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Cuando nosotros oramos Dios se complace,

todos los ángeles se callan,

y el cielo entero huele a perfume

El análisis de este pasaje, y sobre todo la visualización de su pequeño y sencillo


drama, deja muy clara la razón de la media hora de silencio en el cielo: nuestra
oración es tan importante que hasta los arcángeles tienen que callarse.[1] Cuando
oramos, todo el cielo se concentra totalmente en nuestra oración. No podría haber una
forma más enfática de impresionar a los fieles con el valor incalculable de sus
oraciones y la necesidad de perseverar en la intercesión. Este episodio nos enseña
que vale la pena seguir orando sin cesar.

Cuando los mártires en el cielo clamaban ante Dios, recibieron una pronta respuesta
(6:10-11). Pero cuando los fieles oraban desde la tierra, la respuesta divina no se
dejaba ver. Más bien, la situación parecía empeorarse. Fácilmente podrían pensar que
al orar estaban perdiendo el tiempo. A esa inquietud de ellos y su probable frustración
en la oración– y la nuestra – Dios da la más convincente respuesta imaginable. Es
como si Dios nos enviara un “clip”de “video”y nos dijera: “cuando ustedes oran no les
parece que pasa nada…¡pero miren lo que pasa en el cielo cuando llegan sus
oraciones!”

Este callar del cielo cuando el pueblo de Dios ora y adora aparece también en la
literatura rabínica. Según Génesis Rabbah 65.21 “la voz de Jacob [i.e. de todo el
pueblo de Israel] es la voz que silencia a todos los seres celestiales y terrestres”[2] Un
texto Hekhalot* también describe a los ángeles deseando decir su liturgia (su
Trishagion, cf. Ap 4:8) pero silenciados por Dios porque quiere escuchar primero las
oraciones de su pueblo:

Felices son Israel, porque son amados ante el Omnipresente más


que los ángeles ministrantes. Pues éstos, cuando buscan cantar y
alabar arriba rodean el trono de gloria como montaña sobre montaña
de fuego…pero el Santo, bendito sea, les dice: “Cállense todos los
ángeles, todos los serafines, todo ser viviente, y toda rueda que yo
he creado, hasta que yo oiga y escuche primero a todos los
cánticos, alabanzas y dulces salmos de Israel”.[3]
 

Es común en las escrituras que la oración se asocia con el incienso (ver 5:8; Sal
141:2; Lc 1:9-10; cf. Sab 18:21). Se comparaba al incienso porque complace a Dios;
nuestas oraciones “llenas de aroma” (Ap 5:8 NBE) son del supremo agrado del Señor
quien olfatea con deleite su fragancia.[4] La comparación con el incienso parece
aplicarse también porque la oración se veía como una ofrenda o un sacrificio (Sal
141:2: Os 14:2 BJ, NBE; Heb 13:15/Sal 69:30-31; 1 P 2:5,9. Ofrenda de incienso y
oración se asocian en Lc 1:9-10). 

El asenso del incienso como olor grato ante Dios es señal segura
de la aceptación de la oración por el Señor (Gn 9:21; Kiddle
1940:146; Swete 1951:108; Ladd 1974A:111). El olor grato indica
que el sacrificio de oración complace a Dios (Lv 16:12-13; Prv
15:8;  1Cr 29:17; Ps 17:1).No queda lugar para ninguna duda
sobre la favorable recepción divina de nuestras plegarias. Es el
equivalente simbólico de las palabras del ángel a Cornelio: “Tus
oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la
presencia de Dios” (Hch 10:4 BJ). Así el séptimo sello nos
enseña tanto la inmensa importancia de la oración como también
su segura eficacia.

La historia pertenece

a los intercesores[5]

Ya hemos señalado que el séptimo sello consiste precisamente en las siete


trompetas, repartidas durante la media hora de silencio (8:2) pero tocadas sólo
después de haber sido recibidas las oraciones de los santos (8:6). Por eso, como
hemos observado, la séptima trompeta constituye también el final del séptimo sello.
Significa también que todos los contenidos de las siete trompetas son específicamente
respuesta a la oración de los santos (8:3-5).

Llama poderosamente la atención que el Apocalipsis introduzca, precisamente en el


punto climáctico del séptimo sello, no el fin dramático del mundo sino un silencio lleno
de intercesión. Hasta este momento la participación humana en el drama había sido
mínima, para no decir nula.[6] Pero es como si Dios parara todo ahora y dijera: “No
quiero seguir sólo en todo esto. Tienen que participar también mis hijas e hijos en la
tierra”.[7] En palabras de Ronald Goetz, “Dios gobierna al mundo en constante consulta
con los que oran” (Christian Century, enero 29, 1997, p.98). La oración es la forma en
que los creyentes colaboramos con Dios y participamos en el desenlace de la historia.
¡Nuestra oración hace historia!

En el libro del Apocalipsis se destacan dos cosas nuestras que llegan ante la
presencia de Dios. En primero lugar, nuestras oraciones llegan al trono como incienso
(5:5; 8:4). Y también, según 19:8 “el lino fino [del vestido de bodas de la esposa del
Cordero] son las acciones justas de los santos”. Con nuestras oraciones
despachamos incienso al cielo; con nuestra vida santa y nuestra práctica de la justicia
enviamos lino fino a las manos del divino Tejedor para el hermoso vestido de su novia.
“A Dios orando (incienso), y con el mazo dando (justicia)”.[8] Con oración y justicia
vamos también haciendo la historia.

La respuesta específica a la oración de los santos son las siete trompetas. Seis de
ellas son terribles juicios; parecen cada vez peores, llegando a la pesadilla de
langostas torturadoras (9:1-9) y los feroces caballos dragones (9:15-19). Pero la
séptima trompeta (11:15-19) es totalmente distinta. Con ésa se anuncia jubilosamente
la llegada del reino de Dios:

El reino del mundo ha pasado a ser de nuestros Señor

                 y de su Cristo,
y él reinará por los siglos de los siglos...
 
Señor Dios poderoso,
que eres y que eras,
te damos gracias porque has tomado tu gran poder
y has comenzado a reinar...[9]
 

Podemos notar aquí un paralelo invertido con los siete sellos y una simetría muy
significativa en la estructura literaria de los sellos y trompetas. Hemos afirmado que el
primer jinete, sobre el caballo blanco, se entiende mejor como el evangelio en su
marcha triunfante por el mundo. Le siguen cinco sellos tétricos (guerra, hambre,
pestilencias, persecución, juicios cósmicos), un paréntesis (cap. 7) y un silencio lleno
de oración (8:1-4). El séptimo sello se desenvuelve en siete trompetazos, de los que
los seis primeros son también desastrosos (8:7-9:21). Igual que con los sellos, se
introduce un doble paréntesis entre las trompetas sexta y séptima (10:1 -- 11:14). Y
como el primer sello fue de bendición y vida, seguido por sellos de juicio y muerte
(6:3-17), la séptima trompeta es también de vida y bendición, ahora antecedida por
seis trompetas de horrendo juicio.

Si entendemos así la secuencia de sellos y trompetas, podemos ver dos conclusiones.


Todo el proceso es una inclusio que comienza y termina con la victoria del reino de
Dios (jinete blanco y séptima trompeta). Aquí también, el Cordero que ha vencido es
Alfa y Omega. Y en segundo lugar, en el puro centro de la secuencia está -- ¡la
oración! En el momento decisivo del séptimo sello, aparece la intercesión de los fieles
que por su oración y justicia van haciendo la historia junto con el que está sentado en
el trono y el Cordero. La oración es como el pivote central sobre el que gira la historia
y se mueve hacia el reino de Dios (11:15-19).

 
Muy bien comenta el teólogo escocés T. F. Torrance (1959:60):

“Más poderoso que todos los poderes oscuros y fuertes sueltos


en el mundo, más poderoso que cualquier otra cosa, es el poder
de la oración encendida por el fuego de Dios y echada a la
tierra ...Las oraciones de los santos y el fuego de Dios mueven
todo el curso de la historia..La oración es la fuerza más
revolucionaria que el mundo conoce”
 

O del holandés G. C. Berkouwer (1972:452-453), estas palabras de fe y esperanza:

La oración de los santos en el Apocalipsis activó inmediatamente


un poder visible y audible sobre la tierra – “truenos, estruendos,
relámpagos y un terremoto”. Así también nuestra oración, “Venga
tu reino”, no es ningún monólogo balbuceante sino una oración
que espera una respuesta. Cada vez que oramos el Padre
nuestro debemos ir a pararnos ante la ventana de la esperanza.
 

[1]) No es necesario pensar, con R.H. Charles y otros, que Dios tiene que callar a
todos para que pueda oir nuestras oraciones. El Señor no es sordo ni tiene problemas
de oído. Hace callar a todos por la importancia suprema que tienen nuestras
oraciones.para Dios.

[2]) Bauckham 1993A:73. Esta tradición apela, con típicos argumentos rabínicos, a Ez
1:24 (los seres vivientes cantaban con sus alas pero las bajaban cuando Israel oraba)
y Job 38:7 (“las estrellas del alba” son Israel; los ángeles podían alabar a Dios en el
cielo sólo después de alabarle Israel en la tierra).

[3]) Bauckham 1993A:74-75; los mismos textos de Hekhalot señalan que el ángel
Shemu’el espera en las ventanas del cielo inferior para recibir las oraciones de Israel y
llevarlas a la presencia de Dios en el cielo superior. Según Tg.Cantares (a Jos 10:12,
“cállese sol”), cuando Josué recitó el quinto de los diez cánticos de las escrituras, su
alabanza paró el sol y la luna por 36 horas (ellos dejaban de “recitar su cántico” ante
el cántico de Josué).

[4]) La figura de “olor grato” corrige nuestra tentación de pensar en la oración como
puramente verbal. Aquí, más que escuchar  la elocuencia o aparente fervor de
nuestras plegarias, Dios las “olfatea” buscando el olor de autenticidad y sinceridad del
corazón, esencia indispensable de la verdadera oración. Jenson y Olivier (NIDOTT
III:1071) defienden la validez de este antropomorfismo (los sentidos de olfato y gusto o
sabor no son más antropomórficos que vista, oído y tacto; cf. Nm 28:2) pues “el culto
judío emplea todos los sentidos para construir una experiencia de Dios ricamente
multimedia”.
[5]) Esta frase fue el tema de talleres por Walter y June Keeler-Wink en muchas
partes de los EUA.

[6]) Significativamente, el único papel humano hasta el momento ha sido la oración de


los mártires glorificados que describe el quinto sello (6:9-11). 

[7]) Es conocida la expresión: “Sin Dios, nosotros no podemos hacerlo. Sin nosotros,
Dios no quiere hacerlo”.

[8])  Cf. la conicida canción de protesta, “No basta orar”.

[9]) Estas palabras han inspirado grandes creaciones musicales, sobre todo el
“Aleluya” del Mesias de Jorge Federico Haendel.

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