingimiento destronan la verdad y hacen de la persona una mentira viviente; la intoleran-
cia y el fanatismo destronan a la razón y al principio moral, y entregan a la persona al
prejuicio y a la pasión (D. S. Gregory, Christian Ethics, 210).
15. Luther Lee señala que “el deber de la oración tiene su fundamento en la razón, y puede ser
visto como adecuado para nuestra relación con Dios, así como maravillosamente adaptado
a las otras partes de la economía del evangelio de salvación, y propio para promover la
piedad y la devoción”. Lee llama la atención a los siguientes puntos. (1) La oración es
adecuada a la relación que sostenemos con Dios. Dios es el autor de todo ser, y la fuente
de toda felicidad, siendo nosotros sus criaturas, y recibiendo de Él todo el bien que goza-
mos. (2) La oración, por su mismísimo ejercicio, se adapta admirablemente para la pre-
servación del conocimiento del verdadero Dios, y para guardar la mente errática del
hombre de que no corra a la idolatría. Ya se ha visto que la oración implica una aprehen-
sión de la presencia universal de Dios, y de su poder que opera en todo lugar. Orar es traer
a Dios directamente ante la mente, en todo lo infinito de sus atributos, en la medida en
que la mente humana pueda captar la idea del Dios infinito. (3) El ejercicio de la oración
deberá promover un sentido de nuestra dependencia en Dios, algo que es del todo impor-
tante mantener plenamente presente en la mente. Se ha visto que la oración implica este
sentido de dependencia, y que sin él, no hay verdadera oración. (4) La oración, si descansa
sobre el principio que hemos adelantado arriba, deberá tender a promover la devoción.
Producirá tal resultado como un simple hábito mental, permitiendo desempeñarlo con
honestidad de intención. La devoción al mundo, y el ocupar constantemente la mente con
cuestiones mundanas, incrementará la mentalidad mundanal; pero, cuando lo intentemos,
el hábito constante de abstraer la mente de las cosas del mundo, y de hacer el esfuerzo de
concentrar los pensamientos y los deseos en Dios por la oración, deberá tender a reducir la
mentalidad mundanal, a aumentar la disposición para adorar, y a sentir una más profunda
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 75
devoción. (5) La oración, como deber requerido, está peculiarmente adaptada para ayudar
a ejercitar la fe, la cual es, en el evangelio, la condición fundamental de salvación. (6) El
estado mental y moral del alma, el cual es necesario para ofrecer una oración aceptable a
Dios, es precisamente el estado que nos hace recipientes propicios de su gracia salvadora”
(Luther Lee, Christian Theology, 356-357).
16. Respecto al deber general de la oración secreta, puede señalarse que: (1) Toda persona, en
la medida en que las circunstancias lo permitan, deberá tener un lugar que para ella sea su
aposento secreto de oración. El espíritu del mandamiento lo requiere. Si no se tiene, lo
más probable es que se descuide la oración. (2) Siendo que la Palabra no establece un
tiempo para el desempeño de este deber, el mismo demanda una construcción y aplicación
razonable, en este particular, de parte de los cristianos. El hecho de que no haya ley que
prescriba cuántas veces ni a qué hora se deba llevar a cabo la oración secreta, demuestra la
sabiduría del dador de la ley. No hay regla que resuelva estos asuntos que no le resulte
imposible a algunos, ni que no disminuya la devoción en otros. Estos puntos fueron
resueltos específicamente por la ley de Mahoma, y la secuela ha sido que la oración se ha
convertido en un mero formalismo. Por Cristo haber dejado que esto se resuelva por
medio del juicio iluminado, bajo un sentido de responsabilidad para con Dios, y por la
regla general que requiere la oración en secreto, un juicio que será hecho en vista de las
circunstancias que lo rodeen, y la fuerza del sentimiento de la piedad, la tendencia será a
que se promueva el espíritu de devoción más que lo que haría cualquiera regla específica
(Luther Lee, Elements of Theology, 359).
17. Al hablar de la oración repentina, Samuel Wakefield señala que “el cultivo de este espíritu
nos es encarecido claramente por el apóstol Pablo cuando nos exhorta a orar ‘sin cesar’, y
dar gracias ‘en todo’; y también a poner nuestra mira ‘en las cosas de arriba’, exhortaciones
estas que implican un marco de referencia mental santo y devoto, antes que simples actos
de oración conducidos por intervalos. Las altas e indecibles ventajas de este hábito son que
induce a una mente vigilante y alerta, evita que la religión se deteriore y termine en una
forma sin vida, une el alma con Dios, induce abastos continuos de influencia divina, y
presenta una barrera eficaz, por la gracia así adquirida, contra las intrusiones de las ansie-
dades mundanales y la fuerza de las tentaciones. La existencia de este espíritu de oración y
acción de gracias es una de las grandes distinciones entre un cristiano nominal y uno real;
y por medio del mismo, se puede normalmente determinar la medida de cristianismo vital
y efectivo de que disfruta un individuo” (Samuel Wakefield, Christian Theology, 295).
18. La adoración ha jugado una parte importante, no solo en la historia de la iglesia cristiana,
sino en la historia del mundo. La adoración siempre ha sido una actividad prominente
hasta en las formas más primitivas de la vida y la civilización humanas. A medida avanza la
civilización, cambian las formas de la adoración, pero la práctica de la adoración nunca
muere. Los grandes momentos de la vida, el nacimiento, el casamiento y la muerte, siem-
pre han sido ocasión para actos especiales de adoración. Puede decirse que, durante todo el
curso de la historia, el hombre ha puesto más atención a su adoración que a cualquiera
otra actividad. Por lo tanto, necesitamos distinguir claramente su significado, para poder
entrar mejor a esta valiosa experiencia. La participación inteligente en la adoración es más
valiosa que el seguir no inteligente de una mera costumbre.
Las siguientes definiciones de adoración merecen notarse. “La adoración es el culto a
Dios, el ofrecerle la dignidad suprema a Dios, y la manifestación de reverencia en la
presencia de Dios” (W. S. Sperry). “La adoración es tanto un medio como un fin en sí
misma. Es incuestionablemente el medio principal para inspirar y motivar la conducta y el
carácter cristianos; también es la experiencia satisfaciente de la autoexpresión, de la auto-
dedicación, y de la adoración para la gloria de Dios” (Benjamín Fiske).
76 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
servicio de catedral, con su cantar de la oración y la alabanza, donde la luz cae tenuemen-
te, y la música y el sentimiento apagados llegan a la mente con la sensibilidad subyugada.
Supongo que esta es para todo propósito la mejor forma de adoración nacida de la tierra,
hecha por el hombre, que alguien pueda encontrar. Pero lo que aquí [en Apocalipsis
7:9-17] se describe es algo totalmente diferente. Es, de igual manera, algo extremadamente
distante de la reunión de gente de alcurnia, quien, sin solemnidad ni sinceridad de cora-
zón, espera que se le cante, se le ore, y se le predique, hasta que llegue el tiempo en que
puedan partir decentemente. La adoración aquí vista surge de cada alma, es la pasión
explosiva de cada corazón; irrumpe como poderoso tornado. Una cosa parece cierta, la
adoración de la compañía de los lavados por la sangre no es voz suave y apacible (P. F.
Bresee, Sermons, “The Lamb Amid the Blood-washed”, 166-67).
20. Estos diversos factores, los cuales juntos forman la religión, se limitan y se sostienen
mutuamente; por ejemplo, así como los sentimientos se le deben a la voluntad para su
verdadera profundidad, así, por otro lado, la energía de la voluntad depende de la profun-
didad de la emoción. Pero todos ellos se unen, y al punto principal de la unión le llama-
mos fe. La fe es una vida de sentimientos, una vida del alma, en Dios (si entendemos el
alma como la base de la vida personal, en la cual, por pura plenitud, toda emoción sigue
siendo vaga); y nadie es un creyente, si no ha sentido estar en Dios y Dios en él. La fe sabe
lo que cree, y a la luz de su intuición ve las verdades sagradas en medio de las agitaciones y
los disturbios de la vida de este mundo; y aunque su conocimiento no es un conocimiento
comprehensivo, aunque su intuición no es ver cara a cara, aunque, en claridad es inferior a
estas formas de aprehensión, con todo, en certidumbre, no cede a ninguno; puesto que la
esencia misma de la fe es que es certeza firme y confidente en lo que respecta a lo que no
se ve. La fe, finalmente, es el acto más profundo de obediencia y devoción (H. L. Marten-
sen, Christian Dogmatics, 11).
21. La doctrina que nos proponemos adelantar en este tema un tanto difícil, se puede
considerar que implique la admisión de dos cosas: Primero, que la mente, en un sentido
importante y verdadero, es departamental, y que existe en tres departamentos, el del
intelecto, el de las sensibilidades, y el de la voluntad, y que los estados emocionales o
emotivos constituyen una división distintiva e importante en estos departamentos; y
segundo, que las operaciones del Espíritu Santo en la mente humana son varias, pudiendo
abrazar la totalidad de estos departamentos, y alcanzar y controlar toda la mente, o, bajo
ciertas circunstancias, pudiendo detenerse lo mismo en el departamento intelectual o en la
división emotiva del departamento sensitivo, lo cual produce ciertos resultados importan-
tes, pero deja otros sin concreción. Procedemos, entonces, a señalar, en primer lugar, que
es el oficio del Espíritu Santo operar en el intelecto humano, en las ocasiones apropiadas
de tales operaciones, especialmente al guiarlo en la percepción de la verdad. El modo de la
operación del Espíritu sobre la parte intelectual, como lo es sobre otras partes de la mente,
es misterioso en muchos sentidos, pero el resultado ordinario de su influencia es la comu-
nicación de la verdad, es decir, que el alma, cuando se opera así sobre ella, conoce espiri-
tualmente lo que no conocía antes. Y puede apropiadamente añadirse que el conocimiento
que es así comunicado variará, tanto en clase como en grado, de acuerdo con la naturaleza
del asunto o de los hechos que han de ser ilustrados, y con las circunstancias especiales,
cualesquiera sean, que rindan una comunicación divina necesaria. Pero no es lo ordinario
esperar que esa operación, de la cual estamos ahora hablando, se detenga con el intelecto
(Thomas C. Upham, Interior Life, 138-139).
22. Hemos dicho que el hombre se debe a sí mismo el que, en la medida de su habilidad,
busque la perfección de sus capacidades, especialmente que eduque de tal manera su
intelecto, que sea una persona de información extensa, de sano juicio, y de correcto razo-
namiento; que discipline de tal manera su facultad volitiva que pueda siempre mantener
78 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
sus apetitos, sus deseos y sus afectos bajo control, manteniendo su gratificación dentro de
los límites prescritos por nuestro creador, y nunca permitiendo que su gratificación eche a
perder un bien mayor que el que confiera (Miner Raymond, Systematic Theology, III:104).
23. Vicios intelectuales:
D. S. Gregory, en su libro Christian Ethics, llama la atención a la necesidad de evitar la
ignorancia, la estupidez, la imprudencia, la temeridad, la credulidad y el escepticismo
como vicios fatales para toda verdadera misión. Todos ellos son vicios que tienen su raíz
en una ignorancia vencible, y, por tanto, el agente está obligado a evitarlos. A continua-
ción la manera en que Gregory los enumera:
1. La ignorancia puede aparecer como falta de conocimiento en cuanto a la naturaleza
y las consecuencias de cualquiera acción, o falta de conocimiento de la misión del deber o
de cualquiera de sus partes. No importa como aparezca, es un reproche al agente y un
impedimento para su misión.
2. La estupidez es, a menudo, no tanto un defecto de la naturaleza sino de la energía
moral, y cuando proviene de esto último se vuelve inmoral. La persona se rehúsa despertar
a la observación, a la reflexión y al juicio, por lo cual sus capacidades naturales se vuelven
débiles. … Tal estupidez es inmoral y viciosa en proporción a las dotes menospreciadas y
las oportunidades perdidas.
3. La imprudencia es más bien la despreocupación ocasional de la naturaleza, y de las
consecuencias de las acciones, y no el que uno sea un perpetuo olvidadizo. Cuando la
persona permite que unas pocas cosas lo absorban, y que las tales no sean quizá importan-
tes, perdiendo de vista las muchas y más importantes a las que debe dar la debida atención
para así decidir cómo actuar, las consecuencias del mal lo dominarán inesperadamente,
por lo cual fracasará en sus empeños. Esa clase de imprudencia es obviamente inmoral y
culpable.
4. La temeridad es el osado riesgo de consecuencias vistas o no vistas. Esta persona está
tan concentrada en cierto fin en particular que, aunque tenga abundante ocasión para
anticipar las malas consecuencias, está determinada a arriesgarse, y persiste atropellada-
mente en su curso de acción hasta que viene el golpe. La pasión es por lo regular la que
lidera en este vicio. Es un vicio peor que la estupidez o la imprudencia, ya que la deprava-
ción que manifiesta la temeridad es intencionada en su sentido más pleno, y demuestra la
determinación atrevida de dejar de un lado el juicio moral para gratificar la pasión, cual-
quiera sea el costo o el peligro.
5. La credulidad y el escepticismo son formas opuestas del mismo vicio. La carencia de
la cultura intelectual apropiada deja al agente débil en el juicio, y, por no poder captar
bien los principios, y por tener menos capacidad para hacer deducciones seguras de los
hechos, aplica o no su fe de acuerdo con sus propios deseos, o con las opiniones de alguien
que pueda ejercer influencia sobre él. Si es de temperamento ardiente, estará presto a creer
cualquiera cosa, o a ser un ingenuo; si es de temperamento opuesto, o tiene la ambición de
que se le considere brillante u original, estará igualmente listo a dudar de todo, o, a ser
escéptico.
24. Las fuentes de poder:
El poder para actuar depende del poder que lo motiva, y, por lo tanto, del poder del
sentimiento. Los sentimientos son una parte tan importante y tan digna del ser humano
como lo es el intelecto o la voluntad. Dada la naturaleza misma del alma humana, no
podrá haber voluntad poderosa y persistente para la ejecución de la misión de la vida, a
menos que haya un sentimiento poderoso y sostenido. Por lo tanto, es el deber de la
persona buscar desarrollar todos los afectos y deseos naturales, en su debida proporción y
armonía, a fin de volverse una persona con dignidad plena y madura, y que pueda poseer
un poderoso motivo fundamental para su vida. Es, pues, deber de la persona evitar toda
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 79
El poder del hábito, cuando se pervierte, se vuelve una fuerza destructiva. Para expli-
carlo, Bowen dice: “El proceso es uno simple, por consistir sencillamente en transferir los
afectos, del fin a los medios. Por asociación de ideas, lo que fue primero amado y practi-
cado solo como instrumento, se convierte en la idea principal y la mayor meta a alcanzar.
Así, por ejemplo, el dinero, en curso descendente, el cual al principio se deseó solo como
medio para satisfacer los apetitos, o para responder a fines más elevados, se convierte en sí
mismo en apetito y pasión, formándose, pues, el hábito vicioso de la avaricia. Pero en un
curso ascendente y progresivo, la honestidad que primero se practicó solo porque era la
mejor regla, y la adoración a Dios que primero se le tributó como premio celestial, se
volverá al fin en un homenaje no dadivado y abnegado del alma a la rectitud, la santidad y
la verdad” (Bowen, Metaphysics and Ethics, 308).
P. S. Gregory, al hablar de la ley del hábito, dice: “Este arreglo beneficioso provee uno
de los mayores alicientes para los padres y los instructores de jóvenes. Requerirles firme y
prudentemente a los jóvenes tareas prescritas y cursos de acción, lo cual podría resultar al
principio enfadoso, aun cuando sea necesario y justo, les formará los hábitos apropiados; y
lo que se hace al principio involuntariamente y solo por la presión de una voluntad supe-
rior, llegará a hacerse con alegría y por su propio mérito” (P. S. Gregory, Christian Ethics,
203).
29. Los criterios religiosos de una persona pueden sostenerse por medio de un intermediario,
es decir, de manera filosófica o estética. Por el simple hecho de que la percepción religiosa
trata con un elemento objetivo, aquel del pensamiento y la imaginación, la misma puede
ser separada de su fuente vital en los afectos, pudiendo ser ejercida en forma meramente
estética o filosófica, independiente de la fe personal. Por eso hay filósofos, poetas, pintores
y escultores que han representado ideas cristianas con gran poder plástico, aun cuando no
tenían en sí mismos una posesión religiosa de esas ideas, entrando en relación con ellas
solo por medio del pensamiento y la imaginación. De igual manera, una proporción
considerable de hombres contemporáneos sostiene criterios religiosos solo de manera
estética, o simplemente hacen de ellos un asunto de reflexión refinada sostenida única-
mente a través de intermediarios, puesto que nada saben de los sentimientos personales y
las determinaciones de conciencia que les corresponden, ya que, en otras palabras, su
conocimiento religioso no surge de estar establecidos en relaciones religiosas correctas. Por
lo tanto, la adopción de nociones religiosas, más aún, de una visión religiosa comprehen-
siva de la vida, bajo ninguna circunstancia es prueba infalible de que alguien sea en sí
religioso. Alguien lo es solo cuando los criterios religiosos tienen su raíz en el correspon-
diente estado interior de la mente y del corazón, y cuando la persona se siente conscien-
temente ligado a estos criterios; en breve, cuando los cree. Y aún cuando una persona, con
la ayuda de puntos de vista cristianos, pueda lograr maravillas en el arte y la ciencia, y
pueda profetizar y echar fuera demonios, Cristo no lo reconocerá a menos que dicha
persona esté en una relación personal correcta con esos puntos de vista. Se hace especial-
mente necesario en el tiempo presente llamar la atención a esta manera doble en la que las
nociones religiosas pueden ser consideradas (H. L. Martensen, Christian Dogmatics, 10).
30. J. A. Wood, en su obra titulada, Perfect Love, cita lo siguiente como evidencia del adelanto
en la santidad: “(1) Un placer y deleite creciente en la Biblia. (2) Un interés creciente en la
oración, y un espíritu creciente de oración. (3) Un creciente deseo por la santidad de los
demás. (4) Un sentido examinador del valor del tiempo. (5) Menos deseos de escuchar,
ver y conocer por simple curiosidad. (6) Una inclinación creciente en contra de la magni-
ficación de las faltas y debilidades de los demás, siempre que uno se vea obligado a hablar
del carácter de alguien. (7) Una mayor prontitud para hablar libremente a los que no
disfrutan de la religión, y a los que profesaban la religión pero se han vuelto atrás. (8)
Mayor disposición de gloriarse del rechazo por causa de Cristo, y de sufrir, si fuera necesa-
82 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
rio, por Él. (9) Una creciente ternura de conciencia, y ser más escrupulosamente cons-
ciente. (10) Menos afectado por los cambios de lugar y de circunstancias. (11) Un más
dulce disfrute del día de reposo, y de los servicios en el santuario. (12) Un creciente amor
por buscar los medios de gracia” (J. A. Wood, Perfect Love, 311-312).
Juan Wesley menciona los siguientes estorbos a la santidad, por cuanto “contristan el
Santo Espíritu de Dios”. (1) Las conversaciones que no son provechosas, las que no se
prestan para edificar, ni son aptas para ministrar gracia a los que escuchan. (2) Recaer en la
amargura y la falta de bondad. (3) La ira, el disgusto prolongado, o la falta de un corazón
tierno. (4) El enojo, no importa cuán pronto uno se sobreponga al mismo; la falta de
perdonarse instantáneamente los unos a los otros. (5) El hablar rudamente, ya sea por
gritería, vocinglería, alboroto o aspereza. (6) El hablar la maldad, la murmuración, y el
chisme; mencionar innecesariamente las faltas de alguien que no esté presente, no importa
con cuánta delicadeza se haga. (Juan Wesley, Plan Account of Christian Perfection, 80.)
31. Reflexiones espirituales:
Juan Wesley, en su libro, A Plain Account of Christian Perfection [La perfección cris-
tiana], nos entrega las siguientes reflexiones espirituales, las cuales recomienda para consi-
deración profunda y frecuente. El texto completo se puede encontrar en las páginas de la
95 en adelante de la obra mencionada arriba. (1) El mar es una excelente figura de la
plenitud de Dios, y de la del bendito Espíritu. Así como los ríos vuelven al mar, así tam-
bién los cuerpos, las almas y las buenas obras del justo vuelven a Dios, para vivir ahí en su
reposo eterno.
El fondo del alma puede estar en reposo, aunque externamente estemos en problemas,
como el fondo del mar está en calma aunque la superficie esté reciamente agitada.
Los mejores auxilios para crecer en la gracia son las injusticias, las afrentas y las cala-
midades que nos vienen. Debemos recibirlas con toda gratitud, como preferibles a cua-
lesquiera otras, si solo esa fuera la razón, con tal de que nuestra voluntad no tenga parte en
ellas.
La manera más rápida de escapar de nuestros sufrimientos es disponiéndonos a que
continúen mientras Dios lo quiera.
Una de las más grandes evidencias del amor de Dios para los que lo aman es que Él les
envíe aflicciones con la gracia para soportarlas.
(2) La verdadera resignación consiste en una completa conformidad a la entera vo-
luntad de Dios, el cual quiere y hace todo (excepto el pecado) lo que sucede en el mundo.
Para que esto sea así solo tenemos que aceptar todos los eventos, buenos y malos, como su
voluntad.
Debemos sufrir calladamente lo que nos sobrevenga, tolerar los defectos de otros y los
nuestros, confesarlos a Dios en oración secreta o con gemidos indecibles, y nunca hablar
palabra dura o impertinente, ni murmurar ni quejarse, sino estar completamente dispues-
tos a que Dios trate con uno de la manera que le agrade.
Hemos de tolerar a los que no podamos enmendar, y conformarnos con presentárselos
a Dios. Esta es la verdadera resignación. Puesto que Él ha llevado nuestras debilidades,
bien podemos llevar las de los unos con los otros para su gloria.
(3) No hay amor a Dios sin paciencia, ni hay paciencia sin humildad ni dulzura de
espíritu.
La humildad y la paciencia son las pruebas más seguras de un amor creciente.
La verdadera humildad es una especie de aniquilación propia, y es el centro de todas
las virtudes.
(4) Tolerar a las personas, y sufrir males con humildad y en silencio, es la suma de la
vida cristiana.
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 83
Dios es el primer objeto de nuestro amor: su próximo oficio es sobrellevar los defectos
de los demás. Debemos principiar la práctica entre los de nuestra propia casa.
Debemos ejercitar principalmente nuestro amor hacia los que más contrarían nuestra
manera de pensar, o nuestra disposición, o nuestro conocimiento, o nuestro deseo de que
sean tan virtuosos como nosotros deseamos ser.
(5) Dios apenas da su Espíritu a los que ha establecido en la gracia, si no oran por ello
en toda ocasión, no solo una vez, sino muchas.
Cada vez que algo nos inquiete debemos retirarnos a la oración, para dar lugar a la
gracia y a la luz de Dios, a fin de establecer nuestras resoluciones sin que sintamos angustia
por lo que suceda.
En las grandes tentaciones, una sola mirada a Cristo, y el solo pronunciar de Su nom-
bre, serán suficiente para vencer al maligno, siempre que se haga con confianza y tranqui-
lidad de espíritu.
Todo lo que hace el cristiano, incluso el comer y el dormir, es oración, siempre que se
haga con sencillez, de acuerdo con el orden de Dios, sin añadirle o disminuirle nada por
escogimiento propio.
La oración continúa en el deseo del corazón, aún cuando el entendimiento sea em-
pleado en cosas externas.
En las almas llenas de amor, el deseo de agradar a Dios es una continua oración.
(6) Es apenas concebible cuán recta es la senda por la que Dios dirige a los que lo si-
guen, y lo dependientes que debemos ser de Él, a menos que faltemos a nuestra fidelidad.
Debemos estar en la iglesia como los santos están en el cielo, y en la casa como lo es-
tán los más santos hombres en la gloria, haciendo nuestro trabajo en la casa como cuando
oramos en la iglesia, adorando a Dios desde el fondo del corazón.
Debemos esforzarnos continuamente en deshacernos de todas las cosas inútiles que
nos rodean: por lo regular, Dios escinde lo superfluo de nuestras almas en la misma pro-
porción en que nosotros lo hacemos con lo de nuestros cuerpos.
Apenas concebimos lo fácil que es robarle a Dios lo que le corresponde en nuestra
amistad con las personas más virtuosas, hasta que nos son quitadas por la muerte. Pero si
esta pérdida produce tristeza duradera, ello sería prueba de que tenemos delante de noso-
tros dos tesoros entre los cuales hemos dividido nuestro corazón.
(7) Si después de haber renunciado a todo, no velamos incesantemente, ni le rogamos
a Dios que nos acompañe en nuestra vigilancia con Él, de nuevo seremos enredados y
vencidos.
Es bueno renovarnos de tiempo en tiempo, examinando de cerca el estado de nuestras
almas, como si nunca lo hubiéramos hecho antes, ya que nada tiende más a la plena
seguridad de nuestra fe que mantenernos, por ese medio, en humildad, y en el ejercicio de
toda buena obra.
A la continua vigilancia y oración se ha de añadir la continua ocupación. La gracia
llena el vacío tan bien como la naturaleza lo hace, y el diablo llena lo que Dios no llene.
(8) Una de las principales reglas de la religión es que no perdamos ocasión de servir a
Dios. Siendo que Él es invisible a nuestros ojos, hemos, pues, de servirle en nuestro pró-
jimo mismo, lo cual Él recibe como si se lo hubiéramos hecho en persona, de pie visible-
mente ante nosotros.
Una constante atención a la obra que Dios nos ha confiado es una marca de sólida
piedad.
La caridad no puede practicarse rectamente, a menos que, primero, la ejerzamos en el
momento en que Dios dé la ocasión, y segundo, nos retiremos en el instante en que la
ofrezcamos a Dios con humilde acción de gracias. (Juan Wesley, Plain Account of Chris-
tian Perfection, 95-102.)
84 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
Máximas religiosas:
Las siguientes máximas han sido seleccionadas de, “Religious Maxims”, por Thomas
C. Upham, las cuales se encuentran en su obra titulada Principles of the Interior Life.
Examinarlas y observarlas contribuirá considerablemente a la vida devocional de los que
buscan una comunión más estrecha con Dios.
I.
Piensa mucho, y ora mucho, y que tus palabras sean pocas, expresadas con seriedad y
deliberación, como en la presencia de Dios. Pero considera los tiempos y las estaciones.
Puede que actuemos inocentemente como niños con los niños, lo cual, en la presencia de
los mayores tendría la apariencia de desconsideración y liviandad; de igual manera, puede
que a veces expresemos nuestra gratitud a Dios, y nuestro regocijo santo, con un grado
creciente de libertad y vivacidad, especialmente en la compañía de aquellos que llevan la
misma imagen, y que saben lo que es regocijarse en el Espíritu Santo.
II.
Guarda silencio cuando se te culpe y se te rechace injustamente, de modo que, bajo
ciertas circunstancias, la persona que te rechaza y te lastima, con toda probabilidad, por la
influencia de sus propias reflexiones, descubra prontamente su error y su mal. No escuches
lo que la naturaleza te sugiera, pues te hará responder apresuradamente; antes bien recibe
el trato injusto con humildad y calma, y Aquel en cuyo nombre sufras te recompensará
con consuelo interno, a la vez que enviará sus agudas flechas de convicción al corazón de
tu adversario.
III.
No importa lo que se te pida que hagas, esfuérzate en mantener un estado mental
tranquilo, controlado y de oración. El control propio es muy importante. “Bueno es
esperar en silencio la salvación de Jehová” [Jeremías 3:26]. El que se encuentre en lo que
sería prisa espiritual, o se apresure sin tener evidencia de que ha sido espiritualmente
enviado, se apresura sin propósito.
IV.
Busca la santidad antes que la consolación. No es que se desprecie el consuelo, o que
se considere sin valor, sino que la consolación es sólida y permanentemente el resultado
más bien que el precursor de la santidad, y es por eso que el que busca el consuelo como
un objeto distinto e independiente, no lo encontrará. Busca y posee la santidad, y la
consolación (no quizá frecuentemente en la forma de goces extáticos y pasmosos, sino en
paz sólida y deleitosa) vendrá de manera tan segura como el calor sigue a la emanación de
los rayos del sol. El que es santo deberá ser feliz.
V.
No te turbes porque el ojo del mundo esté constante y fervientemente fijo en ti, para
detectar tus errores y gozarse en tus ladeos. Antes, considera el presente estado de cosas, no
importa cuán difícil sea, como uno de los salvaguardas que el Padre bondadoso te ha
puesto a tu alrededor, a fin de mantener en tu propio pecho un espíritu antagonista de
vigilancia, para prevenirte de los mismos errores y transgresiones que tus enemigos antici-
pan ansiosamente.
VI.
No te extrañe el que te sobrevengan problemas y persecuciones. Antes recíbelas quieta
y agradecidamente, como si vinieran de la mano del Padre. Sí, bienaventurado eres si, en
el ejercicio de la fe, puedes ver más allá de la instrumentación humana, más allá del
egoísmo y la malicia de los hombres, y contemplar al que los ha permitido para tu benefi-
cio. Que así persiguieron al Salvador y a los profetas.
VII.
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 85
“Airaos, pero no pequéis” [Efesios 4:26]. La vida de nuestro Salvador, al igual que los
preceptos de los apóstoles, enseña claramente que puede haber ocasiones en las que ten-
gamos sentimientos de insatisfacción, y hasta de enojo, sin pecar. El pecado, no conside-
rado en su naturaleza sino en su grado, no necesariamente se encuentra ligado al enojo.
No obstante, el enojo rara vez existe como un hecho sin que se vuelva, en su propia me-
dida, desordenado y excesivo. Por lo tanto, es importante que velemos contra el enojo, no
sea que nos lleve a la transgresión. Haz una regla, entonces, nunca permitir que los senti-
mientos de enojo se expresen exteriormente (una conducta que operará como poderosa
advertencia de la acción excesiva), hasta que los hagas el sujeto de reflexión y oración. Así
puedes esperar ser guardado.
VIII.
En la agitación de la vida presente, acosados y perplejos como estamos con los pro-
blemas, cuán natural es buscar de todo corazón un lugar de reposo. Y es cierto que a
menudo le dejamos ver nuestras preocupaciones y perplejidades a nuestro prójimo, y
buscamos consuelo y apoyo en esa fuente. Pero el alma santificada, por haber experimen-
tado lo incierto de todo auxilio humano, se vuelve instintivamente al gran Dios, y, escon-
diéndose en la presencia y la protección de la existencia divina, allí descansa, como en una
torre fuerte que ningún enemigo puede conquistar, y como en una roca eterna que ningún
torrente puede arrastrar. Conoce la importancia instructiva de esta exclamación sublime
del salmista, “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza” (Salmos
62:5).
IX.
Siempre que puedas debidamente evitarlo, no hables mucho de tus propias acciones, y
ni siquiera hagas alusiones a tu propia persona como un agente de transacciones calculadas
para atraer la atención. Nosotros no suponemos, como algunos se inclinan a hacer, que
hablar frecuentemente de nuestras acciones sea necesariamente prueba de algo, pero ello sí
puede proveer una presunción de indebido amor propio, y no se puede negar que por una
conducta así nos exponemos a tentaciones y peligros en esa dirección. Es más seguro, y
ciertamente mucho más beneficioso, hablar de lo que se ha hecho por nosotros y en
nosotros, hablar, por ejemplo, de nosotros como recipientes de la bondad de Dios, antes
que hablar de lo que nosotros mismos hemos hecho. Pero si lo hacemos, porque sea un
deber imperativo hacerlo, será necesario que hablemos con deliberación y cautela.
X.
La vida divina, la cual depende de la presencia del Espíritu de Dios en cada etapa de
su existencia, le coloca un alto valor a la tranquilidad mental. No es algo nuevo señalar
que el Espíritu Santo no congenia ni se goza con el alma poseída por la contienda y los
alaridos. Por lo tanto, si tuviéramos siempre al Espíritu Santo, deberíamos evitar y huir,
con toda la intensidad de nuestro ser, de toda codicia desordenada, de toda envidia,
malicia y mala palabra, de toda impaciencia, celos y enojo. De un corazón tal, y solo de
uno así, que es tranquilo al igual que puro, que participa de alguna manera de la tranqui-
lidad controlada y sublime de la mente divina, se puede decir, en el sentido más cierto y
elevado, que es un templo propicio para la morada el Espíritu Santo.
32. Los diez mandamientos del Nuevo Testamento. Los Diez Mandamientos del Antiguo
Testamento recreados en el Nuevo Testamento, han sido tabulados por R. Crittenden
como sigue:
I. “Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nues-
tro Dios, el Señor uno es” (Marcos 12:29).
II. “[P]orque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y
cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalo-
nicenses 1:9).
86 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
De aquí que hemos visto que la adecuada administración de justicia deberá asegurar-
nos los tres grandes derechos naturales del ser humano: vida, propiedad y libertad. Claro
que estos derechos pueden ser confiscados por el crimen. Si una persona comete un asesi-
nato, confisca su vida, y sufrirá legalmente la muerte. Si es culpable de rebelión, sus bienes
pueden ser aprehendidos y confiscados. Si roba, pierde su derecho a la libertad, y sería
justamente encarcelado. Sin embargo, hasta qué punto los derechos naturales de cada
persona pueden ser restringidos por la autoridad pública, es un asunto sobre el cual se han
sostenido diferentes opiniones (Samuel Wakefield, Christian Theology, 521-523).
37. El derecho a la propiedad es de incalculable valor para los seres humanos. Los capacita
para asegurar la felicidad en una medida grandemente proporcionada a sus habilidades, su
economía, y sus virtudes morales. Multiplica objetos y disfrute, y sienta la base para la
industria y la empresa voluntarias. Es uno de los principales pilares de la civilización. Lleva
a la perfección de todas las artes y ciencias que estén conectadas con la vida civilizada, y es
la base de todo empeño mecánico, mercantil y manufacturero. La protección de las per-
sonas por parte del estado para el disfrute de los derechos de propiedad solo le cede el
primer lugar a la protección del disfrute de los derechos y las libertades personales (Samuel
Wakefield, Christian Theology, 520).
El derecho a la propiedad puede adquirirse: (1) directamente por don de Dios. La
persona que entra a tierras no reclamadas, y continúa ocupándolas y mejorándolas, ad-
quiere de esa manera un derecho a dichas tierras que es excluyente de todos los demás, el
cual derecho la persona puede transferir por donación o venta. Si se va sin transferir su
derecho, las tierras se convierten de nuevo en no reclamadas, haciendo posible que otros
entren a ellas. Pero mientras la persona o sus sucesores permanezcan en posesión actual,
no deberán ser perturbadas. (2) El derecho a la propiedad puede adquirirse directamente
por medio del trabajo. Lo que es producto del trabajo propio es de la persona a exclusión
de los demás. Cuando los productos son el resultado del trabajo combinado de personas,
cada una, por supuesto, tiene derecho solo a la parte del producto que ha producido su
labor en particular. El capital es el resultado de trabajo anterior. Por lo tanto, cuando el
obrero emplea capital de otro, éste y el capitalista deberán compartir el producto en justa
proporción a la labor que cada uno ha consignado. En los arreglos de una sociedad civili-
zada, la justa distribución de productos entre los obreros y los capitalistas ha sido, en todas
las edades, y todavía es, una pregunta de gran dificultad. No estamos seguros de querer
intentar solucionar un problema que los filósofos y los estadistas a través de las edades no
han podido resolver. (3) El derecho a la propiedad puede ser adquirido por intercambio,
por donación, por testamento, por herencia, por acrecentamiento y por posesión. Cuando
alguien entrega una propiedad a otra persona según cierta consideración, a esto se le llama
intercambio. Si recibe en cambio otros productos, se le llama trueque; o si dinero, venta.
Si la persona dispone de su propiedad sin ninguna otra consideración, se le llama dona-
ción. Si da direcciones en cuanto a cómo disponer de la propiedad después de su muerte,
se dice que sus herederos han adquirido su derecho por testamento. Si la persona muere
sin testamento, y posee propiedad, el gobierno divide sus bienes como se supone que
hubiera hecho si hubiera dejado un testamento. Todo valor que produzca la propiedad de
alguien es suyo: a esto se le llama propiedad adquirida por accesión. Si la persona goza de
posesión pacífica de una propiedad por un término de años, esta posesión pacífica le
impone a los demás la obligación de no molestarla (cf. Miner Raymond, Systematic Theo-
logy, III:134-137).
38. En adición a la declaración anterior, Samuel Wakefield señala que, (1) la benevolencia
verdaderamente cristiana es desinteresada. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No
queremos decir que esto implique la ausencia de toda referencia a nuestro propio bien.
Una despreocupación completa por el placer propio es obviamente imposible, ya que un
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 89
estado de sentimiento así contradeciría los principios más activos y eficientes de la natura-
leza humana. Pero, aunque hablando estricta y filosóficamente, la benevolencia no nos
pueda privar de toda referencia a nuestros propios intereses, con todo, incluye el tipo de
sentimientos que hace que nuestra felicidad dependa de que promovamos la felicidad de
los demás. Ser amables con los demás simplemente porque lo son con nosotros, o aliviarles
sus necesidades meramente porque hacerlo contribuya a nuestros propios intereses, no es
benevolencia, sino egoísmo. (Cf. Lucas 6:32-33.) (2) La verdadera benevolencia es irres-
tricta en sus objetivos. Al desdeñar los dictados de un criterio estrecho y calculador, nos
inclina, al máximo de nuestras habilidades, a la promoción de la felicidad de los demás.
Siendo que no está restringida por los lazos de la consanguineidad, ni los hábitos de la
asociación, de las circunstancias de localidad, o de la compasión natural, la caridad cris-
tiana extiende sus deseos benignos a nuestra raza entera. Al deshacer las cadenas del secta-
rismo prejuiciado, superando así los linderos de la proscripción política, y renunciando al
sistema de una reciprocidad egoísta, sus aspiraciones son solo obligadas por la residencia
del ser humano. (3) La benevolencia se sacrifica a sí misma y es laboriosa. El celo de los
apóstoles, la paciencia de los mártires, los viajes y trabajos de los evangelistas de los pri-
meros siglos, eran todos animados por este afecto; y el ardor de los ministros del evangelio
de todas las edades, y los trabajos de los cristianos particulares en pro del beneficio de las
almas de los hombres, junto a las operaciones de aquellas asociaciones voluntarias que
envían misioneros a los paganos, o distribuyen biblias y tratados, o administran escuelas,
son todas expresiones visibles de la benevolencia ante el mundo. (4) La verdadera benevo-
lencia se manifiesta en actos de misericordia y liberalidad prácticas hacia el necesitado y el
miserable. A este fruto de la benevolencia se le denomina particularmente caridad, y el
campo para su ejercicio es muy extenso. … El negarse enteramente al ejercicio de este tipo
práctico de benevolencia es altamente inconsistente con el carácter de una persona buena.
“Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra
él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Juan 3:17). (Cf. Samuel Wakefield,
Christian Theology, 523-526.)
39. Richard Watson habla del derecho a la propiedad. La propiedad no es desechable por
opción humana, sin que importen las reglas de la ley divina; y aquí, también, percibiremos
lo débil de las consideraciones urgidas en los simples sistemas morales, para restringir los
gastos pródigos y disipadores, las especulaciones arriesgadas, y hasta la maldad obvia del
juego de azar. Concedamos que se pueden inferir muchos argumentos de peso en contra
de lo anterior basados en los reclamos de los hijos y de los parientes, cuyos intereses debe-
rán considerarse, y a quienes no tenemos derecho de exponer al riesgo de quedar incluidos
en la misma ruina nuestra. Pero estas razones son poco convincentes para los que se
imaginan que pueden mantenerse lejos del borde del extremo peligro, reclamando su
“derecho natural” de hacer lo que les plazca con lo que les pertenece. En los casos, tam-
bién, en los que no haya hijos o dependientes, el individuo se sentiría menos dispuesto a
reconocer las fuerzas de esta clase de razones, o a pensar de ellas como considerablemente
inaplicables a su caso. Pero el cristianismo exige “moderación” de deseos, y temperancia en
la satisfacción de los apetitos, y en la ostentación y el esplendor de la vida, aun cuando un
estado de opulencia los proveyera. Amonesta en contra del “amor al dinero”, del “deseo de
ser rico”, excepto que “el Señor prospere a la persona” dentro del curso normal del trabajo
honesto; advertencias autoritativas que se presentan directamente contrarias a las especu-
laciones arriesgadas. Advierte que se eviten las consecuentes “tentaciones” y “trampas
espirituales” que destruyen los hábitos de la piedad, y en última instancia el alma, en las
que ella caerá; consideraciones estas de vasta importancia, pero peculiares a sí misma, y
bastante fuera del alcance de aquellos sistemas morales que no respetan su autoridad. En
contra del juego de azar, en sus formas más inocentes, establece la obligación de, “redi-
90 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
miendo el tiempo”; y en los casos más agravados, se le opone por sí mismo no solo a las
consideraciones anteriores, como surgiendo de un mundano “amor al dinero”, sino a la
totalidad de ese espíritu y temperamento que nos impone obligación, y que viola temero-
samente con aquellos malévolos y frecuentemente diabólicos estímulos producidos por
este hábito. Sobre todo, hace de la propiedad un legado, para que se emplee bajo las reglas
prescritas por Él, quien como soberano propietario, nos la ha depositado; reglas que
requieren su uso cierto (puesto que los codiciosos son excluidos del reino de Dios); un
uso, primero, para suplir nuestras necesidades, de acuerdo a nuestra situación, y con
moderación; luego, como una provisión para los hijos y los dependientes; y finalmente,
para propósitos de caridad y religión, en la cual “gracia”, como se ha dicho antes, se nos
requiere que “abundemos”; y obliga todo esto al ponernos bajo la responsabilidad de
rendirle cuentas a Dios mismo en el juicio general, en persona, por el abuso o el descuido
de este legado (Richard Watson, Theological Institutes, IV: 275-276). (Cf. Luther Lee,
Elements of Theology, 435-436.)
40. En cuanto al deber del casamiento en las personas, Richard Watson dice: “No hubo
necesidad de que la ley fuera dirigida a cada individuo como tal, ya que los instintos de la
naturaleza y el afecto del amor sembrados en los seres humanos eran suficiente garantía de
su observancia general. Además, el vínculo mismo del matrimonio, por ser una preferencia
que se basaba en el amor, hacía del acto uno en el cual el escogimiento y el sentimiento
tendrían gran influencia, sin excluir la consideración prudente de las circunstancias. Había
la posibilidad de casos en los que no entusiasmara una preferencia como la que es esencial
para la felicidad y para las ventajas de este estado, ni que se diera lugar al debido grado de
afecto que garantizara la unión. Pudo haber casos en los que las circunstancias fueran
contrarias al pleno descargo de algunos deberes de este estado, como sería el manteni-
miento cómodo de la esposa y la provisión adecuada para los hijos. Algunos individuos
serían llamados providencialmente a cumplir con los deberes de la iglesia y del mundo, los
cuales se cumplirían mejor por alguien soltero y libre; y los tiempos de persecución, como
lo enseñó el apóstol Pablo, harían del abstenerse de este honorable estado un acto de
prudencia cristiana. Sin embargo, la regla general estuvo a favor del matrimonio, y toda
excepción pareció requerir una justificación basada en un principio que tuviera como
fundamento una igual e imperiosa obligación” (Richard Watson, Theological Institutes,
II:543).
D. S. Gregory establece los siguientes “Prerrequisitos del Pacto Matrimonial”: “El de-
fecto corporal, la imbecilidad mental, la enfermedad hereditaria, y la edad avanzada
extrema han sido pensadas como suficientes para impedir a los que sufren tales condicio-
nes de entrar al estado matrimonial. Pero, más allá de esto, es evidente que la moralidad
debe requerir: Primero, que las partes sean capaces de dar un consentimiento voluntario y
deliberado. Por lo tanto, todo matrimonio forzado es inmoral, ya que el pacto no sería
voluntario. Todo matrimonio es inmoral si se entra al mismo antes de la edad en la que se
supone razonablemente que las partes puedan entender a plenitud las condiciones, los
deberes y las responsabilidades del estado matrimonial, ya que el pacto no ha sido delibe-
rado. Segundo, que las relaciones de consanguinidad y afinidad subsistentes de manera
previa entre las partes no sea demasiado cercana. Según la ley romana, los matrimonios
eran declarados incestuosos ‘cuando las partes estaban demasiado cercanas en su relación
de consanguinidad, es decir, si eran de una misma sangre, como hermano y hermana, o
por afinidad, es decir, si estaban conectados por matrimonio, como suegro y nuera’. La ley
levítica guardaba un estrecho parecido a la romana en este respecto. Que el matrimonio
entre los que están muy cercanamente emparentados sea contra natura, y por consiguiente
inmoral, se puede demostrar por medio de las siguientes consideraciones: (1) los afectos
naturales que tienen los parientes son incompatibles con el amor conyugal; (2) la prohibi-
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 91
condiciones designadas por Dios mismo. No importa cuáles hayan sido las condiciones en
aquellos días de dureza de corazón de la gente (Mateo 19:8), está claro que nuestro nuevo
Dador de la ley ha decretado que solo una ofensa, la fornicación, podrá disolver el vínculo
matrimonial: “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de
fornicación, y se casa con otra, adultera” (Mateo 19:9; Marcos 10:11-12). Bajo la vieja ley,
la pena por adulterio era la muerte; la legislación de nuestro Señor abole tácitamente tal
cosa: más aún, Él le da a porneia [fornicación] el mismo significado que le da a moixeia
[adulterio], que generalmente significa la misma ofensa cometida por la persona casada.
Una fase notable de la misma cuestión ocurre en conexión con las nuevas relaciones entre
personas casadas de creencias diferentes. Nuestro Señor había insinuado que el divorciado
podía casarse de nuevo. El apóstol Pablo, al tratar la cuestión de la deserción, deliberada y
final, de un cónyuge no creyente, dice que la parte abandonada queda libre: “Pero si el
incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre
en semejante caso” (1 Corintios 7:15). La Biblia no indica cuál es la extensión de esta
libertad, pero generalmente se ha sostenido que la deserción es, al igual que el adulterio,
fundamento válido para el divorcio bajo la nueva Ley (William Burton Pope, Compen-
dium of Christian Theology, III:240).
42. Charles Hodge ofrece un excelente tratamiento del divorcio, su naturaleza y sus efectos,
como sigue: “El divorcio no es una simple separación, sea temporal o permanente, a mensa
et thoro. No es una separación tal que deje a las partes en la relación de marido y mujer,
solo relevándolos de la obligación de sus deberes relativos. El divorcio anula el vinculum
matrimonii, de modo que las partes ya no son más marido y mujer. De ahí en adelante, el
uno y el otro se relacionarán de la misma manera en que lo hacían antes del matrimonio.
Que esta es la idea verdadera del divorcio se demuestra por el hecho de que, bajo la anti-
gua dispensación, si un hombre repudiaba a su esposa, ella estaba en libertad de casarse de
nuevo (Deuteronomio 24:1-2). Esto, por supuesto, suponía que la relación matrimonial
con su esposo anterior quedaba efectivamente disuelta. Nuestro Señor enseña la misma
doctrina. Los pasajes en los evangelios que se refieren a este asunto son Mateo 5:31-32,
Marcos 10:2-12, y Lucas 16:18. El significado simple de estos pasajes parece ser que el
matrimonio es un pacto permanente, que no puede disolverse a discreción de alguna de las
partes. Por tanto, si un hombre repudia arbitrariamente a su mujer y se casa con otra,
comete adulterio. Si la repudia sobre bases justas y se casa con otra, no comete ofensa.
Nuestro Señor hace que la culpabilidad del que se casa después de una separación dependa
de la razón de la separación. Al decir, ‘cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa
de fornicación, y se casa con otra, adultera’, lo que está diciendo es que ‘la ofensa no se
comete si existe la base especificada para el divorcio’. Y con esto se quiere decir que el
divorcio, cuando es justificado, disuelve el vínculo matrimonial. Aunque esta parece ser,
de manera totalmente clara, la doctrina bíblica, la doctrina opuesta prevaleció al principio
en la iglesia, y pronto obtuvo supremacía. El mismo Agustín enseñó en su obra, ‘De
Conjugiis Adulterinis’, y en otros lugares, que ninguna de las partes después del divorcio
podía contraer nuevo matrimonio. Y aunque en su obra, ‘Restractiones’, llegó a expresar
dudas acerca de esta posición, la misma se convirtió en ley canónica, recibiendo finalmen-
te la sanción autorizada del Concilio de Trento. … La indisposición de la iglesia medieval
y romana de admitir un nuevo casamiento después del divorcio, sin duda hay que atri-
buirla, en parte, a la baja idea del estado del matrimonio que prevalecía en la iglesia latina.
Era cierto que esta indisposición podía decirse que tenía base en la interpretación que se le
daba a ciertos pasajes bíblicos. En Marcos 10:11-12, y en Lucas 16:18, nuestro Señor dice,
sin calificación alguna: ‘Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el
que se casa con la repudiada del marido, adultera’. Y estos pasajes no pueden ser pasados
por alto, ya que lo genuino de los pasajes de Mateo no puede ponerse en duda. Una
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 93
expresión de la voluntad de Cristo es tan autorizada y tan satisfactoria como mil repeti-
ciones puedan hacerla. La excepción establecida en Mateo, por tanto, deberá permanecer.
La razón para que ésta se omita en Marcos y en Lucas puede explicarse de diferentes
maneras. Algunos dicen que la excepción fue por necesidad sobreentendida, dada su
propia naturaleza, se mencionara o no. O, por haberse establecido doblemente, su repeti-
ción era innecesaria. O lo que quizá es más probable fue que, mientras nuestro Señor
hablaba con los fariseos, los cuales sostenían que un hombre podía repudiar a su mujer
cuando quisiere, le fue suficiente decir que tales divorcios, a los cuales estaban acostum-
brados, no disolvían el vínculo matrimonial, por lo cual las partes permanecían tan marido
y mujer como lo eran antes. Bajo el Antiguo Testamento, el divorcio sobre las bases del
adulterio estaba fuera de consideración, ya que el adulterio se castigaba con la muerte. Por
lo tanto, fue solo cuando Cristo estaba estableciendo la ley de Su propio reino, bajo la cual
la pena de muerte por adulterio sería abolida, que se hizo necesario hacer referencia a
dicho crimen” (Charles Hodge, Systematic Theology, III: 391-393).
La Iglesia Católica Romana considera el matrimonio como un sacramento, lo cual el
protestantismo niega. La Iglesia Católica Romana también niega el derecho de un nuevo
matrimonio a todas las personas divorciadas, sin importar la base del divorcio. Sin em-
bargo, reclama el derecho de establecer impedimentos, o causas por las cuales algunas
partes no puedan unirse legalmente en matrimonio, y, por consiguiente, el derecho de
anulación. De estos impedimentos, algunos son meramente prohibiciones (impedimenta
impedientia); otros son razón para anulación (impedimenta dirimentia). Los primeros
hacen al matrimonio ilícito, los últimos lo hacen inválido. Los impedimentos de anulación
son (a) errores en cuanto a la identidad de la persona, (b) violencia o compulsión, (c)
relación sanguínea en línea directa indefinida, colateralmente tan distante como el cuarto
grado, y espiritualmente, entre ahijados y los padres de ahijados, cuya afinidad surja de
matrimonios al cuarto grado (la promesa de matrimonio constituye un impedimento que
se extiende solo al primer grado), (d) la solemne profesión de órdenes religiosas y sagradas,
(e) disparidad de religión, cuando una de las partes contrayentes no es bautizada, (f)
crimen, como sería el adulterio con la mutua promesa de casamiento, (g) el secuestro y
detención violentos de una mujer con miras al casamiento, (h) la clandestinidad, donde-
quiera el decreto del Concilio de Trento en cuanto a este asunto haya sido promulgado. El
decreto requiere que el casamiento se celebre ante un sacerdote, o algún otro sacerdote a
quien se le haya delegado legalmente, y con dos o tres testigos. (Cf. Wilmers, Handbook of
the Christian Religion, 376-377).
Debido al hecho de que en Marcos 10:11-12, y en Lucas 16:18, nuestro Señor afirma
sin calificación alguna que casarse de nuevo después del divorcio es adulterio, siempre ha
habido personas en la iglesia que hacen una distinción marcada entre el divorcio y el
nuevo matrimonio, permitiendo lo primero por causa de adulterio, pero negando lo
segundo en todos los casos. Este punto vista hace del divorcio meramente una separación,
sin romper el vinculum matrimonii. Sin embargo, la excepción hecha por nuestro Señor,
aunque solo se expresa una vez, deberá considerarse como poseyendo plena autoridad, y
admitirse así el término, como Él lo usa, en su más amplia acepción. Pero el mal del
divorcio es de tal magnitud que demanda drástica aunque sabia acción de parte de la
iglesia, y la mayor cautela de parte del ministerio. Aún cuando se conceda que la parte
inocente esté libre para casarse de nuevo de acuerdo con la Biblia, hay otras consideracio-
nes que deberán tomarse en cuenta. Siempre existe la posibilidad de que la parte culpable
se convierta, en cuyo caso hay la posibilidad de que se sane la ruptura y se preserve el
acuerdo original. Además está la necesidad del ajuste social de parte de los hijos, lo cual
precisa seria consideración. Aunque el divorcio se da por lo regular cuando las partes son
todavía pecadores, un nuevo casamiento les presenta grandes problemas si más tarde se
94 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
hacen cristianos. Estos son quizá los más serios problemas que los ministros enfrentan en
su trabajo pastoral. Es cierto que la fidelidad es demandada, pero, bajo ninguna circuns-
tancia, estos problemas peculiarmente perplejos deberán tratarse con legalidad extrema y
rudeza. En muchos casos, solo la providencia de Dios podrá desenredar la madeja.
43. Henry E. Robbins, en su libro, Ethics of the Christian Life, al comentar sobre el precepto,
“Maridos, amad a vuestras mujeres” (Efesios 5:25), señala que este es el pensamiento de
Dios, no el pensamiento del hombre. “¡Cuán puro! ¡Cuán sublime! ¡Cuán ennoblecedor!
¡Qué dignidad es puesta sobre la esposa! ¡Con cuánta belleza moral, un reflejo del res-
plandor del inaccesible Maestro mismo, se viste al marido! Ama, no por lo que pueda
conseguir egoístamente, sino por lo que pueda obtener al dar sin egoísmo, dando a la
mujer, y dando a los hijos, no dádivas materiales principal ni solamente, sino las mucho
mejores y más costosas dádivas de un constante sacrificio propio, manifestado de maneras
incontables, alegremente hecho para garantizar la mejor cultura de la mente y del corazón
de todos los que son traídos al encantador círculo de este paraíso terrenal. … Solo descu-
brirá las posibilidades de la bendición de la paternidad aquel que, como marido, pasa por
alto su propia voluntad, conoce los recursos exhaustivos de bendición que residen en lo
que es una esposa, y, como padre, entrena a hijos e hijas en su semejanza de servicio
abnegado a los demás,” (55-56).
44. Pero aparte de la comunión mística que ilustra, no hay un tributo más altamente
concebible para el matrimonio que este. Lleva la dignidad y la santidad de la relación
matrimonial a su más elevado punto, sin llegarlo a hacer un sacramento. Es la unión más
íntima y sagrada concebible, el complemento mutuo necesario para la perfección del
hombre y la mujer, y una que no está supuesta a subsistir con más de una persona. Como
institución para la continuación de la raza humana, es tan pura en su propia esfera como
la unión entre el Novio y la novia a la cual se le debe el crecimiento espiritual de la iglesia
misma. Esto arroja una fuerte luz sobre los diversos tipos de deshonra hechos a la orde-
nanza. Las violaciones de la obligación ética se refieren a las dos causas finales del matri-
monio. Primero, en todas esas iras y esos actos que se interponen entre las personas para
disminuir la perfección de su unidad, la unión de Cristo con la iglesia deberá siempre estar
a la vista: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el
marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia… Maridos, amad a
vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efe-
sios 5:22-23, 25). Aquí hay mucho que ponderar. La gracia más íntima de la esposa como
tal es el amor de la sujeción: la reflexión terrenal de ese leal homenaje de devoción que se
le mandó al ser humano que ofreciera: “E inclínate a él, porque él es tu señor” (Salmos
45:11). La gracia más íntima del marido es el amor perfecto que se sacrifica a sí mismo.
Los dos son uno, y su unión es sagrada. Su comunión, por tanto, incluyendo los oficios
afectuosos más mínimos, deberá ser pura. De ahí surge la ética interior, en la cual no es
necesario abundar, un atisbo de la cual, sin embargo, el apóstol Pablo ofrece cuando dice,
“No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento… para
que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia” (1 Corintios 7:5). Esto lleva a
las otras clases de ofensas: la indulgencia pecaminosa de esas lujurias que batallan contra el
segundo propósito principal del matrimonio: el adulterio, con todo el tren de vicios que lo
preceden, lo acompañan, y lo siguen” (William Burton Pope, Compendium of Christian
Theology, III:239).
45. Algunos hablan de la superioridad del hombre por naturaleza, pero esto es solo un sueño
de la imaginación. La doctrina que aquí se propone no está basada en la supuesta superio-
ridad del hombre, sino en la ley de adaptación de la naturaleza. El hombre es sin duda
superior a la mujer en algunos respectos: como regla general, puede soportar mayor peso,
correr con mayor rapidez, y escalar peñascos y montañas con mayor facilidad; pero en lo
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 95
que deleita al ojo de Dios y al de los santos ángeles, no es superior a la mujer. Él está mejor
adaptado a la esfera que nuestra doctrina le asigna a él, y ella está mejor adaptada a la
esfera que la misma doctrina le asigna a ella. Las cualidades naturales de las mujeres,
asistidas por su posición en la sociedad, tienden, con autoridad, a desarrollar principios
morales y religiosos correctos; y la inmoralidad es menos frecuentes, y la piedad más
común entre ellas que entre los hombres. La posición de la mujer como sujeto de las
relaciones conyugales y maternales, le da casi un control total de los cuidados confiados a
cada generación sucesiva en el periodo temprano de su existencia. La mente susceptible de
la infancia recibe de ella sus primeras impresiones. El carácter infantil está moldeado y
modificado en muchos respectos por la mano de ella. Su dulzura, ya sea que se exalte o
que se envilezca, es la escuela de la infancia. En esta escuela maternal tomamos nuestras
lecciones; bajo esta disciplina formamos nuestro carácter para el tiempo y la eternidad. El
oficio materno es, por tanto, un oficio de la más grande dignidad y utilidad, y demanda
nuestra más elevada admiración y estima (Luther Lee, Elements of Theology, 390).
46. El origen y el crecimiento de tal afecto están provistos en la constitución misma de la
familia. Dicho afecto tiene su primera raíz natural en el afecto mutuo del esposo y la
esposa, y donde el uno no existe, el otro no deberá en medida alguna esperarse. Tiene su
segunda raíz natural en la relación de los hijos con los padres como “hueso de sus huesos y
carne de su carne”. El apóstol Pablo presenta un principio de aplicación universal cuando
declara que “nadie aborreció jamás su propia carne, sino que la sustenta y la cuida” [Efe-
sios 5:29]. Tiene su tercera raíz natural en la indefensa inocencia del niño, la cual, por un
tiempo prolongado, hará del pecho de sus padres su lugar de seguridad y descanso. Esta es
la más poderosa de todas las influencias en el desarrollo de la ternura paternal y maternal,
y los padres que les entregan sus hijos, para su casi exclusivo cuidado, a criados y a asala-
riados, se colocan en cierta medida más allá del alcance de esa influencia, haciendo impo-
sible el más elevado y puro e intenso desarrollo del afecto paternal. Tiene su cuarta raíz en
una percepción recta y adecuada de la existencia inmortal y la posibilidad ilimitada de la
naturaleza del niño, y de la grandeza de entrenarlo para la bondad y la gloria inmortales.
El amor paternal que no toca raíz profunda en esto es solo terrenal y temporal, y no
provee un motivo adecuado para el entrenamiento de los hijos para la más elevada misión
(D. S. Gregory, Christian Ethics, 281).
47. El carácter de un padre deberá haberse formado sobre sus propias enseñanzas, a fin de
hacerlas eficaces en su hijo. Si un padre tiene a su hijo viviendo en la presencia de lo
invisible y lo eterno, si lo tiene viviendo por encima del mundo mientras viva en él, si lo
tiene usando el mundo sin que lo abuse, si lo tiene alcanzando el dominio propio, si lo
tiene viviendo para el reino de Dios, el padre mismo deberá ejemplificar estas virtudes. En
una palabra, que tanto el padre como la madre manifiesten el poder de la vida nueva
escondida con Cristo en Dios en el trato irrestricto y acostumbrado de la vida familiar;
que esta lección objetiva sea reforzada por la instrucción y la amonestación juiciosas, de
modo que, en tal caso, el antiguo proverbio quede verificado: “Instruye al niño en su
camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). Los hijos están
de manera continua, aunque lo hagan inconscientemente, tomando fotos del carácter de
sus mayores, y llevarán esas fotografías espirituales como impresiones imperecederas en sus
almas (Henry E. Robbins, The Ethics of the Christian Life, 336).
48. Los hijos son entregados al cuidado de sus padres en un estado de descubierta dependen-
cia, y de ellos deberán recibir todo cuidado, y ser nutridos de la más tierna mano, a fin de
mantener viva la débil chispa vital con la que su existencia primero fue encendida, hasta
que el fuego de la vida queme con mayor fuerza. Cada padre tiene su trabajo correspon-
diente que desempeñar, pero la gentil mano y el corazón amoroso de la madre son inme-
diatamente solicitados, y tienen mayores propósitos a los cuales responder. Un ser inmor-
96 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
tal ha sido puesto en sus manos y en su seno; un alma con facultades sin límites de pen-
samiento y sentimiento depende de sus tiernos labios, y bebe inteligencia de sus ardientes
ojos. Hay facultades capaces de inteligencia angelical, y virtudes celestiales dormitan en sus
brazos y reposan en su pecho. Ella deberá pedir primero que se ejerciten, y luego les
proveerá impulsos que nunca dejarán de sentir. Por la bondad de su corazón, por la deli-
cadeza de sus sentimientos y emociones, y por su amable discriminación y juicio exacto,
ella está bien capacitada para la tarea. Se ocupa de sus labores de manera incansablemente
asidua. A medida pasan los meses, su encargo inmortal se adelantará bajo su cuidado,
hasta que respondan los sonrientes labios y los brillantes ojos a sus profundas simpatías, y
el amor y la felicidad llenen el alma y expandan sus poderes. Este tierno y vigilante cuida-
do tendrá que continuar por años, aunque pronto se integrará a otros y más duros deberes,
a medida el infante se convierta en un niño que hable, y el niño se vuelva un joven. Esto
preparará el camino para una segunda rama del deber. Es el deber de los padres de gober-
nar a sus hijos. Este es un trabajo de gran importancia, y a menudo de gran dificultad. Es
un trabajo en el que ambos padres deberán participar, y en el que cooperarán para apoyar
su mutua influencia y autoridad. Después de que la tutoría de la madre haya progresado
durante algún tiempo, el hijo pasará a la autoridad más austera y a la influencia más severa
del padre. La ternura y la exquisita sensibilidad de la madre son necesarias en las etapas
más tempranas de crecimiento, pero, en un periodo posterior, los modos más macizos de
la disciplina del padre son iguales requisitos para la debida formación del carácter. La
madre opera primero, y continúa sus amables y armoniosas atenciones hasta el final. El
padre comienza su debida influencia después de que cierto grado de progreso haya sido
alcanzado, y contribuye en proveer hombría y energía al carácter (Luther Lee, Elements of
Theology, 391-392).
La verdadera concepción del designio de la autoridad paternal coloca bajo su verda-
dera luz los criterios laxos de algunos de los más populares y pretendidos maestros de la
moral y de la religión del día presente. La manera más certera de minar toda moralidad, de
corromper la familia, la sociedad, el estado, y la raza, y de traer el reinado del vicio y del
crimen y de la impiedad, es rebajando el aprecio público del sagrado carácter de la autori-
dad de los padres, ridiculizando lo estricto del entrenamiento paternal al cual estos mis-
mos maestros le deben todo lo que son, con tal que no sea lo bajo y lo menospreciable, y
que fue mucho más conforme a la Palabra de Dios (D. S. Gregory, Christian Ethics, 284).
49. La obediencia debida a los magistrados civiles: La total teoría del gobierno civil y el deber
del ciudadano para con sus gobernantes están expresados ampliamente por el apóstol
Pablo en Romanos 13:1-5. En este pasaje se enseña: (1) Que toda autoridad proviene de
Dios. (2) Que los magistrados civiles son ordenados por Dios. (3) Que resistírseles es
resistirse a Dios, puesto que son ministros que ejercen la autoridad de Él entre los hom-
bres. (4) Que la obediencia a los magistrados deberá rendírseles como cuestión de con-
ciencia, como parte de nuestra obediencia a Dios. De aquí es aparente:
Primero, que el gobierno civil es una ordenanza divina. No es meramente una institu-
ción humana opcional, algo que los seres humanos tengan libertad de tener como les
parezca. No se funda en un convenio social, sino que es algo ordenado por Dios. Sin
embargo, la Biblia no enseña que haya una forma de gobierno civil que sea siempre y en
todo lugar obligatoria. La forma de gobierno será determinada por la providencia de Dios
y la voluntad del pueblo. Y cambiará según cambie el estado de la sociedad.
Segundo, en la doctrina del Apóstol se incluye que los magistrados derivan de Dios su
autoridad; son sus ministros; lo representan. En cierto sentido, también representan al
pueblo, según éste los escoja para que sean depositarios de esa autoridad divinamente
delegada. Pero los que ostentarán el poder serán ordenados por Dios; es su voluntad que lo
sean, y que sean revestidos de autoridad.
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 97
igual manera, los mártires cristianos desobedecieron las leyes que les requerirían adorar
ídolos, pero no hicieron resistencia alguna a que esa ley los ejecutara. … Cuando un
gobierno fracasa en responder al propósito para el cual Dios lo ordenó, el pueblo tiene el
derecho a cambiarlo. Un padre, si abusa vergonzosamente de su poder, puede justamente
ser desprovisto de la autoridad sobre sus hijos (Charles Hodge, Systematic Theology,
III:357-360).
50. La ética política. La revelación divina, desde el principio, se ha preocupado profunda-
mente por el gobierno, y por los asuntos sociales y políticos del mundo. Su historia de-
muestra la santificación de toda forma de desarrollo de gobierno entre los hombres, desde
la casa y la familia primitiva, en su forma más simple y típica, hasta la forma de despotis-
mo imperial más violento. Ahora nos toca ver la enseñanza final del Nuevo Testamento,
sobre la cual no hay mucho espacio para duda. Sus principios generales son muy claros,
tanto en cuanto a los que gobiernan como en cuanto a los gobernados.
I. La institución del gobierno es divina: no está fundada en ningún convenio o
acuerdo entre los seres humanos, como lo pretende la modernidad. Mientras más cuida-
dosamente examinamos la base de las distinciones tribales y nacionales entre los seres
humanos, en otras palabras, lo que hace la constitución distintiva de un pueblo, más
claramente percibiremos el que esté condicionada por cierta relación con Dios, cuya
adoración ha sido el vínculo original de unidad de cada raza, y de aquel que ha sido el
representante de su gobierno terrenal. El gobierno fue hecho para el hombre, y el hombre
para el gobierno. La forma de ese gobierno no está prescrita ni rígida ni definitivamente:
no ciertamente en la legislación cristiana. Toda forma de autoridad válida fue santificada
en el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento introduce una monarquía universal en
la economía espiritual de las cosas: y solo de manera subordinada trata con los reinos de
este mundo. Pero los cimientos de la sociedad civil y política de la tierra fueron estableci-
dos en el cielo: “no hay autoridad sino de parte de Dios” (Romanos 13:1). El magistrado
humano representa al Juez supremo: dentro del estado, es el diputado de ese Juez, “porque
es servidor de Dios para tu bien” (Romanos 13:4). Para la protección y la paz del que
cumple con la ley, es el ministro de Dios, el vengador que ejecuta la ira de la administra-
ción de la justicia divina sobre el transgresor. Estos principios son indisputables. El mismo
término se usa para la representación de la autoridad eclesiástica en la iglesia y en el mun-
do: son a la vez diakonoi y leitourgoi o ministros.
II. La obediencia a los magistrados y al gobierno del país son hechas parte de la ley
cristiana, expresamente incluidas en su ética por nuestro Señor, sobre la amplia base del
deber de rendirle al César las cosas que son del César, aunque el César de ese día tuviera al
país bajo esclavitud. El apóstol Pablo reconoce en su propia persona, y ordena a todos los
seres humanos que reconozcan, lo que a lo sumo era una autoridad despótica y cruel.
1. El deber de la sumisión es, en primer lugar, y en cierto sentido, pasivo. Por consi-
guiente, todo el que resiste el poder, resiste la ordenanza de Dios; y los que resisten,
recibirán condenación (Romanos 13:2). Esto prohíbe, negativamente, la insurrección y la
resistencia personales. Hasta qué punto la sumisión deba realizarse, y en qué punto la
resistencia es permitida, no por el individuo como tal, pero por el pueblo, es una cuestión
que nuestra ética presente no contempla. Inter arma leges silent. Sin embargo, la obligación
viene antes de que se tomen las armas. Ningún cristiano individual puede resistir sin
traicionar su confianza ni perder la mansedumbre de su sabiduría. Cuando la cuestión es
tocante a la ley de Dios (Daniel 6:5), el siervo de Jehová deberá resistir, pero no hasta que
la sumisión haya tenido su obra cumplida.
2. Positivamente, la obediencia al gobierno requiere que se sea diligente en mantener
el honor de la ley en todos sus puntos, y esto por causa de la conciencia (Romanos
13:5-7). Tanto nuestro Señor como sus apóstoles ponen considerable énfasis en que se
LA ÉTICA CRISTIANA O LA VIDA DE SANTIDAD 99
pague el tributo a quien tributo se le debe, un principio que implica cuestiones muy
importantes. “Pues por esto pagáis también los tributos” [Romanos 13:6]. Hay que ob-
servar que la ética de sumisión al gobierno promulgada por el apóstol Pablo sigue la más
sublime y más abarcadora doctrina de moralidad cristiana, y, por así decirlo, la incorpora.
3. La Biblia, de principio a fin, inculca y honra el patriotismo. En ocasiones se ha di-
cho que ni el sentimiento del amor a la patria ni el de la amistad personal tienen lugar en
la ética cristiana. Es cierto que la devoción suprema a un reino que no es de este mundo
(Juan 18:36) tiene en todo lugar la preeminencia, y que la simpatía individual de la amis-
tad se funde con el amor fraternal. Pero ambos sentimientos son ciertamente inculcados y
alentados en la Biblia. No hay historia profana que sobrepase o iguale sus anales en cuanto
a la ejemplificación de ambos, y el cristianismo deberá recibir los beneficios de la antigua
religión, de la cual es, en cierto sentido, una continuación (William Burton Pope, Com-
pendium of Christian Theology, III: 251-253).
PARTE 5
LA DOCTRINA
DE LA IGLESIA
101
CAPÍTULO 31
LA IGLESIA:
SU ORGANIZACIÓN
Y SU MINISTERIO
La obra del Espíritu Santo demanda necesariamente una economía
objetiva. Esta nueva economía es la iglesia, o el cuerpo místico de
Cristo. Representa un nuevo orden de vida espiritual sobre la tierra, fue
creada por la llegada de Cristo, y es preservada por la morada perpetua
del Espíritu Santo. El vocablo iglesia, como se encuentra en el Nuevo
Testamento, proviene de la palabra griega, ecclesia, y, en su connotación
más simple, significa la asamblea o el cuerpo de los llamados. Un
término griego relacionado es kuriakos, que significa la casa del Señor.
La iglesia, por tanto, podría ser considerada la esfera de las operaciones
del Espíritu, y, a la vez, el órgano por el cual Cristo administra la
redención. Como cuerpo colectivo, fue fundada por nuestro Señor
Jesucristo, y está investida de ciertas señales y atributos que son
representativos de su agencia entre los seres humanos. Es, (1) la ecclesia,
o la asamblea de los llamados, y está formada por los hijos de Dios
adoptados divinamente. No es, pues, una simple organización humana.
Cristo es su cabeza. De Él recibe su luz por medio del Espíritu que
mora, y como tal, descarga una doble función: como establecimiento
para la adoración, y como depósito de la fe. Es, (2) el cuerpo de Cristo,
ya que constituye una extensión mística de la naturaleza de Cristo, y,
por consiguiente, está compuesta de aquellos que han sido hechos
partícipes de esa naturaleza. La relación entre Cristo y la iglesia es
orgánica. Como tal, personifica y permite en la tierra las condiciones
bajo las cuales, y por cuyos medios, el Espíritu Santo extiende sobre-
103
104 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
expresar este pensamiento. Habrían de ser uno por medio del Espíritu.
El Espíritu Santo, siendo como es el vínculo de unión en la deidad, se
vuelve de igual manera la fuente de unión en la iglesia, uniendo a los
miembros los unos con los otros, y con su Cabeza exaltada, y consigo
mismo. El apóstol Pablo utiliza tres símbolos de unidad con significado
gradualmente más profundo para expresar esta relación espiritual: (a) la
unidad filial, es decir, la de parentesco u origen común. Cristo es el
primogénito entre muchos hermanos, siendo infinito como el unigéni-
to Hijo, entre tanto que los que son hechos a su semejanza, son finitos;
(b) la unidad conyugal, como la expresa la relación matrimonial, dada
su cercanía en la unión, su fructificación, su carácter indisoluble, y su
completo intercambio de bienes; (c) la unidad orgánica, es decir, la de
la cabeza y el cuerpo, ambas permeadas por una vida común. Pero la
más perfecta ilustración del Apóstol es semejante a la de su Maestro, la
de la Trinidad. El Apóstol nos da una trinidad de trinidades: un
cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, y
“un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en
todos” (Efesios 4:4-8). En todos, como el Espíritu dador de vida y
santificador; sobre todos, como Espíritu que unge y da poder.2 (2) El
crecimiento es el segundo factor de este organismo. Este crecimiento es
por medio de la verdad como la ministra el Espíritu. De aquí que el
apóstol Pablo diga que, “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en
todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo,
bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan
mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su
crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:15-16). Aquí se
nos indica que el crecimiento del individuo, espiritualmente hablando,
ha de interpretarse, no por una creciente independencia de acción, sino
por una cooperación más profunda y feliz con los demás miembros del
cuerpo. Hay que notar, más aún, que aquí el crecimiento del cuerpo es
por medio de las contribuciones individuales de sus miembros. (3) El
mismo Apóstol también nos da los elementos de la ascendencia. Nos
dice que el gran don del Cristo ascendido a la iglesia es aquel del
ministerio en sus varios tipos: apóstoles y profetas como el ministerio
fundamental; y evangelistas, pastores y maestros como el ministerio
proclamador o instructivo. El propósito de estos oficiales, añade el
Apóstol, es “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la
edificación del cuerpo de Cristo”, y el objetivo que se persigue es, “que
todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de
LA IGLESIA: SU ORGANIZACIÓN Y SU MINISTERIO 109
LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA
La organización de la iglesia, en el sentido más estricto, pertenece al
estudio de la política de la iglesia. Aquí solo podremos ofrecer una
panorámica de los distintos factores que entran en juego y que consti-
tuyen a la iglesia en una organización visible. Discutiremos (1) las
formas preliminares de organización; (2) la organización de la iglesia
cristiana; (3) los tipos de organización; (4) las iglesias como organiza-
ciones locales y voluntarias; (5) las condiciones de la feligresía; y (6) la
función de la iglesia.
Formas preliminares de organización eclesiástica. Las formas visibles
que la iglesia invisible ha asumido de época en época han sido mayor-
mente la consecuencia de luchas históricas, y de aquellas diversas
circunstancias bajo las cuales la iglesia invisible has sido forzada a
mantenerse.
1. La forma patriarcal de la iglesia data del principio de los tiempos.
Antes de la caída, era inmaculada y perfecta. Pero no nos toca inquirir
acerca de la forma de organización que la misma hubiera tenido en caso
de que ese estado hubiera continuado. Después de la caída, eso sí, la
imperfección caracterizaría a la iglesia, y continuará caracterizándola
hasta la consumación de todas las cosas, cuando sea presentada de
nuevo sin falta ante el trono con gozo sin igual. En su forma más
temprana, el credo era simple, siendo el protoevangelium o la promesa
de redención la sola condición para membresía. El único oficial era el
sacerdote. Aparentemente, el sacerdocio no estaba limitado a la cabeza
de la familia, ya que tanto Caín como Abel ofrecieron sacrificios. La
iglesia era individualista al extremo. Con el llamamiento de Abraham,
la forma individualista de organización cedió a la de la familia, y
comenzó la forma patriarcal de gobierno en su más verdadero sentido.
Abraham era el sacerdote de su propia familia, y fue sucedido a su vez
por Isaac y Jacob.
2. La forma teocéntrica de gobierno empezó con Moisés, quien
reorganizó la iglesia en el Sinaí, dándole una constitución elaborada,
LA IGLESIA: SU ORGANIZACIÓN Y SU MINISTERIO 115
tanto para lo civil como para lo eclesiástico. Sin embargo, esta forma no
estaba diseñada para ser un estado que cumpliera con los oficios
eclesiásticos, sino una iglesia que asumiera las funciones del estado. La
idea religiosa permeaba toda la estructura social. Teóricamente, esto
deberá siempre ser el verdadero ideal para la iglesia, no el de la identifi-
cación de la iglesia con el estado, sino el de una coalescencia tal de
ambos que los traiga a su más alta eficiencia. Un ideal así, no obstante,
nunca podrá hacerse realidad hasta que Aquél quien es profeta y
sacerdote también venga a ser rey. Entonces Él será no solo el Señor de
la iglesia, sino el gobernador de las naciones: será rey de reyes, y Señor
de señores (Apocalipsis 11:15).
La organización de la iglesia cristiana. Nada se enseña más claro en la
Biblia que el hecho de una organización externa de la iglesia. Esto lo
demuestra (1) los tiempos establecidos para las reuniones (Hechos
20:7), y la exhortación a que no se dejen de reunir (Hebreos 10:25); (2)
un ministerio formalmente constituido, el cual comprende a los
obispos (episkopoi), a los ancianos o presbíteros (presbiteroi), y a los
diáconos (diakonoi) (Filipenses 1:1; Hechos 20:17, 28), y las normas
para su elegibilidad (1 Timoteo 3:1-13); (3) las elecciones formales
(Hechos 1:23-26; 6:5-6); (4) un sistema financiero para el sostén local
del ministerio (1 Timoteo 5:17), y para el interés más general de la
caridad (1 Corintios 16:1-2); (5) la autoridad disciplinaria por parte de
los ministros y las iglesias (1 Timoteo 5:17; 1 Pedro 5:2; Mateo 18:17;
1 Corintios 5:4-5, 13); (6) las costumbres comunes (1 Corintios
11:16), y las ordenanzas (Hechos 2:41-42; 1 Corintios 11:23-26); (7)
los requisitos de membresía (Mateo 28:19; Hechos 2:47); (8) el listado
de las viudas (1 Timoteo 5:9); (9) las cartas oficiales de recomendación
(Hechos 18:25; 2 Corintios 3:1); y (10) la obra común de todas las
iglesias (Filipenses 2:30).
Existen tres criterios generales concernientes a la organización de la
iglesia. El primero sostiene que la iglesia es un cuerpo exclusivamente
espiritual, y que, por lo tanto, no necesita una organización externa.
Esta posición es ilógica, y solo la sostienen unas pocas sectas menores.
Hay que observar aquí que una forma simple de gobierno no implica
necesariamente un credo escrito, sino que el mismo puede existir de
manera oral. Una organización así puede también existir sin expedien-
tes escritos, sin lista de miembros, y sin una manera formal de escoger a
sus oficiales. Después de todo, estas cosas deberán considerarse como
auxilio y no como algo esencial. La segunda teoría está en el extremo
116 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
EL MINISTERIO CRISTIANO
Se puede decir que el ministerio cristiano descarga una doble fun-
ción, dependiendo de que la iglesia se vea bajo el aspecto del cuerpo de
Cristo, o como el templo del Espíritu. En el primer caso, por ser
empresa de evangelización, la función ministerial será la de predicar el
evangelio y administrar los asuntos de la iglesia; en el segundo, por ser
establecimiento de adoración, la referencia es a la conducta pública de
la adoración y la administración de los sacramentos. Antes de conside-
rar este asunto más en detalle, es necesario dar algo de atención a las
concepciones diferentes del oficio como las sostienen el catolicismo
romano y el protestantismo. El primero se suscribe a un ministerio
sacerdotal; el último a un ministerio profético o de predicación. El
principio adoptado por los reformadores es el del “sacerdocio universal
de los creyentes”.
El sacerdocio universal de los creyentes. En la iglesia primitiva, a los
ministros se les conocía indistintamente como obispos, presbíteros o
ancianos. La concepción antiguotestamentaria del sacerdocio, ejerció de
primera instancia muy poca influencia en la idea eclesiástica del oficio.
Los sacrificios fueron abolidos, y no podía haber un sacerdote sin un
sacrificio. Por consiguiente, la congregación completa se consideraba
un cuerpo de sacerdotes que ofrecía sacrificios espirituales por medio de
Jesucristo, su solo y gran sumo sacerdote. Paulatinamente, sin embargo,
creció una distinción no bíblica entre el clero y el laicado, conociéndose
los primeros como sacerdotes, o a los que les pertenecía la función
sacerdotal. Una vez establecida está distinción, fue imposible evitar que
el concepto antiguotestamentario del sacerdocio influenciara el
ministerio cristiano. Siendo que en el servicio del templo los sacerdotes
ofrecían sacrificios por el pueblo, volviéndose así mediadores entre el
pueblo y Dios, también en la iglesia un sacrificio pronto llegó a ser
ofrecido por el pueblo, en vez de ser de parte del pueblo. Entre tanto los
fieles ofrecían ellos mismos los sacrificios espirituales por medio de su
solo Sumo Sacerdote, no había necesidad de una orden sacerdotal. Por
eso era que la idea del sacerdocio universal dominaba en la iglesia. Con
el cambio gradual en la idea del ministerio y sus funciones, vino
también un cambio en la concepción de la eucaristía, yéndose desde
una fiesta sencillamente conmemorativa hasta el sacrificio de la misa.
Esto a su vez fortaleció la creencia en el carácter sacerdotal del ministe-
rio, de modo que, como Pedro Lombardo lo indica en sus Sentencias, el
carácter sacerdotal del alto clero, y el carácter sacrificial de la misa,
122 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
iglesia en específico. Esto ocurrirá solo cuando sea electo por la iglesia,
y acepte libremente su elección. Luego, el presbiterio es una orden del
ministerio, solo de la cual los pastores pueden ser electos, pero hasta
tanto sean así elegidos, no son pastores de ninguna iglesia en particular.
Esto no impide que un ministro licenciado sirva en la capacidad de
pastor, pero hasta que no sea ordenado como presbítero, no se le
conferirán todos los derechos y privilegios del ministerio, por lo cual no
podrá, en el sentido más pleno, llenar los requisitos del oficio. Lo que es
cierto del pastorado, lo es también de los otros diversos oficios de la
iglesia. Por lo tanto, podemos mantener con seguridad que hay una
orden de ministerio, pero muchos y diversos oficios. Las calificaciones
para los obispos o presbíteros, y para los diáconos, son plenamente
declaradas por el apóstol Pablo en sus epístolas a Timoteo y a Tito (1
Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-9).
Funciones administrativas y disciplinarias. La iglesia, por medio de
sus ministros, ejerce tres formas de poder administrativo. (1) Está lo
que los antiguos teólogos llamaban el potestas ordinans, o diataktike, con
lo cual se hacía alusión al poder de la iglesia en cuanto a las leyes de
orden y gobierno. El hecho de que la iglesia es una institución com-
puesta de seres humanos, implica que deberá tener leyes, y que las
mismas deberán ser adecuadamente administradas. Estas leyes deberán
ser bíblicas, es decir, deberán ser derivadas inmediatamente de la Biblia,
o indirectamente, por inferencia, “de modo que lo que ella no conten-
ga, no deberá dictarse como artículo de fe”. Deberán ser espirituales. La
iglesia no tiene voz en asuntos civiles ni seculares, por lo cual no tiene
derecho a dictaminarles nada a sus miembros excepto en lo que
concierna a cuestiones morales y religiosas. De nuevo, estas leyes
deberán ser puramente ministeriales. Aquellos a través de los cuales el
gobierno de la iglesia es administrado, no son señores sobre la herencia
de Dios, sino ejemplos de la grey. (2) Está el potestas dogmatike¸ o las
funciones didácticas de la iglesia. Siendo que la iglesia es la depositaria
de la Biblia, a sus ministros se les requiere que la defiendan como una
preciosa herencia. Se les requiere, además, que prediquen la Palabra, y
que utilicen todos los medios posibles para su promulgación. Esto
incluye la instrucción de la juventud, el uso de la Biblia, los salmos, los
himnos y los cánticos espirituales en los servicios públicos, y la
preservación de la sana doctrina en la iglesia. (3) Está la potestas
diakritike, o la función disciplinaria de la iglesia. A los ministros no solo
se les requiere que enseñen, sino que además ejerzan la debida discipli-
128 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Isaac A. Dorner incluye los siguientes temas en la discusiones de la iglesia: (1) El génesis
de la iglesia, por medio del nuevo nacimiento del Espíritu, o la regeneración; (2) el creci-
miento y la persistencia de la iglesia por medio de la continua operación del Espíritu en los
medios de gracia, o la eclesiología, como otros la llaman; y (3) la culminación de la iglesia,
o la escatología.
2. W. H. Hutchings señala los siguientes e interesantes puntos de comparación entre el
misterio de la encarnación y el misterio de Pentecostés.
(1) En cada cual hay una llegada personal, (a) en Nazaret, María, en una vida velada,
es preparada para la maravilla que le habría de ocurrir; (b) en Jerusalén, los discípulos, con
oración y súplica, en retiro secreto, esperan al Consolador prometido.
(2) En Nazaret, el Verbo eterno desciende del seno del Padre para unir nuestra natu-
raleza con la de Él, a fin de redimirla. En Jerusalén, la tercera persona de la Trinidad
desciende para habitar en nuestra naturaleza a fin de santificarla. Así como la creación del
cuerpo de Jesús fue por el Espíritu Santo, así Él crea la iglesia como el organismo visible de
su presencia. (Gregorio Nacianceno: Le corresponde al Espíritu Santo venir a nosotros de
manera corporal, como el Hijo ha tratado con nosotros en un cuerpo.)
(3) En ambas uniones, el mismo amor es la causa motora; pero en el segundo, el amor
asume un nuevo grado de prominencia e intensidad. Es el segundo don divino, y este
después que el primero había sido abusado. Es ahora el don, no de sabiduría personal,
pero de amor personal; y es el amor que hace del amor y no del temor el motivo domi-
nante de la obediencia.
(4) En ambos misterios, la comunión con la vida creada es tan estrecha que las accio-
nes divinas les son imputadas al ser humano, y las propiedades humanas adscritas a Dios;
en ambos, el cielo concede una persona divina, y la tierra contribuye con un vaso para su
presencia. (Cf. W. H. Hutchings, Person and Work of the Holy Ghost, 127.)
3. El obispo John Pearson ofrece esta definición de catolicidad: “Este catolicismo de la iglesia
consiste generalmente en su universalidad como incluyendo a toda clase de persona, como
diseminada por todas las naciones, como comprendiendo todas las edades, como conte-
niendo toda verdad necesaria y salvadora, como obligando a toda condición de hombre a
toda clase de obediencia que cure toda enfermedad y que siembre toda gracia en las almas
de los hombres” (John Pearson, An Exposition of the Creed).
4. Para obtener una concepción precisa de la iglesia cristiana es necesario que distingamos
debidamente entre lo ideal y lo real, entre la naturaleza interna del sujeto y su forma
manifestada externamente, en una palabra, entre la iglesia y la congregación. Concebida
como una sociedad religiosa moral, la iglesia incluye, sin excepción, a todos los que son
llamados con el nombre de Cristo; vista como un cuerpo espiritual, la congregación es la
unión de aquellos que, por una fe viviente, están personalmente unidos a Cristo, sea que
pertenezca a la iglesia militante en la tierra, o a la iglesia triunfante en los cielos. La distin-
ción entre la iglesia visible e invisible es, por tanto, correcta en principio, y deberá soste-
LA IGLESIA: SU ORGANIZACIÓN Y SU MINISTERIO 129
con exclusión del otro posee a lo sumo una media verdad. Habrá que hacer provisión para
la libertad del individuo, pero esto podrá hacerse solo si se hace provisión para la debida
relación con los demás.
Se concede generalmente como impráctico perseguir la unidad en la iglesia visible ex-
cepto en la fe, la adoración y la disciplina como lo fundamental. Debe ser obvio para toda
mente desapasionada que nunca ha habido, desde el tiempo de los apóstoles, ninguna otra
unidad que aquella que Dios solo puede discernir. … La teoría congregacional, la cual
admite solo el agregado voluntario de iglesias, sin tener, ni tampoco desear, otra garantía
que no sea esa, se va hasta un extremo, pero en la dirección correcta (William Burton
Pope, Compendium of Christian Theology, III:273).
A. A. Hodge tiene este interesante enunciado en cuanto a la importancia de la varie-
dad en la iglesia: “Creo firmemente que, contrario, el propósito de Dios ha sido diferen-
ciar su iglesia infinitamente. Ustedes saben que la forma más elevada de hermosura que
jamás se pueda concebir, la forma más elevada de orden, es la multiplicidad en la unidad y
la unidad en la multiplicidad. … Ahora, ¿qué ha estado haciendo Dios? Ha disgregado a la
humanidad en variedades infinitas… a través de todos los tiempos… simplemente para
fortalecer esa variedad que constituye la belleza en la unidad, y para robustecer esa rica e
inagotable variedad que constituye la belleza en la unidad de esta gran e infinita iglesia de
los primogénitos. … Ciertamente deseamos trabajar abarcadoramente juntos hacia la
unidad, pero el hibridismo no es la manera de lograrlo. No es por unir los tipos, sino por
la unidad del Espíritu; no es por trabajar desde afuera, sino por hacerlo desde adentro
hacia afuera” (A. A. Hodge, Popular Lectures, 212ss).
Juan Wesley dice: “Originalmente, cada congregación cristiana era una iglesia inde-
pendiente de todas las demás”. Adam Clarke asume la misma posición: “En el uso apro-
piado de esta palabra”, dice él, “no puede haber tal cosa como exclusivamente la iglesia; lo
que puede haber es una iglesia, o las iglesias”. Así también Richard Watson dice: “A lo
largo de la mayor parte del segundo siglo, las iglesias cristianas eran independientes las
unas de las otras”.
“Estamos acordes en la necesidad de una superintendencia que nutra y que cuide las
iglesias que ya están establecidas, pero cuyo deber también sea organizar y alentar la
organización de iglesias en todo lugar”. “Estamos de acuerdo en que la autoridad que se les
dé a los superintendentes no deberá interferir con la acción independiente de una iglesia
plenamente organizada, la cual deberá disfrutar del derecho de seleccionar a su pastor,
sujeto al tipo de aprobación que la Asamblea General considere sabio instituir; de elegir
los delegados a las varias asambleas; del manejo de sus propias finanzas; y de todas las
demás cosas que pertenezcan a su vida y obra locales” (Las bases de la unión, Manual,
Church of the Nazarene, 18).
8. Puede que se acepte que algunas de las iglesias más pequeñas y aisladas pudieran haber
retenido esta forma por algún tiempo considerable después de la muerte de los apóstoles.
Pero las iglesias grandes, en las principales ciudades, y las fundadas en los vecindarios con
mucha población, tenían numerosos presbíteros, y, a medida que los miembros se multi-
plicaban, tenían diversas asambleas o se congregaban separadamente, aunque bajo un
mismo gobierno común. Y cuando se levantaban iglesias en ciudades vecinas, el que se
asignaran “chorepiscopi”, u obispos de comarca, y presbíteros visitantes, ambos actuando
bajo el presbiterio de la ciudad, con el obispo como cabeza, es suficiente prueba de que las
iglesias antiguas, especialmente las más grandes y prósperas, existían de una forma que en
los tiempos modernos llamaríamos de conexión religiosa, sujetas a un gobierno común
(Samuel Wakefield, Christian Theology, 544).
Mosheim, un luterano, al hablar acerca de las iglesias del primer siglo, dice: “Todas las
iglesias, en esos tiempos primitivos, eran cuerpos independientes, ninguno de ellos sujeto a
LA IGLESIA: SU ORGANIZACIÓN Y SU MINISTERIO 131
la jurisdicción de ningún otro. A las iglesias que habían sido fundadas por los apóstoles, se
les mostraba con frecuencia el honor de ser consultadas en casos difíciles y dudosos, sin
embargo, las mismas no tenían autoridad judicial, ni control, ni poder para establecer
leyes. Al contrario, es tan claro como la luz del mediodía que todas las iglesias cristianas
tenían derechos iguales, y eran iguales en todos los demás sentidos.
9. Morris, en su Eclesiología, página 93, reduce la fe salvadora a sus varios elementos,
descubriendo así cuatro calificaciones esenciales para la membresía. Estas calificaciones
son: (1) Un conocimiento espiritual de Dios, especialmente como se revela en el evange-
lio, como Padre, como Hijo, y como Espíritu Santo. (2) Arrepentimiento del pecado
como cometido contra Dios, y confianza en la misericordia divina, especialmente en la
medida en que esa misericordia se manifiesta en y por medio de Cristo como nuestro
redentor. (3) La obediencia a Dios, y la cordial devoción a sus intereses y a su reino, lo
cual culminará bajo la dispensación cristiana en conformidad personal con Cristo y en leal
consagración a su servicio. (4) Una declaración pública de tal fe y de tal devoción, y un
santo pacto con Dios para serle sus siervos, seguida y confirmada por la comunión volun-
taria con su pueblo, y bajo el evangelio, con alguna rama de la iglesia cristiana.
Los miembros de la iglesia son aquellos que componen la iglesia visible o le pertenecen
a ella. En cuanto a la iglesia real, los verdaderos miembros de ella son los que han salido
del mundo (1 Corintios 6:17), son nacidos de nuevo (1 Pedro 1:23), o hechos nuevas
criaturas (2 Corintios 5:17), cuya fe obra por el amor a Dios y a toda la humanidad
(Gálatas 5:6; Santiago 2:14, 26), y andan irreprensibles en todas las ordenanzas del Señor.
Nadie excepto los tales son miembros de la verdadera iglesia, ni nadie deberá ser admitido
a ninguna de las iglesias particulares sin alguna evidencia de que busca sinceramente este
estado de salvación (Watson, Dictionary, artículo sobre la iglesia).
10. Cerca de otros 313 cismas ocurrieron en África, debido a una disputa sobre el carácter de
un obispo, y la validez de una ordenación que él ofició. Los disidentes, llamados donatis-
tas, por su líder Donato, heredaron muchas de las opiniones de los montanistas, el rema-
nente de cuya secta éstos parecen haber absorbido. Insistían vigorosamente en la pureza
absoluta de la iglesia, considerando pecaminoso practicar indulgencia alguna para con los
miembros indignos. Sin embargo, distinto a los montanistas y a los novacianos, no se
rehusaron a la readmisión de los penitentes. Su particularidad era la creencia de que los
actos ministeriales eran inválidos si los oficiaba una persona que había sido, o merecía ser,
excomulgada. Por consiguiente, reclamaban que los sacramentos válidos eran posesión
exclusiva de su propia y pura iglesia. El cisma se prolongó por varias generaciones, y antes
de su extinción, desembocó en el más desenfrenado fanatismo (T. R. Crippen, History of
Christian Doctrine, 181-182).
11. Los apóstoles eran embajadores ante el mundo; sus credenciales eran una misión directa
del Señor en persona, confirmada por poderes milagrosos. Su oficio era predicarles el
evangelio a todos los hombres, en el nombre del Señor resucitado, cuya resurrección
proclamaban, y, en todo lugar, echar el cimiento de las iglesias, o sancionar el cimiento
echado por otros, constituyéndolas en el modelo permanente para el futuro. Así como el
Espíritu era el representante invisible del Señor, así también los apóstoles eran sus repre-
sentantes visibles. La autoridad absoluta de ellos se indicó de dos maneras: primero, como
maestros del cristianismo, tenían el don de la inspiración, por la palabra y por lo escrito; y,
segundo, como fundadores de la iglesia, tenían el poder de las llaves, de atar y desatar, esto
es, de pronunciar decretos inmutables de gobierno eclesiástico. El dominio de los apósto-
les parecía no estar sujeto, y sus palabras eran inapelables. No tuvieron sucesores, ni
tampoco podían tenerlos: formaban un cuerpo de hombres escogidos para echar el ci-
miento de la iglesia universal, edificada sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas
(Efesios 2:20), y para entregarle los documentos finales de la Biblia. Una sucesión para
132 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
hombres así no hubiera estado en armonía con la voluntad de Cristo, la cual podríamos
interpretar como teniendo la intención de dejar una confraternidad con organización fija,
con doctrina acabada, y con un desarrollo natural bajo la guía suprema del Espíritu Santo.
Así que, aunque ya muertos, siguen hablando por sus escritos, siendo estos los únicos
representantes de la compañía apostólica en la comunidad visible. Y es del apóstol Pablo,
el único apóstol a los gentiles, que obtenemos nuestra información más completa en
cuanto a la prerrogativa apostólica (William Burton Pope, Compendium of Christian
Theology, III:338-339).
12. Con la muerte de los apóstoles, también murió el evangelista como auxiliar apostólico,
aunque continuó como un ministerio irregular y proclamador de la iglesia, y deberá
continuar siéndolo si es que la iglesia ha de seguir extendiendo sus fronteras. Eusebio, el
versado obispo de Cesarea, nos ofrece un relato de los evangelistas que vivieron y labora-
ron durante el reinado de Trajano (98-117 d.C.). “Dejando sus propios países”, dice él,
“desempeñaban el oficio de evangelistas para con los que no habían oído de la fe, mientras
que con la noble ambición de proclamar a Cristo, también les entregaban los libros de los
Santos Evangelios. Después de poner el cimiento de la fe en lugares extranjeros como fin
particular de su misión, y después de nombrar a otros como pastores del rebaño, y de
encargarles el cuidado de los que recientemente habían sido introducidos, se iban de
nuevo a otras regiones y naciones, con la gracia y la cooperación de Dios. El Espíritu
Santo también obraba muchas maravillas por medio de ellos, de modo que tan pronto
como el evangelio era escuchado, los hombres voluntariamente se congregaban, y con toda
su mente abrazaban ávidamente la verdadera fe” (Eusebio, Ecclesiastical History, III:36).
13. Entonces, no existe un oficio de anciano o presbítero, pero sí, por supuesto, uno de
episcopo. … Es notable, sin embargo, que no se aluda al episcopado, en el sentido de un
cuerpo colectivo de obispos, aunque leemos en una ocasión de un presbiterio cristiano que
ordenó a Timoteo, siguiendo el patrón judío. … Los ancianos del judaísmo eran mayores
de edad, y se les escogía para servir como asesores en el sanedrín, con los sumos sacerdotes
y los escribas. Los ancianos del cristianismo formaban por lo general un cuerpo de perso-
nas mayores de edad, aunque no siempre lo eran, quienes presidían la comunidad cristiana
como la única autoridad directiva y gobernante. El término presbiterio, pues, se remonta
hasta la más venerable antigüedad, y es investido de una dignidad muy única (William
Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III:343).
14. Richard Watson puntualiza que “el argumento que se deriva del uso adulterado de estos
términos en el Nuevo Testamento, para probar que la misma orden de ministros es ex-
presada por ambos, parece incontrovertible. Cuando, por ejemplo, el apóstol Pablo les
pide a los ‘ancianos’ o presbíteros de la iglesia de Éfeso que se reúnan con él en Mileto, les
encarga lo siguiente: ‘Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os
ha puesto por obispos’ o vigilantes [Hechos 20:28]. Que aquí a los ancianos o presbíteros
se les llame ‘obispos’, no puede negarse, y el oficio mismo asignado a ellos de ‘apacentar la
iglesia del Señor’, y la orden de que miraran por ellos ‘y por todo el rebaño’, demuestra
que el oficio de anciano o presbítero era el mismo que el de ‘pastor’ en el pasaje que
acabamos de citar de la Epístola a los Efesios. El apóstol Pablo le indica a Tito que esta-
blezca ‘ancianos en cada ciudad’, y luego añade, como guía para la ordenación, ‘que el
obispo sea irreprensible’ [Tito 1:5-7], lo cual distingue claramente el mismo oficio con
estas dos apelaciones transmutables. ‘Obispos y diáconos’ son las únicas clases de ministros
señalados en la Epístola a los Filipenses, y si no se entiende a los presbíteros como inclui-
dos bajo el término ‘obispos’, no se podría explicar la omisión de alusión alguna a los
ministros de esta orden” (Richard Watson, Institutes, II:575-576).
15. La manera en la cual llegó a la iglesia la distinción entre obispo y presbítero se explica un
tanto plenamente por Jerónimo, en su comentario a Tito 1:6: “Un presbítero es lo mismo
LA IGLESIA: SU ORGANIZACIÓN Y SU MINISTERIO 133
que un obispo; y antes de que hubiera partidos en la religión por instigación del diablo, las
iglesias eran gobernadas por concilios conjuntos de presbíteros. Pero, después, fue decre-
tado por todo el mundo que alguien escogido de entre los presbíteros fuera puesto sobre
los demás, y que el cuidado total de la iglesia le fuera entregado”. Jerónimo procede a
apoyar su opinión en cuanto a la igualdad original de los presbíteros y los obispos, co-
mentando a Filipenses 1:1, y en la entrevista de Pablo con los ancianos de Éfeso, para
luego añadir, “Nuestro propósito con estos señalamientos es demostrar que entre los
antiguos, el presbítero y el obispo eran una y la misma cosa. Pero que, por grados, para
que las raíces de la disensión fueran arrancadas, toda la incumbencia fue traspasada a un
solo individuo. Por lo tanto, que los presbíteros sepan que están sujetos, por la costumbre
de la iglesia, a los que están puestos sobre ellos, y que los obispos sepan que son mayores
que los presbíteros más por costumbre que por alguna real designación de Cristo”. En sus
epístolas a Evangelus y a Occanus, Jerónimo asume y sostiene las mismas posiciones que
en los pasajes anteriores (Enoch Pond, Christian Theology, 657).
16. En el tiempo de los apóstoles, los cuales eran individuos dotados de dones especiales, la
concurrencia de la gente en la designación de personas para el oficio sagrado, quizá no fue
siempre requerida de manera formal, pero las directrices dadas a Timoteo y a Tito impli-
caban una referencia al juicio de los miembros de la iglesia, ya que solo de ellos podía
saberse si el candidato para ordenación poseía esas calificaciones, sin las cuales dicha
ordenación era prohibida. Cuando las iglesias asumían una forma más regular, era cos-
tumbre que los congregantes estuvieran presentes en las ordenaciones, y que ratificaran la
acción por medio de su aprobación. A veces, también, nominaban a las personas por
medio del sufragio, proponiéndolos así para la ordenación. La modalidad por medio de la
cual la gente era hecha parte concurrente, era asunto de reglamentación prudente, pero,
evidentemente, los congregantes tenían un temprano y razonable derecho a voz en el
nombramiento de sus ministros, aún cuando el poder de ordenación les era conferido solo
a los ministros, para ejercerlo como su responsabilidad ante Cristo (Samuel Wakefield,
Christian Theology, 546).
17. Richard Watson resume así la autoridad de la iglesia en asuntos de doctrina: (1) Declarar
el sentido en el cual se interpreta el lenguaje de la Biblia en todas las doctrinas principales
del cristianismo; … (2) Requerirle a todos sus miembros, para los cuales el derecho del
juicio privado es mantenido como inviolable por todas las iglesias protestantes, examinar
las tales declaraciones de fe, con modestia y respeto hacia aquellas asambleas serias e
informadas en las cuales todos estos puntos se han ponderado por deliberación; recibirlas
como guías para la verdad, no implícitamente, es cierto, pero, aún así, con docilidad y
humildad; (3) Silenciar dentro de su propio gremio la predicación de toda doctrina con-
traria a los estándares aceptados. Nada hay en el ejercicio de esta autoridad que resulte
contrario a la libertad cristiana, ya que los miembros de toda comunión, y especialmente
los ministros, saben de antemano los términos de comunión con las iglesias cuyas confe-
siones de fe se han hecho públicas, y porque, además, en donde la conciencia no esté
confinada por la ley pública, no se les impide disfrutar sus propias opiniones en paz, ni
propagarlas entre otras asambleas (Richard Watson, Institutes, II:598).
En términos generales, nada es más razonable que el criterio de que el estado, la más
abarcadora de todas las instituciones terrenales, y el cual juega tan decididamente una
parte principal en la historia del mundo, deba ser inhibido de las influencias del cristia-
nismo, y excluido así de esa transformación de las cosas temporales que el cristianismo está
diseñado a efectuar. La necesidad del carácter cristiano de un estado se funda en el hecho
de que el estado no existe por causa de este u otro fin subordinado, sino por causa del la
naturaleza humana en sí misma, ya que su vocación es proveer y forjar esas condiciones
externas que son indispensables para la cultura y la prosperidad humanas. Es precisamente
134 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
por esta razón que no podrá haber constitución o gobierno alguno digno de ese nombre
que no esté saturado de un entendimiento completo de la naturaleza y el destino del ser
humano, de la historia de la raza, y del objeto último de la historia humana. Este objeto
último está por encima del estado, más aún, alcanza más allá de la esfera del estado. Pero el
estado deberá, aún así, considerarse como subordinado, y deberá, en todas sus institucio-
nes, mantenerlo a la vista como último recurso. El objeto del estado será visto por siempre
erróneamente en la medida en que no sea puesto conscientemente en su relación con el
objeto y el fin de la raza (H. L. Martensen, Christian Dogmatics, II:98-99).
CAPÍTULO 32
LA IGLESIA: SU
ADORACIÓN Y SUS
SACRAMENTOS
Habiendo considerado la organización y el ministerio de la iglesia,
ahora debemos dirigir nuestra atención a su adoración y sus ordenan-
zas. Aquí tenemos un aspecto mudado: ahora no es la iglesia como
cuerpo de Cristo, o como establecimiento para la evangelización, sino
como el templo del Espíritu, y, por consiguiente, un establecimiento de
adoración. Y también el ministerio es un aspecto mudado: ahora no se
le considera como el punto focal del contacto de la iglesia con el
mundo, sino con Dios, y no como una sustitución sacerdotal, sino
como paladín profético. El asunto incluye no solo la naturaleza y las
formas de la adoración, sino la consideración de, (1) el sabbat, (2) los
medios de gracia, y (3) los sacramentos, especialmente (4) el bautismo,
y (5) la Santa Cena.
La adoración de la iglesia primitiva.1 La adoración de la iglesia primi-
tiva siguió, en forma general, el patrón de las formas utilizadas en la
sinagoga judía. En el tiempo de nuestro Señor, este servicio incluía, (1)
el Shemá, precedido y seguido por las bendiciones; (2) las oraciones, en
ese momento, probablemente no de formato fijo; y (3) la enseñanza de
la ley y de los profetas. Originalmente, ahí terminaba el servicio, pero
cuando con el tiempo el hebrero cesó como idioma hablado, más tarde
se añadió, (4) una traducción o paráfrasis de las lecturas en el vernáculo;
y (5) una exposición, no necesariamente en forma de sermón, la cual
frecuentemente se presentaba en una postura sentada. En la iglesia
cristiana, previo al año 100 d.C., el servicio consistía en la eucaristía o la
Santa Cena, precedida por el ágape o fiesta de amor, y seguida por lo
135
136 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
que Duchesne llama “la liturgia del Espíritu Santo”. Parece probable
que, al principio, el ágape era una comida completa, la cual las personas
consumían hasta que se satisfacían, y que tras la comida, ciertas
porciones del pan y del vino que se habían apartado, eran consumidas
solemnemente en forma de eucaristía. Es por eso que en la Didaqué
encontramos la siguiente declaración: “Después de que os hayáis
saciados, dad gracias”. Aún así, pronto surgieron abusos ligados a esta
parte del servicio (Cf. 1 Corintios 11:20-22), por lo cual parece que
finalmente la misma se integró a la eucaristía. Es por esta razón que la
adoración temprana comúnmente era señalada como doble: el servicio
de la eucaristía, y la adoración libre.2 (1) La primera parte del servicio
incluía la lectura de la Biblia y la oración, y también la consagración y
la distribución de los elementos. El sermón también formaba parte del
servicio, como lo era la entonación de salmos, himnos y cánticos
espirituales. Las cartas de los apóstoles eran leídas durante el ágape, o
inmediatamente antes del servicio de comunión. (2) La segunda parte,
la así llamada “libre adoración”, ocupaba un lugar muy importante en
el servicio cristiano, según nos lo representan los documentos más
antiguos. Después de la eucaristía, personas inspiradas empezaban a
hablar ante la asamblea, y a manifestar la presencia del Espíritu que los
inspiraba. El ejercicio de los dones proféticos parece que se hacía muy
evidente. Duchesne, en sus Orígenes, dice: “Hay, por así decirlo, una
liturgia del Espíritu Santo, una liturgia real, con una presencia real y
una comunión real. La inspiración puede sentirse; estremece los
órganos de algunas personas privilegiadas; pero toda la congregación es
movida, edificada, y hasta arrebatada en mayor o menor grado, y
transportada, en la esfera divina del Paracleto”. Es a esto que, eviden-
temente, el apóstol Pablo se refiere (1 Corintios 14:23), y siendo que
los abusos habían permitido desórdenes, busca corregirlos con instruc-
ción adicional (1 Corintios 14:26-33).
La adoración colectiva e individual. La adoración cristiana es tanto
individual como social. La adoración, por su misma naturaleza, es
profundamente personal, pero es también el acto de una persona que es
esencialmente social. Las primeras palabras de “el Padre Nuestro” le
recuerdan estas relaciones sociales a cada adorador individual. Es como
“nuestro” Padre, y no como “mi” Padre, que venimos a la presencia
divina. No importa cuán solitario el adorador individual parezca, adora
como un miembro de la familia entera de Dios. La adoración colectiva
realza la unidad de la iglesia. Exalta el cuerpo de Cristo antes que el
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 137
EL SABBAT
La institución del sabbat está considerada como una de las orde-
nanzas permanentes y divinas de la iglesia. Por esta razón, a veces, los
teólogos la tratan como conectada con los medios de gracia. Por haber
sido introducido en el tiempo de la creación del hombre, el sabbat le
pertenece a la raza, general y perpetuamente. Su diseño original fue el
descanso de las labores físicas, y con éste, el diseño espiritual de que el
hombre, al cesar en otras ocupaciones, pudiera tener comunión con su
Creador. Por tanto, un entendimiento correcto del sabbat como
institución deberá considerarlo como un periodo de descanso después
de seis días de labor. Consiste de dos partes: el descanso santo, y el día en
el cual este descanso se observa. La primera parte pertenece a la ley
moral, mientras que la segunda es puramente positiva.4 Así que, como
lo indica Samuel Wakefield, Dios “no bendijo ni santificó el día como el
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 139
séptimo, sino solo por ser el día en el cual el sabbat, o descanso santo,
habría de guardarse. Por lo tanto, mientras que el sabbat en sí es una
institución perpetua, la cual obliga a todos los seres humanos, la ley que
determina el tiempo de su acatamiento es puramente positiva y, por
consiguiente, puede cambiar. Pero aunque el día podría ser alterado, sin
que se altere la sustancia de la institución, con todo, solo podría
alterarse por autoridad divina. La misma autoridad que instituyó el
sabbat, también designó el día en el cual habría de observarse, y
ninguna otra autoridad es competente para cambiar ni el uno ni el
otro”. Dos consideraciones, pues, demandan nuestra atención. (1) El
sabbat como obligación universal y perpetua; y (2) el cambio del día
como autorizado divinamente. A estas deberemos añadir, (3) la manera
en la que el sabbat ha de observarse.
El sabbat como obligación universal y perpetua. Cuando nuestro Señor
dijo, “El día de reposo fue hecho por causa del hombre”, se refería a su
institución original como ley universal, y no meramente al sabbat judío
como decreto de la ley mosaica. Pertenece a toda la humanidad, forma
parte de la ley moral expresada en los Diez Mandamientos, y nunca fue
abrogado. A veces se señala que la ley bajo la dispensación mosaica fue
formulada en nueve preceptos morales, a los que se les añadió el
mandamiento del sabbat, haciendo diez en total. Pero no hay razón
para suponer que la declaración en cuanto al sabbat no sea tan manda-
miento moral como los otros nueve. Apartar una séptima parte del
tiempo del hombre para descanso físico es esencial para su bienestar, si
no para su existencia; y dedicarle este tiempo a Dios es una conmemo-
ración perpetua de su misión espiritual, sin la cual el orden social no
tendría significado. Que el sabbat sea una obligación moral uno lo
puede notar en el argumento del apóstol Pablo concerniente a la
relación de la ley con la fe. “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En
ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Romanos 3:31). Es
evidente que el Apóstol no se refería a la ley civil o ceremonial de los
judíos, sino a la ley fundamental expresada en los Diez Mandamientos.
Por eso, en Romanos 7:7, él dice: “Pero yo no conocí el pecado sino
por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No
codiciarás”. La ley que aquí se menciona es la del decálogo, y es ella la
que el cristianismo establece. Y si ese es el caso, entonces la ley del
sabbat, por ser parte del decálogo, es tan obligada para los cristianos
como lo fue anteriormente para los judíos. Podemos, pues, decir con
convicción que cualquiera que niega la obligación del sabbat, niega
140 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
LOS SACRAMENTOS
El término sacramento, como se emplea en la teología, significa una
señal exterior y visible de una gracia interior y espiritual dada a
nosotros, y ordenada por Cristo mismo, como medio a través del cual
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 147
recibimos esa gracia, junto con la promesa que nos la asegura. Esta es la
definición del catecismo metodista. Según el Catecismo Mayor de
Westminster, “Un sacramento es una santa ordenanza instituida por
Cristo en su iglesia, para significar, sellar y aplicar a aquellos que están
dentro del pacto de la gracia, los beneficios de su mediación; para
fortalecer y acrecentar la fe y otras gracias, para obligarlos a la obedien-
cia”. El término sacramentum se aplicaba originalmente al dinero
depositado por las partes en un lugar sagrado por razón de una
demanda de carácter civil. Más tarde llegó a aplicarse a cualquier
demanda civil, y luego al juramento que se les tomaba a los soldados
recién enlistados en el ejército romano. De ahí el término pasó a las
ordenanzas sagradas de la iglesia. Tertuliano lo emplea en este sentido
doble, primero como aplicable al juramento militar, y luego a los
sacramentos cristianos. Según lo entendían los primeros cristianos, las
ordenanzas eran ritos religiosos que conllevaban la más sagrada
obligación de lealtad a la iglesia y a Cristo. En la iglesia griega, el
término misterio (misterion), y no sacramento, fue el utilizado, pero no
en el sentido paulino de una verdad escondida que había sido revelada,
sino puramente en el sentido de un emblema. En el latín eclesiástico, el
término sacramento llegó a significar toda cosa consagrada, mientras
que misterion se utilizó como el símbolo o la señal de la cosa consagrada
o sagrada. El bautismo, sin embargo, se tenía como representativo del
carácter sacramental de un juramento de alianza, entre tanto que la
eucaristía contenía más lo de misterio.
Las marcas de un sacramento.12 Siendo que la Iglesia Ortodoxa Grie-
ga y la Católica Romana sostienen que hay siete sacramentos, y las
iglesias protestantes los reducen a dos, es esencial entender lo que
constituye un sacramento. A. A. Hodge, en su comentario sobre la
confesión de fe presbiteriana, nos da las siguientes marcas: (1) Un
sacramento es una ordenanza instituida directamente por Cristo; (2) un
sacramento siempre consiste de dos elementos, (a) una señal externa
visible, y (b) una gracia espiritual interna significada por ella; (3) la
señal en todo sacramento esta sacramentalmente unida a la gracia la
cual significa, y de esa unión surge el uso bíblico de adscribirle a la señal
lo que sea verdadero de aquello que la señal significa; (4) los sacramen-
tos fueron designados para representar, sellar y aplicar a los creyentes
los beneficios de Cristo y el nuevo pacto; (5) fueron diseñados como
promesas de nuestra fidelidad a Cristo, obligándonos a su servicio, y, a
la misma vez, como distintivos de nuestra profesión, marcando
148 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
EL BAUTISMO
“Creemos que el bautismo cristiano, ordenado por nuestro Señor, es
un sacramento que significa la aceptación de los beneficios de la
expiación de Jesucristo, que debe administrarse a los creyentes, y que
declara su fe en Jesucristo como su Salvador y su pleno propósito de
obediencia en santidad y justicia.
“Siendo el bautismo un símbolo del nuevo pacto, se puede bautizar
a niños pequeños, a petición de sus padres o tutores, quienes promete-
rán la enseñanza cristiana necesaria.
“El bautismo puede ser administrado por aspersión, afusión o in-
mersión, según la preferencia del candidato” (Manual de la Iglesia del
Nazareno, edición de 2009-2013, párrafo 16, páginas 32-33).
Definiciones del bautismo. Por supuesto que la anterior declaración
del credo no nos ofrece una definición formal del bautismo, ya que la
presupone. Por su parte, el Diccionario Webster define el bautismo
como “la aplicación de agua a una persona, en forma de sacramento o
ceremonia religiosa, por medio de la cual es iniciada en la iglesia visible
de Cristo”. Thomas O. Summers lo define como “una ordenanza
instituida por Cristo, la cual consiste en la aplicación de agua por el
ministro cristiano a las personas apropiadas, para su iniciación en la
iglesia visible, y su consagración al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo”.
John Miley dice que “el bautismo no es solo una señal de la profesión y
la marca de diferencia por medio de la cual los cristianos son distin-
guidos de los demás que no han sido bautizados, sino que también es
una señal de regeneración, o del nuevo nacimiento”. William Burton
Pope lo define como “el rito ordenado por nuestro Señor para que sea
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 151
LA SANTA CENA
“Creemos que la cena conmemorativa y de comunión instituida por
nuestro Señor y Salvador Jesucristo es esencialmente un sacramento del
Nuevo Testamento, que declara su muerte expiatoria, por cuyos
méritos los creyentes tienen vida y salvación, y la promesa de todas las
bendiciones espirituales en Cristo. Es distintivamente para aquellos que
están preparados para apreciar con reverencia su significado, y por ella
anuncian la muerte del Señor hasta que Él venga otra vez. Siendo la
fiesta de comunión, sólo aquellos que tienen fe en Cristo y amor para
los santos deben ser llamados a participar en ella” (Manual de la Iglesia
del Nazareno, edición de 2009-2013, Artículo de Fe XIII, página 33).
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 167
pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él
venga” (1 Corintios 11:26).38 (4) Se veía como un sacrificio (thisia).
Como tal, la Santa Cena no solo conmemoraba el sacrificio de Cristo,
sino que se consideraba en sí misma un sacrificio. Esta distinción
deberá tenerse claramente en mente: la interpretación de la muerte de
Jesús como un sacrificio, y la interpretación de la comida comunitaria
como un sacrificio. El sacrificio de Cristo fue una vez para siempre
(Hebreos 9:25-26), y no podía repetirse. Suplantó todos los sacrificios
de animales, y se consideraba algo nuevo y final para los seres humanos.
A la comida comunitaria se le llamaba un sacrificio en el sentido de que
era en sí misma una ofrenda de gratitud o un “sacrificio de alabanza”
(Hebreos 13:15. Cf. Filipenses 2:17; 4:18), y también porque era
acompañada con la dádiva de limosnas para los pobres. (5) Finalmente,
se le llamaba la presencia, o el misterio (misterion). Lo primero
conllevaba la idea de Cristo como un anfitrión en su mesa, y se deriva
del relato de Emaús, en donde la presencia de Cristo se dio a conocer
en el partimiento del pan. Lo segundo hace hincapié más especialmente
en los alimentos sagrados como canales de gracia y poder. El apóstol
Juan es el principal testigo de esto. Cristo es “el pan de vida” (Cf. Juan
6:53). Sin embargo, aquí el Apóstol no se estaba apartando de las
concepciones espirituales, por lo que no podemos concluir que él
estuviera proponiendo algún beneficio de la carne separado de la
Palabra. Hubo otros términos que aludían a la Santa Cena, pero los
cinco mencionados arriba representan las fases principales del sacra-
mento como se presenta en la Biblia.39
El desarrollo de la doctrina en la iglesia. Pasada la era apostólica,
comenzó muy temprano una tendencia a alejarse de la interpretación
simbólica de los elementos y las acciones según se presentaron en el
Nuevo Testamento, sustituyéndola por una interpretación realista de la
Santa Cena. Esta tendencia se podía encontrar especialmente en los
padres griegos: Justino Mártir, Ireneo y Gregorio de Nisa. Dada la
inclinación de éstos al misticismo, su tendencia sería naturalmente
hacia el razonamiento realista del sacramento, en donde el pan se volvía
el cuerpo actual de Cristo, y el vino, su sangre. La historia de esta
doctrina puede resumirse mejor si la consideramos en las siguientes
etapas de desarrollo. (1) El periodo patrístico; (2) los periodos niceno y
postniceno; (3) el periodo medieval; y (4) el periodo de la Reforma.
Después consideraremos la naturaleza de la Santa Cena, y en esa
170 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
sino que para todos los que se unen con conveniente afecto en la acción
de gracias entonces pronunciada, en el nombre de la congregación,
Cristo está espiritualmente presente, de modo que ellos, verdadera y
enfáticamente, pueden decir que son participantes de su cuerpo y de su
sangre, porque su cuerpo y su sangre, por estar espiritualmente
presentes, comunican la misma nutrición a las almas, y la misma
vivificación a su vida espiritual, que el pan y el vino le proveen a la vida
natural. De acuerdo con este sistema, el pleno beneficio de la Santa
Cena es peculiar a aquellos que dignamente participan de ella. Mientras
que todos los que comen el pan y toman el vino puede decirse que
presentan la muerte del Señor, y pueden también recibir algunas
impresiones devotas, solo aquellos en quien Jesús está espiritualmente
presente comparten en el alimento espiritual que surge del participar de
su cuerpo y de su sangre” (George Hill’s Lectures in Divinity [“Ponen-
cias sobre la divinidad”, por George Hill], citado por Samuel Wake-
field, Christian Theology [Teología cristiana], 594). La doctrina
reformada es expresada como sigue en al artículo XXIII de la Primera
Confesión Helvética (1536): “El pan y el vino (de la Cena) son santos,
verdaderos símbolos, por medio de los cuales el Señor ofrece y presenta
la verdadera comunión del cuerpo y de la sangre de Cristo para el
alimento y la nutrición de la vida espiritual y eternas”.
La doctrina que sostenemos, Thomas Ralston la resume bien en la
siguiente declaración: “Concluimos que, en esta ordenanza: (1) No hay
cambio efectuado en los elementos; el pan y el vino no son literalmente
el cuerpo y la sangre de Cristo. (2) El cuerpo y la sangre de Cristo no
están literalmente presentes en los elementos, ni son recibidos por los
comulgantes. (3) Los elementos, en efecto, son señales o símbolos del
cuerpo y la sangre de Cristo, los cuales sirven como conmemoración de
sus sufrimientos en la cruz, y como un auxilio para la fe del comulgan-
te. (4) Los elementos también poseen un carácter sacramental, por ser
el sello divinamente designado del pacto de redención. Así como la
sangre del cordero pascual servía como el sello de este pacto bajo la
antigua dispensación, apuntando la fe de los israelitas a la venida del
Redentor, así también correspondía que, siendo que la antigua
dispensación iba ahora a ser suplantada por la nueva, el sello del pacto
fuera procedentemente cambiado; por lo tanto, en la conclusión de la
última Pascua autorizada, la Santa Cena quedó instituida como una
conmemoración perpetua y un sello permanente de la pactada miseri-
cordia y gracia de Dios, hasta que el Salvador aparezca ‘por segunda
176 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. El tema de la adoración, en cuanto a su orden y forma, pertenece propiamente a la
teología práctica antes que a la sistemática. Sin embargo, está vitalmente relacionada con
la teología bíblica, la cual le provee aquel concepto de Dios en el que debe descansar la
verdadera adoración. La adoración cristiana, podemos decir, es un acto consciente basado
en la convicción de Dios como se revela por medio de Jesucristo. Por esta razón, el tema
demanda alguna discusión, si es que el sistema de dogmática va a ser equilibrado.
El ministerio de la Palabra y el ministerio de los sacramentos, “estos dos”, dice Tho-
mas a Kempis, “pueden denominarse las dos mesas puestas a cada lado del tesoro espiritual
de la santa iglesia. Una es la mesa del santo altar, conteniendo este pan santo, que es el
precioso cuerpo de Cristo. La otra es la mesa de las leyes de Dios, conteniendo la santa
doctrina, que instruye al hombre en la recta fe, y que lo guía a los secretos interiores
llamados sancta sanctorum, donde se esconden y se contienen los secretos internos de la
Biblia (Libro IV, capítulo 11).
Robert Will señala que existen dos corrientes de vida en el fenómeno de la adoración,
una que procede de la realidad trascendente, y la otra que fluye de la vida religiosa del
sujeto. La corriente descendiente incluye toda forma de revelación; la ascendente, toda
forma de oración. Tampoco la acción mutua de las dos corrientes excluye la primacía de la
acción divina, puesto que ella se manifiesta, no solo en la corriente descendiente de la
Palabra y de los sacramentos, sino en la acción inmanente dentro de la vida de las almas.
2. El relato más antiguo sobre la adoración cristiana después del cierre del canon, proviene de
las cartas de Plinio, procónsul de Bitinia, alrededor de 110 d.C. Éste señala que los cris-
tianos acostumbraban a reunirse en un día fijo, antes del amanecer, para cantar himnos
responsivos a Cristo como su Dios, y para prometerse, en un sacramento, a abstenerse de
toda forma de mal, a no robar, a no violentarse, a no cometer adulterio, a no falsear su
palabra, y a no traicionar la confianza. Más tarde en el día se reunían otra vez, y compar-
tían una comida sencilla (Plinio a Trajano, carta 95).
Justino Mártir, en su primera Apología, dice: “En el día llamado domingo, todos los
cristianos del vecindario se reúnen en un lugar, y escuchan la lectura de los evangelios y de
los profetas. El obispo presidente predica un sermón, y los exhorta a la vida santa. Todos,
puestos, de pie, oran. Luego se trae el pan, con vino y agua, siendo el vino sacramental
invariablemente diluido. Después de oraciones adicionales, a las cuales la gente responde
178 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
con ‘amenes’ audibles, el cuerpo y la sangre de Cristo es distribuida. Hay porciones que se
les envían a los enfermos, y se recoge una ofrenda para los pobres”.
3. La adoración evangélica restablecida por los reformadores, no tuvo por intención ser una
innovación, sino la restauración del balance antiguo entre la Palabra y los sacramentos, lo
cual traía al alma de regreso a una relación directa e inmediata con Dios. Las iglesias libres
tienen en común ciertas ideas de adoración: (1) mientras más elevado sea el tipo de adora-
ción, menos importancia se le adscribirá a los asuntos externos; (2) un énfasis exagerado en
los medios de adoración distraerá de la más elevada comunión con Dios; y, (3) la adora-
ción más digna será la más rica en contenido ético. Pero, como hemos demostrado, todo
esto cae pronto en lo formal y lo ordinario si carece de la influencia equilibradora de la
adoración colectiva.
Evelyn Underhill, en su libro titulado, Worship, señala que el elemento profético,
aunque escondido en la vida colectiva, nunca muere, sino que reaparece en cada “aviva-
miento” como una protesta contra la supuesta formalidad y falta de realidad de la rutina
litúrgica, reafirmando la libertad y la acción directa del Espíritu, el sacerdocio del indivi-
duo, el oficio profético del “predicador de la Palabra”, y el llamado a la consagración
personal. Siempre que la vida institucional se vuelva normativa, habrá también una reac-
ción en dirección del entusiasmo del grupo primitivo y del ministerio profético descrito en
el Nuevo Testamento.
4. Enoch Pond dice que “ni la institución original del sabbat, ni el mandamiento del
decálogo, limita o fija su observancia al séptimo día de nuestra semana. Dios hizo el
mundo en seis días, y santificó y bendijo el séptimo, pero no se sabe con certeza si ese día
correspondía a nuestro séptimo día, o sábado, o si correspondía al séptimo día de los
antiguos judíos. El mandamiento del decálogo también requiere que laboremos seis días, y
que guardemos el séptimo, pero, siendo que no fija de manera precisa el día a partir del
cual comenzar a contar, es imposible determinar, solo por este mandamiento, qué día en
particular ha de observarse” (Enoch Pond, Christian Theology, 632). “La institución del
sabbat consiste obviamente de dos partes; primero, la designación de un día en siete para
guardarlo santo para el Señor; y, segundo, el señalamiento de un día en particular para ser
observado. Es el primero de estos puntos el que se resuelve en la institución original, y en
el cuarto mandamiento. El segundo se ha resuelto, de cuando en cuando, por otros avisos
de la voluntad divina. El sabbat empezó el día séptimo a partir del principio de la crea-
ción, o en el primer día después de la creación del hombre. En el tiempo de Moisés, era
observado en el séptimo día de la semana judía. Bajo la presente dispensación, el sabbat ha
sido fijado… en el primer día de nuestra semana cristiana” (Enoch Pond, Christian Theo-
logy, 632-633).
5. El hombre es el último en la serie geológica de los peces, los reptiles y los mamíferos, y es
la corona y la consumación de la obra creadora de Dios. Su existencia, pues, principió en
el día sexto de la creación, o cerca del mismo, siendo el reposo del sabbat de Dios el
primer día pleno del hombre. Si el hombre empezó el cálculo de la semana a partir de ese
momento, entonces el primer día de la semana, y no el séptimo, constituyó el sabbat
primitivo y patriarcal. “El reposo santo fue el séptimo día desde el primero en la cuenta de
las obras de Dios para el ser humano, pero no fue sino el primer día de su historia creada.
Apareció ante su hacedor en ese día, en posesión de todo bien, y con el prospecto proba-
torio de una confirmación perenne de dicho día. El mismo fue, pues, bendecido y santifi-
cado para el ser humano, y contenía herencia eterna en el bien presente y prometido. No
hubo ritos de sangre ni sombras tipológicas que lo condujeran al disfrute de ese glorioso
día; el mismo surgió como el reposo de Dios para el hombre. Todo era muy bueno, y muy
satisfactorio, tanto para Dios como para el hombre. No obstante, éste cayó, por transgre-
sión, de tan elevada prueba, quedando bajo la maldición de toda la ley. Todo bien se
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 179
perdió, y se incurrió en todo mal advertido, y ahora deberemos mantener nuestros ojos
fijos en ese día del Señor, hasta que la bendición perdida sea recobrada por su mediación”
(Akers, Biblical Chronology. Cf. Potts, Faith Made Easy).
6. En cuanto a las instrucciones dadas por Jesús a los apóstoles durante los cuarenta días,
Justino Mártir, al dar las razones para guardar el primer día, dice: “Porque es el primer día
en el que Dios, habiendo operado un cambio en la oscuridad y en la materia, hizo al
mundo; y Jesucristo nuestro Salvador, en el mismo día, se levantó de los muertos. Fue
crucificado el día antes de Saturno (sábado); y en el día después de Saturno, que es el día
del sol, habiendo aparecido a sus apóstoles y discípulos, les enseñó estas cosas, las cuales les
hemos sometido a ustedes para su consideración”. Esto demuestra claramente que era una
creencia corriente entre los primeros padres, los que se habían asociado con los apóstoles,
que se les había dado autoridad para celebrar el sabbat el primer día de la semana, como
memorial no solo de la primera creación, sino también de la nueva creación, por la resu-
rrección de Jesucristo de entre los muertos.
Ignacio, un discípulo del apóstol Juan, y quien escribió alrededor de 100 d.C., apenas
diez años o menos después de la muerte del Apóstol, dice: “Porque aquellos que estaban
ocupados en las cosas viejas han venido a la novedad de la esperanza, habiendo dejado los
sabbats (judíos), pero viviendo de acuerdo con el día del Señor, en quien nuestras vidas
han resucitado de nuevo por medio de Él y de su muerte”.
7. Aquí podemos ofrecer solo unas pocas de las referencias a los padres. Ireneo dice, “En el
día del Señor, todos nosotros los cristianos guardamos el sabbat, meditando en la ley, y
regocijándonos en las obras de Dios”. Justino Mártir declara que, “en el día llamado
domingo, hay, en un lugar, una reunión de todos los que residen en las ciudades o en el
campo, y se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas”. El Didaqué
contiene la siguiente directriz para los santos: “Pero en el día del Señor, reuníos y partid el
pan, y dad gracias, después de confesar vuestras transgresiones, a fin de que vuestro sacri-
ficio sea puro”. Clemente de Alejandría dice que “un cristiano verdadero, de acuerdo con
los mandamientos del evangelio, observa el día del Señor echando fuera todo mal pensa-
miento, atesorando toda bondad, y honrando la resurrección del Señor, la cual ocurrió en
ese día”. Tertuliano dice: “Los domingos los dedicamos al gozo”, “a observar el día de la
resurrección del Señor”. Orígenes escribió que el día del Señor se colocaba por encima del
sabbat judío. Eusebio tiene el siguiente pasaje decisivo: “El Verbo (Cristo), por el nuevo
pacto, tradujo y transfirió la fiesta del sabbat a la luz matinal, y nos dio el símbolo del
verdadero reposo, el día salvador del Señor, el primer (día) de luz en el que el Salvador
obtuvo la victoria sobre la muerte. En este día, el primero de la luz, y del verdadero Hijo,
nos congregamos, después de un intervalo de seis días, y celebramos el santo y espiritual
sabbat; aun todas aquellas naciones redimidas por Él a través del mundo, se reúnen y
hacen estas cosas de acuerdo con la ley espiritual que fue decretada por los sacerdotes para
que se hicieran en el sabbat (es decir, en el sabbat judío), y que nosotros las hemos trans-
ferido al día del Señor, por pertenecerle más apropiadamente, porque tiene precedencia, y
es el primero en rango, y más honorable que el sabbat judío”.
8. La conciencia de una iglesia que no busca, por el medio de la predicación, someterse a la
prueba de la Palabra de Dios, y por su plenitud, ser edificada, pronto se encontrará redu-
cida a un espiritualismo indistinto e impotente, que no conocerá la diferencia entre los
pareceres del hombre y la doctrina salvadora de Cristo. Y el predicador que se convierte en
solo “labios de la congregación”, y que no se prepara, aun si fuera necesario por su cuenta,
fortaleciéndose con la Santa Biblia y el testimonio ecuménico, para hablar en contra de la
conciencia errada de la congregación, infectada como está del espíritu del momento,
pronto se convertirá en siervo de la iglesia en el sentido de que no podrá ser más el siervo
del Señor. Al predicador, pues, correctamente se le llama “el ministro de la Palabra”, y está
180 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
también en armonía con la Palabra de Dios que la iglesia examine y pruebe lo que escucha
según el patrón de la iglesia apostólica: “Asimismo”, dice el apóstol Pablo, “los profetas
hablen dos o tres, y los demás juzguen” (1 Corintios 14:29) (H. L. Martensen, Christian
Dogmatics, 414).
9. Nunca ha faltado la tendencia a hacer de la Biblia algo suficiente en sí mismo, sin
influencia sobrenatural que la acompañe para efectuar la salvación de los hombres. Los
antiguos pelagianos y semipelagianos consideraban la Palabra de Dios como la disciplina
intelectual y moral que mejor se acomodaba a la naturaleza espiritual de la persona, y cuyo
empleo honesto guiaba a la perfección a los que la escudriñaran sinceramente. Siendo que
la naturaleza humana había retenido de manera intacta sus elementos originales, sus
poderes naturales estaban supuestos a ser suficientes, bajo la influencia de la verdad, para
guiar a la salvación. El racionalismo moderno tiene la misma estimación general de la
Palabra de Dios: no la considera, en ningún sentido específico, el medio de gracia, sino
uno de muchos instrumentos de disciplina moral (William Burton Pope, Christian Theo-
logy, III:297).
10. La devoción es el primer paso en la elevación del alma a Dios, una relación de comunica-
ción, de contemplación, y de unión con Dios, en pensamiento edificante. Pero la adora-
ción es un acto, y el ejercicio de la contemplación deberá llevar a una rendición práctica de
la voluntad en el ofrecimiento del corazón. Esto, como un acto definitivo de adoración,
ocurre en la oración. La oración, por tanto, demanda una interioridad más profunda y
más seria que la devoción, ya que muchos pueden estar en la disposición devocional sin
realmente estarlo en la disposición de oración. Porque en la devoción, la relación del
hombre con Dios es en su mayor parte solo una reflexión edificante, una relación en la
que Dios está ciertamente presente, y en la que el alma ciertamente siente la cercanía de
Dios, pero que, por otra parte, Dios está presente, por así decirlo, solo en tercera persona.
En la oración, en cambio, Dios está inmediatamente presente en segunda persona, como
un Tú personal, respondiéndole al humano yo. En la devoción, la relación del hombre
con Dios es de carácter general; en la oración esa relación general se circunscribe a una
estrictamente individual y directa entre el hombre y Dios. En la oración, yo tengo comu-
nión con el Dios de toda la creación y de la iglesia universal, pero como el Dios mío, el
Dios del ser humano individual. Esta relación inmediata entre Dios y el alma, en donde el
alma exhala sus ansias por la luz del rostro de Dios, y lo llama, y en donde Dios mismo da
su Espíritu Santo al que hace la súplica, esta unión, “unio mystica”, es la esencia de toda
verdadera oración. Pero la cosa distintiva acerca de la oración cristiana es que es oración en
el nombre de Jesucristo” (Juan 16:23-24) (H. L. Martensen, Christian Dogmatics, 415).
“La oración”, dice el doctor Ryland, “ha dividido los mares, ha detenido ríos que flu-
yen, ha hecho que la dura roca irrumpa en fuente, ha extinguido llamas de fuego, ha
cerrado la boca de leones, ha desarmado víboras y ha neutralizado venenos, ha hecho que
las estrellas disciplinen al malo, ha detenido el curso de la luna, ha detenido también al sol
en su rápido galope, ha abierto con violencia puertas de acero, ha hecho volver almas de la
eternidad, ha conquistado los más fuertes demonios, y ha ordenado a legiones de ángeles
que desciendan del cielo. La oración ha embridado y encadenado las pasiones violentas del
hombre, y ha confundido y destruido vastos ejércitos de ateos orgullosos, atrevidos y
jactanciosos. La oración ha extraído a un hombre del fondo del mar, y ha llevado a otro en
carroza de fuego al cielo. ¿Qué no ha hecho la oración?”
11. El compañerismo cristiano es el privilegio de la feligresía de la iglesia, lo cual es de amplio
dividendo espiritual. Somos constituidos para sociedad, y, conforme a ello, somos dotados
de afectos sociales. La vida sería extremadamente sombría sin su elemento social. Y no hay
una esfera en la que haya una necesidad más profunda de ese elemento que en la religiosa.
La vida cristiana sería solitaria y carente de vigor espiritual sin la confraternidad de los de
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 181
nuestro mismo pensamiento. Por el otro lado, la comunión de las almas vivas en Cristo es
una fruición de la gracia. He aquí, es este un medio de mucho provecho espiritual (John
Miley, Systematic Theology, II:389).
12. Enoch Pond ofrece las siguientes marcas de un sacramento: (1) Deberá ser instituido
divinamente, una ordenanza de Cristo; (2) deberá ser caracterizado por significado y
propiedad de aplicación, no siendo una ceremonia frívola, sino que tenga significado, un
significado importante; (3) deberá sostener una conexión íntima y vital con la iglesia, ser
incluido en el pacto de la iglesia, ser un rito de la iglesia; (4) deberá ser de obligación
universal y perpetua. “Los sacramentos, ordenados por Cristo, no solo son un distintivo o
señal de la profesión del cristiano, sino que también son ciertas señales de gracia, y de la
buena voluntad de Dios hacia nosotros, por la cual Él obra invisiblemente en nosotros, no
solo vivificándonos, sino fortaleciéndonos y confirmando nuestra fe en Él”. Este es el
primer párrafo del Artículo XVI del metodismo, como lo revisó Juan Wesley. Es lo mismo
que el Artículo XXV del credo anglicano, pero con la omisión de las palabras “seguro y
efectivo testigo”. Estas palabras se añadieron originalmente al credo a fin de contrarrestar
las enseñanzas de Zuinglio, y especialmente las de los socinianos, teniendo que emplearse
la palabra “efectivo” en apoyo del ex opere operato de las iglesias sacramentales, a lo cual
objetó Juan Wesley.
13. Debe haber un claro entendimiento de las fórmulas que distinguen las diferentes
posiciones concernientes a los sacramentos. “Producir gracia ex opere operato”, dice Bailly,
“es conferirla por el poder del acto externo que Cristo instituyó, con tal que no haya
impedimento. Pero producir gracia ex opere operantis es conferirla por razón de los méritos
y disposiciones del que recibe o ministro”.
Agustín sostenía que los sacramentos eran verba visibilia o “palabras visibles”, mien-
tras que Crisóstomo decía de ellos, “una cosa vemos, otra creemos”. Estas expresiones han
sido recibidas por la iglesia en general como indicando debidamente el significado de los
emblemas.
Las iglesias sacramentarias hacen una distinción entre la materia y la forma en la ad-
ministración de los sacramentos. La materia se refiere a los elementos y las acciones físicos,
y la forma a la fórmula utilizada en la consagración de los elementos. El res sacramenti se
refiere solo a la santa eucaristía, y significa la sustancia invisible presente en el sacramento,
la cual lo constituye en vehículo real de gracia. El virtus sacramenti se aplica a la eficacia
del sacramento, ex opere operato, cuando se lleva a cabo de forma válida.
14. La importancia que la Iglesia Católica Romana le adjudica al ex opere operato se demuestra
en los Cánones VI, VII y VIII de los decretos tridentinos. “Quien afirme que los sacra-
mentos de la nueva ley no contienen la gracia que significan, o que no confieren la gracia
sobre los que no le ponen obstáculo, como si fueran solo señales externas de gracia o de
justicia recibida por fe, y marcas de la profesión cristiana, por las cuales el fiel se distingue
de incrédulo: sea anatema”. “Quien diga que la gracia no siempre se da en estos sacra-
mentos, y sobre todas las personas, en cuanto a Dios se refiere, y si son recibidos debida-
mente, sino que se confiere solo algunas veces y sobre algunas personas: sea anatema”.
“Quien diga que la gracia no es conferida por los sacramentos de la nueva ley, por su
propio ex opere operato, sino que la fe en la divina promesa es todo lo que es necesario para
obtener gracia: sea anatema”.
15. Los sacramentos son el sello del pacto de gracia, tanto de parte de Dios como del hombre.
Son sellos de parte de Dios, por medio de los cuales Él declara su intención benévola de
conferirnos sus favores, y por los cuales se obliga a cumplir sus compromisos del pacto.
Mientras contemplamos estos símbolos, sentimos que nuestras mentes son impresionadas
con la condescendencia y el amor de Dios, que nuestra fe en sus promesas es confirmada,
y que nuestros más devotos afectos hacia Él son alentados. De parte nuestra, son también
182 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
sellos por los cuales entramos en las más solemnes obligaciones con Él, de acuerdo con los
términos del pacto que Él nos ha propuesto aceptar. En la medida en que, por la recepción
de estas señales visibles, profesamos “asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros”,
sellamos el solemne contrato, como con si fuera con nuestra propia firma, de que nos
dedicaremos a Dios, y que le dedicaremos nuestro todo, para ser solo de Él, y por siempre
de Él” (Samuel Wakefield, Christian Theology, 555).
William Burton Pope armoniza las señales y los sellos como sigue: “Como señales, re-
presentan, en acción y en símbolos, las grandes bendiciones del pacto; y como sellos, son
promesas permanentes de una fidelidad divina que las otorgará bajo ciertas condiciones,
siendo esas condiciones el instrumento del Espíritu para auxiliar y fortalecer la fe que las
bendiciones requieren, y para asegurarle a esa fe el otorgamiento presente de su objeto
(William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III).
16. Es sorprendente que las comuniones griegas y romanas, las cuales difieren tanto en tantas
cosas, estén de acuerdo con la aceptación de siete sacramentos. Ambas fundamentan su
aceptación en la autoridad de la iglesia para interpretar la voluntad de Cristo, y los reivin-
dican como sacramentos que envuelven, y cercan alrededor, y santifican la totalidad de la
vida en sus distintas etapas: el bautismo santifica el nacimiento; la confirmación, la vida
adulta; la penitencia, la vida del diario pecar; la eucaristía, la vida en sí misma; las órdenes,
la legítima autoridad; el matrimonio, la ley de la iglesia de continuación y crecimiento; y
la extremaunción, la partida de esta vida. … Los escolásticos los ejemplificaron y los
defendieron de varias maneras. Se suponía que cada uno era simbolizado por una de las
siete virtudes capitales, o las simbolizaban: fe, amor, esperanza, prudencia, templanza,
fortaleza, diligencia. Estas eran explicadas como una analogía de la vida espiritual con la
física, como el nacimiento, el crecimiento hasta la edad adulta, la nutrición, la sanación, la
reproducción, la instrucción, la muerte. … el bautismo, la confirmación, las órdenes,
según se sostenía, poseían un carácter indeleble, permanentemente imborrable, y nunca
repetible (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III:305-306).
El credo del papa Pío IV consideró los siete sacramentos como obligatorios para cada
miembro de la Iglesia Católica Romana. El mismo leía como sigue: “Profeso que hay,
verdadera y propiamente, siete sacramentos de la nueva ley, instituidos por Jesucristo
nuestro Señor, y necesarios para la salvación de la humanidad, aunque no todos para
todos, como sigue: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, extremaunción, órde-
nes, y matrimonio; y que los mismos confieren gracia; y que de estos, el bautismo, la
confirmación y las órdenes no podrán repetirse sin sacrilegio”.
17. R. W. Dale señala que hay “un bautismo, un cambio completo de condición espiritual
que asimila el alma a la cualidad característica del bautizador divino. (1) El bautismo que
Juan predicó era este mismo bautismo pero en ciernes, puesto que todavía no se había
manifestado en su interior el Espíritu Santo y el Cordero de Dios. (2) El bautismo que
Juan administró era este mismo bautismo en símbolo, haciendo manifiesto a Jesús, el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (3) El bautismo del cristianismo es el
bautismo de Juan revelado, puesto que revela al Cordero de Dios inmolado y al Espíritu
Santo enviado. (4) El símbolo del bautismo cristiano es la perpetuación del simbolismo
del bautismo que Juan predicó, y del solo bautismo de inspiración”.
18. Sin embargo, vemos demasiado de temprano, tanto en cuanto a la administración del
santo bautismo, como en cuanto a su concepción, el comienzo de un triste menoscabo de
la genuina simplicidad de la era apostólica. El bautismo, ya en los escasos primeros siglos,
fue exaltado de una manera que fue suficientemente inteligible, pero que, inevitablemente,
dio lugar a malos entendidos dogmáticos. Justino Mártir consideró el bautismo como
iluminación sobrenatural, y por medio de una alusión muy apreciada, la iglesia cristiana
fue comparada con los peces que nacen en el agua, y que ahora, siguiendo a su gran pez,
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 183
eran salvos en el agua y por el agua (Tertuliano, de Bapt. c.i.). Cipriano afirmó que el
Espíritu Santo estaba unido de manera sobrenatural al bautismo en agua, así como en la
creación se movió sobre las aguas dando vida. El bautismo llegó, pues a considerarse
absolutamente necesario para la salvación, ya que no solo aseguraba la remisión de los
pecados previos, los dones del Espíritu Santo, y la promesa de una bienaventurada inmor-
talidad, sino que traía directamente todas estas cosas. Siendo que los pecados cometidos
después del bautismo se consideraban imperdonables, este santo acto era pospuesto por
muchos tanto como fuera posible. A la vez, cuando era administrado, se ejemplificaba con
un cierto número de ceremonias emblemáticas. Entre ellas, desde el cuarto siglo, estaba el
abjurar al diablo, la unción con el aceite místico, la consagración que hacía la iglesia de las
aguas bautismales, y, después del bautismo, una nueva unción, la imposición de manos, el
ósculo de la paz, el vestirse con vestiduras blancas, el llevar cirios encendidos, la adminis-
tración de leche y miel, el cambio de nombre, y así por el estilo. ¿Dónde terminaríamos si
nombráramos todo lo que en días anteriores o posteriores se practicaba con respecto a
padrinos, temporadas de bautismo, el bautismo de las campanas, los altares y así por el
estilo? De mucha más importancia es que la idea entera del bautismo, como conectada con
estas diferentes cosas, se apartó más y más de la de los apóstoles. Con Agustín en particu-
lar, y desde su tiempo, el bautismo infantil fue traído a una conexión directa con el dogma
del pecado original, y considerado como el medio para su purificación en el infante bau-
tizado, al punto de que los infantes no bautizados no era posible que fueran salvos. … Y
fue así como gradualmente se formó, después del posterior desarrollo escolástico de la
doctrina, esa concepción que la iglesia romana ahora reconoce como suya. Para dicha
iglesia, el bautismo es el sacramento de la regeneración, por medio del agua en la Palabra,
por el cual la gracia de Dios es impartida de manera sobrenatural a la persona bautizada,
para el perdón de toda culpa (heredada y actual), y para la santificación de la vida, por lo
que su administración es absolutamente necesaria (J. J. Van Oosterzee, Christian Dogma-
tics, II:750-751).
19. El efecto del bautismo como tal, se afirmaba (como con Agustín) que consistía en la
absolución de la culpa de todo pecado procedente, el original y el actual, y que en una
impartición así de gracia, se modificaba, aunque no se erradicaba totalmente, la corrup-
ción o concupiscencia de la naturaleza moral. … En cuanto a la gracia que mejoraba la
corrupción interior, y obraba una renovación en el corazón, distintos escritores la conce-
bían como pudiéndose experimentar en virtud del arrepentimiento y la fe anterior al
bautismo. Se mantenía, sin embargo, que en tal caso, todavía habría amplia ocasión para
el bautismo, ya que permanecía una cierta obligación de castigo, y el bautismo podía
removerla y a su vez conferir un aumento de gracia positiva (Henry C. Sheldon, History of
Christian Doctrine, I:392).
Bellarmine resume las enseñanzas de la iglesia sobre el bautismo como sigue: (1) Los
infantes no poseen fe presentemente; (2) ni manifestaciones espirituales; (3) son justifica-
dos absolutamente sin fe; (4) la habitud de la fe, el amor y la esperanza les es impartida;
(5) creen prácticamente, en parte porque el bautismo en sí mismo es una confesión actual
de fe, y en parte por la fe vicaria de otros. La habitud queda definida como la condición
que incluye en sí misma, y a la misma vez, un poder de acción. Puede ser infundida,
siendo así la condición de toda actividad correspondiente, o puede ser adquirida, siendo
así el resultado de acciones ya llevadas a cabo (Cf. Schaff-Herzog, Encyclopedia, artículo
sobre el bautismo).
20. A mediados del siglo octavo, un ignorante clérigo de Baviera, en vez de la fórmula regular
del bautismo que debía emplear, acostumbraba pronunciar una jerigonza, con palabras del
latín, sin sentido inteligible. El papa Zacarías, a quien se le refirió el caso, reconoció la
validez de estos bautismos sobre la base de la intención del sacerdote, derivándose de esta
184 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
23. La Confesión de Fe de Westminster (1647), capítulo XXVIII, lee como sigue: “El
bautismo es un sacramento del Nuevo Testamento, ordenado por Jesucristo, no solo para
la solemne admisión de la parte bautizada en la iglesia visible, sino también para que le sea
una señal y un sello del pacto de gracia, de su injerto en Cristo, o la regeneración, de la
remisión de pecados, y de su entrega a Dios, por medio de Jesucristo, para andar en
novedad de vida. Por el uso correcto de esta ordenanza, la gracia prometida no solo se
ofrece, sino que verdaderamente se exhibe y se confiere por el Espíritu Santo, a los que
(sean de edad o infantes) esa gracia les pertenece, conforme al consejo de la propia volun-
tad de Dios, en su tiempo asignado”.
Charles Hodge resume la doctrina reformada en tres puntos: (1) Los sacramentos son
medios reales de gracia, es decir, medios designados y empleados por Cristo para comuni-
car los beneficios de su redención a su pueblo. No son, como enseñan los romanistas, los
canales exclusivos, pero son canales. Una promesa les es hecha a aquellos que reciben
apropiadamente los sacramentos, y es que, por medio de ellos y en ellos, serán partícipes
de las bendiciones de las cuales los sacramentos son las señales y los sellos asignados divi-
namente. La palabra “gracia”, cuando hablamos de los medios de gracia, incluye tres cosas:
1. Un don inmerecido, como es la remisión del pecado. 2. La influencia sobrenatural del
Espíritu Santo. 3. Los efectos subjetivos de esa influencia en el alma. La fe, la esperanza y
la caridad, por ejemplo, son gracias. (2) El segundo punto en la doctrina reformada de los
sacramentos es tocante a la fuente de su poder. Sobre este asunto se enseña, negativamen-
te, que la virtud no está en ellos. La palabra virtud se usa aquí, por supuesto, en el sentido
latino de poder o eficiencia. Lo que se niega es que los sacramentos sean la causa eficiente
de los efectos benévolos que producen. La eficiencia no reside en los elementos, ni en el
oficio de la persona que los administra… ni en el carácter del administrador ante los ojos
de Dios, ni en su intención, es decir, su propósito de que sean efectivos. … La declaración
afirmativa sobre este asunto consiste en que la eficacia de los sacramentos se debe sola-
mente a la bendición de Cristo, y a la operación de su Espíritu. … Dios ha prometido que
su Espíritu acompañará a su Palabra, haciéndola así un medio eficaz para la santificación
de su pueblo. Así también ha prometido, por la operación acompañada de su Espíritu,
hacer los sacramentos eficaces para ese mismo fin. (3) El tercer punto incluido en la
doctrina reformada es que los sacramentos, en lo que toca a los adultos, son eficaces solo
como medio de gracia para los que los reciben por fe. Puede que tengan un poder natural
en otros que no sean creyentes, al presentarles la verdad y estimularles sus sentimientos,
pero solo los creyentes experimentan su influencia salvadora y santificadora. (Charles
Hodge, Systematic Theology, III:499-500.)
24. El catecismo de Heidelberg define los sacramentos como sigue: “Son señales y sellos santos
y visibles, ordenados por Dios para este fin: que puedan declarar y sellar más plenamente
la promesa de Su evangelio para nosotros, es decir, que no solo a todos los creyentes en
general, sino a cada uno de ellos en particular, Él da libremente remisión de pecados y
vida eterna, por razón de ese solo sacrificio de Cristo, que logró en la cruz”.
La Iglesia de Inglaterra, en el Artículo XXI, expresa lo siguiente: “Los sacramentos
ordenados por Cristo, no solo son distintivos o marcas de la profesión de los cristianos,
sino que son más bien testigos certeros y señales efectivas de la gracia, y de la voluntad de
Dios para con nosotros, por medio de los cuales obra invisiblemente en nosotros, no solo
para vivificar nuestra fe en Él, sino para fortalecerla y confirmarla.”
La Iglesia Protestante Episcopal, en el Artículo XXVII, dice lo siguiente: “El bautismo
no es solo una señal de profesión, y una marca de diferencia por la cual los cristianos son
discernidos como distintos a los demás que no lo son, sino que también es una señal de
regeneración, o de un nuevo nacimiento, por el cual, como por un instrumento, los que
reciben el bautismo correctamente son injertados en la iglesia; las promesas de perdón de
186 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
pecado, y de nuestra adopción como hijos de Dios por el Espíritu Santo, son señaladas y
selladas visiblemente por el bautismo; la fe es confirmada, y la gracia incrementada, por
virtud de la oración a Dios. El bautismo de los pequeños ha de ser retenido en todo
sentido en la iglesia por estar muy de acuerdo con la institución de Cristo”.
La Iglesia Metodista Episcopal, en el Artículo XVII, incluye esta declaración concer-
niente al bautismo: “El bautismo no solo es una señal de profesión, y una marca de dife-
rencia por la cual los cristianos se distinguen de otros que no han sido bautizados, sino que
también es una señal de regeneración, o del nuevo nacimiento. El bautismo de los peque-
ños ha de retenerse en la iglesia”.
25. “¿Cuál es la doctrina luterana sobre este tema? Los luteranos concuerdan con las iglesias
reformadas en el repudio de la doctrina romanista de la eficacia mágica de este sacramento
como un opus operatum. Pero fueron más allá que los reformados al mantener la unión
sacramental entre la señal y la gracia señalada. Lutero, en su Pequeño Catecismo, dice que
el bautismo “obra el perdón de pecados, libra de la muerte y del diablo, y confiere salva-
ción eterna a todos los que creen”; que “no es en realidad el agua la que produce estos
efectos, sino la Palabra de Dios que la acompaña y se le conecta, y nuestra fe, la cual confía
en la Palabra de Dios conectada con el agua. Porque el agua sin la Palabra es simplemente
agua y no bautismo. Pero cuando se conecta con la Palabra de Dios, es bautismo, es decir,
un agua bondadosa de vida, y un lavamiento de regeneración”.
“¿Cuál fue la doctrina zuingliana sobre este tema?” Que el rito externo es una mera
señal, y una representación objetiva, la cual no tiene eficacia alguna más allá que la que se
le debe a la verdad representada.
“¿Cuál es la doctrina de las iglesias reformadas… sobre este tema?” Todas están de
acuerdo en (1) que el razonamiento zuingliano es incompleto; (2) que aparte de ser una
señal, el bautismo es también el sello de gracia, y, por lo tanto, un comunicador y una
confirmación de gracia presente y sensible para el creyente, el cual tiene el testimonio en sí
mismo; y para todos los elegidos es un sello de los beneficios del pacto de gracia, el cual
tarde o temprano se comunicará en el buen tiempo de Dios; (3) que esta comunicación es
efectuada, no por la simple operación de la acción sacramental, sino por el Espíritu Santo,
el cual acompaña su propia ordenanza; (4) que en el adulto, la recepción de esta bendición
depende de la fe; y, (5) que los beneficios comunicados por el bautismo no les son pecu-
liares, sino que le pertenecen al creyente antes del bautismo o sin él, y le son a menudo
renovados con posterioridad. (A. A. Hodge, Outlines of Theology, 500-501.)
Que fue la intención de nuestro Señor que el bautismo fuera la ordenanza de inicia-
ción en su iglesia visible, lo evidencia el hecho de que lo conectó con los preceptos positi-
vos de esa gran comisión que dio a sus apóstoles de predicar “el evangelio a toda criatura”.
El Apóstol alude al carácter iniciador del bautismo cuando les pregunta a los corintios:
“¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1:13). Aquí evidentemente él
asume el principio de que, si hubiera bautizado a alguna persona en su nombre, se hubiera
representado a sí mismo como el cabecilla de una secta. Pero siendo que fueron bautizados
en el nombre de Cristo, estaban de esa manera unidos a su iglesia por este rito de inicia-
ción (Samuel Wakefield, Christian Theology, 560).
26. Richard Watson sobre el bautismo como señal y sello. El bautismo es una señal del
nuevo pacto, y substituye a la circuncisión. Como era con esta última, la administración
del bautismo es una exhibición contante de la clemencia de Dios para el hombre; y un rito
de iniciación en un pacto que promete el perdón y la salvación en respuesta a una verda-
dera fe, de la cual es su profesión externa; y un símbolo de la regeneración, el lavamiento
del pecado y “la renovación del Espíritu Santo”; y una señal de una peculiar relación con
Dios que, como consecuencia, permite que los cristianos se vuelvan “linaje escogido” y
“pueblo adquirido” [1 Pedro 2:9], su iglesia en la tierra, en distinción del “mundo”.
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 187
“Porque nosotros somos la circuncisión”, dice el Apóstol, somos ahora ese pueblo e iglesia
adquiridos, el cual anteriormente se distinguía por la señal de la circuncisión, pero que
ahora somos “los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no
teniendo confianza en la carne” [Filipenses 3:3].
Pero como señal, el bautismo es más que la circuncisión, porque el pacto, bajo su
nueva dispensación, no es solo para ofrecer perdón al que cree, y libertad de la esclavitud a
los apetitos de la carne, y una peculiar relación espiritual con Dios, todo lo cual encon-
tramos bajo el Antiguo Testamento, sino también para dispensar al Espíritu Santo, en su
plenitud, sobre los creyentes, y de esta efusión de “poder de lo alto” el bautismo fue hecho
la señal visible, y quizá por esto, entre otras obvias razones, sustituyó la circuncisión, ya
que el bautismo, por efusión o derramamiento, era el símbolo natural de este don celestial.
El bautismo de Juan hizo referencia especial al Espíritu Santo, quien no habría de ser
administrado por él, sino por Cristo, quien vendría después de él. Este don honró el
bautismo de Juan solo una vez, en el caso extraordinario de nuestro Señor, pero se dio
constantemente en el bautismo administrado por los apóstoles de Cristo, después de su
ascensión, y del envío de la promesa del Padre. … Por esta razón al cristianismo se le
llamó “la ministración del Espíritu”, y esto estaba muy lejos de ser confinado a los dones
milagrosos que a menudo se otorgaron en la primera época de la iglesia, ya que fue el “ser
guiado por el Espíritu” lo que vino a ser la prueba permanente y prominente del verdadero
cristianismo.
Como sello, o señal confirmatoria, el bautismo también ofrece una respuesta a la cir-
cuncisión. Al instituirse esta última, había una promesa constante dada por el Todopode-
roso, de que otorgaría las bendiciones espirituales que el rito representaba como señal, y el
perdón y la santificación por medio de la fe en la futura simiente de Abraham, y la rela-
ción peculiar con Él como “su pueblo”, y la herencia celestial. El bautismo es también la
promesa de esas mismas bendiciones, junto a la dispensación más elevada del Espíritu
Santo, la cual representa especialmente en emblema. Así que hay en el bautismo, de parte
de Dios, una seguridad visible de su fidelidad a las estipulaciones de su pacto. Pero tam-
bién es nuestro sello, por ser aquello por medio de lo cual nos hacemos partes del pacto, y
así “se imprime en nuestro sello que Dios es verdadero”. En este respecto nos obliga, así
como, en otro respecto, Dios misericordiosamente se obliga a sí mismo, para una seguri-
dad mayor de nuestra fe. Nosotros nos prometemos confiar enteramente en Cristo para el
perdón y la salvación, y obedecer sus leyes, “enseñándoles que guarden todas las cosas que
os he mandado” [Mateo 28:20]. En ese rito nosotros también pasamos por una muerte
mística al pecado, una separación mística del mundo, la cual el apóstol Pablo llama estar
sepultados juntamente con Cristo “para muerte por el bautismo” [Romanos 6:4], y una
resurrección mística a la novedad de vida, por medio de la resurrección de Cristo de entre
los muertos. … Si unimos todas estas consideraciones, encontraremos suficientemente
establecido que el bautismo es la señal y el sello del pacto de gracia bajo su dispensación
perfeccionada (Richard Watson, Theological Institutes, IX:626-628).
27. El vocablo primario bapto ocurre cuatro veces en el Nuevo Testamento (Lucas 16:24; Juan
13:26; Apocalipsis 19:13), aunque nunca ligado al asunto del bautismo cristiano. Su
significado clásico era, (1) remojar, y (2) teñir (A. A. Hodge, Outlines of Theology, 483).
Los documentos primitivos conocidos como, “Las enseñanzas de los doce apóstoles”,
los cuales datan de la primera parte del segundo siglo, hacen claro que tanto la inmersión
como la afusión eran considerados bautismos válidos en esa fecha temprana. “Y en lo
tocante al bautismo se bautizará así: habiendo primero declarado todas estas cosas, bauti-
zaréis en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, en agua que corra. Pero si
no tenéis agua que corra, bautizaréis en otras aguas; y si no podéis en la fría, entonces en la
caliente. Pero si no tenéis ninguna de las dos, derramaréis agua tres veces en el nombre del
188 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Sección VII). A medida que el evangelio se
desplazó hacia climas más fríos, el bautismo por aspersión o afusión se recomendó natu-
ralmente como más práctico. En el caso del enfermo, el bautismo por inmersión, en la
mayoría de los casos, hubiera sido imposible.
John Owen dice que baptizo significa lavamiento, “como puede verse ejemplificado en
todos los autores”, y también que, “No hay lugar alguno en la Biblia en que pueda seña-
larse que baptizo signifique remojar o sumergir”. “En este sentido”, continúa Owen,
“cuando se habla del bautismo, se denota solo el lavamiento, y de ninguna manera la
inmersión, pues así queda explicado (Tito 3:5ss)” (John Owen, Works, Vol. XXI:557).
28. Samuel Wakefield, al igual que Richard Watson, señala otros pasajes bíblicos que a veces
se utilizan como un esfuerzo para apoyar la creencia en la inmersión como el único modo
válido de bautismo. (1) “Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán,
donde Juan estaba bautizando” (Juan 1:28). Aquí solo se necesita apuntar que las personas
a las que Juan bautizaba en Betábara no pudieron haber sido bautizadas en el Jordán,
puesto que Betábara está más allá del Jordán. Esto recibe apoyo adicional del texto que
señala que Jesús “se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde primero había
estado bautizando Juan; y se quedó allí” (Juan 10:40). Es imposible escapar a la conclu-
sión de que Juan primero bautizaba en Betábara, más allá del Jordán, y no en sus aguas.
(2) Otro pasaje que se cita es este: “Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim,
porque había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados” (Juan 3:23). Aquí se asume
que las “muchas aguas” de las que se habla eran requeridas solo para el bautismo. … Pero
el significado de los términos empleados en el original se conforma con los hechos histó-
ricos que demuestran que no había un lago, ni ningún otro cuerpo de agua, cerca de
Enón. “Enón se deriva del hebrero ayin, el ojo, y significa, según Parkhurst y otros, un
pozo, una fuente, o un manantial de agua. En la frase griega hudata polla, la cual se tra-
duce como ‘muchas aguas’, se comunica la idea de diversas fuentes o manantiales, más
bien que una gran cantidad de agua. Así, por ejemplo, Mateo 13:3: “Y les habló muchas
[polla, no un gran volumen sino diversas] cosas por parábolas”; Marcos 1:34: “Y… echó
fuera muchos [polla] demonios”; Juan 8:26: “Muchas [polla] cosas tengo que decir”;
Hechos 2:43: “Y… muchas [polla] maravillas y señales eran hechas”; Apocalipsis 1:15:
“…y su voz como estruendo de muchas aguas [hudaton pollon]’”. Por lo tanto, estamos
dentro de lo posible si concluimos que Enón no contenía un gran volumen de agua, y que
lo que había era insuficiente para las numerosas inmersiones que se supone que se hubie-
ran hecho allí (Samuel Wakefield, Christian Theology, 579-580).
29. Los intérpretes bautistas insisten en que la Biblia enseña que la señal externa de este
sacramento, por ser una inmersión del cuerpo entero en el agua, es un emblema tanto de
la purificación como de nuestra muerte, sepultura y resurrección con Cristo. … Nosotros
objetamos a esta interpretación, porque (1) en ninguno de estos pasajes (Romanos 6:3-4;
Colosenses 2:12) el apóstol Pablo indica que nuestro bautismo en agua es un emblema de
nuestro entierro con Cristo. Es obvio que él está hablando del bautismo espiritual, del cual
el bautismo en agua es un emblema, y que es por este bautismo espiritual que se nos causa
morir al pecado, y vivir para la santidad, en las cuales muerte y vida nuevas somos con-
formados con la muerte y la resurrección de Cristo. … (2) Porque ser “bautizados en su
muerte” es una frase perfectamente análoga al bautismo “para arrepentimiento” (Mateo
3:11), “para perdón de pecados” (Marcos 1:4), y “en un cuerpo” (1 Corintios 12:13), es
decir, a fin de que, o para los efectos de que participemos en los beneficios de esta muerte.
(3) La interpretación bautista envuelve una extrema confusión en lo que se refiere al
emblema. ¿Quieren decir que la señal externa de la inmersión es un emblema de la muer-
te, la sepultura y la resurrección de Cristo, o de la muerte espiritual, la sepultura y la
resurrección del creyente? El punto de comparación en estos pasajes es llanamente “no
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 189
entre nuestro bautismo y la sepultura y resurrección de Cristo, sino entre nuestra muerte
al pecado y ser levantados para santidad, y la muerte y la resurrección del Redentor”. (4)
Los bautistas concuerdan con nosotros en que el bautismo en agua es un emblema de la
purificación espiritual, es decir, de la regeneración, pero insisten en que también es un
emblema (en el modo de la inmersión) de la muerte del creyente al pecado, y de su vida
nueva de santidad. Pero, ¿cuál es la distinción entre la regeneración y la muerte al pecado,
y la vida de santidad? (5) Los bautistas concuerdan con nosotros en que el bautismo en
agua es un emblema de purificación. Pero, ciertamente, es imposible que la misma acción
deba, a su vez, ser un emblema de un lavamiento, y de un entierro y una resurrección.
Una idea puede ser asociada con la otra como consecuencia de sus relaciones espirituales,
pero es imposible que la misma señal visible sea emblemática de ambas cosas. (6) Nuestra
unión con Cristo por medio del Espíritu, y las consecuencias espirituales que siguen, son
ilustradas en la Biblia con muchas y variadas figuras, como por ejemplo, la sustitución del
corazón de carne por el corazón de piedra (Ezequiel 36:26), la edificación de una casa
(Efesios 2:22), el injerto de un pámpano en la vid (Juan 15:5), el despojarse de un vestido
sucio y vestirse de uno limpio (Efesios 4:22-24), una muerte, sepultura y resurrección
espirituales, para ser plantados en la semejanza de la muerte de Cristo (Romanos 6:3-5), y
la aplicación de un elemento limpiador en el cuerpo (Ezequiel 36:25). Así que, el bautis-
mo en agua representa todas estas cosas, ya que es un emblema de la regeneración espiri-
tual, de la cual todas ellas son ilustraciones analógicas. … Con todo, sería absurdo consi-
derar al bautismo en agua como un emblema literal de todas estas cosas, y nuestros her-
manos bautistas no tienen garantía bíblica para asumir que la señal externa de este sacra-
mento sea más el emblema de una analogía que de cualquiera otra (A. A. Hodge, Outlines
of Theology¸482-483).
30. Richard Watson, en sus “Institutos”, presenta el siguiente argumento en contra de la
inmersión como único modo de bautismo. “Aunque la manera en la cual se aplica el
elemento del agua en el bautismo no es sino la circunstancia de este sacramento, que haya
producido tanta controversia no será asunto de sorpresa para aquellos que reflexionan en
la propensión de los hombres a adjudicarle importancia indebida a las relativas insignifi-
cancias. La cuestión sobre los sujetos dignos del bautismo es una que ha de ser respetada
por su importancia, pero aquella en cuanto al modo ha ocupado más tiempo, y exaltado
más sentimientos, que la que en ningún sentido merece. Sin embargo, es una cuestión que
no puede pasarse por alto, ya que los defensores de la inmersión a menudo resultan pro-
blemáticos para los demás cristianos, y perturban a los de mente débil, y a veces, quizá,
por su celo por la forma, ponen en peligro su propia espiritualidad. Observemos, pues,
que hay varias y fuertes presunciones en cuanto a que el único modo legítimo de bautizar
sea por inmersión, por lo cual hay que objetarlas como sigue: (1) No es probable, que si la
inmersión era el único modo permitido de bautismo, no debiera haberse expresamente
ordenado. (2) No es probable, que en una religión diseñada para ser universal, un modo
de administrar esta ordenanza debiera ser obligatorio, cuya práctica fuera tan poco adap-
table a tantos climas, en algunos siendo excesivamente severo sumergir a los candidatos,
hombres y mujeres, fuertes y débiles, en el agua, o, en otros, como en las altas latitudes,
imposible en la mayor parte del año. Aun si la inmersión hubiera sido, de hecho, el modo
original de bautizar en el nombre de Cristo, estas razones harían improbable que no
hubiera habido lugar para algún acomodamiento en la forma, sin viciar la ordenanza. (3)
Es todavía menos probable, que en una religión de misericordia, no hubiera consideración
alguna relacionada a la salud y a la vida en la administración de una ordenanza de salva-
ción, siendo que sería indudable que en países en los que el baño frío es poco practicado,
ambas cosas se arriesgarían con frecuencia, especialmente en el caso de las mujeres y las
personas delicadas de ambos sexos, en donde a veces de hecho se dan efectos fatales. (4)
190 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
eran circuncidados a los ocho días de nacidos, no comían la pascua hasta que pudieran
comprender su designo (Samuel Wakefield, Christian Theology, 571).
34. El apóstol Pedro preserva la correspondencia entre el acto de Noé de preparar el arca como
un acto de fe por el cual fue justificado, y el acto de someterse al bautismo cristiano, lo
cual obviamente es un acto de fe, para la remisión de pecados, o la obtención de una
buena conciencia delante de Dios [1 Pedro 3:20-21]. Esto se fortalece aún más cuando el
Apóstol añade inmediatamente, “por la resurrección de Jesucristo” [v. 21], una cláusula
que nuestros traductores, por el uso de un paréntesis, conectan con “el bautismo que…
ahora nos salva”, de modo que su significado es que somos salvados por el bautismo por
medio de la resurrección de Jesucristo; y como Él fue “resucitado para nuestra justifica-
ción” [Romanos 4:25], ello demuestra suficientemente el verdadero sentido que le da el
Apóstol [a 1 Pedro 3:20-21], quien, con aquello de nosotros ser “salvos”, claramente
quiere decir que somos justificados por la fe. El texto [de 1 Pedro 3:21], sin embargo, no
necesita un paréntesis, y el verdadero sentido puede expresarse así: “El antetipo por el cual
el agua del diluvio, el bautismo, nos salva, no quitando las inmundicias de la carne, sino
como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios, por la fe en la resurrección de
Jesucristo”. Pero no importa cómo una palabra en particular se disponga, todo el pasaje
podrá ser tomado consistentemente como enseñándonos que el bautismo es la señal
externa de nuestra entrada al pacto de misericordia de Dios, y que cuando es un acto de
verdadera fe, se vuelve un instrumentos de salvación, como lo fue el acto de Noé, por el
cual, movido de temor, “preparó el arca en que su casa se salvase” [Hebreos 11:7], sobre-
viviendo a la destrucción de un mundo incrédulo (Richard Watson, Theological Institutes,
II:625).
Juan Wesley fue entrenado a creer en una posible regeneración de infantes. En su
sermón sobre, “El nuevo nacimiento”, dice: “Es cierto que nuestra iglesia supone que
todos los que son ‘bautizados en su infancia son a su vez nacidos de nuevo’”. “Tampoco es
una objeción de peso alguno en contra de esto el que no podamos comprender cómo esta
obra puede operarse en los infantes, puesto que tampoco podemos comprender cómo se
opera en una persona mayor”. Wesley nunca pudo definirse sobre esto de manera clara:
“Pero cualquiera sea el caso con los infantes, es seguro que todos los mayores que son
bautizados no son a la misma vez nacidos de nuevo”. Sus razonamientos de la gracia
preliminar señalada por el nuevo nacimiento en los infantes han sido expresados más
plenamente por los expositores posteriores de la doctrina metodista. El resumen de Ri-
chard Watson puede ser aceptado como uno que provee el significado que estos les dieron:
“Para el hijo infante, es una recepción visible en el mismo pacto y en la misma iglesia, una
promesa de aceptación por medio de Cristo, el conferir un título a toda la gracia del pacto
según las circunstancias lo requieran, y según sea capaz la mente del niño de recibirlo”.
“También asegura el don del Espíritu Santo en esas influencias espirituales secretas por las
cuales la regeneración actual de esos niños que mueren en la infancia es efectuada, y las
cuales son una semilla de vida en aquellos que viven” (William Burton Pope, Compendium
of Christian Theology,III:324).
35. A este sacramento se le llama la Santa Cena porque el Señor mismo lo instituyó, y porque
la primera vez que se hizo fue en la tarde, y al concluirse la cena pascual. También se le
llama la Comunión, puesto que en ella tenemos comunión con Cristo y con su pueblo.
Otro nombre que se le da es la eucaristía, una acción de gracias, porque Cristo, al insti-
tuirla, dio gracias; y porque a nosotros, al participar de ella, se nos requiere ser agradecidos
(Samuel Wakefield, Christian Theology, 590).
36. Richard Watson, al comentar a 1 Corintios 11:23-26, dice: “De estas palabras aprende-
mos, (1) que el apóstol Pablo recibió una revelación especial respecto a esta ordenanza, la
cual debería tener un objeto más elevado que la sola conmemoración de un hecho histó-
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 193
rico, y debería suponerse que se le hizo con el propósito de ordenársele que estableciera
este rito en las iglesias que él levantaría, y de capacitarlo para entender su autoridad y
propósito, en donde lo encontró ya designado por los primeros fundadores de las primeras
iglesias. (2) Que el mandato de Cristo, ‘Haced esto en memoria de mí’, el cual fue origi-
nalmente dado a los discípulos presentes con Cristo en la última Pascua, es dado a su vez
por el apóstol Pablo a los corintios. (3) Que él consideraba la Santa Cena un rito que
debía celebrarse ‘todas las veces’, y en todo tiempo futuro, hasta que el Señor mismo
‘venga’ a juzgar al mundo. La obligación perpetua de esta ordenanza, por tanto, no podrá
ser razonablemente refutada” (Richard Watson, Theological Institutes, II:661-662).
37. El siguiente es un resumen de la excelente discusión de William Burton Pope acerca de la
Santa Cena y su relación con la Pascua. (1) El antiguo rito era una conmemoración anual
de la redención típica del pueblo hebreo, y la Santa Cena es el solemne acto de conme-
moración de la iglesia de la muerte redentora del Salvador del mundo. El apóstol Pablo
añade “en memoria de mí” al ofrecimiento del pan como también de la copa. … Nuestro
Salvador bendijo los elementos y dio gracias, ofreciendo la alabanza de su propia expia-
ción, la cual su pueblo continuaría por siempre. Por tanto, el rito es la gran expresión de
gratitud de la iglesia por el don de Cristo, y especialmente por su muerte expiatoria. Es la
fiesta de acción de gracias dentro de la asamblea cristiana, y es la fiesta de testimonio ante
el mundo, “anunciando” su muerte. (2) La antigua Pascua era también la ratificación
anual del pacto entre Dios y su pueblo. … Cuando nuestro Señor sustituyó su cena,
empleó un lenguaje que incluía a todos, refiriéndose especialmente a la solemne transac-
ción del pacto en la que Moisés dividió la sangre de la expiación en dos partes: la mitad la
roció en el altar, para denotar la propiciación de Dios, y con el resto roció a todo el pue-
blo, para señalarles el favor divino, y también el libro del pacto, para señalar la ratificación
del pacto del cual ese libro era el registro: “Esta es la sangre del pacto que Dios os ha
mandado” [Hebreos 9:20]. Nuestro Señor vincula estas palabras de Moisés con la nueva
Pascua de su nuevo pacto: “Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto,
que por muchos es derramada para remisión de los pecados”. … El Espíritu Santo utiliza
esta ordenanza sacramental para la confirmación de la fe, y de aquí el significado del
término sacramento según es aplicado a esta solemnidad. (3) Pero la antigua Pascua era el
rito que mantenía como recordación anual el nacimiento del pueblo como tal, y de su vida
comunitaria en la unión del pacto. Cuando el Señor ordenó su cena, se la distribuyó a
cada uno, y puso énfasis en el todo. … La cena es el sacramento de la unión con Jesús, la
vid verdadera, y de la unión de los unos con los otros en Él, por lo que parecería que los
elementos representan no solo el cuerpo sacrificado de Cristo, sino el cuerpo espiritual
mismo salvado por el sacrificio, y hecho una parte de Él mismo. El vínculo real de la
unión, sin embargo, no es el pan y el vino, sino la participación común de vida en Cristo
por el Espíritu. Pero el juntamente comer y beber sacramental es la señal externa y visible
de esa unión. La cena, por tanto, es el perfecto distintivo del discipulado común, la pro-
mesa mutua de todos los oficios del amor fraternal (William Burton Pope, Compendium of
Christian Theology, III:326-327).
38. Aparte de los asuntos de interpretación dudosa, estos pasajes claramente enseñan, primero,
que la Santa Cena es una institución divina de obligación perpetua; segundo, que los
elementos materiales que han de usarse en la celebración son el pan y el vino; tercero, que
las partes integrantes importantes del servicio son: (1) La consagración de los elementos;
(2) el partimiento del pan y el vaciar del vino; (3) la distribución y la recepción de parte de
los comulgantes del pan y el vino; cuarto, que el propósito de la ordenanza es, (1) la
conmemoración de la muerte de Cristo; (2) representar, efectuar y manifestar nuestra
participación en el cuerpo y la sangre de Cristo; (3) representar, efectuar y manifestar la
unión de los creyentes con Cristo y los unos con los otros; y (4) señalar y sellar nuestra
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aceptación del nuevo pacto ratificado por la sangre de Cristo; quinto, las condiciones para
la comunión beneficiosa son: (1) conocimiento para discernir el cuerpo del Señor; (2) fe
para alimentarnos de Él; y (3) amor a Cristo y a su pueblo. Los puntos principales de
controversia concernientes a la ordenanza son: (1) El sentido en el cual el pan y el vino son
el cuerpo y la sangre de Cristo; (2) el sentido en el cual los comulgantes reciben el cuerpo
y la sangre de Cristo en esta ordenanza; (3) los beneficios que el sacramento confiere, y la
manera en que esos beneficios son comunicados; (4) las condiciones sobre las cuales la
eficacia de la ordenanza es suspendida (Charles Hodge, Systematic Theology, III:612).
39. Ha habido todavía otros términos por los cuales la Santa Cena ha sido designada. Se le ha
llamado proszopa u “ofrenda”, debido a las dádivas y ofrendas que se hacían a los pobres en
conexión con este servicio. Ha sido llamada eunaeis, “la asamblea”, debido a que la natu-
raleza del servicio implicaba una asamblea de creyentes. Ha sido llamada “missa” o misa,
probablemente por las palabras empleadas para despedir la congregación. Ahora bien, el
término “misa” ya se usaba mucho antes de que adquiriera el sentido que le adscribe la
Iglesia Católica Romana.
En cuanto al origen del término “misa”, Charles Hodge nos ofrece lo siguiente: “Esta
palabra ha sido explicada de varias maneras, pero, al presente, es casi universalmente
asumido que proviene de las palabras empleadas en la despedida de la congregación (Ita,
missa est, ‘Idos, la congregación es despedida’). Primero eran despedidos los congregantes
inconversos, y luego los catecúmenos, para que solo los fieles bautizados permanecieran
para el servicio de comunión. Por lo tanto, en la iglesia primitiva había una missa infide-
lium, una missa catechumenorum, y finalmente una missa fidelium. Parece que había un
servicio diferente adaptado para estas distintas clases de oyentes. De aquí que la palabra
missa viniera a utilizarse en el sentido de la palabra griega leutopigla o servicio. Bajo el
Antiguo Testamento, la ofrenda del sacrificio era la parte principal del servicio del templo,
de manera que en la iglesia cristiana, por ser considerada una ofrenda expiatoria, la Santa
Cena se volvió el punto medio en el servicio público, y se le denominaba enfáticamente el
servicio, o la misa. Desde la Reforma para acá, la misa se ha convertido en la designación
universal de la eucaristía como se celebra en la Iglesia de Roma” (Charles Hodge, Systema-
tic Theology, III:614).
40. Una de las numerosas teorías tocante a la eucaristía, la cual prevaleció más o menos en la
iglesia primitiva, era la que la historia de la doctrina conoce como la impanación. Así
como en el ser humano el alma está unida al cuerpo para impartirle vida y eficiencia sin
que ella misma se vuelva materia, o sin convertir el cuerpo en espíritu, y así como el Logos
eterno se hizo carne al tomar para sí mismo un cuerpo verdadero y un alma que razonara,
sin que recibiera nada humano en su naturaleza divina, ni que le impartiera divinidad a su
humanidad, así también el Logos se volvía uno con el pan consagrado, sin cambio subs-
tancial alguno en éste o en Aquél. Sin embargo, su relación con el pan era análoga con
aquella del alma con el cuerpo en el ser humano, y con la del Logos con la humanidad en
la persona de nuestro Señor. Así como el asumir de nuestra naturaleza de parte del Hijo de
Dios se expresaba con la palabra “encarnación”, así también el que Él asumiera y se uniera
con el pan en la Santa Cena se denominaría “impanación” (Charles Hodge, Systematic
Theology, III:648).
41. La doctrina católica romana se fijó en los cánones y decretos del Concilio de Trento
(1551). “En la eucaristía están contenidas verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la
sangre, junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, la
totalidad de Cristo” (Canon 1).
“La substancia total del pan (es convertida) en el cuerpo”, y “la substancia total del
vino en la sangre” (Canon 2).
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 195
“La totalidad de Cristo está contenida bajo cada especie, y bajo cada parte de cada es-
pecie, cuando son separadas” (Canon 3).
“El fruto principal de la santísima eucaristía es la remisión de pecados” (Canon 5).
“En la eucaristía, Cristo ha de ser adorado” (Canon 6).
“Todos y cada uno de los fieles de Cristo están obligados a comulgar cada año” (Ca-
non 9).
“La confesión sacramental ha de hacerse de antemano por aquellos cuyas conciencias
estén cargadas de pecado mortal” (Canon 11).
La enseñanza autorizada de la Iglesia Luterana ha de encontrarse en la Confesión de
Augsburgo (1530), artículo X, como sigue: “El verdadero cuerpo y la verdadera sangre de
Cristo están verdaderamente presentes bajo la forma del pan y el vino, y están ahí comu-
nicados a los que comen en la Santa Cena y la reciben”. Más tarde, Mélancton cambió
este artículo, lo cual representó una desviación que causó considerable controversia. Este
cambio se expresó en la Fórmula de la Concordia (1540) como sigue: “Creemos, enseña-
mos y confesamos que en la Santa Cena, el cuerpo y la sangre de Cristo están verdadera y
substancialmente presentes, y que son verdaderamente distribuidos y tomados juntos con
el pan y el vino”.
42. El catecismo de Heidelberg (1563): “¿Qué es comer el cuerpo crucificado y tomar la
sangre derramada de Cristo? No es solo abrazar con un corazón creyente todos los sufri-
mientos y la muerte de Cristo, y por ese medio obtener el perdón de pecados y la vida
eterna, pero, más aún, es también ser de tal manera unidos más y más a su sagrado cuerpo
por el Espíritu Santo, el cual mora tanto en Cristo como en nosotros, que, aunque Él está
en el cielo, y nosotros en la tierra, seamos carne de su carne, y hueso de sus huesos, y
vivamos y seamos gobernados para siempre por el solo Espíritu, así como los miembros de
un mismo cuerpo lo son por la sola alma”.
La Confesión de Fe de Westminster (1647), artículo XXIX: “La Santa Cena (ha) de
ser observada para la conmemoración perpetua del sacrificio de Cristo en su muerte, para
el sellamiento de todos los beneficios de los verdaderos creyentes, para su nutrición espi-
ritual y su crecimiento en Él, para enfrascarse aún más en todos los deberes, y por ellos, los
cuales les deben a Él, y para ser un depósito y promesa de su comunión con Él, y con los
demás, como miembros de su cuerpo místico”. “Los creyentes dignos, por fe, real y ver-
daderamente, aunque no carnal ni corporalmente, sino espiritualmente, reciben y sienten
de Cristo crucificado, todos los beneficios de su muerte”.
43. La única base para una doctrina así yace en la suposición de un sentido literal de las
palabras “esto es mi cuerpo” y “esto es mi sangre”, siendo la transubstanciación como tal
una mera inferencia de esa suposición. El pan y el vino deberán ser cambiados en la carne
y la sangre de Cristo si van a estar realmente presentes en la cena, siendo que no habría
otra manera de contar con su presencia. Esta es la manera en que se ha construido esa
doctrina. Aparte de un sentido literal de las palabras de la institución, la doctrina no tiene
la más mínima base bíblica (John Miley, Systematic Theology, II:413).
44. La doctrina tridentina. En primer lugar, el santo sínodo enseña, y abierta y sencillamente
profesa, que, en el augusto sacramento de la santa eucaristía, después de la consagración
del pan y el vino, nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es verda-
dera, real y substancialmente contenido en las especies de estas cosas sensibles. Porque
ninguna de estas cosas son mutuamente repugnantes, que nuestro Salvador mismo siem-
pre se siente a la diestra del Padre en los cielos, según el modo natural de la existencia, y,
no obstante, se nos esté en muchos otros lugares sacramentalmente presente en su propia
substancia por una manera de existencia que, aunque a penas podamos expresarlo en
palabras, podemos aún así concebir por el entendimiento iluminado por la fe, por lo cual
debemos creer firmemente que esto sea posible para Dios, porque así lo creyeron nuestros
196 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
antepasados, todos aquellos que estaban en la verdadera iglesia de Cristo, y quienes han
discurrido acerca de este santísimo sacramento, profesando de la manera más abierta que
nuestro Redentor instituyó un sacramento tan admirable en la última cena cuando, des-
pués de bendecir el pan y el vino, testificó, en palabras expresas y claras, las cuales, regis-
tradas por el santo evangelista, después fueron repetidas por San Pablo, que ambas cosas
acarreaban ese significado apropiado y muy manifiesto entendido por los padres de la
iglesia, por lo cual es ciertamente un crimen indignísimo que sea pervertido por ciertos
hombres contenciosos y malvados, reduciéndolo todo a tropos ficticios e imaginarios,
negando así la veracidad de la carne y la sangre de Cristo, contrario al sentido universal de
la iglesia, la cual como pilar y base de la verdad, ha detestado como satánicas las tales
invenciones maquinadas por hombres impíos, reconociendo la iglesia, con una mente
eternamente agradecida y que no olvida, el más excelente beneficio de Cristo (Philip
Schaff, Creeds of Christendom, II:126-127).
Charles Hodge, en su libro, Systematic Theology (III:688ss), tiene una excelente discu-
sión sobre la objeciones protestantes a la posición católica romana. Aquí solo podemos
presentar un breve resumen. “Los protestantes rechazan la doctrina de que la eucaristía sea
un verdadero sacrificio propiciatorio: (1) Porque no solo está destituida de todo apoyo
bíblico, sino que es directamente contraria a la naturaleza total de la ordenanza, según lo
que se exhibió en la institución original y en la práctica de la iglesia apostólica. (2) Porque
está fundada en la monstruosa doctrina de la transubstanciación. Si la substancia toda del
pan no es cambiada en la substancia toda del cuerpo de Cristo, y la substancia toda del
vino en la substancia de su sangre, y si Cristo todo, cuerpo, alma y divinidad no está real y
verdaderamente presente bajo la forma (o especies) o la semejanza del pan y el vino,
entonces el sacerdote no tiene nada que ofrecer en la misa. Éste de hecho nada ofrece, y el
servicio todo es un engaño. (3) La doctrina romanista sostiene que los apóstoles eran
sacerdotes, y que fueron investidos de autoridad y poder para continuar y perpetuar en la
iglesia el oficio sacerdotal por medio de la ordenación y la imposición de las manos para la
comunicación de los dones sobrenaturales del Espíritu Santo. Nada de esto es bíblico ni
cierto. Primero, porque un sacerdote es una persona designada para ser un mediador entre
Dios y los demás seres humanos. Pero una oficio tal no existe bajo la dispensación cristia-
na, excepto en la persona de Jesucristo. Segundo, que a los ministros cristianos nunca se
les llama sacerdotes en el Nuevo Testamento. Tercero, que Cristo y los apóstoles asumen
uniformemente que el camino está abierto para el regreso de todo pecador a Dios, sin la
intervención humana. (4) La doctrina romanista menosprecia el sacrificio de la cruz. La
idea de que la obra de Cristo que hace satisfacción por los pecados de los hombres necesite
repetirse constantemente, merece oposición. (5) La doctrina del carácter sacrificial de la
eucaristía, que es una parte integral de este gran sistema de error, deberá permanecer o
caer como un todo. El romanismo es otro evangelio. Johan Adam Moehler, cuyo roma-
nismo filosófico y mitigador ha traído sobre él no poca censura de parte de sus hermanos
más estrictos, representa la doctrina de la eucaristía como el punto en el cual convergen las
diferencias entre los romanistas y los protestantes”.
45. Joseph Stump insiste en que la Iglesia Luterana no enseña la doctrina de la consubstancia-
ción, aunque la acusen frecuentemente de ello. Sostiene que la consubstanciación quiere
decir la combinación del cuerpo y la sangre de Cristo en una tercera substancia, y esto no
lo enseña la Iglesia Luterana. Insiste, aún más, que ni la impanación ni la subpanación es
enseñada por los luteranos, la primera por sostener que el cuerpo y la sangre sean local-
mente incluidos o encerrados en el pan y el vino, y la segunda por sostener que estén
localizados debajo de ellos. Más bien enseñan que el cuerpo y la sangre de Cristo no están
conectados localmente, sino sacramentalmente, con el pan y el vino, y que solo durante el
uso actual por el comulgante están el cuerpo y la sangre presentes. Por lo tanto, no podrá
LA IGLESIA: SU ADORACIÓN Y SUS SACRAMENTOS 197
haber hostia reservada, ya que antes y después de la actual administración, los elementos
son solo pan y vino (Joseph Stump, The Christian Faith, 353-354).
46. La mente de Lutero, la que fue tan vigorosa para desechar dogmas que no tuvieran otra
cosa que la autoridad humana para apoyarlas, quedó, en cuanto a este sacramento, atada a
asociaciones anteriores. Concluyó que el cuerpo y la sangre de Cristo estaban realmente
presentes en la Santa Cena, pero, consciente de lo absurdo y contradictorio de la tran-
substanciación, retuvo una doctrina que algunos escritores de la misma iglesia romanista
continuaron prefiriéndola, en comparación al dogma papal señalado anteriormente. A esto
se le designó con el término consubstanciación, lo cual permitía que el pan y el vino
permanecieran igual tanto después como antes de la consagración. Así pudo escapar del
absurdo de contradecir los sentidos propios del ser humano. Sin embargo, Lutero sostuvo
que, aunque el pan y el vino permanecían sin cambio, con todo, junto con ellos, el cuerpo
y la sangre de Cristo eran literalmente recibidos por los comulgantes. No obstante, algu-
nos de sus seguidores inmediatos no admitieron más en este punto que el que el cuerpo y
la sangre de Cristo estuvieran realmente presentes en el sacramento, haciendo que la
manera de esa presencia permaneciera un misterio inexplicable. Aún así, en algunos res-
pectos más importantes, Lutero y los consubstancialistas escaparon totalmente de los
errores de la Iglesia de Roma en cuanto a este sacramento. Negaron que fuera un sacrifi-
cio, y que la presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo les diera virtud física alguna que
actuara independientemente de la disposición del que lo recibía, y que hiciera de los
elementos objetos de adoración. El error de ellos, pues, puede considerarse más bien
especulativo que de naturaleza práctica, y fue adoptado probablemente en deferencia a lo
que se concebía ser el significado literal de las palabras de Cristo cuando se instituyó la
Santa Cena (Richard Watson, Theological Institutes, II:663-664).
Si vamos a dar con la idea que yace en el cimiento de la doctrina luterana sobre la
Santa Cena, deberemos tener en mente que es una idea independiente de las formas
escolásticas en las cuales la antigua teología trató de desarrollarla, y especialmente inde-
pendiente de aquella doctrina acerca de la ubicuidad ilimitada de Cristo, de cuya unilate-
ralidad hemos hablado en nuestra cristología. Es, de hecho, la idea de Cristo como la
cabeza de esa nueva creación cuyo fin último es la redención y el perfeccionamiento de la
naturaleza humana como un todo, como un cuerpo y alma indiviso. Así como Cristo no
es espíritu solo, sino el logos encarnado, y el hombre, creado a la imagen de Dios, es, en la
verdadera concepción de Él, el centro en el cual ese espíritu y naturaleza se unen, y la
resurrección del cuerpo es el último evento escatológico que el cristianismo presenta, así la
Santa Cena es un acto de unión con Cristo, como el principio de este santo matrimonio
del espíritu y la naturaleza que es el fin último de la creación. Por tanto, el criterio lute-
rano de la Santa Cena, en su sentido de expresión más verdadero, es proféticamente
cristiano, es decir, reconoce en la eucaristía la actual anticipación de esa unión con el
Salvador, cuya perfección será alcanzada en la consumación de todas las cosas. Conforme a
esto, ese criterio ve en la Santa Cena, no solo, como Calvino, un alimento para el alma,
sino un alimento para todo el hombre nuevo, para el hombre futuro de la resurrección, el
cual germina y crece en secreto, y el cual también será manifestado en gloria, a la exacta
semejanza de la humanidad glorificada de su Señor. La Biblia asocia así la doctrina con-
cerniente a las últimas cosas con la Santa Cena, no solo en las palabras del apóstol Pablo
de que “la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26), sino en las
palabras de nuestro Señor mismo de que, “desde ahora no beberé más de este fruto de la
vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mateo
26:29; Marcos 14:25; Lucas 22:16-18). No importa cómo se interpreten estas palabras en
lo particular, las mismas nos dan a entender plenamente que la Santa Cena es una profe-
cía, un tipo y una anticipación presentes de la unión con el Salvador, la cual se cumplirá
198 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
LA ESCATOLOGÍA O
DOCTRINA DE LAS
ÚLTIMAS COSAS
CAPÍTULO 33
LA MUERTE,
LA INMORTALIDAD Y
EL ESTADO INTERMEDIO
La escatología, como el término lo indica, es la doctrina de las últi-
mas cosas. Hay ciertos eventos de interés vital, tanto desde el punto de
vista teológico, como práctico, que deben ocurrir como preparativos
para la finalización del reino de Dios. Hemos visto que todas las
doctrinas del cristianismo apuntan a una consumación final, y que
todas convergen en una esperanza gloriosa: la segunda venida de
nuestro Señor. A este evento lo preceden los asuntos de la muerte y el
estado intermedio, los cuales obligan nuestra atención, como también
la obligan los asuntos de la resurrección y el juicio final, los cuales lo
suceden. “La máxima importancia de los problemas escatológicos”, dice
J. J. Van Oosterzee, “apenas necesita demostrarse formalmente. La
pregunta: ‘¿qué será el final?’, dormita profundamente en cada corazón
cristiano; y su significado crece continuamente en la medida en que
para algunos y para todos el fin ya se acerca. Así como todos los
artículos de la dogmática presuponen la escatología y le preparan el
camino, así ésta a su vez derrama la luz de la eternidad sobre cada nube
que todavía descansa encima de las partes del santuario que esa ciencia
ya ha transitado” (J. J. Van Oosterzee, Christian Dogmatics), II:777).1
Deberá también observarse que, en el reino de Dios la brecha entre lo
actual y lo ideal es muy amplia, por lo que no podrá ser cerrada jamás
en este lado de la sepultura. Por consiguiente, la vida de fe y de amor de
parte del creyente, viene a ser por necesidad una vida igualmente de
esperanza. Es para esta “esperanza viva” que se nos ha hecho renacer,
“por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pedro 1:3). Es
203
204 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
LA MUERTE
El vocablo “muerte” en el sistema cristiano, conlleva una amplia
variedad de interpretaciones. (1) Es la pena impuesta sobre la raza
humana por causa del pecado; sentido este del asunto que ya se ha
considerado largamente. (2) La muerte física, o la separación del alma y
el cuerpo, deberá verse como el último evento de la historia probatoria
del ser humano. (3) Está el lugar de los muertos, o la muerte como
estado, que habitualmente se conoce como estado intermedio, y (4) está
la muerte espiritual y eterna. De estos eventos, los primeros tres
preceden la segunda venida de Cristo; el último la sigue, y está ligado a
la consumación de todas las cosas. Reservaremos el asunto de “la
muerte eterna” para consideración ulterior, pero la muerte física y el
estado intermedio como eventos de significado escatológico, serán
materia de estudio de este capítulo.2
La naturaleza de la muerte física. La muerte nunca significa la ani-
quilación. Lo que el pecado original trajo no sería la pérdida de la
existencia, sino que el alma fuera separada del cuerpo, y en el sentido
espiritual, que ambos lo fueran de Dios. A. A. Hodge habla de la
muerte como: “la suspensión de la unión personal entre el cuerpo y el
alma, tras lo cual el cuerpo se resuelve en sus elementos químicos, y el
alma es introducida a ese estado separado de existencia que su Creador
y Juez le asignará” (A. A. Hodge, Outlines of Theology, 430). William
Burton Pope la denomina: “la introducción a otro mundo, y por
consiguiente, un evento en la historia del ser humano caído y redimido:
la separación del alma y el cuerpo” (William Burton Pope, Higher
Catechism of Theology, 361). La muerte es mencionada en la Biblia
como un reunirse al “pueblo” suyo (Deuteronomio 32:50); “entrar por
el camino que recorren todos” (Josué 23:14); morir como muere
también “toda aquella generación” (Jueces 2:10); volver el polvo “a la
tierra, como era”, y el espíritu “a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7);
expirar (Hechos 5:5, 10); el que se deshaga “nuestra morada terrestre,
este tabernáculo” (2 Corintios 5:1); “estar ausentes del cuerpo y
presentes al Señor” (2 Corintios 5:8).
La muerte como una pena abolida en Cristo. La Biblia enseña que “el
pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte”, y
LA MUERTE, LA INMORTALIDAD Y EL ESTADO INTERMEDIO 205
que “así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”
(Romanos 5:12). Luego, la muerte es la penalidad del pecado: la
muerte física, espiritual y eterna. Pero la Biblia enseña con igual
claridad, que la muerte como castigo ha sido abolida en Cristo. “Así
que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los
hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los
hombres la justificación que produce vida” (Romanos 5:18). Por
consiguiente, la muerte como un castigo, física o espiritualmente
hablando, ha sido abolida por Cristo, y ello de dos maneras: (1) Ha
sido provisionalmente abolida para toda la humanidad. Cuando Cristo
fue sujeto a la maldición de la ley, y recibió la sentencia de condena-
ción, experimentó la muerte por todos los seres humanos (Hebreos
2:9), removiendo así de la raza la condenación específica. (2) Ha sido
realmente abolida para todos los que están en Cristo. “El que cree en el
Hijo tiene vida eterna; pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la
vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). Esta abolición es
tanto condicional como gradual; así como es gradual la revelación de la
muerte de la que somos salvos. Ese es el profundo significado de
aquellas palabras del apóstol Pablo, “porque en esperanza fuimos
salvos” (Romanos 8:24). La ley de la economía cristiana es que
recibamos aquí sólo los primeros frutos en calidad de “las arras de
nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida” (Efesios
1:14). Luego, anticipamos en esperanza el día en que todo rastro de
muerte será removido del universo creado por Dios. La muerte es a la
misma vez el primero y el último enemigo que será destruido; tal es el
alcance infinito de esta tan grande salvación.
En esta abolición gradual de la muerte podemos notar las siguientes
etapas: (1) La muerte física está ahora ligada al propósito divino
concerniente al destino de la humanidad. No podemos saber lo que
hubiera traslucido si el pecado no hubiera entrado en el mundo, no
obstante, el consejo eterno ahora es que “está establecido para los
hombres que mueran una sola vez” (Hebreos 9:27). Así, entonces, la
muerte ha quedado retenida como una ley dentro del gobierno divino.
(2) La muerte del cristiano viene a ser parte de la disciplina probatoria
de todo creyente, y es valorada como razón para la comunión con
Cristo. “Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también vivire-
mos con él” (2 Timoteo 2:11). El ser humano muere a causa de su
relación federal con el primer Adán, de modo tal que resucite con el
último Adán. (3) Para el cristiano, la muerte física será ahora transfigu-
206 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
rada en un simple partir de esta vida para otra. “Sabemos que si nuestra
morada terrestre, este tabernáculo, se deshace, tenemos de Dios un
edificio, una casa no hecha por manos, eterna, en los cielos... Asimismo
los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia, pues no
quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea
absorbido por la vida” (2 Corintios 5:1, 4). Removida la maldición, la
muerte para el creyente en Cristo se torna en un medio para un fin
bienaventurado. Es la puerta a través de la cual entra a la vida nueva; es
el método por el cual recibe, en la resurrección que sigue, el cuerpo
nuevo y glorificado que será la morada eterna de su alma redimida.3
LA INMORTALIDAD
La cuestión de la inmortalidad primero surge como vinculada a la
naturaleza de la imagen divina en el ser humano. Por tanto, fue en
nuestra consideración de ese tema que la discutimos brevemente y de
manera preliminar. Pero ahora el problema aparece bajo una luz
diferente, por lo que se le deberá dar consideración adicional. Todo ser
humano piensa que su alma es inmortal, aunque no lo pueda probar ni
dejar de probar. Fuera de las enseñanzas de la Biblia, esta convicción
fundamental es la prueba más contundente de la inmortalidad. Es,
“Escuchar el murmullo solemne del alma
que habla del mundo porvenir,
es oír el sonido de las olas
antes de llegar al mar”.
La vida del ser humano nunca cesa. Como ya hemos demostrado, la
sepultura es sólo el túnel a través del cual el ser humano pasa para
alcanzar la vida del más allá. La naturaleza de esta existencia futura se
determina por el carácter personal, y éste a su vez por la actitud
respecto a la obra expiatoria de Jesucristo. Para el creyente, es vida
eterna; para el no creyente, muerte eterna.
Los argumentos filosóficos de la inmortalidad. Los argumentos filosó-
ficos, después de todo, son menos convincentes que la convicción
inalienable de la inmortalidad que todo ser humano posee en su fuero
interno. Por tanto, lo más que se puede decir es que los mismos son
intentos de clarificar esta convicción profunda y subyacente.4 Los
presentaremos sólo como la lista de argumentos tradicionales ofrecidos
corrientemente en favor de la inmortalidad. (1) El argumento psicoló-
gico se fundamenta en la naturaleza del alma como esencia simple e
LA MUERTE, LA INMORTALIDAD Y EL ESTADO INTERMEDIO 207
LA VICTORIA CRISTIANA
La doctrina de la inmortalidad recibe su más clara luz por medio de
la resurrección de Jesucristo de los muertos. Dado que la muerte era un
medio a través del cual cesarían las consecuencias espirituales del
pecado, y que los santos que murieran dejarían de ser incluidos en la
categoría de los pecadores, los antiguos escritores de la iglesia sosten-
drían unánimemente que la muerte como consecuencia del pecado era
una provisión misericordiosa del Creador. Pero esta exclusión no sería
posible mientras los santos habitaran cuerpos capaces de servir al
pecado y bajo pena de muerte. Sería la muerte y resurrección de Cristo
lo que traería el triunfo sobre la muerte, lo cual, por consiguiente,
LA MUERTE, LA INMORTALIDAD Y EL ESTADO INTERMEDIO 209
Santo. Las dos etapas anteriores son parte de la soteriología, y han sido
tratadas previamente con relación a la persona y obra del Espíritu
Santo. (3) La tercera etapa pertenece propiamente a la escatología, y
tiene que ver con la resurrección del cuerpo. Esta etapa se conoce
corrientemente como la glorificación. Cristo dejó esta vida bajo
maldición, pero de una manera tal que disolvería su vínculo orgánico
con el mundo de la maldad moral, logrando así la perfección de la vida
humana en un nuevo orden de existencia. Por consecuencia, se removió
la maldición, y la muerte quedó resuelta en victoria. Así como Cristo, al
morir, destruyó la muerte en lo que se relacionaba a sí mismo, así su
pueblo, al morir, destruye también la muerte en lo que se relaciona a sí
mismo. Al quitarse la maldición, lo que cristianamente se pone de
relieve es el espíritu interior de vida. Así que, la muerte, para el creyente
cristiano, ahora no es un evento anormal, sino la operación de la ley del
espíritu de vida en Cristo Jesús. Todo el proceso es asumido y glorifi-
cado.10 Al igual que la etapa anterior, esta es también muerte al pecado,
pero de manera diferente. Aquella fue una muerte al pecado como
principio rector en el creyente individual; esta es muerte al pecado
como una posibilidad eterna. Consecuentemente, la Biblia ahora
considerará la muerte física en cierto sentido como un nacimiento, no
como un nacimiento espiritual en el reino de Dios, sino un irrumpir de
vida en el reino posterior al terrenal, un nacimiento en el reino de
gloria. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús está
en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará
también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que está en vosotros”
(Romanos 8:11).
EL ESTADO INTERMEDIO
Una vez ha quedado establecido el hecho de la inmortalidad del
alma, el asunto que sigue es el que tiene que ver con la existencia
consciente del alma entre la muerte y la resurrección del cuerpo. Todos
los que aceptan la enseñanza de la Biblia como la Palabra de Dios,
admiten también el hecho de un estado intermedio; pero hay un punto
en el que las opiniones difieren, y es el que tiene que ver con la
naturaleza de ese estado. (1) “Seol” se deriva de la palabra hebrea para
“pedir”, por lo que probablemente exprese el sentido del proverbio
inglés que dice: “el sepulcro clama por más mientras más le ofrecen”. El
término unas veces significa, indefinidamente, el sepulcro, el lugar o
estado de los muertos; otras veces, definidamente, el lugar o estado de
212 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
ñanzas del Nuevo Testamento. (7) La Biblia enseña que “está estable-
cido para los hombres que mueran una vez, y después de esto el juicio”
(Hebreos 9:27). Aquí se hace evidente que entre la muerte y el juicio no
habrá cambios importantes, lo que indica que los seres humanos están
en probatoria sólo mientras estén en el cuerpo (2 Corintios 5:10).
Además, si no hay recuperación de los pecadores en el juicio, ¿de qué
valor será una segunda probatoria? (8) No habrá oportunidad alguna
para que el malo se vuelva a Dios a través de un Mediador, puesto que,
en el juicio, el reino de la mediación habrá llegado a su fin, dado que ha
sido una provisión para la salvación de los perdidos (1 Corintios
15:24-28). Podemos también añadir que la idea de una probatoria más
allá del sepulcro, que preceda al juicio final, no está en armonía con el
tenor general de la Biblia, aunque tendremos que reservar este tema
para tratamiento adicional en su vinculación con el estado final de los
malos.19
¿Será el estado intermedio susceptible de progreso y desarrollo? Esta no
es una pregunta meramente especulativa, ya que está ligada a la teoría
sicológica y filosófica en lo que respecta al alma y su relación con el
cuerpo. Aunque el protestantismo ha rechazado la doctrina del
purgatorio, la cuestión de la actividad del alma en el estado de separa-
ción del cuerpo no deja de ser peculiarmente atractiva para los teólogos
de mentalidad filosófica. Cuando el alma se separa del cuerpo como
nexo racial, y se rompe el velo de la carne, se da “la soledad” que
sustenta el capítulo de Olin A. Curtis sobre “El Significado Cristiano
de la Muerte” (Olin A. Curtis, The Christian Faith, capítulo 20).20 El
obispo H. L. Martensen plantea justamente el problema como sigue:
“Los que han partido son descritos en el Nuevo Testamento como
almas o espíritus (1 Pedro 3:19-20); están despojados de lo corporal; ya
han dejado atrás la total actividad de la plena luz del día, y ahora
esperan el cuerpo nuevo y perfecto con el que serán ‘vestidos’. Ese
estado que sigue inmediatamente a la muerte debe ser, por consiguien-
te, uno de contraste directo con el presente. En contraste con el estado
presente, ha de decirse que los que han partido se encuentran en una
condición de reposo, en un estado de pasividad; y que les ha venido ‘la
noche… cuando nadie puede trabajar’ (Juan 9:4). Su reino no es uno
de trabajos y obras, puesto que ya no poseen las condiciones que hacen
posible los trabajos y las obras. No obstante, viven una vida profunda-
mente espiritual, ya que el reino de los muertos es un reino de subjeti-
vidad, un reino de pensar calmado y de ponderación propia, un reino
LA MUERTE, LA INMORTALIDAD Y EL ESTADO INTERMEDIO 221
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Hemos hablado de los medios de gracia, a través de los cuales el Espíritu Santo llama a la
vida de fe, y la fortalece, y es indudable que gracias al uso devoto de los mismos es posible
que cada creyente, y la iglesia toda, se eleve a un grado comparablemente alto de creci-
miento espiritual. Con todo, la Biblia y la experiencia proclaman igualmente que la per-
fección en sí misma (en el sentido de libertad de las consecuencias del pecado), no se
alcanza nunca de este lado de la sepultura; y en este sentido, el Israel del Nuevo Pacto es
semejante al del Antiguo, un pueblo enfáticamente del futuro. Por tanto, este último
capítulo, que también pertenece a la doctrina sobre la salvación, se encuentra en vínculo
directo con el que le precede inmediatamente... La necesidad de comprender algo de las
cosas del futuro es en realidad tan universal que toda forma de religión, no importa su
grado de desarrollo, tiene sus propias expectativas escatológicas (J. J. Van Oosterzee,
Christian Dogmatics, II:775).
2. La muerte como penalidad, ya sea física o espiritual, queda abolida en el evangelio de
nuestra redención. (1) En el sentido más amplio posible, es anulada o quitada. No se
escatimarán palabras cuando de la muerte que padeció el Salvador por la raza humana se
trate. Cuando muere, lo hace bajo la maldición de la ley; paga por un pecado que no debe;
y la humanidad completa como un todo es libertada de la sentencia original. Queda
virtual y provisionalmente abolida para la familia entera de Adán. Nuestro Señor gustó la
muerte por cada persona (Hebreos 2:9)... (2) Es verdaderamente abolida para todos los
que están en Cristo. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. ...Así como es gradual la
plena revelación de la muerte de la que somos salvos, es igualmente cierto que la abolición
es condicional, y que se revela gradualmente, tanto en el alma como en el cuerpo. “En
esperanza somos salvos”. Esta es una ley que transcurre a través de la economía cristiana;
sólo recibimos los primeros frutos, y cada bendición y cada liberación se dará a lo sumo
únicamente como anticipo, “hasta la redención de la posesión adquirida”. Mas el día
llegará cuando todo rastro de esta sentencia será borrado. “Y el postrer enemigo que será
destruido es la muerte” (1 Corintios 15:26). Lo fue también el primer enemigo destruido
(William Burton Pope, Compendium of Christian Theology III:373.
3. La idea cristiana respecto a ser desvestido, es un avance respecto a cualquier previa
revelación: el cuerpo es el único vestido que, plegado en la tumba, después será rehecho a
la medida del espíritu desnudo. La muerte es descanso, como desde siempre: pero des-
canso en el servicio incesante del Señor. Es dormir: pero es dormir en Cristo. Sigue siendo
la pena del pecado: pero dejó de ser sólo un castigo. Para los que creen en Cristo, la
muerte ya no es muerte: no sólo se fue su aguijón, sino que su terror, esa sombra que la
sigue, la segunda muerte, ha sido ya destruido: “Y todo aquel que vive y cree en mí, no
morirá eternamente” (Juan 11:26). Finalmente, es más que, como para el Antiguo Testa-
mento, “entrar por el camino que recorren todos” (Josué 23:14); es una partida o falleci-
miento, pues que ambas palabras son una. Así se aplicó al caso de nuestro Señor: Moisés y
Elías hablaban de la partida “que Jesús iba a cumplir en Jerusalén” (Lucas 9:31). Y entre
las últimas alusiones a la muerte en el Nuevo Testamento, se le considerará sólo como la
de un ser que es removido a otra esfera: “El tiempo de mi partida está cercano” (2 Timo-
teo 4:6), lo que hace de esta descripción la más sencilla y sublime que jamás se haya
ofrecido a nuestra fe y esperanza (William Burton Pope, Compendium of Christian Theo-
logy, 375-376).
4. En nuestro día se considera de reconocimiento universal que no existe prueba indepen-
diente de la inmortalidad del ser humano, sino que la doctrina de la inmortalidad debe
derivarse de la contemplación de la vida como un todo. En la perspectiva cristiana de la
vida, la inmortalidad aparece por dondequiera. Se supondrá en la doctrina de la providen-
cia especial, en la doctrina de la individualidad eterna de Cristo, en la elección de la gracia,
LA MUERTE, LA INMORTALIDAD Y EL ESTADO INTERMEDIO 223
Lo más que me acerco al final, lo más claro que escucho a mi derredor las sinfonías in-
mortales de los mundos que me invitan. Es maravilloso y a la vez sencillo. Es cuento de
hadas y a la vez historia. Por medio siglo he estado escribiendo en prosa mis pensamientos,
y en verso, y en historia, y en filosofía, y en drama, y en romance, y en costumbrismos, y
en sátira, y en oda, y en canción, todo lo he intentado. Pero siento que no he dicho ni la
milésima parte de lo que hay en mí. Cuando descienda al sepulcro diré, como muchos
otros, “He completado las tareas del día, pero no puedo decir que ‘he completado mi
vida’. Mis tareas del día comenzarán de nuevo la mañana siguiente. La tumba no es un
callejón sin salida; es una avenida. Se cierra con el crepúsculo para abrirse con la aurora.
Soy mejor hora por hora, puesto que amo a este mundo como mi patria. Mi obra apenas
comienza. Mi monumento apenas rebasa sus cimientos. Me alegraría verlo construirse y
crecer eternamente. La sed por lo infinito es prueba de lo infinito”.
6. James H. White, utilizando las palabras y las frases que describen lo que son sus
condiciones y pertenencias, ha agrupado como sigue los pasajes bíblicos que señalan la
continua existencia del alma:
(1) Su existencia no depende del cuerpo, puesto que continúa después de la muerte
del cuerpo. El humano puede matar el cuerpo pero no el alma (Mateo 10:28). El alma
vive aunque el cuerpo haya muerto (Mateo 22:32). El alma es capaz de sufrir aunque el
cuerpo esté muerto y sepultado (Lucas 16:23). El cuerpo está muerto pero el alma está en
el paraíso (Lucas 23:43). Esteban muere pero su alma es recibida en el cielo (Hechos
7:59). El alma puede estar ausente del cuerpo pero presente en el Señor (2 Corintios 5:8).
Dicho estado es mejor que el actual (Filipenses 1:23).
(2) Su existencia es continua, puesto que puede sufrir castigo eterno o continuo
(compárese Mateo 18:8 y 25:41). “Irán estos al castigo eterno”, literalmente, a sufrir un
castigo permanente (Mateo 25:46). De hecho, en este texto del Nuevo Testamento se nos
habla de “castigo eterno” y de “vida eterna” (compárese Marcos 3:29; 2 Tesalonicenses
1:9; Judas 13; y Apocalipsis 14:11).
(3) Su existencia continúa, puesto que puede disfrutar una vida que siempre perma-
nece. Son numerosos los pasajes donde lo eterno y lo permanente se vincula con la vida
futura y el gozo de los santos. No necesito ofrecer sino unos pocos de ellos: Mateo 25:46;
Juan 6:27; Gálatas 6:8; Tito 3:7; Hebreos 9:15; y 2 Pedro 1:11. Con estos basta. Dios no
quiere que seamos ignorantes “sobre los que duermen”, razón por la cual nos ha dado el
testimonio seguro de su Palabra (citado en Faith Made Easy, por Potts, 448).
7. La salida del “hombre espiritual”, y la del “hombre natural”, del mundo presente, no son
de la misma índole. La salida de cada uno marca una época en la historia de la existencia
humana. Ninguna de las dos representa la extinción o cese del ser. Sin embargo, la prime-
ra consiste en una época gobernada por la ley de la vida en Cristo Jesús, en tanto que la
otra consiste en una época determinada por la operación de la ley del pecado. A la salida
del “hombre natural” se le denomina propiamente “muerte”. La muerte y el pecado, en
cuanto a clase, son lo mismo, siendo el pecado la simiente de la muerte, y la muerte el
amargo fruto del pecado. Una época de transición del mundo presente al mundo del
futuro no es de por sí anormal o contraria a la naturaleza. La especulación cristiana seria,
aquella que se justifica en la historia del Hijo del Hombre, puede enseñar que la idea
divina de la historia humana había ordenado esta transición. La tipificó la transposición de
Enoc y Elías, y la demostró la ascensión de nuestro Señor. Una época así de partida nor-
mal, se tornó anormal como consecuencia de la entrada del poder dañino del pecado; y
por tornarse anormal, el cambio adquiere este carácter falso el cual llamamos muerte... La
vida de Jesús, por el contrario, es la vida humana ideal. Él reafirma la ley original y la
teleología original del ser humano, según fue formada a la imagen de Dios, tanto en su
historia sobre la tierra como en su salida de esta tierra. Su salida fue en un respecto la
LA MUERTE, LA INMORTALIDAD Y EL ESTADO INTERMEDIO 225
época normal de transición del ámbito inferior al ámbito superior, el cual la ley original de
la humanidad anticipaba y demandaba. Si se le considera bajo este aspecto, la época será
considerada como la resolución orgánica del orden terrenal en el orden celestial de la
existencia humana ideal (E. V. Gerhart, Institutes of the Christian Religion, II:773-774).
8. Olin A. Curtis, en su capítulo sobre, “El Significado Cristiano de la Muerte”, trata el
asunto de la muerte corporal en lo que respecta a, (1) su significado personal, (2) su
significado moral, y (3) su significado racial. Primero, en lo que respecta al significado
personal de la muerte corporal, Curtis establece que es esa provincia del cuerpo que provee
al ser humano de la maquinaria de la expresión personal; este es un punto que, si uno lo
tiene claro en la mente, asume un gran significado personal. En la experiencia de la muerte
corporal, la persona atraviesa por primera vez por la experiencia de estar absolutamente
solo. En la medida en que se permanecía en el cuerpo, quedaba algo que se podía escuchar
o tocar. Un ser humano puede dejar de tener comunión con otros seres humanos, y por
consecuencia pensar que ha agotado la tortura de la soledad. Pero no la ha agotado, puesto
que todavía puede ver el sol, o escuchar el trueno, o sentir el viento en su rostro. Estas son
cosas que, por supuesto, no suplen en lo absoluto su necesidad personal, aunque en reali-
dad ocupen su atención, y al hacerlo lo protejan de la soledad de la introspección más
profunda. Pero es en la muerte en donde el cuerpo es arrancado, y en donde la persona
queda sin ninguna protección. Todo lo que le queda es su propia y aislada pobreza de
persona, una personalidad solitaria y sola al alcance del Infinito. Segundo, el ser humano,
en la hora de la muerte, no sólo está absolutamente solitario, sino que está solo con su
propia conciencia. No hay nada que lo proteja ni por un solo momento de la violencia del
asolamiento moral. Ahora más que nunca, este pecador solitario necesita la presencia de
Dios, pero la muerte está vacía del Dios amigo. La muerte del ser humano manifiesta la ira
santa de Dios. El ser humano debe ahora enfrentar apremiante y definitivamente la insis-
tencia del pesar moral de Dios antes que la puerta final del destino se cierre. Tercero, la
muerte del cuerpo tiene también un significado racial, dado que el cuerpo es el nexo racial.
La muerte física no sólo aísla la persona individual, sino que también la desprende de la
raza. Es ahora una persona sin raza; la solidaridad de la raza adánica que servía de base a las
relaciones es destruida por la muerte corporal. Uno a uno, la muerte despoja a los huma-
nos de sus relaciones raciales, arrojándolos al aislamiento de la cruda existencia personal,
mientras esperan en su calidad de personas responsables el juicio final (Olin A. Curtis, The
Christian Faith, 295-296).
9. Por tanto, de Jesucristo como la cabeza de la nueva raza, nosotros predicamos sólo la vida.
“Yo soy la vida”. Cristo anula la ley del pecado al cumplir en la humanidad la ley de la
santidad, y destruye la muerte al vivificar y perfeccionar la vida eterna. “El hombre espiri-
tual”, puesto que pertenece al destructor del pecado y de la muerte, vive la vida del Con-
quistador ascendido. El fin de su historia terrenal no es la muerte, sino la época en la cual,
por un lado, se da la victoria sobre la maldición del pecado, y por otro, se da la transición
de un plano más bajo de vida eterna, a otro más elevado (E. V. Gerhart, Institutes of the
Christian Religion, II:777).
Es abundante y sumamente impresionante la luz en la que se presenta la muerte del cristiano,
pues no es algo que en lo absoluto haya sido abolido, sino que es algo que ha sido incluido
en el plan divino para el individuo lo mismo que para la raza. Se la ha incluido como
parte de la disciplina probatoria de los creyentes. Por tanto, habrá que valorarla y dignifi-
carla como parte de la comunión que se tiene con Cristo... Ese elemento desconocido de
lo que Él sufrió, el cual contrarrestó la muerte eternal del pecador, es imposible que lo
compartamos, pero sí podemos compartir su entrega física a la muerte, lo cual nos permite
amistarnos con ella... No hay virtud alguna de la vida cristiana que no se haga perfecta en
la muerte, no porque la muerte sea ministro del Espíritu para destruir el pecado, sino
226 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
porque es el último acto y la última oblación del espíritu puro, en la cual el sacrificio del
todo se hace perfecto en uno. Por tanto, la muerte es el fin señalado de la prueba humana.
Se pueden imaginar otros métodos de establecerle límite a la carrera probatoria: este es el
fin señalado desde que el pecado y la redención comenzaron. La ejecución misma de la
condenación se convierte en la meta del destino, en el cual la sentencia es finalmente
revertida. Y así, en cierto sentido, la muerte es el juicio preliminar y decisivo para cada
individuo sobre la tierra que conoce el vínculo entre el pecado y la libertad (William
Burton Pope, Compendium of Christian Theology, 374-375).
10. Olin A. Curtis objeta a que se idealice la muerte como si fuera un evento amigable y hasta
hermoso, lo cual hacen algunos escritores filosóficos y poéticos. “Esta idealización poéti-
ca”, dice, “no debe explicarse a partir del temperamento natural del poeta... sino por el
hecho de que es (con sus notables excepciones) un místico pagano a quien un ambiente
cristiano lo ha poseído de una superficial esperanza. Este es el optimista fácil, quien nunca
ha pagado el precio ético de un profundo optimismo” (Olin A. Curtis, The Christian
Faith, 281).
11. A través de la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, los seres humanos cuyas almas han
partido se nos representan como congregándose en un vasto receptáculo, las condiciones
interiores del cual difieren mucho en los dos Testamentos, y varían dentro de uno y el
otro respectivamente. A medida que la revelación procede, se da en los dos Testamentos
un aumento continuo de luz, aunque hasta en sus develamientos finales deja mucha
oscuridad, la cual sólo la venida del Señor disipará. Lo que se hace ciertamente patente es
que el estado intermedio está bajo el control especial del Redentor, como Señor de todos
los muertos que jamás hayan partido de este mundo; que los que han partido en incredu-
lidad están en condición de aprisionamiento en espera del juicio final, pero que los que
han muerto en la fe están en el paraíso, mejor dicho, con Cristo, en espera de su consu-
mación; y que la resurrección universal pondrá fin tanto a la muerte como al estado de los
muertos que están separados del cuerpo. Hay algunas pistas que el Nuevo Testamento nos
deja en lo que toca a la personalidad consciente de los súbditos del reino del Señor en el
Hades, las cuales han sido constituidas en base de determinaciones doctrinales, institucio-
nes eclesiásticas y teorías especulativas, pero eso es algo que pertenece al departamento de
la teología histórica (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III:376).
12. Las opiniones de los primeros padres de la iglesia en lo que concierne a la morada del alma
en el estado durante el cual ha sido separada del cuerpo entre la muerte y la resurrección,
fueron un tanto fluctuantes. La idea del Hades, o infierno, como lugar en el que habitaban
los espíritus que habían partido, le era familiar tanto a la mente hebrea como a la griega,
pero a medida se transfirió al cristianismo tendió a la doctrina de un estado intermedio
entre esta vida terrenal y la morada eterna que se le asignaría al alma el día del juicio.
Justino Mártir representa a las almas de los justos como si adquirieran una morada tem-
poral en un lugar de felicidad, y a la de los malos en uno de infelicidad. Además, va a
infligir el estigma de herejía a la doctrina de que las almas sean recibidas inmediatamente
en el cielo cuando mueren. Tertuliano sostenía que los mártires iban de inmediato a la
morada de los bienaventurados, pero que ello era un privilegio peculiar de los mártires, el
cual no se les concedía a los demás cristianos. Cipriano, por otro lado, nada decía de un
estado intermedio, sino que expresaba la creencia certera de que los que morían en el
Señor, fuera por pestilencia o de cualquier otra manera, serían de inmediato llevados a su
presencia. En la escuela alejandrina, la idea de un estado intermedio dio paso a la de una
purificación gradual del alma, lo cual preparó el camino para la doctrina posterior del
purgatorio. La doctrina de un estado intermedio no sólo se sostendría durante el periodo
de las controversias (250-730 d.C.), sino que adquiriría mayor autoridad e influencia.
Ambrosio enseñaba que al alma se le separaba del cuerpo en la muerte, y que tras el cese de
LA MUERTE, LA INMORTALIDAD Y EL ESTADO INTERMEDIO 227
la vida terrenal se le mantenía en una condición ambigua, en espera del juicio final. Agus-
tín señalaba “que, el periodo que interviene entre la muerte y la resurrección final del ser
humano, retiene a las almas en receptáculos secretos donde se les trata según su carácter y
conducta en la carne”. “La mayoría de los escritores eclesiásticos de este periodo”, observa
Hagenbach, “creían que las personas no recibían su plena recompensa hasta después de la
resurrección del cuerpo. Pero esto no implica que aquí y allá no hubiera voces que disin-
tieran. Gregorio de Niza iba a suponer que las almas de los justos antes de la resurrección
del cuerpo serían admitidas de inmediato en la presencia de Dios, en cuya opinión parecía
tener el apoyo de Gennadio y Gregorio el Grande. Eusebio igualmente declaró que Elena,
la madre de Constantino, fue inmediatamente a Dios, y fue transformada en sustancia
angelical. Durante la Edad Media y en la iglesia papal, es obvio que se retuvo la doctrina
del estado intermedio, y que se la defendió como vinculada a la del purgatorio” (William
G. T. Shedd, History of Christian Doctrine, II:400-403).
13. E. Y Mullins señala que en el Nuevo Testamento no existe base para lo que se conoce
como la doctrina del “sueño del alma”. En efecto, hay pasajes bíblicos que aluden a la
muerte como un sueño, pero ninguno de ellos indica que el alma duerma. La alusión es a
la personalidad como un todo, ya que el sueño como una figura de lenguaje deberá inter-
pretarse en armonía con las enseñanzas generales del Nuevo Testamento. Dormir significa
“no estar vivo respecto a los alrededores”. Una persona dormida no sabe nada de las
actividades que lo rodean. Por lo tanto, la muerte es un sueño en el sentido de que los
seres humanos viven en función de un nuevo entorno, puesto que han sido desligados del
entorno de la vida presente. Hay un pasaje en el que la idea de la muerte en el sentido de
dormir, y la de estar en comunión consciente con Cristo, se combinan en una misma
declaración: en 1 Tesalonicenses 5:10 el Apóstol habla de Cristo como “quien murió por
nosotros para que ya sea que vigilemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él” (E.
Y. Mullins, The Christian Religion, p. 461).
14. La doctrina de que el alma existe en un estado de reposo inconsciente durante el intervalo
entre la muerte y la resurrección, supone con razón que el alma es una sustancia distinta
del cuerpo. Es, pues, una doctrina que tendrá que diferenciarse de la teoría materialista
que asume que así como la materia exhibe el fenómeno de magnetismo o luz en ciertos
estados y combinaciones, también exhibe en otras combinaciones el fenómeno de la vida,
y en otras el fenómeno de la mente, por lo que esta actividad vital, y la mental, son igual-
mente el resultado del efecto de los arreglos moleculares de la materia, como lo son todas
las operaciones físicas del mundo exterior. Dado que, según este punto de vista, sería
absurdo hablar del sueño o quietud del magnetismo o la luz, una vez que las condiciones
de su existencia no existan, sería también igualmente absurdo, según esta teoría, hablar del
sueño del alma una vez que el cuerpo se haya disuelto. … “El punto más filosófico res-
pecto a la naturaleza del vínculo entre la vida y su base material es aquel que considera la
vitalidad como algo sobreañadido y ajeno a la materia por medio de la cual los fenómenos
vitales se manifiestan. El protoplasma es esencial como el medio físico a través del cual la
acción vital podrá manifestarse, así como un conductor resulta esencial para la manifesta-
ción del fenómeno eléctrico, o como los pinceles y los colores resultan esenciales para el
artista. Por el hecho de que el metal conduzca la corriente eléctrica, y la haga perceptible a
nuestros sentidos, a nadie se le ocurriría asegurar que la electricidad sea una de las propie-
dades inherentes del metal, como tampoco nadie se sentiría inclinado a asegurar que la
facultad de pintar fuera inherente al pelo de camello o a los pigmentos muertos. En todos
estos casos hay una fuerza activa y viviente detrás del substrato material, y no tenemos
derecho de asumir que la fuerza deja de existir cuando su base física se remueva, aun
cuando ya no sea perceptible a nuestros sentidos” (cf. Nicholson, en Charles Hodge,
Systematic Theology, 731).
228 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
15. El Artículo VIII de la Profesión de Fe Tridentina dice así: “Creo firmemente que hay un
purgatorio, y que las almas allí detenidas son auxiliadas por los sufragios de los fieles.
Asimismo, que los santos que reinan con Cristo han de ser honrados e invocados, que
ofrecen oraciones a Dios por nosotros, y que sus reliquias han de tenerse en veneración”.
Esta es una declaración general, ya que no se hace mención alguna de si estas almas existen
en un estado de miseria o de felicidad. Sin embargo, en el catecismo del Concilio de
Trento, preparado por orden de los padres, la declaración es más explícita. “Existe un
fuego de purgatorio en el que las almas de los justos son purificadas por medio de un
castigo temporal, con el fin de que se les dé entrada al hogar celestial donde lo sucio no
tendrá lugar. Y la verdad de esta doctrina, la cual los santos concilios declaran que está
confirmada por el testimonio de la Biblia y de la tradición apostólica, el pastor tendrá que
declararla más diligente y frecuentemente, pues que hemos caído en tiempos en los que las
personas no soportan la sana doctrina” (Tridentine Catechism, capítulo VI).
El purgatorio, como doctrina cristiana asumida, es peculiar del romanismo. No tiene
lugar en el credo de ninguna otra iglesia, aunque puede ser que miembros individuales de
algunas la sostengan. Los cristianos, según el romanismo, se componen de dos clases: los
imperfectos, y los verdaderamente buenos. Los primeros tienen impurezas que deberán ser
limpiadas, y pecados veniales que deberán ser expiados por medio del sufrimiento penal
que prepara para el cielo. Aún el verdaderamente bueno, a pesar de que está libre de la
culpa de los pecados mortales, todavía tiene merecimientos de castigo temporal que deben
ser expiados. El purgatorio provee para las dos clases, ya que en sus fuegos penales y
purificadores tanto los de una como los de la otra pueden lograr prepararse para el cielo.
Pero provee sólo para los que la iglesia romana reconoce como cristianos. De aquí que el
purgatorio no tenga vínculo con la doctrina de una segunda probatoria (John Miley,
Systematic Theology, II:438).
16. En la iglesia protestante se rechazó la doctrina del purgatorio, aunque aparecieron algunas
diferencias de sentir respecto al estado intermedio. Calvino combatió la teoría del sueño
del alma entre la muerte y la resurrección, la cual había sido revivida por algunos de los
anabaptistas suizos, por lo que argumentó en favor de lo plenamente consciente del espí-
ritu que se separa del cuerpo. La segunda Confesión Helvética rechaza expresamente la
noción de que los espíritus que han partido reaparezcan en la tierra. Algunos teólogos
hicieron esfuerzos de establecer una distinción entre la felicidad que goza un espíritu
desprovisto del cuerpo y la que experimentará después de la resurrección del cuerpo.
También establecían una diferencia entre el juicio que ocurre cuando cada individuo
muere, en el cual se decide inmediatamente su destino, y el juicio general al fin del mun-
do. Hablando generalmente, es en la división luterana de los protestantes donde la doc-
trina de un estado intermedio ha encontrado su mayor favor. En la iglesia británica, y
desde el tiempo de Loe, la doctrina ha encontrado algunos defensores, principalmente
entre la porción que se caracteriza por los puntos de vista de la alta iglesia y la tendencia al
catolicismo romano. Los seguidores de Swedenborg adoptaron el principio, pero de
manera altamente cruda y materializada (William G. T. Shedd, History of Christian Doc-
trine, II:402-403).
17. Luego, de acuerdo con la doctrina del Nuevo Testamento, no hay un tercer lugar, o punto
medio entre el cielo y el infierno, o entre ser feliz y miserable, aunque hayan grados muy
diferentes tanto de lo uno como de lo otro. La condición intermedia de la que hemos
hablado no debe entenderse como que implique nada parecido. Con todo, una opinión así
echó pie muy temprano en la iglesia cristiana. Fue esto lo que hizo surgir la costumbre de
orar por los muertos, puesto que las personas fueron lo suficientemente necias como para
imaginar que hubiera lugar para alcanzar una alteración en el destino todavía indeciso de
los espíritus que han partido, donde lo cierto es que su destino deberá depender solamente
LA MUERTE, LA INMORTALIDAD Y EL ESTADO INTERMEDIO 229
de sus propias acciones durante la vida presente. Esta costumbre se había tornado muy
generalizada para la cuarta centuria, tiempo en que Aerio, presbítero de Ponto, se le
opondría, según aprendemos del testimonio de Epifanio, quien estaba muy indignado con
él por esta causa. En el siglo quinto, Vigilanto, un presbítero español, también se le opuso,
en respuesta al cual Jerónimo escribió un virulento libro. La doctrina sería traída después
como vinculada a la del purgatorio, a lo cual le seguirían las misas por las almas como un
sacrificio por los que habían partido. Hasta entre los judíos de Grecia se encontrarían
rastros de oración por los muertos [cf. 2 Macabeos 12:43-46] (George Christian Knapp,
Christian Theology, 350).
18. Se habla de los santos que están unidos a Él en vida y en muerte como aquellos que
“duermen en Jesús”. Él es su koimeterion o cementerio, en donde el sueño es vida y la vida
es sueño. El idioma presente de las epístolas alude a la muerte de los santos como una
partida “para estar con Cristo”, un entrar en “una casa no hecha de manos, eterna en los
cielos”, y el logro de un estado casi consumado en “la congregación de los primogénitos
que están inscritos en los cielos”, donde se encuentran “los espíritus de los justos hechos
perfectos”. Todo esto parece no ser consistente en ningún sentido con una localidad que
corresponda al mundo de ultratumba del seol. De hecho, el término Hades hubiera casi
desaparecido, excepto en el simbólico Apocalipsis, a no ser por la declaración explícita de
que en la resurrección se le privará de la victoria: “¿Dónde está... sepulcro [Hades], tu
victoria?” Con la resurrección del Señor, parece que el paraíso también se ha elevado a un
bajo cielo, como si fuera el tercer cielo, si no el séptimo. Se provee una clave sobre la
elevación del paraíso cuando se dice que “los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de
santos que habían dormido, se levantaron, y después que él resucitó, salieron de los sepul-
cros”. Estos “santos” pueden haber sido las misteriosas y simbólicas primicias, cuyos
espíritus, unidos de nuevo a sus cuerpos, “aparecieron a muchos” de camino con Cristo
desde el paraíso al cielo. Del impío separado del cuerpo nunca se habla, a menos que sea
como estando generalmente o por implicación en el Hades (William Burton Pope, Com-
pendium of Christian Theology, III:379-380).
Aunque no hay un lugar intermedio en donde el alma esté recluida entre la muerte y
la resurrección, no hay un limbus patrum, justo debajo del cielo; no hay un limbus infan-
tum para los niños sin bautizarse; o un purgatorio, justo encima del infierno, para los
cristianos sin santificarse, según el sueño de los papistas, con todo, está el estado interme-
dio, el que algunos extrañamente han confundido con el lugar intermedio, el hades,
sepulcro o dormitorio de las almas, respecto al cual la Biblia guarda silencio (Thomas O.
Summers, Systematic Theology, I:351).
19. La Biblia no anuncian probatoria alguna después de la vida presente. Lo más que se puede
pretender es que meramente lo sugiera, y en realidad es raro que algo más que esto se
pretenda. En lo que respecta a una declaración explícita en favor de una segunda probato-
ria, el silencio de la Biblia es total. ¿Pero cómo? Un periodo de prueba, con sus privilegios
y responsabilidades, es algo que nos preocupa profundamente. No hay un periodo de
nuestra existencia que esté cargado de mayor interés. La Biblia está repleta de estas posi-
ciones sobre nuestra presente probatoria. Nos piden constantemente que le pongamos
atención, puesto que implica las responsabilidades más solemnes de la vida presente, y los
intereses más profundos de la vida futura. En una probatoria futura debería haber una
renovación de todo lo que nos haya preocupado tan profundamente durante una probato-
ria presente, en cambio, una palabra explícita respecto a esta, no la hay. Ese silencio de la
Biblia es totalmente irreconciliable con la realidad de esta probatoria (John Miley, Syste-
matic Theology, II:435).
20. Olin A. Curtis dice, “No importa lo que uno piense sobre la doctrina del estado
intermedio meramente desde la perspectiva religiosa, no deja de ser considerable su im-
230 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
portancia cristiana. Hasta que no se haya captado el significado peculiar de esa experiencia
personal entre la muerte y la resurrección, nadie podrá ver la totalidad del cristianismo;
nadie podrá comprender la filosofía de la fe cristiana. El teólogo sistemático está acos-
tumbrado a considerar el estado intermedio como un fragmento doctrinal de la escatolo-
gía, pero para mí el vínculo más profundo es soteriológico”. Curtis observa cinco detalles
que deben considerase en una doctrina constructiva: (1) se deberá proteger el espíritu ético
del Nuevo Testamento; (2) le deberemos dar a esta vida terrenal su significado filosófico
pleno; (3) en este mismos espíritu de la economía cristiana, le deberemos dar también al
estado intermedio su significado filosófico pleno; (4) se deberá mantener cuidadosamente
la perspectiva ya lograda de la personalidad y la vida corporal; y (5) se deberá construir la
doctrina de manera que proteja el inmenso hincapié que hace el cristianismo en la muerte
(Olin A. Curtis, Christian Faith, 397-398).
En tanto y en cuanto permanece en este presente mundo, el ser humano se encuentra
en un reino de lo externo que le permite escapar de la contemplación y el conocimiento de
sí mismo a causa de las distracciones del tiempo y del ruido y tumulto del mundo; pero, al
morir, entra en un reino que es lo opuesto de todo esto. El velo que este mundo de los
sentidos, con sus multiformes movimientos, variados e incesantes, extiende con influencia
suavizante y sedativa sobre la dura realidad de la vida, respecto a la cual el ser humano con
facilidad esconde lo que no quiere ver, ese es el velo que queda rasgado delante de él al
morir, lo que hace que su alma se encuentre a sí misma en un reino de realidades puras.
Las voces multiformes de esta vida mundanal, las cuales resonaron en la vida terrenal
junto a las voces de la eternidad, enmudecen, y la voz santa ahora resuena sola, sin que el
tumulto del mundo pueda ya jamás silenciarla. Por esto el reino de los muertos vendrá a
ser un reino de juicio. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y
después de esto el juicio” (H. L. Martensen, Christian Dogmatics, 458).
21. Después de la muerte, la diferencia en principio entre los hijos de la luz y los hijos de las
tinieblas, la cual ya existió aquí abajo, continuará desarrollándose aún más. Y el individuo
se encontrará ubicado en un estado de retribución muy real y justo, tanto con relación a
Dios como a sí mismo. La cortina impenetrable de la muerte caerá sobre el camino ancho
como sobre el angosto. Pero, ante esta cortina, el primer paso al cruzarla será lindero
inmediato del último. La muerte alterará nuestra condición y nuestro entorno, pero no
nuestra personalidad. La individualidad, la conciencia de sí mismo, y la memoria, perma-
necerán (J. J. Van Oosterze, Christian Dogmatics, II:781).
William Burton Pope advierte que la Biblia señala “un progreso en las bienandanzas y
en el desarrollo de la energía moral durante el estado en el que los espíritus están despoja-
dos de sus cuerpos. Estos espíritus tienen la disciplina de la esperanza, pero de una espe-
ranza que todavía no es eterna en los cielos, aunque ya ha dejado de ser probatoria. Espe-
ran por la consumación, la de su Señor y la de ellos mismos. Y su progreso en la vida
espiritual no es sencillamente aquel que será perenne después del juicio, sino el del avance
de etapa en etapa que es peculiar al estado intermedio. El tiempo ya no está delante de
ellos, pero también lo está; el día de la eternidad no ha llegado todavía plenamente (Wi-
lliam Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III:384).
Steffens llama la atención al hecho de que lo que es una evolución dentro de nuestros
pensamientos, es decir, un crecimiento y desarrollo, en el estado intermedio deberá per-
feccionarse a sí mismo al venir a ser una involución cada vez más intensa.
22. LA DOCTRINA DEL PURGATORIO
I. La historia de la doctrina. La idea de la purificación mediante el fuego le era familiar
a la mentalidad griega, siendo Platón el que la toma y la hace parte de su filosofía. Este
enseñaba que nadie podía llegar a ser perfectamente feliz después de morir si no se expia-
ban sus pecados, y que si no podían ser expiados por ser demasiado colosales, los sufri-
LA MUERTE, LA INMORTALIDAD Y EL ESTADO INTERMEDIO 231
mientos de uno no tendrían fin. El hecho de que Judas Macabeo envió dinero a Jerusalén
que pagara porque se ofrecieran sacrificios por los pecados de los muertos, permite inferir
que esta doctrina transitó de los griegos a los judíos. También está el hecho que los rabinos
enseñaban que los niños, mediante ofrendas por el pecado, podían mitigar los sufrimien-
tos de sus padres ya fenecidos. Parece que se pensaba que el paraíso estaba rodeado por un
mar de fuego en el cual las manchas del alma deberían ser consumidas antes de su admi-
sión al cielo. Esta era la razón para que se enseñara que todas las almas que no eran per-
fectamente santas deberían lavarse en el río de fuego del gehena, tras lo cual los justos
serían raudamente limpiados, mientras que los malos serían dejados indefinidamente en
ese lugar de tormento.
La doctrina de un purgatorio que purifica, fue inicialmente considerada por Clemente
de Alejandría en el siglo tercero. Clemente hablaba de un fuego espiritual en este mundo,
y Orígenes, quien lo siguió en este particular, sostenía que ese fuego purificador conti-
nuaba más allá de la sepultura. En la iglesia primitiva existieron dos teorías que, distintas
una de la otra, no se excluían necesariamente, sino que, en muchos casos, pudieron ha-
berse sostenido de manera conjunta. La primera era la del purgatorio del día del juicio, la
cual se fundamentaba en las palabras del apóstol Pablo, tomadas literalmente, de que “la
obra de cada uno... por el fuego será revelada”, y que hasta los que han edificado con
madera, heno y hojarasca, serían salvos, si habían edificado sobre el fundamento correcto,
salvos, aunque así como por fuego (1 Corintios 3:11-15). Tanto Hilario como Ambrosio
hablan de lo severo de la purificación del día del juicio. Orígenes habla a menudo del
fuego del día juicio, a través del cual aun San Pedro y San Pablo deberán pasar, aunque
estos habrán de escuchar las palabras, “Cuando pases por el fuego, no te quemarás ni la
llama arderá en ti”. Basilio dice que el bautismo puede entenderse en tres sentidos: uno, el
de la regeneración por el Espíritu Santo; otro, el del castigo por el pecado en la vida
presente; y en tercer lugar, “la prueba del juicio por fuego”. Tanto Gregorio de Nisa como
Gregorio Nacianceno mencionan el fuego del juicio. Esta purga que trae el día del juicio
difiere ampliamente de la doctrina católica romana del purgatorio. (2) Estaba también la
doctrina de la purificación dentro del estado intermedio, o de un castigo temporal entre la
muerte y la resurrección. Esta era una doctrina sostenida principalmente por los teólogos
occidentales que seguían a Agustín, y quienes desarrollaron la doctrina católica romana
como se entiende actualmente. Agustín enseñaba respecto al purgatorio que, primero, las
almas de cierta clase de seres humanos quienes serán en última instancia salvos, sufren
después de la muerte; segundo, que son auxiliadas por la eucaristía, las limosnas y las
oraciones de los fieles. Cesáreo de Arlés (543) desarrolló todavía más la idea del purgatorio
al hacer una distinción entre crímenes mortales y pecados menores, sosteniendo que estos
últimos podrían ser expiados en esta vida por medio de las buenas obras, o en la vida por
venir, por medio del fuego purificador.
Gregorio el Grande (604) recogió los puntos de vista vagos y conflictivos del purgato-
rio, forjando una doctrina de una naturaleza tal que llegaría a ser eficaz tanto para la
disciplina como para la recaudación de dinero. Esta es la razón por la que habitualmente
se le conoce como “el inventor del purgatorio”. “Se cree”, dice él, “que hay, para las faltas
livianas, un fuego de purgatorio antes del juicio”. Sin embargo, la idea debe haber sido
vagamente considerada tan temprano como en el tiempo de Perpetua, o por lo menos
Agustín hubo de admitir tácitamente lo veraz de la visión de ella. Desde el siglo ocho en
adelante, y a través de la Edad Media, la doctrina del purgatorio se aferró rápidamente al
pensamiento popular, convirtiéndose en uno de los tópicos de conversación más promi-
nentes entre el pueblo. Tanto los escolásticos como los místicos fueron explícitos y vívidos
en sus descripciones del purgatorio, y la creencia recibió el soporte de multitudes de
sueños y visiones. Entre estos estuvieron las visiones de Fursey y Drycthelm, mencionadas
232 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
por Beda (736). Tomás de Aquino, Buenaventura, Garsón y otros de los grandes hombres
de la Edad Media, sostuvieron que los fuegos del purgatorio eran materiales, aunque
Aquino admitía la dificultad en entender cómo un fuego literal podría infligir dolor en
espíritus que habían sido despojados de sus cuerpos. Sostenía, además, que sólo irían al
purgatorio aquellos que lo necesitaran, pero que los santos irían de inmediato al cielo, y
los malos a la perdición.
La iglesia griega nunca aceptó del todo los puntos de vista sobre el purgatorio soste-
nidos por el occidente, y estas fueron una de las diferencias irreconciliables entre unos y
otros en el Concilio de Florencia (1439). El místico Wessel (1489) alegorizó el lenguaje
popular diciendo que el purgatorio era “un fuego espiritual de amor que purifica el alma
de la escoria residual, y que consiste en el anhelo de unión con Dios”. John Tauler rechazó
las bromas populares respecto a la doctrina, y mantuvo que, “contemplar la gloria de Dios
es el paraíso”. Los cátaros y valdenses, al igual que Wycliffe (1384), rechazaron la doctrina.
Los reformadores denunciaron la doctrina unánimemente y de manera descomunal. Por el
otro lado, el Concilio de Trento pronunciaría un anatema contra todos los que rechazaban
la doctrina.
II. Objeciones a la doctrina del purgatorio. Como se ha indicado, los reformadores re-
chazaron la teoría total del purgatorio por considerarla fuera de armonía con las enseñan-
zas de la Biblia y las doctrinas fundamentales de la gracia. En los escritos de los teólogos
reformados se encontrarán excelentes tratados sobre este asunto. Lo que sigue es el resu-
men que el propio Charles Hodge hace de su enseñanza sobre el purgatorio. Dice: (1) Que
está privado de apoyo bíblico. (2) Que se opone a muchas de las doctrinas de la Biblia más
importantes y más claramente reveladas. (3) Que los abusos a los que siempre ha llevado,
los cuales son sus consecuencias inevitables, prueban que la doctrina no puede ser de Dios.
(4) Que el poder para perdonar pecados, en el sentido que reclaman los romanistas, lo cual
se da por sentado en su doctrina del purgatorio, no tiene apoyo en las palabras de Cristo,
según las registra Juan 20:23 y Mateo 16:19, que son las citas de las que los romanistas
dependen para este propósito. (5) El quinto argumento en contra de la doctrina se deriva
de su historia, la cual prueba su origen pagano, y su desarrollo gradual y lento, hasta
alcanzar la forma en que hoy la sostiene la Iglesia de Roma (cf. Charles Hodge, Systematic
Theology, III:766).
CAPÍTULO 34
LA SEGUNDA VENIDA
DE CRISTO
Al abordar el tema del retorno de nuestro Señor entramos en uno de
los campos más delicados y más controversiales de la teología. Las
diferencias de opiniones que han dado ocasión a controversias, no son
meramente especulativas. Las mismas tocan las fibras más íntimas del
corazón y están vitalmente relacionadas con la experiencia del ser
humano. Además, es un tema que ha causado agitación en la iglesia de
tiempo en tiempo, y que siempre recibe la mayor atención en los
momentos en que el ser humano siente la necesidad apremiante del
auxilio divino. La esperanza de la venida de Cristo ha ocupado
invariablemente el pensamiento de los seres humanos en los tiempos de
desastres, guerras, pestilencias y persecución. A lo cual hay que añadir
que esta es una doctrina que no puede ser considerada meramente una
entre muchas. Esta doctrina es más bien una perspectiva, un principio
determinante, a través del cual los seres humanos forjan, siguiendo un
orden lógico, el resto de sus creencias. El que uno crea en “el retorno
personal de Cristo”, o simplemente en “una efusión espiritual crecien-
te”, no da lo mismo. Estas son posiciones que se revierten al principio
mismo de la historia de redención, y que afectan algunas de las
cuestiones más determinantes de la teología cristiana. La creencia que
uno ostente sobre la segunda venida de Cristo, será el punto culminan-
te de su esquema total de fe. El carácter total de la teología de uno, lo
determina esta creencia. Por tanto, el tema reviste tal importancia que
demanda una consideración sumamente cuidadosa y concienzuda.
La gloria del cristianismo, en contraste con las religiones étnicas, no
se pone de manifiesto en ningún otro caso tanto como en el de su
escatología. En nuestra discusión sobre la naturaleza y la existencia de
233
234 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
advenimiento con el día del Señor, sería introducir otro aspecto del
tema.
Por ahora podemos concluir que, como evento, la segunda venida de
Cristo estará relacionada con el tiempo de la resurrección, el juicio y la
consumación final. La Segunda Venida, en su relación directa con la
obra de Cristo Jesús, podría resumirse en un propósito triple. (1)
Integra parte de su misión total de redención. Como el Hijo encarnado
en el cielo, todavía Él está subordinado al Padre, y, por consecuencia, es
enviado del Padre para esta misión final. El Padre enviará a Jesucristo,
“que os fue antes anunciado. A este, ciertamente, es necesario que el
cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de
que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde
tiempo antiguo” (Hechos 3:20-21). (2) Marca el día del Señor. “Por
tanto, es, en un sentido, la venida, y en otro, la Segunda Venida, o el
volver del Señor. De aquí que, al hablar de este evento futuro, la Biblia
superará estas dos designaciones, y lo hará también (3) ‘su día’, o ‘aquel
día’, o ‘el día de Jesucristo’ (cf. Lucas 17:24, 2 Timoteo 1:18 y
Filipenses 1:6), el cual será en la nueva economía todo lo que el día de
Jehová fue en la antigua. El día del Señor es el horizonte de todo el
Nuevo Testamento: el periodo más concluyente de la manifestación del
Señor por medio de una revelación tan gloriosa de sí mismo que nunca
antes pudo atribuírsele, ni nunca se le atribuirá a nadie, sino a una
Persona divina” (William Burton Pope, Compendium of Christian
Theology, III:388).
cuencia, construir una teoría del advenimiento sobre esas bases, carece
de las garantías de todo principio de formación doctrinal, y más aún
cuando existen numerosos textos que tratan el asunto explícitamente”
(John Miley, Systematic Theology, II:442). Las diversas actitudes que los
postmilenaristas asumen hacia la declaración en el Apocalipsis, así
como la edificación diferente que construyen sobre ella, habrán de
dárseles consideración solo en las notas del apéndice.38
un cielo nuevo y una tierra nueva? Por último, estamos en deuda con el
teólogo holandés J. J. Van Oosterzee, él mismo un declarado premile-
narista, por la confirmación erudita de esta teoría del milenio como
transición.39 Dice Van Oosterzee: “El milenio es un periodo de transi-
ción: sobre esta parte de la expectación del futuro se tiende una nube
transparente que no permite del todo definirla con mayor particulari-
dad. La larga noche ha pasado, pero el día en pleno no ha llegado.
Nuestra mente, como por instinto, piensa en los cuarenta días entre la
resurrección y la ascensión de Cristo: su iglesia ha dejado ahora
también atrás su monte Calvario, y su monte de los Olivos está por
delante, aunque todavía no lo haya ascendido. Sus enemigos han
retrocedido, pero no han sido destruidos. Se hace evidente que el reino
de las tinieblas no puede descansar hasta que ensaye una concentración
gigantesca de las fuerzas que le restan: la palabra profética lo anticipa,
pero la modalidad poco inteligente de interpretación que querrá leer,
por así decirlo, ‘entre líneas’, los nombres de las naciones aquí implica-
das, no nos pertenece ni nos puede pertenecer” (J. J. Van Oosterzee,
Christian Dogmatics, II:800).
La analogía del primero y segundo advenimiento. El primer adveni-
miento marcó la transición del Antiguo al Nuevo Testamento; un
periodo de breve duración en el que la dispensación anterior alcanzó su
culminación y la última tuvo sus comienzos. Nuestro Señor declaró que
la ley y los profetas fueron hasta Juan, después de lo cual el reino de los
cielos es predicado. Pero la nueva dispensación que tuvo su inicio en la
encarnación, solo se inauguraría plenamente con el don del Espíritu
Santo en el día de Pentecostés. Además, así como el ministerio de Jesús
fue precedido por la obra preparatoria de Juan, así también, pasado el
Pentecostés y hasta la destrucción de Jerusalén (70 d.C.), se dará una
decadencia gradual del orden mosaico que señalará su fin. En ese
momento “a la iglesia se le quitó el pañal del judaísmo”, y el evangelio
vino a ser la herencia de todas las naciones y los pueblos. Así como el
primer advenimiento marcó el comienzo de un periodo intermedio de
transición, el cual fue precedido por una preparación profética y
seguido por un tiempo de juicio, así también deberemos esperar que sea
el segundo advenimiento. E. V. Gerhart, por tanto, va a señalar que,
“como lo fue la edad del primer advenimiento, lo será la del segundo
advenimiento, un periodo indefinido e intermedio entre el mundo
actual y el mundo trascendental. Este estado intermedio podrá, en
cierta medida, participar de la naturaleza peculiar de cada uno de estos
266 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
El apóstol Pedro habla de “el día del Señor” o el “de Dios” (2 Pedro
3:10, 12-13), y el apóstol Pablo menciona tanto “el día del Señor” (1
Tesalonicenses 5:2, 4-5), como “el día de Cristo” (2 Tesalonicenses
2:1-2). Este día del Señor se asocia generalmente, sino siempre, con la
idea del juicio, como lo demostrarán las siguientes referencias del
Antiguo Testamento: Isaías 2:12-13; 13:6-13; Joel 1:15; Sofonías 1:4ss;
y Malaquías 4:5. Podemos creer, entonces, con toda seguridad, que el
día del Señor será un periodo de tiempo evidenciado por eventos que lo
inician, lo median y lo clausuran. “Aunque estas épocas y crisis se
presentan, según el estilo de la profecía, como juntas, y en perspectiva
reducida, las mismas son considerablemente distintas. A la vez que las
tratamos como distintas, debemos ser cuidadosos en recordar su
relación común con el día del Señor, el cual es un periodo fijo y
determinado, prefigurado en numerosos periodos a los que se aplica el
mismo término, pero que es la trama y la consumación de todos ellos.
Lo que las predicciones del Antiguo Testamento consideraban como un
todo indistinguible, ahora ha sido dividido en tiempos y ocasiones,
todos los cuales, sin embargo, convergen en un evento decisivo y fijo: el
retorno de Jesús desde el mundo de lo invisible. Hay una rica y
continua luz que se arroja sobre el día cristiano de Jehová, el cual se
describe de diversas maneras con relación a la manifestación final de la
persona de Cristo y a la consumación final de su obra” (William
Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III:387). El apóstol
Pablo percibe este día como relacionado a la venida de Cristo, que es el
evento que lo abre, mientras que el apóstol Pedro lo considera como el
evento que clausura el logro último y triunfante de Cristo. Por tanto, es
un periodo de transición, en el cual un tiempo u ocasión, kairos, es
precedido por otros tiempos u ocasiones, chronoi. Esta es la razón por la
cual muchas veces es difícil distinguir entre los eventos preparatorios y
los de la consumación final a la que apuntan.43
En el día profético del Señor, los eventos aparentan ser un todo
confuso. Alguien ha dicho que la profecía “carece de perspectiva”. Los
videntes miraban hacia adelante a los grandes objetivos del futuro, sin
distinguir claramente los eventos que los mediarían. Un ejemplo clásico
de esto es lo que Cristo lee de las Escrituras en la sinagoga de Nazaret.
Después que leyó que había sido ungido “para predicar el año agradable
del Señor”, enrolló el libro, indicando así que el resto del texto, “y el
día de la venganza del Dios nuestro” (Isaías 61:1-2; Lucas 4:19-29), no
se habría de cumplir en ese momento. Podemos también notar que el
270 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que
Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15:24-28).
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. El obispo H. L. Martensen señala que o kosmos ontos, o “este mundo”, como se utiliza en
la Biblia, “no se circunscribe exclusivamente al paganismo antiguo; existirá dondequiera
que ese reino no ejerza su influencia guía. Este mundo siempre irá tras un estado terrenal
que no se subordina al gobierno de Dios; desarrollará una sabiduría que no preserva al
Dios viviente dentro de su conocimiento; forjará para sí mismo una excelencia que no
refleja la gloria de Dios. Y esa realidad destellante del mundo panteísta no es una mera
cosa imaginaria, pues que los poderes del universo son en realidad poderes divinos. Los
elementos, los materiales con los que este mundo edifica su reino, son de la clase más
noble, ya que, el que carezcan de autenticidad, reside en el carácter ético que se les da, o en
la falsa relación entre la gloria de este mundo y la voluntad del hombre” (H. L. Marten-
sen, Christian Dogmatics, 184).
2. La creencia cristiana de que Cristo vendrá otra vez es la expresión de la bien fundada
expectativa de que Él hará manifiesto, cada vez más ante todo ojo el esplendor de su
dominio, y que un día aparecerá visiblemente como rey de la iglesia, y juez del mundo,
para dar fin permanente a esta presente dispensación, y para completar, de una manera
que le sea digna, el reino de Dios que fundó... No se puede negar con seriedad que el
Nuevo Testamento enseña verdaderamente que habrá ese volver otra vez visible y final. El
Señor dice repetidas veces, que aparecerá con esplendor, y visible a todo ojo, y por tanto,
en cuerpo glorificado, en las nubes del cielo, en la plena brillantez de su regia majestad
(Lucas 17:24; Mateo 24:30; 25:31). Se compara a sí mismo con un hombre noble que se
va lejos a recibir un reino, y que vuelve (Lucas 19:12). Hay otras parábolas en donde
también nos da a entender lo mismo (Mateo 13:40-41, 49; Lucas 18:8); y su último
discurso extendido (Mateo 24 y 25) lo dedica a la revelación de los misterios del futuro (J.
J. Van Oosterzee, Christian Dogmatics, II:577, 579).
La segunda venida de nuestro Señor es el evento más imponente de la profecía y del
futuro: de por sí supremo, se le ha de asociar siempre con la resurrección universal, el
juicio de la humanidad, y la consumación de todas las cosas. Estas épocas y crisis siguen el
estilo de una profecía que se presenta conjuntamente y en perspectiva oblicua, aunque las
mismas son ampliamente distintas. Pero con todo y que las tratemos como distintas,
deberemos tener cuidado de recordar que gozan de una relación común con el día del
Señor, el cual representa un periodo fijo y determinado, prefigurado por numerosos
periodos menores a los que se les aplica el mismo término, pero que es el tema y la con-
sumación de todos ellos (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology,
III:387).
3. Cristo siempre hablaba de su venida como la del Hijo del hombre. De esta manera Él de
por sí enseñaría la misma verdad con la que los ángeles reafirmarían más tarde, en el
momento de la ascensión, a los discípulos que estaban “mirando al cielo”, al decirles que el
que vendría sería “este mismo Jesús” que había sido tomado de ellos al cielo. Por tanto, la
forma en que aparecerá será la humana, desplegando maravillosamente el mismo amor de
simpatía humana y divina que desplegó mientras estuvo en la tierra. Con todo, el apóstol
Pedro dirá en Pentecostés lo siguiente: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel,
que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Cristo” (Hechos
2:36). De aquí que los apóstoles hablen de Cristo casi exclusivamente como Señor al
vincularlo con su segunda venida. Esta era su manera habitual de llamarlo, puesto que
reconocían el glorioso galardón con el que había sido investido en virtud de la salvación
280 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
que había obrado en favor de ellos, y la “toda potestad” que se le había dado en el cielo y
en la tierra (James Petrigu Boyce, Abstract of Systematic Theology, 453).
Las declaraciones de los credos concernientes a la segunda venida son como sigue:
“Subió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso: Y desde allí vendrá
al fin del mundo a juzgar a los vivos y a los muertos” (El Credo de los Apóstoles). “Y vendrá
otra vez, con gloria, a juzgar tanto a los vivos como a los muertos; y su reino no tendrá
fin” (El Credo Niceno). “Cristo se levantó verdaderamente de los muertos, y tomó de
nuevo su cuerpo, con carne, huesos y todo lo que pertenece a la perfección de la naturaleza
humana, ascendiendo así al cielo, donde está sentado, hasta que regrese a juzgar a todos los
hombres en el día final” (Artículo IV de los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia Angli-
cana). “Cristo se levantó verdaderamente de entre los muertos, y tomó de nuevo su cuerpo
con todas las cosas que pertenecen a la perfección de la naturaleza humana, ascendiendo
así al cielo, donde está sentado hasta que regrese a juzgar a todos los hombres en el día
final” (Artículo III de los Veinticinco Artículos del Metodismo). “Creemos que el Señor
Jesucristo vendrá otra vez; que los que vivamos en el momento de su venida no precede-
remos a los que durmieron en Cristo; pero si hemos permanecido en Él, seremos arreba-
tados con los santos resucitados para reunirnos con el Señor en el aire, y estaremos siempre
con Él” (Artículo XV de los Artículos de Fe de la Iglesia del Nazareno).
4. Existen señales de cierta tendencia actual de pensamiento que se aleja de la doctrina
tradicional de un advenimiento personal y visible para favorecer una manifestación mera-
mente espiritual o providencial. De prevalecer esta nueva perspectiva, la misma acarrearía
la reformulación de las doctrinas tradicionales de la resurrección general y del juicio final,
o, más bien, la eliminación de estas doctrinas. Pero nosotros no vemos razón suficiente
para que se acepte esta perspectiva, lo que nos lleva a adherirnos a la manera del adveni-
miento que por tanto tiempo la fe de la iglesia ha sostenido. Es prácticamente imposible
cuestionar que la Biblia presente la venida de Cristo como personal y visible. Tal manera
de presentarla es una tan definitiva y clara que no deja lugar para una perspectiva contraria
(John Miley, Systematic Theology, II:440).
5. La palabra epifaneia ocurre seis veces en el Nuevo Testamento, en los siguientes pasajes: 1
Timoteo 6:14, “la aparición de nuestro Señor Jesucristo”; 2 Timoteo 1:10, “la aparición
de nuestro Salvador Jesucristo”; 2 Timoteo 4:1, “en su manifestación”; 2 Timoteo 4:8,
“los que aman su venida”; Tito 2:13, “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios”; y 2
Tesalonicenses 2:8, “destruirá con el resplandor [es decir, con la aparición] de su venida”.
H. Bonar comenta este último versículo diciendo que “la palabra epifaneia, que es la que el
Apóstol aquí utiliza, ocurre sólo seis veces en el Nuevo Testamento. En una de estas veces
la referencia es al primer advenimiento, el cual sabemos que fue literal y personal. En otras
cuatro veces se admite que se refiere a la segunda venida literal y personal. La quinta vez es
en el versículo que estamos discutiendo, y es la más enérgica y la menos ambigua de las
seis veces que ocurre. Ninguna de las otras es tan explícita, aunque nadie pensaría en
explicarlas de alguna otra manera. ¿Por qué, entonces, aferrarse a la más enérgica e insistir
en espiritualizarla? Si la más enérgica de todas puede explicarse de forma tal que no pruebe
en lo absoluto el advenimiento, y los antimilenaristas están en la libertad de espiritualizar
la que es más distintiva, ¿por qué no se les permite a los de la escuela de Strauss racionali-
zar y mitologizar las que son menos distintivas (H. Bonar, Coming and Kingdom, 343)?
6. La palabra parousía aparece veinticuatro veces en el Nuevo Testamento, y los pasajes
donde se usa son los siguientes: Mateo 24:3, “qué señal habrá de tu venida”; Mateo 24:27,
“la venida de”; Mateo 24:39, “la venida del Hijo del hombre”; 1 Corintios 15:23, “Cristo,
en su venida”; 1 Corintios 16:17, “la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico”; 2
Corintios 7:6, “la venida de Tito”; 2 Corintios 7:7, ”no solo con su venida”; 2 Corintios
10:10, “la presencia corporal”; Filipenses 1:26, “por mi presencia”; Filipenses 2:12,
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO 281
9. Henry Blunt ofrece esta sugestiva nota vinculada al artículo sobre el segundo adveni-
miento: “Asociado a la señal del Hijo del hombre y la venida como relámpago, es de
observarse que a menudo al relámpago se le ha atribuido el que deje la marca de la cruz
sobre aquellos en los que cae, así como sobre sus vestidos. El obispo Warbuton relata
algunos casos indubitables al respecto”. Por tanto, Blunt considera que “la señal de su
venida” será como un lábaro celestial, el cual anunciará la proximidad inmediata de Cris-
to. Estas son sus palabras: “Todos verán la cruz de Cristo que se desplegará en medio de la
oscuridad cual radiante estandarte del Rey de reyes, y enseguida sabrán que representa su
venida, para reinar en juicio” (Henry Blunt, Dictionary, artículo titulado “Second Ad-
vent”).
10. Henry Blunt señala que “el gran fin del anticristo será presentarse él, y no Cristo, como el
objeto que los seres humanos adoren; y el gran medio a través del cual logrará seducir a sus
adoradores será el poder sobrenatural que podrá contraponer al poder sobrenatural de
Cristo”. Por tanto, la venida de Cristo será precedida por una manifestación del poder de
Satanás comunicado al anticristo. Se registra que Satanás le dijo a nuestro Señor en la
segunda tentación, “A ti te daré todo el poder de estos reinos y la gloria de ellos, porque a
mí me ha sido entregada y a quien quiero la doy. Si tú, postrado, me adoras, todos serán
tuyos” (Lucas 4:6-7). Es a esto que sin duda alude el apóstol Pablo cuando, al referirse al
anticristo, dice: “El advenimiento (parousias) de este impío, que es obra de Satanás, irá
acompañado de hechos poderosos, señales y falsos milagros” (2 Tesalonicenses 2:9).
“Parece, entonces”, continúa Blunt, “que al poder sobrenatural de obrar milagros lo
acompañará cierta autoridad o reino universal que habrá sido conquistado quizá por causa
de dichos milagros. Es así como la oposición del anticristo contra Cristo ha de estribar en
sustituir a Cristo por otra persona como el objeto de adoración, en obrar milagros pareci-
dos a los que tipificaron el primer advenimiento de Cristo, y en establecer un imperio
universal que tome el lugar de la iglesia. Los elementos de seducción contenidos en un
poder tal serán plenamente evidentes, y quizá poseerán más fuerza en la medida en que se
conformen todavía más a los desarrollos elevados de una civilización que carezca de la
influencia del amor de Dios. Los hombres serán atraídos a seguir al anticristo, primero,
por la acumulación que haga de un imperio universal, y reverenciarán, en su desarrollo
extremo, (Apocalipsis 13:4ss) ese éxito del cual se dice que es el mayor de todos los éxitos.
Serán atraídos, además, por su poder sobrenatural, que, con solo ejercitarlo visiblemente,
obliga a sumisión... Una vez que las cadenas de estas seducciones hayan atado las mentes y
los afectos de la humanidad, no será difícil que la dominen y la lleven a responder al
último paso requerido por la apostasía: ‘Postraos, y adoradme’. Tal parece que ese será el
curso de la gran apostasía, la última etapa de preparación antes del segundo advenimiento
de Cristo” (cf. Henry Blunt, Dictionary of Doctrine and Historical Theology, artículo sobre
“el segundo advenimiento”).
11. Los numerosos cristos falsos, o aun el espíritu del anticristo como uno que específicamente
se opondría al verdadero Cristo, no podían ocupar un lugar de importancia en la historia,
a menos que el verdadero Cristo hubiera hecho su primera aparición. Es bien conocida la
historia del surgimiento de muchos que reclamaron ser el Cristo. Fueron numerosos
durante los días de la iglesia primitiva, como lo predijo nuestro Señor. Aparecían en el
desierto y en los lugares secretos. El espíritu de estos impostores, por supuesto, se oponía
al del verdadero Cristo, lo que los llevó a ser los precursores de todo el programa anticris-
tiano del periodo del Nuevo Testamento. Este espíritu sin duda aumentará en intensidad
hasta que alcance su culminación y derrota final en el gran y último conflicto (Paul Hill).
El clímax de la miseria de los últimos días se alcanzará con la aparición del anticristo, a
quien hemos de esperar según la palabra profética. La referencia al surgimiento y desarro-
llo de esta expectación es algo que la dogmática cristiana deberá dejar a la teología bíblica
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO 283
del Antiguo y Nuevo Testamentos. Aquí solo basta decir que el que interpreta la Biblia sin
ideas preconcebidas, y permite que sus pensamientos sean hechos cautivos a la obediencia
de la Palabra, no podrá dudar respecto a que un anticristo personal todavía está por apa-
recer, y que lo hará antes del fin de la historia del mundo... Si ya hemos visto en la historia
del mundo a figuras colosales que surgen y se ponen al servicio de los poderes de las
tinieblas, y si ya se ha escuchado de labios de tantos preguntar si muchas de las que se han
nombrado eran o no el anticristo, nada nos impediría ver en la aparición de ellas la prepa-
ración para esa personalidad central futura en quien el espíritu de maldad se personificará,
por así decirlo, para demostrar su pleno poder (J. J. Van Oosterzee, Christian Dogmatics,
II:796).
12. En cuanto al anticristo, cuya venida se esperaba que precediera a la consumación final, la
opinión habitual era que debía ser un ente de origen sobrenatural... Otra opinión era que
ya había aparecido en la persona de Mahoma, y que el “número” apocalíptico de “la
bestia”, 666, denotaba la duración de su poderío, por lo que su caída podría esperarse
hacia el final del siglo trece. Esta expectación parece haber contribuido a la creación del
entusiasmo de las Cruzadas, el que decayó a medida caducó el tiempo esperado y el pode-
río mahometano continuó su florecimiento. Otros, igualmente, discernían que el anti-
cristo residía en las varias sectas de los siglos doce y trece, las cuales rehusaron someterse al
papa, aunque estas respondían aplicándole al papa el mismo mote. Amalrico de Bema, tan
temprano como en 1204, le adjudicó ese título al papa, y lo mismo hizo Luis de Bavaria,
emperador de Alemania, alrededor de 1327, quien designó al Papa Juan XXII de esa
manera. Wycliffe (1384) y también los lolardos, denunciaron al papa como el anticristo
(T. R. Crippen, History of Christian Doctrine, 233-234).
13. Es obvio que el Profeta Supremo de su propia dispensación ha hecho ley de su reino el que
la fecha de su consumación final sea permanentemente incierta. De aquí que, en sus
discursos escatológicos, Él responda de tal modo a la pregunta doble de los discípulos,
“Dinos, ¿cuándo serán estas cosas y qué señal habrá de tu venida y del fin del siglo?”, que
les impida intentar definir tanto la fecha del fin próximo del mundo, como la de la des-
trucción del judaísmo o del fin más distante de todas las cosas (William Burton Pope,
Compendium of Christian Theology, III:391).
Tanto bajo una dispensación como la otra, la espera paciente de Cristo conllevará la
intención de que los siervos verdaderos de Dios disciplinen su fe y amplíen su noción. El
hecho de que cada época, desde la ascensión de Cristo, haya tenido sus chiliastas y sus
segundoadvenimientistas, debe alejar nuestros pensamientos de la curiosidad y la intrusión
infructuosa tocante al tiempo de la venida de Cristo, y hacer que nos ocupemos en la tarea
inmediata y constante de estar listos, no importa la hora en que aparezca (A. H. Strong,
Systematic Theology, III:1007).
14. En uno de los escritos anónimos de este periodo, el cual se atribuye generalmente a
Bernabé, y que a veces se fecha tan temprano como en 79 d.C., encontramos lo siguiente:
“Por tanto, hijitos míos, en seis días, vale decir, en seis mil años, todas las cosas termina-
rán. ‘Y reposó el séptimo día’, lo cual significa que cuando el Hijo, al volver, destruya el
tiempo del hombre malo, y juzgue al impío, y mude el sol, y la luna, y las estrellas, en-
tonces Él verdaderamente reposará el séptimo día” (XV, 5).
Lo que sigue proviene de una de las visiones del Pastor de Hermas: “Habéis escapado
de gran tribulación gracias a vuestra fe, y porque no habéis vacilado en la presencia de tan
semejante bestia. Id, entonces, y decid a sus elegidos acerca de las obras poderosas del
Señor, y compartidles que esta bestia es el tipo de la gran tribulación que vendrá. Por
tanto, si os preparáis, y os arrepentís de todo corazón, y os volvéis al Señor, os será posible
escapar de esta gran tribulación, con tal que vuestro corazón sea puro y sin manchas, y que
284 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
dediquéis el resto de los días de vuestra vida al servicio intachable del Señor” (Visions, IV,
ii, 4-5).
Ignacio le escribe a Policarpo y le dice: “Sopesad cuidadosamente los tiempos. Velad
por Aquél que está sobre el tiempo, que es eterno e invisible, pero que se hizo visible por
nuestra causa”.
15. Henry Blunt ofrece la siguiente descripción del chiliastismo: “Los milenarios, o chiliastas,
por cuanto creían esta profecía literalmente (Apocalipsis 20:1-7), sostenían que después
que los poderes simbolizados por la bestia y los falsos profetas fueran destruidos, Satanás
sería ‘atado’, o lo que es lo mismo, su poder sería suspendido por un periodo de mil años,
o por el periodo que representaran esos mil años; que habría una primera resurrección de
los mártires y de los que fueran dignos de compartir la corona de los mártires; que vivirían
y reinarían con Cristo sobre la tierra por esos mil años en libre comunión con los poderes
celestiales, y que, después de esto, habría la resurrección general. Existen en un lado y en
otro diversos matices y multiplicidades de enseñanza, pero el punto crucial será el de la
primera y la segunda resurrección”.
16. Semisch sostiene que la raíz última del milenarismo se encuentra en la noción popular
sobre el Mesías que tenía vigencia entre los judíos. Las profecías del Mesías habían afir-
mado que un periodo de paz, y el triunfo de Israel, seguirían al establecimiento de su
reino. El capricho del pueblo judío, y la interpretación equivocada de esas profecías, se
embebieron de sueños sobre un reino externo en el que el Mesías reinaría desde Jerusalén e
inauguraría una era de felicidad inexpresable. Algunas de estas ideas fueron transmitidas a
los cristianos, quienes, sin embargo, hicieron de este periodo del reino visible del Mesías
en la tierra, solo el preludio de una segunda y final etapa de gloria celestial.
Moses Stuart llama la atención al hecho de que “para el que haya hecho un investiga-
ción considerable sobre el asunto, no habrá duda en lo absoluto de que la gran masa de los
rabinos judíos creía y enseñaba la doctrina de la resurrección de los justos en los días de
desarrollo del Mesías. El que ello sea limitado específicamente al comienzo del milenio
parece ser algo peculiar de Juan” (Commentary on the Apocalypse, I:177).
Joseph Mede dice: “Aunque los judíos antiguos no poseían un conocimiento distinti-
vo de una resurrección primera y una segunda, en ese orden, sino solo de una resurrección
en términos rudimentarios y generales... aun así anticipaban una resurrección que permi-
tiría que los que fueran levantados reinaran por algún tiempo sobre la tierra... En fin, que
la segunda y universal resurrección, con el estado de los santos después de ella, la cual
ahora ha sido tan claramente revelada en el cristianismo, parece que le era menos conocida
que la primera a la iglesia antigua de los judíos, como también lo era el estado que la
acompañaría” (cf. Mede, Works, II:943).
17. Orígenes (185-254) fue el principal opositor del chiliastismo más primitivo, pero Agustín
(353-430) fue el último. Orígenes, en su “De Principiis”, dice que “aquellos que aceptan
las representaciones de la Biblia según la entendieron los apóstoles, mantienen la esperanza
de que los santos ciertamente comerán, pero será el pan de vida... Es por medio de esta
comida de sabiduría que el entendimiento será restaurado a la imagen y semejanza de
Dios, lo cual... hará capaz al ser humano de recibir instrucción en aquella Jerusalén, la
ciudad de los santos”.
Agustín fue chiliasta en una ocasión, pero se dice que abandonó la doctrina por causa
de la influencia y las tergiversaciones de sus enemigos, particularmente de Eusebio. Lo que
desarrolló en lo sucesivo, vendría a conocerse como el punto de vista agustiniano del
milenio, el cual a la larga prevalecería.
18. Lactancio, en la Epítome (LXXII), ofrece una relación un tanto detallada de su doctrina
del segundo advenimiento. Dice así: “Entonces el cielo se abrirá como por tempestad, y
Cristo descenderá con gran poder, e irán delante de Él una flameante brillantez y una
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO 285
hueste incontable de ángeles, y toda la multitud de los malos será destruida, y correrán
torrentes de sangre, pero el líder en sí escapará, y habiendo renovado de nuevo su ejército,
se enfrascará por cuarta vez en batalla, aunque, por quedar esta vez apresado, junto a todos
los demás tiranos, será entregado para ser quemado. Pero también el mismísimo príncipe
de los demonios, el autor y el inventor de todo mal, sujeto a cadenas de fuego, será encar-
celado con el fin de que haya paz en el mundo, y que la tierra, zarandeada por tantos años,
descanse. Así se habrá hecho la paz, y todo mal habrá sido suprimido, con el fin de que el
justo rey y conquistador instituya un gran juicio en la tierra sobre los vivos y los muertos,
entregando todas las naciones a la sujeción de los justos que estén vivos, y levantando a
vida eterna los justos que hayan muerto; y Él mismo reinará con ellos en la tierra, y edifi-
cará la santa ciudad, y este reino de los justos durará mil años. Durante ese tiempo, las
estrellas serán más brillantes, y el brillo del sol aumentará, y el de la luna no disminuirá.
Entonces la lluvia de bendición descenderá de Dios mañana y noche, y la tierra producirá
todo su fruto sin que el hombre la trabaje. La miel caerá de las rocas, y abundarán las
fuentes de leche y vino. Las bestias habrán dejado su ferocidad y se volverán mansas, el
lobo se paseará entre las manadas sin hacer daño, la ternera comerá con el león, la paloma
se unirá al águila, la serpiente no poseerá veneno, ni habrá animal que mate para vivir,
puesto que Dios les suplirá a todos su alimento abundantemente y sin peligro. Pero
cuando se cumplan los mil años, y el príncipe de los demonios quede suelto, las naciones
se rebelarán contra los justos, y multitudes sin número vendrán a arrasar la ciudad de los
santos. Entonces tendrá lugar el juicio final de Dios contra las naciones, pues que sacudirá
la tierra desde sus cimientos, y caerán las ciudades, y hará que caiga sobre los malos lluvia
de fuego y azufre y granizo, y se prenderán en fuego y se matarán unos a otros. Los justos,
entonces, serán ocultados bajo la tierra por un poco de tiempo hasta que se cumpla la
destrucción de las naciones, pero después de tres días saldrán y verán las planicies cubiertas
de esqueletos. Entonces habrá un terremoto, y los montes caerán, y se hundirán los valles
hasta hacer grande profundidad, y se amontonarán en ella los cuerpos de los muertos, y el
nombre de este lugar será llamado Poliandro (nombre a veces dado a los cementerios, pues
que son muchos los que se llevan allí). Después de estas cosas, Dios renovará al mundo, y
transformará a los justos en formas de ángeles de modo que puedan servir a Dios para
siempre jamás, y este será el reino de Dios que no tendrá fin. Luego también los malos
resucitarán, pero no a la vida sino al castigo, puesto que Dios también los levantará cuan-
do tenga lugar la segunda resurrección, con el fin de que, por haber sido condenados a
tormentos perennes y entregados al fuego eterno, sufran los castigos que merecen por su
crimen”.
19. La alusión a la Fórmula Doctrinae del Concilio de Nicea, es como sigue: “Esperamos cielos
nuevos y tierra nueva, cuando se manifieste la aparición y el reino del gran Dios y Salvador
nuestro Jesucristo. Entonces, como dice Daniel, los santos del Altísimo tomarán el reino.
Y la tierra será pura, santa, tierra no de muertos sino de vivos (la cual David, viéndola con
los ojos de la fe, exclama, ‘Creo que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes’),
la tierra de los mansos y humildes. Pues que bienaventurados son los mansos, dice el
Señor, porque ellos heredarán la tierra; y el profeta dice que los pies de los pobres y de los
necesitados caminarán sobre ella” (cf. el artículo titulado, “Millennium”, en el Dictionary
de Henry Blunt).
Algunas de las sectas catalogadas como heréticas lo eran solo en ciertas doctrinas.
Muchas de ellas, como lo son algunas de las antes mencionadas, eran en realidad profetas
de la Reforma, y fueron clasificadas como heréticas solo por su oposición a lo que consi-
deraban que era la secularización de la iglesia. Es así como Juan Wesley va a hablar de
Montano como “no solo un hombre bueno, sino como uno de los mejores que había en
aquel momento sobre la tierra” (Works, XI:485). Indudablemente que así era en lo que
286 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
respecta a propósito e intención, sin que se puedan negar los anales históricos de los
excesos de los montanistas, aun cuando muchos de estos fueran excrecencias no represen-
tativas del movimiento como un todo. Hurst, Milner y otros historiadores de la iglesia
adoptan prácticamente la misma posición en cuanto a los valdenses, los cátaros y sectas
similares, ya que veían en ellas los precursores de la Reforma.
Desde el siglo diez hasta el catorce prevalecería la noción de que el fin del mundo es-
taba cerca. Al Constantino establecer la iglesia del estado, se pensó que respondía a la
figura de la primera resurrección; el reino de los mil años se concebía como precario,
puesto que su fin se acercaba; el anticristo, entonces, aparecería, y el fin de todas las cosas
pronto ocurriría. La literatura piadosa de este periodo expresa estas expectaciones (T. R.
Crippen, History of Christian Doctrine, 233).
20. Como hemos demostrado, fue muy poco lo que se enseñó sobre un milenio futuro
durante el periodo entre Agustín y la Reforma. El chiliastismo sufrió casi la aniquilación.
Desde el tiempo en que el Concilio de Roma, bajo el papa Dámaso, en 373 d.C., for-
malmente lo denunció, su condenación fue evidente. Baronio, un historiador católico
romano del siglo dieciséis, al escribir sobre los puntos de vista de los milenaristas del siglo
quinto, decía: “Así, las invenciones de los milenaristas, puesto que ahora han sido recha-
zadas en todo lugar, y ridiculizadas con mofas y carcajadas por los entendidos, y puesto
que también han sido prohibidas, se han extirpado totalmente”. Esta era la actitud general
de la iglesia al principio de la Reforma.
E. B. Elliot, en su Horoe Apocalypticoe, un tratado erudito y completo en cuatro to-
mos, compendia la perspectiva del milenio de principios de la Reforma como sigue: “Que
el milenio en el que Satanás es atado, y en el que los santos reinan, comenzó desde el
ministerio de Cristo, cuando éste vio que Satanás caía del cielo como un rayo; que ello
significó el triunfo sobre Satanás en los corazones de los verdaderos creyentes; que las
figuras subsecuentes de Gog y Magog indicaban la venida del anticristo al final del mun-
do, y que los mil años son un número figurado, que expresa la totalidad del periodo
comprendido. Se suponía, según lo que se enseñaba de la resurrección, que sería la de las
almas muertas a causa de la muerte del pecado, a la vida de justicia; que la bestia conquis-
tada por los santos significaba el mundo de maldad; su imagen, una profesión hipócrita; la
resurrección, algo continuo, hasta el fin de los tiempos, cuando tomen lugar la resurrec-
ción universal y el juicio final”. Elliot señala que este punto de vista prevaleció entre
ciertos escritores desde los tiempos de Agustín hasta la Reforma; también, que, después de
la Reforma, fue el que sostuvo Lutero, Bulinger, Bale, Pareo y otros, aunque con sentido
más eclesiástico y sujeto a ciertas modificaciones (cf. Daniel T. Taylor, The Reign of Christ
on Earth, 114-116).
21. Henry C. Sheldon resume de la siguiente manera la actitud hacia el chiliastismo durante el
periodo de la Reforma: “El chiliastismo o milenarismo fue decididamente repudiado por
todas las principales comuniones. Sin embargo, mantuvo considerable vigencia entre los
anabaptistas. Algunos de los autores místicos enseñaron puntos de vista parecidos. El
inglés Mede y el francés calvinista Jurieu, sostuvieron la teoría patrística primitiva. Du-
rante los días de la Rebelión y de la Mancomunidad, no fueron pocos los sectarios que
eran milenaristas. Tal era el caso con el partido designado como el de los Hombres de la
Quinta Monarquía. John Milton creía en una aparición futura visible de Cristo, y en que
se reinaría con Él sobre la tierra; el reinado sería de mil años. Cerca del fin de este periodo,
William Peterson atrajo la atención al defender con entusiasmo la misma doctrina. A la
misma vez se empezó a ver en algunos un abandono de la interpretación de Agustín, quien
creía en un reino visible de Cristo en la tierra. En lugar de ubicar el principio del milenio
en el pasado, lo ubicaban en el futuro. Whitby y Vitringa eran representantes prominentes
de esta perspectiva” (Henry C. Sheldon, History of Christian Doctrine, II:213).
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO 287
22. En este periodo hubo muchos que sostuvieron una firme creencia en el segundo
advenimiento, los cuales, aunque escribieron poco sobre el tema, se conocía que sostenían
perspectivas milenarias. Individuos como Samuel Rutherford (1600-1661), Jeremy Taylor
(1623-1668), Richard Baxter (1615-1691) y Joseph Alleine fueron escritores de la vida
devota que, en gran medida, expresaron sus anhelos del retorno de su Señor por medio de
sus propias perspectivas del segundo advenimiento. También “el príncipe de los soñado-
res” Juan Bunyan (1628-1688), “el Homero cristiano” John Milton (1608-1674), el
célebre comentarista Matthew Henry (1663-1714), el catedrático de teología en Bremen
John Cocceius (m. 1669), Isaac Newton (1642-1727) y todo una pléyade como ellos.
Estos otros nombres podrían ser útiles: Joseph Farmer, Peter Sterry, John Durant, Simón
Menno (el fundador de los menonitas), John Alstead y Robert Maton.
Las interpretaciones del libro de Apocalipsis se dividen en tres clases: (1) la preterista
(sostenida por Grocio, Moses Stuart y Warren), la cual considera que la profecía se ha
cumplido principalmente en la era que siguió inmediatamente al tiempo de los apóstoles
(666=Nerón, Káiser); (2) la continua (sostenida por Isaac Newton, Vitringa, Bengel,
Elliot, Kelly, y Cummings), la cual considera el todo como una historia profética continua
que se extiende desde la primera edad hasta el fin de las cosas (666=Lateinos); Hengsten-
berg y Alford sostienen substancialmente esta perspectiva, aunque consideran que los siete
sellos, y las siete trompetas y copas, son sincronológicas, haciendo que cada grupo de
objetos cubra de manera sucesiva el mismo terreno, pero exhibiendo algún aspecto espe-
cial del mismo; (3) la futurista (sostenida por Maitland y Todd), la cual considera que el
libro describe los eventos que están pendientes de ocurrir durante el tiempo que precederá
inmediatamente la venida del Señor, y el tiempo que le seguirá (A. H. Strong, Systematic
Theology, III:1000).
23. Joseph Mede comenta sobre 1 Tesalonicenses 4:14-18 lo siguiente: “Una vez que seamos
recibidos juntamente con Cristo en su venida, de ahí en adelante nunca perderemos su
presencia, sino que siempre la gozaremos... El arrebatamiento de los santos en las nubes
será para honrar a su Señor y Rey a su regreso... y para ser preservados durante la confla-
gración de la tierra y los resultados que conlleve: como Noé y su familia fueron preserva-
dos del diluvio al ser levantados en el arca por sobre las aguas, así serán levantados con las
nubes los santos en la conflagración, en su arca, Cristo, para ser en ella preservados del
diluvio de fuego en el que los malos serán consumidos”. Sobre 2 Pedro 3:8 Mede dice:
“Pero por haberles mencionado el día del juicio, dado que podrían confundirlo con un
breve día, o un día de escasas horas, les pido, amados, que no ignoréis que un día es para el
Señor como mil años, y mil años como un día... palabras estas que habitualmente se
asume como que representan un argumento en favor de que Dios no retarda su promesa,
pero que los primeros padres las asumieron de manera diferente, lo cual ha probado ser
acertado. Porque la pregunta no es si el tiempo es largo o corto respecto a Dios, sino si es
largo o corto respecto a nosotros; de otra manera, no solo mil años, sino cien mil, serán a
los ojos de Dios no más de un día para nosotros; por tanto, no sería prolongado para Dios
si el día del juicio se retardara hasta ese tiempo” (cf. Joseph Mede, Works, III:611;
IV:776).
24. Nathaniel Homes fue un escritor puritano de grandes habilidades y contemporáneo de
Joseph Mede. En su obra Revelation Revealed, Homes dice lo siguiente: “En esa nueva
creación Cristo restaurará todas las cosas a su perfección, y cada creyente a la suya, con el
fin de que todos los creyentes puedan gobernar, de manera conjunta y coordinada, sobre
el mundo entero y todo lo que en él hay, sujetos a Cristo, su cabeza. Digo sobre todo, y no
sobre parte, como alguien descuidadamente ha publicado. Y digo conjuntamente, y no
una parte de los santos, no restándole autoridad al resto, que es lo que muchos soñarían. Y
coordinadamente, todos bajo los mismos términos, y no que algunos santos gobierne
288 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
haciendo del resto sus diputados, como los hombres parecen interpretar”. En lo que
concierne a aquellos que están “reservados del fuego para ser un apéndice de la nueva
creación, según lo entienden Lactancio, Sixto, Senensis y el doctor Twisse”, Homes dice
que, “por virtud del pacto adánico, serán restaurados en cuerpo y alma a la perfección
natural que Adán tenía en su estado de inocencia, aunque, por ser mutables, caerán,
cuando los asalte igualmente Satanás. Y de estos surgirá la progenie de Gog y Magog...
Puesto que ahora la iglesia es como el cielo en la tierra, el falaz engendro del futuro Gog y
Magog será ubicado remotamente en la tierra, cerca de su futuro infierno... Pero, si estos
hipócritas estuvieran cerca de la iglesia, ¿podrían quizá convertirse? Nosotros respondemos
que no, puesto que es (si podemos usar la palabra) el destino del periodo milenario, quiero
decir, la justa sentencia perentoria de Dios que, dado que durante todo ese tiempo no
habrá más degeneración de creyentes, tampoco haya regeneración de ellos” (Nathaniel
Homes, Revelation Revealed, 279, 282).
Thomas Burnett concordó tanto con Mede como con Homes en cuanto al tiempo de
la conflagración y de los nuevos cielos y la nueva tierra, y también en cuanto a lo completo
de la iglesia que deberá reinar en el estado de resurrección en la nueva tierra. “Tampoco
encuentro en San Juan”, dice Burnett, “que se haga una distinción entre dos clases de
santos en el milenio, una de los que están en el cielo (en cuerpos resucitados), y la otra de
los que están en la tierra (en estado mortal). Esta es una idea del milenio que, a los ojos
míos, no tendría ni belleza, ni fundamento en la Biblia”. Pero Burnett admite la dificultad
de dar cuenta de los malos que al clausurarse el milenio rodearán el campamento de los
santos y la ciudad amada (Apocalipsis 20:7-9). La solución que él mismo propone es la
siguiente: “Parece probable que exista una doble raza humana en la tierra futura, una muy
diferente de la otra... Una, nacida del cielo, hijos de Dios y de la resurrección, quienes son
los verdaderos santos y los que heredarán el milenio; la otra, nacida de la tierra, hijos de la
tierra, generados del lodo de la tierra y el calor del sol, como lo fueron al principio las
criaturas brutas. Esta segunda progenie, o generación de hombres de la tierra futura, es lo
que entiendo que el profeta quiere decir con estos nombres prestados o fingidos de Gog y
Magog” (Thomas Burnett, Theory of the Earth, IV:7).
25. Sobre el tema de lo completo de la iglesia, Perry declara: “Es inequívoco que cuando
Cristo venga personalmente desde el cielo, será el tiempo en que se solemnizará abierta-
mente la gloria del matrimonio entre Él y su esposa; y, si es así, entonces la novia deberá
estar preparada para ese tiempo, pues que así lo expresa este texto: ‘Y su esposa se ha
preparado’, lo cual no lo sería si no fueran todos convertidos antes de que Cristo viniera.
Esto, pienso, es innegable: que ‘la esposa’ o ‘la novia’ de Cristo se ha de entender como la
totalidad de los elegidos... ¿Cómo podría pensarse que Cristo, cuando venga desde el cielo
para celebrar esa fiesta de bodas entre Él y su pueblo, tenga una novia lisiada e imperfecta,
pues que así tendría que serlo si algunos estuvieran con Cristo en un estado perfecto y
glorificado, mientras que otros de su cuerpo místico estuvieran a su vez en una condición
imperfecta y no glorificada?” (Joseph Perry, The Glory of Christ’s Visible Kingdom,
225-226). Perry también declara lo siguiente: “La última restitución, o la restitución de
todas las cosas, no tendrá lugar, según yo lo concibo, hasta que Cristo venga personal-
mente. Así como el cielo lo recibió, así también lo retendrá hasta este tiempo, el cual traerá
la restauración de todas las cosas... Aunque esta restitución de todas las cosas incluye la
restitución de la creación a su estado paradisíaco, con todo es irrefutable que la principal
parte de esta restitución consistirá en que se traiga a los elegidos que fueron regenerados
por gracia, y que se complete el cuerpo místico entero de Cristo, pues es a los que princi-
palmente les atañe, y por cuya causa todas las otras criaturas serán restauradas, todo lo cual
demuestra que nadie se convertirá cuando Cristo venga” (Ibid., 224).
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO 289
26. J. A. Bengel escribió: “Aparte de todos los detalles de cómputo cronológico, no podemos
sino pensarnos en aproximación muy cercana al término de un gran periodo; tampoco
podemos deshacernos de la idea de que tiempos inciertos pronto se sobrepondrán al
reposo que por tanto tiempo se ha gozado. Cuando el fin de algún gran y notable periodo
se acerca, se encuentra que muchos eventos sorprendentes toman lugar de manera simul-
tánea, y muchos más de manera rápidamente sucesiva, y que esto sucede después del curso
de épocas intermedias en las que nada inusual ha ocurrido” (J. A. Bengel, Memoirs and
Writings, 311).
John Gill (1697-1771) fue un inglés contemporáneo de J. A. Bengel. En lo que con-
cierne al milenio o reino personal de Cristo, Gill dice lo siguiente: “Observo que Cristo
poseerá un reino especial, peculiar, glorioso y visible, en el que reinará personalmente
sobre la tierra. (1) Yo lo señalo como un reino especial y peculiar, diferente del reino de la
naturaleza, y de su reino espiritual. (2) Será sumamente glorioso y visible; de aquí que su
aparición y su reino se sitúen juntos (2 Timoteo 4:1). (3) Este reino se dará después que
todos los enemigos de Cristo y de su pueblo sean quitados del medio. (4) El anticristo será
destruido; luego, un ángel, quien no será otro que Cristo, descenderá para atar a Satanás y
a todos sus ángeles. (5) Este reino de Cristo será delimitado por dos resurrecciones: por la
primera resurrección, o la resurrección de los justos, con la cual comenzará; y por la
segunda resurrección, o la resurrección de los malos, con la cual casi o totalmente termi-
nará. (6) Este reino tendrá lugar antes del juicio general, especialmente el de los malos.
Juan, después de ofrecer el relato del primero (Apocalipsis 20), relata la visión del último.
(7) Este reino glorioso y visible de Cristo será en la tierra, y no en el cielo; por tanto, será
distinto del reino del cielo o la gloria última”.
27. Edward Bickersteth dice: “La Esposa consta de todos los que han creído hasta que
comience el milenio. Solo éstos son el cuerpo místico de Cristo... Pero después que sean
completados, en el segundo advenimiento, la tierra será poblada por las naciones de los
salvados, en carne y hueso, por los amigos, los compañeros, y los siervos del Esposo—una
compañía totalmente diferente a la de la Esposa glorificada” (Edward Bickersteth, The
Divine Warning).
De acuerdo al Duque de Manchester, “Los dones necesarios para la formación del
cuerpo místico de Cristo no se confirieron sino hasta después que Cristo ascendió... Por
tanto, no podríamos decir con exactitud que la iglesia bajo la dispensación anterior era
‘Cristo’. La Esposa es la Nueva Jerusalén... La gran gloria de la Nueva Jerusalén es que
ahora es la morada de la Deidad. Pero que el creyente sea la habitación de Dios es la gloria
peculiar de la dispensación fundada por los apóstoles, según la promesa de que ‘está con
vosotros y estará en vosotros’” (Duque de Manchester, The Finished Mystery, 284-288).
A. A. Bonar difiere de las posiciones anteriores. Cuando el Señor venga, la Esposa la
formarán todos los santos que han sido redimidos en medio de luchas y tentaciones,
tristezas y guerras; y esta Esposa reinará mil años con Él. Por tanto, como santos que
poblarán la tierra durante estos mil años, serán tan verdaderamente santos y tan sencilla-
mente dependientes de su Cabeza como cualquiera de los que ya estarán en gloria (A. A.
Bonar, Redemption Drawing Nigh, 124ss).
28. Daniel Steele, en su libro titulado Antinomianism Revived, trata con lo que él denomina,
“la escatología de Plymouth”. Su discusión se interesa en la escatología de los Hermanos
de Plymouth, pero la teoría que se discute es la misma que hemos denominado, “la teoría
Keswick”. Nadie cuestionará que el movimiento Keswick moderno es en gran medida un
derivado del movimiento Plymouth que lo antecede. Aunque Steele discute esta posición
premilenaria solo desde la perspectiva de un postmilenarista, las referencias que hace a un
antinomianismo subyacente no dejan de ser válidas. La teoría de represión del milenio no
es otra cosa que una extensión de la teoría de represión del pecado en el corazón del
290 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
admitir esa clase de reino milenario externo y represivo. Si la mente carnal no puede
sujetarse a la ley de Dios en el presente, ¿cómo lo podrá hacer durante el milenio? Este es
uno de los problemas confusos que afectan a esta forma de milenarismo.
31. Es habitual en los que defienden este tipo de milenarismo que fundamenten sus
objeciones al postmilenarismo basados en la parábola del trigo y la cizaña. A manera de
ilustración, citemos lo siguiente, de A. Sims: “La teoría del momento (refiriéndose al
postmilenarismo) se opone al espíritu y a la enseñanza de la parábola del trigo y la cizaña.
Estas no podrán separarse, puesto que deberán crecer juntas hasta la siega, o el fin de las
edades, cuando Cristo venga para juicio. Pero, ¿cómo podrán continuar creciendo el mal
junto al bien hasta la clausura de la dispensación si todos han de ser salvos, y si han de
haber mil años de justicia antes de la segunda venida de Cristo? Se sigue, entonces, que la
perspectiva prevaleciente del milenio enseña que el trigo y la cizaña no han de crecer
juntos hasta la siega, sino que la cizaña se convertirá en trigo, puesto que tampoco la
segunda venida de Cristo tendrá lugar hasta el fin de los mil años” (A. Sims, Deepening
Shadows and Coming Glories, 191). Aquí el escritor objeta al postmilenarismo sobre las
bases de que éste enseña un reino de absoluta justicia previo a la venida de Cristo, un reino
en el que toda la cizaña se convierta en trigo. Pero si los postmilenaristas creyeran así, sería
un argumento contra ellos mismos. Que no es este el caso, lo evidenciará un estudio
cuidadoso de sus escritos. El argumento es reaccionario. La clara inferencia es que el
milenio que sigue a la venida de Cristo no será un reino mixto en el que pecadores y justos
vivan juntos, puesto que la cizaña habrá sido destruida y todas las personas serán justas.
Pero, ¿es eso lo que enseña este tipo de milenarismo? Ciertísimamente que no. Lo que
sostiene es que la obra de la salvación continuará como antes durante el milenio, y que
todavía existirá una mezcla de los malos y los justos, de la cizaña y del trigo.
32. William Burton Pope, en su comentario de Hebreos 9:12, 24-28, dice: “Este es un texto
cardinal, y la variación de la fraseología, escogida con gran cuidado, necesita observarse.
En este versículo, la palabra es ofzesetai (Hebreos 9:28, ‘aparecerá por segunda vez’),
mientras que en el otro, donde dice que ‘se presentó... para quitar de en medio el pecado’,
la palabra es pezanerotai, y su manifestación entre estas dos veces es ‘para presentarse ahora
por nosotros ante Dios’, emfaniszinai. La primera vez será la exhibición más visible suya
como Rey, en la forma judicial de su oficio real. Vindicará su expiación contra todos los
que lo han menospreciado. El pecado será finalmente castigado por constituir el rechazo
de Cristo y de su redención. ‘Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los
ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a
Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo’, la dará a todos los que han
escuchado ese evangelio y sean hallados sin el conocimiento evangélico de Dios” (William
Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III:390).
El señor Barker, en su comentario de Hebreos 7:25, dice: “Es absolutamente necesa-
rio recordar que la palabra ‘siempre’ significa continuidad, no eternidad de acción, ya que
el oficio de Cristo como nuestro intercesor concluirá cuando haya traído a todo su pueblo
con Él” (Barker, Hope of the Apostolic Church, 184).
El Duque de Manchester, un ardiente premilenarista, asume la misma posición. Dice:
“Cuando el Mesías deje el ‘Lugar Santísimo’ al que hoy ha entrado para ‘presentarse ahora
por nosotros ante Dios’, la intercesión, la cual es peculiar a su sitio en el Lugar Santísimo,
habrá cesado... Al entregarle su reino al Padre (aquel en el que ahora reina, pero que
entregará en el milenio), dejará ‘el trono de gracia’ en el que reinará hasta la aplicación
eficaz por el Espíritu Santo de toda su obra hasta ‘la restitución de todas las cosas’” (Du-
que de Manchester, Horae Hebraicae, 90).
33. Joseph Perry, un enérgico defensor del tipo primitivo de premilenarismo, rechaza la idea
de que la salvación continúe después del segundo advenimiento, ya que cree que la iglesia
292 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
estará completa con anterioridad a ese tiempo. Dice: “Hay algunas cosas en las que estas
personas insisten pero con las que no puedo de manera alguna consentir, es decir, que
según la opinión de algunos buenos hombres cuando Cristo se establezca en su trono de
gloria, en su reino, y todos los santos con Él, en estado perfectamente incorruptible de
inmortalidad, entonces ocurrirá la predicación del evangelio, y la obra de conversión irá
adelante entre la multitud de naciones que estén viviendo cuando Cristo venga. Digo que
es en esto que no puedo acoplarme sino al contrario expresar mi aversión, porque no
puedo creer que el Señor Jesucristo descienda del cielo y deje esa gran obra de intercesión
que ahora ostenta a la diestra de Dios en espera de que el número exacto de los elegidos de
Dios de entre los judíos y gentiles se convierta, y se complete el cuerpo místico de Cristo.
Si ese fuera el caso, ¿dónde habría lugar para que se continuara la obra de conversión
después de ahí? (Joseph Perry, Glory of Christ’s Visible Kingdom).
Thomas Burnett ha declarado que “interpretar el Apocalipsis sin el milenio es como
abrir una cerradura sin la llave”. El milenio, para este autor, ha de identificarse con el
periodo de los nuevos cielos y la nueva tierra y, por tanto, con un periodo de justicia pura.
Esta doctrina, según él, “era la de todos los antiguos milenarios, y es por eso que debemos
ser cuidadosos y situarlo en ese periodo”. También va a contender que el estado que será la
nueva Jerusalén no será distinto del estado del milenio, y que será inaugurado por la
séptima trompeta y el juicio; además, que durante el milenio ocurrirá una aparición lustral
de Cristo y de la shekiná. Ubicar el milenio en esta tierra antes de la renovación, afirma él,
fue lo que trajo descrédito y decadencia a la antigua doctrina (cf. Daniel T. Taylor, The
Reign of Christ on Earth, 214).
El siguiente análisis de la posición de Agustín ha sido concertado en conformidad con
el abstracto de La ciudad de Dios, preparado por Elliott, el cual aparece citado en la obra
de Jesse Forrest Silver, titulada, The Lord’s Return: (a) La primera resurrección es la de las
almas de los muertos que se levantan a la vida espiritual, lo cual comienza con el ministe-
rio de Cristo, desde donde data el milenio. (b) El diablo, el hombre fuerte armado, es
atado y expulsado de los corazones de los discípulos de Cristo. (c) El reino de los santos es
su victoria personal sobre el pecado y el diablo. Satanás ya no puede engañar. (d) La
‘bestia’ es el mundo malvado; su ‘imagen’ es la hipocresía. (e) El milenio terminará en 650
d.C., lo cual concluirá el periodo de seis mil años e introducirá el surgimiento del anti-
cristo.
34. Charles Hodge presenta esta doctrina como sigue: “La doctrina común de la iglesia es,
primero, que habrá un segundo advenimiento del Hijo de Dios, el cual será personal,
visible y glorioso. Segundo, que los eventos que precederán ese advenimiento serán: (1) La
difusión universal del evangelio, o como lo expresa nuestro Señor, la reunión de los elegi-
dos. En esto consiste la vocación de la iglesia cristiana. (2) La conversión de los judíos, la
cual será nacional. Así como fue nacional su destitución, aunque un remanente sería salvo,
así podrá ser nacional su conversión, aunque algunos puedan permanecer endurecidos. (3)
La venida del anticristo. Tercero, que los eventos que estarán presentes en el segundo
advenimiento serán: (1) La resurrección de los muertos, tanto justos como injustos. (2) El
juicio general. (3) El fin del mundo. Y, (4) la consumación del reino de Cristo” (Charles
Hodge, Systematic Theology, III:792).
Los teólogos arminianos han sido casi sin excepción los exponentes de la teoría post-
milenaria. Aquí se puede nombrar a Richard Watson como el más antiguo de los teólogos
metodistas, y a Pope, Raymond, Wakefield, Miley, Summers y Field. Entre los teólogos
calvinistas o reformados podemos mencionar, además de Charles Hodge, a A. A. Hodge,
Strong, Shedd y Boyce. Algunos de estos, sin embargo, le dan poca atención al tema en
sus tratados teológicos.
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO 293
William Burton Pope dice: “Dado que ninguna iglesia ha incorporado la doctrina (el
premilenarismo) en sus profesiones de fe, la misma se ha reducido en tiempos modernos a
escuelas de pensamiento dentro de las distintas comuniones, las cuales han sido influen-
ciadas, en su mayoría, y lideradas por estudiantes individuales de la profecía... Durante el
siglo presente, esta creencia ha sido incorporada en numerosos sistemas, y en algunos es
casi su característica principal. Aun así, generalmente hablando, la misma va a ser sosteni-
da solo por individuos y escuelas privadas de interpretación, de manera inconsistente por
teólogos luteranos, anglicanos, de Westminster, y de algunas otras confesiones, y de
manera consistente solo por aquellos que en otros respectos niegan la analogía de la fe
según la expresan los credos antiguos y los libros de fórmulas de la Reforma y el consen-
timiento general de la Iglesia Católica Romana, pero sin que confesión alguna la limite”
(William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III:397-398).
I. A. Dorner y el obispo H. L. Martensen hacen hincapié en la importancia del se-
gundo advenimiento, y en cierto sentido pueden considerarse premilenaristas, aun cuando
sus enseñanzas se acerquen más, en muchos casos, a la teoría postmilenaria o, para ellos,
las enseñanzas comunes de las confesiones.
35. J. J. Van Oosterzee, entre los teólogos holandeses, se atiene a la teoría premilenaria. Dice:
“La expresión, reino milenario, suena desagradable a tantos oídos aun desde el punto de
vista de la creencia que se requiere algo de valentía para que uno se coloque entre los
defensores del chiliastismo. Si lo hacemos, por tanto, en obediencia a la fe en la Palabra,
fuera de la cual no sabríamos nada acerca del futuro, debemos comenzar repudiando la
forma judía, en la cual algunos representan esta perspectiva de forma que provee una
ocasión propicia para que los reformadores hablen de la Judaica somnia. Para nosotros la
esperanza aquí comunicada es también ‘una perla real de verdad y conocimiento cristia-
nos’, pero lo será solamente después que hayamos separado la perla de la concha veteada
en la que con frecuencia se nos ofrece” (J. J. Van Oosterzee, Christian Dogmatics, II:799).
La posición postmilenaria se encuentra hábilmente expresada por Clarence A. Be-
ckwith en el artículo sobre el milenio, de la nueva Enciclopedia Schaff-Herzog del Cono-
cimiento Religioso.
(1) El evangelio, por medio de las agencias cristianas, impregnará el mundo entero,
volviéndose inmensurablemente más eficaz que en el presente.
(2) Una vez se alcance esta condición, la misma continuará por mil años.
(3) Los judíos se convertirán, bien al principio o en algún momento durante este pe-
riodo.
(4) Seguirá a esto una breve apostasía y un pavoroso conflicto entre fuerzas cristianas y
de maldad.
(5) Por último, pero simultáneamente, ocurrirá el advenimiento de Cristo, la resu-
rrección general, el juicio, la destrucción del mundo antiguo mediante el fuego, y la
revelación de los cielos nuevos y la tierra nueva.
Es bien conocido que Juan Wesley siguió a J. A. Bengel en su interpretación del Apo-
calipsis. El John Owen también sostiene este punto de vista. Todos afirman que hay dos
periodos distintos de mil años de los cuales se habla en Apocalipsis 20:1-7, y Daniel Steele
observa que el artículo griego apoya esta perspectiva. El primer periodo es aquel en el que
Satanás es atado por mil años, el cual, como declara Bengel, indica el gran periodo de
prosperidad de la iglesia. El segundo es el de los mártires que vivieron y reinaron con
Cristo por mil años. En lo que concierne a este último, Bengel dice: “Mientras que Sata-
nás queda suelto de su reclusión de mil años, los mártires viven y reinan, pero no en la
tierra, sino con Cristo. Entonces, la venida de Cristo en gloria al fin tendrá lugar en el día
último; luego, lo próximo será el cielo nuevo, la tierra nueva, y la nueva Jerusalén”. Bengel
va a añadir que, “confundir los dos periodos milenarios ha producido numerosos errores
294 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
desde hace mucho tiempo, lo cual ha hecho del calificativo chiliastismo uno antipático y
suspicaz”. Daniel Steele, al comentar la posición anterior, dice: “Luego, Bengel y Wesley,
antes que premilenaristas, eran, de hecho, lo que son la mayoría de los metodistas mo-
dernos—postmilenaristas” (Daniel Steele, Antinomianism Revived, 241).
36. Miner Raymond también plantea: “¿Serán verdaderos cristianos todos los habitantes de la
tierra en el tiempo del milenio? Pensamos que no, puesto que suponerlo es también
suponer que la probatoria habrá cesado, y que los humanos de la tierra habrán alcanzado
la condición de su estado celestial. Afirmar la salvación segura de una clase requiere que se
asuma que habrá una agencia que asegure esos resultados, pero asumir tal cosa es lo con-
trario a la contingencia. Si la salvación de todos los vivientes va a estar asegurada con
certeza en algún momento dado, entonces su salvación no es una contingencia; no están a
prueba. El verdadero milenio consiste en el logro del evangelio; el evangelio es predicado a
agentes morales, capaces de aceptar o rechazar... ¿Por qué medios podemos esperar que el
milenio se introduzca? Hemos asumido que el presente es el último tiempo, que es la
última dispensación de gracia y de probatoria provistas para los seres humanos, que la
venida de Cristo será al final del mundo, que la resurrección de los muertos, tanto de los
justos como de los injustos, ocurrirá cuando Cristo venga, sucediendo la de los injustos
inmediatamente a la de los justos. Esta suposición equivale a afirmar que los medios para
los logros del evangelio serán los mismos que operan ahora, y que han operado desde el
principio, pero que cambiarán solo en el sentido de que serán considerablemente acrecen-
tados en número y eficiencia” (Miner Raymond, Systematic Theology, II:490-492).
37. David Brown, un notable escritor postmilenarista, dice: “Al abrir sus libros (refiriéndose a
la “Guía”, de Edward Bickersteth), encontramos que usted hace del milenio el mismo
estado cristiano que nosotros esperamos que sea. Usted dice que los judíos, al contemplar
a su Salvador traspasado, se arrepentirán y creerán, y serán los instrumentos misionales
para la conversión de los gentiles; y usted habla de la bienaventuranza espiritual de ese
periodo en el cual ‘la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren
el mar’, y ‘el reino, el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo sean
dados al pueblo de los santos del Altísimo’, y ‘los hombres serán benditos en Cristo [con la
salvación, por supuesto], y toda nación lo llamará bendito’. Aquí, pues, está la dificultad
inextricable en la que el sistema suyo lo deja atrapado, aunque usted no se encuentre
consciente de ella, o no quiera enfrentarse a ella. Usted discurre con igual confianza sobre
dos cosas, una de las cuales destruye a la otra. Usted se regocija en que Cristo traerá a todo
su pueblo con Él antes del milenio. ¡Pero usted no se regocija menos en la perspectiva de
un mundo que estará poblado de personas creyentes por mil años después de su venida!”
(David Brown, Christ’s Second Coming, 78).
En cuanto a los puntos de vista de Juan Wesley, Daniel Steele observa lo siguiente:
“Wesley, en sus ‘Apuntes sobre el Nuevo Testamento’, siguió a Bengel mayormente sino
en definitiva en lo cercano de Satanás ser atado y el milenio; también en la opinión de que
Apocalipsis 20:1-11 incluía dos periodos de mil años en el primero de los cuales Satanás
sería atado y la iglesia y el mundo tendrían ‘inmunidad de todo mal y afluencia de toda
bendición’; el milenio. Durante los segundos mil años, Satanás sería desatado, y ‘mientras
que los santos reinan con Cristo en el cielo, los hombres en la tierra estarán sin cuidado y
seguros’. Después de estos segundos mil años, según Wesley, ocurrirá el segundo adveni-
miento. Sus palabras son inequívocas y determinantes: ‘Él [Satanás] será atado pronto;
cuando sea desatado los mártires vivirán y reinarán con Cristo. Después vendrá su retorno
en gloria’ (Apuntes sobre Apocalipsis 20:1-11). De esta manera, en su sermón sobre ‘El
gran tribunal’, ubicará claramente el segundo advenimiento en el tiempo del juicio (Apo-
calipsis 20:11-15), el que el Apóstol dice, y todo el mundo admite, que será después del
milenio. Estos hechos prueban concluyentemente que Wesley ubicaba el segundo adve-
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO 295
nimiento después del milenio. Se apartaría, pues, en esto de Bengel, si, como se alega, éste
ubicaba el advenimiento antes del milenio” (Daniel Steele, Antinomianism Revived,
273-274).
38. Miner Raymond objetará al premilenarismo de la siguiente manera: “La teoría no tiene
apoyo sino en la interpretación literal del capítulo veinte de Apocalipsis. Si ese capítulo
contuviera toda la información que tenemos sobre el tema, estaríamos compelidos a
conceder que el postmilenarismo es la escatología de la Biblia, pero hemos de confesar que
el libro de Apocalipsis es altamente figurado y simbólico, y que es extremadamente difícil
interpretarlo. Es una regla aceptada de exégesis que lo perspicuo explique lo oscuro, y que
lo literal explique lo figurado, y no al revés” (Miner Raymond, Systematic Theology,
II:478).
Aquí surge una diferencia entre el Apocalipsis y los otros escritos del Nuevo Testa-
mento. Entre tanto que estos últimos unen el juicio y la consumación del mundo al
segundo advenimiento de Cristo, el Apocalipsis interpone otra fase. Hace que el reinado
de mil años de Cristo se fije en este periodo del mundo terrenal, con anterioridad a la
lucha final decisiva y la victoria de Cristo. Pero el pasaje es de significado discutible. Según
una interpretación, los mártires y santos serán previamente traídos a la vida con cuerpos
glorificados en una primera resurrección. Según otros, su resurrección significa solamente
que serán dotados de poder para su reinado con Cristo. Se disputa, todavía más, si, según
el Apocalipsis, Cristo se encontrará visible en la tierra durante el milenio, o si vendrá otra
vez en el milenio solo en el sentido de una manifestación triunfante y gloriosa del poder
del evangelio, de lo cual dependerá la otra pregunta de si el reinado conjunto de los santos
con Cristo tendrá lugar invisiblemente, y por tanto, espiritualmente en el cielo, con la
antigua tierra permaneciendo como tierra, o sobre ella. El Apocalipsis precisa que Satanás
sea desatado una vez más por un poco de tiempo, y que Gog y Magog marchen contra la
santa ciudad, representación en la cual las relaciones terrenales del milenio se ven esen-
cialmente como iguales a las antiguas. Pero si este es el caso, sería improbable que el autor
estuviera pensando en que la antigua tierra estuviera siendo visiblemente gobernada por
Cristo juntamente con los santos resucitados en cuerpos glorificados. En el reino de los
mil años del Apocalipsis, no se es prometido ni un retorno visible de Cristo, ni la glorifi-
cación y transformación del mundo. La única característica del segundo advenimiento de
Cristo que se menciona de manera cierta es el reinado conjunto de los santos con Cristo
sobre unos tronos, y el que la autoridad de Satanás sea temporalmente atada, siendo más
probable que esto último tome lugar en la tierra externa, sin que ésta cambie, en el tiempo
en que su poder sea desatado. El juicio final y la manifestación de Cristo en gloria sólo
vendrán después del último conflicto con los poderes anticristianos (Apocalipsis 20:10ss),
y del suceso del nuevo cielo y la nueva tierra, cuyos cambios cósmicos están vinculados a la
resurrección general (Apocalipsis 20:11-15; 21:1; cf. 2 Pedro 3:13) (Isaac A. Dorner,
System of Christian Doctrine, IV:389-390).
La Declaración de Richard Watson sobre el Premilenarismo. La siguiente declara-
ción sobre el milenio, y sobre las bendiciones que se gozarán particularmente durante ese
periodo señalado por la profecía, es tomada de los escritos de Richard Watson, el antiguo
teólogo del metodismo. El artículo entero se encuentra en el Diccionario de Watson, bajo
el título de, “El Milenio”.
(1) Se dice expresamente de aquellos que participarán de la primera resurrección que
serán “bienaventurados y santos”, con lo cual el escritor inspirado parece denotar que será
un tiempo de eminente santidad. Ello constituirá la gloria peculiar y la fuente de felicidad
del estado milenario (Zacarías 14:20-21).
(2) Hay razón para esperar una efusión extraordinaria del Espíritu al comienzo de este
periodo feliz, al igual que la hubo al establecerse por primera vez el reino de Cristo en el
296 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
mundo. Además de las promesas del Espíritu cumplidas en la era apostólica, hay otras que,
por su vínculo, parecen aludir al tiempo del que ahora estamos hablando. Por eso Isaías,
después de describir el reino de Cristo que se establecería en su primera venida, y luego el
estado desolado de los judíos, lo representa como algo que continuará “hasta que sobre
nosotros sea derramado el espíritu de lo alto. Entonces el desierto se convertirá en campo
fértil y el campo fértil será como un bosque” (Isaías 32:15-19). (Cf. también Romanos
11:26-27 e Isaías 59:20-21. Ezequiel 36:27; 39:28-29; Zacarías 12:10).
(3) Una propagación universal del evangelio, la cual difundirá el conocimiento del
Señor a través del mundo de una manera más extensiva y eficiente que nunca antes. La
promesa que se repite es que “la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las
aguas cubren el mar”; y esto tendrá lugar en ese día en el que los gentiles buscarán la raíz
de Isaí, cuya habitación será gloriosa, cuando “Jehová alzará otra vez su mano para reco-
brar el resto de su pueblo... Levantará pendón a las naciones, juntará los desterrados de
Israel y desde los cuatro confines de la tierra reunirá a los esparcidos de Judá” (Isaías
11:9-12). La misma promesa de un conocimiento universal de la gloria del Señor se repite
en la profecía de Habacuc 2:14. A ello le acompañarán efectos correspondientes: “Se
acordarán y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las
naciones adorarán delante de ti” (Salmos 22:27); “Todos los reyes se postrarán delante de
él; todas las naciones lo servirán” (Salmos 72:11). Aunque no podemos imaginar que
todos los habitantes del orbe lleguen a tener un conocimiento verdadero y salvador del
Señor, sí podemos esperar que la propagación universal de la luz y el conocimiento reli-
gioso sea tal que desarraigue el paganismo, el mahometismo, y los artificios anticristianos,
y que produzca numerosos efectos sobre aquellos que no sean verdaderamente regenera-
dos, intimidando sus mentes, domesticando su ferocidad, mejorando su moralidad, y
haciéndolos pacíficos y humanitarios.
(4) Los judíos entonces se convertirán a la fe del Mesías, y participarán con los gentiles
de las bendiciones de su reino. El apóstol Pablo trata extensamente con este asunto (Ro-
manos 11), y lo confirma por medio de las profecías del Antiguo Testamento. Habla de
Israel en sentido literal, la posteridad natural de Abraham, puesto que los distingue tanto
de los creyentes gentiles como de los convertidos judíos de su tiempo, y los describe como
al resto, quienes eran ciegos, y habían tropezado y caído sin alcanzar nada; al contrario,
habían sido desgajados y excluidos (Romanos 11:7, 11-12, 15 y 17). No obstante, niega
que hayan tropezado para caer sin poder recuperarse al punto de que no pudieran ser
restaurados en ningún periodo futuro; al contrario, demuestra que por medio de su caída
la salvación habría de venir a los gentiles, aunque tal cosa, de nuevo, los provocara a celos
o emulación (v. 11). Arguye que, si la caída y mengua de los judíos fue para enriquecer a
los gentiles, y su exclusión, para la reconciliación del mundo, su plena restauración será
mucho más, y su admisión, vida de entre los muertos (versículos 12, 15). Arguye, aún
más, que si los gentiles fueron injertados “contra naturaleza... en el buen olivo, ¿cuánto
más estos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?” (v. 24). Y este
no es un evento que el Apóstol considere probable, sino absolutamente seguro, puesto que
va a demostrar que la ceguera actual y conversión futura de ese pueblo es el misterio o
sentido oculto de las profecías alusivas a los judíos, y las dos que cita anticipan, por su
contexto, tanto el rechazo de ellos como su restauración (Isaías 59:20-21; 27:9).
(5) La pureza de la comunión visible de la iglesia, la adoración y la disciplina, serán
entonces restauradas, cónsonas con el modelo apostólico primitivo. Durante el reinado del
anticristo, una forma corrompida de cristianismo habrá sido traída sobre las naciones e
incorporada en las constituciones políticas de los reinos que estarán sujetos a ese poder
monstruoso. Por ese medio, los hijos de Dios, o bien estarán mezclados entre la comunión
religiosa visible del mundo profano, en una oposición directa a la palabra de Dios, o bien
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO 297
serán perseguidos por su no conformidad. En una referencia a este estado de cosas, el ángel
ordena al apóstol Juan que deje el patio que está fuera del templo, y que no lo mida, por la
siguiente razón: “porque ha sido entregado a los gentiles. Ellos hollarán la ciudad santa
cuarenta y dos meses” (Apocalipsis 11:2), es decir, contaminarán y profanarán la adora-
ción y comunión de la iglesia durante los mil doscientos sesenta años del reinado del
anticristo, a un punto tal que no podrá ser medido por la regla de la palabra de Dios. Pero
cuando llegue el periodo del cual estamos hablando, el santuario será purificado (Daniel
8:14); entonces, la comunión visible, la adoración y la disciplina de la casa de Dios, serán
restauradas a su pureza primitiva, en consonancia con la regla del Nuevo Testamento.
(6) La presencia y habitación especial del Señor estará entonces en medio de su pue-
blo... Él también los llamará a la pureza de la comunión y de la santidad personal, y
prometerá morar con ellos y andar entre ellos (2 Corintios 6:16-17); no obstante, esto se
cumplirá de una manera eminente y notable durante el periodo del milenio. El Señor,
habiendo prometido levantar a Israel de su tumba, para reunirlo de entre los paganos, y
traerlo a la iglesia y al reino de Cristo, como un rebaño que tiene un pastor, añade, “Estará
en medio de ellos mi tabernáculo; yo seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo” (Eze-
quiel 37:11-27)... Lo que se insinúa es que habrá unas muestras tan visibles de la presencia
y la habitación divinas entre ellos que el mundo lo notará, y que le producirá convicción y
temor, como en cierta medida fue el caso con las primeras iglesias (Hechos 2:47; 5:11, 13;
1 Corintios 14:25)... Ciertamente, el apóstol Juan lo representará como algo alcanzado: “Y
oí una gran voz del cielo, que decía: El tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él
morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios”
(Apocalipsis 21:3).
(7) Este será un tiempo de paz, tranquilidad y seguridad universal. Personas que por
naturaleza eran de la disposición más salvaje, feroz y cruel, vendrán a ser mansos e inde-
fensos, ya que así se promete en Isaías 11:6-10. Sea que consideremos como convertidas o
no las personas representadas por estos animales dañinos, lo cierto es que, en ese momen-
to, se les impedirá, en efecto, hacer daño o perseguir a los santos. Durante este periodo
feliz, no habrá guerra ni derramamiento de sangre entre las naciones, ya que se nos dice
que, en los últimos días, cuando el monte de la casa de Jehová se establezca como cabeza
de los montes, y sea exaltado sobre los collados, y todas las naciones corran a él, el Señor
“juzgará entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos. Convertirán sus espadas en
rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestra-
rán más para la guerra” (Isaías 2:4). Aunque, hasta aquí, la guerra habrá inundado el
mundo con sangre humana, y habrá sido fuente de complicadas calamidades para la
humanidad, con todo, cuando Satanás sea atado, y su influencia sobre los hombres malos
sea restringida, y los santos ejerzan dominio, la guerra, por necesidad, deberá cesar.
(8) Entonces, los gobernantes civiles y los jueces deberán ser, todos, mantenedores de
la paz y la justicia. Aunque Cristo derrocará todo gobierno, poder y autoridad que se
oponga a la paz y a la prosperidad de su reino, aun así, dado que los gobernantes son
ordenados por Dios, y son sus ministros para el bien, alguna forma de gobierno parece que
será absolutamente necesaria para el orden y la felicidad de la sociedad en este mundo. Se
piensa que cuando los reinos de este mundo vengan a ser los reinos de nuestro Señor y de
su Cristo, la siguiente promesa será cumplida: “Te daré la paz por magistrado, y la justicia
por gobernante”, y como consecuencia, “Nunca más se hablará de violencia en tu tierra, ni
de destrucción o quebrantamiento en tu territorio” (Isaías 60:17-18).
(9) Los santos entonces tendrán el dominio, y los malos se encontrarán en sujeción.
La voz unida de la profecía lo hace claro: “El reino, el dominio y la majestad de los reinos
debajo de todo el cielo sean dados al pueblo de los santos del Altísimo” (Daniel 7:27-28;
Mateo 5:5; Apocalipsis 5:10; 20:4). En cuanto a la naturaleza de este reinado, sin duda
298 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
deje sin contestar, es, por razón del ser humano mismo, mucho más satisfactoria que la de
una continuación sin fin de la economía actual, la de un cierto progressio in infinitum, o a
todas luces, la de un morir prolongadamente dilatado de la creación (J. J. Van Oosterzee,
Christian Dogmatics, II:580).
41. El Nuevo Testamento no tolera la teoría que da por sentado que el cristianismo
meramente interpenetrará o subyugará, de manera silenciosa aunque continua, el mundo
entero durante el curso de la historia. Esta es la perspectiva optimista a la que los eclipses
del sol en el firmamento de la iglesia tomarán por sorpresa. El Nuevo Testamento augura
catástrofes en la vida de la iglesia, puesto que también en este sentido ella es una copia de
la vida de Cristo. Y, en realidad, las catástrofes surgirán no meramente por medio de las
persecuciones de parte de paganos y judíos, como lo fue en los comienzos de la iglesia,
sino por medio de la iglesia misma, es decir, de su círculo externo, un hecho que ya Cristo
había insinuado (Mateo 7:21; 24:11-12, 24; Marcos 13:6, 22). De acuerdo con los após-
toles Juan y Pablo (1 Juan 2:18, en donde se habla de anticristos, en plural; 2 Tesaloni-
censes 2:3ss), al avanzar la cristianización de las naciones se levantarán falsos profetas y
seudo-Mesías, los cuales desearán entrar en confederación con Satanás, y hasta cierto
punto, con el poder mundial, en oposición a los cristianos, a quienes querrán seducir para
que nieguen a Cristo (Isaac A. Dorner, System of Christian Doctrine, IV:387-388).
42. A lo largo de la economía antigua, un periodo futuro denominado el día de Jehová se
presenta como una perspectiva de toda profecía. En el Nuevo Testamento se declara que
este día ha llegado; todos los propósitos de la misericordia y del juicio divino se consideran
alcanzados en el advenimiento de Cristo, y que el mismo constituye el último tiempo o fin
del mundo (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III:387).
43. El decano F. W. Farrar observa que “las principales dificultades sobre la profecía de
nuestro Señor se desvanecen cuando tenemos en cuenta que la profecía es como un paisaje
en el que el tiempo y el espacio quedan subordinados a las realidades eternas, y en el que
los eventos son como diversas colinas, que se presentan en cadena, unas tras otras, pero
que al observador distante le lucen como una sola”. A esto J. F. Silver añade que, “al
observar dos cuerpos celestiales que se unen, uno eclipsará parcialmente al otro, y ambos
tendrán el aspecto de un solo astro. En un primer plano vemos los pies de Cristo en el
monte de los Olivos, pero, en la gran lejanía, discernimos las montañas erguidas del
horizonte de la inmensa eternidad. Y, entre los dos planos, se tiende el milenio” (J. F.
Silver, The Lord’s Return, 236).
44. Los postmilenaristas identifican el juicio mencionado en Mateo 25:31-46, con el juicio
general del día final. Los premilenaristas se encuentran divididos en sus opiniones. (1)
Escritores como J. A. Seiss ven esta escena como aplicable solo a las naciones que existan
cuando Cristo regrese y que no sean arrebatadas con Él en el rapto. Por consecuencia, este
juicio viene a ser meramente “un pastoreo de las naciones con vara de hierro”, en el cual
solo las obstinadas y rebeldes serán destruidas. Esta destrucción, sin embargo, se ha de
considerar meramente como una muerte violenta, igual que la que sobrecogió a los habi-
tantes de Sodoma y Gomorra, en vista de que los muertos han de ser levantados en el
juicio final, como será el caso con todos los que habrán muerto antes de la venida del
Señor. Sin embargo, un estudio cuidadoso de esta escena de juicio mencionada por nues-
tro Señor revela el hecho de que, aunque tenga que ver con las naciones existentes, es
después de todo un enjuiciamiento de los individuos. (2) Otros escritores premilenaristas
como W. B. Riley consideran esta declaración o relato como aplicable al juicio final
después del milenio. Riley plantea que muchos premilenaristas se han dejado llevar aquí
por una interpretación equivocada, puesto que, sencillamente, Dios no lleva a cabo el
programa completo de las edades, en cada edad de la Biblia. Como fue el caso de nuestro
Señor, quien separó en dos partes la profecía de Isaías que leyó en Nazaret, así aquí, la
300 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
cemos esta declaración como una que apunta a un hecho literal, y proponemos que sea
probada a la luz de las críticas y objeciones que ofrezcan los que se oponen a un adveni-
miento literal y a un juicio futuro” (S. M. Merrill, The Second Coming of Christ, 262ss).
Adam Clarke, en su comentario de 2 Pedro 3, escribe lo siguiente: “Todas estas cosas
serán disueltas, separadas, descompuestas, pero ninguna será destruida. Y, puesto que
todas representan la materia original de la cual Dios formó el globo terráqueo, como
consecuencia, todas podrán entrar de nuevo en la composición de un nuevo sistema, por
lo cual, dice el Apóstol, ‘nosotros esperamos... cielos nuevos y tierra nueva’. Dado que las
otras se habrán descompuesto, será de sus materiales que se habrá de formar el nuevo
sistema”. De nuevo Clarke dice: “La tierra actual, aunque destinada a ser quemada, no
será destruida sino renovada y depurada y purgada de toda imperfección moral y material,
y hecha la morada sin fin de los espíritus felices. Sin embargo, este es un estado que cier-
tamente no podrá esperarse antes del día del juicio”.
CAPÍTULO 35
LA RESURRECCIÓN
Y EL JUICIO
La resurrección que sigue como efecto inmediato del segundo adve-
nimiento, deberá también considerarse una verdad distintiva y elemen-
tal del sistema cristiano. Sin embargo, la doctrina de la resurrección
deberá distinguirse claramente de la de la inmortalidad del alma. Es
posible creer en la existencia continua del alma después de la muerte sin
creer en la resurrección del cuerpo. Una doctrina ha sido con frecuencia
identificada con la otra, y creer en una ha hecho que la otra prevalezca
o caiga. Este era el caso con los saduceos, quienes identificaban una con
la otra, pero negaban ambas. Así, pues, nuestro Señor razonaría con
ellos diciendo: “Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis
leído en el libro de Moisés cómo le habló Dios en la zarza, diciendo:
‘Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’?”
(Marcos 12:26). Aquí Cristo ha confrontado la verdadera objeción,
aunque no lo haya hecho verbalmente. Sin embargo, dado que Cristo
aludió solo a la continuación del alma después de la muerte, algunos
han inferido que lo que Él pretendía enseñar era únicamente la
resurrección espiritual, es decir, que el alma no muere con el cuerpo
sino que se levanta a una vida nueva y más elevada.
El apóstol Pablo, en el elaborado argumento desarrollado en su
Primera Epístola a los Corintios (15:12-58), parece que considera la
negación de la resurrección como equivalente a la negación de la
inmortalidad. No obstante, algunos proponen aquí nuevamente, que
existe un motivo para creer que la única resurrección que la Biblia
enseña al morir el cuerpo es la resurrección del alma.
303
304 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
Sin embargo, parece evidente hasta para el lector casual que los
credos, con la excepción del Atanasiano, pueden interpretarse como
que enseñan una resurrección general o universal, es decir, una
resurrección tanto de los justos como de los malos, pero no que
consideren los dos eventos como simultáneos. Esta perspectiva puede
sostenerse sobre las bases de que (1) la distinción en la declaración
misma parece implicar una distinción en la resurrección, bien de
carácter como de tiempo. Si es arbitrario interpretar los dos como
separados, no lo es menos combinarlos. (2) La declaración de Apoca-
lipsis 20:3-7, aunque se considere metafórica, como la considera la
mayoría de los intérpretes que identifican con el mismo punto en el
tiempo las dos fases de la resurrección, no obstante revela el hecho de
que su autor consideraba una distinción en el tiempo como algo
permisible en la interpretación correcta de Daniel 12:2, Marcos 12:25 y
Lucas 20:35-36, y que la misma armonizaba con su propia declaración
en Juan 5:28-29. El “Emphatic Diaglot” ofrece la siguiente traducción
literal de Juan 5:29: “Los que han hecho cosas buenas, a resurrección de
vida (eis anastasin zoes); y los que han hecho cosas malas, a resurrección
de juicio (eis anasatasin kriseos)”. (3) Un estudio de la frase ek nekros,
“de entre” o “de los muertos”, y su uso característicamente vinculado a
la resurrección de los justos, indica de manera acentuada una distinción
en el tiempo. La frase ek nekros denota que los individuos o grupos
(tagmata, bandas) serán escogidos de entre los muchos que todavía
permanecen en el reino de los muertos.
Ese último planteamiento respecto a la manera en que se emplea la
frase ek nekros merece consideración adicional. Se nos dice que la frase
ocurre cuarenta y nueve veces en el Nuevo Testamento, pero en
ninguna ocasión se aplica a la resurrección de los impíos ni a la
resurrección que abarca tanto a los justos como a los injustos. (1) Se
emplea cuarenta y cuatro veces con relación a la resurrección de Cristo,
la cual, claro está, fue de los muertos. (2) Se emplea tres veces respecto a
Juan el Bautista, quien, según lo que Herodes pensaba, había resucitado
de entre los muertos (Marcos 6:14, 16; Lucas 9:7). (3) La frase se
emplea tres veces con relación a Lázaro, el que también fue resucitado
de los muertos (Juan 12:1, 9, 17). (4) Se emplea tres veces en sentido
metafórico, para indicar que es vida espiritual de entre muerte de
pecado (Romanos 6:13; 11:15; Efesios 5:14). (5) Se emplea una vez en
el discurso sobre el rico y Lázaro (Lucas 16:31). (6) Se emplea una vez
respecto a la fe de Abraham (Hebreos 11:19). Restan cuatro pasajes que
LA RESURRECCIÓN Y EL JUICIO 313
EL JUICIO FINAL
Por este juicio entenderemos un juicio universal, en vasta asamblea,
de todos los justos y de todos los impíos. Esta enseñanza ha sido negada
por los que piensan que el juicio de todo ser humano ocurrirá cuando
este muera, o por los que piensan que solo los malos serán juzgados en
el día final. Pero el juicio general es muy diferente del juicio individual
o particular que se le formará a cada ser humano, o del que éste se hace
a sí mismo al morir. Hay muchos pasajes bíblicos que justifican este
último, pero que no alcanzan establecer el primero. Sin embargo,
también es cierto que la Biblia hace frecuente mención de un día de
juicio, y que la comparación de pasajes bíblicos hace claro que no se
316 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
siastés 12:14). “El juez se sentó y los libros fueron abiertos” (cf. Daniel
7:9 y 10). “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán
despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión
perpetua” (Daniel 12:2). El Nuevo Testamento también enseña de
manera distintiva un día de juicio público. Nuestro Señor hizo
mención frecuente del mismo y en palabras que no pueden ser
malentendidas. “Por tanto os digo que en el día del juicio será más
tolerable el castigo para Tiro y para Sidón que para vosotras” (Mateo
11:22, cf. el versículo 24). “Los hombres de Nínive se levantarán en el
juicio con esta generación y la condenarán” (Mateo 12:41). La escena
del juicio es matizada de manera vivida por Cristo después que
concluye su parábola de los talentos (Mateo 25:31-46). El apóstol
Pablo, en su discurso del Areópago, declaró que Dios “ha establecido
un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien
designó, acreditándolo ante todos al haberlo levantado de los muertos”
(Hechos 17:31); y, de nuevo, que habrá un día “en que Dios juzgará
por medio de Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi
evangelio” (Romanos 2:16). Judas dice igualmente: “Vino el Señor con
sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos” (Judas
14-15). En el Apocalipsis, luego de que se narra lo del milenio y el gran
engaño, el escritor dice: “Vi un gran trono blanco y al que estaba
sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo y ningún
lugar se halló ya para ellos. Y vi los muertos, grandes y pequeños, de pie
ante Dios. Los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es
el libro de la vida. Y fueron juzgados los muertos por las cosas que
estaban escritas en los libros, según sus obras. El mar entregó los
muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos
que había en ellos, y fueron juzgados cada uno según sus obras... El que
no se halló inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego”
(20:11-13, 15). Aquí tenemos una predicción irrebatible de un juicio
general en el que todos los muertos y todos los vivos serán congregados.
Es evidente que tanto los justos como los malos estarán presentes,
puesto que las personas cuyos nombres están escritos en el libro de la
vida serán salvas, pero aquellos cuyos nombres no se encuentren allí,
serán lanzados al lago de fuego.13
La persona del Juez. Solo Dios posee la aptitud para desempeñar el
oficio de Juez en el último y gran tribunal. Solo Él es todo sabio, y solo
a Él les son conocidos los secretos más íntimos de la vida de los seres
humanos. Él no solo entiende sus acciones sino también sus pensa-
LA RESURRECCIÓN Y EL JUICIO 319
¿Puede explicarse esto de alguna otra manera que no sea “la voz de Dios
en el ser humano”? Dios no se burlará de sus criaturas, pues que si la
conciencia apunta a un día futuro en el cual rendir cuentas, ese día
segurísimamente vendrá. (2) Los justos de este mundo se encuentran
tan a menudo en una condición tal, que a menos que haya una
recompensa futura, la justicia y la ecuanimidad de Dios no podrían
vindicarse. (3) Entendamos también que el juicio general no se
preocupará solamente de los actos de los seres humanos. Ellos no solo
son individuos responsables por sus propios actos, sino que también
son criaturas sociales responsables de los demás. Ejercen influencia en
favor del bien o del mal, y es una influencia que se prolonga más allá de
la vida presente del individuo. Su obra, por tanto, no acaba cuando éste
muere. Sus obras vivirán después de su muerte, y continuarán viviendo
hasta que la historia sea traída a su fin. Únicamente en el juicio se
podrá recapitular la influencia total de su vida, sea para bien o para mal.
En el juicio general también habrá que responder por los ímpetus
hereditarios y solidarios. (4) El propósito supremo del juicio universal
será, por lo tanto, poner de manifiesto el carácter antes que descubrir-
lo.21 El apóstol Pablo dice que “es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba
según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea
malo” (2 Corintios 5:10). En ese juicio Dios discriminará entre los
justos y los injustos, y separará los unos de los otros a fin de que Él
pueda descubrir o poner de manifiesto el verdadero carácter de ambos.
Las personas son salvas por la fe, pero se les recompensará de acuerdo
con sus obras, aunque estas obras se desprendan de la naturaleza
verdadera de la fe. Así como ahora somos justificados por la fe, sin las
obras, en el sentido meritorio, aunque es una fe que siempre se
encuentra evidenciada por las obras, también lo seremos en el juicio
final, momento en el que la justicia que es por la fe será vindicada por
las obras que proceden de ella.22
Las circunstancias que acompañarán al juicio general. La Biblia des-
cribe el juicio final como una escena de enorme solemnidad y magnifi-
cencia. Las circunstancias que lo acompañarán dan testimonio de lo
solemne de la ocasión. Solo la Biblia revelará en qué consistirán esas
circunstancias. Juan Wesley nos ofrece el siguiente sumario de los
eventos vinculados a este gran y terrible día.
“(1) Consideremos, en primer lugar, las circunstancias principales
que precederán nuestra comparecencia ante el trono de juicio de Cristo.
324 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. William Burton Pope, al comentar a Filipenses 3:20-21, dice: “Aquí hay dos palabras de
gran importancia: summorfos, que sugiere la misma idea de ‘lo que se conforma a su
muerte’; el cuerpo se ha de sujetar a la ley bendita de que somos predestinados para que
seamos hechos ‘conformes a la imagen de su Hijo’ (Romanos 8:29). Esta palabra, ‘con-
formes’, no es la misma del capítulo corintio: aquí es metasximatisei, lo cual alude solo a la
nueva forma del cuerpo resucitado; en el otro, la palabra es allagisometa, ‘transformará’, lo
cual alude a la transformación entera de los cuerpos que ya existen. Entonces, es de esto
último de lo que nuestro Salvador será el patrón. ‘No vio corrupción’; por consecuencia,
no podía ser el ejemplo perfecto, en todo respecto, de nuestra restauración de la muerte,
como tampoco podría serlo, en todo respecto, de nuestra redención de la pena final del
pecado. Aquí encontramos una analogía con su ejemplo de santidad: Él no establece la
pauta en cuanto al proceso para obtenerla, pero es el prototipo consumado de lo que
tenemos precisamente que obtener. Viviremos en cuerpos glorificados semejantes al de Él;
en cambio, en nuestra redención del polvo, Él no tiene parte alguna” (William Burton
Pope, Compendium of Christian Theology, III:405).
2. De antaño se pensaba corrientemente que era necesario afirmar una identidad material
entre el cuerpo futuro y el actual. Pero el apóstol Pablo, aunque da a entender que existe
cierto lazo que los vincula, está muy lejos de afirmar la identidad material (1 Corintios
326 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
está incluido en el alma... o bien por un nisus formative, lo cual pertenece al alma huma-
na. El alma, mientras está en la tierra, forma para sí un cuerpo de los materiales de la
tierra; cuando deja la tierra, prepara una habitación para sí misma a partir de los materiales
que se encuentran en la esfera más elevada a la que ha pasado; y en el fin del mundo,
cuando ocurra la gran palingenesia, las almas de los seres humanos, según su naturaleza,
forjarán cuerpos para sí mismas a partir de los elementos del universo disuelto”. “Los
justos se vestirán con los elementos primorosos de la tierra renovada; brillarán como el sol.
Los malos serán vestidos del desperdicio de la tierra, y despertarán a vergüenza y a desdén
eterno” (Charles Hodge, Systematic Theology, III:779).
5. Juan Wesley, en su sermón sobre “La resurrección de los muertos”, dice: “La noción plena
de una resurrección requiere que el mismo cuerpo que murió sea el que resucite. De nada
puede hablarse que resucitará que no sea el mismo cuerpo que murió. Si Dios le diera a
nuestra alma un nuevo cuerpo en el día final, ello no podría designarse resurrección de
nuestro cuerpo, ya que dicha palabra implica claramente una producción fresca de lo que
ya antes existía”.
John Miley señala que las dificultades tocantes a la resurrección del cuerpo se centran
en dos puntos: (1) la amplia dispersión de las partículas que componen un cuerpo que
tenía vida; y (2) la posibilidad de que con el transcurso del tiempo algunas puedan perte-
necer a cuerpos diferentes. A esto él responde así: “La aparente magnitud de estas dificul-
tades es mucho mayor que la real, especialmente si las vemos, como es nuestro deber, a la
luz de la providencia divina. La dispersión de las partículas es una realidad solo desde
nuestra propia perspectiva. No importa cuán ampliamente se diseminen, o cuán densa-
mente se mezclen con otra materia, para el ojo omnisciente y la mano omnipotente de
Dios permanecerán tan contiguas como si las hubieran colocado en una urna perdurable a
los pies de su trono. Tampoco existe la probabilidad de que, incluso sobre bases naturales,
haya algún caso en donde toda esa materia pueda venir a ser compartida por dos cuerpos
que la necesiten para la debida identidad de cada uno. Cuando situamos el asunto a la luz
de la providencia de Dios, cuyo propósito es levantar a los muertos, todas las dificultades
se desvanecen” (John Miley, Systematic Theology, II:455).
6. Los siguientes particulares podrían, sin embargo, inferirse de manera más o menos
inequívoca a partir de lo que la Biblia ha revelado sobre el asunto: (1) Que nuestros
cuerpos, después de la resurrección, retendrán su forma humana. Dios, como se nos
indica, dio a cada una de sus criaturas en la tierra un cuerpo propio adaptado a su natura-
leza y que respondiera a la necesidad de cumplir el fin para el que fue creado. Cualquier
cambio esencial en la naturaleza del cuerpo implicaría el correspondiente cambio en su
constitución interna. (2) Es probable que el cuerpo futuro no solo retenga su forma hu-
mana, sino que también posea una semejanza glorificada de lo que era en la tierra. Sabe-
mos que aquí cada persona tiene su carácter individual, unas peculiaridades mentales y
emocionales que lo distinguen de todos los demás seres humanos. Sabemos que su cuerpo,
gracias a su expresión, aire y porte, revela, más o menos claramente, su carácter. Pero lo
que lo exterior revele de lo interior será probablemente mucho más exacto e informativo
en el cielo que lo que pueda ser aquí en la tierra. ¿Cómo podremos conocer al apóstol
Pedro o al apóstol Juan en el cielo si no ha de haber algo en su aspecto y presencia que
corresponda a la imagen de sí mismos que sus escritos han estampado en la mente de sus
lectores? (3) Esto lleva al señalamiento adicional de que no solo reconoceremos a nuestros
amigos en el cielo, sino que conoceremos, sin que nadie nos los presente, a los profetas,
apóstoles, confesores y mártires sobre los que hemos leído u oído aquí en la tierra. (a) Esto
es del todo probable dada la naturaleza del caso. Si el cuerpo futuro ha de ser igual que el
actual, ¿por qué esa igualdad no va a incluir, sin hablar de todo lo demás, una cierta
igualdad en la apariencia? (b) Cuando Moisés y Elías aparecieron en el monte junto a
328 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
que el primer cuerpo fue habilitado para la vida presente, y no pudo haber sido usado en
la vida porvenir sin que cambiara, el cuerpo de la resurrección también se encontrará
habilitado para la vida porvenir y no para la etapa actual de la existencia. De aquí que el
cambio, con muerte o sin ella, no tendrá lugar hasta el tiempo de la nueva unión en el que
la vida neumática tendrá principio (James Petrigu Boyce, Abstract of Systematic Theology,
457).
Así como se le designa carnal al espíritu que sirve a la carne, también se le designa es-
piritual a la carne que sirve al espíritu, pero no porque se haya convertido en espíritu, sino
porque se ha sujetado al espíritu con una disposición suprema y maravillosa de obediencia,
sin sentido de agotamiento que la posea, sin propensidad a la descomposición, ni retraso
en sus movimientos (Agustín, De Civitate Dei, XIII, 20-21).
9. Aunque el cuerpo será maravillosamente mudado en la resurrección, continuará siendo
material en sustancia. Las expresiones “cuerpo natural” y “cuerpo espiritual” significan
sencillamente estados diferentes, pero no distinción de esencia. En una palabra, la resu-
rrección es una transformación pero no una transubstanciación. Esto último significaría
un cuerpo futuro de la misma esencia que el espíritu del cual sería la inversión corporal.
Lo incongruente de un estado así de cosas lo desautorizaría. La materialidad del cuerpo de
la resurrección es enteramente consistente con su inmortalidad. La tendencia común que
poseen las cosas materiales a disolverse o morir, proviene totalmente de su constitución
interior o de su condición exterior, o de ambas. La constitución y la condición podrían ser
tales que tanto las fuerzas interiores como las agencias exteriores operen eficazmente hacia
la disolución o muerte del cuerpo, pero justamente lo opuesto sería también posible en lo
que respecta a ambas. No hay duda de que Dios podrá constituir y condicionar la resu-
rrección del cuerpo, de modo que todas las fuerzas interiores y las influencias externas
operen juntas en favor de su inmortalidad. No habrá distinción entre la resurrección de los
cuerpos de los justos y la de los malos, ni la inmortalidad del cuerpo será más determi-
nante del destino futuro que la inmortalidad del alma (John Miley, Systematic Theology,
453).
Se siembra cuerpo natural, resucitará cuerpo espiritual. Cuando los vocablos se usan
antitéticamente de esa manera, donde el significado de uno nos permite determinar el
significado del otro, podemos luego conocer lo que en este caso la palabra “espiritual”
significa partiendo de lo que conocemos de la palabra “natural”. La palabra psychicos, que
se traduce como “natural”, se deriva de psyche, que a veces significa vida, a veces el prin-
cipio de la vida animal que los seres humanos tienen en común con los brutos, y a veces el
alma en el sentido ordinario y abarcador del término; también significa el principio racio-
nal e inmortal de nuestra naturaleza, aquello en lo cual reside nuestra personalidad... Dado
que ese es el significado de psyche, está claro que el souma psychikon, el cuerpo psíquico o
natural, no podría tener la posibilidad de significar un cuerpo hecho de la psyche. De la
misma manera, no está menos claro que el souma pneumatikon no podría tener la posibi-
lidad de significar un cuerpo hecho de espíritu. Tal cosa sería verdaderamente una contra-
dicción de términos, igual que la de hablar de un espíritu hecho de la material (Charles
Hodge, Systematic Theology, III:783-784).
10. Los treinta y cuatro textos que aluden a la resurrección de Cristo de entre los muertos son
los siguientes: Mateo 17:9; Marcos 9:9-10; Lucas 24:46; Juan 2:22; 20:9; 21:14; Hechos
3:15; 4:10; 10:41; 13:30; 13:34; 17:3; 26:23; Romanos 1:4; 4:24; 6:4-9; 7:4; 8:11; 10:7,
9; 1 Corintios 15:12, 20; Gálatas 1:1; Efesios 1:20; Colosenses 1:18; 2:12; 1 Tesalonicen-
ses 1:10; 2 Timoteo 2:8; Hebreos 13:20; 1 Pedro 1:3, 21.
Compare también las siguientes referencias en las cuales “ek”, o de entre, no se em-
plea: Mateo 22:31; Hechos 17:32; 23:6; 24:15, 21; 1 Corintios 15:12-13, 21, 42; y
especialmente Juan 5:28-29: “No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando
330 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a
resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”.
11. El juicio es, enfáticamente, la revelación final del Juez, y como tal, la consumación de una
obra judicial que éste ha estado siempre llevando a cabo en el mundo. Será ejecutado por
Cristo como el Dios-hombre, en estrecha vinculación con su venida a levantar a los
muertos, y su alcance será universal e individual. Los principios del juicio serán la aplica-
ción de diversas y justas pruebas, las que revelarán los caracteres de todos, después de lo
cual vendrá una distinción o separación de juicio final y eterno. En el caso del impío, este
juicio será, en varios grados, de condenación eterna; y en el caso de los piadosos, de con-
firmación perdurable en gloria y de recompensa celestial (William Burton Pope, Compen-
dium of Christian Theology, III:412).
12. James Petrigu Boyce dice: “Se ha argüido que, dado el vasto número que ha de ser
juzgado, y los muchos eventos ligados a la vida de cada ser humano, el juicio comprenderá
un largo periodo de tiempo. Pero la rapidez con la que bajo ciertas condiciones la mente
recorre en un momento en el tiempo el curso de una larga vida demuestra que un periodo,
por muy breve que sea, podrá ser suficiente para un juicio y una revelación plena de todas
las personas y de todos los eventos. Lo indefinido del vocablo debe, sin embargo, adver-
tirnos en contra de la presunción de que el día deberá ser de solo unas pocas horas de
duración” (James Petrigu Boyce, Abstract of Systematic Theology, 462).
13. Pero todas las personas serán reunidas ante el trono de juicio de Cristo para ser juzgadas
según lo que hayan hecho en el cuerpo, desde Adán, el primero de la raza humana, hasta el
último de su numerosa posteridad. Todos se encontrarán allí; todos. Los rangos y las
diferencias, tal y como hoy existen, no se conocerán en esa vasta multitud. Aquel cuyo
nacimiento, oficio, riqueza o talento lo distanció de los demás, comparecerá en igualdad
de condiciones. Los grandes estarán privados de sus insignias de dignidad, y los pobres no
tendrán las marcas de su humillación, pues que solo valdrá lo que es moralmente distinto.
El opresor y el oprimido estarán allí; el primero, con miras a que su violencia pueda
volverse contra su propia cabeza, y el último, con miras a que sus agravios les sean rectifi-
cados. Judíos y gentiles, musulmanes y cristianos, entendidos e iletrados, esclavos y libres,
los de alta estirpe y los marginados, todos estarán allí con la finalidad de que rindan
cuentas a Aquél que no hace acepción de personas, y cuyo ojo omnisciente identificará a
cada individuo dentro de la muchedumbre con tanta facilidad como si estuviera solo. Ni
uno solo de los justos será allí olvidado y ni uno solo de los malos hallará un lugar en
donde esconderse de la vista del Juez (Samuel Wakefield, Christian Theology, 625-626).
Cada hombre, cada mujer, cada niño de días que jamás haya respirado el aire vital,
escuchará allí la voz del Hijo de Dios y será vuelto a la vida para que comparezca delante
de Él. Parecería que este es el significado natural de la expresión, ‘los muertos, grandes y
pequeños’: todos, universalmente; todos, sin excepción; los de toda edad, sexo o nivel;
todos los que jamás vivieron y murieron o que experimentaron un cambio que haya
equivalido a la muerte (Juan Wesley, The Great Assize).
14. Es propiamente ostensible que Aquél quien es el Salvador de los seres humanos sea
también su juez final. Es propio que las promesas que Él ha hecho, y los apremios que ha
pronunciado, Él mismo los cumpla, para que aquellos que se han sometido a su ley reci-
ban de sus manos la recompensa, y aquellos que han sido desobedientes, el castigo. Es
propio que traiga a su término la dispensación reparadora que Él estableció por medio de
su interposición personal. En adición a esto, y dado que el juicio general tiene como
finalidad el que sea una manifestación pública de la justicia de la administración divina,
será necesario que haya un juez visible, cuyos procedimientos sean vistos por todos, y cuya
voz todos la escuchen. Y la persona adecuada para esto es Jesucristo, quien por ser tanto
LA RESURRECCIÓN Y EL JUICIO 331
Dios como hombre, aparecerá como nuestro juez visible en su humanidad glorificada
(Samuel Wakefield, Christian Theology, 625).
Cristo es la persona a quien mejor le corresponde juzgar. (1) Está a favor de los pri-
sioneros. (2) Es justo, por lo que no podrá ser sobornado. (3) Es omnisciente, por lo que
no podrá ser engañado. (4) Es todopoderoso; nadie podrá escapar de la horrenda sentencia
(Potts).
15. Los padres más tardíos se dieron a descripciones retóricas de la venida de Cristo en juicio.
Lactancio (c. 325) dijo que “Cristo, antes de descender, dará esta señal: una espada caerá
súbitamente del cielo”. De acuerdo con Cirilo de Jerusalén (c. 386), la señal de la venida
de Cristo consistiría en la aparición de una cruz en los cielos. Las descripciones del juicio
que se encuentran en Basilio (c. 375) y Gregorio Nacianceno (c. 376) son un tanto orna-
mentadas. Agustín, en el Enquiridión, sostenía que el fuego que probaría la obra de cada
persona (1 Corintios 3:13) tendría lugar en la probatoria de esta vida, aunque más tarde
pensó que, de alguna manera, tendría lugar después de esta vida. De esa insinuación,
como hemos indicado previamente, es que se desarrollará la doctrina católica romana del
purgatorio.
16. Tomás de Aquino dice: “¿Cómo vendrá el Señor en juicio? Como emperador que entra en
su ciudad, luciendo su corona y sus diversas insignias por medio de las cuales dará a
conocer su venida; así, pues, Cristo vendrá en juicio de la misma manera que ascendió,
con todas las órdenes angelicales. Los ángeles vendrán delante de Él cargando su corona;
con voz y trompeta despertarán a los muertos para que lo reciban. Todos los elementos
serán trastornados, y rugirá en todo lugar una tormenta de fuego mezclado con escarcha”.
17. Sólo la fe en Cristo puede justificar al pecador aun cuando sean sus obras las que lo
justifiquen delante de los hombres. Pero esa fe no es un principio inoperante, no es un
reconocimiento intelectual del hecho de que la justicia divina requiere una expiación, sino
que consiste en el tipo de aprecio del corazón respecto a esa verdad divina que trae la
operación de un cambio completo en todo el estado y carácter del ser humano, y en su
condición delante de Dios, lo cual lo vestirá no solo con la justicia de Cristo sino que
infundirá en la persona los principios del Señor de la gloria (Prentiss).
James Petigru Boyce hace el señalamiento de que en la maravillosa combinación a
través de la cual el espíritu creado y aun la materia creada se procuraron, le fue posible al
Verbo divino hacerse carne (Juan 1:14), forjar una obra que ni Dios ni el humano podían
hacer separadamente. ¿Dónde sino en el trono del juicio podrá este personaje ser visto por
alguien excepto por aquellos que son hechos partícipes de su gloria? Cuán justo es que su
aparición llene de angustia a aquellos que lo han rechazado, y de exaltación y alabanza a
todos los que han confiado en Él... El día del juicio exhibirá claramente estas perfecciones
y su armonía respecto a todo el conocimiento de Dios (James Petrigu Boyce, Abstract of
Systematic Theology, 467).
18. William Burton Pope establece los principios del juicio de la manera siguiente: “Los
principios del juicio pueden exponerse y resumirse en los siguientes cinco principales
lemas: La prueba se aplicará conforme a las varias medidas de los privilegios probatorios;
habrá revelación del carácter; habrá separación de clases; se ejecutará la sentencia conde-
natoria; y se confirmará o ratificará la aceptación de los salvados. Todo esto se combinará
en un solo resultado. El Señor omnisciente aplicará infaliblemente sus pruebas.
Los principios anteriores se amplían de la siguiente manera: (1) La autorevelación.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos el día del juicio se encuentra repre-
sentado por una manifestación final de todos los secretos, bien que sean plenamente
desconocidos como tales por el ser humano, o que sean conocidos solamente por él, o que,
por designio, se le hayan mantenido ocultos a él pero que sean conocidos solo por Dios.
(2) Separación. La idea de separación o discriminación le es inherente al vocablo griego
332 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
krisis, y a todos los descubrimientos del juicio. Será la separación o criba final del mundo.
Esta separación será doble en dos sentidos: una separación amplia entre dos clases, y una
discriminación dentro de esas clases en sí mismas. Esta división en dos grandes aglomera-
ciones la vemos propuesta dondequiera: la alternativa es aceptar o rechazar a Cristo. Pero,
dentro de estas dos grandes aglomeraciones, se dará el mismo proceso cernedor. Para cada
persona habrá un juicio distinto el cual sucederá o se incluirá en el primero, y por el cual
se determinará su posición y grado en la salvación o en la perdición. (3) La condenación.
No puede haber dudas de que el término juicio se vincula la mayoría de las veces con la
condenación; de hecho, este es el significado más común de krisis. Un juicio que deter-
mina la sentencia, una condenación que la pronuncia, y una ejecución que la administra
son expresiones casi sinónimas en lo que concierne a los malos, bien se hable de la Biblia o
bien del lenguaje común de la justicia humana. El término es katakrisis. (4) La confirma-
ción. Forma parte de la dignidad de los santos el que el juicio, en el caso de estos, sea solo
una ratificación de un decreto previo en su favor, el cual ya conocen. Aunque serán juz-
gados más en el sentido general de lo administrativo, no vendrán a condenación. Pero su
lugar y orden en el estado de salvación está todavía por determinarse” (cf. William Burton
Pope, Compendium of Christian Theology, III:416-423).
19. Hemos presentado, pues, el argumento racional en favor del reclamo más severo y menos
grato de la religión cristiana. Debe reconocerse que tiene alguna base en la razón humana,
de lo contrario no hubiera podido prevalecer contra todo el rechazo y la oposición que
genera en el corazón humano. Fundamentada en la ética, en la ley y en la razón judicial, y
enseñada indiscutiblemente por el Autor del cristianismo, poco sorprende que la doctrina
del castigo eterno, a pesar de los prejuicios egoístas y las apelaciones al sentimiento hu-
mano, siempre haya sido una creencia de la cristiandad. Esta doctrina ha pasado de la
teología y de la filosofía a la literatura humana, y en ésta se le ha provisto su estructura más
pulida. La Ilíada y el drama griego harán de ella su intríngulis solemne. Derramará una luz
sombría sobre la brillantez y la gracia de la Eneida. Será el tema del Infierno, y la presu-
pondrán las otras partes de la Divina Comedia. La épica de Milton derivará de ella su
temible grandeza. Y las más grandes de las tragedias de Shakespeare sondearán y remove-
rán las profundidades del alma humana al perfilar la culpa como intrínseca y eterna (Wi-
lliam G. T. Shedd, Dogmatic Theology, II:747-748).
20. El juicio general no es tanto un juicio investigativo que determine el carácter, sino uno
que resuma y manifieste la historia moral completa de la persona. (1) Revelará a todos el
verdadero carácter del ser humano, y (2) vindicará el juicio justo de Dios en las recom-
pensas y castigos finales.
Pero, ¿serán recordados los pecados de los redimidos en ese día, y dados a conocer a la
gran congregación? Algunos piensan que no, puesto que han sido perdonados completa-
mente en Cristo, y puesto que la Biblia los representa como borrados, cubiertos, echados a
lo profundo de la mar y jamás recordados. Otros piensan que serán hechos públicos ante
el universo reunido, con el fin de que todos conozcan cuán profundos son el pecado y la
miseria de los cuales la gracia de Dios los ha libertado. De una cosa, sin embargo, estamos
seguros, y es que el justo estará muy lejos de sentir dolor, tristeza o vergüenza por sus
transgresiones pasadas. Le bastará saber que las mismas fueron lavadas en la sangre del
Cordero y que jamás se les contarán en su contra (Samuel Wakefield, Christian Theology,
627).
Juan Wesley sostuvo que no solo las buenas obras de los justos, sino que además las
obras malas antes de que fueran justificados, serán recordadas en ese día. Dice así: “Es
aparente y absolutamente necesario, a fin de que Dios pueda demostrar plenamente su
gloria, para que pueda manifestar clara y perfectamente su sabiduría, justicia, poder y
misericordia hacia los herederos de la salvación, que todas las circunstancias de la vida de
LA RESURRECCIÓN Y EL JUICIO 333
ellos esté a la vista de todos, junto a todas sus idiosincrasias y a todos sus deseos, pensa-
mientos e intenciones de sus corazones. De otro modo, ¿cómo se demostrará lo profundo
del pecado y la miseria de donde la gracia de Dios los ha liberado?... Y cuando se revelen
las perfecciones divinas, el justo se regocijará con gozo inefable, y de ninguna manera se
entristecerá con dolor o vergüenza por causa de alguna de esas transgresiones que desde
hace mucho habrán sido borradas como las nubes, y lavadas por la sangre del Cordero.
Será abundantemente suficiente para ellos el que ninguna de las transgresiones que hayan
cometido sean jamás mencionadas en su contra, ni que sus pecados, transgresiones e
iniquidades sean recordadas para ninguna condenación (Juan Wesley, Sermon: The Great
Assize).
21. EL JUICIO GENERAL SEGUN SAMUEL WAKEFIELD. Las expresiones de nuestro
Señor dirigidas al ladrón penitente, la parábola del rico y Lázaro, y el deseo del apóstol
Pablo de “partir y estar con el Señor” evidencian que las personas entran a un estado de
retribución inmediatamente después de la muerte. Ese hecho, sin embargo, no hace a un
lado la necesidad de un juicio general al final de los tiempos. Aunque no pretendemos
entender plenamente la razón por la que Dios ha designado un día en el cual juzgará al
mundo, aun así hay razones obvias que parecen justificar dicha designación.
(1) El ser humano en su estado actual se compone de alma y cuerpo. Dado que es en
este estado compuesto que él forma su carácter moral, es correcto que su naturaleza entera
quede sujeta a la retribución futura. Pero esto no se dará hasta que el cuerpo resucite de los
muertos, lo cual comprende la necesidad de una resurrección general con miras a un juicio
final.
(2) No debemos suponer que, al morir, la historia moral entera de una persona haya
concluido. La influencia de sus acciones puede continuar en operación, para bien o para
mal, hasta mucho tiempo después que su carrera terrenal haya terminado. Así que, los
seres humanos, aunque muertos, pueden continuar hablando, incluso hasta el fin de los
tiempos; pero, dado que la retribución no puede anteceder la conducta moral que le atañe
y sobre la cual será basada, es propio que un juicio general ponga fin a la historia terrenal
de la raza humana.
(3) Las circunstancias del juicio general han de declarar la gloria de Dios. “El juez de
toda la tierra”, vestido con vestiduras de luz celestial, y sentado sobre “el trono de su
gloria”, convocará ante sí a los múltiples millones de miembros de nuestra raza para que
todos reciban su parte. En las decisiones de este día colosal, su sabiduría, justicia, bondad
y verdad brillarán con la brillantez del sol, y toda criatura lo reconocerá (Samuel Wake-
field, Christian Theology, 627-628).
22. Dios no puede ser burlado ni engañado; el carácter de cada persona será revelado
claramente: (1) Ante los ojos de Dios. (2) Ante los ojos del ser humano mismo. Todo
engaño se desvanecerá. Cada persona se verá como aparezca ante los ojos de Dios. Su
memoria probará ser un registro indeleble de todos sus actos, pensamientos y sentimientos
pecaminosos. La conciencia de la persona recibirá la luz suficiente para reconocer la justi-
cia de la sentencia que el juez justo pronunciará contra ella. Todos los que sean condena-
dos por Cristo, se condenarán a sí mismos. (3) Habrá una revelación tal del carácter de
cada ser humano respecto a los que lo rodean, o respecto a todos los que lo conocen, que
hará fehaciente lo justo de la sentencia de condenación o absolución. Lo que la Biblia
representa no va más allá de esto (Charles Hodge, Systematic Theology, III:849).
Existen muchas razones para que las obras, a lo largo del Nuevo Testamento, reciban
tanta prominencia como prueba judicial. Las mismas representan el rechazo permanente y
más solemne del antinomianismo completo. Son también una alusión, cosa que ocurre
muy prominentemente en todo lugar, a la manifestación final y plena de la justicia divina
contra todos los que la impugnen. Y, finalmente, como se verá de aquí en adelante, las
334 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
obras serán la norma a través de la cual se determinarán los varios grados de recompensa.
En ese momento, las gradaciones serán tan diversas como lo son ahora; las mismas no
serán decididas según la fe sino según las obras. He aquí el testimonio final de nuestro
Señor sobre este asunto: “¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a
cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12) (William Burton Pope, Compendium of
Christian Theology, III:418).
23. El juicio final debe haberse destinado para un propósito grande y significativo, un
propósito digno de lo vasto y grandioso de la escena. El propósito no pudo haber sido, por
supuesto, satisfacer a Dios respecto a la manera en que sus criaturas se conducen; ni
satisfacerse ellas mismas, individualmente, respecto a su propio carácter y estado. Dios no
aprenderá nada nuevo a la luz del juicio en lo que respecta a sus criaturas, y cada una de
ellas puede que esté tan satisfecha de su propio carácter y estado antes del juicio como
después. El gran propósito del juicio deberá ser algo inmensamente más elevado que todo
eso. Podrá ser, probablemente, para permitirle al Ser divino la oportunidad de vindicar su
propio carácter ante el universo; para demostrar a todas y cada una de sus criaturas que Él
ha hecho lo justo, no solo respecto a una sino respecto a todas ellas. Dios me mostrará en
el juicio que Él ha tratado bien a todos mis semejantes; y les mostrará a todos mis seme-
jantes que me ha tratado bien a mí. Le mostrará a cada persona de entre los incontables
millares que rodearán su trono, no solo que las ha tratado bien a ellas, sino también a
todas las demás. Entonces, cuando ocurra la separación, y se pronuncien las sentencias,
toda boca se cerrará y toda conciencia se convencerá de que la recompensa será, en cada
caso, justa. Aquí, pues, tenemos el gran propósito del juicio general, el propósito al que
responde, la razón por la que Dios haya determinado, en algún punto en el futuro, juntar
a sus criaturas inteligentes, a sus amigos y a sus enemigos, y que quiera juzgarlos, los uno
en la presencia de los otros. Ciertamente, este es un propósito muy noble, uno del todo
digno de la grandeza y la gloria del día final... Luego, el gran drama de la historia de este
mundo llegará a su fin. El cielo acogerá en su anchuroso seno todo lo que de la tierra sea
santo y bueno, todo lo que se ajuste a esta bendita morada; en cambio, el infierno recibirá
en sus ardientes prisiones solo a los degradados, contaminados y viciosos, en cuyas almas
se encuentren las manchas de la culpa que no haya sido perdonada, que no haya sido
limpiada (Enoch Pond, Christian Theology, 572-573).
CAPÍTULO 36
LA CONSUMACIÓN FINAL
El retorno de nuestro Señor y el juicio final traerán consigo el fin del
mundo o el consummatio mundi. Este es el punto de fuga hacia el cual
convergen todos los rayos de la revelación. Pero eso no significa que
todas las cosas serán totalmente destruidas, antes, será un nuevo
comienzo en un nivel más elevado.1 El reino mediador de Cristo como
medio de salvación cesará, y el reino de la gracia será absorbido por el
reino de la gloria. Al cesar el reino mediador, se fijarán eternamente los
estados del ser humano. Puesto que todos los espíritus habrán alcanza-
do el resultado final de su existencia, la entrada de los fieles será a la
bienaventuranza eterna, pero la de los impíos será a la miseria eterna.
Así, en lo que respecta a los redimidos, el ser humano será restaurado al
ideal de su Creador, pero en lo que respecta a los malvados, los mismos
se desvanecerán en las tinieblas de afuera. Sin embargo, la consumación
afectará no solamente al mundo de los espíritus personales, sino
también a la propia naturaleza, la cual será testigo de una gran trans-
formación. Los cuerpos espirituales demandarán un entorno nuevo y
más elevado, lo cual hará necesario cielos nuevos y tierra nueva. Los
temas que ahora nos presenta todo este asunto pueden clasificarse de la
siguiente manera: (1) el estado futuro del impenitente; (2) la biena-
venturanza eterna de los santos; y (3) la consumación final del mundo.
335
336 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
creada para ser inmortal, pero, por causa del pecado, ese don precioso
fue confiscado. Cristo murió para que los seres humanos fueran salvos,
y todos los que aceptan su ofrecimiento recibirán, en el sentido más
literal, el don de la vida eterna. Este don consiste en la restauración de
la inmortalidad que les había sido confiscada, aunque se le otorga solo a
los creyentes. Luego, en la resurrección, los justos, así como los impíos,
comparecerán ante Dios, pero solo aquellos que poseen el don de la
inmortalidad entrarán a su reino eterno. Los impíos, puesto que
carecen de inmortalidad, serán aniquilados. Algunos sostienen que esto
tendrá lugar inmediatamente, otros, que habrá un periodo de sufri-
miento más largo o más corto, pero todos enseñan que, en última
instancia, la existencia del impío cesará. Esa teoría pretende apoyarse en
vocablos como apoleia, el cual es traducido a veces como “perdición” y
a veces como “destrucción”, y como olethros, que se traduce general-
mente como destrucción (1 Tesalonicenses 5:3; 2 Tesalonicenses 1:9; 1
Timoteo 6:9). Esos vocablos, en cambio, no significan aniquilación, y
hay otras referencias bíblicas que lo indican claramente. Por ejemplo:
“Si alguno adora a la bestia y a su imagen y recibe la marca en su frente
o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido
vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre
delante de los santos ángeles y del Cordero. El humo de su tormento
sube por los siglos de los siglos. No tienen reposo de día ni de noche los
que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su
nombre” (Apocalipsis 14:9-11). No existe manera de evadir la fuerza de
pasajes como este, a menos que se niegue directamente su enseñanza
respecto al castigo eterno. Sin necesidad de discutirla más, podemos
decir, (1) que la teoría de la aniquilación contradice la doctrina de la
inmortalidad normalmente recibida; (2) que la aniquilación no puede
considerarse un castigo adecuado del pecado; (3) que no admite grados
de castigo, un dato claramente expresado en la Biblia; y (4) que la
doctrina no armoniza con el tenor general de la verdad bíblica.
4. El restauracionismo se fundamenta en el principio de que el
castigo del pecado es disciplinario y reformatorio, antes que retributivo.
Por lo tanto, enseña que los pecadores, no importa cuán intensamente
puedan sufrir en el futuro, al fin y al cabo serán traídos a la santidad y
al cielo. Esa posición representa una forma de salvación universal, pero
difiere de lo que se conoce comúnmente como universalismo en que no
limita el castigo del pecado a la vida presente.6 El restauracionismo
reclama en su apoyo pasajes bíblicos como los siguientes: (1) la promesa
340 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
[gehenna]”. Con frecuencia se señala que de los doce pasajes del Nuevo
Testamento en los que ocurre la palabra gehenna, en todos excepto en
uno, Santiago 3:6, es Cristo quien la emplea. Por lo tanto, la palabra
“infierno”, en el sentido de gehenna, aludirá al lugar provisto para el
castigo final de los ángeles malvados y de las personas impenitentes tras
el día del juicio, por lo que el hades intermedio de los impíos, y el
tártaro de los ángeles caídos, lo que hacen es anticipar los horrores del
gehenna en el mismo sentido en que el paraíso anticipa los goces del
cielo.8
La doctrina del castigo eterno según se enseña en la Biblia. Aquí, como
en todos los asuntos que tienen que ver con el futuro, nuestra sola
autoridad es la Biblia.9 Por lo tanto, al estudiar este tema agruparemos
los pasajes bíblicos como respuesta a tres preguntas importantes que se
suscitan regularmente: (1) ¿Enseña la Biblia la doctrina del castigo
futuro? (2) ¿Cuál es la naturaleza de ese castigo? Y (3) ¿Es eterno el
castigo?
1. ¿Enseñan la Biblia la doctrina del castigo futuro? El simple repaso
de las palabras de Cristo, sin anotaciones ni comentarios, debe conven-
cer al lector de que Él enseñó la doctrina del castigo futuro. Los
siguientes pasajes deben estudiarse cuidadosamente: “Entonces les
declararé: ‘Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!’”
(Mateo 7:23); “No temáis a los que matan el cuerpo pero el alma no
pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el
cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). “Enviará el Hijo del hombre a
sus ángeles, y recogerán de su Reino a todos los que sirven de tropiezo y
a los que hacen maldad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el
lloro y el crujir de dientes” (Mateo 13:41-42). “Así será al fin del
mundo: saldrán los ángeles y apartarán a los malos de entre los justos, y
los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes”
(Mateo 13:49-50). “Entonces dirá también a los de la izquierda:
‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles... Irán estos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”
(Mateo 25:41, 46); “porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar
todo el mundo, si pierde su alma?” (Marcos 8:36); “Si tu mano te es
ocasión de caer, córtala, porque mejor te es entrar en la vida manco,
que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser
apagado, donde el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga”
(Marcos 9:43-44; cf. los versículos 45 al 48); “Aconteció que murió el
mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió
342 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
(cf. Mateo 12:32; Hebreos 2:5; 6:5; Marcos 10:30; Lucas 18:30 y
20:35).15
Habiendo estudiado los vocablos aionios y aion, notemos ahora su
aplicación a los siguientes pasajes: “Por tanto, si tu mano o tu pie te es
ocasión de caer, córtalo y échalo de ti: mejor te es entrar en la vida cojo
o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser arrojado en el fuego
eterno” (Mateo 18:8). El evangelista Marcos, al registrar estas mismas
palabras, hace que el Señor añada, “donde el gusano de ellos nunca
muere y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:43-44). También nota al
Señor diciendo: “pero el que blasfema contra el Espíritu Santo, no tiene
jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno” (Marcos 3:29). El
evangelista Juan apunta: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna
[aionion]; pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino
que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).16 En la descripción del
juicio presentada en Mateo 25:31-46, Jesús dice a los que están a su
izquierda, “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno [aionion]
preparado para el diablo y sus ángeles”; y la escena de este juicio llega a
su fin con las palabras, “Irán estos al castigo eterno [aionion] y los justos
a la vida eterna [aionion]”. Si nuestro Señor no quiso decir con estas
declaraciones que el castigo será eterno, ¿qué posible significado se le
puede atribuir a las mismas? El vocablo aionios es la palabra más maciza
en todo el Nuevo Testamento para expresar la duración de la felicidad.
Si en cambio, limitamos el significado de esta palabra con relación al
impío, tendremos también que limitarlo con relación al justo, de suerte
que terminaremos sin cielo ni infierno futuro. “He visto”, comenta
Adam Clarke, “las mejores cosas escritas en favor de la redención final
de los espíritus condenados derivadas de este versículo [Mateo 25:46],
pero nunca he visto un argumento de respuesta en contra de esa
doctrina que no avergüence a la erudición y crítica sana”.
Las objeciones que se ostentan en contra del castigo eterno se pue-
den reducir generalmente a estas dos: (1) se objeta que el castigo no
guarda proporción con el pecado.17 Esta objeción, como señala Asbury
Lowrey, se fundamenta en una subestimación del carácter del pecado.
Esto es lo que él señala: “La objeción a lo eterno del infierno, que lo
hace aparecer contrario a la justicia divina y repugnante a la naturaleza
divina, parte de dos premisas falsas: la primera, que el pecado, espe-
cialmente cuando se vincula a la vida moral, posee tan poca vileza que
podría considerarse fragilidad o debilidad humana; y la segunda, que el
pecado no perturbará ningún principio del gobierno moral del Regidor
346 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
del universo a menos que no sea el que tiene que ver con la provincia de
lo terrenal y de la familia humana” (Asbury Lowrey, Positive Theology,
276-277). (2) Se objeta que Dios es demasiado misericordioso como
para infligir un castigo eterno sobre sus criaturas. Pero aquí el pecado es
de nuevo subestimado. La misericordia y la justicia de Dios nunca se
encuentran en conflicto. Según se ha indicado anteriormente, Jesucristo
mismo, durante su ministerio terrenal, le presentó a la iglesia las más
severas declaraciones respecto a esta solemne verdad. Por consiguiente,
los que se oponen a esta doctrina se hallan en directa oposición a Aquél
quien sufrió, “el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro
3:18).18
impías. (2) Será un lugar en el que las consecuencias penales del pecado
serán totalmente removidas: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de
ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor,
porque las primeras cosas ya pasaron” (Apocalipsis 21:4). (3) El cielo se
caracterizará no solo negativamente por la ausencia del mal, sino que
los santos también disfrutarán la posesión de todo bien positivo. El
apóstol Juan dice que, una vez la maldición sea removida, “El trono de
Dios y del Cordero estará en [la ciudad celestial], sus siervos lo servirán,
verán su rostro y su nombre estará en sus frentes. Allí no habrá más
noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque
Dios el Señor los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos”
(Apocalipsis 22:3-5). Los pasajes que se acaban de citar, representan al
cielo como la respuesta perfecta a todo deseo santo. Para los cansados,
será el descanso eterno; para los triste, el lugar en que Dios enjugará
toda lágrima; para los que sufren, el lugar en que no habrá más dolor;
para los errores y las faltas de un servicio sincero aunque imperfecto, el
trono de Dios estará allí, y sus siervos lo servirán, toda obra será hecha
en su presencia y con la aprobación de su sonrisa; para los que estén
perplejos y desorientados debido a las incertidumbres y desengaños de
esta vida, se promete que no habrá allí más noche, porque el Señor
Dios les proveerá luz y reinarán con Él por siempre jamás.
Otra fuente de bienaventuranza para los santos será la comunión
entre sí y con su común Señor. Podemos estar seguros que la persona-
lidad distinta de cada santo redimido será preservada de manera
inviolable, y que los instintos sociales que los caracterizaron aquí, allá
en el cielo no serán cohibidos, sino más bien intensificados.23 De aquí
que el Apóstol afirme: “Vosotros, en cambio, os habéis acercado al
monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la
compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los
primogénitos que están inscritos en los cielos. Os habéis acercado a
Dios, Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfecto”
(Hebreos 12:22-23). Nuestro Señor dice “que vendrán muchos del
oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el
reino de los cielos” (Mateo 8:11). “Sostendrán conversaciones con los
profetas y justos de tiempos pasados. Escucharán las alocuciones de
Enoc y Elías, de Abraham y Job, de Moisés y Samuel, de David e Isaías,
de Daniel y Ezequiel, de Pedro y Santiago, y de Pablo y Juan. Si unos
pocos momentos en el monte Tabor, donde Moisés y Elías conversaron
con Jesús, extasiaron de tal manera a los apóstoles, ¡con cuánta viva
350 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
LA CONSUMACIÓN FINAL
La consumación final, a veces conocida como la consummatio seculi
o consummatio mundi, marca el fin de la historia de este mundo. Su
lugar lo ocuparán el cielo nuevo y la tierra nueva donde mora la
justicia; destinados por toda la eternidad a ser el asiento del reino de
Dios en su perfección y hermosura. En este reino triunfante, Cristo
pondrá fin a su obra mediadora de salvación del pecado, pues que el
último enemigo habrá sido vencido para siempre. Sin embargo, Cristo
no dejará de ser el exaltado, puesto que todavía Él será el primogénito
entre muchos hermanos, nuestra fuente de agua viva, y nuestra luz
eterna. Por siempre será la causa mediata de nuestra vida y luz eterna,
nuestra santidad y felicidad, aun cuando haya entregado el reino al
Padre.28 La consumación final dará término: (1) a la historia probatoria
del individuo, siendo sus consecuencias finales el castigo futuro de los
impíos y la bienaventuranza eterna de los santos. (2) Marcará también
la perfección de la iglesia. El cielo estará habitado no solo por una
compañía innumerable de individuos redimidos, sino por la iglesia
como una unidad orgánica. Sin escatimar lo glorioso de los ángeles que
circunden el trono de adoración, la iglesia será la joya más preciosa del
cielo. Quizá nadie, en sentido afectivo, estará más cerca del trono que
ella. Por esa razón el apóstol Juan hablará de la iglesia como la esposa
del Cordero, la cual describe con el simbolismo de la santa ciudad, la
nueva Jerusalén, que descenderá de Dios desde los cielos (Apocalipsis
21:2, 9, 10). No hay otro símbolo que se adapte mejor para expresar la
complejidad de la organización social. En el mundo presente, y debido
a las malas adaptaciones de una estructura social imperfecta, la ciudad
ha venido a ser el asiento del pecado y de la iniquidad, de la necesidad,
de la penuria, del dolor y del sufrimiento. Pero en la ciudad de Dios, la
organización será tan perfecta en aquello que afecta la relación del
individuo con el orden social, que “ya no habrá más muerte, ni habrá
más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron”
(Apocalipsis 21:4). La iglesia militante en la tierra vendrá a ser la iglesia
triunfante en el cielo, pero nunca perderá su identidad. Y cuando la
iglesia haya alcanzado esta perfección, y todo enemigo haya sido
subyugado, y la muerte misma haya dejado de existir, entonces el reino
mediador como agencia de salvación cesará por obligación, y será
absorbido en el reino bendito y perpetuo de Dios el Padre, Dios el Hijo
y Dios el Espíritu Santo. (3) Pero la consummatio mundi incluye el
universo físico al igual que el individuo y la iglesia. Habrá un cielo
LA CONSUMACIÓN FINAL 353
***
Que el Dios de paz, que resucitó de los muertos a nuestro Señor Je-
sucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno,
os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, ha-
ciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo;
al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (Hebreos
13:20-21).
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. El nuevo orden reestablecido lo será al punto de que las cosas viejas apenas se podrán
recordar; sin embargo, la relación entre lo nuevo y lo viejo será en muchos respectos un
misterio reservado. Entre tanto, la combinación de ambas cosas es lo único ostensible de la
consumación: un final que se abre a un nuevo principio. El fin del desarrollo humano,
una combinación de pecado y redención, es simplemente la contribución de una pequeña
sección de lo que para nosotros es un universo ilimitado que preside un Ser cuyos recursos
ilimitados preparan nuestras débiles mentes para maravillas que nuestra imaginación no
podrá esbozar ni siquiera en líneas generales. Las ciencias humanas nos han enseñado
mucho de la maravillosa consumación a la que ha llegado el universo físico, pero la ciencia
de la fe no le conoce límite a su esperanza. Hay un tercer tetelestai de la economía divina,
un cumplimiento del tiempo en su sentido más pleno, el cual nosotros esperamos. El
primero se dio con el final del mundo como escenario de la redención; el segundo, cuando
el Señor declaró a voz en cuello que la nueva creación se había consumado. Respecto al
tercero, deberemos mirar reverentemente su tenue reflejo según se nos proyecta exclusi-
vamente desde la palabra de Dios. La contemplación deberá ser una de asombro y gozo.
Así como Abraham se regocijó al ver el día de Cristo desde lejos, así también lo pueden
hacer todos los hijos de los fieles mientras ven en lo futuro el día para el que todos los
demás días han sido creados (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology,
III:424-425).
2. Si aceptamos la verdad de la Biblia, tenemos que ser leales, como lo somos en lo demás, a
lo que ellas enseñan sobre la cuestión del castigo futuro, sin tomar en cuenta su terrible
carácter. No podría haber un asunto cuya perversión de la verdad resultara más desastrosa.
Aunque tal perversión pueda neutralizar la fuerza práctica de la verdad, e inculque un
sentido falso de seguridad, es nula para prevenir la condenación del pecado. Nuestra única
LA CONSUMACIÓN FINAL 357
nen, o que se ven tentados a adoptar, aquellos que las afirman. El estudiante deberá estar
siempre en guardia respecto a estos dos puntos, a no ser que se desoriente por causa de la
variedad de argumentos plausibles en los que abunda, tanto la literatura más pesada como
la más liviana. Después de todo, no será demasiado recordar continuamente que este
solemne asunto no depende de textos aislados, ni de las especulaciones sobre la naturaleza
de la personalidad y la conciencia. Depende de su vinculación con los grandes principios y
la tendencia firme de toda la enseñanza revelada, la cual se dirige en todo lugar a la perso-
na como un ser inmortal, que tiene un destino eterno, cuyas consecuencias están ligadas al
uso que le dé a los medios provistos por Dios para su salvación dentro de este estado de
prueba (William Burton Pope, Compendium of Christian Theology, III:444).
6. Samuel Wakefield, de entre los teólogos protestantes, en nuestra opinión ofrece la mejor
refutación de la aniquilación. Todo lo que podemos presentar aquí es un resumen de su
posición, que es como sigue:
(1) Que el vocablo muerte, según se aplica al ser humano en la Biblia, siempre signi-
fique aniquilación, y que la aniquilación sea la pena de la ley divina, son meras suposicio-
nes para las que no hay ni una sombra de prueba y las cuales podemos negar muy confia-
damente. De hecho, entender la palabra muerte en el sentido de aniquilación torna-
ría numerosos pasajes bíblicos en un patente absurdo, como lo demostrarían unos pocos
ejemplos. Así: “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte [aniquilación] de sus santos”
(Salmos 116:15). “Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos
5:10). “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). “El que no ama a
su hermano permanece en muerte” (1 Juan 3:14).
(2) La teoría es inconsistente con ella misma. Los que la defienden enseñan
que la aniquilación es no solo la pena de la ley, sino el más temible de todos los castigos,
peor que el sufrimiento perpetuo mismo. No obstante, sostienen que la aniquilación de
los justos entre la muerte y la resurrección no es castigo alguno, sino una verdadera ga-
nancia. ¿Sufrirá más el impío que el justo a causa de la aniquilación entre la muerte y la
resurrección? Claro que no. Y si la aniquilación de los justos al morir no es la pena de la
ley, ¿cómo puede serlo la aniquilación de los impíos? Si en el primer caso no se inflige
castigo, ¿cómo puede ser el castigo tan temible en el último? El sistema, por consiguiente,
enseña que la aniquilación es la pena de la ley pero que no lo es; que es el más temible de
los castigos pero que no lo es; y que la única diferencia entre los justos y los impíos, de
acuerdo con este argumento, es que los primeros serán aniquilados dos veces, pero los
últimos, una.
(3) Que la aniquilación no será el castigo futuro de los impíos lo evidencia el absurdo
que supone que serán traídos de nuevo a existencia meramente para ser aniquilados. Si
la aniquilación fuera cierta, todos los seres humanos perderían su identidad personal al
morir, ya que sería una perfecta necedad hablar de la existencia continua de las personas
que han sido aniquiladas. Si la muerte es la aniquilación, no es posible la resurrección.
Puede que otros seres morales hayan sido creados, pero no podrían ser recompensados ni
castigados justamente por la conducta moral de generaciones aniquiladas de seres huma-
nos.
(4) Si el castigo futuro de los impíos ha de consistir en la aniquilación, entonces el
castigo sería el mismo para todos los pecadores, lo cual no es razonable ni bíblico.
Antes, dado que habrá grados distintos de castigo futuro, pero no podrá haber grados
distintos de aniquilación, se sigue que la aniquilación no podrá ser ese castigo. De nuevo,
para los que estén sufriendo esos supuestos tormentos, la aniquilación sería o una maldi-
ción o una bendición. Si lo primero, el estado de tormento perpetuo sería mejor para el
pecador que la liberación de todo sufrimiento por medio de la aniquilación; si lo último,
LA CONSUMACIÓN FINAL 359
la aniquilación no podría ser la pena de la ley, a menos que se pretenda que una pena y
una bendición son la misma cosa (Samuel Wakefield, Christian Theology, 647-648).
7. Sería fácil, sin embargo, demostrar por medio del examen cuidadoso de todos esos pasajes
bíblicos (los arriba citados) que no prueban el apoyo de la doctrina para el que se les cita,
pero un examen así no es lo que procede en este punto. Será suficiente observar (1) que la
bendición que viene sobre todos los seres humanos por medio de la simiente de Abraham,
no implica necesariamente la salvación real de todos. (2) Que aunque Cristo murió por
todos los seres humanos, y es en este sentido, como en otros, el Salvador de los seres
humanos, en realidad es el Salvador solo “de los que creen”. (3) Que Dios quiere la salva-
ción de todos los seres humanos, pero únicamente de la manera designada, esto es, “me-
diante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”, y no según si creen o no en
Cristo. (4) Que todos los seres humanos se inclinarán ante Cristo y lo reconocerán, bien
para recibir voluntariamente su gracia y salvación, o para sujeción obligada a su justicia
punitiva; y (5) que la muerte será destruida cuando “todos los que están en los sepulcros”
oigan la voz de Cristo, “y los que hicieron lo bueno” salgan “a resurrección de vida, pero
los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Samuel Wakefield, Christian
Theology, 644).
8. El obispo Weaver dice que al arribar al significado de todo término genérico, se
considerará no solo la definición del vocablo, sino que esa definición sea de un carácter tal
que se conforme al contexto. Esa regla general debe observarse al determinar el significado
de toda palabra genérica. Aunque la palabra “gehenna” significa literalmente el valle del
Hinnom, no por ello debemos concluir que nunca se hubiera empleado en ningún otro
sentido. El significado correcto deberá ser determinado por la conexión en la que se
emplea. El significado original de la palabra “paraíso” era “un lugar enclaustrado para el
disfrute y el placer”. En el Antiguo Testamento se emplea como aludiendo al jardín del
Edén. En el Nuevo Testamento se emplea como otra manera de designar el cielo (Lucas
23:43; 2 Corintios 12:4; Apocalipsis 2:7). Si por el hecho de que la palabra “gehenna”
signifique literalmente el valle de Hinnom, no podrá jamás significar otra cosa, entonces el
paraíso nunca significará otra cosa que el jardín del Edén o un lugar en la tierra convenido
para el placer y el deleite (cf. Jonathan Weaver, Christian Theology, 323).
9. El artículo titulado Infierno, del Diccionario de Watson [en inglés], dice: Esta es una
palabra sajona que se deriva de un verbo que significa esconder o encubrir. Un fenecido
crítico bíblico, el doctor Campbell, investigó este asunto con la precisión que lo caracteri-
zaba, y lo que sigue es una síntesis de sus observaciones. En las Escrituras hebreas, la
palabra seol ocurre frecuentemente y, de acuerdo con Campbell, denota uniformemente el
estado de los muertos en general, sin tomar en cuenta el carácter virtuoso o vicioso de las
personas, como tampoco su felicidad o miseria. La Septuaginta, al traducir la palabra, ha
empleado casi invariablemente el término griego aides, hades, que significa el recipiente de
los muertos, y por eso raramente debió haberse traducido por infierno en el sentido en que
ahora lo tomamos, vale decir, el lugar de tormento. Para denotar esto último, los escritores
del Nuevo Testamento hacen siempre uso de la palabra griega geenna, que se compone de
dos palabras hebreas, ge Hinnom, esto es, “el valle de Hinom”, un lugar cerca de Jerusalén
en el que los infantes eran sacrificados cruelmente a Moloc, un ídolo amonita (2 Crónicas
33:6). A este lugar también se le llama Tofet (2 Reyes 23:10), en alusión, según se supone,
al ruido de los tambores (tof significa tambor), los cuales se hacían sonar para ahogar el
llanto de los indefensos niños. Dado que, con el paso del tiempo, este lugar vino a ser
considerado como un emblema del infierno o lugar de tormento reservado para el castigo
de los impíos en el estado futuro, el nombre Tofet llegó gradualmente a emplearse en este
sentido, y, por último, a restringírsele. Es también en ese sentido que la palabra gehena,
un término sinónimo, siempre se habrá de entender en el Nuevo Testamento, en donde
360 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
ocurre una docena de veces. La confusión que ha surgido sobre este asunto, la ha ocasio-
nado el que nuestros traductores ingleses han traducido frecuentemente no solo la palabra
hebrea sheol y la griega gehenna por el término infierno, sino porque han traducido la
palabra griega hades, la cual ocurre once veces en el Nuevo Testamento, en todos los casos
excepto en uno con la misma palabra, infierno, lo cual nunca debió haberse hecho.
Stuart observa que, mientras que el Antiguo Testamento emplea sheol, en la mayoría
de los casos, para designar el sepulcro, la región de los muertos, el lugar de los espíritus
que han partido, también la emplea, en algunos casos, para designar, junto a esta idea, la
otra, vinculándola a un lugar de miseria, un lugar de castigo, y un lugar de temor. En ese
sentido se conforma plenamente a la manera en que el Nuevo Testamento emplea el
término hades. Y es que, aunque hades significa el sepulcro, y, muchas veces, la región
invisible de los espíritus separados, sin alusión directa a su condición, aun así en Lucas
16:23 se emplea claramente para designar un lugar o condición de miseria. La palabra
infierno es también empleada por nuestros traductores para gehena, que significa el mun-
do del castigo futuro (Stuart, Essay on Future Punishment).
10. Las miserias del impío antes de la resurrección, deberán ser puramente espirituales; pero,
después de ese evento, serán, en parte, corporales. Consistirán en la pérdida, la ausencia de
todo lo deseable, y en que se le infligirán sufrimientos positivos y depurados. Se dice del
hombre rico en el infierno, que éste ha recibido todo lo bueno, lo que implica que no le
falta ninguna otra bondad. Por consiguiente, se le niega una gota de agua para mitigar su
ardiente sed. Se dice de los malos en el infierno que “no tienen reposo de día ni de noche”.
“El también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su
ira” (Apocalipsis 14:10). Sufrirán la tortura de una conciencia que siempre los acusará y
los herirá. Sufrirán la indulgencia de una insaciable malicia, envidia, venganza, ira y todas
las demás pasiones odiosas de las que serán capaces. Sufrirán de perpetua decepción,
derrota y desesperación. Sufrirán los unos a causa de los otros. Sufrirán todo lo encerrado
en esas terribles metáforas, esas aterradoras representaciones, a través de las cuales el
Espíritu Santo presenta las agonías de ellos (Enoch Pond, Christian Theology, 576).
11. La presunción de que la Biblia enseña, en efecto, el castigo perpetuo de los finalmente
impenitentes, debe ser una tan imbatible que todas las iglesias cristianas así lo han enten-
dido. No hay otra manera de explicar la unanimidad de concepto. Referirlo a algún tipo
de especulación filosófica que haya obtenido ascendencia en la iglesia, como sería el dua-
lismo del bien y del mal como principios coeternos y necesarios, o a la teoría platónica de
la inmortalidad y la indestructibilidad inherente del alma humana, sería asignarle una
causa completamente inadecuada a este resultado. Mucho menos puede este consenso
general explicarse sobre las bases de que la doctrina en cuestión congenie con la mente
humana, y que sea creída por su propia causa, sin un apoyo adecuado de la Biblia. El caso
es al contrario. Es una doctrina que el corazón natural la resiste al punto de la rebelión, y a
la que se somete solo bajo el peso de la autoridad. La iglesia cree la doctrina porque tiene
que creerla, a menos que renuncie a su fe en la Biblia y rinda todas las esperanzas que se
cimientan en sus promesas. No hay una doctrina en apoyo de la cual se reclame ese con-
sentimiento general que no pueda demostrarse que no se enseña en la Biblia (Charles
Hodge, Systematic Theology, III:870).
Hemos ya admitido que el lenguaje de la Biblia sobre este tema es más o menos me-
tafórico; pero sea metafórico o de cualquier otra índole, de una cosa estamos seguros, y es
que este lenguaje ha tenido la intención de comunicar ideas que se conforman estricta-
mente a la verdad. Dios no podría causar una falsa impresión sobre la mente humana por
medio del uso de metáforas, de la misma manera que no podría guiar a las personas al
error por medio de las más llanas y las más positivas de las declaraciones, pues que ambas
cosas serían contrarias a la veracidad divina. Tampoco su bondad, y mucho menos su
LA CONSUMACIÓN FINAL 361
verdad, le permitirían alarmar a sus criaturas morales con temores infundados, ni repre-
sentar las consecuencias del pecado como más temibles de lo que en realidad son. Por lo
tanto, podemos concluir que el estado futuro de los impíos, según su carácter general, será
uno de sufrimiento intenso; suponer que sea más tolerable que la oscuridad absoluta, las
agonías de la muerte, y el efecto del fuego, sería acusar virtualmente a Dios de pronunciar
falsedad, y situar nuestras propias normas como opuestas a la revelación divina. Este
sufrimiento intenso que será la porción de los impíos, se derivará de (1) lo que se ha
llamado el castigo de lo que uno pierde... y, (2) el castigo del sentido (Samuel Wakefield,
Christian Theology, 642).
12. “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mateo 25:41). Estas palabras son no solo
pronunciadas por el Hijo del hombre en contra de los malditos, sino que son un eco que
resuena contra ellos desde lo más profundo de sus seres, que parte de la semejanza divina
que en ellos ha sido mancillada, que resuena con ellos desde todos los rincones de la
creación, la cual ahora da unánimemente testimonio de Él. No habrá ya más paz en la
creación glorificada para los que así han sido condenados; serán de tal manera separados
que lo que sea que de su estado se inquiera, no encontrará en nosotros otra respuesta que,
“en las tinieblas de afuera” (H. L. Martensen, Christian Dogmatics, 474).
13. Charles Hodge declara que “los sufrimientos de los finalmente impenitentes, según la
Biblia, los ocasionarán: (1) La pérdida de todo bien terrenal. (2) Ser excluidos de la pre-
sencia y el favor de Dios. (3) Ser condenados completamente al retirárseles de manera
definitiva el Espíritu Santo. (4) Por consecuencia, quedar dominados por el pecado y las
pasiones pecaminosas irrestrictas. (5) Las operaciones de la conciencia. (6) La desespera-
ción. (7) Las malas compañías. (8) Sus circunstancias externas, es decir, que el sufrimiento
futuro no es exclusivamente la consecuencia natural del pecado, sino que también incluirá
un castigo perentorio. (9) Su carácter perpetuo” (Charles Hodge, Systematic Theology,
III:868).
14. En vista de que la palabra aioun, edad, puede denotar en la Biblia la edad presente y finita,
o la edad futura perpetua, si deseamos determinar el significado de aiounos, será necesario
determinar primero en cuáles de las dos aiounos, la limitada o la perpetua, existe la cosa a
la cual se le aplica el epíteto, pues que cualquier cosa, en una aioun o en la otra, puede ser
designada “aiouniana”. El significado del adjetivo sigue al sustantivo. Onésimo, como
esclavo, existía en este mundo (aioun) del ‘tiempo’, por lo tanto, cuando se le designa
“aiouniano” o “para siempre” (Filemón 15), significa que su servidumbre continuará
durante la aioun finita en la cual él es un siervo, y para todo efecto práctico, solo llegará a
su fin cuando éste muera y la abandone. A las montañas se les llama aiounianas o “eternas”
(aiounia) en el sentido de que permanecerán mientras que el mundo (aioun) del que son
parte permanezca. Dios, por otro lado, es un ser que existe en la (aioun) infinita, de aquí
que Él sea aiounios en el sentido perpetuo de la palabra. Lo mismo es cierto de los espíritus
de los ángeles y de los seres humanos, puesto que existen tanto en la aioun futura como en
la actual. Si algo pertenece solamente a la edad o aioun presente, es aiouniano en el sentido
limitado; si pertenece a la edad o aioun futura, es aiouniano en el sentido ilimitado. Si, por
consiguiente, el castigo de los impíos ocurre en la aioun presente, es aiouniano en el
sentido temporal; pero si ocurre en la aioun futura, es aiouniano en el sentido perpetuo. El
adjetivo toma su significado del nombre. La frase “para siempre” tiene el mismo signifi-
cado doble, ya sea en la Biblia o en el uso corriente. Algunas veces significa todo el tiempo
que una persona viva en la tierra. El esclavo hebreo cuya oreja era agujereada con lezna y
quien era arrimado a la puerta de su amo, tenía como fin que fuera su siervo “para siem-
pre” (Éxodo 21:6). En ocasiones “para siempre” significaría todo el tiempo que duraría el
estado político judío. Las leyes ceremoniales habrían de ser “perpetuas” (Levítico 16:34).
En ocasiones la frase significará todo el tiempo que el mundo dure. “Generación va y
362 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
generación viene, pero la tierra siempre permanece” (Eclesiastés 1:4). En todos estos casos,
“para siempre” se refiere a la aioun temporal, y denota duración finita. Pero en otros casos,
y en la Biblia es así en su gran mayoría, “para siempre” se refiere a la aioun perpetua, como
cuando dice, “Bendito sea Jehová para siempre” (Salmos 89:52). El significado limitado
de “para siempre” en los primeros casos no inválida su significado ilimitado en el último.
El que Onésimo fuera un esclavo “para siempre” (aiounios), y el que los montes sean
“eternos” (aiounia), no invalida la eternidad de Dios, ni la del alma, ni la del cielo ni la del
infierno, como tampoco lo haría el término “para siempre” en las escrituras de un bien
inmueble. Poseer una tierra “para siempre” es poseerla “mientras crezca hierba y la sur-
quen las corrientes de agua”, es decir, mientras este mundo o aioun dure. La objeción de
que, debido a que aiounios o aeoniano denota “aquello que pertenece a una edad”, no
puede significar perpetuo, descansa sobre la presuposición de que no hay un aioun o edad
perpetua. La misma postula una serie indefinida de aiounes o edades limitadas, ninguna
de las cuales es final y para siempre. Pero los textos bíblicos que han sido citados, invalidan
dicho postulado. La Biblia habla de solo dos aiounes que cubren e incluyen toda la exis-
tencia del ser humano y todo lo que éste dure. Si por consiguiente, el hombre es un ser
inmortal, uno de las dos aiounes debe ser perpetua. La frase “edades sin fin”, aplicada a la
edad futura perpetua, no es prueba de que haya más de una edad futura, como tampoco la
frase “por las eternidades” prueba que haya más de una eternidad, ni la frase “las infinida-
des” prueba que haya más de una infinidad. El uso del plural en estos casos es retórico e
intenso en su fuerza, pero no aritmético (William T. Shedd, Dogmatic Theology,
II:686-688). William G. T. Shedd sostiene que una serie indefinida de aiounes limitadas,
aunque sin una aioun final perpetua, es un concepto pagano y gnóstico, más no bíblico. El
que se haya importado al sistema cristiano la noción de una serie perpetua de ciclos finitos,
cada uno de los cuales no tiene ni finalidad ni inmutabilidad, ha introducido errores de la
misma manera que lo ha hecho el haber importado el concepto pagano del Hades (cf.
William T. Shedd, Dogmatic Theology, II:682-683).
15. Es también la doctrina de la Biblia que este castigo futuro de los incorregibles sea final o
ilimitado, lo cual es otra consideración de gran importancia por lo que concierne a la
doctrina de la expiación. Esta es una doctrina monitoria que solo puede ser manifestada a
través de una revelación, aunque, una vez revelada, no deja de tener un grado considerable
de evidencia racional. Supone, ciertamente, que al ser humano no habrá de permitírsele
una probatoria futura si la actual ha sido descuidada y abusada, hecho que, en el gobierno
divino, encuentra considerables analogías en los procedimientos constantes de la vida
presente. Cuando las muchas reconvenciones y admoniciones del consejo del sabio, y las
muchas lecciones del insolente, han sido desatendidas, sobrevienen la pobreza y la enfer-
medad, y la infamia y la muerte, como la observación de toda persona lo verá así eviden-
ciado en miles de casos; el periodo probatorio de un individuo, el cual ha de resultar en su
actual felicidad o miseria, habrá de acabar; y aunque este periodo se renueve frecuente-
mente en la esperanza de que al fin el individuo alcance a beneficiarse de la experiencia
amarga, de las ventajas, y de las oportunidades, una vez estas sean desatendidas, nunca
podrán volverse a tener. No hay nada, por lo tanto, contrario a los principios obvios del
gobierno divino, según se manifiestan en esta vida, en la doctrina que confina el espacio
del estado probatorio más elevado y más solemne del ser humano a ciertos límites, y que,
más allá de estos límites, se le escinda toda esperanza (Richard Watson, Theological Insti-
tutes, I:211).
16. Moses Stuart, en sus “Ensayos exegéticos”, señala que aiounios se emplea 66 veces en el
Nuevo Testamento. De esas, 51 se relacionan con la felicidad futura de los justos; siete se
relacionan con el castigo futuro, a saber, Mateo 18:8; 25:41, 46; Marcos 3:29; 1 Tesalo-
nicenses 1:9; Hebreos 6:2; y Judas 6; dos se relacionan con Dios; seis son de carácter
LA CONSUMACIÓN FINAL 363
misceláneo (cinco que se relacionan con cosas que se reconocen como perpetuas, como
son los pactos y las cosas invisibles; y una en Filemón 15, que se relaciona con el servicio
perpetuo). En todos los casos en los que aiounios alude a duración futura, denota duración
perpetua, sin mencionar los casos en los que se refiere al castigo eterno”. El temprano
Jonathan Edwards dice que aioun, si se cuenta la repetición de este vocablo como un caso
de uso sencillo, ocurre 104 veces en el Nuevo Testamento, 32 de las cuales significará una
duración limitada. En siete casos su significado puede tomarse lo mismo en el sentido
limitado como perpetuo. En 65 casos, incluso los seis casos en los que se aplica al castigo
futuro, significa claramente una duración perpetua. (Estas dos anotaciones son citas
tomadas de William T. Shedd, Dogmatic Theology, II:688-689).
Los vocablos griegos aioun y aiounios denotan, literal y debidamente, una duración
perpetua. Su etimología (aei y oun--ser o existir siempre) lo demuestra. Su uso y signifi-
cado habitual demuestra lo mismo. Ambos vocablos denotan tan propiamente una dura-
ción perpetua como lo hacen en nuestro idioma las palabras eterno y para siempre. Hay
ocasiones en que se emplean, como en nuestro idioma, en sentido estricto—restringido
por la naturaleza del sujeto al que se aplican, pero, en casos así, la conexión indica inme-
diatamente su sentido, por lo cual el margen de error es mínimo. Sin embargo, por satis-
factorio sea el significado general de estos vocablos, no dependemos solo de ese significa-
do. El vocablo aiounios se emplea de una forma tal por nuestro Salvador, en alusión al
castigo futuro de los malos, que demuestra, de manera concluyente, que su significado no
puede ser otro que el de duración perpetua. Me refiero en particular al texto de Mateo
25:46, en el cual el castigo futuro de los impíos, y la felicidad futura de los justos, aparecen
contrapuestos, y el mismo aiounios se aplica a ambos, lo que indica que la duración de
ambos es igual y perpetua (Enoch Pond, Christian Theology, 581).
La interpretación materialista de sus representaciones metafóricas, como era el caso de
lo sostenido durante los primeros siglos, y de la iglesia medieval en particular, ha sido
ahora descartada y sustituida por una interpretación más racional y veraz. No obstante, a
lo largo de todas esas diferencias y disputas, se ha mantenido una notable unanimidad en
lo que respecta a la duración del castigo. La mejor erudición de nuestro día sobre esta
materia, se encuentra en pleno acuerdo con la doctrina histórica de la iglesia. Esto es un
hecho significativo, sobre todo cuando ese acuerdo no parte de ninguna preferencia o
predilección, sino de lo que obliga el sentido claro de la Biblia.
17. Luther Lee observa que “la sentencia que el juicio justo de Dios dictará sobre los pecadores
en el día final será irrevocable. Así deberá ser si se considera la inmutabilidad de Dios
como juez. La inmutabilidad es aquella perfección de Dios que lo hace eternamente
inalterable. La fuerza de esta consideración es clara. Después que un pecador ha sido
condenado en el juicio final, y enviado al infierno, no habrá arrepentimiento ni regenera-
ción alguna que obligue un cambio. La expiación que la muerte de Cristo logra, y las
ventajas de su intercesión, dejarán de estar disponibles después del día del juicio; por lo
tanto, todos sus beneficios, incluso la eficacia de la oración y la agencia del Espíritu Santo,
se habrán perdido para siempre. Si Dios, en un momento dado, condena al pecador y lo
envía al infierno, pero luego revoca la sentencia y lo libra de su prisión infernal sin que su
carácter moral haya cambiado, estaría actuando de manera diferente en momentos dife-
rentes, pero según los mismos principios morales, lo cual implicaría cambio o mutabilidad
(Luther Lee, Elements of Theology, 325).
18. El evangelio cristiano, el ofrecimiento universal de perdón por medio del propio sacrificio
de una de las divinas Personas, debe acallar toda objeción a la doctrina del castigo perpe-
tuo. Tal y como se da el caso en estos momentos, y en cuanto dependa de la acción de
Dios, no habrá necesidad de que ser humano alguno sea jamás expuesto al castigo futuro.
La necesidad del infierno se fundamenta en la acción de la criatura, no en la del Creador.
364 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
20. El cielo de los santos no será, por lo tanto, un entorno de sombras insustanciales e
indeterminadas sino un reino sustancial y real en el que las facultades y funciones de la
personalidad humana estarán activas en el ejercicio del gozo de la libertad del justo. Al
igual que las capacidades del alma, las facultades del cuerpo habrán de ser conmensuradas
a la ley y a la vocación de la vida eterna. Estos serán los que habrán salido de la gran
tribulación, y habrán lavado sus ropas, y las habrán emblanquecido en la sangre del Cor-
dero. Es así que estarán delante del trono de Dios, y le servirán día y noche en su templo,
y el que está sentado en el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. No tendrán más
hambre, ni el sol ni el calor los castigarán, pues que el Cordero que está en medio del
trono los pastoreará y los guiará a las fuentes del agua de la vida, y Dios enjugará toda
lágrima de los ojos de ellos (Emanuel V. Gerhart, Institutes of the Christian Religion,
II:473).
Cuando se consideran cuidadosamente las enseñanzas del Nuevo Testamento tocantes
a la vida del más allá, surge naturalmente esta pregunta: “¿Qué diferencia existe entre el
paraíso y el cielo?” La respuesta debe abarcar cuatro particulares: en el cielo, al alma se le
otorgará un organismo físico; la iglesia habrá sido completada y perfeccionada; el universo
será armonizado con las necesidades y anhelos espirituales del alma del cristiano; una
visión nueva y más clara de Dios les será abierta a los creyentes. En la resurrección y el
juicio, al espíritu se le revestirá de un marco material que estará en tal armonía con los
pensamientos y deseos del Espíritu, que será designado cuerpo espiritual (J. A. Clapper-
ton, The Essentials of Theology, 461).
21. La Biblia siempre representa al cielo como un lugar. Este es un hecho tan claro que apenas
necesita ejemplos. Nuestro Señor lo representó como un lugar o mansión en la casa de su
Padre (Juan 14:1-3); y el apóstol Pablo como un edificio de Dios, una casa no hecha de
manos, eterna en los cielos (2 Corintios 5:1). También es el templo de Dios, el lugar de su
trono y gloria (Apocalipsis 7:9-17); y una gran ciudad, la Jerusalén celestial (Apocalipsis
21:10). No hay dudas de que estas sean representaciones metafóricas del cielo, pero ello
no afecta la realidad subyacente de que es un lugar (John Miley, Systematic Theology, 473).
E. V. Gerhart, a la vez que considera que el cielo posee realidad sustancial, también
pone de relieve la diferencia entre el orden terrenal actual y el orden espiritual futuro. Dice
así: “El cielo es el dominio de la gloria no creada, en el cual Dios, el Padre, el Hijo, y el
Espíritu Santo, vive la vida de amor absoluto en comunión consigo mismo. El cielo, la
oikia de Dios producida por Él mismo, es eterno, sobrenatural, trascendente. No es parte
del universo creado. No puede ubicarse. El cielo es una forma de existencia esencialmente
diferente de la economía actual de la humanidad o del cosmos en el mismo sentido en que
el Creador lo es de su creación... Tampoco podemos pensar del cielo como una morada
que se encuentre separada de nosotros conforme a las leyes de la naturaleza y el espacio o
de la naturaleza y el tiempo. Si se considera desde esta perspectiva, el cielo no está lejos de
nosotros, pero tampoco cerca. Sea que nos imaginemos la oikia de Dios como presente o
como distante en cuanto a localidad, el concepto es igualmente defectuoso. Así como con
Dios mismo, la esfera de su gloria esencial no existe objetivamente bajo las condiciones de
ninguna categoría natural o terrenal (Emanuel V. Gerhart, Institutes of the Christian
Religion, II:889-890).
22. Al referirse a la descripción de la nueva Jerusalén, Thomas N. Ralston dice: “Se hace a
menudo la pregunta, ¿son metafóricas estas descripciones, o son literales? Lo que se pre-
sume generalmente es que son metafóricas. Quizá los son. Pero que no nos aventuremos a
decir que lo son enteramente. El cuerpo humano, en la resurrección, será el mismo cuerpo
que tenemos aquí, solo que será mudado en ‘cuerpo espiritual’, ‘hecho a la semejanza del
cuerpo glorioso de Cristo’; así, por lo que sabemos, cuando ‘el cielo nuevo y la tierra
nueva’ sean creadas, Dios podrá producir sustancias nuevas de oro y piedras preciosas,
366 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
refinadas y espiritualizadas al punto de que trasciendan esos metales según son conocidos
en la tierra, de la misma manera que los cuerpos espirituales de los santos trascenderán los
‘cuerpos indignos’ que ahora poseen. Y si esto es correcto (¿y quién podrá decir lo contra-
rio?), entonces las descripciones que aquí se ofrecen de esa magnífica ciudad que será la
habitación del pueblo de Dios, podrán ser diferentes de la acepción literal solo en la
medida en que el oro y las piedras preciosas, y los ríos y los árboles espirituales del mundo
celestial, excedan en belleza, magnificencia y pureza las correspondientes sustancias de la
tierra, de la misma manera que el cuerpo indigno de los santos de la tierra será excedido
por aquel cuerpo que se levantará de la tumba con todos las energías imperecederas y las
bellezas inmarcesibles de la inmortalidad. Pero si concluimos que estas descripciones son
enteramente metafóricas, entonces estamos obligados a inferir que todas estas radiantes
descripciones deberán ser insuficientes para impartir una concepción plena de la gloriosa
realidad (Thomas N. Ralston, Elements of Divinity, 536-537).
23. El gozo consiste en ese placer vivido, o deleite, que resulta de la recepción y posesión de lo
que es peculiarmente apreciado. El cristiano humilde puede a veces poseer un “gozo
inefable y lleno de gloria” aun en este valle de lágrimas, pero aquel que será glorificado en
el cielo, alcanzará una plenitud de gozo que jamás podrá experimentarse en esta vida. Será
el gozo elevado a su mayor grado de perfección, que se expresará a sí mismo en cánticos de
arrobamientos y deleites de inspiración celestial. Esos cánticos se unirán para darle “gloria
e imperio por los siglos de los siglos al que nos ama y nos ha lavado de nuestros pecados
con su sangre” [Apocalipsis 1:5-6], y se escuchará al coro de la multitud decir con voz
“como el estruendo de muchas aguas y como la voz de grandes truenos...: ¡Aleluya! porque
el Señor, nuestro Dios todopoderoso, reina” [Apocalipsis 19:6] (Samuel Wakefield, Chris-
tian Theology, 635).
24. El cielo estará pletórico de compañerismo amoroso y de santa adoración. Las imperfec-
ciones que tan a menudo manchan nuestra presente vida social hasta en sus formas más
espirituales, no tendrán lugar en esos compañerismos. Allí el amor será supremo. Los
santos y los ángeles, a través del señorío de Cristo, formarán una feliz hermandad. Con
todo, los santos tendrán una canción y un gozo que los ángeles solo podrán compartir
mediante el poder de la simpatía: la canción de redención y el gozo de la salvación. El
amor santo hará que todo deber sea un deleite santo. La adoración celestial, encendida por
la presencia inmediata y la visión franca de Dios y del Cordero, estará llena de arrebata-
miento santo (John Miley, Systematic Theology, 475).
25. El cielo deberá ser un estado social ya que esa es nuestra naturaleza. Nuestro carácter y
nuestra historia se han forjado en el vínculo de nuestras relaciones con nuestro prójimo.
De esto está hecha nuestra vida; tendríamos que perdernos a nosotros mismos, perder
nuestra identidad, antes de poder encontrar satisfacción en una vida solitaria y subjetiva.
Los amigos que hemos conocido siempre deberemos conocerlos... El descanso del cielo,
entonces, no será el cese de actividad, sino el alivio de las fatigas y los trabajos y las cargas
de la vida; una diferencia como la que se dio entre el Edén y el mundo maldito que pro-
dujo espinas, y que nos hizo comer nuestro pan con el sudor de nuestra frente. En el cielo
necesitaremos estar activos y tener responsabilidades, ya que nuestra naturaleza lo requiere
como condición para la bienaventuranza. El cielo deberá ser un estado progresivo, ya que
el crecimiento, el progreso, es la ley de nuestra naturaleza, y con una vida de perpetuidad
ante nosotros, y un amplio campo de acción que se nos abre, no se podrá poner límite al
progreso en conocimiento, en poder, y en bienaventuranza. Esta concepción del cielo
deberá ser ciertísima cuanto más sana y más eficaz sea para engendrar, como reacción, una
mente celestial en aquellos que lo anhelan (James H. Fairchild, Elements of Theology, 334).
26. La vida intelectual en el cielo deberá trascender infinitamente los logros de la vida actual.
Allí las facultades mentales estarán libres de todas las limitaciones presentes. Las mismas
LA CONSUMACIÓN FINAL 367
deberán tener amplio desarrollo dentro de las nuevas condiciones. No existe razón apa-
rente para que estas no experimenten crecimiento perpetuo. Ciertamente serán capaces de
la adquisición perpetua de conocimiento, y un universo de verdad estará disponible para
su investigación. Muchos problemas que ahora son oscuros y perplejos, allá se resolverán.
La búsqueda y adquisición incesante de conocimiento a través de todos los dominios de la
verdad serán una fuente incesante de placer (John Miley, Systematic Theology, 475).
Es altamente probable que la felicidad de los redimidos en el cielo, por plena y per-
fecta que haya sido al principio, sea, no obstante, progresiva. Si sabemos que las capacida-
des del alma para el disfrute santo aquí en la tierra son aumentadas a través de los ejerci-
cios santos, ¿por qué, pues, no podemos concluir que la continuación de esos ejercicios, en
circunstancias más favorables, aumentarán aún más estas capacidades? Los deseos del alma
por la felicidad también aumentan constantemente en esta vida, y probablemente seguirán
aumentando en la eternidad. Por lo tanto, en vista de que las capacidades para este disfrute
serán progresivas, y que las fuentes de gratificación serán inagotables, lo que sigue por
necesidad ha de ser una felicidad continuamente creciente (Samuel Wakefield, Christian
Theology, 636).
La perfección del cielo incluye el cuerpo, no el actual y corruptible de carne y sangre,
sino el cuerpo espiritual que es incorruptible (1 Corintios 15:42). Así como el Cristo que
está ahora entronizado en gloria es verdadero hombre, tanto en cuerpo como en alma, así
cada santo será conformado al cuerpo de su gloria (Filipenses 3:21). No somos ahora
capaces de formar un concepto justo y satisfactorio de ese cuerpo espiritual. Formarlo
tampoco es una necesidad en estos momentos. Lo que representa el asunto de principal
importancia es el reconocer que la vida eterna es una realidad que abarca a todo el ser
humano. El cuerpo espiritual es la forma finita de existencia personal que responderá
completamente a la condición de la humanidad glorificada, pero no menos real, sino más
real que el cuerpo terrenal. Comparado con la corporeidad durante nuestra actual historia
anormal, el cuerpo espiritual es el único cuerpo humano verdadero, del cual nuestra
organización material presente es solo un tipo y una profecía imperfecta (Emanuel V.
Gerhart, Institutes of the Christian Religion, II:910).
El cielo es una esfera de bienaventuranza única, dado que es la esfera de una armonía
única. La naturaleza externa, ordenada según lo que la benevolencia perfecta e irrestricta
dicte, se ajustará completamente, creemos, a los cuerpos espirituales de los santos, y se
ampliará en una escena de belleza trascendental. Cada miembro de la comunidad celestial,
radiante de perfección espiritual, será objeto de complacencia y deleite espontáneo el uno
para el otro. Así, al darse y recibir mutuamente los goces santos, todos conocerán la frui-
ción de una sociedad en la que el amor será absolutamente soberano. Como centro de esa
sociedad santa, su base de armonía, la vida de su vida, conocido lo suficientemente como
para invitar a la plena confianza y a la comunión amorosa, lo suficientemente misterioso
en las profundidades infinitas de su ser como para permitir un campo de investigación y
revelación perpetua, se encuentra Aquél quien es conocido verdaderamente como Em-
manuel, el siempre presente, quien está sobre todas las cosas y en ellas y a través de ellas, y
por medio de quien todas las cosas subsisten. Todo heredero de la vida eterna lo conocerá
como la fuente de su perfección, y verá su gracia y belleza reflejada en el resto de toda la
hueste celestial. Así todos serán “perfectos en unidad” [Juan 17:23], y la oración de Cristo
alcanzará su cumplimiento ideal. A la iglesia militante que atraviesa por las luchas de las
vicisitudes terrenales y batalla contra sus enemigos, le sucederá la iglesia triunfante que
habitará en luz brillante y se encontrará segura en su herencia eterna (Henry C. Sheldon,
System of Christian Doctrine, 578-579).
27. Al mediar sobre en lo que se ha revelado tocante a las condiciones de la existencia celestial
hay que evitar dos errores: (1) el extremo de considerar el modo de existencia que experi-
368 TEOLOGÍA CRISTIANA, TOMO 3
mentarán los santos en el cielo como demasiado análogo al de nuestra vida terrenal; (2) el
extremo opuesto de considerar las condiciones de la vida celestial como demasiado dis-
tinguibles de nuestra experiencia actual. El efecto perverso del primer extremo será, por
supuesto, el que se degraden nuestras concepciones del cielo debido a asociaciones indig-
nas; entre tanto, el efecto perverso del extremo opuesto será en gran medida la destrucción
del poderío moral que la esperanza del cielo debe ejercer naturalmente sobre nuestros
corazones y vidas, haciendo vago el concepto que tengamos de él, y, por consecuencia,
distante y vacilante nuestra simpatía con sus características. Para evitar estos dos extremos
debemos fijar los límites dentro de los cuales se sitúen nuestras concepciones de la existen-
cia futura de los santos, distinguiendo entre aquellos elementos que le pertenecen a la
naturaleza del ser humano y a la de su relación con Dios y con los demás seres humanos, y
aquellos otros elementos que deberán ser cambiados a fin de que su naturaleza y sus
relaciones resulten perfectas. Estas cosas deberán cambiar: (1) el pecado y sus consecuen-
cias, todo lo cual deberá ser removido; (2) los cuerpos espirituales, los cuales deberán
tomar el lugar de la carne y la sangre actual; (3) los cielos nuevos y la tierra nueva, los
cuales deberán tomar el lugar de los cielos y la tierra actual como escenario de la vida del
ser humano; (4) las leyes de la organización social, las cuales deberán ser cambiadas radi-
calmente por el hecho de que en el cielo nadie se dará en casamiento, puesto que el orden
social que se introduzca será análogo al de “los ángeles de Dios”. Los siguientes elementos
son esenciales y, por lo tanto, incambiables: (1) El ser humano continuará viviendo para
siempre, pero formado de dos naturalezas, la espiritual y la material. (2) Dado que él es
esencialmente intelectual, deberá vivir por medio del conocimiento. (3) Es esencialmente
activo, y deberá tener trabajo que cumplir. (4) El ser humano puede, como criatura finita,
conocer a Dios mediatamente, es decir, por medio de las obras de su creación y providen-
cia, y de la experiencia de su obra misericordiosa sobre nuestros corazones, y por medio de
su Hijo encarnado, quien es la imagen de su persona y la plenitud corporal de la deidad.
Dios, por lo tanto, continuará en el cielo enseñando al ser humano mediante sus obras, y
actuando sobre él mediante móviles dirigidos a su voluntad a través del entendimiento. (5)
La memoria del ser humano nunca pierde, en última instancia, la más mínima de las
impresiones, por eso le pertenecerá a la perfección del estado celestial el que cada expe-
riencia adquirida en el pasado se encuentre siempre dentro del control perfecto de la
voluntad. (6) El ser humano es esencialmente un ser social. Esto, tomado en su relación
con el punto anterior, lleva a la conclusión de que las asociaciones, así como las experien-
cias de nuestra vida terrenal, arrastrarán con todas sus consecuencias naturales hasta la
nueva morada de existencia, excepto en lo que sean necesariamente modificadas (no
perdidas) por el cambio. (7) La vida del ser humano es esencialmente un progreso eterno
hacia la perfección infinita. (8) Todas las analogías conocidas de las obras de Dios en la
creación, de su providencia en el mundo material y moral, y de su dispensación de gracia,
indican que en el cielo los santos serán diferentes entre sí, tanto en lo que toca a sus capa-
cidades y cualidades inherentes, como al rango y oficio relativos. Esas diferencias serán sin
duda determinadas (1) por las diferencias constitucionales de la capacidad natural, (b) por
las bondadosas recompensas que en el cielo corresponderán en clase y grado a la fructifica-
ción magnánima del individuo en la tierra, y (c) por la soberaneidad absoluta del Creador
(A. A. Hodge, Outlines of Theology, 461-462).
28. El asunto final del retorno de nuestro Señor se podría decir que será la consumación de
todas las cosas. Ello, en lo que toca al Redentor, será el fin en sí de su reino mediador, en
tanto que en lo que respecta al humano, será la redención culminada de la raza y su res-
tauración al ideal divino y propósito primario del Creador. En cuanto al escenario de la
redención, que es el mundo, la consumación de todas las cosas traerá una renovación de la
transformación, y en cuanto a la iglesia de Cristo, colectiva e individualmente, sellará la
LA CONSUMACIÓN FINAL 369
pensamiento de que la consumación unirá a todos los espíritus y a todos los seres humanos
en la bienaventuranza de la unión con Dios. La discordancia será suprimida, pero no de
esa manera. La reconciliación de la que el apóstol Pablo habla (1 Corintios 15:25-28;
Efesios 1:10), es del cielo y de la tierra, pero sin incluir el infierno. Y la reconciliación se
efectuará como resultado de la expiación mediante el sacrificio de Jesús, el cual fue ofre-
cido en su naturaleza humana y solo en ella” (William Burton Pope, Compendium of
Christian Theology, III:450-451).
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
Lo que sigue es la bibliografía general que el doctor H. Orton Wiley
preparó para el original en inglés de su Teología Cristiana en tres tomos.
Como notará el lector, casi la totalidad de la bibliografía está en inglés, con la
excepción de unos pocos títulos en latín. Puede que Wiley haya consultado
obras de erudición teológica en español. No lo sabemos. Pero sí sabemos que
era necesario incluir en esta versión en español su bibliografía general tal y
como apareció en la obra original inglés, y tenemos por lo menos tres
razones para hacerlo:
En primer lugar, porque el lector de habla hispana, aun cuando decida
solo hacer un examen somero de esta bibliografía, podrá ver de primera mano
cómo Wiley organizó su extenso material de consulta teológica. Creemos que
esa manera organizada en que Wiley trabajó puede servir de ejemplo para
cualquier estudiante de teología que esté enfrascado en su propia organización
de tan complejísima materia de estudio, investigación y consulta como lo es la
teología sistemática.
En segundo lugar, porque hoy día el inglés se ha convertido en un idioma
casi obligado de investigación teológica para los lectores de otros idiomas
universales incluyendo el español. No creemos que Wiley lo visualizó así
cuando escribió y enseñó hace un siglo, pero la mayoría de la erudición
teológica de hoy se publica principalmente en inglés. Por eso es que una
cantidad cada vez mayor de hombres y mujeres de habla hispana interesados
en el campo de la teología también dominan el inglés teológico escrito. Para
ellos será de interés ver en esta bibliografía general las obras en inglés que
moldearon el pensamiento de Wiley durante los más de 20 años que le tomó
escribir su Teología Cristiana. Pero les será aún de mayor interés querer leer
por sí mismos algunas de esas obras en inglés para beneficio de su propia
investigación y producción teológica en español. Muchas de las obras en
inglés podrían ya ser de dominio público y estar disponibles gratuitamente y
en forma digital por Internet.
En tercer lugar, porque Wiley fue uno de los más grandes pensadores en la
tradición wesleyana de santidad de inicios del siglo pasado. La Teología
Cristiana en tres tomos fue la obra magna de este notable erudito nazareno.
Hemos considerado que la bibliografía general que él preparó para el original
en inglés deberá seguir siendo parte íntegra de su versión en cualquier otro
idioma, y la versión en español no debe ser la excepción.
—Los editores
371
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Philip Melanchthon, Loci Communes, 1521 Notas y Diarios, habría que mencionar
Ulrich Zwingli, Commentaries fie Vera et Fated especialmente su Tratado sobre el Pecado Original
Religione (una refutación al doctor Taylor); Un Llamado a
John Calvin, Institutes of the Christian Religion, Hombres de Razón y Religión (en defensa del
London, 1813 metodismo); y Un Claro Informe sobre la
Krauth, The Conservative Reformation and Its Theology, Perfección Cristiana, 1766 (las ediciones posteriores
Philadelphia, 1871 fueron numerosas). La literatura sobre Wesley y el
Cunningham, The Reformers and the Theology of the wesleyanismo es abundante. Mencionamos a
Refor:nation, Edinburgh, 1862 continuación algunas de las fuentes más antiguas:
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