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El Dipló: Terremoto mediático en

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Edición Nro 152 - Febrero de 2012

(Sub.coop)

CONFLICTOS POLíTICOS, NUEVAS LEYES, DIGITALIZACIóN, COMUNICACIóN DIRECTA…

Terremoto mediático en América Latina


Por Martín Becerra*

Caracterizado por la concentración en unos pocos grupos, la ausencia de medios públicos

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relevantes y las relaciones opacas con el poder político, el ecosistema mediático de América
Latina está cambiando radicalmente. Claves para entender cómo serán la prensa y las
comunicaciones en el siglo XXI.
ntonces presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, sintetizó lo que viene constatando una gran
cantidad de observadores y estudiosos del sistema de medios de comunicación en América Latina: Lula
subrayó la “falta de neutralidad” de los grandes medios, a los que desafió a que reconocieran que “apoyan
a los candidatos de la oposición” (1). Situaciones similares se producen periódicamente en casi todos los
países latinoamericanos: los principales actores de sistemas de medios, que operan con una lógica
comercial, tienden a articular la oposición a medidas que alteran el statu quo comunicacional, a partir de la
comprensión de que esa alteración afecta su propio interés corporativo.

La historia de los medios de comunicación latinoamericanos registra una serie de continuidades que, tras el cambio de
siglo, entraron en crisis. Aun con las diferencias propias de desarrollos y estructuras sociodemográficas muy dispares,
es posible identificar estas tendencias comunes a los diferentes países: en primer lugar, la lógica comercial ha guiado
casi en soledad el funcionamiento del sistema mediático en América Latina; en segundo lugar, y de modo
complementario, se comprueba la ausencia de servicios de medios públicos no gubernamentales con audiencia real; en
tercer lugar, se destaca el alto nivel de concentración de la propiedad del sistema de medios, liderado en general por
unos pocos grupos; y en cuarto lugar, hay que mencionar la centralización de la producción de contenidos en los
principales centros urbanos, relegando así al resto de las zonas de cada país al rol de consumidores de contenidos
producidos por otros.

Todo esto configura un modelo jerárquicamente definido por una elite de empresas ligadas a los gobiernos de turno.
Los grupos concentrados, reluctantes a cualquier cambio que ponga en riesgo sus posiciones privilegiadas, constituyen
una suerte de “marca de la constitución mediática” del imaginario nacional en países como México (Televisa), Brasil
(Globo), Argentina (Clarín), Colombia (Caracol-El Tiempo), Chile (Mercurio) y Venezuela (Cisneros) (2).

La ausencia de medios con misión de servicio público en una región en la que los canales y radios estatales funcionan
en general como dispositivos de propaganda gubernamental refuerza la incidencia de los grandes grupos comerciales.
A lo largo de los años, ellos han construido una significativa articulación con el poder político, uno de cuyos
indicadores ha sido la escasa regulación del sector (3). Así, por ejemplo, en varios países no existieron disposiciones
sobre el plazo de devolución de las licencias audiovisuales, lo cual obstaculizó la realización de concursos periódicos,
como sucedió en Uruguay y Brasil. En muchos casos en que existían plazos definidos por ley, éstos no se respetaban,
produciéndose de facto un modelo en el que los licenciatarios explotaban las licencias a perpetuidad.

Sin embargo, la primera década del siglo XXI dio inicio a una combinación de procesos que apuntan a la mutación de
esta historia: la alteración de los nexos que articularon históricamente política y medios; el cambio de las
determinaciones de una estructura concentrada de la propiedad; la transformación tecnológica en el marco de la
digitalización audiovisual; la creciente desintermediación de los sistemas tradicionales de medios, en directa relación
con la masificación de las redes digitales; la reconfiguración de los retos básicos ligados a la problemática de la
libertad de expresión; y los cambios regulatorios vinculados a una nueva concepción del derecho a la comunicación.
Todas estas tendencias, comunes a diferentes países de la región, están marcando un cambio radical en el panorama
mediático latinoamericano y en la forma en que los principales grupos se relacionan con el poder político.

Concentración y nuevas regulaciones

La unificación de la línea editorial y la reducción de la diversidad en función de la creciente influencia de unos pocos
grupos constituye uno de los efectos de la concentración de medios, de acuerdo a la Relatoría para la Libertad de
Expresión de la OEA. Pero además, la concentración vincula negocios del espectáculo (estrellas exclusivas), del
deporte (adquisición de derechos de televisación), de la economía en general (inclusión de entidades financieras y
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bancarias) y de la política (políticos devenidos en magnates de medios, o socios de grupos mediáticos) con áreas
informativas, lo que altera la pretendida autonomía de los medios. Cabe señalar que la concentración, si bien ha sido
protagonizada por grupos privados, puede también producirse a instancias del Estado.

El alto nivel de concentración puede sintetizarse en un “índice de concentración”, cuyos resultados se incluyen en el
gráfico. Desde la publicación del mencionado estudio, en 2004, los índices de concentración sufrieron un aumento.
Además de una menor diversidad de la información, otro impacto de la concentración ha sido la centralización
geográfica de la producción de contenidos en las ciudades sede de los principales grupos mediáticos: Buenos Aires,
San Pablo, Río de Janeiro, Santiago, México DF. En los grandes centros urbanos se produce el contenido que luego es
propalado por cada uno de los países, lo que contribuye a debilitar el espacio público y empobrecer las distintas
versiones sobre lo real a las que puede acceder el público.

Frente a este panorama, varios gobiernos de la región propusieron cambios en la política de medios a través de una
mayor intervención del Estado en la regulación y el establecimiento de controles relativos a la concentración de la
propiedad. Asimismo, comenzó a promoverse, de manera inédita, la participación de grupos de la sociedad civil tanto
en la discusión de las políticas como en la propiedad de los medios de comunicación.

Cada país lo hizo a su modo. Mientras que Venezuela y Argentina modificaron sus leyes audiovisuales, Uruguay
sancionó una nueva norma sobre medios comunitarios. Ecuador está discutiendo su ley de radiodifusión. Bolivia
realizó cambios constitucionales que involucran a los medios, fundamentalmente para sancionar contenidos racistas.
En Brasil se sancionó en 2011 una ley de televisión por suscripción que no alcanza a todo el sector pero que permite
por primera vez la inversión de las telefónicas en televisión de pago. En Chile y Uruguay existen desde hace varios
años iniciativas de la sociedad civil –con un apoyo por ahora tenue del sistema político– para avanzar en reformas
regulatorias más amplias. En varios de los países mencionados, el consenso apunta a reservar un 30% de las licencias
audiovisuales para el sector no lucrativo de la sociedad (medios comunitarios, fundaciones, cooperativas).

Conviene detenerse brevemente en Venezuela y Argentina, los dos países que sancionaron leyes audiovisuales
integralmente nuevas. En Venezuela, la Asamblea Nacional sancionó en 2004 la Ley de Responsabilidad Social de
Radio y Televisión (Ley Resorte). En Argentina, el Congreso aprobó en 2009 la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual. Si bien en ambos casos se reconoce de manera inédita al sector comunitario y se establecen topes a la
concentración de la propiedad por parte de las empresas, las nuevas normas difieren en un aspecto central: la ley
venezolana regula la “calidad” de la información, con toda la carga discrecional que ello supone. En cambio, la ley
argentina se inscribe en los estándares de protección de la libertad de expresión aprobados por la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y es totalmente respetuosa de la libertad de opinión de medios y
periodistas.

De hecho, la CIDH manifestó su profunda preocupación por la redacción “vaga e imprecisa”(4) de varias disposiciones
de la ley venezolana, en particular aquellas que establecen sanciones a quienes “promuevan, hagan apología o inciten a
la guerra; promuevan, hagan apología o inciten a alteraciones del orden público; promuevan, hagan apología o inciten
al delito; sean discriminatorios; promuevan la intolerancia religiosa; [o] sean contrarios a la seguridad de la Nación”. El
hecho de que la aplicación de sanciones esté a cargo de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel),
órgano que depende directamente del Poder Ejecutivo, constituye un agravante, según los estándares de protección de
derechos humanos y la libertad de expresión. Si bien esta cláusula tiene relación con el golpe de Estado contra Chávez
de abril de 2002, que contó con una activa campaña golpista por parte de los medios comerciales más importantes, la
ley tiende, según la CIDH, a disuadir la emisión de informaciones y opiniones que puedan resultar molestas o
perturbadoras para el gobierno de turno.

Comunicación directa

Es importante distinguir, en el marco de esta tendencia al cambio en las políticas de comunicación, dos movimientos:

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por un lado, la discusión pública sobre la necesidad de adoptar nuevas reglas de juego en el sector; por otro, el hecho
de que este proceso es acompañado a veces por un nuevo rol de los gobiernos, que se transforman en dispositivos de
comunicación directa y prescinden, así, del rol mediador que durante décadas ejercieron, sin competencia, los medios
comerciales.

La creciente comunicación directa de los gobiernos de la región interpela a la ciudadanía a través de discursos de
carácter público que, a diferencia de lo que ocurría hasta hace una década, contienen explícitas referencias ideológicas.
En algunos casos, estos discursos ubican dicotómicamente a los grandes grupos de medios en un eje adverso para el
interés común y, con ello, buscan desnaturalizar el tradicional rol de mediación ejercido por los medios de
comunicación.

Así, los cambios regulatorios, pero también los nuevos discursos, provocaron en muchos casos el enfrentamiento
directo entre gobiernos y grupos comerciales de medios. Los despachos diplomáticos de las embajadas de Estados
Unidos en las capitales latinoamericanas difundidos por WikiLeaks revelan las quejas de empresarios mediáticos y
destacados columnistas políticos ante los funcionarios estadounidenses por el nuevo rol estatal en los medios de
comunicación masiva. Aunque la controversia más conocida es la venezolana, fundamentalmente a partir de la segunda
de las presidencias de Hugo Chávez, el conflicto con los grandes medios atravesó también las presidencias de Lula,
Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa.

Para redondear este contexto de conflicto, hay que señalar que la discusión por cambios regulatorios ha sido promovida
o acompañada –según el país– por la movilización de organizaciones sociales que estuvieron ausentes de la explotación
de licencias televisivas, dado el carácter exclusivamente comercial o gubernamental en la historia audiovisual
latinoamericana. Actualmente, estas organizaciones reclaman participar del acceso a las licencias, y en muchos casos
gestionan emisoras de carácter comunitario o local. El protagonismo de actores sociales y políticos de la sociedad civil
es un acontecimiento novedoso en la configuración del sistema de medios. Los intereses en conflicto entre actores
comerciales y político-sociales, incluyendo obviamente a los gobiernos, así como los conflictos entre la lógica de
intervención global de la industria y la lógica de la regulación local, son indicativos de un escenario en plena mutación.

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Televisión digital: ¿nuevo paradigma?

La adopción de la norma japonesa-brasileña de Televisión Digital Terrestre en casi todos los países de Sudamérica
(con excepción de Colombia, que adoptó la norma europea), y de la norma estadounidense en casi toda América
Central y México, han supuesto un avance que acentúa el desconcierto de los medios tradicionales, amenazados por la
convergencia y la llegada de servicios que prescinden de la mediación que habían ejercido históricamente.

En efecto, la digitalización está teniendo repercusiones en los usos y consumos de la cultura de medios, a un ritmo que
supera la capacidad de adaptación tanto de la regulación existente como de los actores que hasta ahora lideraron el
tradicional sistema de industrias culturales. El flujo unidireccional, que fue el pilar de la construcción de las industrias
culturales desde hace más de un siglo, comenzó a perder el monopolio de la intermediación masiva, conforme
comenzaron a surgir actores, colectivos e individuales, que utilizan nuevos soportes digitales para competir, por ahora
en desventaja, con el torrente de información y entretenimiento que fluye por el sistema tradicional de medios.

Pero la convergencia tecnológica ha sido también aprovechada por los principales grupos mediáticos para expandirse a
otras actividades. En particular, los grupos más dinámicos –como Televisa, Globo, Cisneros y las telefónicas Telmex y
Telefónica– lograron cruzar contornos geográficos y llegar a varios países. En años recientes, el grupo español Prisa se
sumó a esta tendencia.

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De este modo, los procesos de desintermediación, habilitados por la diseminación de nuevas tecnologías, se producen
en un contexto de absorción de recursos por parte de los actores más concentrados del sistema de medios de la región.

Libre expresión y medios gubernamentales

La problemática de la libertad de expresión constituye otro eje para analizar el sistema de medios. Debido a la
profusión de discursos y usos políticos, corporativos y académicos de la idea de “libertad de expresión”, resulta
imprescindible abordar de manera conceptual su definición. En este sentido, una de las organizaciones que mejor y que
más sistemáticamente han desarrollado el tema es la OEA, a través de su Relatoría para la Libertad de Expresión (5).

En sus informes anuales, la Relatoría diagnostica las causas que mutilan el derecho de la sociedad a la palabra. Los
atentados contra periodistas o la utilización de leyes de desacato, calumnias e injurias para disciplinar a los medios se
destacan como dispositivos de censura directa. La Relatoría reconoce también instrumentos de “censura indirecta”,
sutiles pero eficaces, como estrategias de control. Dos de estos instrumentos son la discrecionalidad en la asignación de
publicidad oficial y la concentración de la propiedad.

Como se planteó anteriormente, la concentración afecta al conjunto de la región. Ello también ocurre con la publicidad
oficial, cuyo manejo discrecional no distingue entre gobiernos alineados a la derecha (México, Colombia, Chile) o la
izquierda (Bolivia, Ecuador, Venezuela). Argentina no es una excepción, tanto a nivel nacional como provincial, con la
excepción de Tierra del Fuego, donde la gobernadora, Fabiana Ríos, dispuso de reglas claras, públicas y objetivas para
la asignación de la pauta oficial. En el resto del país, las sumas de publicidad oficial, que representan más del 10% de
la pauta publicitaria total, se distribuyen mediante un sistema de premios a los medios amigos y castigos para los
medios considerados hostiles. El contenido de la pauta es, además, totalmente proselitista.

La controversia no se agota en el rol del Estado como comunicador y propagandizador. Los cambios en los modos de
intervención estatal a través de una nueva regulación del sistema de medios audiovisuales, junto con la mayor actividad
gubernamental en el plano de la comunicación directa, son percibidos como un ataque a la libertad de expresión por
sindicatos patronales, como la conservadora Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Sin embargo, los reportes, tanto
de la OEA cuanto de los observatorios y organizaciones no gubernamentales dedicados al monitoreo del tema,
consideran que los principales riesgos a la libertad de expresión se registran en países como México, Colombia o varios
de Centroamérica, donde son frecuentes los atentados y asesinatos contra periodistas. Asimismo, también se reconoce
el riesgo para la libertad de expresión derivado del cierre de medios de comunicación como represalia por su línea
editorial, tal como sucedió en Honduras tras el golpe de Estado de 2009.

Desde un punto de vista diferente al de la SIP, organizaciones como Periodistas sin Fronteras o la citada Relatoría de la
OEA consideran que la nueva impronta comunicacional de muchos de los gobiernos latinoamericanos y la nueva
regulación audiovisual no constituyen amenazas a la libertad de expresión. Por el contrario, para estas organizaciones
el objetivo de ampliar los contornos de la comunicación más allá del sector lucrativo, garantizando el acceso a licencias
de radio y televisión a organizaciones de la sociedad civil sin ánimo de lucro, constituyen avances en este sentido.

Las nuevas regulaciones habilitan además la generación de medios públicos no gubernamentales, ausentes en la
historia latinoamericana, que podrían ampliar la libertad de expresión. En efecto, aunque lo comercial y lo
gubernamental predominan hasta hoy en el escenario de la comunicación masiva, se trata de modelos extremos: el
primero es utilitarista, ya que justifica la existencia de los medios como negocios que requieren de un alto rating y
programación sensacionalistas, mientras que el segundo es faccioso o intemperante, en la medida en que fundamenta la
utilización de los medios estatales en provecho del mensaje de una parcialidad e impugna o acalla –según el caso– las
voces críticas. Esta situación motivó a gobiernos nacionales como el de Lula en Brasil, o regionales y locales, como la
propuesta del gobierno de Santa Fe en Argentina, a crear medios públicos no gubernamentales, para garantizar espacios
de representación ciudadana que no sean cautivos de la acción facciosa.

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La ausencia de verdaderos medios públicos en América Latina perjudica a toda la sociedad. Cuando no hay medios
públicos, el derecho a la palabra se debilita en aras del aprovechamiento comercial o del uso oficialista de los medios
estatales. La sociedad queda expuesta así al imperio de los mensajes masivos emitidos con lógicas puramente
comerciales o exclusivamente gubernamentales. En ambos casos, la sociedad es relegada a una posición clientelar: los
ciudadanos son interpelados como clientes comerciales o como clientes políticos.

1. “Lula acusó a los medios de apoyar a Serra”, La Nación, 19-9-10 (www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1306112


).

2. Martín Becerra y Guillermo Mastrini, Los dueños de la palabra, Prometeo, Buenos Aires, 2009.

3. Elizabeth Fox y Silvio Waisbord, Latin Politics, Global Media, University of Texas Press, Austin, 2002 .

4. CIDH, “Democracia y derechos humanos en Venezuela”, 2009


(www.cidh.org/countryrep/Venezuela2009sp/VE09CAPIVSP.htm).

5. OEA, “Informe anual de la Relatoría para la Libertad de Expresión 2004”, 2004


(www.cidh.org/Relatoria/showarticle.asp?artID=459

Por Martín Becerra* -7- Edición Nro 152 - Febrero de 2012

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