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UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CASAS

ARTES ESCÉNICAS

CUERPO-ESPACIO

YILDER IVÁN RUIZ SALINAS / 20182104033

23/03/2020

TRABAJO ESCRITO SOBRE LA CLASE

Voy a hablar de mi experiencia con la clase durante este tiempo, mis encuentros, las reflexiones,
las prácticas, los choques, los aprendizajes, las preguntas que han surgido a lo largo de este
semestre. Creo que hay bastante material, desde la universidad, la facultad como el ente que nos
convoca, pasando por un paro estudiantil a mitad de nuestro proceso, las demandas individuales,
sociales, académicas del momento y terminando con la pandemia que nos tiene en este momento
delicado de jugarnos un final del proceso. Será un recuento de todos estos temas desde una
perspectiva de la clase.

Hay algo de la clase que cala todas las aristas de la experiencia: una cuestión de la vivencia, de la
experiencia temporal, una experiencia humana, una cuestión de un entrenamiento para la vida,
una experiencia del entrenamiento conectado a nosotros no solo como una trabajo del cuerpo
técnico, fortalecido, sino un acercamiento de la clase inseparable de nuestra sensación del mundo,
con nuestra vida, con nuestra imaginación, con nuestras propias motivaciones, un entrenamiento
experiencial con imágenes propias e intimas que se hacen expresivas por medio de la materia
externa (formas corporales) que parece fija pero que se vuelve infinita, variada, nueva cuando está
asociada con la materia interna con la que trabajamos. Todo esto nos cuestionaba en la práctica;
cada vez que nos enfrentábamos con las invertidas había una búsqueda que necesitaba
manifestarse. Encontré que varios problemas técnicos estaban relacionados a un aspecto de vida
(respiración, imaginación, el tiempo interno), y al mismo tiempo el trabajo corporal estaba
profundamente relacionado con aspectos escénicos: el vértigo, el presente, la atención, la
trascendencia de lo técnico sin olvidarse de ello, todos los aspectos nos obligaban a tener una
mayor conciencia sobre lo corporal en el complemento permanente del encuentro de nuevos
conceptos que construían nuevas formas de repetición (materia teatral), nuevas formas de
encuentros con los cuerpos y entre los cuerpos, en relación con nuevas partes visibles e invisibles
(por ejemplo: los ojos, el equilibrio, respectivamente) del entrenamiento con la que siempre
habíamos estado en un contacto precario. Si algo nos ofrecía el espacio era una nueva forma de
ver las formas que creíamos muertas, sufridas, únicas y ajenas. Creo que el espacio propiciaba la
sonrisa, la respiración, la conexión con la tierra en relación con la necesidad de que la tierra
respire también, porque solo respirando se nos permitía continuar.
Stanislavski se refirió a la tensión como la "enfermedad profesional" del actor. Strasberg creía que
la tensión es el mayor enemigo del actor.

Hay un aspecto que me gustaría señalar en relación con la conexión de lo técnico y la vida. Varias
veces nuestro encuentro con lo técnico nos llevaba a los errores. Ideas que teníamos sobre el
aprendizaje de técnicas se resolvían a la luz de un aprendizaje no en el acumulamiento sino en un
despojo permanente de nuestras habituales, cotidianas formas de hacer. Entonces lo técnico
desembocaba en un trabajo personal, interno, de “vaciarse” para poder expresar. En este
encuentro percibimos toda forma de vida (la frustración, los errores) como sensaciones válidas y
necesarias del entrenamiento, que acompañado de presente podríamos aliarnos con aquellos
elementos que percibíamos negativos encontrando en el piso con el que nos pegábamos, el
compañero con que nos chocábamos, etc., una oportunidad, una fluidez del entrenamiento “fijo”
en nuevas formas de la instrucción, nuevas maneras de la forma virtualmente conocida, en fin,
encontramos vida que se escapaba ahí donde perdíamos vigilancia, y vida que podíamos recuperar
creativamente si nuestro sentido de la atención espacial, corporal, técnica, imaginativa estaba en
funcionamiento, entonces todo esto desembocaba en una apropiación de lo técnico desde el
juego, desde lo riesgoso, desde lo indefinido. Y el entrenamiento como una forma de ir a la vida
también. La dialéctica de un entrenamiento que toma elementos de la vida para salir a la vida
constante e informe.

Y preguntas como estas aparecían ¿Cómo repetir y que cada vez que se repita sea nuevo, puro,
vivo, como si nunca antes? A este tipo de preguntas escénicas y de vida el entrenamiento trata de
enfrentarse. Y este da una respuesta personal a las preguntas cada vez que se trae a la clase. Estas
prácticas demandan un compromiso personal de un proceso que se intenta reevaluar en cada
encuentro. Esto nos lleva a un concepto final del entrenamiento para ya poder hablar de las
circunstancias que rodearon la clase: la palabra. Aunque siempre estuvo al final de la clase y no
por eso fue menos importante, la palabra demanda un ejercicio de verbalización como un espejo
consciente, último, reflexivo sobre lo práctico que se hace perentorio porque parece que la
experiencia necesita hablar, la experiencia nos dice cosas sobre nosotros que pensamos vale la
pena escuchar (otro tipo de escucha en el entrenamiento). El momento de la clase se vuelve algo
único en la experiencia individual que al hablarse en conjunto construye una experiencia grupal
sobre la misma clase. Nuestra capacidad de los hechos está en invariable contacto con los verbos
de acción que construimos en la práctica, las palabras construyen formas de hacer y de mirarnos,
ergo, el lenguaje es algo atemporal y transversal del entrenamiento por eso nos preguntamos a
veces si este no existiera qué sería de nuestro proceso informe, que al hablarse parece volverse
algo cercano y palpable.

Ahora, estamos acostumbrados (habría que preguntarse si es una costumbre de nosotros o de la


universidad) a separar las circunstancias académicas de todo tipo de circunstancias aparte que
terminan afectando invariablemente y determinando la calidad, cantidad de nuestros procesos.
Me gustaría abordar cómo estos contextos se vuelven material de trabajo en la clase.

Durante el paro estudiantil vimos cómo la clase estaba afectada por asambleas y otro tipo de
actividades que iban desgastando el proceso grupal y determinando los encuentros a decisiones
individuales con las que se tenían que trabajar también, obligándonos a proceder de otras
maneras, otorgando cierta libertad (y cierta responsabilidad) en la disposición de la clase. El
ambiente de incertidumbre nos despertaba preguntas ¿cómo seguir? ¿qué trabajar? ¿con quién
trabajar? Una premisa se alzó: el entrenamiento como otra forma de resistencia. Resistencia, una
palabra que a partir de los conflictos empieza a tener bastantes significados aparentes. Resistencia
hacia la clase, resistencia hacia la disposición de las directivas, resistencia entre nosotros,
resistencia hacia los pusilánimes, resistencia ante la indiferencia, resistencia ante la injusticia,
resistencia ante la indiferencia, en fin, resistencia hacia muchas cosas. Y nos preguntábamos
también hacia qué resistíamos abandonando nuestro proceso; nos preguntábamos si era una
resistencia o un sacrificio consciente o inconsciente, un abandono de nuestras formas artísticas de
proceder hacia una realidad social o un abandono para un proceder más necesario, una elección.
Nos preocupaba no preguntarnos todo esto. Decidimos asumir la clase como otra forma de
resistir, pues empezábamos a asumir el arte como resistencia, quizás no per sé del arte, pero sí a
causa de las necesidades del país y del papel que había asumido el arte en el pasado y en el
presente. ¿Era necesario parar? ¿No era también un acto de resistencia el seguir entrenando en
una universidad adonde siempre hay una excusa para no hacer, en un país donde a nadie le
interesa que uno entrene o no, en un lugar donde el entrenamiento sólo tiene una importante
para el artista que lo necesita? Cosas sencillas, problemas banales en cierto sentido se convertían
en pequeños ejemplos de temas trascendentales del oficio y de la vida. Tomar decisiones, no
ceder ante las disposiciones de un momento era un inicio de tener criterio sobre los espacios
académicos que nos cuestionábamos sobre su importancia dadas las circunstancias. Era una
decisión que tomábamos al continuar y ver las cosas como una oportunidad de abrir el
conocimiento con otros profesores, otros estudiantes, otras experiencias y finalmente todo esto
fue lo que se logró con ese espacio único, que no se hubiera dado de no ser por todo lo que a
primera vista parece negativo.

Ahora con el coronavirus las preguntas vuelven, la incertidumbre cobra vida. Sin embargo, las
respuestas que hemos dado a lo largo de la experiencia nos arrojan luces sobre lo escabroso de lo
que ahora vivimos. Al final trabajamos con los bastones, todo lo anterior se aplicó en función del
nuevo elemento. Las exigencias de la economía espacial nos miraban incisivamente en el uso del
objeto. El objeto nos interpelaba sobre nuestro oficio, sobre las escenas, sobre los objetivos, sobre
las asociaciones, sobre todo lo que trabajamos transversalmente, pero con más agudeza.

No abandonarse a sí mimos, no ceder a las disposiciones de la universidad, no ceder a la


colonización estética, cultural, no ceder ante nuestros sueños por una colonización ontológica,
colonización epistemológica, onírica. No ceder ante nuestra materia interna por la realidad
académica y social, pro decisiones de otros, de los profesores, de la forma de proceder de la
universidad pública, de la precariedad, de las trabas sociales, de las trabas de la comunidad
académica, de nuestros compañeros, del esparcimiento, la distracción, del diletantismo, etc.

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