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OBJETIVOS
Objetivos Generales
- Dar a conocer el historial de época Colonial de Guatemala, que marco su Inicio,
con la llegada de los españoles, hasta la firma de la Independencia.
- Describir las funciones de los personajes que practicaron la esclavitud y muchos
otros hechos que se realizaron en esa época.
- Conocer los avances desde sus Inicios y cuáles han sido sus repercusiones en
nuestra actualidad.
Objetivos Específicos
LA ENCOMIENDA
LA ENCOMIENDA EN EL CONTINENTE
LA ENCOMIENDA EN GUATEMALA
Con todas las experiencias adquiridas en las Antillas y después en México, Pedro
de Alvarado emprendió la conquista y colonización de Guatemala, como también
lo hicieron Pedrarias Dávila, Gil González Dávila y otros que iniciaron sus
respectivas campañas desde Panamá, por supuesto recurrieron a la esclavitud de
los indios, a la encomienda, al reparto y a los servicios personales.
Para que los indios Quichés se sometieran en forma pacífica, Alvarado amenazó
con reducir a la esclavitud a quienes no obraren del modo requerido. Después de
las acciones bélicas en Quetzaltenango y Gumarkaaj, y de la ocupación de
Iximché y la rebelión de los Cakchiqueles, Alvarado redujo a una virtual esclavitud
a muchos indios; considerados “de guerra” o bien de “rescate”. Repartió indios al
servicio suyo y la hueste española, también estableció formalmente la
encomienda. El pago de tributo era el rasgo que definía a la última institución pero
en ciertas ocasiones, Alvarado aceptó que los Señores Zutujiles pagaran aquellos
tributos con indios que fueron recibidos como esclavos. Alvarado impuso al pueblo
de Patinamit un irregular tributo que cada día cuatrocientos muchachos y
muchachas le diesen un canutillo de oro lavado del tamaño del dedo meñique.
La diferencia entre la esclavitud y la encomienda es que el segundo se
condicionaba la calidad de esclavo al incumplimiento del pago del tributo, rasgo,
este último se consideraba consustancial a la encomienda.
El primer gran reparto de pueblos en encomienda fue hecho, en 1528, por Jorge
de Alvarado, Gobernador y hermano de del jefe de la expedición de conquista en
Guatemala. Se repartieron mas de cincuenta pueblos en la encomienda ello hizo
que en 1529 se suscitara una serie de protestas departe de los afectados. Provocó
el juicio de la Residencia que ordenó la Audiencia de México contra el
Gobernador, tenientes de gobernador y otros funcionarios de Guatemala.
Francisco de Orduña, que actuó como juez no alteró el reparto hecho por Jorge de
Alvarado se limito a asignar a nuevos titulares de las encomiendas que estaban
vacantes. En 1530 Alvarado anuló el reparto hecho por su hermano Jorge, e hizo
uno nuevo; éste también suscitó aprobaciones e inconformidades. Alvarado se
adjudicó la encomienda de Atitlán, del cual la mitad le pertenecía a Sancho de
Barahona y Pedro de Cueto. Posteriormente tuvo que devolver la encomienda.
En consideración a las injusticias con los primeros repartimientos en 1530, el
Ayuntamiento de Guatemala Pidió al Rey que éstas se concedieran a perpetuidad
para evitar despojos o transferencias arbitrarias. La Corona decidió controlar estos
vicios, permitió que las transferencias pudieran heredarse “por una vida”, es decir,
por una sola vez, en favor de una viuda o del hijo mayor de un encomendero
fallecido.
En 1536 se ordenó una revisión y una tasación de las encomiendas en
Guatemala, en el cual intervinieron Alonso de Maldonado, y el Obispo Francisco
Marroquín; de estas actuaciones se derivaron algunas mejoras para los indios
encomendados, sobre todo en cuanto a la rebaja de los tributos. Pedro de
Alvarado resultó afectado en el Juicio de Residencia que realizó Maldonado, ya
que se había adjudicado siete de los mejores pueblos del territorio guatemalteco
(Atitlán, Guazacapán, Escuintla, Petapa, Quetzaltenango, Rabanal, y
Totonicapán). Alvarado obtenía ingresos de cerca de diez mil pesos al año, a lo
que se agregaba una cantidad similar recaudada en las encomiendas en
Honduras. Las acusaciones no pudieron ser desvanecidas por Alvarado, sobre
todo las que se referían a obtener los mayores beneficios del trabajo de los indios.
LAS ENCOMIENDAS Y LAS LEYES NUEVAS
Una muestra del rigor con que la Audiencia presidida por el licenciado Cerrato
castigaba a los encomenderos que se excedían e cobro de la tasa de los tributos,
nos lo demuestra el pleito que siguió el fiscal de la propia Audiencia contra Andrés
de Rodas. En la ciudad de Santiago de Guatemala, a 23 de enero de 1554, se
abrió proceso en la Audiencia contra dicha persona, que tenía en encomienda al
pueblo de Ocuma, “por llevar más tributos de los que por la tasa le habían de dar
los indios y sirviéndose de ellos”. El pueblo le daba de tributo cada año cuarenta
tostones de a cuatro reales de plata y veinticuatro gallinas de Castilla y todos los
viernes de cuaresma unos treinta pescados y todos los viernes del año doce
huevos, y solían sembrar una hanega de maíz y de ella cogían sesenta hanegas
las cuales le traían al encomendero. El fiscal pedía que se castigara al
encomendero con forme a la justicia por haberse excedido en el cobro de la tasa.
También entre las pruebas una tasación hacha por el presidente y oidores en la
ciudad de Santiago de Guatemala el cuatro de Mayo de 1549, por la que fijaron los
tributos del pueblo de Ocuma, encomendado a Andrés de Rodas, al año, en una
sementera de maíz de una fanega, que cogerían y encerrarían en dicho pueblo, y
darían dos docenas de gallinas de Castilla y cada viernes una docena de huevos y
en cuaresma cada semana un arrelde de pescado; asimismo tres indios ordinarios
de servicio.
El 1 de Octubre de de 1549, el licenciado Cerrato mandó que, en lugar de los tres
indios de servicio, dieran cada año cuarenta tostones de a cuatro reales cada
uno, la mitas por San Juan y la otra mitad por Navidad, y recalcaba que no habían
de dar dichos indios de servicio. El veintisiete de Abril de 1554, los licenciados
Cerrato, Ramírez y Tomás López fallaron contra el encomendero Andrés de
Rodas condenándolo a privación perpetua del pueblo e indios de Ocume, el
sentenciado pagaría también las costas del pleito. También Rodas debía pagar
siete pesos de oro para cosas necesarias a la iglesia de Ocume, y las costas.
El repartimiento fue, sin duda, una de las más sólidas columnas entre todas
aquellas en las que se apoyó el edificio del régimen colonial. Estos enfoques
ideológicos, suelen tener fundamentos materialistas, el repartimiento en el fondo,
asimismo, casi siempre reflejan condicionamientos políticos, e inclusive
psicológicos de muy diverso origen. Por lo tanto, no resulta extraño que a veces el
repartimiento se magnifique hasta considerarlo como el elemento que definió al
régimen colonial de Guatemala. El repartimiento entendido como una forma de
trabajo forzoso del que se beneficiaban quienes ostentaban determinadas
posiciones de poder , se conocía ya, tanto en el Nuevo Mundo como en Europa,
desde antes de Descubrimiento. Aquí y allá, los aristócratas, jefes, funcionarios,
lideres, caciques, Señores, todos aquellos que tenían alguna forma de poder, real
o formal, disponían de su propio personal de servicio.
Inicialmente, y ya en el marco amplio del descubrimiento y de la conquista de
América, en las mismas postrimerías de siglo XV, el repartimiento fue una especie
de botín, ora de guerra, ora de simple ocupación española del territorio insular
antillano. Fue una manifestación pragmática, aunque arbitraria y abrupta, del
alegado derecho al resarcimiento pronto que buscaba España, así como todos los
expedicionarios embarcados en la gran aventura económica del Descubrimiento y
la Conquista. Aquella practica inicial, que consistió en “tomar” indios y utilizarlo en
provecho propio, con el respaldo de justificaciones morales incuestionablemente
relativas; aquella exigencia inmediata que debió atender primero Colón en las
Antillas, y después Cortés, Alvarado y muchos otros en el continente ; aquel
primerizo reparto de hombres, producto del dominio colonial, muy poco se parece
a la verdadera institución que , sujeta a regulaciones, objetivos específicos,
contribuyó a definir y a sustentar al régimen colonial de Guatemala.
Fue una típica forma de trabajo forzoso, impuesta por los españoles a expensas
de la libertad y la capacidad productiva de una apreciable cantidad de indígenas.
En sentido estricto, el repartimiento tampoco implicaba la definición de los
indígenas como bienes muebles, como “piezas”, como objetos susceptibles de ser
sometido a un régimen de propiedad privada. El repartimiento no era equiparable
a la esclavitud, aun cuando el tratamiento que pudieran haber recibido los indios
repartidos hubiera sido tan despiadado como el que sufrían los esclavos. El
repartimiento, aunque coexistió con la encomienda, carecía de la típica relación de
esta con la política tributaria de la Corona. Sin ser, pues, un derecho real; se
puede considerar como una institución de carácter laboral obligatoria. Su
verdadera naturaleza se define como una prestación forzosa de servicios, en la
que, como elemento consustancial, aparece el salario, como insoslayable
obligación contrapuesta a la prestación de servicios.
Como producto típico de las relaciones coloniales de poder, fue objeto de
distorsiones e innumerables abusos cometido en el terreno de la práctica social.
Nunca estuvo exento de impurezas y vicios legales o morales, y las abundantes
polémicas sobre estas imperfecciones, provocadas por la misma Corona, por
algunos defensores de los indios, o bien por las mismas reacciones de estos
últimos, solo reflejan los intereses de los distintos sectores que conformaban el
sistema colonial.
Además de su carácter esencial como una prestación forzosa de servicios y de la
incorporación del salario como elemento obligado, el repartimiento tuvo otros
rasgos y modalidades complementarios, sobre todo en su funcionamiento real, lo
cual lo sujeto a cambios o adaptaciones en el contexto propio del Reino de
Guatemala y ello lo diferenció de sus equivalentes establecidos en México, Perú y
otras posesiones coloniales españolas del Continente.
CLASES DE REPARTIMIENTOS
Entre las distintas maneras de clasificar los repartimientos figuran las siguientes:
a) Los de servicio ordinario en la ciudad; los de edificación de viviendas; los de
labranzas, trapiches y estancias; los de obras públicas; y, eventualmente, los de
minas. Las categorías que incluye esta clasificación se explica por sus propios
nombres pero es preciso indicar que, en ciertas coyunturas, se prohibieron
expresamente los repartimientos de indios en obrajes de añil, ingenios y trapiches,
así como en estancias muy alejadas o situadas en climas muy diferentes a
aquellos propios de los lugares de residencia de los indios repartidos.
b) Repartimientos para trabajos agrícolas; y los llamados de “servicio ordinario” o de
“servicio extraordinario”, ambos en las ciudades.
La diferencia entre estas dos últimas categorías consistía en que el “servicio
ordinario para la ciudad “se aplicaba a las necesidades de esta como tal
(construcción de obras públicas, mantenimiento de calles, construcción de
drenajes, etcétera), en tanto que los “servicios extraordinarios” los disfrutaban
ciertos funcionarios y particulares, ya en la construcción y mantenimiento de sus
viviendas, ya en faenas domesticas, o bien, en labores agrícolas. Estos últimos
por lo general, se otorgaron por algún tiempo, a personas pobres o desvalidas
(huérfanos, viudas, etcétera) y, con el nombre de “tequetines”, se conocieron en
muchas ciudades, desde que el repartimiento se autorizo legamente en
Guatemala, a mediados del siglo XVI
c) Repartimientos Para trabajos agrícolas, de minería o industrias artesanales; para
servicios de todo tipo de construcciones; para traslado de mercaderías u otros
enseres, lo que se hacia principalmente por medio de los llamados tamemes, y,
finalmente, para servicios domésticos en los hogares de españoles. En esta última
categoría, a pesar de ciertas prescripciones iníciales en contrario, abundaban las
mujeres, empleadas como cocineras, molenderas, chichiguas (nodrizas), etcétera.
Repartimientos especiales
EL REPARTIMIENTOS DE TIERRA
Naborías y Tamemes
El trabajo artesanal
Los primeros artesanos llegaron en las propis filas expedicionarias que,
comandadas por Pedro de Alvarado, se instalaron sucesivamente, en las afueras
de Iximche, en Almolonga y, por último, en la ciudad edificada en el valle de
Panchoy.
Desde el principio, los que practicaban aquellos oficios, a quienes se consideraba
menesteroso o servil, fueron objeto de cierta marginación social. Sin embargo, sus
servicios se hicieron tan indispensables en las huestes de Alvarado, que no solo
impusieron algo estipendios y tratos especiales, sino que, con el tiempo, hasta
obtuvieron encomiendas y un status que ya no correspondía a la práctica de sus
oficios:
“y porque los oficiales de todo género de obras, conociendo la necesidad que de
ellas tenia los que las mandaban hacer. Y como por la condición liberal que tenían
no reparaban en dar todo lo que por ellas les era pedido, se había encarecido
tanto, que al sastre le salía a real cada puntada que daba, y el zapatero vendía tan
cara su obra que dando a otros zapatos con suela de cuero, las podía echar en los
suyos de plata y el herrador hiciera siquiera todos sus instrumentos de oro,
inconveniente muy grande para una República antigua, cuando y mas apara una
nueva y recién fundada. Por lo cual se le dio remedio en el Cabildo que se tuvo a
los doce de diciembre de este año de mil y quinientos y veinticuatro, haciendo
arancel para los oficiales y señalando con justos precios lo que cada uno había de
llevar por el trabajo de sus manos”. (Remesal, T.I, pagina 23)
Es de justicia reconocer que los frailes dominicos, mercedarios y franciscanos
desempeñaron una paciente y continuada tarea en cuanto a la enseñanza de los
oficios artesanales entre los indígenas. De esta manera, a finales del siglo XVI, ya
existía un apreciable numero de indios, castas y negros, que atendían tales
menesteres, bajo las regulaciones que a la sazón estaban ya vigentes. Muchos de
ellos, en efecto, se ganaban la vida como carpinteros, herrero, zapateros, sastres,
tejedores, etcétera.
Del aprendizaje artesanal se beneficiaron indios que tenían la condición de
esclavos antes de la aplicación de las Leyes Nuevas, así como negros de la
misma condición que, por distintos medios, habían obtenido su libertad. Algunos
de estos se quedaron a vivir en las inmediaciones del convento de Santo
Domingo, en la ciudad de Santiago y, como los indios citados, estuvieron exentos
del pago del tributo, cuando menos por algún tiempo. Por estas razones, y porque
además tenían pequeñas sementeras en los contornos de la ciudad, así como un
cierto contacto permanente con los religiosos mencionados, a quienes se acusaba
de aprovechar, en alguna medida, el trabajo de aquellos esclavos convertidos.
El Cacao
Además del maíz, que tenía un considerable valor nutricional y una evidente
connotación cultural extremadamente importante entre la población nativa, otros
productos de origen americano atrajeron la atención empresarial de los españoles.
Entre ellos ocupo un lugar preferente el cacao que, además de bebida ceremonial
muy apreciada, se uso como moneda en muchas transacciones comerciales. Los
españoles lo utilizaron en las dos formas, y después lo exportaron a Europa. Las
principales regiones cacaoteras del Reino de Guatemala estaban situadas en los
actuales territorios de soconusco, Suchitepéquez y el Salvador, sobre la Costa del
Pacifico, y allí, por lo tanto, se concentraba una buena parte de la mano de obra
indígena. El cacao sirvió, a los indios, para pagar el tributo en especial el que
demandaban los encomenderos, pero también sirvió a estos para cubrir el pago de
los salarios, cuando comenzó a generalizarse el repartimiento y el trabajo
remunerado en general. El valor del cacao estuvo sujeto a oscilaciones derivadas
de los cambios a los que estaba sujeto el régimen de trabajo, principalmente a raíz
de las reformas introducidas por López de Cerrato. También incidió dicho producto
en la intrincada red de las relaciones de poder, en la que, asimismo, actuaban
activamente las Órdenes Religiosas, así como los diferentes sectores que se
disputaban la ocupación o control de los principales territorios cacaoteras, tal es el
caso de Los Izalcos y Tacuxcalco, en El Salvador, y los otros, ya citados, en la
costa de Chiapas y de Guatemala, sobre el Pacifico.
El caco, en la segunda mitad del siglo XVI, se exporto, en cantidades
considerables, también a México y a Perú, y de ello la Corona y los colonos
obtenían pingües ganancias, aunque estas mermaban, en montos considerables,
cuando la exportación se hacía de contrabando y se burlaban los impuestos
respectivos.
La Caña de Azúcar
La economía colonial
La tierra
Los territorios descubiertos por Colón, como se indico ya en paginas anteriores,
fueron adjudicados en propiedad, por medio de las bulas Intercederá emitidas por
el Papa Alejandro VI, a los reyes de España, quienes podían, además,
traspasarlas a terceros, ya en propiedad, ya en usufructo. A solicitud de los
primeros expedicionarios, por lo tanto, y después de presiones de muchos
funcionarios reales, los reyes concedieron las primeras mercedes de tierras, pocos
años después del Descubrimiento.
Inicialmente, y movidos por intereses más inmediatos, los expedicionarios se
mostraron un tanto reticentes a poblar la tierra de modo permanente. La Corona,
en consecuencia, desde 1513, inicio una política de poblamiento, que incluía el
derecho a un solar, a tierras de labranza y a crianza de animales domésticos. Este
tipo de repartimiento de tierras se hizo por medio de “peonias” y “caballerías”,
según se entregaran a un soldado de a pie, o a uno de a caballo; las primeras
median 300 pues de largo por 150 de ancho, y la segundas tenían 600 de longitud
por 300 de anchura. Dicho procedimiento incluía algunas exigencias especiales,
como las de ocupar y trabajar la tierra y la de no afectar la que ocuparan los
indios. La facultad de adjudicar los bienes inmuebles la ejerció al principio, de
manera legal, el Ayuntamiento, pero, después de las Leyes Nuevas (1542 -1543),
fue atributo de las Audiencias respectivas.
En los centros urbanos que fundaron los españoles, en cuya traza se aplico el
modelo rectangular, o de “parrilla”, además de los solares urbanos otorgados a
particulares para que hicieran sus casa, se establecieron los ejidos y las dehesas,
que se conocían también con el nombre de “tierras de propios” y que, situadas en
los alrededores del poblado, se destinaban al uso común de los vecino. De la
misma manera se procedió en relación con los pueblos se indios, o “reducciones”,
cuando estos fueron establecidos a mediados del siglo XVI. Antes de esta fecha,
en efecto , no se regulo, de modo alguno, la propiedad u ocupación de los indios
sobre sus tierras, esto último permitió una extendida practica de despojos de tales
bienes, que se trasladaron, en apreciable proporción, sobre todo en las regiones
cercanas a las ciudades, a algunos de los conquistadores y de los primeros
colonizadores.
Los indígenas, sin embargo, tenían sus propias concepciones sobre la relación
entre los hombres u la Tierra, en las cuales, a diferencia de los europeos,
prevalecían los elementos culturales sobre los puramente económicos. Ello no
quiere decir que se ignoraran del todo los derechos de propiedad privada, y aun
los derechos comunales que ejercían ciertas parcialidades prehispánicas sobre
algunas tierras, estos últimos e reconocieron por las autoridades coloniales,
siempre y cuando se consumaran los trámites judiciales correspondientes. Así lo
indican también las “crónicas” o “títulos” indígenas que, por lo general, se
escribieron para legitimar aquellos derechos. En cuanto a la propiedad privada,
principalmente se consolido la que ejercían, desde antaño, los Señores o
gobernantes de los señoríos indígenas.
En las postrimerías del siglo XVI, la Corono impulso una política agraria mediante
la cual se trataba de recuperar las tierras poseídas sin “justo titulo”, pero dejo
abierta vía de la “composición”, que era un mecanismo legal para legitimar la
posición de facto, o la ampliación arbitraria de las propiedades inmuebles. Este
procedimiento, que implicaba un pago directo a la corona, permitió a esta
agenciarse ingresos adicionales, los cuales le eran necesarios y respondían, de
modo más directo, a objetivos de carácter mercantil. Posteriormente, la
“composición” fue sustituida por la “composición” fue sustituida por la
“confirmación”, la que, a su vez, equivalía a un procedimiento de legalización de
los títulos de propiedad, o bien, fue reemplazada por la venta de tierras realengas
en pública subasta. Ambos métodos favorecieron a los propietarios españoles, ya
que se promovieron en desmedro de los antiguos derechos de los indígenas.
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En el reino de Guatemala, la tierra adquirió mayor valor en la medida en la que se
comprobó la ausencia de yacimientos minerales de importancia, y la creciente
demanda respectiva se canalizo por los siguientes procedimientos: mercedes
reales, compraventa, donación, arrendamiento y usurpación. El primero se utilizó,
de modo preponderante, después del asentamiento de la ciudad de Santiago, en
Almolonga, en 1527. En forma más bien católica, pero intencionada, a tal punto
que se revisó la distribución apenas un año después, la tierras circunvecinas
fueron adquiridas por vecinos españoles, por el clero, y también, en forma
comunal, por los indígenas.
Los dos grandes repartos iníciales de tierras, el primero hecho por Jorge y el otro
por Pedro de Alvarado, provocaron protestas entre los vecinos desfavorecidos,
pero el segundo se consolido finalmente. Los nuevos propietarios, inclusive varios
artesanos, recibieron solares cercanos a la ciudad, los cuales estaban destinados
a la agricultura y a la ganadería.
Después de la promulgación de las leyes nuevas, la concesión de tierras se
extendió a varias regiones del interior del reino; por ejemplo, san Martin
jilotepueque, jalapa, las Verapaces, el golfo dulce, etc. Los dominios, mercedarios
y algunos religiosos individuales, como el obispo Marroquín, recibieron tierras en
las cercanías de la ciudad, en Amatitlán y en otros lugares, aun a expensas de los
ancestrales derechos de posesión de los indígenas.
La usurpación fue un procedimiento utilizado por muchos encomenderos para
hacerse de tierras útiles en el radio de su propia encomienda, aun cuando esta
institución no era, en sentido legal alguno, asimilable a la adquisición de tierras. La
compraventa y el arrendamiento de inmuebles fue una consecuencia del cambio
de residencia de varios colonos, a lugares distantes, como Chiapas, honduras,
Nicaragua, y san salvador.
AGRICULTURA
Durante los largos milenios que se iniciaron el descubrimiento del maíz, hace
unos 5,000 años, y a lo largo de los periodos clásico y postclásico de la era
prehispánica y de los casi cinco siglos de las eras colonial y republicana, hasta el
presente, la economía de lo que es el actual territorio de Guatemala ha
descansado básicamente en la agricultura.
Los productos agrícolas, por lo tanto, en sus distintas fases de cultivo, distribución
y consumo, han mantenido una estrecha interrelación con otros fenómenos
económicos y con los macroprocesos sociales en general.
Es importante reitera que el maíz, el frijol y las calabazas integran la traída
agrícola en el descanso, por siglo, la dieta básica de los antiguos pobladores
prehispánicos, de sus descendientes de la actualidad y, en buena medida de los
estratos de la sociedad colonial y republicana. El primero de dichos productos ha
cobrado tal relevancia en los campos gastronómicos, religioso, de las creencias y
de las ideas en general que, en Guatemala, se ha configurado, inclusive, una
particular subcultura del maíz. Inicialmente fue incorporado a la dieta de los
conquistadores, hasta servir en algunas ocasiones para evitar que murieran de
inanición; después de 1524, sin embargo, los indígenas trataron de controlar su
distribución, como una medida estratégica de resistencia. A partir de 1539, los
españoles, a su vez, intentaron desbaratar dicha estrategia, para lo cual
instituyeron el cargo del juez de milpas, que era un funcionario encargado de
controlar y exigir que los indígenas cultivaran el maíz y el frijol, indispensables ya
para los colonos hispanos. La recolección de estos productos se canalizo por
medio del cobro del tributo en especie, o por el procedimiento de las subastas
públicas, controladas por el ayuntamiento, y de las cuales se beneficiaban las
propias autoridades civiles y eclesiásticas, así como los colonos más importantes.
La producción del maíz sufrió una baja sensible a partir de 1570, como
consecuencia de las epidemias y el consiguiente descenso de la población
aborigen. Tal situación empeoró a mediados del siglo siguiente (1660), cuando
un gran número de indígenas estaba obligado a cumplir el repartimiento y
laboraba en plantaciones de trigo, caña de azúcar y otros productor que
entesaban mas a los españoles; y también se dedicaron en sus parcelas a la
siembra de trigo y de caña de azúcar.
La dieta de los colonizadores y en una medida relativa también la de los
indígenas, se amplió con otro alimentos diversos (frutas, legumbres, tubérculos);
unos de origen americano, como el jocote, la anona, el zapote, el mamey, el chile,
el chipilín, el beledo, l ayote, etc.; otros, de reciente introducción hecha por los
europeos, como trigo, naranja, manzana, pera, durazno, lechuga, remolacha,
zanahoria, rábano, y mucho más.
Según la tradición el trigo, un producto de mucha importancia en razón de los
hábitos dietéticos de los españoles, fue introducido en Guatemala en 1519, por un
colono de nombre Francisco Castellanos. Este hecho fue aprovechado por el
mismo Pedro de Alvarado, e un molino que un ayuntamiento de permitió instalar
en el rio que bordeaba la ciudad. Después de propagó a muchos poblados del
centro y occidente del actual territorio de Guatemala (San Juan Sacatepéquez,
San Martin Jilotepeque, Santa María Joyabaj, Comalapa y los mismos pueblos
periféricos de la capital). Los indios fueron obligados a dedicar tierras y trabajo al
laboreo del trigo con animales, herramientas y tecnología de procedencia
Europea. De acuerdo con las nuevas tasaciones del tributo que hizo el presidente
López de Cerrato en 1549, las cuales resultaron, ciertamente, un tanto más
favorables para los indios, estos estaban obligados a cultivar, por aquella época,
1749 Fanegas de trigo para los españoles.
El despojo de tierras, el aprovechamiento masivo de obra de repartimiento, el
abandono de sus propios cultivos de subsistencia, el pago puntual del tributo,
fueron algunas consecuencias negativas que se derivaron del cultivo del trigo por
los indígenas, el tanto que los hispanos recogían las mieses para su ración de
ingenios y el consiguiente procedimiento de la caña fue de las más complejas e
innovadoras, puesto que requería de mayores inversiones, mano de obra
calificada (albañiles, herreros, carpinteros, punteros, etc.), tracción animal y en
general, una tecnología más desarrollada. Sin embargo la mano de obra no solo
comprendía trabajadores libres sino también indios de partimiento y esclavos
negros.
En la provincia de Guatemala, los indios de repartimiento constituían un 30.31%
de la fuerza laboral unos ingenios de azúcar, y un 61.48% en los trapiches, no
obstante que esa fuente de mano de obra, en ese tipo de trabajo, estaba prohibida
por la corona. El trato de aquellos recibían, además, principalmente a manos de
“mandones” y caporales negros, excesivamente despiadado. Por esta razón, en
1680, y por presiones de la corona, la audiencia ordenó una inspección en
ingenios y trapiches de importantes empresarios, tal como Francisco Antonio
Fuentes y Guzmán, Juan Arrivillada, la compañía de Jesús. Joseph del castillo.
Los frailes Agustines y el presbítero tomas de Aguilar y otros más.
La producción azucarera alcanzó niveles importantes a principios del siglo XVII,
más que todo para el consumo interno, porque, aunque se inició cierto flujo de
exportación hacia Europa, este nunca alcanzó los altos volúmenes registrados en
las antias. A fines de dicho siglo se producían en el reino cerca de 18,000 arrobas
anuales, pero, a falta de otras regulaciones, los beneficios obtenidos por la corona
se reducían al cobro de la alcabala, es decir, el impuesto relacionado con la
operaciones de compra venta del azúcar.
Cultivos de Exportación
La minería.
Comercio
Bienes de intercambio
La Real Hacienda
Como en todas las Indias, en Guatemala la política fiscal descansó en dos tipos de
impuestos: los fundamentales o regulares y los complementarios. Los primeros
comprendían los siguientes: quinto real, almojarifazgo, tributo, diezmo y alcabala.
Entre los segundos figuraban los estancos, oficios vendibles, empréstitos,
derramas y penas de cámara.
El quinto real consistía en la quinta parte (20%) que cobraba la Corona sobre el
valor de los productos minerales y piedras preciosas que explotaran los colonos.
Este impuesto fue oportunamente reducido, a un 10% y hasta a una doceava
parte, con el objeto de estimular tal actividad económica, y evitar la evasión
impositiva.
El almojarifazgo era el impuesto que se pagaba por la importación y exportación
de todo tipo de productos, y equivalía, respectivamente, al 5% y al 2.5% del valor
de dichos bienes.
El tributo consistía en una cuota anual que pagaban los súbditos del rey, en señal
de su simple calidad de vasallos. En Guatemala, lo pagaron los aborígenes, desde
la época prehispánica, a los jefes de sus respectivos señoríos, y después a la
Corona o a los encomenderos.
El diezmo, teóricamente, era un aporte equivalente a la décima parte del valor de
todos los bienes adquiridos o comercializados en el Nuevo Mundo, el cual debía
entregarse a la Iglesia Católica. En 1501 se estableció que la Corona, cuyos
representantes hacían el cobro correspondiente, tenía derecho a retener dos
noveno de la mitad de tal impuesto. En 1578, cuando se impuso a las
transacciones relacionadas con el añil, se incrementó la recaudación del diezmo.
Una parte de éste se utilizaba en la construcción de iglesias y hospitales. En 1533
se eximió de este impuesto a los indígenas, pero existen referencias acerca de
que en alguna época se les cobró, especialmente en el siglo XVIII.
La alcabala era un impuesto del 2%, que recaía sobre el valor de todas las
operaciones de traspaso, contratos y compraventas, y que también afectaba las
herencias y donaciones. De este gravamen estaban exonerados los indígenas.
Los impuestos complementarios incluían los siguientes: los estancos, que se
referían al monopolio de la Corona, respecto de la fabricación y comercialización
de determinados artículos (sal, mercurio, naipes, pólvora, tabaco, papel sellado,
aguardiente y nieve); las Bulas de la Santa Cruzada, o sea, un aporte que permitía
a los fieles comprar indulgencias (perdón de los pecados), a título propio o ajeno;
la venta de cargos públicos, tanto civiles como eclesiásticos, los cuales se
compraban en España o en la Colonia, según la jerarquía del puesto; los
donativos forzosos impuestos por la Corona a los súbditos; las derramas, que eran
contribuciones ocasionales destinadas a emergencias, como terremotos, a
trabajos públicos, o a servicios personales inmediatos, necesitados por los
gobernantes o las tropas; las penas de cámara se referían a los ingresos
provenientes de multas impuestas por delitos diversos.
Los egresos de la Corona y de las autoridades coloniales cubrían una extensa
gama de recursos destinados a gastos administrativos, guerras, obras públicas y
servicios de índole muy extensa y variada. Una parte importante de la política
fiscal fue la organización monetaria que, a partir de 1731, quedó a cargo de la
Casa de Moneda. Los medios de cambio, o monedas, más comunes a lo largo de
la época colonial, fueron los siguientes: el cacao, de uso prehispánico; las piezas
rústicas de oro, llamadas “pesos de oro de minas”; las rajas de plata; las monedas
acuñadas de este mismo metal; los pesos “peruleros” procedentes de Perú; el
peso de plata, o “peso fuerte”; los reales; la moneda “macuquina”, o “macacos”
(piezas rústicas traídas de México o Perú); los cuartillos, etcétera.
La Fundación de poblados
Ciudades y villas
Los términos de ciudad y villa se usaron para designar a los centros de españoles,
según el tamaño de los asentamientos; y el de pueblo o poblado, para llamar a los
habitados por indígenas. Ello respondía a la concepción de las “repúblicas”
separadas, inclusive desde el punto de vista espacial o geográfico. Con el tiempo,
sin embargo, las ciudades más importantes adquirieron un carácter multirracial.
Las urbes principales a finales del siglo XVI, de las cuales cada provincia
tenía una o dos, eran, sin duda, importantes focos de poder económico, político,
religioso y cultural, etcétera, Su vida giraba en entorno a los cultivos o actividades
económicas más relevantes (cacao, añil, minería). En aquella época ya
destacaban ciudades como Santiago de Guatemala, que era la capital del Reino;
Ciudad Real, en Chiapas; Comayagua y después Tegucigalpa, en Honduras; San
Salvador y la Villa de Sonsonate, en El Salvador; León y Granada, en Nicaragua;
además de otros centros menores, ubicados en las distintas provincias. A lo largo
del citado siglo XVI se fundaron en el Reino unas 50 ciudades y villas, de las
cuales sólo perduró una veintena, aproximadamente, En todas se aplicó el trazo
en damero o cuadrícula.
ESTRATIFICACION SOCIAL
Durante la colonia de, los grupos y las personas ocupaban determinadas
posiciones jerárquicas que, en general, se determinaban por razones políticas
económicas raciales y de prestigio social. Para designar a esos distintos niveles
se han usado términos como los de capas, estamento, estratos, clases, etcétera.
Entre los especialista existe todavía mucha discusión sobre cual pudiera ser el
termino mas propio para llamar a los distintos segmentos de la sociedad colonial.
Sin embargo, el caso es que tales divisiones existían de hecho y que, en general,
así como producían relaciones de cooperación entre los grupos y personas que
jerárquicamente ubicados, integraban la sociedad colonial, se manifestaban
situaciones de oposición, de pugna y aun de conflicto permanente. Las fuerzas
centrifugas prevalecía, a veces, sobre las que unían a los distintos sectores
(fuerzas centrípetas), a si se explica el estallido de motines rebeliones
allanamiento, e incluso movimientos como la propia Independencia.
La sociedad colonia, sin embargo, permaneció como una unidad política a lo largo
de tres siglos, aun cuando aquellos divisionismos reflejaban problemas objetivos,
como el poder político local o regional, la discriminación sociocultural, la
explotación económica la represión abierta o embozada, y también, por otro lado,
la resistencia pacífica, violenta y disimulada, de los indios.
En los estudios de las estratificaciones en Hispanoamérica se han utilizado de
modo común, tres categorías no necesariamente incluyentes, a saber:
estamentos, una categoría, de origen medieval que funcionaba en España. Los
tres estamentos que se reconocían en Europa eran la nobleza el clero y el estado
llano a cada uno de los cuales se asignaban fueros (leyes), privilegios y
obligaciones diferentes.
El sistema estamental no funciono del todo en América, por varias razones; por
ejemplo la Corona trató que en los territorios colonizados no se desarrollara no
aceptaron a ser ubicados en el estado llano, y, finalmente, en el sector colonizado,
es decir, entre los propios indígenas, habían también peculiares categorías como
los de caciques o Señores maceguales o gente común, esclavos y siervos. Por
otra parte, en determinados contextos como en los libros parroquiales de las
ciudades ( un ejemplo fue Santiago de Guatemala ) se clasificaban a los
pobladores así: españoles (blancos , de origen europeo , que incluían a los
criollos ); gente ordinaria( mestizos mezclados con negros, , gente no europea y
no indígena); y los indios. Se usaban otros términos que, igualmente, reflejaban
criterios peyorativos o francamente discriminatorios, como los de gente decente y
plebe, es decir personas respetables y conocidas (españoles e individuos pobres o
populacho. Se hablaban también, de gente de razón, esto es de cultura occidental
prehispánica. Desde el punto de vista fiscal, los hombres estaban separados en
tributos y no tributarios. Finalmente, las personas se dividían en términos de raza y
de casta.
El término mestizo se utilizo para referirse a los descendientes de indios y
españoles, así como el de casta para aludir a quienes tenían mezcla de negro
aunque posteriormente se amplió el significado de la segunda palabra indicada.
En los primeros años de la colonia , como en toda Hispanoamérica , existió una
especie de : pigmentocracia , es decir un sistema de estratificación basado en
color de la piel, y en el que los blancos ocupaban el nivel superior y los negros e
indios , las posiciones inferiores ; sin embargo en el siglo XVII , cuando los
españoles se habían mezclado con los otros grupos , se desarrollaron las clases
sociales económicas sin perder su trasfondo pigmentocratico . Durante el siglo XVI
los españoles ocupan la cúspide de la pirámide estratigráfica, la inmensa mayoría
india se situaba en un lugar intermedio y los esclavos africanos se ubicaban en la
base. En los primeros años, los españoles se distinguían por el hecho de haber
nacido en España o en las Indias (criollos) así como por haber o no recibido las
rentas diversas, tales como esclavos, encomiendas, ayudas de costas, cargos en
el ayuntamiento, etcétera. Los indígenas tenían sus propias
diferencias de posición a las que ya se aludió antes, y los africanos se
diferenciaban por su calidad de esclavos o manumitidos. Este cargo sin embargo,
como ya se indico oportunamente, se complico con el surgimiento de las mezclas.
Al principio los españoles trataron de vivir sus rentas coloniales, (encomiendas,
ayudas de costa), ya que asignaban un carácter servil al trabajo directo. Se
consideraban Señores al servicio del Rey, pese a los orígenes realmente humildes
de muchos de ellos, los pocos que se dedicaron a los oficios artesanales fueron
relegados a una oposición inferior, aunque, rápidamente ellos no solo sacaron
provecho de la urgente demanda de sus servicios, sino que también pretendieron
que se les reconociera también posiciones privilegiadas. Estas pretensiones
empero, se redujeron cuando los oficios artesanales comenzaron a practicarse,
así mismo, por mestizos y mulatos. A fines del siglo XVI surgió un grupo
importante grupo de prósperos comerciantes, cuyos miembros ocuparon cargos
importantes y acumularon apreciables fortunas. Estos y, en general quienes
constituían la elite, tanto en Santiago como en otras ciudades principales del
Reino, sintieron amenazada su posición social con la llegada , desde España de
los altos funcionarios designados por la Corona y otros peninsulares que
prosperaban. Los integrantes de esta nueva ola migratoria en unos casos
asumieron los espacios altos determinados por la riqueza y, en otros se casaron
con hijas de las antiguas familias radicadas en los centros urbanos. Todos estos
nuevos ricos afirmaron su poder con los cargos que se le atribuyeron a su poder
en el cabildo, y construyeron un grupo abierto, del que participaban peninsulares
(españoles nacidos en España) y criollos. De esta manera ocasionalmente los
peninsulares dominaron el ayuntamiento en tanto que los criollos viejos perdían
riqueza y también poder político.
En el siglo XVIII se distinguían tres grupos en el sector de la elite: los criollos o
antiguamente beneméritos, los criollos en transición y los recién llegados de
Europa. Los primeros eran descendientes de los antiguos conquistadores y
colonizadores, los segundos provenían de criollos viejos; y los últimos eran adultos
nacidos en España u otro país del exterior y de reciente ingreso a Guatemala.
Estos últimos dominaron el comercio y el ayuntamiento de Santiago, durante toda
aquella centuria. Ocurría con ellos, sin embargo, que pronto se “criollizaban“, ya
que respondían, casi de inmediato, de intereses y criterios de tipo local, que a los
de España o a los de aquellos lugares de donde procedían. No todos los
españoles por lo tanto conformaban la elite, los había también pobres o
intermedios, más bien proclives al descenso social, aunque ellos también se
empeñaban en mantener la tez blanca y atender cualquier posibilidad de una
movilidad ascendente.
La Evangelización
Métodos evangelizadores
Los misioneros trataron de separar sus acciones de las que eran propias de los
conquistadores, pero, en general, la conversión de los indios se hacía en el marco
de un declarado dominio político y de la explotación económica de estos últimos.
Entre los procedimientos más comunes utilizados en las tareas de la
evangelización sobresalían las llamadas normas pragmáticas, o de conducta
manifiesta; la elaboración de catecismos y aun de tratados sobre la cultura de los
indígenas; las obras y ejemplos recomendables, el amor, la proscripción de los
abusos contra los nativos, etcétera. Sin embargo, la aplicación de estos métodos,
en gran medida, quedó en el plano idealista o de la mera teoría.
La cultura indígena estaba impregnada de una gran religiosidad y, por ello, los
misioneros utilizaron un sistema de "tabla rasa", el cual consistía en tratar de
extirpar de raíz las creencias, concepciones diversas, prácticas y costumbres
contrarias al cristianismo. A ello es necesario agregar que la labor inicial de
evangelización, asignada específicamente a los encomenderos, no sólo resultó
relativamente ineficaz, sino aun contraproducente, por el temor o el odio que casi
todos ellos inspiraban a los nativos. El argumento contra la idolatría, por otra parte,
en muchas ocasiones sólo servía como pretexto para cometer o apañar injusticias.
La tarea de estudiar la cultura indígena, asimismo, implicaba insalvables
problemas de interpretación o de traducción. Es un hecho anecdótico, pero
históricamente cierto, por ejemplo, la agria disputa que, entre dominicos y
franciscanos, suscitó la publicación de la obra Doctrina Cristiana en Lengua,
Guatemalteca (Kakchiquel) escrita en el segundo cuarto del siglo XVI, pero que se
usaba todavía, con propósitos de evangelización, en 1700. En relación con dicha
obra, los franciscanos exigían que se usara la palabra Dios obligadamente, puesto
que se carecía de equivalentes semánticos aceptables en aquélla y en las otras
lenguas indígenas. Los dominicos, en cambio, abogaban porque se utilizara el
término nativo Cavobil, cuyo significado era parecido al del vocablo de los
cristianos. La controversia se resolvió, en 1551, en favor de los franciscanos.
Otros procedimientos utilizados en la conversión de los indios fueron las misas
oficiadas especialmente para niños y cofrades, las oraciones, los cánticos, la
memorización del catecismo, las fiestas, novenas, procesiones, etcétera, para
todo lo cual se disponía de los fiscales indígenas, que eran una especie de
asistentes de los clérigos.
En el siglo XVI se escribieron importantes obras sobre las creencias y costumbres
de los indígenas, cuya cultura era preciso conocer, con el ánimo de refutarla y,
consecuentemente, el de eliminarla. En tal contexto, la Corona pidió informes
sobre "las cosas de los indios" y, como resultado, aparecieron tratados como el
titulado Theología Indorum, de Fray Domingo de Vico (escrito en Kakchiquel), así
como la
Organización de la Iglesia
Cabildos eclesiásticos
Doctrinas y parroquias
Órdenes religiosas
Los agustinos fueron otros religiosos que, como los jesuitas, se dedicaron al culto
en sus iglesias, mas no a la evangelización de los indios. En 1664 se instauró en
Santiago la Escuela de Cristo, a través de la Congregación de Felipe Neri, una
institución destinada a la perfección cristiana de sus miembros y del clero secular.
La orden belemnita fue establecida en Santiago, como resultado de la labor del
Hermano Pedro de Bethancourt, declarado beato en 1982, El Hermano Pedro se
dedicó a recoger enfermos y a enseñar letras y doctrinas a niños de la ciudad
capital. De esta manera, nació el Hospital de Belem, que, en 1672, recibió la
aprobación real. En torno de este establecimiento se formó una pequeña
comunidad que vivía de limosnas, bajo las reglas de la Tercera Orden de San
Francisco. El Hermano Pedro murió en 1667, y le sucedió, en su labor religiosa, el
Hermano Rodrigo de la Cruz, antiguo gobernador de Costa Rica y Marqués de
Talamanca, quien organizó, finalmente, la Congregación Belemítica. Esta, que se
extendió después a México y Lima, fue, por mucho tiempo, la única congregación
fundada en América.
Conventos de religiosas
El clero secular
La inquisición
Esta institución, que fue una especie de órgano jurisdiccional para investigar y
castigar los delitos contra la fe cristiana, sólo actuó en la diócesis de Guatemala
por medio de comisarios que dependían del Tribunal de México. De un total de
unos 400 cargos que se plantearon desde Guatemala, sólo unos 40 terminaron en
procesos formales, durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, aproximadamente
85 reos fueron castigados con penas graves; unos 60, con sanciones leves; y, en
un único caso, el reo William Croniels, un irlandés residente en Sonsonate, fue
condenado al patíbulo, en 1575.
En otras partes de América, en cambio, como Perú o Colombia, las actuaciones
represivas del Santo Oficio de la Inquisición fueron despiadadas, rayanas en la
crueldad y aun en el salvajismo.
En Yucatán, una parte importante del territorio maya, fue proverbial, por
destructora, la acción inquisidora que, en fecha temprana, promovió el Obispo
Diego de Landa (1524-1579), quien, de modo paradójico, se convirtió después en
un estudioso esmerado de aquella cultura. En 1600, en la ciudad de Santiago, se
hizo famoso el Deán de la Catedral, Eclipse Ruiz del Corral, por sus rudas
actuaciones inquisitoriales. Entre las víctimas de este figuro el cronista dominico
Antonio de Remesal, cuya obra histórica Ríe objeto de tina arbitraria incautación,
por aquel que ha sido llamado el "Deán turbulento 1'.
En el siglo.XVIII, la Inquisición empezó a perder poder político, redujo su actividad
y sus medidas fueron menos virulentas. Se abolió, en 1813, por las Cortes de
Cádiz, pero Fernando VII la estableció de nuevo en 1814, sin que esto tuviera
mayores consecuencias visibles en Guatemala.
En el siglo XVIII, la Iglesia Católica sufrió cambios drásticos, más bien derivados
de dos corrientes de pensamiento que sacudieron particularmente a Europa, pero
cuyas repercusiones se extendieron ampliamente,
El primero de tales fenómenos fue la Ilustración, el movimiento intelectual en el
qué se reconoció la relevancia de la razón en el discernimiento humano, y en el
que, igualmente, se impulsó la ciencia experimental y la Historia, frente a las
antañosas y obsoletas ideas de la Edad Media.
El otro hecho fue el Regalismo, que emergió como un equivalente del despotismo
ilustrado o del absolutismo real. Este movimiento sociopolítico sostenía que la
monarquía era un derecho divino que los reyes representaban una especie de
dioses en la Tierra; y que la autoridad de los monarcas emanaba de Dios y no del
pueblo.
Las concesiones papales en relación con América, en consecuencia,
correspondían a los Reyes Católicos, por derecho propio, y no podían, por lo
tanto, discutirse o modificarse. Era atribución del rey, se aducía, todo lo relativo al
gobierno y Administración de la iglesia, excepto los asuntos dogmaticos y
sacramentales, que correspondían al Papa.
Aquellos aires heterodoxos, de racionalismo ilustrado, de exaltación de los
poderes temporales en desmedro de los divinos, se arremolinaron en los caminos
intelectuales y políticos de la vieja España, en la que perduraban, todavía, algunas
de las antiguas ideas medievales. Para colmo, las guerras minaban las arcas
reales, como lo hacia también la necesaria defensa de las posesiones americanas;
y aun las propias reformas, que parecían impostergables, por atractivas y
provechosas, demandaban fondos descomunales.
La corona comprobó que nada podía hacerse en la dirección renovadora, sin
contar con la presencia y la fuerza, casi omnímoda e imponente de la Iglesia. Esta,
no solo estaba metida en las mentes de las multitudes de ambas orillas del
Atlántico, sino en las arcas públicas y en los cofres privados, en los que se guarda
el poder derivado de la riqueza. Se recurrió, entonces, a los bienes eclesiásticos
para enfrentar los gastos as ingente y por otra parte, se introdujo también la
semilla del cambio en los propios surcos de la sagrada institución.
No fue poco, ni desestimable, lo que se consiguió en aquellos afanes novadores
que, al final, algo refrescaron también las naves de los templos, las aulas de los
centros de estudio, as mentalidades conventuales de los viejos clérigos, y hasta
los muros del prejuicio y la ambición de los encomenderos.
A partir de 1808, por ejemplo, una parte de la Iglesia se identifico con la gesta
patriótica frente a la invasión napoleónica en la Península y, por distintas causas,
todas vinculadas a la atmosfera de cambio, los seminarios y conventos casi se
vaciaron del todo.
Las Cortes de Cádiz de 1812m en las que la palabra independencia ya no tenia
connotación subversiva tan peligrosa, estuvieron integradas por clérigos, n una
tercer parte de sus diputados, y se plantearon en ella abiertas reformas liberales.
A lo largo del siglo XVIII, los ecos del cambio comenzaron a repercutir en
Guatemala. En 1701, empero, todavía se fundo, en la ciudad de Santiago, el
Colegio de Cristo Crucificado de Propaganda Fide (Convento de la Recolección),
en el cual se prepararon varios franciscanos recoletos que viajaron, en misiones
evangelizadoras, a territorios aun no cristianizados (Taguzgalpa, en Honduras;
Tologalpa, en Costa Rica), donde fundaron reducciones y hospitales. Asimismo,
durante los siglos XVIII y XIX, todavía arribaron unas 26 expediciones misioneras,
integradas por 236 franciscanos y dominicos. De todas maneras, y a pesar de la
fuerza, intelectual y económica que la Iglesia había acumulado en los tres siglos
de la Colonia, la situación general en ésta comenzó a transformarse, de modo
apreciable.
La misión evangelizadora ya no fue tan impetuosa; la labor educativa
monopolizada por la Iglesia, comenzó a debilitarse; y, en general, esta entro en un
estado de estancamiento, que se agudizaba con los años. Las posiciones de
disidencia o de denuncia, en los ámbitos interno y externo de la institución, se
sucedían de modo interrumpido. Se hacían concesiones importantes, que se
traducían en la condena a los malos tratos sufridos por los indios; se prohibieron
reiteradamente, las vejaciones, castigos, contribuciones y servicios que, por años,
habían sobrecargado las espaldas de los nativos.
En el primer cuarto del siglo XVIII, Fray Francisco Ximenez denunció que los
clérigos seculares, en la zona sur, montaban haciendas de años, cacao, ganado y
cana de azúcar, en las que se abuzaba del trabajo de los indios. Los Arzobispos
Pedro Cortes y Larraz enviaron a la corona informes, en los que denunciaban los
atropellos que los alcaldes mayores y corregidores cometían en contra los
aborígenes; y los castigos y vejaciones que estos sufrían a manos de españoles y
ladinos, a veces con la complicidad de los propios alcaldes y principales
indígenas.
He aquí parte de los juicios lapidarios de Francos y Monroy.
Todas las irregularidades aludidas se condenaron inclusive en los Apuntamientos
sobre la agricultura y comercio del Reino de Guatemala, el documento que el
consulado de comercio elaboro, en 1810, para que se presentara en las Cortes de
Cádiz. No fue posible, a pesar de todo, aniquilar por completo el poder ideológico
y económico de la iglesia, tal había sido la envergadura y extensión que ese poder
alcanzo en la época inicial de la Colonia.
Por muchos años mas, se conservaron intactos los bienes eclesiásticos, por
ejemplo, las grandes haciendas de los dominicos, como la de San Jerónimo, en
Baja Verapaz; La Chácara, El Rosario y la Labor, en Sacatepéquez; las de Cobán
y Santa Cruz del Quiche, así como el cuantioso patrimonio de los jesuitas,
integrado por rentas de capital, potreros, edificios, medianas y grandes haciendas.
Se puede afirmar que la poderosa influencia de la iglesia no aumento, pero que se
mantuvo relativamente estable durante los siglos XVIII y XIX.
La expulsión de los jesuitas del Reino de Guatemala, el 26 de junio de 1767, en
cumplimiento de la respectiva disposición de la corona, del mismo año; así como
la confiscación de sus bienes, y la forma ignominiosa en que salieron de Santiago
algunos de sus mas eximios representantes, como el poeta Rafael Landivar,
fueron otros factores que contribuyeron al debilitamiento de la entidad, pero que
tampoco determinaron su aniquilación. Esto no se consiguió, ni siquiera, como
resultado del carácter, un tanto mas relajado si no disoluto, como algunos lo
calificaron, del cristianismo criollo, o mediante la pertinaz resistencia silenciosa,
que ha estado presente en la conservación de los idiomas, de fundamentales
elementos religiosos, de normas costumbres y creencias, de origen prehispánico.
Este ultimo fenómeno, que se percibe aun en la actualidad, pone en tela de juicio
una supuesta mezcla indisoluble que, de modo simplista, ha dado en llamarse
Sincretismo Cultural.
Finalmente y como una evidencia mas de los cambios, importantes pero relativos,
experimentados por la Iglesia en la ultima parte de la época colonial, es preciso
resaltar el papel que jugo en el movimiento que culminó en la independencia de
Guatemala, el 15 de septiembre de 1821. Aunque el Arzobispo de entonces,
Ramón Casaus y Torres, no fue precisamente partidario de la causa
emancipadora, lo fueron varios clérigos notables y vecinos connotados que
profesaban la religión católica.
LA EDUCACION EN LA COLONIA
EDUCACION ELEMENTAL
Se sabe que casi desde el principio mismo del régimen colonial, algunos clérigos e
hijos dalgos se dedicaron a una enseñanza, más o menos sistemática, dedicada a
los hijos de los conquistadores y primero colonos. Desde este vago comienzo
hasta la ultima etapa de la era colonial, la educación formal, en términos
generales, no tuvo una amplia cobertura, es decir, no estuvo dedicada a las
grandes masa de la población; y si exhibió, en cambio, un evidente carácter
clerical. Este último rasgo se explica por los compromisos y relaciones entre la
Iglesia Católica y el Estado español, en relación con la empresa de la conquista y
de la colonización.
Al obispo Francisco Marroquín corresponde el merito de haber iniciado, en 1533,
las primeras gestiones formales para atender la educación de hijos de españoles,
de indios y de jóvenes mestizos de la ciudad de Santiago de Guatemala.
Marroquín solicito y puso por obre el que hubiese escuela para enseñar a leer y
escribir a los niños españoles que iban naciendo.
Aunque se carece de mayor información, se supone que en aquel centro
primigenio se enseñaba lectura, escritura, aritmética y doctrina cristiana. Como
primer maestro de dicha escuela se ha mencionado a un tal bachiller García Díaz,
y ello hace suponer que el establecimiento estaba dedicado solo a niños criollos.
En documentos referidos a 1567 se alude, como maestro de educar niños, a
alguien lado Martin Salazar. También existen referencias, aquí y allá en al
documentación histórica, a la enseñanza elemental que se impartía en conventos,
monasterios y beaterios.
Una escuela, llamada de San Lucas, funciono en el Colegio Mayor que, con aquel
mismo nombre, y a instancias del ayuntamiento, los jesuitas trataron de fundar
después, en 1582. Las clases las impartieron dos hermanos de la compañía de
Jesús, llegados expresamente de México. En forma separada funciono también la
Escuela de Belem, establecida por el hermano Pedro para la enseñanza de las
primeras letras a los niños pobres, pero de quienes no se saben si eran solo
criollos, mestizos o de ambos grupos. Como pueden colegirse de la información
disponible, había una estrecha correlación entre las condición étnica las
oportunidades de acceso a la educación. Los hombres tenían preferencia, y mas
aun si eran descendientes de conquistadores o de los primero pobladores.