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prohistoria 12 - 2008

Índice

historia... .................................................................................................................... 9

Dossier: La construcción del orden rosista. Entre la coerción y el consenso


Presentación ................................................................................................. 11
Raúl O. Fradkin y Jorge Gelman

“¿Una frontera bárbara y sin instituciones? Elecciones


y clientelismo en la formación del Estado provincial
durante el gobierno de Rosas” .................................................................. 15
Sol Lanteri

“El unanimismo en la campaña. Las actividades políticas


en la zona rural de Buenos Aires entre Rivadavia y Rosas.
Quilmes, 1821-1839” .................................................................................. 41
Daniel Santilli

“La Mazorca y el orden rosista” ............................................................... 69


Gabriel Di Meglio

...políticas de la historia ......................................................................................... 91

“Una breve nota acerca de los ‘patriotas criollos’ en el


Río de la Plata” ............................................................................................ 93
Juan Carlos Garavaglia

“Imágenes especulares. Educación, laicidad y catolicismo


en Santa Fe, 1900-1940” ............................................................................ 103
Diego Mauro

3
reseñas ......................................................................................................................... 117

FRADKIN, Raúl –compilador– El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y


la constitución del Estado en el Buenos Aires rural, por Yolanda de Paz Trueba

TERNAVASIO, Marcela Gobernar la revolución. Poderes en disputa en el Río


de la Plata, 1810-1816, por Irina Polastrelli

TERNAVASIO, Marcela Gobernar la revolución. Poderes en disputa en el Río


de la Plata, 1810-1816, por Alejandro Morea

CARETTA, Gabriela y ZACCA, Isabel –compiladoras– Para una historia de


la Iglesia. Itinerarios y estudios de caso, por Diego A. Mauro

HERRERO, Fabián Movimientos de pueblo. La política en Buenos Aires luego


de 1810, por Pablo Cuadra Centeno

LOBATO, Mirta Zaida Historia de las trabajadoras en la Argentina (1869-


1960), por Daiana Di Clemente

FAVERO, Bettina –compiladora– Voces y memoria de la inmigración. Mar del


Plata en el siglo XX, por Leonardo C. Simonetta

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www.latindex.unam.mx
prohistoria es una publicación científica indepen-
diente, de carácter anual, editada por el grupo del
mismo nombre. Promueve debates disciplinares e
interdisciplinares y difunde resultados de investiga-
ción básica o estudios historiográficos. Se distribuye
por venta, canje o donación en países de América y
Europa. Publica investigaciones originales, elabora-
das sobre fuentes de primera mano; la orientación
temática se publicita en su propio sitio web. Recibe,
para su evaluación por réferis, trabajos de historia-
dores y otros investigadores provenientes de las
ciencias sociales comprometidos con la producción
de un conocimiento científico crítico y reflexivo.
historia...
Dossier
La construcción del orden rosista
Entre la coerción y el consenso

Se midieron el poncho

Raúl Fradkin, Jorge Gelman


Sol Lanteri, Daniel Santilli
Gabriel Di Meglio
Extensiones federales a cargo de Marcelo Móttola
prohistoria 12 - 2008

P resentación

RAÚL O. FRADKIN Y JORGE GELMAN

Hasta hace no mucho tiempo el análisis del rosismo se resolvía en gran medida dentro del
paradigma analítico del caudillismo en el que se lo incluía.
Y aunque este mismo concepto haya sufrido variaciones interpretativas a lo largo del
tiempo, en el núcleo duro de casi todas ellas figuraban varios temas inaugurados por Sar-
miento, como el vacío institucional, la resolución de los conflictos por la violencia y la
existencia de liderazgos derivados en buena medida de la polarización de la sociedad
rural, en la que los grandes estancieros –que controlaban los recursos para la guerra y
poseían autoridad natural sobre sus peones y arrendatarios– se convertían en los caudillos
que el momento reclamaba.
Últimamente, estos ejes temáticos han sufrido fuertes modificaciones desde varios
frentes.
Por un lado, los cambios interpretativos sobre el agro colonial y postcolonial en
muchos sentidos que no podemos detallar aquí. Baste indicar que de una visión del campo
con una polarización social extrema se pasó a otra mucho más matizada que ha mostrado
convincentemente que se trataba en muchos casos de una sociedad donde predominaban
los pequeños y medianos propietarios y productores, con una población con altas dosis de
movilidad geográfica y social y con escasos niveles de cristalización en las estructuras
sociales o de constitución de sistemas deferenciales de los más pobres hacia los más privi-
legiados.
De aquí se desprendía una premisa que los historiadores debieron contemplar y que
cuestionaba muchas de las interpretaciones sobre el rosismo o sobre el caudillismo en
general: si la autoridad del caudillo no se derivaba de su lugar en la cima de una sociedad
polarizada y deferencial, dicho caudillo debía conquistar ese liderazgo con diversas herra-
mientas que era necesario estudiar.
Por otro lado, empezaron a observarse, acompañando este cambio de paradigma
sobre la sociedad rural, los procesos de politización de los pobladores rurales que acom-
pañaron su creciente incorporación a los nuevos sistemas de representación que se esta-
blecieron luego de la Revolución, pero también y quizás sobre todo, a su cada vez más
fuerte participación en los ejércitos y milicias que jugarían un rol central en los conflictos
bélicos que recorrieron buena parte del siglo XIX.
Aquí, de nuevo, el paradigma sarmientino jugó algunas malas pasadas a los historia-
dores que suponían que en las campañas no había vida política en el sentido clásico, debi-
do a la falta de densidad de la sociedad civil, de ámbitos de sociabilidad, de reglas pautadas
de convivencia, de lazos de interdependencia, etc. O, considerando la alta polaridad de
esa sociedad, se entendía, a manera de postulado, que no podía haber politización ni vida
política sino apenas lazos de dependencia hacia los poderosos.

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RAÚL O. FRADKIN Y JORGE GELMAN “Presentación”

De esta manera, las campañas eran por definición unánimes –por falta de vida polí-
tica– y no se cuestionaban las decisiones tomadas por sus “líderes naturales”.
El cambio en estos paradigmas abrió diversas preguntas que guiaron muchas investi-
gaciones novedosas para interpretar el caudillismo y el rosismo en particular, como las que
se presentan en este dossier.
Los trabajos que lo conforman fueron presentados en las jornadas organizadas en el
Instituto Ravignani por la Red de Estudios Rurales en octubre de 2007, que tenían por
título general “Política y Sociedad en el mundo rural, siglo XIX”.
En dichas jornadas se presentaron doce trabajos referidos a distintos aspectos de la
historia política en el mundo rural del siglo XIX en diversos espacios del territorio argen-
tino.
Por razones de orden práctico y también en función de los temas abordados, hemos
decidido publicar estas contribuciones en tres grupos. Uno referido a los procesos de mo-
vilización política de los sectores rurales en los momentos inmediatamente posteriores a la
crisis revolucionaria que publicó como libro Prohistoria Ediciones; otro centrado en el
estudio de ciertos actores intermedios de la política en el mundo rural en varias provincias
y finalmente un tercer bloque, que presentamos aquí, referido a algunos aspectos de la
construcción del orden rosista en Buenos Aires.
En realidad, como se observa a través de los títulos de estas contribuciones, no todos
se refieren al mundo rural. El trabajo de Di Meglio se refiere a la Mazorca que, como es
sabido, fue una organización eminentemente urbana, de la ciudad de Buenos Aires.
Se podría decir, siguiendo de nuevo a Sarmiento (pero también a Echeverría de El
Matadero y a tantos otros), que en realidad la Mazorca expresaba a la barbarie rural que
azotaba sobre la “culta Buenos Aires” o, como expresaba el ilustre sanjuanino, era parte de
un sistema en el que “…el estanciero don Juan Manuel de Rosas [que] clava en la culta
Buenos Aires, el cuchillo del gaucho y destruye la obra de siglos, la civilización, las leyes
y la libertad”.
Sin embargo, es interesante el contrapunto temático que ofrecen los tres trabajos
aquí presentados que son, casi, la contracara de ese modelo interpretativo sobre el rosismo
y la vida política de la época.
Por un lado, el trabajo de Di Meglio estudia la Mazorca, es decir, la formación de
una organización dedicada a imponer el terror al margen de las instituciones o para domes-
ticar unas elites y unas instituciones que no lograban establecer un sistema político y social
ordenado y firme en la ciudad. Pero como muestra convincentemente el artículo, no se
trata de un instrumento rural que se impuso allí, sino el resultado de fenómenos específicos
del desarrollo social y político de Buenos Aires. La ciudad fue escenario de una fractura
social y política que parecía mucho más aguda que la de la campaña, un proceso muy
intenso de politización y participación en la escena política de los sectores subalternos y
finalmente el rosismo decidió (y pareció lograr) encausar una parte de esa energía en pos
de disciplinar-aterrorizar a una elites que no habían hecho más que poner en derrota todos
los intentos de erigir gobiernos estables desde 1810. Al mismo tiempo es posible pensar

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prohistoria 12 - 2008

que el encuadramiento de sectores populares como miembros del brazo ejecutor de la


política rosista muestre el fin de una etapa, abierta luego de la Revolución, de creciente
participación de los sectores populares urbanos en la vida política, incluyendo algunos
esbozos de acción y de liderazgos con cierta autonomía, como el mismo Di Meglio estudió
en otros trabajos.
Por otro lado, los trabajos de Sol Lanteri y Daniel Santilli se refieren a un tema que
hasta el momento no había merecido demasiada atención de los historiadores: el análisis
de los procesos electorales en la campaña rosista.1
Si bien existen estudios sobre los sistemas electorales para el caso rioplatense, como
los hubo para gran parte de Iberoamérica en los últimos veinte años, estuvieron más con-
centrados en el ámbito urbano, considerando que en la campaña sólo había sistemas
clientelares que se manifestaban a través del “unanimismo” electoral.
Inclusive el libro de Marcela Ternavasio, sin duda el mejor análisis sobre los siste-
mas electorales en Buenos Aires en la primera mitad del siglo, al analizar la transforma-
ción de dicho sistema desde uno competitivo “internotabiliar” en los años 1820s. hacia
uno unanimista durante el rosismo, considera que este último sistema existió desde siem-
pre en la campaña y que fue trasladado por Rosas a la ciudad, replicando de alguna manera
uno de los tópicos preferidos de Sarmiento.
En cualquier caso, los dos estudios aquí incluidos, junto con el pionero de Garavaglia
ya citado, aportan elementos muy interesantes para empezar a comprender el funciona-
miento de la vida política en las comunidades locales rurales.
Aunque falta mucho por saber todavía sobre estos temas, lo primero que podría de-
cirse es que hay vida política en las campañas y que esta en parte pasa también por el
funcionamiento del sistema electoral. Inclusive se observa que las disputas electorales no
siempre tuvieron el carácter de unánimes y que, como señala Santilli a través del caso de
Quilmes, dicha unanimidad, al igual que en la ciudad, debió ser construida.
Pero, quizás más que eso, estos trabajos nos advierten que había una intensa vida
política en las campañas y diversidad de opiniones y disputas que no necesariamente se
reflejaban en la contienda electoral. Estas comunidades habrían percibido como demasia-
do lejanas las decisiones que tomaban los representantes elegidos a través de ellas, pero
habrían sido concientes de la importancia que las mismas tenían para los gobiernos y para
los agentes del gobierno en las comunidades. De esta manera, parecen haber negociado su
participación en las elecciones, no tanto para cambiar el candidato a representante como
para disputar las condiciones de ejercicio del poder en cada una de las localidades.
De todos modos es mucho todavía lo que falta saber sobre la vida política en las
campañas antes de la construcción del sistema municipal, ya sea acerca de los propios

1 Anteriormente sólo se contaba con la aproximación que realizara Marcela Ternavasio a la expansión de la
“frontera política” y el análisis que efectuara Juan Carlos Garavaglia sobre las elecciones en el distrito de
San Antonio de Areco. GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas políticas en los pueblos de la
campaña de Buenos Aires: San Antonio de Areco (1813-1844)”, en Boletín del Instituto de Historia Argen-
tina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 27, UBA, Buenos Aires, 2005, pp. 49-74.

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RAÚL O. FRADKIN Y JORGE GELMAN “Presentación”

procesos electorales, las otras formas de participación política o sobre los mecanismos de
construcción de autoridad en la ciudad. Los trabajos aquí presentados abren un camino
que resulta prometedor.

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¿ U na frontera bárbara y sin instituciones?
Elecciones y clientelismo en la formación del Estado
provincial durante el gobierno de Rosas*

SOL LANTERI

Resumen Abstract
El objetivo del trabajo es analizar las implicaciones de This article examines the impact of electoral practices
las prácticas electorales en la frontera sur de Buenos Ai- in the Buenos Aires south frontier during Juan Manuel
res durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, a tra- de Rosas government, through a case study on Azul and
vés del estudio de caso de Azul y Tapalqué. De esta for- Tapalqué. Thus, by means of a quantitative and
ma, mediante un examen cuantitativo y cualitativo del qualitative socio-ethnic and economic profile of voters,
perfil socio-étnico y económico de los sufragantes, las ballots boards, as well as changes and continuities
mesas escrutadoras y los cambios-continuidades habi- occured in different situations along time, we aim at
dos en las distintas coyunturas, se intenta indagar en la analysing the legitimacy given to the regime by the rural
legitimidad otorgada al régimen a través del sufragio por sectors’ vote and a system of exchanges and
parte de la sociedad rural y en los intercambios y compensations between parties. Such analyses intends
contraprestaciones generados entre ambas partes. Lo que to soften traditional clientelist thesis based exclusively
permite matizar las tesis clientelares tradicionales basa- on coercion, resources monoply and the prevalence of
das en el uso exclusivo de la coerción, el monopolio de great landowners in Rosist political structure, by pointing
los recursos o la preeminencia de los grandes estancie- out the importance of the frontier in the political and
ros en la estructura de poder rosista, destacando la im- institutional structure of the provincial State and by
portancia de la frontera en el andamiaje político- contributing to a more complex view of the articulation
institucional del estado provincial y complejizando la between govenors and governed during the period.
articulación entre gobernantes y gobernados durante el
período.

Palabras clave Key Words


Estado provincial – rosismo – elecciones – frontera sur Provincial state – rosismo – elections – south frontier –
– sociedad rural – reciprocidades rural society – reciprocities

Recibido con pedido de publicación el 26/05/2008


Aceptado para su publicación el 23/08/2008
Sol Lanteri se desempeña como docente e investigadora
del Instituto Ravignani-UBA y del CONICET
sol_lanteri@ciudad.com.ar

LANTERI, Sol “¿Una frontera bárbara y sin instituciones? Elecciones y clientelismo en la formación
del Estado provincial durante el gobierno de Rosas”, prohistoria, Año XII, número 12, Rosario,
Argentina, primavera 2008, pp. 15-40.
* Este trabajo constituye parte de un capítulo de mi Tesis Doctoral en curso “Un vecindario federal. La
construcción del orden rosista en la frontera sur de Buenos Aires. Un estudio de caso (Azul y Tapalqué)”,
Doctorado Universitario en Historia, IEHS-UNICEN. Agradezco los comentarios a una versión preliminar
de mi director, Jorge Gelman; la Dra. Noemí Goldman; el préstamo de información del primero, Daniel
Santilli, Silvia Ratto, María Inés Schroeder y a Julio Djenderedjian por sus aportes.
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

Introducción

L
a retroversión de la soberanía que generó el derrumbe imperial por las revoluciones
independentistas creó una nueva cultura política en Iberoamérica, donde en la ma-
yoría de los nuevos Estados, salvo en el Brasil temprano, se implementaron siste-
mas republicanos de gobierno, con algunas particularidades, pero basados en los concep-
tos de soberanía popular y representación política.1 En el Río de la Plata, luego de los
intentos centralistas de la primera década revolucionaria, la estructuración política se con-
formó en Estados provinciales que, unidos en un sistema confederal a partir del pacto de
1831, tuvieron autonomía en el forjamiento de sus bases institucionales, sociales, econó-
micas y militares.2 En la provincia de Buenos Aires las reformas implementadas por la
“feliz experiencia” instituyeron la ley electoral de 1821, que implicaba un nuevo concepto
de representación basado en la realización de elecciones regulares directas para los dipu-
tados de la Sala de Representantes –que a su vez era el organismo legislativo encargado de
elegir al gobernador provincial cada tres años– con duración anual y en una ampliación de
los electores activos a todos los hombres libres mayores de veinte años, naturales del país
o avecindados –sin requisitos de propiedad, instrucción o profesión– manteniendo, ade-
más, la incorporación de la campaña a la vida política provincial desde el Estatuto de
1815.3
Este sistema fue resignificado con algunas reformas durante el gobierno de Juan
Manuel de Rosas, aún en su segundo período, cuando a partir de 1835 tomó la gobernación
con la “suma del poder público” y las “facultades extraordinarias” sin limitación temporal.
El mandato del gobernador fue extendido a cinco años, se fomentó una mayor proporción
de representantes de la campaña por sobre la ciudad en la Sala mediante la ley de 1832 y la

1 ANNINO, Antonio –coordinador– Historia de las elecciones en Iberoamérica, FCE, Buenos Aires, 1995;
SEVILLA SOLER, Rosario –coordinadora– Consolidación republicana en América Latina, EEHA, CSIC,
Sevilla, 1999; SÁBATO, Hilda –coordinadora– Ciudadanía política y formación de las naciones. Pers-
pectivas históricas de América Latina, El Colegio de México, FCE, México, 1999; MALAMUD, Carlos
–coordinador– Legitimidad, representación y alternancia en España y América Latina: las reformas elec-
torales (1880-1930), El Colegio de México, FCE, México, 2000; SÁBATO, Hilda “On political citizenship
in nineteenth-century Latin America”, en The American Historical Review, Vol. 106, núm. 4, 2001; SÁBATO,
Hilda y LETTIERI, Alberto –compiladores– La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y
voces, FCE, Buenos Aires, 2003.
2 HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina crio-
lla, Siglo XXI, Buenos Aires, 1972; CHIARAMONTE, José Carlos Mercaderes del Litoral. Economía y
sociedad en la provincia de Corrientes, primera mitad del siglo XIX, FCE, México, 1991 y Ciudades,
provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Ariel, Buenos Aires, 1997.
3 HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y guerra…, cit.; TERNAVASIO, Marcela “Hacia un régimen de
unanimidad. Política y elecciones en Buenos Aires, 1828-1850”, en SÁBATO, Hilda –coordinadora– Ciu-
dadanía política…, cit., pp. 119-141 y La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires,
1810-1852, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002; CANSANELLO, Carlos “Itinerarios de la ciudadanía en Bue-
nos Aires. La ley de elecciones de 1821”, en Prohistoria, Año V, núm. 5, Rosario, 2001, pp. 143-170 y De
súbditos a ciudadanos. Ensayo sobre las libertades en los orígenes republicanos. Buenos Aires, 1810-
1852, Imago Mundi, Buenos Aires, 2003.

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prohistoria 12 - 2008

elección de sus diputados estuvo digitada por el Ejecutivo provincial a través de la confec-
ción de una lista única de candidatos para evitar el faccionalismo y la deliberación, aunque
igualmente se instituyó el desarrollo de elecciones regulares y plebiscitos para que aqué-
llos y eventualmente el gobernador sean refrendados por el voto. Coincidiendo entonces,
generalmente, el total de sufragantes con el de escrutinios obtenidos por cada candidato en
los comicios, refiriendo a la importancia que para el rosismo tuvo la obtención de legitimi-
dad popular anclada en la voluntad general.4
En efecto, las nuevas interpretaciones sobre el fenómeno del caudillismo vernáculo
refieren a la importancia de la legitimidad y de la legalidad en la articulación de su poder,
matizando otros atributos de corte sarmientino otorgados al mismo, como la arbitrariedad,
la anarquía, la falta de institucionalidad, etc.5 Algunas investigaciones recientes arrojan luz
sobre las políticas y estrategias creadas por el Gobernador para construir una autoridad
hegemónica que le permitió liderar la provincia y la Confederación hasta su caída en 1852
frente a la inestabilidad abierta por el proceso revolucionario y a otros sectores disidentes
incluso del mismo federalismo porteño, como las relaciones con otros gobernadores pro-
vinciales y la elite económico-social; su política económico-fiscal; la Mazorca urbana; la
estructuración de instituciones, autoridades políticas y militares en la frontera; su política
indígena; la cesión de tierras públicas a sectores medios y subalternos; el desarrollo de
prácticas rituales, festivas y discursivas, entre otras.6
El análisis de la estructuración del sistema político-electoral efectuado por Ternavasio
muestra la relevancia del sufragio como vía de legitimación del régimen y el rol de las
autoridades y “sectores intermedios” en la movilización electoral en el marco de la cons-
trucción del “unanimismo” rosista.7 Además de esta pionera investigación realizada desde
una clave interpretativa centralmente institucionalista, entre otras sobre el tema,8 no se

4 TERNAVASIO, Marcela “Hacia un régimen…”, cit. y La revolución..., cit.


5 GOLDMAN, Noemí –directora– Revolución, República, Confederación (1806-1852), Tomo III de
SURIANO, Juan –coordinador general– Nueva Historia Argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 1998;
GOLDMAN, Noemí y SALVATORE, Ricardo –compiladores– Caudillismos Rioplatenses. Nuevas mira-
das a un viejo problema, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
6 GELMAN, Jorge “La construcción del orden postcolonial. El ‘sistema de Rosas’ en Buenos Aires, entre la
coerción y el consenso”, en Tiempos de América, núm. 11, Universitat Jaume I, Castellón, 2004, pp. 27-44;
GELMAN, Jorge y SANTILLI, Daniel De Rivadavia a Rosas. Desigualdad y crecimiento económico.
Historia agraria del capitalismo pampeano, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006, Tomo 3; DI MEGLIO, Gabriel
“La mazorca y el orden rosista”, 2007, ms.; RATTO, Silvia “Una experiencia fronteriza exitosa: el ‘negocio
pacífico’ de indios en la provincia de Buenos Aires (1829-1852)”, en Revista de Indias, Vol. LXIII, CSIC,
Madrid, 2003, pp. 191-222; INFESTA, María Elena La pampa criolla. Usufructo y apropiación privada
de tierras públicas en Buenos Aires, 1820-1850, AHPBA, La Plata, 2003; SALVATORE, Ricardo Wandering
Paysanos: state order and subaltern experience in Buenos Aires during the Rosas era, Duke University
Press, Durham, 2003.
7 TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit.
8 CHIARAMONTE, José Carlos “Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del Estado argentino
(c. 1810-1852)”, en SÁBATO, Hilda –coordinadora– Ciudadanía política..., cit., pp. 94-116;
CANSANELLO, Carlos “Itinerarios de la ciudadanía…”, cit.

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SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

cuenta con demasiados estudios sobre la práctica concreta del sufragio en la campaña
bonaerense, excepto los de Garavaglia para el partido de Areco y de Santilli para Quilmes,9
siendo casi inexistentes para zonas de frontera. Resulta especialmente interesante indagar
esta cuestión en esta región y en este período, porque el proceso de territorialización del
Estado en la frontera sur de Buenos Aires fue concomitante al de extensión de la ciudada-
nía política y de “expansión ganadera”, que implicó la necesidad de incorporar, controlar
y disciplinar nuevos recursos como las tierras y la población rural mediante la fundación
de pueblos y estructuras de poder institucional, la práctica electoral, el servicio miliciano,
etc.10
El objetivo de este trabajo es examinar las implicaciones del sistema y las prácticas
electorales en la frontera sur bonaerense durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas a la
luz del estudio de caso de Azul y Tapalqué. Esta área presenta características singulares en
el marco de la campaña ya que su proceso colonizador fue impulsado por el Gobierno
mediante una serie de donaciones condicionadas de terrenos fiscales de pequeñas dimen-
siones –“suertes de estancia”– que contribuyeron al asentamiento de población criolla, la
puesta en producción agraria, la ampliación de la soberanía oficial y el predominio de la
pequeña tenencia rural en una región que fue tradicionalmente caracterizada por la
historiografía como el paradigma del gran latifundio. Asimismo, constituyó el núcleo de
los intercambios interétnicos y la sede regular de los grupos “amigos” catrieleros, que
presentaron una importante magnitud demográfica hasta bien entrada la centuria.11

9 GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas políticas en los pueblos de la campaña de Buenos Aires:
San Antonio de Areco (1813-1844)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr.
Emilio Ravignani”, núm. 27, UBA, Buenos Aires, 2005, pp. 49-74; SANTILLI, Daniel “El unanimismo en
la campaña. Las actividades políticas en la zona rural de Buenos Aires entre Rivadavia y Rosas. Quilmes,
1821-1839”, en este volumen.
10 CANSANELLO, Carlos “Pueblos, lugares y fronteras de la provincia de Buenos Aires en la primera parte
del siglo XIX”, en Jahrbuch Für Geschichte Lateinamerikas, núm. 35, Böhlau Verlag Köln Weimar Wien,
Colonia, 1998, pp. 159-187; HALPERIN DONGHI, Tulio “La expansión ganadera en la campaña de Bue-
nos Aires (1810-1852)”, en Desarrollo Económico, Vol. 3, IDES, Buenos Aires, 1963, pp. 57-110; BARRAL,
María Elena y FRADKIN, Raúl “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder institucional en
la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr.
Emilio Ravignani”, núm. 27, UBA, Buenos Aires, 2005, pp. 7-48.
11 INFESTA, María Elena “Propiedad rural en la frontera. Azul, 1839”, en BARBA, Enrique In Memoriam.
Estudios de Historia, Banco Municipal de La Plata, Buenos Aires, 1994, pp. 269-286; LANTERI, Sol
“Pobladores y donatarios en una zona de la frontera sur durante el rosismo. El arroyo Azul durante la
primera mitad del siglo XIX”, en Quinto Sol, Año VI, núm. 6, UNLPam, Santa Rosa, 2002, pp. 11-42;
“Estado, tierra y poblamiento en la campaña sur de Buenos Aires durante la época de Rosas. La frontera del
arroyo Azul”, en Anuario de Estudios Americanos, Vol. 2, núm. 62, EEHA, CSIC, Sevilla, 2005, pp. 251-
283 y “Una verdadera ‘isla en el nuevo sur’. Las donaciones condicionadas en el arroyo Azul durante el
rosismo”, en BANZATO, Guillermo et al. “Acceso y tenencia de la tierra en Argentina. Enfoques locales y
regionales, siglos XVIII-XX”, en Mundo Agrario. Revista de estudios rurales, núm. 14, UNLP, La Plata,
2007 [en línea] www.mundoagrario.unlp.edu.ar; RATTO, Silvia “Una experiencia fronteriza…”, cit;
PEDROTTA, Victoria “Las sociedades indígenas del centro de la provincia de Buenos Aires entre los siglos
XVI y XIX”, Tesis Doctoral, UNLP, 2005; LANTERI, Sol y PEDROTTA, Victoria “Espacio y territorio en

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prohistoria 12 - 2008

De esta forma, mediante un análisis cuantitativo y cualitativo del perfil económico y


socio-étnico de los sufragantes, la composición de las mesas escrutadoras y los cambios y
continuidades en las distintas coyunturas, se intenta indagar tanto en la lógica política de la
sociedad rural como en la relevancia de ésta en la construcción del orden estatal rosista,
anclada en parte en intercambios de recursos materiales y simbólicos que permiten matizar
las tesis clientelares tradicionales basadas en el uso exclusivo de la coerción. Complejizando
la articulación entre gobernantes-gobernados y destacando la importancia de la frontera en
el andamiaje político durante este período de transición hacia la consolidación definitiva
del Estado nacional argentino.

El sistema y la práctica electoral en la frontera


Sobre la base de la estructuración del sistema de representación política provincial en
elecciones anuales, si se considera un total de veintiún años entre la fundación del cantón
de Tapalqué en 1831 y el fuerte de Azul en 1832 hasta la caída de Rosas en 1852, se ha
conseguido información cuantitativa y nominal para siete y seis años respectivamente (28,6%
del lapso total), comprendidos entre 1837 y 1844, es decir, a partir de la segunda goberna-
ción, coincidente con la etapa “unanimista” del rosismo y la existencia de una lista única
de candidatos para la Sala de Representantes. De hecho, durante este período, sólo Laureano
Rufino en 1837 y Manuel Corvalán y Francisco Beláustegui posteriormente fueron los
postulantes escogidos por el Gobierno y refrendados por el sufragio. Esta concentración
de diputados es marcada como propia de la campaña por sobre la ciudad, pues se ha esta-
blecido que desde 1835 a la caída del rosismo sólo treinta y cuatro personas ocuparon el
cargo.12 Los registros de participación electoral más tempranos que se pudieron establecer
para la región son de 1836, aunque no se encontraron las listas nominales ni el total de
sufragios sino el modelo de grilla enviado por el edecán de Rosas al juez de paz del partido
para la votación de ese año; y para 1837 sólo se cuenta con el total general de sufragantes.13
Durante los primeros años, ambas localidades votaban por separado (aunque los votos de
Tapalqué se remitían a Azul), haciéndolo de forma conjunta luego, debido a que el primero
dependía políticamente del segundo por ser un cantón militar y no tener juez de paz propio
hasta 1846.
Con todo, pese a la escasez de registros sistemáticos que llegaron hasta nuestros días
conforme una zona de frontera como ésta, a otras limitaciones del material documental que

la frontera sur bonaerense durante el siglo XIX. Repensando la formación del Estado en clave micro-
regional e interdisciplinaria”, en XI Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, UNT, Tucumán,
2007.
12 TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit., p. 271.
13 No se ha encontrado material electoral antes de 1835 en las fuentes consultadas para Azul y Tapalqué, así
como tampoco en el Juzgado de Paz de Chascomús, del que dependieron administrativamente hasta enton-
ces, en el Archivo General de la Nación, Buenos Aires (en adelante, AGN) ni en el Archivo Histórico de la
Provincia de Buenos Aires, La Plata (en adelante, AHPBA).

19
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

se comentarán oportunamente y a la existencia de una lista única, el cruce con otras fuentes
complementarias y la posibilidad de comparar lo sucedido antes y después de la crítica
coyuntura de 1838-40 permiten observar diferentes cuestiones que son relevantes para
nuestro estudio. Comencemos entonces con los niveles de participación electoral encon-
trados.

Cantidad de sufragantes
Cuadro 1
Cantidad de sufragantes por partido y año

Años/Partido Azul Tapalqué Total %


1837 800* s/d 800 15,4
1838 1.037 41 1.078 21
1840 394 s/d 394 7,6
1841 427 232 659 12,7
1842 854 854 16,5
1843 701 701 13,5
1844 691 691 13,3
Total 5.177 5.177 100

Fuentes: Elecciones. Padrones. Actas. Antecedentes, AGN, X-43-10-3, 1825-1838 y 30-7-8, 1842-1855.
Juzgado de Paz de Azul, AGN, X-20-10-1, 1835-40 y AHPBA, 39-1-1A, 1839-1842 y 39-1-2A, 1843-45.
*Corresponde a Azul y Tandil

¿Qué muestra el Cuadro 1? En primer lugar, que pese a las fluctuaciones marcadas, se
registra una importante cantidad de votantes a nivel local que legitimaban al régimen a
partir de su intervención en los comicios, sobre todo considerando que Azul y Tapalqué
constituyen una región de colonización reciente. De los siete años abarcados, 1838 es el
que concentra la mayoría de los votos y 1840 la minoría, seguramente por el impacto de la
crítica coyuntura coetánea y la movilización de recursos humanos para la guerra –cabe
recordar el levantamiento de Lavalle en agosto de 1840 y episodios anteriores como la
revolución de los “Libres del Sud” en octubre de 1839, la guerra con la confederación
peruana-boliviana de 1837-39, etc.14 La situación se estabilizó posteriormente y a partir de

14 Pese a que el decreto de 1829, por el cual fueron efectuadas las donaciones de tierras, estipulaba en su 12º
ítem que “Quedan esentos el poblador, su familia y peones de todo servicio militar, que no sea para la
defensa de la frontera en que se halle poblado”, es decir, que los vecinos-milicianos beneficiados con las
suertes de estancia estaban exentos de realizar el servicio militar excepto la defensa local aunque, como
veremos, no todos los sufragantes fueron milicianos sino también del ejército regular.

20
prohistoria 12 - 2008

1841 se observa nuevamente un crecimiento de la cantidad de sufragantes. Por otro lado,


se ve un relevante incremento del aporte electoral en el propio interior de Tapalqué, que
subió de 41 a 232 personas entre 1838 y 1841, seguramente al calor de su crecimiento
demográfico.

Estos guarismos locales se condicen con los datos generales consignados para el total de la
campaña. Ternavasio observa una suba substancial de la participación electoral en la déca-
da de 1830, con un pico en 1838, que presentó un monto de 10.550 votantes, una merma
significativa en el año siguiente, con 5.750 y un repunte en 1842, con 11.000 votos.15
Según estos datos, Azul y Tapalqué estarían representando el trascendente 10,2% del total
de votos de la campaña en 1838 y el 7,8% en 1842.
Sin embargo, no todas las personas votaron todos los años. En 1840, de 394
sufragantes, 216 ya lo habían hecho en 1838, es decir, el 54,8% ya había participado antes
(el 20% de 1838). Para 1841 –y considerando que la lista está incompleta faltando el
primer pliego, con un índice de representatividad de la fuente del 73,3%– se registra que
de 313 votantes registrados de forma nominal, 156 lo habían efectuado en 1840, o sea, el
49,8% de la muestra (o el 23,7% del total de 1841 y el 39,6% del total de 1840). En 1842
–considerando la salvedad anterior, que subvalora la repetición– 160 personas sobre 854
habían votado en 1841, o sea, el 18,7% del total (y el 51,1% de los 313 de 1841 o el 24,3%
del total de 659 sufragantes para ese año). En 1843, 422 personas de un total de 701 habían
participado en 1842, correspondiente al 60,2% del total de 1843 y al 49,4% de 1842.
Finalmente, para 1844, 409 individuos sobre 691 (el 59,2%) habían votado en la elección
del año anterior (el 58,3% de 1843).
En otras palabras, pese al recambio registrado, se observa una importante continui-
dad de los sufragantes en el tiempo. Esta cuestión es bien significativa en el año 1840,
dentro y luego de un período crítico, cuando se comprueba que a pesar de los vaivenes
coetáneos, el 54,8% (más de la mitad de los votantes) siguieron apoyando al régimen
rosista desde 1838. El año 1842 parece ser el de mayor recambio de sufragantes (pese a
que la representatividad de 1841 está subvalorada), coincidente con el aumento de votan-
tes advertido para ambos partidos y a nivel general, probablemente debido al crecimiento
demográfico y a la estabilización de los recursos humanos en la zona luego de esa etapa
convulsa. No obstante, más allá de los cruces estrictamente nominales de las fuentes, se
registra una importante repetición de apellidos entre los años, que seguramente refieren a
los núcleos familiares pese a la movilización social en las distintas coyunturas.
Ahora bien, si se compara esta información con otros lugares de la frontera sur para
los que se poseen datos, se observa lo siguiente:

15 TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit., p. 273.

21
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

Cuadro 2
Elecciones en la frontera sur bonaerense en 1838

Partido Número de votantes %


Dolores 492 19
Monsalvo 605 23,3
F. Independencia 417 16,1
Azul 1.037 40
Tapalqué 41 1,6
Total general 2.592 100

Fuente: Elecciones. Padrones. Actas. Antecedentes, AGN, X-43-10-3.

Cuadro 3
Elecciones en la 12ª sección de campaña en 1842

Partido Número de votantes %


Tordillo 202 4,9
Ajó 332 8
Tuyú 318 7,6
Mar Chiquita 359 8,6
Lobería 267 6,4
Chapaleofú 505 12,1
Las Flores 274 6,6
Vecino s/d 25,3
Pila s/d
Dolores s/d
Monsalvo s/d
F. Independencia s/d
Azul y Tapalqué 854 20,5

Sub-total 3.111 -
Total general 4.156 100

Fuentes: Elecciones. Padrones. Actas. Antecedentes, AGN, X-30-7-8, 1842-1855 y 43-10-4, 1839-1852.
TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit.

22
prohistoria 12 - 2008

En primer lugar, se percibe una gran concentración de sufragantes en Azul y Tapalqué


sobre los otros espacios, sumando ambos casi el 42% del total en 1838 y el 20,5% en 1842.
Pero cabe recordar que a partir de la crisis de 1839 fueron creados nuevos partidos y
secciones electorales en la campaña, dentro de los que habría que considerar a estos gua-
rismos. Ternavasio destaca una ampliación de las secciones electorales hacia 1839-40 y el
cambio más trascendente radicado en la 12ª sección, donde se encontrarían Azul y Tapalqué,
que de estar integrada por dos partidos (Dolores y Monsalvo) antes de esa fecha pasó a
estar conformada por catorce.16 Pese a estos reajustes territoriales, es de notar que los
límites de Azul, salvo la parte norte sobre el arroyo Gualicho que pasó a Las Flores, que-
daron bastante estables durante el lapso, especialmente en sus bordes con los arroyos
Tapalqué y Los Huesos (en los límites con los partidos de Tapalqué y Tandil). En segundo
lugar, entonces, se observa que aunque Azul y Tapalqué mantuvieron en líneas generales
sus límites, también lo hizo su participación electoral, que siguió siendo significativa, con-
centrando el 20,5% del total de la 12ª sección en 1842 –que a su vez representaba el 37,8%
del total general de votos de la campaña.17 Estos dos partidos aunaron casi la misma canti-
dad de sufragios que Dolores, Monsalvo, Independencia, Pila y Vecino juntos, observán-
dose una importante disminución en Tandil, aún en términos proporcionales, luego de la
revolución de los Libres del Sur de 1839.
Más allá de estos datos generales, habría que considerar el porcentaje de sufragantes
con relación al total de población de cada lugar y, sobre todo, al de población habilitada
para hacerlo según la ley de 1821 – recordemos, todos los varones libres mayores de veinte
años (o menores si fueran emancipados), naturales del país o avecindados. Un problema
metodológico para Azul y Tapalqué es la ausencia de información sobre la edad de las
personas en los padrones de 1836 y 1838, tanto para los cabezas de cada unidad censal (en
adelante UC) como para la población agregada. Además, el hecho de ser un área de coloni-
zación reciente no permite realizar un cotejo con el censo de 1815 para la mayoría de los
casos y los registros parroquiales tampoco otorgan datos sistemáticos al respecto, por lo
que se ha estimado la proporción según la cantidad de cabezas de UC y de su población
general en 1838.18 Para este año entonces, se registró que el 36,6% de esta última participó
en las elecciones, habiéndolo hecho la notable cifra del 47% del total de cabezas de UC.

16 La 12ª sección, compuesta por tres juzgados civiles (Monsalvo, Tandil y Dolores), quedó constituida por
catorce partidos de la siguiente forma: Monsalvo se dividió en Ajó, Tuyú, Mar Chiquita y Lobería Grande;
Tandil en Tandil y Chapaleofú y Dolores en Tordillo, Pila y Dolores. Se crearon asimismo los partidos de
Vecino, Saladillo, Flores, Tapalqué y Azul. TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit. y Registro Ofi-
cial de Gobierno de Buenos Aires, diciembre de 1839, en PRADO y ROJAS, Aurelio Leyes y decretos de la
provincia de Buenos Aires, 1810-1876, Imprenta del Mercurio, Buenos Aires, 1871, Tomo III (1824-52),
pp. 354-358.
17 TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit.
18 Los padrones de 1836 y 1838 no constituyen listas nominativas censales para la zona de estudio, sino que
sólo registran nominalmente a los cabezas de UC y a la población de sus unidades de forma agregada según
variables de información étnicas y militares. AGN, X-28-2-4 y 25-6-2.

23
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

Sopesemos, pues, la cantidad de sufragantes con relación al total de población de


algunos partidos registrados para ajustar mejor los datos que tenemos para la zona de
estudio:
Cuadro 4
Relación entre cantidad de sufragantes y de población por partido en 1838

Partido Sufragantes Población % Relación


sufragantes/población
Dolores 492 2.803 17,5
Monsalvo 605 3.048 19,8
F. Independencia 417 589 70,8
Azul 1.037 2.835 36,6
Tapalqué 41 s/d* -

Fuentes: Elecciones. Padrones. Actas. Antecedentes, AGN, X-43-10-3 y GELMAN, Jorge y SANTILLI,
Daniel “Expansión ganadera y diferencias regionales. La campaña de Buenos Aires en 1839”, en
FRADKIN, Raúl y GARAVAGLIA, Juan Carlos –editores– En busca de un tiempo perdido. La economía
de Buenos Aires en el país de la abundancia, 1750-1865, Prometeo, Buenos Aires, 2004.
* No está consignada en el padrón de 1838

Considerando entonces el total de población general y no sólo a los hombres mayores de


veinte años, se comprueba el peso relevante de votantes en la frontera más meridional que
en aquella más cercana al río Salado, destacándose Tandil (F. Independencia) con el 70,8%
y en segundo lugar Azul con el 36,6%. Si bien excediendo los límites del presente trabajo,
no puede dejar de mencionarse que ya se observa desde 1838 que aquellos lugares que
luego fueron el epicentro del levantamiento de los “Libres del Sud”, como Dolores y
Monsalvo, presentan claramente un menor índice de legitimidad del régimen a nivel elec-
toral. Y por ende, la importancia del sufragio como parámetro bastante fehaciente de las
fidelidades y preferencias políticas de la población rural. Tandil escaparía a esta salvedad
en 1838, ya que también fue uno de los núcleos de la rebelión, aunque cabe recordar que en
ese entonces, dado su carácter de fuerte de avanzada, casi la totalidad de su población era
militar y masculina19 y que su registro electoral disminuyó de manera apreciable en 1842
(Cuadro 3).
Aunque no sabemos con exactitud la tasa de masculinidad de Azul salvo para el
primer censo nacional de 1869 (130,2/100), la mayoría de los cabezas de UC de 1838
fueron hombres (85,5%). En Dolores, la tasa de masculinidad registrada en ese año tam-

19 MÍGUEZ, Eduardo “La frontera de Buenos Aires en el siglo XIX. Población y mercado de trabajo”, en
MANDRINI, Raúl y REGUERA, Andrea –compiladores– Huellas en la tierra. Indios, agricultores y ha-
cendados en la pampa bonaerense, IEHS-UNICEN, Tandil, 1993, p. 194.

24
prohistoria 12 - 2008

bién fue alta, de 122/100,20 y el total de población del partido fue de 2.803 personas, es
decir, casi el mismo que el de Azul, destacándose por consiguiente la mayor aportación
electoral de éste frente a aquél. Asimismo, pese a que desde el decenio de 1830 la pobla-
ción rural superó a la urbana por primera vez,21 así como la representación en la Sala por la
ley de 1832,22 y considerando que la zona de estudio presentó altas tasas de crecimiento
demográfico, cuestiones que matizarían los importantes niveles de participación electoral
encontrados, si se dividiera el total de sufragantes sobre la población legalmente habilitada
para hacerlo, la proporción sería aún superior.23
En todo caso, y contemplando los resguardos heurísticos y metodológicos mencio-
nados, lo notable es, además del trascendente índice de participación electoral, que éste
supera a los vecinos formalmente habilitados para hacerlo por la ley provincial de 1821
–considerando que casi el 40% de la población total del partido en 1838 no pudo haber
estado formado sólo por hombres mayores de veinte años en el marco de la composición
de estructuras familiares y otros grupos etarios; aunque la fuerza militar fue considerable y
la presencia de pobladores jóvenes con pocos hijos debió haber sido mayor que en zonas
de más antigua colonización. Mostrando claramente la intervención de otros sectores so-
ciales –que también refiere el recambio de votantes registrado– y la poca correspondencia
entre la ley y la práctica en la frontera sur, como también fue encontrado para otros lugares
de la campaña en el marco de la ambigüedad de la norma y el control de los sufragantes
ejercido por la mesa escrutadora,24 como veremos más adelante. Con estos primeros datos
generales, detengámonos ahora en examinar con mayor detenimiento el perfil que presen-
taron estos sufragantes.

Perfil económico y socio-étnico


Si se compara el peso relativo entre votantes y cantidad de capitalistas gravados por el
impuesto de la Contribución Directa (en adelante CD), cuestión de central importancia
porque refiere a uno de los debates clásicos sobre el pago de impuestos como condición o
no para tener derecho al voto, se observa lo siguiente:

20 MASCIOLI, Alejandra Productores y propietarios al sur del Salado (1798-1860), GIHRR-UNMdP, Mar
del Plata, 2004, p. 62.
21 MORENO, José Luis y MATEO, José “El ‘redescubrimiento’ de la demografía histórica en la historia
económica y social”, en Anuario IEHS, núm. 12, UNICEN, Tandil, 1997, pp. 35-55.
22 TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit.
23 En el mismo año 1838 se ha establecido un 35% de participación electoral en Quilmes y de 359 sufragantes
(3/4 de la población habilitada) para Areco. Aunque estos partidos fueron de poblamiento más temprano,
presentaron menores índices de población general. SANTILLI, Daniel “El unanimismo…”, cit.;
GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas…”, cit.
24 GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas…”, cit.; TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit.

25
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

Cuadro 5
Relación entre sufragantes y cantidad de capitalistas de CD por partido en 1838-39

Partido Número de Número de % Relación entre


sufragantes capitalistas CD sufragantes/capitalistas
1838 1839
Dolores 492 205 240
Monsalvo 605 262 230,9
F. Independencia 417 193 216,1
Azul 1.037 213 486,8
Tapalqué 41 s/d* -

Fuentes: Elecciones. Padrones. Actas. Antecedentes, AGN, X-43-10-3 y GELMAN, Jorge y SANTILLI,
Daniel “Expansión ganadera…”, cit.
* No se cobra la Contribución Directa hasta 1845

En todos los casos registrados, el conjunto de votantes supera con creces al de capitalistas,
duplicándolo y en el caso de Azul cuadruplicándolo, inclusive considerando que de 1837
a 1839 hubo un incremento de 75 a 213 propietarios afectados allí debido a las reformas
producidas en la recaudación de la CD en ese mismo año.25 Es decir, se comprueba que
participaron muchos más sectores que los propietarios implicados en este impuesto, afir-
mando desde esta entrada analítica anclada en la praxis, la inexistencia del voto censitario
–como sí ocurrió paralelamente en varias latitudes americanas– por otro de índole “univer-
sal” o “amplio” como ha sido establecido para el caso bonaerense sobre la base de las
características de la ley de 1821.26
De los 213 capitalistas censados en Azul en 1839, sólo 69 votaron en las elecciones
de 1840, o sea, el 17,5% del total de sufragantes de ese año y el 32,4% del monto de
contribuyentes de 1839.27 Estos datos vuelven a ratificar la escasa importancia del sufragio
censitario, a la vez que refieren a la inclusión de otros sectores en los comicios, como
peones, jornaleros y otros tipos de mano de obra de los establecimientos, etc. Aunque
habría que considerar que la participación de estos grupos podría reflejar tanto un ejerci-
cio efectivo del derecho al voto como también obligaciones y relaciones clientelares con
respecto a los propietarios de las unidades productivas.
¿Cuál fue el perfil de esos 69 contribuyentes que votaron en 1840? Estaba conforma-
do por algunas autoridades locales que eran, a su vez, miembros de las mesas escrutadoras

25 GELMAN, Jorge y SANTILLI, Daniel “Expansión ganadera…”, cit., p. 245.


26 HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y guerra…, cit.; TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit.;
CANSANELLO, Carlos “Itinerarios de la ciudadanía…”, cit.
27 Agradezco el préstamo de la fuente de CD y de las listas de “unitarios” y embargados que se tratarán luego
a Jorge Gelman, Daniel Santilli y María Inés Schroeder.

26
prohistoria 12 - 2008

–como Pedro Rosas y Belgrano, Clemente de la Sota, Ventura Miñana y Manuel Capdevila
(este elemento será retomado)– y alcaldes del pueblo y otros cuarteles del partido con gran
permanencia en sus funciones durante el período rosista, como Manuel Ullúa, alcalde del
cuartel 2 desde 1840; Justo Martínez y Pascual Lavié, tenientes alcaldes del pueblo; Dionisio
Solano, alcalde del cuartel 2 desde 1840; Luis Cos, alcalde del cuartel 3 desde 1840, entre
otros.28 Este grupo presenta un perfil similar al del resto de los contribuyentes de la CD y
del censo de Azul de 1839,29 pues poseyó la mayoría de su capital invertido en ganado y
“otros bienes” (tierras), salvo J. Martínez, que también poseía dinero en giro (aunque en la
menor proporción de la cuantía total); P. Lavié, único “negociante” literalmente consigna-
do como tal en el censo de 1839, con la mayoría de su capital en giro y algo en tierras; y
José Correa, quien sólo tuvo animales.
El resto de los 69 capitalistas fueron propietarios de ganado (principalmente vacuno)
con y sin tierras, y algunos también poseyeron en menor medida capital en giro. Es decir,
presentan el mismo perfil socio-económico que el general, caracterizado por ser pequeños
contribuyentes, fundamentalmente productores ganaderos con diversificación en otras ac-
tividades económicas. Esta cuestión se condice con la reforma antes referida sobre la re-
caudación de la CD en 1839, que a partir de entonces comenzó a gravar a enfiteutas y
pequeños productores,30 cuestión cardinal para la zona de estudio por la relevancia de este
sector a nivel de la estructura agraria, como comentamos en la introducción.
Con todo, es importante señalar que justamente los mayores propietarios de ganado
y de tierras a nivel local, algunos de los cuales tenían relaciones directas con Rosas, como
su hermano Prudencio y Pedro Burgos (amigo y compadre de aquél desde antes de su
acceso a la gobernación provincial y jefe de la expedición militar “fundadora” del fuerte
Azul en 1832), no votaron en las elecciones, ni en la de 1840 ni en ninguna otra de los años
consignados. Además, si consideramos a los seis contribuyentes más grandes de la CD de
Azul en 1839 en orden descendente, serían Prudencio Rosas y compañía (cía.), Juan Ma-
nuel Silva, Pedro Burgos, Santiago Chiclana y cía., Manuel Chueco y cía. y Manuel Morillo.
De todos ellos, sólo Silva, Chueco y Morillo votaron en algunos años (el primero en 1838,
1842 y 1843; el segundo en 1841, 1843 y 1844, y el último en 1838 y 1842). Por su parte,
los propietarios de tierras más grandes registrados en la zona, algunos con diversificación
en la campaña, como Pablo Acosta, Félix de Álzaga y Francisco Piñeiro, no votaron en
ninguno de los años consignados, si bien algunos residían en la ciudad.31
Aunque seguramente estos propietarios ausentistas no estaban presentes para dar su
voto y se vinculaban con el régimen mediante otros ámbitos y relaciones, es interesante

28 Juzgado de Paz de Azul, AGN, X-20-10-1 y 20-10-2.


29 “Censo de propietarios y ganaderos de la frontera del arroyo Azul levantado en el mes de julio del año 1839
según borrador existente en el archivo del Juzgado de Paz”, en Revista de Ciencias y Letras, Año I, núm. 3,
Azul, abril de 1930.
30 GELMAN, Jorge y SANTILLI, Daniel “Expansión ganadera…”, cit. y De Rivadavia a Rosas…, cit.
31 LANTERI, Sol “Una verdadera…”, cit.

27
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

advertir la validez de la fuente electoral como vía para medir la participación real de los
agentes sociales, ya que si estas grandes figuras, algunas inclusive estrechamente vincula-
das con el gobernador y con relevante accionar político o militar a nivel local como Burgos
o P. Rosas no aparecen en las listas de elecciones, entonces éstas no debieron estar tan
manejadas “desde arriba” como habitualmente se consideró, sino censar a aquellos que
efectivamente se apersonaban en el acto del sufragio.32 Además, esta información permite
matizar la tradicional homología entre el gobierno y el sector de los grandes terratenientes,
por lo menos en el plano electoral, en pos de un componente clasista del federalismo
rosista centrado fundamentalmente en los pequeños propietarios-productores, como tam-
bién veremos a posteriori.
Si, por otra parte, cruzamos los datos que poseemos sobre elecciones con las listas de
“unitarios” de 1830-31 –que ya ha utilizado Gelman para estudiar las filiaciones y la cons-
trucción de identidades políticas en la campaña durante el primer mandato de Rosas– de
todos los partidos consignados, sólo hemos trabajado con los que sabemos que fueron
expulsores de población hacia Azul y Tapalqué, como Chascomús, Ranchos, Montes, Montes
Grandes, Lobos, Dolores, Monsalvo y Magdalena, es decir, aquellos partidos más meri-
dionales hacia 1830.33 Salvo en Lobos y Monsalvo, donde no se encontraron coinciden-
cias, en el resto aparecieron varias personas que luego migraron al sur, ocupando tierras,
siendo productores rurales, pero esencialmente dedicándose a la actividad comercial, ade-
más de ser en su mayoría extranjeros, como era de esperar en aquellas personas considera-
das “opositoras” al gobierno en ese entonces.34
Cabe señalar que se encontró participación electoral de este grupo (aunque intermi-
tente) antes y después de la coyuntura de 1839-40 excepto en el partido de Dolores, donde
ni Romualdo Nuñez ni Pedro Gutiérrez, quienes votaron en la elección de Azul de 1838, lo
hicieron en el resto de los años; notándose nuevamente la sensibilidad de la fuente para
medir el tema de las lealtades políticas de la población rural. En Chascomús estuvo censa-
do Pascual Lavié –a quien ya aludimos como teniente alcalde del pueblo Azul– como
“comerciante” y “sospechoso”. En tanto en Ranchos, se encontró a Manuel Ullúa, chileno,
catalogado como “sospechoso” y “pacífico”, estanciero en terreno ajeno –en ese momen-
to, pues figura al igual que Lavié en los censos de Azul de 1836, 1838 y 1839, como
cabeza de UC y con tierras propias en su caso.

32 Toda la correspondencia encontrada en el Juzgado de Paz, Secretaría de Rosas, así como otra documenta-
ción como actas con las firmas de algunos vecinos refrendando su voto en la elección de 1840 ratifican el
apersonamiento de los votantes el día de los comicios. No se incluye este material en el presente trabajo por
falta de espacio.
33 GELMAN, Jorge “Unitarios y federales. Control político y construcción de identidades en Buenos Aires
durante el primer gobierno de Rosas”, en Anuario IEHS, núm. 19, UNICEN, Tandil, 2004, pp. 359-390;
BANZATO, Guillermo y LANTERI, Sol “Forjando la frontera. Políticas públicas y estrategias privadas en
el Río de la Plata, 1780-1860”, en Historia Agraria. Revista de agricultura e historia rural, núm. 43,
SEHA, Murcia, España, diciembre de 2007, pp. 435-458.
34 GELMAN, Jorge “Unitarios y federales…”, cit.

28
prohistoria 12 - 2008

Es decir que, pese a la diversidad de tipos encontrados y salvo algunos pocos ejem-
plos que se encontraron entre los sectores considerados más antagonistas al gobierno,
como aquellos tildados de “empecinados” o “perjudiciales”,35 etc., se observa que, en
líneas generales, constituye un grupo no tan contrario al gobierno, tanto por las categorías
impuestas por éste como por su propia participación electoral –incluso, en el caso de Ullúa
y Lavié, desempeñaron cargos políticos a nivel local, aunque estos últimos, siendo “sospe-
chosos”, se encontraron dentro de los sectores “rivales” más tibios. Finalmente, un dato no
menor es la verificación de que sólo Ullúa y Lavié junto a Juan Génova (“unitario”, nacido
en Ranchos y estanciero) fueron los únicos beneficiados por las donaciones de suertes en
Azul de todos los consignados en la lista, es decir, con reciprocidades con el gobierno,
poblando en 1833, 1839 y 1832 respectivamente.
Pero si este fue el comportamiento electoral advertido en los sectores considerados
antagónicos por el gobierno según su propio registro de la población, veamos ahora el de
aquellos particulares que efectivamente fueron perjudicados por aquél mediante los em-
bargos de 1840. Gelman y Schroeder sostienen que aquellas áreas de la campaña que
fueron el núcleo del levantamiento de 1839 o receptoras de la invasión de Lavalle de 1840
fueron las más afectadas, así como también los mayores propietarios rurales, que fueron
los más opuestos al gobierno en esa coyuntura. En la región catalogada como “Sur II”,
donde estarían incluidos Azul, Dolores, Fuerte Independencia y Monsalvo, se presenta el
mayor índice de embargos de toda la campaña, con 182 implicados sobre 873 capitalistas
registrados en la CD de 1839 (20% del total), siendo Monsalvo y Dolores respectivamente
los más damnificados. Es interesante notar que Azul presentó el registro más bajo frente al
resto de aquélla, con sólo 14 casos sobre los 213 propietarios de la CD (el 6,6%), cuestión
que los autores explican se debió a la fuerte presencia militar in situ al mando de Prudencio
Rosas, que fue la que derrocó a la sublevación de 1839, y a los repartos de suertes a los
pobladores.36
Con todo, de la lista del ranking de los cincuenta propietarios embargados más gran-
des de la campaña según sus capitales de la CD de 1839, en Azul se encuentran Felipe
Míguez y Manuel Chueco, en los puestos 38º y 39º respectivamente.37 Además de éstos, en
las listas nominales de embargados de Azul figuran nueve personas más (Félix de Álzaga,
Victorino Aristegui, Casimiro Falgues, José Galán, Manuel José Guerrico, Miguel Jaime
Sarracán, Anselmo Saénz Valiente, Serafín Taboada y Francisco Villarino), o sea, once

35 GELMAN, Jorge “Unitarios y federales…”, cit.; SALVATORE, Ricardo “‘Expresiones federales’: formas
políticas del federalismo rosista”, en GOLDMAN, Noemí y SALVATORE, Ricardo –compiladores–
Caudillismos Rioplatenses…, cit., pp. 189-222.
36 GELMAN, Jorge y SCHROEDER, María Inés “Juan Manuel de Rosas contra los estancieros: Los embar-
gos a los ‘unitarios’ de la campaña de Buenos Aires”, en Hispanic American Historical Review, Vol. 83,
núm. 3, Duke University, 2003, pp. 503.
37 GELMAN, Jorge y SCHROEDER, María Inés “Juan Manuel de Rosas…”, cit., p. 511.

29
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

personas afectadas en conjunto. Ninguno de ellos participó en las elecciones de Azul y


Tapalqué en los años registrados, salvo Manuel Chueco, de quien ya referimos que votó en
los comicios de 1841, 1843 y 1844.
En otras palabras, se ve de forma ostensible que este sector no interviene en la legi-
timación del régimen a nivel electoral, pues por más que algunos hayan estado ausentes
para ejercer su voto luego de las confiscaciones, no registran participación activa incluso
antes de los embargos producidos a partir de 1839-40, refiriendo a la significatividad de
las filiaciones y alineamientos políticos. En un contexto de lista única como forma de
evitar la lucha facciosa y la contienda político-electoral por parte del gobierno rosista, el
acto de no votar es entendido como uno de los pocos espacios de resistencia y oposición
que tenía la población en los comicios coetáneos.38
Habiendo analizado en primer lugar el perfil económico que presentaron los
sufragantes, pasemos ahora al estudio de sus características socio-étnicas. Si contempla-
mos nuevamente la información consignada por el padrón de Azul en 1838, si bien se
observa que un porcentaje mayoritario de la población fue consignada como “blanca”
–refiriendo a un proceso de blanqueamiento común en la campaña ya desde el período
tardo-colonial– cabe señalar que el 5,6% de la misma fue censada como “pardos y more-
nos-negros”, el 1,2% como “extranjeros”, el 21,4% como “tropa” y el 0,8% como “familia
de tropa”. Y si además, como ya destacamos, sabemos que el 47% de los cabezas de UC
participaron en la elección de 1838, seguramente el resto del electorado estuvo conforma-
do por estos grupos sociales, que fueron parte de sus familias, la mano de obra de sus
establecimientos productivos y la fuerza militar local.39
De hecho, a modo ilustrativo, un cruce que realizamos con la lista de la milicia activa
de caballería de Azul fechada entre 1839-4240 con los comicios de 1838, mostró que 62 de
131 milicianos (47,3%) votaron ese año y según algunas variables de información consig-
nadas sobre su ocupación y etnicidad, observamos que de un total de 56 con datos sobre la
primera, el 34% era “propietario”, el 25% capataces, el 21,4% peones, el 12,5% tenía
asignado cargos militares y el 7,1% eran postillones. Respecto de la segunda, más de la
mitad (el 54,3%) estaba catalogado como “trigueño”, el 44% como “blanco” y el 1,7%
como “pardo”. Finalmente, de su “patria” sabemos que el 63,3% provenía de Buenos Ai-
res, mientras el 18,3% lo hacía de Córdoba y el 8,3% de Santiago del Estero, entre otros
lugares del interior y el litoral.
En suma, tenemos aquí una muestra elocuente de la complejidad socio-étnica y pro-
ductiva de la población rural, con la mentada presencia de los migrantes provenientes de

38 SALVATORE, Ricardo “Consolidación del régimen rosista (1835-1852)”, en GOLDMAN, Noemí –direc-
tora– Revolución, República…, cit., pp. 323-380.
39 La participación electoral de diferentes grupos socio-étnicos y extranjeros también fue advertida en Areco
y en la misma ciudad de Buenos Aires. GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas políticas…”, cit.;
DI MEGLIO, Gabriel ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires entre la Revolución de Mayo
y el Rosismo, Prometeo, Buenos Aires, 2006.
40 AHPBA, 39-1-1A, Juzgado de Paz de Azul, 1839-42.

30
prohistoria 12 - 2008

otras regiones de la campaña y de distintas provincias, que se establecían en la de Buenos


Aires como ocupantes, poseedores, propietarios de tierras, ganado o mano de obra de los
establecimientos productivos –en el marco de la complementariedad de los ciclos agríco-
las y ganaderos– y que participan de “servicios a la patria” como el miliciano y el electoral,
presentando un perfil de corte más civil que militar.41
Inclusive, hemos registrado la intervención de algunos indígenas en los comicios
locales. Algunas personas con apellidos criollos o nativos del “piquete de indios” de Azul
en 1845 y 1852,42 como Doroteo Arroyo, Francisco González, Luciano Guillén, José Aguilar,
Francisco Gómez, entre varios otros, participan de forma intermitente pero en todos los
años implicados. Cabe advertir que Luciano Guillén figura en la lista de elecciones de
Tapalqué en 1838 donde, recordemos, estaban establecidas las tribus de “indios amigos”.
Asimismo, se nota que votan tanto soldados como miembros de la oficialidad, como el
caso de Francisco González, que fue alférez; Francisco Gómez, sargento del piquete en
1852 y Doroteo Arroyo, quien fue primero teniente de milicias y posteriormente “lengua-
raz” desde 1840 hasta luego de la caída de Rosas. Este último constituyó el único –de
todas las personas de este conjunto– que fue donatario de tierras en Azul, poblando su
suerte en 1833 entre los arroyos Nievas y del Hinojo, lindante las tolderías del cacique
Catriel.43 Además, se ha registrado su firma refrendando las actas de las elecciones como
parte de los vecinos del lugar.
Aunque este grupo étnico no es de relevancia cuantitativa en el marco del monto de
sufragantes registrado, sí lo es a nivel cualitativo. En primer lugar, porque no estaban
contemplados positivamente por la ley electoral de 1821.44 Luego, porque hasta el mo-
mento no se tenían datos sobre su práctica electoral sino en el caso de un pedido realizado
por los “indios amigos” de Tapalqué a través del coronel Bernardo Echeverría en el plebis-
cito efectuado en 1840 apoyando la reelección del Gobernador. Ratto destaca asimismo la

41 CANSANELLO, Carlos De súbditos a ciudadanos..., cit.


42 AHPBA, 39-1-2B, Juzgado de Paz de Azul, 1843-45 y AGN, X-42-11-4 respectivamente.
43 “Plano del Partido Arroyo Azul construido por el Sargento Mayor Don Juan Cornell. Octubre de 1859”,
Archivo Histórico de la Dirección de Geodesia y Catastro (en adelante, AHG), núm. 1270-29-3.
44 La norma no imponía una limitación étnica explícita, contemplando a los hombres “libres” con un amplio
margen de imprecisión y ambigüedad, aunque fue realizada por la elite ilustrada y urbana porteña. En
algunos lugares de América, los indígenas estaban institucionalmente incluidos en el mercado electoral en
tanto propietarios de tierras y contribuyentes, como en Perú; mientras en otros, aunque presentando legis-
laciones restrictivas también para otros grupos como negros o mestizos, pudieron acceder al voto por la
laxitud legal y el carácter localista de las autoridades estatales. Véase CHIARAMONTI, Gabriella “Cons-
truir el centro, redefinir al ciudadano: restricción del sufragio y reforma electoral en el Perú de finales del
siglo XIX”, en MALAMUD, Carlos –coordinador– Legitimidad, representación…, cit., pp. 230-261;
IRUROZQUI, Marta “Sobre leyes y transgresiones: reformas electorales en Bolivia, 1826-1952”, en
MALAMUD, Carlos –coordinador– Legitimidad, representación…, cit., pp. 262-291; MEJÍAS, Alda Sonia
“La consolidación de la ‘república restrictiva’ ante ‘las demasías de la representación popular’ en la Guate-
mala del siglo XIX”, en MALAMUD, Carlos –coordinador– Legitimidad, representación…, cit., pp. 292-
314; MUMFORD, Jeremy “Métis and the Vote in 19th-Century America”, en Journal of the West, Vol. 39,
núm. 3, 2000, pp. 38-45.

31
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

participación de los caciques y sus tribus en otras prácticas rituales y liturgias como las
fiestas, destacando la hibridación entre las estructuras formales de poder del Estado y
prácticas personales y clientelares en la vinculación de Rosas y ciertas autoridades con
ellos.45
La legitimación del régimen mediante la participación electoral de este sector podría
ser entendida, entonces, dentro de la relevancia que el “negocio pacífico” tuvo a nivel
local, con un asentamiento regular de estas comunidades que a su vez presentaron una
importante magnitud demográfica, el abastecimiento oficial de reses y “vicios de costum-
bre” a los principales caciques y sus tribus, la cotidianeidad de las relaciones personales y
laborales establecidas en esta frontera permeable y los constantes contactos comerciales
entablados entre ambas sociedades.46 Recordemos, además, el trascendente accionar que
los “indios amigos” tuvieron en algunos episodios especialmente críticos para el gobierno,
como el sofocamiento de los malones de 1836-37 y el levantamiento de los hacendados del
sur en 1839, cuando constituyeron, junto a la fuerza miliciana de Azul y Tapalqué, la
mayoría de la capacidad militar local.47
Finalmente, veamos entonces los datos que se poseen sobre la relación entre ciuda-
danos electores y ciudadanos armados para la zona de estudio. En 1838, según una carta
del Juez de Paz al edecán de Rosas fechada el 1º de junio, había 655 milicianos entre
activos y pasivos en Azul (550 de caballería activa, 25 de infantería y 80 de la milicia
pasiva).48 Es decir, casi el doble de electores que de milicianos, considerando que hubo
1.078 de los primeros para ese año. En 1845, también sobre la base de la información
aportada por el Juzgado de Paz, al 31 de diciembre había 591 hombres de milicia reunida
en los cuarteles del partido (371 soldados de caballería, 86 soldados de la compañía de

45 RATTO, Silvia “¿Soberanos, clientes o vecinos? Algunas consideraciones sobre la condición del indígena
en la sociedad bonaerense”, en VILLAR, Daniel et al. –editores– Conflicto, poder y justicia en la frontera
bonaerense, 1818-1832, UNSur-UNLPam, Bahía Blanca-Santa Rosa, 2003, pp. 9-43.
46 Además, para un período posterior, son incluso apelados por algunos grupos políticos en sus luchas faccionales
de la década de 1860, que intentan sublevarlos cuando la contienda electoral no los favorece. Carta de
Rivas del 14 de febrero de 1864, Archivo Mitre, Tomo 24, p. 28. Agradezco esta información a Silvia Ratto.
Con todo, también hemos registrado que la presencia indígena parece haber incidido eventualmente en el
normal desarrollo de los comicios, como en los de Bahía Blanca en una coyuntura de importantes ataques
entre agosto-octubre de 1836 y enero de 1837, AGN, X-25-5-1. También hay datos sobre la relevancia del
triunfo militar sobre la coalición aborigen liderada por Calfucurá para las elecciones de Azul en 1872;
POGGI, Rinaldo “Entre malones y comicios. Las elecciones del 31 de marzo de 1872 en Azul”, en Cuader-
nos Fundación Nuestra Historia, núm. 9, Buenos Aires, 2001.
47 RATTO, Silvia “Soldados, milicianos e indios de ‘lanza y bola’. La defensa de la frontera bonaerense a
mediados de la década de 1830”, en Anuario IEHS, núm. 18, UNICEN, Tandil, 2003, pp.123-152; GELMAN,
Jorge “La rebelión de los estancieros. Algunas reflexiones en torno a los Libres del Sur de 1839”, en
Entrepasados, núm. 22, Buenos Aires, 2002, pp. 113-144.
48 AGN, X-20-10-1, Juzgado de Paz de Azul, 1835-40. Por su parte, Ratto establece una cifra casi idéntica, de
660 milicianos para 1837, según la información que reconstruyó a partir de las listas de revista. RATTO,
Silvia “Soldados, milicianos…”, cit., p. 142.

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prohistoria 12 - 2008

infantería de milicia, 22 soldados del piquete de “indios amigos” más la oficialidad).49 O


sea, seguía la misma tendencia de mayoría de sufragantes sobre milicianos, aunque pare-
cen haberse nivelado para esa fecha en el marco del registro de 691 votantes para 1844.50
Pero observemos con mayor detalle el sopeso que pudimos establecer entre ambos
para 1842, mediante el contraste nominal con las listas de revista militares en diciembre de
ese año (coincidente con la fecha de las elecciones). Recordemos que en Azul y Tapalqué
tenían sede gran parte de las fuerzas de los regimientos número 5 y 6 de milicias y de línea
de campaña, así como también del regimiento número 3. Comenzando con el primero, se
registra que 3/8 (37,5%) soldados de la milicia activa de infantería votaron. De la primera
compañía de milicia activa de caballería del fuerte Azul, lo hicieron 72 de 131 (55%),
mientras la segunda compañía del 5º escuadrón de ésta presentó un índice menor, de 16/79
personas (20,2%). Finalmente, del 5º escuadrón de milicias de caballería de Azul en no-
viembre de 1842 participaron 8 de 27 soldados (29,6%).
En tanto, del regimiento número 6 de milicias, 60 de 146 soldados de la primera
compañía del 2º escuadrón sufragaron (41,1%), mientras de la segunda compañía del mis-
mo lo hicieron 66 de 151 (43,7%), habiendo participado gran parte de la oficialidad, tanto
de la plana de milicias como de línea. De la guarnición de Bahía Blanca en Azul –corres-
pondiente al regimiento de blandengues de nueva frontera y dragones, es decir, de la plana
regular– votaron 26/28 personas de la lista de oficiales (93%). Por su parte, del piquete de
milicias del regimiento número 5 en Tapalqué votaron 6 de 7 soldados. Finalmente, del
regimiento número 3, sabemos que de la primera compañía participaron 76/81 (94%) y de
la segunda compañía 94/103 (91,3%), entre oficialidad y soldados para ambos casos. De
la plana mayor del regimiento número 3 en Tapalqué votaron 2 de 3 individuos.
Recapitulando, y pese a que sólo tomamos como muestra el mes testigo de diciembre
de 1842, se advierte que si bien una parte considerable de los milicianos participó en los
comicios, no todos cumplieron con su derecho al voto. Por otro lado, no se registra una
correlación directa entre las listas de sufragantes y de milicianos –a pesar incluso de la
importante presencia miliciana sobre la regular a nivel local– siendo aquéllas más inclusivas,
con la presencia de soldados y oficiales del ejército regular. Se comprueba, asimismo, una
apreciable intervención de la oficialidad, destacándose el regimiento de blandengues de
Bahía Blanca en Azul sobre el resto, donde vota el 93% de aquélla. Además, Tapalqué
pareciera presentar una mayor aportación de su composición militar-miliciana en el acto
electoral que la de Azul, aunque tal vez las cifras se encuentren sobrerrepresentadas debi-
do a la magnitud de la población militar e indígena sobre la civil en ese primer pago.
Esta significativa presencia de diversos grupos económicos, socio-étnicos y militar-
milicianos en la legitimación del régimen rosista a nivel electoral puede entenderse en el

49 AHPBA, 39-1-2A, Juzgado de Paz de Azul, 1843-45.


50 Garavaglia también nota mayoría de electores sobre milicianos para Areco. GARAVAGLIA, Juan Carlos
“Elecciones y luchas…”, cit.

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SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

marco de la capacidad reclutadora que tuvieron los miembros de las mesas escrutadoras y
de los intercambios generados entre ambas partes, como veremos a continuación.

Las mesas escrutadoras y las reciprocidades entre el gobierno y la sociedad


En el conjunto de reformas del decenio de 1820, la ley electoral de 1821 estableció que los
presidentes de las mesas escrutadoras serían elegibles en la ciudad, mientras en la campa-
ña serían los jueces de paz. La importancia de esta figura en la vida política y social ha sido
destacada recientemente por Gelman, proponiendo una visión más matizada sobre su
representatividad “estatal”, en directa vinculación con las sociedades locales, a las que no
sólo presidía sino que formaba parte de las mismas.51 Por su lado, Ternavasio vincula a
estos agentes con la maquinaria electoral y la unanimidad rosista, sosteniendo que su de-
signación por el ejecutivo provincial así como su función de jefe de mesa constituyeron las
llaves del control electoral en el ámbito rural, a diferencia del urbano. La autora también
destaca la importancia de los jefes de milicias y otros “sectores intermedios” en el recluta-
miento de recursos humanos para los comicios, ejemplificando con los resultados de las
elecciones de la 12ª sección de campaña en 1842, a los cuales pudimos acercarnos en
páginas precedentes.52
Para la zona que nos ocupa se comprueban las anteriores consideraciones, por cuan-
to las mesas escrutadoras se encuentran siempre encabezadas por los jueces de paz, que a
partir de las reformas de 1839 estuvieron ancladas en Pedro Rosas y Belgrano, ahijado del
Gobernador y personaje clave en el plano local, además del cura párroco del pueblo, co-
mandantes de milicias y del ejército regular. De hecho, las autoridades que se repiten en las
votaciones de 1838-1844 son Manuel Capdevila, juez de paz y presidente de la mesa en
1838 que también participa en la de 1840; Pedro Rosas y Belgrano, juez de paz desde
1839 durante todo el período rosista como recién aludimos, que encabeza todos los años
ulteriores; Clemente Ramón de la Sota, cura párroco del pueblo de Azul, quien junto al
anterior es la única persona repetida en todos los años registrados y Ventura Miñana, co-
mandante del 5º regimiento de milicias de la campaña, que figura en todas las mesas salvo
en la de 1844. Asimismo, otros miembros de la oficialidad de los regimientos de línea,
como el teniente coronel del número 6, Manuel del Carmen García, en 1838; el médico de
la tropa Manuel Ramos en 1840, de gran importancia porque además de curar decidía
quién debía cumplir o no el servicio militar-miliciano según la aptitud física de los pobla-
dores; el teniente coronel del regimiento número 3 de línea de Tapalqué, Santiago Villamayor
y el coronel del número 6 Juan Aguilera, que participan en 1842 y 1843. Y éste además,
junto con Bernardo Echevarría, comandante militar de Tapalqué y Fabián González, capi-
tán del regimiento de dragones, formaban parte de la mesa de 1844 (recordemos que no se

51 GELMAN, Jorge “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en
la primera mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, núm. 21, UBA, Buenos Aires, 2000, pp. 7-31.
52 TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit.

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prohistoria 12 - 2008

poseen datos sobre la constitución de ésta para 1841). En la votación de Tapalqué de 1838,
encabeza la mesa B. Echevarría, por no haber juez de paz propio, como ya se refirió.
La información precedente refiere entonces a la relevancia de las autoridades políti-
cas, militares y eclesiásticas en la movilización electoral, destacándose el alcance del pue-
blo, un ámbito de sociabilidad por excelencia, y la religión católica –de gran peso en el
discurso53 y prácticas rosistas– en la figura del cura párroco, quien fue el único junto al
juez de paz que intervino en los todos años consignados. El rol de los curas como interme-
diarios políticos reclutando feligreses tanto en ámbitos rurales como urbanos ha sido des-
tacado por varios autores.54 Cabe señalar, además, que este individuo aparece también
participando regularmente de otras liturgias y rituales como las festividades vernáculas.
Se observa, por consiguiente, la significatividad de estas figuras claves, articuladoras
entre el gobierno y la sociedad, que canalizan recursos humanos como clientela electoral
y cubren casi todo el espectro de la urdimbre socio-étnica local –recalquemos aquí la
presencia de Ventura Miñana y de Bernardo Echevarría como “interlocutores válidos” con
las sociedades nativas.55 Estos sujetos tuvieron estrechas relaciones personales y de lealtad
con Rosas, inclusive antes de su acceso a la gobernación provincial –tal el caso de Pedro
Rosas. Ventura Miñana participó en el levantamiento que lo llevó al poder en 1829;56
mientras Bernardo Echevarría intervino en la campaña al Colorado en 1833-34 y fue co-
mandante del cantón de Tapalqué desde 1831.57
No obstante lo apuntado, que estaría refiriendo a la “obligatoriedad” del voto por
parte de la población en el marco de la composición de las mesas aludidas, es interesante
advertir que los jueces de paz fueron los encargados de distribuir las suertes de estancia
a los pobladores, cargo que hasta la designación de Francisco Serrantes en 1835 estuvo en
manos de Pedro Burgos, al cual ya referimos. Además, a los miembros de las mesas
escrutadoras como Manuel Capdevila, Pedro Rosas, Clemente de la Sota, Ventura Miñana
y Manuel Ramos, el gobierno les cedió tierras fiscales en la modalidad de suertes de

53 MYERS, Jorge Orden y Virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, UNQ, Bernal, 1995.
54 DI STEFANO, Roberto El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la
república rosista, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004; BARRAL, María Elena “Parroquias rurales, clero y
población en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo XIX”, en Anuario IEHS, núm. 20, UNICEN,
Tandil, 2005, pp. 359-389.
55 RATTO, Silvia “Caciques, autoridades fronterizas y lenguaraces: intermediarios culturales e interlocutores
válidos en Buenos Aires (primera mitad del siglo XIX)”, en Mundo Agrario. Revista de estudios rurales,
núm. 10, UNLP, La Plata, 2005 [en línea] www.mundoagrario.unlp.edu.ar.
56 GONZÁLEZ BERNALDO, Pilar “El levantamiento de 1829: el imaginario social y sus implicaciones
políticas en un conflicto rural”, en Anuario IEHS, núm. 2, UNICEN, Tandil, 1987, pp. 137-176.
57 Otro ejemplo conspicuo es el de Paulino Martínez. Si bien no formó parte de las mesas escrutadoras, tuvo
relaciones laborales con Rosas desde antes de su acceso al poder, interviniendo en la movilización rural de
1828-29. Luego fue donatario de tierras en Azul y participó habitualmente de los comicios locales. Véase
FRADKIN, Raúl “Algo más que una borrachera. Tensiones y temores en la frontera sur de Buenos Aires
antes del alzamiento rural de 1829”, en Andes. Antropología e Historia, núm. 17, UNSa, Salta, 2006, pp.
51-82.

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SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

estancia (salvo en el último caso) y los abastecía con otros bienes como ganado según
disposiciones oficiales junto a otros pobladores que también participaron legitimando al
régimen en los comicios. Por citar un ejemplo, una carta de Capdevila a Corvalán fechada
en el fuerte Azul el 30 marzo de 1838, dentro de la crisis producida por el bloqueo francés
al puerto porteño, decía que había recibido la misiva del gobierno de:
“…que el Estado y lo que expresaba la nota (que le dirigió el que
firma con fha 10. del que rije) dá lugar á un examen prolijo del consu-
mo qe. hace en este punto en uno y otro respecto; en cuya virtud mien-
tras S.E. se ocupa de él, y de ordenar tanto al qe. subscribe como al
teniente Coronel Dn. Manuel del Carmen García, Comandante de la
fuerza acantonada en este punto lo qe. corresponde, debo ceñirme á lo
que ordena el decreto vigente, y qe. respecto á los Pobladores deben
mantenerse por si á su costa (por que el Estado no tiene tal obliga-
ción ni puede hacerlo por falta de recursos) exepto las familias de la
tropa de la guarnicion qe. se hallan presentes y de la división tambien
presentes; cuyas vocas son las qe. deben incluirse en el numero de las
personas qe. mantiene de Carne el Estado.”58
Y continuaba:
“En su cumplimiento desde el día 25 que se recibió la referida nota de
U.S. no se há dado carne á los Pobladores, sino al Piquete de Milicias
encargado del cuidado del ganado del abasto y á las familias de estos,
al Medico de la tropa Dn Manuel Ramos y su familia, al Cura Castren-
se Dn Clemente Ramon de la Sota, al capitan de Milicias á sueldo Dn
Fermin Ludueña y su familia, á Sor Gregoria Tapia Maestra de Escue-
la y seis personas mas qe. biben con ella, al Ayudante del punto en
servicio Dn. Marcos Jose Gari, al Tente. del Regimiento Nº3 Dn. Jose
Maria Burguéz y su asistente qe. se hallan enfermos en casa del Vecino
Dn Vicente Carvallo, con licencia de su Gefe el Señor Coronel Dn
Narciso del Valle, y al qe. firma y su familia: á mas son racionadas de
velas diarias, lo que no podrá hacerse en adelante por qe. de una sola
rez qe. se mata diario, y que se distribuye en el Piquete de Milicias al
cargo del ganado y personas expresadas, sólo podrá dar al Hospital las
velas necesarias, y por que de las demas rezes qe. se están entregando
al Comandante dela division acantonada en este punto Dn. Manuel del
Carmen García, solo se reciven los cueros.”59

58 AGN, X-20-10-1, Juzgado de Paz de Azul, 1835-40, la cursiva es nuestra.


59 AGN, X-20-10-1, Juzgado de Paz de Azul, 1835-40, la cursiva es nuestra.

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prohistoria 12 - 2008

La entrega de reses a “pobladores” también se registra en los “estados de fuerza” que se


efectuaban habitualmente. Pese a la normativa establecida por el gobierno, parece que con
posterioridad la práctica no había cesado totalmente, pues según un parte del mismo
Capdevila correspondiente al cuatrimestre de mayo-agosto de 1839, se habían recibido
3.268 reses, de las cuales fueron entregadas 2.332 al jefe de la división del sud, 525 al
comandante del escuadrón de línea del regimiento número 6, 33 al capitán Saturnino
Taborda, 123 fueron consumidas por la guarnición del punto, cuatro dadas de auxilio a las
partidas de milicias de Dolores, 231 existentes, diez muertas por enfermedad y diez distri-
buidas a los vecinos reunidos.60
El abastecimiento de ganado y otros bienes de subsistencia o rituales para la tropa y
los “indios amigos” por parte del gobierno y algunos particulares constituyó una práctica
regular y fue señalado como cardinal en el funcionamiento de los fuertes al sur del río
Salado como Bahía Blanca y Patagones para un período anterior.61 Lo que queremos des-
tacar aquí es la existencia de reciprocidades establecidas entre el gobierno y la población,
tanto a nivel de las autoridades como del resto del conjunto social como medular en la
construcción estatal del rosismo en la región. La entrega de tierras fiscales en suertes de
estancia, de reses y demás bienes a ciertas autoridades (políticas, militares y religiosas)
que conformaban el poder local, pero sobre todo a soldados-milicianos y pobladores que
se establecieron en la zona, parecen haber fomentado importantes niveles de fidelidad a la
causa rosista en este vecindario, que se hace tangible, entre otras cuestiones, en los altos
índices de participación electoral registrados, aludiendo a un intercambio de recursos por
servicios públicos.62 En el año de 1838, por ejemplo, más del 45% de los donatarios de
tierras establecidos hasta el momento en Azul participaron de los comicios, haciéndolo
cerca del 40% en 1842; así como también intervinieron regularmente otras personas que
fueron mantenidas por el Estado entre 1839-42.63

60 AGN, X-20-10-1, Juzgado de Paz de Azul, 1835-40, la cursiva es nuestra. Considerando que se ha estable-
cido el peso de un novillo promedio en 207 kg. para 1822 y en 158 kg. el consumo anual de carne per
cápita en la ciudad de Buenos Aires, equivalentes a 0,43 kg. por día, una res podía abastecer entonces a
cerca de 480 personas, aunque las raciones de vacas o yeguas entregadas en la frontera para el suministro
militar e indígena eran mayores. De todos modos, estaríamos hablando de varios cientos de personas pasibles
de ser incluidas en este reparto. GARAVAGLIA, Juan Carlos Pastores y labradores de Buenos Aires. Una
historia agraria de la campaña bonaerense, 1700-1830, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1999, p. 244.
61 RATTO, Silvia “Poblamiento en áreas de frontera: el funcionamiento de los fuertes al sur del río Salado”,
2002, ms.
62 Estas reciprocidades, entre Urquiza, su oficialidad y grupos subalternos, fueron destacadas también en la
formación de la “familia entrerriana” y el poder rural regional. SCHMIT, Roberto Ruina y resurrección en
tiempos de guerra. Sociedad, economía y poder en el Oriente Entrerriano posrevolucionario, 1810-1852,
Prometeo, Buenos Aires, 2004.
63 AHPBA, 39-1-1B, Juzgado de Paz de Azul, 1839-42. Seguramente votó una mayor proporción de donatarios,
ya que el índice se encuentra sub-registrado por las características del informe sobre las suertes que realiza
Cornell en 1859, que censa eventualmente a otras personas con el mismo apellido en ese entonces, pero son
miembros de las familias que ya estaban establecidas desde la década de 1830, cuyos hombres participan

37
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

Conclusiones
La resignificación de la ley electoral creada durante el período rivadaviano por el gobierno
de Rosas y su implementación durante el proceso de territorialización estatal en el sur
bonaerense alude a la importancia de la construcción del poder del caudillo y del Estado
provincial –pese a su carácter dictatorial– en términos republicanos, basados en la sobera-
nía popular y el derecho al voto, tanto en el discurso64 como en la praxis. Los altos índices
de legitimación del régimen encontrados en la frontera a partir del análisis de las prácticas
electorales en varios partidos y fundamentalmente en Azul y Tapalqué, aún considerando
que constituyó una región de colonización tardía, son una tangible muestra de ello.
Asimismo, aluden a la constitución de la ciudadanía coetánea, anclada en el
avecinamiento como vía para la adquisición de derechos políticos.65 Si bien esta cuestión
excede los objetivos de este trabajo, es compleja y está siendo revisitada por la historiografía,
no queremos dejar de advertir que según la evidencia encontrada para la zona de estudio,
se observa que los tiempos electorales en la práctica fueron mucho más cortos que otros
estipulados por la legislación, por ejemplo para el tema de las tierras fiscales. Según el
decreto de 1829 por el cual fueron donadas las suertes de estancia, que a su vez se basaba
en la figura de antigüedad de asentamiento del derecho indiano, el “vecino” necesitaba
comprobar un mínimo de diez años de poblamiento efectivo para poder acceder a dere-
chos formales sobre ellas. Como contraparte, debía realizar el servicio miliciano local y
tenía derecho al voto; y la participación en los comicios se encuentra registrada a sólo
pocos años de las fundaciones oficiales del cantón Tapalqué en 1831 y el fuerte Azul en
1832. Aunque existieron asentamientos espontáneos previos en el marco del usufructo
enfiteútico desde la década de 1820, las donaciones y el acceso a la propiedad legal en la
de 1830 generaron un recambio de pobladores y propietarios que se mantuvo en gran parte
durante el rosismo. Por lo que los vecinos-milicianos cumplieron prontamente con su de-
recho al voto (o fueron compelidos por las mesas escrutadoras), mucho antes incluso del
plazo oficial que estipulaba la legislación para acceder a sus derechos sobre las tierras
públicas.
Esta cuestión refiere entonces a la importancia que para el gobierno tuvo su legitima-
ción por parte de la sociedad rural y al disciplinamiento impuesto sobre la misma a partir
de su intervención en los comicios, especialmente en períodos de crisis. La laxitud de la
norma electoral y el peso y arbitrariedad de la mesa escrutadora permitieron un masivo
acceso al sufragio en la frontera, inclusive de parte de grupos no contemplados legalmente,
como los indios y los dependientes. Por su parte, aquellos sectores contrarios a los intere-
ses del gobierno eventualmente se abstuvieron de participar, como uno de los pocos inters-

en los comicios. “Informe dirigido al Sor Ministro de Gobierno en el que se da cuenta haber desempeñado
Don Juan Cornell la comisión de que fue encargado para el Partido Arroyo Azul”, Libros de Suertes del
Arroyo Azul 1832-1880, AHG, núm. 162 (bis).
64 MYERS, Jorge Orden y virtud…, cit.
65 CANSANELLO, Carlos De súbditos a ciudadanos…, cit.

38
prohistoria 12 - 2008

ticios y formas de resistencia “visibles” que permitía la diagramación del unanimismo


rosista.66
Aunque la estructuración político-electoral del régimen dista mucho de poder ser
considerada liberal y moderna, por su naturaleza coercitiva y la ausencia de una libre
elección individual de los electores sobre una pluralidad de candidatos susceptibles de
representarlos, pudo contribuir a generar una cultura política en la sociedad rural. La par-
ticipación electoral en la frontera fue una forma de legitimar al orden rosista y de consoli-
dar al Estado en formación en un territorio particular, donde estaba expandiendo su sobe-
ranía política y económica frente a una gran heterogeneidad social. Además, estableció un
nexo entre aquél y la sociedad local –representada por diversos grupos socio-étnicos y
económicos y no sólo por los grandes propietarios rurales– creando identidades y fidelida-
des al sistema a la vez que incluyendo a estos sectores al campo político. Paralelamente,
favoreció el afianzamiento de ciertas autoridades –políticas, militares y religiosas– que
actuaron como intermediarias entre el gobierno y la sociedad, canalizando recursos huma-
nos para la causa –en los comicios y también a partir del servicio miliciano– a la vez que
fomentando la construcción de esas identidades ancladas en la facción federal mediante la
realización regular de prácticas y rituales institucionalizados desde el mismo Estado pro-
vincial –además de las elecciones, fiestas, liturgias, etc.
Pero si bien ciertamente el candidato que representaba a cada jurisdicción electoral
estaba digitado por el gobierno central en el marco del unanimismo y las autoridades ejer-
cieron grados de coerción y disciplinamiento hacia la población para que sean refrendados
por el voto popular, también fue necesario el establecimiento de consensos y reciprocida-
des con ésta para la conformación del orden estatal a nivel local. En este sentido, se advier-
te de forma elocuente el componente clasista del federalismo rosista, que apunta especial-
mente a sectores medios y subalternos,67 pasibles de ser movilizados políticamente a partir
de ciertos alicientes y compensaciones efectuados. De hecho, las cesiones de suertes de
estancia y demás bienes parecen haber tenido una gran relevancia en la creación de estruc-
turas y redes de solidaridad y fidelidad a la causa en la zona de estudio frente a otros
lugares de la campaña, entre otras motivaciones, ya que gran parte de los donatarios legi-
timaron al régimen en el plano electoral, en un proceso anclado en la reciprocidad e inter-
cambio de bienes por servicios públicos.68 Que posiblemente no se agotaron en los recur-
sos de tierras, ganado, etc., sino que también debieron incluir otro tipo de relaciones y

66 Aunque sabemos que hubo diversas formas de resistencia oculta de los sectores subalternos y que su parti-
cipación en el escenario público podía obedecer a distintas motivaciones que excedían al puro convenci-
miento, como miedo, conveniencia, etc. SCOTT, James Los dominados y el arte de la resistencia. Discur-
sos ocultos, Era, México, 2000 [1° edición americana 1990].
67 SALVATORE, Ricardo Wandering Paysanos…, cit.
68 Probablemente, estos altos índices de legitimidad local se deban también al apoyo de los vecinos al gobier-
no debido a la gran presencia indígena y a la necesidad de mantener el delicado equilibrio fronterizo. Debo
esta observación a Jorge Gelman.

39
SOL LANTERI “¿Una frontera bárbara y sin instituciones?...”

contratos orales vinculados a sus actividades económicas privadas y cotidianas, que son
difíciles de comprobar en las fuentes consultadas hasta el momento.
Estas reciprocidades, si bien con una significativa presencia de las relaciones perso-
nales en la articulación del poder político fronterizo, tanto entre Rosas con las autoridades
oficiales como entre éstas y los diferentes sectores de la sociedad rural, permiten matizar
las tesis clientelares tradicionales que planteaban al Estado como la estancia ampliada en
extensión, con una imposición cuasi absoluta, mecánica y coercitiva de los grupos de gran-
des propietarios, que a su vez manejaban las riendas del poder provincial, hacia los menos
favorecidos de la pirámide social,69 por otra concepción basada en el forjamiento estatal en
estrecha relación con la sociedad, mediante diferentes formas de vinculación e intercam-
bios materiales y simbólicos generados dinámica y cotidianamente entre ambas partes.70
Si la fidelidad a la causa rosista, a partir de 1835 y esencialmente luego de 1840, se
medía más por la participación del conjunto social en la legitimación del régimen en los
comicios y en el servicio militar-miliciano que por su pertenencia económica o sectorial,71
los “federales de servicio”72 de Azul y Tapalqué parecen haber sido medulares en la cons-
trucción estatal regional, pero no a costa gratuita para el Gobierno que, más allá del grado
de coerción ejercido, tuvo que contemplar también los intereses y necesidades de aquéllos
para lograr sus propios objetivos.

69 LYNCH, John Juan Manuel de Rosas, Emecé, Buenos Aires, 1997 [1ª edición inglesa 1981].
70 JOSEPH, Gilbert M. y NUGENT, Daniel –editores– Everyday forms of state formation. Revolution and the
negotiation of rule in modern Mexico, Duke University Press, Durham and London, 1994; GONZÁLEZ
ALCANTUD, José A. El clientelismo político. Perspectiva socioantropológica, Anthropos, Barcelona,
1997.
71 GELMAN, Jorge “Crisis y reconstrucción…”, cit.; GELMAN, Jorge y SCHROEDER, María Inés “Juan
Manuel de Rosas…”, cit.
72 SALVATORE, Ricardo “‘Expresiones federales’…”, cit.

40
E l unanimismo en la campaña
Las actividades políticas en la zona rural
de Buenos Aires entre Rivadavia y Rosas
Quilmes, 1821-1839*

DANIEL SANTILLI

Resumen Abstract
Este artículo explora las manifestaciones políticas en el par- This article explores the political activities in the district
tido de Quilmes desde la implantación de la ley del sufra- (partido) of Quilmes since the introduction of the suffrage
gio hasta 1839. Para ello se utilizan las actas de elecciones act until 1839, using election records, classification lists
celebradas en el partido en ese período, de los listados de of unitarios and federales issued by the “jueces de paz”
clasificación de unitarios y federales emitidos por los jue- (district judges) in 1830 and 1831, confiscation lists against
ces de paz en 1830 y 1831, de la nómina de embargados alleged unitarios and the lists of citizens exempted from
por el rosismo por presunto unitarismo y de los posterior- direct tax for services rendered to the Confederation. It is
mente exceptuados del pago de la Contribución Directa possible to establish a ratio between voters and the total
por servicios prestados a la causa de la Federación. Desde population enabled to vote, as well as its evolution and
lo cuantitativo se establece la relación entre sufragantes y frequency of participation. Many voters did not recur in
la totalidad de la población habilitada, su evolución y la consecutive elections and a significant number of votes
frecuencia de participación. La constatación de que en el were cast by people without any other record in the district.
principio se votaban candidatos diferenciados, permite The verification of the fact that in the initial elections
deducir que la unanimidad se construyó en la campaña así people voted for different candidates (as there was not a
como años después fue necesario hacerlo también en la single list yet) suggests that unanimity was built in the
ciudad. Asimismo, el cruce entre las listas de votantes y su countryside of Buenos Aires the same way it was going to
reiteración y la lista de premiados con la exención de la be set up later in the city. Moreover, matching the lists of
Contribución Directa permite colegir cómo el régimen pa- voters and the list of exempt tax payers allows us to
gaba la concurrencia a las mesas de votación y la fidelidad, understand how Rosas regime rewarded loyalty and
o cómo se negociaba subrepticiamente el apoyo brindado. political participation at the polls, or how such support was
bargained.

Palabras clave Key Words


Campaña de Buenos Aires – política – rosismo – ley electoral Countryside of Buenos Aires – politics – Rosas’s regime –
electoral law

Recibido con pedido de publicación el 26/05/2008


Aceptado para su publicación el 23/08/2008
Daniel Santilli se desempeña como docente e investigador
del Instituto Ravignani-UBA
santilli@filo.uba.ar

SANTILI, Daniel “El unanimismo en la campaña. Las actividades políticas en la zona rural de
Buenos Aires entre Rivadavia y Rosas. Quilmes, 1821-1839”, prohistoria, Año XII, número 12,
Rosario, Argentina, primavera 2008, pp. 41-67.
* Agradezco los comentarios vertidos por la Dra. Noemí Goldman a una versión previa de este artículo, como
así también a los participantes de la Reunión de la Red de Estudios Rurales que motiva este dossier.
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

Introducción

S
obre las actitudes políticas de los habitantes de la campaña de Buenos Aires para el
período anterior a 1820 es muy poco lo que se ha investigado.1 En cierto sentido, la
historiografía coincide en que prácticamente no había expresiones políticas autóno-
mas en el mundo rural y menos aún entre los sectores populares.2 Es así que toda actitud
que rozaba lo político en la campaña en la primera década revolucionaria es considerada
como un producto de los movimientos de la omnipresente elite citadina y de sus disputas.3
Incluso en los acontecimientos que tuvieron como partícipe a la plebe urbana durante esa
década no se ha investigado que sectores rurales hayan sido de la partida, más allá de los
habitantes de los suburbios que fueron convocados en la asonada del 5 y 6 de abril de
1811.4
De modo que en la historiografía ha quedado registrada la incorporación de los habi-
tantes rurales a la política mediante la ley electoral de 1821 y tal vez como una graciosa
concesión, es decir, sin que haya habido una movilización de esos pobladores en pos de tal

1 Sobre las elecciones en la campaña tenemos un primer trabajo de GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones
y luchas políticas en los pueblos de la campaña de Buenos Aires: San Antonio de Areco (1813-1844)”, en
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 2, UBA, Buenos
Aires, 2005, que se ocupa de San Antonio de Areco. Investigaciones que rozan la campaña pero que no la
consideran su objeto de estudio: CHIARAMONTE, José Carlos; TERNAVASIO, Marcela y HERRERO,
Fabián “Vieja y nueva representación: Los procesos electorales en Buenos Aires, 1810-1820”, en ANNINO,
Antonio –coordinador– Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, FCE, Buenos Aires, 1995;
HERRERO, Fabián “Buenos Aires año 1816. Una tendencia confederacionista”, en Boletín del Instituto de
Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 12, UBA, Buenos Aires, 1995 y “¿La
revolución dentro de la revolución? Algunas respuestas ideológicas de la elite política de Buenos Aires”, en
HERRERO, Fabián –compilador– Revolución. Política e ideas en el Río de la Plata durante la década de
1810, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2004. No hemos encontrado estudios específicos sobre otro
tipo de actividades que sean consideradas políticas o que impliquen una actitud que podría desembocar en
lo político, salvo menciones circunstanciales en las obras citadas y en TERNAVASIO, Marcela La revolu-
ción del voto. Política y elecciones en Buenos Aires, 1810-185, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002 y DI
MEGLIO, Gabriel ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la revolución
de mayo y el rosismo, Prometeo, Buenos Aires, 2007.
2 Ello a pesar de los esfuerzos para considerar como autónomas las actitudes del gremio de hacendados o de
los notables rurales en los cabildos. Ver MARQUIEGUI, Dedier Norberto Estancia y poder político en un
partido de la campaña bonaerense (Luján, 1756-1821), Biblos, Buenos Aires, 1990 y AZCUY AMEGHINO,
Eduardo La otra historia. Economía, Estado y sociedad en el Río de la Plata colonial, Imago Mundi,
Buenos Aires, 2002.
3 Como excepción, HERRERO, Fabián “Buenos Aires año 1816…”, cit., da detalles de la participación
activa de los pobladores de algunos partidos de la campaña en las disputas entre el confederacionismo y los
directoriales en 1816.
4 DI MEGLIO, Gabriel “Un nuevo actor para un nuevo escenario. La participación política de la plebe
urbana de Buenos Aires en la década de la Revolución (1810-1820)”, en Boletín del Instituto de Historia
Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 24, UBA, Buenos Aires, 2001; HALPERIN DONGHI,
Tulio Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Siglo XXI, Buenos
Aires, 1972.

42
prohistoria 12 - 2008

objetivo.5 En todo caso, se afirma que fue necesaria tal admisión para agregar un elemento
más a la discusión intraelite. Al margen de la cuota de veracidad que esta afirmación pueda
contener, es indudable que las formas en que los rurales participaban en política durante
este período no incluían la votación, por lo menos no en su carácter de habitantes de la
campaña. Pero la política estaba presente; basta mencionar a los individuos que movilizó
Juan Manuel de Rosas como comandante de campaña, y con qué objetivos explícitos a sus
ojos, para sofocar el movimiento de octubre de 1820.6
A partir de esa concepción se construyó la imagen de que la campaña actuó en las
elecciones convocadas a partir de esa fecha como un solo cuerpo, con una voluntad más
bien única y comandada desde la ciudad. Tal vez esto se relacione con un resabio de la
noción ya superada de la homogeneidad de la campaña, que la hacía ver como una comu-
nidad con una unidad monolítica de intereses. Hoy por hoy, la complejidad de las relacio-
nes sociales de la campaña no permite hablar de uniformidad y menos aún de concierto de
intereses; en todo caso, de confluencia temporaria. En definitiva, se presenta a la campaña
como un cuerpo político subordinado a la ciudad no sólo en el número de representantes,
once de la primera contra doce de la segunda, sino también en cuanto a su voluntad, uná-
nime y convocada externamente.7
De todos modos, es cierto que la conflictividad que se generaba en la ciudad en la
primera etapa de vigencia de la ley electoral, ente 1821 y 1828, ante cada votación, no se
percibía en la campaña. La competencia entre notables que se describe para el ámbito
urbano no parece tener un correlato en la campaña. Sin embargo, tal vez como rara avis,
en San Antonio de Areco se notaba, a través del dominio de las mesas electorales, el reflejo
de tendencias que se manifestaban en la ciudad ante cada elección.8 Tal falta de conflictividad
es uno de los argumentos en los que se apoya Ternavasio para demostrar que la unanimi-
dad de la campaña en la década de 1820 anticipaba la que se produciría forzadamente a
partir de 1835 en todo el territorio de la provincia. Se podría decir, entonces, que en la
campaña se votaba por una lista completa o por candidatos indicados sin ninguna posibili-
dad de modificación. Pero ya veremos que esto puede ponerse en duda.
La hipótesis más fuerte que está imponiéndose en la historiografía es que si esa una-
nimidad existía en la campaña es porque la conflictividad y la negociación no pasaban por

5 Por supuesto que esto no significa afirmar que la política se agota en el acto electoral o en dicho proceso.
Un sinnúmero de ejemplos nos servirían para demostrar de qué modos se hacía política en el Antiguo
Régimen entre los sectores populares.
6 Para los disturbios de octubre de 1820 ver HERRERO, Fabián “Un golpe de estado en Buenos Aires
durante octubre de 1820”, en Anuario IEHS, núm. 18, UNICEN, Tandil, 2003.
7 TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit. La Sala de Representantes, órgano surgido de uno de los
Cabildos Abiertos de 1820, se conformó a partir de la ley electoral de 1821 con representantes elegidos por
voto directo en las proporciones indicadas, reglándose de ese modo la representación de la campaña.
8 GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas…”, cit. Este reflejo debería verificarse en otros partidos
de la campaña para poder afirmarlo para el conjunto de la región. Adelantamos, no obstante, que no parece
ser esta la situación en Quilmes.

43
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

el acto electoral.9 Es decir, la expresión de los conflictos no llegaba al campo electoral. Y,


en ese sentido, el clima de descontento y paulatina movilización que se vivió en la campa-
ña a partir de los intentos del gobierno de la “feliz experiencia” por reglamentar los usos y
costumbres de sus habitantes, no se corporizaba bajo formas políticas partidarias o faccio-
sas. Me refiero a los desvelos de los gobernantes por imponer algunos de los principios de
la propiedad absoluta de los bienes de producción en una sociedad que reconocía diversos
derechos de usufructo y hasta de propiedad de esos bienes.10 Así también, la imposición de
la necesaria manifestación escrita del lugar que se ocupaba en la sociedad y en la geografía
de la campaña, es decir, la obligatoriedad de moverse por la pampa portando papeleta de
conchabo o poder demostrar la calidad de la posesión de una parcela, por arrendamiento o
propiedad.11 Pero fueron las levas para el ejército que partiría a la guerra con el Brasil las
que desataron un grado de conflictividad en la campaña como nunca antes.12 Es que si a los
aspectos antes mencionados –la imposibilidad de moverse, el desconocimiento de la figu-
ra de poblador, de agregado– se le agrega que el sujeto que infringía la ley13 era mandado
a poner el cuerpo en la guerra, la rebelión cunde. Los trabajos de Raúl Fradkin hacen
referencia a tales situaciones, que llevan al bandidaje, a la montonera, tan temida por los
pueblerinos. Y en tales actos se conjugaban el pillaje y la reivindicación, la protesta social
y la violencia indiscriminada. Durante una buena parte de la segunda mitad de la década de
1820 se produjeron estos hechos más o menos cercanos a objetivos sociales. Sin embargo,
lo que encuentra este autor es la expresión política de por lo menos uno de estos movi-
mientos, la montonera de Cipriano Benites, que en diciembre de 1826 invadió el pueblo de
Navarro. Lo interesante de este movimiento es que levantaba la figura de Juan Manuel de
Rosas, quien todavía tenía un papel secundario en la política porteña. Según explica el
autor, se trataba de un movimiento con alto grado de autonomía, porque no tenía relación
alguna con Rosas o su entorno de ese momento y poseía un objetivo claro, que era declarar
su adhesión al sistema federal y proponer a Rosas como su jefe. ¿Rosismo antes del rosismo?

9 Hago aquí referencias a conversaciones mantenidas con los miembros de la cátedra de Historia Argentina I
B de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, especialmente con Jorge Gelman
y Raúl Fradkin.
10 GELMAN, Jorge “Derechos de propiedad, crecimiento económico y desigualdad en la región pampeana,
siglos XVIII y XIX”, en Historia Agraria, núm. 37, 2005.
11 FRADKIN, Raúl O. “La experiencia de la justicia: estado, propietarios y arrendatarios en la campaña
bonaerense”, en VVAA La fuente judicial en la Construcción de la Memoria, Buenos Aires, 1999; “Bando-
lerismo y politización de la población rural de Buenos Aires tras la crisis de la independencia (1815-
1830)”, en Nuevo mundo mundos nuevos, núm. 5, 2005.
12 Un dato aún no estudiado porque no suelen nombrarlo los actores del momento son los resultados sobre el
humor de la población del proceso inflacionario desatado por la inconvertibilidad del papel moneda. Ha
sido probada la caída del salario inmediatamente después de la norma correspondiente, aunque luego se
recupera. AMARAL, Samuel “Alta inflación y precios relativos. El pago de las obligaciones en Buenos
Aires (1826-1834)”, en El Trimestre Económico, 56, 221, 1989.
13 Por supuesto que el concepto de delito también se modifica, es decir, que algunos hechos considerados
ahora como delictivos no lo eran previamente.

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prohistoria 12 - 2008

¿O es el rosismo una construcción que se apoya en los postulados de Rosas, pero también
en la realidad social, política y económica de fines de la década de 1820? Podría concluir-
se esto último a partir del estudio de esta montonera, ya que parece que Benites estaba
buscando un líder para que se pusiera al frente de esta serie de reivindicaciones de la que
él era sólo su expresión, su afloramiento. Se busca conductor parece ser la conclusión de
Fradkin.14
Este episodio se engarza con el levantamiento rural de 1829 que estudió Pilar
González, movimiento que se originó como respuesta al golpe contra el gobernador Dorrego
y su posterior fusilamiento a manos de Lavalle. La historiografía tradicional siempre quiso
ver este suceso como inspirado y manejado por Rosas desde las sombras. Para González,
en 1829, el futuro gobernador era indudablemente el heredero de Dorrego en la jefatura de
la facción federal, pero todavía no tenía el prestigio y el control de sus partidarios que
tendría unos años después. Por lo tanto, la conclusión es que Rosas no pudo haberlo gene-
rado ni manejado; sólo logró colocarse a su cabeza y sacar provecho de ese hecho una vez
iniciado.15
Ante los temores de la elite, de los propietarios rurales, que veían en las montoneras
como la de Benites y en la movilización de 1829 gente dispuesta a asesinarlos, él se propu-
so como la única garantía de manejo de los sectores populares. Para ello requería la total
sumisión de la elite y la renuncia a sus disputas internas.16 Ahora bien, ¿cómo se condice
esto con la existencia de la unanimidad electoral en la campaña? Las elecciones no expre-
sarían los conflictos políticos del seno de la sociedad rural sino los de la cercana ciudad. El
ámbito electoral, entonces, no reflejaba las reivindicaciones populares rurales. Por lo me-
nos hasta 1829, el conglomerado social adoptaba posiciones políticas que no se traslucían
en la contienda electoral.
Ante esta perspectiva pierde importancia el análisis de la cuestión electoral en esos
términos. Sin embargo, el análisis de estos movimientos de acción directa que acabamos
de citar y, yendo hacia atrás, el de la constatación de opciones diferenciadas en el momento
de emitir el voto por lo menos al inicio de la vigencia de la ley, como ya veremos, dan
espacio para proponer que fue preciso construir tal unanimidad, si por tal entendemos el
apoyo indiscriminado al rosismo. También se podría decir, si concedemos que las
movilizaciones de la segunda mitad de la década de 1820 rompieron el unanimismo inicial
de la campaña, que Rosas vino a restaurarlo. Nos inclinamos a pensar que, más que ello,
Rosas debió construir el unanimismo en la campaña, así como tuvo que construirlo en la

14 FRADKIN, Raúl O. La historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826,
Siglo XXI, Buenos Aires, 2006.
15 GONZÁLEZ BERNALDO, Pilar “El levantamiento de 1829: El imaginario social y sus implicaciones
políticas en un conflicto rural”, en Anuario IEHS, núm. 2, UNICEN, Tandil, 1987. Con anterioridad
HALPERIN DONGHI, Tulio Argentina, de la independencia a la confederación rosista, Paidós, Buenos
Aires, 1972, había planteado esta hipótesis.
16 Esta es la interpretación de HALPERIN DONGHI, Tulio Argentina..., cit.

45
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

ciudad; lo que difirieron fueron los métodos y las oportunidades. Si en la campaña tuvo
que acondicionar su programa –que era el de los grandes propietarios, la futura clase terra-
teniente– para que también incluyese a los pobres y pequeños productores de la campaña,
en la ciudad empleó, metafóricamente y no tanto, el látigo y el cuchillo, el temor y la
persuasión, la amenaza. En la campaña se puso a la cabeza de un movimiento que buscaba
liderazgo, mientras que en la ciudad utilizó ese prestigio para someter a las elites y sus
aliados. En definitiva supo interpretar las características del momento social y político que
le tocó vivir y actuar en consecuencia.
Para ello, siempre hablando de la campaña, supo elegir sus delegados en cada parti-
do, es decir, los jueces de paz, alcaldes y tenientes. Surgieron de los prestigiosos de cada
jurisdicción, de los que tenían cierto ascendiente sobre sus pares. Ese es el resultado que
arroja el estudio de los jueces de paz y alcaldes del período, efectuado por Jorge Gelman.
Se trataba de personajes de condición económica mediana y estable, de edad madura,
casados y con familia, preferentemente nacidos en la provincia. Primaba la inserción en su
vecindario, el respeto hacia los derechos y tradiciones y el que lograban de sus vecinos,
más que su pertenencia a una determinada clase o su nivel de riqueza.17 Con esta gente
Rosas logró contener, dominar y utilizar la efervescencia social y luego imponer el
unanimismo en la ciudad. Esto lo hizo en cierta medida deudor de esos sectores subalter-
nos rurales, que supieron –en cierto modo– negociar su apoyo, por lo menos hasta 1840.
Negociación que no se daba en el ámbito electoral, o se reflejaba sólo de manera oblicua,
sino en otros estrados como, luego de este largo periplo, trataremos de demostrar.

Las fuentes
Una de nuestras fuentes más importantes son las actas electorales.18 Encontramos estos
instrumentos desde los primeros tiempos de la Revolución, pero se incrementa su impor-
tancia y su asiduidad con la ley de sufragio de 1821. Hemos encontrado seis, que van de
1823 a 1839. Una lectura simple denota el respeto por las formalidades de cada acto
eleccionario, tanto al inicio de la puesta en vigencia de la mencionada normativa como
hacia el final del período analizado, en 1839. Se hace constar en la apertura el nombra-
miento de los cuatro integrantes de la comisión fiscalizadora y escrutadora, bajo la super-
visión del juez de paz.19 En general, se trata de ex o futuros jueces o personajes que adqui-

17 GELMAN, Jorge “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en
la primer mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, núm. 21, UBA, Buenos Aires, 2000.
18 Acta de elecciones de 1823, Archivo General de la Nación (en adelante, AGN), X-13-1-8; 1825, AGN, X-
30-5-6; 1830, AGN, X-30-5-6; 1837, AGN, X-30-7-7; 1838, AGN, X-43-10-3; y 1839, AGN, X-30-7-8.
19 En la campaña, el Juez de Paz presidía la comisión electoral, lo que no sucedía en la ciudad, donde supues-
tamente todos los integrantes eran ciudadanos no comprometidos con el Estado o el gobierno de turno.
TERNAVASIO, Marcela La revolución..., cit.

46
prohistoria 12 - 2008

rirían renombre.20 Por ejemplo, en el acta de 1823 –primera de nuestra serie– aparece
Ciriaco Cuitiño,21 uno de los futuros jefes de la Mazorca, que había recibido una suerte de
chacra cuando se distribuyeron las tierras de la antigua reducción en 1818 y en esa época
era vecino del partido. En el texto se citan los artículos de la ley de elecciones que pautan
cada uno de los actos, como el juramento a los integrantes de la mencionada comisión.
Luego se da por iniciado el acto, registrándose a renglón seguido todos los votantes, su-
puestamente en el orden que se presentaron y dejando constancia de su voto. Al final del
registro de los votos se inserta el acta del escrutinio, que se celebraba generalmente a las
16 horas. Hemos encontrado eventualmente diferencias entre el recuento de los votantes y
la cantidad informada por los escrutadores, pero tal divergencia nunca es superior a tres o
cuatro votos, descontando que se trata de errores o imprecisiones de los escrutadores.
Estas actas luego eran remitidas al ministro de gobierno. En resumen, se puede decir que
estos documentos se encuadraban rigurosamente en lo estipulado por las leyes de la ma-
teria.
Por supuesto, el cumplimiento de la ley sólo habla de la legalidad formal del acto, no
de la transparencia del mismo; pero se puede observar que tal rigurosidad no presentó
cambios significativos entre la era rivadaviana y la rosista.22 Lo que sí cambió fue la can-
tidad de sufragantes, como veremos, que se multiplicó por seis. No nos detendremos en la
evaluación de la pureza de los actos, porque no podemos interpelar en ese sentido a estas
fuentes. Sólo vamos a ver cómo participaban nuestros pequeños productores y aquellos
que ya no lo eran tanto, así como los peones y jornaleros que habitaban Quilmes en el
período.
Otra de las fuentes que utilizaremos son los listados de adscripción política que con-
feccionaban los jueces de paz durante el rosismo, en los que se mencionaba la preferencia
de los habitantes por las facciones unitaria o federal. Parece que desde el primer gobierno
de Rosas los jueces debían informar estas adscripciones todos los años, pero sólo han
llegado hasta nosotros las de 1830 y 1831.23 No nos vamos a detener en su descripción

20 GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas…”, cit. en su estudio sobre San Antonio de Areco, veri-
ficó que la composición de la mesa se correspondía con la tendencia que en ese momento dominaba el
Juzgado de Paz, repitiendo la división en facciones que se verificaba en la ciudad. Coincidimos en que la
mesa estaba dominada por la judicatura, pero no podemos confirmar tendencias políticas diferenciadas en
cada una de ellas.
21 Este individuo adquirió notoriedad unos años después como comisario de policía –supuesto jefe de la
Mazorca– y como militar participante de la expedición al norte de Oribe. Murió fusilado el 29 de diciembre
de 1853, condenado por un tribunal por los crímenes que perpetraron como miembros de la Mazorca. DI
MEGLIO, Gabriel ¡Mueran los salvajes unitarios! La mazorca y la política en tiempos de Rosas, Sudame-
ricana, Buenos Aires, 2007 y CUTOLO, Vicente Osvaldo Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Elche,
Buenos Aires, 1983.
22 Hecho ya puesto de manifiesto por TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit.
23 Informe sobre Unitarios y Federales 1830 y 1831 (AGN, X-26-6-5 a y b). Existen listados para una buena
parte de los partidos de la entonces campaña y fueron utilizados exhaustivamente por Jorge Gelman. Com-
partimos las apreciaciones que sobre la fuente hace Gelman en ese texto, al que remitimos para mayores

47
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

detallada, sólo haremos mención de su exhaustividad. Se registraron 513 varones, lo que


equivale a aproximadamente el 17% de la población total, si la estimamos en 3.000 habi-
tantes.24 Pero si sólo tenemos en cuenta el universo que se supone cubría el listado, los
varones mayores de dieciocho años, jefes o hijos del jefe de familia, no dependientes, el
porcentaje de representatividad asciende al 86%.25 O sea que la comisión evaluadora de la
conducta política de los habitantes y propietarios del partido de Quilmes ha tenido una
muy alta efectividad, si tenemos en cuenta que consideró al 80 o 90% de la misma.26 Ello
habla del grado de repercusión de las directivas emanadas desde la cumbre del Estado
sobre los funcionarios, una muestra de lo avanzado del proceso de construcción del poder
estatal en la provincia, por lo menos en su aspecto de control y represión.27
Un tercer grupo de documentos sobre el impacto de la política en el partido es el que
se refiere a los embargos producidos luego de la crisis del sistema federal28 en 1838-40. A
pesar de que el mismo Rosas había promovido leyes que prohibían la apropiación de los
bienes particulares de los enemigos del gobierno por parte del Estado, el Gobernador
buscó un artificio para justificar un suculento embargo a todos aquellos considerados uni-
tarios que participaron de las sucesivas rebeliones de la época; Libres del Sur, invasión de
Lavalle, motín de Maza, etc. El artilugio fue el resarcimiento a los perjudicados por los

precisiones. Una de sus interpretaciones es que estos listados le servirían al sistema rosista para seleccionar
sus colaboradores en cada partido, sobre todo el de los federales, a partir de los servicios prestados y de las
condiciones de respeto e influencia sobre sus vecinos. Ver GELMAN, Jorge “Unitarios y Federales. Control
político y construcción de identidades en Buenos Aires durante el primer gobierno de Rosas”, en Anuario
IEHS, núm. 19, UNICEN, Tandil, 2004.
24 Se tomó la tasa de crecimiento del período 1815-1838, de 4,34%, partiendo del padrón de 1815.
25 Estamos en este caso repitiendo la relación de masculinidad, la proporción etaria y la de dependientes
(esclavos y peones) de 1815, pero debemos intuir que se modificaron. Nuestras investigaciones nos indican
que las migraciones de esta etapa fueron más en familia, disminuyendo la relación de masculinidad y que
se retrajo la cantidad de hijos por mujer, lo que incidiría en el aumento de la proporción de adultos. Tam-
bién se redujo la cantidad de esclavos. En resumen, todas estas variaciones pueden neutralizarse entre sí,
por lo que aceptamos como realista esa tasa de representatividad, más que nada porque no podemos presen-
tar alternativas razonables. Ver SANTILLI, Daniel “Población y relaciones en la inmediata campaña de la
ciudad de Buenos Aires. Un estudio de caso: Quilmes 1815-1840”, en Anuario IEHS, núm. 15, UNICEN,
Tandil, 2000, para un análisis demográfico del partido.
26 Según el análisis de GELMAN, Jorge “Unitarios y federales…”, cit., era Quilmes uno de los partidos en el
que los funcionarios se tomaron más en serio la tarea clasificatoria; sin embargo, el autor destaca la capaci-
dad del régimen en tal sentido.
27 Contrasta esto con las dificultades del mismo Estado para imponer o modificar impuestos que gravaban a
los propietarios. Evidentemente era más fácil impulsar medidas de control político. Ver GELMAN, Jorge y
SANTILLI, Daniel “Entre la eficiencia y la equidad. Los desafíos de la reforma fiscal en Buenos Aires.
Primera mitad del siglo XIX”, en Revista de Historia Económica, segunda época, núm. 3, 2007 y SANTILLI,
Daniel “El papel de la tributación en la formación del Estado. La Contribución Directa en el siglo XIX en
Buenos Aires”, en XIX Jornadas de Historia Económica, San Martín de los Andes (Neuquén), 13-15 de
octubre de 2004.
28 HALPERIN DONGHI, Tulio Argentina…, cit.

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prohistoria 12 - 2008

daños ocasionados por el accionar de los unitarios.29 La confiscación incluyó el embargo


de los bienes inmuebles tanto urbanos como rurales, el remate de los bienes muebles y la
apropiación del ganado encontrado. Las propiedades urbanas fueron puestas en alquiler y
los campos pasaron a ser explotados en beneficio del Estado, juntamente con el ganado
expropiado.30 Las fuentes consisten en las solicitudes de desembargo hechas por los perju-
dicados a lo largo de la década de 1840, los listados de bienes muebles rematados y los
informes producidos por los administradores de los campos acerca del ganado establecido
en ellos.31
Otro documento que nos habla de las relaciones políticas de los habitantes de Quilmes
es el libro de exceptuados de la Contribución Directa (en adelante, CD) y del derecho de
patente a partir de 1841.32 La excepción estaba reglamentada por ley33 y se aplicaba a los
bienes de los ciudadanos enrolados en el ejército o a sus deudos, pero se extendía a todo
aquel que hubiera servido a la causa federal en esos años; de allí deducimos su contenido
político. Así, encontramos en el libro a jueces de paz, alcaldes y tenientes, además de
oficiales y suboficiales de las milicias o simplemente soldados. El registro está dividido
por partidos y en él constan, por orden alfabético, los propietarios que han resultado bene-
ficiados con tal medida, sin otro aditamento, como podría ser el hecho causante de la
excepción; parece que luego de concedida no se agregaron nuevos exentos, salvo en muy
pocas ocasiones, ya que en nuestro partido sólo tenemos cuatro nuevos casos sobre los 127
iniciales.
Por último, tenemos los informes que hacía el juez de paz acerca de sus funcionarios,
alcaldes y tenientes de alcalde, para renovar su cargo o para nombrar nuevos. En realidad

29 Decreto del 16 de septiembre de 1840. Registro Oficial de Buenos Aires (en adelante, ROBA), Buenos
Aires, 1840, p. 139.
30 Como beneficio secundario, el embargo hizo al Estado menos dependiente de los hacendados, al apropiarse
de una fuente de alimentos cárnicos y de caballeriza para el mantenimiento de los ejércitos, que no fue
necesario comprar más hasta el final del régimen, en 1852.
31 Esta documentación se encuentra en su mayoría en el AGN, X-25-9-3, 17-3-2, 17-4-7 y 17-3-4, pero se
deben considerar también los legajos de los Juzgados de Paz del AGN y del Archivo Histórico de la Provin-
cia de Buenos Aires (en adelante, AHPBA) y en muy escaso número en Secretaría de Rosas del AGN.
Agradezco a Jorge Gelman haberme hecho conocer esos documentos. Es posible que estas listas no abar-
quen la totalidad de los embargados, pero la cantidad de los afectados es, hasta ahora, muy importante; por
otro lado, no se ha hallado, a pesar de nuestros esfuerzos, un registro oficial de los afectados. Para un
análisis de las causas y efectos de los embargos, véase GELMAN, Jorge y SCHROEDER, María I. “Juan
Manuel de Rosas contra los estancieros: los embargos a los ‘unitarios’ de la campaña de Buenos Aires”, en
Hispanic American Historical Review, Vol. 83, núm. 3, Duke University, 2003. Para sus efectos en Areco y
Chascomús, véase GARAVAGLIA, Juan Carlos “La justicia rural en Buenos Aires durante la primera mitad
del siglo XIX (estructura, funciones y poderes locales)”, en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de
la Plata, XVIII-XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999 y BANZATO, Guillermo “Las confiscaciones y embar-
gos de Rosas en Chascomús, 1840-1852”, en XVI Jornadas de Historia Económica, Quilmes, 1998, res-
pectivamente.
32 AGN, III-33-6-24.
33 Decreto del 25 de marzo de 1841. ROBA, 1841, pp. 80 y ss.

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DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

se trata de los informes trimestrales34 confeccionados por dichos funcionarios acerca de las
novedades de su jurisdicción. Estos listados han sido ya utilizados con anterioridad por
diversos historiadores, a los que remito para su descripción pormenorizada.35
Con todos estos datos hemos construido una base que contiene las citas de cada una
de las personas en tales documentos. Se trata de 2.512 registros, entre los que encontramos
numerosas repeticiones, y está bien que así sea ya que se supone que una misma persona
no sólo participaba en diversas actas electorales sino que además estaba citado en los
listados de unitarios y federales, en los registros de la CD, etc.36 Esta base, a su vez, ha sido
cruzada con los datos de censos y archivos parroquiales para, en una primera instancia,
verificar si cada uno de los participantes dejaba además otro registro de su paso por el
partido. Es decir, confirmar que esos 2.512 registros correspondían a habitantes de Quilmes.
El cuadro siguiente nos informa al respecto.
Cuadro 1
Personas no encontradas en otros registros

Cantidad %
Actas de Elecciones de 1824 16 19,3
Actas de Elecciones de 1825 34 35,4
Actas de Elecciones de 1830 58 27,9
Actas de Elecciones de 1837 90 21,1
Actas de Elecciones de 1838 82 21,0
Actas de Elecciones de 1839 136 27,6
Lista de unitarios y federales de 1830/31 97 18,9
Embargados en 1840 1 3,0
Exceptuados en 1842 de la Contribución Directa 9 7,1
Funcionarios 1832-1851 10 7,0
Total de Registros 533 21,2

34 Relación de alcaldes y tenientes de alcaldes por cuartel, años 1832 a 1851 (Juzgados de Paz, AGN, X-21-4-
6). Si bien eran trimestrales, una buena parte de ellos no han llegado hasta nosotros; contamos con cuatro
del año 1832, cuatro de 1836, cuatro de 1837, dos de 1838, dos de 1839, uno de 1842 y uno de 1851.
35 FRADKIN, Raúl O. y BARRAL, María E. “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder
institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 27, UBA, Buenos Aires, 2005; GELMAN, Jorge “Crisis y re-
construcción…”, cit.; GARAVAGLIA, Juan Carlos “La justicia rural…”, cit.
36 SANTILLI, Daniel “Desde abajo y desde arriba. La construcción de un nuevo ordenamiento social entre la
colonia y el rosismo. Quilmes 1780-1840”, Tesis de doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad
de Buenos Aires, 2008, inédita.

50
prohistoria 12 - 2008

¿Qué significan estas cifras? En general, que de los 2.512 registros, el 21,2% no fue nom-
brado en ninguno de nuestros otros listados. No fueron bautizados, no anotaron ningún
hijo, no se casaron ni fueron padrinos en Quilmes en el lapso de 1787 a 1839. No figuraron
en los padrones de cualquier tipo levantados en ese mismo período; es cierto que los de
1836 y 1838 sólo consignan el nombre del jefe de familia, por lo que un hijo mayor de
edad como para votar o para que se justiprecie su actividad política no figurará. No fueron
registrados como contribuyentes en ninguno de nuestros listados de la CD, el parcial de
1837 o el general de 1839.37 Tampoco pudimos comprobar que estos 533 individuos tuvie-
ran algún tipo de relación de parentesco sanguíneo o político con otros habitantes encon-
trados.38 Por último, todos ellos figuran una sola vez en esta base que estamos describien-
do. O sea que de una quinta parte de nuestros sujetos no podemos establecer si en realidad
vivieron en Quilmes o tenían alguna relación con el partido o con sus habitantes. Este es un
dato que consideramos importante porque puede dar lugar a algunas interpretaciones, por
ejemplo, sobre la concurrencia al partido de personas con el sólo objeto de votar. Pero
desde el punto de vista de la validez de la fuente, que es lo que en primera instancia
estamos verificando, nos parece razonable ese porcentaje de desconocidos, máxime tra-
tándose de una sociedad con una constante movilidad horizontal. Ya volveremos sobre
esto.

La participación electoral
Consideremos en principio las actas electorales confeccionadas en nuestro período para
las votaciones que se efectuaban anualmente para la Sala de Representantes. Han llegado
hasta nosotros sólo las correspondientes a seis de los dieciocho años en que teóricamente
se efectuaron elecciones: 1824, 1825, 1830, 1837, 1838 y 1839, en las que participaron
1.696 personas. En cuanto a lo temporal, consideramos que cubren satisfactoriamente los
diversos momentos del lapso en estudio. Con respecto a la cantidad de participantes se
pueden hacer algunas especulaciones. En primer lugar, qué porcentaje de la población
representaban. Sabemos que los habilitados a votar por la ley de 1821 eran los varones
mayores de veinte años, libres y avecindados en el partido, sin especificar el lugar de

37 Una descripción de la Contribución Directa (en adelante CD) y de las fuentes en GELMAN, Jorge y
SANTILLI, Daniel De Rivadavia a Rosas. Desigualdad y crecimiento económico, Siglo XXI, Buenos
Aires, 2006.
38 Las relaciones de parentesco han sido establecidas a partir del análisis de los censos del período y de los
archivos parroquiales. Ver nuestros trabajos SANTILLI, Daniel “Los archivos parroquiales como fuente
para el estudio de la conformación de la familia: Quilmes primera mitad del siglo XIX”, en V Jornadas de
la Asociación de Estudios de Población de la Argentina, Luján, 1998; “Población y relaciones…”, cit.;
“Algunos apuntes acerca del compadrazgo en Quilmes (1780-1840)”, en VIII Jornadas Interescuelas/De-
partamentos de Historia, Salta, 2001 y “Representación gráfica de redes sociales. Un método de obten-
ción”, en Mundo Agrario. Revista de Estudios Rurales, núm. 6, 2004.

51
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

nacimiento, lo que incluía a los vecinos europeos.39 No es fácil establecer la población en


cada año citado, por la ausencia de censos, pero si la estimamos teniendo en cuenta la tasa
de crecimiento registrada entre 1815 y 1838, y la proporción de varones libres mayores de
veinte años que contiene el censo de 1815, podemos tener un punto de referencia.40 El
cuadro que construimos es el siguiente:
Cuadro 2
Porcentaje de participación electoral sobre población estimada

1824 1825 1830 1837 1838 1839

Población 2.367 2.469 3.053 4.110 4.288 4.474


Varones mayores de 20 años 615 642 794 1.069 1.115 1.164
Votantes 83 96 208 426 390 493
% participación 13,5 14,9 26,2 39,9 35,0 42,4

Se puede apreciar en forma inmediata el crecimiento constante de la participación. El


aparentemente exiguo 13,5% a tan sólo tres años de la sanción de la ley nos parece un
indicador importante acerca del interés de todos los actores por intervenir en este nuevo
escenario que se abre, prácticamente desconocido en la campaña. Pero esa limitada parti-
cipación se ve duplicada en porcentaje seis años después, y multiplicada por 2,5 en valores
absolutos. Otra vez se duplica en 1837, llegando al 40% de los varones libres mayores de
veinte años habitantes del partido. Hacia el final de nuestro período, el porcentaje estable
de participación electoral parece estar alrededor del 40%.
Un punto de referencia comparativo es el ya citado análisis de las elecciones efectua-
do por Juan Carlos Garavaglia. Él verifica que en 1838 en San Antonio de Areco votaron
359 individuos, sobre un cuerpo electoral estimado en 462 varones mayores de veinte
años, lo que lleva la participación electoral al 78% del padrón, una proporción que no
tienen nada que envidiarle a las registradas en la actualidad.41 En nuestro caso, la participa-

39 Un análisis del concepto de vecino y de ciudadano en CANSANELLO, Oreste Carlos De súbditos a ciuda-
danos. Ensayo sobre las libertades en los orígenes republicanos. Buenos Aires 1810-1852, Imago Mundi,
Buenos Aires, 2003.
40 No se nos escapa que, como dijimos en una nota anterior, tal proporción pudo haberse modificado en todos
estos años, tanto hacia arriba, por la disminución de los esclavos, como hacia abajo al disminuir relativa-
mente la cantidad de varones migrantes en edad de trabajar y aumentar la inmigración familiar con meno-
res de edad. Pero también hay que tener en cuenta que la tasa de crecimiento es un estimado de las variacio-
nes anuales, que se pueden modificar abruptamente por la incidencia del flujo migratorio. Una comproba-
ción basándose en el crecimiento por la diferencia entre bautismos y defunciones ha sido ya realizada y
desechada, porque no contempla el agregado inmigratorio. De todos modos no tenemos otro punto de
referencia, por lo que lo único que podemos hacer es tenerlo en cuenta o desecharlo.
41 GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas…”, cit. atribuye esta alta proporción a la conciencia
cívica de los pobladores, que sienten el acto eleccionario como un hecho de participación real en la conduc-

52
prohistoria 12 - 2008

ción era mucho más modesta, aunque nos parece alta para el momento histórico y el desa-
rrollo de las costumbres electorales en la provincia. Lamentablemente no tenemos otros
estudios de elecciones en la provincia de Buenos Aires con datos comparables en ambos
casos.42
En resumen, confirmando estudios anteriores, la incorporación de mayor cantidad de
pobladores al sistema electoral parece ser una constante, testimonio de la necesidad de
legitimación de los gobiernos, fueran del signo que fueran, a través del voto. Por otro lado,
y esto también ha sido ya visto, es indudable que fue el rosismo el que más uso hizo de esa
legitimación popular, fomentando –al parecer exitosamente– la participación electoral de
la mayor cantidad de población. A ello apunta la acción directa de los jueces de paz, pero
también el discurso republicano emitido desde el gobierno y sus defensores.43
El paso siguiente sería comprobar cómo se repetían esos votantes y cómo se agrega-
ban los nuevos. Debemos tener en cuenta que el lapso en estudio, quince años, es lo sufi-
cientemente prolongado como para suponer que se han producido decesos y, sobre todo, la
acción de nuestra eterna condicionante, la gran movilidad. Pero veamos el cuadro armado
con estos parámetros.
Cuadro 3
Reiteración de votantes

Veces Personas %
1 771 67,3
2 235 20,5
3 109 9,5
4 27 2,4
5 4 0,3
6 0 0,0
Total 1.146 100,0

ción del Estado (p. 72). Nuestro análisis tiende a incorporar un elemento de especulación, o por lo menos de
negociación posterior, en el accionar de los pobladores.
42 Ver el texto de Sol Lanteri en este número sobre el caso de Azul en 1838, donde participó el 55% de los jefes
de familia, porcentaje que es superior a los de Quilmes que estamos analizando.
43 Sobre la participación electoral, ver TERNAVASIO, Marcela La revolución…, cit. Sobre el discurso del
rosismo, MYERS, Jorge Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, UNQ, Quilmes,
1995 y SALVATORE, Ricardo D. “‘Expresiones federales’: formas políticas del federalismo rosista”, en
GOLDMAN, Noemí y SALVATORE, Ricardo –compiladores– Caudillismos rioplatenses. Nuevas mira-
das a un viejo problema, Eudeba, Buenos Aires, 1998.

53
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

La totalidad de participaciones, que ya dijimos era de 1.696, se vio reducida a 1.146 elimi-
nando las repeticiones. Es decir que 550 personas, el 32% votaron más de una vez. La
cantidad se reduce continuamente si los consideramos de acuerdo con la cantidad de ve-
ces; sólo cuatro habitantes votaron cinco veces y 27 lo hicieron en cuatro oportunidades.
Resulta desconcertante, a nuestros ojos de electores del siglo XXI, que haya tan escasas
repeticiones.
Esta información sería de mayor valor si se pudiera comparar con otros partidos de la
campaña o con los cuarteles de la ciudad o de otras regiones del entonces territorio y del
resto de América, aunque no fueran contemporáneos.44 Pero no contamos con esa informa-
ción y no conocemos trabajos de otros investigadores que se hayan planteado estas pre-
guntas.45 ¿Cómo se conformaban las grillas de los participantes en el voto activo? ¿Una
misma persona era convocada por los jueces de paz o se autoconvocaba para cada elec-
ción? O, por el contrario, ¿en cada elección se cambiaba el elenco de participantes? Y, si la
segunda era la opción que primaba, ¿por qué?
El hecho de que no fuera siempre el mismo elenco puede estar indicando, en primer
lugar, si consideráramos cierta espontaneidad en la concurrencia, lo difícil que resultaba
que la población incorpore la conciencia del voto. Pero sería bastante arriesgado pensar
que la mayoría de los votantes, o un porcentaje importante, lo hacía por convicción. Nos
queda entonces el camino de suponer que la presencia era forzada, es decir, que los votan-
tes eran inducidos a expresarse por métodos que iban más allá de la libre decisión. Pode-
mos pensar que la inducción podía ser pacífica o violenta, es decir, por amenazas o por
negociación o convencimiento, ya veremos; lo que queremos remarcar es que el sistema
no necesitaba recurrir siempre a los mismos personajes para convalidarse. Con un porcen-
taje cambiante de la población que concurriera a votar era suficiente. En definitiva, encon-
tramos una cierta dispersión del voto que puede ser interpretada positiva o negativamente
y ambas generan ramificaciones en el razonamiento. También podría sostenerse, y esto es
lo próximo que intentaremos investigar, que esos supuestos habitantes no eran tales, es
decir, que se trataba de un elenco móvil de votantes que circulaba de partido en partido
convocado para cada elección, del cual el juez –un funcionario del Estado y compenetrado
con el gobierno– sólo debía certificar su avecinamiento. Como se ve, demasiadas pregun-
tas e infinidad de dudas.
Empecemos por revisar si esos votantes eran habitantes del partido o si por el contra-
rio se trataba de desconocidos. ¿Qué elementos tenemos para ello? En primer lugar los
padrones de todo tipo, desde los de 1815 a los de 1838, pero también los impositivos de

44 Citamos la contemporaneidad porque, como se sabe, el caso de Buenos Aires y su sistema electoral era
bastante original no sólo en América sino en el mundo. Es por tanto imposible comparar en el mismo
tiempo, pero sí podría hacérselo poniendo en paralelo los años transcurridos desde la implantación de leyes
similares en otros espacios, siempre que no descontextualicemos demasiado.
45 En el trabajo de Garavaglia que venimos comentando no se hizo la comparación que estamos tratando de
hacer en Quilmes. GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas…”, cit.

54
prohistoria 12 - 2008

fines de los años 1830s. Sin embargo, puede haber casos en los que no fueron registrados
por ninguna de estas fuentes, dadas las distancias temporales entre ellas. Por eso, verifica-
mos si han dejado algún otro rastro en el partido, por ejemplo en los registros parroquiales
o en los listados de unitarios y federales, etc.
En ese recuento, encontramos que 495 de los 1.146 votantes, una proporción tan
elevada como el 43%, no dejaron otro rastro en Quilmes que su paso por la mesa electoral.
También encontramos repeticiones entre ellos; setenta lo hicieron en dos ocasiones y nue-
ve en tres. ¿Es este un elenco enviado desde otras instancias del poder para que voten en
las jurisdicciones de campaña como si fueran vecinos? Para probar esta hipótesis habría
que revisar los listados de los otros partidos o de los cuarteles de la ciudad buscando
nombres y apellidos que puedan ser identificados como las mismas personas, cuestión
bastante difícil por cierto, dadas las sinonimias y las paronimias comunes en la época. Para
descargo de esa fuerte presunción, podemos decir que hay que tener en cuenta la gran
movilidad que pudo hacer que una persona habitara el partido en el momento de las elec-
ciones y ya no estuviera cuando llegara el censo; además, si no se casó ni tuvo hijos, ni
apadrinó ningún bebé en los años intercensales, no figuraría en nuestra base, cuestión que
no es tan difícil teniendo en cuenta el dinamismo de la población. También, y como ya he
mencionado, los censos de la década de 1830 no indican más que el nombre del jefe de
UC, por lo que los hijos y los dependientes no dejan registro en el partido a menos que
participen de algunos de los hechos demográficos verificados por la iglesia. Aunque he-
mos tenido la precaución de buscar parentescos, en muchos casos no pudimos establecer-
los. Además, podemos decir que gente con apellidos como Ximenez, Sandoval, Reyes,
Otamendi, Ojeda, Montes de Oca, Gaete, etc. dada su abundancia y arraigo previo, pueden
ser considerados hijos o parientes de titulares de UC. Asimismo, los nueve que han parti-
cipado en tres elecciones lo han hecho en las últimas –1837, 1838 y 1839– por lo que si se
tratara de dependientes recién establecidos en el partido podrían no haber tenido tiempo de
dejar marca en los archivos parroquiales; también la mayoría de los que participaron dos
veces lo hizo en alguna de las tres últimas elecciones. En cambio, son muchos menos los
que participaron en dos oportunidades en la década de 1820 y no han dejado otro rastro de
su paso por Quilmes, aunque se puede suponer que han tenido más tiempo. De todos
modos, estas elucubraciones no invalidan el hecho de que aparezcan vecinos no registra-
dos en otro lado y que esto se profundice cuando se acrecienta el número de votantes, bajo
el rosismo.
Pero consideremos el revés de la trama, los 651 individuos que sí estaban en el
partido, verificados desde otros registros. Veamos cómo incidían en cada una de las elec-
ciones.
A partir del cuadro siguiente pueden construirse algunas hipótesis al respecto.

55
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

Cuadro 4
Votantes y la relación de vecindad

1824 1825 1830 1837 1838 1839 Total


Vecindad no probada 19 37 66 138 128 195 495
Vecino verificado 64 59 142 288 263 298 651
% de vecinos verificados 77,1 61,5 68,3 67,6 67,3 60,4 56,8
sobre total de votantes

Nota: El porcentaje total es menor porque en esa columna inciden los repetidos.

En general, la participación de los vecinos comprobados fue decreciendo a través de los


años. El excepcional 77% del primer año cayó al año siguiente en quince puntos, uno de
los porcentajes más bajos. ¿Se trata de una invasión de votantes para lograr algún efecto en
el acto electoral de ese año? No lo sabemos y tal vez nunca lo sepamos. Lo que sí puede
rescatarse es que este comportamiento tampoco diferenciaba a la feliz experiencia del
corazón del período rosista. Es decir, si se convocaban extraños, lo hacía tanto el
rivadavianismo como el rosismo posterior. También el hecho de que sea 1839 el año de
más bajo porcentaje de vecinos registrados podría ser una muestra de la reacción ante la
crisis del federalismo, que hizo que se buscara la legitimación por sobre todas las cosas. Y
esa legitimación estaba en el voto popular, aunque estuviera amañado. Es decir, podemos
presumir que en 1839 se trajeron votantes extraños al partido para incrementar la cantidad
de sufragios. Pero también, dado que se trata de nuestro último año en análisis, puede
tratarse de recién llegados que todavía no dejaron registros en nuestras fuentes y que con-
currieron al requerimiento del juez de paz como una de las formas de inserción en la
comunidad. Seguramente, como tantas veces, la realidad es una mezcla de ambas
elucubraciones.
¿Qué vecinos eran los que votaban? Veamos primero los que se repiten. Entre esos
cuatro vecinos que votaron en cinco oportunidades encontramos algunas novedades. En
primer lugar, todos faltaron en la primera de las elecciones, la de 1824. Uno de ellos era
Antonio Fernández;46 que también se destaca por tratarse de un español, es decir, un ex-
tranjero que votaba.47 Este sujeto es un ejemplo de cómo mantenerse a flote en un mar
embravecido, como podían ser los primeros años revolucionarios y el apogeo de los

46 Era el segundo padrino en cantidad de ahijados en el lapso estudiado; era un pequeño productor de la zona
de chacras del cuartel 4, con una riqueza bastante pequeña y con una relación con sus compadres que
hemos caratulado como clientelar, ya que algunos parecen ser sus arrendatarios o dependientes. Ver nues-
tros trabajos “Algunos apuntes…”, cit., pero sobre todo “Representación gráfica…”, cit.
47 Una de las reacciones que provocaba el otorgamiento de tal derecho puede verse en la carta de Vicente
López a San Martín en enero de 1830, en la que el remitente manifestaba su oposición a tal concesión.
Citado por FRADKIN, Raúl O. La historia…, cit.

56
prohistoria 12 - 2008

faccionalismos para un español peninsular. Cumplir rigurosamente con todas las indica-
ciones y sugerencias desde el poder (pagar la CD, etc.); tratar de halagar a los funciona-
rios, estando siempre dispuesto a cumplir con sus sugerencias (votar en todas las eleccio-
nes); insertarse en la comunidad a través de la elección como padrinos a personajes con
buen predicamento en la misma;48 todo esto vinculado con lo más alto de las jerarquías.
Hacia abajo, generar con sus subalternos –ya sean dependientes, arrendatarios o agrega-
dos– vínculos de parentesco ritual, como es el padrinazgo, que refuerza esas relaciones
más puramente económicas, generando una red social entre cuyos objetivos debería estar
la posibilidad de retener mano de obra –lugar común de los análisis históricos– ese bien
tan escaso en la campaña. En definitiva me parece un buen ejemplo de algunas de las
estrategias, mezcla de intencionalidad y de costumbres incorporadas, que tenían por de-
lante los actores como un abanico de posibilidades por las que podían optar.49
Otro de ellos era José Montes, el alcalde del cuartel 5, por lo menos a lo largo de la
década de 1830. Se trata de un sujeto nacido en algún lugar de la provincia y que se casó en
1810 en la ciudad de Buenos Aires con Liberata Rivadeneyra, hija natural de un hacenda-
do que era habitante de Quilmes desde hacía ya bastante tiempo. En 1821 aparece el pri-
mer registro en el partido, con el nacimiento de un hijo. Montes se convirtió después en un
compadre buscado, ya que registra nueve apadrinamientos, cinco de ellos antes de ser
alcalde. No tenía una riqueza importante, según la CD, sólo mil pesos en ganado (¿cin-
cuenta vacas?) y 2 mil pesos en tierras y mejoras, en el cuartel donde era alcalde. Parece
que era un personaje controvertido, ya que en 1832 el Juez, en uno de sus informes trimes-
trales, manifestó que se observaba en él “…mala conducta, no obedece, debe una multa,
(y) ampara a un desertor”. Esto no es óbice para que lo caracterice, por sus servicios
previos, como un buen federal comprometido ya que “…fue preso por Lavalle en Las
Palmitas”. Aquí hay un ejemplo de otra estrategia posible, casarse con la hija de un propie-
tario, hacerse de buen nombre en la comunidad a través del padrinazgo, llegar a la propie-
dad de la tierra por herencia de su mujer, ofrecer sus servicios personales al gobierno (fue
capitán de milicias) y por último acceder a ser funcionario del mismo. Y su mala conducta
podría tener que ver con su buena relación con sus vecinos, ya que el desertor que ampara-
ba podría ser precisamente un vecino o allegado. Para ello también parecía imprescindible
presentarse a votar.
Los otros dos, Rafael Moreno y Estaban Peralta, eran personas de muy escasos re-
cursos; en la CD sólo alcanzan a 1.500 y 1.000 pesos, respectivamente. Del primero no

48 En nuestros trabajos sobre padrinazgo se percibe que no sólo era compadre de sus arrendatarios sino que
también buscó como padrino de sus hijos a un individuo ya firmemente afincado en el partido y con gran
predicamento entre sus vecinos. Ver nota previa.
49 La idea del abanico de posibilidades que cada uno tenía ante sí es una idea tomada de MATEO, José
Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos (provincia de Buenos Aires) en el siglo XIX,
Universidad Nacional de Mar del Plata-GIHRR, Mar del Plata, 2001, aunque él usa la metáfora de los
naipes en la mano, de las cartas a jugar. La noción de estrategia tomada del concepto de habitus de
BOURDIEU, Pierre El sentido práctico, Taurus, Madrid, 1991.

57
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

tenemos más información. Peralta fue teniente de alcalde del cuartel 1, donde llegó a tener
una pulpería, por lo menos entre 1832 y 1838. Se casó en 1827 con Ruperta Chuliver, hija
de un activo constructor de redes sociales, habitante antiguo del partido.50 En ese sentido,
el inmigrante Esteban supo insertarse en una importante red. Este matrimonio no se desta-
ca por la cantidad de vínculos tejidos a partir del compadrazgo sino por su calidad, ya que
se relacionaron con algunos vecinos conocidos del mismo cuartel, comerciantes como él.
Lo cierto es que en ocasión del informe de unitarios y federales, la comisión calificadora lo
consideró un “…federal comprometido, de honrada conducta y de mediana fortuna”. Más
tarde, en uno de los informes que emitía el Juez de Paz de turno en 1832 acerca de sus
funcionarios, decía que Esteban Peralta había sido prisionero de Lavalle en Cañada de la
Papa, escapó con cinco hombres armados, dirigiéndose al campamento del Ejército Res-
taurador, por lo que era estimado como un “federal neto y de servicio”. Con respecto a su
fortuna podemos trazar una posible historia a través de los informes de los funcionarios.
En 1832 para el Juez no tenía ninguna fortuna, sólo un rancho, y era jornalero; en cambio,
en 1836 poseía en el mismo lugar una pulpería, aunque modesta ya que sólo vivían con él
su mujer y sus dos hijos, según el censo de 1838. Es probable que la pertenencia a esa red
y su condición de funcionario lo impulsara a votar, es decir, a considerar necesario, si no
obligatorio, hacer acto de presencia en las elecciones.51
Entre los que votaron cuatro veces en el lapso indicado volvemos a encontrar casos
que abundan en los ejemplos mencionados, por lo que no nos vamos a detener en ellos. De
los veintisiete casos, once eran funcionarios del Juzgado de Paz, en su mayoría tenientes
de alcalde. Dos de ellos a su vez habían recibido sendas chacras en Lomas de Zamora en
1821. Algunos portaban apellidos de hacendados importantes del partido, como Arroyo,
Godoy o Maciel. También estaban el cura párroco, Santiago Rivas, Manuel Gervasio López,
futuro juez de paz de la década de 1840, y uno que sería embargado en 1840, Tomás
Reyes. Como se ve, es importante la cantidad de funcionarios que figuran entre los votan-
tes asiduos, hecho que se repite entre los que votaron tres veces.
Si cruzamos la lista de votantes con los padrones de 1836 y 1838 y la contribución
directa, podemos hacer una escala con los electores por categorías de riqueza.52 Sólo ana-
lizaremos aquellos que figuran en uno de los dos registros citados, por lo tanto trabajamos
con una parcialidad. Sin embargo, podemos considerar que nuestra muestra es representa-
tiva, ya que incluye a 276 de los votantes, algo así como la mitad de los que lo hicieron en
los dos años más cercanos a los censos. El cuadro siguiente nos lo muestra.

50 SANTILLI, Daniel “Desde arriba…”, cit.


51 No queda fuera de estas apreciaciones una más que probable coerción psicológica que podían ejercer los
efectos que sobre la propia persona podía acarrear mostrarse contrario al régimen o tal vez no demostrarse
adherente.
52 La metodología para la construcción de las categorías de riquezas basadas en el censo de la CD de 1839 se
encuentra en nuestro libro GELMAN, Jorge y SANTILLI, Daniel De Rivadavia..., cit., Apéndice metodológico
B del capítulo 2. Reproduzco la escala confeccionada.

58
prohistoria 12 - 2008

Cuadro 5
Participación electoral por categorías de riqueza según la Contribución Directa

Categorías Cantidad votantes % votantes % de la categoría en el


conjunto de la población
0 147 53,3 59,7
1 63 22,8 15,3
2 29 10,5 10,7
3 27 9,8 7,3
4 7 2,5 3,8
5 2 0,7 2,1
6y7 1 0,4 1,0
Total 276 100,0 100,0

He insertado una columna con el porcentaje de participación de cada categoría en la tota-


lidad de la población para poder comparar cada caso. Como no podía ser de otro modo, la
que más participó en valores absolutos era la categoría 0, aquellos que nada tenían, decre-
ciendo el nivel hacia los más ricos. Pero si comparamos con la participación de cada esca-
lón en la totalidad de la población veremos que las proporciones no son las mismas. En
relación, la incidencia de la categoría 1 era mayor que su peso real en el conjunto de la
población. Algo parecido pasa con el escalón 3. Es decir, se reclutaban más votantes en
esas categorías que en el resto, incluso la más pobre; parecería que se priorizaban las
categorías medias, desde la 1 a la 3. Digo reclutaban, pero también puedo decir participa-
ban espontáneamente, con conciencia (¿cívica?) o como estrategia de supervivencia, se-
gún vimos. Es resumen, al parecer el régimen buscaba y lograba legitimarse a través de la
participación electoral de los medianos y pequeños productores del partido, antes que con
el apoyo de los ricos o de los más pobres. En esos mismos sectores –¡oh! coincidencia–
reclutaba sus funcionarios.53

1 Menos de $ 5.000 Pobres sin posibilidad de acumular


2 Entre $ 5.000 y $ 9.999
3 Entre $ 10.000 y $ 19.999 Medianos en proceso de acumulación
4 Entre $ 20.000 y $ 39.999
5 Entre $ 40.000 y $ 79.999 Ricos
6 Entre $ 80.000 y $ 159.999
7 Entre $ 160.000 y $ 319.999 Poderosos
8 Más de $ 319.999
53 SANTILLI, Daniel “Desde arriba…”, cit.

59
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

¿El toma y daca de la participación política?


Pasemos ahora a analizar otra fuente relacionada con las actitudes políticas; el libro de
exceptuados de la CD por servicios efectuados como buenos federales. El decreto que lo
regulaba era del 25 de marzo de 1841, es decir, posterior al lapso que analizo, pero lo
considero porque se tuvieron en cuenta las conductas observadas durante el mismo para la
inclusión en el libro. Esta norma decía que “…quedan exonerados por el término de veinte
años del pago de las contribuciones directa […] los ciudadanos federales de la Provincia,
que en la actualidad se hallan en campaña…”,54 exención que alcanzaba a las viudas e
hijos de los soldados caídos en acción. También los exceptuaba del pago de patentes y
registro de marcas. La autoridad de aplicación sería ese año el juez de paz del partido o
parroquia correspondiente, lo que puede indicarnos que el certificado de exoneración era
relativamente sencillo de obtener; se lo tramitaba en el partido y ante el funcionario.
¿Qué costo tenía para el Estado esa excepción? Debemos tener presente que la per-
cepción de la CD nunca representó para las arcas del Estado, en años normales, más que el
3 o 4% del total de ingresos. Hemos analizado en otro trabajo esta escasa incidencia en
todo el período que va desde la creación del impuesto hasta la caída de Rosas. Asimismo,
mencionamos que en 1839 se modificó sustancialmente su régimen, al llevarse a cabo un
verdadero censo económico para regular los montos individuales de imposición. Pero este
efecto fue anulado inmediatamente en 1840 por el embargo de muchos de los más podero-
sos contribuyentes acusados de apoyar a la facción unitaria y por la exención que nos
ocupa. De todos modos, ambos efectos parecen no haber tenido una incidencia muy gran-
de en la recaudación.55
En cambio, la exención debe haber pesado mucho más en las economías privadas de
los beneficiarios. Sobre todo si pensamos que, tal como lo indicaba la ley, los alcanzados
mayoritariamente eran los soldados de los ejércitos de la Confederación, gente de escasos
recursos. Una cuenta muy sencilla podría demostrarlo; si partimos que los beneficiarios
eran de las categorías 1 y 2, entre 5.000 y 10.000 pesos de capital, el impuesto en cabeza
de cada uno de ellos debía estar en el orden del 0,3 al 0,4%, o sea entre 15 y 20 pesos para
la más baja y entre 30 y 40 para la siguiente. Esto equivalía a entre una y dos vacas anuales,
valuadas a $20. Una suma sin duda importante para estos pequeños productores, si se tiene
en cuenta que la familia de un campesino consumía cuatro o cinco vacas al año.56 Por lo
tanto, la exención debía estar en la mira de los posibles beneficiarios.
En Quilmes la excepción alcanzó a 127 personas. Veamos cómo se distribuían de
acuerdo con las categorías de riqueza que surgen de la CD. Como en el cuadro anterior, he

54 ROBA, 1841, p. 80.


55 GELMAN, Jorge y SANTILLI, Daniel “Entre la eficiencia....”, cit. Con respecto a los embargos, el Estado
recuperó con creces los montos de la CD no percibida al apropiarse del ganado que pastaba en los campos
incautados y luego usufructuar su capacidad de pastoreo, como ya vimos.
56 GARAVAGLIA, Juan Carlos Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña
bonaerense 1700-1830, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1999.

60
prohistoria 12 - 2008

incluido la participación de cada categoría en el conjunto de la población para comparar la


incidencia de cada una en forma directa.
Cuadro 6
Clasificación de los exceptuados por categoría

Categoría Cantidad % % de la categoría en el


conjunto de la población
0 44 34,6 59,7
1 41 32,3 15,3
2 19 15,0 10,7
3 17 13,4 7,3
4 4 3,1 3,8
5 2 1,6 2,1
6y7 0 0,0 1,0
Total 127 100 100,0

La primera pregunta que se harán los lectores es cómo encontramos categoría 0 en este
cuadro si eran aquellos que no poseían riquezas según la CD. Debemos aclarar que el
censo fue tomado en 1839 y las excepciones hechas en 1841; algunos cambios de catego-
ría se deben haber producido en esos dos años. También pudo suceder que la malla del
cernidor del censista en 1839 no fuera lo suficientemente estrecha, con lo cual muchos
pequeños pasaron sin ser vistos. Una tercera posibilidad sería que, desde la visión del
contribuyente, no estaría mal obtener la exención por los capitales que se evadieron opor-
tunamente o que, eventualmente, se podrían adquirir más adelante. Es una presunción que
informa acerca de alguna estrategia de previsión por parte de los beneficiarios. Si existía
una perspectiva legal para no ser alcanzado por la requisitoria impositiva, por qué no
aprovecharla.
De todos modos, si bien la 0 es la categoría más numerosa, está mucho menos repre-
sentada que en el conjunto de los contribuyentes, por cierto. Son las categoría 1, 2 y 3 las
que están sobrerrepresentadas con respecto a su participación general. Es decir, el grueso
de las exenciones se adjudicó entre los menos ricos, pero no entre los más pobres, lo que
estaría indicando un cierto grado de respeto a la ley, si partimos del supuesto de que la
mayoría de los beneficiarios sería soldado, y los pocos ricos que aparecen en el listado
deberían ser los oficiales. Veamos entonces cuál fue el papel de esos más ricos en los
ejércitos de la Confederación. Uno de los dos representantes de la categoría 5 era el co-
mandante Manuel Antonio Grigera, de quien tenemos investigaciones acerca de su partici-

61
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

pación en acciones militares.57 Entre los cuatro del escalón siguiente se destacan Felipe
Avellaneda, quien tuvo un papel relevante del lado rosista en la Revolución de los
Restauradores, y Mariano Grigera, hermano del anterior. Los dos restantes eran Marcelino
Galíndez,58 quien nunca fue miembro de ningún ejército –aunque fue alcalde de la herman-
dad en la primera década del siglo– porque ya era demasiado grande para ello en 1829, y
Manuel Obligado, cuya actividad entre las filas del Estado pasaba por la Sala de Represen-
tantes y no por los campos de batalla. En el estrato siguiente también encontramos casos
improbables de participación en el ejército, como el de nuestro citado Manuel Gervasio
López o Antonio Barragán, ex alcalde de hermandad y ya viejo para los ejercicios milita-
res. Un aspecto que también se destaca es que de los 127 exonerados, veinticuatro eran o
habían sido funcionarios del Estado –colonial o independiente– en todos sus niveles, des-
de los nombrados Grigera, López, Galíndez y Barragán a Juan Pablo Miralles, el reempla-
zante de Paulino Barreyro, el juez de paz fusilado por unitario en septiembre de 1840; José
Montes y Esteban Peralta citados con anterioridad, y siguen los nombres. Es evidente,
entonces, que la excepción se aplicaba no sólo a los miembros del ejército, como decía la
norma, sino a los apoyos locales del régimen.
De los 127 exceptuados, 84 habían pasado por las mesas electorales cuyas actas
encontramos. Del resto, doce eran mujeres,59 que por consiguiente no votaban. En conse-
cuencia, el 73% de nuestros exceptuados era a su vez elector activo. También hemos visto
que muchos repetían su presencia en varias reuniones; veamos cómo jugaban estas repeti-
ciones en nuestros casos, expresados en el Cuadro 7. Comparo, en este caso, los votantes
repetidos con su carácter de contribuyente.
Como podemos apreciar, el 60,9% de los que votaron alguna vez y que además
estaba alcanzado por la CD fue luego exceptuado del pago de la misma, por su supuesta
participación en el ejército o, mejor dicho, por ser un buen federal. Y ese porcentaje au-
menta entre los que concurrieron entre dos y tres veces, si no tenemos en cuenta el caso de
los pocos que votaron en cinco oportunidades. En resumen, encontramos una relación
ostensible entre exención impositiva y emisión del voto.
Además, se confirma un supuesto que ronda desde nuestros primeros estudios sobre
la CD; la presunción de que la exención fue otorgada no sólo a los miembros del ejército
federal sino también a civiles que demostraron fehacientemente su apoyo al rosismo, lo
que hizo extensivo el beneficio a otros pobres, a pequeños productores o propietarios,
pero también a algunos personajes ricos que nunca fueron federales de servicio.60 Efecti-

57 PESADO PALMIERI, Carlos “Don Manuel Antonio Grigera: un patriota federal lomense”, en Revista del
Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, núm. 66, Buenos Aires, 2004-
2006.
58 No obstante, uno de los hijos de Galíndez, con estancia en Monsalvo, fue embargado por su participación
en los Libres del Sur.
59 Recordemos que la exención se otorgaba también a las viudas de los soldados federales.
60 El concepto de federal de servicio está tomado de SALVATORE, Ricardo D. “‘Expresiones federales’…”,
cit.

62
prohistoria 12 - 2008

vamente, parece que ser funcionario de los poderes locales era un mérito harto suficiente
para obtener este beneficio; la mitad de éstos que estaban alcanzados por la CD estuvieron
exceptuados durante los años 1840s.
Cuadro 7
Relación entre exceptuados y reiteración de votantes

Veces Exceptuados Gravados* %


1 24 44 54,5
2 26 39 66,7
3 25 37 67,6
4 6 14 42,9
5 3 4 75,0
Total 84 138 60,9

*Alcanzados por la CD en 1839

Si nuestras aseveraciones son correctas, podríamos insinuar que la condición de rosista,


que el régimen alentaba y que además solicitaba se haga pública, era de alguna manera
retribuida con este beneficio que otorgaba el Estado, nada desdeñable desde el punto de
vista de los beneficiarios. ¿Cómo se demostraba este incondicional apoyo a la facción?
Principalmente, mediante la participación en el ejército, en sus diversos estamentos y en
sus infinitas acciones y campañas. En segundo lugar, demostrando que se había participa-
do en cualquiera de los acontecimientos que enfrentó a federales rosistas y unitarios o
federales doctrinarios, por supuesto que del lado correcto a los ojos de las autoridades del
partido. Y en tercer lugar, pero no menos importante, participando activamente de los
actos electorales que promovía el sistema.61 Es indudable que el rosismo pagaba los actos
de servicio con tierras, premios y donaciones y que en este nivel local que estamos anali-
zando estos federales de servicios recibieron una retribución adecuada a sus necesidades,
como fue la exención que nos ocupa. Otros actos de servicio, no tan riesgosos como poner
el cuerpo a las balas, pero no por ello menos importante, como coadyuvar para administrar
y mantener el orden en el partido, también era premiado, hecho que tal vez no era entrevis-
to tan claramente. Pero el premio a los votantes parece ser el más novedoso. Y creo que
responde a la pregunta que hace un tiempo se hace la historiografía acerca de lo monolítico
de la opinión política de la campaña a favor del rosismo. ¿Era ésta también una manera de
pagar el apoyo obtenido?

61 No se debe olvidar, además, que eran los funcionarios locales los que debían acreditar el derecho a la
exención, con lo cual nos encontramos nuevamente con probables arbitrariedades, ahora acrecentadas con
la no gratuidad del acto.

63
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

Conclusión. La construcción de la unanimidad en la campaña


¿Qué razones tenían los habitantes de la campaña para apoyar tan claramente la opción
rosista al punto que se considerara que no era necesario consultarlos?62 Mucho se ha escri-
to sobre ello; desde la imposición por coerción o por clientelismo, tanto desde el Estado
como desde los terratenientes,63 hasta que tal apoyo se basaba en una sabiduría intuitiva
popular que definía a Rosas como un defensor acérrimo de los pobres y de la nacionali-
dad.64 Podemos decir que una buena parte de la historiografía argentina se ha escrito a
partir de esta dicotomía, pero que en definitiva ninguna respondía satisfactoriamente a la
pregunta inicial. Ulteriores investigaciones han comprobado que muchas de las supuestas
imposiciones del rosismo eran en realidad objeto de negociación. Se ha visto que en sus
propias estancias el Gobernador no podía imponer el orden y la disciplina que tanto prego-
naba para el conjunto de la sociedad. Es que la crónica escasez de mano de obra en la
campaña generaba una capacidad de negociación por parte de los dependientes no entre-
vista hasta estas nuevas investigaciones.65 Incluso la deserción en los ejércitos era un punto
que ponía en duda la dureza y efectividad del régimen, ante la reiteración de esos hechos
en una misma persona. En ese sentido se podría hablar de esquizofrenia del Gobernador,
cuando como estanciero alberga a desertores y como gobernante los castigaba.
También el estricto respeto a las formalidades electorales indica que la construcción
del consenso pasaba, a los ojos del Gobernador, por la voluntad popular. De allí los cons-
tantes tironeos para imponer su voluntad, para negar la posibilidad de discusión en el
ámbito electoral; para ello era importante la posición de la campaña como bloque unifica-
do. La hipótesis que avanza, y sobre la que pretendemos acercar pruebas, es que la política
en la campaña no se expresaba en las elecciones como sí había ocurrido en parte en la
ciudad hasta mediados de los años 1830s. En la ciudad se podían encontrar liderazgos
alternativos durante toda la década de 1820 y por lo menos hasta 1833, que en primera
instancia se expresaban en las elecciones. En la campaña no parece que haya sido así;
formas políticas tal vez elementales se pueden encontrar en las montoneras pero también
en la movilización de características espontáneas de 1829 y en la más conducida a fines
políticos de octubre de 1833.66 No parece que estas movilizaciones tuvieran su correlato

62 Recordemos que en 1835, en ocasión de ser nombrado Rosas gobernador de la provincia de Buenos Aires
por la Sala de Representantes con la suma del poder público, exigió que se hiciera una consulta a la pobla-
ción acerca de tal nombramiento. La Sala consideró que debía hacerse sólo en la ciudad, porque la opinión
de la campaña era suficientemente conocida.
63 SARMIENTO, Domingo Faustino Facundo, CEAL, Buenos Aires, 1967; LYNCH, John Juan Manuel de
Rosas, Hyspamerica, Buenos Aires, 1986.
64 El revisionismo levantó esa imagen. Ver ROSA, José María Historia Argentina, Oriente, Buenos Aires,
1981, T. IV; IBARGUREN, Carlos Juan Manuel de Rosas. Su vida, su tiempo, su drama, Librería La
Facultad, Buenos Aires, 1931.
65 GELMAN, Jorge “Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de la campaña”, en GOLDMAN,
Noemí y SALVATORE, Ricardo –compiladores– Caudillismos rioplatenses…, cit.
66 FRADKIN, Raúl O. La historia..., cit.; GONZÁLEZ BERNALDO, Pilar “El levantamiento…”, cit.; LO-
BATO, Mirta Zaida La revolución de los restauradores, 1833, CEA, Buenos Aires, 1983.

64
prohistoria 12 - 2008

en las elecciones durante toda la década de 1820. No pasa lo mismo a partir de 1829,
cuando se podría decir que el rosismo se puso a la cabeza de estas tendencias y que no
podría dudarse que expresaba, entre otras cosas, las esperanzas de los pobladores pobres
de la campaña. Algunas de esas inquietudes fueron satisfechas; el riesgo de las levas a que
estaban sometidos los pequeños productores pasó a los migrantes en la medida que no se
establecían en forma más o menos permanente, como campesino o como dependiente. Se
puede leer en el mismo sentido la ley de aduanas que protegía a la pequeña producción
campesina de la campaña, según los labradores lo habían solicitado.67 También el otorga-
miento de tierras en parcelas consideradas pequeñas para la época, tanto oficial, en Azul
por ejemplo,68 como privado, en tierras del mismo Gobernador.69
Es en este sentido que pueden leerse las exenciones impositivas de los años 1840s. A
las anteriores concesiones efectuadas por el Estado se agregó un beneficio económico
directo para todos los que habían sido fieles y útiles al rosismo. Y encontramos que una
manera de medir esa fidelidad ha sido la respuesta a la convocatoria al sufragio. En nuestro
pequeño ámbito de Quilmes, el sistema premiaba a los más constantes, aquellos que hicie-
ron el apoyo más ostensible reiterando su presencia en la mesa electoral. ¿Significa esto
que el aval otorgado fue negociado con posterioridad ante el juez de paz, autoridad de
aplicación de las excepciones? Es decir, el aspirante a beneficiario le hacía ver al funciona-
rio que él había concurrido a votar tantas veces, las necesarias para hacerse acreedor a un
premio. Y también que lo seguiría haciendo en el futuro. Seguramente no tan abiertamente,
pero algo de ello podría haber ocurrido. Por supuesto, esta fuente no puede avanzar mucho
más al respecto y dudo que con los datos obrantes en los archivos pueda afirmarse tal
conjetura. Es, entonces, presumible que muchas de las cosas que deberían negociarse en la
mesa electoral, en la confección de listas electorales, en la Sala de Representantes o en
cualquiera de los ámbitos que un sistema representativo y democrático alienta, terminaban
en un toma y daca en el despacho del juez o en la casa del alcalde de cuartel. Los benefi-
cios así obtenidos eran estrictamente personales y no comunitarios, pero al extenderse a
muchos beneficiarios adquiría cierto carácter colectivo.
Venimos afirmando que la mentada unanimidad en la campaña fue construida y no
una situación derivada de relaciones personales previas a la ley electoral. ¿En qué consiste
dicha unanimidad? En el voto unánime a una opción electoral supuestamente indicada
desde el poder. Es decir, los noveles ciudadanos rurales votarían exclusivamente a los
candidatos indicados por el poder de turno, sin ninguna posibilidad de diferenciación. Se
supone a su vez que no hay ningún tipo de discusión política electoral en la campaña, ni
siquiera para determinar qué facción de la elite citadina domina en cada elección. El

67 PEREYRA, Horacio J. “Proteccionismo y desarrollo agrícola, un documento de la época de Rosas”, en


Trabajos y comunicaciones, núm. 12, La Plata, 1964.
68 INFESTA, María Elena “Propiedad rural en la frontera. Azul, 1839”, en VVAA Enrique M. Barba in
memorian. Estudios de Historia, Academia Nacional de Historia, Buenos Aires, 1994.
69 GELMAN, Jorge “Un gigante…”, cit.

65
DANIEL SANTILLI “El unanimismo en la campaña...”

clientelismo y la dependencia accionaban de modo que los votantes respondían a la indica-


ción de sus patrones y sufragaban por quienes les ordenaban que lo hicieran.
Ya hemos visto que en San Antonio de Areco se reproducían en cierta medida las
disputas de la ciudad en la mesa electoral pueblerina, desdiciendo la imagen descripta.70
Por supuesto que no se puede extender esta comprobación al resto de la campaña, pero
tampoco estamos autorizados a pensar que Areco era un punto divergente del resto. Pero,
si bien no despinta el supuesto básico de la unanimidad rural, pone en duda la inexistencia
de disputa política electoral. Si esto se comprueba para otros partidos, podríamos afirmar
que las discusiones de la elite citadina ante cada elección se trasladaban a todo el cuerpo
electoral, así como se trasplantaron otras disputas no tan pacíficas, como la invasión de
Lavalle.
Lamentablemente en Quilmes no podemos verificar tal disputa. Tal vez las actas que
tenemos no corresponden a los años de mayor diferenciación electoral en el seno de las
elites citadinas. Lo cierto es que no parece que haya cambios sustantivos en la pertenencia
de facción de las sucesivas autoridades de mesa de los actos que estudiamos.
Pero sí encontramos novedades en estas actas. En las elecciones de 1823, los
sufragantes, que debían votar a cuatro candidatos, lo hicieron por 39 personas diferentes,
en diversas combinaciones. ¡Y sólo eran 83 los electores! Los cuatro candidatos que triun-
faron fueron votados en una exacta combinación entre ellos71 en 45 oportunidades, algo
más del 50%; el resto de los votantes combinó de manera diferente prácticamente en todos
los casos. Sólo una sola combinación logró diez votos y se trataba de una en la que interve-
nía un personaje local, Antonio Ballester. En 1825 todavía contamos doce candidatos dife-
rentes, pero en este caso ninguno era local. Todavía en 1830, que es la siguiente acta que
tenemos, aparece algún voto diferenciado, claro que ya se trata de tres o cuatro casos en el
universo total. Es decir, no parece que hubiera una orden terminante en cuanto a quién se
debía elegir, o por lo menos no era única o no era obedecida unánimemente. Claro que no
parece tampoco una disputa intraelite, ya que no hay una polarización excluyente sobre
todo en la elección de 1823.
Si este panorama se repitiera para otros partidos de la campaña de Buenos Aires,
cuestión que supera el marco de este trabajo, podríamos decir que la tan mentada unanimi-
dad no se impuso desde un principio, sino que también experimentó un proceso de cons-
trucción. Y, como decíamos más arriba, esta construcción se llevó a cabo sin mediar el
látigo y el cuchillo, a partir de la elaboración de una corriente de opinión que muchas veces
demostraba su preferencia con la violencia. Esta corriente que buscaba un líder llevó a que
el rosismo concibiera un proyecto que la incluyera y a la vez la contuviera. Esto le permitió

70 El estudio de Garavaglia no menciona los resultados de las elecciones que analiza, pero da a entender que
el dominio de la mesa determina la unanimidad de los sufragios para el candidato preferido por los titulares
de la misma. GARAVAGLIA, Juan Carlos “Elecciones y luchas…”, cit.
71 Cada sufragante votaba por cuatro personas, no por una lista armada de tal modo, con lo cual las combina-
ciones eran numerosas.

66
prohistoria 12 - 2008

al futuro gobernador presentarse con una doble imagen; hacia abajo, como el restaurador
de algunos derechos conculcados por el proceso iniciado en 1820; y hacia arriba como el
único capacitado para dominar a los sectores subalternos levantiscos. De modo que la
unanimidad de la campaña no se construye en la mesa electoral sino previamente en el
convencimiento de los noveles ciudadanos acerca de la aceptación de un liderazgo que
ellos creían como el más indicado para respetar sus derechos. Por ello, la mesa electoral es
sólo un trámite a partir de 1830, un trámite que otorga la legitimidad necesaria para el
sostenimiento del régimen. En definitiva, la simple participación indica la adhesión al
programa que se pretendía impulsar, que se construyó en un ida y vuelta continuo, ya que
el liderazgo de Rosas nunca pudo imponer totalmente muchas de sus ideas. Allí, por su-
puesto, termina la participación; no intervienen más allá, en las decisiones políticas del
sistema representativo. Pero sí puede colegirse que ese voto le sirvió al rosismo para con-
seguir la legitimidad y la fortaleza necesaria para encarar otra tarea más peliaguda: cons-
truir la unanimidad en la ciudad, es decir, someter a la elite citadina.

67
L a Mazorca y el orden rosista

GABRIEL DI MEGLIO

Resumen Abstract
En diversas ocasiones se ha afirmado que Rosas, en la It has often been said that Rosas, in his constant persuit
búsqueda del orden que persiguió tenazmente en Bue- of order in Buenos Aires during his entire political
nos Aires durante toda su carrera política, trasladó a la carreer, transferred to and imposed on the city methods
ciudad e impuso allí prácticas y métodos que ya funcio- and practices already at work in the countryside.
naban en la campaña. Sin embargo, el orden que instaló Nevertheless, the order estalished on the city had certain
en el ámbito urbano tuvo ciertos elementos diferentes al elements that were different from those of the rural space,
del espacio rural, fundamentalmente la existencia del “te- namely the use of “terror”, political crimes not committed
rror”, crímenes políticos no cometidos por agentes del by State agents but by a sort of para-police organ, the
Estado si no por una suerte de órgano parapolicial, la Mazorca. Why was the main action of this well known
Mazorca. ¿Por qué el grueso de la acción de este famoso group centred on the city and not on the countryside?
grupo se centró en la ciudad y no en la campaña? A dife- Unlike popular classes, the porteña elite –who mostly
rencia de las clases populares, la elite porteña –que resi- lived in the city– was difficult to be disciplined by
día principalmente en el espacio urbano– era un grupo governmental institutions, like the police force. The
de difícil disciplinamiento a través de los dependientes Mazorca, on the other hand, had no limits; nobody could
del gobierno, como la policía. En cambio, la Mazorca no control a corp acting illegally and directly linked to Ro-
tenía límites; nadie podía ponérselos a un cuerpo que sas and the club of Rosist followers called Sociedad
actuaba fuera de todo ordenamiento, vinculándose sólo a Popular Restauradora, to which the Mazorca members
la persona de Rosas y al club de adherentes rosistas lla- belonged. This article analyses the characteristics of the
mado Sociedad Popular Restauradora, a la que pertene- Mazorca; it periodizes its action and traces some of the
cía. El artículo analiza las características de la Mazorca, elements the Regime used to legitimate its presence, such
periodiza su actuación y rastrea algunos de los elemen- as to mak the Federal cause sacred, its republicanism
tos que usó el régimen para intentar legitimar su accio- and its classist component, which had a crucial role
nar, como la sacralización de la causa de la federación, el within Federalism.
republicanismo y el componente clasista, que cumplió
un papel crucial en el federalismo.

Palabras clave Key Words


Mazorca – federalismo – Rosas – terror – policía – So- Mazorca – Federalism – Rosas – Terror – Police – So-
ciedad Popular Restauradora ciedad Popular Restauradora

Recibido con pedido de publicación el 26/05/2008


Aceptado para su publicación el 23/08/2008
Gabriel Di Meglio se desempeña como docente
e investigador de la UBA y del CONICET
gabrieldimeglio@fibertel.com.ar

DI MEGLIO, Gabriel “La Mazorca y el orden rosista”, prohistoria, Año XII, número 12, Rosario,
Argentina, primavera 2008, pp. 69-90.
GABRIEL DI MEGLIO “La Mazorca y el orden rosista”

L
os estudios que han indagado la formación del orden rosista en la provincia de
Buenos Aires suelen sostener que una de sus claves fue el traslado a la ciudad de un
sistema surgido y moldeado en la campaña. El argumento se ha repetido desde
distintas ópticas a partir de la barbarie sarmientina ingresando en el ámbito urbano como
eje del drama rioplatense, pasando por la denostada tesis que propone el advenimiento de
un super estanciero a reproducir su hábitat rural en el Estado, hasta llegar a la más actual
idea de una unanimidad política en la campaña que Rosas introdujo en la ciudad.1 Ahora
bien, si la impronta rural en la construcción rosista es indudable, es también claro que en su
versión urbana hubo un elemento que no estuvo presente en la campaña: la existencia del
llamado terror, una serie de crímenes políticos que no fueron cometidos por agentes del
Estado o por personas que ejercieran algún tipo de actividad pública legal, sino por una
suerte de cuerpo parapolicial que se hizo famoso con el nombre de Mazorca. Este artículo
examina las razones de la presencia de esa organización casi exclusivamente en la ciudad
y analiza su importancia dentro del orden rosista. Para ello se centra en el período de crisis
iniciado en abril de 1838 cuando Francia, que buscaba volver a los primeros planos de la
política internacional a través de empresas en lugares alejados del centro de poder euro-
peo, decidió bloquear el puerto de Buenos Aires tras un incidente diplomático.2

Rosas y la ciudad
Cuando en 1838 se estableció el bloqueo francés, ya hacía tres años que Rosas gobernaba
Buenos Aires. El régimen que encabezaba parecía sólido en la campaña –poco más tarde
se demostraría que no era así– pero estaba evidentemente menos consolidado en el ámbito
urbano. Era allí donde el Gobernador había encontrado los mayores obstáculos a su pro-
yecto hasta 1835. Por eso, apenas regresó al poder, buscó afianzar el régimen en la ciudad
y comenzó a hacerlo a través de la eliminación del disenso y de la competencia política.
Una serie de medidas marcó el rumbo de sus intenciones: quitó todo peso a la hasta enton-
ces importante Legislatura provincial, arrestó a sus enemigos del anterior núcleo federal
cismático que no habían abandonado la ciudad, despidió a sujetos para él poco confiables

1 Véanse entre otros SARMIENTO, Domingo Facundo, CEAL, Buenos Aires, 1967; LYNCH, John Juan
Manuel de Rosas. 1829-1852, Hyspamérica, Buenos Aires, 1984; HALPERIN DONGHI, Tulio De la Re-
volución de Independencia a la Confederación rosista, Paidós, Buenos Aires, 1985; TERNAVASIO, Marcela
La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002.
2 Las notas a pie en el artículo consignan solamente la procedencia de las citas textuales. La información
sobre la historia política del período proviene principalmente de HALPERIN DONGHI, Tulio De la Revo-
lución…, cit.; LYNCH, John Juan Manuel…, cit.; BUSANICHE, José Luis Rosas visto por sus contempo-
ráneos, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986; BARBA, Enrique “Formación de la Tiranía” y “Las reacciones
contra Rosas”, en ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA Historia de la Nación Argentina desde sus
orígenes hasta la organización definitiva en 1862, Buenos Aires, 1950, Vol. VII; CELESIA, Ernesto Ro-
sas: aportes a su historia, Peuser, Buenos Aires, 1951; MYERS, Jorge Orden y Virtud. El discurso republi-
cano en el régimen rosista, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1995; SIERRA, Vicente Historia de
la Argentina, Editorial Científica Argentina, Buenos Aires, 1969, Tomo VIII y 1972, Tomo IX.

70
prohistoria 12 - 2008

en la oficialidad del ejército regular y la administración pública, mandó ejecutar a unos


pocos supuestos conspiradores y también fusiló a ochenta indígenas cautivos en un solo
día. Un hecho de ese tenor no era común en la ciudad y marcaba que había una nueva
dureza gubernamental. Las víctimas que más tarde se cobraría el terror no serían más que
las de esa terrible jornada, pero tendrían un impacto social infinitamente mayor.
Unanimidad total. Ese era el objetivo del gobierno, que encargó a la Policía, a los
jueces de paz y a los alcaldes de barrio que aseguraran que ella se cumpliera. Por primera
vez se empezó a controlar con rigor el uso de la divisa punzó y se elaboraron clasificacio-
nes que describían el perfil político de los vecinos. Aquellos catalogados de unitarios eran
vigilados en sus actividades y perdían cualquier posibilidad de ejercer un cargo público o
militar. El control no era pura rutina: el Gobernador sabía que pese a que contaba con
muchos partidarios fervorosos tenía también opositores que se manifestaban públicamente
como tales. Un episodio de 1836 lo ilustra claramente. Un hombre llamado Eulogio Blan-
co estaba en la puerta de su casa celebrando el aniversario de la llegada de Rosas al poder
junto a un grupo de músicos y lanzó algunos vivas al Restaurador de las Leyes. En ese
momento apareció un grupo de diez vecinos que empezó a gritar, de acuerdo a varios
testigos, “…mueran los vivas de Blanco, muera Blanco y viva Lavalle y su espada”.3 Lavalle
estaba en ese momento exiliado en la República Oriental y no tenía ningún medio de influir
en la situación porteña, pero era quien había quedado como el principal referente unitario.
Había, asimismo, gente que buscaba quedar afuera de la política: una noche de 1837, un ex
vigilante entró ebrio a una pulpería insultando a los gritos a los unitarios; al rato, uno de los
presentes, el pardo Máximo Salguero, se disponía a irse cuando fue increpado por el borra-
cho, quien le preguntó “…amigo usted es unitario o federal”, a lo cual Salguero “…contes-
tó que él no era nada”. Respuestas de ese tipo iban a volverse cada vez menos sensatas a
medida que la crisis empezara a mostrarse.4
Las presunciones de antipatía hacia el sistema federal empezaron a ser determinantes
en decisiones de la Policía sobre cuestiones que no tenían que ver con la política. Si una
persona era acusada de un delito y se agregaba que era sospechoso de unitario o de haber
sido federal cismático, ese último aspecto era un poderoso agravante. Eso posibilitó que
varios asuntos privados pasaran a zanjarse por la filiación política de los implicados. Por
ejemplo, el abastecedor Marcos González acusó al paisano Juan José Martínez de hablar
mal del gobierno. No había testigos del hecho, “…por haber sido conversaciones priva-
das”, pero el comisario Ciriaco Cuitiño sostuvo que él no dudaba de que fuera cierto,
porque Martínez “…es hombre muy díscolo, mal intencionado y uno de los Unitarios mas
empecinados”.5
Otro modo que eligió Rosas para consolidarse en la ciudad fue afianzar su relación
con la población negra de la ciudad, iniciada en su primer gobierno, atendiendo a sus

3 Archivo General de la Nación (en adelante, AGN), X-33-2-8, Partes de Policía, libro 91, 87.
4 AGN, X-33-3-4, Partes de Policía, libro 101, 116.
5 AGN, X-33-3-3, Policía-Órdenes Superiores, nota del 21 de julio de 1837.

71
GABRIEL DI MEGLIO “La Mazorca y el orden rosista”

demandas y proveyendo asistencia a las Sociedades Africanas. En 1836 derogó una ley
que establecía que todo liberto tenía obligatoriamente que ingresar al servicio de las armas
al cumplir quince años, lo cual fue festejado en las calles por la comunidad. Tanto él como
su esposa, su hija y su cuñada concurrieron a menudo a bailes organizados por las Socieda-
des, gesto que les valió una gran influencia, puesto que no era nada común que los miem-
bros de la elite hicieran eso. Los negros porteños lo llamaban “Nuestro padre Rosas”.
Varios de ellos estaban insertos en una red de contactos plebeyos que manejaba la mujer
del Restaurador, Encarnación Ezcurra y cuando ésta murió, en 1838, su hermana María
Josefa mantuvo esas relaciones. La red funcionaba como una especie de asistencia social
privada: los que llevaban noticias útiles a las señoras Ezcurra obtenían algunos beneficios,
no necesariamente como un pago directo sino que en otro momento podían conseguir
ayuda de ellas para conseguir bienes, perdones, favorecer a algún familiar, etc. La mujer y
la cuñada de Rosas se convirtieron por este medio en figuras muy populares. Una tarde de
1836, un tal Manuel Zaragoza llegó “…de su trabajo a tomar mate en la cocina en donde
estaban unas jóvenes de menor edad jugando con unas muñecas de trapo; y preguntó Zara-
goza con ironía por el nombre que tenían cada una de dichas muñecas; y respondieron las
jóvenes: que una se llamaba Doña Encarnación: otra Doña Maria Josefa”; Zaragoza se rió
y dijo “…unas Señoras con tanta Grandeza andar por las cocinas, vaya, vaya…”.6 El epi-
sodio llevó a que lo tildaran de unitario ante la policía, lo cual muestra que la denuncia de
los emigrados antirrosistas de que había domésticos, como en este caso los que trabajaban
en las cocinas, que hacían denuncias políticas tenía asidero.
En el proceso de consolidación de un orden en la ciudad, fue importante para Rosas
obtener el apoyo de los artesanos, categoría en la que entraba una buena parte de la pobla-
ción masculina (incluyendo a muchos negros). Los artesanos habían estado entre los gru-
pos menos favorecidos por el librecambio de la década de 1810. Varios artesanos, espe-
cialmente los sastres y los carpinteros, presentaron quejas a los sucesivos gobiernos contra
las importaciones. Pero ese descontento no dio lugar a acciones importantes a favor de
medidas proteccionistas, fundamentalmente porque los artesanos porteños no consiguie-
ron crear gremios que tuvieran un peso destacado en la escena política, aunque sí genera-
ron una corriente de opinión favorable al proteccionismo y fuertemente contraria a los
extranjeros.
Rosas tomó en cuenta esas posiciones cuando sancionó una Ley de Aduana en di-
ciembre de 1835. En general, cuando se habla de la ley se pone el foco en la intención del
Restaurador de mantener una buena relación con las provincias del Litoral y el interior,
donde había sectores perjudicados por el librecambio, y en su deseo de impulsar la agricul-

6 Nota del 3 de diciembre de 1836, AGN, X-33-2-7, Policía-Órdenes Superiores. Para las redes de Encarna-
ción Ezcurra y su hermana véase la serie folletinesca Los dramas de la Tiranía de Eduardo Gutiérrez (La
Mazorca, Viva la Santa Federación y El puñal del tirano, J. C. Rovira, Buenos Aires, 1932); también
CELESIA, Ernesto Rosas..., cit.; RAMOS MEJÍA, José María Rosas y su tiempo, Emecé, Buenos Aires,
2001; LOBATO, Mirta La revolución de los Restauradores, CEAL, Buenos Aires, 1983.

72
prohistoria 12 - 2008

tura. Pero también fue importante la protección que se hizo a las tareas artesanales, que en
ningún lugar eran tan fuertes como en la ciudad de Buenos Aires. Así, las importaciones de
ropa, calzado, muebles, guitarras y espejos, entre otros productos, recibieron un recargo
del 35% sobre su valor; las monturas uno de 50%. Los sombreros contaron con la protec-
ción de un impuesto fijo, mientras que se prohibió total o parcialmente importar hierro
decorativo, objetos de bronce y hojalata, utensilios de cocina, algunos tejidos y objetos de
madera.7
De todos modos, el mayor problema del régimen en la ciudad era la elite. Estaba
marcadamente politizada desde hacía años y en 1838 Rosas no había logrado disciplinarla.
Él mismo pertenecía a esa elite y sabía que contaba con una fuerte base en los estancieros,
una buena parte de los cuales apoyaban su proyecto. Para las funciones de gobierno tuvo el
respaldo del políticamente experimentado círculo federal apostólico que formaban Tomás
de Anchorena, Felipe Arana, Manuel Maza, Lucio Mansilla y unos pocos más. Rosas con-
fiaba en la fidelidad de este puñado de dirigentes, pero el resto de la elite era en buena
medida un enigma. Sin duda, en 1835 la mayoría de sus miembros había aplaudido el
regreso de Rosas al poder como garantía de orden ante la posibilidad de una nueva guerra
civil. Sin embargo, esa adhesión no estaba exenta de fisuras y Rosas sabía que el favor de
los porteños encumbrados podía ser volátil. Muchos de ellos eran genuinamente federales,
pero quienes se habían identificado en el pasado con los unitarios o con los cismáticos no
eran tan fáciles de conquistar y varios mantenían estrechos vínculos con los emigrados al
otro lado del Río de la Plata (quienes a su vez pertenecían a la elite porteña); otros no veían
con buenos ojos la prolongación indefinida de un sistema de excepción que dejaba en
suspenso el sistema republicano para concentrar todo en manos de un solo hombre. El
principal recurso del Gobernador para conseguir la aprobación de la elite era el manteni-
miento de un orden, el preciado orden que la sociedad venía buscando desde que terminó
la Revolución y que le había costado mucho construir. Pero cuando el bloqueo francés
vino a poner en duda si la política rosista verdaderamente garantizaba ese orden, la aparen-
te unanimidad empezó a resquebrajarse: por más que no fuera la diplomacia porteña la
principal culpable de la intervención francesa, muchos de los contemporáneos lo conside-
raron de esa manera.
El Gobierno podía usar su poder coercitivo ante esos descontentos, apelando a la
Policía. Rosas estaba habilitado para hacerlo debido a que contaba con facultades extraor-
dinarias, lo cual le permitía incluso fusilar a alguno que otro sin un proceso judicial, acción
que justificaba por la situación de crisis. Ahora bien, la Policía tenía un gran peso frente a
los pobres que podían ser considerados vagos –aquellos que no contaban con relaciones
locales, generalmente lo que no vivían permanentemente en la ciudad y los migrantes
recién arribados– a los que capturaba y alistaba en el ejército o en la marina. Pero no tenía

7 BURGIN, Miron Aspectos económicos del Federalismo Argentino, Hachette, Buenos Aires, 1960. Para los
reclamos de los artesanos en décadas previas véase mi libro ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de
Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el rosismo, Prometeo, Buenos Aires, 2007.

73
GABRIEL DI MEGLIO “La Mazorca y el orden rosista”

la misma autoridad ante el resto de la población. Los vínculos barriales eran fundamenta-
les y quienes tenían años de residencia en una zona podían conseguir defensores en unos
personajes fundamentales de la ciudad: los alcaldes de barrio, los tenientes alcaldes, los
oficiales milicianos, los curas y los jueces de paz. Aún en un período en el cual el Gobierno
contaba con más poder que el que nunca había tenido, la existencia de tales figuras
entrecruzadas ponía cierto freno a sus maniobras legales. Además, Rosas no podía simple-
mente matar a mansalva a sus opositores usando sus facultades extraordinarias por una
cuestión de legitimidad; hubiera justificado plenamente la acusación de tiranía que los
emigrados le achacaban. Es ahí donde entra en juego, decisivamente, la Mazorca. Si la
ciudad tenía una trama de personajes y organizaciones que podía poner algunos límites a la
acción del gobierno y a la fuerza de su principal brazo, la Policía, y si la elite estaba en
particular más protegida por ellos que el resto, la Mazorca no tenía límites. Nadie podía
ponérselos a un cuerpo que actuaba fuera de todo orden, vinculado sólo con la persona de
Rosas y con la Sociedad Popular Restauradora, a la que pertenecía. Su acción podía ser
presentada como un conjunto de excesos populares.

La Mazorca
El origen de la Mazorca no estuvo ligado a una iniciativa gubernamental sino a una asocia-
ción política, la Sociedad Popular Restauradora, nacida a fines de 1833. Los datos de su
surgimiento son oscuros. Según José Rivera Indarte –fanático rosista devenido en fanático
antirrosista– uno de los miembros de la facción federal apostólica, es decir rosista, llama-
do Tiburcio Ochoteco le sugirió a Encarnación Ezcurra, quien la había dirigido exitosamente
en la lucha contra la facción cismática, la formación de un club de adherentes de Rosas a
semejanza de las sociedades patrióticas españolas que él había conocido en Cádiz durante
el trienio liberal (1820-1823). Eran clubes que surgieron por toda España en 1820, algu-
nos más radicales y otros más moderados, que reunían a sus adherentes en casas, tabernas
o conventos desocupados; abogaban por la difusión del liberalismo y atemorizaban a sus
enemigos. Estaban dirigidas generalmente por personas de buena posición social pero
contaron con una importante participación popular, principalmente de artesanos. Una so-
ciedad de ese tipo constituía una novedad en la escena política de Buenos Aires. Por un
lado, porque era un club que se afiliaba abiertamente con una facción, algo que en las
sociedades políticas porteñas se había intentando evitar explícitamente (dada la condena
discursiva a las facciones en la prensa y en los debates parlamentarios desde 1810). A la
vez, la Sociedad Popular tenía un importante elemento distintivo: la presencia entre sus
integrantes de individuos que no formaban parte de la elite de Buenos Aires; “…muy
pocas personas decentes se inscribieron como socios de la sociedad”.8 Es decir que era la
primera vez que la gente decente no era mayoría en una asociación política. Esto era claro

8 RIVERA INDARTE, José Rosas y sus opositores, El Ateneo, Buenos Aires, 1930, p. 134. Para las socieda-
des españolas véase GIL NOVALES, Alberto Las sociedades patrióticas, 1820-1823, Tecnos, Madrid,
1975, 2 vols.

74
prohistoria 12 - 2008

en la adopción del término popular en el nombre de la organización. A partir de su edición


de 1803, el diccionario de la Real Academia Española definía popular como “el que es del
pueblo o de la plebe”; desde la década de 1820, en Buenos Aires se lo usaba cada vez más
claramente para referirse a los que eran ajenos a la elite. La participación de ese tipo de
personas en la Sociedad la asemejaba a los ejemplos españoles de principios de la década
de 1820, pero su éxito obedeció a la existencia de una tradición de participación popular
en Buenos Aires. Los momentos en que la intervención de la plebe y los sectores medios de
la sociedad porteña en la política tuvieron más importancia fueron siempre aquellos en los
cuales la elite estuvo más dividida. Tal el caso de la disputa entre federales cismáticos (o
liberales) y apostólicos durante 1833, y la Sociedad Popular Restauradora fue una de sus
consecuencias.
La actividad política rutinaria de la Sociedad consistía en reuniones de los miembros
que se llevaban a cabo en una sede, que después de un tiempo resultó ser la pulpería de su
presidente, Julián González Salomón. Los otros menesteres del club eran principalmente
dar muestras de apoyo a Rosas en distintos contextos: gritaban a su favor en las calles,
importunaban a sus enemigos, concurrían a la Sala de Representantes a presionar a los
antirrosistas.
Una vez que Rosas volvió al gobierno en 1835, la actividad de la Sociedad, impor-
tante entre su aparición y ese momento, fue menor. Cuando estalló la crisis, Rosas comen-
zó a darle órdenes directas a su fiel club de adictos, que se volvió cada vez menos espon-
táneo y por momentos se asemejó a una dependencia del gobierno. Las indicaciones eran
principalmente vigilar a personas sospechadas de simpatías unitarias o de oposición al
régimen. Las demostraciones de adhesión se hicieron más expresivas y la violencia llenó
los discursos y de a poco fue ganando otra vez las calles. La tirante situación provocó un
aumento de la membresía de la Sociedad Popular Restauradora y cambió su perfil social.
Cada vez más, eran individuos de lo más granado de la elite porteña los que solicitaban ser
incorporados. Algunos de los nuevos adherentes debieron acercarse por su convicción en
cuanto a las virtudes del gobierno o tocados en su fibra patriótica por la agresión extranje-
ra. Pero, en la mayoría de los casos, la principal causa estuvo ligada seguramente a que,
con el auge de los conflictos y el consiguiente aumento de la violencia en la ciudad, mu-
chos miembros de la elite de Buenos Aires temieron por sus vidas y bienes y varios de ellos
consideraron que una afiliación a la Sociedad Popular Restauradora podía ser un seguro
contra cualquier duda acerca de su fidelidad federal y la gran posibilidad de sufrir una
agresión. A esto apunta un pasaje de Amalia en el que se describe una supuesta reunión de
la Sociedad Popular Restauradora. El héroe del relato se encuentra en el mitin; se trata de
un personaje ficticio llamado Daniel Bello, al que José Mármol presenta como un antirrosista
que se hace pasar por un fanático partidario del Gobernador para contribuir desde adentro
a desestabilizarlo. Cuando en la asamblea, celebrada en la pulpería del presidente Salomón,
se lee el listado de unos doscientos miembros de la organización pertenecientes a “todas
las jerarquías sociales”, Bello dice para sus adentros que “en esta lista hay hombres por
fuerza”. Ello fue explicitado también por el propio Salomón en una carta a Rosas escrita

75
GABRIEL DI MEGLIO “La Mazorca y el orden rosista”

ese mismo año: “En las extraordinarias circunstancias que sobrevinieron, cuando el traidor
asesino Lavalle pisó nuestra Provincia muchos ciudadanos se presentaron voluntariamente
a inscribirse en la Sociedad”.9
Por eso, cuando en 1841 La Gaceta Mercantil publicó una “Lista de miembros de la
Sociedad Popular Restauradora”, una buena parte de ellos pertenecía a familias del patri-
ciado porteño (como Riglos, Iraola, Pereyra, Unzué y Piñeyro, entre otros).10 Algunos his-
toriadores han tomado este listado para sostener que la Sociedad estaba compuesta tanto
por integrantes de la elite como por otros que no pertenecían a ella, mientras que la Mazor-
ca habría sido más plebeya. En cuanto a la primera afirmación, eso fue sin duda así a partir
del período crítico. Pero 1840 no era 1833. En los inicios, los socios tenían un origen
menos lustroso.
Los mazorqueros –si no todos, al menos sus líderes– eran originalmente miembros
de la Sociedad Popular Restauradora; eran federales decididos. Lo que los convirtió en un
ala ejecutora de ella, una entidad separada, fue la reaparición de la violencia política abier-
ta. En 1833 y 1834, Encarnación Ezcurra le había encargado a la Sociedad que hiciera
ataques contra las casas de algunos adversarios políticos, para intimidarlos y obligarlos a
exiliarse. Ese tipo de acciones desapareció hasta el establecimiento del bloqueo francés.
Ya en 1839 hubo algunos asesinatos, pero sería 1840 el año en el cual los degüellos se
hicieron comunes en la ciudad, hecho que dio a sus ejecutores una macabra celebridad. He
ahí lo que distinguió a los mazorqueros: ellos eran miembros de la Sociedad Popular
Restauradora, pero los otros socios no mataban. Esto por momentos se hace confuso debi-
do a que había integrantes de la Sociedad que podían realizar amenazas públicas de repre-
salias contra los unitarios y los colaboradores de los franceses, que podían romper los
vidrios de una casa o destruir algún objeto o vestuario de color celeste. Pero las muertes
eran causadas por un pequeño grupo, que terminó siendo denominado la Mazorca, no
sabemos si por sus mismos integrantes, por otros rosistas o por sus enemigos, aunque éstos
parecen haber sido los que terminaron achacándole el nombre. ¿Cuántos eran los
mazorqueros? No es posible saberlo. Seguramente no muchos más que tres decenas, aun-
que es altamente probable que no fueran un grupo monolítico sino que a un pequeño elen-
co estable se sumaran en diversas ocasiones otros individuos más periféricos e incluso
ocasionales.
Lo que distinguió a los mazorqueros no fue que estuvieran dispuestos a llevar su
fervor por Rosas hasta las últimas consecuencias sino que casi todos ellos eran a la vez
parte de la Policía. La Mazorca fue un grupo que podemos llamar parapolicial, integrado
mayormente por empleados de la Policía en actividad. Mientras el jefe de la Policía entre
1835 y 1845, Bernardo Victorica, se encargó de manejar al cuerpo en sus funciones más
habituales –seguridad urbana, control, denuncia de opositores al sistema, reclutamiento de

9 MÁRMOL, José Amalia, Eudeba, Buenos Aires, 1964, p. 153; carta de Julián Salomón a Rosas del 30 de
septiembre de 1840, en CELESIA, Ernesto Rosas..., cit., p. 461.
10 La Gaceta Mercantil, 7 de abril de 1841.

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vagos para el Ejército– los comisarios Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra cumplieron esas
tareas pero sumaron un mayor énfasis que ningún otro comisario en la vigilancia política.
Esa rama especial de la policía, las dos partidas volantes de Cuitiño y Parra, fueron las que
devinieron en la Mazorca. Silverio Badía, Manuel Troncoso, Leandro Alén y Fermín Suárez,
los mazorqueros más famosos –que serían juzgados y ejecutados por eso en 1853– eran los
dos primeros vigilantes de la partida de Parra y de la de Cuitiño los otros dos.11 ¿Cuándo
dejaban de actuar como policías y se volvían mazorqueros? En los momentos en que pro-
cedieron por fuera de las disposiciones o la normativa del departamento de policía; sin
órdenes o con indicaciones orales del Gobernador, algo que nunca llegó a dilucidarse.

Cosecha roja
El bloqueo dio inicio a una pesadilla para el rosismo. Varias provincias se mostraron poco
proclives a evaluar positivamente lo actuado por el Gobernador de Buenos Aires. Allí
mismo hubo resquemores: la hasta entonces pasiva Sala de Representantes escuchó opi-
niones favorables a tomar el camino de la transacción, incluidas las de algunos diputados
que hasta entonces habían formado en las filas fieles del rosismo. Una mañana de mayo
ocurrió un hecho también impensable tan sólo un mes antes: la ciudad se pobló de pasquines
contra el gobierno.
La respuesta de Rosas al desafío interno fue medida. Rápidamente apeló a un recurso
clave que ya le había dado éxito en otras ocasiones: el apoyo popular. La clásica animad-
versión hacia los extranjeros se incrementó rápidamente, en particular hacia los franceses.
Eso no lo inventó Rosas, fue un efecto inmediato del bloqueo. Para la plebe federal era
claro que la antigua identificación que se había creado entre unitarios y extranjeros era
completamente real; Rosas sabía que podía contar con un fuerte apoyo si buscaba abajo en
la escala social. Lo que logró el Gobernador fue que el odio popular se encauzara no
contra los franceses residentes en Buenos Aires (salvo pocas excepciones) sino en una
crítica al rey Luis Felipe, a quien gritaban “mueras” por las calles, y sobre todo a los
aliados rioplatenses de los bloqueadores, a los que se acusó de venderse al “asqueroso oro
francés”. Una agresión contra franceses residentes en la ciudad hubiera dado una excusa
perfecta para una intervención directa de Francia en el terreno militar, posibilidad que el
Gobernador obviamente quería evitar. Era, por otra parte, una perspectiva que tampoco
seducía a los franceses, quienes esperaban imponer su posición con un costo mucho me-
nor: apoyando a los enemigos de su enemigo. Los que deseaban que los federales se lanza-
ran sobre los franceses de Buenos Aires eran los opositores a Rosas, que también sabían
que un hecho así podía marcar su caída (de hecho, el personaje de Amalia Daniel Bello
intenta en la novela persuadir a los rosistas más exaltados de que cometan una acción por
el estilo). Sin embargo, la reacción contra los extranjeros no pasó de amenazas verbales.

11 QUIROGA MICHEO, Ernesto “Los mazorqueros ¿gente decente o asesinos?”, en Todo es Historia, núm.
308, 1993; ROMAY, Francisco Historia de la Policía Federal Argentina, Editorial Policial, Buenos Aires,
1980, Tomo III.

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GABRIEL DI MEGLIO “La Mazorca y el orden rosista”

Cuando unos meses después de la instalación del bloqueo un francés pisoteó con su caba-
llo a una morena en una calle de la ciudad, preguntando con soberbia al oficial que lo
detuvo si eso era un delito, el comisario Andrés Parra le escribió a su superior: “Señor jefe,
esta clase de extranjeros que no temen a la justicia, ni respetan las leyes del país, es preciso
bajarles el cogote; para que aprendan a obedecer”.12 Pero no lo hizo.
El Gobierno preparó cuidadosamente la fiesta del 25 de mayo de 1838 para que fuera
una demostración pública de la fidelidad general a la causa y graficara la popularidad del
régimen. La concurrencia fue muy numerosa y Rosas usó la ocasión para reforzar sus
vínculos hacia abajo: invitó a las Sociedades Africanas a organizar un baile en la Plaza de
la Victoria como número fuerte de la celebración. La plaza principal ocupada por los ne-
gros era un gesto político muy claro; podemos deducir cuán importante debió ser el evento
para ellos. En cambio, para varios integrantes de la elite la medida fue revulsiva. Una
señora escribió a su marido diciéndole que “…el día de veinticinco que ha sido respetado
y debe ser mientras Buenos Aires existe, llegó al último grado de vileza y desgracia reba-
jando un día como ese a términos de poner tambores de negros ese día en la plaza”. Por su
parte, el poeta unitario Juan Cruz Varela, exiliado en Montevideo, publicó unos versos
sobre la cuestión, en los que expuso: “Sólo por escarnio de un pueblo de bravos / bandas
africanas de viles esclavos / por calles y plazas discurriendo van. / Su bárbara grita, su
danza salvaje, / en este día meditado ultraje / del nuevo caribe que el Sud abortó”.13
Simultáneamente, el Restaurador cuidó el orden en la campaña. En julio tuvo cono-
cimiento –según los emigrados por la denuncia de “un mulato”– de que se preparaba un
levantamiento entre las tropas que custodiaban la frontera sur. Se detuvo a su comandante,
Zelarrayán, y se lo ejecutó apelando a que supuestamente había querido fugarse. Ese mis-
mo mes, el Gobierno solicitó a la Legislatura que se expresara sobre la situación con los
franceses y obtuvo una rotunda victoria; por si acaso, los miembros de la Sociedad Popular
se hicieron presentes en la barra de la Sala para asegurar que los diputados no dudaran. La
decisión de la Legislatura fue festejada en algunos barrios, que mostraron así su fidelidad
federal. El juez de paz de La Piedad solicitó cien faroles para iluminar la iglesia homónima
en un Tedeum que se organizó “…en acción de gracia al Ser Supremo por el beneficio que
ha otorgado a la Republica en el pronunciamiento de la Honorable Sala de esta Provincia
al aprobar la conducta de Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes, Encargado de las Re-
laciones Exteriores de la Nación, en la cuestión promovida por el Vice-Cónsul y Contra-
Almirante Franceses”.14 Nuevas muestras de adhesión federal se expresaron en octubre,
cuando murió Encarnación Ezcurra (a partir de entonces llamada “la heroína de la Confe-
deración”). Los funerales fueron masivos y durante varios meses todas las iglesias de la

12 AGN, X-33-3-7, Partes de Policía, libro 111, 116.


13 Ambas citas en ANDREWS, George Los afroargentinos de Buenos Aires, Editorial de la Flor, Buenos
Aires, 1989, p. 120.
14 AGN, X-33-3-7, Partes de Policía, libro 111, 25. La conspiración de Zelarrayán fue minuciosamente descripta
en el periódico montenvideano El Grito Argentino.

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ciudad realizaron misas en su memoria. Buenos Aires se mostraba fiel, pero la crisis no
hacía más que comenzar.
En la última parte de 1838 la situación se clarificó: Corrientes, el Estado Oriental y
los agentes franceses acordaron una alianza para “…remover del mando de la Provincia de
Buenos Aires y de toda influencia en los negocios políticos de la Confederación Argentina,
la persona de don Juan Manuel de Rosas”.15 A ese trío se agregó el apoyo de los emigrados
que se encontraban en Montevideo. Para activarlos fueron importantes los líderes de la
Asociación de la Joven Argentina, que decidieron pasar de una tarea propagandística clan-
destina a una acción política más directa, en la cual iban a mostrarse enérgicos, en particu-
lar Juan Bautista Alberdi.
Al iniciarse 1839, entonces, el rosismo enfrentaba el mayor desafío que había tenido
hasta entonces. El control se volvió más obsesivo y los sospechados de ser desafectos al
sistema empezaron a mostrarse cada vez menos en público. El 11 de enero, el comisario
Cuitiño informó que había remitido a la cárcel al paisano Zacarías Puyol por sospechoso.
La razón era que lo habían visto varias noches seguidas “…parado en un poste al lado del
portón del cuartel” donde tenía sede la partida de Cuitiño. Para qué estaba allí no lo sabía,
pero el Comisario había decidido detenerlo de manera precautoria, dado que podía ser que
quisiera apoderarse de las armas guardadas en el cuartel. La suposición obedecía a las
“…sospechas que continuamente hay sobre los Enemigos de la Causa Santa de la Federa-
ción y siendo éste uno de los que conservan la patilla de U, la misma que en la misma
noche de su captura, que fue el 10 del corriente, se afeitó en seco, por abajo de la barba”.16
Casos como éste se hicieron frecuentes. Un ex oficial del ejército, Manuel Cienfuegos, fue
fusilado sin juicio previo por habérselo encontrado junto a la casa de Rosas una noche, por
lo cual se lo acusó de querer matar al Gobernador. El caso tuvo alto impacto: Mariquita
Sánchez, exiliada en Montevideo, anotó en su diario que “…el asesinato de Cienfuegos
había hecho grande impresión”.17
La guerra empezó bien para los rosistas, que vencieron a Corrientes y recibieron la
buena noticia de que la derrota de la Confederación peruano-boliviana a manos de los
chilenos ponía fin a la guerra que las provincias del norte venían librando contra ella. Las
victorias hicieron que el Restaurador mostrara algunos gestos de distensión, como liberar
al general José María Paz. Además, el 25 de mayo firmó un tratado con Gran Bretaña
prohibiendo el tráfico de esclavos, accediendo a un pedido que los británicos venían reali-
zando hacía tiempo y al que se había negado hasta entonces. Así buscaba reforzar su rela-
ción con la mayor potencia como contrapeso a los franceses y la medida le servía también
para afianzar aún más su vínculo con los negros porteños. De hecho, nuevas demostracio-

15 BUSANICHE, José Luis Rosas visto..., cit., p. 204.


16 AGN, X-33-3-8, Policía-Órdenes Superiores.
17 VILASECA, Clara Cartas de Mariquita Sánchez. Biografía de una época, Peuser, Buenos Aires, 1952,
carta del 24 de julio de 1839. El caso fue detalladamente relatado por GUTIÉRREZ, Eduardo en Viva la
Santa Federación, cit.

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nes de apoyo público por parte de esa comunidad siguieron al anuncio. Pero, cuando la
tensión en la ciudad parecía disminuir, el Gobierno fue avisado de que allí mismo se cons-
piraba en su contra.
Quienes estaban descontentos habían empezado a reunirse al menos desde marzo,
pese a la vigilancia del régimen. Muchos eran jóvenes de la elite que habían sido
influenciados por la prédica de la Asociación de la Joven Argentina. Un resultado fue la
formación del “Club de los Cinco”, una pequeñísima sociedad secreta. Sus objetivos no
eran muy definidos en cuanto a posiciones políticas: “…no se trataba por el momento de
federación ni unidad, sino de concluir con Rosas”, diría años más tarde uno de ellos, Car-
los Tejedor.18 Primero proyectaron simplemente asesinarlo, pero luego el círculo del club
se fue ampliando y empezó a planearse la realización de un levantamiento militar para
apoderarse de la ciudad, que sería acompañado por un alzamiento en el sur de la provincia,
donde estaban en comunicación con varios notables de la campaña, y por una invasión de
Lavalle. Sabían muy bien, por sus contactos en Montevideo, que desde abril se preparaba
allí una “Legión Argentina” para luchar a las órdenes de dicho jefe contra Rosas. Los
conjurados porteños encontraron un líder en otro joven: el coronel Ramón Maza, hijo de
Manuel, el dirigente rosista.
Los involucrados confiaban en obtener un apoyo masivo: “…el pueblo está suma-
mente aburrido de la miseria y la esclavitud”, escribió un implicado en mayo y “…las
contribuciones, lo que empieza a exigirse, aumentarán el descontento”. Se refería a la
Contribución Directa, impuesto cuyo cobro, que antes se hacía de acuerdo a lo que decla-
raba el que pagaba, empezó a ser calculado por el Estado. Además, decía, “…todo está a
más del doble de antes”. Ramón Maza empezó a buscar el apoyo de los comandantes de
los batallones del ejército regular para asegurar el éxito del levantamiento. La trama no fue
guardada con precaución y según el general Paz, quien fue enterado de ella, “…el secreto
de la conjuración estaba en miles de bocas”.19 Uno de los que fueron convocados a unirse
delató todos los planes a Rosas, quien inmediatamente hizo prender a Maza. Ese mismo
día, 24 de junio, otros pocos conspiradores también fueron arrestados, entre ellos Tejedor.
La escasa cantidad de detenidos y las leves penas que sufrieron parecen llamativas. Es
probable que el Gobernador no haya dispuesto de todos los nombres de los implicados,
pero además es posible que haya juzgado que no era conveniente descubrir una gran cons-
piración, lo cual evidenciaría la existencia de muchos descontentos. Prefirió entonces con-
centrar la atención en Maza, que fue acusado de haberlo querido asesinar. Otro personaje
fue incriminado en el asunto: el padre de Ramón, Manuel Maza, quien seguía ocupando el
cargo de presidente de la Sala de Representantes. ¿Sabía de la conspiración? Es posible,

18 BARBA, Enrique “Las reacciones…”, cit., p. 590.


19 El primer testimonio son cartas de Enrique Lafuente, en BARBA, Enrique “Las reacciones…”, cit., p. 591
(para el problema de la contribución directa véase GELMAN, Jorge “La rebelión de los estancieros contra
Rosas. Algunas reflexiones en torno los Libres del Sur de 1839”, en Entrepasados, núm. 22, Buenos Aires,
2002). El otro testimonio en PAZ, José María Memorias póstumas II, Emecé, Buenos Aires, 2000, p. 205.

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aunque no hay ningún dato cierto acerca de si participó o no en su organización (aparente-


mente no). Cuando ocurrió la instalación del bloqueo, Manuel Maza se había mostrado
partidario de negociar, pero nada indicaba que se pasaría a la oposición abierta. Sin embar-
go, Rosas estaba convencido de que él era parte, puesto que tenía en su poder correspon-
dencia que su antiguo camarada había mantenido con algunos emigrados.
La noticia de la conspiración corrió rápidamente por Buenos Aires y causó conmo-
ción. El 26 de junio se reunió la Sociedad Popular Restauradora y un grupo se dirigió a la
quinta del presidente de la Sala y la asaltó buscando a su propietario, quien no estaba allí.
Al día siguiente, Maza se hizo presente en la Sala, mientras los jueces de paz urbanos
encabezaban una movilización que presentó una petición para que se removiera al presi-
dente de su cargo, por ser culpable de una revolución para entregar al país “…a la execra-
ble tiranía de los asquerosos franceses, con cuyo oro ha sido corrompido el expresado
infame traidor”. Al caer la noche, dispersada la multitud, Maza se sentó en su despacho a
firmar su renuncia. Súbitamente ingresaron tres personas emponchadas: eran los
mazorqueros Manuel Maestre, Manuel Gaetán y Félix Padín, que lo apuñalaron. Horas
después, al llegar la mañana, su hijo Ramón fue fusilado por orden del Gobernador.
Para los enemigos de Rosas no había duda de que quien había ordenado el crimen
había sido él. Surgió en seguida la leyenda de que el Restaurador había presenciado todo
oculto detrás de un cortinado. Rosas, por su parte, acusó públicamente del asesinato a los
unitarios. Pero en una carta a un allegado dio otra explicación. Al referirse a las consecuen-
cias de la difusión de la noticia de la conspiración, dijo que:
“…naturalmente la irritación era tremenda entre los que aman nuestra
Santa Causa. En fin, el resultado es que esa noche a las siete y media
encontraron muerto al Dr. Maza en la Casa de representantes con dos
tremendas puñaladas que le habían dado en el corazón. El Ramón que
estaba en la cárcel con dos barras de grillos ya convicto y confeso, lo
mandé fusilar al día siguiente porque así era de justicia, y porque no
podía ser de otro modo”.20
Aquí Rosas parecía ignorar lo ocurrido con el padre, al tiempo que aceptaba sin miramien-
tos lo actuado con el hijo. Es muy probable que los asesinos tomaran la decisión por sí
mismos o que lo hiciera la Sociedad Popular. Los rosistas temían y no únicamente su líder.
Si bien el Gobernador ejercía un poder autocrático y supervisaba lo más posible las accio-
nes de sus seguidores, eso no implica que los manejara como títeres. Por más que los
federales netos, como se autoproclamaban, solían obedecerlo ciegamente, también tenían
iniciativas propias y hacían sus interpretaciones de las órdenes que bajaba el gobierno. El
rosismo no se reducía a Juan Manuel de Rosas.
El asesinato de Maza fue el primero que hizo la Mazorca desde el inicio de la crisis.
Habían existido fusilamientos, pero eso era diferente. El Gobernador los definía usando

20 Carta de Rosas a Vicente González, en CELESIA, Ernesto Rosas..., cit., T. II, p. 467.

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GABRIEL DI MEGLIO “La Mazorca y el orden rosista”

las atribuciones dictatoriales de las que había sido investido. No había sido, sin embargo,
facultado para mandar partidas a atacar una quinta o para entrar en la Legislatura a matar
a su presidente a puñaladas.
Como reacción al episodio, los federales comenzaron un largo período de banquetes,
brindis y bailes organizados en distintas partes de la ciudad y por gente de diferente condi-
ción social a fin de celebrar el fracaso de la conspiración. En varias iglesias se hicieron
ceremonias para agradecer la salvación del Restaurador. El retrato de Rosas fue expuesto
en el altar de la iglesia de la Merced y luego fue paseado por las calles en un carro del cual
tiraban algunas damas de la elite. Las adhesiones a su persona se explicitaron más
fervorosamente y las amenazas de violencia se volvieron cotidianas. Por ejemplo, en agos-
to La Gaceta Mercantil publicó una carta que Cuitiño y Parra dirigieron al Gobernador, en
la cual afirmaban que:
“…el único sentimiento, Excelentísimo Señor, que les queda a los que
firman, es que estos indignos traidores y reos criminales de lesa Patria
y América, no hayan probado de nuestras manos el puñal que desnudo
conservamos para sostener la ilustre persona de Vuestra Excelencia a
costa de nuestra propia sangre, como del mismo modo el nombre san-
to de la Federación, que hemos jurado sostener con nuestras propias
vidas”.
Aseguraban que estaban listos para “ver la sangre argentina de los desnaturalizados unita-
rios derramada por las calles de Buenos Aires, como vemos correr el agua del Río de la
Plata”. No eran los únicos: unos días más tarde otros empleados de la policía enviaron a su
vez una felicitación al Gobernador, en la que destacaban cómo los conspiradores, “…ni a
un solo hombre del Ejército de línea y milicia, ni en la clase de tropa ni en la de Jefes y
oficiales pudieron comprar” y concluían con una terrible aseveración: “…es tal la irrita-
ción de los federales que si Su Excelencia no estuviera de por medio habrían amanecido y
aún amanecerían hoy mil de aquellos degollados”.21 Hasta ese momento, ninguno de los
considerados unitarios había sufrido un degüello en la ciudad, pero en el discurso ya aso-
maba esa sombría perspectiva. No sólo las autoridades ejercieron más control sino que las
denuncias de particulares acerca del supuesto unitarismo de otros se hicieron cada vez más
habituales.
En septiembre de 1839 parecía que la tensión descendía, pero a fines de octubre, en
Dolores y Chascomús se alzaron en armas muchos de los antiguos soportes de Rosas. El
levantamiento no llegó a durar dos semanas y con él se fue el último intento realizado en
Buenos Aires de terminar con Rosas hasta 1852. Esa consecuencia estaría íntimamente
ligada a los efectos que ambas conjuras tendrían en la política rosista. El hecho de que en
el corazón de la campaña sur, la que había sido una importante base de poder para el

21 La carta de Cuitiño y Parra en La Gaceta Mercantil, 7 de agosto de 1839, núm. 4831, p. 2; la felicitación de
la Policía en AGN, X-3-3-8, Policía-Órdenes Superiores, 145.

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prohistoria 12 - 2008

Restaurador, hubiera surgido un descontento tal que había dado lugar a una rebelión, hizo
que el régimen redoblara sus esfuerzos de vigilancia y acentuara la represión en la campa-
ña y en la ciudad, sobre la que Rosas era aún más desconfiado.
La oposición había quedado muy debilitada, aunque el Gobierno sabía que mientras
continuara el bloqueo francés y Lavalle estuviera en campaña, tendría un aliciente para
conspirar. Y tenía razón: un personaje ligado a la fallida conjura de Maza, Andrés Somellera,
contó en sus memorias que en noviembre de ese mismo año se encargaba con otros de
hacer circular ejemplares del periódico El Grito Argentino, una publicación furiosamente
antirrosista editada en Montevideo. Las actividades de Somellera fueron percibidas por la
vigilancia rosista. Una tarde en que había acudido a un remate –solía encontrarse con sus
cómplices en esos eventos públicos– fue atacado a plena luz del día por un grupo de
mazorqueros en el que estaban Gaetán y Cuitiño. Los transeúntes se apartaron y las puertas
se cerraron rápidamente alrededor: la población de Buenos Aires había aprendido a vivir
con miedo. Somellera forcejeó y logró escaparse; en los meses siguientes vivió escondido.
Sus compañeros tuvieron peor suerte: Félix Tiola fue capturado y fusilado por orden de
Rosas, mientras que Manuel Bustillo fue atrapado una noche y trasladado por una partida
al Hueco de los Sauces, donde lo flagelaron de manera tal que tardó meses en recuperarse.
Después de eso fue evidente que cualquier actividad política se había vuelto casi
imposible en la ciudad. Por eso, 1839 fue un año clave porque con él terminó prácticamen-
te la acción antirrosista en el ámbito urbano. Somellera estuvo oculto en su casa los últi-
mos días del año; salió disfrazado en enero de 1840 y en seguida pudo “…notar en la
ciudad un cambio sensible”: calles desiertas, puertas cerradas herméticamente desde las
ocho de la noche, un silencio que nada interrumpía, “…a no ser los gritos de los serenos
que desde las diez de la noche, cada media hora, anunciaban la hora que era, precedida de
la frase obligada de ¡Viva la federación, mueran los salvajes unitarios!”.22 Buena parte de
la población, la elite en particular, tendió a encerrarse. Además, la actividad mercantil, eje
de la economía porteña, estaba casi paralizada por el persistente bloqueo. “La fisonomía
del pueblo de Buenos Aires había cambiado enteramente”, diría más tarde el cordobés
general Paz recordando esos días, “…sus calles estaban casi desiertas; los semblantes no
indicaban sino duelo y malestar […] todo se resentía del acerbo pesar que devoraba a la
mayor y mejor parte de aquel pueblo que yo había conocido tan risueño, tan activo, tan
feliz en otra época”.23 Por convencimiento o para no ser molestados, muchos mostraban
explícitamente su adhesión al régimen. En primer lugar, existía un atuendo federal: Somellera
se vistió como tal con una chaqueta, chaleco colorado “…y sombrero de unos que usaban
los guasos, llamados de panza de burro”. Muchas puertas y ventanas fueron también in-
cluidas en el furor por el rojo punzó.

22 SOMELLERA, Andrés La tiranía de Rosas. Recuerdos de una víctima de la Mazorca, Nuevo Cabildo,
Buenos Aires, 1962, pp. 19 y 43.
23 PAZ, José María Memorias..., cit., p. 209.

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Desde el año previo, si una mujer no concurría a la iglesia con la divisa punzó bien
expuesta, los mazorqueros podían pegarle en su pelo, con alquitrán, un moño rojo. No
sabemos si ésta era una práctica habitual o si ocurrió en alguna oportunidad y el impacto
que ocasionó hizo que fuera presentada como algo corriente; de todos modos, marcaba un
incremento de la violencia. Llevar la vestimenta típica de la elite se consolidó como sinó-
nimo de identidad unitaria. El archivo policial de ese año está repleto de clasificaciones de
gente que fue arrestada en función de su ropa o de su barba. Por citar un ejemplo: un tal
Martín Quintana fue detenido por ser “…paquete de frac y no llevar la divisa”.24
De todos modos, es destacable que aún durante 1840 muchos porteños siguieran
utilizando patillas, barbas con forma de U o no lucieran la divisa, como se desprende de los
partes de la Policía. Quizás ese riesgo se debía a que la guerra no se había definido: Lavalle
estaba al mando de un ejército en Entre Ríos, Fructuoso Rivera había vencido en el Estado
Oriental una invasión rosista, Corrientes había vuelto a expresarse contra el Restaurador y
las provincias del norte habían desconocido su manejo de las relaciones exteriores y ha-
bían formado una liga. Y el bloqueo francés, asfixiante, proseguía.
En abril de 1840, un grupo de desafectos había logrado fugarse en una embarcación
y recalar en Montevideo. Entre ellos estaban Somellera y el prestigioso general Paz. La
noticia enfureció a Rosas, quien ordenó que se evitaran a toda costa acciones de ese tipo.
La noche del 4 de mayo, Isidro Oliden, Francisco Lynch, José María Riglos y Carlos
Mason procuraron hacer el mismo viaje. Todos tenían antecedentes de oposición al régi-
men (Mason, por caso, fue uno de los que gritaba mueras en 1837 contra la persona que
vivaba al Restaurador de las Leyes). Los traicionó su guía: cuando iban a embarcarse en la
costa a la altura de San Telmo, fueron atacados por una partida a caballo que dirigía Cuitiño.
Intentaron resistirse pero fueron degollados. El episodio fue uno de los que más impresión
causó en la época entre los porteños y los emigrados.25
En agosto de 1840 Lavalle inició su demorado ataque a Buenos Aires. En el norte de
la provincia consiguió varias adhesiones, pero comenzaron a hacerse más escasas a medi-
da que se aproximaba a la ciudad. Aunque allí se generó una gran expectativa, no se detec-
tó ningún movimiento a favor del ejército invasor (o libertador, dependiendo de quien lo
juzgara). ¿Por qué? Para muchos, por su fidelidad federal y su animadversión a los extran-
jeros, que estaban aliados con Lavalle. Éste trató de ocultar lo más posible el impopular
apoyo francés, y sostuvo que no venía a representar a una forma de gobierno, para así
evitar chocar con el preponderante federalismo; la lucha era contra la “tiranía” de Rosas.
Sin embargo, esas precauciones no surtieron efecto. En el caso de aquellos que seguían
siendo desafectos al régimen, su pasividad ante la invasión tuvo que ver con el temor a las
represalias si la expedición fracasaba. La Gaceta Mercantil explicitó que no había neutra-
lidad posible: “¡O nosotros o ellos!”.

24 SOMELLERA, Andrés La tiranía..., cit., p. 56; el “paquete de frac” en AGN, X-33-4-2, Policía-Órdenes
Superiores.
25 Mármol lo eligió como el acontecimiento que abre el drama de Amalia.

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Rosas delegó el mando en Felipe Arana y salió de la ciudad. Se instaló en Santos


Lugares, donde preparó un ejército para esperar a Lavalle. El 29 de agosto éste se detuvo
en Merlo, a menos de veinte kilómetros de las fuerzas de Rosas. Acampó allí y aguardó. En
los días venideros se enteró de que nada ocurría en la ciudad y de que el general Oribe
venía de Entre Ríos con refuerzos, debido a lo cual decidió eludir una batalla que presagia-
ba poco favorable y emprendió la retirada hacia Santa Fe. En la primera semana de sep-
tiembre la noticia se supo en la ciudad, que al principio reaccionó con cautela. Rosas, que
permaneció en Santos Lugares, se movió con energía: el día 25 publicó un decreto por el
cual se confiscaban las propiedades y los bienes de los unitarios. Simultáneamente llegó la
noticia de que un enviado del Rey de Francia había llegado a Montevideo para negociar
con el Gobernador porteño. Lo peor de la crisis parecía estar superado para el régimen.
En ese clima se desencadenó el terror contra los sospechados de unitarios. Según el
ministro Mandeville, en carta a su gobierno del 15 de octubre de 1840:
“…los excesos cometidos en Buenos Aires por la gratificación de ven-
ganza pública y privada, han llegado a un punto tan alto rara vez regis-
trado en los anales de la historia. Durante los últimos tres meses, hasta
los últimos días no pasó una noche, salvo en dos o tres ocasiones, sin
que dos o tres asesinatos no tuvieran lugar”.
Echaba la culpa de los actos a la Mazorca. La explicación es muy clara: la cantidad de
muertes parece exagerada dado que los crímenes habían empezado un mes antes, pero es
interesante que el impacto del hecho hiciera que el Ministro lo alargara. Los asesinatos
documentados son menos de los que sugiere el británico: veinte (aunque seguramente hubo
algunos más). Pero además fueron acompañados de otros casos de individuos que no mu-
rieron pero fueron torturados y heridos. “Con el pretexto de revisar las viviendas para
buscar las personas ocultas o armas”, decía Mandeville, “…las mujeres son golpeadas y
maltratadas; las viviendas, robadas; y los muebles y propiedad, destruidos”.26 Eso ocurrió
por ejemplo con la casa de la familia de Luis Manterola, un emigrado que estaba en el
ejército de Lavalle: entraron y golpearon a los presentes, rompiendo todo. La residencia
del comerciante Félix Castro fue atacada pero él logró ocultarse; los mazorqueros se lleva-
ron un cofre con mucho dinero (el afectado logró exiliarse al poco tiempo). Un testigo,
Vicente Quesada, que era un niño en esa época, contó como una noche de ese mes terrible
se sintieron golpes en la puerta de su casa. Su familia, aterrorizada, pensó que era la Ma-
zorca, pero se trataba de la desesperada esposa de Gregorio Terry que pedía refugio: su
marido acababa de ser capturado por mazorqueros en su propia vivienda y su hermano
Manuel había escapado por la azotea. Terry fue azotado y luego liberado. Por su parte,
José María Salvadores, que había sido oficial de policía, supo que lo perseguía la Mazorca

26 Cit. en MONTEZANTI, Néstor “Rosas y el terror”, en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas
Juan Manuel de Rosas, núm. 43, 1996, p. 33.

85
GABRIEL DI MEGLIO “La Mazorca y el orden rosista”

y se escondió en un sótano que estaba oculto en su casa. Asistido por su esposa, se mantuvo
allí durante doce años; salió a los pocos días de la batalla de Caseros “…con la barba
crecida y larga hasta el estómago”.27
Otros tuvieron menos suerte: Sixto Quesada, antiguo colaborador de Lavalle, fue
capturado por un grupo de mazorqueros en la puerta de su casa y llevado a las inmediacio-
nes del Cementerio del Norte, donde fue degollado; el comerciante portugués Juan Nóbrega,
ligado a la conspiración de Maza, fue atrapado cuando se dirigía a su quinta y degollado;
José Pedro Varangot, francés de origen, que había estado vinculado al líder unitario José
Segundo de Agüero, fue degollado delante de su residencia. Al menos diecisiete personas
más corrieron la misma suerte. Tras más de un mes de terror, Mandeville consideró que era
demasiado y se quejó. Rosas le contestó que no era difícil contener el furor federal contra
los enemigos, pero la matanza se suspendió esa misma noche.
Durante todo ese período, la Sociedad Popular Restauradora se reunía con regulari-
dad, convocaba a misas por la Santa Causa y organizaba frecuentes guardias de honor para
el Gobernador, en fechas como el comienzo de las sesiones de la Sala de Representantes.
En marzo de 1841 hubo una nueva conmoción y, tal cual ocurrió luego del asesinato de
Maza, se celebraron misas, algunos banquetes y se enviaron cartas de felicitación al Res-
taurador por haber salvado su vida. La causa fue el descubrimiento de una “máquina infer-
nal” para matar al Gobernador. Su hija Manuela abrió un paquete destinado a Rosas en el
cual había un aparato que disparaba pistolas en todas las direcciones, cuyo dispositivo
falló. El ardid había sido planeado en Montevideo, donde se publicaba el inflamado perió-
dico Muera Rosas y los emigrados mantenían las esperanzas en que la muerte del Restau-
rador pudiera terminar con su sistema. Pero por el momento parecía más probable que el
Gobernador porteño terminara con ellos.
A fines de octubre de 1840, el ministro Arana había firmado la paz con el barón de
Mackau, enviado francés. La partida de los franceses dejó desamparados a sus recientes
aliados. Rosas pudo volcar su consolidado poderío contra Rivera, contra Lavalle, contra
Corrientes y contra la Liga del Norte; en todos los casos tuvo éxito. Sin embargo, cuando
su victoria parecía total, en el Litoral las cosas volvieron a hacerse difíciles. Mientras el
Interior colapsaba, el general Paz, al servicio del gobierno correntino, derrotó a los rosistas
en la batalla de Caaguazú, en noviembre de 1841. Pasó seguidamente a Entre Ríos y en
marzo de 1842 se hizo nombrar gobernador de esa provincia. La llegada de esa noticia a
Buenos Aires volvió a generar un estallido de terror. La Mazorca ganó las calles y cometió
varios crímenes: otra vez, al menos veinte personas fueron asesinadas. Si los ataques de
1840 habían sido nocturnos, algunos de los de abril de 1842 se cometieron a plena luz: el
abogado José Zorrilla fue degollado un mediodía en su casa, ubicada a metros de la Plaza
de la Victoria, y un tal Duclós fue asesinado en el mismo horario. La crueldad fue incluso

27 QUESADA, Vicente Memorias de un viejo, Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1998; BERUTI, Juan Ma-
nuel Memorias Curiosas, Emecé, Buenos Aires, 2001, p. 490.

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prohistoria 12 - 2008

superior a la anterior: un comerciante español llamado Martínez Eguilar fue degollado a


una cuadra de la iglesia de San Juan “…y medio vivo metieron el cuerpo en una barrica
encendida de alquitrán”; José Dupuy, también comerciante, fue degollado en el cuartel de
Cuitiño y su cuerpo fue luego colgado en un hueco de la parroquia de San Nicolás (aparen-
temente hubo gente que celebró allí la presencia del cadáver tirando cohetes); un santafesino
apellidado Sañudo también fue degollado; misma suerte corrió Esteban Llanés, cuya cabe-
za fue colocada junto a la pirámide ubicada en la Plaza de la Victoria… El horror se ciñó
sobre la ciudad: Tomás de Anchorena, preocupado, le escribió a su primo Rosas el 19 de
abril para decirle que se pasaba el día contestando cartas y recibiendo visitas, “…que
bañadas en lágrimas, y llenas de angustia, horror y espanto vienen a suplicarme les de
algún consuelo o consejo para salvar sus vidas, porque han sido avisados por diversos
conductos de que cierta e indudablemente intentan matarlos”.28
Las razones de este renacer de la violencia las explicó en medio de la matanza la
mujer de Arana, Pascuala Beláustegui, en una carta del 16 de abril dirigida a alguien que
hacía tiempo no estaba en la ciudad. “Aquí hemos tenido algunos de los sucesos de octu-
bre”, decía, haciendo referencia a lo ocurrido en 1840. “Yo lo previne ya porque sabía que
en el campamento”, es decir la sede del ejército en Santos Lugares, “…había mucha exal-
tación contra los salvajes, pues decían que cuando habían pensado en retirarse a sus casas
a descansar venían estos malvados a empezar de nuevo la guerra, que era preciso que no
quedase uno para que ellos y el país disfrutasen de tranquilidad”. La opinión corría “…desde
el Jefe hasta el último tambor, me dicen que es lo mismo que circula en el ejército”. Y
sugería que las partidas eran numerosas: “…las reuniones federales que Usted ha visto
aquí son tortas y papel pintado para las que hay ahora, el exterminio de los salvajes es lo
único que se oye como único remedio a la terminación de la guerra pues ya han desespera-
do de que la moderación pueda jamás convencerlos”.29
El 19 de abril se informo a los jefes de la Policía, el Ejército y la Milicia que el
Gobernador:
“…ha mirado con el más profundo desagrado los escandalosos asesi-
natos que se han cometido en estos últimos días, los que aunque ha-
bían sido sobre salvajes unitarios nadie absolutamente estaba autori-
zado para semejante bárbara feroz licencia, siendo por todo aún más
extraño a Su Excelencia que la Policía se hubiese mantenido en silen-
cio sin llenar el más principal de sus deberes”.30
Estas palabras invitan a diferenciar el terror de 1842 del de 1840. En ese año, las muertes
fueron si no ordenadas por Rosas –en el sentido de que no podemos saber si seleccionó a

28 La cita sobre Martínez Eguilar en BERUTI, Juan Manuel Memorias..., cit., p. 519; Anchorena en ROMAY,
Francisco Historia de la policía..., cit., p. 242.
29 BARBA, Enrique “Las reacciones…”, cit., p. 690.
30 Carta del edecán de Rosas, en BARBA, Enrique “Las reacciones…”, cit., p. 691.

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GABRIEL DI MEGLIO “La Mazorca y el orden rosista”

las víctimas y ordenó su muerte– toleradas por él. Cuando en 1853 se juzgó a Cuitiño, éste
sólo aceptó haber recibido órdenes de Rosas para matar a los que habían querido emigrar
en mayo de 1840 (es decir a Oliden, Riglos, Mason y Lynch). Nos sabemos si los otros
agredidos fueron elegidos por él. Es probable que se lo consultara, dado que cuando se
degolló a José Nóbrega, Rosas decidió fusilar a su matador, que había sido Gaetán, el
asesino de Maza. ¿Por qué castigó a éste y no a los otros? Quizás Gaetán actuó sin autori-
zación, sin seguir los lineamientos del Gobernador.
Sin embargo, también es posible que el Restaurador sólo hubiera dado libertad de
acción a sus fanáticos seguidores y no que les hubiera marcado las víctimas. A esta posibi-
lidad la apoya el hecho de que cuando el Gobernador decidió matar a alguien mandó que
se lo fusilara. Lo cierto es que dependían de él, pues apenas lo ordenó las muertes cesaron
por completo. Los asesinatos de 1840 fueron para Rosas una forma de descomprimir, a
través de la acción de la Mazorca, la tensión que vivía la ciudad. Pero sobre todo fue una
forma de aterrorizar a la elite porteña. No bastaba ya con usar la divisa punzó y mostrar
una total neutralidad: la sospecha de alguna simpatía unitaria podía llevar la muerte a la
propia casa de los implicados. Era una solución a la tradición de actividad política de la
elite, una forma de terminar de disciplinarla. Y, sin duda, fue efectiva. En 1842, en cambio,
la Mazorca parece haber actuado por su cuenta. El Gobernador estaba de nuevo en Santos
Lugares. La Policía no se dedicó a detener las muertes pues seguramente no sabía bien qué
indicaciones habían recibido la Sociedad Popular Restauradora y su brazo armado de par-
te de Rosas. Podemos inferir que la matanza no fue ordenada por el Restaurador, quien
ahora no la necesitaba porque la ciudad ya se había aquietado y no estaba amenazada por
ningún peligro inmediato, como sí sucedió en 1840. La masacre de abril de 1842 parece
haber sido una venganza llevada a cabo por los federales extremos contra aquellos a quie-
nes volvieron a indicar como unitarios, producida por el hastío de la guerra y en algunos
casos, posiblemente, por el deseo de apoderarse de algunos bienes de las víctimas. Las
muertes del terror no fueron tantas en comparación con las que provocaron los
enfrentamientos bélicos y los fusilamientos. Hay poco más de ochenta casos de ataques
mazorqueros en el período rosista. Es indudablemente un número muy significativo, pero
lo que más horrorizó a la población afectada fue el método: asesinatos “a domicilio”, la
sensación de total indefensión y de estar expuestos a gente capaz de todo. Los que habían
sido víctimas de la violencia rosista aseguraban que los mazorqueros usaban un cuchillo
afilado cuando querían matar a un enemigo, pero que usaban una sierra desafilada para
degollar a los unitarios de primer rango social, para hacerlos sufrir más. Ello contribuyó a
eternizar el recuerdo de ese horror, más aún en una ciudad que nunca había vivido ese tipo
de violencia política. En la campaña hubo represiones y fusilamientos que el Gobierno
llevó adelante abiertamente, pero en general no hubo actividades importantes de grupos no
oficiales como la Mazorca.
La crisis del sistema rosista iba a concluir durante 1842 con el rotundo triunfo rosista
en Arroyo Grande. Los años subsiguientes mostraron a una Buenos Aires en calma. Al
finalizar 1844, Juan Manuel Beruti escribió en su diario que el año

88
prohistoria 12 - 2008

“…ha concluido sin más novedad que la guerra que aún sigue con
Montevideo; pero la ciudad muy tranquila, aunque muy pobres sus
habitantes por la falta de gente del país que se halla emigrada y el
comercio paralizado; pero gracias a Dios no ha habido insultos, em-
bargos, confiscaciones ni degüellos ni se ha perseguido a nadie”.31
Es que ya no era necesario, la ciudad había sido disciplinada. En junio de 1846, la entonces
innecesaria Mazorca dejó de existir. Podría aventurarse que la década de 1840 fue políti-
camente la menos agitada de esa urbe durante todo el siglo XIX.

Concluyendo
Hubo al menos tres elementos, que no puedo analizar aquí por falta de espacio, que legiti-
maron y permitieron este accionar del rosismo: la sacralización de la causa federal (com-
batir a una causa santa demonizaba a quienes lo hacían y justificaba que se los eliminara);
la identificación de Rosas como salvador y defensor de la patria ante la agresión extranje-
ra; el “clasismo”. La adhesión federal le permitió a gente de inferior condición social
acusar a miembros de la elite en igualdad de condiciones, como se puede rastrear clara-
mente en el archivo policial. Esto era impensable en la década de 1820, en la cual el Estado
intervenía mayormente a favor de los estratos más altos. No era que el rosismo buscara
transformar la sociedad, sino que la entronización de la filiación política por sobre cual-
quier otra permitió que algunas tensiones sociales afloraran en el interior de la lucha contra
los unitarios.32
Los opositores a Rosas señalaron el apoyo plebeyo y el igualitarismo como uno de
los rasgos clave del régimen. Mármol escribió que los plebeyos: “…osaban creer, con toda
la clase a que pertenecían, que la sociedad había roto los diques en que se estrella el mar de
sus clases oscuras, y amalgamándose la sociedad entera en una sola familia”. Otro contem-
poráneo comentó que en medio del período del terror “…era preciso aparentar la más
indiferente serenidad, porque se había perdido la confianza, los criados podían ser espías;
una palabra indiscreta podía comprometer la vida o la fortuna: no se podía ni reconvenirles
ni mirarlos con severidad; la tiranía estaba en los de abajo”.33 Indudablemente, éstas –y
varias otras vertidas en el mismo tono– no son sólo reconstrucciones de memorialistas
rencorosos. Había una identificación popular con el federalismo que contribuyó a que se
viera la presión política ejercida sobre la elite como una suerte de revancha social.
También Rosas aseguró que los momentos de terror fueron protagonizados por la
plebe. La diferencia era que él la consideraba espontánea, mientras que sus enemigos, al
igual que la mayoría de los historiadores más tarde, se encargaron de enfatizar que fue el

31 BERUTI, Juan Manuel Memorias..., cit., p. 454.


32 Para estos puntos puede verse mi obra ¡Mueran los salvajes unitarios! La Mazorca y la política en tiempos
de Rosas, Sudamericana, Buenos Aires, 2007.
33 MÁRMOL, José Amalia, cit., p. 105; QUESADA, Vicente Memorias..., cit., p. 102.

89
GABRIEL DI MEGLIO “La Mazorca y el orden rosista”

Restaurador el que dirigió la represión. De cualquier manera, esa apelación a que fue la
furia popular la ejecutora de los ataques no debe ser considerada tan sólo como una afir-
mación de Rosas para justificarse ante sus opositores y los observadores extranjeros. Tam-
bién pudo ser usada para legitimarse ante la misma plebe y a la vez contribuir a su
desmovilización real (fenómeno que ha advertido Tulio Halperin Donghi). Porque si la
plebe rosista se consideraba en algún punto representada por las acciones de los
mazorqueros, entonces Rosas también avanzaba en su principal objetivo: la construcción
de un orden. Esto puede contribuir a explicar el porqué de una acción “parapolicial” contra
los opositores que devino en el terror. Mientras que a la plebe porteña se la vigilaba y
disciplinaba con las pocas herramientas estatales existentes, fundamentalmente la Policía,
a la elite disidente se la perseguía –y así también disciplinaba– apelando a grupos que de
alguna manera se arrogaban una representatividad popular. En 1840 la elite tuvo miedo a
la acción popular, pero ésta estaba en realidad, más que en ninguno de los episodios polí-
ticos con participación plebeya en Buenos Aires, controlada por las autoridades. El terror
fue sólo parcialmente popular; se reivindicó como tal y quizás representó el deseo de
muchos, pero de hecho quedó en pocas manos y se convirtió en una política de gobierno.
A través de las actividades de la Sociedad Popular Restauradora y, sobre todo, de la Ma-
zorca, el régimen rosista desmovilizó cualquier posibilidad de acción colectiva de sus
mismos partidarios plebeyos y fue moldeando una sociedad con una agitación política
muy inferior a la que había dado lugar al ascenso del Restaurador. Y el terror fue urbano,
fundamentalmente, porque en la ciudad se concentraba la elite en la Buenos Aires de la
época.

90
... políticas de la historia

Intercambian sombreros

Juan Carlos Garavaglia


Diego A. Mauro

…y todo ocurre bajo la atenta mirada de Marcelo Móttola


U na breve nota acerca de los “patriotas criollos”
en el Río de la Plata
JUAN CARLOS GARAVAGLIA

Resumen Abstract
Dentro del espacio americano, la palabra crio- Throughout the Americas , the word “criollo”
llo (cuyo uso se ha extendido mucho más allá (the use of which has extended far beyond the
de este continente) ha adquirido diferentes con- continent), has acquired different connotations
notaciones según las regiones. Este breve artí- depending on the region in which it is employed.
culo se dedica a analizar la evolución de ese This short article is dedicated to analyzing the
concepto en el marco del área rioplatense. A tra- evolution of this concept in the specific context
vés de un doble recorrido, histórico (guiándose of the Río de la Plata. Based on historic (primary
por las fuentes de la época) e historiográfico, sources from the period in question) and
estas notas buscan aclarar cuál ha sido la signi- historiographic material, these notes aim to ex-
ficación que el término tuvo en el transcurso plore the meanings that this term took on with
del tiempo y cuál la interpretación que de él se the passage of time as well as the interpretations
hizo, cuestionando especialmente aquella no- that it inspired. It will question in particular the
ción que considera patriotas criollos a los hom- notion that defines those who took part in the
bres que actuaron en la revolución de indepen- revolution of independence as “Patriotic Crio-
dencia, como si tal calificativo hubiera sido llos”, as if they would have adopted the term to
adoptado por ellos mismos. describe themselves.

Palabras clave Key words


criollo – patriotas – historiografía – Río de la Criollos – Patriots – Historiography – Río de la
Plata – siglo XIX Plata – 19th century

Recibido con pedido de publicación el 06/05/2008


Aceptado para su publicación el 31/05/2008
Juan Carlos Garavaglia es Directeur d’Études en la EHESS, París.
gara@ehess.fr

GARAVAGLIA, Juan Carlos “Una breve nota acerca de los ‘patriotas criollos’ en el Río de la Plata”,
prohistoria, Año XII, número 12, Rosario, Argentina, primavera 2008, pp. 93-102.
JUAN CARLOS GARAVAGLIA “Una breve nota...”

Para Orieta, in memoriam

“Es un deber metodológico del análisis dia-


crónico el especificar científicamente el
conjunto de definiciones pasadas de algu-
nas palabras”.
Reinhart Koselleck1

D
espués que David Brading pintara su magnífico cuadro sobre la sociedad colonial
en Orbe indiano,2 la idea de un “patriotismo criollo” es algo que resulta casi banal
en los estudios sobre el tema y a todos nos parece obvio que el adjetivo “criollo”
era la palabra utilizada en las fuentes de la época para nombrar a los blancos –a todos los
blancos– nacidos en América, pero el asunto resulta bastante más complejo de lo que
aparenta y debería ser acotado regionalmente. Para el diccionario actual de la Real Acade-
mia, la primera acepción de la palabra remite justamente a ese concepto: “Dicho de un hijo
y, en general, de un descendiente de padres europeos, nacido en los antiguos territorios
españoles de América y en algunas colonias europeas de dicho continente”. Ya el padre
Acosta en su celebérrima obra publicada en 1590, hablando de los chicozapotes dice:
“Esta fruta decían los criollos (como allá llaman a los nacidos de españoles en Indias)”;3 o
sea, al menos en la Nueva España, la palabra fue utilizada desde temprano en el sentido
indicado por el diccionario de la Academia, pero ¿fue esto así en toda América? Y sobre
todo, ¿era usual en la época de las revoluciones de independencia en esa acepción en el
Río de la Plata?
En estas breves notas nos referiremos a la evolución en el uso de la palabra criollo,
pero lo haremos en el marco exclusivo del área rioplatense, pues el campo, inmenso, de la
utilización de este término en todas las lenguas de los colonizadores (españoles, portugue-
ses, holandeses, daneses, franceses y británicos extendieron su uso en el Caribe, África, el
océano Índico, Asia y Oceanía) es francamente inabarcable y escapa a nuestras posibilida-
des. Lo hacemos sobre todo pensando en los años que corren, dado que las independencias
latinoamericanas se pondrán tan de moda que nos veremos obligados a sufrir una catarata
interminable de actos oficiales en homenaje a los “patriotas criollos”, hablando de quienes

1 KOSELLECK, Reinhart “Histoire des concepts et histoire sociale”, en Le futur passé. Contribution à la
sémantique des temps historiques, Editions de l’Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Paris,
2005, p. 106.
2 BRADING, David Orbe Indiano. De la monarquía católica a la República criolla, 1492-1867, FCE,
México, 1991.
3 ACOSTA, Joseph de Historia Natural y moral de las Indias, FCE, México, 1979 [1590], p. 185; el
chicozapote es la fruta del Manikara sapota, L.

94
prohistoria 12 - 2008

actuaron a partir de 1808-1810 en estas tierras americanas. Por supuesto, esta pequeña
nota va dirigida, en primer lugar, contra nosotros mismos que una y otra vez hemos usado
inadvertidamente el término “criollos” en el sentido que aquí criticamos, sin caer en la
cuenta de la compleja trama que escondía esta palabreja.

1. Una periodización a través de las fuentes


En el Río de la Plata el uso primigenio de la palabra, que hemos hallado ya desde los
primeros decenios del siglo XVIII, aparece en testimonios originados en los grupos domi-
nantes refiriéndose a individuos de las clases populares, generalmente de sangre mezclada.
Un documento salteño de 1724 habla de los “…soldados criollos naturales de este País que
vestidos de pellejos se meten por los montes entre espinos haciéndose pedazos en caballos
en pelo […] y una falsa rienda en lugar de freno porque no lo agarre un garrancho [rama
saliente de una planta] y se quede estacado en el monte”.4 También la utilizan los archivos
parroquiales, como es el caso de San Antonio de Areco desde mediados del siglo XVIII,
para referirse a los nacidos en el lugar; pero lentamente, su uso fue siendo limitado a los
que tenían sangre africana o indígena,5 remitiéndonos así a uno de los sentidos fuertes que
poseía la palabra en portugués (según el Diccionario Houaiss “…diz-se de ou cria, escravo”
y “…que ou quem nasceu escravo nos países sul-americanos”)6 y no es de descartar que
ese deslizamiento fuese producto de los intensos intercambios con los lusitanos del Brasil.
Helen Osório, en su reciente libro sobre Rio Grande do Sul, cita el manuscrito de Andrés
de Oyarbide, uno de los demarcadores de los años ochenta del siglo XVIII, quien al pasar
por la región se refiere a los moradores, diciendo “…todo es de labradores pobres, isleños
de los pobladores que vinieron de las Islas Terceras ó mestizos y criollos del Brasil y San
Pablo”.7
Este uso del término ha llegado incluso al Alto Perú, si nos guiamos por la Descrip-
ción de la villa de Potosí hecha por Francisco del Pino Manrique en 1787: “Consiste la
mayor parte del vecindario en indios y cholos: de aquellos, unos vienen a servir en la mita,
y se vuelven cumplida su tarea, y otros, que llaman criollos, están avecindados, y se man-

4 Archivo Nacional de Bolivia, Sucre, Expedientes Coloniales, 1727.41.


5 Un ejemplo típico de entre decenas similares: “Maria Antonia Zarate, india criolla de aquella frontera y al
presente casada con Lorenzo Gaspar indio de la misma frontera vezinos al presente de Areco en chacras de
dn. Miguel Moiano”, Libro Primero de Casamientos; “María Eugenia, de 1 año y 5 m., (b. subcond.), h.l.
de Pedro José Torres y de María Gutierrez pardos libres criollos del Río Segundo jurisdicción de Córdoba”,
Libro Segundo de Bautismos. Ambos libros en el Archivo Parroquial de San Antonio de Areco; los destaca-
dos nos pertenecen.
6 Dicionário Houaiss da língua portuguesa, Instituto Antônio Houaiss de Lexicografia, Rio de Janeiro,
2001.
7 OSÓRIO, Helen O imperio portugués no sul da América. Estancieros, lavradores e comerciantes, UFRGS,
Porto Alegre, 2007, p. 168; el manuscrito se halla en la Biblioteca del Museo Naval en Madrid.

95
JUAN CARLOS GARAVAGLIA “Una breve nota...”

tienen de su trabajo”.8 Desde ya que los dos sentidos de la palabra, el que remite estricta-
mente al nacimiento en América y el que lo relaciona con los esclavos y otros individuos
de sangre mezclada, “criados” en el lugar pero, sobre todo, no siempre tenidos por blan-
cos, siguen conviviendo en un campo semántico muy vasto. Pero, como recuerda Roland
Barthes “…las palabras tienen una memoria segunda que se prolonga misteriosamente en
medio de significaciones nuevas”;9 aquí esa memoria segunda relaciona la palabra con el
verbo “criar”, de allí la permanencia –y la centralidad– de esta significación, pese a los
cambios anotados en su uso.
Ahora bien, parece evidente que los “españoles americanos”, como aparecen nom-
brados en forma abrumadora en las fuentes aquellos que comenzaron a actuar en las dispu-
tas políticas desde 1808 en adelante en el sur de la América del sur, nunca habrían acepta-
do para sí el título de criollos. En el momento crucial de la “conspiración” de Álzaga, en
julio de 1812, uno de los esclavos del español europeo Francisco Telechea, llamado Valerio,
interrogado sobre cuál era su posición frente a los conjurados, dijo “…qe. el estaba pr. los
criollos, pr.qe. el Rey Negro y el Rey Yndio eran una misma cosa”; el uso de la palabra en
boca de un esclavo, colocando al “Rey Negro” y al “Rey Yndio” en un rango de estricta
igualdad, nos exime de todo comentario acerca de la categoría social a la que pertenecen
los que el esclavo Valerio llama “criollos”.10 En 1821, en un conflicto entre un portugués y
un vecino de San Vicente, éste denuncia “…el terrible odio que nos tiene [el portugués] a
los hijos de la Patria; pues para chocarnos nos denomina con el termino de criollos como
generalmente lo hacen los europeos…”11 y, en efecto, nosotros no hemos encontrado hasta
ahora ninguna mención autorreferencial en la que un nativo rioplatense se llame a sí mis-
mo “criollo” en las décadas que siguen a la independencia. En 1829 se apresó en Cañada
de la Cruz a “una partidita de gauchos” (gaucho era en esta época sinónimo de fuera de la
ley) y el Alcalde comunicaba que ellos “son criollos del Rosario”.12
La primera vez que hemos hallado la palabra usada en forma no despectiva por un
nativo americano refiriéndose a otros nativos americanos es en 1831, cuando uno de los
alcaldes de San Andrés de Giles, Andrés Carrasco, se dirigió a la casa de un español euro-
peo que había amenazado de muerte a su mujer y encontró allí varias armas cargadas; el
Alcalde embargó las armas afirmando que “…este gallego pícaro unitario no tiene otro
vivir más que todos los días querer matar a su mujer con dichas armas y a los criollos que

8 Descripción de la villa de Potosí y de los partidos sujetos a su intendencia [1787], en ANGELIS, Pedro de
Colección de obras y documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las provincias del Río de
La Plata, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1836, Tomo II.
9 BARTHES, Roland El grado cero de la escritura, Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1967, p. 20.
10 Archivo General de la Nación (en adelante, AGN), Buenos Aires, X-6-7-4, 9 de julio de 1812.
11 AGN, Buenos Aires, Expedientes Criminales E-1, expediente 7, el destacado nos pertenece.
12 Archivo del Juzgado de Paz (en adelante, AJP), San Antonio de Areco, 1829, Vicente Mendoza al coman-
dante militar, Cañada de la Cruz, 5 de marzo de 1829.

96
prohistoria 12 - 2008

se le presentan”.13 Incluso la poesía gauchesca (de origen urbano, pero con un lenguaje que
mimaba el habla rural y que resultaría recibida por los paisanos como algo propio) no
menciona la palabra en sus primeros cultores como Luis Pérez, Manuel de Araucho o
Bartolomé Hidalgo, como tampoco lo hace Francisco Javier Muñiz en su vocabulario re-
dactado en 1845,14 pero inédito en la época. En realidad, creemos que es en la obra de
Hilario Ascasubi, Paulino Lucero, dada a imprenta inicialmente en 1851 en Montevideo,
en donde aparece por vez primera entre los literatos gauchescos.15 Es decir, que podemos
suponer que ya en esos años, el uso de la palabra “criollo” se había extendido en ambas
orillas del Plata para denominar sin connotación negativa a los “paisanos” –este sí era el
nombre que recibían generalmente los hombres de campo, haciendo referencia obviamen-
te a su carácter campesino, como ocurre en otras lenguas romances–16 y comenzaba a ser
algo usual. Sería en la obra de José Hernández de 1872, cuando el término “criollo” reci-
biría la unción santificadora. Pero siempre se trata de un registro (tanto para “criollos”
como para “paisanos”) delimitado en forma estricta a la población rural y que posee un
contenido social claramente circunscrito a los sectores más bajos de dicha población.

2. Los “criollos” y la historiografía


Si esto es así, ¿cómo hemos recibido de la historiografía esa imagen de 1810, según la cual
los que se levantaron contra la autoridad Real e iniciaron los primeros pasos de la Revolu-
ción de Independencia se llamaban criollos? Sin pretender una búsqueda exhaustiva, todo
indica que es en Bartolomé Mitre (1821-1906) y en Vicente Fidel López (1815-1903)
donde hay que rastrear el origen o, al menos, un primer elemento de popularización de ese
proceso de acoplamiento entre los conceptos de “patriotas” y de “criollos” en el Río de la
Plata, haciendo alusión a los que dirigieron el proceso de la Revolución de Independencia.
Pero, como se verá, el uso de la palabra en ese sentido no está exento de fuertes contradic-
ciones en estos dos autores.
Bartolomé Mitre publicó la primera versión de la Historia de Belgrano en 1857,
pero su tercera edición de 1876 se llamó Historia de Belgrano y de la Independencia
argentina, como para mostrar el camino que seguiría el autor; la edición definitiva es la

13 AJP, 1831, Andrés Carrasco al comisario Isidoro López, San Andrés de Giles, 14 de marzo de 1831, el
destacado es nuestro.
14 MUÑIZ, Francisco J. Voces usadas con generalidad en las Repúblicas del Plata, la Argentina y la Orien-
tal del Uruguay, con prólogo de M. A. Vignati en el Boletín de la Academia Argentina de Letras, V, Buenos
Aires, 1937 [1845].
15 Paulino Lucero o los gauchos del Río de la Plata, Estrada, Buenos Aires, 1945 [1851].
16 En Autoridades [1727] “paisano” se refiere al “que es de un mismo pais”, pero la acepción “campesino”
sería después usual en el castellano de la Península ya a fines del siglo XVIII, ver el Diccionario Castellano
con las voces de Ciencias y Artes y sus correspondientes en las tres lenguas Francesa Latina e Italiana,
del padre Esteban de Terreros y Pando [Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía, Madrid, 1788], “paisano”
quiere decir, además de “conterráneo” (sic), “Labrador, aldeano” y para que no queden dudas, acude al
francés “Paisan” (en el francés actual paysan) y al italiano “Contadino”.

97
JUAN CARLOS GARAVAGLIA “Una breve nota...”

cuarta de 1887. Nosotros usaremos aquí la edición incluida en las Obras Completas edita-
das por el Congreso de la Nación en 1940.17 Desde la primera página el lector tiene claro
de qué se trata, pues decía Mitre: “Su argumento, es el desarrollo gradual de la idea de la
INDEPENDENCIA DEL PUEBLO ARGENTINO [mayúsculas en el original] desde sus
orígenes…” y el primer capítulo que se inicia con la conquista y colonización del Río de la
Plata durante el siglo XVI se titula “La sociabilidad argentina”. En la página siete, hablan-
do de las diferentes corrientes colonizadoras, el autor no duda en decir: “La colonización
peruana y argentina de los primeros tiempos…”. O sea, vemos bien en todos estos ejem-
plos la idea de que existe algo así como “la argentinidad” ya desde los inicios de los
primeros contactos. Hay un “desarrollo gradual de la idea” de la argentinidad (Hegel en las
pampas…).
Pero sigamos a Mitre en su caminar; en la página dieciséis, contando la historia del
segundo fundador de Buenos Aires, Juan de Garay, sostenía: “Garay […] dejó por heren-
cia a la posteridad la ciudad de Buenos Aires, la Alejandría de Sud América […] con lo que
aseguró la organización del futuro virreinato del Río de la Plata, dentro del cual debía
constituirse más tarde la Nación Argentina, independiente, libre y rica”. Comprobamos
aquí una de las formas típicas de operar que tiene el autor: Garay en 1580 fundó Buenos
Aires y esa fundación es la razón de la existencia del futuro Virreinato, creado en 1776 y,
sobre todo, ella constituye el eje central de la Nación Argentina de los años ochenta… La
Nación es Buenos Aires (¡y en ese sentido es normal que se la llame “Argentina”!).18 En la
página 57, hablando del Virreinato después de la descripción de su extenso territorio: “Lo
que constituía su verdadero núcleo, que eran las Provincias Argentinas, constituidas des-
pués en cuerpo de nación, diseñaban ya su carácter democrático” [el destacado es nues-
tro]; es decir, había ya en la época del Virreinato algo que él llamaba las “Provincias
Argentinas”, que estarían después “constituidas en cuerpo de nación” y que, además, ¡eran
ya “democráticas”! En la misma página, citando a Félix de Azara postulaba: “Un profundo
observador, que estudiaba el país por aquel tiempo, decía de los criollos argentinos ‘Tie-
nen tal idea de su igualdad…’” [nuevamente, los destacados son nuestros]; he aquí, final-
mente, que aparecen los famosos “criollos argentinos”, haciendo alusión a los habitantes
del “país” (pero ¿qué es un país? ¿Qué estatuto tiene ese concepto? ¿El país es, por ejem-
plo, la nación de los criollos argentinos?). En realidad, Félix de Azara en la cita original de
ese párrafo, no dice “criollos”, sino “españoles”, aun cuando más adelante utiliza la pala-

17 MITRE, Bartolomé Obras completas de Bartolomé Mitre, Edición ordenada por el H. Congreso de la
Nación Argentina, Historia, Buenos Aires, 1940, Tomo I.
18 Sabemos que en los comienzos, este título de “argentinos” hacía referencia sobre todo a los porteños. Ver
CHIARAMONTE, José Carlos “Formas de identidad política en el Río de la Plata luego de 1810”, en
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, núm. 1, UBA, Buenos
Aires, 1989 y su libro Ciudades, provincias, Estados: orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Ariel
Historia, Biblioteca del Pensamiento Argentino, Buenos Aires, 1997, donde se discute a esta cuestión
señalando la importancia del libro de ROSENBLAT, Ángel El nombre de la Argentina, Eudeba, Buenos
Aires, 1964.

98
prohistoria 12 - 2008

bra “criollo”, en el sentido que le da hoy el Diccionario de la RAE y que registráramos ya


en el padre Acosta a fines del XVI, diciendo “criollos o hijos de los españoles nacidos en
América”.19
Volvamos entonces a Mitre. En la página 194 se cita a “Don Cornelio Saavedra, jefe
de la legión patricia, le recordaba estas gloriosas hazañas […] en un lenguaje atrevido, que
revelaba un arrogante sentimiento de nacionalidad ‘Me atrevo a felicitar a los americanos
[…] que realzando el mérito de los que nacimos en Indias […] no son inferiores a los
europeos españoles…’” [destacados nuestros]. Aquí, efectivamente, está acudiendo Mitre
a las palabras, las verdaderas palabras, que utilizara Saavedra o cualquiera de los “patrio-
tas” de 1810 para autodefinirse: americano o español americano, por oposición a español
europeo y por supuesto, estas palabras poco revelan “un arrogante sentimiento de naciona-
lidad” como dice el historiador, dado que españoles americanos había desde la Patagonia
hasta California salvo, obviamente, que estemos hablando de una (hipotética) nación es-
pañola americana. En realidad, si nos referimos a otras obras de Mitre, la palabra “crio-
llo” aparece muy pocas veces en el sentido de “hijos de españoles nacidos en América”
como, por ejemplo, en “El pino de San Lorenzo”, en sus Páginas de historia20 donde dice,
refiriéndose al pueblo de Yapeyú: “Allí nació José de San Martín, el más grande de los
criollos del nuevo mundo, como con verdad y justicia ha sido apellidado”, nótese que
Mitre tomaba este uso de la palabra de otros autores que habrían llamado de esa forma a
San Martín. Pero la segunda aparición de la palabra en estas mismas Páginas de historia
se produjo en un contexto totalmente diferente, pues hablando del sitio de Montevideo en
1843, en “Un episodio troyano”, cuando se refería a “negros emancipados” afirmaba que
eran “criollos unos y africanos los mas”; aquí la utilización del término es la más tradicio-
nal rioplatense y se refiere claramente a la población de origen africano nacida en el Plata.
Vale decir que, al parecer, en Mitre la palabra no tiene claramente el sentido de “patriotas
criollos”, pues subsiste una fuerte ambigüedad en su uso.
Pasemos ahora a Vicente Fidel López, en su obra mayor Historia de la República
Argentina, su origen, su revolución y su desarrollo político hasta 1852, en diez volúme-
nes, editada en Buenos Aires en 1883.21 En la página V del volumen I, en su “Prefacio”, el
autor nos daba una idea de su plan de trabajo: “La República Argentina es una evolución
espontánea de la nacionalidad y de la raza española, comenzada en un desierto de la Amé-
rica del Sur…” y más adelante afirmaba “…su organismo moral [encerraba] desde enton-
ces el germen de un crecimiento propio […] divergente del de su metrópoli…”, diciendo
en la página VII: “Si la Historia Colonial no sirve para revelarnos el desarrollo político de
una sociedad incipiente que […] ha podido salir de las envolturas españolas para constituir
una nacionalidad vigorosa […] esa historia no tendría sentido a nuestros ojos…” o más

19 AZARA, Félix de Viajes por la América Meridional, Austral, Madrid, 1969 [1808], pp. 280-281.
20 MITRE, Bartolomé Páginas de historia, Calomino, La Plata, 1944 [1906].
21 Carlos Casavalle Editor, Buenos Aires, 10 volúmenes, 1883-1893.

99
JUAN CARLOS GARAVAGLIA “Una breve nota...”

adelante en la VIII: “De la Historia Colonial a la Revolución de Mayo de 1810 no hay


solución de continuidad. Los mismos principios y los mismos acontecimientos que comen-
zaron a obrar desde los últimos días del siglo XVI, son los mismos que hicieron crisis y
obraron desde los primeros días del siglo XIX hasta estos momentos.” La idea es clara:
desde el siglo XVI había “algo” que ya estaba presente y que (pre)anunciaba la nación del
siglo XIX.
López terminó su capítulo XIX, en la página 421, con un párrafo que no tiene desper-
dicio: “Con estos progresos materiales y con las victorias alcanzadas sobre los portugue-
ses, el espíritu de los naturales se había hecho viril y arrogante. En el fondo de su carácter
nacional (permítasenos decirlo) descubríase una confianza marcial, algo petulante y audaz
si se quiere, sobre todo en el porteño…” [destacados del autor] y en la página 583, después
de haber descrito los diferentes componentes de la población rioplatense afirmaba: “He
aquí en resumen el conjunto de nuestra población: conjunto que, a pesar de su origen
complejo, formaba ya en 1800 una masa moralmente uniforme, una verdadera nacionali-
dad con espíritu propio, que se denominaba a sí misma hijos del país ó criollos…” [otra
vez, los destacados son del autor]. ¡O sea que había ya “una verdadera nacionalidad”! Y
aquí “criollos” está tomado en el sentido de “hijos de españoles nacidos en América”.
Pero López, hablando de las “Invasiones Inglesas”, decía: “Nuestro pueblo, digan lo
que quieran los que no han meditado bien estas cosas, era esencialmente español y tan
español como cualquiera otra de las provincias de España…” [destacado en el original]. Y
frente al enemigo inglés: “Sucedió –lo que era natural que sucediese: españoles peninsula-
res y españoles criollos se refundieron todos en un mismo sentimiento contra la conquista
inglesa” (p. 603). Los “españoles criollos” eran en realidad los “españoles americanos” y
no hay dudas de que aquí López se enreda un poco las patas, pues si ya había una “verda-
dera nacionalidad con espíritu propio”, ¿cómo se concilia eso con la idea de que ese mis-
mo pueblo, sustento de la nacionalidad argentina, era “español, tan español como cual-
quiera otra de las provincias de España”? En realidad, López estaba hablando de raza y no
de nación, hay una raza española que en el Plata conforma la nacionalidad argentina…Y
para que no queden dudas, en la página 80 del volumen II, dice: “Verdad es que éramos
españoles y que es proverbial la indomable terquedad de nuestra raza” [el destacado es
nuestro], en este caso, López parece estar hablando como un español de raza, ¡pero que es
argentino de nacionalidad! Para salir de este impasse la solución del autor es hablar de un
“patriotismo local” basado en “la lengua, en la raza, en la religión, en la familia, en el
territorio”, como si hiciera referencia a algo similar a ese “doble patriotismo” que mencio-
nan algunos autores para los casos británico y español contemporáneos.22

22 Para Cataluña y España ver FRADERA, Josep M. Cultura nacional en una sociedad dividida. Cataluña,
1838-1868, Marcial Pons, Madrid, 2003, p. 35; sobre este concepto de “doble patriotismo” en el caso
británico, consultar COLLEY, Linda “Whose Nation? Class and National Consciousness in Britain, 1750-
1830”, en Past and Present, núm. 113, 1986, pp. 97-117.

100
prohistoria 12 - 2008

Ahora bien, lo que resulta notable es que López usaba en abundancia el término
“criollo” en el sentido específico que este tenía en el Río de la Plata; en el tomo III, cuando
describía la ciudad de Buenos Aires de la época de la Revolución de Independencia, ha-
blando de las orillas, nos figuraba una “…zona bastante selvática, ocupada aquí y allí por
extensos suburbios repletos de población criolla, que eran también madrigueras de deser-
tores o de perdularios alzados contra la autoridad pública”; la descripción sigue y la opo-
sición entre “las familias acomodadas” y las “familias criollas de menos haberes” en cuan-
to a la extensión de sus terrenos deja ver, una vez más, de qué hablaba cuando usaba ese
término y, como si no estuviese lo suficientemente claro, al mencionar la independencia de
los habitantes de esas orillas afirmaba que: “Aun hoy mismo es rarísimo y casi imposible
sujetar al criollo al servicio de las familias inmigrantes…”. En una palabra, el uso de
“criollo” está aquí estrictamente aplicado en el sentido que tenía –en ambas márgenes del
Plata– para referirse a los “paisanos”. Por supuesto, ese también es el sentido que señala
Adolfo Prieto en su conocido libro sobre el discurso, los clubes y asociaciones criollistas,23
el que utilizan diversas obras a partir de esa época –las ya citadas de Hilario Ascasubi y
José Hernández o la contemporánea del oriental Antonio Lussich–24 y muchas otras poste-
riores, como las de Martiniano Leguizamón en De cepa criolla25 o Godofredo Daireaux en
Tipos y paisajes criollos26 y el que todavía se puede ver en nuestros días en infinidad de
publicaciones y folletos sobre las “fiestas de la tradición”. Señalemos que el uso del térmi-
no en este sentido se extendió más allá del Río de la Plata y lo vemos así utilizado en la
poesia crioula de la literatura nativista tan popular en Rio Grande do Sul. No olvidemos
tampoco el uso de la palabra en las clasificaciones de algunos animales domésticos
rioplatenses: hay ovejas “criollas” (como las hay “mestizas” y “puras”) y sobre todo, el
indispensable compañero del gaucho, el caballo “criollo”. Estos usos confirman, por si
hacía falta, en qué ámbito circulan los que utilizan el término para tan variados destinos.

¿De dónde viene entonces ese uso de “criollos” para referirse a los “patriotas” del periodo
revolucionario? Sin negar la posibilidad de que varias sean las fuentes que terminan coin-
cidiendo en este proceso, es innegable que las obras de Ricardo Levene constituyen uno de
los puntales; sobre todo, la monumental Historia de la Nación Argentina,27 obra colectiva
realizada bajo su dirección y auspiciada por la Academia Nacional de la Historia, cuya

23 PRIETO, Adolfo El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, Sudamericana, Buenos


Aires, 1988.
24 LUSSICH, Antonio Los tres gauchos orientales. Coloquio entre los paisanos Julián Giménez, Mauricio
Baliente y José Centurión sobre la Revolución Oriental en circunstancias del desarme y pago del ejército,
Imprenta de La Tribuna, Buenos Aires, 1872 (el libro está dedicado a José Hernández).
25 LEGUIZAMÓN, Martiniano De cepa criolla, Solar-Hachette, Buenos Aires, 1961 [1908].
26 DAIREAUX, Godofredo Tipos y paisajes criollos, Agro, Buenos Aires, 1945.
27 Ver, por ejemplo, LEVENE, Ricardo “La asonada del primero de enero de 1809”, en Historia de la Nación
Argentina, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1939, Vol. V, primera sección.

101
JUAN CARLOS GARAVAGLIA “Una breve nota...”

publicación comenzó a mediados de los años 1930s. (aun cuando ya en el primer tomo de
Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno28 dado a imprenta en
1920, aparecía claramente esa identificación entre “criollos” y “patriotas americanos”).
Dada la influencia y difusión que las obras de Levene tuvieron en la transmisión pedagógi-
ca de los acontecimientos de 1810 en la Argentina de aquellos años, parece plausible ima-
ginar que esta es una de las matrices principales, sino la primordial, de este encadenamien-
to entre los “criollos” y los “patriotas”.
En todo caso, está fuera de dudas que el calificativo de “criollo” proferido por algún
vecino en 1810 para nombrar, por ejemplo, a un personaje como el orgulloso don Cornelio
Saavedra, si hubiera llegado a oídos de ese coronel de los ejércitos de Su Majestad y gran
propietario en el rincón de Otálora, le habría valido al deslenguado una cita en el campo
del honor… Como vimos, fue la historiografía posterior, sobre todo la del siglo XX, la que
acudió a esa palabra para referirse a los vecinos prestigiosos que actuaron en ocasión de la
Revolución de Independencia; lo hizo, acuñando –sin saberlo, como Monsieur Jourdan–
un concepto nuevo, tomándolo del uso de esa palabra en otras regiones de América y en
España. Pero, como lo señala bien Reinhart Koselleck, siempre es peligroso hacer remon-
tar hacia el pasado una palabra cuyo significado ayer y hoy es –al menos en el área platina,
es decir, incluyendo Rio Grande do Sul– totalmente distinto; en especial, si lo que se está
intentando hacer es designar un fenómeno social a todas luces diferente y bien alejado de
los paisanos “criollos”, como era el de los “españoles americanos” del periodo
independentista. Por supuesto, el problema espinoso es cómo hacer, en esta época de pa-
trióticos fastos bicentenarios, para resaltar a la nación naciente y a sus constructores
primigenios llamándolos “españoles” (americanos) y es así como, por comodidad, termi-
namos por acudir a un apelativo en el que ellos no se reconocerían y que rechazarían
indignados, claro está, si estuvieran en condiciones de escucharnos…

28 LEVENE, Ricardo Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, Facultad de Dere-
cho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1920, Tomo I.

102
I mágenes especulares
Educación, laicidad y catolicismo en Santa Fe,
1900-1940*

DIEGO A. MAURO

Resumen Abstract
El presente trabajo se interroga en torno a las The present work studies the relationships
relaciones entre catolicismo y laicismo en el between catholicism and laicism in the
terreno educativo. Se pregunta, en particular, educational field. In particular, it wonders about
sobre la consistencia historiográfica de las imá- the historiographic consistency of the images
genes construidas como reflejo de la tesis del built as a reflection of the “catholic rebirth”
“renacimiento católico”. Según estos cuadros, thesis. According to these frames, the
la contracara del denominado “renacimiento” counterpart of the so called “rebirth” would have
habría sido el ocaso de una “Argentina laica y been the decline of a “lay and liberal Argentina”,
liberal”, consagrada en términos educativos en established in educational terms by the 1420 law.
la ley 1420. Partiendo de estas visiones From this point of view, the text discusses, for
especulares, el texto se propone discutir, para the case of Santa Fe, some of the arguments
el caso de la provincia de Santa Fe, algunos de fenced behind the “lay postal”, in light of the
los argumentos esgrimidos tras la “postal debates arisen upon the theories of the
laicista”, a la luz de los debates abiertos en tor- “secularization” and of the “modernity”.
no a las teorías de la “secularización” y de la
“modernidad”.

Palabras clave Key Words


Laicidad – catolicismo – educación – seculari- Laicism – catholicism – education –
zación – modernidad secularization – modernity

Recibido con pedido de publicación el 28/08/2008


Aceptado para su publicación el 22/11/2008
Versión definitiva recibida el 06/12/2008
Diego Mauro es docente de la Facultad de Humanidades y Artes
de la UNR y becario doctoral de CONICET
diegoalemauro@hotmail.com

MAURO, Diego “Imágenes especulares. Educación, laicidad y catolicismo en Santa Fe, 1900-1940”,
prohistoria, Año XII, número 12, Rosario, Argentina, primavera 2008, pp. 103-116.
* Agradezco a Miranda Lida sus agudos comentarios y el envío digital de algunos materiales.
DIEGO A. MAURO “Imágenes especulares...”

“…esta ciudad estaba significada como cen-


tro laico […] con las rotundas manifesta-
ciones públicas de reafirmación de fe habrá
de rectificarse aquel concepto que […] no
reposaba en nada serio”.
La Capital, Rosario, 13 de octubre de 1933

L
a década de 1930, conocida como la “década infame”, también ha sido bautizada
más recientemente como los años del “renacimiento católico”. La expresión fue
utilizada tanto por actores de la Iglesia católica como por otros que, como en la cita
del diario La Capital, entre asombrados y molestos, observaban el fenómeno con aprehen-
sión. Por entonces, bastaba con echar un vistazo a las multitudes reunidas durantes los
congresos eucarísticos para que la idea misma de “renacimiento” cobrara sentido. Esta
imagen, retomada por la historiografía de las últimas décadas, tuvo la virtud, sin dudas, de
dar cuenta del vigor y de las energías de un catolicismo que se parecía poco al de fines del
siglo XIX y que ocupaba de manera creciente lugares estelares tanto política como
culturalmente.1
Durante las primeras décadas del siglo XX la Iglesia católica se transformó y el
denominado “renacimiento” estuvo vinculado con la emergencia de un catolicismo popu-
lar que, después de varias décadas de expansión tentacular, se mostraba como nunca antes
dispuesto a hablar un lenguaje de masas.2 Durante la década de 1930 las multitudes que
ocuparon las calles tras la ola de congresos eucarísticos que sacudieron a lo largo y a lo
ancho las principales ciudades del país adquirieron una notoriedad hasta entonces desco-
nocida. Si bien se consumó un cambio de escalas, lo cierto es que estas movilizaciones
masivas no eran nuevas sino, más bien, el resultado de por lo menos dos décadas de avan-

1 La imagen sobrevuela los principales trabajos, entre ellos se cuentan los ya “clásicos” de ZANATTA, Loris
Del Estado Liberal a la Nación Católica. Iglesia y ejército en los orígenes del peronismo, 1930-1943,
Buenos Aires, UNQ, 1996 y Perón y el mito de la Nación católica. Iglesia y ejército en los orígenes del
peronismo, 1943-1946, Sudamericana, Buenos Aires, 1999; el trabajo pionero de MALLIMACI, Fortunato
Catolicismo integral en la Argentina, 1930-1946, Biblos, Buenos Aires, 1988 y, entre otros, el más recien-
te “Los diversos catolicismos en los orígenes de la experiencia peronista”, en MALLIMACI, Fortunato y DI
STEFANO, Roberto Religión e imaginario social, Manantial, Buenos Aires, 2001.
2 Entre los intentos recientes por pensar las “calladas transformaciones” del catolicismo en las primeras
décadas del siglo XX cabría mencionar el trabajo de ROMERO, Luis Alberto “La política en los barrios y
en el centro: parroquias, bibliotecas populares y politización antes del peronismo”, en KORN, Francis y
ROMERO, Luis Alberto Entreguerras: la callada transformación, 1914-1945, Sudamericana, Buenos
Aires, 2006; LIDA, Miranda “Iglesia y sociedad porteñas. El proceso de parroquialización de la arquidiócesis
de Buenos Aires, 1900-1928”, en Entrepasados, núm. 28, Buenos Aires, 2005 y “La prensa católica y sus
lectores en la Argentina, 1880-1920”, en Tiempos de América. Revista de historia, cultura y territorio,
núm. 13, Castellón, España, 2006 y, entre otros, el de MAURO, Diego “La Iglesia católica argentina entre
el orden y las prácticas, Santa Fe 1900-1935”, en Rábida, UHU, Huelva, 2008, en prensa.

104
prohistoria 12 - 2008

ces y retrocesos. No obstante, hacia 1934 las circunstancias políticas habían cambiado y
los nuevos tiempos fueron importantes a la hora de mostrar, y en cierto punto producir, la
masividad católica.3 El general Agustín Justo junto al cardenal Pacelli en Buenos Aires y
en Santa Fe Manuel María de Iriondo junto al obispo Nicolás Fasolino durante el Congre-
so Eucarístico Diocesano de 1933, fueron fotos repetidas y frecuentes que a través de los
diarios impregnaron las retinas de los lectores.
Lo que nos interesa analizar en estas páginas no son precisamente estas postales del
“renacimiento católico” sino las imágenes especulares sobre las que se hilvanaron dichos
cuadros y a partir de ellos buena parte de las interpretaciones sobre la Iglesia y el catolicis-
mo de la década de 1930. Nos referimos a la postal de la “argentina liberal y laica”.4 Esta
proyección especular sobrevuela las reconstrucciones historiográficas del período que
confluyen, como se ha señalado recientemente, en enfoques que podrían calificarse de
discontinuistas.5 En otras palabras, si las multitudes católicas eran el ícono de cambios
profundos y vertiginosos, esto implicaba necesariamente que lo que se había dejado atrás
era esencialmente diferente. El mito de la argentina laica se dibuja así, vagamente, como
una alteridad necesaria en términos funcionales en relación con la arquitectura de las prin-
cipales interpretaciones historiográficas sobre el catolicismo de masas de 1930 y sus co-
nexiones con el fenómeno peronista.6 En este sentido, se daba por descontado que la “Ar-
gentina populista” y la “nación católica” habían enterrado hacia los años 1930s. una “Ar-
gentina liberal y laica”. Llamativamente, cabría señalar que estas eran exactamente las
mismas interpretaciones que difundían en clave militante los dirigentes y cuadros de la
Acción Católica Argentina durante los años 1930s. y 1940s.
En este marco, la educación se convirtió en un área en la que la dicotomía encontró
argumentos que parecían confirmarla y la cuestión de la “enseñanza religiosa” ganó

3 Sobre el catolicismo de masas y las movilizaciones ver LIDA, Miranda “El catolicismo de masas en la
década de 1930. Una revisión historiográfica”, en II Jornadas de Historia de la Iglesia en el NOA, 15, 16
y 17 de mayo de 2008. He trabajado la cuestión en MAURO, Diego “La Virgen de Guadalupe en Argentina.
Movilización y política en el catolicismo. Santa Fe, 1920-1928”, en Secuencia, Instituto Mora, México,
2009, en prensa.
4 Miranda Lida ha llamado recientemente la atención sobre el rol jugado por el “mito laico” en el discurso
integrista y en esta dirección ha propuesto pensar la “tesis de la romanización” como el “perfecto reverso”
de la de secularización. Ver LIDA, Miranda “La Iglesia Católica en las más recientes historiografías de
México y la Argentina. Religión, modernidad y secularización”, en Historia Mexicana, núm. 224, El Cole-
gio de México, México, abril-junio de 2007; “La prensa católica y sus lectores en Buenos Aires, 1880-
1920”, en Prismas, núm. 9, UNQ, Buenos Aires, pp. 119-131.
5 Sobre la historiografía de la Iglesia católica ver DI STEFANO, Roberto “De la teología a la historia: un siglo
de lecturas retrospectivas del catolicismo argentino”, en Prohistoria, núm. 6, Rosario, 2002; también de
LIDA, Miranda “La Iglesia Católica...”, cit.
6 Además de los trabajos de Zanatta se cuentan, entre otros, los de CAIMARI, Lila Perón y la Iglesia Cató-
lica. Religión, Estado y sociedad en la Argentina (1943-1955), Ariel, Buenos Aires, 1995 y BIANCHI,
Susana Catolicismo y peronismo. Religión y política en la Argentina, 1943-1955, Prometeo-IEHS, Buenos
Aires, 2001.

105
DIEGO A. MAURO “Imágenes especulares...”

historiográficamente particular fuerza, siguiendo el clima político de la época. Su “rein-


corporación” en 1943 fue vista de este modo como la oficialización del fin de la “Argenti-
na laica y liberal” que había emergido claramente en la década de 1880 y cuyo ícono más
representativo había sido precisamente la ley 1420, derogada por el popular novelista y
representante del integrismo católico, Gustavo Martínez Zuviría. Ahora bien, de este juego
de espejos se imponen, a poco de tomar cierta distancia, algunos interrogantes: ¿qué tan
laica fue esa Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX? ¿Qué ocurrió, más allá
de los debates parlamentarios incansablemente transitados con la ley 1420? Y, particular-
mente, ¿qué ocurrió en las provincias? Finalmente, ¿qué tan consistentes fueron en el te-
rreno educativo los intentos laicizadores?
La presente intervención obviamente no pretende contestar ninguna de estos
interrogantes. Las páginas que siguen proponen sólo una entrada problemática al caso
santafesino y un ejercicio de revisión de la postal laicista de cara a la realización de futuras
investigaciones que permitan, tal vez, comenzar a hacer a un lado la mecánica de las visio-
nes especulares.

Algunos argumentos tras la postal laica en educación


La proyección de los debates en torno a la ley 1420 y a comienzos del siglo pasado la
denominada “ley Láinez” fueron claves en la construcción retrospectiva del rostro laico de
la Argentina moderna.7 La educación emergió así como un terreno paradigmático en la
construcción de una modernidad que parecía confirmar algunas de las tendencias que se
habían ido dibujando durante la segunda mitad del siglo XIX.8
En Santa Fe, estas imágenes dicotómicas y las interpretaciones correspondientes no
fueron demasiado diferentes y, aún con matices, también la década de 1930 se concibió
como poniendo punto final al pasado liberal y laico que, principalmente en el caso de
Rosario, se consideraba particularmente firme y arraigado.9 Esta imagen especular no se
construyó, sin embargo, sólo como una proyección residual, por el contrario una relativa-
mente numerosa y renovada producción historiográfica local permite, sobre todo para

7 Como ejemplos de la mirada católica ver El Pueblo, 15 de abril de 1900; 21 de julio de 1903 y 9 de
noviembre de 1904.
8 Me refiero, entre otros, a los clásicos trabajos de GONZÁLEZ BERNALDO DE QUIRÓS, Pilar Civilidad
y política en los orígenes de la Nación Argentina, FCE, Buenos Aires, 2001 y SABATO, Hilda La política
en las calles. Entre el voto y la movilización, Buenos Aires, 1862-1880, UNQ, Buenos Aires, 2004.
9 Para el caso santafesino se cuentan los trabajos de MACOR, Darío “Las tradiciones políticas en los oríge-
nes del peronismo santafesino”, en MACOR, Darío y TCACH, César La invención del peronismo en el
interior del país, UNL, Santa Fe, 2003 y “Católicos e identidad política”, en MACOR, Darío Nación y
provincia en la crisis de los años treinta, UNL, Santa Fe, 2005. También de IGLESIAS, Eduardo y MACOR,
Darío El peronismo antes del peronismo. Memoria e historia en los orígenes del peronismo, UNL, Santa
Fe, 1997; IGLESIAS, Eduardo “El retorno de Cristo a las escuelas fiscales. La influencia de la Iglesia
Católica en la política educativa del Estado santafesino durante la Revolución del 4 de junio”, en I Congre-
so Regional de Historia e Historiografía, UNL, Santa Fe, 2004.

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prohistoria 12 - 2008

Rosario, si no confirmar al menos insuflar de un cierto vigor al “mito liberal y laico”.10 La


llamativa inexistencia de investigaciones sobre la Iglesia católica y el catolicismo entre
fines del siglo XIX y 1930 en el ámbito local y regional puede ser atribuida en parte al peso
que dichas imágenes contrastantes jugaron prerreflexivamente en las elecciones temáticas.
En este sentido, las elecciones y recortes problemáticos podrían estar dando cuenta de una
visión particular sobre la modernidad que, tal como ha señalado Peter Burke, entre otros,
sólo reconocería su rostro laico.11 Los enfoques emergentes de la idea de modernidad, en
términos más filosóficos que historiográficos, se han encontrado a veces demasiado ape-
gados a las dicotomías de la sociología clásica de la cual nacieron y a las teorías de la
secularización de matriz decimonónica. Como señala Roberto Di Stefano, quizás el pro-
blema sea precisamente la pervivencia de estos enfoques que entienden la “…seculariza-
ción no simplemente como un proceso de distinción y separación de esferas […] sino más
bien como una suerte de destino ineluctable que impondría a la religión el repliegue defi-
nitivo” y en el largo plazo “su desaparición”.12
Más allá del peso que el “mito de la laicidad” juega en las interpretaciones sobre los
años 1930s. y 1940s., lo cierto es que, en realidad, no se cuenta con investigaciones espe-
cíficas y de base sobre la educación en las primeras décadas del siglo XX en Santa Fe.

10 La producción en esta dirección es relativamente abundante. Recientemente algunos trabajos colectivos de


síntesis permiten, en perspectiva, repensar la ciudad entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX; ver
FERNÁNDEZ, Sandra –directora– Sociabilidad, corporaciones, instituciones (1860-1930), Tomo VII de
BARRIERA, Darío –director– Nueva Historia de Santa Fe, Prohistoria-La Capital, Rosario, 2006;
BONAUDO, Marta –compiladora– Imaginarios y prácticas de un orden burgués, Rosario, 1850-1930,
Prohistoria, Rosario, 2005. También SONZOGNI, Élida y DALLA CORTE, Gabriela –compiladoras– Inte-
lectuales rosarinos entre dos siglos. Clemente, Serafín y Juan Álvarez. Identidad Local y esfera pública,
Prohistoria-Manuel Suárez, Rosario, 2000. Aunque anterior, permanece vigente la compilación de
ASCOLANI, Adrián –compilador– Historia del sur santafesino. La sociedad transformada (1850-1930),
Platino, Rosario, 1993.
11 BURKE, Peter Historia y teoría social, Amorrortu, Buenos Aires, 2007, p. 206.
12 El debate sobre los conceptos de secularización y laicización posee, hoy en día, enormes e inabarcables
dimensiones, al menos para una intervención de estas características. Saltearemos el debate y aún a riesgo
de simplificar demasiado, intentaremos definirlos de manera restringida. Por laicidad entendemos lo que
concierne ante todo al lugar y al rol de la religión en el campo institucional, precisamente lo que Dobbelaere
concibe en los términos de diferenciación estructural y funcional de las instituciones. La secularización, tal
como insiste Baubérot, estaría más vinculada a la dinámica social, al pasaje de una cultura religiosa más o
menos socialmente abarcativa a una creencia limitada correspondiente a una parte específica de la cultura.
La secularización implicaría así una reorganización de la esfera religiosa y no su retracción o “decadencia”
social. Para una introducción al debate ver DOBBELAERE, Karel Secularización. Un concepto
multidimensional, Universidad Iberoamericana, México, 1994 y CIPRIANI, Roberto Manual de sociolo-
gía de la religión, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004; también LUCKMANN, Thomas y BERGER, Peter
Modernidad, pluralismo y crisis de sentido. La orientación del hombre moderno, Paidós, Buenos Aires,
1997. En el marco del caso argentino ver DI STEFANO, Roberto “Presentación” al dossier “Católicos en el
siglo: cultura y política”, en Prismas, núm. 9, Buenos Aires, 2005 y LIDA, Miranda “Viejas y nuevas
imágenes de la Iglesia: el catolicismo ante la crisis de los grandes relatos de la modernidad. Un ensayo”, en
Pensar, núm. 2, CIESO-UNR, Rosario, 2007.

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DIEGO A. MAURO “Imágenes especulares...”

Algunos recientes trabajos han logrado despegarse de viejas lecturas pero aún así no al-
canzan a cubrir lo que constituye un terreno de enormes dimensiones casi inexplorado.13
Aún así, el “mito de la laicidad” sobrevuela los pasos de la modernidad y no por ello ha
dejado de ofrecer un espejo contrastante para pensar los años 1930s.
En lo que refiere al caso santafesino, ante todo cabría señalar que desde el punto de
vista constitucional la ley 1420, calificada a veces como laicización incompleta dado que
permitía a los sacerdotes enseñar el catecismo fuera del horario de clases, no llegó a plas-
marse precisamente en sus aspectos laicizadores. La ley de educación provincial que adecuó
la nacional en 1886 mantuvo entre los contenidos mínimos, como ocurrió en Córdoba, la
enseñanza de la religión y moral católicas. Se ha señalado, sin embargo, que en Rosario la
ley nacional se habría aplicado sin modificaciones a través del Consejo Escolar Municipal
desde 1887; la experiencia fue relativamente breve y hacia 1890 el Consejo Escolar fue
disuelto y las escuelas que dependían de él transferidas al Consejo General de Educación
de la Provincia regido bajo la ley de 1886. Desde este punto de vista, aún cuando el discur-
so pedagógico desde el Estado sufrió una cierta laicización desde fines del siglo XIX, en
los hechos la ley no fue modificada. Incluso durante la gestión del radical liberal Manuel
Menchaca, partícipe de las tramas de librepensamiento de la ciudad de Santa Fe, la situa-
ción legal permaneció inalterada.
También se ha insistido en el supuesto impacto no solo laicizador sino también so-
cialmente secularizador de las escuelas creadas a partir de 1905 bajo la Ley Láinez. Estas
escuelas que dependían del gobierno nacional se regían por la ley 1420 por lo que no
incorporaban la religión católica entre sus contenidos mínimos. Las escuelas Láinez tuvie-
ron una rápida expansión y, no estando vigente la ley 1420 en la provincia, fueron uno de
los más firmes indicios del supuesto crecimiento de una modernidad laica.14 Se ha llegado
a afirmar, incluso, que a través de ellas se esparcía lo que se calificó de “hálito
secularizador”.15 Sin embargo, más allá de los intentos por pensar a las Láinez como una
“institución fordista”, los niveles de deserción escolar que revelan los censos abren un
abanico extendido de dudas sobre su oblicuo rol como “fábricas de modernidad laica”. La

13 Ver los trabajos de CALDO, Paula “La escuela. Entre el estado, la comunidad y el espacio asociativo” y “La
práctica educativa”, en FERNÁNDEZ, Sandra Sociabilidad, corporaciones…, cit., pp. 139-186. También
PÉREZ, Alberto “Hacia la construcción de un sistema de educación pública. Las escuelas municipales de
Rosario (1860-1890)”, en ASCOLANI, Adrián La Educación en la Argentina. Estudios de Historia, Edi-
ciones del Arca, Rosario, 1999, pp. 107-129. Entre los trabajos precedentes sobre la temática, pero aún
insustituible, ver MIKIELEVICH, Wladimir “La instrucción pública en Rosario”, en Historia de las Insti-
tuciones de la provincia de Santa Fe, Santa Fe, 1972, T. V.
14 En 1915 ya educaban a cerca de 14 mil niños y a mediados de 1920 a unos 22 mil. Censos y memorias en
el Boletín de Educación, núm. 23, 1° de febrero de 1926 y Boletín de Educación, núm. 80, Santa Fe, 1° de
enero de 1932.
15 SONZOGNI, Élida “Las políticas sociales de homogeneización ciudadana. Educación y salud como cam-
pos de análisis”, en BONAUDO, Marta, REGUERA, Andrea y ZEBERIO, Blanca Las escalas de la histo-
ria comparada. Dinámicas sociales, poderes políticos y sistemas jurídicos, Miño y Dávila, Buenos Aires,
2008, p. 183.

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prohistoria 12 - 2008

deserción era un problema general del sistema y según la información del Consejo llega-
ban al tercer grado sólo un 40% de los alumnos y al quinto menos del 20%.16 A pesar de lo
grave de la situación, el escenario era aún más apremiante en el caso de las Láinez. Allí un
70% de los alumnos abandonaba los estudios en el primer año y en su gran mayoría sólo
contaban con dos grados. Las Láinez, tanto por su origen legal como por los niveles de
deserción, parecían ser estrictamente un vehículo destinado a ofrecer algunos rudimentos
mínimos de lectoescritura y aritmética general. Además, en 1927 las escuelas Láinez adop-
taron los planes que recientemente se habían aprobado desde el Consejo de Educación
para las provinciales. Si bien se mantenía la prohibición de enseñar el catecismo dentro del
horario de clases, con el nuevo plan se aplicaba a asignaturas como Historia o Moral y
Urbanismo las orientaciones pro-católicas del presidente del Consejo Ramón Doldán.17 En
este sentido, pensando sobre todo en los niveles de concurrencia media, si bien significa-
ban un cierto avance en términos de laicidad, es sin dudas excesivo atribuirles algún tipo
de poder socialmente secularizador.
Otro de los indicios de la laicización del sistema educativo habría sido el acentuado
decrecimiento de la educación católica sobre el total. Efectivamente, entre fines del siglo
XIX y 1935 la educación católica pasó de significar casi el 40% a representar poco más del
10%. A pesar de lo convincentes que pueden llegar a ser las estadísticas, cabría preguntar-
se qué significaba en los hechos esa disminución. También sería pertinente, antes de sacar
conclusiones, indagar acerca de cómo pensaba y concebía la Curia el accionar de los cole-
gios católicos. El Obispado proyectaba la ecuación educativa según varias modalidades:
colegios católicos, catecismo parroquial, misiones y enseñanza religiosa o “catecismo es-
colar”.18 De hecho, la Curia discutía explícitamente en sus reuniones privadas cómo lograr
en cada parroquia equilibrios favorables entre estos vectores. Así, por ejemplo, si se trata-
ba de un barrio anarquista se consideraba prioritario el “catecismo escolar”, es decir, la
“enseñanza religiosa”, dado que esta se impartía en el aula; pero si por el contrario se
trataba de un barrio o de una colonia agrícola mayormente católicas, muchas veces se

16 Además de los Boletines citados, las estadísticas de analfabetismo pueden consultarse en DABAT, Dolores
La instrucción primaria en Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, Instituto Social de la UNL, Santa Fe, 1930.
Otros materiales estadísticos fueron recogidos en OSSANA, Edgardo; ASCOLANI, Adrián et al. “Una
aproximación a la educación de 1885 a 1945”, en OSSANA, Edgardo –coordinador– La educación en las
provincias y territorios nacionales (1884-1945), Tomo IV de PUIGGRÓS, Adriana –directora– Historia
de la educación en la Argentina, Galerna, Buenos Aires, 1993.
17 Además de militar en las filas del radicalismo unificado había sido vocal y presidente del Círculo de
Obreros de Santa Fe y presidente de la Junta Central de los comités de Acción Católica que se habían
creado en 1921 para enfrentar a los grupos reformistas liberales que impulsaban la denominada “Constitu-
ción de 1921”; sobre Doldán ver STOFFEL, Edgar Ramón Doldán. La difusión de la doctrina social de la
Iglesia en Santa Fe desde comienzos de siglo hasta la década del 50, Arzobispado de Santa Fe de la Vera
Cruz, Santa Fe, 1997 y MAURO, Diego “Las voces de Dios en tensión. Los intelectuales católicos entre la
interpretación y el control. Santa Fe, 1900-1935”, en Signos Históricos, núm. 20, México, 2008, en prensa.
18 Ver MAURO, Diego “Catolicismo, educación y política. La enseñanza religiosa entre el estado provincial
y la curia diocesana. Santa Fe, 1910-1937”, en Estudios Sociales, UNL, Santa Fe, 2009, en prensa.

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DIEGO A. MAURO “Imágenes especulares...”

aconsejaba al cura no asistir a la escuela pública y potenciar sobre todo el catecismo


parroquial. Este era, según el Obispado, el principal vehículo catolizador. El “catecismo
escolar” era visto más bien como una apoyatura secundaria ya que no podía incorporar las
dimensiones asistencial y lúdica que se consideraban esenciales y que ponían en marcha
los templos parroquiales. Mientras la enseñanza religiosa terminaba en el aula, el catecis-
mo parroquial podía ser la puerta de entrada a otras actividades que se llevaban a cabo en
el templo. La existencia de infladores y pelotas de fútbol en los inventarios y en algunos
casos la presencia de juegos de plaza sugiere que lo lúdico ocupaba un lugar importante en
la vida de las parroquias.19 En buena parte de ellas se otorgaban, junto al catecismo, desa-
yunos y meriendas y a veces funcionaba lo que se denominaba el “ropero infantil
catequístico”. La realización de quermeses, rifas y la puesta en escena de algunas obras de
teatro también eran frecuentes y servían para recaudar fondos destinados a la adquisición
de libros de religión, de estampas, medallas y de otros insumos como lápices y papel
utilizados durante la lección semanal.
Este abanico de actividades que superaba ampliamente la estricta enseñanza del ca-
tecismo se fue incrementando durante las décadas de 1920 y 1930 en coincidencia con las
propias opiniones de los párrocos. Según muchos de ellos, el difícil e inapropiado conteni-
do de los textos era el principal obstáculo a superar y para ello eran vitales las otras activi-
dades que se organizaban, fundamentalmente los desayunos y meriendas y los diversos
juegos. Los sacerdotes allegados a Boneo coincidían con esta apreciación y consideraban,
además, que la escuela pública debía ser utilizada más bien como último recurso.20 De
hecho, se aconsejaba no gastar demasiados esfuerzos en ella sobre todo si implicaba una
menor dedicación al catecismo parroquial. Por supuesto, hacia fuera, se alentaba una en-
cendida oratoria en contra de la laicidad de la escuela pública a la que se atribuía todos los
males posibles. En varias ocasiones, incluso, la Iglesia se movilizó con virulencia en con-
tra de proyectos que pretendían laicizar la educación estatal. Sin embargo, a diferencia de
lo que pensaban las principales voces de las tramas liberales, esto preocupaba no tanto por
los potenciales efectos socialmente secularizadores, como por la posibilidad de que de
ellos derivara una laicización más definitiva que pudiera poner fin a los vínculos que ma-
terial y simbólicamente unían a la Iglesia con el Estado. Estas relaciones, que en general
permanecían bajo tierra y que a veces denunciaban las tramas liberales y librepensadoras,
incluían una amplia gama de conexiones en la forma de bonos de edificación pública,
becas, recursos editoriales y numerosos subsidios entregados regularmente a buena parte
de los colegios católicos. En esta dirección, laicización institucional y secularización so-
cial no sólo no iban de la mano sino que, en los hechos, parecían ir en direcciones contra-

19 He trabajado sobre el catecismo parroquial en Santa Fe en MAURO, Diego “Los dueños de la pelota. El
catecismo y sus rostros: fútbol, juegos y meriendas. Santa Fe (1900-1936)”, en Compilación de las II
Jornadas de Historia de la Iglesia del NOA, Tucumán, 2008, en prensa.
20 Archivo del Arzobispado de Santa Fe (en adelante, AASF), Carpeta Comisión de Vigilancia, actas del 6 de
mayo de 1909, 10 de mayo de 1910 y 7 de junio de 1915.

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prohistoria 12 - 2008

rias. Los debates de la curia sugieren que los avances del laicismo en la educción implica-
ban el fortalecimiento subterráneo del catecismo parroquial y la intensificación de las mi-
siones catequísticas. Se trata aquí, una vez más, de pensar la “secularización” como dife-
renciación o reorganización de esferas y no como “decadencia” o “extinción” de la reli-
gión. Hacia fines de la década de 1910 muchas de las parroquias llevaban a cabo frecuen-
tes misiones a lugares alejados o supuestamente desatendidos. Se recorría el barrio o,
como ocurría por ejemplo en la parroquia de Rincón, el párroco se desplazaba hasta Rin-
cón Norte y lo caminaba promocionando el catecismo a viva voz. A veces se utilizaban
casas de familia pero otras el cura se instalaba en la plaza principal. Allí al aire libre se
enseñaba el catecismo de manera similar a como se lo hacía en el templo entre juegos,
premios y meriendas.21
Como se ve, los vínculos que a comienzos del siglo XX se fueron tejiendo entre
Iglesia católica y educación eran sinuosos y capilarizados y las fronteras entre catecismo,
misiones religiosas y catecismo escolar, bastante borrosas.
En perspectiva, los colegios católicos fueron, a lo largo del período, la otra gran
apuesta de la Iglesia. Excepto algunos casos, estuvieron a cargo de las congregaciones
religiosas que los pusieron en marcha desde la segunda mitad del siglo XIX y principal-
mente a comienzos del siglo XX. Su disminución porcentual, interpretada como índice de
modernidad laica y “secularización/decadencia”, oculta el hecho de que entre 1900 y 1920
estos no sólo continuaron creciendo sino que, sobre todo en la década siguiente, lograron
consolidar una estructura educativa católica de importantes dimensiones destinada a per-
durar. La inestabilidad de muchos de los establecimientos comenzó a ser superada y, a
fines de la década de 1920, entre niños y niñas los colegios católicos educaban entre 15 mil
y 18 mil alumnos. A su vez, la mayoría ya contaba con sus propios edificios, algunos de los
cuales eran mucho más que simples escuelas y tenían cines, teatros e importantes bibliote-
cas.22
Por otra parte, tal como he estudiado en los trabajos ya citados, sus vasos comuni-
cantes con el Estado se acrecentaron y el discurso pedagógico que se había laicizado tími-
damente sufrió un acentuado revés y tanto el Boletín de Educación como el Consejo de
Educación fueron ocupados por dirigentes del laicado que defendieron las posiciones de la
Iglesia.23 En general, no se ha tenido en cuenta que, además, muchos de estos estableci-
mientos ofrecían un abanico amplio de actividades culturales y recreativas que, similares a
las que se llevaban a cabo en las parroquias, daban pie a experiencias catequísticas popu-

21 AASF, Carpeta Rincón, notas dirigidas a Boneo con fechas del 13 de octubre de 1910; 15 de enero de 1925,
s/f.
22 Ver informes y estadísticas en el Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Santa Fe (en adelante, BEDSF), 10
de diciembre de 1929.
23 Algunas de las lecturas catolizantes sobre la educación provincial pueden verse en el Boletín de Educación.
Ver las ediciones del 1° de febrero de 1926, 1° de marzo de 1926, 1° de febrero de 1927, 1° de junio de 1929
y 1° de julio de 1929.

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DIEGO A. MAURO “Imágenes especulares...”

lares como los “oratorios” o los denominados “centros de catecismo” en los que se
implementaban juegos, entre ellos el fútbol, y se ofrecían desayunos o almuerzos popula-
res. También en los colegios católicos los problemas de deserción eran muy acentuados
pero aún así revestían menos gravedad que en las escuelas públicas y mucho menos que en
las Láinez. Como se ha señalado, la menor seriedad del problema podía deberse al hecho
de que la educación católica se orientaba en parte a los sectores medios o de elite.24 Esto
parecía ser relativamente cierto ya que el catecismo, los oratorios y algunas experiencias
puntuales como las escuelas de oficios se reservaban para los sectores populares. Más allá
de esto, lo cierto es que hacia 1925 porcentualmente los colegios católicos que en primer
grado representaban poco menos del 15% del total, rondaban en el sexto entre un 25% y un
30%.25
El normalismo y las asociaciones del magisterio constituyen otro de los grandes
tópicos a ser investigados.26 Los conflictos suscitados entre curas y maestros a causa de la
enseñanza religiosa que se impartía en las escuelas públicas parecen sugerir que, tal como
reivindicaban la Unión del Magisterio de Rosario y la Federación del Magisterio de Santa
Fe, la laicidad era un reclamo que tenía predicamento entre los maestros.27 No obstante, los
maestros normales, que tan intensamente había denunciado la Iglesia,28 constituyeron en el
período entre un 25% y un 40% de la planta docente. Aún cometiendo la imprudencia de
atribuir sin investigaciones precisas y siguiendo el discurso de las jerarquías católicas un
vigoroso espíritu laicista al normalismo, más de la mitad de los maestros provenían de
escuelas normales provinciales sobre las que nada se sabe o no tenían título. En este senti-
do, sin investigaciones más específicas u otras apoyaturas, el argumento de la asociación
entre normalismo y laicidad como uno de los caballitos de batalla del discurso militante de
la Iglesia es, cuanto menos, problemático. Por otra parte, cabría agregar que durante la
década de 1930 la editorial católica Apis, que funcionaba en la imprenta del Colegio
Salesiano San José en Rosario, dio paso a un proyecto editorial que, apoyado políticamen-
te por la intervención nacional en 1935 y luego por el iriondismo, cobraría fuerza por

24 Esta hipótesis fue formulada para el caso santafesino por el trabajo ya citado de OSSANA, Edgardo;
ASCOLANI, Adrián et al. “Una aproximación…”, cit.
25 Los datos se han tomado del trabajo de DABAT, Dolores La instrucción…, cit., pp. 38-40.
26 Sobre el tema ver DE MIGUEL, Adriana “Hegemonía y clausura del discurso normalista” y VAN DER
HORST, Claudia “La Escuela Normal. Una institución para el orden”, en ASCOLANI, Adrián La educa-
ción…, cit., pp. 129-144 y 177-184.
27 El Boletín oficial recupera algunos de estos altercados, tal el caso de una supuesta “…pobrecita maestra
que arrancó [...] del pecho de uno de sus alumnos un ‘Detente’”, ver BEDSF, 10 de junio de 1929. Los
conflictos también se han registrado en la correspondencia de los párrocos con el obispo. Ver los conflictos
ocurridos en la jurisdicción de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen en torno al año 1907. El cura
rector hace saber al obispo que tres profesores de religión no están concurriendo a cumplir sus tareas y
notifica de agresiones dirigidas a su persona al intentar reemplazar a uno de ellos. Ver AASF, Carpeta de la
Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, ff. 67-68. Ver también lo ocurrido en Sunchales, AASF, Carpeta
del Consejo General de Educación (1898-1945), nota del 23 de marzo de 1918.
28 Ver algunas críticas al normalismo en El Pueblo, 9 de agosto de 1902 y 19 de enero de 1905.

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prohistoria 12 - 2008

largos años. Por entonces, Apis, en continuidad con lo que se había hecho desde la impren-
ta salesiana durante los años 1920s., editó manuales y libros de texto que a pesar de su
orientación católica fueron utilizados también en las escuelas fiscales. La presencia de la
editorial Apis abre, sin dudas, otros interrogantes: ¿Qué libros se utilizaban? ¿Quiénes los
preparaban? ¿Dónde los imprimían? A juzgar por los reclamos de las Iglesias Evangélicas
de Rosario, los libros de texto católicos circulaban con cierta regularidad en las escuelas
fiscales provinciales e incluían a veces, tal como en el caso de El Progreso Humano de
Cayetano Bruno, interpretaciones pro-católicas bastante polémicas.

Imágenes, discursos, interpretaciones


La imagen especular de la Argentina laica y liberal fue, sin dudas, claramente funcional al
discurso integrista. De hecho, fue uno de los principales recursos utilizados por la Iglesia
para movilizar al laicado y también al clero hacia actitudes más combativas. En esta tarea
las tramas liberales y librepensadoras con sus discursos anticlericales fueron uno de los
principales aliados a la hora de dar sustento a la imagen romana de una Iglesia asediada
cuya supervivencia dependía de su capacidad para ponerse en movimiento.
La Curia santafesina no fue la excepción y de hecho hizo propias estas imágenes para
lanzar y relanzar diversas cruzadas entre 1900 y 1940. La Curia fue, en este sentido, la
primera en recuperar la producción del abanico de intelectuales liberales reformistas y
librepensadores. De este modo, en sintonía con las orientaciones romanas, se trazó una y
otra vez un cuadro de crisis a través del cual se intentaba sacudir la inercia del catolicismo
de los templos y propiciar una militancia más activa. Paradójicamente, estos llamados a la
acción en nombre del avance de la laicidad y la secularización lanzados por la curia y
algunos dirigentes del laicado eran generalmente retomados luego por las mismas tramas
liberales y librepensadoras que en parte los habían motivado para alimentar diagnósticos
que, aún cuando denunciaban el “clericalismo reinante”, adscribían a la tesis de una secu-
larización/decadencia inevitable. Tal el caso de Luis Bonaparte, quien en 1920 considera-
ba que el “desconcepto de la iglesia era total” en Santa Fe debido a su “inadaptabilidad” al
“progreso de las sociedades” y al potente accionar de la “escuela laica” y “el aprendizaje
popular”.29 Mientras por un lado se agigantaba el poder de la Iglesia en el pasado, por otro
se lo ponía entre paréntesis precisamente cuando después de varias décadas de consolida-
ción institucional estaba adquiriendo un nuevo vigor.
En estas potentes imágenes Rosario ocupó un lugar central.30 Santa Fe, a pesar de
contar con tramas liberales más robustas de lo supuesto, tal como han evidenciado algunas

29 Sobre Luis Bonaparte ver BOLCATTO, Hipólito Luis Bonaparte.Un forjador de ideales, UNL, Santa Fe,
2004, pp. 241-242.
30 Sobre las imágenes de Rosario y Santa Fe en torno al Centenario ver ROLDÁN, Diego La sociedad en
movimiento. Expresiones culturales, sociales y deportivas (siglo XX), Tomo X de BARRIERA, Darío
–director– Nueva Historia de Santa Fe, Prohistoria-La Capital, Rosario, 2006. Para Rosario, FERNÁNDEZ,
Sandra “Poder local y virtud. Legitimación burguesa en el espacio local. Rosario, Argentina, en las prime-

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DIEGO A. MAURO “Imágenes especulares...”

nuevas investigaciones, era vista por las elites dirigentes rosarinas como la ciudad de la
“siesta y los campanarios” una imagen destinada a perdurar en los imaginarios sociales.31
Sin embargo, fue en Santa Fe donde se impuso electoralmente en 1922, por primera y
única vez en la provincia, un partido definido claramente por tendencias liberales y
anticlericales: el denominado Radicalismo Opositor. En sentido contrario, Rosario, aleja-
da de las influencias jesuitas, era supuestamente para intelectuales como Juan o Serafín
Álvarez el paradigma del “progreso”. Sin dudas, aquí se abren muchos interrogantes sobre
la génesis de estas imágenes. Cuanto menos son llamativas las coincidencias entre algunas
de las operaciones intelectuales de principios del siglo XX, a manos de las elites locales y
la curia eclesiástica, y las posteriores interpretaciones historiográficas. En otras palabras,
cabría preguntarse sobre el impacto historiográfico de aquellas visiones laicas de la mo-
dernidad (en las cuales Rosario ha sido una pieza importante).32 El vertiginoso crecimiento
poblacional33 y la activa presencia anarquista a comienzos del siglo XX estaban lejos de
ser indicios de una irrefrenable secularización social, entendida como “decadencia o re-
tracción”, aún cuando la Curia la denunciara en términos bastante catastrofistas.34
En esta dirección, ambas interpretaciones –la de las tramas liberales y la de la curia–
tenían, como se ve, objetivos diferentes aunque bastante similares. Mientras la curia inten-
taba victimizarse agigantando las adversidades para sacudir el catolicismo de los templos
y estimular la militancia en los párrocos, las tramas liberales recibían con regocijo estas
imágenes que parecían confirmar el sentido de la historia que habían aprendido en la so-
ciología decimonónica. Tal como las publicaciones librepensadoras señalaban, se creía
estar dejando atrás, como durante la Convención Constituyen de 1921, aquello que Comte
había bautizado como el estadio metafísico.

ras décadas del siglo XX”, en GARCÍA JORDÁN, Pilar –editora– Estado, región y poder local en América
Latina, siglos XIX y XX. Algunas miradas sobre el estado, el poder y la participación política, UBe/
TEIAA, Barcelona, 2007, pp. 229-250.
31 Ver las recientes intervenciones de GRANDINETTI, Bibiana “Una manifestación liberal en las ‘trincheras
del clericalismo’. El mitin de protesta contra la donación de terrenos a los jesuitas. Santa Fe, 1907”, en III
Congreso Nacional sobre Problemáticas Sociales Contemporáneas, FHUyC/UNL, 4, 5 y 6 de octubre de
2006 y “La configuración identitaria de un colectivo anticlerical: el Movimiento Librepensador de Santa
Fe, 1905-1921”, en II Jornadas de Historia de la Iglesia en el NOA, 15,16 y 17 de mayo de 2008.
32 Ver, entre otros, SONZOGNI, Élida y DALLA CORTE, Gabriela Intelectuales entre…, cit., pp. 9-11; 17-
19.
33 La población de la provincia pasó de 220 mil habitantes en 1887 a 900 mil en 1914. La tasa de crecimiento
anual entre 1887 y 1895 fue de 76/1000. El proceso fue particularmente acentuado en Rosario que hacia
1914 rondaba los 245 mil habitantes. Ver sobre estos procesos de transformación SONZOGNI, Élida y
BONAUDO, Marta “Cuando disciplinar fue ocupar. Santa Fe 1850-1880”, en Latin America Perspectives,
núm. 1, Riverside, California, 1997 y SONZOGNI, Élida “Un mundo en cambio”, en BONAUDO, Marta
–directora– La organización productiva y política del territorio provincial, 1853-1912, Tomo VI de BA-
RRIERA, Darío –director– Nueva Historia de Santa Fe, Prohistoria-La Capital, Rosario, 2006.
34 Sobre el anarquismo en Rosario ver FALCÓN, Ricardo La Barcelona Argentina, Laborde, Rosario, 2005.

114
prohistoria 12 - 2008

Ahora bien, más allá de estas postales: ¿qué tan laica fue, entonces, la educación en
Santa Fe a comienzos del siglo XX? ¿Qué tan laicos eran los rostros de la modernidad y
qué tan inadaptable se mostró en el terreno educativo la Iglesia católica? La sociedad y la
política, como así también la Iglesia, se transformaron rápidamente durante las primeras
décadas del siglo XX. A fines del siglo XIX la joven diócesis se había dividido sobre la
base de las capellanías existentes en 46 parroquias, 44 de ellas en el territorio santafesino.
Hacia 1910 entre parroquias y viceparroquias se había superado el centenar y a comienzos
de 1930 rondaban las 150. Santa Fe, la “ciudad de los campanarios” había pasado de
cuatro a once y Rosario la ciudad “fenicia y desalmada”, “anarquista y atea” según la curia
diocesana, de cuatro a trece.35 Por entonces, a las cofradías y asociaciones católicas se
sumaba el accionar de los círculos de obreros desde donde también se enseñaba el catecis-
mo y se hacía uso del cine para atraer a los niños. Algo que al menos en Santa Fe y Rosario
se llevó a cabo durante toda la década de 1920.36 Esta transformación silenciosa también
adquirió relevancia en el caso de los colegios católicos, muchos de los cuales contaban por
entonces con oratorios y realizaban periódicas misiones catequísticas. El propio Obispa-
do, preocupado por las dimensiones que había adquirido la ciudad, dio el puntapié inicial
para la instalación de dos colegios populares –uno de ellos, hacia 1909, en “Refinería”,
barrio obrero y anarquista.37 En 1910 los colegios católicos ya eran medio centenar y hacia
1930 superaban holgadamente la centena.
A pesar de estos acelerados cambios, Boneo repetía –para regocijo de los centros de
librepensamiento– que la “Iglesia era una ciudadela asediada” por el laicismo y que sus
enemigos estaban prestos a saquearla. Mientras este discurso ganaba fuerza –y en el caso
de Rosario parecía confirmar la visión de parte de su elite dirigente– la Iglesia católica se
expandía tentacularmente en modos difícilmente comparables. En los hechos, más allá de
los discursos, el resultado de los intentos laicizadores y en términos generales de los pro-
cesos de secularización, fue el fortalecimiento institucional, social y cultural de la religión
católica.
En este marco, la cuestión educativa se convirtió –a través del catecismo, las misio-
nes, los colegios católicos y la enseñanza religiosa– en uno de los principales campos de

35 Datos del proceso de parroquialización en BEDSF, 10 de mayo de 1929 y 10 de diciembre de 1929. Ver
también de STOFFEL, Edgar El episcopado de Mons. José María Gelabert y Crespo (1865-1897). Los
templos y “el templo” en la “Pampa Gringa” santafesina, UCSF, Santa Fe, 1993 y Nuestra primera
organización parroquial diocesana, Arzobispado de Santa Fe, Santa Fe, 1998.
36 Sobre el Círculo de Obreros de Rosarios ver MARTÍN, María Pía “Iglesia Católica y ciudadanía. Rosario,
1930-1947”, en Avances del CESOR, Centro de Estudios Sociales Regionales, Año I, núm. 1, segundo
semestre de 1998, pp. 79-94; “Católicos, control ideológico y cuestión obrera. El periódico La Verdad de
Rosario, 1930-1946”, en Estudios Sociales, Año VII, núm. 12, Santa Fe, primer semestre de 1997 y “La
acción social en Rosario (1907-1912)”, en ASCOLANI, Adrián –compilador– Historia del sur…, cit.
37 Ver sobre el proyecto BEDSF, 1° enero de 1907 y 17 de marzo de 1917. Ver PRIETO, Agustina “El Obrero
en la mira. Una aproximación a la cuestión de la identidad de los trabajadores del novecientos a partir de un
estudio de caso”, en Estudios Sociales, núm. 1, UNL, Santa Fe, 1991.

115
DIEGO A. MAURO “Imágenes especulares...”

batalla mucho antes de los años 1930s., cuando finalmente se anunció triunfante el “rena-
cimiento católico” y, poco después, la supuesta muerte de la “Argentina laica”.

116
reseñas

Alistan en la mazorca

Yolanda de Paz Trueba, Irina Polastrelli


Alejandro Morea, Diego Mauro
Pablo Cuadra Centeno
Daiana Di Clemente
Leonardo C. Simonetta

Seccionó esa manito: Marcelo Móttola


prohistoria 12 - 2008

FRADKIN, Raúl –compilador– El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la cons-


titución del Estado en el Buenos Aires rural, Prometeo, Buenos Aires, 2007, 165 pp.
ISBN 978-987-574-192-8, por Yolanda de Paz Trueba (IEHS-UNICEN, CONICET)

E
ntre 1780 y 1830 el mundo rural bonaerense vivió una serie de importantes trans-
formaciones que produjo la estructuración del espacio regional y de la economía
agraria que alcanzarían su máxima expresión durante el siglo XIX. A través del
conjunto de estudios reunidos en esta compilación, el autor se propone revisitar la imagen
del funcionamiento de la Justicia durante la transición del orden colonial al posrevolucionario
en la mencionada campaña. En tal sentido, el libro se inscribe en un marco de renovación
de la historia de la Justicia que pretende superar los estudios tradicionales de la historia del
Derecho, enfatizando la relación de las estructuras de poder desplegadas con el espacio
geográfico y su población, para obtener así un acercamiento al proceso de formación esta-
tal, en función de develar las formas específicas de ejercicio del poder. De tal forma que
los capítulos del libro buscan situar su aporte en ese intento del Estado por poner bajo el
imperio de la ley a un mundo social heterogéneo, dinámico y móvil, que comportaba un
estrecho entramado de relaciones sociales en su interior pero se vinculaba de manera muy
laxa con el poder que pretendía institucionalizarse en la campaña.
La disposición de cada capítulo dentro del conjunto da cuenta de la linealidad y
coherencia con la que se pretende responder a estas inquietudes. Así, el primer capítulo se
ocupa de la construcción de ese orden institucional en la campaña prestando especial aten-
ción a la multiplicación de las estructuras de jurisdicciones territoriales y a la complejidad
que adoptó su implantación en el medio rural. Estas estructuras de poder (en particular la
militar-miliciana, la eclesiástica y la judicial-policial), operaron en un espacio socialmente
construido y se asentaron sobre las estructuras de los pueblos existentes desde las que
intentaron desplegarse en el medio rural. Lo que resulta significativo es que, en buena
medida, el ejercicio efectivo de las funciones asignadas a cada estructura era efectuado por
un conjunto de vecinos que no conformaban una burocracia profesional y cuyas funciones
tendían a superponerse y generar disputas en torno al ejercicio del poder.
El planteo propuesto resulta sugerente en tanto repara, más allá del despliegue de la
fuerza coercitiva por parte del Estado para imponerse, en lo dificultosa que esta empresa
se reveló en la práctica, siendo los pueblos rurales el centro de esta actividad que se ejercía
a través de mediaciones sociales (sin las cuales el Estado no podía aún funcionar) como las
de los curas párrocos o los jueces de paz.
La importancia de la mediación de estos últimos queda demostrada por la reticencia
de los actores sociales del mundo rural a recurrir a la Justicia letrada para dirimir sus
conflictos, muchos de los cuales seguían resolviéndose en el Juzgado de Paz. Tal como
acertadamente se plantea en el capítulo 2, tras un análisis de la esfera civil de la Justicia,
para mediados de la década de 1830 la inserción efectiva del Estado en el entramado social
rural estaba pendiente y la Justicia seguía siendo una cuestión relacionada con la vecindad.
Esto, lejos de estar planteando la ausencia de dispositivos de Justicia en el mundo rural nos
habla de la presencia de “diversas formas de infrajudicialidad”, es decir, espacios del dere-

119
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

cho que se desplegaban por fuera de los juzgados, arraigados más en lo consuetudinario
que en lo institucional. Esa población rural en aumento tuvo a la Justicia de Paz como el
ámbito por excelencia para resolver sus conflictos.
En relación con uno de esos modos de administrar justicia, el capítulo 3 se adentra en
el papel desarrollado por los curas párrocos, mediadores de primera instancia en la vida
social rural.
El ejercicio de la justicia eclesiástica fue limitándose desde finales del período colo-
nial, proceso que se reforzó en la etapa posrevolucionaria, en un marco en el que las auto-
ridades civiles pretendieron un mayor control sobre la campaña bonaerense. Sin embargo,
tal como lo ponen de manifiesto los datos desplegados en el análisis propuesto, no fue fácil
despojar a la Iglesia de atribuciones que consideraba de su pertenencia, ya que estos párro-
cos desempeñaron funciones judiciales propias de sus cargos, pero además intervinieron
informalmente en la resolución de conflictos locales, mediaciones que generaron
enfrentamientos con los alcaldes y jueces civiles, de allí la importancia de detenerse a
pensar en la complejidad de la construcción del poder en estas sociedades, tarea a la que se
abocan detenidamente los autores de los diferentes capítulos.
Finalmente, si se postula que esta sociedad de campaña no era anómica, es necesario
indagar en su relación con las normas y la justicia. A tal propósito se dedican los capítulos
4 y 5, en los que se aborda un tópico clásico sobre aquella sociedad: la figura del “vago y
malentretenido”. En tal sentido, se insiste atinadamente en que más allá de las transforma-
ciones filosóficas y de la producción de la normativa, ésta se habría ido amasando en
estrecho diálogo con la realidad social y con los modos en que los sujetos sociales inter-
pretaban las orientaciones fijadas por el Estado.
El concepto amplio y laxo de vagancia sirvió de sustrato para perseguir un conjunto
de conductas y prácticas que terminaron por subsumirse en esta figura. En síntesis, desde
la década de 1780 puede observarse una creciente disposición de las autoridades a perse-
guir la “vagancia” y a criminalizar prácticas sociales anteriormente toleradas o, al menos,
no vistas como tan peligrosas. Un nuevo clima de ideas tomaba forma y progresivamente
iba impregnando las orientaciones de las autoridades y las percepciones sociales.
Sin embargo, cabe tener en cuenta, como lo hacen los autores, no sólo los cambios
progresivos en pos de la incorporación de las ideas del pensamiento ilustrado en la prácti-
ca judicial, sino también la pervivencia de la importancia de la confesión del imputado
junto a los testimonios de los testigos y la fama como elementos de prueba, que no desapa-
recieron. Encontramos aquí otro de los aportes centrales del texto: el diálogo que logra
establecer entre las transformaciones que se dieron en la práctica según las necesidades
políticas o económicas cambiantes, en el marco de continuidades más generales. Final-
mente, la contextualización de las causas judiciales con los procesos sociales, económicos
y políticos, así como el planteo de la capacidad de agencia de los actores sociales frente a
la normativa –como las resistencias de los curas párrocos al recorte de sus funciones judi-
ciales o la reticencia de los habitantes rurales a recurrir a la justicia letrada– nos ponen
frente a un estudio que lejos de mostrarnos una sociedad anómica o un Estado autoritario

120
prohistoria 12 - 2008

nos revela de manera amena y sugerente las dificultades con las que ese Estado se encontró
para imponerse en el período estudiado y la característica multidireccional del poder que
se generaba en el discurrir cotidiano de las relaciones interpersonales. En síntesis, nos
hablan del proceso de construcción del poder y de la gobernabilidad en el mundo rural
bonaerense desde la complejidad del proceso y no desde el posible éxito o fracaso de las
medidas adoptadas.

TERNAVASIO, Marcela Gobernar la revolución. Poderes en disputa en el Río de la


Plata, 1810-1816, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007, 296 pp. ISBN 978-987-1220-96-0,
por Irina Polastrelli (UNR)

QQ
ué avanzan los pueblos con sacudir el yugo opresor de un déspota, si van a
“¿ caeren manos de otros tantos cuantos abusan de la libertad sin ley, y en conse-
cuencia sin límites, que traten de dominarlos?”. Fray Cayetano Rodríguez vol-
caba su reflexión en las páginas de El Redactor del Congreso unos pocos
días después de declarada la independencia. Seis largos años habían pasado desde los
sucesos de mayo hasta el corte definitivo de los vínculos políticos con la metrópoli; pero
también, como se queja amargamente nuestro personaje, seis años en los que la elite polí-
tica no había logrado resolver uno de los grandes dilemas abiertos con la Revolución:
cómo controlar el nuevo poder surgido como resultado del quiebre colonial. Una preocu-
pación que continuaba vigente y que, en el lapso transcurrido, había dado lugar a duros
conflictos en torno a la forma de ejercer y limitar la autoridad política. De este problema
irresuelto se ocupa Marcela Ternavasio en su libro Gobernar la revolución. Poderes en
disputa en el Río de la Plata, 1810-1816.
El libro retoma el gran tema de la Revolución –que desde la aparición en los años
1970s. de Revolución y guerra de Halperin, se convirtió en unos de los tópicos más estu-
diados por la renovación de la historia política– pero para abordar un problema complejo
y escasamente explorado hasta el momento: cómo pensar, en una revolución, un poder
supremo pero a la vez limitado y por lo tanto en tensión con aquellos dispositivos utiliza-
dos para tal fin. La noción moderna de división de poderes, uno de dichos mecanismos, es
tomado como objeto de estudio, ya que su derrotero en el proceso revolucionario se con-
vierte en una excusa para observar la lógica de acción de los actores políticos en un perío-
do plagado de incertidumbres. De este modo, el mirador propuesto por la autora revela la
importancia de la lógica institucional para entender algunos aspectos de las acciones em-
prendidas por aquellos hombres, en las que se expresan las disyuntivas vividas para dar
respuesta a los desafíos impuestos por la crisis de la Monarquía española.
El trabajo se centra en la coyuntura 1810-1816, elección justificada por tratarse de
un período caracterizado por las ambigüedades, debido a que el orden político surgido con
la Revolución ya no se percibía como parte integrante de la Monarquía española pero
todavía no se animaba a definir su nuevo estatuto jurídico. El principal escenario observa-
do es la ciudad de Buenos Aires. Un escenario limitado pero problemático, debido a que
sus órganos políticos buscaron extender su autoridad al resto del territorio del antiguo

121
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Virreinato del Río de la Plata. Aunque el espacio abordado puede parecer acotado, la
autora inscribe constantemente su relato en el proceso hispanoamericano del que forma
parte.
El libro está estructurado a partir de siete capítulos y un epílogo, en los que se com-
binan los ejes cronológico y temático; no pretende ofrecer una exposición lineal de los
acontecimientos políticos, sino hacer visibles algunos dilemas de la gobernabilidad políti-
ca revolucionaria, especialmente aquel de cómo gobernar el gobierno. El trabajo se sus-
tenta en un sólido y muy variado trabajo de fuentes –debates de las asambleas constituyen-
tes, actas capitulares, leyes y decretos, procesos judiciales, informes oficiales, correspon-
dencias, memorias y autobiografías– las cuales, si bien han sido frecuentemente examina-
das, son interrogadas desde una nueva óptica y en función de los intereses de la problemá-
tica estudiada.
En el marco de la crisis monárquica española precipitada por la invasión napoleónica
en 1808, Ternavasio presenta de qué manera la incertidumbre provocada por la inédita
vacatio regis derivó en el desafío de nombrar al heredero legítimo del rey ausente, no sólo
en la Península, sino también en aquellas regiones declaradas insurgentes –por no aceptar
a las autoridades sustitutas del rey, no participar del proceso constituyente y no aplicar la
Constitución gaditana de 1812– entre ellas el Río de la Plata. El ex virreinato debió abo-
carse a la tarea de fundar un nuevo orden político, misión que supuso encontrar nuevas
bases para su legitimación e instrumentos legales para evitar el ejercicio despótico del
poder. Para la autora, si la legitimidad ponía en juego el tema de la representación política
–y por lo tanto, el tema de las elecciones y el de la vinculación con los representados–
proyectar un gobierno limitado debía afrontar otros obstáculos: organizar y distribuir el
poder significaba marcar límites al accionar de la propia elite política.
La incorporación de la idea de fundar un orden político sobre la fórmula una fun-
ción, un órgano para evitar el despotismo, fue gradual y coexistió con otras más antiguas
procedentes de la tradición pactista castellana, como la autolimitación a través del poder
colegiado o la utilización de viejos cuerpos como freno a la autoridad surgida con la Revo-
lución –el Cabildo y la Audiencia. Aunque la adopción de la noción moderna de división
de poderes fue un intento de resolver problemas de gobernabilidad y poner frenos a la
arbitrariedad de la nueva autoridad política, pronto se convirtió en fuente de nuevas dispu-
tas. Ternavasio explica que los conflictos no encontraron solución no por la supuesta per-
sistencia de la herencia colonial ni debido al fracaso de la aplicación de los nuevos lengua-
jes, sino porque la experiencia revolucionaria convirtió a los poderes en botines de la
disputa y porque los múltiples significados que encerraba el principio de división de pode-
res ofrecía un amplio arco de alternativas.
Es importante recordar que la obra se centra en el debate sobre la división de poderes
en la capital porteña, por lo que deja líneas abiertas de investigación en torno al alcance
que dicha noción tuvo en las provincias, no sólo en la coyuntura abordada en el libro, sino
también durante el período signado por la formación de unidades territoriales provinciales
autónomas. El estudio de las percepciones en torno a las alternativas para distribuir el

122
prohistoria 12 - 2008

poder en cada una de las jurisdicciones, y su traducción en las ingenierías políticas y en los
ensayos constitucionales provinciales previos a 1853, permitiría trazar un cuadro más aca-
bado de los derroteros de la noción de división de poderes, pero también de otros disposi-
tivos –como la representación política– sobre los que se trataba de fundar la nueva legali-
dad.
El trabajo ofrece un análisis minucioso del proceso combinado con una narrativa
seductora, así como una interesante relación entre la dimensión de las ideas y la de las
prácticas y las acciones. Gobernar la revolución propone aproximarse a la historia de la
construcción del poder político de mediados del siglo XIX desde un ángulo inexplorado:
al abordar la disputa de poderes nos permite penetrar en algunas dimensiones desde las
cuales se transformaron las instituciones, las representaciones de lo político y las formas
de gestionar el poder, complejizando notablemente las interpretaciones construidas en tor-
no al período.

TERNAVASIO, Marcela Gobernar la Revolución. Poderes en disputa en el Río de la


Plata, 1810-1816, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007, 296 pp. ISBN 978-987-1220-96-0,
por Alejandro Morea (UNMDP)

G
obernar la Revolución constituye un nuevo aporte de Marcela Ternavasio al pro-
blema de la gobernabilidad política de las primeras décadas del siglo XIX. Es por
ello que resulta difícil no iniciar este comentario rescatando la importancia del
trabajo realizado por la autora. Si las prácticas electorales habían sido el tema de su ante-
rior trabajo, en esta oportunidad la autora nos brinda un texto centrado en el dilema de
cómo limitar el poder. Esta problemática, desatendida por la historiografía local, represen-
ta una continuación de su labor anterior y constituye una importante contribución para la
historia política. Su reflexión apunta a ver de qué manera la noción de división de poderes
se introdujo en el discurso político para conseguir evitar el despotismo, ofrecer una salida
al problema de la legitimidad del nuevo gobierno y organizar el nuevo poder.
El libro se inicia presentando la discusión en torno a la formación del poder y a su
división en el primer año de la Revolución. Según la autora, basándose en las discusiones
de la Junta y en las comunicaciones de la Gaceta Mercantil, el tema no estuvo ligado a la
separación de poderes sino a cómo evitar los despotismos que teóricamente aparejaba un
gobierno unipersonal. De este intercambio habrían surgido distintas posturas en torno a la
forma colegiada de gobierno. El resultado se vio plasmado en la disolución de la Junta
Grande y en la división de poderes en un ejecutivo, el Triunvirato, y un legislativo, la
Junta Conservadora. El alcance jurisdiccional de ambos poderes fue muy debatido, así
como la representatividad que encarnaba cada uno de ellos y la parte de la soberanía que
les correspondía. Ternavasio destaca, de esta discusión, la forma por medio de la cual el
Triunvirato terminó por imponerse a la Junta Conservadora, con el apoyo del Cabildo de
Buenos Aires, impulsando así el proyecto de aquellos sectores que intentaban que la ex-
capital virreinal se hiciera con toda la representación del territorio.

123
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Los enfrentamientos entre el nuevo poder y las instituciones que lo habían legitima-
do, el Cabildo de Buenos Aires y la Audiencia, son abordados para mostrar cómo las
reformas en la Justicia no sólo transparentaron la discusión sobre la división de poderes
sino también aquellos asuntos ligados a la legitimidad del Triunvirato y su representación,
evidenciando las contradicciones en la relación entre el movimiento revolucionario y la
Corona. Según Ternavasio, los debates en torno a la distribución del poder estuvieron
ligados a las disputas entre viejos y nuevos órganos institucionales y en ese contexto el
principio de la división de poderes fue un generador de nuevas tensiones. La sanción de la
Constitución de 1812 impulsó la necesidad de discutir los atributos de un gobierno que
navegaba entre la autonomía y los impulsos por modificar el orden que había prometido
preservar.
Lo ocurrido en Cádiz acentuó los conflictos facciosos intraelite con respecto al rum-
bo de la Revolución. La articulación entre la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro se hizo
evidente por aquellos años, dejando al descubierto que los límites al ejercicio del poder
debían provenir de las leyes elaboradas por un cuerpo representativo de la voluntad popu-
lar. Para Ternavasio, la renovación de los triunviros despertó grandes expectativas ya que
fue vista, por numerosos sectores de la elite, como el momento de proceder a la separación
del Poder Legislativo del Poder Ejecutivo, debilitando aún más la cuestionada autoridad
del Triunvirato. El nuevo poder ejecutivo fue el encargado de llamar al Congreso Consti-
tuyente que debería resolver el tema de cómo limitar la autoridad. La independencia pasa-
ba a ser prioritaria para resolver si los gobiernos eran simples depósitos de soberanía o
podían hacer uso de ella.
Seguidamente, la autora desanda los caminos recorridos por el Congreso Constitu-
yente iniciado en 1813, concentrándose en la resolución de las dos cuestiones que le pre-
ocupan: el dilema de la soberanía y la división de poderes. Ternavasio subraya que la
declaración del Congreso, según la cual en él residía la soberanía y podía hacer ejercicio
de la misma, suscitó problemas cuando, siguiendo lo ocurrido en Cádiz, los diputados se
trasformaron en representantes de la nación. Ligado a esto, tratando de asegurarse autono-
mía e independencia en representación de la nación, la Asamblea debatió sobre la división
de poderes considerando que éstos debían delimitar las funciones de dicho cuerpo que
actuaría como poder constituyente y poder legislativo. Para Ternavasio es un error tratar
de identificar en qué momento el poder legislativo perdió preponderancia o se vio relega-
do. Para ella, la concentración del poder ejecutivo no se debió a su autoproclamación de
supremacía, como en experiencias anteriores, sino a la redistribución de dicho poder por
parte del cuerpo soberano. Vinculado con esto, se analizan entonces los intentos por trans-
formar el poder ejecutivo, abandonando su carácter colegiado por la concentración en una
sola persona.
Según la autora, en la discusión en torno a la división de poderes en el Congreso la
influencia de la Constitución sancionada en Cádiz es más importante que el modelo anglo-
sajón. En este ciclo no habría primado la idea de equilibrio de poderes, sino que se forta-
leció a uno por sobre el otro. Es decir, poderes legislativos fuertes con ejecutivos débiles y

124
prohistoria 12 - 2008

colegiados o viceversa. Para ella, esta situación hizo que estos poderes se transformaran en
el botín de guerra de los distintos grupos y facciones, sin que por ello haya claras diferen-
cias doctrinarias. Esta situación se habría repetido en diversos lugares de Hispanoamérica
por la influencia de lo ocurrido en Cádiz. La oscilación entre reforzar al legislativo o al
ejecutivo se convertía en una herramienta política dependiente de los alineamientos de
fuerzas.
A través de la revisión de los juicios en contra de algunos de los miembros de la
facción alvearista, la autora analiza las limitaciones que desde el punto de vista de la
ingeniería política existían en torno a la división de poderes y cómo los conceptos ligados
a este problema habían penetrado en el lenguaje y en las prácticas hacia 1815. Problema
que encuentra asociado al faccionalismo y a las dificultades a la hora de la separación en
ramas de gobierno con funciones y atribuciones diferentes, pero también a una solución
legítima y legal al ejercicio despótico del poder. En el Congreso de 1816 el problema de la
división de poderes seguía presente en la agenda. A las pujas entre el Poder Ejecutivo y el
Congreso se sumaba la fuerza de la legitimidad heredada, ejemplificada en la vitalidad del
Cabildo capitalino, que ponía en entredicho la establecida sobre la base del régimen repre-
sentativo.
El cierre está dedicado a tratar de recuperar el proceso por medio del cual las visio-
nes anglosajonas sobre la división de poderes fueron ganando consenso en el Río de la
Plata. Sin embargo, lo más interesante es la conclusión a la que llega la autora. Para
Ternavasio, el intento de crear poderes equilibrados fracasó porque se redujo al plano de la
división de poderes y no se contempló el equilibrio en la esfera más conflictiva: la que
debía conciliar los intereses de los pueblos con el poder central. Para ella, la noción de
división de poderes no pudo resolver los conflictos generados por la coexistencia de cuer-
pos e instituciones de diversa naturaleza construidos por la propia experiencia del proceso
revolucionario. El punto fue que en la distribución de poder y en la búsqueda de controles
para el ejercicio de la autoridad, la vieja legitimidad no terminaba de morir y la nueva
legalidad no terminaba de afirmarse. La ambigüedad con respecto a la división de poderes
y al depósito de la soberanía parece, para Ternavasio, un producto de la experiencia revo-
lucionaria.

CARETTA, Gabriela y ZACCA, Isabel –compiladoras– Para una historia de la Igle-


sia. Itinerarios y estudios de caso, CEPHIA, Salta, 2008, 406 pp. ISBN 978-987-22296-
5-8, por Diego A. Mauro (UNR-CONICET-prohistoria)

L
a historia de la Iglesia en Argentina atravesó un verdadero auge en las últimas déca-
das. Si bien su despegue fue relativamente tardío en relación con otros países, hoy
por hoy es innegable que se trata de una de las áreas más dinámicas y prolíferas de
la historiografía local. En este sentido, la compilación de Caretta y Zacca es un buen índice
del trabajo realizado en los últimos veinte años. El voluminoso tomo reúne un total de
veinticinco trabajos presentados en las I Jornadas de Historia de la Iglesia en el NOA,
realizadas en 2006 en Salta.

125
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Lo primero que cabría señalar es que, por sus dimensiones, Para una historia…,
constituye un hecho difícilmente comparable. Si bien en los últimos años se publicaron
varios dossier sobre problemas de historia de la Iglesia en revistas especializadas
(Prohistoria, 2002; Anuario IEHS, 2002; Prismas, 2005; Itinerarios, 2006) lo que el tomo
de Zacca y Caretta propone es un recorrido mucho más amplio, mucho más sinuoso y
desafiante que, partiendo del mundo colonial, incorpora trabajos que llegan hasta la actua-
lidad más inmediata y que en muchos casos presentan debates y discusiones teóricas. Los
trabajos están agrupados en dos grandes secciones: nudos problemáticos y planteos
historiográficos por un lado y estudios de caso y experiencias de investigación por el otro.
De este modo, las compiladoras abren un abanico amplio de intervenciones que, partiendo
de estados de la cuestión y planteos historiográficos generales, van dando paso al trata-
miento de casos puntuales con recortes espaciales y temporales más reducidos.
El tomo, editado por el Centro de Promoción de las Investigaciones en Historia y
Antropología de la Universidad Nacional de Salta, es resultado de la labor conjunta entre
la Universidad Nacional de Salta, la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino y el
Arzobispado de Salta. Vínculos más que elocuentes de los cambios atravesados por la
historia de la Iglesia en la última década. Como señalan Caretta y Zacca, “…hasta hace
unos años abrir un libro de historia de la Iglesia era encontrarse con un texto escrito por
miembros de la propia institución, en el que resultaba difícil distinguir la existencia de una
Iglesia en el proceso histórico desligada de la perspectiva teológica”. En este sentido, la
compilación es una muestra de que una historia de la Iglesia independiente de la teología
es un camino cada vez menos cuestionado. En los diferentes trabajos que construyen esta-
dos del arte o reflexiones historiográficas, tales los de Roberto Di Stefano, Claudia Touris,
Patricia Fogelman o Alicia Fraschina, el problema en sí ya no parece despertar particular
interés. Se sigue a veces con espíritu arqueológico el proceso de cristalización disciplinar
pero el debate pertenece más al pasado que al presente. En otras palabras, Para una histo-
ria… es un ejemplo de que, aún con los recaudos del caso, la discusión está más bien
superada. Mucho más actual es, por el contrario, el diálogo que el libro establece y proyec-
ta entre universidades nacionales, católicas y la propia institución eclesiástica. Sobre la
base de una aceptación de la historia de la Iglesia como disciplina académica y científica,
la compilación materializa a través de sus más de cuatrocientas páginas un campo de en-
cuentros, debates e intercambios entre lo que suele denominarse “historia confesional” e
“historia laica”. Esta es, sin dudas, una de las aristas más sugerentes de la compilación,
cuyas páginas corroen fronteras institucionales hasta hace pocos años celosamente custo-
diadas. La porosidad entre universidades nacionales, católicas y la propia institución ecle-
siástica se basa en un reconocimiento de que las demarcaciones disciplinares deben trazar-
se en términos estrictamente epistemológicos y metodológicos y no ya por la adscripción
institucional del investigador.
En la primera sección Roberto Di Stefano comienza poniendo en tensión el concepto
de Iglesia colonial. Como en otros trabajos, afirma que la Iglesia entendida como institu-
ción, como un actor social capaz de definir objetivos y diseñar estrategias para alcanzar-

126
prohistoria 12 - 2008

los, es el producto de un proceso histórico específico que implica, entre otras cosas, la
centralización de las instancias disciplinarias y normativas a lo largo del siglo XIX. Di
Stefano considera, además, que el equívoco de atribuir al conjunto de instituciones religio-
sas del período hispánico las características de una institución centralizada es una conse-
cuencia de las obsesiones de la historiografía del siglo XIX, centrada en las relaciones
Iglesia/Estado. Una orientación que cabría interpretar también desde el punto de vista de
las tendencias reificantes que siempre acechan al historiador.
Por su parte, Valentina Ayrolo, haciendo propias estas premisas, propone repensar la
relación religión/política tras la independencia en el espacio de la “provincia-diócesis” de
Córdoba. En esta oportunidad, a partir de la revalorización de los curas como figuras clave
del vínculo gobierno/sociedad. El trabajo propone, asimismo, partiendo del análisis de los
curas como “mediadores”, una visión más amplia sobre el siglo XIX, según la cual el retiro
del clero de los lugares de decisión política se iría dando de la mano de su inserción en
espacios ligados a las cambiantes formas de sociabilidad que se fueron desarrollando: en
particular, instituciones benéficas, de ayuda mutua o periódicos. El trabajo concluye pre-
guntándose en perspectiva sobre la relación entre participación política y vocación sacer-
dotal.
Jaime Peire cambia el ángulo y la temática para adentrarse en el terreno de la confor-
mación de los sistemas simbólicos a partir del prisma ofrecido por el problema de las
razones de pervivencia de la dominación española en América. Camino que, en el marco
de una interesante propuesta de historia cultural, lo lleva a explorar minuciosamente los
denominados procesos de “poiesis cultural”.
El problema de los vínculos entre religión y política en el siglo XIX vuelve a tornarse
central en los trabajos que exploran las relaciones entre clero y política. Aquí, los trabajos
de Ayrolo, Barral y Calvo son particularmente interesantes para volver a ingresar al inago-
table debate sobre la secularización. Calvo propone en esta dirección una aproximación
minuciosa, precisa, afinada de las relaciones entre religión y política teniendo presente que
dichas fronteras no se establecen de un modo lineal e ineludible. Estas preocupaciones
encuentran en el trabajo de Barral un tratamiento particularmente convincente. Barral tras-
lada el foco del viejo debate entre “regalistas o patriotas” al de las representaciones y
prácticas de las curas en sus relaciones con la sociedad. El eje pasa, según Barral, por
pensar el rol de los curas en el nuevo orden después de la ruptura independentista y las
reformas rivadavianas atendiendo principalmente al espacio local y a la construcción de
liderazgos comunales.
Los numerosos y heterogéneos casos incluidos en la segunda sección de la compila-
ción permiten acceder a un muestrario del tipo de acercamientos y temáticas vigentes. El
problema de las representaciones y los imaginarios atraviesa desde diferentes perspectivas
los trabajos de Folquer, Jiménez e Imach. En los que, por otra parte, cobra particular
relevancia el enfoque de género. Por su parte Pelagatti, Martínez y Sánchez estudian las
coyunturas de cambio entre fines del siglo XVIII y la guerra de independencia. Se detienen
particularmente en las dinámicas de constitución de instituciones y actores tras la crisis del

127
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

orden colonial y, en el caso de Martínez, se abordan en profundidad las resignificaciones


de la tradición jurídica y eclesiológica.
Los trabajos sobre el siglo XX permiten acceder desde diferentes registros a esa
Iglesia institución, tal como la definía Di Stefano al enumerar los equívocos encerrados en
el término Iglesia colonial. Asimismo, los trabajos permiten seguir la conformación del
laicado y en un sentido más general las relaciones entre Iglesia y sociedad. Shirkin y
Landaburu se centran en dos congregaciones: los agustinianos y los salesianos. Roselli y
Tenti en el estudio de las formas asociativas y organizativas del laicado: en particular el
Centro Católico de Tucumán y la Acción Católica de Santiago del Estero. Lepera, por su
parte, propone estudiar las relaciones entre las instituciones del laicado y las jerarquías
diocesanas en Tucumán en tiempos del peronismo y Blanco aborda las dinámicas de trans-
formación de la Iglesia en torno al Concilio Vaticano II a través del estudio de los asesores
de la Juventud Obrera Católica.
Las propuestas de Acosta y Drovetta llegan hasta la historia reciente, en el caso de
Acosta como corolario de un extenso recorrido que parte del siglo XVIII y se centra en las
relaciones entre sociedad e Iglesia local en La Villa de Leales. Drovetta, por su parte,
estudia el rol y las representaciones circulantes sobre “la Iglesia” entre los trabajadores de
la comisión de desocupados de La Quiaca en la Puna Jujeña y sus vínculos con la prelatura
de Humahuaca. Finalmente, desde una perspectiva “patrimonial”, Manzi y Grau-Dieckmann
ofrecen una aproximación a los edificios neogóticos de la ciudad de Buenos Aires.
En este segundo grupo las líneas de indagación se diversifican e inevitablemente la
conexión entre los trabajos se hace bastante más débil. Sin embargo, la heterogeneidad que
emerge no necesariamente constituye un problema, por el contrario, ofrece un elocuente
testimonio de la sinuosidad, de la multiplicidad de aristas encerradas tras el epíteto disci-
plinar “historia de la Iglesia”. En otras palabras, el tratamiento de casos vuelve a ponernos
ante las constantes bifurcaciones nacidas de la investigación misma, recordándonos que
tras las aproximaciones teóricas, tras los lineamientos surgidos del debate historiográfico,
se dibuja un mapa cuya inagotable diversidad permanece en buena medida aún intocada, a
la espera de la indagación del historiador.
El apasionante recorrido que propone la compilación deja como resultado un abani-
co casi ilimitado de problemas. Las inquietudes se dibujan con cada trabajo y el tomo de
Zacca y Caretta invita una y otra vez a seguir las pistas insinuadas. Tanto si se trata de
pensar la vida cotidiana del clero de la campaña de Buenos Aires en la década de 1820
como si se trata de estudiar el funcionamiento de los oratorios salesianos en Tucumán entre
1910 y 1930; Para una historia…, no deja de legarnos sugerentes preguntas.
Para concluir, me parece interesante recuperar algunas de las inquietudes manifesta-
das por las propias compiladoras. En la introducción, Zacca y Caretta se preguntan: “¿Qué
cambió en la sociedad, qué transformaciones se operaron en el campo académico que
permitieron mirar la historicidad de las instituciones y a las experiencias religiosas como
objeto de estudio?”. Y, además, “¿Qué pasó hacia adentro de las propias iglesias, que les
permite indagar, con nuevas preguntas y herramientas, un objeto al que deben exotizar?”.

128
prohistoria 12 - 2008

La propia compilación ofrece, en parte, algunos indicios para desandar estas “pre-
guntas en el camino”. En primer lugar, cabría señalar la incidencia de las dinámicas de
profesionalización del campo historiográfico a partir de la década de 1980. De
profesionalización y, deberíamos agregar, aunque con los recaudos del caso, de cierta es-
tabilidad, con el consiguiente desarrollo de centros de estudio, congresos, revistas especia-
lizadas, proyectos de investigación y el aumento del número de especialistas. Asimismo,
como razón de posibilidad de estos cambios no puede dejar de señalarse la reformulación
de las formas de vinculación entre historia y política. Formas, como señala Touris, “…me-
nos apegadas a la pretensión de relacionar el saber histórico con la transformación políti-
ca”. Las nuevas sensibilidades facilitan acercamientos menos apasionados y por cierto
mucho menos enjuiciantes que en el pasado, menos cargados de “animosidades
anticlericales” basadas en “preconceptos, prejuicios y espíritu militante” (Touris). Como
señalaba Di Stefano hace algunos años, la aceptación de la historicidad de la Iglesia, no fue
ni es sólo un desafío para los miembros de la propia institución. Como en otros terrenos
disciplinares, el abandono de las teorías omnicomprensivas y sus formas “tautológicas” de
conocimiento permitió también a los historiadores comenzar a estudiar la Iglesia como un
resultado de la historia. En un sentido profundo, tras la compilación de Zacca y Caretta lo
que se pone en jaque de un modo decidido son las “salidas fáciles”, las respuestas políticas
y los caminos esencialistas de base teológica o de raigambre teórica y política. En este
sentido, los trabajos compilados coinciden en dejar atrás tanto una historia de la Iglesia
como disciplina teológica orientada a la alimentación del “mito de la nación católica”,
como las perspectivas “políticas” que hacían de la Iglesia un “actor” siempre igual a sí
mismo, homogéneo y “responsable” en términos intencionalistas de la inestabilidad políti-
ca y de los autoritarismos del siglo XX. En este sentido, uno de los principales logros de
los trabajos reunidos en la compilación es la restitución de la historicidad y la identifica-
ción de un magma diverso de “actores”, de una Iglesia “constelar” siempre en construc-
ción. Desde el punto de vista de la historiografía académica, tras estos cambios estuvo la
“vuelta al archivo”, el redescubrimiento de las llamadas “reglas del oficio” facilitada tanto
por la crisis de los enfoques totalizantes como por los itinerarios formativos de los histo-
riadores de los años 1980s. y 1990s. marcados en muchos casos por el exilio y sus influen-
cias, tal como coinciden en señalar Fogelman, Touris y Fraschina. Como en otras áreas, las
nuevas sensibilidades metodológicas y profesionales se tradujeron en visiones menos li-
neales y más atentas a los matices y a las especificidades históricas.
Para una historia…, es una excelente muestra de cómo la investigación metódica y
paciente, librada de las asfixias teológicas pero también de la vigilancia teórica/política,
puede multiplicar los rumbos, abrir senderos y, como en este caso, dejar una huella en el
camino.

129
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

HERRERO, Fabián Movimientos de pueblo. La política en Buenos Aires luego de 1810,


Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2007, 256 pp. ISBN 978-987-1246-76-2, por
Pablo Cuadra Centeno (UNMDP)

E
l estudio de Fabián Herrero Movimientos de pueblo. La política en Buenos Aires
luego de 1810 es el resultado de su tesis doctoral y se inserta dentro de una serie de
investigaciones en la que el autor rastrea el derrotero de las diversas tendencias
políticas federalistas en el territorio bonaerense posrevolucionario. Si con anterioridad
Herrero nos había presentado la complejidad política de la Buenos Aires de 1816 a través
de la facción confederal, en este caso prolonga su estudio hasta 1820 centrando su análisis
en las expresiones federales y confederales en el marco de la dinámica político-facciosa,
atendiendo a su dinámica y sus formas de expresión. Lo más interesante e importante de
este trabajo es que recupera del olvido a los federales de Buenos Aires, activos participan-
tes de la política de la época, condimentando la mirada usual que sobre el período tiene la
historiografía. Para ello, Herrero analiza dos acontecimientos centrales que ayudan a com-
prender lo ocurrido: el movimiento de pueblo de junio de 1816 y el “golpe de estado
federal” de octubre de 1820.
El libro comienza con una introducción en la cual se presentan y describen genérica-
mente las características de los movimientos de pueblo, a los que el autor define como
“…un levantamiento armado que, a veces, logra reunir a importantes sectores de la socie-
dad (civiles y militares) y que tiene como uno de sus principales objetivos, aunque no el
único, la destitución de las autoridades de poder” (p. 19).
Luego el texto se divide en dos partes, separadas a su vez en capítulos, en donde se
analizan los dos sucesos antes mencionados. El libro se completa con una serie de cuadros
que sirven de apoyatura al texto y un apéndice documental.
La primera parte, “Tendencia confederacionista en los días de la declaración de la
Independencia Argentina”, se divide en cinco capítulos. La definición de los integrantes
del sector federalista porteño, su inserción dentro de la elite local, así como los argumentos
que defendían, son analizados en los tres primeros capítulos. En el cuarto, Herrero rastrea
las repercusiones del conflicto a través de la prensa y en el quinto observa las consecuen-
cias que supuso para los federales la derrota y las posibilidades que tuvieron de reinsertarse
en la política local.
Bajo el título “Ciudad tomada. El golpe militar de octubre de 1820” se inicia la
segunda parte, que consta de seis capítulos. En esta sección Herrero describe el aconteci-
miento, determina cuál era el plan de los federales y las causas que los movieron a la
acción, y analiza su composición, organización y oportunidades de victoria. También ob-
serva cuál fue la actitud centralista ante el golpe federal y frente a los derrotados.
El libro de Herrero busca mostrar cómo los movimientos de pueblo son una respues-
ta a los momentos de crisis institucional acaecidos en Buenos Aires. Estos movimientos
saldrían en defensa de la soberanía de las provincias buscando romper el dominio centra-
lista, por ello ocurrieron principalmente cuando se sucedieron derrotas militares a nivel
nacional y se produjo una aguda crisis política en Buenos Aires.

130
prohistoria 12 - 2008

Los movimientos de pueblo junto con el sistema de representación de elección indi-


recta conformaban los únicos mecanismos para acceder legítimamente al poder. El autor
considera que la coexistencia de estos dos sistemas fue una de las principales causas de
inestabilidad durante la primera década revolucionaria. Esta se generaba desde el momen-
to en que un sector asumía legítimamente el poder por elecciones y el sector opositor podía
deponerlo por la fuerza y establecerse también como autoridad legítima.
El estudio de Herrero sugiere que los movimientos de pueblo no eran sucesos espon-
táneos y desordenados sino que poseían una organización diseñada por sus líderes, miem-
bros renombrados de la elite porteña. El movimiento de junio de 1816 fue encabezado por
líderes militares como Manuel Dorrego y Miguel Soler, por el gobernador intendente Manuel
Luis de Oliden y por el director interino Antonio González Balcarce. Mientras que el
levantamiento de 1820 fue dirigido por Manuel Dorrego y Miguel Soler y contó con el
apoyo político del Cabildo, de Hilarión de la Quintana y de los doctores Pedro José Agrelo
y Bernardo Vélez, así como con el apoyo militar de Manuel Pagola y del general Lamadrid.
El levantamiento de junio de 1816 tuvo como principal reclamo que Buenos Aires se
convirtiera en una provincia independiente y se instaurara en ella un gobierno federal. Y al
hablar de federalismo, “…se refieren a una confederación: un gobierno general que reúna
a los llamados Estados federados, que sólo dirija la guerra, la paz, las alianzas, los nego-
cios exteriores” (p. 81). La oposición centralista, conformada por los integrantes del Ca-
bildo y de la Junta de Observación, logró romper este empate de fuerzas al obtener el
apoyo de Juan Ramón Balcarce, jefe de todos los ejércitos de la campaña de Buenos Aires
y del Congreso reunido en esa fecha en Tucumán.
La lucha facciosa presente en este suceso “…desgarra el velo de la política porteña y
deja ver claramente al mismo tiempo la fragilidad del poderío centralista y el enorme
poder de reorganización de sus fuerzas para equilibrar las acciones primero, y, luego, para
retomar nuevamente su dominio en la cima” (p. 61). La reacción centralista fue buscar la
integración de los vencidos, corroborando la idea del peso que tenían los federales en la
política de Buenos Aires y de su necesario apoyo para garantizar la estabilidad del nuevo
orden.
Al analizar el levantamiento federal de octubre de 1820 Herrero afirma que se pro-
dujo porque “…dicho sector no estaba de acuerdo ni con la elección del nuevo mandatario
provincial [Martín Rodríguez], ni tampoco con la Junta de Representantes que lo eligió”
(p. 126). Entre los motivos de rechazo se menciona la posibilidad de que Rodríguez reali-
zara reformas en las milicias del Cabildo, su falta de preocupación ante la amenaza portu-
guesa y su vinculación con el sector directorial. El plan consistía en derrocar al nuevo
gobernador e imponer uno proveniente de las filas federales: Manuel Dorrego o Miguel
Soler. Esto es lo que lleva a nuestro autor a calificar al hecho como golpe de Estado.
La posibilidad del triunfo federal se sustentaba en la intervención de Dorrego a favor
del levantamiento. Pero si bien el apoyo del caudillo se produjo durante el comienzo del
movimiento, en plena revolución su actitud no fue del todo transparente, restándole toda
posibilidad de victoria.

131
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Herrero vuelve a remarcar en los vencedores, al igual que en junio de 1816, una
tendencia a la conciliación: “…en el horizonte político bonaerense no debe haber faccio-
nes, por el contrario, la unión de todos los porteños debe permitir la emergencia de un
único partido del orden” (p. 174). Esta política de reconciliación respondería a la necesi-
dad de apoyo de todos los sectores políticos para lograr un gobierno estable.
Por todo esto, podemos decir que Movimientos de pueblo de Fabián Herrero es un
importante aporte historiográfico ya que matiza con eficacia la visión tradicional de la
historia que asociaba exclusivamente los movimientos federales con los caudillos del inte-
rior y los contraponía a una Buenos Aires con un consolidado gobierno centralista en
donde los federalistas no tenían una participación trascendente.

LOBATO, Mirta Zaida Historia de las trabajadoras en la Argentina (1869-1960),


Edhasa, Buenos Aires, 2007, 352 pp. ISBN 978-950-9009-89-9, por Daiana Di Clemen-
te (UNMDP)

E
n los últimos años han surgido abundantes investigaciones específicas, desde dife-
rentes abordajes, acerca del protagonismo de la mujer en la construcción de la
Argentina Moderna. Las mismas recuperan la naturalización de las configuracio-
nes genéricas y su carácter social inscriptas en la historia tradicional y las ponen a prueba
a través de un análisis pormenorizado de la experiencia particular de las mujeres.1
Historia de las trabajadoras en la Argentina intenta condensar estos tópicos me-
diante la construcción de un relato que comprende el tiempo largo de la historia del trabajo
(lo que permanece), donde se acuñan los elementos constitutivos de un lenguaje laboral
sexuado y discriminatorio. Simultáneamente advierte una segunda temporalidad en la que
se vislumbran coyunturas y hechos particulares inscriptos en la conflictividad cotidiana de
las relaciones de género.
Como lo demuestra a lo largo de toda su obra, la presencia femenina en el mercado
laboral fue muy significativa; las áreas más desarrolladas comprenden la industria y los
servicios. Temáticas como el trabajo rural femenino, en cambio, parecen incómodas con
cierta lógica urbana y cosmopolita que rodea el relato a través de la unión insoslayable del
hogar2 y la fábrica.

1 Entre los trabajos más ambiciosos de síntesis y análisis histórico podemos mencionar: DI LISCIA, María
Herminia y MARISTANY, José –editores– Mujeres y Estado en la Argentina. Educación, salud y benefi-
cencia, Biblos, Buenos Aires, 1997; SURIANO, Juan –compilador– La cuestión social en la Argentina
1870-1943, La Colmena, Buenos Aires, 2000; ROCCHI, Fernando “Concentración de capital, concentra-
ción de mujeres. Industria y trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930”, en GIL LOZANO, Fernanda;
PITA, Valeria y IÑI, María Gabriela –editoras– Historia de las Mujeres en Argentina. Siglo XX, Taurus,
Buenos Aires, 2000; NARI, Marcela Políticas de maternidad y maternalismo político, Biblos, Buenos
Aires, 2004.
2 Sobre el trabajo doméstico y a domicilio ver NARI, Marcela “El trabajo a domicilio y las obreras 1890-
1918”, en Razón y Revolución, núm. 10, 2002.

132
prohistoria 12 - 2008

Esta apreciación, que podría atribuírsele al lector, no pasa desapercibida a la autora,


quien menciona reiteradas veces la inscripción y viabilidad de la problemática obrera, y en
especial la femenina, en la creación de una cultura del trabajo y en un sentido más amplio
de la nación.
Historia de las trabajadoras en la Argentina se divide en cuatro partes, que a su vez
están compuestas por seis capítulos. De esta manera, podemos apreciar un capítulo inicial
sobre “el trabajo femenino” que comienza a esbozarse mediante extractos de memorias y
pasajes periodísticos de principios de siglo, que aportan las primeras imágenes de las labo-
res femeninas. Seguidamente, se enumera una gran cantidad de datos: estadísticos, apre-
ciaciones y descripciones de viajeros, censos y, finalmente, contribuciones provenientes
de la prensa de época.
A través de la decodificación de estas fuentes, Lobato comienza a explicar cómo se
va delineando un discurso desigual sobre los géneros-sexos relacionado con la calificación
de las habilidades y destrezas, así como los ideales moralistas que guiaban los modos de
organizar la producción y las relaciones de género determinando contratos laborales como
contratos de género.
De esta exposición de legitimación de las desigualdades, surgen los grandes tópicos
que articulan la obra: diferencia salarial, discriminación en la legislación laboral,
complementariedad económica, moralidad y valoración del cuerpo y la belleza.
La segunda parte es mucho más precisa al delimitar su análisis a las organizaciones
obreras, puntualizando cuestiones como la organización, movilización y acción concreta
de las mujeres en el mundo del trabajo. Para poder hacer visible lo invisible la autora
recurre al análisis de diarios, manifestaciones de diferentes organizaciones obreras, con-
flictos entre obreros y empresarios y actas de intervención del Departamento Nacional de
Trabajo.
En todas las acciones citadas la presencia femenina aparece como subalterna, a pesar
de integrarse en numerosos casos a las fuerzas de choque. En este sentido, no sólo la
prensa ofreció imágenes dicotómicas acerca de la “mujer trabajadora”. A estas se le suma-
ron las posiciones de las organizaciones obreras, que con importantes diferencias políticas
y filosóficas coincidieron en la idea de que el trabajo femenino constituía un objeto de
preocupación pública.
Con este último punto se inicia la tercera parte, que comprende dos capítulos, donde
se detalla el periplo que representó la inclusión de la regulación del trabajo femenino en la
demandada ley (5291) sancionada en 1907. En la misma se consagraba a la maternidad
como la base de la legislación protectora.
La idea de defensa a la madre proletaria remite al elevamiento de la función materna
como elemental para el desarrollo de la nación y esencial para la totalidad de las mujeres,
obteniendo un reconocimiento social y jurídico. Para arribar a esta conclusión Lobato se
vale de un complejo, pero bien logrado, cruce de discursos: médicos, políticos, periodísti-
cos, filosóficos, sociológicos, etc. que complementa con los pormenores y debates en la
sanción de la ley.

133
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

En perspectiva histórica podemos marcar cierto reconocimiento de estatus social


que, lejos de significar una equiparación plena con sus compañeros, continuó hasta la
llegada del peronismo a la vida de los trabajadores.
De esta manera, el peronismo constituyó un quiebre en los imaginarios sobre la vida
de las obreras que oscilaba (tanto en las producciones políticas como en las diferentes
representaciones artísticas) entre la deshonra y la virtud, e instaló el discurso de la
dignificación del trabajo y la idea de que era posible conciliarlo con los estándares de
belleza que recorrían los medios de comunicación de la época.
La destreza en la pluma de la autora intenta armonizar la condensación de los princi-
pales debates acerca del trabajo femenino en las producciones académicas realizadas hasta
el momento. A pesar de esto, podemos destacar cierta ambivalencia en el tratamiento de la
relación entre el género y el sexo. En los casos puntualmente analizados, estas diferencias
son justificadas por las particularidades sexuales (anatomía, fuerza, capacidad de procrea-
ción). Pero en otros podemos apreciar que es el mismo cuerpo el punto de intersección de
disputas en la construcción de los discursos políticos, sindicales, artísticos, etc.
Por lo tanto, el acento pareciera estar puesto en la tensión clase-género (de gran
consistencia teórica), como ejemplos de la construcción social de poder. A nuestro enten-
der, hubiese sido valiosa la incorporación de discusiones relacionadas con la relación sexo-
género3 que enriqueciesen la perspectiva analítica e histórica.
Por lo demás, el libro se presenta como una auténtica obra de Género e Historia que
puede ser complementada al análisis histórico del período particular por la constante aten-
ción que remite al contexto nacional social, económico y cultural.
Ante la demanda de una inclusión en las currículas universitarias de una perspectiva
de género en las ciencias sociales Historia de las trabajadoras en la Argentina está llama-
da a disputar los lugares que aún en nuestros días monopoliza la historia tradicional.

FAVERO, Bettina –compiladora– Voces y memoria de la inmigración. Mar del Plata


en el siglo XX, Eudem, Mar del Plata, 2008, 214 pp. ISBN 978-987-1371-26-6, por
Leonardo C. Simonetta (UNR - CIESo).

E
n las últimas décadas, los estudios vinculados con la inmigración han dado muestras
constantes de apertura de debates enriquecedores y de enormes posibilidades de
renovación desde las más variadas disciplinas. En este marco, Voces y memoria de
la inmigración. Mar del Plata en el siglo XX, compilado por Bettina Favero, logra inte-
grarse en la discusión abierta por la Historia en torno al proceso inmigratorio europeo

3 Para una introducción a la problematización de la relación sexo-género ver: STOLCKE, Verena “La mujer
es puro cuento: la cultura del género”, en Desarrollo Económico, Vol. 45, núm. 180, 2006; BUTLER,
Judith Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Paidós, Buenos Aires,
2002; RUBÍN, Gayle “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”, en NAVARRO,
Marysa y STIMPSON, Catherine –compiladoras– ¿Qué son los estudios de mujeres?, FCE, Buenos Aires,
1998.

134
prohistoria 12 - 2008

hacia Argentina a mediados del siglo XX, desde un ámbito local específico. Este libro, el
segundo tomo de la colección Memorias en disputa, es el corolario del esfuerzo conjunto
de un grupo de investigadores ligados a la Universidad Nacional de Mar del Plata, prove-
nientes de la Historia y de las Letras, abocados a indagar y recuperar la subjetividad y las
vivencias de diversos actores del proceso migratorio, cuyo escenario fue dicha ciudad
portuaria. La apelación directa a la historia oral desde la tríada inmigración-memoria-
oralidad constituye una de las notas características de la obra, que recorre de manera
tangencial a los cinco capítulos que la componen. Inclusive, se ve enriquecida por las
múltiples entradas a un corpus de fuentes que, si bien puede llegar a reiterarse, es ilumina-
do y puesto en diálogo desde campos de conocimiento diferentes pero, a la vez, comple-
mentarios.
Los capítulos uno y cuatro presentan una afinidad muy marcada desde el punto de
vista del enfoque teórico y epistemológico. Tanto María Coira como Graciela Barbería
–ambas desde el universo de las Letras– apelan a la crítica literaria y al análisis del discur-
so para trabajar con entrevistas concebidas como el fruto de la interacción entre el entre-
vistador y el entrevistado. En ellas se buscan los giros de la subjetividad que se manifiestan
en palabras, frases, expresiones y silencios que, además, abren camino a otros problemas.
Luego de transitar por las formas en que se ha hecho historia oral y el rol del historiador en
tanto constructor e intérprete de sus propias fuentes, Coira se centra en un caso concreto
donde analiza la manera en que la subjetividad y el discurso interactúan trazando
“territorialidades textuales” (p. 30) que ligan al lugar de origen con el nuevo espacio de
residencia mientras articulan la cotidianeidad, la educación y el trabajo en torno a una
zona común: el mar. Por su parte, Barbería toma al desarraigo como el eje problemático
vertebrador que organiza las narraciones y que da cuenta de los mecanismos discursivos
en juego a la hora de rememorar el viaje, la vivencia de la extranjería, la añoranza de
aquello que quedó atrás y las dificultades iniciales en la nueva tierra.
Elisa Pastoriza, Mónica Bartolucci y Bettina Favero, esta vez desde la Historia, tie-
nen a su cargo los capítulos dos y tres. Como en las intervenciones antes mencionadas,
vuelve a hacerse presente un vínculo disciplinar y metodológico que, de la mano de la
memoria y de la subjetividad, se adentra en distintas temáticas privilegiando la reconstruc-
ción histórica a partir de las voces de los protagonistas. En este sentido, Pastoriza estudia
la experiencia y los relatos del viaje desde Europa a América en su doble dimensión de
realidad y metáfora. Son presentados como un punto de inflexión crucial que signa una
divisoria entre la vida transcurrida “allá” y la nueva iniciada “acá”. Pero, al mismo tiempo,
son miradores privilegiados para adentrarse en las causas que propiciaron el traslado y en
el horizonte de expectativas y añoranzas generadas antes y después del arribo a Mar del
Plata. Bartolucci y Favero, en cambio, puntualizan núcleos temáticos que atraviesan a diez
testimonios. La difícil decisión de emigrar –signada por una “memoria indiferenciada”
que combina miedos y falta de perspectivas a futuro–; los notables contrastes percibidos
por los entrevistados entre el mundo imaginado desde Europa –y alimentado por lo que
contaban aquellos que regresaban– y la realidad encontrada a su llegada; la persistente

135
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

idea del pronto retorno; el peso de ser extranjero en una sociedad no siempre tolerante y la
creación de espacios de sociabilidad propios se entrelazan conformando un relato que
parte de las experiencias e identidades personales y las excede para convertirse en la narra-
ción y en el imaginario de toda una comunidad.
Es necesario destacar que Voces y memorias... se articula con un proyecto ambicioso
que es detallado en el quinto y último capítulo por los historiadores Talía Pilcic y Gerardo
Portela. Retomando y ampliando lo esbozado por Favero en la introducción de la compila-
ción, se ahonda en una iniciativa que cobró encarnadura en la creación del Archivo de la
Palabra del Inmigrante Europeo en Mar del Plata –centro de documentación de acceso
público con sede en la Universidad Nacional de Mar del Plata–, fruto de una ardua labor y
de un compromiso colectivo sostenido de recopilación, transcripción, digitalización y res-
guardo de entrevistas realizadas a inmigrantes europeos de nacionalidades disímiles que
arribaron en el período de entreguerras y de la segunda posguerra. Así, se pasa revista a los
pasos seguidos para organizar el archivo, a las posturas metodológicas adoptadas, a los
escollos que se debieron sortear y a los mecanismos de trasferencia del material hacia la
comunidad.
Claro y sugestivo, Voces y memorias... constituye un acercamiento atractivo al cam-
po de los estudios migratorios y nos invita a reflexionar sobre un fenómeno histórico, y a la
vez actual, que plantea nuevos desafíos, demanda una legislación migratoria más tolerante
y exige la concreción de políticas que amortigüen los conflictos y demuestren su eficacia a
la hora de ayudar a pensar en formas concretas de incorporación de los inmigrantes a las
nuevas sociedades, desde el respeto a la multiculturalidad y la alteridad.

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prohistoria 12 - 2008

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3. El envío de un artículo con pedido de publicación supone que el mismo no será presentado ante
otro organismo editorial hasta tanto sea comunicado el resultado de su evaluación. La revista
no devolverá los originales en ningún caso.
4. La presentación de una propuesta de artículo o reseña debe realizarse de la siguiente manera:
a) Un archivo en formato Microsoft Word por correo electrónico a prohisto@arnet.com.ar
b) Tres copias impresas, en papel tamaño A4, interlineado doble, letra tamaño 12 pixeles,
preferentemente en Times New Roman, adjuntando a las mismas el formulario (completo y
firmado) denominado “solicitud de pedido de publicación”, que puede descargar de
www.prohistoria.com.ar/publicar.htm o solicitar a prohisto@arnet.com.ar
c) Un CV muy breve, indicando datos personales e institucionales. No omita direcciones pos-
tales y electrónicas personal e institucionales. El CV no es utilizado para la evaluación.
d) Los límites de extensión para los trabajos son de 60.000 caracteres para artículos y 9.000
para reseñas y comentarios críticos. En todos los casos, la suma de caracteres debe conside-
rar como incluidas las citas y los espacios.
e) Cada artículo debe se precedido por un resumen de su contenido en español y en inglés que
no supere las cien palabras. También de hasta cinco palabras clave, en ambos idiomas. Las
reseñas deben contener todos los datos del libro comentado, incluido su ISBN, número de
páginas, ciudad y año de edición.
f) El autor debe consignar una dirección (institucional o personal) electrónica que será publi-
cada junto a su nombre y filiación institucional al comienzo del artículo.
g) Al final del mismo debe constar lugar y fecha en que fue finalizada la redacción.
h) Enviar todo tipo de cuadros, planos, mapas o gráficos en archivos aparte, indicando con
precisión en qué sitio del texto debe ser incluido.
5. Es condición para su publicación que un trabajo se ajuste a la siguiente Guía de Estilo:
a) Utilice negritas solamente para el Título y los subtítulos del trabajo y en ninguna otra oca-
sión. Los subtítulos no deben finalizar con punto.
b) No utilice subrayado en ninguna ocasión.
c) Cualquier resaltado dentro del texto debe llevar exclusivamente el formato itálicas.
d) Utilice itálicas siempre que introduzca una palabra extranjera en el cuerpo de texto.
e) Se utilizarán itálicas para distinguir el título de las obras a que se haga referencia en el
cuerpo de texto cuando son libros y comillas cuando son artículos.
f) Para las citas textuales en el cuerpo del texto, utilice “comillas”, no utilice “comillas e
itálicas”, excepción hecha de la intención de resaltar una palabra o un fragmento dentro de
la cita; en este caso, se aclarará este agregado en la nota correspondiente.

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g) Cuando la cita textual excede las tres líneas se destaca el fragmento separándolo con una
línea del cuerpo del texto y formateando la cita con dos tabulaciones a la izquierda y una a
la derecha. NO se reduce la fuente, ni se modifica el interlineado.
h) Las notas deben ser ubicadas a pie de página, utilizando la función “insertar nota a pie” de
Word —no lo haga manualmente.
i) El citado de obras de referencia y fuentes será ubicado en las notas al pié, siguiendo la
siguiente disposición: MAYÚSCULAS para el apellido del autor y, tras la coma, su nombre
completo (evitar citar sólo la inicial). No debe colocarse ningún signo de puntuación tras
el nombre del autor. Proseguir consignando el Título de libro en itálica; en el caso de
artículos, “título entre comillas”, en Nombre de la publicación en itálica; editorial, lugar,
año de edición, número de página del tramo citado, en ese orden. Ejemplos:
i. de un libro.
SAER, Juan José El concepto de ficción, Ariel, Buenos Aires, 1997, p. 58 ó pp. 58-
123.
ii. de un artículo:
SAER, Juan José “Martín Fierro. Problemas de Género”, en El concepto de Ficción,
Ariel, Buenos Aires, 1997, p. 58.
Si se tratase de una obra originalmente escrita en lengua extranjera, la primera vez adjuntar,
al final de la cita, la edición original entre corchetes.
Nota: en caso de tratarse de una obra de varios volúmenes aclarar el volumen o tomo antes
del número de página.

Repeticiones: En toda situación en la que se repita la mención de una obra, se expresará:


AUTOR, Nombre Primera(s) Palabra(s)..., cit., p. núm.
SAER, Juan José El concepto..., cit., p. 56.
NO utilizar en ningún caso los términos Idem, Ibidem, Ibid.

Revistas: Las revistas siempre se citan en itálicas, como una obra. Ej: Hispania. Al referir-
se al Tomo, Volumen o año debe hacerse tal y como aparece en la publicación: ej:
i. Argumentos, Año VIII, núm. 14, México, primer semestre 1998.
ii. Hispania, LX [es el tomo, no se pone otra cosa que el número en romanos], núm.
204, Madrid, 2000, pp. etc.
Si cuenta con la ciudad de edición de la revista, inclúyala antes del año [p. Ej., Historia
Mexicana, LIII, núm. 211, México, 2004, pp. 823-843.
No utilice letras elevadas para abreviar número; hágalo “núm.”

Una versión más amplia y explicativa de esta guía en www.prohistoria.com.ar/publicar. También


puede solicitarla a prohisto@arnet.com.ar

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prohistoria
historia – políticas de la historia

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