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TEMA 1: TEORÍA GENERAL DEL CONTRATO

1. CONCEPTO DE CONTRATO

El Código Civil no formula un concepto legal de contrato. Sin embargo, como señala Diez Picazo, de algunos preceptos
puede inducirse su existencia. La primera mención se encuentra en el artículo 1089, que lo sitúa entre las fuentes de las
obligaciones; reitera después esta idea el artículo 1091 cuando establece que <<las obligaciones que nacen de los
contratos tienen fuerza de ley entre las partes contratantes y deben cumplirse al tenor de los mismos>>. Más adelante, el
artículo 1254 establece que <<el contrato existe desde que una o barias personas consientes en obligarse, respecto de
otra u otras, a dar alguna cosa o prestar algún servicio>>.

Estos tres preceptos ofrecen los materiales necesarios para construir el concepto legal de contrato. De acuerdo con esto,
para el Código Civil, el contrato es un acuerdo de voluntades entre dos o más personas dirigido a crear obligaciones entre
ellas, del que nacen efectivamente tales obligaciones.

Su eficacia se extiende a todo el campo del Derecho Patrimonial, no solo del Derecho de Obligaciones, pues que es un
cauce habitual para la creación, modificación, transmisión y extinción de derechos reales (ej.: compraventa).

Es evidente la importancia del contrato en la vida jurídica y económica como centro e instrumento imprescindible. Es claro
que el contrato, como institución, está presente cuantitativa y cualitativamente con una intensidad no comparable a
ninguna otra institución jurídica.

2. LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD: SUS LÍMITES

2.1 El principio de autonomía de la voluntad

La base de la teoría general de los contratos en nuestro Derecho es el principio de la autonomía de la voluntad. El principio
de libertad contractual, o autonomía de la voluntad, implica el reconocimiento de un poder de autorregular los propios
objetivos e intereses que las partes desean. Los contratos tendrán pues, su fundamento en este principio de autonomía de
la voluntad, lo que significa que:

- En primer lugar, el individuo tiene plena libertad de decidir si contratar o no contratar

- En segundo lugar, las partes tienen total libertad de elección del tipo contractual

- En tercer lugar, las partes podrán celebrar libremente contratos atípicos (dentro de los límites del Art. 1255 ,Código Civil)

- En cuarto lugar, las partes tienen la capacidad para modificar el contenido de los contratos típicos (si es que la norma
tiene carácter dispositivo).

Pese lo anterior, la libertad contractual no puede ser infinita, ya que el propio Art. 1255, Código Civil establece una serie de
límites para la autonomía al disponer que no podrá ser, la actuación de las partes, contrarios a las leyes, a la moral ni al
orden público. En primer término, en cuanto a la ley, se refiere a las normas de carácter imperativo, para las que su
inobservancia supone la sanción de nulidad. En segundo término, en cuanto a la moral, ésta es un conjunto de
convicciones de orden ético y de valor del mismo tipo. Al establecerse la moral como límite de la autonomía de la voluntad
contractual, quedan impedidos los contratos inmorales. La inmoralidad del contrato afecta a la causa del mismo y lo hace
nulo. Asimismo, el Art. 1271 ,Código Civil prohíbe que puedan ser objeto de contrato los servicios contrarios a las buenas
costumbres. Por último, en tercer término, el orden público es el último de los límites que el Art. 1255 ,Código Civil impone
a la autonomía de la voluntad contractual. Por orden público debemos entender es la organización general de la sociedad y
los principios por los que se rige. Esta límite significa que a falta de normas legales imperativas, las materias relativas al
orden público quedan sustraídas a la disponibilidad de los particulares.

Además de los límites expuestos a la autonomía de la voluntad, existen unos requisitos que han de concurrir en los
contratos para que estos puedan entenderse válidos. Estos requisitos son los llamados elementos esenciales de los
contratos, que son el consentimiento, el objeto y la causa, y en su caso, la forma. Lo anterior está recogido en el Art.
1261 ,Código Civil, cuando dice que no habrá contrato sino cuando concurran los requisitos de consentimiento de los
contratantes, objeto cierto que sea materia del contrato y causa de la obligación que se establezca.

2.2 Evolución desde el modelo tradicional de contrato

Actualmente, el contrato aparece como el instrumento jurídico que ha respondido más. Eficazmente a las necesidades de
agilidad, rapidez y flexibilidad de tráfico. Pero la puesto a punto de este instrumento ha sido fruto de una larga evolución
histórica relativa a la admisión de la eficacia vinculante de la voluntad contractual.

En cuanto a los hitos más importantes de esta evolución encontramos:

- El punto de partida se sitúa en el Derecho Romano, que conoció el contrato como un cierto número de contratos
dotados de eficacia jurídica. El mero acuerdo de voluntades valía simplemente como pactum, y no engendraba acción
para reclamar judicialmente el cumplimiento de la obligación asumida mediante el mismo. Para que la voluntad generara
obligaciones era preciso o bien el cumplimiento de determinadas formalidades o bien que se tratara de alguno de los
cuatro contratos consensuales típicos: compraventa, arrendamiento, sociedad y mandato. Junto a ellos, aparecen los
<<contratos reales>>, nacidos de la entrega de la cosa sobre la que versan, entrega que genera a cargo del accipiens la
obligación de restituir.

- El siguiente paso importante se produce en el Derecho Intermedio por una triple vía: la formulación de la categoría de los
pacta vestita que producen obligación, no por sí mismos, sino en razón del vestimentum (entendido inicialmente como
requisito de forma); la influencia del Derecho canónico como consecuencia de los principios morales que lo inspiran, que
prohíben mentir e imponen respeto a la palabra dada; la creciente importancia del tráfico mercantil precisado de
mecanismos jurídicos más ágiles y flexibles. Fruto de todo ello es la generalización de un cierto principio consensualista.

- El tercer hito es fruto, en primer lugar, de los planteamientos teóricos del Ius naturalismo racionalista, que afirma el poder
de la voluntad individual de la persona para autoobligarse, por un lado, y la libre voluntad de las personas como
fundamento de la creación de obligaciones, por otro. Tales bases teóricas fueron plasmadas en una construcción jurídica
que tomó más tarde el Code Napoleón, aunque añadiendo ahora un contenido ideológico: el contrato se presenta como
un instrumento que va a posibilitar la liberación del tráfico jurídico.

Son presupuestos económico-ideológicos de esta concepción la economía de mercado y el principio de libre competencia,
por un lado, y la libertad e igualdad entre las partes contratantes, por otro. La consagración del contrato como categoría
general dotada genéricamente de eficacia jurídica y fundada en la capacidad de las personas para vincularse por medio de
la voluntad y en la libertad de dar a esa voluntad el contenido que tuvieran por conveniente, permiten el asentamiento
jurídico de la economía de mercado que, junto con la propiedad, constituyen las dos piedras angulares del sistema jurídico
patrimonial.

3. CLASIFICACIÓN DE LOS CONTRATOS

3.1 Contratos consensuales, reales y formales

En función de los requisitos precisos para la formación del contrato, se distinguen:

- Los contratos consensuales: se perfeccionan por el mero acuerdo de voluntades.

- Los contratos reales: además del acuerdo de voluntades se precisa la entrega de la cosa objeto del contrato por una de
las partes a la otra (En el Código Civil: préstamo o depósito).

- Los contratos formales: exigen para su validez o plena eficacia una forma especial.

3.2 Contratos obligatorios y reales o transmisivos

Los contratos reales o transmisivos son aquellos en los que el contrato produce de manera inmediata, de por si, la
transmisión o nacimiento de un derecho real. Es decir, produce efectos reales inmediatos. En los contratos puramente
obligatorios el contrato inmediatamente tan solo origina el nacimiento de obligaciones – cuyo cumplimiento puede después
exigir la transmisión de un derecho real; efectos reales mediatos.

En nuestro Derecho los contratos, por regla general, son meramente obligatorios – compraventa, permuta -. Por sí solos no
producen transmisión de derechos reales (artículos 609 y 1.095 del Código Civil). Así, el vendedor o el permutante, una vez
celebrados esos contratos siguen siendo dueños de la cosa objeto del contrato, y sólo han quedado – como consecuencia
del contrato – obligados a transmitir esa propiedad al comprador o al permutante; y éstos no adquieren tal propiedad
mientras que no les sea entregada la cosa – tradición -.

En otros Ordenamientos jurídicos – en el francés, en el italiano – los contratos de Derecho de obligaciones son, en
principio, transmisivos o reales, porque, por sí solos, producen la transmisión o traspaso del derecho real sobre la cosa
vendida o permutada. De forma que el comprador o permutante, se convierten en dueños de la misma desde que celebran
el contrato.

3.3 Onerosos y gratuitos

Desde otro punto de vista se distinguen:

- Los contratos onerosos cuando hay en ellos un intercambio de prestaciones de forma que el sacrificio que realiza cada
una de las partes aparece jurídicamente compensado por el que asume la otra (compraventa). Dentro de los contratos
onerosos podemos diferenciar

- Conmutativos: cuando la relación de equivalencia entre las respectivas prestaciones está fijada de antemano
(compraventa)

- Aleatorios: cuando la relación de equivalencia entre las respectivas prestaciones no está fijada de antemano, sino
que depende de un acontecimiento incierto, corriendo los contratantes un riesgo de ganancia o pérdida (contrato de
seguro)

- Los contratos gratuitos ( para quien entrega) o lucrativos (para quien recibe) cuando el beneficio de una de las partes
no aparece acompañado de un sacrificio que sea su contrapartida (donación simple, préstamo, depósito no
remunerado).

3.4 Unilaterales y bilaterales

Atendiendo a los vínculos que nacen de ellos, los contratos pueden ser:

- Unilaterales cuando nacen obligaciones únicamente a cargo de una de las partes (depósito gratuito)

- Bilaterales cuando nacen obligaciones recíprocas a cargo de ambos contratantes (compraventa)

Conviene advertir, para evitar equívocos, que esta bilateralidad o unilateralidad es funcional y no genérica; es decir, se
refiere a las consecuencias del contrato y no a su formación. Desde este último punto de vista todos los contratos pueden
ser considerados bilaterales, ya que es necesaria la presencia de dos voluntades distintas para que el contrato surja:
genéticamente, no existen los contratos unilaterales. Sí existen las declaraciones unilaterales de voluntad con efectos
obligatorios.

3.5 Nominado o innominados, típicos y atípicos

Son contratos típicos los que están regulados por la ley, mientras que son atípicos los que carecen de dicha regulación
legal. A partir de este concepto, cabe diferenciar esta clasificación de otra, conceptualmente muy próxima, que distingue
entre los contratos nominados e innominados, según tengan o no nombre en el Derecho.

La posibilidad de que existan contratos atípicos deriva del principio de autonomía de la voluntad, en cuya virtud los
contratantes pueden llegar a los pactos que tengan por conveniente, sin otros límites que la ley, la moral y el orden publico.
Así, quienes contrata puede:

- Tomar como punto de partida un contrato típico y desfigurarlo hasta convertirlo en atípico

- Combinar en un solo contrato los contenidos propios de dos o más contratos típicos

- Dar vida a un tipo contractual nuevo

La cuestión más importante y debatida que suscitan los contratos atípicos es la determinación de su régimen jurídico.
Sobre ello, puede indicarse que dicho régimen procederá:

- De la voluntad de los contratantes

- De la aplicación de las reglas generales sobre obligaciones y contratos

- En su caso, de la existencia de reglas del uso o de la costumbre

- De la aplicación analógica de as reglas de los contratos típicos con los que él atípicos de cuya regulación se trata
presente semejanzas significativas.

3.6 Contratos mixtos. Diferencia con conexos o unidos.

3.7 Contratos atípicos puros

4. ELEMENTOS DEL CONTRATO

4.1 Consentimiento

De acuerdo con la tradición en la que se inserta, nuestro Código Civil valora la voluntad de las partes - el consentimiento
que requiere, como esencial, el artículo 1261- como la causa eficiente o razón útima que explica los efectos preceptivos o
vinculantes que, para ellos, tiene el contrato.

El contrato es, por eso, un negocio jurídico como tal integrado por declaraciones de voluntad que proceden, ya no de
varios sujetos, sino de varias partes: de varias personas o conjuntos de personas que polarizan diferentes interesen
jurídicos. Y tales declaraciones convergen y se componen en una declaración de voluntad contractual que es la que el
ordenamiento considera como precepto de autonomía privada.

Pero la declaración de voluntad contractual resultante de esa convergencia puede ser completa, contener varias
proposiciones sobre las que recae el acuerdo de las partes. Es posible que una de estas sea invalida o ineficaz, lo que
plantea el problema de la medida en que estas últimas se ven afectadas por tal invalidez o ineficacia.

4.2 Objeto

El artículo 1261 incluye como elemento o requisito esencia el <<objeto cierto que sea materia del contrato>>.

Se discute en la doctrina qué haya de entenderse por <<objeto>>. Para algunos se trata de la obligaciones asumidas por
las partes, otros que se trata de las prestaciones o que ha de identificarse con el interés o la finalidad práctica perseguida
por los contratantes. Pero, más allá de discusiones teóricas, como objeto del contrato han de considerarse las realidades
con entidad material, ya existentes o creadas por el convenio, sobre las que recae el consentimiento de las partes; pero
también las conductas de prestación que constituyen el objeto de tales obligaciones y, por último, las cosas que las partes
hayan de entregarse o, en general, que resulten con cernidas por la conducta de la prestación.

Como señala Díez Picaz, en ese concepto de cosas entran las más variadas realidades: los objetos corporales, las
energías, las creaciones del ingenio humano, las situaciones de poder, el comportamiento de las personas... De artículo
1252 se infiere que, junto a la cosa, es también objeto del consentimiento contractual la causa, que aquí resulta referirle al
tipo y al contenido del contrato que se va a celebrar.

4.3 Causa

El Código Civil en su art. 1261, al enumerar los requisitos necesarios para que exista contrato dice que lo es la causa de la
obligación que se establezca. Más adelante, en el art.1274, se pretende definir la causa diciendo: En los contratos
onerosos se entiende por causa, para cada parte contratante, la prestación o promesa de una cosa o servicio por la otra
parte; en los remuneratorios, el servicio o beneficio que se remunera, y en los de pura beneficencia, la mera liberalidad del
bienhechor. Como se puede apreciar existe una total confusión entre la causa del contrato y la causa de la obligación.

Sea como sea, la dicción literal del CC supone que existe un elemento esencial del contrato que es la causa, de tal forma
que los contratos sin causa o con causa ilícita son nulos de pleno derecho (art. 1275). Igualmente prescribe el art. 1276 que
la expresión de una causa falsa en los contratos dará lugar a la nulidad, si no se probase que estaban fundados en otra
verdadera y lícita.

Por último, el art. 1277 prescribe que, aunque la causa no se exprese en el contrato, se presume que existe y que es lícita
mientras el deudor no pruebe lo contrario, lo que se denomina la abstracción procesal de la causa. Nótese que el artículo
habla de una presunción de causa y de su licitud que puede ser desvirtuada por el deudor y en ningún momento acoge la
posible existencia de un contrato sin causa alguna.

4.4 Forma

Si toda declaración supone la exteriorización o manifestación de la voluntad del sujeto agente dirigida a otros sujetos, se
comprende que haya de adoptarse en una determinada forma, sin la cual no puede aquella ser conocida. En este sentido,
todas las declaraciones de voluntad son formales.

El Código Civil sienta una regla general de libertad de forma: libertad de los contratantes para emitir su consentimiento bajo
el molde formal que tengan por conveniente. Así se deriva del artículo 1278, según el cual <<los contratos serán
obligatorios, cualquiera que sea la forma en que se hayan celebrado, siempre que en ellos incurran las condiciones
esenciales para su validez>>.

En principio, las declaraciones de voluntad aptas para hacer nacer el contrato han de ser recepticias, dirigirse a otros
sujetos llamadas a ser partes de él. Esto dificulta la consideración de los hechos concluyentes como declaración de
voluntad contractual. No obstante, la doctrina y la jurisprudencia suelen admitir que aquellos valen como declaración
cuando son inequívocos y han generado razonablemente la confianza ajena.

Parecidos problemas presenta la consideración del silencio como expresión de la voluntad contractual. La regla general ha
de ser que el silencio o la omisión no pueden ser considerados como declaración de la voluntad. Esta regla tiene sus
excepciones: en primer lugar porque en ocasiones así lo disponen las normas positivas; en segundo, por haberlo dispuesto
o convenido los declarantes; por último, cuando el silencio genere, atendidas las circunstancias, la confianza ajena en que
la declaración se ha emitido.

Por lo demás, el principio general de libertad de forma hace que nuestro sistema admita sin especial dificultad nuevas
modalidades de expresión de las declaraciones de voluntad (máquinas expendedoras o contratación electrónica).

Aparentemente, el principio de libertad de forma resulta drásticamente limitado por el artículo 1280, que exige que consten
en documento público una larga lista de contratos y termina afirmando que <<también deberán hacerse constar por
escrito, aunque sea privado, los demás contratos en que la cuantía de las prestaciones de uno de los dos contratantes
exceda de las 1500 pesetas.>>

Pero el artículo 1280 no significa que la forma en él requerida sea requisito de validez de los actos y contratos que
menciona, sino que el mismo ha de ser interpretado en los términos que resultan del artículo 1279, según el cual <<si la ley
exigiere el otorgamiento de escritura u otra forma especial para hacer efectivas las obligaciones propias de un contrato, los
contratantes podrán compelerse recíprocamente a llenas aquella forma desde que hubiere intervenido el consentimiento y
los demás requisitos necesarios para su validez>>.

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